Claves para Leer A Adolfo Bioy Casares
Claves para Leer A Adolfo Bioy Casares
Claves para Leer A Adolfo Bioy Casares
A d o lfo B i o y C a s a r e s
R bOger Caillois define lo fantstico como un agresin: en medio de un mundo or-
denado, tranquilo, comn, perfectamente conocido y que parece la garanta misma
de la razn
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, lo inadmisible se despliega lentamente o irrumpe de improviso, el mis-
terio se insina y se instala el espanto. Todorov lo explica de manera parecida: En
un mundo conocido se produce un acontecimiento imposible de explicar por las leyes
de este mismo mundo familiar. Quien percibe el acontecimiento debe optar por una
de las dos soluciones posibles, o se t r a t a de una ilusin de los sentidos, de un pro-
ducto de la imaginacin, y las leyes del mundo siguen siendo las que son, o el aconte-
cimiento se produce realmente, es par t e integrante de la realidad, y entonces esta
realidad est regida por leyes que desconocemos. Lo fantstico ocupa el tiempo de
esa incertidumbre
2
.
Los cuentos de Adolfo Bioy Casares incluyen una variante no contemplada en estas
dos clebres definiciones de lo fantstico. En la mayora de sus relatos no se t r a t a
de lo sobrenatural infiltrndose solapadamente en la realidad cotidiana, sino de la
incursin del personaje en un mbito insospechado, diferente al habitual, que coexiste
con la realidad conocida como dos mundos paralelos, ajenos, mutuamente indiferen-
tes, incontaminados, pero secretamente comunicados. En vez de irrupcin de lo inex-
plicable en el sereno mundo de todos los das, la salida del personaje se aventura
por mbitos misteriosos.
El personaje penetra por accidente ( D e la forma de l mundo, El atajo), por azar ( L a
trampa ce le ste , L a sie rva aje na, El lado de la sombra) o como resultado de una bs-
queda metdica ( El otro labe rinto, U na pue rta se abre , L os afane s) en esa ot ra dimen-
sin regida por una legalidad distinta a la del mundo conocido. No existe sospecha
de sueo o ilusin, ni tampoco el descubrimiento atroz de habi t ar el misterio, como
sugiere Todorov. El personaje sale de la realidad donde reinan las costumbres y el
orden, y se interna en otra realidad diferente -i nqui et ant e, extraa, atrayente, pel i gr os a-
de la que, casi siempre, como Alicia e n e l pas de las maravillas, es posible regresar.
invenciones
\y Ensavosy
;
Roge r Caillois, Pre faro a
la Antologa del cuento fan-
tstico. Bue nos Aire s, Su-
dame ricana, 1967.
2
Tzve tan Todorov, Intro-
duccin a la literatura fan-
tstica. Bue nos Aire s, Tie mpo
Conte mporne o, 1972.
^Invenciones
^Ensayos
]
Emir Rodrgue z Mone gal,
Borges par lui-mme. Pa-
rs, Editions du Se uil, 1970.
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El v ia je f a nts ti co
La posibilidad de salir y ent r ar del personaje, el acceso a otra dimensin donde
rigen otras reglas, donde es factible jugar un rol diferente al habitual, otorga impor-
tancia a los viajes, ingrediente infaltable de la narrativa de este autor. Yo tengo
la obsesin del viaje. Siempre creo que voy a resolver todo yndome suele decir
Bioy Casares. El viaje es como una tregua a una vida construida sobre palabras y
juegos minuciosamente repetidos, a un orden familiar que nos oprime con su carga
uniforme y que es como una huella mil veces t ransi t ada.
Los personajes de los cuentos de Bioy Casares invariablemente emprenden un viaje
que los conduce, sin buscarlo, a lo sobrenatural. A menudo se t r at a de un viaje de
rutina por un itinerario habitual que de pronto se vuelve extrao y lo arroja al miste-
rio, como la aventura de Guzmn, el viajante de comercio de El atajo, o el vuelo
de prueba de Ireneo Morris en L a trampa ce le ste . Otras veces es el regreso a la pa-
t r i a chica, al lugar donde transcurrieron los das felices de la niez, en El solar,
la casa veraniega del bosque; en D e los re ye s futuros, la quinta de los juegos infantiles;
en El otro labe rinto, la ciudad natal donde esperan los amigos de siempre, de vuelta
de la vida de estudiante en Pars. Este viaje al pasado, este retorno al paraso perdido,
desemboca en una revelacin escalofriante: el mbito de la infancia est ah, esperan-
do, pero patticamente transformado. La decadencia deforma sus contornos y la tris-
teza y el hor r or acechan como una araa en su tela al infeliz protagonista.
