Voces

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Publicacin de la Cooperativa Popular de Electricidad, Obras y Servicios Pblicos de Santa Rosa Limitada. EDICIN ESPECIAL - JULIO DE 2006 - DISTRIBUCIN GRATUITA

Voces

Edicin especial de la revista Nuevo 1 de Octubre Seleccin de poemas, cuentos y relatos de autores pampeanos publicados en sus pginas entre 1999 y 2005

Voces
Es que hay imgenes que valen ms que mil palabras? La formulacin es simplista, altamente reduccionista y alentadora de un debate ineficaz y sesgado. Ponemos distancia y manifestamos nuestras preferencias por otras certezas. Por caso, que hay palabras capaces de generar miles de imgenes. Sur, por ejemplo. Vientosoledad Tres modos de decirnos, otras tantas maneras de encontrarnos. Durante ms de un lustro han sido las palabras nuestras mejores compaeras. Voces del sur, voces nuestras. Profundas y puntuales se alojaron en nuestras contratapas y retiraciones en una manifestacin coral que nos enriquece y que hoy condensamos en esta entrega. No son todas las voces pero s las anfitrionas de otras que vendrn para dilatarse en un arco iris expresivo que pretendemos inagotable. Nos vamos con ellas a transitar nuevos amaneceres y nos ilusionamos con la perspectiva de que las jornadas que se avecinan tengan la luminosidad que aspiramos y merecemos. Luz para leer, para alumbrar emociones y caminos. Cooperativa Popular de Electricidad
Realizacin: Prensa CPE Julio de 2006 Rostros de Tapa: Juan Carlos Bustriazo Ortiz, Olga Orozco, Edgar Morisoli y Juan Ricardo Nervi

Algunos poemas que rozan la muerte


Yo, Olga Orozco, desde tu corazn digo a todos que muero. Am la soledad, la heroica perduracin de toda fe, el ocio donde crecen animales extraos y plantas fabulosas, la sombra de un gran tiempo que pas entre misterios y entre alucinaciones, y tambin el pequeo temblor de las bujas en el anochecer. Mi historia est en mis manos y en las manos con que otros las tatuaron. De mi estada quedan las magias y los ritos, unas fechas gastadas por el soplo de un despiadado amor, la humareda distante de la casa donde nunca estuvimos, y unos gestos dispersos entre los gestos de otros que no me conocieron. Lo dems an se cumple en el olvido, an labra la desdicha en el rostro de aquella que se buscaba en m igual que en un espejo de sonrientes praderas, y a la que tu vers extraamente ajena: mi propia aparecida condenada a mi forma de este mundo. Ella hubiera querido guardarme en el desdn o en el orgullo, en un ltimo instante fulmneo como el rayo, no en el tmulo incierto donde alzo todava la voz ronca y llorada entre los remolinos de tu corazn. No. Esta muerte no tiene descanso ni grandeza. No puedo estar mirndola por primera vez durante tanto tiempo. Pero debo seguir muriendo hasta tu muerte porque soy tu testigo ante una ley ms honda y ms oscura que los cambiantes sueos, all, donde escribimos la sentencia: "Ellos han muerto ya. Se haban elegido por castigo y perdn, por cielo y por infierno. Son ahora una mancha de humedad en las paredes del primer aposento". Olga Orozco

Versin del opresor


Dimas a un lado, el Mal Ladrn al otro y al centro el Nazareno escarnecido, lanceado en el ijar. En la desnuda y ominosa colina, ya los tres agonizan. A sus pies, los soldados -por avidez, por tedio, por costumbre, para dar fe de un verso del Salmista o porque as los pinte, quince siglos ms tarde, un griego de Toledo-, se disputan el msero botn: echan a suerte de los dados la tnica del Justo. Y el cronista romano, en el Palacio, al resear los hechos de esa extraa jornada, escribe escuetamente: Hoy, nada digno de mencin. Tres judos ajusticiados, y otros sucesos de rutina.
Edgar Morisoli Ilustracin: Raquel Pumilla

