Cortina, Adela. Neuroética
Cortina, Adela. Neuroética
Cortina, Adela. Neuroética
07
ADELA CORTINA
Universidad de Valencia
RESUMEN. La Neurotica necesita un marco de tica filosfica desde el que interpretar, integrar y criticar el progreso neurocientfico en el mbito moral. Este artculo intenta: 1) Mostrar en qu medida este marco es necesario. 2) Abordar la cuestin del mtodo adecuado para construirlo. 3) Compilar los principales tpoi de las neurociencias que el marco debera interpretar e integrar. 4) Mostrar cmo la tica del discurso puede ser un marco adecuado para la neurotica. 5) Sealar algunas insuficiencias de ese marco y sugerir para superarlas una tica de la razn cordial.
ABSTRACT. Neuroethics requires a framework of philosophical ethics from which to interprete, integrate and criticiseneuroscientific progress in moral field. This article sets out to: 1) Show to what extent this framework is necessary; 2) Tackle the question of the method for constructing this framework; 3) Compile the main tpoi of the neurosciences that the framework has to interpret and integrate; 4) Propose the ethics of discourse as a philosophical framework for neuroethics; 5) Display certain shortcomings of this framework and put forward the dialogical ethics of cordial reason as being more appropriate. Key words: neuroethics, foundations of ethics, philosophical method, discourse ethics, justice, reciprocity, evolution, neurosciences.
Palabras clave: neurotica, fundamentacin de la tica, mtodo filosfico, tica del discurso, justicia, reciprocidad, evolucin, neurociencias.
1. Neurotica: necesidad de un marco de filosofa moral El ao 2002 nace oficialmente la neurotica y en ese mismo ao Adina Roskies bosqueja una distincin, que ha hecho fortuna, entre dos posibles campos de la neurotica: la tica de la neurociencia, que intenta desarrollar un marco tico para regular la conducta en la investigacin neurocientfica y en la aplicacin del conocimiento neurocientfico a los seres humanos, y la neurociencia de la tica, que se refiere al impacto del conocimiento neurocientfico en nuestra comprensin de la tica misma, se ocupa de las bases neuronales de la
[Recibido: enero 2013 / Aceptado: marzo 2013]
127
Adela Cortina
agencia moral (Roskies, 2002; Cortina, 2010)1. Naturalmente, sta ha sido una distincin muy discutida dado que los dos mbitos se entreveran, pero mantenerla resulta muy fecundo, porque no es lo mismo dar por buenas las teoras ticas ya existentes, o al menos algunas de ellas, y tratar de orientar desde ellas ticamente la investigacin neurocientfica y las aplicaciones de los avances obtenidos, que investigar las bases cerebrales de la moralidad. En el primer caso estamos ante una tica aplicada ms, ante una rama de la biotica; mientras que en el segundo estamos ante un saber que debe ocuparse de las bases cerebrales de la conducta moral, pero tambin, inevitablemente, de qu significa conducta moral y cul es su fundamento, para lo cual necesita contar con algn marco de filosofa moral. En caso contrario, resulta imposible rastrear las bases cerebrales de ese tipo de conducta. Con el tiempo el nmero de trabajos que se vienen desarrollando en las dos lneas se ha multiplicado exponencialmente2. Como es fcilmente comprensible, la tica de la neurociencia aborda cuestiones de la mayor importancia para los seres humanos, pero en este artculo vamos a ocuparnos de la neurotica, entendida como neurociencia de la tica, y de uno solo de retos a los que se enfrenta: el de intentar poner a prueba un marco de tica filosfica, en este caso la tica del discurso, que integre los principales avances obtenidos por las neurociencias, en sentido amplio, y por las ciencias cognitivas en su estudio de las bases cerebrales de la moralidad. Se tratara de descubrir un marco tico adecuado para comprender y articular los distintos lados de la moralidad humana, teniendo en cuenta muy especialmente lo que venimos aprendiendo acerca del cerebro. La necesidad de un marco semejante descansa ante todo en tres razones: 1) Resulta imposible descubrir las bases de la conducta moral y organizar las investigaciones adecuadas para descubrirlas si no contamos previamente con un concepto de lo que entendemos por moral. Un concepto que proporcionan las ciencias del espritu, especialmente la filosofa. 2) Es necesario recurrir a teoras ticas que permitan interpretar el significado de los datos neurocientficos para la vida moral, porque el saber no es un conjunto de aportaciones fragmentarias, sino que se ve obligado a contar con un marco que permita interpretar los datos. Como bien se ha dicho, sin back
c
1 Este estudio se inserta en el Proyecto de Investigacin Cientfica y Desarrollo Tecnolgico FFI2010-21639-C02-01, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovacin (actualmente Ministerio de Economa y Competitividad) con Fondos FEDER de la Unin Europea, y en las actividades del grupo de investigacin de excelencia PROMETEO/2009/085 de la Generalitat Valenciana y de la Red de Excelencia ISIC 2012/017 de la Generalitat Valenciana. 2 Para una distincin un tanto diferente en el mbito de la Neurotica ver Enrique Bonete, 2010, cap. 2.
128
stories resulta imposible interpretar los datos cientficos (Young, 2011; Slaby, 2011, 378): hay una interaccin entre el marco hermenutico y lo que puede calificarse como descubrimientos relevantes. Afirmar, por ejemplo, que la evolucin de la oxitocina es esencial para la vida moral, porque impulsa el cuidado de las cras y de los compaeros, es interpretar este fenmeno evolutivo desde una tica del cuidado previamente concebida (Churchland, 2011, caps. 2 y 3). 3) Una neurotica fundamental no puede contentarse con sacar a la luz las bases de la conducta moral, sino que debe preguntarse tambin por el fundamento de la obligacin moral, en la medida en que no puede obviar la pregunta por la validez de los juicios morales. Ciertamente, uno de los temas tradicionales de la tica es el de la fundamentacin de la moralidad, y ninguna propuesta filosfica pone en duda que para atribuir una conducta moral a un ser ste debe contar con unas bases corporales, entre las que se encuentra la posesin de un cerebro y un sistema nervioso, articulados con el resto del cuerpo. Pero no es lo mismo base que fundamento, no es lo mismo condicin necesaria que condicin suficiente (Cortina, 2011, 46 y 47). Sin duda un ser acfalo o con el cerebro seriamente daado sera incapaz de desarrollar una conducta moral por falta de la base biolgica necesaria para ello. Y justamente las neurociencias nos ayudan a entender mejor los mecanismos cerebrales que entran en juego en la toma de decisiones y en el comportamiento moral. Sin embargo, la pregunta es si contando slo con estas bases es posible responder a la pregunta por las razones de la obligacin moral, responder a la pregunta por qu debo? ante determinadas exigencias morales. La pregunta por el fundamento de la obligacin no es la misma que la pregunta por las bases con las que tiene que contar un ser para ser capaz de vida moral. Por tanto, considero que la neurotica, como neurociencia de la tica, debera ser una tarea conjunta de ticos y neurocientficos, en la que se implicaran tambin psiclogos, economistas experimentales, antroplogos y bilogos evolucionistas, prolongando con ello esa historia de interdisciplinariedad que es la de la sabidura humana (Suhler and Churchland, 2011, 33). Su tarea consistira entonces en (1) disear el concepto de moral desde el que estudiar las bases cerebrales de la conducta moral, tomndolo del marco de alguna teora tica, (2) estudiar empricamente las bases cerebrales de la conducta moral, (3) preguntarse si esas bases proporcionan un fundamento para extraer de l obligaciones morales, es decir, para enunciar qu debemos hacer; o si, por el contrario, para encontrarlo es necesario recurrir a la filosofa moral, (4) averiguar en qu aspectos la teora tica es congruente con los datos ms relevantes de las neurociencias, en qu aspectos estos datos obligan a replantear elementos
ISEGORA, N. 48, enero-junio, 2013, 127-148, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2013.048.07
129
Adela Cortina
importantes de la teora tica, y averiguar tambin en qu medida la teora tica obliga a orientar la conducta en determinados sentidos, marcando el camino a la evolucin. Qu mtodo o qu mtodos- es preciso emplear para llevar adelante la tarea de una neurotica as entendida?