A veces el personaje se topa con lo sobrenatural al final de un viaje a pases remo-
tos ( El lado de la sombra, Plan de e vasin, L os milagros no se re cupe ran), o al trmino
de un paseo a la costa del ro, o en las cortas vacaciones a una playa cercana, o
en la breve estada en la chacra de un amigo o durante la tediosa permanencia en
un pueblito patagnico como corresponsal de un diario porteo ( L a sie rva aje na, El
gran Se rafn, El hroe de las muje re s, El pe rjurio de la nie ve ). El viaje tiene algo que
ver con la obsesin claustrofbica, con la sensacin existencia! de vivir aprisionado
en mbitos cerrados, que aqueja a este autor argentino. Bioy imagina en sus ficciones
las mil formas de la fuga; su l i t erat ura propone a nuestra imaginacin innumerables
planes de evasin.
Se puede alegar que este imperativo de fuga es constante en toda la literatura fan-
tstica. Borges
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seala cuatro procedimientos de este antiguo gnero literario (la obra
de arte dentro de la misma obra, la contaminacin de la realidad por el sueo, el
viaje en el tiempo y el doble), t res de los cuales suponen la r upt ur a de un lmite
entre dos rdenes diferentes: ficcin-realidad, sueo-realidad, pasado-presente, futuro-
presente. Si en la vida el primer trmino de cada dicotoma enunciada es una cpsula
hermtica, el mbito del misterio vedado para cada uno de nosotros, moradores del
aqu y el ahora (no podemos habitar el sueo ni la ficcin ni el pasado irrecuperable
ni el futuro ignoto), la imaginacin fantstica nos permite (aunque ilusoriamete) bur-
lar esos lmites, circular por los casilleros estancos, abrir agujeros comunicantes en-
A d o lfo B i o y C a s a r e s
Pr e mi o C e r v a nte s 1990
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tre lo dismil, escabullimos por una imperceptible rendija a los rdenes distantes:
el pasado, el futuro, el ms all, los sueos, las dems especies, lo inanimado.
Si bien esto es as, una de las originalidades de este inventor de ficciones radica
en el procediminto ideado para introducir al personaje, con naturalidad, de manera
verosmil, en lo sobrenatural, que al mismo tiempo le sirve como recurso narrativo
para enredar al lector casi inadvertidamente en la trama-trampa fantstica. Ese recur-
so es el viaje. Sin viaje no hay peripecia. El viaje es el mecanismo desencadenante
de la aventura fantstica porque permite al protagonista alejarse transitoriamente
de los rostros conocidos, de la propia existencia hecha de gestos infinitamente ensaya-
dos, y lo predisponen (tambin al lector) al acecho, a la tensa espera de lo inesperado.
Por obra y gracia del viaje es posible asomarse a la pat ri a del azar y el accidente,
a la oscura zona del riesgo y el misterio.
En cuanto cruzas la calle ests del lado de la sombra es un epgrafe de uno de
los cuentos de Bioy. Si bien alejarse es necesario, volver es imperioso. Por eso Guz-
mn siente un afecto entraable por su viejo automvil: El Hudson cumpla ineludi-
bles condiciones para la felicidad: lo alejaba y lo traa de vuelta ( El atajo). Tambin
se hace referencia a esa zona de extremo riesgo a la que es saludable asomarse de
vez en cuando, siempre que se tenga la garanta de ret ornar a las seguridades doms-
ticas en El lado de la sombra: Todo hombre se asoma a esa tierra, la del destino,
la de la buena o la mala suerte. Lo importante es no internarse, no sucumbir a
su hechizo, no habitarla. Internarse en ese mar tumultuoso, en esa selva, en el
laboratorio de lo incalculable es est ar a la intemperie, es ponerse a disposicin
del azar, de la aventura, de fuerzas desconocidas e incontrolables. Por eso la desazn
y el miedo hacen presa del protagonista cuando siente que ha perdido amar r as con
el mundo cotidiano. La sospecha de no poder volver lo paraliza de t error:
Me entr la desazn. Esto no es para m... Qu miedo si algo lo agarra y uno se queda!