Bairoletto
Suele cruzar como un espectro. La noche se detiene en las calles del pueblo, para escuchar los cascos pausados, simtricos. "Es Juan...!", dir en su lecho don Guido Vottero. Y tal vez salga, desvelado, escrutando las sombras, llamndolo. Pero no hay nadie. Solamente esos trancos que se hunden en el oscuro: uno, dos, tres, cuatro... Acaso algn relincho, lejano. Pero es l quin lo duda! "anda por hi" buscando, prfugo de su angustia, cansado de huir, de tanto huir con su esqueleto enancado. Tiene en la calavera el orificio de su espanto: el que puso una tarde entre las cejas del turco, un polica bravo. Recuerda que en su huda a caballo un nio remontaba un barrilete, y el cielo era un baldo con olor a pasto. "...Y mi niez, cmo era? Cmo era yo, mam...? Nunca lo supe. Uno, dos, tres, cuatro... Los cascos del lunanco percuten en la calle por donde huy esa vez, con su asco. Por qu tan solo, siempre? Y por qu este rencor? Fui bueno? Malo?" All viva Amieva, ac, Alejandro Campos, en la esquina, Cometta, su testigo de cargo...! Volv cuando te fuiste; me estaban esperando, mam, pero estuve a tu lado vestido de llorona llorando. Desde entonces, ya no; no llor nunca: beb mi llanto. Ahora vuelvo por t, por aquel nio que llor en tu regazo. Vuelvo en pos de la lgrima perdida, pero es en vano..." Suele volver, montado como cuando se fue. Uno, dos, tres, cuatro: se quiebra en la distancia su paso. Habr quien se santige -Cruz Diablo!porque es Juan quin lo duda! y "anda por hi", buscando...

Juan Ricardo Nervi

Era la luz tu nombre


Era la luz tu nombre, vislumbrado entre sueos en los stanos crueles de toda dictadura. Nuestras ansias se hicieron dedos de suave yema y en caricias muy tenues recorrimos tu espalda, la dulce curvatura de tus muslos de acero. Era la luz tu nombre, libertad libertaria, perseguida inasible vimos tu cabellera como una llamarada que se escapa en la noche. En los stanos crueles de toda dictadura era la luz tu nombre y tu alada figura se alz como en un sueo y nos llev consigo, alto, alto y profundo, nos arranc la crcel, el miedo, la tortura, nos llovi luz an cuando un agujero negro nos tragaba la vida. Y sedientos buscamos tu boca de milagro, tu verdad inviolable besando entre sollozos. En la muerte te amamos, libertad libertaria, y de vos renacimos luminosos y eternos.

gueda Franco

Ilustracin: Ay, Patria ma, de Ral Ponce http://www.arteraulponce.com.ar

Vamos a hablar de amor


Oste alguna vez la lluvia sobre el techo? Aclaremos. Hablo de chapas orinadas de tiempo y de miseria; de cocinas donde el humo negro tiene origen de aceite y horas muertas; hablo de ropas en que el olor a hilachas descansa en rotos sueos. Vale decir: esto no es Maribel, ni Confidencias, esta es la perra, puta vida de la que a cada cual le toca un poco. Entonces, ya que estamos en esto, vuelvo a decirte, para explicar un poco este destino que, quieras o no quieras, padecemos: Oste alguna vez la lluvia sobre el techo? Yo recuerdo. Recuerdo: entre la lluvia, mi madre, esa madre de almidn y recuerdo que alguna vez todos tuvimos, levantando la singer hasta el techo, arriba de una mesa, para mejor usar la lamparita que desolada, y hmeda y tristsima, apenas alumbraba su miseria; y recuerdo a mi padre, tristemente borracho, milenario de angustias, doctorado de trampas, de puro zonzo, nada ms; hasta que un da se le cruz la muerte que convirti en descanso su feroz, permanente agona de pobre tipo armado a la medida. Oste alguna vez la lluvia sobre el techo? No me permitan preguntar en vano: Oste? La oste alguna vez? Recuerdo Chile. Todava estaba sin relmpago. En alquilado, sucio rincn de ese pas heroico, inanimado, terrible, solitario en su extensin sin nombre, o la lluvia, la interminable lluvia, que a veces triza sus furiosas aureolas con un terror mayor que el terremoto, y los rotos, los hermanos de suerte de nuestro cabecita durmiendo en los umbrales, rompindose las gotas sobre las ajadsimas pginas de El Mercurio, en las que a diario se contaban las victorias que lograban los secuaces de Braden. Oste alguna vez la lluvia sobre el techo? Alguna vez estuve en Ro Negro (vos sabs que siempre marcho al sur); sera Navidad? Era una fiesta. Doscientos o trescientos: mil tal vez no supe cuntos, fue la ltima lluvia que oyeron sobre el techo (por lo menos su techo): vino el agua, furiosa y avenida y se qued con todo. Yo estaba en el hotel para ms datos, el Gran Hotel, de Nielssen y Vassallo: no sent nada. Arriba de mi pieza haba cinco pisos de estpidos y gordos, alegres satisfechos. Y se acaba la historia Oste alguna vez la lluvia sobre el techo? Ahora, otra vez, est lloviendo.