2. Cmo construir un marco integrador: la cuestin del mtodo La cuestin del mtodo es siempre la ms complicada en cualquier tipo de saber. En el caso de la neurotica un buen nmero de autores asume mtodos empricos, propios de las neurociencias y de las restantes ciencias experimentales y, contando con ellos, tratan de descubrir a qu tipo de conducta llamaramos moral. Este modo de proceder tiene, a mi juicio, escaso xito, porque en el ltimo momento, a la hora de determinar a qu tipo de conducta social denominamos conducta moral, las respuestas suelen ser decepcionantes, como ocurre en casos tan relevantes como los siguientes. Autores como Michael S. Gazzaniga o Francisco Mora, recurriendo al mtodo emprico, propio de las neurociencias y de la biologa evolutiva, llegan a la conclusin de que llevamos impresos en el cerebro unos cdigos acuados por la evolucin, a los que denominan morales y que, segn ellos, podran constituir la base de una tica universal (Gazzaniga, 2005; Mora, 2007). Esos cdigos ordenan ayudar a los cercanos y repeler a los extraos, porque sta es la conducta que nos permiti sobrevivir a lo largo de los siglos en que se conform el cerebro, y sta habra sido, por tanto, la seleccionada por la evolucin. Como es evidente, la dificultad de llamar morales a esos cdigos es grande. A la altura del siglo XXI una de las marcas de la moralidad sera la exigencia de universalidad (Wimmer, 1980). Por su parte, Patricia Churchland, en diversos trabajos, pero muy especialmente en Braintrust, se propone ir diseando un marco filosfico que resulte ser consiliente con datos de las neurociencias, de la biologa evolucionista, de la psicologa experimental y de la gentica y nos permita averiguar cul es el origen de los valores morales (Churchland, 2011, 3)3. Recurriendo a los mtodos empricos propios de estas ciencias acaba afirmando que la conducta moral es un ejemplo de la conducta social que se propone resolver problemas, del mismo modo que las restantes dimensiones de la conducta social (Churchland, 2011, 181/182). Pero como resulta imposible estudiar el origen de la conc
3
130
ducta moral sin determinar primero a qu llamaremos moral, Churchland hace una opcin que consiste en considerar que la conducta moral est estrechamente ligada con nuestra disposicin natural a cuidar de los dems4. Sin embargo, como la disposicin a cuidar a los dems es ms amplia que la disposicin moral, Churchland har de nuevo una opcin y dir que la marca de la moralidad consiste en tratar de asuntos de gran seriedad, a los que se tiende a llamar morales, como descuidar a los nios, la conducta en la guerra o la distribucin justa de los recursos, frente a otros asuntos menores, como comportarse de una forma u otra en las bodas (Churchland, 2011, 9/10; 196). La marca de lo moral sera entonces la seriedad. Ahora bien, la propia Churchland se percata de que sta es una demarcacin poco precisa, pero la defiende alegando que el concepto moral es tan borroso como puede serlo el de casa o vegetal (Churchland, 2011, 10). Tambin autores como Hauser o Levy aspiran a disear un marco para las investigaciones empricas sobre las bases de la moralidad y recurren para ello tanto a mtodos empricos como a mtodos filosficos, como el equilibrio reflexivo rawlsiano y los mtodos propios de las ciencias cognitivas (Hauser, 2006; Levy, 2007). Con ellos llegan a la afirmacin de que los seres humanos estamos dotados de una estructura a la que puede denominarse estructura moral, y que es una dimensin de una estructura ms amplia de los seres humanos: la capacidad de reciprocar. Los seres humanos estamos predispuestos a sellar contratos con aquellos que pueden ayudarnos a sobrevivir: la base biolgica y psicolgica de la moral consistira entonces en la capacidad de reciprocar. Pero como, en efecto, esta base es propia de la conducta social en su conjunto, en realidad sigue abierta la pregunta por la especificidad de la moral. Ante esta cuestin en la obra de Hauser aparecen al menos dos afirmaciones desconcertantes. Segn l, la marca de las normas morales consistir en que son aplicables universalmente, a diferencia de las convenciones sociales, que pueden infringirse, pero no aclara por qu (Hauser, 2006, 341/344). Y, por otra parte, asegura que el juicio moral contiene mucho ms que el resolver el problema de la cooperacin (Hauser, 2006, 475). Sin embargo, tampoco aclara en qu consiste ese mucho ms.
c
A su juicio, la conducta moral es un esquema de conducta social de cuatro dimensiones, conformado por procesos neuronales entrelazados: 1) Cuidado, enraizado en el vnculo con los parientes y amigos y el cuidado por su bienestar, 2) reconocimiento de los estados psicolgicos de los otros, enraizado en los beneficios de predecir la conducta ajena, 3) resolucin de problemas en un contexto social, por ejemplo, cmo deberamos castigar a los infractores, y 4) aprendizaje de prcticas sociales, por refuerzo positivo y negativo, por ensayo-error, por condicionamiento y por analoga (Churchland, 2011, 9). La clave de todo ello es la disposicin a cuidar de los cercanos, que tambin comparten los animales.
