SACRAMENTOLOGÍA
SACRAMENTOLOGÍA
SACRAMENTOLOGÍA
En ocasión de la inauguración
de la 4a videoconferencia
"La teología sacramental desde el Concilio Vaticano II hasta nuestros días"
en el ámbito de la formación permanente del clero
"Et Verbum caro factum est" (Jn 1,14): la Palabra de Dios vivo que, en la plenitud de
los tiempos, se ha hecho carne, ahora, en el tiempo de la Iglesia, se hace Palabra
sacramental.
"Lo que era visible en nuestro Salvador ha pasado a sus misterios", nos dice San
León el Grande (Sermones 74,2: PL 54,398 A). En efecto, los misterios de la vida de
Cristo son fundamento de lo que, en los últimos tiempos, el Señor dispensa en los
sacramentos por medio de los ministros de su Iglesia (cfr. Catecismo de la Iglesia
católica, n° 1115). Los sacramentos son esencialmente actio Christi y en ellos
resplandece la presencia del Resucitado que ha brindado y sigue brindando el
Espíritu de Dios a los creyentes.
Para abordar el tema de la sesión de hoy -La teología sacramental desde el Concilio
Vaticano II hasta nuestros días- es de utilidad observar que el núcleo de la teología
sacramental actual puede concentrarse en la expresión de la Fides et ratio que, en
el n° 13, habla del horizonte sacramental de la revelación. Hay que decir, al
respecto, que, aún en nuestros días, predomina la lectura casi exclusivamente
eclesiológica de los documentos del Concilio Vaticano II. Sin querer disminuir la
importancia objetiva de las Constituciones Lumen Gentium y Gaudium et Spes -y la
renovación que han significado para la teología y la vida de la Iglesia- me parece
necesario subrayar el aporte esencial de las Constituciones Dogmáticas sobre la
Revelación Divina, Dei Verbum, y sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum
Concilium. En efecto, sólo la consideración y el estudio unitario, orgánico y
articulado de las cuatro Constituciones conciliares pueden permitir comprender la
grandiosidad doctrinal, pastoral y espiritual de la última asamblea ecuménica. En
todo caso, nos permiten entrar en el horizonte sacramental de la revelación.
2. Revelación y sacramento
Introducción
1. El abstraccionismo
Se trata de un error que nace del discurso teológico tradicional, que solía insistir en
la verdad sacramental sin relacionarla, de manera debida, al Evento que la sostiene.
Por ejemplo, el culto eucarístico y la Hora santa (adoración del Smo. Sacramento) es
sólo una prolongación del misterio eucarístico. De hecho, se corre el riesgo de
insistir sólo en la presencia de Cristo, desarraigada del misterio-clave que la ha
hecho posible. Si es fácil caer en la abstracción, en referencia a la Eucaristía,
memorial por excelencia del misterio pascual, más fácil aún es hacerlo con los
demás sacramentos.
2. La concentración
3. La desintegración
Jesús se expresa a través del símbolo. Asume, pues, el signo creado por el hombre
(por ejemplo, comer pan y beber vino) y lo transforma en un signo sacramental. El
opus operatum hace que "el pan y el vino" se transformen en Cuerpo y Sangre de
Cristo, acción de salvación; pero si falta el opus operantis de la Iglesia, el evento no
acontece, no se manifiesta.
"Es un deseo ardiente de la madre Iglesia que todos los fieles sean formados para
esa participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que es
exigida por la misma naturaleza de la liturgia y a la que el pueblo cristiano, "linaje
elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido" (1 P 2,9; cfr. 2,4-5), tiene
el derecho y el deber en virtud del bautismo".
4. La secularización
Conclusión
Introducción
3. El ministerio de colaboración
Antes del Vaticano II, el ministerio sacramental era una unción que competía casi
exclusivamente a los ministros ordenados de la Iglesia. Después del Concilio, ha
proliferado la implicación del laicado en los ritos de la Iglesia. A pesar de que
algunas funciones permanezcan reservadas a los ministros ordenados, han sido
recobradas muchas tradiciones más antiguas, que confiaban papeles y
reponsabilidades a otros roles.
