Francesco Petrarca

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A DIONISIO DA BORGO SAN SEPOLCRO, DE LA ORDEN DE SAN AGUSTN


Y PROFESOR DE SAGRADAS ESCRITURAS, ACERCA DE CIERTAS
PREOCUPACIONES PROPIAS (FAM. IV, 1) FRANCESCO PETRARCA (1336)
Impulsado nicamente por el deseo de contemplar un lugar clebre por su altitud, hoy
he escalado el monte ms alto de esta regin, que no sin motivo llaman Ventoso. Hace
muchos aos que estaba en mi nimo emprender esta ascensin; de hecho, por ese
destino que gobierna la vida de los hombres, he vivido como ya sabes en este lugar
desde mi infancia y ese monte, visible desde cualquier sitio, ha estado casi siempre
ante mis ojos. El impulso de hacer finalmente lo que cada da me propona se apoder
de m, sobre todo, despus de releer, hace unos das, la historia romana de Tito Livio,
cuando por casualidad di con aquel pasaje en el que Filipo, rey de Macedonia, aquel
que hizo la guerra contra Roma, asciende al Hemo, una montaa de Tesalia desde
cuya cima pensaba que podran verse, segn era fama, dos mares, el Adritico y el
Mar Negro. No tengo certeza de si ello es cierto o falso, ya que el monte est lejos de
nuestra ciudad y la discordancia entre los autores hace poner en duda el dato. Por citar
slo a algunos, el cosmgrafo Pomponio Mela refiere el hecho tal cual, dndolo por
cierto; Tito Livio opina que es falso; en cuanto a m, si pudiera tener experiencia
directa de aquel monte con tan tanta facilidad como la he tenido de ste, despejara
rpidamente la duda. Pero dejando de lado aquel monte, volver al nuestro.
Me pareci que poda excusarse en un joven ciudadano particular lo que era
apropiado para un rey anciano. Sin embargo, al pensar en un compaero de viaje,
ninguno de mis amigos por increble que sea decirlo me pareca adecuado en todos
los aspectos, hasta tal punto es rara, incluso entre personas que se estiman, la perfecta
sintona de voluntades y carcter. Uno resultaba demasiado tardo, otro demasiado
precavido; ste demasiado cauto, aquel impulsivo en exceso; ste demasiado lbrego,
aquel demasiado jovial; en fin, uno era ms torpe y otro ms prudente de lo que
hubiera querido. Me espantaba el silencio de ste, de aqul su impdica locuacidad; el
peso y el tamao de uno, la delgadez y debilidad del otro. Me echaba para atrs, de
ste, la fra indiferencia: de aqul, la frentica actividad. Defectos que, aunque graves,
pueden tolerarse en casa pues todo lo soporta el afecto y la amistad ninguna carga
rechaza, mas estas mismas faltas en un viaje se hacen insoportables. As, mi exigente
espritu, que deseaba disfrutar de un honesto deleite, sopesaba desde todos los ngulos
cada una de ellas sin detrimento de la amistad, rechazando en silencio cualquier cosa
que previera que iba a suponer una molestia para el viaje que me propona. Qu
opinas? Finalmente busqu ayuda en casa, y revel mi intencin a mi nico hermano,
menor que yo y al que t conoces bien. Nadie pudo haberlo escuchado con mayor
alegra, feliz de ser para m al mismo tiempo un amigo y un hermano.
