La Iliada
La Iliada
La Iliada
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Ilíada, de Homero
CANTO I*
Peste Cólera
* Después de una corta invocación a la divinidad para que cante "la perniciosa
campamento aqueo para rescatar a su hija, que había sido hecha cautiva y
hablara sin miedo, aunque tuviera que referirse a Agamenón, se sabe por fin que
del dios. Esta declaración irrita al rey, que pide que, si ha de devolver la
cuando tomen Troya. Así, de un modo tan natural, se origina la discordia entre
el caudillo supremo del ejército y el héroe más valiente. La riña llega a tal
tanto, Aquiles pide a su madre Tetis que suba al Olimpo a impetre de Zeus que
conceda la victoria a los troyanos para que Agamenón comprenda la falta que ha
cometido; Tetis cumple el deseo de su hijo, Zeus accede, y este hecho produce
una violenta disputa entre Zeus y Hera, a quienes apacigua su hijo Hefesto; la
1 Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó
Aquiles.
8 ¿Cuál de los dioses promovió entre ellos la contienda para que pelearan? El
hijo de Leto y de Zeus. Airado con el rey, suscitó en el ejército maligna peste,
naves aqueas con un inmenso rescate y las ínfulas de Apolo, el que hiere de
17 ¡Atridas y demás aqueos de hermosas grebas! Los dioses, que poseen olímpicos
lecho. Pero vete; no me irrites, para que puedas irte más sano y salvo.
por la orilla del estruendoso mar; y, mientras se alejaba, dirigía muchos ruegos
las cumbres del Olimpo con el arco y el cerrado carcaj en los hombros; las
saetas resonaron sobre la espalda del enojado dios, cuando comenzó a moverse.
Iba parecido a la noche. Sentóse lejos de las naves, tiró una flecha y el arco
mulos y los ágiles perros; mas luego dirigió sus amargas saetas a los hombres, y
53 Durante nueve días volaron por el ejército las flechas del dios. En el
diosa de los níveos brazos, que se interesaba por los dánaos, a quienes veía
morir. Acudieron éstos y, una vez reunidos, Aquiles, el de los pies ligeros, se
levantó y dijo:
59 ¡Atrida! Creo que tendremos que volver atrás, yendo otra vez errantes, si
escapamos de la muerte; pues, si no, la guerra y la peste unidas acabarán con
pues también el sueño procede de Zeus , para que nos diga por qué se irritó
tanto Febo Apolo: si está quejoso con motivo de algún voto o hecatombe, y si
de la peste.
68 Cuando así hubo hablado, se sentó. Levantóse entre ellos Calcante Testórida,
guiado las naves aqueas hasta Ilio por medio del arte adivinatoria que le diera
74 ¡Oh Aquiles, caro a Zeus! Mándasme explicar la cólera de Apolo, del dios que
hiere de lejos. Pues bien, hablaré; pero antes declara y jura que estás pronto a
defenderme de palabra y de obra, pues temo irritar a un varón que goza de gran
poder entre los argivos todos y es obedecido por los aqueos. Un rey es más
refrena su ira, guarda luego rencor hasta que logra ejecutarlo en el pecho de
85 Manifiesta, deponiendo todo temor, el vaticinio que sabes; pues ¡por Apolo,
caro a Zeus; a quien tú, Calcante, invocas siempre que revelas oráculos a los
dánaos!, ninguno de ellos pondrá en ti sus pesadas manos, cerca de las cóncavas
Agamenón, que al presente se jacta de ser en mucho el más poderoso de todos los
aqueos.
93 No está el dios quejoso con motivo de algún voto o hecatombe, sino a causa
del ultraje que Agamenón ha inferido al sacerdote, a quien no devolvió la hija
ni admitió el rescate. Por esto el que hiere de lejos nos causó males y todavía
nos causará otros. Y no librará a los dánaos de la odiosa peste, hasta que sea
a Crisa una sagrada hecatombe. Cuando así le hayamos aplacado, renacerá nuestra
esperanza.
Agamenón Atrida, afligido, con las negras entrañas llenas de cólera y los ojos
106 ¡Adivino de males! jamás me has anunciado nada grato. Siempre te complaces
vaticinando ante los dánaos, afirmas que el que hiere de lejos les envía
preparadme pronto otra recompensa, para que no sea yo el único argivo que sin
ella se quede; lo cual no parecería decoroso. Ved todos que se va a otra parte
122 ¡Atrida gloriosísimo, el más codicioso de todos! ¿Cómo pueden darte otra
recompensa los magnánimos aqueos? No sabemos que existan en parte alguna cosas
conveniente obligar a los hombres a que nuevamente las junten. Entrega ahora esa
131 Aunque seas valiente, deiforme Aquiles, no ocultes así tu pensamiento, pues
que me quede sin la mía, y por esto me aconsejas que la devuelva? Pues, si los
magnánimos aqueos me dan otra conforme a mi deseo para que sea equivalente... Y
esto deliberaremos otro día. Ahora, ea, echemos una negra nave al mar divino,
todos los hombres, para que nos aplaques con sacrificios al que hiere de lejos.
148 Mirándolo con torva faz, exclamó Aquiles, el de los pies ligeros:
149 ¡Ah, impudente y codicioso! ¿Cómo puede estar dispuesto a obedecer tus
criadora de hombres, porque muchas umbrías montañas y el ruidoso mar nos separan
atención, ni por ello te tomas ningún cuidado, y aun me amenazas con quitarme la
recompensa que por mis grandes fatigas me dieron los aqueos. Jamás el botín que
obtengo iguala al tuyo cuando éstos entran a saco una populosa ciudad de los
cóncavas naves: no pienso permanecer aquí sin honra para procurarte ganancia y
riqueza.
173 Huye, pues, si tu ánimo a ello te incita; no te ruego que por mí te quedes;
más odioso que ningún otro de los reyes, alumnos de Zeus, porque siempre te han
Vete a la patria, llevándote las naves y los compañeros, y reina sobre los
haré una amenaza: Puesto que Febo Apolo me quita a Criseide, la mandaré en mi
Briseide, la de hermosas mejillas, tu recompensa, para que sepas bien cuánto más
188 Así dijo. Acongojóse el Pelida, y dentro del velludo pecho su corazón
discurrió dos cosas: o, desnudando la aguda espada que llevaba junto al muslo,
gran espada, vino Atenea del cielo: envióla Hera, la diosa de los níveos brazos,
que amaba cordialmente a entrambos y por ellos se interesaba. Púsose detrás del
Palas Atenea, cuyos ojos centelleaban de un modo terrible. Y hablando con ella,
para presenciar el ultraje que me infiere Agamenón Atrida? Pues te diré lo que
207 Vengo del cielo para apaciguar tu cólera, si obedecieres; y me envía Hera,
de palabra como te parezca. Lo que voy a decir se cumplirá: Por este ultraje se
216 Preciso es, oh diosa, hacer lo que mandáis, aunque el corazón esté muy
irritado. Proceder así es lo mejor. Quien a los dioses obedece es por ellos muy
atendido.
219 Dijo; y puesta la robusta mano en el argénteo puño, envainó la enorme espada
que mora Zeus, que lleva la égida, entre las demás deidades.
injuriosas voces:
225 ¡Ebrioso, que tienes ojos de perro y corazón de ciervo! Jamás te atreviste a
tomar las armas con la gente del pueblo para combatir, ni a ponerte en emboscada
con los más valientes aqueos: ambas cosas te parecen la muerte. Es, sin duda,
mucho mejor arrebatar los dones, en el vasto campamento de los aqueos, a quien
en otro caso, Atrida, éste fuera tu último ultraje. Otra cosa voy a decirte y
sobre ella prestaré un gran juramento: Sí, por este cetro que ya no producirá
que administran justicia y guardan las leyes de Zeus (grande será para ti este
juramento): algún día los aqueos todos echarán de menos a Aquiles, y tú, aunque
245 Así dijo el Pelida; y, tirando a tierra el cetro tachonado con clavos de
boca las palabras fluían más dulces que la miel había visto perecer dos
254 ¡Oh dioses! ¡Qué motivo de pesar tan grande le ha llegado a la tierra aquea!
corazón, si oyeran las palabras con que disputáis vosotros, los primeros de los
dánaos así en el consejo como en el combate. Pero dejaos convencer, ya que ambos
sois más jóvenes que yo. En otro tiempo traté con hombres aún más esforzados que
Teseo Egeida, que parecía un inmortal. Criáronse éstos los más fuertes de los
hombres; muy fuertes eran y con otros muy fuertes combatieron: con los
en su compañía habiendo acudido desde Pilos, desde lejos, desde esa apartada
tierra, porque ellos mismos me llamaron y combatí según mis fuerzas. Con tales
igual con el rey, pues jamás obtuvo honra como la suya ningún otro soberano que
usara cetro y a quien Zeus diera gloria. Si tú eres más esforzado, es porque una
diosa te dio a luz; pero éste es más poderoso, porque reina sobre mayor número
combate.
286 Sí, anciano, oportuno es cuanto acabas de decir. Pero este hombre quiere
todos dar órdenes que alguien, creo, se negará a obedecer. Si los sempiternos
293 Cobarde y vil podría llamárseme si cediera en todo lo que dices; manda a
otros, no me des órdenes, pues yo no pienso ya obedecerte. Otra cosa te diré que
contigo, ni con otro alguno, pues al fin me quitáis lo que me disteis; pero, de
lo demás que tengo junto a mi negra y veloz embarcación, nada podrías llevarte
tomándolo contra mi voluntad. Y si no, ea, inténtalo, para que éstos se enteren
el ágora que cerca de las naves aqueas se celebraba. Fuese el Pelida hacia sus
Atrida echó al mar una velera nave, escogió veinte remeros, cargó las víctimas
de la hecatombe para el dios, y, conduciendo a Criseide, la de hermosas
312 Así que se hubieron embarcado, empezaron a navegar por líquidos caminos. El
echando al mar las impurezas, y sacrificaron junto a la orilla del estéril mar
326 Hablándoles de tal suerte y con altaneras voces, los despidió. Contra su
voluntad fuéronse los heraldos por la orilla del estéril mar, llegaron a las
hecho una reverencia, paráronse sin decir ni preguntar nada. Pero el héroe lo
334 ¡Salud, heraldos, mensajeros de Zeus y de los hombres! Acercaos; pues para
mí no sois vosotros los culpables sino Agamenón, que os envía por la joven
Briseide. ¡Ea, Patroclo, del linaje de Zeus! Saca la joven y entrégasela para
que se la lleven. Sed ambos testigos ante los bienaventurados dioses, ante los
mortales hombres y ante ese rey cruel, si alguna vez tienen los demás necesidad
heraldos hacia las naves aqueas, y la mujer iba con ellos de mala gana. Aquiles
blanquecino mar con los ojos clavados en el ponto inmenso y las manos
352 ¡Madre! Ya que me pariste de corta vida, el olímpico Zeus altitonante debía
357 Así dijo derramando lágrimas. Oyóle la veneranda madre desde el fondo del
362 ¡Hijo! ¿Por qué lloras? ¿Qué pesar te ha llegado al alma? Habla; no me
rescate y las ínfulas de Apolo, el que hiere de lejos, que pendían de áureo
voces. El anciano se fue irritado; y Apolo, accediendo a sus ruegos, pues le era
muy querido, tiró a los argivos funesta saeta: morían los hombres unos en pos de
otros, y las flechas del dios volaban por todas partes en el vasto campamento de
los aqueos. Un adivino bien enterado nos explicó el vaticinio del que hiere de
cumplido. A aquélla los aqueos de ojos vivos la conducen a Crisa en velera nave
con presentes para el dios; y a la hija de Briseo, que los aqueos me dieron,
unos heraldos se la han llevado ahora mismo de mi tienda. Tú, si puedes, socorre
atarlo otros dioses olímpicos, Hera, Posidón y Palas Atenea. Tú, oh diosa,
al centímano a quien los dioses nombran Briareo y todos los hombres Egeón, el
decida favorecer a los troyanos y acorralar a los aqueos, que serán muertos
entre las popas, cerca del mar; para que todos disfruten de su rey y comprenda
aqueos.
414 ¡Ay, hijo mío! ¿Por qué te he criado, si en hora aciaga te di a luz? ¡Ojalá
estuvieras en las naves sin llanto ni pena, ya que tu vida ha de ser corta, de
todos. Con hado funesto te parí en el palacio. Yo misma iré al nevado Olimpo y
quédate en las naves de ligero andar, conserva la cólera contra los aqueos y
abstente por entero de combatir. Ayer se marchó Zeus al Océano, al país de los
persuadirlo.
428 Dichas estas palabras partió, dejando a Aquiles con el corazón irritado a
habían arrebatado.
430 En tanto, Ulises llegaba a Crisa con las víctimas para la sagrada hecatombe.
442 ¡Oh Crises! Envíame al rey de hombres, Agamenón, a traerte la hija y ofrecer
en favor de los dánaos una sagrada hecatombe a Febo, para que aplaquemos a este
446 Habiendo hablado así, puso en sus manos la hija amada, que aquél recibió con
451 ¡Óyeme, tú que llevas arco de plata, proteges a Crisa y a la divina Cila a
honrarme, oprimiste duramente al ejército aqueo; pues ahora cúmpleme este voto:
457 Así dijo rogando, y Febo Apolo lo oyó. Hecha la rogativa y esparcida la
mola, cogieron las víctimas por la cabeza, que tiraron hacia atrás, y las
pringarlos con gordura por uno y otro lado y de cubrirlos con trozos de carne,
el anciano los puso sobre la leña encendida y los roció de vino tinto. Cerca de
él, unos jóvenes tenían en las manos asadores de cinco puntas. Quemados los
los presentes después de haber ofrecido en copas las primicias. Y durante todo
el día los aqueos aplacaron al dios con el canto, entonando un hermoso peán a
Apolo, el que hiere de lejos, que los oía con el corazón complacido.
475 Cuando el sol se puso y sobrevino la noche, durmieron cerca de las amarras
el que hiere de lejos, les envió próspero viento. Izaron el mástil, descogieron
las velas, que hinchó el viento, y las purpúreas olas resonaban en torno de la
quilla mientras la nave corría siguiendo su rumbo. Una vez llegados al vasto
campamento de los aqueos, sacaron la negra nave a sierra firme y la pusieron en
493 Cuando, después de aquel día, apareció la duodécima aurora, los sempiternos
encargo de su hijo: saliendo de entre las olas del mar, subió muy de mañana al
demás dioses en la más alta de las muchas cumbres del monte. Acomodóse ante él,
abrazó sus rodillas con la mano izquierda, tocóle la barba con la derecha y
503 ¡Padre Zeus! Si alguna vez te fui útil entre los inmortales con palabras a
obras, cúmpleme este voto: Honra a mi hijo, el héroe de más breve vida, pues el
los troyanos hasta que los aqueos den satisfacción a mi hijo y lo colmen de
honores.
511 Así dijo. Zeus, que amontona las nubes, nada contestó guardando silencio un
buen rato. Pero Tetis, que seguía como cuando abrazó sus rodillas, le suplicó de
nuevo:
para que sepa cuán despreciada soy entre todas las deidades.
con injuriosas palabras. Sin motivo me riñe siempre ante los inmortales dioses,
porque dice que en las batallas favorezco a los troyanos. Pero ahora vete, no
sea que Hera advierta algo; yo me cuidaré de que esto se cumpla. Y si lo deseas,
te haré con la cabeza la señal de asentimiento para que tengas confianza. Éste
528 Dijo el Cronida, y bajó las negras cejas en señal de asentimiento; los
531 Después de deliberar así, se separaron: ella saltó al profundo mar desde el
levantaron al ver a su padre, y ninguno aguardó que llegara, sino que todos
visto, no ignoraba que Tetis, la de argénteos pies, hija del anciano del mar,
grato, cuando estás lejos de mí, pensar y resolver algo secretamente, y jamás te
545 ¡Hera! No esperes conocer todas mis decisiones, pues te resultará difícil
aun siendo mi esposa. Lo que pueda decirse, ningún dios ni hombre lo sabrá antes
que tú; pero lo que quiera resolver sin contar con los dioses, no lo preguntes
ni procures averiguarlo.
place. Mas ahora mucho recela mi corazón que te haya seducido Tetis, la de
argénteos pies, hija del anciano del mar. A1 amanecer el día sentóse cerca de ti
podrás conseguir sino alejarte de mi corazón; lo cual todavía te será más duro.
silencio y obedece mis palabras. No sea que no te valgan cuantos dioses hay en
573 Funesto a insoportable será lo que ocurra, si vosotros disputáis así por los
ya ella tiene juicio, que obsequie al padre querido, a Zeus, para que no vuelva
echarnos del asiento... nos aventaja mucho en poder. Pero halágalo con palabras
584 De este modo habló y, tomando una copa de doble asa, ofrecióla a su madre,
diciendo:
586 Sufre, madre mía, y sopórtalo todo, aunque estés afligida; que a ti, tan
querida, no lo vean mis ojos apaleada sin que pueda socorrerte, porque es
difícil contrarrestar al Olímpico. Ya otra vez que quise defenderte me asió por
puesta del sol caí en Lemnos. Un poco de vida me quedaba y los sinties me
595 Así dijo. Sonrióse Hera, la diosa de los níveos brazos; y, sonriente aún,
tomó la copa que su hijo le presentaba. Hefesto se puso a escanciar dulce néctar
alzó entre los bienaventurados dioses viendo con qué afán los servía en el
palacio.
601 Todo el día, hasta la puesta del sol, celebraron el festín; y nadie careció
605 Mas, cuando la fúlgida luz del sol llegó al ocaso, los dioses fueron a
CANTO II*
consejo de los jefes y luego la asamblea general de todos los guerreros, que
noche; pero Zeus no probó las dulzuras del sueño, porque su mente buscaba el
medio de honrar a Aquiles y causar gran matanza junto a las naves aqueas. Al fin
8 Anda, ve, pernicioso Sueño, encamínate a las veleras naves aqueas, introdúcete
Ordénale que arme a los melenudos aqueos y saque toda la hueste: ahora podría
tomar a Troya, la ciudad de anchas calles, pues los inmortales que poseen
olímpicos palacios ya no están discordes, por haberlos persuadido Hera con sus
cabeza, y tomó la figura de Néstor, hijo de Neleo, que era el anciano a quien
23 ¿Duermes, hijo del belicoso Atreo, domador de caballos? No debe dormir toda
hallan tantas cosas. Ahora atiéndeme en seguida, pues vengo como mensajero de
Zeus; el cual, aun estando lejos, se interesa mucho por ti y te compadece. Armar
te ordena a los melenudos aqueos y sacar toda la hueste: ahora podrías tomar
Troya, la ciudad de anchas calles, pues los inmortales que poseen olímpicos
palacios ya no están discordes, por haberlos persuadido Hera con sus ruegos, y
una serie de infortunios amenaza a los troyanos por la voluntad de Zeus. Graba
mis palabras en tu memoria, para que no las olvides cuando el dulce sueño to
desampare.
35 Así habiendo hablado, se fue y dejó a Agamenón revolviendo en su ánimo lo que
nó debía cumplirse. Figurábase que iba a tomar la ciudad de Troya aquel mismo
día. ¡Insensato! No sabía lo que tramaba Zeus, quien había de causar nuevos
males y llanto a los troyanos y a los dánaos por medio de terribles peleas.
manto, calzó sus nítidos pies con bellas sandalias y colgó del hombro la espada
48 Subía la diosa Aurora al vasto Olimpo para anunciar el día a Zeus y a los
demás inmortales, cuando Agamenón ordenó que los heraldos de voz sonora
reunieron en seguida.
rey Néstor, natural de Pilos. Agamenón los llamó para hacerles una discreta
consulta:
sobre mi cabeza y profirió estas palabras: «¿Duermes, hijo del belicoso Atreo,
confiado los guerreros y a cuyo cargo se hallan tantas cosas. Ahora atiéndeme en
seguida, pues vengo como mensajero de Zeus; el cual, aun estando lejos, se
sacar toda la hueste: ahora podrías tomar Troya, la ciudad de anchas calles,
pues los inmortales que poseen olímpicos palacios ya no están discordes, por
haberlos persuadido Hera con sus ruegos, y una serie de infortunios amenaza a
los troyanos por la voluntad de Zeus. Graba mis palabras en tu memoria.»
Habiendo hablado así, fuese volando, y el dulce sueño me desamparó. Mas, ea,
veamos cómo podremos conseguir que los aqueos tomen las armas. Para probarlos
como es debido, les aconsejaré que huyan en las naves de muchos bancos; y
detenerlos.
Néstor, que era rey de la arenosa Pilos, y benévolo les arengó diciendo:
79 ¡Oh amigos, capitanes y príncipes de los argivos! Si algún otro aqueo nos
tenido quien se gloría de ser el más poderoso de los aqueos. Ea, veamos cómo
84 Habiendo hablado así, fue el primero en salir del consejo. Los reyes
del pueblo acudió presurosa. Como de la hendedura de un peñasco salen sin cesar
primaverales y unas revolotean a este lado y otras a aquél; así las numerosas
familias de guerreros marchaban en grupos, por la baja ribera, desde las naves y
tierra y se produjo tumulto, mientras los hombres tomaron sitio. Nueve heraldos
daban voces para que callaran y oyeran a los reyes, alumnos de Zeus. Sentáronse
al fin, aunque con dificultad, y enmudecieron tan pronto como ocuparon los
hizo para el soberano Zeus Cronión éste lo dio al mensajero Argicida; Hermes lo
descansando el rey sobre el arrimo del cetro, habló así a los argivos:
110 ¡Oh amigos, héroes dánaos, ministros de Ares! En grave infortunio envolvióme
Zeus Cronida. ¡Cruel! Me prometió y aseguró que no me iría sin destruir la bien
murada Ilio, y todo ha sido funesto engaño; pues ahora me ordena regresar a
Argos, sin gloria, después de haber perdido tantos hombres. Así debe de ser
aún destruirá otras porque su poder es inmenso. Vergonzoso será para nosotros
que lleguen a saberlo los hombres de mañana. ¡Un ejército aqueo tal y tan grande
hacer una guerra vana a ineficaz! ¡Combatir contra un número menor de hombres y
hogares y agrupados nosotros los aqueos en décadas, cada una de éstas eligiera
escanciador. ¡En tanto digo que superan los aqueos a los troyanos que en la
ciudad moran! Pero han venido en su ayuda hombres de muchas ciudades, que saben
tomar la populosa ciudad de Ilio. Nueve años del gran Zeus transcurrieron ya;
los maderos de las naves se han podrido y las cuerdas están deshechas; nuestras
esposas a hijitos nos aguardan en los palacios; y aún no hemos dado cima a la
empresa para la cual vinimos. Ea, procedamos todos como voy a decir: Huyamos en
calles.
142 Así dijo; y a todos los que no habían asistido al consejo se les conmovió el
corazón en el pecho. Agitóse el ágora como las grandes olas que en el mar Icario
levantan el Euro y el Noto cayendo impetuosos de las nubes amontonadas por el
padre Zeus. Como el Céfiro mueve con violento soplo un crecido trigal y se
cierne sobre las espigas, de igual manera se movió toda el ágora. Con gran
tirar de ellos para echarlos al mar divino; limpian los canales; quitan los
el cielo.
157 ¡Oh dioses! ¡Hija de Zeus, que lleva la égida! ¡Indómita! ¿Huirán los
argivos a sus casas, a su patria tierra por el ancho dorso del mar, y dejarán
como trofeo a Príamo y a los troyanos la argiva Helena, por la cual tantos
166 Así habló. Atenea, la diosa de ojos de lechuza, no fue desobediente. Bajando
en raudo vuelo de las cumbres del Olimpo llegó presto a las veloces naves aqueas
y halló a Ulises, igual a Zeus en prudencia, que permanecía inmóvil y sin tocar
173 ¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Ulises, fecundo en ardides! ¿Así, pues,
bancos, y dejaréis como trofeo a Príamo y a los troyanos la argiva Helena, por
ejército de los aqueos y no cejes: detén con suaves palabras a cada guerrero y
con éste en la mano, enderezó a las naves de los aqueos, de broncíneas corazas.
suaves palabras.
190 ¡Ilustre! No es digno de ti temblar como un cobarde. Deténte y haz que los
198 Cuando encontraba a un hombre del pueblo gritando, dábale con el cetro y lo
200 ¡Desdichado! Estáte quieto y escucha a los que te aventajan en bravura; tú,
consejo. Aquí no todos los aqueos podemos ser reyes; no es un bien la soberanía
de muchos; uno solo sea príncipe, uno solo rey: aquél a quien el hijo del artero
207 Así Ulises, actuando como supremo jefe, imponía su voluntad al ejército; y
ellos se apresuraban a volver de las tiendas y naves al ágora, con gran vocerío,
como cuando el oleaje del estruendoso mar brama en la playa anchurosa y el ponto
resuena.
Tersites, que, sin poner freno a la lengua, alborotaba. Ése sabía muchas
hombre más feo que llegó a Troya, pues era bizco y cojo de un pie; sus hombros
Y por más que los aqueos se indignaban a irritaban mucho contra él, seguía
225 ¡Atrida! ¿De qué te quejas o de qué careces? Tus tiendas están repletas de
bronce y en ellas tienes muchas y escogidas mujeres que los aqueos te ofrecemos
antes que a nadie cuando tomamos alguna ciudad. ¿Necesitas, acaso, el oro que
hijo que yo a otro aqueo haya hecho prisionero? ¿O, por ventura, una joven con
caudillo, ocasiones tantos males a los aqueos. ¡Oh cobardes, hombres sin
dignidad, aqueas más bien que aqueos! Volvamos en las naves a la patria y
increpó duramente:
246 ¡Tersites parlero! Aunque seas orador facundo, calla y no quieras tú solo
disputar con los reyes. No creo que haya un hombre peor que tú entre cuantos han
venido a Ilio con los Atridas. Por tanto, no tomes en boca a los reyes, ni los
injuries, ni pienses en el regreso. No sabemos aún con certeza cómo esto acabará
y si la vuelta de los aqueos será feliz o desgraciada. Mas tú denuestas al
Atrida Agamenón, porque los héroes dánaos le dan muchas cosas; por esto lo
ahora, no conserve Ulises la cabeza sobre los hombros, ni sea llamado padre de
Telémaco, si no te echo mano, te despojo del vestido (el manto y la túnica que
cubren tus partes verendas) y te envío lloroso del ágora a las veleras naves
265 Así, pues, dijo, y con el cetro diole un golpe en la espalda y los hombros.
Tersites se encorvó, mientras una gruesa lágrima caía de sus ojos y un cruento
dolorido; miró a todos con aire de simple, y se enjugó las lágrimas. Ellos,
272 ¡Oh dioses! Muchas cosas buenas hizo Ulises, ya dando consejos saludables,
junto a él estaba, impuso silencio para que todos los aqueos, desde los primeros
hasta los últimos, oyeran su discurso y meditaran sus consejos), y benévolo los
arengó diciendo:
284 ¡Atrida! Los aqueos, oh rey, quieren cubrirte de baldón ante todos los
criador de caballos: que no te irías sin destruir la bien murada Ilio. Cual si
fuesen niños o viudas, se lamentan unos con otros y desean regresar a su casa. Y
es, en verdad, penoso que hayamos de volver afligidos. Cierto que cualquiera se
impacienta al mes de estar separado de su mujer, cuando ve detenida su nave de
muchos bancos por las borrascas invernales y el mar alborotado; y nosotros hace
ya nueve años, con el presence, que aquí permanecemos. No me enojo, pues, porque
los aqueos se impacienten junto a las cóncavas naves; pero sería bochornoso
haber estado aquí tanto tiempo y volvernos sin conseguir nuestro propósito.
Tened paciencia, amigos, y aguardad un poco más, para que sepamos si fue
todos vosotros, los que no habéis sido arrebatados día tras día por las parcas
naves aqueas que cantos males habían de traer a Príamo y a los troyanos. En
Allí se nos ofreció un gran portento. Un horrible dragón de roja espalda, que el
mismo Olímpico sacara a la luz, saltó de debajo del altar al plátano. En la rama
cimera de éste hallábanse los hijuelos recién nacidos de un ave, que medrosos se
acurrucaban debajo de las hojas; eran ocho, y, con la madre que los parió,
ala, mientras ella chillaba. Después que el dragón se hubo comido al ave y a los
«¿Por qué enmudecéis, melenudos aqueos? El próvido Zeus es quien nos muestra ese
perecerá. Como el dragón devoró a los polluelos del ave y al ave misma, los
cuales eran ocho, y, con la madre que los dio a luz, nueve, así nosotros
anchas calles.» Tal fue lo que dijo y todo se va cumpliendo. ¡Ea, aqueos de
hermosas grebas, quedaos todos hasta que tomemos la gran ciudad de Príamo!
333 Así habló. Los argivos, con agudos gritos que hacían retumbar horriblemente
337 ¡Oh dioses! Habláis como niños chiquitos que no están ejercitados en los
en humo los consejos, los afanes de los guerreros, los pactos consagrados con
hemos podido encontrar un medio eficaz para conseguir nuestro intento. ¡Atrida!
Tú, como siempre, manda con firme decisión a los argivos en el duro combate y
deja que se consuman uno o dos que en discordancia con los demás aqueos desean,
en las naves de ligero andar para traer a los troyanos la muerte y el destino.
Nadie, pues, se dé prisa por volver a su casa, hasta haber dormido con la esposa
tanto anhelare el regreso, toque la negra nave de muchos bancos para que delante
de todos sea muerto y cumpla su destino. ¡Oh rey! No dejes de pensar tú mismo y
sigue también los consejos que nosotros lo damos. No es despreciable lo que voy
a decirte: Agrupa a los hombres, oh Agamenón, por tribus y familias, para que
una tribu ayude a otra tribu y una familia a otra familia. Si así lo hicieres y
lo obedecieren los aqueos, sabrás pronto cuáles jefes y soldados son cobardes y
impericia en la guerra.
370 De nuevo, oh anciano, superas en el ágora a los aqueos todos. Ojalá, ¡padre
Zeus, Atenea, Apolo!, tuviera yo entre los aqueos diez consejeros semejantes;
entonces la ciudad del rey Príamo sería pronto tomada y destruida por nuestras
manos. Pero Zeus Cronida, que lleva la égida, me envía penas, enredándome en
inútiles disputas y riñas. Aquiles y yo peleamos con encontradas razones por una
que luego trabemos el combate; cada uno afile la lanza, prepare el escudo, dé el
la lucha; pues durante todo el día nos pondrá a prueba el horrendo Ares. Ni un
breve descanso ha de haber siquiera, hasta que la noche obligue a los valientes
sudarán los corceles arrastrando los pulimentados carros. Y aquél que se quede
394 Así dijo. Los argivos promovían gran clamoreo, como cuando las olas, movidas
por el Noto, baten un elevado risco que se adelanta sobre el mar y no to dejan
dispersaron por las naves, encendieron lumbre en las tiendas, tomaron la comida
y ofrecieron sacrificios, quiénes a uno, quiénes a otro de los sempiternos
dioses, para que los librasen de la muerte y del fatigoso trabajo de Ares.
412 ¡Zeus gloriosísimo, máximo, que amontonas las sombrías nubes y vives en el
palacio de Príamo, entregándolo a las llamas; pegue voraz fuego a las puertas;
rompa con mi lanza la coraza de Héctor en su mismo pecho, y vea a muchos de sus
por la cabeza, que tiraron hacia atrás, y las degollaron y desollaron; cortaron
los muslos, y después de pringarlos con gordura por uno y otro lado y de
cubrirlos con trozos de carne, los quemaron con leña sin hojas; y atravesando
las entrañas con los asadores, las pusieron al fuego. Quemados los muslos,
manos. Mas, ea, los heraldos de los aqueos, de broncíneas corazas, pregonen que
441 Así dijo; y Agamenón, rey de hombres, no desobedeció. Al momento dispuso que
los heraldos de voz sonora llamaran al combate a los melenudos aqueos; hízose el
cuelgan cien áureos borlones, bien labrados y del valor de cien bueyes cada uno.
Con ella en la mano, movíase la diosa entre los aqueos, instigábalos a salir al
campo y ponía fortaleza en sus corazones para que pelearan y combatieran sin
descanso. Pronto les fue más agradable el combate, que volver a la patria tierra
fuego se propaga por vasta selva en la cumbre de un monte, así el brillo de las
del éter.
459 De la suerte que las alígeras aves gansos, grullas o cisnes cuellilargos se
corriente del Caístro, vuelan acá y allá ufanas de sus alas, y el campo resuena;
de esta manera las numerosas huestes afluían de las naves y tiendas a la llanura
juntarse fueron innumerables; tantos, cuantas son las hojas y Bores que en la
primavera nacen.
469 Como enjambres copiosos de moscas que en la primaveral estación vuelan
agrupadas por el establo del pastor, cuando la leche llena los tarros, en tan
474 Poníanlos los caudillos en orden de batalla fácilmente, como los pastores
en el hato el macho vacuno más excelente es el toro, que sobresale entre las
vacas reunidas, de igual manera hizo Zeus que Agamenón fuera aquel día insigne y
484 Decidme ahora, Musas que poseéis olímpicos palacios y como diosas lo
presenciáis y conocéis todo, mientras que nosotros oímos tan sólo la fama y nada
bocas, voz infatigable y corazón de bronce: sólo las Musas olímpicas, hijas de
Zeus, que lleva la égida, podrían decir cuántos a Ilio fueron. Pero mencionaré
494 Mandaban a los beocios Penéleo, Leito, Arcesilao, Protoenor y Clonio. Los
que cultivaban los campos de Hiria, Áulide pétrea, Esqueno, Escolo, Eteono
fragosa, Tespía, Grea y la vasta Micaleso, los que moraban en Harma, Ilesio y
Eritras; los que residían en Eleón, Hila, Peteón, Ocálea, Medeón, ciudad bien
Coronea, Haliarto herbosa, Platea y Glisante; los que poseían la bien edificada
veinte beocios.
511 De los que habitaban en Aspledón y Orcómeno Minieo eran caudillos Ascálafo y
Yálmeno, hijos de Ares y de Astíoque, que los había dado a luz en el palacio de
Áctor Azida. Astíoque, que era virgen ruborosa, subió al piso superior, y el
terrible dios se unió con ella clandestinamente. Treinta cóncavas naves en orden
los seguían.
517 Mandaban a los foceos Esquedio y Epístrofo, hijos del magnánimo Ífito
los que habitaban en Anemoria, Jámpolis y la ribera del divinal río Cefiso; los
que poseían la ciudad de Lilea en las fuentes del mismo río: todos éstos habían
llegado en cuarenta negras naves. Los caudillos ordenaban entonces las filas de
527 Acaudillaba a los locrios que vivían en Cino, Opunte, Calíaro, Besa,
Escarfe, Augías amena, Tarfe y Tronio, a orillas del Boagrio, el ligero Ayante
de Oileo, menor, mucho menor que Ayante Telamonio: era bajo de cuerpo, llevaba
Seguíanlo cuarenta negras naves, en las cuales habían venido los locrios que
536 Los abantes de Eubea, que respiraban valor y residían en Calcis, Eretria,
Ares. Con tal caudillo llegaron los ligeros abantes, que dejaban crecer la
romper con sus lanzas de fresno las corazas en los pechos de los enemigos.
pueblo del magnánimo Erecteo, a quien Atenea, hija de Zeus, crió habíale dado a
luz la fértil tierra- y puso en su rico templo de Atenas, donde los jóvenes
tierra sabía como ése poner en orden de batalla, así a los que combatían en
carros, como a los peones armados de escudos; sólo Néstor competía con él,
557 Ayante había partido de Salamina con doce naves, que colocó cerca de las
falanges atenienses.
