Kusch y Descartes
Kusch y Descartes
Kusch y Descartes
AMÉRICA PROFUNDA
josé pablo feinmann
RENÉ DESCARTES
Filosofía Aquí y Ahora (Primera Temporada)
Descartes (primera lección)
El siguiente texto, es una transcripción literal de lo expuesto oralmente por José Pablo
Feinmann en su programa de T.V "Filosofía aquí y ahora".
Habíamos dicho en el programa anterior que la Filosofía tiene como surgimiento la
condición finita del hombre. Que en realidad, si el hombre no fuera un ser finito..., es decir,
"un ser finito" es una frase un poco, demasiado exquisita para decir que estira la pata,
digámoslo más concreto: Se muere. El hombre se muere. Y es porque se muere que
reflexiona, filosofa, hace todas las cosas que hace sobre este mundo.
Si en lugar de hombres fuéramos dioses no nos
preocuparía las cosas que preocupan a la filosofía,
porque los dioses no hacen filosofía, los dioses son
dioses.. y bueno... o retozan en el Olimpo o les dictan
las tablas de la ley a Moisés, bueno... o hacen cosas
que ninguna de las cuales implica morirse...Pero el
hombre sí. El hombre es un ser finito, y lo interesante
de esto, para avanzar porque esto ya lo dijimos, es:
¿Qué pasaría si fuéramos inmortales?¿Qué pasaría si
no nos muriéramos?
Hay un cuento, excelente de Borges (porque no
todos los cuentos de Borges son buenos, pero este
es bueno, bueno en serio) que se llama "El inmortal".
"El inmortal" trata justamente de la historia de
alguien que no va a morir jamás y se encuentra con
Homero una vez, Homero que es inmortal. Entonces
narra y dice: "Homero y yo nos separamos en las
puertas del Tánger; creo que no nos dijimos adiós"...
Bueno... porque dos inmortales no se pueden decir
adiós. Dos inmortales, inevitablemente, en el largo
de su inacabable vida, se van a volver a encontrar en
algún momento. Nosotros decimos adiós, hasta
luego, hasta pronto, que te vaya bien en ese viaje,
ojalá vuelvas pronto... porque sabemos que cada partida puede tener un no retorno, puede no
tener un retorno. Dos inmortales que se separan saben que en algún momento de sus vidas
se van a volver a encontrar.
O sea, ¿Qué sacamos de ésto? Que el hombre es un ser patético, patético porque vive
una situación patética: la de saber su finitud. Pero a la vez, es un ser precioso porque cada
uno de los instantes de su vida vale infinitamente. El instante de la vida de un inmortal no
vale nada porque ese instante va a ser repetido hasta la náusea, va a ser repetido hasta el
infinito, en cambio, cada uno de los instantes de nuestra vida es único, es único porque es un
camino hacia la muerte, es verdad, pero es también nuestra vida actual presente en la que
estamos viviendo ahora, entonces, eso es lo que nos hace preciosos, preciosos, cada
momento de nuestra vida es precioso. Eso es, digamos, lo que Borges básicamente plantea
en ese cuento "El inmortal", y lo plantea muy bien y por supuesto con muy buena prosa
porque Borges escribía muy bien.
Ahora, el pensamiento filosófico... es deseable que sea autónomo, autónomo. Y no solo
el pensamiento filosófico... el suyo también, el mío también. En general, es conveniente, es
recomendable que nuestro pensamiento sea autónomo, es decir, que sea nuestro, que no
seamos pensados por el sistema (por darle éste nombre, así, en general a la cosa) Digamos,
hay un enorme sistema que nos piensa, que piensa todo por nosotros entonces nos ahorra la
terrible tarea de pensar. A ésto, Heidegger lo llama "vivir en estado de interpretado". Casi
toda la gente de este mundo vive en "estado de interpretado". Les voy a dar un ejemplo de
"estado de interpretado": La "ideología Taxi" (yo tomo muchos taxis, espero que no se enojen
conmigo)... Generalmente uno sube al taxi y el taxista argentino tiene una característica muy
Página17
peculiar, que es que uno sube y él le empieza a hablar (ésto es muy muy argentino) pero le
empieza a hablar de lo que escucha por la radio, entonces a penas dice dos palabras uno ya
sabe que radio escucha. Entonces uno puede decirle: "Mire, no siga hablando porque yo se
que usted me va a decir esto, esto,esto y esto. ¡Ah!, dice el taxista, ¿cómo lo sabía?... Y, lo sé
porque eso es lo que dicen en la radio que usted escucha, entonces usted no está diciendo
sus ideas, está diciendo las ideas de la radio que escucha. Usted no está hablando, está
siendo hablado. Usted no está pensando, está siendo pensado. Usted vive en "estado de
interpretado". Sus ideas no son suyas. Lo que usted dice no le pertenece.
Entonces, ésta cuestión de vivir en "estado de interpretado", Heidegger la va a llamar:
"La existencia inauténtica". La existencia inauténtica es ante todo aquella que es incapaz de
dar cara a la finitud del hombre. La existencia inauténtica es aquella que vive en exterioridad.
Vamos a dar dos, tres elementos de la existencia inauténtica: la avidez de novedades, por
ejemplo, la gente vive devorada por la avidez de novedades, es decir, salta de una cosa a la
otra... Qué hay de nuevo en literatura, qué hay de nuevo en ropa... por eso, digamos, la moda
es un ejemplo total de la avidez de novedades, cambia constantemente, justamente para
posibilitar y promover el consumo. La avidez de novedades. Después está también lo que hay
que leer, lo que hay que ver, etc, etc. Todo esto tiene que ver con la existencia inauténtica. Es
decir, son sujetos sujetados por el poder.