El da establecido partimos de casa, llegando al atardecer a Malaucne, un lugar en la
falda de la montaa, en la ladera septentrional. All nos demoramos un da y,
finalmente, al da siguiente, acompaado cada uno de sus criados, ascendimos la
montaa no sin mucha dificultad, pues se trata de una mole empinada, rocosa y casi
inaccesible. Pero como dijo el poeta: el trabajo mprobo todo lo vence. Lo
prolongado del da, la suavidad del aire, la fortaleza de nuestra determinacin, el
vigor y la agilidad corporales y el resto de las circunstancias favorecan a los
caminantes; slo la naturaleza del lugar supona un obstculo. En una loma de la
montaa nos topamos con un anciano pastor que trat de disuadirnos por todos los
medios y con abundantes razones de que continuramos el ascenso, relatndonos
como cincuenta aos antes, empujado del mismo ardor juvenil, haba ascendido hasta
la cumbre, sin que ello le reportara sino arrepentimiento y fatiga, el cuerpo y las ropas
desgarrados por las rocas y los matorrales; tampoco saba de nadie que antes o
despus de aquella vez hubiera osado hacer otro tanto. Mientras nos contaba estas
cosas a voz en cuello, en nosotros como ocurre en los jvenes, que no creen en
quienes les aconsejan creca el deseo, como resultado de la prohibicin. Entonces el
anciano, advirtiendo que ninguno le atenda, avanz un corto trayecto entre las rocas y
nos seal con el dedo un estrecho y escarpado sendero sin dejar de darnos
numerosos consejos, que todava repeta cuando ya la habamos dado la espalda y nos
alejbamos. Abandonados con l las escasas ropas y objetos que podran suponer un
impedimento en nuestra marcha, nos dispusimos a acometer solos la escalada,
ascendiendo con paso vivo. Pero como suele suceder, al esfuerzo inicial le sigui
velozmente la fatiga, por lo que nos paramos en un risco, no muy lejos de all. Desde
este punto retomamos el camino y seguimos avanzando, pero ms lentamente; yo, en
particular, marchaba con un paso ms mesurado por un sendero del monte. Mientras
mi hermano se diriga hacia las alturas por cierto atajo que atravesaba la cima misma
de la montaa, yo, ms flojo, descenda por el flanco ms bajo y cuando me llamaba,
indicndome el camino ms recto, le responda que esperaba que el acceso a la otra
ladera fuera ms fcil y que no me asustaba que la senda fuera ms larga si permita
proseguir ms llanamente. Pretenda as excusar mi pereza, pues cuando los dems ya
haban alcanzado la cumbre, yo erraba por los valles sin que se abriera ante mi una va
de acceso ms fcil; por el contrario, el camino se alargaba y el esfuerzo intil se
haca ms pesado. Mientras tanto, agotado ya de cansancio e inquieto por las confusas
revueltas del camino, decid intentar atacar directamente la cumbre. Cuando exhausto
e impaciente me reun con mi industrioso hermano, el cual se haba restablecido
tumbndose un largo rato, ascendimos juntos durante un trecho. Apenas habamos
dejado aquella colina, y he aqu que habiendo olvidado el tortuoso recorrido anterior,
me precipit de nuevo sendero abajo, vagando otra vez por el valle en busca de
caminos largos y fciles, aunque acab dando con un camino largo y difcil. Pospona,
claro est, el esfuerzo de la ascensin, pero la naturaleza no se doblega al ingenio
humano, ni es posible que alguien corpreo alcance las alturas descendiendo Para
qu decir ms? No sin risas de mi hermano y enojo mo, eso me sucedi tres veces
ms en el transcurso de unas pocas horas. Engaado as varias veces, me sent en uno
de los valles. All, pasando en un vuelo mental de las cosas corpreas a las
incorpreas, me deca a m mismo stas o similares palabras: Has de saber que lo
que has experimentado hoy en varias ocasiones en el ascenso de este monte es lo que
te sucede a ti y a muchos cuando os acercis a la vida beata; pero no es tan fcil que
los hombres se perciban de ello, pues los movimientos del cuerpo son visibles, mas
los del espritu permanecen invisibles y ocultos. En verdad, la vida que llamamos
beata est situada en un lugar excelso y, como dicen, es angosta la vida la va que
conduce hasta ella. Asimismo, se interponen muchas colinas y es necesario avanzar
de virtud en virtud, por preclaros peldaos. En la cima se halla el final de todo y el
trmino del camino al que nuestra peregrinacin se orienta. All desean llegar todos,
pero como dice Nasn: Querer es poca cosa; necesario es desear ardientemente algo
para conseguirlo. T, ciertamente, a menos que tambin te engaes en esto, como
en muchas otras cosas, no solamente lo quieres, sino que tambin lo ansas. Entonces
qu te retiene? Nada, evidentemente, excepto la senda que atraviesa los bajos deseos
terrenales y que a primera vista parece ms llana y libre de obstculos. Sin embargo,
cuando hayas vagado durante largo tiempo, habrs de ascender hacia la cima de la
vida beata bajo el peso de un esfuerzo pospuesto de manera inoportuna o te deslizars
indolente en el valle de tus pecados. Y si all te hallaran me horrorizo de tal
presentimiento las tinieblas y las sombras de la muerte, sufriras la noche eterna en
perpetuos tormentos. No sabra explicar cunto nimo y vigor me infundi este
pensamiento para afrontar lo que me restaba de camino. Y ojal que pueda completar
con el espritu aquel viaje por el que da y noche suspiro de la misma manera que,
superadas finalmente las dificultades, hoy llev a trmino el viaje a pie! Y no se si
ser mucho ms fcil lo que pueda ser realizado por el propio espritu, activo e
inmortal, sin movimiento espacial alguno en un abrir y cerrar de ojos, que lo que ha
de llevarse a cabo a lo largo de un periodo de tiempo con el concurso del cuerpo
moribundo y caduco y sometido a la pesada impedimenta de sus miembros.