Esténelo, hijo del famoso Capaneo, y Euríalo, igual a un dios, que tenía por
569 Los que poseían la bien construida ciudad de Micenas, la opulenta Corinto y
Hiperesia y Gonoesa excelsa, y los que habitaban en Pelene, Egio, el Egíalo todo
y la espaciosa Hélice: todos éstos habían llegado en cien naves a las órdenes
del rey Agamenón Atrida. Muchos y valientes varones condujo este príncipe que
entonces vestía el luciente bronce, ufano de sobresalir entre todos los héroes
591 Los que cultivaban el campo en Pilos, Arene deliciosa, Trío, vado del Alfeo,
de que saldría vencedor, aunque cantaran las propias Musas, hijas de Zeus, que
603 Los que habitaban en la Arcadia al pie del alto monte de Cilene y cerca de
abundante en ovejas, Ripe, Estratia y Enispe ventosa; y los que poseían las
llegaron al mando del rey Agapenor, hijo de Anceo, en sesenta naves. En cada una
hombres, Agamenón, les facilitó las naves de muchos bancos, para que atravesaran
otro, tenían cuatro caudillos y cada uno de éstos mandaba diez veleras naves
625 Los de Duliquio y las sagradas islas Equinas, situadas al otro lado del mar
frente a la Elide, eran mandados por Meges Filida, igual a Ares, a quien
engendró el jinete Fileo, caro a Zeus, cuando por haberse enemistado con su
Egílipe; los que habitaban en Zacinto; los que vivían en Samos y sus
opuesta: todos ellos obedecían a Ulises, igual a Zeus en prudencia. Doce naves
638 Toante, hijo de Andremón, regía a los etolios que habitaban en Pleurón,
Oleno, Pilene, Calcis marítima y Calidón pedregosa. Ya no existían los hijos del
todos los poderes para que reinara sobre los etolios. Cuarenta negras naves los
seguían.
645 Mandaba a los cretenses Idomeneo, famoso por su lanza. Los que vivían en
ciudades populosas, y los que ocupaban la isla de Creta con sus cien ciudades:
todos éstos eran gobernados por Idomeneo, famoso por su lanza, que con Meriones,
los fieros rodios que vivían, divididos en tres pueblos, en Lindo, Yáliso y
Camiro la blanca. De éstos era caudillo Tlepólemo, famoso por su lanza, a quien
Licimnio, vástago de Ares; y como los demás hijos y nietos del fuerte Heracles
lo amenazaron, construyó naves, reunió mucha gente y huyó por el ponto. Errante
y sufriendo penalidades pudo llegar a Rodas, y allí se estableció con los suyos,
que formaron tres tribus. Se hicieron querer de Zeus, que reina sobre los dioses
671 Nireo condujo desde Sime tres naves bien proporcionadas; Nireo, hijo de
Aglaya y del rey Cáropo; Nireo, el más hermoso de los dánaos que fueron a Ilio,
si exceptuamos al eximio Pelida; pero era tímido, y poca la gente que mandaba.
676 Los que habitaban en Nísiros, Crápato, Caso, Cos, ciudad de Eurípilo, y las
islas Calidnas, tenían por jefes a Fidipo y Antifo, hijos del rey Tésalo
681 Cuantos ocupaban el Argos pélásgico, los que vivían en Alo, Álope y Traquine
cincuenta naves. Mas éstos no se cuidaban entonces del combate horrísono, por no
tener quien los llevara a la pelea: el divino Aquiles, el de los pies ligeros,
fatigas destruyó esta ciudad y las murallas de Teba, dando muerte a los
belicosos Mines y Epístrofo, hijos del rey Eveno Selepíada. Afiigido por ello,
695 Los que habitaban en Fílace, Píraso florida, que es lugar consagrado a
mucho antes que los demás aqueos, y en Fílace quedaron su desolada esposa y la
casa a medio acabar. Con todo, no carecían aquéllos de jefe, aunque echaban de
menos al que antes tuvieron, pues los ordenaba para el combate Podarces, vástago
de Ares, hijo de Ificlo Filácida, rico en ganado, y hermano menor del animoso
Protesilao. Éste era mayor y más valiente. Sus hombres, pues, no estaban sin
caudillo; pero sentían soledad de aquél, que tan esforzado había sido. Cuarenta
711 Los que moraban en Feras situada a orillas del lago Bebeide, Beba, Gláfiras
y Yolco bien edificada, habían llegado en once naves al mando de Eumelo, hijo
querido de Admeto y de Alcestis, divina entre las mujeres, que era la más
716 Los que cultivaban los campos de Metone y Taumacia y los que poseían las
los aqueos después que lo mordió ponzoñoso reptil. Allí permanecía afligido;
pero pronto en las naves habían de acordarse los argivos del rey Filoctetes. No
blancas cimas del Títano, eran mandados por Eurípilo, hijo preclaro de Evemón.
739 A los de Argisa, Girtone, Orte, Elone y la blanca ciudad de Olosón, los
dado a luz la ínclita Hipodamía el mismo día en que Pirítoo, castigando a los
hirsutos centauros, los echó del Pelio y los obligó a retirarse hacia los
étices). Pero no estaba solo, sino que con él compartía el mando Leonteo,
vástago de Ares, hijo del animoso Corono Ceneida. Cuarenta negras naves los
seguían.
748 Guneo condujo desde Cifo en veintidós naves a los enienes a intrépidos
cultivaban los campos a orillas del hermoso Titareso, que vierte sus cristalinas
aguas en el Peneo de argénteos vórtices; pero no se mezcla con él, sino que
sobrenada como aceite, porque es un arroyo del agua de la Éstige, que se invoca
756 A los magnetes gobernábalos Prótoo, hijo de Tentredón. Los que habitaban a
orillas del Peneo y en el frondoso Pelio tenían, pues, por jefe al ligero
760 Tales eran los caudillos y príncipes de los dánaos. Dime, Musa, cuál fue el
mejor de los varones y cuáles los más excelentes caballos de cuantos con los
Atridas llegaron.
763 Entre los corceles sobresalían las yeguas del Feretíada, que guiaba Eumelo:
eran ligeras como aves, apeladas, y de la mísma edad y altura; criólas Apolo, el
que llevaban al eximio Pelión. Mas Aquiles permanecía entonces en las corvas
naves surcadoras del ponto, por estar irritado contra Agamenón Atrida, pastor de
los corceles comían loto y apio palustre cerca de los carros de los capitanes
780 Ya los demás avanzaban a modo de incendio que se propagase por toda la
comarca; y como la tierra gime cuando Zeus, que se complace en lanzar rayos,
airado, la azota en Arimos, donde dicen que está el lecho de Tifoeo; de igual
manera gemía grandemente debajo de los que iban andando y atravesaban con ligero
paso la llanura.
786 Dio a los troyanos la triste noticia Iris, la de los pies ligeros como el
viento, a quien Zeus, que lleva la égida, había enviado como mensajera. Todos
sus pies, se sentaba como atalaya de los troyanos en la cima del túmulo del
anciano Esietes y observaba cuando los aqueos partían de las naves para
796 ¡Oh anciano! Te placen los discursos interminables como cuando teníamos paz,
nunca vi un ejército tal y tan grande como el que viene por la llanura a pelear
contra la ciudad, formado por tantos hombres cuantas son las hojas o las arenas.
gran ciudad de Príamo hay muchos auxiliares y no hablan una misma lengua hombres
de países tan diversos, cada cual mande a aquellos de quienes es príncipe y
Apresuráronse a tomar las armas, abriéronse todas las puertas, salió el ejército
811 Hay en la llanura, frente a la ciudad, una excelsa colina aislada de las
demás y accesible por todas partes, a la cual los hombres llaman Batiea y los
inmortales tumba de la ágil Mirina: a11í fue donde los troyanos y sus auxiliares
Con él se armaban las tropas más copiosas y valientes, que ardían en deseos de
819 De los dardanios era caudillo Eneas, valiente hijo de Anquises, de quien lo
tuvo la divina Afrodita después que la diosa se unió con el mortal en un bosque
del Ida. Con Eneas compartían el mando dos hijos de Anténor: Arquéloco y
824 Los ricos troyanos que habitaban en Zelea, al pie del Ida, y bebían el agua
del caudaloso Esepo, eran gobernados por Pándaro, hijo ilustre de Licaón, a
828 Los que poseían las ciudades de Adrastea, Apeso, Pitiea y el alto monte de
Terea, estaban a las órdenes de Adrasto y Anfio, de coraza de lino: ambos eran
quería que sus hijos fuesen a la homicida guerra; pero ellos no lo obedecieron,
835 Los que moraban en Percote, a orillas del Practio, y los que habitaban en
Sesto, Abidos y la divina Arisbe eran mandados por Asio Hirtácida, príncipe de
hombres, a quien fogosos y corpulentos corceles condujeron desde Arisbe, desde
840 Hipótoo acaudillaba las tribus de los valerosos pelasgos que habitaban en la
fértil Larisa. Mandábanlos.él y Pileo, vástago de Ares, hijos del pelasgo Leto
Teutámida.
844 A los tracios, que viven a orillas del alborotado Helesponto, los regían
846 Eufemo, hijo de Treceno Céada, alumno de Zeus, era el capitán de los
belicosos cícones.
848 Pirecmes condujo los peonios, de corvos arcos, desde la lejana Amidón, desde
la ribera del anchuroso Axio; del Axio, cuyas límpidas aguas se esparcen por la
tierra.
851 A los paflagonios, procedentes del país de los énetos, donde se crían las
orillas del río Partenio, en Cromna, Egíalo y los altos montes Eritinos.
856 Los halizones eran gobernados por Odio y Epístrofo y procedían de lejos: de
858 A los misios los regían Cromis y el augur Énnomo, que no pudo librarse, a
pesar de los agüeros, de la negra muerte; pues sucumbió a manos del Eácida, el
de los pies ligeros, en el río donde éste mató también a otros troyanos.
862 Forcis y el deiforme Ascanio acaudillaban a los frigios que habían llegado
864 A los meonios los gobernaban Mestles y Antifo, hijos de Talémenes, a quienes
dio a luz la laguna Gigea. Tales eran los jefes de los meonios, nacidos al pie
del Tmolo.
867 Nastes estaba al frente de los carios de bárbaro lenguaje. Los que ocupaban
la ciudad de Mileto, el frondoso monte Ftirón, las orillas del Meandro y las
hijos de Nomión; Nastes y Anfímaco, que iba al combate cubierto de oro como una
el río a manos del celerípede Eácida del aguerrido Aquiles, el de los pies
CANTO III*
ser vencido, lo arrebata por los aires su madre la diosa Afrodita y lo lleva al
lado de Helena.
1 Puestos en orden de batalla con sus respectivos jefes, los troyanos avanzaban
chillando y gritando como aves así profieren sus voces las grullas en el cielo,
cuando, para huir del frío y de las lluvias torrenciales, vuelan gruyendo sobre
desde el aire cruda guerra y los aqueos marchaban silenciosos, respirando valor
10 Así como el Noto derrama en las cumbres de un monte la niebla tan poco grata
que alcanza una pedrada; así también, una densa polvareda se levantaba bajo los
pies de los que se ponían en marcha y atravesaban con gran presteza la llanura.
15 Cuando ambos ejércitos se hubieron acercado el uno al otro, apareció en la
primera fila de los troyanos Alejandro, semejante a un dios, con una piel de
broncínea punta, desafiaba a los más valientes argivos a que con él sostuvieran
terrible combate.
21 Menelao, caro a Ares, violo venir con arrogante paso al frente de la tropa,
robustos mozos; así Menelao se holgó de ver con sus propios ojos al deiforme
Alejandro figuróse que podría castigar al culpable y al momento saltó del carro
troyanos.
quisiera y te valdría más que ser la vergüenza y el oprobio de los tuyos. Los
eres, ¿reuniste a tus amigos, surcaste los mares en ligeros buques, visitaste a
todo, y causa de gozo para los enemigos y de confusión para ti mismo? ¿No
hermosura, cuando rodaras por el polvo. Los troyanos son muy tímidos; pues, si
no, ya estarías revestido de una túnica de piedras por los males que les has
causado.
maneja hábilmente para cortar maderos de navío: tan intrépido es el ánimo que en
Afrodita, que no son despreciables los eximios presentes de los dioses y nadie
puede escogerlos a su gusto. Y si ahora quieres que luche y combata, detén a los
demás troyanos y a los aqueos todos, y dejadnos en medio a Menelao, caro a Ares,
y a mí para que peleemos por Helena y sus riquezas: el que venza, por ser más
76 Así dijo. Oyólo Héctor con intenso placer, y, corriendo al centro de ambos
ejércitos con la lanza cogida por el medio, detuvo las falanges troyanas, que al
dejemos las bellas armas en el fértil suelo, y él y Menelao, caro a Ares, peleen
en medio por Helena y sus riquezas todas: el que venza, por ser más valiente,
97 Ahora oídme también a mí. Tengo el corazón traspasado de dolor, y creo que
ya, argivos y troyanos, debéis separaros, pues padecisteis muchos males por mi
Traed un cordero blanco y una cordera negra para la Tierra y el Sol; nosotros
traeremos otro para Zeus. Conducid acá a Príamo para que en persona sancione los
juramentos, pues sus hijos son soberbios y fementidos: no sea que por alguna
cuenta lo pasado y lo futuro a fin de que se haga lo más conveniente para ambas
partes.
111 Así dijo. Gozáronse aqueos y troyanos con la esperanza de que iba a terminar
carros y, dejando la armadura en el suelo, se pusieron muy cerca los unos de los
116 Héctor despachó dos heraldos a la ciudad para que en seguida le trajeran las
tomando la figura de su cuñada Laódice, mujer del rey Helicaón Antenórida, que
era la más hermosa de las hijas de Príamo. Hallóla en el palacio tejiendo una
gran tela doble, purpúrea, en la cual entretejía muchos trabajos que los
padecido por ella por mano de Ares. Paróse Iris, la de los pies ligeros, junto a
130 Ven acá, ninfa querida, para que presencies los admirables hechos de los
antes, ávidos del funesto combate, llevaban por la llanura al luctuoso Ares unos
suelo. Alejandro y Menelao, caro a Ares, lucharán por ti con ingentes lanzas, y
habitación, cubierta con blanco velo, derramando tiernas lágrimas; sin que fuera
146 Allí, sobre las puertas Esceas, estaban Príamo, Pántoo, Timetes, Lampo,
ancianos del pueblo; los cuales a causa de su vejez no combatían, pero eran
selva, dejan oír su aguda voz. Tales próceres troyanos había en la torre. Cuando
vieron a Helena, que hacia ellos se encaminaba, dijéronse unos a otros, hablando
quedo, estas aladas palabras:
males por una mujer como ésta, cuyo rostro tanto se parece al de las diosas
inmortales. Pero, aun siendo así, váyase en las naves, antes de que llegue a
162 Ven acá, hija querida; siéntate a mi lado para que veas a tu anterior marido
que promovieron contra nosotros la luctuosa guerra de los aqueos y me digas cómo
se llama ese ingente varón, quién es ese aqueo gallardo y alto de cuerpo. Otros
hay de mayor estatura, pero jamás vieron mis ojos un hombre tan hermoso y
172 Me inspiras, suegro amado, respeto y temor. ¡Ojalá la muerte me hubiese sido
grata cuando vine con tu hijo, dejando, a la vez que el tálamo, a mis hermanos,
Atrida, buen rey y esforzado combatiente, que fue cuñado de esta desvergonzada,
182 ¡Atrida feliz, nacido con suerte, afortunado! Muchos son los aqueos que lo
sus naturales los pueblos de Otreo y de Migdón, igual a un dios que con los
ágiles corceles acampaban a orillas del Sangario. Entre ellos me hallaba, a fuer
de aliado, el día en que llegaron las varoniles amazonas. Pero no eran tantos
192 Ea, dime también, hija querida, quién es aquél, menor en estatura que
suelo las armas y recorre las filas como un carnero. Parece un velloso carnero
ítaca; tan hábil en urdir engaños de toda especie, como en dar prudentes
consejos.
204 Mujer, mucha verdad es lo que dices. Ulises vino por ti, como embajador, con
pie, sobresalía Menelao por sus anchas espaldas; sentados, era Ulises más
hablaba de prisa, poco, pero muy claramente: pues no era verboso, ni, con ser el
permanecía en pie con la vista baja y los ojos clavados en el suelo, no meneaba
tomado por un iracundo o por un estúpido. Mas tan pronto como salían de su pecho
las palabras pronunciadas con voz sonora, como caen en invierno los copos de
226 ¿Quién es ese otro aqueo gallardo y alto, que descuella entre los argivos
229 Ése es el ingente Ayante, antemural de los aqueos. Al otro lado está
Idomeneo, como un dios, entre los cretenses; rodéanlo los capitanes de sus
tropas. Muchas veces Menelao, cáro a Ares, lo hospedó en nuestro palacio cuando
venía de Creta. Distingo a los demás aqueos de ojos vivos, y me sería fácil
243 Así habló. A ellos la fértil tierra los tenía ya consigo, en Lacedemoma, en
su misma patria.
243 Los heraldos atravesaban la ciudad con las víctimas para los divinos
Ares, combatirán con luengas lanzas por la esposa: mujer y riquezas serán del
259 Así dijo. Estremecióse el anciano y mandó a los amigos que engancharan los
264 Cuando hubieron llegado al campo, descendieron del carro al almo suelo y se
encaminaron al espacio que mediaba entre los troyanos y los aqueos. Levantóse al
heraldos conspicuos juntaron las víctimas que debían inmolarse para los sagrados
Atrida, con la daga que llevaba junto a la gran vaina de la espada, cortó pelo
276 ¡Padre Zeus, que reinas desde el Ida, gloriosísimo, máximo! ¡Sol, que todo
a los muertos que fueron perjuros! Sed todos testigos y guardad los fieles
juramentos: Si Alejandro mata a Menelao, sea suya Helena con todas las riquezas
todas, y paguen a los argivos la indemnización que sea justa para que llegue a
292 Dijo, cortóles el cuello a los corderos y los puso palpitantes, pero sin
vida, en el suelo; el cruel bronce les había quitado el vigor. Llenaron las
298 ¡Zeus gloriosísimo, máximo! ¡Dioses inmortales! Los primeros que obren
contra lo jurado, vean derramárseles a tierra, como este vino, sus sesos y los
de sus hijos, y sus esposas caigan en poder de extraños.
Ilio, pues no podría ver con estos ojos a mi hijo combatiendo con Menelao, caro
a Ares. Zeus y los demás dioses inmortales saben para cuál de ellos tiene el
310 Dijo, y el varón igual a un dios colocó los corderos en el carro, subió él
314 Héctor, hijo de Príamo, y el divino Ulises midieron el campo, y, echando dos
en arrojar la broncínea lanza. Los hombres oraban y levantaban las manos a los
320 ¡Padre Zeus, que reinas desde el Ida, gloriosísimo, máximo! Concede que
quien tantos males nos causó a unos y a otros, muera y descienda a la morada de
324 Así decían. El gran Héctor, el de tremolante casco, agitaba las suertes
sin romper las filas, donde cada uno tenía los briosos corceles y las labradas
una magnífica armadura: púsose en las piernas elegantes grebas ajustadas con
le acomodaba bien; colgó del hombro una espada de bronce guarnecida con clavos
un bote en el escudo liso del Atrida, sin que el bronce lo rompiera: la punta se
primero, y hazlo sucumbir a mis manos, para que los hombres venideros teman
355 Dijo, y blandiendo la luenga lanza, acertó a dar en el escudo liso del
lamentó diciendo:
365 ¡Padre Zeus, no hay dios más funesto que tú! Esperaba castigar la perfidia
369 Dice, y arremetiendo a Paris, cógelo por el casco adornado con espesas
de Zeus, que rompió la correa hecha del cuero de un buey degollado: el casco
a Paris para matarlo con la broncínea lanza; pero Afrodita arrebató a su hijo
con gran facilidad, por ser diosa, y llevólo, envuelto en densa niebla, al
390 Ven acá. Te llama Alejandro para que vuelvas a tu casa. Hállase, esplendente
dirías que viene de combatir, sino que va al baile o que reposa de reciente
danza.
395 Así dijo. Helena sintió que en el pecho le palpitaba el corazón; pero, al
ver el hermosísimo cuello, los lindos pechos y los refulgentes ojos de la diosa,
se asombró y le dijo:
399 ¡Cruel! ¿Por qué quieres engañarme? ¿Me llevarás acaso más allá, a cualquier
palabra te sea querido? ¿Vienes con engaños porque Menelao ha vencido al divino
Alejandro, y quieres que yo, la odiosa, vuelva a su casa? Ve, siéntate al lado
llora, y vela por él, hasta que te haga su esposa o su esclava. No iré a11á,
aborrezca de modo tan extraordinario como hasta aquí te amé; ponga funestos
418 Así dijo. Helena, hija de Zeus, tuvo miedo; y, echándose el blanco y
espléndido velo, salió en silencio tras la diosa, sin que ninguna de las
troyanas lo advirtiera.
421 Tan pronto como llegaron al magnífico palacio de Alejandro, las esclavas
cámara nupcial de elevado techo. La risueña Afrodita colocó una silla delante de
428 ¡Vienes de la lucha, y hubieras debido perecer a manos del esforzado varón
que fue mi anterior marido! Blasonabas de ser superior a Menelao, caro a Ares,
438 Mujer, no me zahieras con amargos baldones. Hoy ha vencido Menelao con el
auxilio de Atenea; otro día lo venceré yo, pues también tenemos dioses que nos
Cránae, donde me unió contigo amoroso consorcio: con tal ansia te amo en este
momento y tan dulce es el deseo que de mí se apodera.
troyano ni aliado ilustre pudo mostrárselo a Menelao, caro a Ares; que no por
amistad lo hubiesen ocultado, pues a todos se les había hecho tan odioso como la
456 iOíd, troyanos, dárdanos y aliados! Es evidente que la victoria quedó por
Menelao, caro a Ares; entregadnos la argiva Helena con sus riquezas y pagad una
indemnización, la que sea justa, para que llegue a conocimiento de los hombres
venideros.
CANTO IV*
una flecha lanzada por Pándaro, que así rompe la tregua covenida por los dos
7 Dos son las diosas que protegen a Menelao, Hera argiva y Atenea alalcomenia;
quedó por Menelao, caro a Ares, deliberemos sobre sus futuras consecuencias: si
20 Así dijo. Atenea y Hera, que tenían Los asientos contiguos y pensaban en
causar daño a Los troyanos, se mordieron Los labios. Atenea, aunque airada
contra su padre Zeus y poseída de feroz cólera, guardó silencio y nada dijo;
reunía el ejército contra Príamo y sus hijos. Haz lo que dices, pero no todos
31 ¡Desdichada! ¿Qué graves ofensas te infieren Príamo y sus hijos para que
las puertas de los altos muros, te comieras crudo a Príamo, a sus hijos y a los
demás troyanos, quizá tu cólera se apaciguara. Haz lo que te plazca; no sea que
de esta disputa se origine una gran riña entre nosotros. Otra cosa voy a decirte
ciudad donde vivan amigos tuyos, no retardes mi cólera y déjame hacer lo que
alma. De las ciudades que los hombres terrestres habitan debajo del sol y del
su pueblo armado con lanzas de fresno. Mi altar jamás careció en ella del
alimento debido, libaciones y vapor de grasa quemada; que tales son los honores
que se nos deben.
51 Tres son las ciudades que más quiero: Argos, Esparta y Micenas, la de anchas
artero Crono engendróme la más venerable, por mi abolengo y por llevar el nombre
contigo y tú conmigo, y los demás dioses inmortales nos seguirán. Manda presto a
Atenea que vaya al campo de la terrible batalla de los troyanos y los aqueos, y
procure que los troyanos empiecen a ofender, contra lo jurado, a los envanecidos
aqueos.
70 Ve muy presto al campo de los troyanos y de los aqueos, y procura que los
73 Con tales voces instigólo a hacer lo que ella misma deseaba; y Atenea bajó en
raudo vuelo de las cumbres del Olimpo. Cual fúlgida estrella que, enviada como
señal por el hijo del artero Crono a los navegantes o a los individuos de un
gran ejército, despide gran número de chispas; de igual modo Palas Atenea se
lanzó a la tierra y cayó en medio del campo. Asombráronse cuantos la vieron, así
penetró por el ejército troyano buscando al deiforme Pándaro. Halló por fin al
escudados, que con él habían llegado de las orillas del Esepo; y, deteniéndose
a la triste pira, muerto por una de tus flechas. Ea, tira una saeta al ínclito
Menelao, y vota sacrificar a Apolo nacido en Licia, célebre por su arco, una
arco hecho con las astas de un lascivo buco montés, a quien él había acechado y
la roca, y sus cuernos de dieciséis palmos fueron ajustados y pulidos por hábil
inclinándolo al suelo, y sus valientes amigos lo cubrieron con los escudos, para
que los belicosos aqueos no arremetieran contra él antes que Menelao, aguerrido
hijo de Atreo, fuese herido. Destapó el carcaj y sacó una flecha nueva, alada,
delante, desvió la amarga flecha: apartóla del cuerpo como la madre ahuyenta una
mosca de su niño que duerme con plácido sueño, y la dirigió al lugar donde los
contra las flechas y que lo defendió mucho, rasguñó la piel y al momento brotó
141 Como una mujer meonia o caria tiñe en púrpura el marfil que ha de adornar el
casa para un rey a fin de que sea ornamento para el caballo y motivo de gloria
148 Estremecióse el rey de hombres, Agamenón, al ver la negra sangre que manaba
rey Agamenón, asiendo de la mano a Menelao, dijo entre hondos suspiros mientras
155 ¡Hermano querido! Para tu muerte celebré el jurado convenio cuando te puse
delante de todos a fin de que lucharas por los aqueos, tú solo, con los
serán inútiles el pacto, la sangre de los corderos, las libaciones de vino puro
y el apretón de manos en que confiábamos. Si el Olímpico no los castiga ahora,
lo hará más tarde, y pagarán cuanto hicieron con una gran pena: con sus propias
armado con lanzas de Fresno; el excelso Zeus Cronida, que vive en el éter,
irritado por este engaño, agitará contra ellos su égida espantosa. Todo esto ha
alguno de los troyanos soberbios exclamará, saltando sobre la tumba del glorioso
Menelao: «Así efectúe Agamenón todas sus venganzas como ésta; pues trajo
tierra.
sitio mortal, pues me protegió por fuera el labrado cinturón y por dentro la
193 ¡Taltibio! Llama pronto a Macaón, el hijo del insigne médico Asclepio, para
198 Así dijo, y el heraldo al oírlo no desobedeció. Fuese por entre los aqueos,
las fuertes filas de hombres escudados que lo habían seguido desde Trica,
palabras:
204 ¡Ven, Asclepíada! Te llama el rey Agamenón para que reconozcas al aguerrido
llegando al lugar donde fue herido el rubio Menelao (éste aparecía como un dios
arrancó la flecha del ajustado cíngulo; pero, al tirar de ella, rompiéronse las
habían hecho obreros broncistas. Tan pronto como vio la herida causada por la
cruel saeta, chupó la sangre y aplicó con pericia drogas calmantes que a su
pensaron en el combate.
rehuyera el combate, pues iba presuroso a la lid, donde los varones alcanzan
Ptolomeo Piraída, se quedó a cierta distancia con los fogosos corceles , encargó
a pie las hileras de guerreros. A cuantos veía, de entre los dánaos de ágiles
los pérfidos: como han sido los primeros en faltar a lo jurado, sus tiernas
carnes serán pasto de buitres y nosotros nos llevaremos en las naves a sus
240 A los que veía remisos en marchar al odioso combate, los increpaba con
iracundas voces:
241 ¡Argivos que sólo con el arco sabéis pelear, hombres vituperables! ¿No os
avergonzáis? ¿Por qué os hallo atónitos como cervatos que, habiendo corrido por
espacioso campo, se detienen cuando ningún vigor queda en su pecho? Así estáis
vosotros: pasmados y sin combatir. ¿Aguardáis acaso que los troyanos lleguen a
la orilla del espumoso mar donde tenemos las naves de lindas popas, para ver si
250 De tal suerte revistaba, como generalísimo, las filas de guerreros. Andando
por entre la muchedumbre, llegó al sitio donde los cretenses vestían las armas
próceres argivos beben el negro vino de honor mezclado en las crateras. A los
copa llena, como yo, y bebes cuanto te place. Corre ahora a la batalla y muestra
el denuedo de que te jactas.
266 ¡Atrida! Siempre he de ser tu amigo fiel, como lo aseguré y prometí que lo
sería. Pero exhorta a los demás melenudos aqueos, para que cuanto antes peleemos
con los troyanos, ya que éstos han roto los pactos. La muerte y toda clase de
calamidades les aguardan, por haber sido los primeros en faltar a lo jurado.
272 Así dijo, y el Atrida con el corazón alegre pasó adelante. Andando por entre
la muchedumbre llegó al sitio donde estaban los Ayantes. Éstos se armaban, y una
nube de infantes los seguía. Como el nubarrón, impelido por el céfiro, camina
ganado, lo conduce a una cueva; de igual modo iban al dañoso combate, con los
que pelee valerosamente. Ojalá, ¡padre Zeus, Atenea, Apolo!, que hubiese el
mismo ánimo en todos los pechos, pues pronto la ciudad del rey Príamo sería
292 Cuando así hubo hablado, los dejó y se fue hacia otros. Halló a Néstor,
junto con el gran Pelagonte, Alástor, Cromio, el poderoso Hemón y Biante, pastor
de hombres. Ponía delante, con los respectivos carros y corceles, a los que
batalla formaban como un muro, y en medio, a los cobardes para que mal de su
muchedumbre:
fuera de las filas con los troyanos; que asimismo nadie retroceda; pues con
mayor facilidad seríais vencidos. El que caiga del carro y suba al de otro pelee
con la lanza, pues hacerlo así es mucho mejor. Con tal prudencia y ánimo en el
310 De tal suerte el anciano, diestro desde antiguo en la guerra, los enardecía.
313 ¡Oh anciano! ¡Así como conservas el ánimo en tu pecho, tuvieras ágiles las
rodillas y sin menoscabo las fuerzas! Pero te abruma la vejez, que a nadie
respeta. Ojalá que otro cargase con ella y tú fueras contado en el número de los
jóvenes.
318 ¡Atrida! También yo quisiera ser como cuando maté al divino Ereutalión. Pero
jamás las deidades lo dieron todo y a un mismo tiempo a los hombres: si entonces
era joven, ya para mí llegó la senectud. Esto no obstante, acompañaré a los que
misión de los ancianos. Las lanzas las blandirán los jóvenes, que son más
326 Así dijo, y el Atrida pasó adelante con el corazón alegre. Halló al
distancia las huestes de los fuertes cefalenios, los cuales, no habiendo oído el
grito de guerra pues así las falanges de los troyanos, domadores de caballos,
como las de los aqueos, se ponían entonces en movimiento , aguardaban que otra
columna aquea cerrara con los troyanos y diera principio la batalla. Al verlos,
338 ¡Hijo del rey Péteo, alumno de Zeus; y tú, perito en malas artes, astuto!
que os invito antes que a nadie cuando los aqueos damos un banquete a los
próceres. Entonces os gusta comer carne asada y beber sin tasa copas de dulce
vino, y ahora veríais con placer que diez columnas aqueas combatieran delante de
350 ¡Atrida! ¡Qué palabras se te escaparon del cerco de los dientes! ¿Por qué
dices que somos remisos en ir al combate? Cuando los aqueos excitemos al feroz
cómo el padre amado de Telémaco penetra por las primeras filas de los troyanos,
retractándose dijo:
sentimientos del corazón que tienes en el pecho, pues tu modo de pensar coincide
con el mío. Pero ve, y si te dije algo ofensivo, luego arreglaremos este asunto.
364 Esto dicho, los dejó a11í, y se fue hacia otros. Halló al animoso Diomedes,
hijo de Tideo, de pie entre los corceles y los sólidos carros; y a su lado a
qué miras azorado el espacio que de los enemigos nos separa? No solía Tideo
temblar de este modo, sino que, adelantándose a sus compañeros, peleaba con el
to vi, y dicen que a todos superaba. Estuvo en Micenas, no para guerrear, sino
como huésped, junto con el divino Polinices, cuando ambos reclutaban tropas para
dirigirse contra los sagrados muros de Teba. Mucho nos rogaron que les diéramos
lo que se les pedía; pero Zeus, con funestas señales, les hizo variar de
orillas pueblan juncales y prados, y los aqueos nombraron embajador a Tideo para
que fuera a Teba. En el palacio del fuerte Eteocles encontrábanse muchos cadmeos
reunidos en banquete; pero ni a11í, siendo huésped y solo entre tantos, se turbó
luchas. ¡De tal suerte lo protegía Atenea! Cuando se fue, irritados los cadmeos,
dos jefes: Meón Hemónida, que parecía un inmortal, y Polifonte, intrépido hijo
de Autófono. A todos les dio Tideo ignominiosa muerte menos a uno, a Meón, a
en el ágora.
401 Así dijo. El fuerte Diomedes oyó con respeto la increpación del venerable
rey y guardó silencio, pero el hijo del glorioso Capaneo hubo de replicarle:
404 ¡Atrida! No mientas, pudiendo decir la verdad. Nos gloriamos de ser más
valientes que nuestros padres, pues hemos tomado a Teba, la de las siete
a Ares; mientras que aquéllos perecieron por sus locuras. No nos consideres,
hombres, anime a los aqueos, de hermosas grebas, antes del combate. Suya será la
gloria, si los aqueos rindieren a los troyanos y tomaren la sagrada Ilio; suyo
el gran pesar, si los aqueos fueren vencidos. Ea, pensemos tan sólo en mostrar
419 Dijo, saltó del carro al suelo sin dejar las armas, y tan terrible fue el
resonar del bronce sobre su pecho, que hubiera sentido pavor hasta un hombre muy
esforzado.
422 Como las olas impelidas por el Céfiro se suceden en la ribera sonora, y
capitanes daban órdenes a los suyos respectivos, y éstos andaban callados (no
hubieras dicho que los siguieran a aquéllos tantos hombres con voz en el pecho)
y temerosos de sus caudillos. En todos relucían las labradas armas de que iban
revestidos. Los troyanos avanzaban también, y como muchas ovejas balan sin cesar
países. A los unos los excitaba Ares; a los otros, Atenea, la de ojos de
aparece pequeña y luego toca con la cabeza el cielo mientras anda sobre la
446 Cuando los ejércitos llegaron a juntarse, chocaron entre sí los escudos, las
manantiales se despeñan por los montes, reúnen las hirvientes aguas en hondo
las manos.
hueso, las tinieblas cubrieron los ojos del guerrero y éste cayó como una torre
caudillo de los bravos abantes, y lo arrastraba para ponerlo fuera del alcance
que al bajarse quedó descubierto junto al escudo, dejóle sin vigor los miembros.
De este modo perdió Elefénor la vida y sobre su cuerpo trabaron enconada pelea
473 Ayante Telamonio tiróle un bote de lanza a Simoesio, hijo de Antemión, que
llamaron Simoesio. Mas no pudo pagar a sus progenitores la crianza ni fue larga
su vida, porque sucumbió vencido por la lanza del magnánimo Ayante: acometía el
broncínea punta salió por la espalda. Cayó el guerrero en el polvo como el terso
álamo nacido en la orilla de una espaciosa laguna y coronado de ramas que corta
el carrero con el hierro reluciente, para hacer las pinas de un hermoso carro,
dejando que el tronco se seque en la ribera; de igual modo, Ayante, del linaje
labrada coraza, lanzó por entre la muchedumbre su agudo dardo contra Ayante y no
Ulises, muy irritado por tal muerte, atravesó las primeras filas cubierto de
todas partes, arrojó la brillante lanza. Al verlo, huyeron los troyanos. No fue
vano el tiro, pues hirió a Democoonte, hijo bastardo de Príamo, que había venido
compañero, le envasó la lanza, cuya broncínea punta le entró por una sien y le
salió por la otra; la obscuridad cubrió los ojos del guerrero, cayó éste con
esclarecido Héctor; y los argivos dieron grandes voces, retiraron los muertos y
argivos, porque sus cuerpos no son de piedra ni de hierro para que puedan
514 Así dijo el terrible dios desde la ciudadela. A su vez, la hija de Zeus, la
517 Fue entonces cuando el hado echó los lazos de la muerte a Diores Amarincida.
Herido en el tobillo derecho por puntiaguda piedra que le tiró Píroo Imbrásida,
caudillo de los tracios, que había llegado de Eno la insolente piedra rompióle
brazos a sus camaradas cuando el mismo Píroo, que lo había herido, acudió
527 Mientras Píroo arremetía, Toante el etolio alanceólo en el pecho, por cima
arrancó del pecho la ingente lanza y, hundiéndole la aguda espada en medio del
rodeado por los compañeros del muerto, los tracios que dejan crecer la cabellera
539 Y quien, sin haber sido herido de cerca o de lejos por el agudo bronce,
Palas Atena, no habría baldonado los hechos de armas; pues aquel día gran número
CANTO V*
Principalía de Diomedes
* Entre los primeros, los aqueos, destaca Diomedes, siendo capaz de hacer huir a
los mismísimos dioses Ares y Afrodita.