La Filosofía tiene como condición de posibilidad de dejar de lado a Dios, porque la
Filosofía es un sistema de formular preguntas y de posibilitar algunas respuestas. Pero
fundamentalmente, yo diría que la Filosofía es el arte de preguntar. En cambio Dios es el Ser
que da todas las respuestas.
Durante el Medioevo los hombres no hicieron Filosofía porque la verdad les era revelada
por Dios. Al serles revelada por Dios, no buscaban la verdad, bastaba creer en Dios. Bastaba
creer en lo que Dios revelaba a través de los textos evangélicos para tener todas las
respuestas. En realidad una situación bastante cómoda. Es decir, la vida era un páramo de
lágrimas pero alguien había venido a sufrir y había redimido todos nuestros pecados y hay
una promesa, que es la promesa divina, que vamos a llegar al reino de los cielos y ahí
seremos todos eternos y felices. Este relato... este relato, por supuesto, paraliza a los seres
humanos porque todo está resuelto. Todo está resuelto. No hay preguntas que hacer porque
Dios las responde a todas. No hay orden histórico que transformar, porque este decurso
histórico no es el importante, sino el que va a venir después, el del reino de los cielos.
Entonces, durante diez o trece siglos la Historia permaneció detenida. Permaneció
detenida porque no son los hombres los que hacen la historia. Cuando los hombres se
someten a la veracidad divina, al juicio divino, a la promesa divina, no toman la Historia entre
sus manos. El que está haciendo la Historia es Dios. Es tan fuerte la figura de Dios y de sus
representantes terrenos, es decir, la iglesia... que quedan históricamente paralizados. Si a eso
le añadimos el poder terrenal, despiadado, de la inquisición, entonces, efectivamente los
hombres trabajan, son labriegos y toda verdad es una verdad revelada por Dios. Y la duda
que pueda tener cualquier hombre, la tiene que ir a decir en el confesionario. Entonces en el
confesionario surge lo que Michele Foucault llama "El poder pastoral". El poder pastoral es
uno de los poderes más despóticos que se han instalado en la tierra. El poder pastoral es el
poder de los representantes de la iglesia en el confesionario. Es decir, ¿Qué hace alguien
cuando va al confesionario? Le va a decir al cura, del cual, se somete en el confesionario... le
va a decir lo que le pasa: "Padre, he pecado... o padre he hecho ésto o aquello... bla bla bla" Y
el cura lo escucha y domina su subjetividad, la recibe. El otro le entrega su subjetividad al
cura. El cura la recibe. Y le da dos o tres cosas, padrenuestros, etc. Y lo manda afuera.
Entonces, hay un poder pastoral, como dice Foucault, que se realiza a través de la
confesión. Luego, va a decir Foucault, va a venir el poder pastoral del Estado. Va a ser el
Estado Moderno el que a través de las ciencias, las prisiones, los manicomios, el
psicoanálisis... va a representar ese poder pastoral. Ustedes observen lo interesante que dice
Foucault, es que esa confesión que el hombre del medioevo le hacía al cura, es muy similar a
la confesión que el paciente le hace al psicoanalista hoy en día. De modo que, el poder
pastoral en el Estado moderno lo tienen las Instituciónes medicinales, psicoanalíticas, las
cárceles, los manicomios... dónde se agrupa a la gente.
Por otro lado, descubrir América implica, escenifica, la decisión del hombre prometéico
de ir a la conquista de los territorios nuevos. Es una empresa capitalista. Porque Colón va a
América para expropiar América.
Página17
Entonces, la cabeza de Luis XVI cuando cae, no es que sea Descartes quien le tiró la
guillotina y la cabeza rodó... pero sí es el pensamiento de Descartes el que dió origen a ese
proceso histórico que llevó a las turbulentas jornadas de la Revolución Francesa, la toma de la
bastilla y el decapitamiento de Luis XVI.
Es muy interesante ver que el pensamiento de Descartes es subversivo.
En la Argentina esta palabra tiene un triste recuerdo, y en realidad cada vez que la
decimos nos ponemos mal porque recordamos etapas muy muy negras de la Argentina, en las
cuales ni por asomo este programa habría podido ser realizado. Es decir, todos los que
hacemos este programa, en otra etapa de la Argentina, salíamos a la calle y no existíamos
más después, o ya nos estaban esperando...
El pensamiento de Descartes fue subversivo porque cuestiona el orden instaurado de la
teología medioeval, cuestiona el orden de la iglesia y cuestiona el orden de la inquisición. Por
eso, Descartes, que quizás no era demasiado valiente, escribió "El discurso del método" en
Holanda que era un país liberal, donde todavía se podía escribir y pensar... porque en
realidad, un filósofo para pensar tiene que tener una cierta tranquilidad de espíritu. No se
puede pensar y estar esperando que a uno lo vengan a buscar para decapitarlo o tirarlo por
ahí... ese tipo de cosas. El pensamiento exige la libertad del contorno individual. Los
regímenes autoritarios lo primero que hacen es establecer un dogma y prohibir el
pensamiento libre. Eso ocurre tanto en la iglesia medioeval como ocurrió en el régimen
soviético durante el Stalinismo. Se establece un dogma del partido y el que piensa fuera del
dogma del partido es liquidado... Siberia.