Hay un pico ms alto que todos los dems, al que los montaeses llaman Hijuelo;
por qu, lo ignoro a menos que sea supongo para decirlo a modo de antfrasis,
como sucede en otros casos, pues ms bien parece el padre de todos los montes
vecinos. En su cima hay una pequea planicie; all, finalmente, exhaustos, nos
paramos a descansar. Y puesto que has alcanzado las cuitas que se alzaron en mi
pecho mientras ascenda, escucha, padre, las restantes; te lo ruego, dedica una sola de
tus horas a leer lo que me sucedi en un da.
Primeramente, alterado por cierta inslita ligereza del aire y por el escenario sin
lmites, permanec como privado de sentido. Mir en torno de m: las nubes estaban
bajo mis pies y ya me parecan menos increbles el Atos y el Olimpo mientras
observaba desde una montaa de menor fama lo que haba ledo y escuchado acerca
de ellos. Despus dirig mi mirada hacia las regiones de Italia, a donde se inclina ms
mi nimo; los Alpes mismos, helados y cubiertos de nieve, a travs de los cuales
aquel fiero enemigo del nombre de Roma pas, resquebrajando la roca con vinagre, si
hemos de creer la leyenda, parecan estar cerca de m, cuando, sin embargo, distaban
un gran trecho de donde yo me encontraba. Suspir, lo confieso, en direccin al cielo
de Italia, visible ms bien al nimo que a los ojos, y me invadi un deseo
desmesurado de volver a ver a los amigos y la patria, tal que en ese momento, no
obstante, me avergonc de la debilidad an no viril del sentimiento hacia ambos, a
pesar de que no me faltaba excusa para uno y otro, sostenido con el apoyo de
importantes testimonios.
Ocup entonces mi mente un nuevo pensamiento, que me transport de aquellos
lugares hasta estos tiempos. As pues, me deca a m mismo: Hoy hace diez aos
que, abandonados los estudios juveniles, marchaste de Bolonia Oh dioses
inmortales!, oh sabidura inmutable!, cuntas y cun considerables transformaciones
he visto en tu modo de vida durante este espacio de tiempo! Omitir innumerables de
ellas, pues an no me encuentro en puerto, donde pueda recordar a salvo las
tempestades pasadas. Llegar quizs el da en que enumerar todos los hechos en el
orden en que sucedieron, con aquellas palabras de tu Agustn a modo de prlogo:
Quiero recordar mis inmundicias pasadas y la corrupcin carnal de mi espritu, no
porque las ame, sino para amarte a ti, Dios mo. En cuanto a m, ciertamente, todava
me quedan muchos asuntos ambiguos y penosos. Lo que sola amar, ya no lo amo;
miento, lo amo pero menos. He aqu que he vuelto a mentir: lo amo, pero ms
vergonzosamente, con mayor tristeza; finalmente ya he dicho la verdad. Pues as
como es: amo, mas lo que querra no amar, lo que deseara odiar; no obstante, amo,
pero contra mi voluntad, forzado, coaccionado, con pesar y deplorndolo. Y
reconozco en m el sentido de aquel famossimo verso: Odiar, si puedo; si no,
amar a mi pesar. No han transcurrido an tres aos desde que aquella voluntad
disoluta y perversa, que me dominaba del todo y reinaba en el castillo de mi corazn
sin que nadie se lo opusiera, comenz a verse reemplazada por otra, rebelde y
reluctante. Entre ambas se ha entablado desde entonces una lucha agotadora, que tiene
como campo de batalla mi mente, por el domino del hombre dividido que hay en m.