Norberto F. Righi

Estas penas
Afuera la lluvia inaugura la fiesta de los grillos y el loco carnaval de las chicharras. Afuera el agua es agua y corazn adentro es una lgrima. (andan rondndome las penas unos ojos alegres como alas) Afuera sigue el canto de los grillos y la lluvia marcando el tono a las chicharras (adentro el corazn consume el fuego que titila en el fondo de una lgrima) Andan rondndome las penas andan las penas andan creo que buscan el perfil donde el silencio hace callar la sangre. (afuera el agua es agua y corazn adentro es una lgrima) Andan rondndome las penas las calladas muertes y el espanto (adentro el corazn quema las venas y la lluvia afuera huele a canto) Andan las penas andan recordndome nombres y proclamas (afuera los grillos y la lluvia y la monotona de las chicharras) Andan, las penas andan y no podr el olvido traicionarlas.

Armando Lagarejo

Arlequn au cafe Pablo Picasso

La casa
"...Te busco y ya no ests...* No, ya no ests. La casa te quera cuando abras el cielo en la ventana, y apurabas el sol de la maana en los bostezos de la celosa. No, ya no ests. La casa te senta cuando arda la siesta en la solana, y en aquel reino ungas, soberana, los geranios en flor del medioda. No, ya no ests. La casa presenta esta que ahora es su melancola, este rumor de pasos desvelados. Hoy est sola con su llave adentro, y yo te busco pero no te encuentro en ese pasillo oscuro, en esos lados donde fuimos felices todava... No, ya no ests. La casa est vaca, y en ella nuestros sueos, sepultados. (de Sonetangos estrambticos) *Qu falta que me hacs M. Cal, A. Pontier y P. Silva

Juan Ricardo Nervi

Vuelo de adis
Largas colas de jvenes en las embajadas...

Slo la brisa y yo absorbindola. El movimiento verde y voluptuoso del nacimiento de la primavera. Slo la brisa convertida en pincel, con una carcajada ha tomado el dorado del desganado sol que se pone. Y en un giro final, remarc las alas de los pjaros que felices lucieron sus galas, plcidamente, mientras con ojos sagaces detectaban el hueco protector y clido para pasar la noche.

Muruma Lucero

Hoy. Ya no hay brisa. Un viento devastador impide el vuelo y a aquellos que se animan, los arrastra, les quita la tierra. Cansados e impotentes de proteger a sus pichones los dejan librados a su suerte. Es intil que toquen las campanas, sigue seco y raspante el vuelo colectivo ensordecedor en ronda negra y trgica con graznidos de adis. Destroza el corazn de los antiguos pjaros que quedan aqu, con sus ojos vacos, viejas las plumas, insistiendo en empollar huevos abandonados, fros, en esta envejecida patria.

El ltimo caldn del da


En la lerda quietud de la espesura, murindose apenas de remanso, aumentaba el sol sus tristes ganas de apagarse atardeciendo entre las hojas (...iba cayendo el ltimo caldn del da...) Se callaron los gemidos de los troncos entre las curvas pulidas del acero. Y con el dolor de las races apoyadas sobre la piel rota de sus yemas, cay el ltimo caldn del da... Con su resto de tallo mutilado como un cuerpo sin sostn, sin equilibrio, cay el ltimo caldn del da... Con su verde cabeza despeinada zambullndose en la tierra olor a pasto, cay el ltimo caldn del da... Los sordos pasos en la huella se acostaban avanzando por detrs de las espaldas... y en el regreso del hombre, ros de sombra, regresaban las muertes de la hachada...

Teresa Prez

oy apoy un comps en mi provincia.

En geomtrico abrazo fui rodeando el mapa triangular de la esperanza. Al levantar la mano qued un punto: armona total, equidistancias un llamado a las fuentes porque es tiempo de volver a la esencia de la patria.

En la curva sur dej un espacio una tranquera abierta sealando esos futuros blancos de mi Antrtica. No ves arriba un crculo de buitres? No ves acaso el sur que se desmaya?

Te dejo el punto aquel de referencia, es el futuro ncleo, una llamada. No hace falta decir que est en La Pampa.

Geometras
Marcelino Catrn

Los de siempre

Somos los que una tarde convocamos al viento, cuando todos los rboles se haban quedado mudos y la sombra sufra rutinas tan cansadas que no vala la pena ni atreverse a la siesta. Por eso sacudimos las hojas hasta el lmite de que sobrevivieran tan slo las valientes, las que no se acostumbran a vestirse de sepia, ni a tapizar memorias; ni a jugar al incendio. Somos los que venimos desde hace tanto tiempo arreando el eslabn que falta en la cadena, buscando la ceniza que delata los fuegos detrs de los tapiales, alzando las banderas. Y vamos a dar trabajo an. No se sorprendan si una maana de stas alguien dice: los de siempre volvieron a la carga por amor, por justicia, por la flor que les qued en las manos al no encontrar sepulcro donde anclarla. Ser Germn Abdala? Ser Monseor Jaime? Frantz Fanon con sus desterrados? 0 ser Andrs Quispe que no volvi de Ezeiza con su bufanda colorada? Vamos a dar trabajo an. Y para ser ms claros: no nos tengan ni un metro de paciencia. Esprennos con leguas de confianza.