Entonces, el pensamiento de Descartes es subversivo porque lo subversivo es lo que
subvierte, es decir, lo que subvierte es que cambia, lleva a que una cosa se transforme en
otra. Y el pensamiento de la burguesía capitalista que expresa Descartes, se expresa en la
realidad a partir de la práxis de los revolucionarios franceses.
Hay cosas notables que influyen en la Historia. Una de las cosas que más decidió el
ímpetu salvaje de la Revolución Francesa fue el pensamiento, por supuesto, de los ilustrados,
el pensamiento de la ilustración, los que escribieron la Enciclopedia: Diderot, D'Alambert,
Rousseau, Voltaire...
Pero hubo una frase, hubo una frase de María Antonieta que llenó de indignación y de
fuerza revolucionaria a toda la población, al menos a las clases que pasaban hambre. Le
preguntaron a esta reina, le dijeron, le informaron que el pueblo tenía hambre. Y
célebremente, célebremente María Antonieta dijo: ¿Por qué tiene hambre el pueblo? Le
dijeron: "Porque no tienen pan". Y ella respondió: "Bueno, que coman pasteles". Y este fue
uno de los motivos que dinamitó la Revolución Francesa. Esa frase resultó intolerable para la
plebe. Y la plebe a partir de esa injuria decide revelarse y la revolución se desata.
Como vemos, a veces basta un elemento de irritación para que una situación encuentre
el desenlace histórico detrás del cual estaba.
O sea, trece siglos de la Edad Media no resuelven nada. Y la subjetividad del hombre
capitalista de la modernidad se arroja en una historicidad desbocada que en poco más de un
siglo produce un hecho trascendental como la Revolución Francesa.
La Revolución Francesa pone al hombre capitalista en la centralidad. Es la burguesía
capitalista la que se adueña del poder.
La monarquía pertenece al pasado.
Una revolución consiste en poner en el centro de la Historia a la clase históricamente
más moderna, más revolucionaria.
Entonces la actitud que va a tener el hombre capitalista es la actitud de hacer la
Historia...
Como vamos a ver, y esto va a volver muy apasionante nuestro curso, el capitalismo va
a generar su antagonista, que va a ser el proletariado. Y eso nos lo va a explicar el cabezón
barbado Marx.
Ahora yo que sé. Me voy... Porque la Filosofía tiene que salir a la calle y ensuciarse un
poco.
siguiente conclusión: "Todo aquello que yo veo que está ahí afuera, es decir, la "Res extensa",
la cosa externa, tiene que existir, porque si no existiera Dios me estaría engañando y yo creo
en la veracidad divina".
Ahora bien, metodológicamente, como vemos, Descartes se ha traicionado porque para
demostrar la existencia exterior de las cosas no se ha remitido a su fundamento primero, el
pensamiento, sino que se ha remitido al viejo fundamento de la teología medieval, a Dios,
entonces estamos de nuevo en la teología medieval. Para demostrar la existencia de la
realidad externa Descartes recurre a Dios.
Recuerdo un chiste muy lindo que se contaba en mis viejos años de estudiante, en la
calle "Viamonte". En la calle "Viamonte" estaba la Facultad de Filosofía, y ese era un ámbito
mítico donde circulaban personajes como: Oscar Masotta, León Rozitchner, Eliseo Verón,
Sebreli…, y a veces yo. Bueno, había un chiste que salía en una revista que era el siguiente:
-Era una broma a la filosofía idealista-
En el primer cuadrito de la historietita, salía un filósofo y había un florero dibujado en el
aire. Y el filósofo decía: -Todo esto es muy sencillo, ese florero está ahí porque yo lo pienso;
como yo pienso ese florero, ese florero está ahí.
Segundo cuadrito: El florero y el filósofo. El filósofo dice: -Si yo dejara de pensar que ese
florero está ahí…
Tercer cuadrito: El florero solo. Y se escucha la voz del filósofo: -Ese florero dejaría de
existir.
Cuando en realidad, el chiste era que el que dejó de existir fue el filósofo.
Este es un chiste típico del materialismo filosófico, es decir, el que propone la primacía
de la materia por sobre la subjetividad.
Nosotros éramos muy jovencitos y estábamos estudiando a Descartes en 1966. En 1966
se da el golpe, cavernícola, del General Juan Carlos Onganía. A Onganía le habían dicho que
en las Facultades residía el monstruo Marxista. Entonces, Onganía decidió extirparlo. Para
extirparlo, bueno, hizo lo de siempre, mandó los camiones de asalto, la policía con los palos…,
(había salido un chiste de Quino, por esa época, que llamaba al palo de policía "El palo de
abollar ideologías") Entonces, la policía entra en las Facultades. Era la primera vez que se
violaba la autonomía universitaria. Entonces la policía de Onganía entra en las Universidades,
y en Ciencias Económicas, Ciencias Sociales…pegan muy duramente y hay profesores que
salen ensangrentados. Bueno, pero nosotros estábamos en Filosofía y la cosa fue más calma.