dice el distinguido viajero de El lado de la sombra mientras recorre las callejuelas
tumultuosas de la ciudad africana. En la calle encontr un taxi y volvi al barco:
Al oler ese ambiente particular de a bordo me hall en casa y me invadi una gran
debilidad, hecha de alivio y de jbilo, concluye.
En el tren, Urbina, el desafortunado personaje de L a sie rva aje na, anhel est ar
de vuelta a su casa, como a un refugio, a salvo de la cruel intemperie del mundo,
donde hay secretos y enanos horribles que lo odian a uno...Anhel ver a sus padres
- l o s imaginaba muy l e j o s - y dormir entre las sbanas fras de su cama. Extrao
mi ciudad, confiesa Battilana, el circunstancial acompaante de Guzmn en el viaje
de El atajo, mi Buenos Aires, como si ya quedara muy lejos. Muy lejos y en otra
poca. Algo espantoso, como si nos dijeran: no volvern,
Entre estas dos realidades (lo conocido y lo desconocido, la luz y la sombra, la
minscula pat ri a humana y el misterio inconmensurable) se mueven las criaturas de
Adolfo Bioy Casares. En un recodo del camino, durante un descuido o por un error
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minsculo, o como consecuencia de una bsqueda obsesiva, y casi siempre durante
un viaje, se descubre una grieta de imperturbable realidad, se insina el tnel se-
creto que comunica con la otra tierra y ese otro mundo se revela en su inagotable
misterio. La clave es asomarse y regresar. Pero su hechizo es irresistible y sus tram-
pas infinitas y a veces el ret orno es imposible. El equilibrio ideal ent r e una vida
de idas y vueltas entre esos dos mundos antagnicos y paralelos, de un asomarse
peridico y espordico a esa otra realidad peligrosa y atrayente, se rompe con signifi-
cativa frecuencia en los relatos de este autor.
El p a s a je co mo p a i s a je
En las ficciones de Bioy Casares el viaje preludia el salto a la otra realidad que
siempre se produce desde lo cerrado o circunscripto. Casas y caserones anacrnicos
con respecto al entorno, islas o lugares aislados por las aguas, cuarteles y hospitales,
trenes, barcos y aviones constituyen la escenografa desde donde el protagonista es
catapultado a lo desconocido. Pese a su aparente variedad, estos lugares comparten
la condicin de circunscriptos, es decir separados del entorno por un lmite definido.
Son lugares cerrados o consagrados, medimnicos a la vez que ambiguos porque no
pertenecen ni al lado de ac ni al lado de all, ni al orden cotidiano ni a la otra
realidad, pero los comunican: son pasadizos o pasajes.
Este lmite que marca la diferencia esencial con la realidad circundante, a menudo
se lo acenta por medio de elementos aisladores: agua, bosques, desiertos, paisajes
inhspitos, murallas, llaves y candados. Quien ha ledo El pe rjurio de a nie ve (o ha
visto su versin cinematogrfica filmada en la Argentina dirigida por Leopoldo Torres
Ros y Leopoldo Torre Nilsson con el ttulo de El crime n de Oribe ) no podr olvidar
la casona del dinamarqus Vermehren levantada como una aparicin en medio de
la desolada Patagonia, hermticamente cerrada al exterior, espacio consagrado a ritos
conjuratorios que detienen el tiempo e inventan la eternidad. Tambin en el relato
L a sie rva aje na, un decadente casern en una isla del Tigre es la guardadora del ho-
rrendo secreto. Y en Moscas y araas, la desvencijada casa frente a las vas del ferro-
carril, se resiste con r ar a obstinacin al trabajo de Andrea por hacerla habitable,
constituye la escenografa apropiada para las brujeras de la extraa dama. Y la man-
sin semiderruda de Saint-Remi en D e los re ye s futuros, rodeada de un j ard n espec-
tral y separada del suburbio por un alto muro que esconde a la vista de los transen-
tes los funestos experimentos que all se realizan.O el repugnante deterioro de la casa
de El solar, refugio feliz de una infancia lejana recordada con la nostalgia del paraso
perdido, tal vez tan ilusorio como la intencin asesina de las comadrejas. Tambin
el chalecito de El calamar opta por su tinta, con su cuidado jardn al frente, smbolo
de la seguridad pequeoburguesa defendida contra viento y marea, an a costa del
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destino de la humanidad, es el espacio circunscripto donde se establece el contacto
ext r at er r est r e.