Pablo Damin Femndez


Foto: Sebastio Salgado, Brasil 1996

Julio

on paseriformes, los tordos. Es decir que pertenecen al orden de las aves que pueden posarse. Lo hacen en la temporada invernal en los pinos de la plaza central y en el desvencijado omb que resiste, estoico, las depredaciones y el paso del tiempo. Se apoyan en las ramas, con sus tres dedos orientados hacia delante y el restante formando una pinza por detrs. De esta manera resisten la sudestada y el ingreso de sus congneres que, por miles, se arremolinan cuando cae la tarde pugnando por la obtencin de un lugar protegido en la fronda. Hasta que se posan, ejecutan una coreografa maravillosa conformando una nube oscura y ruidosa que alegra el crepsculo y los corazones. La formacin, que sobrevuela la plaza y las manzanas aledaas, suele crisparse cuando las ocho campanas de la catedral desarmonizan el ritual y los espanta. Deben ser tenaces, porque regresan y se acomodan pese a que los badajos volvern a repicar luego, una y otra vez, sin poder vencerlos. Julio Colombato sola contemplarlos con mirada extasiada mientras su caf se enfriaba en la mesa de la confitera cuyos ventanales ofrecen una visin privilegiada de la ceremonia de los pjaros. Hubo una vez que un aprendiz de Bartebly orden colocar petardos para ahuyentarlos. Pese a meticulosas pesquisas, producto de proclamas sin destino, ni Julio ni sus amigos lograron develar el nombre del represor. Pasaron los meses. No se pudo establecer si fue la puesta en prctica de algn exorcismo pagano, las sordas imprecaciones de los que se deleitaban con su presencia o simple resignacin punitiva, lo cierto es que las agresiones cesaron y tras un prudente alejamiento, los tordos regresaron a los pinos y al omb.

Esta victoria fue celebrada en julio cuando la temporada indic nuevamente sus presencias. Siempre fue una fiesta contemplarlos, estridentes, festivos, relucientes, en la ruidosa eleccin de sus aposentos. Acaso algunos otros funcionarios, de los que detectan el espectro de Gramsci cada vez que alguna ocurrencia renovadora asoma en el horizonte citadino, habrn sido felices al conocer que hay quienes repudian a los tordos por razones ideolgicas: son los que vociferan que estas aves tienen el hbito imperialista de empollar en nido ajeno. Esta observacin ideologista de la fauna hubiera despertado una carcajada divertida en Julio. Julio, ay, que cada tanto ofreca algn comentario sobre los infantilismos en tanto recomendaba una pausa hednica (apreciar, por ejemplo, las ltimas reverberaciones del sol sobre las alas oscuras, desplegadas) para predisponer al espritu en la perspectiva de los grandes combates. En aquellas tardes aprendimos de l que una chispa puede incendiar la pradera, que hay una diferencia entre ver y mirar, que las ideas son esclavas de sus consecuencias. Ofreca sus lecciones revolviendo estrilmente su pocillo mientras las ramas de la plaza se iban poblando de murmullos. El maestro, que ech a volar una tarde como sta. Quizs habite una metfora en la persistencia de los tordos. Cmo saberlo. Lo cierto es que cada vez que asoma el invierno, que este mes despliega sus glidos ropajes, no podemos evitar la evocacin del hombre que se hizo mutis para esta poca del ao dejndonos solos. Solos con nuestros pensamientos. Solos, sin saber cmo diablos expresar tanta congoja.

Juan Carlos Pumilla

Un fueguito
Visto desde el satlite, un fueguito que apenas si registra la imagen. Esa lnea? -La ruta 22. Plaza Huincul, Cutral Co, Ramn Castro... Voy a la resistencia, sola decir Jos Daro Mardnez, sesenta y ocho aos, petrolero cesante. El viento en la meseta tiene fauces de escarcha, silbo de ventisquero. Castiga las jarillas y pule sin descanso esa ptina oscura que brue el cantizal. Voy a la resistencia. Frente a qu, frente a quines resista? -Se invoca la desesperacin, y yo prefiero hablar de dignidad. Desde la altura de Barda Negra llegan los jotes, ala inmvil en el aire glacial. Jos Daro Mardnez -sesenta y ocho aos, petrolero cesante-, tras cuatro das en la barricada cay sobre el asfalto, al estallar su corazn. Tullido el cuerpo, cuadripljico, slo sus ojos viven y miran. Preguntando. Clamando. Resistiendo. En Amrica, al Sur, apenas un fueguito, visto desde el satlite.