El Vaticano II afirma que la Iglesia es el pueblo de Dios y que en el bautismo todo el
pueblo de Dios está llamado a participar del sacerdocio de Cristo porque "... el
sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial (...) están ordenados el
uno al otro; ambos, en efecto, participan, cada uno a su manera, del único
sacerdocio de Cristo" (LG 10). Esta perspectiva promueve la colaboración en el
ministerio porque la celebración de la Iglesia tendría que ser un signo de la
naturaleza sacerdotal de todo el pueblo de Dios. Además, reconoce la importancia
de la diferencia en los roles según la vocación y la misión. Con referencia a la
colaboración en el ministerio, puede leerse: "Se debe observar con satisfacción que,
en muchas Iglesias particulares, la colaboración de los fieles no ordenados en el
ministerio pastoral del clero se ha desarrollado de manera muy positiva. Ha
producido una abundancia de buenos frutos..." (Sacerdotes y laicos 7).
"La inculturación sostiene que la fe puede hallar en las culturas africanas un hogar y
que esa nueva morada pueda proyectarse aun hacia nuevos desafíos" (Tlhagale
1995b: 170). Estudios recientes relacionados con la teología sacramental en
Sudáfrica comprenden a los antepasados (Tlhagale 1995a), el matrimonio
(Hlatshwayo 1996) y las nociones africanas y cristianas de sacrificio y la Eucaristía
(Sipuka 2001). Es esencial que la reflexión teológica posea la información necesaria
para evitar prácticas formuladas apresuradamente que pueden dar lugar a
exageraciones o a excesos. De tal manera, la Iglesia local se convierte en un
verdadero sacramento de Cristo para su pueblo.
Conclusión
Referencias
Ray, L. & Sayer, A. (1999), Culture and Economy after the cultural turn,
London: SAGE.
La comunión del hombre con Dios es hecha posible por la asunción de la humanidad
por el Hijo de Dios, en la humanidad, por tanto, de Jesucristo. Él es el mediador, el
misterio de Dios en medio del mundo. El hombre no tiene un acceso diferente e
inmediato a la plenitud divina y a la propia plena realización.
Por consiguiente, desde los orígenes mismos de la tradición cristiana, los creyentes
son plenamente conscientes de no ser introducidos sólo al conocimiento de un
mensaje humano sobre Dios, sino a una realidad de naturaleza sacramental, en la
que se une lo humano y lo divino, a la Comunión con Cristo y, en Él, a una unidad
nueva y más profunda con Dios y con todos los hombres.
Sacramentos y Ecumenismo
Hace casi cuarenta años, el Concilio Vaticano II en su decreto Inter mirifica supo
comprender anticipadamente la importancia de los medios de comunicación de
masa, y en el consiguiente establecimiento del Consejo Pontificio para las
Comunicaciones sociales, fundado por el papa Pablo VI. En concomitancia, en
Lumen gentium, la Iglesia se refiere a sí misma como el "sacramento de la
salvación". Consciente del papel decisivo de los medios de comunicación para
cumplir con el mandamiento del Señor en Mateo 28,19 y atendiendo a su naturaleza
sacramental, la Iglesia tiene, actualmente, a su disposición múltiples instrumentos
para proclamar la Buena Nueva en el tercer milenio.
Los siete sacramentos, signos instituidos por Cristo, que efectúan lo que significan,
son los principales ritos litúrgicos de la Iglesia y tienen existencia "a través de la
Iglesia" en cuanto son mediadores de la gracia para el mundo. Pero, al mismo
tiempo, los sacramentos son "para la Iglesia" en la medida en que vuelven visibles
los frutos de la Pasión (Santo Tomás de Aquino, Summa theologia, III, q. 60, a. 3) y
refuerzan la fe (Sacrosanctum concilium, n° 59). Los medios de comunicación le
ofrecen a la Iglesia el camino de acceso para dar a conocer a todos los pueblos su
misión de santificación y, al mismo tiempo, le brindan los instrumentos para que
pueda formar a sus propios hijos.