Pero lo divertido fue que estábamos planteándonos como demostrar la veracidad de la
realidad exterior. Estábamos estudiando a Descartes y nos preguntábamos: ¿Cómo
demostrar, cómo demostrar que la realidad externa realmente existe? En ese momento entró
la policía a la Facultad. Hicieron una doble hilera, y nos hicieron pasar por el medio, y nos
dieron palos de arriba abajo… Y ahí nos dimos cuenta que existía la realidad externa. La
realidad externa existía, nos molía a palos y era fascista.
Aparte de los bastones, de la policía, "de abollar ideologías", la subjetividad como
principio fundante de la Filosofía, como elemento a partir del cual se podía demostrar la
existencia de la realidad externa… El cogito cartesiano, el ego cogito, el pienso luego soy, va
a recibir varios palazos, digamos, a lo largo de la Historia. Pero hay uno sobre todo que,
digamos, en Buenos Aires, es muy conocido, el que proviene de la cualidad neurótica de ésta
ciudad portuaria, llena, precisamente, de neuróticos… Y donde hay muchos neuróticos hay
muchos psicoanalistas; y dónde hay muchos psicoanalistas hay muchos neuróticos, a la vez.
Ahora comienza a haber muchos psicofármacos, quizás todo esto reduzca a los neuróticos y a
los psicoanalistas, y aumente…bue… no importa.
Paso ahora al tema al que quería ir.
El tema al que quiero ir es justamente Freud. Como vemos, aquí, Sigmund Freud…, es un
hombre que dijo una frase muy, muy adecuada, que era: "Un cigarro a veces es un cigarro".
Porque siempre que uno ve un cigarro dice: "Oh, eso es un pene". No, no, no. A veces un
cigarro es un cigarro, aún en Buenos Aires… aún en Buenos Aires.
Bueno. El golpe que el psicoanálisis le da al sujeto cartesiano…, es decir, ¿Cómo le diría
Freud a Descartes? "Mire, este… Renato, realmente hay algo que usted no tuvo en cuenta.
Usted, Renato –preguntaría Freud- ¿Se come las uñas? Sí, diría Descartes. ¿Usted a veces
hace actos que no puede controlar? Uy sí, sí, sí. ¿Usted sueña cosas? Sí, sí, sí. ¿Sueña con su
padre, con su madre? Ah, sí, si. Bueno usted es un neurótico. Hay cosas en su sujeto
transparente, translúcido, punto indubitable de todo conocimiento,… Hay cosas que ese
Página17
sujeto ignora; hay cosas que ese sujeto ignora. Y esas cosas las ignora, porque yo no sé
dónde –va a decir Freud- No sé dónde está esto que es el inconsciente. ¿Qué es es
inconsciente?, diría Descartes: El inconsciente es todo aquello que no pasa por la consciencia.
Que no se entiende desde la consciencia sino que no puede ser ni conocido ni controlado por
la consciencia. O sea, su consciencia, Descartes, no es tan transparente, sino que está
realmente herida o dividida. Ese sujeto está dividido porque hay en él una opacidad. Una
opacidad que nos lleva a hacer actos que no queremos hacer. Nos lleva a tener conductas
repetitivas que no queremos tener. Nos lleva a soñar cosas que nos revelan o nos ocultan
otras cosas...
Bueno, entonces, Freud le enseñaría a Descartes la primera gran herida del narcisismo
del cogito, que es la existencia del inconsciente.
Pero bueno. Yo quería enunciarlo ahora para dejarlo planteado ¿No?, cómo la gran herida
del cogito cartesiano va a ser esa. Está en muchos libros de Freud. Quizás esté en algunos
más que en otros, pero es bueno recurrir a ciertos libros de Freud para que descubramos,
cómo el inconsciente, cómo brillantemente lo ha trabajado Don Sigmund, efectivamente,
hiere el narcisismo del cogito cartesiano.
Ahora, el problema en el que habíamos dejado a Descartes era cómo se demostraba la
existencia de la realidad externa. Ahí Descartes recurre a la veracidad divina. Pero para
recurrir a la veracidad divina hay que demostrar que Dios existe. ¿Pero cómo se que Dios
existe? Bueno, esto es todo un problema. Esto es lo que se llama "La prueba ontológica". La
prueba ontológica es la prueba acerca del Ser de Dios, es decir, que Dios tiene un ser, y que
ese ser expresa su existencia… que Dios existe.
Hay un punto que yo voy a analizar acerca de cómo Descartes demuestra la existencia
de Dios, y que es el punto más genuinamente cartesiano, porque Descartes va a decir: "Dado
que la imagen de Dios está en mí. Y dado que en mí la imagen de Dios es la imagen de un ser
perfecto, existe en mí la idea de la perfección. Si la idea de la perfección existe en mí, que soy
un ser imperfecto, quiere decir que alguien que es perfecto la puso ahí". Esto está claro, pero
igual lo voy a repetir. Descartes demuestra la existencia de Dios del siguiente modo: Existe en
mí la idea de la perfección. Yo no soy perfecto, en consecuencia, alguien que es perfecto la
puso en mí. Y ese es Dios.
Bueno. Sin embargo ustedes observen que esta demostración que hace Descartes de la
existencia de Dios... esta demostración está hecha a partir de la subjetividad también, porque
no demuestra la existencia de Dios dejando de lado la subjetividad sino que la demuestra
partiendo otra vez del cogito ¿Por qué? Porque Descartes dice: "Dado que existe en mí
subjetividad, en mí pensamiento, en mí cogito la idea de la perfección… debe existir un ser
perfecto". O sea, demuestra la existencia del ser perfecto porque existe en la consciencia la
idea de la perfección.