Estas casas-orden, casas-refugio o fortaleza, aisladas y distantes de la geografa cir-
cundante, son un rasgo que Bioy comparte con otros escritores argentinos de la talla
de Eduardo Mallea ( L as guilas), Manuel Mujica Linez ( L a casa, Aqu vivie ron), Ernes-
to Sbato ( Sobre hroe s y tumbas), Marco Denevi ( Ce re monia se cre ta, L os ase sinos de
los das de fie sta), Beatriz Guido ( L a casa de l nge l), Sara Gallardo ( L os galgos, los
galgos), Mara Anglica Bosco ( El come dor de diario), Julio Cortzar ( Casa tomada,
Be stiario), Ezequiel Martnez Estrada ( Marta Rique lme ).
Esta tendencia argentina patentizada en la l i t erarura por las casas o caserones que
protegen o aislan, y el sueo de la casa propia, tan arraigado en la burguesa de
mi pas, tiene que ver con los remanidos temas de la identidad nacional y del desa-
rraigo, que atormentaron a los intelectuales argentinos por la dcada del cuarenta.
La casa grande y ostentosa es espejo de lo que se cree ser o lo que se quiere ser
porque el inmigrante desarraigado de su pas de origen e insertado en mbitos tan
lejanos y diferentes a los que lo vieron crecer, no se reconoce a s mismo. Estas casas
que reproducan en la intimidad de los cuartos la Europa de la infancia, con fachadas
que parodiaban la grandeza de palacios, inalcanzables desde la miseria de Europa
y al alcance de la mano desde la flamante situacin de nuevos ricos americanos, apa-
recen en la l i t er at ur a argentina como depositaras de poderes insospechados: la casa
se aduea de sus moradores o es laberinto del que es difcil salir o crcel que impone
su orden inflexible. En El pe rjurio de la nie ve Bioy Casares las define como mundos
incomunicados, ms incomunicados que una isla o un buque. Castillos inaccesibles
y funestoslas califica en L a sie rva aje na, defendidas con cerrojos, llaves y candados,
con ambientes interiores casi palpables: las alfombras, los cuadros, los tapices re-
producen la decoracin de las viviendas europeas en medio de la Patagonia desierta
(como la del irlands eir El pe rjurio de la nie ve ) acentuando el carcter de mbitos
hermticos sin solucin de continuidad con la naturaleza circundante. Este extraa-
miento de las casas con respecto al entorno les confiere un aire de apariciones, de
construcciones fantasmales y a veces adquieren la fisonoma de un animal antedilu-
viano acechando en la penumbra ( D e los re ye s futuros).
En todos los casos la casa funciona como un presidio, otorga y borra identidades,
es ilusin y t rampa. Paradjicamente los moradores no se aduean jams de la casa
que permanece siempre autnoma, poderosa y temible.