1 Entonces Palas Atenea infundió a Diomedes Tidida valor y audacia, para que
brillara entre todos los argivos y alcanzase inmensa gloria, a hizo salir de su
casco y de su escudo una incesante llama parecida al astro que en otoño luce y
los hombros del héroe, cuando Atenea lo llevó al centro de la batalla, allí
Diomedes, que desde tierra y en pie los aguardó. Cuando se hallaron frente a
frente, Fegeo tiró el primero la luenga lanza, que pasó por cima del hombro
izquierdo del Tidida sin herirlo; arrojó éste la suya y no fue en vano, pues se
la clavó a aquél en el pecho, entre las tetillas, y lo derribó por tierra. Ideo
los entregó a sus compañeros para que los llevaran a las cóncavas naves. Cuando
los altivos troyanos vieron que uno de los hijos de Dares huía y el otro quedaba
murallas! ¿No dejaremos que troyanos y aqueos peleen solos sean éstos o aquéllos
a quienes el padre Zeus quiera dar gloria y nos retiraremos, para librarnos de
la cólera de Zeus?
35 Dicho esto, sacó de la liza al furibundo Ares y lo hizo sentar en la herbosa
ribera del Escamandro. Los dánaos pusieron en fuga a los troyanos, y cada uno de
sus caudillos mató a un hombre. Empezó el rey de hombres, Agamenón, con derribar
del carro al corpulento Odio, caudillo de los halizones; al volverse para huir,
43 Idomeneo quitó la vida a Festo, hijo de Boro el meonio, que había llegado de
enseñado a tirar a cuantas fieras crían las selvas de los montes. Mas no le
que tanto descollaba: tuvo que huir, y el Atrida Menelao, famoso por su lanza,
59 Meriones dejó sin vida a Fereclo, hijo de Tectón Harmónida, que con las manos
fabricaba toda clase de obras de ingenio, porque era muy caro a Palas Atenea.
Éste, no conociendo los oráculos de los dioses, construyó las naves bien
desgracias y un mal para los troyanos y para él mismo. Meriones, cuando alcanzó
puntiaguda lanza, y el hierro cortó la lengua y asomó por los dientes del
76 Eurípilo Evemónida dio muerte al divino Hipsenor, hijo del animoso Dolopión,
cayó al suelo. La purpúrea muerte y el hado cruel velaron los ojos del troyano.
Andaba furioso por la llanura cual hinchado torrente que en su rápido curso
derriba los diques pues ni los diques más trabados, ni los setos de los floridos
de Zeus, destruye muchas hermosas labores de los jóvenes; tal tumulto promovía
el Tidida en las densas falanges troyanas que, con ser tan numerosas, no se
atrevían a resistirlo.
95 Tan luego como el preclaro hijo de Licaón vio que Diomedes corna furioso por
el más fuerte de los aqueos; y no creo que pueda resistir mucho tiempo la
fornida saeta, si fue realmente Apolo, hijo de Zeus, quien me movió a venir aquí
desde la Licia.
106 Así dijo gloriándose. Pero la veloz flecha no postró a Diomedes; el cual,
de Capaneo:
109 Corre, buen hijo de Capaneo, baja del carro y arráncame del hombro la amarga
flecha.
111 Así dijo. Esténelo saltó del carro al suelo, se le acercó, y sacóle del
plegaria:
115 ¡Óyeme, hija de Zeus, que lleva la égida! ¡Indómita! Si alguna vez amparaste
benévola a mi padre en la cruel guerra, séme ahora propicia, ¡oh Atenea!, y haz
del sol.
121 Así dijo rogando. Palas Atenea lo oyó, agilitóle los miembros todos y
aladas palabras:
124 Cobra ánimo, Diomedes, y pelea con los troyanos; pues ya infundí en tu pecho
el paterno intrépido valor que acostumbraba tener el jinete Tideo, agitador del
escudo, y aparté la niebla que cubría tus ojos para que en la batalla conozcas
contra los troyanos, entonces sintió que se le triplicaba el bno, como un león a
quien el pastor hiere levemente en el campo, al asaltar un redil de lanudas
rechazarlo y entra en el establo; las ovejas, al verse sin defensa, huyen para
caer pronto hacinadas unas sobre otras, y la fiera salta afuera de la elevada
cerca. Con tal furia penetró en las filas troyanas el fuerte Diomedes.
hirió con la broncínea lanza encima del pecho; contra Hipirón desnudó la gran
no les interpretaría los sueños, pues sucumbieron a manos del fuerte Diomedes,
que los despojó de las armas. Enderezó luego los pasos hacia Janto y Toón, hijos
de Fénope éste los había tenido en la triste vejez que lo abrumaba y no engendró
otro hijo que heredara sus riquezas , y a entrambos les quitó la dulce vida,
159 En seguida alcanzó a Equemón y a Cromio, hijos de Príamo Dardánida, que iban
de una vaca o de una becerra que pace en el soto, así el hijo de Tideo los
derribó violentamente del carro, les quitó la armadura y entregó los corceles a
166 Eneas advirtió qué Diomedes destruía las hileras de los troyanos, y fue en
busca del divino Pándaro por la liza y entre el estruendo de las lanzas. Halló
causa males sin cuento a los troyanos de muchos valientes ha quebrado ya las
rodillas , si por ventura no es un dios airado con los troyanos a causa de los
furia sin que alguno de los inmortales lo acompañe, cubierta la espalda con una
nube, y desvíe las veloces flechas que hacia él vuelan. Arrojéle una saeta que
cubiertos con fundas y con sus respectivos pares de caballos que comen blanca
cebada y avena. Licaón, el guerrero anciano, entre los muchos consejos que me
dio cuando partí del magnífico palacio, me recomendó que en el duro combate
mejor hubiera sido seguir su consejo y rehusé llevarme los corceles por el temor
sitiada. Dejélos, pues, y vine como infante a Ilio, confiando en el arco que
el Atrida; a entrambos les causé heridas, de las que manaba verdadera sangre, y
sólo conseguí excitarlos más. Con mala suerte descolgué del clavo el corvo arco
el día en que vine con mis troyanos a la amena Ilio para complacer al divino
Héctor. Si logro regresar y ver con estos ojos mi patria, mi mujer y mi casa
218 No hables así. Las cosas no cambiarán hasta que, montados nosotros en el
carro, para que veas cuáles son los corceles de Tros y cómo saben así perseguir
acá y acullá de la llanura como huir ligeros; ellos nos llevarán salvos a la
látigo y las lustrosas riendas, y bajaré del carro para combatir; o encárgate tú
230 ¡Eneas! Recoge tú las riendas y guía los corceles, porque tirarán mejor del
corvo carro obedeciendo al auriga a que están acostumbrados, si nos pone en fuga
no quieran sacarnos de la liza, y el hijo del magnánimo Tideo nos embista y mate
y se lleve los solípedos caballos. Guía, pues, el carro y los corceles, y yo con
243 ¡Diomedes Tidida, carísimo a mi corazón! Veo que dos robustos varones, cuya
Desdeño subir al carro, y tal como estoy iré a encontrarlos, pues Palas Atenea
no me deja temblar. Sus ágiles corceles no los llevarán lejos de aquí, si por
ventura alguno de aquéllos puede escapar. Otra cosa voy a decir que tendrás muy
largovidente Zeus dio a Tros en pago de su hijo Ganimedes, y son, por canto, los
mejores de cuantos viven debajo del sol y la aurora. Anquises, rey de hombres,
logró adquirir, a hurto, caballos de esta raza ayuntando yeguas con aquéllos sin
pesebre y dio esos dos a Eneas, que pone en fuga a sus enemigos. Si los
274 Así éstos conversaban. Pronto Eneas y Pándaro, picando a los ágiles
277 ¡Corazón fuerte, hombre belicoso, hijo del ilustre Tideo! Ya que la veloz y
280 Dijo; y blandiendo la ingente arma, dio un bote en el escudo del Tidida: la
284 Tienes el ijar atravesado de parte a parte, y no creo que resistas largo
287 Erraste el golpe, no has acertado; y creo que no dejaréis de combatir, hasta
290 Dijo, y le arrojó la lanza que, dirigida por Atenea a la nariz junto al ojo,
apareció por debajo de la barba. Pándaro cayó del carro, sus lucientes y
297 Saltó Eneas del carro con el escudo y la larga pica; y, temiendo que los
Tidida, cogiendo una gran piedra que dos de los hombres actuales no podrían
isquion con el fémur que se llama cótila; la áspera piedra rompió la cótila,
pastor de bueyes. La diosa tendió sus níveos brazos al hijo amado y lo cubrió
con un doblez del refulgente manto, para defenderlo de los tiros; no fuera que
quitara la vida.
olvido las órdenes que le diera Diomedes, valiente en el combate: sujetó allí,
prudencia, para que los llevara a las cóncavas naves. Acto continuo el héroe
subió al carro, asió las lustrosas riendas y guió solícito hacia el Tidida los
conociendo que era una deidad débil, no de aquéllas que imperan en el combate de
los hombres, como Atenea o Enio, asoladora de ciudades. Tan pronto como llegó a
sangre divina, o por mejor decir, el icor; que tal es lo que tienen los
bienaventurados dioses, pues no comen pan ni beben el negro vino, y por esto
carecen de sangre y son llamados inmortales. La diosa, dando una gran voz,
apartó a su hijo, que Febo Apolo recibió en sus brazos y envolvió en espesa
a voz en cuello:
348 ¡Hija de Zeus, retírate del combate y la pelea! ¿No te basta engañar a las
352 Así dijo. La diosa retrocedió turbada y muy afligida; Iris, de pies veloces
como el viento, asiéndola por la mano, la sacó del tumulto cuando ya el dolor la
caballos envueltos en una nube, se hincó de rodillas y pidióle con instancia los
corceles de áureas bridas:
359 ¡Querido hermano! Compadécete de mí y dame los caballos para que pueda
me infirió un hombre, el Tidida, quien sería capaz de pelear con el padre Zeus.
363 Dijo, y Ares le cedió los corceles de áureas bridas. Afrodita subió al carro
con el corazón afligido; Iris se puso a su lado, y tomando las riendas avispó
como el viento, detuvo los caballos, los desunció del carro y les echó un pasto
373 ¿Cuál de los celestes dioses, hija querida, de tal modo te maltrató, como si
hijo Eneas, carísimo para mí más que otro alguno. La enconada lucha ya no es
sólo de troyanos y aqueos, pues los dánaos ya se atreven a combatir con los
inmortales.
382 Sufre el dolor, hija mía, y sopórtalo aunque estés afligida; que muchos de
los que habitamos olímpicos palacios hemos tenido que tolerar ofensas de los
males. Las toleró Ares cuando Oto y el fornido Efialtes, hijos de Aloeo, lo
tuvieron trece meses atado con fuertes cadenas en una cárcel de bronce: a11í
ingente Hades cuando el mismo hijo de Zeus, que lleva la égida, disparándole en
Pilos veloz saeta, to entregó al dolor entre los muertos: con el corazón
como no había nacido mortal, curólo Peón, esparciendo sobre la herida drogas
contristaba con el arco a los dioses que habitan el Olimpo. A ése lo ha excitado
Tideo que quien lucha con los inmortales ni llega a viejo ni los hijos lo
alguien más fuerte que tú: no sea que luego la prudente Egialea, hija de Adrasto
los domésticos por sentir soledad de su legítimo esposo, el mejor de los aqueos
todos.
416 Dijo, y con ambas manos restañó el icor; la mano se curó y los acerbos
421 ¡Padre Zeus! ¿Te irritarás conmigo por lo que diré? Sin duda Cipris quiso
persuadir a alguna aquea de hermoso peplo a que se fuera con los troyanos, que
426 Así dijo. Sonrióse el padre de los hombres y de los dioses, y llamando a la
áurea Afrodita, le dijo:
428 A ti, hija mía, no te han sido asignadas las acciones bélicas: dedícate a
aquéllas.
431 Así los dioses conversaban. Diomedes, valiente en el combate, cerró con
Eneas, no obstante comprender que el mismo Apolo extendía la mano sobre él;
magníficas armas, ya ni al gran dios respetaba. Tres veces asaltó a Eneas con
semejante a un dios, atacaba por cuarta vez, Apolo, el que hiere de lejos, lo
443 Así dijo. El Tidida retrocedió un poco para no atraerse la cólera de Apolo,
templo que tenía en la sacra Pérgamo: dentro de éste, Leto y Artemis, que se
del cuerpo. En tanto Apolo, que lleva arco de plata, formó un simulacro de Eneas
rodelas de cuero de buey y los alados broqueles que protegían sus cuerpos. Y
murallas! ¿Quieres entrar en la liza y sacar a ese hombre, al Tidida, que sería
capaz de combatir hasta con el padre Zeus? Primero hirió a Cipris en el puño, y
tomando la figura del ágil Acamante, caudillo de los tracios, enardeció a los
que militaban en las filas troyanas y exhortó a los ilustres hijos de Príamo,
alumnos de Zeus:
464 ¡Hijos del rey Príamo, alumno de Zeus! ¿Hasta cuándo dejaréis que el pueblo
perezca a manos de los aqueos? ¿Acaso hasta que el enemigo llegue a las sólidas
puertas de los muros? Yace en tierra un varón a quien honrábamos como al divino
Héctor: Eneas, hijo del magnánimo Anquises. Ea, saquemos del tumulto al valiente
amigo.
470 Con estas palabras les excitó a todos el valor y la fuerza. A su vez,
472 ¡Héctor! ¿Qué se hizo el valor que antes mostrabas? Dijiste que defenderías
la ciudad sin tropas ni aliados, solo, con tus hermanos y tus deudos. De éstos a
ninguno veo ni descubrir puedo: temblando están como perros en torno de un león,
mientras combatimos los que únicamente somos auxiliares. Yo, que figuro como
tal, he venido de muy lejos, de Licia, situada a orillas del voraginoso Janto;
menesteroso apetece. Mas, sin embargo de esto y de no tener aquí nada que los
aqueos puedan llevarse o apresar, animo a los licios y deseo luchar con ese
caído en una red de lino que todo lo envuelve, lleguéis a ser presa y botín de
ocupes en ello día y noche y supliques a los caudillos de los auxiliares venidos
censuras.
493 Así habló Sarpedón. Sus palabras royéronle el ánimo a Héctor, que en seguida
saltó del carro al suelo, sin dejar las armas; y, blandiendo un par de afiladas
Los troyanos volvieron la cara a los aqueos para embestirlos, y los argivos
la rubia Deméter separa el grano de la paja al soplo del viento, el aire lleva
el tamo por las sagradas eras y los montones de paja blanquean; del mismo modo
los aqueos se tornaban blanquecinos por el polvo que levantaban hasta el cielo
refriega. Los aurigas guiaban los caballos al combate y los guerreros acometían
de frente con toda la fuerza de sus brazos. El furibundo Ares cubrió el campo de
espesa niebla para socorrer a los troyanos y a todas partes iba; cumpliendo así
ánimo de aquéllos, cuando vio que Palas Atenea, la protectora de los dánaos, se
ausentaba.
512 El dios sacó a Eneas del suntuoso templo; e, infundiendo valor al pastor de
hombres, le dejó entre sus compañeros, que se alegraron de verlo vivo, sano y
combate suscitado por el dios del arco de plata, por Ares, funesto a los
aguardábanlos tan firmes como las nubes que el Cronida deja inmóviles en las
cimas de los montes durante la calma, cuando duermen el Bóreas y demás vientos
fuertes que con sonoro soplo disipan los pardos nubarrones; tan firmemente
esperaban los dánaos a los troyanos, sin pensar en la fuga. El Atrida bullía
entre la muchedumbre y a todos exhortaba:
529 ¡Oh amigos! ¡Sed hombres, mostrad que tenéis un corazón esforzado y
temor, son más los que se salvan que los que mueren; los que huyen ni alcanzan
Pergásida, compañero del magnánimo Eneas; a quien veneraban los troyanos como a
541 Eneas mató a dos hijos de Diocles, Cretón y Orsíloco, varones valentísimos,
descendiente del anchuroso Alfeo, que riega el país de los pilios. El Alfeo
engendró a Ortíloco, que reinó sobre muchos hombres; Ortíloco fue padre del
fueron en negras naves y junto con los argivos a Ilio, la de hermosos corceles,
para vengar a los Atridas Agamenón y Menelao, y allí hallaron su fin, pues los
envolvió la muerte. Como dos leones, criados por su madre en la espesa selva de
hasta que los hombres los matan con afilado bronce; del mismo modo, aquéllos,
que parecían altos abetos, cayeron vencidos por las manos de Eneas.
las primeras filas: Ares le excitaba el valor para que sucumbiera a manos de
Eneas. Pero Antíloco, hijo del magnánimo Néstor, que lo advirtió, se fue en pos
del pastor de hombres temiendo que le ocurriera algo y les frustrara la empresa.
Cuando los dos guerreros, deseosos de pelear, calaban las agudas lanzas para
acometerse, colocóse Antíloco muy cerca del pastor de hombres; Eneas, al ver a
los dos varones que estaban juntos, aunque era luchador brioso, no se atrevió a
esperarlos; y ellos pudieron llevarse hacia los aqueos los cadáveres de aquellos
más avanzado.
Midón Atimníada, cuando éste revolvía los solípedos caballos las ebúrneas
un tajo en las sienes. Midón, anhelante, cayó del bien construido carro:
hundióse su cabeza con el cuello y parte de los hombros en la arena que a11í
abundaba, y así permaneció un buen espacio hasta que los corceles, pataleando,
590 Héctor atisbó a los dos guerreros en las filas, arremetió a ellos, gritando,
venerable Enio; ésta promovía el horrible tumulto de la pelea; Ares manejaba una
601 ¡Oh amigos! ¿Cómo nos admiramos de que el divino Héctor sea hábil lancero y
audaz luchador? A su lado hay siempre alguna deidad para librarlo de la muerte,
607 Así dijo. Los troyanos llegaron muy cerca de ellos, y Héctor mató a dos
deteniéndose muy cerca del enemigo, arrojó la pica reluciente a Anfio, hijo de
Sélago, que moraba en Peso, era riquísimo en bienes y sembrados y había ido
troyanos hicieron llover sobre el héroe agudos relucientes dardos, de los cuales
porque estaba abrumado por los tiros. Temió verse encerrado dentro de un fuerte
círculo por los arrogantes troyanos, que en gran número y con valentía le
627 Así se portaban éstos en el duro combate. El hado poderoso llevó contra
Cuando ambos héroes, hijo y nieto de Zeus, que amontona las nubes, se hallaron
hijo de Zeus, que lleva la égida, pues desmereces mucho de los varones
engendrados en tiempos anteriores por este dios, como dicen que fue mi intrépido
el cual, habiendo venido por los caballos de Laomedonte, con seis solas naves y
pocos hombres, consiguió saquear la ciudad y despoblar sus calles. Pero tú eres
de ánimo apocado, dejas que las tropas perezcan, y no creo que tu venida de la
Licia sirva para la defensa de los troyanos por muy vigoroso que seas; pues,
648 ¡Tlepólemo! Aquél destruyó, con efecto, la sacra Ilio a causa de la perfidia
del ilustre Laomedonte, que pagó con injuriosas palabras sus beneficios y no
quiso entregarle los caballos por los que había venido de tan lejos. Pero yo te
alma.
655 Así dijo Sarpedón, y Tlepólemo alzó la lanza de fresno. Las luengas lanzas
punta atravesó el cuello, y las tinieblas de la noche velaron los ojos del
bronce penetró con ímpetu hasta el hueso; pero todavía su padre lo libró de la
muerte.
663 Los ilustres compañeros de Sarpedón, igual a un dios, sacáronlo del combate,
con la gran lanza que, al arrastrarse, le pesaba; pues con la prisa nadie
advirtió la lanza de Fresno, ni pensó en arrancársela del muslo, para que aquél
al magnánimo Ulises matar con el agudo bronce al esforzado hijo de Zeus, y por
esto Atenea le inspiró que acometiera a la multitud de los licios. Mató entonces
abrió calle por los combatientes delanteros a infundió terror a los dánaos.
palabras:
684 ¡Priámida! No permitas que yo, tendido en el suelo, llegue a ser presa de
tierno infante.
689 Así dijo. Héctor, el de tremolante casco, pasó corriendo, sin responderle,
porque ardía en deseos de rechazar cuanto antes a los argivos y quitar la vida a
lleváronlo al pie de una hermosa encina consagrada a Zeus, que lleva la égida; y
fresno. Amortecido quedó el héroe y obscura niebla cubrió sus ojos; pero pronto
respirar podía.
hacia las negras naves, ni rechazaban el ataque, sino que se batían en retirada
desde que supieron que aquel dios se hallaba con los troyanos.
703 ¿Cuál fue el primero, cuál el último de los que entonces mataron Héctor,
Hila, a orillas del lago Cefisis, con otros beocios que constituían un opulento
pueblo.
711 Cuando Hera, la diosa de níveos brazos, vio que ambos mataban a muchos
714 ¡Oh dioses! ¡Hija de Zeus, que lleva la égida! ¡Indómita! Vana será la
promesa que hicimos a Menelao de que no se iría sin destruir la bien murada
Ilio, si dejamos que el pernicioso Ares ejerza sus furores. Ea, pensemos en
veneranda hija del gran Crono, aparejó los corceles con sus áureas bridas, y
Hebe puso diligentemente en el férreo eje, a ambos lados del carro, las corvas
ruedas de bronce que tenían ocho rayos. Era de oro la indestructible pina, de
el carro. Por delante salía argéntea lanza, en cuya punta ató la diosa un
hermoso yugo de oro con bridas de oro también; y Hera, que anhelaba el combate y
733 Atenea, hija de Zeus, que lleva la égida, dejó caer al suelo, en el palacio
de su padre, el hermoso peplo bordado que ella misma había tejido y labrado con
sus manos; vistió la túnica de Zeus, que amontona las nubes, y se armó para la
que Ileva la égida. Cubrió su cabeza con áureo casco de doble cimera y cuatro
flamante carro, asió la lanza ponderosa, larga, fornida, con que la hija del
prepotente padre destruye filas enteras de héroes cuando contra ellos monto en
cólera. Hera picó con el látigo a los corceles, y de propio impulso abriéronse
rechinando las puertas del cielo de que cuidan las Horas a ellas está confiado
el espacioso cielo y el Olimpo para remover o colocar delante la densa nube. Por
a11í, por entre las puertas, dirigieron los corceles dóciles al látigo y
hallaron al Cronión, sentado aparte de los otros dioses, en la más alta de las
muchas cumbres del Olimpo. Hera, la diosa de los níveos brazos, detuvo entonces
757 ¡Padre Zeus! ¿No te indignas contra Ares al presenciar sus atroces hechos?
excitado a ese loco que no conoce ley alguna. Padre Zeus, ¿te irritarás conmigo
765 Ea, aguija contra él a Atenea, que impera en las batallas, pues es quien
767 Así dijo. Hera, la diosa de los níveos brazos, le obedeció, y picó a los
espacio alcanza a ver el que, sentado en alta cumbre, fija sus ojos en el vinoso
ponto, otro tanto salvan de un brinco los caballos, de sonoros relinchos, de los
dioses. Tan luego como ambas deidades llegaron a Troya, Hera, la diosa de los
níveos brazos, paró el carro en el lugar donde los dos ríos Simoente y
Escamandro juntan sus aguas; desunció los corceles, cubriólos de espesa niebla,
impacientes por socorrer a los argivos. Cuando llegaron al sitio donde estaba el
fuerte Diomedes, domador de caballos, con los más y mejores de los adalides que
magnánimo Esténtor, que tenía vozarrón de bronce y gritaba tanto como otros
cincuenta, exclamó:
787 ¡Qué vergüenza, argivos, hombres sin dignidad, admirables sólo por la
792 Con tales palabras les excitó a todos el valor y la fuerza. Atenea, la diosa
de ojos de lechuza, fue en busca del Tidida y halló a este príncipe junto a su
carro y sus corceles, refrescando la herida que Pándaro con una flecha le había
cuyo peso sentía el héroe; y, alzando éste con su cansada mano la correa, se
caballos y dijo:
800 ¡Cuán poco se parece a su padre el hijo de Tideo! Era éste de pequeña
ocasión en que, habiendo ido por embajador a Teba, se encontró lejos de los
fatigado tus miembros, o te domina el exánime terror. No, tú no eres el hijo del
815 -Te conozco, oh diosa, hija de Zeus, que lleva la égida. Por esto te hablaré
pero recuerdo todavía las órdenes que me diste. No me dejabas combatir con los
pelea, debía herirla con el agudo bronce, Pues bien: ahora retrocedo y he
mandado que todos los argivos se replieguen aquí, porque comprendo que Ares
impera en la batalla.
inmortales; tanto te voy a ayudar. Ea, endereza los solípedos caballos a Ares el
nacido para dañar, que a Hera y a mí nos prometió combatir contra los troyanos
palabras.
835 Apenas hubo dicho estas palabras, asió de la mano a Esténelo, que saltó
diligente del carro a tierra. Montó la enardecida diosa, colocándose al lado del
ilustre Diomedes, y el eje de encina recrujió a causa del peso porque llevaba a
látigo y las riendas, guió los solípedos caballos hacia Ares el primero; el cual
846 Cuando Ares, funesto a los mortales, vio al ilustre Diomedes, dejó al
vida a Diomedes, le dirigió la broncínea lanza por cima del yugo y las riendas;
ijada del dios, donde el cinturón le ceñía, hirióle, desgarró el hermoso cutis y
retiró el arma. El broncíneo Ares clamó como gritarían nueve o diez mil hombres
864 Cual vapor sombrío que se desprende de las nubes por la acción de un
872 ¡Padre Zeus! ¿No te indignas al presenciar tan atroces hechos? Siempre los
dioses hemos padecido males horribles que recíprocamente nos causamos para
complacer a los hombres; pero todos estamos airados contigo, porque engendraste
una hija loca, funesta, que sólo se ocupa en acciones inicuas. Cuantos dioses
palabras ni con obras, sino que la instigas, por ser tú el padre de esa hija
después, cual si fuese un dios, arremetió contra mí. Si no llegan a salvarme mis
ligeros pies, hubiera tenido que sufrir padecimientos durante largo tiempo entre
888 Mirándolo con torva faz, respondió Zeus, que amontona las nubes:
889 ¡Inconstante! No te lamentes, sentado junto a mí, pue me eres más odioso que
ningún otro de los dioses del Olimpo. Siempre te han gustado las riñas, luchas y
peleas, y tienes el espíritu soberbio, que nunca cede, de tu madre Hera a quien
apenas puedo dominar con mis palabras. Creo que cuanto te ha ocurrido lo debes a
sus consejos. Pero no permitiré que los dolores te atormenten, porque eres de mi
linaje y para mí te parió tu madre. Si, siendo tan perverso hubieses nacido de
algún otro dios, tiempo ha que estaría en un abismo más profundo que el de los
hijos de Urano
899 Dijo, y mandó a Peón que lo curara. Éste lo sanó, aplicándole drogas
calmantes; que nada mortal en él había. Como el jugo cuaja la blanca y líquida
leche cuando se le mueve rápidamente con ella, con igual presteza curó aquél al
furibundo Ares, a quien Hebe lavó y puso lindas vestiduras. Y el dios se sentó
907 Hera argiva y Atenea alalcomenia regresaron también al palacio del gran
Zeus, cuando hubieron conseguido que Ares, funesto a los mortales, de matar
hombres se abstuviera.
CANTO VI*
* Entre los segundos, los troyanos, Héctor, que ha regresado a Troya para
ordenar que las mujeres se congracien con Atenea con plegarias y ofrendas,
cuando vuelve al campo de batalla, se encuentra con su esposa y con su hijo, aún
sacrifica por Troya, y de Paris, culpable y egoísta, que sólo piensa en él.
bienes, moraba en la bien construida Arisbe; y era muy amigo de los hombres,
porque en su casa, situada cerca del camino, a todos les daba hospitalidad. Pero
20 Euríalo dio muerte a Dreso y Ofeltio, y fuese tras Esepo y Pédaso, a quienes
la náyade Abarbárea había concebido en otro tiempo del eximio Bucolión, hijo
amoroso consorcio con la ninfa, la cual quedó encinta y dio a luz a los dos
mellizos): el Mecisteida acabó con el valor de ambos, privó de vigor a sus bien
rompieron el corvo carro por el extremo del timón, y se fueron a la ciudad con
los que huían espantados. El héroe cayó al suelo y dio de boca en el polvo junto
valor tiene mi opulento padre en casa: bronce, oro, hierro labrado; con ellas te
pagaría inmenso rescate, si supiera que estoy vivo en las naves aqueas.
escudero, para que lo llevara a las veleras naves aqueas, cuando Agamenón corrió
55 ¡Ah, bondoso! ¡Ah, Menelao! ¿Por qué así te apiadas de estos hombres?
¡Excelentes cosas hicieron los troyanos en tu casa! Ninguno de los que caigan en
lleve en el vientre, ni ése escape! ¡Perezcan todos los de Ilio, sin que
Repelió Menelao al héroe Adrasto, que, herido en el ijar por el rey Agamenón,
67 ¡Oh queridos, héroes dánaos, servidores de Ares! Nadie se quede atrás para
recoger despojos y volver, llevando los más que pueda, a las naves; ahora
matemos hombres y luego con más tranquilidad despojaréis en la llanura los
72 Así diciendo les excitó a todos el valor y la fuerza. Y los troyanos hubieran
vuelto a entrar en Ilio, acosados por los belicosos aqueos y vencidos por su
vosotros entre los troyanos y los licios, porque sois los primeros en toda
empresa, ora se trate de combatir, ora de razonar, quedaos aquí, recorred las
filas, y detened a los guerreros antes que se encaminen a las puertas, caigan
huyendo en brazos de las mujeres y sean motivo de gozo para los enemigos. Cuando
hayáis reanimado todas las falanges, nosotros, aunque estamos muy abatidos, nos
quedaremos aquí a pelear con los dánaos porque la necesidad nos apremia. Y tú,
acrópolis; abra con la llave la puerta del sacro recinto; ponga sobre las
rodillas de la deidad, de hermosa cabellera, el peplo que mayor sea, más lindo
Ilio al hijo de Tideo, feroz guerrero, cuya bravura causa nuestra derrota y a
quien tengo por el más esforzado de los aqueos todos. Nunca temimos tanto ni al
mismo Aquiles, príncipe de hombres, que es, según dicen, hijo de una diosa. Con
102 Así dijo; y Héctor obedeció a su hermano. Saltó del carro al suelo sin dejar
las armas; y, blandiendo dos puntiagudas lanzas, recorrió el ejército por todas
partes, animólo a combatir y promovió una terrible pelea. Los troyanos volvieron
figurándose que alguno de los inmortales habría descendido del estrellado cielo
111 ¡Animosos troyanos, aliados de lejas tierras venidos! Sed hombres, amigos, y
mostrad vuestro impetuoso valor, mientras voy a Ilio y encargo a los respetables
116 Dicho esto, Héctor, el de tremolante casco, partió; y la negra piel que
orlaba el abollonado escudo como última franja le batía el cuello y los talones.
123 ¿Cuál eres tú, guerrero valentísimo, de los mortales hombres? Jamás te vi en
las batallas, donde los varones adquieren gloria, pero al presente a todos los
descendido del cielo, no quisiera yo luchar con dioses celestiales. Poco vivió
el fuerte Licurgo, hijo de Driante, que contendía con las celestes deidades:
persiguió en los sacros montes de Nisa a las nodrizas de Dioniso, que estaba
agitado por el delirio báquico, las cuales tiraron al suelo los tirsos al ver
temblor por la amenaza de aquel hombre; pero los felices dioses se irritaron
contra Licurgo, cególe el hijo de Crono y su vida no fue larga, porque se había
hecho odioso a los inmortales todos. Con los bienaventurados dioses no quisiera
combatir; pero, si eres uno de los mortales que comen los frutos de la tierra,
generación de las hojas, así la de los hombres. Esparce el viento las hojas por
igual suerte, una generación humana nace y otra perece. Pero ya que deseas
saberlo, te diré cuál es mi linaje, de muchos conocido. Hay una ciudad llamada
que fue el más ladino de los hombres. Sísifo engendró a Glauco, y éste al eximio
Preto, que era muy poderoso entre los argivos, pues Zeus los había sometido a su
Antea, mujer de Preto, había deseado con locura juntarse clandestinamente con
Belerofonte; pero no pudo persuadir al prudente héroe, que sólo pensaba en cosas
Belerofonte, que ha querido juntarse conmigo, sin que yo lo deseara.» Así dijo.
signos con orden de que los mostrase a su suegro para que éste lo perdiera.
afabilidad, hospedóle durante nueve días y mandó matar otros tantos bueyes;
quiso ver la nota que de su yerno Preto le traía. Y así que tuvo la funesta
nota, ordenó a Belerofonte que lo primero de todo matara a la ineluctable
Quimera, ser de naturaleza no humana, sino divina, con cabeza de león, cola de
le dio muerte, alentado por divinales indicaciones. Luego tuvo que luchar con
los afamados sólimos, y decía que éste fue el más recio combate que con hombres
regresaba a la ciudad, el rey, urdiendo otra dolosa trama, armóle una celada con
los varones más fuertes que halló en la espaciosa Licia; y ninguno de éstos
Comprendió el rey que el héroe era vástago ilustre de alguna deidad y lo retuvo
allí, lo casó con su hija y compartió con él la dignidad regia; los licios, a su
aventajaba, para que pudiese cultivarlo. Tres hijos dio a luz la esposa del
próvido Zeus, dio a luz al deiforme Sarpedón, que lleva armadura de bronce.
Cuando Belerofonte se atrajo el odio de todas las deidades, vagaba solo por los
Hipóloco de éste, pues, soy hijo y envióme a Troya, recomendándome muy mucho que
antepasados, que fueron los hombres más valientes de Efira y la extensa Licia.