Está bien. Digamos que es como haber tirado la esponja dentro del pensamiento de
Descartes. Es una aflojada. Pero es una aflojada hasta cierto punto porque demuestra la
existencia de Dios porque en el pensamiento existe la idea de la perfección. Entonces, es
desde el pensamiento que Descartes demuestra la existencia de Dios. Porque hay en la
consciencia la idea de la perfección es que tiene que existir un ser perfecto que la haya
puesto ahí.
Sartre va a demostrar que no hay una consciencia por un lado y un mundo por otro. Que
la consciencia es intencional, que la consciencia está toda ella arrojada sobre el mundo. Que
no es que exista aquí la consciencia, y el mundo, ahí. Que hay consciencia de mundo. Eso es
lo que hay. El mundo le es inalienable a la consciencia. No hay una consciencia que no sea a
la vez "Consciencia de mundo".
Esto es lo que Sartre y los fenomenólogos van a llamar "intencionalidad de la
consciencia". La consciencia no existe reposando en sí. Sartre tiene una hermosa imagen que
es "como conteniendo el aliento". La consciencia no está conteniendo el aliento. La
consciencia está como vomitada, expectorada sobre el mundo. Está toda ella arrojada sobre
el mundo. Cuando yo corro detrás de un colectivo, no hay consciencia de estar corriendo
detrás del colectivo. La única consciencia que hay es "consciencia colectivo". Es decir, si yo
tomara consciencia de que estoy corriendo al colectivo, lo perdería porque sería un momento
en el cual me bloquearía.
Ahora. Volviendo a Descartes, pero no olvidemos claramente esto sobre lo cual vamos a
volver. Las Filosofías Fenomenológicas son aquellas que hacen de la consciencia un acto de
pura intencionalidad. La consciencia se arroja sobre el mundo. No hay un mundo ahí. Hay
Página17
conciencia-mundo.
Me interesa volver en éste momento al rol del filósofo en Descartes. Descartes en el final
de "El Discurso del método", tiene un muy lindo texto. Termina diciendo… termina diciendo un
texto cálido, cálido, muy lindo, dice: "Quienes lean esto, (que recordemos lo escribe en
francés para que todos lo lean), quienes lean este texto, "El Discurso del método", 1637,
quienes lo lean y les guste… Yo no deseo para mí, fortuna ni grandes empleos. Solo deseo que
me dejen disfrutar de mi ocio". En realidad el rol del filósofo es que lo dejen disfrutar de su
ocio, que es un ocio creativo, no es un ocio de tirarse panza arriba, digamos, a escuchar CD,
sino que es un ocio que le permite pensar. La concepción que Descartes tiene del filósofo es
la de un hombre que necesita serenidad para pensar. Y que de esa serenidad van a salir sus
obras. El filósofo no transforma al mundo con la espada ni con las bombas ni con la metralla…
Lo transforma con el pensamiento, si pone su pensamiento al servicio de la transformación
del mundo. Ya vamos a ver, ésta es la tesis XI de Marx, y es la que justamente propone algo
revolucionario para la Filosofía. Es decir, no solo pensar el mundo sino también transformarlo.
Descartes, que no se lo proponía, que solo quería que lo dejaran pensar tranquilo y que
le dieran el patrimonio de su ocio (y sobre todo no pedía ningún empleo porque todos los
empleos le quitan tiempo al filósofo) entonces, quería usar su ocio para la libertad del
pensamiento.
Esto nos lleva a revisar la imagen del filósofo como un ser distraído, que anda por las
nubes… No. Todas esas son macanas. Los filósofos son los seres más atentos a la realidad que
existen. Además los filósofos son aquellos pocos seres que todavía tienen tiempo para pensar
el mundo. Porque hoy, por ejemplo, ya nadie tiene tiempo para pensar el mundo. Apenas si
tienen tiempo para cumplir sus tareas cotidianas, levantarse, desayunar, trabajar, comer y
dormir. El filósofo se hace tiempo todavía para pensar la realidad. O sea, que quizás el filosofo
a quien se lo tiene como al tipo que está boleado en medio de las ideas, sea el personaje que
todavía puede pensar este mundo y descubrir todo tipo de aristas: sus aristas irritativas, sus
aristas bellas, sus aristas injustas, sus aristas intolerables, sus aristas ignominiosas… (marco
estas porque son la mayoría que constituyen nuestro mundo)
Hannah Arendt, había propuesto una imagen del filósofo como el tipo distraído para
justificar a Martín Heidegger, que había sido el maestro y el amante de su juventud. Y había
dicho que Heidegger había caído en el Nacional Socialismo como Tales o Anaximandro, (no
recuerdo exactamente) pero creo que era Tales de Mileto, que había caído en un pozo por
mirar las estrellas. Bueno, es una torpe justificación de lo que le pasó a Heidegger. Heidegger
se hizo al Nacional Socialismo con total consciencia y lucidez. Y los filósofos no andan mirando
las estrellas ni se caen en los pozos. Cuando miran las estrellas lo hacen para tener una
concepción del universo y esa concepción del universo los lleva siempre inexorablemente a
tener una concepción de la vida y comprometerse con ella.
Página17
Rodolfo Kusch / América profunda
Cuando un pueblo crea sus adoratorios, traza en cierto modo en el ídolo, en la
piedra, en el llano o en el cerro su itinerario interior. La fe se explicita como adoratorio
y deja en éste una especie de residuo. Es como si fijara exteriormente la eternidad
que el pueblo encontró en su propia alma.