Edgar Morisoli
Poema extrado de La leccin de la diuca (fondo: foto de Gabriel Rojo, de la portada del libro)

Soneto
Inquieta y perseguida por la estrella y por el hambre atroz de la memoria, he dejado en los mrgenes mi huella, muy poco an para tener historia. Soy la desconocida, soy aqulla que ha elegido una intil trayectoria: uncida al desamor, seguir la noria de las mujeres y morir en ella. Gira el tiempo y compruebo mientras ando alguna circunstancia repetida: es el Orden, inmvil, acechando. Hasta que de lo eterno se divida mi propio tiempo, nadie sabe cuando, como para salvarme de la vida.

Teresa Girbal

Sabiecito-del-sur
a Mariano Moreno
Ocltate en tu tumba de peces y de algas, Sabiecito-del-Sur, que las estrellas del mar muerden el cielo oscuro del ocano mientras la Patria vela sus armas todava. No te rindas, coral, espuma, arena que vas y vuelves, cacharro enmohecido tu corazn de acero . Guardias celestes del Regimiento "Estrella" custodian el tesoro de tus sueos. Sabiecito-del-Sur, no est perdido Castelli entre la sangre, en altipampas del olvido, esperando tu parte de combate, las rdenes del da. El hambre desmaya a tu espada mayor despus de Vilcapugio, Resiste su fina porcelana porque suea Tucumn y la victoria. Los Chisperos funden las antiguas cadenas fabrican puales y arcabuces, liberan las palomas del brazo de los primognitos de Amrica. Saavedra teme porque sabes caminos de regreso y no te han hallado entre las olas y sospechan de tormentas y huracanes y creen verte mezclado en la resaca de la playa, con palabras de fuego, con furias y utopas. Sabiecito-del-Sur es tiempo clandestino, escarmentar tiranos, golpear al coloniaje, marchar con los esclavos a romper de un puetazo las constelaciones para salpicar de estrellas las sombras que entristecen la desolacin Amrica, sus hijos y sus sueos. Moreno de Mayo, la Revolucin se beber toda el agua del mar si es necesario para alzarte de tu lecho de coral y arena, y devolverte las armas y pedirte que marchemos juntos otra vez, libertad o muerte, amor, Amrica, Sabiecito-del-Sur, utopa sin tregua de la Patria.

Daniel Bilbao

Mariano Moreno. Retrato de Juan de Dios Rivera

Yo quera cantar. Tena una calandria en la garganta; mi corazn era el de un pjaro, y mi voz en la sangre se poblaba de trinos. Yo quera volar. Mi pecho era la quilla de una garza, y con plumas doradas en las manos, meda con los ojos el espacio, mi otro cielo. Yo quera soar. Busqu en el Sueo prodigiosas alas, la fugitiva luz del arco iris para inventar espectros desvelados en mi oscura galaxia. Yo quera cantar. Volar. Soar. Hartarme de Infinito, para ser libre de distinto modo. Pero el necio animal que me subyace, se empecin en ser hombre.

Cuita del ermitao

Juan Ricardo Nervi

Cancin al canto de mi tierra


Para poder soar (que es lo que cuenta) no hay otra solucin que andar viviendo a veces inventando la esperanza a veces engandolo al silencio. Cmo ser la vida sin un sueo... tal vez como los sueos sin un canto. As como a la flor hay que regarla la libertad se canta y se pelea se la sigue cantando hasta alcanzarla y se vuelve a cantar porque no muera el canto que soaba Vctor Jara es el sueo que canta nuestra Amrica. Porque la libertad no es slo un lema un hermoso motivo para el canto es el incendio azul donde se queman el odio, la miseria y el espanto y no ha de haber cantor que no lo asuma o no ha de haber traicin que duela tanto. No preciso buscar en otro cielo ni la luz ni la sombra de este canto puedo alcanzar el sol desde mi techo o hundirme en el dolor desde mi patio para volar al cielo de mi tierra no preciso las alas de otro pjaro. Porque la libertad no es solo un lema un hermoso motivo para el canto es el incendio azul donde se queman el odio, la miseria y el espanto y no ha de haber cantor que no lo asuma o no ha de haber traicin que duela tanto.