213 Pues eres mi antiguo huésped paterno, porque el divino Eneo hospedó en su
palacio al eximio Belorofonte, le tuvo consigo veinte días y ambos se
teñido de púrpura, y Belerofonte una áurea copa de doble asa, que en mi casa
quedó cuando me vine. A Tideo no lo recuerdo; dejóme muy niño al salir para
Teba, donde pereció el ejército aqueo. Soy, por consiguiente, tu caro huésped en
adelante no nos acometamos con la lanza por entre la turba. Muchos troyanos y
quien te sea posible. Y ahora troquemos la armadura, a fin de que sepan todos
prueba de amistad. Entonces Zeus Cronida hizo perder la razón a Glauco; pues
permutó sus armas por las de Diomedes Tidida, las de oro por las de bronce, las
237 Al pasar Héctor por la encina y las puertas Esceas, acudieron corriendo las
esposas a hijas de los troyanos y preguntáronle por sus hijos, hermanos, amigos
y esposos; y él les encargó que unas tras otras orasen a los dioses, porque para
los hijos de Príamo con sus legítimas esposas; y enfrente, dentro del mismo
encuentro su alma madre que iba en busca de Laódice, la más hermosa de las
las manos a Zeus. Pero, aguarda, traeré vino dulce como la miel para que
aproveche también a ti, si bebes. El vino aumenta mucho el vigor del hombre
264 No me des vino dulce como la miel, veneranda madre; no sea que me enerves y
vino en honor de Zeus sin lavarme las manos, ni es lícito orar al Cronión, el de
las sombrías nubes, cuando uno está manchado de sangre y polvo. Pero tú congrega
peplo mayor, más lindo y que más aprecies de cuantos haya en el palacio; y vota
aparta de la sagrada Ilio al hijo de Tideo, feroz guerrero, cuya valentía causa
tierra se lo tragara! Criólo el Olímpico como una gran plaga para los troyanos y
286 Así dijo. Hécuba, volviendo al palacio, llamó a las esclavas, y éstas
aposento donde se guardaban los peplos bordados, obra de las mujeres que se
había llevado de Sidón el deiforme Alejandro en el mismo viaje por el ancho
Atenea, el peplo mayor y más hermoso por sus bordaduras, que resplandecía como
297 Cuando llegaron a la acrópolis, abrióles las puertas del templo de Atenea
ante las puertas Esceas, para que to sacrifiquemos en este templo doce vacas de
311 Así dijo rogando, pero Palas Atenea no accedió. Mientras invocaban de este
modo a la hija del gran Zeus, Héctor se encaminó al magnífico palacio que para
Alejandro había labrado él mismo con los más hábiles constructores de la fértil
acrópolis, cerca de los palacios de Príamo y de Héctor. A11í entró Héctor, caro
a Zeus, llevando una lanza de once codos, cuya broncínea y reluciente punta
estaba sujeta por áureo anillo. En la cámara halló a Alejandro que acicalaba las
333 ¡Héctor! Justos y no excesivos son tus baldones, y por lo mismo voy a
resentido con los troyanos, cuanto porque deseaba entregarme al dolor. En este
para los guerreros. Ea, pues, aguarda, y visto las marciales armas; o vete y te
342 Así dijo. Héctor, el de tremolante casco, nada contestó. Y Helena hablóle
3 ¡Cuñado mío, de esta perra maléfica y abominable! ¡Ojalá que, cuando mi madre
estruendoso mar, para hacerme juguete de las olas, antes que tales hechos
ocurrieran! Y ya que los dioses determinaron causar estos males, debió tocarme
ser esposa de un varón más fuerte, a quien dolieran la indignación y los muchos
creo que recogerá el debido fruto. Pero entra y siéntate en esta silla, cuñado,
que la fatiga te oprime el corazón por mí, perra, y por la falta de Alejandro; a
quienes Zeus nos dio mala suerte a fin de que a los venideros les sirvamos de
369 Apenas hubo dicho estas palabras, Héctor, el de tremolante casco, se fue.
peplos? ¿O, acaso, al templo de Atenea, donde las troyanas, de lindas trenzas,
382 ¡Héctor! Ya que tanto nos mandas decir la verdad, no fue a visitar a tus
gran torre de Ilio, porque supo que los troyanos llevaban la peor parte y era
grande el ímpetu de los aqueos. Partió hacia la muralla, ansiosa, como loca, y
el camino por las bien trazadas calles. Tan luego como, después de atravesar la
gran ciudad, llegó a las puertas Esceas por allí había de salir al campo ,
corrió a su encuentro su rica esposa Andrómaca, hija del magnánimo Eetión, que
vivía bajo el boscoso Placo, en Teba bajo el Placo, y era rey de los cilicios.
Hija de éste era, pues, la esposa de Héctor, de broncínea armadura, que entonces
llamaba Escamandrio y los demás Astianacte, porque sólo por Héctor se salvaba
mí, infortunada, que pronto seré tu viuda; pues los aqueos te acometerán todos a
porque si mueres no habrá consuelo para mí, sino pesares, que ya no tengo padre
ciudad de los cilicios, Teba, la de altas puertas: dio muerte a Eetión, y sin
con las labradas armas y le erigió un túmulo, a cuyo alrededor plantaron álamos
las ninfas monteses, hijas de Zeus, que lleva la égida. Mis siete hermanos, que
mató el divino Aquiles, el de los pies ligeros, entre los flexípedes bueyes y
las cándidas ovejas. A mi madre, que reinaba al pie del selvoso Placo, trájola
aquél con otras riquezas y la puso en libertad por un inmenso rescate; pero
floreciente esposo. Pues, ea, sé compasivo, quédate aquí en la tome ¡no hagas a
un niño huérfano y a una mujer viuda! y pon el ejército junto al cabrahígo, que
por allí la ciudad es accesible y el muro más fácil de escalar. Los más
valientes los dos Ayantes, el célebre Idomeneo, los Atridas y el fuerte hijo de
Tideo con los suyos respectivos ya por tres veces se han encaminado a aquel
sitio para intentar el asalto: alguien que conoce los oráculos se to indicó, o
441 Todo esto me da cuidado, mujer, pero mucho me sonrojaría ante los troyanos y
tampoco mi corazón me incita a ello, que siempre supe ser valiente y pelear en
en que perezcan la sagrada Ilio, Príamo y el pueblo de Príamo, armad con lanzas
de fresno. Pero la futura desgracia de los troyanos, de la misma Hécuba, del rey
Príamo y de muchos d mis valientes hermanos que caerán en el polvo a manos d los
luego tejas tela e Argos, a las órdenes de otra mujer, o vayas por agua a la
fuente Meseide o Hiperea, muy contrariada porque la dura necesidad pesará sobre
ti. Y quizás alguien exclame, al verte derramar lágrimas: «Ésta fue la esposa de
pesar al verte sin el hombre que pudiera librarte de la esclavitud. Pero ojalá
un montón de tierra cubra mi cadáver, antes que oiga tus clamores o presencie tu
rapto.
466 Así diciendo, el esclarecido Héctor tendió los brazos su hijo, y éste se
crines de caballo, que veía ondear en lo alto del yelmo. Sonriéronse el padre
más dioses:
476 ¡Zeus y demás dioses! Concededme que este hijo mío sea, como yo, ilustre
entre los troyanos a igualmente esforzado; que reine poderosamente en Ilio; que
digan de él cuando vuelva de la batalla: «¡Es mucho más valiente que su padre!»;
y que, cargado de cruentos despojos del enemigo quien haya muerto, regocije el
alma de su madre.
482 Esto dicho, puso el niño en brazos de la esposa amada, que, al recibirlo en
cobarde o valiente, puede librarse una vez nacido. Vuelve a casa, ocúpate en las
primero.
494 Dichas estas palabras, el preclaro Héctor se puso el yelmo adornado con
aún, porque no esperaban que volviera del combate librándose del valor y de las
503 Paris no demoró en el alto palacio; pues, así que hubo vestido las
ondean las crines sobre su cuello, y ufano de su lozanía mueve ligero las
aquel modo, Paris, hijo de Príamo, cuya armadura brillaba como un sol, descendía
gozoso de la excelsa Pérgamo por sus ágiles pies llevado. Alejandro alcanzó en
seguida a su hermano el divino Héctor cuando éste regresaba del lugar en que
521 ¡Querido! Nadie que sea justo reprenderá tu trabajo en el combate, porque
mi corazón se aflige cuando oigo que te baldonan los troyanos que tantos
trabajos sufren por ti. Pero. vámonos y luego lo arreglaremos todo, si Zeus nos
sempiternos dioses, por haber echado de Troya a los aqueos de hermosas grebas.
CANTO VII*
anochecer. Se pacta una tregua de un día, que los aqueos aprovechan pra enterrar
traspusieron las puertas, con el ánimo impaciente por combatir y pelear. Como
cuando un dios envía próspero viento a navegantes que to anhelan porque están
cansados de romper las olas, batiendo los pulidos remos, y tienen relajados los
troyanos.
8 Paris mató a Menestio, que vivía en Arna y era hijo del rey Areítoo, famoso
lanza tiró a Eyoneo un bote en la cerviz, debajo del casco de bronce, y dejóle
sin vigor los miembros. Glauco, hijo de Hipóloco y príncipe de los licios,
miembros se relajaron.
17 Cuando Atenea, la diosa de ojos de lechuza, vio que aquéllos mataban a muchos
24 ¿Por qué, enardecida nuevamente, oh hija del gran Zeus, vienes del Olimpo?
¿Qué poderoso afecto te mueve? ¿Acaso quieres dar a los dánaos la indecisa
que logren arruinar a Ilio, ya que os place a vosotras, las inmortales, destruir
esta ciudad.
34 Sea así, oh tú que hieres de lejos, con este propósito vine del Olimpo al
campo de los troyanos y de los aqueos. Mas ¿por qué medio has pensado suspender
la batalla?
de hermosas grebas, susciten a alguien para que luche con el divino Héctor.
amado de Príamo, comprendió al punto lo que era grato a los dioses, que
diga yo, que soy tu hermano? Manda que suspendan la batalla los troyanos y los
combate, pues aún no ha dispuesto el hado que mueras y llegues al término fatal
54 Así dijo. Oyóle Héctor con intenso placer, y, corriendo al centro de ambos
ejércitos con la lanza cogida por el medio, detuvo las falanges troyanas, que al
la alta encina del padre Zeus, que lleva la égida, y se deleitaban en contemplar
lanzas. Como el Céfiro, cayendo sobre el mar, encrespa las olas, y el ponto
seguirá causándonos males a unos y a otros, hasta que toméis la torreada Ilio o
sucumbáis junto a las naves, surcadoras del ponto. Entre vosotros se hallan los
adelántese y será campeón con el divino Héctor. Propongo lo siguiente y Zeus sea
los míos para que los troyanos y sus esposas lo suban a la pira; y, si yo lo
matare a él, por concederme Apolo tal gloria, me llevaré sus armas a la sagrada
cadáver a las naves de muchos bancos, para que los aqueos, de larga cabellera,
dirá alguno de los futuros hombres, atravesando el vinoso mar en una nave de
y fue muerto en edad remota por el esclarecido Héctor.» Así hablará, y mi gloria
no perecerá jamás.
96 ¡Ay de mí, hombres jactanciosos; aqueas que no aqueos! Grande y horrible será
volvierais agua y tierra ahí mismo donde estáis sentados, hombres sin corazón y
sin honor. Yo seré quien me arme y luche con aquél, pues la victoria la conceden
hubieras acabado la vida en manos de Héctor, cuya fuerza era muy superior, si
Domínate, aunque estés afligido, y no quieras luchar por despique con un hombre
más fuerte que tú, con Héctor Priámida, que a todos amedrenta y cuyo encuentro
Aquiles, que lo aventaja tanto en bravura. Vuelve a juntarte con tus compañeros,
siéntate, y los aqueos harán que se levante un campeón tal, que, aunque aquél
124 ¡Oh dioses! ¡Qué motivo de pesar tan grande le ha llegado a la tierra aquea!
descendencia de los argivos todos! Si supiera que éstos tiemblan ante Héctor,
alzaría las manos a los inmortales para que su alma, separándose del cuerpo,
bajara a la mansión de Hades. Ojalá, ¡padre Zeus, Atenea, Apolo!, fuese yo tan
joven como cuando, encontrándose los pilios con los belicosos arcadios al pie de
orillas del impetuoso Celadonte. Entre los arcadios aparecía en primera línea
Ereutalión, varón igual a un dios, que llevaba la armadura del rey Areítoo; del
divino Areítoo, a quien por sobrenombre llamaban el macero así los hombres como
lanza, sino que rompía las falanges con la férrea maza. Al rey Areítoo matólo
armadura, regalo del broncíneo Ares, que llevaba en las batallas. Cuando Licurgo
querido, para que la usara; y éste, con tales armas, desafiaba entonces a los
gloria, pues logré matar a aquel hombre gigantesco y fortísimo que tendido en el
combate! ¡Pero ni los que sois los más valientes de los aqueos todos, ni
161 De esta manera los increpó el anciano, y nueve por junto se levantaron.
Levantóse, mucho antes que los otros, el rey de hombres, Agamenón; luego el
el divino Ulises: todos éstos querían pelear con el ilustre Héctor. Y Néstor,
171 Echad suertes, y aquél a quien le toque alegrará a los aqueos, de hermosas
la terrible lucha.
175 Así dijo. Los nueve señalaron sus respectivas tarjas, y seguidamente las
179 ¡Padre Zeus! Haz que le caiga la suerte a Ayante, al hijo de Tideo, o al
mismo rey de Micenas, rica en oro.
181 Así decían. Néstor, caballero gerenio, meneaba el casco, hasta que por fin
quienes, al no reconocerla, negaban que fuese suya; pero, cuando llegó al que la
191 ¡Oh amigos! Mi tarja es, y me alegro en el alma porque espero vencer al
divino Héctor. ¡Ea! Mientras visto la bélica armadura, orad al soberano Zeus
Cronión, mentalmente, para que no lo oigan los troyanos; o en alta voz, pues a
200 Tales fueron sus palabras. Ellos oraron al soberano Zeus Cronión, y algunos
202 ¡Padre Zeus, que reinas desde el Ida, gloriosísimo, máximo! Concédele a
206 Así hablaban. Púsose Ayante la armadura de luciente bronce; y, vestidas las
armas en torno de su cuerpo, marchó tan animoso como el terrible Ares cuando se
encamina al combate de los hombres, a quienes el Cronión hace venir a las manos
por una roedora discordia. Tan terrible se levantó Ayante, antemural de los
aqueos, que sonreía con torva faz, andaba a paso largo y blandía enorme lanza.
cual habitaba en Hila y era el mejor de los curtidores. Éste formó el manejable
escudo con siete pieles de corpulentos bueyes y puso encima, como octava capa,
una lámina de bronce. Ayante Telamonio paróse, con el escudo al pecho, muy cerca
226 ¡Héctor! Ahora sabrás claramente, de solo a solo, cuáles adalides pueden
presentar los dánaos, aun prescindiendo de Aquiles, que rompe filas de guerreros
hombres, permanece en las corvas naves surcadoras del ponto, y somos muchos los
cual si fuera un débil niño o una mujer que no conoce las cosas de la guerra.
Ares en el estadio de la guerra. Pero a ti, siendo cual eres, no quiero herirte
244 Dijo, y blandiendo la enorme lanza, arrojóla y atravesó el bronce que cubría
como octava capa el gran escudo de Ayante formado por siete boyunos cueros: la
indomable punta horadó seis de éstos y en el séptimo quedó detenida. Ayante, del
linaje de Zeus, tiró a su vez su luenga lanza y dio en el escudo liso del
sangre. Mas no por esto cesó de combatir Héctor, el de tremolante casco, sino
puntas que había en el campo; lo tiró, acertó a dar en el bollón central del
gran escudo de Ayante, de siete boyunas pieles, a hizo resonar el bronce que lo
cubría. Ayante entonces, tomando una piedra mucho mayor, la despidió haciéndola
voltear con una fuerza inmensa. La piedra torció el borde inferior del hectóreo
escudo, cual pudiera hacerlo una muela de molino, y chocando con las rodillas de
Héctor lo hizo caer de espaldas asido al escudo; pero Apolo en seguida lo puso
corazas: Taltibio a Ideo, prudentes ambos. Éstos interpusieron sus cetros entre
los campeones, a Ideo, hábil en dar sabios consejos, pronunció estas palabras:
279 ¡Hijos queridos! No peleéis ni combatáis más; a entrambos os ama Zeus, que
amontona las nubes, y ambos sois belicosos. Esto lo sabemos todos. Pero la noche
283 ¡Ideo! Ordenad a Héctor que lo disponga, pues fue él quien retó a los más
combate y la lucha, y otro día volveremos a pelear hasta que una deidad nos
será bueno obedecerla. Así tú regocijarás, en las naves, a todos los aqueos y
rey Príamo, a los troyanos y a las troyanas, de rozagantes peplos, que habrán
ido a los sagrados templos a orar por mí. ¡Ea! Hagámonos magníficos regalos,
para que digan aqueos y troyanos: «Combatieron con roedor encono, y se separaron
303 Cuando esto hubo dicho, entregó a Ayante una espada guarnecida con argénteos
313 Así que estuvieron en ella, Agamenón Atrida, rey de hombres, sacrificó al
del fuego. Terminada la faena y dispuesto el festín, comieron sin que nadie
comer, el anciano Néstor, cuya opinión era considerada siempre como la mejor,
comenzó a darles un consejo. Y, arengándolos con benevolencia, así les dijo:
327 ¡Atrida y demás príncipes de los aqueos todos! Ya que han muerto tantos
melenudos aqueos, cuya negra sangre esparció el cruel Ares por la ribera del
Hades, conviene que suspendas los combates, y mañana, reunidos todos al comenzar
del día, traeremos los cadáveres en carros tirados por bueyes y mulos, y los
quemaremos cerca de los bajeles para llevar sus cenizas a los hijos de los
a partir del mismo una muralla con altas torres, que sea un reparo para las
naves y para nosotros mismos; dejemos puertas que se cierren con bien ajustadas
tablas, para que pasen los carros, y cavemos delante del muro un profundo foso,
que detenga a los hombres y a los caballos si algún día no podemos resistir la
344 Así habló, y los demás reyes aplaudieron. Reuniéronse los troyanos en la
corazón me dicta! Ea, restituyamos la argiva Helena con sus riquezas y que los
propongo.
357 ¡Anténor! No me place lo que propones y podías haber pensado algo mejor. Si
realmente hablas con seriedad, los mismos dioses to han hecho perder el juicio.
Y a los troyanos, domadores de caballos, les diré to siguiente: Paladinamente lo
365 Dijo, y se sentó. Levantóse Príamo Dardánida, consejero igual a los dioses,
vigilad todos; al romper el alba, vaya Ideo a las cóncavas naves; anuncie a los
horrísono combate para quemar los cadáveres; y luego volveremos a pelear hasta
379 Así dijo; ellos lo escucharon y obedecieron, tomando la cena en el campo sin
romper las filas, y, apenas comenzó a alborear, encaminóse Ideo a las cóncavas
385 ¡Atrida y demás príncipes de los aqueos todos! Mándanme Príamo y los
riquezas trajo a Ilio en las cóncavas naves ¡así hubiese perecido antes! y aun
combate para quemar los cadáveres; y luego volveremos a pelear hasta que una
398 Así habló. Todos enmudecieron y quedaron silenciosos. Pero al fin Diomedes,
valiente en la pelea, dijo:
evidente, hasta para el más simple, que la ruina pende sobre los troyanos.
403 Así se expresó; y todos los aqueos aplaudieron, admirados del discurso de
406 ¡Ideo! Tú mismo oyes las palabras con que responden los aqueos; ellas son de
entregando sus cuerpos a las llamas. Zeus tonante, esposo de Hera, reciba el
juramento.
412 Dicho esto, alzó el cetro a todos los dioses; a Ideo regresó a la sagrada
cadáveres, y otros a it por leña. A su vez, los argivos salieron de las naves de
muchos bancos, unos para recoger los cadáveres, y otros para ir por leña.
421 Ya el sol hería con sus rayos los campos, subiendo al cielo desde la plácida
y profunda corriente del Océano, cuando aqueos y troyanos se mezclaron unos con
otros en la llanura. Difícil era reconocer a cada varón; pero lavaban con agua
subían a los carros. El gran Príamo no permitía que los troyanos lloraran:
pira, los quemaron y volvieron a la sacra Ilio. Del mismo modo, los aqueos, de
hermosas grebas, hacinaron los cadáveres sobre la pira, los quemaron y volvieron
433 Cuando aún no despuntaba la aurora, pero ya la luz del alba se difundía, un
altas torres, que sirviese de reparo a las naves y a ellos mismos; dejaron
puertas, que se cerraban con bien ajustadas tablas, para que pudieran pasar los
carros, y cavaron delante del muro un gran foso profundo y ancho, que
442 De tal suerte trabajaban los melenudos aqueos; y los dioses, sentados junto
446 ¡Padre Zeus! ¿Cuál de los mortales de la vasta tierra consultará con los
dioses sus pensamientos y proyectos? ¿No ves que los melenudos aqueos han
construido delante de las naves un muro con su foso, sin ofrecer a los dioses
aurora; y se echará en olvido el que ¡abramos yo y Febo Apolo cuando con gran
455 ¡Oh dioses! ¡Tú, prepotente batidor de la tierra, qué palabras proferiste! A
un dios muy inferior en fuerza y ánimo podría asustarle tal pensamiento; pero no
a ti, cuya fama se extenderá tanto como la luz de la aurora. Ea, cuando los
muro, arrójalo entero al mar, y enarena otra vez la espaciosa playa para que
464 Así éstos conversaban. Al ponerse el sol los aqueos tenían la obra acabada;
Jasón mandaba separadamente, para los Atridas, Agamenón y Menelao, mil medidas
de vino. Los melenudos aqueos acudieron a las naves; compraron vino, unos con
bronce, otros con luciente hierro, otros con pieles, otros con vacas y otros con
aliados. Toda la noche estuvo el próvido Zeus meditando cómo les causaría males
a tierra el vino de las copas, y nadie se atrevió a beber sin que antes hiciera
recibieron.
CANTO VIII*
Batalla interrumpida
que se complace en lanzar rayos, reunió el ágora de los dioses en la más alta de
las muchas cumbres del Olimpo. Y así les habló, mientras ellos atentamente lo
escuchaban:
transgredir mi mandato; antes bien, asentid todos, a fin de que cuanto antes
lleve a cabo lo que pretendo. El dios que intente separarse de los demás y
en lo más profundo del báratro debajo de la tierra sus puertas son de hierro, y
el umbral, de bronce, y su profundidad desde el Hades como del cielo a la tierra
queréis, haced esta prueba, oh dioses, para que os convenzáis. Suspended del
posible arrastrar del cielo a la tierra a Zeus, árbitro supremo, por mucho que
23 Así habló, y todos callaron, asombrados de sus palabras, pues fue mucha la
dijo:
31 ¡Padre nuestro, Cronida, el más excelso de los soberanos! Bien sabemos que es
41 Esto dicho, unció los corceles de pies de bronce y áureas crines, que volaban
ligeros; vistió la dorada túnica, tomó el látigo de oro y fina labor y subió al
carro. Picó a los caballos para que arrancaran; y éstos, gozosos, emprendieron
perfumado altar; a11í el padre de los hombres y de los dioses detuvo los
corceles, los desenganchó del carro y los cubrió de espesa niebla. Sentóse luego
en la cima, ufano de su gloria, y se puso a contemplar la ciudad troyana y las
naves aqueas.
seguida tomaron las armas. También los troyanos se armaron dentro de la ciudad;
necesidad de proteger a sus hijos y mujeres: abriéronse todas las puertas, salió
tumulto.
60 Cuando los dos ejércitos llegaron a juntarse, chocaron entre sí los escudos,
66 Al amanecer y mientras iba aumentando la luz del sagrado día, los dardos
alcanzaban por igual a unos y a otros, y los hombres caían. Cuando el sol hubo
recorrido la mitad del cielo, el padre Zeus tomó la balanza de oro, puso en ella
balanza, la desplegó y tuvo más peso el día fatal de los aqueos. Los destinos de
éstos bajaron hasta llegar a la fértil tierra, mientras los de los troyanos
subían al espacioso cielo. Zeus, entonces, tronó fuerte desde el Ida y envió una
pálido temor.
los aqueos, contra su voluntad, por tener malparado uno de los corceles, al cual
el divino Alejandro, esposo de Helena, la de hermosa cabellera, había herido con
una flecha en lo alto de la cabeza, donde las crines empiezan a crecer y las
demás caballos. Mientras el anciano se daba prisa a cortar con la espada las
correas del caído corcel, vinieron por entre la muchedumbre los veloces caballos
de Héctor, tirando del carro en que iba tan audaz guerrero. Y el anciano
97 Así dijo, y el paciente divino Ulises pasó sin oírlo, corriendo hacia las
cóncavas naves de los aqueos. El Tidida, aunque estaba solo, se abrió paso por
las primeras filas; y, deteniéndose ante el carro del viejo Nelida, pronunció
102 ¡Oh anciano! Los guerreros mozos te acosan y te hallas sin fuerzas, abrumado
por la molesta senectud; tu escudero tiene poco vigor y tus caballos son tardos.
Sube a mi carro para que veas cuáles son los corceles de Tros que quité a Eneas,
el que pone en fuga a sus enemigos, y cómo saben tanto perseguir acá y acullá de
la llanura, como huir ligeros. De los tuyos cuiden los servidores; y nosotros
dirijamos éstos hacia los troyanos, domadores de caballos, para que Héctor sepa
pecho cerca de la tetilla a Eniopeo, hijo del animoso Tebeo, que, como auriga,
gobernaba las riendas: Eniopeo cayó del carro, cejaron los veloces corceles y
a11í terminaron la vida y el valor del guerrero. Hondo pesar sintió el espíritu
de Héctor por tal muerte; pero, aunque condolido del compañero, dejóle en el
suelo y buscó otro auriga que fuese osado. Poco tiempo estuvieron los caballos
haciéndole subir al carro de que tiraban los ágiles corceles, le puso las
riendas en la mano.
espantoso, despidió un ardiente rayo para que cayera en el suelo delante de los
Diomedes:
139 ¡Tidida! Tuerce la rienda a los solípedos caballos y huyamos. ¿No conoces
victoria; otro día, si le place, nos la dará a nosotros. Ningún hombre, por
fuerte que sea, puede impedir los propósitos de Zeus, porque el dios es mucho
más poderoso.
146 Sí, anciano, oportuno es cuanto acabas de decir, pero un terrible pesar me
llega al corazón y al alma. Quizá diga Héctor, arengando a los troyanos: «El
Tidida llegó a las naves, puesto en fuga por mi lanza» Así se jactará; y
152 ¡Ay de mí! ¡Qué dijiste, hijo del belicoso Tideo! Si Héctor te llamare
el polvo.
empezaron a huir por entre la turba. Los troyanos y Héctor, promoviendo inmenso
porque te has vuelto como una mujer. Anda, tímida doncella; ya no escalarás
167 Así dijo. El Tidida estaba indeciso entre seguir huyendo o torcer la rienda
y en el corazón, y tres veces el próvido Zeus tronó desde los montes ideos para
anunciar a los troyanos que suya sería en aquel combate la inconstante victoria.
175 ¡Troyanos, licios, dárdanos que cuerpo a cuerpo combatís! Sed hombres,
Cuando llegue a las cóncavas naves, acordaos de traerme el voraz fuego para que
las incendie y mate junto a ellas a los argivos aturdidos por el humo.
185 ¿Janto, Podargo, Etón, divino Lampo! Ahora debéis pagarme el exquisito
cuidado con que Andrómaca, hija del magnánimo Eetión, os ofrecía el regalado
apetito antes que a mí, que me glorío de ser su floreciente esposo. Seguid el
alcance, esforzaos, para ver si nos apoderamos del escudo de Néstor, cuya fama
llega hasta el cielo por ser todo de oro, sin exceptuar las abrazaderas, y le
201 ¡Oh dioses! ¡Prepotente Posidón que bates la tierra! ¿Tu corazón no se
compadece de los dánaos moribundos que tantos y tan lindos presentes lo llevan a
209 ¿Qué palabras proferiste, audaz Hera? Yo no quisiera que los demás dioses
212 Así éstos conversaban. Cuanto espacio encerraba el foso desde la torre hasta
las naves llenóse de carros y hombres escudados que a11í acorraló Héctor
Priámida, igual al impetuoso Ares, cuanto Zeus le dio gloria. Y el héroe hubiese
pegado ardiente fuego a las naves bien proporcionadas a no haber sugerido la
los aqueos. Fuese el Atrida hacia las tiendas y las naves aqueas con el grande
que estaba en el centro, para que lo oyeran por ambos lados hasta las tiendas de
Ayante Telamonio y de Aquiles, los cuales habían puesto sus bajeles en los
228 ¡Qué vergüenza, argivos, hombres sin dignidad, admirables sólo por la
de erguida cornamenta y bebiendo crateras coronadas de vino, que cada uno haría
con Héctor, que pronto pegará ardiente fuego a las naves. ¡Padre Zeus! ¿Hiciste
sufrir tamaña desgracia y privaste de una gloria tan grande a algún otro de los
prepotentes reyes? Cuando vine, no pasé de largo en la nave de muchos bancos por
ninguno de tus bellos altares, sino que en todos quemé grasa y muslos de buey,
deseoso de asolar la bien murada Troya. Por Canto, oh Zeus, cúmpleme este voto:
245 Así dijo. El padre, compadecido de verle derramar lágrimas, le concedió que
las aves agoreras, que tenía en las garras el hijuelo de una veloz cierva y lo
dejó caer al pie del ara hermosa de Zeus, donde los aqueos ofrecían sacrificios
al dios, como autor de los presagios todos. Cuando ellos vieron que el ave había
sido enviada por Zeus, arremetieron con más ímpetu contra los troyanos y sólo en
combatir pensaron.
253 Entonces ninguno de los dánaos, aunque eran muchos, pudo gloriarse de haber
revuelto sus veloces caballos para pasar el foso y resistir el ataque, antes que
espalda, entre los hombros, y la punta salió por el pecho; Agelao cayó del carro
que, con el flexible arco en la mano, se escondía detrás del escudo de Ayante
273 ¿Cuál fue el primero, cuál el último de los que entonces mató el eximio
almo suelo. El rey de hombres, Agamenón, se holgó de ver que Teucro destruía las
281 ¡Caro Teucro Telamonio, príncipe de hombres! Sigue arrojando flechas, por si
condición de bastardo; ya que está lejos de aquí, cúbrele de gloria. Lo que voy
293 ¡Gloriosísimo Atrida! ¿Por qué me instigas cuando ya, solícito, hago lo que
puedo? Desde que los rechazamos hacia Ilio mato hombres, valiéndome del arco.
300 Dijo; y, apercibiendo el arco, envió otra flecha a Héctor con intención de
309 Teucro armó nuevamente el arco, envió otra saeta a Héctor, con ánimo de
herirlo, y también erró el tiro, por haberlo desviado Apolo; pero hirió en el
lanzaba a la pelea. Arqueptólemo cayó del carro, cejaron los corceles de pies
ligeros, y a11í terminaron la vida y el valor del guerrero. Hondo pesar sintió
el espíritu de Héctor por tal muerte; pero, aunque condolido del compañero,
dejólo y mandó a su propio hermano Cebríones, que se hallaba cerca, que empuñara
las riendas de los caballos. Oyóle éste y no desobedeció. Héctor saltó del
del carcaj una acerba flecha, y ya estiraba la cuerda del arco, cuando Héctor,
el de tremolante casco, acertó a darle con la áspera piedra cerca del hombro,
donde la clavícula separa el cuello del pecho y las heridas son mortales, y le
rompió el nervio: entorpecióse el brazo, Teucro cayó de hinojos y el arco se le
fue de las manos. Ayante no abandonó al hermano caído en el suelo, sino que,
335 El Olímpico volvió a excitar el valor de los troyanos, los cuales hicieron
arredrar a los aqueos en derechura al profundo foso. Héctor iba con los
delanteros, haciendo gala de su fuerza. Como el perro que acosa con ágiles pies
no pararon hasta las naves, y a11í se animaban los unos a los otros, y con los
brazos levantados oraban en voz alta a todas las deidades. Héctor revolvía por
todas partes los corceles de hermosas crines; y sus ojos parecían los de Gorgona
350 Hera, la diosa de los níveos brazos, al ver a los aqueos compadeciólos, en
352 ¡Oh dioses! ¡Hija de Zeus, que lleva la égida! ¿No nos cuidaremos de
358 Tiempo ha que ése hubiera perdido fuerza y vida, muerto en su patria tierra
por los aqueos; pero mi padre revuelve en su mente funestos propósitos, ¡cruel,
aborrece y cumple los deseos de Tetis, que besó sus rodillas y le tocó la barba,
llame nuevamente su amada hija, la de ojos de lechuza. Pero unce los solipedos
troyanos, cayendo junto a las naves aqueas, saciará con su grasa y con su carne
venerable diosa Hera, hija del gran Crono, aprestó solícita los caballos de
áureos jaeces. Y Atenea, hija de Zeus, que lleva la égida, dejó caer al suelo el
hermoso peplo bordado que ella misma había tejido y labrado con sus manos;
vistió la túnica de Zeus, que amontona las nubes, y se armó para la luctuosa
con que la hija del prepotente padre destruye filas entenas de héroes cuando
contra ellos monta en cólera. Hera picó con el látigo a los corceles, y
abriéronse de propio impulso rechinando las puertas del cielo de que cuidan las
colocar delante la densa nube. Por allí, por entre las puertas, dirigieron
397 El padre de Zeus, apenas las vio desde el Ida, se encendió en cólera; y al
punto llamó a Iris, la de doradas alas, para que le sirviese de mensajera:
399 ¡Anda, ve, rápida Iris! Haz que se vuelvan y no les dejes llegar a mi
presencia, porque ningún beneficio les reportará luchar conmigo. Lo que voy a
decir se cumplirá: Encojaréles los briosos corceles; las derribaré del carro,
que romperé luego, y ni en diez años cumplidos sanarán de las heridas que les
produzca el rayo, para que conozca la de ojos de lechuza que es con su padre
409 De cal modo habló. Iris, la de los pies rápidos como el huracán, se levantó
consiente el Cronida que se socorra a los argivos. Ved aquí to que hará el hijo
del carro, que romperá luego, y ni en diez años cumplidos sanaréis de las
heridas que os produzca el rayo; para que conozcas tú, la de ojos de lechuza,
encoleriza tanto, porque siempre ha solido oponerse a cuanto dice. ¡Pero tú,
425 Cuando esto hubo dicho, fuese Iris, la de los pies ligeros; y Hera dirigió a
427 ¡Oh dioses! ¡Hija de Zeus, que lleva la égida! Ya no permito que por los
mortales peleemos con Zeus. Mueran unos y vivan otros, cualesquiera que fueren;
y aquél sea juez, como le corresponde, y dé a los troyanos y a los dánaos lo que
su espíritu acuerde.
432 Esto dicho, torció la rienda a los solípedos caballos. Las Horas desuncieron
438 El padre Zeus, subiendo al carro de hermosas ruedas, guió los caballos desde
el Ida al Olimpo y llegó a la mansión de los dioses; y a11í el ínclito dios que
inmenso Olimpo tembló debajo de sus pies. Atenea y Hera, sentadas aparte y a
447 ¿Por qué os halláis tan abatidas, Atenea y Hera? No os habréis fatigado
contra quienes sentís vehemente rencor. Son tales mi fuerza y mis manos
Olimpo. Pero os temblaron los hermosos miembros antes que llegarais a ver el
combate y sus terribles hechos. Diré lo que en otro caso hubiera ocurrido:
457 Así dijo. Atenea y Hera, que tenían los asientos contiguos y pensaban en
causar daño a los troyanos, mordiéronse los labios. Atenea, aunque airada contra
su padre y poseída de feroz cólera, guardó silencio y nada dijo; pero a Hera la
lucha, si nos lo mandas, pero sugeriremos a los argivos consejos saludables para
las naves se levante el Pelida, el de los pies ligeros, el día aquel en que
confines de la tierra y del mar, donde moran Jápeto y Crono, que no disfrutan de
los rayos del Sol Hiperión ni de los vientos, y se hallan rodeados por el
484 Así dijo; y Hera, la de los níveos brazos, nada respondió. La brillante luz
del sol se hundió en el Océano, trayendo sobre la alma tierra la noche obscura.