ISEGORA, N. 48, enero-junio, 2013, 127-148, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2013.048.07
131
Adela Cortina
Levy, por su parte, tambin entiende que nuestras intuiciones morales seran el producto de una historia evolutiva en que la eficiencia adaptativa de nuestros lejanos antecesores se increment al dar respuestas cooperativas, de modo que los ladrillos ms antiguos del edificio de la moralidad consistiran en la disposicin cooperativa, que emergi relativamente pronto en la evolucin (Levy, 2007). Pero como la evolucin refuerza aquellas disposiciones que favorecen la eficiencia adaptativa, cabra pensar que nos ha dotado de un sentimiento de benevolencia que en las primeras etapas de la conformacin del cerebro se limitaba a los cercanos, pero, al cambiar el contexto, se habra ido convirtiendo en benevolencia universal5. Si los juicios cooperativos prudenciales se identifican con los juicios morales es una pregunta que queda sin respuesta. Por ltimo en esta seleccin de autores que pretenden de algn modo disear un marco neurotico, otros como Evers pretenden explcitamente esbozar un marco filosfico para la neurotica partiendo del estudio del funcionamiento del cerebro (Evers, 2010). Este marco recibe el nombre de materialismo ilustrado y la autora describe sus caractersticas. Pero lo bien cierto es que el marco no surge del estudio del cerebro, sino que es un marco ontolgico previamente asumido, que excede con mucho las posibilidades de un estudio neurocientfico. El materialismo ilustrado que Evers propone es una propuesta metafsica que la autora debera defender en discusin con otras propuestas metafsicas, pero no lo hace. Y, por otra parte, resulta irrelevante en realidad para su estudio del funcionamiento del cerebro como base de la conducta moral; un estudio que sigue la sugerente lnea de Changeux y que es francamente interesante. Por todo ello tal vez convendra cambiar de estrategia en la investigacin neurotica y en vez de recurrir en un comienzo a mtodos empricos e intentar ms tarde recurrir a alguno filosfico, aprender algo de lo que propone el Kant crtico: en vez de esperar a aprender de la experiencia utilizando un mtodo emprico, construir nuestros conceptos y obligar a la naturaleza a responder a las preguntas que hemos planteado desde ellos para tratar de comprender los fenmenos de la experiencia (Kant, 1978, 18). En realidad, eso es lo que ha hecho la mayor parte de los autores mencionados al intentar descubrir las bases neuronales de la
c
5 Con respecto a esta afirmacin, los espritus se dividen. Peter Singer considera que no es as, que tienen razn Hume y Kant cuando afirman que la naturaleza no nos ha pertrechado de un sentimiento de benevolencia universal (Hume, 1977, Libro III, Parte II, Seccin 1, 481; Kant, 1989, 321; Singer, 2005, 334). Mientras que Levy considera que precisamente esa preocupacin universal por los con-especficos es la que hay que esperar de la evolucin y lo que observamos de hecho. Hoy, en un entorno social en que interactuamos ms a menudo con extraos que con allegados, tenemos el sentimiento de benevolencia universal. Ahora bien, el propio Levy se ve obligado a reconocer que esta historia es especulativa y que no est confirmada por la experiencia (Levy, 2007, 311).
132
moralidad: contar ya con un concepto de moral cuando van a consultar a la experiencia para intentar comprobar qu fenmenos coinciden con ese concepto previamente trazado. Pero tambin es verdad, y aqu es preciso marcar una diferencia clara en relacin con Kant, que para disear esos conceptos contamos con la experiencia adquirida a lo largo de nuestra historia biosocial. No hay concepto alguno que los seres humanos hayamos podido construir si no es contando con la experiencia adquirida a lo largo de esa historia biosocial, que no procede de la evolucin estrictamente biolgica. El marco interpretativo al que recurrimos surge de esa historia natural y social a lo largo de la cual hemos ido forjando nuestros conceptos: no de una razn emprica, pero tampoco de una razn pura, sino de una razn impura (Conill, 2006). Como bien dice Habermas, a lo largo de la historia no slo hemos ido aprendiendo tcnicamente, sino tambin moralmente (Habermas, 1981). Desde esta perspectiva, entendemos por conducta moral una forma de conducta social, que consiste en resolver los problemas que se plantean a los seres humanos para sobrevivir? Si as fuera, en qu se distinguira de otras formas de conducta social como, por ejemplo, la econmica?, identificamos la conducta moral con reglas de prudencia que conviene adoptar para vivir con tranquilidad?, o la obligacin moral exige tambin tener en cuenta las exigencias que los seres humanos nos planteamos mutuamente por ser de modo irrenunciable seres en relacin, seres en vnculo, de modo que no debemos tratarnos mutuamente slo como medios, sino siempre a la vez como fines en s mismos? Un ejemplo de esas exigencias, reconocidas en los acuerdos universales, sera el de los derechos humanos, entendidos como exigencias morales. En este artculo nos acogemos a la ltima opcin y entendemos por moral ese tipo de exigencias que los seres humanos nos planteamos recprocamente y que nos obligan a no tratarnos slo como medios, sino siempre a la vez como fines en s mismos. La opcin no es arbitraria, sino que se sita en el nivel postconvencional en el desarrollo de la conciencia moral social, que es el que legitima moralmente las instituciones de las sociedades democrticas y las exigencias morales representadas por el respeto a los derechos humanos. El nivel al que nadie se atreve a renunciar explcitamente en una discusin sobre el sentido de lo moral. Una de las teoras ticas que expresan este concepto de moralidad sera la tica del discurso, creada en los aos setenta del siglo XX por Apel y Habermas (Apel, 1973; Habermas, 1983)6. La cuestin a la que quisiera responder en
c
En otros trabajos he debatido esta propuesta y he intentado mostrar con detalle por qu considero que es ms adecuada que otras para dar cuenta de la moralidad, tanto en el nivel de la fundamentacin como en el de la aplicacin.
ISEGORA, N. 48, enero-junio, 2013, 127-148, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2013.048.07
133
Adela Cortina
este trabajo es si la tica del discurso es un marco filosfico adecuado para interpretar el significado de las aportaciones neurocientficas ms relevantes para la vida moral a la altura del siglo XXI. Se tratara de esbozar respuestas para las siguientes cuestiones: en qu aspectos la tica del discurso es congruente con los datos ms relevantes de las neurociencias?, en qu medida obliga a orientar la conducta, marcando el camino a la evolucin?, y en qu aspectos los datos ms relevantes de las neurociencias le obligan a replantear elementos importantes de su propuesta? Para intentar responder a estas cuestiones el presente trabajo se propone dar los siguientes pasos: (1) Recoger aquellos resultados a los que han ido llegando las neurociencias en su estudio de las bases neuronales de la moralidad y que han conseguido tal grado de acuerdo entre los especialistas que pueden considerarse como tpoi de la neurotica. La recopilacin tendr que ser necesariamente sinttica y en modo alguno exhaustiva. (2) Analizar en qu medida la tica del discurso es congruente con esos datos y es capaz de articularlos en una propuesta filosfica integradora y crtica. (3) Considerar en qu puntos no es congruente con alguno de los tpoi irrenunciables de la neurotica y necesita, por tanto, complementarse. Mi propuesta consiste en entender que esa complementacin supondra una transformacin de la tica del discurso en una tica dialgica de la razn cordial.