Roberto Yacomuzzi

Cada pueblo era casi un calco de los otros: a la vera de trenes recin amanecidos, dispersos, cabizbajos, los ranchitos de adobe eran matas oscuras sobrepasando apenas a las del pasto puna o el grisceo olivillo. Las casas de ese tiempo tenan corredores, las piezas en hilera, cocinas en martillo, postigos custodiando las frgiles ventanas y rsticos encajes de macram en los vidrios. El fogn calentaba la pava ennegrecida. El mate, omnipresente, siempre engaaba al fro. Empecinado, el humo se instalaba en los ojos, pona en las paredes sus fnebres matices y estrellaba sus furias en los techos de chapas que lloraban hollines. En los patios, el pozo era un tnel sombro con roldanas chirriantes, una soga dejando escozor en las manos y al final la frescura fugndose del balde. Cada pueblo era copia casi exacta de otro: custodiando la plaza, una comisara, la escuela y el correo, la iglesia, el municipio. Alrededor, las calles de tierra apisonada, ms all alternan surcos de tierra y de gramilla donde el viento enloquece con cada remolino. Y los hombres volviendo de cosechas escasas con las manos gastadas, con los ojos perdidos. Y los hombres buscando el cmplice boliche para olvidar pesares en el vaso de vino.

Los pueblos
Luca Castelli

Corralera del Atuel


La Pampa tena un ro, yo no s si lo tendr, lo habr tapado la arena, Santa Isabel, ms all. La Pampa tena ovejas, yo no s si las tendr, que lo digan los puesteros por el lado de Limay. Lo conoc a don Juan Crdoba; vaya con la novedad! los potreros daban gusto, las comparsas a esquilar. Le crece solo al pampeano su sed por el arenal, y en los charquitos que dejan mojan la copla al pasar. La Pampa tena ros, yo no s si los tendr la cosa est conversada y yo la quiero cantar.

Julio Domnguez el Bardino

El adis

Mi paisaje de piedra del pago puelche! Ya me voy y no quiero cantarte olvidos. Tus calientes y rojas piedras sin tiempo han dejado salobres los ojos mos. Tajamares del sueo, siestas de arrope! El Salado los lleva corriente abajo como sangre de jume o aire de chilca, como un hondo y callado llanto de cuarzo. Voy sintiendo que me anda mordiendo adentro una espina salada y un gusto amargo: ha de ser que me quiere marcar ausencias el espritu bravo del alpataco. Yo me llevo las tardes de la cantera, y el aroma embrujado de las jarillas cuando andaba la bruma tejiendo un cielo por la sal lagunera, Salado arriba. Yo me llevo el roco, el sol, la niebla, con las lunas quemadas de los recuerdos, y aquel trino escondido como una queja que sala del alba, puro misterio. Y me llevo unos ojos ya tinajeras guardadoras del canto, dulces y negros; como un vino de sueos siempre quemando los beber mil aos, solo y sediento. Yo me llevo todo esto, hondo y sangrando, hasta el da enterrado de mi regreso; si quisiera llevarme todas las cosas, no podra; son tantas como los tiempos... Aqu supe que el cobre, cuando lo arrancan, se hace verde si el aire lo va tocando. Viento puelche, yo hice coplas de cobre...; cuando soples no olvides que aqu quedaron.

Juan Carlos Bustriazo Ortiz


Ilustracin del artista plstico Martn Vies

Carta del Cacique Mariano Rosas al Padre Marcos Donati

Lebuc, setiembre 16 de 1874 Al Sr. Reverendo Padre Marcos Donati. Mi respetado Sr. de mi mayor aprecio y respeto. Recib su apreciada nota del 1 del que rige, en la cual me impone de las propuestas que se me hace, que yo salga a guarnecer las fronteras y formar nuestras familias a la par de los cristianos y que entonces se nos aumentaran las raciones y que me daran vacas y ovejas y nos sealaran campos donde situarnos; digo a Ud. que es imposible aceptar tales proposiciones. Mi padre, tengo a la vista los sucesos anteriores. Siempre los tengo en mi cabeza, los cuales se los har saber por extenso: por primera vez hubo un gran traicin en el lugar denominado laguna del guanaco, donde result una mortandad terrible luego de haber un quebrantamiento de paces, de haber puesto una cruz y jurar por ella que no faltaran a las proposiciones por ambas partes aceptadas. Por este tenor siguieron estos sucesos: segunda vez, en el lechuzo, tercera en el Sauce, cuarta en las inmediaciones de Nangueloo, y por este tenor en Luan Lauquen, en la laguna del recau, dos veces en Licanch, en Tuai, en anguil, en prenanc; Vea Ud., todos los antecedentes que tengo para no entregarme ciegamente. Yo trabajar sin descanso a fin de conservar la paz, pero salir a la cristiandad me es imposible, porque todo hombre, Padre, todo hombre ama el suelo donde nace. Sin otro motivo lo saluda con atencin y respeto.