Contrarió a los troyanos la desaparición de la luz; mas para los aqueos llegó
Héctor, caro a Zeus, que arrimado a su lama de once codos, cuya reluciente
broncínea punta estaba sujeta por áureo anillo, así los arengaba:
ventosa Ilio después de destruir las naves y acabar con todos los aqueos; pero
nos quedamos a obscuras, y esto ha salvado a los argivos y a las naves que
tienen en la playa. Obedezcamos ahora a la noche sombría y ocupémonos en
vuestras casas pan y vino, que alegra el corazón; amontonad abundante leña y
encendamos muchas hogueras que ardan hasta que despunte la aurora, hija de la
mañana, y cuyo resplandor llegue al cielo: no sea que los melenudos aqueos
intenten huir esta noche por el ancho dorso del mar. No se embarquen tranquilos
y sin ser molestados, sino que alguno tenga que curarse en su casa una lanzada o
un flechazo recibido al subir a la nave, para que tema quien ose mover la
canosas sienes se reúnan en las torres que fueron construidas por las deidades y
circundan la ciudad; que las tímidas mujeres enciendan grandes fogatas en sus
respectivas casas, y que la guardia sea continua para que los enemigos no entren
que, con la protección de Zeus y de las otras deidades, echaré de aquí a esos
perros rabiosos, traídos por las parcas en los negros bajeles. Durante la noche
armas para trabar vivo combate junto a las cóncavas naves. Veré si el fuerte
cuando lo acometa con la lanza; mas confío en que, así que salga el sol, caerá
herido entre los combatientes delanteros, y con él muchos de sus camaradas. Así
fuera yo inmortal, no tuviera que envejecer y gozara de los mismos honores que
Atenea o Apolo, como este día será funesto para los argivos.
debajo del yugo los sudados corceles y atáronlos con correas junto a sus
las casas pan y vino, que alegra el corazón, y amontonaron abundante leña.
hecho odiosa la sagrada Ilio y Príamo y su pueblo armado con lanzas de fresno.
553 Así, tan alentados, permanecieron toda la noche en el campo, donde ardían
muchos fuegos. Como en noche de calma aparecen las radiantes estrellas en torno
pastor se le alegra el corazón: en tan gran número eran las hogueras que,
encendidas por los troyanos, quemaban ante Ilio entre las naves y la corriente
del Janto. Mil fuegos ardían en la llanura, y en cada uno se agrupaban cincuenta
trono.
CANTO IX*
embajadores ante Aquiles, para solicitar su ayuda, con plenos poderes para
ingente fuga, compañera del glacial terror, y los más valientes estaban
agobiados por insufrible pesar. Como conmueven el ponto, en peces abundante, los
9 El Atrida, en gran dolor sumido el corazón, iba de un lado para otro y mandaba
baja, a todos los capitanes, y también él los iba llamando y trabajaba como los
como fuente profunda que desde altísimo peñasco deja caer sus aguas sombrías; y,
destruir la bien murada Ilio y todo ha sido funesto engaño; pues ahora me manda
regresar a Argos, sin gloria, después de haber perdido tantos hombres. Así debe
ciudades y aún destruirá otras, porque su poder es inmenso. Ea, obremos todos
como voy a decir: Huyamos en las naves a nuestra patria tierra, pues ya no
dijo:
valor ante los dánaos, diciendo que soy cobarde y débil, lo saben los argivos
todos, jóvenes y viejos. Mas a ti el hijo del artero Crono de dos cosas te ha
dado una: te concedió que fueras honrado como nadie por el cetro, y te negó la
fortaleza, que es el mayor de los poderes. ¡Desgraciado! ¿Crees que los aqueos
parte: delante tienes el camino y cerca del mar gran copia de naves que desde
Micenas lo siguieron; pero los demás melenudos aqueos se quedarán hasta que
que a Ilio le llegue su fin; pues vinimos debajo del amparo de los dioses.
llegado hasta el fin. Eres aún joven por tus años podrías ser mi hijo menor y,
no obstante, dices cosas discretas a los reyes argivos y has hablado como se
debe. Pero yo, que me vanaglorio de ser más viejo que tú, lo manifestaré y
Sin familia, sin ley y sin hogar debe de vivir quien apetece las horrendas
guardias vigilen a orillas del cavado foso que corre delante del muro. A los
digno de ti. Tus tiendas están llenas de vino, que las naves aqueas traen
para recibir a aquéllos, a imperas sobre muchos hombres. Una vez congregados,
hogueras junto a las naves. ¿Quién lo verá con alegría? Esta noche se decidirá
Afareo, Deípiro y el divino Licomedes, hijo de Creonte. Siete eran los capitanes
de los centinelas, y cada uno mandaba cien mozos provistos de luengas picas.
respectiva cena.
reunido, y les dio un espléndido banquete. Ellos metieron mano en los manjares
el anciano Néstor, cuya opinión era considerada siempre como la mejor, empezó a
comenzaré también, ya que reinas sobre muchos hombres y Zeus te ha dado cetro y
leyes para que mires por los súbditos. Por esto debes exponer tu opinión y oír
que se acuerde. Te diré lo que considero más convenience y nadie concebirá una
idea mejor que la que tuve y sigo teniendo, oh vástago de Zeus, desde que,
enojado Aquiles. Gran empeño puse en disuadirte, pero venció to ánimo fogoso y
recompensa que todavía retienes. Mas veamos todavía si podremos aplacarlo con
agradables presentes y dulces palabras.
115 No has mentido, anciano, al enumerar mis faltas. Procedí mal, no lo niego;
vale por muchos el varón a quien Zeus ama cordialmente; y ahora el dios,
puestos aún al fuego, diez talentos de oro, veinte calderas relucientes y doce
pobre ni carecería de precioso oro quien tuviera los premios que estos solípedos
primorosas labores, que yo mismo escogí cuando tomó la bien construida Lesbos y
Briseo, que entonces le quité, y juraré solemnemente que jamás subí a su lecho
ni me uní con ella, como es costumbre entre hombres y mujeres. Todo esto se le
presentará en seguida; mas, si los dioses nos permiten destruir la gran ciudad
los fértiles campos de Argos de Acaya, podrá ser mi yerno y tendrá tantos
honores como Orestes, mi hijo menor, que se cría con mucho regalo. De las tres
llévese la que quiera, sin dotarla, a la casa de Peleo; que yo la dotaré tan
espléndidamente, como nadie haya dotado jamás a su hija: ofrezco darle siete
ricos en ganado y en bueyes, que lo honrarán con ofrendas como a una deidad y
pagarán, regidos por su cetro, crecidos tributos. Todo esto haría yo, con tal de
que depusiera la cólera. Que se deje ablandar; pues, por ser implacable a
inexorable, Hades es para los mortales el más aborrecible de todos los dioses; y
regalos que ofreces al rey Aquiles. Ea, elijamos esclarecidos varones que cuanto
ellos obedezcan: Fénix, caro a Zeus, que será el jefe, el gran Ayante y el
divino Ulises, acompañados de los heraldos Odio y Eunbates. Dadnos agua a las
manos a imponed silencio, para rogar a Zeus Cronida que se apiade de nosotros.
173 Así dijo, y su discurso agradó a todos. Los heraldos dieron en seguida
primicias. Luego que hicieron libaciones y cada cual bebió cuanto quiso,
sucesivamente los ojos en cada uno de los elegidos, les recomendaba mucho, y de
182 Fuéronse éstos por la orilla del estruendoso mar y dirigían muchos ruegos a
Posidón, que ciñe y bate la tierra, para que les resultara fácil llevar la
persuasión al altivo espíritu del Eácida. Cuando hubieron llegado a las tiendas
y naves de los mirmidones, hallaron al héroe deleitándose con una hermosa lira
labrada de argénteo puente, que había cogido de entre los despojos cuando
detuvieron delante del héroe; Aquiles, atónito, se alzó del asiento sin dejar la
197 ¡Salud, amigos que llegáis! Grande debe de ser la necesidad cuando venís
vosotros, que sois para mí, aunque esté irritado, los más queridos de los aqueos
todos.
199 En diciendo esto, el divino Aquiles les hizo sentar en sillas provistas de
202 ¡Hijo de Menecio! Saca la cratera mayor, llénala del vino más añejo y
distribuye copas; pues están debajo de mi techo los hombres que me son más
caros.
205 Así dijo, y Patroclo obedeció al compañero amado. En un tajón que acercó a
la lumbre puso los lomos de una oveja y de una pingüe cabra y la grasa espalda
extendió las brasas, colocó encima los asadores asegurándolos con piedras y
sazonó la carne con la divina sal. Cuando aquélla estuvo asada y servida en la
Patroclo, su amigo, que hiciera la ofrenda a los dioses. Patroclo echó las
primicias al fuego. Metieron mano a los manjares que tenían delante, y, cuando
hubieron satisfecho el deseo de beber y de comer, Ayante hizo una seña a Fénix;
Agamenón que ahora aquí, donde podríamos comer muchos y agradables manjares;
pero los placeres del delicioso banquete no nos halagan porque tememos, oh
alumno de Zeus, que nos suceda una gran desgracia: dudamos si nos será dado
las naves y al muro y han encendido una porción de hogueras; y dicen que, como
está poseído de cruel rabia, y pide que aparezca pronto la divina Aurora,
asegurando que ha de cortar nuestras elevadas popas, quemar las naves con
ardiente fuego y matar cerca de ellas a los aqueos aturdidos por el humo. Mucho
teme mi alma que los dioses cumplan sus amenazas y el destino haya dispuesto que
aunque tarde, salvar a los aqueos, que están acosados por los troyanos. A ti
causado; piensa, pues, cómo librarás a los dánaos de tan funesto día. Amigo, tu
padre Peleo te daba estos consejos el día en que desde Ftía lo envió a Agamenón:
disputas para que seas más honrado por los argivos jóvenes y ancianos.» Así te
puestos aún al fuego, diez talentos de oro, veinte calderas relucientes y doce
corceles robustos, premiados, que alcanzaron la victoria en la carrera. No sería
pobre ni carecería de precioso oro quien tuviera los premios que estos caballos
de Agamenón con sus pies lograron. Te dará también siete mujeres lesbias,
hábiles en hacer primorosas labores, que él mismo escogió cuando tomaste la bien
hombres y mujeres. Todo esto se te presentará en seguida; mas, si los dioses nos
permiten destruir la gran ciudad de Príamo, entra en ella cuando los aqueos
mismo las veinte troyanas que más hermosas sean después de la argiva Helena. Y,
yerno y tendrás tantos honores como Orestes, su hijo menor, que se cría con
mucho regalo. De las tres hijas que dejó en el palacio bien construido,
hija: ofrece darte siete populosas ciudades Cardámila, Énope, la herbosa Hira,
ofrendas como a un dios y pagarán, regidos por tu cetro, crecidos tributos. Todo
esto haría, con tal de que depusieras la cólera. Y, si el Atrida y sus regalos
te son odiosos, apiádate de los aqueos todos, que, atribulados como están en el
Ahora podrías matar a Héctor, que llevado de su funesta rabia se acercará mucho
a ti, pues dice que ninguno de los dánaos que trajeron las naves lo iguala en
valor.
308 ¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Ulises, fecundo en ardides! Preciso es que
os manifieste lo que pienso hacer para que dejéis de importunarme unos por un
lado y otros por el opuesto. Me es tan odioso como las puertas de Hades quien
piensa una cosa y manifiesta otra. Diré, pues, lo que me parece mejor. Creo que
recompensa obtiene el que se queda en su tienda, que el que pelea con bizarría;
hijuelos la comida que coge, privándose de ella, así yo pasé largas noches sin
dormir y días enteros entregado a la cruenta lucha con hombres que combatían por
sus esposas. Conquisté doce ciudades por mar y once por tierra en la fértil
y éste, que se quedaba en las veleras naves, recibiólos, repartió unos pocos y
se guardó los restantes. Mas las recompensas que Agamenón concedió a los reyes y
caudillos siguen en poder de éstos; y a mí, solo entre los aqueos, me quitó la
dulce esposa y la retiene aún: que goce durmiendo con ella. ¿Por qué los argivos
han tenido que mover guerra a los troyanos? ¿Por qué el Atrida ha juntado y
traído el ejército? ¿No es por Helena, la de hermosa cabellera? Pues ¿acaso son
los Atridas los únicos hombres, de voz articulada, que aman a sus esposas? Todo
las naves del fuego enemigo. Muchas cosas ha hecho ya sin mi ayuda, pues
construyó un muro, abriendo a su pie ancho y profundo foso que defiende una
hombres. Mientras combatí por los aqueos, jamás quiso Héctor que la pelea se
una vez que allí me aguardó, costóle trabajo salvarse de mi acometida. Y puesto
sacrificios a Zeus y a los demás dioses, echaré al mar los cargados bajeles, y
Ftía. En ella dejé muchas cosas cuando en mal hora vine y de aquí me llevaré
oro, rojizo bronce, mujeres de hermosa cintura y luciente hierro, que por suerte
ofendió, ya no me embaucará más con sus palabras; séale esto bastante y corra
Sus presentes me son odiosos, y hago tanto caso de él como de un cabello. Aunque
me diera diez o veinte veces más de lo que posee o de lo que a poseer llegare, o
riquezas cien puertas dan ingreso a la ciudad y por cada una pasan diariamente
doscientos hombres con caballos y carros , o tanto, cuantas son las arenas o los
granos de polvo, ni aun así aplacaría Agamenón mi enojo, si antes no me pagaba
hermosura rivalice con la dorada Afrodita y en las labores compita con Atenea,
la de ojos de lechuza; ni siendo así me desposaré con ella; elija aquel otro
aqueo que le convenga y sea rey más poderoso. Si, salvándome los dioses, vuelvo
quiera será mi mujer. Mucho me aconseja mi corazón varonil que tome legítima
esposa, digna cónyuge mía, y goce allá de las riquezas adquiridas por el anciano
Peleo; pues no creo que valga lo que la vida ni cuanto dicen que se encerraba en
la populosa ciudad de Ilio en tiempo de paz, antes que vinieran los aqueos, ni
Pito. Se pueden apresar los bueyes y las pingües ovejas, se pueden adquirir los
humana para que vuelva, una vez ha salvado la barrera que forman los dientes. Mi
madre, la diosa Tetis, de argentados pies, dice que las parcas pueden llevarme
inmortal; si regreso, perderé la ínclita fama, pero mi vida será larga, pues la
largovidente Zeus extendió el brazo sobre ella y sus hombres están llenos de
misión de los legados , a fin de que busquen otro medio de salvar las cóncavas
naves y a los aqueos que hay a su alrededor, pues aquél en que pensaron no puede
430 Así dijo, y todos enmudecieron, asombrados de oírlo; pues fue mucha la
vehemencia con que se negó. Y el anciano jinete Fénix, que sentía gran temor por
las naves aqueas, dijo después de un buen rato y saltándole las lágrimas:
defender del voraz fuego las veleras naves, porque la ira penetró en tu corazón,
¿cómo podría quedarme solo y sin ti, hijo querido? El anciano jinete Peleo quiso
que yo te acompañase el día en que te envió desde Ftía a Agamenón, todavía niño
y sin experiencia de la funesta guerra ni del ágora, donde los varones se hacen
Por esto, hijo querido, no querría verme abandonado de ti, aunque un dios en
persona me prometiera rasparme la vejez y dejarme tan joven como cuando salí de
mi padre, que se irritó conmigo por una concubina de hermosa cabellera, a quien
abrazando mis rodillas, que me juntara con la concubina para que aborreciese al
maldijo repetidas veces pidió a las horrendas Erinias que jamás pudiera sentarse
bronce; mas alguno de los inmortales calmó mi cólera, haciendo que a mi corazón
se representara la fama que tendría yo entre los hombres y los muchos baldones
que de ellos recibiría, a fin de que no fuese llamado parricida entre los
aqueos.] Desde entonces no tuve ánimo para vivir en el palacio con mi padre
Hefesto; bebióse buena parte del vino que las tinajas del anciano contenían; y
teniendo encendidas dos hogueras, una en el pórtico del bien cercado patio y
la tenebrosa noche, salí del aposento rompiendo las tablas fuertemente unidas de
la puerta; salté con facilidad el muro del patio, sin que mis guardianes ni las
fértil Ftía, madre de ovejas, a la casa del rey Peleo. Este me acogió benévolo;
me amó como debe de amar un padre al hijo unigénito que haya tenido en la vejez,
crié hasta hacerte cual eres, oh Aquiles semejante a los dioses, con cordial
túnica en el pecho con el vino que devolvías! Mucho padecí y trabajé por tu
por hijo, oh Aquiles semejante a los dioses, para que un día me librases del
cruel infortunio. Pero, Aquiles, refrena tu ánimo fogoso; no conviene que tengas
vapor de grasa quemada los desenojan cuantos infringieron su ley y pecaron. Pues
las Súplicas son hijas del gran Zeus, y aunque cojas, arrugadas y bizcas, cuidan
luego el daño causado. Quien acata a las hijas de Zeus cuando se le presentan,
consigue gran provecho y es por ellas atendido si alguna vez tiene que
dirigen a Zeus Cronida y le piden que Ofuscación acompañe siempre a aquél para
que con el daño sufra la pena. Concede tú también a las hijas de Zeus, oh
aqueo los argivos que te son más caros. No desprecies las palabras de éstos, ni
dejes sin efecto su venida, ya que no se te puede reprender que antes estuvieras
irritado. Todos hemos oído contar hazañas de los héroes de antaño, y sabemos
que, cuando estaban poseídos de feroz cólera, eran placables con dones y
exorables a los ruegos. Recuerdo lo que pasó en cierto caso, no reciente, sino
antiguo, y os lo voy a referir a vosotros, que sois todos amigos míos. Curetes y
defendiendo los etolios su hermosa ciudad y deseando los curetes asolarla por
los otros dioses regaláronse con las hecatombes, y sólo a la hija del gran Zeus
dejó aquél de ofrecerlas, por olvido o por inadvertencia, cometiendo una gran
prometían el fruto. Al fin lo mató Meleagro, hijo de Eneo, ayudado por cazadores
y perros de muchas ciudades pues no era posible vencerlo con poca gente, ¡tan
diosa suscitó entonces una clamorosa contienda entre los curetes y los
Meleagro, caro a Ares, combatió, les fue mal a los curetes, que no podían, a
pesar de ser tantos, acercarse a los muros. Pero el héroe, irritado con su madre
Altea, se dejó dominar por la cólera que perturba la mente de los más cuerdos y
mientras Febo Apolo, que hiere de lejos, se la Ilevaba.) Retirado, pues, con su
dieran muerte a su hijo. Erinias, que vaga en las tinieblas y tiene un corazón
ante las puertas de la ciudad, las torres fueron atacadas y los etolios ancianos
enviaron a los eximios sacerdotes de los dioses para que suplicaran a Meleagro
amena Calidón fuera más fértil, escogería él mismo un hermoso campo de cincuenta
yugadas, mitad viña y mitad tierra labrantía. Presentóse también en el umbral
venerable madre. Pero él se negaba cada vez más. Acudieron sus mejores y más
aguardara, para salir del cuarto, a que llegaran hasta él los enemigos. Y los
las desgracias que padecen los hombres, cuya ciudad sucumbe: Matan a los
los niños y las mujeres de estrecha cintura. Meleagro, al oír estos males,
las lucientes armas y libró del funesto día a los etolios; pero ya no le dieron
ahora tú, amigo, no pienses de igual manera, ni un dios te induzca a obrar así;
será peor que difieras el socorro para cuando las naves sean incendiadas; ve,
pues, por los regalos, y los aqueos te venerarán como a un dios, porque, si
607 ¡Fénix, anciano padre, alumno de Zeus! Para nada necesito tal honor; y
espero que, si Zeus quiere, seré honrado en las cóncavas naves mientras la
gemidos por complacer al héroe Atrida, a quien no debes querer si deseas que el
todavía.
620 Dijo, y ordenó a Patroclo, haciéndole con las cejas silenciosa señal, que
dispusiera una mullida cama para Fénix, a fin de que los demás pensaran en salir
diciendo:
respuesta, aunque sea desfavorable, a los dánaos que están aguardando. Aquiles
otro alguno. ¡Despiadado! Por la muerte del hermano o del hijo se recibe una
funesto rencor por una sola joven. Siete excelentes te ofrecemos hoy y otras
debajo de tu techo, enviados por el ejército dánao, y anhelamos ser para ti los
644 ¡Ayante Telamonio, del linaje de Zeus, príncipe de hombres! Creo que has
Héctor divino, llegue matando argivos a las tiendas y naves de los mirmidones y
las incendie. Creo que Héctor, aunque esté enardecido, se abstendrá de combatir
656 Así dijo. Cada uno tomó una copa de doble asa; y, hecha la libación, los
enviados, con Ulises a su frente, regresaron a las naves. Patroclo ordenó a sus
compañeros y a las esclavas que aderezaran al momento una mullida cama para
colcha y finísima cubierta del mejor lino. Allí descansó el viejo, aguardando la
divina Aurora. Aquiles durmió en lo más retirado de la sólida tienda con una
669 Cuando los enviados llegaron a la tienda del Atrida, los aqueos, puestos en
pie, les presentaban áureas copas y les hacían preguntas. Y el rey de hombres,
673 ¡Ea! Dime, célebre Ulises, gloria insigne de los aqueos. ¿Quiere librar a
las naves del fuego enemigo, o se niega porque su corazón soberbio se halla aún
cólera, sino que se enciende aún más su ira y te desprecia a ti y tus dones.
Manda que deliberes con los argivos cómo podrás salvar las naves y al pueblo
aqueo, dice en son de amenaza que echará al mar sus corvos bajeles, de muchos
largovidente Zeus extendió el brazo sobre ella, y sus hombres están llenos de
confianza. Así dijo, como pueden referirlo éstos que fueron conmigo: Ayante y
los dos heraldos, que ambos son prudentes. El anciano Fénix se acostó allí por
orden de aquél, para que mañana vuelva a la patria tierra, si así lo desea,
693 Así habló, y todos callaron, asombrados de sus palabras, pues era muy grave
lo que acababa de decir. Largo rato duró el silencio de los afligidos aqueos;
incite. Ea, obremos todos como voy a decir. Acostaos después de satisfacer los
deseos de vuestro corazón comiendo y bebiendo vino, pues esto da fuerza y vigor.
Y, cuando aparezca la hermosa Aurora de rosáceos dedos, haz que se reúnan junto
a las naves los hombres y los carros, exhorta al pueblo y pelea en primera fila.
710 Tales fueron sus palabras, que todos los reyes aplaudieron, admirados del
CANTO X*
Dolonia
1 Los príncipes aqueos durmieron toda la noche vencidos por plácido sueño; mas
relampaguea cuando prepara una lluvia torrencial, el granizo o una nevada que
cubra los campos, o quiere abrir en alguna parte la boca inmensa de la amarga
las entrañas. Cuando fijaba la vista en el campo troyano, pasmábanle las muchas
hogueras que ardían delante de Ilio, los sones de las flautas y zampoñas y el
arrancábase furioso los cabellos, alzando los ojos a Zeus, que mora en lo alto,
desgracia a todos los dánaos, levantóse, vistió la túnica, calzó los nítidos
pies con hermosas sandalias, echóse una rojiza piel de corpulento y fogoso león,
sueño en sus párpados, temiendo que les ocurriese algún percance a los argivos
que por él habían llegado a Troya, atravesando el vasto mar, y promoviendo tan
audaz guerra. Cubrió sus anchas espaldas con la manchada piel de un leopardo;
púsose luego el casco de bronce, y, tomando en la robusta mano una lanza, fue a
despertar a su hermano, que imperaba poderosamente sobre los argivos todos y era
37 ¿Por qué, hermano querido, tomas las armas? ¿Acaso deseas persuadir a algún
compañero para que vaya como explorador al campo de los troyanos? Mucho temo que
nadie se ofrezca a prestarte este servicio de ir solo durante la divina noche a
prudente consejo para defender y salvar a los argivos y las naves, pues la mente
Héctor. jamás he visto ni oído decir que un hombre ejecutara en solo un día
tantas proezas como ha hecho Héctor, caro a Zeus, contra los aqueos, sin ser
hijo de un dios ni de una diosa. Digo que de sus hazañas se acordarán los
argivos mucho y largo tiempo. ¡Tanto daño ha causado a los aqueos! Ahora, anda,
busca del divino Néstor y le pido que se levante por si quiere ir al sagrado
puesto que los manda su hijo junto con Meriones, servidor de Idomeneo. A
61 ¿Cómo me encargas y ordenas que lo haga? ¿Me quedaré con ellos y te aguardaré
65 Quédate a11í, no sea que luego no podamos encontrarnos, porque son muchas las
sendas que hay por entre el ejército. Levanta la voz por donde pasares y
72 Esto dicho, despidió al hermano bien instruido ya, y fue en busca de Néstor,
luciente yelmo , y el labrado bálteo con que se ceñía el anciano siempre que,
82 ¿Quién eres tú que vas solo por el ejército y las naves, durante la tenebrosa
noche, cuando duermen los demás mortales? ¿Buscas acaso a algún centinela o
quien Zeus envía y seguirá enviando sin cesar más trabajos que a nadie, mientras
pues, preocupado por la guerra y las calamidades que padecen los aqueos, no
consigo que el dulce sueño se pose en mis ojos. Mucho temo por los dánaos; mi
pecho y tiemblan mis robustos miembros. Pero si quieres ocuparte en algo, ya que
tampoco conciliaste el sueño, bajemos a ver los centinelas; no sea que, vencidos
del trabajo y del sueño, se hayan dormido, dejando la guardia abandonada. Los
noche.
próvido Zeus todos sus deseos, como él espera; y creo que mayores trabajos habrá
120 ¡Oh anciano! Otras veces te exhorté a que le riñeras, pues a menudo es
volviendo los ojos hacia mí, aguarda mi impulso. Mas hoy se levantó mucho antes
Vayamos y los hallaremos delante de las puertas con la guardia; pues a11í es
131 Apenas hubo dicho estas palabras, abrigó el pecho con la túnica, calzó los
amplio, adornado con lanosa felpa. Asió la fuerte lanza, cuya aguzada punta era
141 ¿Por qué andáis vagando así, por las naves y el ejército, solos, durante la
porque es muy grande el pesar que abruma a los aqueos. Síguenos y llamaremos a
quien convenga, para tomar acuerdo sobre si es preciso huir o luchar todavia.
148 Así dijo. El ingenioso Ulises, entrando en la tienda, colgó de sus hombros
alrededor de él, con las cabezas apoyadas en los escudos y las lanzas clavadas
relámpago del padre Zeus. El héroe descansaba sobre una piel de toro montaraz,
detuvo a su lado to movió con el pie para que despertara, y le daba prisa,
159 ¡Levántate, hijo de Tideo! ¿Cómo duermes a sueño suelto toda la noche? ¿No
sabes que los troyanos acampan en una eminencia de la llanura, cerca de las
162 Así dijo. Y Diomedes, recordando en seguida del sueño, profirió estas aladas
palabras:
164 Eres infatigable, anciano, y nunca dejas de trabajar. ¿Por ventura no hay
otros aqueos más jóvenes, que vayan por el campo y despierten a los reyes? ¡No
169 Sí, hijo, oportuno es cuanto acabas de decir. Tengo hijos excelentes y
muchos hombres que podrían ir a llamarlos, pero es muy grande el peligro en que
se hallan los aqueos: en el filo de una navaja están ahora una muy triste muerte
177 Así dijo. Diomedes cubrió sus hombros con una piel talar de corpulento y
fogoso león, tomó la lanza, fue a despertar a aquéllos y se los llevó consigo.
180 Cuando llegaron adonde se hallaban los guardias reunidos, no encontraron a
sus jefes durmiendo, pues todos estaban alerta y sobre las armas. Como los canes
que guardan las ovejas de un establo y sienten venir del monte, por entre la
selva, una terrible fiera con gran clamoreo de hombres y perros, se ponen
inquietos y ya no pueden dormir; así el dulce sueño huía de los párpados de los
que hacían guardia en tan mala noche, pues miraban siempe hacia la llanura y
192 ¡Vigilad así, hijos míos! No sea que alguno se deje vencer del sueño y demos
194 Habiendo hablado así, atravesó el foso. Siguiéronlo los reyes argivos que
vuelto el impetuoso Héctor, después de causar gran estrago a los argivos, cuando
204 ¡Oh amigos! ¿No sabrá nadie que, confiando en su ánimo audaz, vaya al
enemigo que ande rezagado, o averiguara, oyendo algún rumor, lo que los tróyanos
han decidido: si desean quedarse aquí, cerca de las naves y lejos de la ciudad,
regresara incólume, sería grande su gloria debajo del cielo y entre los hombres
todos, y tendría una hermosa recompensa: cada jefe de los que mandan en las
naves le daría una oveja con su corderito presente sin igual y se le admitiría
los enemigos que tenemos cerca, de los troyanos; pero, si alguien me acompañase,
mi confianza y mi osadía serían mayores. Cuando van dos, uno se anticipa al otro
227 Así dijo, y muchos quisieron acompañar a Diomedes. Deseáronlo los dos
deseólo el Atrida Menelao, famoso por su lanza; y por fin, también el sufrido
quieras, al mejor de los presentes; pues son muchos los que se ofrecen. No dejes
al mejor y elijas a otro peor, por respeto alguno que sientas en tu alma, ni por
240 Habló en estos términos, porque temía por el rubio Menelao. Y Diomedes,
divino Ulises, cuyo corazón y ánimo valeroso son tan dispuestos para toda suerte
de trabajos, y a quien tanto ama Palas Atenea? Con él volveríamos acá aunque nos
argivos de cosas que les son conocidas. Pero, vámonos, que la noche está muy
adelantada y la aurora se acerca; los astros han andado mucho, y la noche va ya
Trasimedes dio al Tidida una espada de dos filos la de éste había quedado en la
espada, y le cubrió la cabeza con un casco de piel que por dentro se sujetaba
con muchas y fuertes correas y por fuera presentaba los blancos dientes de un
centro. Este casco era el que Autólico había robado en Eleón a Amíntor Orménida,
cabeza de Ulises.
272 Una vez revestidos de las terribles armas, partieron y lejaron a11í a todos
los príncipes. Palas Atenea envióles una garza, y, si bien no pudieron verla con
sus ojos, porque la noche era obscura, oyéronla graznar a la derecha del camino.
278 ¡Oyeme, hija de Zeus, que lleva la égida! Tú que me asistes en todos los
trabajos y conoces mis pasos, séme ahora propicia más que nunca, Atenea, y
concede que volvamos a las naves cubiertos de gloria por haber realizado una
284 ¡Ahora óyeme también a mí, hija de Zeus! ¡Indómita! Acompáñame como
295 Así dijeron rogando, y los oyó Palas Atenea. Y después de rogar a la hija
del gran Zeus, anduvieron en la obscuridad de la noche, como dos leones, por el
campo pues tanta carnicería se había hecho, pisando cadáveres, armas y denegrida
sangre.
299 Tampoco Héctor dejaba dormir a los valientes troyanos pues convocó a todos
los próceres, a cuantos eran caudillos y príncipes de los troyanos, y una vez
303 ¿Quién, por un gran premio, se ofrecerá a llevar a cabo la empresa que voy a
cuello, los mejores que haya en las veleras naves aqueas, al que tenga la osadía
de acercarse a las naves de ligero andar con ello al mismo tiempo ganará gloria
y averigüe si éstas son guardadas todavía, o los aqueos, vencidos por nuestras
313 Así dijo. Enmudecieron todos y quedaron silenciosos. Había entre los
troyanos un cierto Dolón, hijo del divino heraldo Eumedes, rico en oro y en
bronce; era de feo aspecto, pero de pies ágiles, y el único hijo varón de su
familia con cinco hermanas. Éste dijo entonces a los troyanos y a Héctor:
de ligero andar, para saberlo. Ea, alza el cetro y jura que me darás los
corceles y el carro con adornos de bronce que conducen al eximio Pelión. No te
combatiendo.
329 Sea testigo el mismo Zeus tonante, esposo de Hera. Ningún otro troyano será
332 Con tales palabras, jurando lo que no había de cumplirse, animó a Dolón.
Éste, sin perder momento, colgó del hombro el corvo arco, vistió una pelicana
había de volver para darle a Héctor la noticia. Pues ya había dejado atrás la
multitud de carros y hombres, y andaba animoso por el camino, cuando Ulises, del
341 Ese hombre, Diomedes, viene del ejército; pero ignoro si va como espía a
nuestras naves o intenta despojar algún cadáver de los que murieron. Dejemos que
con la lanza, y persíguelo siempre hacia las naves, para que no se guarezca en
la ciudad.
349 Dichas estas palabras, tendiéronse entre los muertos, fuera del camino. El
incauto Dolón pasó con pie ligero. Mas, cuando estuvo a la distancia a que se
extienden los surcos de las mulas éstas son mejores que los bueyes para tirar de
Dolón oyó ruido y se detuvo, creyendo que algunos de sus amigos venían del
ejército troyano a llamarlo por encargo de Héctor. Pero así que aquéllos se
hallaron a tiro de lanza o más cerca aún, conoció que eran enemigos y puso su
dos perros de agudos dientes, adiestrados para cazar, acosan en una selva a un
cervato o a una liebre que huye chillando delante de ellos, del mismo modo el
que lograron apartarlo del ejército. Ya en su fuga hacia las naves iba el
troyano a topar con los guardias, cuando Atenea dio fuerzas al Tidida para que
370 Tente, o te alcanzará mi lanza; y no creo que puedas evitar mucho tiempo que
372 Dijo, y arrojó la lanza; mas de intento erró el tiro, y ésta se clavó en el
suelo después de volar por cima del hombro derecho de Dolón. Paróse el troyano
labrado: con ellos os pagaría mi padre inmenso rescate, si supiera que estoy
esta noche obscura, mientras duermen los demás mortales? ¿Acaso a despojar a
algún cadáver? ¿Por ventura Héctor te envió como espía a las cóncavas naves? ¿O
te dejaste llevar por los impulsos de tu corazón?
391 Héctor me hizo salir fuera de juicio con muchas y perniciosas promesas:
accedió a darme los solípedos corceles y el carro con adornos de bronce del
eximio Pelión, para que, acercándome durante la rápida y obscura noche a los
enemigos, averiguase si las veleras naves son guardadas todavía, o los aqueos,
401 Grande es el presente que tu corazón anhelaba. ¡Los corceles del aguerrido
Eácida! Difícil es que ninguno de los mortales los sujete y sea por ellos
llevado, fuera de Aquiles, que tiene una madre inmortal. Pero, ea, habla y dime
con sinceridad: ¿Dónde, al venir, has dejado a Héctor, pastor de hombres? ¿En
qué lugar tiene las marciales armas y los caballos? ¿Cómo se hacen las guardias
y de qué modo están dispuestas las tiendas de los troyanos? Cuenta también lo
que están deliberando: si desean quedarse aquí cerca de las naves y lejos de la
413 De todo voy a informarte con exactitud. Héctor y sus consejeros deliberan
lejos del bullicio, junto a la tumba del divino Ilo; en cuanto a las guardias
por que me preguntas, oh héroe, ninguna ha sido designada, para que vele por el
ejército ni para que vigile. En torno de cada hoguera los troyanos, apremiados
lo sepa.
427 De todo voy a informarte con exactitud. Hacia el mar están los carios, los
lado de Timbra to obtuvieron por suerte los licios, los arrogantes misios, los
frigios, que combaten en carros, y los meonios, que armados de casco combaten en
carros. Mas ¿por qué me hacéis esas preguntas? Si deseáis entraros por el
ejército troyano, los tracios recién venidos están ahí, en ese extremo, con su
rey Reso, hijo de Eyoneo. He visto sus corceles que son bellísimos, de gran
altura, más blancos que la nieve y tan ligeros como el viento. Su carro tiene
lindos adornos de oro y plata, y sus armas son de oro, magníficas, encanto de la
vista, y más propias de los inmortales dioses que de hombres mortales. Pero
llevadme ya a las naves de ligero andar, o dejadme aquí, atado con recios lazos,
447 No esperes escapar de ésta, Dolón, aunque tus noticias son importantes, pues
454 Dijo; y Dolón iba, como suplicante, a tocarle la barba con su robusta mano,
lanza; y el divino Ulises, cogiéndolo todo con la mano, levantólo para ofrecerlo
a Atenea, que preside los saqueos, y oró diciendo:
462 Huélgate de esta ofrenda, ¡oh diosa! Serás tú la primera a quien invocaremos
entre las deidades del Olimpo. Y ahora guíanos hacia los corceles y las tiendas
de los tracios.
tamarisco, cubriéndolos con cañas y frondosas ramas del árbol, que fueran una
rápida y obscura noche. Luego pasaron delante por encima de las armas y de la
y tenía los ligeros corceles atados con correas a un extremo del carro. Ulises
477 Éste es el hombre, Diomedes, y éstos los corceles de que nos habló Dolón, a
quien matamos. Ea, muestra tu impetuoso valor y no tengas ociosas las armas.