La manera positiva para conseguir el "sí mismo" o la revelación era la fuga del
espacio y del tiempo, o sea, la fuga del mundo y de sus objetos naturales, evitando
los cerros, los demonios y la muerte. Para ello era necesario el ayuno, porque así se
evitaba la "gravidez" del mundo, que pesaba sobre el hombre. Sólo cabía encontrar la
fusión con lo divino, aunque ésta fuera una empresa antihumana, como la de los
ituancaquilli, los ascetas, que se perdían en los cerros para encontrar al dios a través
del sufrimiento.
Pero, ante todo, se debía conjurar al mundo. No importaba
que no se emprendiera luego el camino del ascetismo. Lo
importante para el hombre medio era evitar la pesadez del
mundo mediante la conjuración mágica. Más que la pesadez,
era la ira de dios la que estaba a la puerta de la conciencia y,
desde ahí, condicionaba todo el instrumental de la conjuración,
dándole una forma peculiar al minuto incaico que condicionaba
las mismas raíces de su cultura.
La prueba está en que esa prevención o defensa ante la
ira de dios se refleja incluso en la gramática quechua. Ahí se
advierte que es una cultura que tiene un sujeto inmóvil que
recibe pasivamente las cualidades de su mundo. En el
quechua, el verbo copulativo cay es el equivalente de los
verbos castellanos ser y estar, pero con una marcada
significación de estar. Cay es lo mismo que el demostrativo
homónimo en quechua. Por eso, esta lengua no tiene conjugación propiamente dicha,
como abstracción del movimiento, sino que ésta se hace adjudicando cualidades a un
sustantivo. Ésta es la clave de la mentalidad indígena, porque en todos los órdenes se
advierte esa conjugación como simple adosamiento de desinencias a modo de
demostrativos. No hay verbos que designen conceptos abstractos sino que sólo
señalan una adjudicación pasajera de cualidades a un sujeto pasivo. El sujeto no se
altera en la acción sino que cambia de tonalidad o de colorido, según la cualidad que
lo tiña.
EL MERO ESTAR
Esta gravidez que soportaba el natural, causada por un magma cósmico adverso,
asigna a su cultura cierta cualidad de "yecto" entre fuerzas antagónicas, y trae
consigo un sinfín de estructuras de orden social y estético que apuntan, en general, a
una administración de energías. Tal es la organización del ayllu o comunidad agraria,
por ejemplo, que regula la obtención de alimentos y constituye la estructura básica de
todo un imperio, como también debió serlo el de los imperios anteriores, incluso el del
Tiahuanaco clásico.
La idea central de esta organización consistía en una especie de economía de
amparo, por oponerla a nuestras formas económicas, las que a su vez, desde el
ángulo indígena, se pueden calificar como de desamparo. El inca controlaba la
producción y el consumo de alimentos porque el margen de vida disponible era
Página17
mínimo y, en cambio, era grave la adversidad, dado que en cualquier momento podía
frustrarse una cosecha y producirse la consiguiente hambruna para varios millones de
habitantes. De ahí que todo estaba montado para proseguir el penoso trabajo de
lograr la abundancia y evitar la escasez. Una estructura así suponía un trasfondo
angustioso que, sin embargo, no podía resolverse con la acción sino mediante una
fuerte identificación con el ambiente. Precisamente por eso diremos que se abrevaba
en el inconsciente. La lucha contra el mundo era la lucha contra el fondo oscuro de su
psique, en donde se encontraba la solución mágica. Si vencía al Inconsciente, vencía
al mundo. Ésta es la clave de la actitud mágica. Por eso la cultura quechua era
profundamente estática. Sólo como tal podemos entender ese refugio en el centro
germinativo del mandala cósmico, desde donde el indígena contemplaba el acaecer
del mundo y veía en éste una fuerza ajena y autónoma. Era un estatismo que
abarcaba todos los aspectos de la cultura quechua, como si toda ella respondiera a un
canon uniforme, que giraba en torno del estar en el sentido de un estar aquí, aferrado
a la parcela cultivada, a la comunidad y a las fuerzas hostiles de la naturaleza.
Este mero estar encierra todo lo que el quechua había logrado como cultura.
Supone un estar "yecto" en medio de elementos cósmicos, lo que engendra una
cultura estática, con una economía de amparo y agraria, con un estado fuerte y una
concepción escéptica del mundo. Todo lo cual se debió dar también en los imperios
anteriores.
Por ese lado encontramos un término de comparación entre la cultura quechua y
la occidental. Todo lo europeo es lo opuesto a lo quechua, porque es dinámico, lo cual
nos aventura a calificarlo como una cultura del ser, en el sentido de ser alguien, como
individuo o persona . Ello se da, ante todo, en la manera de conformar la vivencia
religiosa, por ejemplo. El refugio del quechua en el sasiy o ayuno frente a la fiesta del
mundo indica de por sí una resistencia a éste. El sujeto, que se encuentra a sí mismo
en el mandala, es un sujeto afectado por las cuatro zonas del mundo y, por lo tanto,
remedia esa afectación mediante la contemplación. Es la raíz de su inacción o
estatismo. La cultura occidental, en cambio, es la del sujeto que afecta al mundo y lo
modifica y es la enajenación a través de la acción, en el plano de una conciencia
naturalista del día y la noche, o sea que es una solución que crea hacia fuera, como
pura exterioridad, como invasión del mundo como agresión del mismo y, ante todo,
como creación de un nuevo mundo. De ahí la estática de uno y la dinámica del otro.