3. La aportacin de las neurociencias a la comprensin de la moralidad: los tpoi de la neurotica Aunque los trabajos en este mbito son muy abundantes, y las discrepancias entre los autores son muchas, hay algunas conclusiones en las que coinciden los autores ms relevantes y que se han ido convirtiendo, en consecuencia, en tpoi de la neurotica. A mi juicio, seran al menos los siguientes. 1) Existe una vinculacin entre ciertas reas cerebrales y nuestro razonamiento moral, como han podido mostrar sobre todo las tcnicas de neuroimagen, tanto la resonancia magntica estructural como la funcional (fMRI) o la tomografa por emisin de positrones (PET). Estas tcnicas han permitido descubrir la localizacin de distintas actividades del cerebro, los vnculos que existen entre ellas, y tambin las actividades mismas, el cerebro en accin. Ciertamente, estas tcnicas presentan limitaciones, porque las imgenes no pueden entenderse en modo alguno como fotografas del cerebro o como pelculas en que se refleja su funcionamiento (Roskies, 2008; Lavazza and Caro, 2010), y tambin porque resulta muy difcil aclarar qu significa el trmino
134
ISEGORA, N. 48, enero-junio, 2013, 127-148, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2013.048.07
correlacin cuando se habla de correlacin entre determinadas actividades humanas, como la formulacin de juicios morales, y la activacin de determinadas partes del cerebro (Poldrack, 2008). Pero no es menos cierto que, con todas sus limitaciones y cautelas, estn permitiendo grandes avances en las neurociencias. 2) Llevamos impresos por la evolucin en el cerebro unos cdigos morales, que prescriben la defensa del grupo, de los cercanos, desde la poca de los cazadores-recolectores. A esta afirmacin se ha llegado sobre todo a travs de estudios que muestran cmo nos afectan ms los dilemas personales que los impersonales. En este punto resulta pionero el trabajo de Joshua Greene (Greene, 2012), al que se suman una gran cantidad de autores (Gazzaniga, 172 y 173; Mora, 2007, 79 y ss.). En los millones de aos que dura la hominizacin la homogeneidad y cohesin social han tenido un gran valor de supervivencia. Al parecer hemos adquirido cdigos y mecanismos para montar, sobre una primera impronta emocional, los razonamientos y juicios morales rpidos y con ellos una respuesta social inmediata. Esos cdigos estaran estrechamente ligados a las emociones, que se conformaron en el cerebro antes que la razn, y por eso para superarlos sera necesario hacer un gran esfuerzo racional. 3) La moral es un mecanismo adaptativo, un conjunto de valores, virtudes y normas que nos sirven para adaptarnos y sobrevivir. La evolucin ha ido seleccionando aquellas conductas que posibilitan la supervivencia y a un conjunto de esas conductas seleccionadas llamamos morales. Esta conclusin estara ligada a los estudios sociobiolgicos de autores como Wilson, y queda maravillosamente formulada en el imperativo categrico darwinista, que Brian Syrms formula del siguiente modo: obra slo de tal modo que, si los dems obraran como t, se maximizara la eficiencia adaptativa (Skyrms, 1996, p. 62). La evolucin salva al grupo porque es la forma de salvar a la persona. 4) Los juicios morales son instintivos y en su formulacin intervienen en muy buena medida las emociones. En este punto han sido cruciales las investigaciones de Jonathan Haidt sobre la formacin de los juicios morales (Haidt, 2012a; 2012b, chap. 2). Segn Haidt, los sujetos que respondan a sus encuestas lo hacan de forma intuitiva, automtica, desde la emocin, ms que desde la razn. Cuando se les preguntaba por qu pensaban que algo est mal hecho, trataban de apoyar sus respuestas con argumentos y, aunque no lo lograran, seguan manteniendo su posicin inicial, con lo cual se haca patente la disonancia cognitiva entre los
ISEGORA, N. 48, enero-junio, 2013, 127-148, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2013.048.07
135
Adela Cortina
juicios y sus avales argumentativos. Haidt y Hers caracterizaron este fenmeno como moral dumbfounding (2001). Parece, pues, que en la psicologa evolutiva se abre una nueva etapa, distinta de la instaurada por Piaget y Kohlberg: frente al modelo racionalista, que tuvo una influencia tan grande en los aos sesenta y setenta del siglo XX, se abre la fase de la intuicin y las emociones como elementos clave en la formacin de los juicios morales. Y esta nueva fase cuenta con el aval de investigaciones neurocientficas al menos desde Damasio (Damasio, 2005 y 2006): las investigaciones neurocientficas refuerzan la idea de un buen nmero de psiclogos y filsofos de que las emociones juegan un papel centra en la formacin de los juicios morales y en la toma de decisiones (de Souza, 1987; Solomon, 1993; Goleman, 1996; Le Doux, 1999; Sherman, 1999; Casacuberta, 2000; Nussbaum, 2001; Morgado, 2010, Camps, 2011, Cortina, 2007, 2010 y 2011). Esta posicin es hoy ya un lugar comn7 . 5) Del homo oeconomicus al homo reciprocans. A pesar de la insistencia de los economistas clsicos en considerar que la racionalidad econmica es la propia de ese homo oeconomicus que nicamente persigue maximizar su beneficio, y a pesar de que ste es el modelo de racionalidad que ha pretendido imponerse de forma imperialista tambin en la moral y la poltica, lo bien cierto es que los estudios neuroendocrinolgicos y de biologa matemtica y evolutiva muestran que es comn a todos los seres humanos una estructura que nos prepara para reciprocar y cooperar. Algunos animales cuentan ya con algunas de las facultades que nos capacitan para practicar la reciprocidad, pero slo la mente humana cuenta con todas las necesarias (Tomasello, 2010). De ah que se entienda que los animales son capaces de mutualismo recproco, mientras que los seres humanos son capaces de reciprocidad, e incluso de lo que llamamos reciprocidad indirecta, que es la base de las instituciones humanas (Hauser, 2006, cap. 7).
c
7 Un buen ejemplo de ellos son los trabajos de Jorge Moll y su equipo, que tratan de investigar los sustratos neuronales de la moralidad usando tcnicas de resonancia magntica funcional y llegan a la conclusin de que estn estrechamente ligadas a las emociones (Moll et alii, 2002a; Moll et alii, 2002b; Moll et alii, 2005). Ciertamente, los experimentos comentados resultan fecundos nicamente hasta cierto punto. En principio, por la dificultad de interpretar las lecturas cerebrales a travs de neuroimgenes, pero tambin porque los dilemas ficticios que plantean los investigadores no garantizan que los encuestados respondan formulando los juicios morales a los que ajustaran su conducta en la vida real; entre otras razones porque las respuestas a los dilemas no tienen ninguna consecuencia para ellos, las dan con total impunidad. Como dicen Monin y sus colegas, no es lo mismo reaccionar que decidir (Monin, Pizarro, Beer, 2007). Por eso es necesario complementar los estudios de dilemas con estudios de biologa matemtica, evolutiva y endocrinolgicos (Suhler and Churchland, 2011).
136
6) El ser humano es claramente dependiente de su entorno social, y menos de sus genes. El cerebro humano es social. En efecto, tras el nacimiento el hombre desarrolla casi el 70 % de su cerebro en interaccin constante con el medio y con los dems, de modo que los cdigos inscritos en el cerebro pueden ser modificados ampliamente. No son, pues, las bases cerebrales las que determinan nuestra conducta, sino que hay un fuerte componente nacido de la relacin social, porque una caracterstica fundamental del cerebro es su plasticidad. Pero entonces la pregunta es: qu criterios deben emplearse para orientar esa modificacin del cerebro desde un punto de vista moral?, consiste la moral en reciprocar para sobrevivir o en algo ms? Para responder a estas cuestiones es indispensable recurrir tambin a otras instancias, como la reflexin filosfica.