482 Así dijo, y Atenea, la de ojos de lechuza, infundió valor a Diomedes, que
pastor está ausente, así el hijo de Tideo se abalanzaba a los tracios, hasta que
asiéndolos por un pie, los apartaba del camino, para que luego los corceles de
ensueño a Reso, por orden de Atenea. Dúrante este tiempo el paciente Ulises
desató los solípedos caballos, los ligó con las riendas y los sacó del ejército
503 Mas éste, quedándose aún, pensaba qué podría hacer que fuese muy arriesgado:
Diomedes:
509 Piensa ya en volver a las cóncavas naves, hijo del magnánimo Tideo. No sea
que hayas de llegar huyendo, si algún otro dios despierta a los troyanos.
512 Así habló. Diomedes, conociendo la voz de la diosa, montó sin dilación a
caballo, y también Ulises, que los aguijó con el arco; y volaron hacia las
515 Apolo, que lleva arco de plata, estaba en acecho desde que advirtió que
sobrino de Reso. Como Hipocoonte, recordando del sueño, viera vacío el lugar que
pronto se promovió gran clamoreo a inmenso tumulto entre los troyanos, que
526 Cuando ambos héroes llegaron al sitio en que habían dado muerte al espía de
montar y picó a los corceles. Éstos volaron gozosos hacia las cóncavas naves,
pues a ellas deseaban llegar. Néstor fue el primero que oyó las pisadas de los
caballos, y dijo:
533 ¡Oh amigos, capitanes y príncipes de los argivos! ¿Me engañaré o será verdad
pies ligeros. Ojalá Ulises y el fuerte Diomedes trajeran del campo troyano
solípedos corceles; pero mucho temo que a los más valientes argivos les haya
540 Aún no había acabado de pronunciar estas palabras, cuando aquéllos llegaron
y echaron pie a tierra. Todos los saludaban alegremente con la diestra y con
544 ¡Ea, dime, célebre Ulises, gloria insigne de los aqueos! ¿Cómo hubisteis
que os salió al camino? Muy semejantes son a los rayos del sol. Siempre entro
por las filas de los troyanos; pues, aunque anciano, no me quedo en las naves, y
jamás he visto ni advertido tales corceles. Supongo que los habréis recibido de
algún dios que os salió al encuentro, pues a entrambos os aman Zeus, que
555 ¡Néstor Nelida, gloria insigne de los aqueos! Fácil le sería a un dios, si
quisiera, dar caballos mejores aún que éstos, pues su poder es muy grande. Los
corceles por los que preguntas, anciano, llegaron recientemente y son tracios:
aventajados. Y cerca de las naves dimos muerte al decimotercio, que era un espía
hermosa tienda del Tidida, ataron los corceles con bien cortadas correas al
pesebre, donde los caballos de Diomedes comían el trigo dulce como la miel.
y se lavaron el abundante sudor de sus piernas, cuello y muslos. Cuando las olas
CANTO XI*
Principalía de Agamenón
luz a los dioses y a los hombres, cuando, enviada por Zeus, se presentó en las
veleras naves aqueas la cruel Discordia con la señal del combate en la mano.
Subió la diosa a la ingente nave negra de Ulises, que estaba en medio de todas,
para que lo oyeran por ambos lados hasta las tiendas de Ayante Telamonio y de
Aquiles; los cuales habían puesto sus bajeles en los extremos, porque confiaban
aqueos, a fin de que pelearan y combatieran sin descanso. Y pronto les fue más
grebas sujetas con broches de pláta, y cubrió su pecho con la coraza que Ciniras
le había dado por presente de hospitalidad. Porque hasta Chipre habíá llegado la
complacer al rey, le dio esta córaza que tenía diez filetes de pavonado acero,
doce de oro y veinte de estaño, y a cada lado tres cerúleos dragones erguidos
hacia el cuello y semejantes al iris que el Cronión fija en las nubes como señal
para los hombres dotados de palabra. Luego, el rey colgó del hombro la espada,
en la que relucían áureos clavos, con su vaina de plata sujeta por tirantes de
Gorgona, de ojos horrendos y torva vista, con el Terror y la Fuga a los lados.
que al ondear en to alto causaba pavor; y asió dos fornidas lanzas de aguzada
broncínea punta, cuyo brillo llegaba hasta el cielo. Y Atenea y Hera tronaron en
47 Cada cual mandó entonces a su auriga que tuviera dispuestos el carro y los
viento antes que la aurora despuntara. Delante del foso ordenáronse los
promovió entre ellos funesto tumulto y dejó caer desde el éter sanguinoso rocío
llanura, alrededor del gran Héctor, del eximio Polidamante, de Eneas, honrado
como un dios por el pueblo troyano, y de los tres Antenóridas: Pólibo, el divino
liso, llegó con los primeros combatientes. Cual astro funesto, que unas veces
brilla en el cielo y otras se oculta detrás de las pardas nubes; así Héctor, ya
aparecía entre los delanteros, ya se mostraba entre los últimos, siempre dando
órdenes y brillando por la armadura de bronce como el relámpago del padre Zeus,
67 Como los segadores caminan en direcciones opuestas por los surcos de un campo
Gozábase en verlos la luctuosa Discordia, única deidad que se hallaba entre los
combatientes; pues los demás dioses permanecían quietos en los hermosos palacios
que se les había construido en los valles del Olimpo y todos acusaban al
Cronida, el dios de las sombrías nubes, porque queria coneeder la victoria a los
gloria, contemplaba la ciudad troyana, las naves aqueas, el brillo del bronce, a
84 Al amanecer y mientras iba aumentando la luz del sagrado día, los tiros
alcanzaban por igual a unos y a otros y los hombres caían. Cuando llegó la hora
en que el leñador prepara el almuerzo en la espesura del monte, porque tiene los
mutuamente por las filas y peleando con bravura, rompieron las falanges teucras.
Agamenón, que fue el primero en arrojarse a ellas, mató primeramente a Biánor,
frente la aguzada pica, que no fue detenida por el casco del duro bronce, sino
que pasó a través del mismo y del hueso, conmovióle el cerebro y postró al
coraza, Agamenón, rey de hombres, dejólos allí, con el pecho al aire, y fue a
magníficas armaduras, los reconoció; pues los había visto en las veleras naves
cuando Aquiles, el de los pies ligeros, se los llevó del Ida. Bien así corno un
león penetra en la guarida de una ágil cierva, se echa sobre los hijuelos y
despedazándolos con los fuertes dientes les quita la tierna vida, y la madre no
122 Alcanzó luego el rey Agamenón a Pisandro y al intrépido Hipóloco, hijos del
Alejandro, se oponía a que Helena fuese devuelta al rubio Menelao): ambos iban
en un carro, y desde su sitio procuraban guiar los veloces corceles, pues habían
dejado caer las lustrosas riendas y estaban aturdidos. Cuando el Atrida
le suplicaron:
131 Haznos prisioneros, hijo de Atreo, y recibirás digno rescate. Muchas cosas
de valor tiene en su casa Antímaco: bronce, oro, hierro labrado; con ellas
nuestro padre lo pagaría inmenso rescate, si supiera que estamos vivos en las
naves aqueas.
136 Con tan dulces palabras y llorando hablaban al rey, pero fue amarga la
138 Pues si sois hijos del aguerrido Antímaco que aconsejaba en el ágora de los
troyanos matar a Menelao y no dejarle volver a los aqueos, cuando vino a título
de embajador con el deiforme Ulises, ahora pagaréis la insolente injuria que nos
143 Dijo, y derribó del carro a Pisandro: diole una lanzada en el pecho y lo
cercenó con la espada los brazos y la cabeza, que tiró, haciendola rodar como un
montero, por entre las filas. El Atrida dejó a éstos, y seguido de otros aqueos,
montón confuso, combatían. Los infantes mataban a los infantes, que se veían
obligados a huir; los que combatían desde el carro daban muerte con el bronce a
los enemigos que así peleaban, y a todos los envolvía la polvareda que en la
llanura levantaban con sus sonoras pisadas los caballos. Y el rey Agamenón iba
voraz incendio en un boscaje, el viento hace oscilar las llamas y to propaga por
todas partes, y los arbustos ceden a la violencia del fuego y caen con sus
mismas raíces, de igual manera caían las cabezas de los troyanos puestos en fuga
por Agamenón Atrida, y muchos caballos de erguido cuello arrastraban con
estrépito por el campo los carros vacíos y echaban de menos a los eximios
conductores; pero éstos, tendidos en tierra, eran ya más gratos a los buitres
y el Atrida les seguía al alcance, vociferando, con las invictas manos llenas de
polvo y sangre. Los que primero llegaron a las puertas Esceas y a la encina
detuviéronse para aguardar a sus compañeros, los cuales huían por la llanura
noche, da cruel muerte a una de ellas, rompiendo su cerviz con los fuertes
dientes y tragando su sangre y sus entrañas; del mismo modo el rey Agamenón
para llegar al alto muro de la ciudad, el padre de los hombres y de los dioses
bajó del cielo con el relámpago en la mano, se sentó en una de las cumbres del
sirviese de mensajera:
186 ¡Anda, ve, rápida Iris! Dile a Héctor estas palabras: Mientras vea que
destroza filas de hombres, retírese y ordene al pueblo que combata con los
flecha, suba al carro, le daré fuerzas para matar enemigos hasta que llegue a
las naves de muchos bancos, se ponga el sol y comience la sagrada noche.
195 Así dijo; y la veloz Iris, de pies ligeros como el viento, no dejó de
divino Héctor, hijo del belicoso Príamo, de pie en el sólido carro, se detuvo a
200 ¡Héctor, hijo de Príamo, que en prudencia igualas a Zeus! El padre Zeus me
manda para que te diga lo siguiente: Mientras veas que Agamenón, pastor de
encarnizada batalla. Mas así que aquél, herido de lanza o de flecha, suba al
carro, te dará fuerzas para matar enemigos hasta que llegues a las naves de
210 Cuando Iris, la de los pies ligeros, hubo dicho esto, se fue. Héctor saltó
del carro al suelo sin dejar las armas; y, blandiendo afiladas picas, recorrió
volvieron la cara a los aqueos para embestirlos; los argivos, por su parte,
218 Decidme ahora, Musas, que poseéis olímpicos palacios, cuál fue el primer
221 Fue Ifidamante Antenórida, valiente y alto de cuerpo, que se había criado en
la fértil Tracia, madre de ovejas. Era todavía niño cuando su abuelo materno
hija en matrimonio. Apenas casado, Ifidamante tuvo que dejar el tálamo para ir a
guerrear contra los aqueos: llegó por mar hasta Percote, dejó allí las doce
corvas naves que mandaba y se encaminó por tierra a Ilio. Tal era quien salió al
hirió en el cuello con la espada, dejándole sin vigor los miembros. De este modo
después que tanto le había dado: habíale regalado cien bueyes y prometido cien
mil cabras y mil ovejas de las innumerables que sus pastores apacentaban. El
248 Advirtiólo Coón, varón preclaro a hijo primogénito de Anténor, y densa nube
de pesar cubrió sus ojos por la muerte del hermano. Púsose al lado de Agamenón
sin que éste to notara, diole una lanzada en medio del brazo, en el codo, y se
Agamenón, mas no por esto dejó de luchar ni de combatir; sino que arremetió con
dejó sin vigor sus miembros, y le cortó la cabeza sobre el mismo Ifidamante. Y
264 Entróse luego Agamenón por las filas de otros guerreros, y combatió con la
herida; mas así que ésta se secó y la sangre dejó de correr, agudos dolores
debilitaron sus fuerzas. Como los dolores agudos y acerbos que a la parturienta
envían las Ilitias, hijas de Hera, las cuales presiden los alumbramientos y
disponen de los terribles dolores del parto; tales eran los agudos dolores que
debllitaron las fuerzas del Atrida. De un salto subió al carro; con el corazón
afligido mandó al auriga que le llevase a las cóncavas naves, y gritando fuerte
276 ¡Oh amigos, capitanes y príncipes de los argivos! Apartad vosotros de las
280 Así dijo. El auriga picó con el látigo a los caballos de hermosas crines,
dirigiéndolos a las cóncavas naves; ellos volaron gozosos, con el pecho cubierto
fatigado rey.
284 Héctor, al notar que Agamenón se ausentaba, con penetrantes gritos animó a
2s6 ¡Troyanos, licios, dárdanos que cuerpo a cuerpo combatís! Sed hombres,
Zeus Cronida me concede una gran victoria. Pero dirigid los solípedos caballos
291 Con estas palabras les excitó a todos el valor y la fuerza. Como un cazador
león, así Héctor Priámida, igual a Ares, funesto a los mortales, incitaba a los
magnánimos troyanos contra los aqueos. Muy alentado, abrióse paso por los
299 ¿Cuál fue el primero, cuál el último de los que entonces mató Héctor
Agelao, Esimno, Oro y el bravo Hipónoo. A tales caudillos dánaos dio muerte, y
además a muchos hombres del pueblo. Como el Céfiro agita y se lleva en furioso
torbellino las nubes que el veloz Noto tenía reunidas, y gruesas olas se
levantan y la espuma llega a to alto por el soplo del errabundo viento; de esta
313 ¡Tidida! ¿Por qué no mostramos nuestro impetuoso valor? Ea, ven aquí, amigo;
317 Yo me quedaré y resistiré, aunque será poco el provecho que logremos; pues
Zeus, que amontona las nubes, quiere conceder la victoria a los troyanos y no a
nosotros.
izquierda; mientras Ulises hería al escudero del mismo rey, a Molión, igual a un
dios. Dejáronlos tan pronto como los pusieron fuera de combate, y penetrando por
placenteramente.
328 Dieron también alcance a dos hombres que eran los más valientes de su pueblo
y venían en un mismo carro, a los hijos de Mérope percosio: éste conocía como
muerte. Diomedes Tidida, famoso por su lanza, les quitó el alma y la vida y los
combate en que troyanos y aqueos se mataban. El hijo de Tideo dio una lanzada en
la cadera al héroe Agástrofo Peónida, que por no tener cerca los corceles no
pudo huir, y ésta fue la causa de su desgracia: el escudero tenía el carro algo
347 Contra nosotros viene esa calamidad, el impetuoso Héctor. Ea, aguardémosle a
y no le erró, pues fue a dar en la cima del yelmo; pero el bronce rechazó al
la robusta mano en el suelo y obscura noche cubrió sus ojos. Mientras el Tidida
atravesaba las primeras filas para recoger la lanza que en el suelo se había
362 ¡Otra vez te has librado de la muerte, perro! Muy cerca tuviste la
perdición, pero te salvó Febo Apolo, a quien debes de rogar cuando sales al
campo antes de oír el estruendo de los dardos. Yo acabaré contigo si más tarde
al alcance.
368 Dijo; y empezó a despojar el cadáver del Peónida, famoso por su lanza. Pero
columna del sepulcro de Ilo Dardánida, antiguo anciano honrado por el pueblo,
de debajo del pecho y el pesado casco, aquél tiró del arco y disparó; y la
hubiese quitado la vida. Así los troyanos tendrían un desahogo en sus males,
empeine del pie. Tanto me cuido de la herida como si una mujer o un insipiente
niño me la hubiese causado, que poco duele la flecha de un hombre vil y cobarde.
De otra clase es el agudo dardo que yo arrojo: por poco que penetre deja exánime
al que to recibe, y la mujer del muerto desgarra sus mejillas, sus hijos quedan
396 Así dijo. Ulises, famoso por su lanza, acudió y se le puso delante. Diomedes
cuerpo. Entonces subió al carro y con el corazón afligido mandó al auriga que lo
401 Ulises, famoso por su lanza, se quedó solo; ningún argivo permaneció a su
así le hablaba:
404 ¡Ay de mí! ¿Qué me ocurrirá? Muy malo es huir, temiendo a la muchedumbre, y
peor aún que me cojan quedándome solo, pues a los demás dánaos el Cronión los
puso en fuga. Mas ¿por qué en tales cosas me hace pensar el corazón? Sé que los
las huestes de los escudados troyanos, y, rodeándole, su propio mal entre ellos
jabalí que sale de la espesa selva aguzando en sus corvas mandíbulas los blancos
firmemente; así los troyanos acometían entonces por todos lados a Ulises, caro a
Zeus. Mas él dio un salto y clavó la aguda pica en un hombro del eximio
Deyopites; mató luego a Toón y a Ennomo; alanceó en el ombligo por debajo del
cogió el suelo con las manos; y, dejándolos a todos, envasó la lanza a Cárope
Hipásida, hermano carnal del noble Soco. Éste, que parecía un dios, vino a
defenderlo, y, deteniéndose cerca de Ulises, hablóle de este modo:
434 Cuando esto hubo dicho, le dio un bote en el liso escudo: la fornida lanza
costado; pero Palas Atenea no permitió que llegara a las entrañas del varón.
Entendió Ulises que por el sitio la herida no era mortal, y retrocediendo dijo a
441 ¡Ah infortunado! Grande es la desgracia que sobre ti ha caído. Lograste que
cesara de luchar con los troyanos, pero yo te digo que la perdición y la negra
446 Dijo, y como Soco se volviera para huir, clavóle la lanza en el dorso, entre
450 ¡Oh Soco, hijo del aguerrido Hípaso, domador de caballos! Te sorprendió la
muerte antes de que pudieses evitarla. ¡Ah mísero! A ti, una vez muerto, ni el
padre ni la veneranda madre te cerrarán los ojos, sino que te desgarrarán las
carnívoras aves cubriéndote con sus tupidas alas; mientras que a mí, si muero,
456 Así diciendo, arrancó de su cuerpo y del abollonado escudo la ingente lanza
compañeros. Tres veces gritó cuanto un varón puede hacerlo a voz en cuello; tres
veces Menelao, caro a Ares, to oyó, y al punto dijo a Ayante, que estaba a su
lado:
465 ¡Ayante Telamonio, del linaje de Zeus, príncipe de hombres! Oigo la voz del
desgracia solo entre los troyanos, y que después los dánaos te echen muy de
menos.
47z Así diciendo, partió y siguióle Ayante, varón igual a un dios. Pronto dieron
con Ulises, caro a Zeus, a quien los troyanos acometían por todos lados como los
flecha que un hombre le disparó con el arco sálvase el ciervo, merced a sus
pies, y huye en tanto que la sangre está caliente y las rodillas ágiles;
cruel muerte. Pero llegó Ayante con su escudo como una torre, se puso al lado de
acercaba el carro.
489 Ayante, acometiendo a los troyanos, mató a Doriclo, hijo bastardo de Príamo,
acreció la lluvia de Zeus baja rebosante por los montes a la llanura, arrastra
muchos pinos y encinas secas, y arroja al mar gran cantidad de cieno, así
caían en mayor número y un inmenso vocerío se dejaba oír alrededor del gran
Néstor y del marcial Idomeneo. Entre todos revolvíase Héctor, que, haciendo
espalda derecha con trifurcada saeta. Los aqueos, aunque respiraban valor,
511 ¡Oh Néstor Nelida, gloria insigne de los aqueos! Ea, sube al carro, póngase
Macaón junto a ti, y dirige presto a las naves los solípedos corceles. Pues un
médico vale por muchos hombres, por su pericia en arrancar flechas y aplicar
drogas calmantes.
tan pronto como Macaón, hijo del eximio médico Asclepio, lo hubo seguido, picó
con el látigo a los caballos y éstos volaron de su grado hacia las cóncavas
521 Cebríones, que acompañaba a Héctor en el carro, notó que los troyanos eran
derrotados, y le dijo:
523 ¡Héctor! Mientras nosotros combatimos aquí con los dánaos en un extremo de
conozco por el ancho escudo que cubre sus espaldas. Enderecemos a aquel sitio
los corceles del carro, que a11í es más empeñada la pelea, mayor la matanza de
peones y de los que combaten en carros, a inmensa la gritería que se levanta.
531 Habiendo hablado así, azotó con el sonoro látigo a los caballos de hermosas
sanguinolentas gotas que los cascos de los corceles y las llantas de las ruedas
promovía gran tumulto entre los dánaos, no dejaba la lanza quieta, recorría las
544 El padre Zeus, que tiene su trono en las alturas, infundió temor en Ayante y
éste se quedó atónito, se echó a la espalda el escudo formado por siete boyunos
cueros, paseó su mirada por la turba, como una fiera, y retrocedió volviéndose
con frecuencia y andando a paso lento. Como los canes y los pastores del campo
llegar a los pingües bueyes; y el león, ávido de carne, acomete furioso y nada
consigue, porque caen sobre él multitud de venablos arrojados por robustas manos
escapa la fiera con ánimo afligido; así Ayante se alejaba entonces de los
troyanos, contrariado y con el corazón entristecido, porque temía mucho por las
venciendo la resistencia de los niños que rompen en sus espaldas muchas varas,
como su fuerza es poca, sólo consiguen echarlo con trabajo, después que se ha
golpeaban el escudo con las lanzas. Ayante unas veces mostraba su impetuoso
caballos; otras, tornaba a huir; y, moviéndose con furia entre los troyanos y
los aqueos, conseguía que los enemigos no se encaminasen a las veleras naves.
Las lanzas que manos audaces despedían se clavaban en el gran escudo o caían en
saciarse de su carne.
575 Cuando Eurípilo, preclaro hijo de Evemón, vio que Ayante estaba tan abrumado
grupo de sus amigos, para evitar la muerte, y, dando grandes voces, decía a los
dánaos:
587 ¡Oh amigos, capitanes y príncipes de los argivos! Deteneos, volved la cara
al enemigo, y librad del día cruel a Ayante que está abrumado por los tiros y no
creo que escape con vida del horrísono combate. Pero deteneos afrontando a los
colocaron junto a él con los escudos sobre los hombros y las picas levantadas.
Ayante, apenas se juntó con sus compañeros, detúvose y volvió la cara a los
troyanos.
608 ¡Divino Menecíada, carísimo a mi corazón! Ahora espero que los aqueos
quién es el herido que saca del combate. Por la espalda tiene gran semejanza con
616 Así dijo. Patroclo obedeció al amado compañero y se fue corriendo a las
618 Cuando aquéllos hubieron llegado a la tienda del Nelida, descendieron del
carro al almo suelo, y Eurimedonte, servidor del anciano, desunció los corceles.
Néstor y Macaón dejaron secar el sudor que mojaba sus corazas, poniéndose al
Ténedos cuando Aquiles entró a saco en esta ciudad: los aqueos se la adjudicaron
magnífica, de pies de acero, pulimentada; y puso encima una fuente de bronce con
cebolla, manjar propio para la bebida, miel reciente y .sacra harina de flor, y
una bella copa guarnecida de áureos clavos que el anciano se había llevado de su
palacio y tenía cuatro asas Dada una entre dos palomas de oro y dos
sustentáculos. A otro anciano le hubiese sido difícil mover esta copa cuando
En ella la mujer, que parecía una diosa, les preparó la bebida: echó vino de
Pramnio, raspó queso de cabra con un rallo de bronce, espolvoreó la mezcla con
blanca harina y los invitó a beber así que tuvo compuesto el potaje. Ambos
herido; pero ya lo sé, pues estoy viendo a Macaón, pastor de hombres. Voy a
llevar, como mensajero, la noticia a Aquiles. Bien sabes tú, anciano alumno de
inocente.
656 ¿Cómo es que Aquiles se compadece de los aqueos que han recibido heridas?
¡No sabe en qué aflicción está sumido el ejército! Los más fuertes, heridos unos
de cerca y otros de lejos, yacen en las naves. Con arma arrojadiza fue herido el
poderoso Tidida Diomedes; con la pica, Ulises, famoso por su lanza, y Agamenón;
herido también por una saeta que un arco despidió. Pero Aquiles, a pesar de su
valentía, ni se cura de los dánaos ni se apiada de ellos. ¿Aguarda acaso que las
veleras naves sean devoradas por el fuego enemigo en la orilla del mar, sin que
los argivos puedan impedirlo, y que unos en pos de otros sucumbamos todos? Ya el
vigor de mis ágiles miembros no es el de antes. ¡Ojalá fuese tan joven y mis
fuerzas tan robustas como cuando en la contienda levantada entre los eleos y
vivía en la Elide, y tomé represalias! Itimoneo defendía sus vacas, pero cayó en
tierra entre los primeros, herido por el dardo que le arrojó mi mano, y los
botín: cincuenta vacadas, otras tantas manadas de ovejas, otras tantas piaras de
cerdos, otros tantos rebaños copiosos de cabras y ciento cincuenta yeguas bayas,
muchas de ellas con sus potros. Aquella misma noche lo llevamos a Pilos, ciudad
parte, a pesar de ser yo tan joven cuando fui al combate. Al alborear, los
heraldos pregonaron con voz sonora que se presentaran todos aquéllos a quienes
botín. Con muchos de nosotros estaban en deuda los epeos, pues, como en Pilos
Heracles, que nos maltrató y dio muerte a los principales ciudadanos. De los
doce hijos del irreprensible Neleo, tan sólo yo quedé con vida; todos los demás
perecieron. Engreídos los epeos, de broncíneas corazas, por tales hechos, nos
éstas con sus pastores, por la gran deuda que tenía que cobrar en la divina
y Augías, rey de hombres, se quedó con ellos y despidió al auriga, que se fue
triste por lo ocurrido. Airado por tales insultos y acciones, el anciano escogió
muchas cosas y dio lo restante al pueblo, encargando que se distribuyera y que
epeos con carros tirados por solípedos caballos y toda la hueste reunida; y
entre sus guerreros se hallaban ambos Molión, que entonces eran niños y no
habían mostrado aún su impetuoso valor. Hay una ciudad llamada Trioesa, en la
llanura, Atenea descendió presurosa del Olimpo, cual nocturna mensajera, para
que tomáramos las armas, y no halló en Pilos un pueblo indolente, pues todos
cosas de la guerra. Y con todo eso, sobresalí, siendo infante, entre los
nuestros, que combatían en carros; pues fue Atenea la que dispuso de esta suerte
el combate. Hay un río nombrado Minieo, que desemboca en el mar cerca de Arene:
a11í los caudillos de los pilios aguardamos que apareciera la divina Aurora, y
Posidón y una gregal vaca a Atenea, la de ojos de lechuza; cenamos sin romper
las filas, y dormimos, con la armadura puesta, a orillas del río. Los magnánimos
lograrlo se les presentó una gran acción de Ares. Cuando el resplandeciente sol
en la lucha de los pilios con los epeos, fui el primero que mató a un hombre, al
belicoso Mulio, cuyos solípedos corceles me llevé. Era éste yerno de Augías, por
estar casado con la rubia Agamede, la hija mayor, que conocía cuantas drogas
suelo al hombre que mandaba a los que combatían en carros y tan fuerte era en la
venciendo con mi lanza y haciendo morder la tierra a los dos guerreros que en
en espesa niebla y sacándolos del combate. Entonces Zeus concedió a los pilios
una gran victoria. Perseguimos a los eleos por la espaciosa llanura, matando
hombres y recogiendo magníficas armas, hasta que nuestros corceles nos llevaron
colina, donde Atenea hizo que el ejército se volviera. Allí dejé tendido al
último hombre que maté. Cuando desde Buprasio dirigieron los aqueos los rápidos
corceles a Pilos, todos daban gracias a Zeus entre los dioses y a Néstor entre
los hombres. Tal era yo entre los guerreros, si todo no ha sido un sueño. Pero
encargo el día en que to envió desde Ftía a Agamenón, estábamos dentro del
Peleo, el anciano jinete, quemaba dentro del patio pingües muslos de buey en
honor de Zeus, que se complace en lanzar rayos; y con una copa de oro vertía el
cogiéndonos de la mano nos introdujo, nos hizo sentar y nos ofreció presentes de
edad; aquél es mucho más fuerte, pero hazle prudentes advertencias, amonéstalo a
combatir por algún vaticinio que su madre, enterada por Zeus, le ha revelado,
que a lo menos te envíe a ti con los demás mirmidones, por si llegas a ser la
magnífica armadura para que los troyanos te confundan con él y cesen de pelear,
los belicosos aqueos que tan abatidos están se reanimen, y la batalla tenga su
tregua, aunque sea por breve tiempo. Vosotros, que no os halláis extenuados de
804 Así dijo, y conmovióle el corazón dentro del pecho. Patroclo fuese corriendo
por entre las naves para volver a la tienda de Aquiles Eácida. Mas cuando,
corriendo, llegó a los bajeles del divino Ulises allí se celebraba el ágora y se
administraba justicia ante los altares erigidos a los dioses regresaba del
combate, cojeando, Eurípilo Evemónida, del linaje de Zeus, que había recibido un
flechazo en el muslo: abundante sudor corría por su cabeza y sus hombros, y la
816 ¡Ah infelices caudillos y príncipes de los dánaos! ¡Así debíais en Troya,
lejos de los amigos y de la patria tierra, saciar con vuestra blanca grasa a los
ágiles perros! Pero dime, héroe Eurípilo, alumno de Zeus: ¿Podrán los aqueos
823 ¡Patroclo, del linaje de Zeus! Ya no habrá defensa para los aqueos que
corren a refugiarse en las negras naves. Cuantos fueron hasta aquí los más
valientes yacen en sus bajeles, heridos unos de cerca y otros de lejos por mano
nave, arráncame la flecha del muslo, lava con agua tibia la negra sangre que
dicen, te dio a conocer Aquiles, instruido por Quirón, el más justo de los
centauros. Pues de los dos médicos, Podalirio y Macaón, el uno creo que está
838 ¿Cómo acabará esto? ¿Qué haremos, héroe Eurípilo? Iba a decir al aguerrido
en ellas a Eurípilo y sacó del muslo, con la daga, la aguda y acerba flecha; y,
después de lavar con agua tibia la negra sangre, espolvoreó la herida con una
raíz amarga y calmante que previamente había desmenuzado con la mano. La raíz le
CANTO XII*
Combate en la muralla
* Los troyanos asaltan con éxito la muralla y el foso del campamento aqueo.
Héctor, con una gran piedra, derriba la puerta de entrada al campamento y abre
éstos ni el foso ni el ancho muro que al borde del mismo construyeron los
dánaos, sin ofrecer a los dioses hecatombes perfectas, para que los defendiera a
ellos y las veleras naves y el mucho botín que dentro se guardaba. Levantado el
tiempo. Mientras vivió Héctor, estuvo Aquiles irritado y la ciudad del rey
Príamo no fue expugnada, la gran muralla de los aqueos se mantuvo firme. Pero,
cuando hubieron muerto los más valientes troyanos, de los argivos unos
decidieron arruinar el muro con la fuerza de los ríos que corren de los montes
Apolo desvió el curso de todos estos ríos y dirigió sus corrientes a la muralla
por espacio de nueve días, y Zeus no cesó de llover para que más presto se
troncos y piedras que con tanta fatiga echaron los aqueos, arrasó la orilla del
destruido muro y volvió los ríos a los cauces por donde discurrían sus
cristalinas aguas.
34 De tal modo Posidón y Apolo debían proceder más tarde. Entonces ardía el
clamoroso combate al pie del bien labrado muro, y las vigas de las torres
resonaban al chocar de los dardos. Los argivos, vencidos por el azote de Zeus,
encerrábanse en el cerco de las cóncavas naves por miedo a Héctor, cuya valentía
hileras de los hombres, y se apartan aquéllos hacia los que se dirige, de igual
borde relinchaban, porque el ancho foso les daba horror. No era fácil, en
lado, y en su parte alta grandes y puntiagudas estacas, que los aqueos clavaron
los aqueos. Allí no podríamos apearnos del carro ni combatir, pues se trata de
un sitio estrecho donde temo que pronto seríamos heridos. Si Zeus altitonante,
favorecer a los troyanos, deseo que lo realice cuanto antes y que aquéllos
perezcan sin gloria en esta tierra, lejos de Argos. Pero si los aqueos se
figuro que ni un mensajero podría retornar a la ciudad huyendo de los aqueos que
nuevamente entraran en combate. Ea, procedamos todos como voy a decir. Los
escuderos tengan los caballos en la orilla del foso y nosotros sigamos a Héctor
a pie, con armas y todos reunidos; pues los aqueos no resistirán el ataque si
seguida y sin dejar las armas, saltó del carro a tierra. Los demás troyanos
tampoco permanecieron en sus carros; pues así que vieron que el divino Héctor lo
dejaba, apeáronse todos, mandaron a los aurigas que pusieran los caballos en
88 Iban con Héctor y Polidamante los más y mejores, que anhelaban romper el muro
y pelear cerca de las cóncavas naves; su tercer jefe era Cebríones, porque
Héctor había dejado a otro auriga inferior para cuidar del carro. De otro grupo
deiforme Deífobo, hijos de Príamo, y el héroe Asio Hirtácida, que había venido
de Arisbe, de las orillas del río Seleente, en un carro tirado por altos y
hubieron embrazado los fuertes escudos y cerrado las filas, marcharon animosos
108 Todos los troyanos y sus auxiliares venidos de lejas tierras siguieron el
consejo del eximio Polidamante, menos Asio Hirtácida, príncipe de hombres, que,
negándose a dejar el carro y al auriga, se acercó con ellos a las veleras naves.
lo hizo morir atravesado por la lanza del ilustre Idomeneo Deucálida. Fuese,
pues, hacia la izquierda de las naves, al sitio por donde los aqueos solían
volver de la llanura con los caballos y carros; hacia aquel lugar dirigió los
porque unos hombres las tenían abiertas, con el fin de salvar a los compáñeros
que, huyendo del combate, llegaran a las naves. A aquel paraje enderezó los
caballos, y los demás to siguieron dando agudos gritos, porque esperaban que los
Leonteo, igual a Ares, funesto a los mortales. Ambos estaban delante de las
altas puertas, como en el monte unas encinas de elevada copa, fijas al suelo por
llegada del gran Asio y no huyeron. Los troyanos se encaminaron con gran
buey, mandados por el rey Asio, Yámeno, Orestes, Adamante Asíada, Toón y Enómao.
Polipetes y Leonteo hallábanse dentro a instigaban a los aqueos, de hermosas
grebas, a pelear por las naves; mas, así que vieron a los tróyanos atacando la
las plantas de la selva, dejando oír el crujido de sus dientes, hasta que los
luciente bronce en el pecho de los héroes a los golpes que recibían, pues
en su propio valor. Desde las torres bien construidas los aqueos tiraban para
defenderse a sí mismos, las tiendas y las naves de ligero andar. Como caen al
suelo los copos de nieve que impetuoso viento, agitando las pardas nubes,
derrama en abundancia sobre la fértil tierra, así llovían los dardos que
secamente al chocar con ellos las ingentes piedras. Entonces Asio Hirtácida,
164 ¡Padre Zeus! Muy falaz te has vuelto, pues yo no esperaba que los héroes
aqueos opusieran resistencia a nuestro valor a invictas manos. Como las abejas o
las flexibles avispas que han anidado en fragoso camino y no abandonan su hueca
morada al acercarse los cazadores, sino que luchan por los hijuelos, así
aquéllos, con ser dos solamente, no quieren retirarse de las puertas mientras no
173 Así dijo; pero sus palabras no cambiaron la mente de Zeus, que deseaba
dios, contarlo todo. Por doquiera ardía el combate al pie del lapídeo muro; los
argivos, aunque llenos de angustia, veíanse obligados a defender las naves; y
estaban apesarados todos los dioses que en la guerra protegían a los dánaos.