Las deducciones que se pueden hacer de esta idea pueden ser infinitas. Implica
la diferencia entre una cultura que recibe pasivamente las cualidades y no se resuelve
ante ellas, como se trasunta en la gramática quechua, y una cultura que construye el
predicado como algo esencial, o sea, subordina al sujeto a un orden superior y teórico,
como ocurre en la lógica occidental. Precisamente por eso, el quechua busca una
mayor seguridad frente al mundo exterior y encuentra verdades estables que brotan
en medio de un juego franco entre el hombre y lo que llamábamos la Ira divina o
naturaleza. El occidental, en cambio, encuentra verdades inestables porque suprime
la ira divina y crea un mundo material como la ciudad, la cual imita a la naturaleza. La
idea de gobierno en el quechua supone verdades estables, mientras que la
democracia -que es típica de Occidente- tiene una. base inestable que depende del
equilibrio interno entre los ciudadanos. El quechua se sitúa en el mundo como siendo
víctima de él, pero el occidental se aísla del inundo, porque ha creado otro, integrado
por maquinarias y objetos, que se superpone a la naturaleza. La distancia es la que
existe entre un mundo sin objetos y con sólo el hombre y un mundo con objetos pero
sin hombres o, mejor dicho, con ciudadanos que dejan de ser meros hombres para ser
meras conductas, sin su trasfondo biológico. Hay en todo ello un escamoteo del
accidente, que el quechua resuelve en un plano humano con el refugio en el yo y el
Página17
SER ALGUIEN
comerciantes europeos.
COLÓN
Hacia 1900, las facciones liberales consiguen imponerse en toda América y pasa
a primer plano la aculturación como un proceso periférico y exterior, consistente en el
traslado de objetos y en la fuga geográfica, que da especial importancia a las
ciudades costeras. En ello intervinieron los ciudadanos de Lima, Río de Janeiro, Sáo
Paulo o Buenos Aires, que crearon el hecho material de la tensión para sostener se
afán competitivo de ser alguien. Desde sus ciudades se expandían por intermedio de
los ferrocarriles, a modo de telarañas, como bien dice Martínez Estrada, hacia el
interior las líneas de la aculturación forzada, acompañadas por un fuerte sentimiento
de poderío. De esa manera, las minorías concebían su persistencia y su evolución
mediante la creación pura de objetos, sea en forma de artículos manufacturados o el
simple comercio o la creación de naciones como si fueran factorías. Quizá "La
representación de los hacendados" de Mariano Moreno ya evidenciaba ese afán de
imitar -en el sentido de la mimesis de Toynbee- el proceso en el que se hallaban
empeñados los ciudadanos de Inglaterra y Estados Unidos. Era cuestión de que
nuestra clase media siguiera las huellas de la dinámica social occidental, basada en el
individuo como fundamento de la sociedad, y se abandonan a una doctrina de la
economía del desamparo, con un mercado de valores, y crease un mundo-ciudad
como imitación de la naturaleza. Todo respondía a su planteo intelectual frente a la
vida, que no tomaba en cuenta la realidad sino que se basaba en una ficticia e
Página17
expresión de éstos. Está en el plano del afán neurótico de estar haciendo un país y
fingirnos ciudadanos, cuando en verdad tenemos conciencia de la falsedad de este
quehacer y de nuestra profunda inmadurez. Es el caso de los que defienden la
pulcritud rabiosamente, como lo hacen los que se hallan al exclusivo amparo de la
ciudad. Son los sostenedores de la pulcritud argentina, por ejemplo, cuando conjuran,
mediante leyes constitucionales o proscripciones, ese hedor de América, que viene de
los suburbios, del campo o de la montaña. Ellos se aferran más que nunca a las
pequeñas cosas, porque el hedor de América los hace ser más ciudadanos. Y también
está en el destino del hijo del inmigrante, que adquiere su criollismo mediante una
Argentina de bandera y escudo, pero sin contenido, lo mismo que hace la maestra, el
jefe anodino, el militar ambicioso. No otra cosa hacen sino conjurar la pulcritud
mediante el mundo limpio de la sociedad y la nación, como si fueran sociedades
rotarianas que afianzan un sospechoso sentimiento de cofradía, sobre la base de
murallas de principios, estatutos, constituciones y proyectos, para que todo sea firme
y válido y se haga la tiranía de la pulcritud y se aleje el hedor. En todo interviene la
sospecha sobre la debilidad de la estructura.
Se diría que estamos sitiados por el mero estar como forma de vida. Es el hecho
elemental de que en una fábrica trabaja el patrón pero los obreros hacen lo menos
posible. De ahí, entonces, la debilidad de nuestra manera de concebir el ser y que
responde a una falta de fe en las estructuras generales, incluso la que nos convierte
en nación civilizada.
Pero esta oposición entre ser y estar se da en el plano de la vida o, también, de la
historia, y plantea el problema de una dialéctica, porque esto es lo que sugiere
siempre la oposición de dos realidades. Una hará de tesis y la otra de antítesis, de tal
modo que la resultante síntesis surgirá de una incorporación de la antítesis de tal
modo que se produzca una superación dentro del proceso general.