4. La tica del discurso: la funcin crtica del reconocimiento recproco para la neurotica La tica del discurso presenta un concepto de obligacin moral, segn el cual, la conducta moral se especifica por tener en cuenta las exigencias que los seres humanos nos planteamos mutuamente por ser seres en relacin, seres en vnculo, que no deben tratarse mutuamente slo como medios, sino siempre a la vez como fines en s mismos. En lo que hace a la fundamentacin de esa obligacin, tanto Apel como Habermas coinciden en reconocer que sa es una tarea esencial de esta tica y recurrirn para ello o bien a la Pragmtica Trascendental (Apel) o bien al mtodo de las ciencias reconstructivas (Habermas). Es ste un asunto de la mayor importancia, que ya he tratado en otros lugares, pero en el que ahora no podemos entrar (Cortina, 1986, cap. 5). En este artculo se trata de averiguar, aunque sea en esbozo, en qu medida la tica del discurso podra convertirse en ese marco tico que permite integrar los tpoi de la neurotica hodierna. Para lograrlo su propuesta debera de ser congruente con ellos, pero adems valorarlos crticamente, al ofrecer un marco para interpretar las aportaciones neuroticas y un canon crtico para sealar caminos de futuro. En este apartado intentaremos dilucidar: (a) Si los tpoi de la neurotica resultan congruentes con la tica del discurso, o si, por el contrario, la descartan por falta de base neurobiolgica. Ciertamente, la base neurobiolgica no es el fundamento filosfico, pero tambin es verdad que no puede existir una contradiccin palmaria entre base y fundamento, porque entonces el cumplimiento de la obligacin moral sera inaccesible para los seres humanos y, por tanto, carente de sentido. (b) Si, en el caso de que esos tpoi de la neurotica
ISEGORA, N. 48, enero-junio, 2013, 127-148, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2013.048.07
137
Adela Cortina
resultaran congruentes con la tica del discurso, incluso vendran a refrendar esa concepcin tica frente a otras desde un punto de vista biolgico. (c) En qu medida la tica del discurso proporciona un marco para interpretar las aportaciones neuroticas y un canon crtico para sealar caminos de futuro. (d) Averiguar si los tpoi de la neurotica hodierna refuerzan algunas de las crticas que se han hecho a la tica del discurso y exigen complementarla, transformndola en el sentido de una tica dialgica de la razn cordial. Intentaremos ir recorriendo estos pasos, pero antes recordaremos brevemente cul es el ncleo de la tica del discurso, porque es indispensable para poder continuar. La tica del discurso, siguiendo las directrices del mtodo trascendental o del propio de las ciencias reconstructivas, toma un punto de partida incontrovertible: el hecho de las acciones comunicativas, sin las que no hay vida humana porque es la forma en que los seres humanos coordinan sus planes de accin. Para lograrlo, no pueden slo instrumentalizarse mutuamente, sino que a la vez han de reconocerse recprocamente como interlocutores vlidos, que tienen que tenerse dialgicamente en cuenta para llevar adelante sus planes de accin desde el acuerdo normativo. De hecho, cuando se pone en cuestin la pretensin de correccin de las normas, el procedimiento racional para resolver si la norma es correcta es el dilogo entre los afectados por ella (Habermas, 1986). La tarea de la filosofa consiste entonces en ofrecer un procedimiento racional para dilucidar si una norma es justa. Y la reconstruccin de los presupuestos pragmticos del habla muestra que ese procedimiento consiste en entablar un dilogo entre los afectados por las normas, en las condiciones ms prximas posible a la simetra, y en considerar que la norma es justa cuando los afectados estn dispuestos a aceptarla porque satisface intereses universalizables. De donde se sigue que cualquiera que argumenta en serio sobre la justicia de las normas ha reconocido como interlocutores vlidos a todos los seres dotados de competencia comunicativa que estn afectados por ellas y, por lo tanto, se ve obligado a tenerles en cuenta en los dilogos sobre las normas que les afectan (Apel, 1973, 400; Habermas, 1986). Para lo que aqu nos ocupa podramos decir entonces que de la obligacin de tener dialgicamente en cuenta a los afectados por las normas se siguen al menos las siguientes conclusiones, que son congruentes con algunos de los tpoi de la Neurotica: 1) El individualismo, como marco para interpretar la vida humana, es falso. Somos en relacin. Los seres humanos no somos individuos aislados, dueos de nuestras facultades y del producto de nuestras facultades sin deber por ello nada a la sociedad,
138
ISEGORA, N. 48, enero-junio, 2013, 127-148, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2013.048.07
como pretenda el individualismo posesivo (Macpherson, 1962), sino seres vinculados mutuamente. La clave de la vida humana es sujeto-sujeto, no individuo aislado. En este punto los avances neurocientficos avalan la afirmacin de que el individualismo es falso: si la tica del discurso desvela que el ncleo de la vida humana no es el individuo aislado, sino la persona en relacin con aquellos con los que le vincula un nexo de reconocimiento mutuo, tambin los avances neurocientficos descartan el individualismo, por falto de base. Tanto los estudios neuroendocrinolgicos como los propios de la biologa y la psicologa evolutivas, as como la matemtica biolgica, muestran que el cerebro humano se va conformando en relacin con otros, que es social, y por eso podemos decir que somos en relacin, que el individualismo es falso por abstracto. Una abstraccin que puede degenerar en ideologa. En este punto existe una perfecta congruencia entre base biolgica y marco filosfico. A travs de ese reconocimiento mutuo se revela que el ncleo de la vida humana es la intersubjetividad, no la suma de subjetividades. De donde se sigue que ante la pregunta por qu debo moralmente? exista una respuesta: slo si somos ya en vnculo, slo si la intersubjetividad nos constituye tiene sentido la obligacin moral. El individualismo es una abstraccin sin base tico-pragmtica ni tampoco biolgica, por eso es incapaz de responder a la pregunta por qu debo? en relacin con otros. 2) El modelo del homo oeconomicus es incapaz de interpretar la conducta de los seres humanos El ser humano es fundamentalmente homo reciprocans, no trata de maximizar sus ganancias, prescindiendo de los dems seres humanos, sino que est fundamentalmente predispuesto a cooperar. La evolucin nos ha preparado para el cuidado de las cras y de los cercanos en el nivel endocrinolgico, pero tambin el ser humano est preparado evolutivamente para vivir en sociedades contractualistas, en las que est dispuesto a dar y a recibir, a cooperar, a castigar a los infractores, asegurando que no haya polizones, a no dejarse humillar con tratos injustos. ste sera el tipo de ser humano en el que piensan las teoras del contrato social, y diversas investigaciones matemticas y neurobiolgicas avalan la realidad de esta estructura humana. Con todo ello se garantiza el funcionamiento de instituciones que garantizan en la medida de lo posible el funcionamiento de la reciprocidad indirecta. Esas instituciones dan cuerpo a un sentido de la justicia que va ms all del mutualismo, presente ya en los animales (t me das y yo te doy, en un espacio y tiempo limitados), y ms all de la reciprocidad directa (t me das y yo te doy,
ISEGORA, N. 48, enero-junio, 2013, 127-148, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2013.048.07
139
Adela Cortina