182 El fuerte Polipetes, hijo de Pintoo, hirió a Dámaso con la lanza por el
sucumbió mientras combatía con denuedo. Aquél mató luego a Pilón y a órmeno.
suelo.
195 Mientras ambos héroes quitaban a los muertos las lucientes armas,
adelantaron la marcha con Polidamante y Héctor los más y más valientes de los
jóvenes, que sentían un vivo deseo de romper el muro y pegar fuego a las naves.
lucha, pues encorvándose hacia atrás hirióla en el pecho, cerca del cuello. El
chillando, voló con la rapidez del viento. Los troyanos estremeciéronse al ver
211 ¡Héctor! Siempre me increpas en las juntas, aunque lo que proponga sea
lo que considero conveniente. No vayamos a combatir con los dánaos cerca de las
naves. Creo que nos ocurrirá lo que diré, si vino realmente para los troyanos,
cuando deseaban atravesar el foso, esta ave agorera: un águila de alto vuelo,
sus polluelos. De semejante modo, si con gran ímpetu rompemos ahora las puertas
y el muro, y los aqueos retroceden, luego no nos será posible volver de las
naves en buen orden por el mismo camino; y dejaremos a muchos troyanos tendidos
habrán muerto con las broncíneas armas. Así lo interpretaría un augur que, por
231 ¡Polidamante! No me place lo que propones y podías haber pensado algo mejor.
Si realmente hablas con seriedad, los mismos dioses te han hecho perder el
juicio; pues me aconsejas que, olvidando las promesas que Zeus tonante me hizo y
ellas paro mientes, sea que vayan hacia la derecha por donde aparecen la aurora
las promesas del gran Zeus, que reina sobre todos, mortales a inmortales. El
mejor agüero es éste: combatir por la patria. ¿Por qué te dan miedo el combate y
la pelea? Aunque los demás fuéramos muertos en las naves argivas, no debieras
enemigos. Y si dejas de luchar, o con tus palabras logras que otro se abstenga,
251 Así, habiendo hablado, echó a andar. Siguiéronlo todos con fuerte gritería,
y Zeus, que se complace en lanzar rayos, enviando desde los montes ideos un
viento borrascoso, levantó gran polvareda en las naves, abatió el ánimo de los
aqueos, y dio gloria a los troyanos y a Héctor, que, fiados en las prodigiosas
señales del dios y en su propio valor, intentaban romper la gran muralla aquea.
Arrancaban las almenas de las torres, demolían los parapetos y derribaban los
zócalos salientes que los aqueos habían hecho estribar en el suelo para que
muro de los aqueos. Mas los dánaos no les dejaban libre el camino, y,
protegiendo los parapetos con boyunas pieles, herían desde allí a los enemigos
265 Los dos Ayantes recorrían las torres, animando a los aqueos y excitando su
valor; a todas partes iban, y a uno le hablaban con suaves palabras y a otro le
2H ¡Oh amigos, ya entre los argivos seáis los preeminentes, los mediocres o los
peores, pues no todos los hombres son iguales en la guema! Ahora el trabajo es
común a todos y vosotros mismos to conocéis. Nadie se vuelva atrás, hacia los
277 Dando tales voces animaban a los aqueos para que combatieran. Cuan espesos
caen los copos de nieve cuando en un día de invierno Zeus decide nevar,
incesantemente hasta que cubre las cimas y los riscos de los montes más altos,
las praderas cubiertas de loto y los fértiles campos cultivados por el hombre, y
la nieve se extiende por los puertos y playas del espumoso mar, y únicamente la
detienen las olas, pues todo lo restante queda cubierto cuando arrecia la nevada
de Zeus, así, tan espesas, volaban las piedras por ambos lados, las unas hacia
los troyanos y las otras de éstos a los aqueos, y el estrépito se elevaba sobre
todo el muro.
290 Mas los troyanos y el esclarecido Héctor no habrían roto aún las puertas de
Sarpedón contra los argivos, como a un león contra bueyes de retorcidos cuernos.
bronce, obra de un broncista que sujetó muchas pieles de buey con varitas de oro
prolongadas por ambos lados hasta el borde circular; alzando, pues, la rodela y
encuentre pastores que, armados con venablos y provistos de perros, guardan las
ovejas, no quiere que lo echen del establo sin intentar el ataque, hasta que,
saltando dentro, o consigue hacer presa o es herido por un venablo que ágil mano
le arroja; del mismo modo, el deiforme Sarpedón se sentía impulsado por su ánimo
Hipóloco:
310 ¡Glauco! ¿Por qué a nosotros nos honran en la Licia con asientos
poseemos campos grandes y magníficos a orillas del Janto, con viñas y tierras de
pan llevar? Preciso es que ahora nos sostengamos entre los más avanzados y nos
lancemos a la ardiente pelea, para que diga alguno de los licios, armados de
fuertes corazas: «No sin gloria imperan nuestros reyes en la Licia; y si comen
pingües ovejas y beben exquisito vino, dulce como la miel, también son
esforzados, pues combaten al frente de los licios». ¡Oh amigo! Ojalá que,
huyendo de esta batalla, nos libráramos para siempre de la vejez y de la muerte,
varones adquieren gloria; pero, como son muchas las clases de muerte que penden
sobre los mortales, sin que éstos puedan huir de ellas ni evitarlas, vayamos y
329 Así dijo; y Glauco ni retrocedió ni fue desobediente. Ambos fueron adelante
consigo la ruina. Ojeó la cohorte de los aqueos, por si divisaba a algún jefe
hallaban cerca. Pero no podía hacerse oír por más que gritara, porque era tanto
el estrépito, que el ruido de los escudos al parar los golpes, el de los cascos
las puertas se hallaban cerradas, y los troyanos, detenidos por las mismas,
343 Ve, divino Tootes, y llama corriendo a Ayante, o mejor a los dos; esto sería
preferible, pues pronto habrá aquí gran estrago. ¡Tal carga dan los caudillos
licios, que siempre han sido sumamente impetuosos en las encarnizadas peleas! Y
del muro de los aqueos, de broncíneas corazas, se detuvo cerca de los Ayantes, y
sea por breve tiempo. Que fuerais los dos, sería preferible; pues pronto habrá
a11í gran estrago. ¡Tal carga dan los caudillos licios, que siempre han sido
364 Así habló; y el gran Ayante Telamonio no fue desobediente. En el acto dijo
dánaos para que peleen con denuedo. Yo voy a11á, combatiré con aquéllos, y
370 Así habiendo hablado, Ayante Telamonio partió y con él fueron Teucro, su
378 Fue Ayante Telamonio el primero que mató a un hombre, al magnánimo Epicles,
compañero de Sarpedón, arrojándole una piedra grande y áspera que había dentro
del muro, en la parte más alta, cerca del parapeto. Difícilmente habría podido
sospesarla con ambas manos uno de los actuales jóvenes, y aquél la levantó y,
muralla, disparó una flecha a Glauco, esforzado hijo de Hipóloco, que valeroso
broncíneas labradas armas resonaron. Después, cogiendo con sus robustas manos un
atravesó con una flecha el lustroso correón del gran escudo, cerca del pecho;
mas Zeus apartó de su hijo las parcas, para que no sucumbiera junto a las naves;
atravesó, pero hizo vacilar al héroe cuando se disponía para el ataque. Sarpedón
se apartó un poco del parapeto, pero no se retiró del todo, porque en su ánimo
deseaba alcanzar gloria. Y volviéndose a los licios, iguales a los dioses, los
exhortó diciendo:
409 ¡Oh licios! ¿Por qué se afloja tanto vuestro impetuoso valor? Difícil es que
yo solo, aunque haya roto la muralla y sea valiente, pueda abrir camino hasta
las naves. Ayudadme todos, pues la obra de muchos siempre resulta mejor.
413 Así habló. Los licios, temiendo la reconvención del rey, junto con éste y
con mayores bríos que antes, cargaron a los argivos; quienes, a su vez, cerraron
las filas de las falanges dentro del muro, porque era grande la acción que se
les presentaba. Y ni los bravos licios, a pesar de haber roto el muro de los
dánaos, lograban abrirse paso hasta las naves; ni los belicosos dánaos podían
Como dos hombres altercan, con la medida en la mano, sobre los lindes de campos
contiguos y se disputan un pequeño espacio, así, licios y dánaos estaban
separados por los parapetos, y por cima de los mismos hacían chocar delante de
los pechos las rodelas de boyuno cuero y los ligeros broqueles. Ya muchos
combatientes habían sido heridos con el cruel bronce, unos en la espalda, que al
volverse dejaron indefensa, otros por entre el mismo escudo. Por doquiera torres
y parapetos estaban regados con sangre de troyanos y aqueos. Mas ni aun así los
troyanos podían hacer volver la espalda a los aqueos. Como una honrada obrera
coge un peso y lana y los pone en los platillos de una balanza, equilibrándolos
hasta que quedan iguales, para llevar a sus hijos el miserable salario, así el
combate y la pelea andaban iguales para unos y otros, hasta que Zeus quiso dar
excelsa gloria a Héctor Priámida, el primero que asaltó el muro aqueo. El héroe,
442 Así dijo para excitarlos. Escucháronlo todos; y reunidos fuéronse derechos
al muro, subieron y pasaron por encima de las almenas, llevando siempre en las
445 Héctor cogió entonces una piedra de ancha base y aguda punta que había
delante de la puerta: dos de los más forzudos hombres del pueblo, tales como son
hoy, con dificultad hubieran podido cargarla en un carro; pero aquél la manejaba
fácilmente porque el hijo del artero Crono la volvió liviana. Bien así como el
pastor lleva en una mano el vellón de un carnero, sin que el peso lo fatigue,
Héctor, alzando la piedra, la conducía hacia las tablas que fuertemente unidas
formaban las dos hojas de la alta puerta y estaban aseguradas por dos cerrojos
puestos en dirección contraria, que abría y cerraba una sola llave. Héctor se
detuvo delante de la puerta, separó los pies, y, estribando en el suelo para que
el golpe no fuese débil, arrojó la piedra al centro de aquélla: rompiéronse
ambos quiciales, cayó la piedra dentro por su propio peso, recrujieron las
las hojas y cada una fue por su lado, al impulso de la piedra. El esclarecido
un gran tumulto.
CANTO XIII*
1 Cuando Zeus hubo acercado a Héctor y los troyanos a las naves, dejó que
alimentan con leche; y de los abios, los más justos de los hombres. Y ya no
volvió a poner los brillantes ojos en Troya, porque su corazón no temía que
Desde a11í se divisaba todo el Ida, la ciudad de Príamo y las naves aqueas. En
aquel sitio habíase sentado Posidón al salir del mar; y compadecía a los aqueos,
vencidos por los troyanos, a la vez que cobraba gran indignación contra Zeus.
17 Pronto Posidón bajó del escarpado monte con ligera planta; las altas colinas
y las selvas temblaban debajo de los pies inmortales, mientras el dios iba
con arte, subió al carro y lo guió por cima de las olas. Debajo saltaban los
gozoso, sus aguas, y los ágiles caballos con apresurado vuelo y sin dejar que el
eje de bronce se mojara conducían a Posidón hacia las naves de los aqueos.
32 Hay una vasta gruta en lo hondo del profundo mar entre Ténedos y la escabrosa
Imbros; y, al llegar a ella, Posidón, que bate la tierra, detuvo los corceles,
desunciólos del carro, dioles a comer un pasto divino, púsoles en los pies
las naves de los aqueos y matar entre ellas a todos sus caudillos.
y en la voz infatigable, incitaba a los argivos desde que salió del profundo
que asaltaron en tropel la gran muralla, pues a todos resistirán los aqueos, de
hermosas grebas; pero es de temer, y mucho, que padezcamos algún daño en esta
parte donde aparece a la cabeza de los suyos el rabioso Héctor, semejante a una
llama, el cual blasona de ser hijo del prepotente Zeus. Una deidad levante el
ánimo en vuestro pecho para resistir firmemente y exhortar a los demás; con esto
podríais rechazar a Héctor de las naves, de ligero andar, por furioso que
59 Dijo así Posidón, que ciñe y bate la tierra; y, tocando a entrambos con el
los pies y las manos. Y como el gavilán de ligeras alas se arroja, después de
perseguir a un ave, de aquel modo apartóse de ellos Posidón, que bate la tierra.
El primero que le reconoció fue el ágil Ayante de Oileo, quien dijo al momento a
las huellas que dejan sus plantas y su andar, y a los dioses se les reconoce
fuerza aumenta y mis pies saltan, y deseo pelear yo solo con Héctor Priámida,
81 Así éstos conversaban, alegres por el bélico ardor que una deidad puso en sus
corazones; en tanto, Posidón, que ciñe la tierra, animaba a los aqueos de las
últimas filas, que junto a las veleras naves reparaban las fuerzas. Tenían los
peligro. Pero Posidón, que bate la tierra, intervino y reanimó fácilmente las
luce el día en que sucumbiremos a manos de los troyanos. ¡Oh dioses! Veo con mis
ojos un prodigio grande y terrible que jamás pensé que llegara a realizarse.
¡Venir los troyanos a nuestros bajeles! Parecíanse antes a las medrosas ciervas
que vagan por el monte, débiles y sin fuerza para la lucha, y son el pasto de
sus manos. Y ahora pelean lejos de la ciudad, junto a las naves, por la culpa
del caudillo y la indolencia de los hombres que, no obrando de acuerdo con él,
los mismos. Mas, aunque el héroe Atrida, el poderoso Agamenón, sea el verdadero
culpable de todo, porque ultrajó al Pelida de pies ligeros, en modo alguno nos
es lícito dejar de combatir. Remediemos con presteza el mal, que la mente de los
como sois los más valientes del ejército. Yo no increparía a un hombre tímido
mal. Poned en vuestros pechos vergüenza y pundonor, ahora que se promueve esta
125 Con tales amonestaciones, el que ciñe la tierra instigó a los aqueos.
Ares y Atenea, que enardece a los guerreros, si por ellas se hubiesen entrado.
Los tenidos por más valientes aguardaban a los troyanos y al divino Héctor, y
las astas y los escudos se tocaban en las cerradas filas: la rodela apoyábase en
penachos de crines de caballo y los lucientes conos de los cascos cuando alguien
inclinaba la cabeza. ¡Tan apiñadas estaban las filas! Cruzábanse las lamas, que
pelea.
derechura a los aqueos. Como la piedra insolente que cae de una cumbre y lleva
avenida causada por la mucha lluvia, y desciende dando tumbos con ruido que
de su ímpetu, de igual modo Héctor amenazaba con atravesar fácilmente por las
encontró las densas falanges, y tuvo que hacer alto después de un violento
choque. Los aqueos le afrontaron; procuraron herirlo con las espadas y lanzas de
doble filo, y apartáronle de ellos, de suerte que fue rechazado, y tuvo que
155 Con estas palabras les excitó a todos el valor y la fuerza. Entre los
troyanos iba muy ufano Deífobo Priámida, que se adelantaba ligero y se cubría
con el liso escudo. Meriones arrojóle una reluciente lanza, y no erró el tiro:
porque aquélla se rompió en la unión del asta con el hierro. Deífobo apartó de
héroe retrocedió al grupo de sus amigos, muy disgustado, así por la victoria
perdida, como por la rotura del arma, y luego se encaminó a las tiendas y naves
aqueas para tomar otra lanza grande de las que en su bajel tenía.
169 Los demás combatían, y una vocería inmensa se dejaba oír. Teucro Telamonio
fue el primero que mató a un hombre, al belicoso Imbrio, hijo de Méntor, rico en
caballos. Antes de llegar los aqueos, Imbrio moraba en Pedeo con su esposa
Medesicasta, hija bastarda de Príamo; mas así que llegaron las corvas naves de
los dánaos, volvió a Ilio, descolló entre los troyanos y vivió en el palacio de
Príamo, que le honraba como a sus propios hijos. Entonces el hijo de Telamón
guerrero cayó como el fresno nacido en una cumbre que desde lejos se divisa,
cuando es cortado por el bronce y vienen al suelo sus tiernas hojas. Así cayó
movido por el deseo de quitarle la armadura; pero Héctor le tiró una reluciente
guerrero cayó con estrépito, y sus armas resonaron. Héctor fue presuroso a
quitarle al magnánimo Anfímaco el casco que llevaba adaptado a las sienes;
hacerla llegar a su cuerpo, protegido todo por horrendo bronce, diole un bote en
medio del escudo, y rechazó al héroe con gran ímpetu; éste dejó los cadáveres, y
que, habiendo arrebatado una cabra a unos perros de agudos dientes, la llevan en
la boca por los espesos matorrales, en alto, levantada de la tierra, así los
cuello y la hizo rodar por entre la turba, cual si fuese una bola, hasta que
terrible pelea, se fue hacia las tiendas y naves de los aqueos para reanimar a
los dánaos y causar males a los troyanos. Encontróse con él Idomeneo, famoso por
su lanza, que volvía de acompañar a un amigo a quien sacaron del combate porque
los troyanos le habían herido en la corva con el agudo bronce. Idomeneo, una vez
Calidón reinaba sobre los etolios y era honrado por el pueblo cual si fuese un
dios:
219 ¡Idomeneo, príncipe de los cretenses! ¿Qué se hicieron las amenazas que los
todos sabemos combatir y nadie está poseído del exánime terror, ni deja por
flojedad la funesta batalla; sin duda debe de ser grato al prepotente Cronida
que los aqueos perezcan sin gloria en esta tierra, lejos de Argos. Mas, oh
Toante, puesto que siempre has sido belicoso y sueles animar al que ves remiso,
232 ¡Idomeneo! No vuelva desde Troya a su patria y venga a ser juguete de los
perros quien en el día de hoy deje voluntariamente de combatir. Ea, toma las
armas y ven a mi lado; apresurémonos por si, a pesar de estar solos, podemos
hacer algo provechoso. Nace una fuerza de la unión de los hombres, aunque sean
239 Dichas estas palabras, el dios se entró de nuevo por el combate de los
Idomeneo mientras éste corría. Encontróse con él, no muy lejos de la tienda, el
valiente escudero Meriones, que iba en busca de una lanza; y el fuerte Diomedes
dijo:
249 ¡Meriones, hijo de Molo, el de los pies ligeros, mi companero más querido!
¿Por qué vienes, dejando el combate y la pelea? ¿Acaso estás herido y te agobia
puntiaguda flecha? ¿Me traes, quizás, alguna noticia? Pues no deseo quedarme en
Zss ¡Idomeneo, príncipe de los cretenses, de broncíneas corazas! Vengo por una
lanza, si la hay en tu tienda; pues la que tenía se ha roto al dar un bote en el
sino veinte lanzas, que he quitado a los troyanos muertos en la batalla; pues
jamás combato a distancia del enemigo. He aquí por qué tengo lanzas, escudos
troyanos, mas no están cerca para tomarlos; que nunca me olvido de mi valor, y
en el combate, donde los hombres se hacen ilustres, aparezco siempre entre los
delanteros desde que se traba la batalla. Quizá algún otro de los aqueos de
275 Sé cuán grande es tu valor. ¿Por qué me refieres estas cosas? Si los más
señalados nos reuniéramos junto a las naves para armar una celada, que es donde
como no sabe tener firme ánimo en el pecho, no permanece tranquilo, sino que
dobla las rodillas y se sienta sobre los pies y el corazón le da grandes saltos
tiembla, una vez se ha emboscado, sino que desea que cuanto antes principie el
ociosos como unos simples; no sea que alguien nos increpe duramente. Ve a la
295 Así dijo; y Meriones, igual al veloz Ares, entrando en la tienda, cogió en
causa espanto; y los dos se arman y saliendo de la Tracia enderezan sus pasos
hacia los éfiros y los magnánimos flegis, y no escuchan los ruegos de ambos
pueblos, sino que dan la victoria a uno de ellos, de la misma manera, Meriones a
307 ¡Deucálida! ¿Por dónde quieres que penetremos en la turba: por la derecha
del ejército, por en medio o por la izquierda? Pues no creo que los melenudos
312 Hay en el centro quienes defiendan las naves: los dos Ayantes y Teucro, el
más diestro arquero aqueo y esforzado también en el combate a pie firme; ellos
se bastan para rechazar a Héctor Priámida por fuerte que sea y por incitado que
esté a la batalla. Difícil será, aunque tenga muchos deseos de pelear, que,
triunfando del valor y de las manos invictas de aquéllos, llegue a incendiar los
bajeles; a no ser que el mismo Cronión arroje una tea encendida en las ligeras
naves. El gran Ayante Telamonio no cedería a ningún hombre mortal que coma el
fruto de Deméter y pueda ser herido con el bronce o con grandes piedras; ni
siquiera se retiraría a vista de Aquiles, que rompe las filas de los guerreros,
328 Así dijo; y Meriones, igual al veloz Ares, echó a andar hasta que llegaron
330 Cuando los troyanos vieron a Idomeneo, que por su impetuosidad parecía una
otros por entre la turba y arremetieron todos contra aquél. Y se trabó una
refriega, sostenida con igual tesón por ambas partes, junto a las popas de las
naves. Como aparecen de repente las tempestades, suscitadas por los sonoros
vientos un día en que los caminos están llenos de polvo y se levanta una gran
nube del mismo, así entonces unos y otros vinieron a las manos, deseando en su
batalla, destructora de hombres, se presentaba horrible con las largas picas que
desgarran la carne y que los guerreros manejaban; cegaba los ojos el resplandor
afligirse.
preparaban deplorables males a los héroes. Zeus quería que triunfaran Héctor y
los troyanos para glorificar a Aquiles, el de los pies ligeros; mas no por eso
deseaba que el ejército aqueo pereciera totalmente delante de Ilio, pues sólo
ocultamente del espumoso mar, recorría las filas y animaba a los argivos, porque
le afligía que fueran vencidos por los troyanos, y se indignaba mucho contra
Zeus. Igual era el origen de ambas deidades y una misma su prosapia, pero Zeus
había nacido primero y sabía más, por esto Posidón evitaba el socorrer
361 Entonces Idomeneo, aunque ya semicano, animó a los dánaos, arremetió contra
Casandra, la más hermosa de las hijas de Príamo, sin obligación de dotarla; pero
ofreciendo una gran cosa: que echaría de Troya a los aqueos. El anciano Príamo
medio del vientre, cayó el guerrero con estrépito, a Idomeneo dijo con
jactancia:
las hijas del Atrida y te la daremos por mujer, si junto con los nuestros
del ponto nos pondremos de acuerdo sobre el casamiento; que no somos malos
suegros.
como peón delante de su carro, cuyos corceles, gobernados por el auriga, sobre
los mismos hombros del guerrero resoplaban. Asio deseaba en su corazón herir a
la barba, hasta que el bronce salió al otro lado. Cayó el troyano como en el
monte la encina, el álamo o el elevado pino que unos artífices cortan con
afiladas hachas para convertirlo en mástil de navío; así yacía aquél, tendido
delante de los corceles y del carro, rechinándole los dientes y cogiendo con las
torcer la rienda a los caballos para escapar de las manos de los enemigos. Y el
del bien construido carro; y Antíloco, hijo del magnánimo Néstor, sacó los
caballos de entre los troyanos y se los llevó hacia los aqueos, de hermosas
grebas.
encongiéndose debajo de su liso escudo, que estaba formado por boyunas pieles y
una lámina de bruñido bronce con dos abrazaderas, la broncínea lanza resbaló por
la superficie del escudo, que sonó roncamente, y no fue lanzada en balde por el
robusto brazo de aquél, pues fue a clavarse en el hígado, debajo del diafragma,
414 Asio yace en tierra, pero ya está vengado. Figúrome que, al descender a la
Equio, y el divino Alástor, llevaron a Hipsenor, que daba hondos suspiros, hacia
424 Idomeneo no dejaba que desfalleciera su gran valor y deseaba siempre o sumir
la ruina a los aqueos. Posidón dejó que sucumbiera a manos de Idomeneo, el hijo
hermosura, destreza y talento entre todas las de su edad, y a causa de esto casó
con ella el hombre más ilustre de la vasta Troya): el dios ofuscóle los
mientras estaba inmóvil como una columna o un árbol de alta copa, y le rompió la
éste; pero pronto el arma impetuosa perdió su fuerza. E Idomeneo con gran
446 ¡Deífobo! Ya que tanto te glorías, ¿no te parece que es una buena
compensación haber muerto a tres, por uno que perdimos? Ven, hombre admirable,
ponte delante y verás quién es este descendiente de Zeus que aquí ha venido;
porque Zeus engendró a Minos, protector de Creta, Minos fue padre del eximio
Deucalión, y de éste nací yo, que reino sobre muchos hombres en la vasta Creta y
vine en las naves para ser una plaga para ti, para to padre y para los demás
troyanos.
455 Así dijo; y Deífobo vacilaba entre retroceder para que se le juntara alguno
busca de Eneas, y le halló entre los últimos; pues siempre estaba irritado con
Alcátoo, que te crió cuando eras niño y ha muerto a manos de Idomeneo, famoso
por su lanza.
468 Así dijo. Eneas sintió que en el pecho se le conmovía el corazón, y se fue
hacia Idomeneo con grandes deseos de pelear. Éste no se dejó vencer del temor,
cual si fuera un niño, sino que to aguardó como el jabalí que, confiando en su
fuerza, espera en un paraje desierto del monte el gran tropel de hombres que se
avecina, y con las cerdas del lomo erizadas y los ojos brillantes como ascuas
igual manera Idomeneo, famoso por su lanza, aguardaba sin arredrarse a Eneas,
481 Venid, amigos, y ayudadme; pues estoy solo y temo mucho a Eneas, ligero de
pies, que contra mí arremete. Es muy vigoroso para matar hombres en el combate,
que tengo, fuésemos de la misma edad, pronto o alcanzaría él una gran victoria
487 Así dijo; y todos con el mismo ánimo en el pecho y los escudos en los
hombros se pusieron al lado de Idomeneo. También Eneas exhortaba a sus amigos,
jefes, como las ovejas siguen al carnero cuando después del pasto van a beber, y
496 Pronto trabaron alrededor del cadaver de Alcátoo un combate cuerpo a cuerpo,
darse botes de lanza los unos a los otros. Dos hombres belicosos y señalados
con el cruel bronce. Eneas arrojó el primero la lanza a Idomeneo; pero, como
vibrando, y el arma fue echada en balde por el robusto brazo. Idomeneo hundió la
desgarró las entrañas: el troyano, caído en el polvo, asió el suelo con las
manos. Acto continuo, Idomeneo arrancó del cadaver la ingente lanza, pero no le
pudo quitar de los hombros la magnífica armadura, porque estaba abrumado por los
tiros. Como ya no tenía seguridad en sus pies para recobrar la lanza que había
áureas nubes, con otros dioses inmortales por la voluntad de Zeus, el cual no
permitía que intervinieran en la batalla.
Deífobo logró quitar el reluciente casco, pero Meriones, igual al veloz Ares,
dio a Deífobo una lanzada en el brazo y le hizo soltar el casco con agujeros a
lanza de la parte superior del brazo y retrocedió hasta el grupo de sus amigos.
por la cintura, to condujo adonde tenía los rápidos corceles con el labrado
carro, que estaban algo distantes de la lucha y del combate, gobernados por un
auriga. Ellos llevaron a la ciudad al héroe, que se sentía agotado, daba hondos
540 Los demás combatían y alzaban una gritería inmensa. Eneas, acometiendo a
muerte destructora rodeó al guerrero. Antíloco, como advirtiera que Toón volvía
pie atrás, arremetió contra él y le hirió: cortóle la vena que, corriendo por el
los brazos a los compañeros queridos. Acudió Antíloco y le quitó de los hombros
la armadura, mirando a todos lados, mientras los troyanos iban cercándole ya por
éste, ya por aquel lado, a intentaban herirle; mas el ancho y labrado escudo
paró los golpes, y ni aun consiguieron rasguñar la tierna piel del héroe con el
cruel bronce, porque Posidón, que bate la tierra, defendió al hijo de Néstor
contra los muchos tiros. Antíloco no se apartaba nunca de los enemigos, sino que
turba; y, acercándosele, le dio con el agudo bronce un bote en medio del escudo;
Antíloco, a hizo vano el golpe rompiendo la lanza en dos partes, una de las
cuales quedó clavada en el escudo, como estaca consumida por el fuego, y la otra
cayó al suelo. Adamante retrocedió hacia el grupo de sus amigos, para evitar la
muerte; pero Meriones corrió tras él y arrojóle la lanza, que penetró por entre
el ombligo y las partes verendas, donde son muy peligrosas las heridas que
Adamante, cayendo encima de ella, se agitaba como un buey a quien los pastores
han atado en el monte con recias cuerdas y llevan contra su voluntad; así aquél,
al sentirse herido, se agitó algún tiempo, que no fue de larga duración porque
Meriones se le acercó, arrancóle la lanza del cuerpo y las tinieblas velaron los
576 Héleno dio a Deípiro un tajo en una sien con su gran espada tracia, y le
rompió el casco. Éste, sacudido por el golpe, cayó al suelo, y rodando fue a
parar a los pies de un guerrero aqueo que to alzó de tierra. A Deípiro tenebrosa
581 Gran pesar sintió por ello el Atrida Menelao, valiente en el combate; y,
con una flecha arrojada por el arco. El Priámida dio con la saeta en el pecho de
Menelao, donde la coraza presentaba una concavidad; pero la cruel flecha fue
rechazada y voló a otra parte. Como en la espaciosa era saltan del bieldo las
negruzcas habas o los garbanzos al soplo sonoro del viento y al impulso del
aventador, de igual modo, la amarga flecha, repelida por la coraza del glorioso
lana de oveja, bien tejida, que les facilitó el escudero del pastor de hombres.
su vida, empujándole para que fuese vencido por ti, oh Menelao, en la terrible
del glorioso Menelao, pero no pudo atravesar el bronce: resistió el ancho escudo
del yelmo, adornado con crines de caballo, debajo del penacho; y Menelao hundió
los ojos, ensangrentados, cayeron en el polvo, a los pies del guerrero, que se
620 ¡Así dejaréis las naves de los aqueos, de ágiles corceles, oh troyanos
vergonzosa afrenta, infames perros, sin que vuestro corazón temiera la ira
terrible del tonante Zeus hospitalario, que algún día destruirá vuestra ciudad
naves surcadoras del ponto, y dar muerte a los héroes aqueos; pero quizás os
Dicen que superas en inteligencia a los demás dioses y hombres, y todo esto
espíritu siempre perverso, y que nunca se pueden hartar de la guerra a todos tan
funesta? De todo llega el hombre a saciarse: del sueño, del amor, del dulce
canto y de la agradable danza, cosas más apetecibles que la pelea; pero los
delanteros.
643 Entonces le salió al encuentro Harpalión, hijo del rey Pilémenes, que fue a
troyano dio un bote de lanza en medio del escudo del Atrida, pero no pudo
en la nalga derecha del troyano, atravesó la vejiga por debajo del hueso y salió
al otro lado. Y Harpalión, cayendo a11í en brazos de sus amigos, dio el alma y
quedó tendido en el suelo como un gusano; de su cuerpo fluía negra sangre que
padre iba con ellos derramando lágrimas, y ninguna venganza pudo tomar de
aquella muerte.
660 Paris, muy irritado en su espíritu por la muerte de Harpalión, que era su
Euquenor, rico y valiente, que era vástago del adivino Poliido, habitaba en
Corinto y se embarcó para Troya, no obstante saber la funesta suerte que a11í le
aguardaba. El buen anciano Poliido habíale dicho repetidas veces que moriría en
aqueas, y él, queriendo evitar los baldones de los aqueos y la enfermedad odiosa
con sus dolores, decidió it a Ilio. A éste, pues, Paris le clavó la flecha por
673 Así combatían con el ardor de encendido fuego. Héctor, caro a Zeus, aún no
se había enterado, a ignoraba por entero que sus tropas fuesen destruidas por
los argivos a la izquierda de las naves. Pronto la victoria hubiera sido de los
aqueos. ¡De tal suerte Posidón, que ciñe y sacude la tierra, los alentaba y
hasta los ayudaba con sus propias fuerzas! Estaba Héctor en el mismo lugar
adonde había llegado después que pasó las puertas y el muro y rompió las
cerradas filas de los escudados dánaos. A11í, en la playa del espumoso mar,
para defenderlas un muro bajo, porque los hombres y corceles acampados en aquel
685 Los beocios, los jonios, de rozagante vestidura, los locrios, los ptiotas y
los ilustres epeos detenían al divino Héctor, que, semejante a una llama,
de ellos. Los atenienses habían sido designados para las primeras filas y los
los ptiotas estaban Medonte y el belicoso Podarces: aquél era hijo bastardo del
otro era hijo de Ificlo Filácida. Ambos se habían armado y puesto al frente de
los magnánimos ptiotas, y combatían en unión con los beocios para defender las
naves.
en tierra noval dos negros bueyes tiran con igual ánimo del sólido arado,
abundante sudor brota en torno de sus cuernos, y sólo los separa el pulimentado
yugo mientras andan por los surcos para abrir el hondo seno de la tierra, así,
tan cercanos el uno del otro, estaban los Ayantes. A1 Telamonio seguíanle muchos
los locrios, porque no podían sostener una lucha a pie firme: no llevaban
Aquéllos peleaban al frente con Héctor y los suyos; éstos, ocultos detrás,
disparaban; y los troyanos apenas pensaban en combatir, porque las flechas los
ponían en desorden.
723 Entonces los troyanos hubieran vuelto en deplorable fuga de las naves y
para decirle:
726 ¡Héctor! Eres reacio en seguir los pareceres ajenos. Porque un dios te ha
dado esa superioridad en las cosas de la guerra, ¿crees que aventajas a los
demás en prudencia? No es posible que tú solo lo reúnas todo. La divinidad a uno
un espíritu prudente que aprovecha a gran número de hombres, salva las ciudades
más conveniente. Alrededor de ti arde la pelea por todas partes; pero de los
magnánimos troyanos que pasaron la muralla, unos se han retirado con sus armas,
y otros, dispersos por las naves, combaten con mayor número de hombres.
Retrocede y llama a los más valientes caudillos para deliberar si nos conviene
alejarnos de ellas antes que seamos heridos. Temo que los aqueos se desquiten de
748 Así habló Polidamante, y su prudence consejo plugo a Héctor, que saltó en
seguida del carro a tierra, sin dejar las armas, y le dijo estas aladas
palabras:
751 ¡Polidamante! Reúne tú a los más valientes caudillos, mientras voy a la otra
parte de la batalla y vuelvo tan pronto como haya dado las conveniences órdenes.
profiriendo gritos por entre los troyanos y sus auxiliares. Todos los caudillos
se encaminaron hacia el bravo Polidamante Pantoida así que oyeron las palabras
Héleno, a Adamante Asíada, y a Asio, hijo de Hírtaco; pero no los halló ilesos
ni a todos salvados de la muerte: los unos yacían, muertos por los argivos,
junto a las naves aqueas; y los demás, heridos, quién de cerca, quién de lejos,
están Deífobo, el robusto rey Héleno, Adamante Asíada y Asio, hijo de Hírtaco?
775 ¡Héctor! Ya que tienes intención de culparme sin motivo, quizás otras veces
fui más remiso en la batalla, aunque no del todo pusilánime me dio a luz mi
madre. Desde que al frente de los compañeros promoviste el combate junto a las
naves, peleamos sin cesar contra los dánaos. Los amigos por quienes preguntas
han muerto, menos Deífobo y el robusto rey Héleno; los cuales, heridos en el
brazo por ingentes lanzas, se fueron, y el Cronión les salvó la vida. Llévanos
que éstas permiten, nada es posible hacer en la guerra, por enardecido que uno
esté.
donde era más ardiente el combate y la pelea; a11í estaban Cebríones, el eximio
hijos los dos últimos de Hipotión; todos los cuales habían llegado el día
mar con ruido inmenso levanta grandes y espumosas olas que se van sucediendo,
así los troyanos seguían en filas cerradas a los caudillos, y el bronce de sus
armas relucía. Iba a su frente Héctor Priámida, cual si fuese Ares, funesto a
los mortales: llevaba por delante un escudo liso, formado por muchas pieles de
sienes. Movíase Héctor, defendiéndose con la rodela, y probaba por codas partes
si las falanges cedían, pero no logró turbar el ánimo en el pecho de los aqueos.