Adems de las casas, en novelas y cuentos de Adolfo Bioy Casares proliferan avio-
nes ( L a trama ce le ste , L os milagros no se re cupe ran), barcos ( L a pasaje ra de prime ra
clase , El lado de la sombra) y trenes ( El gran Se rafn). Tambin crceles ( Plan de e va-
sin, El atajo) y hospitales ( D ormir al sol, Otra e spe ranza) donde mdicos y enferme-
ros, al margen de la medicina institucional, estn complotados en diablicos experi-
mentos victimando a los desprevenidos pacientes. Los hospitales tambin funcionan
como presidios: los enfermos sufren un t r at o de presos encerrados bajo llave, vigila-
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dos por enfermeros carceleros, vctimas de persecuciones si intentan salir. Asimismo
la isla de L a inve ncin de More l, refugio de un fugitivo perseguido poltico, es crcel
donde queda atrapado para siempre. En muchos otros relatos ( D e los re ye s futuros,
Mscaras ve ne anas, L os afane s, En me moria de Paulina, El otro labe rinto) se insi-
nan cuartos que funcionan como laboratorio y crcel, consagrados a experimentos
cientficos al margen de la ciencia oficial, donde quien entra por er r or o curiosidad
o persuadido por alguno, es manipulado hast a perder su identidad, hast a convertirse
en otro u otra cosa, o no sale jams. La crcel, lugar fuera del mundo, al margen
tanto de la vida civil como la domstica, es metfora del pasadizo o pasaje a una
mutacin ontolgica o a una dimensin aterradora.
El jue go y l a s ms ca r a s
La identidad constituye una de las obsesiones de Adolfo Bioy Casares. Saber qui-
nes somos, si somos lo que jugamos, si detrs del rost ro habitual escondemos otros
insospechados, son inquietudes que el escritor logra conjurar por va fantstica. Sus
relatos burlan todos los prejuicios, todas las teoras, todos los determinismos que
nos atan a una poca, a un lugar, a una identidad, a roles estereotipados, y saltan
ms all donde es posible ser otro en otro lugar y en otro tiempo. Pero, pese al salto,
la libertad es condicin inalcanzable, inexistente, ya que el otro lado del lmite no
es el mbito de los infinitos posibles sino zona insegura regida por otra legalidad,
diferente a la acostumbrada, y a menudo ms terrible.
Cuando se aleja de la realidad cotidiana y se asoma a esa otra dimensin, el perso-
naje de las ficciones de Bioy deja de ser quien es y juega otros juegos. El oscuro
periodista de El pe rjurio de la nie ve deviene prncipe azul (audaz y romntico) y al
mismo tiempo violador en el doble sentido: de la muchacha enferma y del sagrado
orden de la casa. Guzmn de El atajo, pobre infeliz y marido engaado, traspuesto
el umbral, se convierte en un astuto Ulises que con ardides logra bur l ar la vigilancia
y salvar el pellejo. En cambio el amante de su mujer, experto en bur l a r la vigilancia
de maridos engaados, no puede evitar un fusilamiento entre lloriqueos y confesiones
desatinadas. Si la vida es un juego en el que todos jugamos ( Guirnalda con amore s),
en la otra realidad cada jugador cambia de juego, intercambia roes,es otro.
La idea de que la vida es un juego es reiterativa en Bioy; Lo que estamos haciendo
en el mundo es un juego. Un juego necesario porque si no creemos en l nos aburri-
mos y a lo mejor hasta nos suicidamos
4
dice. Los personajes de Bioy tienen con-
ciencia de esta verdad, la certeza de que estn jugando los invade con frecuencia:
El saba que todas las personas all reunidas (se dice en El otro labe rinto) estn
jugando. Que los juegos terminaran en el derrocamiento del gobierno o en la sangrien-
ta represin, no alteraba esta verdad. Y en el mismo cuento que t r at a de los patrio-
tas hngaros y su valerosa resistencia, se reitera la idea: Se imagin a s mismo
Invenciones
)N Ensayos
1
4
Gracie la Sche ine s-Adolfo
Bioy Casare s, El viaje y l a
ot r a realidad. Bue nos Aire s,
Fe lro, 1988.
L
Invenciones
ty EnsayosT
20
como un calmoso y magistral (e indeterminado) jugador, frente a un determinado y
simblico tablero.
Ent r ar en juego es representar un rol o mover piezas en un tablero imaginario con
estrategia y habilidad, de acuerdo a leyes ldicas, Los afanes, los compromisos coti-
dianos, la ambicin que mueve al hombre ( L os ajane s) son juegos extremadamente
serios que duran a menudo toda la vida. Para Bioy Casares entonces el juego cambia
de signo: si comnmente es concebido como pasatiempo, recreacin o pausa en el
ajetreo diario, para este autor constituye lo ms serio. Los aspectos ms importantes
y graves de la vida humana se juegan. El trabajo, el amor y la lucha no son ms
que juegos. El juego est en el centro de gravedad de a existencia.