en un espacio y tiempo amplios, en el que tiene sentido aplazar la gratificacin). La reciprocidad indirecta es el vnculo que nos une con gentes a las que no conocemos y tal vez nunca conozcamos, con lo cual se refuerza la importancia de las normas, que vinculan a los seres humanos con los lejanos y con los cercanos. No es, pues, el homo oeconomicus el que explica la conducta humana. Y en este punto tambin los tpoi de la neurotica avalan ese ncleo de la tica del discurso, segn el cual, el reconocimiento recproco es la clave de la vida social, y no un individuo maximizador (Hamilton, 1964 a y b; Skyrms, 1996; Levy, 2007; Hauser, 2008; Tomasello, 2010; Cortina, 2011). Podemos decir entonces que las afirmaciones centrales de la tica del discurso son, como mnimo, perfectamente congruentes con dos tpoi de la neurotica hodierna: la clave de la vida humana es la relacin, el vnculo de reconocimiento entre individuos, no el individuo aislado; el ser humano no es slo homo oeconomicus maximizador, sino sobre todo homo reciprocans. Pero a partir de este punto la tarea de la tica del discurso ser crtica en el sentido de dar razones para llevar las obligaciones mutuas incluso ms all de la reciprocidad, en el siguiente sentido: 1) Marcando el camino a la evolucin: exigencias morales universales. El reconocimiento del otro como interlocutor vlido, sea actual o virtual, genera obligaciones que descartan que puedan considerarse morales los cdigos de conducta, acuados por la evolucin, que aconsejan cuidar al cercano y rechazar al extrao. Pero tampoco dan por bueno que puedan considerarse morales las normas que slo aconsejan reciprocar con aquellos individuos de los que es posible obtener ventajas directas, en el sentido de la reciprocidad directa. Ni siquiera son morales las normas que slo obligan en relacin con aquellos posibles interlocutores de los que se pueden obtener ventajas de forma indirecta, al entablar con ellos relaciones institucionalizadas de reciprocidad indirecta en una sociedad contractualista. La obligacin que surge del reconocimiento recproco se refiere a todos los seres dotados de competencia comunicativa que puedan resultar afectados por las normas. Esta obligacin va ms all de las exigencias del contractualismo. La evolucin de nuestras disposiciones biolgicas, que nos prepara para sobrevivir en unas situaciones determinadas, no coincide con el progreso moral en el nivel cultural. Aunque Habermas hable de una teora de la evolucin social, adaptando el proceso ontogentico del que trata Kohlberg al filogentico, es en realidad una teora del progreso en la conciencia moral social, concretamente, en la formacin de juicios acerca de la justicia (Habermas, 1981 y
140
ISEGORA, N. 48, enero-junio, 2013, 127-148, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2013.048.07
1985). Una cosa es la evolucin biolgica, otra, el progreso en la cultura y el juicio moral. Si la moral slo trata de reforzar las disposiciones que favorecen el juego de la cooperacin, se potenciara el mecanismo evolutivo y entenderamos por moral el juego de la cooperacin como es hoy habitual. As lo reconocen una gran cantidad de autores, entre otros, Haidt cuando afirma: Los sistemas morales son conjuntos engranados de valores, virtudes, normas, prcticas, identidades, instituciones, tecnologas y mecanismos psicolgicos evolucionados, que trabajan conjuntamente para suprimir o regular el autointers y hacer sociedades lo ms cooperativas posible (Haidt, 2012, 220). Sin embargo, a mi juicio, el progreso moral alcanzado en el siglo XXI no exige slo favorecer la cooperacin en el seno de un grupo, haciendo posible la seleccin de grupos, sino que se entiende por disposiciones morales aquellas que favoreceran tener en cuenta a cualesquiera seres humanos. En caso contrario, no importaran problemas como los de la justicia global ni se propondran proyectos como los Objetivos de Desarrollo del Milenio, tan ligados a la proteccin de los derechos humanos. 2) No slo benevolencia: universalidad de las exigencias de justicia Y justamente porque ese reconocimiento es el punto que da sentido a todo el desarrollo posterior, el problema no consiste en averiguar, como es propio de la tradicin individualista, si la benevolencia puede extenderse ms all de los hijos, los parientes, los compaeros o los cercanos, que es lo que preocupaba, entre otros, a Levy, y la razn por la cual las teoras moral-polticas contractualistas, de Hobbes a Rawls y Sen, tienen una enorme dificultad de responder a la pregunta por la obligacin moral. No se trata de que la moral sea slo una cuestin de cuidado y benevolencia, que se va extendiendo desde los cercanos a todos los seres humanos, incluso a todos los seres vivos. La moral es una cuestin tambin, y muy especialmente de justicia, entendida en el nivel postconvencional en el desarrollo de la conciencia moral: el reconocimiento lo es de todos los seres dotados de competencia comunicativa, actuales o virtuales, y a todos ellos se extiende la obligacin de tenerlos en cuenta cuando se trata de normas que les afectan. La obligacin no descansa entonces slo en razones prudenciales de supervivencia o de seguridad y estabilidad, sino tambin en el derecho que todos los seres dotados de competencia comunicativa tienen de ser tratados como interlocutores vlidos y, por lo tanto, como fines en s mismos, no slo como medios. El deontologismo kantiano vuelve, pues, por sus fueros, pero en versin dialgica: el derecho de los interlocutores reales y virtuales a ser tenidos
ISEGORA, N. 48, enero-junio, 2013, 127-148, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2013.048.07
141
Adela Cortina
en cuenta es moralmente ineludible. Y sa es la lnea de actuacin que se debe marcar moralmente a la evolucin. En este sentido, la propuesta de la tica del discurso es congruente con tpoi nucleares de los principales enfoques neuroticos, pero tambin tiene la capacidad filosfica necesaria para proporcionar un canon para la crtica racional: la clave del reconocimiento recproco plantea exigencias morales universales, la moral no es un mero mecanismo adaptativo, porque las exigencias pragmticas del discurso sobre la justicia de las normas marcan una lnea de progreso, y no una simple evolucin.
5. Neurotica de una razn dialgica cordial Ciertamente, la tica del discurso desvela como fundamento de la obligacin moral ese vnculo profundo, que no se identifica con la capacidad de contratar, sino que consiste en el reconocimiento lgico-formal de cualquier ser dotado de competencia comunicativa8. Como ocurre en toda suerte de teoras, esta teora tica ha recibido un buen nmero de crticas desde su nacimiento (Wellmer, 1986; Muguerza, 1990). Pero aqu nos ocuparemos de una sola, relacionada con nuestro tema: la tica del discurso centra su atencin en las normas de accin, y pone entre parntesis otros elementos centrales del fenmeno moral, como es el caso de las emociones o los valores. Aunque es consciente de que normas, emociones y valores no pueden separarse entre s como cortando con un cuchillo (Habermas, 1985, 61-68), esta tica se centra en las normas, porque constituyen la dimensin exigible del fenmeno moral, aquello que puede exigirse a todos los seres humanos y es, por lo tanto, universalizable. Y es verdad que las normas son centrales para la vida humana, porque son expectativas recprocas de comportamiento generalizadas, a travs de las cuales los seres humanos organizamos coordinadamente nuestra vida (Habermas, 1992, 172). Aunque las valoraciones puedan situarse en el origen de la conducta moral, tambin es verdad que la reciprocidad indirecta slo puede estabilizarse a travs de las normas que se expresan mediante el lenguaje y se plasman en instituciones. El hecho de que los seres humanos sean capaces de reciprocidad indirecta es lo que lleva a construir normas e instituciones que
c
Frente a la gran cantidad de neurocientficos y neuroticos que a la hora de fundamentar la moral entienden que o bien se fundamenta en la naturaleza (naturalismo) o es preciso recurrir a un fundamento sobrenatural (teologa moral), la tica del discurso proporciona una fundamentacin filosfica del deber moral que no recurre a fundamentos sobrenaturales, ni tampoco se contenta con los naturales.