Texto extrado del libro Pampas del Sud, de la Asociacin Pampeana de Escritores y la Subsecretara de Cultura de La Pampa Foto: Toldo ranquelino. Del libro Los rostros de la tierra, de Jos Carlos Depetris y Pedro Eugenio Vigne

Mariano Rosas

Esta es mi tierra y su latir el mo. Del rudo pastizal soy un retoo. Aqu aprend a nacer con el esto; y aqu quiero morir, con el otoo. Llanuras, montes, leguas, luz de auroras templaron mi alma de juglar pampeano. Sedientos de amistad acogedora, hallaron tibio el hueco de mi mano. La tierra del caldn, airosa y brava, sangra india de nclito linaje, de mi andariega vida hizo su esclava. Y qued aqu, cautiva del paisaje, en el recodo donde el tiempo enclava el hoy radiante y el ayer salvaje.

La tierra del caldn


Arturo Alberto Cestino

Tiempo
Raudamente se van, como en el viento, veloces en su andar, siempre de prisa, las horas juveniles de la risa y tan solo nos duran un momento. Y el dolor, con el llanto y el lamento, en su triste comps, se vuelve, gira, se aferra al corazn, gime, suspira, aminora su ritmo, marcha lento. Mientras tanto, rodando en el abismo, el tiempo universal es siempre el mismo, - y es el mismo en los clices de arena-

igual para la estrella y la serena eterna inmensidad de luces plena. El tiempo universal es siempre el mismo.

Victorina Carlassare

JOS LUIS MACAGGI


del libro "Tiempo de Sosiegos. Memorias con Arenas".

ay un color en mis recuerdos. Es un azul que encontr al levantar mis ojos de un libro. Estaba en la blusa que vesta el hombre menudo y sonriente que me pregunt qu obra lea. Mi memoria no guard el ttulo ni el autor del libro. Pero nunca olvid ese azul. Antn se llamaba el hombre. Y sus pantalones tenan el mismo color de la blusa. Durante muchos aos me busc y me hall ese uniforme de obrero, siempre sosteniendo aquella sonrisa. Se llamaba Antn y era en mi pueblo el anarquista. Tartamudeaba incesantemente un latiguillo de zetas hispnicas. "Eztez, mi querido amigo", deca. Le gustaba hablar de cuestiones sociales y con injusticia se acusaba de ignorante. De ms est decir que Antn se haba ganado toda mi simpata. Era evidente que no lo impulsaba el proselitismo. Tampoco la vanidad de mostrar lo que saba. Lo atoraba, s, como un embarazo sbito alguna verdad recin descubierta en algn texto, y se desesperaba por compartirla, tal vez para sentirla ms prxima y practicable. Exhumo su memoria conmovido todava. Y evoco su voz, recargada con el sonsonete de "eztez" en la oratoria que todos los 1 de mayo gastaba desde la tribunita que l mismo haba transportado hasta la esquina ms cntrica del pueblo. Su traje azul para los das feriados, blusa y pantaln opacados por una limpieza implacable, destellaban en esos atardeceres como un pedestal imponente para su retrica libertaria: "Los inolvidables mrtires de Chicago, la jornada que no es de luto ni de fiesta, sino de afirmacin, eztez, y de protesta". Los sbados llegaba hasta el bar a tomar su nico vino de la tarde. Y miraba a los dems consumir sus copas y barajas, como un santo que hubiera descendido a ver las cosas que suelen hacer los hombres en la tierra. Cuando muri, en su modesta casa slo se hallaron libros resobados, mucha limpieza y pocos muebles. Y prolijamente arropada en papel alquitranado, enterrada, una mquina de imprimir Minerva, junto al clis cabezal del peridico "La Antorcha", que ahora un amigo guarda como una reliquia.

13

Atuel, baado donde nace nuestra pena: lgrima seca del oeste agonizante. Atuel: pasas cargado de oro entre la fronda. Oigo tu voz: -Por qu? Por qu? Oigo tu llanto de prisionero, de rumbo marinero detenido. Ya no mezclas tus aguas en espumas libres sobre el lejano Atlntico. Te cortaron las alas. Y ahora lloras con tu canto de riqueza. Lloras... Gimes... Atuel... Porque tu ayer, ese que Dios te regal en el Gnesis te acusa con su mirada muerta, con su esqueleto tendido en el desierto. Das ms pan. Quitas todo el pan. Dos hermanos tienen hambre. Dos hermanos tienen sed. Le niegas al ms sediento, al ms hambriento, al de los brazos ms cortos, la voz ms dbil... y le dejas morir.