Sin duda, los progresos tecnológicos en los medios de comunicación en los últimos
cuarenta años nos dejan atónitos. Éstos se han ido expandiendo más allá de la
radio, los filmes y la televisión, hasta incluir las computadoras, la transmisión vía
satélite e internet. A su vez han extendido su alcance: la tecnología, en otras épocas
accesible sólo para pocos países desarrollados, está presente, ahora, en todos los
rincones de la tierra. Gracias a estas formas que hasta hace muy poco eran
inimaginables, la Iglesia tiene actualmente acceso a un número incalculable de
medios de comunicación de masa. Mientras en el pasado la Iglesia tenía que luchar
por obtener un "espacio de escucha" y formular su mensaje de manera que pudiera
adaptarse a él, los nuevos recursos ofrecen ahora la posibilidad de iluminar el
carácter sacramental de la Iglesia y de cada sacramento a través de los ilimitados
canales de internet.
Para recurrir a una expresión corriente, los medios de comunicación permiten que la
Iglesia santifique la "aldea global". La tecnología actual es el instrumento por medio
del cual los antiguos mysteria pueden ser dados a conocer y apreciados más
profundamente en las cuatro extremidades de la tierra. Los medios de comunicación
ofrecen oportunidades que la Iglesia no puede darse el lujo de desaprovechar. Como
enseña San Pablo, en 1 Cor 1,23, predicamos a Cristo, Cristo crucificado, y los
sacramentos constituyen la marc distintiva de la predicación: son los siete signos y
símbolos eficaces de la vida de Cristo. Los sacramentos son los mensajeros de la
salvación al mundo. La Iglesia tiene el deber de usar los medios de comunicación
para revelar el designio salvífico que Dios reserva a los hombres. Gracias a Dios, la
Iglesia sigue con atención este deber: pueden verse dos ejemplos fehacientes en
esta serie de videoconferencias promovidas por la Congregación del Clero y en el
hecho de que, hace pocos días, el Santo Padre utilizara internet.
Así como Lucas se esforzó por escribir a Teófilo un relato ordenado de la verdad (Lc
1,4), de la misma manera la Iglesia tiene que presentar una relación ordenada de la
verdad a sus miembros y al mundo. Los instrumentos actuales que ofrecen los
medios de comunicación, en especial internet, constituyen un momento lleno de
gracia para que la Iglesia se presente a sí misma como sacramento de salvación,
para que vaya hacia el mundo y proclame la Buena Nueva.
PALABRA Y SACRAMENTO
De igual forma al final del prólogo del Evangelio de San Juan encontramos que la
presentación que hace de Jesucristo como la Palabra, con mayúscula, nos está
dando una expresión contundente de su función reveladora definitiva ya que dice
así: "A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él
lo ha contado" (Jn. 1,18).
Contemporáneamente nos dice la Constitución Dei Verbum del Vaticano II que "El
plan de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las
obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman la
doctrina y las realidades que las palabras significan; a su vez, las palabras
proclaman las obras y explican su misterio. La verdad profunda de Dios y de la
salvación del hombre que transmite dicha revelación, resplandece en Cristo,
mediador y plenitud de toda revelación." (No. 2)
Así que querer aportar una reflexión sobre la relación entre "palabra" y
"sacramento" en el contexto posterior al Vaticano II nos sitúa en un horizonte de
trabajo interdisciplinar puesto que hoy en día la profundización en la ciencia del
lenguaje ha sido enriquecida ampliamente por la lingüística que a su vez hay que
situar en el estudio de las humanidades y necesariamente en el de la antropología,
la epistemología, la semiología y el estudio comparado de las religiones.
La aproximación que hacemos los seres humanos a la realidad que nos circunda no
puede ser de otra manera sino a través de la mediación representativa o simbólica
que yendo más allá de los signos naturales articula lenguajes cifrados de todo tipo,
fonéticos, gráficos, musicales, artísticos, virtuales. La relación entre el mensaje y el
referente –función referencial – y entre el mensaje y el código –función
metalingüistica- es en ambos casos el dinamismo de la historia de la salvación, es la
historia misma, que permite reconocer que Dios salvó, salva y seguirá salvando. Y
es, también, en ambos casos la celebración litúrgica, en la que la experiencia de
salvación primigenia se actualiza en el presente y se abre hacia el futuro.
Para las nuevas generaciones que han vivido en la Iglesia, posteriores al Vaticano II,
quizás no han sabido valorar lo que supuso la decisión de la constitución
Sacrosanctum Concilium (Cfr. No. 36) de hacer más asequible el contenido del
misterio celebrado en la liturgia mediante la utilización de las lenguas vernáculas.