As meditaba acerca de los ltimos diez aos. Entonces comenc a proyectar mis
cuitas hacia el futuro, preguntndome a m mismo: Si te tocara en suerte prolongar
esta vida efmera otros dos lustros y en ese tiempo te aproximaras a la virtud
proporcionalmente a cuanto lo has hecho durante estos dos aos gracias al combate
que tu reciente voluntad sostiene contra la antigua, alejado de tu porfa primitiva, no
podras entonces acudir al encuentro de la muerte a los cuarenta aos, aunque falto de
certeza, al menos lleno de esperanza, renunciando con nimo sereno al resto de una
vida que se desvanece en la vejez?. Estos y otros pensamientos parecidos daban
vueltas en mi pecho, padre. De mis progresos me alegraba y de mis imperfecciones
me lamentaba, as como de la comn inestabilidad de las acciones humanas. Pereca
haber olvidado de algn modo en qu lugar me encontraba y por qu razn haba
acudido all, hasta que, dejadas a un lado mis cuitas, que eran ms apropiadas para
otro lugar, mir en torno mo y vi aquello que haba venido a ver; cuando se me
advirti, y fue como si se me sacara de un sueo, que se acercaba la hora de partir,
pues el sol se estaba poniendo ya y la sombra de la montaa se alargaba, me volv
para mirar hacia occidente. La frontera entre la Galia e Hispania, los Pirineos, no
poda divisarse desde all, no porque se interponga algn obstculo, que yo sepa, sino
por la sola debilidad de la vista humana; en cambio se vean con toda claridad las
montaas de la provincia de Lyon a la derecha, y a la izquierda el mar que baa
Marsella y Aiges-Mortes, distante algunos das de camino; el Rdano mismo estaba
bajo mis ojos. Mientras contemplaba estas cosas en detalle y me deleitaba en los
aspectos terrenales u momento, para en el siguiente elevar, a ejemplo del cuerpo, mi
espritu a regiones superiores, se me ocurri consultar el libro de las Confesiones de
Agustn, un presente fruto de tu bondad, que guardo conmigo en recuerdo de su autor
y de quien me lo regal y que tengo siempre a mano; una obra que cabe en una mano,
de reducido volumen, mas de infinita dulzura. Lo abro para leer cualquier cosa que
salga al paso pues, qu otra cosa, sino algo po y devoto podra encontrar en l? Por
azar, el volumen se abre por el libro dcimo. Mi hermano, que permaneca expectante
para escuchar a Agustn por mi boca era todo odos. Dios sea testigo y mi propio
hermano que all estaba presente, que en lo primero donde se detuvieron mis ojos
estaba escrito: Y fueron los hombres a admirar las cumbres de las montaas y el
flujo enorme de los mares y los anchos cauces de los ros y la inmensidad del ocano
y la rbita de las estrellas y olvidaron mirarse a s mismos. Me qued estupefacto, lo
confieso, y rogando a mi hermano, que deseaba que siguiera leyendo, que no me
molestara, cerr el libro, enfadado conmigo mismo, porque incluso entonces haba
estado admirando las cosas terrenales, yo que ya para entonces deba haber aprendido
de los propios filsofos paganos que no hay ninguna cosa que sea admirable fuera del
espritu, ante cuya grandeza nada es grande.