Si en la opinin generalizada los juegos constituyen conjunto de movimientos inti-
les ajenos ai sentido global de a historia de cada uno, para Bioy son necesarios por-
que si no creemos en ellos nos aburrimos o a lo mejor hasta nos suicidamos, porque
otorgan sentido y contento al vivir.
En la narrativa de este autor argentino es posible distinguir los personajes jugados,
de b s ritos y de los juegos de jugarse. Si lo conocido, la imperturbable mudad,
es el orden claro y sereno creado por los juegos cotidianos, es patria humana y puerto
seguro, es a zona de ritos otorgadores de proteccin e identidad. Quienes se alejan
del rea de los juegos, del orden elaborado y remozado permanentemente por el jugar
humano, se exponen al riesgo y la aventura de una vida a la intemperie. All, en la
t i er r a de nadie, los juegos habituales no funcionan, se vuelven ineficaces:
Me entr la desazn y para echarla a broma, jugu que yo era un vecino. Escribir
una carta al diario, me dije, para que por fin retiren estas reliquias de la Exposicin
de nuestro Primer Aniversario de Independencia y Dictadura, que no se avienen con
el estilo de a ciudad... Tan incalculable es el alma que esta broma anodina ahond
mi abatimiento,
explica el viajero de El lado de la sombra, tan lejos de su patria y de sus afectos.
Algo similar le sucede a Battilana en El atajo: en la otra realidad repite los juegos
habituales (a seduccin, ei recurso de l discurso-trampa, de la palabra convincente)
que se tornan intiles y absurdos y precipitan su muerte. Y tambin Ireneo en su
primer viaje ( L a trama ce le ste ), debatindose con terquedad en un Buenos Aires insos-
pechadamente diferente al conocido.
Es que del lado de la sombra no jugamos sino que somos jugados. El que es j ugado
desconoce las leyes del extrao juego en el que participa. El desconcierto, la inseguri-
dad y la certeza de que lo gobiernan fuerzas sobrehumanas cuya racionalidad (si la
hay) no alcanzan a comprender, asuelan a las cri at uras de las historias fantsticas
de Bioy Casares. Cierto presentimiento les anuncia oscuramente que estn trasponien-
do el lmite entre el territorio conocido y un orden distinto. El profesor de historia
de El gran Se rafn recibe ese llamado de alerta en su primer da de playa. Con asom-
bro advirti que no estaba feliz. Lo embargaba una desazn que apuntaba como un
vago recelo. Y el protagonista nar r ador de El lado de la sombra antes de bajar al
2 1
puerto que le recuerda parajes de las novelas de Conrad: Me dije que ni bien desem-
barcara ent rar a en el mundo de tales libros y tuve un escalofro de jbilo y de mie-
do. Y en El atajo Guzmn, al cruzar la puerta cancel, claramente not la angustia;
una opresin leve y pasajera que de un ao a esta par t e le acometa cuando estaba
por salir.
Ya traspuesto el umbral el personaje comprueba que los juegos habituales han per-
dido efectividad y que su identidad se desdibuja: deja de ser quien es, es nadie o
pura posibilidad de ser, Ireneo no existe en ese Buenos Aires levemente diferente
al Buenos Aires natal ( L a trama ce le ste ). Guzmn puede ser un espa contrarrevolucio-
nario ( El atajo). Banyay, el estudiante de historia hgaro, es el viajero del siglo XVII
muerto en un cuarto de hotel ( El otro labe rinto). Por los ojos de Diana, ahora compla-
ciente esposa despus de la operacin, espa el alma de ot ra mujer ( D ormir al sol).
En esa otra realidad el personaje es jugado, y como juguete, indeterminado y dispo-
nible, puede asumir nuevas identidades. Movido por manos invisibles, ser insospe-
chados personajes: asumir la humillacin del mendigo (el ingls Veblen en El lado
de la sombra) o el coraje del hroe (Alfonso Alvarez en El gran Se rafn) o el alma
de un animal ( D ormir al sol).