Pero una interpretación dialéctica no se podrá pensar a la manera de Hegel,
porque éste ponía al final de su filosofía conceptos que quizá no cuadren, ni serán
tampoco los que se jugarán en América. Para Hegel, la síntesis es una Aufhebung, o
sea, literalmente, una elevación o, como bien dice él mismo, "una elevación sobre lo
finito". Esto supone buscar un mejoramiento en el sentido europeo y llevaría a
justificar eso que dimos en llamar el ser en América. Como todo proceso dialéctico
tiene su correlación con la realidad; tomada así en el sentido de buscar la elevación,
significaría que nuestra cultura de costa podría imponer su punto.
Un punto de vista americano sólo puede suponer una evolución desde el ángulo
del mero estar, o sea, de la cultura de la sierra, o sea, de lo indígena. Y eso no es sólo
porque así lo advertimos en todos los órdenes, sino porque el mero estar tiene una
mayor consistencia vital que el ser en América.
De modo que el quechua restablece y mejora su condición pero sin adulterarla.
Eso es propio de una cultura que se mantiene en el mero estar. Vivir consiste,
entonces, en mantener el equilibrio entre orden y caos, que son las causas de la
transitoriedad de todas las cosas, y ese equilibrio está dado por una débil pantalla
mágica que se materializa en una simple y resignada sabiduría o en esquemas de tipo
mágico.
Nuestra cultura occidental, en cambio, se diferencia en que suprime, de todos los
opuestos, el lado malo, casi como si pretendiera que todo fuera orden. Esto, que se da
en la moral, también se registra en el orden técnico, cuando se trata de la misma
ciudad, o de su gobierno o cuando nosotros, los argentinos, en tanto puros
ciudadanos, concebimos con una urgencia y una gratuidad sin límites a cada instante
la forma de establecer siempre el orden.
Pero en este sentido nos aventaja el indio. Por eso resulta interesante el dato que
nos trae Kubler, cuando nos dice que los indios consideraban a Cristo y al diablo como
hermanos. Y eso es verdad porque si el indio suprimiera al diablo y lo sacara de su
conciencia, ese mundo adquiriría demasiada tensión y perdería su arraigo o, lo que es
Página17
lo mismo, perdería su control sobre el granizo y el trueno, que son precisamente los
antagonistas del dios.
Además, en el plano estricto de la cultura, y no de la civilización, sólo cabe hablar
en América de un probable predominio del estar sobre el ser, porque el estar, como
visión del mundo, se da también en la misma Europa, como se verá más adelante. Por
todo ello, no cabe hablar de una elevación sino más bien -en tanto se trata de un
planteo nuevo para el occidental- de una distensión o, mejor, fagocitación del ser por
el estar, ante todo como un ser alguien, fagocitado por un estar aquí.
Algo de todo esto ya lo entrevió Luis Villoro. Al cabo de un análisis de todos los
autores mexicanos dedicados al tema indígena, desde los cronistas hasta los de
reciente data, Villoro pone en claro un proceso dialéctico ocurrido en la posición de
cada uno de aquéllos respecto del objeto-indígena. Considera que la tesis se da
durante la conquista y la colonia, en las cuales se mantiene una cercanía del objeto
indígena pero con una valoración negativa del mismo. La antítesis se da durante la
época posterior y simultánea a la independencia, en la cual se produce un alejamiento
-primero en el tiempo y, luego, en la situación- respecto del indio, pero ya con una
valoración positiva. La superación de los opuestos anteriores se da, primero, en los
autores de la época republicana con un acercamiento en el tiempo y, luego,
finalmente, en la época actual, con un acercamiento incluso en la situación del indio,
ambos con valoración positiva. Esta última etapa sería la de los indigenistas actuales
que se identifican con el indio y tratan de aprehender su esencia para continuar hacia
el futuro la realización del mismo.
Como se ve, se trata de una fagocitación desde el punto de vista europeo o, más
bien, de una dialéctica que juega en un ritmo inverso al establecido, pues supone una
absorción del ser por el mero estar. Es cierto que este autor vive en un ambiente
apremiado por el indígena en una medida mucho mayor que nosotros, en Sudamérica,
exceptuando Bolivia o Perú. Pero de cualquier manera, significa un diagnóstico para
América en su totalidad, aunque no exista el apremio indígena a la puerta de la gran
ciudad.
Hemos abarcado el problema de América, ex profeso, en la oposición de ser y
estar, para hacerlo en términos ontológicos y poder extender de tal modo la cuestión
incluso a Europa. No cabe duda de que cuando un Toynbee, un Jaspers, un Spengler,
se hacen la pregunta por su historia o su cultura, se angustian ante la disolución del
ser o de la consistencia de esa historia o cultura, o sea, de la dinámica de las mismas.
Pero el hombre, cuando deja de ser dinámico, no cae en la nada sino que sobrevive.
La especie humana no terminó con Grecia. ¿Pero qué pasó con el hombre?
Simplemente retornó al mero estar como su refugio elemental. La misma angustia
que un Freyer o el mismo Jaspers sienten ante el problema de las masas es debida a
la disolución del individuo, o sea, del ser -que es la explicitación lógica de aquél- en el
mero estar de la muchedumbre o del "uno anónimo", como lo define con ingenuo
desprecio Heidegger. ¿Pero no será el mero estar ese magma vital primario de donde
todo sale de nuevo: naciones, personajes, cultura, etcétera?