142
ISEGORA, N. 48, enero-junio, 2013, 127-148, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2013.048.07
tienen que ser justas. La pregunta por la justicia de una norma hoy en da se formula desde el nivel postconvencional alcanzado por nuestras sociedades. La importancia de las normas para la vida humana no disminuye porque sean derivadas. Sin embargo, justamente uno de los tpoi de la neurotica hodierna, especialmente relevante, consiste en destacar el papel de las valoraciones y de las emociones en la conducta moral. En este punto coinciden prcticamente todos los autores, siguiendo la lnea de Damasio y LeDoux: nuestra capacidad de valorar y de sentir es lo prioritario biolgicamente, mientras que las normas son derivadas. En este aspecto incide especialmente en los ltimos tiempos Churchland. En efecto, Churchland, marcando explcitamente la distancia con Rawls y con cuantos se integran en la tradicin deontologista de las normas, considera que la base de la moralidad humana se encuentra en nuestra capacidad de valorar unas decisiones u otras a la hora de responder a los problemas que se nos plantean, por eso, a su juicio, intentar descubrir el origen de los valores morales es una tarea imprescindible de la neurotica. Es verdad proseguir Churchland-que las valoraciones dan lugar a prcticas sociales, que cristalizan en hbitos, costumbres e instituciones y en ocasiones generan normas de conducta, pero las normas son derivadas (Churchland, 2011, 162). Y lo que es ms importante- Churchland entiende que no se puede identificar la moral con normas por razones como las siguientes: 1) Si as fuera, slo los seres humanos podran conducirse moralmente porque sera preciso contar con un lenguaje. Churchland, por su parte, entiende que tambin los animales no humanos son capaces de moralidad porque son capaces de cuidar. Frente a autoras, como Korsgaard, que, en la tradicin kantiana, identifican la moral con una ley, creen que slo los seres humanos son capaces de autntica moralidad, porque slo ellos son racionales, Churchland identifica la moralidad con el cuidado y descarta por ello que las normas sean la clave de la moralidad (Korsgaard, 1996; Churchland, 2011, 24 y 25). 2) Las reglas entran en conflicto entre s y no hay modo de decidir sobre ellas, si no es recurriendo a las valoraciones. 3) En el caso de los filsofos que defienden que las reglas deben cumplirse sin excepciones, entienden que para hablar de obligacin moral es esencial desligarse de las emociones; lo cual no concuerda con nuestra naturaleza biolgica. Es el propio circuito neuronal el que fundamenta los valores ms bsicos, que son el propio cuidado y el propio bienestar y, ligado a ellos, el cuidado de los otros cuando esa conducta sirve a nuestra eficiencia adaptativa (Churchland, 2011, 165-175). Reconocer el papel de las emociones y los sentimientos en la formulacin de juicios morales y en la vida moral en su conjunto es de primera necesidad.
ISEGORA, N. 48, enero-junio, 2013, 127-148, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2013.048.07
143
Adela Cortina
El papel representado por Damasio o LeDoux, entre otros, es importante, pero no es menos cierto que la tradicin de la educacin sentimental y de la inteligencia emocional no es nueva ni en la filosofa, ni en la literatura ni tampoco en la psicologa. Aristteles afirmaba en la tica a Nicmaco que el hombre es inteligencia deseosa o deseo inteligente y dedicaba al estudio de las emociones buena parte de su Retrica. Spinoza es un autntico referente en este asunto, la tradicin ilustrada escocesa, con Shaftsbury, Hume o Adam Smith se adentr en el cultivo de las emociones y sentimientos, Kant reconoca la necesidad del sentimiento moral, por citar slo unos cuantos autores, y en los ltimos tiempos esa dimensin afectiva del ser humano ha centrado el inters de psiclogos y filsofos como Goleman, Nussbaum, Sherman, Krause, GarcaMarz, Camps o Cortina. Uno de los grandes avances de las neurociencias consiste sin duda en descubrir, con todas las cautelas, las bases cerebrales de este relevante papel de las emociones, que otros autores haban puesto sobre el tapete pero desconociendo esas bases. Y en este punto creo que son acertadas las crticas que se han dirigido a la tica del discurso por poner entre parntesis las valoraciones y las emociones, cuando lo bien cierto es que tanto las normas como el procedimiento racional para decidir si una norma es justa estn impregnados de valores y de emociones y, a su vez, influyen en nuestra forma de valorar y sentir. Asegurar que el procedimiento racional para decidir si una norma es justa consiste en celebrar un dilogo en que los afectados puedan intervenir en pie de igualdad, con libertad y asegurando que tengan voz los ms vulnerables significa reconocer que la razn humana est ligada a valores como igualdad y libertad y a sentimientos como la compasin. Es verdad que Habermas se refiere explcitamente a la conexin entre sentimientos y pretensiones de universalidad de las normas recurriendo a lo que Strawson denomina sentimientos reactivos. A esos sentimientos que slo puede experimentar quien se inscribe en la interaccin con otros seres humanos; no quien asume la perspectiva del espectador, sino la del participante, y que se despiertan ante la buena o la mala voluntad de los dems, ante su estima, su indiferencia o su desprecio (Strawson, 1995, 37-67). Vivimos unidos por expectativas recprocas, aun en el caso de aquellos con los que no hemos sellado ningn pacto. Aun sin contratos, esperamos unos de otros atencin, estima, aprecio, y nos duelen y nos desalientan la exclusin, el abandono, la condena a la invisibilidad. De aqu extraer Habermas la conclusin de que la indignacin moral y el reproche que se dirige contra los infractores slo pueden tener un fundamento si hay razones por las que el infractor no debiera haber violado las normas, lo que l llama un componente cognitivo. Las exigencias, para
144
ISEGORA, N. 48, enero-junio, 2013, 127-148, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2013.048.07
ser morales, han de descansar en razones (Habermas, 1985, 66). Sin embargo, cmo se articulan valores, emociones o sentimientos y razones en la formacin de los juicios morales, en la toma de decisiones y en la conducta? Esta es una pregunta que, a mi juicio, la tica del discurso ha dejado sin responder. Por eso considero que una tica dialgica de la razn cordial, que hundiera sus races en el reconocimiento cordial de los interlocutores en un dilogo, podra llevar a cabo esa tarea en la medida en que no se referira slo al reconocimiento mutuo lgico formal, ni tampoco nicamente al reconocimiento emocional. Las razones del corazn pueden ser un buen punto de engarce de un ser humano ntegro, reacio a los dualismos, esta vez al dualismo razn-emocin, labrado sobre el reconocimiento cordial. Puede ser que la moralidad haga pie de algn modo en la liberacin de oxitocina y otros neurotransmisores gratificantes, que no est desligada del funcionamiento de la oxitocina, la vasopresina o la dopamina, pero tampoco se reduce a ellos, sino que estira de ellos para extender el reconocimiento ms all de las cras, las parejas, los cercanos, los que tienen capacidad de contratar y devolver beneficios, para llegar a cuantos tienen competencia comunicativa actual o virtual. Del reconocimiento cordial de esta ligatio surge una profunda ob-ligatio, que a lo largo de la historia humana se ha ido configurando como moral, un sentimiento de justicia trazado sobre la trama de las razones del corazn (Cortina, 2007).