El orden conocido es en cambio la zona de ritos y ceremonias, que se repiten duran-
te la vida creando la ilusin de que el tiempo se ha detenido; queda cancelada la
novedad con su dosis de riesgo y su variante ms temida: la muerte. Los jugadores
de ritos son personas de costumbres slidas y de vida metdica. Lo es el Dr. Servan
de L a trama ce le ste , quien se confiesa a s mismo un metdico y ordena su vida
de soltern ent re el consultorio y el cine de los viernes con su sobrina. Lo es Alfonso
Alvarez, profesor de historia ( El gran Se rafn), cumpliendo horarios y obligaciones
precisas. Tambin el escribano Urbina de L a sie rva aje na, dbil, hur ao y tmido
que alterna ent re el orden de la casa materna y los expedientes de la escribana.
Y estn tambin los juegos de jugarse. Si ser jugado es part i ci par ldicamente como
juguete o ficha de juego, j ugarse significa convertirse al mismo tiempo en apuesta
y apostador. Como existe una diferencia entre lastimar y lastimarse (en un caso somos
sujetos de una accin centrfuga, hacia fuera, dirigida contra otro; en el otro, orienta-
mos la accin contra nosotros mismos an accidentalmente; somos sujeto y objeto
a la vez), jugarse es jugar apostando a s mismo, ent r ar en un juego donde lo que
se pierde o se gana es la propia vida. Se juegan los patriotas hngaros de El otro
labe rinto porque los juegos pueden terminar en el derrocamiento del gobierno o en
la sangrienta represin. Se juega por amor el fugitivo de L a inve ncin de More l por-
que, an sabiendo que la mquina fabrica la inmortalidad a costa de la vida, se expo-
ne a sus rayos mortferos par a eternizarse junto a su amada. Y tambin Eladio Heller
de L os afane s que renuncia a vivir para probar su invento.
Y en situaciones lmites los jugadores de ritos pueden convertir su juego en jugarse.
As ocurre en El gran Se rafn. El profesor Alvarez, en medio del escalofriante espect-
culo del fin del mundo, decide por primera vez en su vida jugarse para desenmascarar
Invenciones
^vEnsayo^
^Invenciones)
y Ensayo^
5 Gracie la Sche ine s-Adolfo
Bioy Casare s, o p . c i t .
6
Julio Cortzar, Deshoras.
Bue nos Aire s, N ue va Ima-
ge n, /9S3. Se traa de l cue nto
D iario de un cue nto, donde
de clara re ite radame nte su
admiracin por Bioy Casare s.
22
un minsculo plan de estafa y engao beneficiando a conocidos circunstanciales. A
pesar que en estos pocos das finales previos al Apocalipsis los afanes de los hombres
muestran sin disimulo su esencial inutilidad, el profesor se juega por una causa ajena.
Este juego absurdo, casi deapercibido en medio de los espectaculares anuncios del
fin del mundo, es el juego ms puro, ms genuino: consiste en jugar por jugar, en
jugarse porque s. Su gratuidad, la ausencia de sentido y finalidad ms all del acto
ldico (que resalta con conmovedora nitidez ante la inminencia de la muerte colectiva
de la humanidad) lo convierten en un smbolo de la paradoja humana. El bien puro,
el que no tiene ni espera ninguna retribucin... da grandeza al ser humano: el tener
conciencia de la inutilidad del esfuezo y sin embargo hacerlo explica Adolfo Bioy
Casares
5
,
El viaje, los mbitos circunscriptos que funcionan como pasadizos o pasajes a otra
dimensin de lo real y los juegos con la identidad son algunos de los aspectos sobresa-
lientes de la narrrat i va de este excelente escritor argentino. Leer sus ficciones fants-
ticas equivale a iniciar un viaje por mundos insospechados desde algn lugar fuera
del mundo, jugar con lo imposible, cambiar las mscaras y disfrutar de la buena
literatura de quien mereci el elogio de otro grande de las letras, Julio Cortzar, en
uno de sus ltimos cuentos
6
.
Gr a ci e l a Sc he i ne s