Llora ro generoso. Llora esclavo del hombre pequeo. Tu dolor es cierto. Tu dolor es nuestro. Por eso mi lgrima quisiera ser ocano para consolar tu vida mutilada. Llora prisionero... All en la costa atlntica las gaviotas preguntan por ti y el Colorado, que ya sufre el dolor de la pelea les cuenta de tu pena: - Te han robado La Pampa a partir del Nihuil... !!! - El Chad Leuv es una roja herida partir del Nihuil... !!! Las gaviotas escuchan. De pronto, tu gemido rebota de desierto en desierto, de soledad en soledad, de hambre en hambre y el viento compasivo lo acerca hasta la playa. Llora Atuel... rumbo marinero detenido. Baado donde nace nuestra pena.

(Mendoza, febrero de 1971) Atuel: Lamentaciones. (Segn Ciro Bayo) Donde hay quejidos (Segn Olascoaga) Ro de las lamentaciones (Segn Guaycochea)

Hilda 0. Correa Lpez de Carrizo


De la obra "Con un Nio en el Alma

Por aqu no pasaron los dioses con su carruaje de fuego y de infamia. Fue necesario el aliento largo del hombre para que se llamara Pampa. Slo bast un ciervo de barro quemado, prisionero del monte en calandrias infinitas. Un caldn de hurao cobre en las treguas silbadoras del viento interminable. Fue necesario un relmpago, alguna pena, una raz, una impaciencia, la lgrima vegetal del cardo, el hueso intransferible, la tacuara incierta, el ala tarda de la nube violenta. Un cielo incontable porque fue Todo el cielo sobre la llanura mansa como una mujer de manos nuevas. Porque aqu no pasaron los dioses, el Hombre se les haba adelantado. Y slo bast el hombre para que se llamara Pampa.

Diana Irene Blanco de su libro Prdiga

Como perro centinela siempre debajo la almohada. Vela su sueo intranquilo desvelando la venganza. En el filo y su coraje deposita la esperanza. Es cosa seria el honor, de defenderlo se trata. Iba pisando su sombra al tranco su malacara. Una perdiz se hizo silbo cruzando la huella parda. La luna se iba con l de sus espuelas colgadas. Lentos grillos de la noche con su cancin ondulada. Entra sin prisa al boliche santuario de tanta hazaa. Los perros de la ginebra muerden los flecos del alba.

Hay un retumbo en sus venas de potros de disparada. Enciende estrellas la noche con estrellas despiadadas. Para entender el mensaje slo basta una mirada. Tres violentas amapolas florecen apresuradas. Corre la sangre y los hombres no saben cmo pararla. En una danza macabra nerviosas vboras bailan El fino cabo de plata guarda un estigma en su vaina. Y en noches de luna llena acuchilla madrugadas.

Jos Martn Figueras


Cuchillo obtuvo el 2 Premio en el Certamen Literario de la 50 Fiesta Provincial del Trigo de Eduardo Castex 2004.

Lluvia
Lo que tardaste, lluvia de verano, debes pagarlo en oro de lagunas, porque la espera fue por muchas lunas, y tanta certidumbre, y siempre en vano. Y siempre el hueco intil de la mano, y el rido miraje, y esas brunas lejanas, latiendo sobre unas protestas repetidas por el llano. Pero llegaste al fin, que ya saluda como un amanecer tu voz desnuda. Y eres aquel amante que regresa, y la tierra es el seno consentido que apaga su reclamo con olvido mientras el tacto lquido lo besa.

Miguel Iribarne

Miguel Iribarne naci en Intendente Alvear en 1912. Vivi en Buenos Aires, donde falleci en 1981.

Tengo una lnea parda que me atraviesa el vientre. Es como un smbolo. Luce color de tierra recin humedecida y geografa de surco. Me recuerda que llevo un agua palpitante a travs de mis venas capaz de darse en brotes y me relata a veces, del pjaro que fuera antes de transformarme en esta tea humana de arterias cantarinas. Ahora, la luna es una olla donde hierven mis sueos y las estrellas huecos, depsito discreto de mis ansias. Voy a decirle al Hombre que es intil transitar por la vida desunidos ya que la meta es una: tierra frtil. Me crecern dos molles en los ojos y verbenas, margaritas del campo o espinosos renuevos, me araarn la boca cuando muera. Me cabe la llanura en una mano y toda la humanidad en un msculo recio que escondo bajo el pecho. No en vano tengo, una seal terrquea sobre el cuerpo.

Ana Mara Lasalle


Del libro "La Pampa y yo

Esta publicacin es posible gracias a la colaboracin de muchas personas que mes a mes aportan ideas y trabajo para la consolidacin de una importante herramienta de comunicacin y difusin de la cultura regional, como es la revista institucional de la CPE Nuevo 1 de Octubre. Destacamos y agradecemos tambin el aporte solidario de:

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