Entonces, contento, habiendo contemplado bastante la montaa, volv hacia mi mismo
los ojos interiores, y a partir de ese momento nadie me oy hablar hasta que llegamos
al pie; aquella frase me tena suficientemente ocupado en silencio. Y no poda
persuadirme de que haba dado con ella por azar; al contrario, pensaba que lo que all
haba ledo haba sido escrito para m y para ningn otro, recordando como antao
Agustn haba supuesto lo mismo sobre s cuando, mientras lea el libro de los
Apstoles, segn l mismo relata, lo primero que haba venido a sus ojos fue el
siguiente pasaje: No en banquetes ni en francachelas, no en lechos ni en actos
indecentes, no en los enfrentamientos ni en la rivalidad, mas sumrgete en el seor
Jesucristo, y no alimentes la carne en tu concupiscencia. Lo mismo le haba ocurrido
previamente a Antonio, cuando escuch el lugar del Evangelio que dice: Si quieres
ser perfecto, ve y vende cuanto tienes y dselo a los pobres. Despus ven y sgueme y
alcanzars un tesoro en el cielo y como si esas palabras de la Escritura hubieran sido
ledas para l en particular, gan para s el reino celestial, segn cuenta su bigrafo
Atanasio. Del mismo modo que Antonio, que cuando escuch esto, ya no se propuso
otra cosa, y al igual que Agustn, que habiendo ledo aquello, a partir de entonces no
sigui ms all, as yo tambin encontr en el breve pasaje citado la razn y el lmite
de toda mi lectura, meditando en silencio cun faltos de juicio estn los hombres, pues
descuidan la parte ms noble de s mismos, se dispersan en mltiples cosas y se
pierden en vanas especulaciones, de modo que lo que podran hallar en su interior lo
buscan fuera de s. Admiro la nobleza del alma, salvo cuando se desva por propia
voluntad, alejndose de sus orgenes, y torna en su desdoro lo que Dios le ha
conferido para su honra. Cuntas veces aquel da, mientras volvamos, piensas que
me gir para contemplar la cumbre de la montaa? Me pareci entonces que apenas
tena un codo de altitud en comparacin con la altura del alma humana cuando no se
sumerge en el fango de la inmundicia terrenal. Este otro pensamiento se me ocurra
tambin a cada paso: Si no he escatimado tal sudor y esfuerzo para que mi cuerpo
estuviera ms cerca del cielo, qu cruz, qu prisin, qu suplicio debera espantar al
alma cuando est acercndose a Dios, inflamada y a punto de conquistar la cima de la
gloria y el destino humano?. Asimismo, me vena a la mente este otro: Cuntos
habr que no se aparten de este sendero ya por temor a las dificultades, ya por el
deseo de comodidades? Oh, hombre feliz en exceso! Si es que alguna vez ha
existido, creo que es acerca de l sobre quien opina el poeta:
Feliz quien pudo conocer la razn de las cosas y a todos los temores y al inexorable
hado someti bajo sus pies, as como el estrpito del avaro Aqueronte!
Oh con cunto empeo debemos esforzarnos, no en alcanzar un lugar ms elevado en
la tierra, sino en domear nuestros apetitos, incitados por impulsos terrenales!
Entre estos movimientos oscilantes de mi pecho, sin que sintiera lo pedregoso del
camino, torn a aqul rstico hostal del que haba partido antes del amanecer en lo
profundo de la noche; la luna llena se ofreca a modo de grata bienvenida a los
caminantes. As pues, entretanto, mientras los criados se afanaban en preparar la cena,
me march yo solo a un rincn de la casa, con el fin de escribirte deprisa y a deshora
esta carta, para evitar que, si la aplazaba, con el cambio de lugar se transformaran
quiz tambin los sentimientos, apagndose mi deseo de escribirte. As, ve, mi
querido padre, cmo no quiero ocultar a tus ojos nada en m, pues desvelo
escrupulosamente no slo mi vida entera, sino tambin cada uno de mis
pensamientos; reza, te lo ruego, por ellos, para que errabundos e inestables como han
sido durante un largo tiempo, encuentren alguna vez reposo y, habiendo oscilado
intilmente de aqu para all, se dirijan al nico bien, verdadero, cierto e inmutable.

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