Es en efecto de esta forma como los fieles cristianos han podido tomar conciencia
que es Cristo mismo quien obra y se hace presente en toda la acción litúrgica y en
la oración de la comunidad pero de un modo especial nos dice el No. 7 de dicha
constitución "Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la
Sagrada Escritura, es Él quien habla."
Leemos en el No. 1101 del Catecismo de la Iglesia católica: " El Espíritu Santo es
quien da a los lectores y a los oyentes, según las disposiciones de sus corazones, la
inteligencia espiritual de la Palabra de Dios. A través de las palabras, las acciones y
los símbolos que constituyen la trama de la celebración, el Espíritu Santo pone a los
fieles y a los ministros en relación viva con Cristo, Palabra e Imagen del Padre, a fin
de que puedan hacer pasar a su vida el sentido de lo que oyen, contemplan y
realizan en la celebración."
De aquí que sea de máxima ponderación el cuidado que debemos tener los
servidores de esa Palabra en su preparación pues junto con la Palabra de Dios
proclamada debe ir nuestra palabra que la declara y la adapta a las circunstancias
de tiempos, lugares, culturas, mentalidades, ciclos litúrgicos, circunstancias
concretas de la comunidad que vive y se alimenta de dicha Palabra.
Gracias,
BIBLIOGRAFIA
Sydney, Australia
La relación más obvia es la de su origen: Jesús es, en efecto, el único autor de los
siete sacramentos; éstos "no son un invento de la Iglesia, sino el tesoro más valioso
que le ha sido confiado. Jesús es el autor del Bautismo, la Confirmación, la
Eucaristía, la Penitencia, el Orden, la Extrema Unción y el Matrimonio".
Pero Jesucristo tiene una relación mucho más íntima, más profunda, más radical con
los sacramentos, porque Él mismo es sacramento: el concepto de sacramento le
pertenece cabalmente. El sacramento es, en efecto, un signo sensible y eficiente de
la gracia, que es el don de la vida divina. Ahora bien, este don de la vida divina le
fue dado a Jesucristo de manera personal. La encarnación es el sacramento por
excelencia: la humanidad de Cristo recibe personalmente el don de la divinidad,
convirtiéndose así en el principio de nuestra salvación.
Como explica santo Tomás, "La naturaleza humana en Cristo fue asumida para que
obrase de manera instrumental (instrumentaliter) aquellas acciones que son propias
sólo de Dios, como lavar los pecados, iluminar las mentes con la gracia, introducir a
los hombres en la perfección de la vida eterna" (C. Gent. IV, 41, n° 3798). Por eso,
agrega s. Tomás, se puede realmente comparar la naturaleza humana de Cristo a
un "instrumento propio y unido (coniunctum) al Verbo, como la mano está unida al
hombre". Pero, aclara acertadamente el Aquinate, la humanidad de Cristo no es un
instrumento pasivo, inerte, sino un instrumento inteligente y libre, y por ello está
dotada de actividad propia asociada a la actividad del Verbo: "Por lo tanto, en Cristo
la naturaleza humana tiene su propia virtud operativa, y así también la naturaleza
divina. Por ello, la naturaleza humana posee una operación propia distinta de la
operación divina y viceversa. Sin embargo, la naturaleza divina se sirve de la
operación de la naturaleza humana como de un instrumento (instrumentaliter); y, a
su vez, la naturaleza humana participa en la operación del agente principal" (S.
Theol. III, 19, 1).
Ellos nos han explicado de distintas maneras que la perspectiva cristológica ilumina
la teología sacramental: los sacramentos son la actualización de la hora del Señor,
su efápax, signos de la fe y la salvación (cfr. Sacrosanctum Concilium, 59); confieren
la gracia que significan y en ellos continúa la obra del Señor, del Hijo eterno enviado
por el Padre al mundo en la plenitud de los tiempos, propter nos homines et propter
nostram salutem.
En este sentido, el mismo título de la Relatio finalis del Sínodo de los Obispos da una
respuesta sintética a las doctrinas heterodoxas: Ecclesia sub verbo Dei celebrans
mysteria Christi pro salute mundi. Por disposición de la Palabra divina, la Iglesia
celebra, no las ideologías o los acontecimientos humanos sino los misterios de
Cristo.