BIBLIOGRAFA Apel, K.-O. (1985): La transformacin de la filosofa, Taurus, Madrid. Aranguren, J.L. (1994): tica, Obras Completas, II, Trotta, Madrid, 159-502. Bonete, E. (2010): Neurotica prctica, Descle de Brouwer, Bilbao. Camps, V. (2011): El gobierno de las emociones, Herder, Barcelona. Casacuberta; D. (2000): Qu es una emocin?, Crtica, Barcelona. Cela, C.J. y Ayala, F.J. (2001): Senderos de la evolucin humana, Alianza, Madrid. Churchland, P.S. (2011): Braintrust, Princeton University Press, Princeton, N.J. (hay trad. esp. en Paids, 2012: El cerebro moral). Churchland, P.S. and Suhler, Ch. (2011), The Neurological Basis of Morality, en Illes, J. and Sahakian, B.J. (eds.), The Oxford Handbook of Neuroethics, Oxford University Press, 33-58. Conill, J. (2004): tica hermenutica, Tecnos, Madrid.
ISEGORA, N. 48, enero-junio, 2013, 127-148, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2013.048.07
145
Adela Cortina
Cortina, A. (1986): tica mnima, Tecnos, Madrid. Cortina, A. (2007): tica de la razn cordial, Nobel, Oviedo. Cortina, A. (2010): Neurotica: las bases cerebrales de una tica universal con relevancia poltica?, en Isegora, n 42, 129-148. Cortina, A. (2011): Neurotica y Neuropoltica, Tecnos, Madrid. Cortina, A. (ed.) (2012): Gua Comares de Neurofilosofa prctica, Comares, Granada. Damasio, A. (2005): En busca de Spinoza, Crtica, Barcelona. Damasio, A. (2006): El error de Descartes, Crtica, Barcelona. De Souza, R. (1987): The Rationality of Emotion, MIT Press, Cambridge, MA. Evers, K. (2010): Neurotica, Katz Editores, Buenos Aires. Garca-Marz, D. (2004): tica empresarial, Trotta, Madrid. Gazzaniga, M.S. (2006), El cerebro tico, Paids, Barcelona. Goleman, D. (1996): Inteligencia emocional, Kairs, Barcelona. Greene, J.D. (2012): Del es neuronal al debe moral: cules son las implicaciones morales de la psicologa neurocientfica?, en Cortina, A. (ed.) (2012): 149-158. Habermas, J. (1981): La reconstruccin del materialismo histrico, Taurus, Madrid. Habermas, J. (1985): Conciencia moral y accin comunicativa, Pennsula, Barcelona. Habermas, J. (1998): Facticidad y validez, Trotta, Madrid. Haidt, J. (2012a): El perro emocional y su cola racional: un enfoque intuicionista sobre el juicio moral, en Cortina, A. (ed.) (2012), 159-215. Haidt, J. (2012b): The Righteous Mind: Why Good People are Divided by Politics and Religion, Pantheon Books, New York. Haidt, J. and Hersh, M.A. (2001): Sexual morality: the cultures and emotions of conservatives and liberals, Journal of Applied Social Psychology, 31, 191-221. Hamilton, W.D. (1964a): The evolution of altruistic behavior, American Naturalist, n. 97, 354-356. Hamilton, W.D. (1964b): The genetical evolution of social behavior, Journal of Theoretical Biology, n. 7, 1-52. Hauser, M.D. (2008): La mente moral, Paids, Barcelona. Hume , D. (1977): Tratado de la naturaleza humana, Editora Nacional, Madrid. Kant, I. (1978): Crtica de la razn pura, Alfaguara, Madrid. Kant, I. (1989): La Metafsica de las Costumbres, Tecnos, Madrid. Korsgaard, Ch. (1996): The sources of normativity, Cambridge University Press. Krause, Sh.R (2008): Civil Passions, Princeton University Press, Princeton and Oxford. LeDoux, J. (1999): El cerebro emocional, Ariel, Barcelona.
146
ISEGORA, N. 48, enero-junio, 2013, 127-148, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2013.048.07
Levy, N. (2007): Neuroethics, Cambridge University Press, New York. Lavazza, A. & De Caro, M. (2010): Not so Fast. On Some Bold Neuroscientific Claims Concerning Human Agency, Neuroethics, n 3, 23-41. Macpherson, C.B. (1970): La teora poltica del individualismo posesiovo, Fontanella, Barcelona. Monin, B., Pizarro, D., Beer, J.S. (2007): Deciding versus reacting: conceptions of moral judgement and the reason-affect debate, Review of General Psychology, 11, 99-111. Mora, F. (2007): Neurocultura, Alianza, Madrid. Morgado, I. (2010): Emociones e inteligencia social, Ariel, Barcelona, 2 ed. Muguerza, J. (1990): Desde la perplejidad, F.C.E., Mxico, Madrid, Buenos Aires. Nussbaum, M.C. (2001): Upheavals of Thought, Cambridge University Press. Poldrack, R.A. 2006: Can cognitive processes be inferred from neuroimaging data?, Trends in Cognitive Sciences, 10/2, 59-63. Roskies, A.L. (2002): Neuroethics for the new millenium, Neuron, 35, 21-23; Walter Glannon (ed.) (2007), 12-18. Roskies, A.L. 2008: Neuroimaging and Inferential Distance, Neuroethics, n. 1, 19-30. Sherman, N. (1999): Taking Responsibility of Our Emotions, en Paul, E.F.; Miller, F.D., Jr.; Paul, J. (1999): Responsibility, Cambridge University Press, 294-324. Siurana, J.C. (2003): Una brjula para la vida moral, Comares, Granada. Singer, P. (2012): tica e intuiciones en Cortina, A. (2012) (ed.): Gua Comares de Neurofilosofa Prctica, Comares, Granada, 279-301. Skyrms, B. (1996): Evolution of the Social Contract, Cambridge University Press, Cambridge. Slaby, Jan 2011: Perspectiven einer kritischen Philosophie der Neurowissenschaften, in Deutsche Zeitschrift fr Philosophie, 59, 375-390. Solomon, R.C. (1993): The Passions: Emotions and the Meaning of Life, Hackett Publishing Company, Indianapolis. Strawson, P.F. (1995): Libertad y resentimiento y otros ensayos, Paids, Barcelona. Tommasello, M. (2010): Por qu cooperamos?, Katz, Buenos Aires. Wellmer, A. (1986): Ethik und Dialog, Suhrkamp, Frankfurt. Wimmer, R. (1980): Universalisierung in der Ethik, Suhrkamp, Frankfurt.
147