Entonces Ayante adelantóse con ligero paso y provocóle con estas palabras:
810 ¡Varón admirable! ¡Acércate! ¿Por qué quieres amedrentar de este modo a los
argivos? No somos inexpertos en la guerra, sino que los aqueos sucumben debajo
del cruel azote de Zeus. Tú esperas destruir las naves, pero nosotros tenemos
los brazos prontos para defenderlas; y mucho antes que to consigas, vuestra
populosa ciudad será tomada y destruida por nuestras manos. Yo to aseguro que
está cerca el momento en que tú mismo, puesto en fuga, pedirás al padre Zeus y a
los demás inmortales que tus corceles de hermosas crines sean más veloces que
en la llanura.
821 Así que acabó de hablar, pasó por cima de ellos, hacia la derecha, un águila
Héctor respondió:
824 ¡Ayante lenguaz y fanfarrón! ¿Qué dijiste? Así fuera yo para siempre hijo de
Zeus, que lleva la égida, y me hubiese dado a luz la venerable Hera y gozara de
los mismos honores que Atenea o Apolo, como este día será funesto para todos los
larga pica: ésta te desgarrará el delicado cuerpo; y tú, cayendo junto a las
naves aqueas, saciarás a los perros de los troyanos y a las aves con to grasa y
tus carnes.
833 En diciendo esto, pasó adelante; los otros capitanes le siguieron con
vocerío inmenso; y detrás las tropas gritaban también. Los argivos movían por su
CANTO XIV*
Engaño de Zeus
* Zeus, por una atiagaza de Hera, cae rendido por el suerto, y Posidón se pone
al frente de los aqueos. Ayante pone fuera de combate a Héctor, y sus hombres
tienen que retorceder más a11á del muro y del foso del campamento aqueo.
3 ¿Cómo crees, divino Macaón, que acabarán estas cosas? junto a las naves es
cada vez mayor el vocerío de los robustos jóvenes. Tú, sentado aquí, bebe el
hijo Trasimedes, domador de caballos, había dejado a11í por haberse llevado el
Pronto se detuvo ante el vergonzoso espectáculo que se ofreció a sus ojos: los
aqueos eran derrotados por los feroces troyanos y la gran muralla aquea estaba
destruida. Como el piélago inmenso empieza a rizarse con sordo ruido y purpúrea,
presagiando la rápida venida de los sonoros vientos, pero no mueve las olas
hasta que Zeus envía un viento determinado; así el anciano hallábase perplejo
mataban unos a otros, y el duro bronce resonaba alrededor de sus cuerpos a los
27 Encontráronse con Néstor los reyes, alumnos de Zeus, que antes fueron heridos
naves. Éstas habían sido colocadas lejos del campo de batalla, en la orilla del
de las popas. Porque la ribera, con ser vasta, no hubiera podido contener todos
los bajeles en una sola fila, y además el ejército se hubiera sentido estrecho;
y por esto los pusieron escalonados y llenaron con ellos el gran espacio de
costa que limitaban altos promontorios. Los reyes iban juntos, con el ánimo
42 ¡Oh Néstor Nelida, gloria insigne de los aqueos! ¿Por qué vienes, dejando la
homicida batalla? Temo que el impetuoso Héctor cumpla la amenaza que me hizo en
su arenga a los troyanos: Que no regresaría a Ilio antes de pegar fuego a las
naves y matar a los aqueos. Así decía, y todo se va cumpliendo. ¡Oh dioses! Los
aqueos, de hermosas grebas, tienen, como Aquiles, el ánimo poseído de ira contra
reparo para las veleras naves y para nosotros mismos; y junto a ellas los
Deliberemos sobre lo que puede ocurrir, por si nuestra mente da con alguna traza
65 ¡Néstor! Puesto que ya los troyanos combaten junto a las popas de las naves y
de ninguna utilidad ha sido el muro con su foso que los dánaos construyeron con
tanta fatiga, esperando que fuese indestructible reparo para las naves y para
ellos mismos; sin duda debe de ser grato al prepotente Zeus que los aqueos
perezcan sin gloria aquí, lejos de Argos. Antes yo veía que el dios auxiliaba,
benévolo, a los dánaos, mas al presente da gloria a los troyanos, cual si fuesen
procedamos todos como voy a decir. Arrastremos las naves que se hallan más cerca
de la orilla, echémoslas al mar divino y que estén sobre las anclas hasta que
podremos echar las restantes. No es reprensible evitar una desgracia, aunque sea
ciudad troyana de anchas calles, después que hemos padecido por ella tantas
fatigas? Calla y no oigan los aqueos esas palabras, las cuales no saldrían de la
boca de ningún varón que supiera hablar con espíritu prudente, llevara cetro y
fuera obedecido por tantos hombres cuanto son los argivos sobre quienes imperas.
Repruebo del todo la proposición que hiciste: sin duda nos aconsejas que echemos
al mar las naves de muchos bancos durante el combate y la pelea, para que más
las naves son echadas al mar; sino que, volviendo los ojos adonde puedan huir,
los aqueos arrastraran al mar, contra su voluntad, las naves de muchos bancos.
Ojalá que alguien, joven o viejo, propusiera una cosa mejor, pues le oiría con
gusto.
que soy más joven que vosotros, pues me glorío de haber tenido por padre al
valiente Tideo, cuyo cuerpo está enterrado en Teba. Engendró Porteo tres hijos
caballero Eneo, mi abuelo paterno, que era el más valiente. Eneo quedóse en su
porque así to quisieron Zeus y los demás dioses, casó con una hija de Adrasto y
todos los aqueos en el manejo de la lanza. Tales cosas las habréis oído referir
como ciertas que son. No sea que, figurándoos quizás que por mi linaje he de ser
de los tiros para no recibir herida sobre herida; animemos a los demás y hagamos
alejados y no pelean.
levantarán nubes de polvo en la llanura espaciosa; tú mismo los verás huir desde
147 Cuando así hubo hablado, dio un gran alarido y empezó a correr por la
contienda de Ares, tan pujante fue la voz que el soberano Posidón, que bate la
153 Hera, la de áureo trono, miró con sus ojos desde la cima del Olimpo, conoció
hombres, y se regocijó en el alma; pero vio a Zeus sentado en la más alta cumbre
Hera veneranda, la de ojos de novilla, pensaba cómo podría engañar a Zeus, que
lleva la égida. A1 fin parecióle que la mejor resolución sería ataviarse bien y
ella lograba derramar dulce y placentero sueño sobre los párpados y el prudente
espíritu del dios. Sin perder un instante, fuese a la habitación labrada por su
hijo Hefesto la cual tenía una sólida puerta con cerradura oculta que ninguna
otra deidad sabía abrir , entró, y, habiendo entornado la puerta, lavóse con
ambrosía el cuerpo encantador y lo untó con un aceite craso, divino, suave y tan
compuso el cabello y con sus propias manos formó los rizos lustrosos, bellos,
divino, adornado con muchas bordaduras, que Atenea le había labrado, y sujetólo
al pecho con broche de oro. Púsose luego un ceñidor que tenía cien borlones, y
colgó de las perforadas orejas unos pendientes de tres piedras preciosas grandes
como ojos, espléndidas, de gracioso brillo. Después, la divina entre las diosas
se cubrió con un velo hermoso, nuevo, tan blanco como el sol, y calzó sus
nítidos pies con bellas sandalias. Y cuando hubo ataviado su cuerpo con todos
194 ¡Hera, venerable diosa, hija del gran Crono! Di qué quieres; mi corazón me
198 Dame el amor y el deseo con los cuales rindes a todos los inmortales y a los
mortales hombres. Voy a los confines de la fértil tierra para ver a Océano,
Crono debajo de la tierra y del mar estéril. Iré a visitarlos para dar fin a sus
rencillas. Tiempo ha que se privan del amor y del tálamo, porque la cólera anidó
212 No es posible ni sería conveniente negarte lo que Aides, pues duermes en los
214 Dijo; y desató del pecho el cinto bordado, de variada labor, que encerraba
todos los encantos: hallábanse a11í el amor, el deseo, las amorosas pláticas y
el lenguaje seductor que hace perder el juicio a los más prudentes. Púsolo en
222 Así dijo. Sonrióse Hera veneranda, la de ojos de novilla; y, sonriente aún,
224 Afrodita, hija de Zeus, volvió a su morada y Hera dejó en raudo vuelo la
cima del Olimpo, y, pasando por la Pieria y la deleitosa Ematia, salvó las altas
y nevadas cumbres de las montañas donde viven los jinetes tracios, sin que sus
Lemnos, ciudad del divino Toante. Allí se encontró con el Sueño, hermano de la
233 ¡Sueño, rey de todos los dioses y de todos los hombres! Si en otra ocasión
escabel que te sirva para apoyar las nítidas plantas, cuando asistas a los
festines.
243 ¡Hera, venerable diosa, hija del gran Crono! Fácilmente adormecería a
cualquier otro de los sempiternos dioses y aun a las corrientes del río Océano,
del cual son oriundos todos, pero no me acercaré ni adormeceré a Zeus Cronión,
torno suyo; y tú, que intentabas causar daño a Heracles, conseguiste que los
lejos de sus amigos. Zeus despertó y encendióse en ira: maltrataba a los dioses
porque temió hacer algo que a la rápida Noche desagradara. Y ahora me mandas
264 Oh Sueño, ¿por qué en la mente revuelves tales cosas? ¿Crees que el
irritó protegía a su hijo Heracles? Ea, ve y prometo darte, para que te cases
con ella y lleve el nombre de esposa tuya, la más joven de las Gracias [Pasitea,
271 Ea, jura por el agua inviolable de la Éstige, tocando con una mano la fértil
tierra y con la otra el brillante mar, para que sean testigos los dioses de
debajo de la tierra que están con Crono, que me darás la más joven de las
277 Así dijo. No desobedeció Hera, la diosa de los níveos brazos, y juró, como
Ida, abundante en manantiales y criador de fieras; allí pasaron del mar a tierra
árboles de la selva. Detúvose el Sueño antes que los ojos de Zeus pudieran
aire llegaba al éter, se ocultó entre las ramas como la montaraz ave canora
292 Hera subió ligera al Gárgaro, la cumbre más alta del Ida; Zeus, que amontona
espíritu el mismo deseo que, cuando gozaron las primicias del amor, acostándose
298 ¡Hera! ¿Adónde vas, que tan presurosa vienes del Olimpo, sin los caballos y
301 Voy a los confines de la fértil tierra, a ver a Océano, origen de los
educaron en su palacio. Iré a visitarlos para dar fin a sus rencillas. Tiempo ha
que se privan del amor y del tálamo, porque la cólera invadió sus corazones.
Tengo al pie del Ida, abundante en manantiales, los corceles que me llevarán por
tierra y por mar, y vengo del Olimpo a participártelo; no fuera que to irritaras
313 ¡Hera! Allá se puede ir más tarde. Ea, acostémonos y gocemos del amor. Jamás
la pasión por una diosa o por una mujer se difundió por mi pecho, ni me avasalló
como ahora: nunca he amado así, ni a la esposa de Ixión, que parió a Pintoo
ni a la gloriosa Leto; ni a ti misma: con tal ansia te amo en este momento y tan
del amor en las cumbres del Ida, donde todo es patente! ¿Qué ocurriría si alguno
Hefesto labró, cerrando la puerta con sólidas tablas que encajan en el marco.
342 ¡Hera! No temas que nos vea ningún dios ni hombre: te cubriré con una nube
dorada que ni el Sol, con su luz, que es la más penetrante de todas, podría
tierra produjo verde hierba, loto fresco, azafrán y jacinto espeso y tierno para
levantarlos del suelo. Acostáronse allí y cubriéronse con una hermosa nube
352 Tan tranquilamente dormía el padre sobre el alto Gárgaro, vencido por el
sueño y el amor y abrazado con su esposa. El dulce Sueño corrió hacia las naves
357 ¡Posidón! Socorre pronto a los dánaos y dales gloria, aunque sea breve,
mientras duerme Zeus, a quien he sumido en dulce letargo, después que Hera,
361 Dicho esto, fuese hacia las ínclitas tribus de los hombres. Y Posidón, más
incitado que antes a socorrer a los dánaos, saltó en seguida a las primeras
porque Aquiles permanece en las cóncavas naves con el corazón irritado. Pero
Pero, ea, procedamos todos como voy a decir. Embrazad los escudos mayores y más
coged las picas más largas, y pongámonos en marcha: yo iré delante, y no creo
varón, que siendo bravo, tenga un escudo pequeño para proteger sus hombros,
378 Así dijo, y ellos le escucharon y obedecieron. Los mismos reyes el Tidida,
armas. El esforzado tomaba las más fuertes y daba las peores al que le era
impedía a todos.
388 Por su parte, el esclarecido Héctor puso en orden a los troyanos. Y Posidón,
embistieron con gran alboroto. No braman tanto las olas del mar cuando,
selva; ni suena tanto el viento en las altas copas de las encinas, si arreciando
grupo de sus amigos para evitar la muerte. El gran Ayante Telamonio, al ver que
Héctor se retiraba, cogió una de las muchas piedras que servían para calzar las
naves y rodaban entonces entre los pies de los combatientes, y con ella le hirió
en el pecho, por cima del escudo, junto a la garganta; la piedra, lanzada con
ímpetu, giraba como un torbellino. Como viene a tierra la encina arrancada de
raíz por el. rayo del padre Zeus, despidiendo un fuerte olor de azufre, y el que
se halla cerca desfallece, pues el rayo del gran Zeus es formidable, de igual
labrado bronce resonó en torno del cuerpo. Los aqueos corrieron hacia Héctor,
ni de lejos, porque fue rodeado por los más valientes troyanos Polidamante,
y los otros tampoco le abandonaron, pues se pusieron delante con sus rodelas.
condujéronle adonde tenía los ágiles corceles con el labrado carro y el auriga,
433 Mas, al llegar al vado del voraginoso Janto, río de hermosa corriente que el
inmortal Zeus engendró, bajaron a Héctor del carro y le rociaron el rostro con
obscura cubrió sus ojos, porque aún tenía débil el ánimo a consecuencia del
golpe recibido.
440 Los argivos, cuando vieron que Héctor se ausentaba, arremetieron con más
Oileo fue el primero que, acometiendo con la puntiaguda lanza, hirió a Satnio
Enópida, a quien una náyade había tenido de Énope, mientras éste apacentaba
rebaños a orillas del Satnioente; Ayante Oilíada, famoso por su lanza, llegóse a
polvo, cogió el suelo con sus manos. Y Polidamante exclamó con gran jactancia y
a voz en grito:
454 No creo que el brazo robusto del valeroso Pantoida haya despedido la lanza
pero en cambio la recibió Arquéloco, hijo de Anténor, a quien los dioses habían
cabeza, boca y narices llegaron al suelo antes que las piernas y las rodillas. Y
475 Así dijo, porque le conocía bien; y a los troyanos se les llenó el corazón
protegerlo, envasó la lanza a Prómaco, el beocio, cuando éste cogía por los pies
479 ¡Argivos que sólo con el arco sabéis combatir y nunca os cansáis de proferir
amenazas! El trabajo y los pesares no han de ser solamente para nosotros, y
algún día recibiréis la muerte de este mismo modo. Mirad a Prómaco, que yace en
el suelo, vencido por mi lanza, para que la venganza por la muerte de un hermano
no sufra dilación. Por esto el hombre que es víctima de alguna desgracia, anhela
486 Así dijo. Sus jactanciosas frases apesadumbraron a los argivos y conmovieron
aguardó la acometida del rey Penéleo. Éste hirió a Ilioneo, hijo único que a
Forbante hombre rico en ovejas y amado sobre todos los troyanos por Hermes, que
le dio muchos bienes su esposa le había parido: la lanza, penetrando por debajo
guerrero vino al suelo con los brazos abiertos. Penéleo, desnudando la aguda
espada, le cercenó la cabeza, que cayó a tierra con el casco; y, como la fornida
lanza seguía clavada en el ojo, cogióla, levantó la cabeza cual si fuese una
501 ¡Teucros! Decid en mi nombre a los padres del ilustre Ilioneo que le lloren
aqueos.
506 Así habló. A todos les temblaban las carnes de miedo, y cada cual buscaba
508 Decidme ahora, Musas, que poseéis olímpicos palacios, cuál fue el primer
aqueo que alzó del suelo cruentos despojos, cuando el ilustre Posidón, que bate
511 Ayante Telamonio, el primero, hirió a Hirtio Girtíada; Antíloco hizo perecer
salió presurosa por la herida, y la obscuridad cubrió los ojos del guerrero. Y
CANTO XV*
la intervención de Posidón: dentro del campamento aqueo. Guiados por Zeus atacan
muriendo muchos a manos de los dánaos, llegaron al sitio donde tenían los
Levantóse y vio a los troyanos perseguidos por los aqueos, que los ponían en
sangre; que no fue el más débil de los aqueos quien le causó la herida. El padre
de los hombres y de los dioses, compadeciéndose de él, miró con torva y terrible
en medio del éter y de las nubes, los dioses del vasto Olimpo te rodeaban
indignados, pero no podían desatarte si entonces llego a coger a alguno, le
arrojo de estos umbrales y llega a la tierra casi sin vida y yo no lograba echar
del corazón el continuo pesar que sentía por el divino Heracles, a quien tú,
promoviendo una tempestad con el auxilio del viento Bóreas, arrojaste con
después que hubo padecido muchas fatigas. Te to recuerdo para que pongas fin a
que nunca juraría en vano: No es por mi consejo que Posidón, el que sacude la
tierra, daña a los troyanos y a Héctor y auxilia a los otros; quizás su mismo
ánimo le incita a impele, y ha debido compadecerse de los aqueos al ver que son
derrotados junto a las naves. Mas yo aconsejana a Posidón que fuera por donde
venir a Iris y a Apolo, famoso por su arco; para que aquélla, encaminándose al
ejército de los aqueos, de corazas de bronce, diga al soberano Posidón que cese
infunda valor y le haga olvidar los dolores que le oprimen el corazón, a fin de
que rechace nuevamente a los aqueos, los cuales llegarán en cobarde fuga a las
compañero Patroclo, que morirá, herido por la lanza del preclaro Héctor, cerca
a Héctor. Desde aquel instante haré que los troyanos sean perseguidos
continuamente desde las naves, hasta que los aqueos tomen la excelsa Ilio. Y no
cesará mi enojo, ni dejaré que ningún inmortal socorra a los dánaos, mientras no
se cumpla el voto del Pelida, como lo prometí, asintiendo con la cabeza, el día
en que la diosa Tetis abrazó mis rodillas y me suplicó que honrase a Aquiles,
asolador de ciudades.
78 Así dijo. Hera, la diosa de los níveos brazos, no fue desobediente, y pasó de
los montes ideos al vasto Olimpo. Como corre veloz el pensamiento del hombre
que, habiendo viajado por muchas tierras, las recuerda en su reflexivo espíritu,
y dice «estuve aquí o a11í» y revuelve en la mente muchas cosas, tan rápida y
presurosa volaba la venerable Hera, y pronto llegó al excelso Olimpo. Los dioses
que le presentaba Temis, la de hermosas mejillas, que fue la primera que corrió
90 ¡Hera! ¿Por qué vienes con esa cara de espanto? Sin duda te atemorizó tu
los demás inmortales qué desgracias anuncia Zeus; figúrome que nadie, sea hombre
100 Dichas estas palabras, sentóse la venerable Hera. Afligiéronse los dioses en
104 ¡Cuán necios somos los que tontamente nos irritamos contra Zeus! Queremos
fuerza y poder es muy superior a todos los dioses inmortales. Por tanto sufrid
ocurrido ya una desgracia; pues murió en la pelea Ascálafo, a quien amaba sobre
113 Así habló. Ares bajó los brazos, golpeóse los muslos, y suspirando dijo:
115 No os irritéis conmigo, vosotros los que habitáis olímpicos palacios, si voy
a las naves de los aqueos para vengar la muerte de mi hijo; iría, aunque el
119 Dijo, y mandó al Terror y a la Fuga que uncieran los caballos, mientras
vestía las refulgentes armas. Mayor y más terrible hubiera sido entonces el
enojo y la ira de Zeus contra los inmortales; pero Atenea, temiendo por todos
los dioses, se levantó del trono, salió por el vestíbulo y, quitándole a Ares de
bronce, que apoyó contra la pared, dirigió al impetuoso dios estas palabras:
128 ¡Loco, insensato! ¿Quieres perecer? En vano tienes oídos para oír, o has
perdido la razón y la vergüenza. ¿No oyes lo que dice Hera, la diosa de los
níveos brazos, que acaba de ver a Zeus olímpico? ¿O deseas, acaso, tener que
causar gran daño a los otros dioses? Porque Zeus dejará en seguida a los altivos
castigará así al culpable como al inocente. Por esta razón te exhorto a templar
tu enojo por la muerte del hijo. Algún otro superior a él en valor y fuerza ha
muerto o morirá, porque es difícil conservar todas las familias de los hombres y
142 Dicho esto, condujo a su asiento al furibundo Ares. Hera llamó afuera del
146 Zeus os manda que vayáis al Ida lo antes posible y, cuando hubiereis llegado
obedecido con presteza las órdenes de la querida esposa. Y, hablando primero con
158 ¡Anda, ve, rápida Iris! Anuncia esto al soberano Posidón y no seas mensajera
esperarme cuando me dirija contra él, pues le aventajo mucho en fuerza y edad,
por más que en su ánimo no tema decirse igual a mí, a quien todos temen.
168 Así dijo. La veloz Iris, de pies veloces como el viento, no desobedeció; y
bajó de los montes ideos a la sagrada Ilio. Como cae de las nubes la nieve o el
helado granizo, a impulso del Bóreas, nacido en el éter; tan rápida y presurosa
volaba la ligera Iris; y, deteniéndose cerca del ínclito Posidón, así le dijo:
un mensaje de parte de Zeus, que lleva la égida. Te manda que, cesando de pelear
obedecer sus palabras y las desprecias, te amenaza con venir a luchar contigo y
te aconseja que evites sus manos; porque dice que te supera mucho en fuerza y
edad, por más que en tu ánimo no temas decirte igual a él, a quien todos temen.
183 ¡Oh dioses! Con soberbia habla, aunque sea valiente, si dice que me sujetará
por fuerza y contra mi querer a mí, que disfruto de sus mismos honores. Tres
somos los hermanos hijos de Crono, a quienes Rea dio a luz: Zeus, yo y el
tercero Hades, que reina en los infiernos. Todas las cosas se agruparon en tres
las nubes; pero la tierra y el alto Olimpo son de todos. Por tanto, no procederé
tercia parte que le pertenece. No pretenda asustarme con sus manos como si
tratase con un cobarde. Mejor fuera que con esas vehementes palabras riñese a
los hijos a hijas que engendró, pues éstos tendrían que obedecer necesariamente
una respuesta tan dura y fuerte? ¿No querrías modificarla? La mente de los
sensatos es flexible. Ya sabes que las Erinias se declaran siempre por los de
más edad.
206 ¡Diosa Iris! Muy oportuno es cuanto acabas de decir. Bueno es que el
al alma, cuando aquél quiere increpar con iracundas voces a quien el hado hizo
su igual en suerte y destino. Ahora cederé, aunque estoy irritado. Mas to diré
otra cosa y haré una amenaza: Si a despecho de mí, de Atenea, que impera en las
impidiere que, destruyéndola, alcancen los argivos una gran victoria, sepa que
218 Cuando esto hubo dicho, el dios que bate la tierra desamparó a los aqueos y
que ciñe y bate la tierra se fue al mar divino, para librarse de mi terrible
cólera; pues hasta los dioses que están en torno de Crono, debajo de la tierra,
que, temeroso, haya cedido a mi fuerza, porque no sin sudor se hubiera efectuado
la lucha. Ahora, toma en tus manos la égida floqueada, agítala, y espanta a los
Héctor a infúndele gran vigor, hasta que los aqueos lleguen, huyendo, a las
semejante al gavilán que mata a las palomas y es la más veloz de las aves, y
sino sentado: iba cobrando ánimo y aliento, y reconocía a los amigos que le
circundaban, porque el ahogo y el sudor habían cesado desde que Zeus, que lleva
lado y le dijo:
244 ¡Héctor, hijo de Príamo! ¿Por qué te encuentro sentado, lejos de los demás y
247 ¿Quién eres tú, oh el mejor de los dioses, que vienes a mi presencia y me
interrogas? ¿No sabes que Ayante, valiente en la pelea, me hirió en el pecho con
una piedra, mientras yo mataba a sus compañeros junto a las naves de los aqueos,
a hizo desfallecer mi impetuoso valor? Figurábame que vena hoy mismo a los
254 Cobra ánimo. El Cronión te manda desde el Ida como defensor, para asistirte
persona y tu excelsa ciudad. Ea, ordena a tus muchos caudillos que guíen los
veloces caballos hacia las cóncavas naves; y yo, marchando a su frente, allanaré
262 Dijo, a infundió un gran vigor al pastor de hombres. Como el corcel avezado
come la cebada del pesebre, y rompiendo el ronzal sale trotando por la llanura,
lozanía mueve ligero las rodillas encaminándose al sitio donde los caballos
pacen, tan ligeramente movía Héctor pies y rodillas, exhortando a los capitanes,
después que oyó la voz de Apolo. Así como, cuando perros y pastores persiguen a
umbría selva, porque no estaba decidido por el hado que el animal fuese cogido;
si, atraído por la gritería, se presenta un melenudo león, a todos los pone en
fuga a pesar de su empeño; así también los dánaos avanzaban en tropel, hiriendo
a sus enemigos con espadas y lanzas de doble filo; mas, al notar que Héctor
recorna las hileras de los suyos, turbáronse y a todos se les cayó el alma a los
pies.
281 Entonces Toante, hijo de Andremón y el más señalado de los etolios era
286 ¡Oh dioses! Grande es el prodigio que a mi vista se ofrece. ¡Cómo Héctor,
que hubiese sido muerto por Ayante Telamoníada; pero algún dios protegió y salvó
nuevamente a Héctor, que ha quebrado las rodillas de muchos dánaos, como ahora
volverá a hacerlo también, pues no sin la voluntad de Zeus tonante aparece tan
resuelto al frente de sus tropas. Ea, procedamos todos como voy a decir.
con las picas levantadas. Creo que, por embravecido que tenga el corazón, temerá
Teucro, Meriones y Meges, igual a Ares, llamando a los más valientes, los
306 Los troyanos acometieron apiñados, siguiendo a Héctor, que marchaba con
arrogante paso. Delante del héroe iba Febo Apolo, cubierto por una nube, con la
a Zeus para que llevándola amedrentara a los hombres. Con ella en la mano, Apolo
ejércitos aguda gritería, las flechas saltaban de las cuerdas de los arcos y
audaces manos arrojaban buen número de lanzas, de las cuales unas pocas se
clavábanse en el suelo; entre los dos campos, antes de llegar a la blanca carne
de que estaban codiciosas. Mientras Febo Apolo tuvo la égida inmóvil, los tiros
alcanzaban por igual a unos y a otros, y los hombres caían. Mas así que la agitó
valor. Como ponen en desorden una vacada o un hato de ovejas dos fieras que se
misma manera, los aqueos huían desanimados, porque Apolo les infundió terror y
Héctor dio muerte a Estiquio y a Arcesilao: éste era caudillo de los beocios, de
broncíneas corazas; el otro, compañero fiel del magnánimo Menesteo. Eneas hizo
perecer a Medonte y a Jaso; de los cuales el primero era hijo bastardo del
atenienses, era conocido como hijo de Esfelo Bucólida. Polidamante quitó la vida
a Mecisteo, Polites a Equio al trabarse el combate, y el divino Agenor a Clonio.
Y Paris arrojó su lanza a Deíoco, que huía por entre los combatientes
lado.
343 En tanto que los troyanos despojaban de las armas a los muertos, los aqueos,
a voz en grito:
347 Arrojaos a las naves y dejad los cruentos despojos. Al que yo encuentre
lejos de los bajeles, a11í mismo le daré muerte, y luego sus hermanos y hermanas
ciudad.
352 En diciendo esto, azotó con el látigo el lomo de los caballos; y, mientras
atravesaba las filas, animaba a los troyanos. Éstos, dando amenazadores gritos,
guiaban los corceles de los carros con fragor inmenso; y Febo Apolo, que iba
delante, holló con sus pies las orillas del foso profundo, echó la tierra dentro
y formó un camino largo y tan ancho como la distancia que media entre el hombre
que arroja una lanza para probar su fuerza y el sitio donde la misma cae. Por
allí se extendieron en buen orden; y Apolo, que con la égida preciosa iba a su
frente, derribaba el muro de los aqueos, con la misma facilidad con que un niño,
jugando en la playa, desbarata con los pies y las manos to que de arena había
construido. Así tú, Febo, que hieres de lejos, destruías la obra que había
costado a los aqueos muchos trabajos y fatigas, y a ellos los ponías en fuga.
367 Los aqueos no pararon hasta las naves, y a11í se animaban unos a otros, y
con los brazos alzados, profiriendo grandes voces, imploraban el auxilio de las
de nosotros el día funesto, y no permitas que los aqueos sucumban a manos de los
troyanos.
377 Así dijo rogando. El próvido Zeus atendió las preces del anciano Nelida, y
tronó fuertemente.
379 Los troyanos, al oír el trueno de Zeus, que lleva la égida, arremetieron con
más furia a los argivos, y sólo en combatir pensaron. Como las olas del vasto
mar salvan el costado de una nave y caen sobre ella, cuando el viento arrecia y
las levanta a gran altura, así los troyanos pasaron el muro, e, introduciendo
los carros, peleaban junto a las popas con lanzas de doble filo; mientras los
aqueos, subidos en las negras naves, se defendían con pértigas largas, fuertes,
390 Mientras aqueos y troyanos combatieron cerca del muro, lejos de las veleras
la conversación y curándole la grave herida con drogas que mitigaron los acerbos
dolores. Mas, al ver que los troyanos asaltaban con ímpetu el muro y se producía
clamoreo y fuga entre los dánaos, gimió; y, bajando los brazos, golpeóse los
tienda de Aquiles para incitarle a pelear. ¿Quién sabe si con la ayuda de algún
405 Dijo, y salió. Los aqueos sostenían firmemente la acometida de los troyanos,
pero, aunque éstos eran menos, no podían rechazarlos de las naves; y tampoco los
troyanos lograban romper las falanges de los dánaos y entrar en sus tiendas y
constructor que conoce bien su arte por habérselo enseñado Atenea, de la misma
415 Héctor fue a encontrar al glorioso Ayante; y, luchando los dos por una nave,
ni aquél conseguía arredrar a éste y pegar fuego a los bajeles, ni éste lograba
esclarecido Ayante dio una lanzada en el pecho a Calétor, hijo de Clito, que iba
de su mano. Y Héctor, como viera con sus ojos que su primo caía en el polvo
combatir en esta angostura; defended el cuerpo del hijo de Clito, que cayó en la
pelea junto a las naves, para que los aqueos no lo despojen de las armas.
429 Dichas estas palabras, arrojó a Ayante la luciente pica y erró el tiro;
Ayante, en cuyo palacio vivía desde que en aquella ciudad mató a un hombre: el
agudo bronce penetró en la cabeza por encima de una oreja; y el guerrero, que se
437 ¡Querido Teucro! Nos han muerto al Mastórida, el compañero flel a quien
magnánimo Héctor le quitó la vida. Pero ¿dónde tienes las mortíferas flechas y
lleno de flechas; y una vez a su lado, comenzó a disparar saetas contra los
Polidamante Pantoida, que con las riendas en la mano dirigía los corceles adonde
más falanges en montón confuso se agitaban, para congraciarse con Héctor y los
troyanos; pero pronto ocurrióle la desgracia, de que nadie, por más que lo
458 Teucro sacó otra flecha para tirarla a Héctor, armado de bronce; y, si
con ello diera final al combate que junto a las naves aqueas se sostenía. Mas no
vez que privaba de gloria a Teucro Telamonio, rompiéndole a éste la cuerda del
torció su camino, y el arco cayó de las manos del guerrero. Estremecióse Teucro,
y dijo a su hermano:
467 ¡Oh dioses! Alguna deidad que quiere frustrar nuestros medios de combate me
quitó el arco de la mano y rompió la cuerda recién torcida, que até esta mañana
472 ¡Oh amigo! Deja quieto el arco con las abundantes flechas, ya que un dios lo
inutilizó por odio a los dánaos; toma una larga pica y un escudo que cubra tus
hombros, pelea contra los troyanos y anima a la tropa. Que aun siendo
vencedores, no tomen sin trabajo las naves de muchos bancos. Sólo en combatir
pensemos.
478 Así dijo. Teucro dejó el arco en la tienda, colgó de sus hombros un escudo
formado por cuatro pieles, cubrió la robusta cabeza con un labrado casco, cuyo
484 Héctor, al ver que las saetas de Teucro quedaban inútiles, exhortó a los
486 ¡Troyanos, licios, dárdanos, que cuerpo a cuerpo combatís! Sed hombres,
amigos, y mostrad vuestro impetuoso valor junto a las cóncavas naves; pues acabo
de ver con mis ojos que Zeus ha dejado inútiles las flechas de un eximio
guerrero. El influjo de Zeus lo reconocen fácilmente así los que del dios
tierra.
500 Así diciendo les excitó a todos el valor y la fuerza. Ayante, a su vez,
rechazando de las naves a los troyanos. ¿Esperáis acaso volver a pie a la patria
tierra, si Héctor, el de tremolante casco, toma los bajeles? ¿No oís cómo anima
a todos los suyos y desea quemar las naves? No les manda que vayan a un baile,
sino que peleen. No hay mejor pensamiento o consejo para nosotros que éste:
combatir cuerpo a cuerpo y valerosamente con el enemigo. Es preferible morir de
terrible contienda, junto a las naves, por guerreros que nos son inferiores.
514 Con estas palabras les excitó a todos el valor y la fuerza. Entonces Héctor
Polidamante acabó con Oto de Cilene, compañero del Filida y jefe de los
éste hurtó el cuerpo Apolo no quiso que el hijo de Pántoo sucumbiera entre los
combatientes delanteros , y aquél hirió en medio del pecho a Cresmo, que cayó
engendrado este hijo bonísimo, que estuvo dotado de impetuoso valor), se lanzó
escudo; pero el Filida se salvó, gracias a una fuerte coraza que protegía su
cuerpo, la cual había sido regalada en otro tiempo a Fileo en Éfira, a orillas
del río Seleente, por su huésped el rey Eufetes, para que en la guerra le
aquél: la punta impetuosa salió por el pecho, y el guerrero cayó de cara. Ambos
bueyes en Percote, y, cuando llegaron los dánaos en las encorvadas naves, fuese
553 ¿Seremos tan indolentes, Melanipo? ¿No te conmueve el corazón la muerte del
primo? ¿No ves cómo tratan de llevarse las armas de Dólope? Sígueme; que ya es
necesario combatir de cerca con los argivos, hasta que los destruyamos o
559 Habiendo hablado así, echó a andar, y siguióle el varón, que parecía un
561 ¡Oh amigos! ¡Sed hombres, mostrad que tenéis un corazón pundonoroso, y
temor, son más los que se salvan que los que mueren; los que huyen no alcanzan
565 Así dijo; y ellos, que ya antes deseaban derrotar al enemigo, pusieron en su
corazón aquellas palabras y cercaron las naves con un muro de bronce. Zeus
exhortó a Antíloco:
569 ¡Antíloco! Ningún aqueo de los presentes es más joven que tú, ni más ligero
a alguno...
572 Así dijo, y alejóse de nuevo. Antíloco, animado, saltó más a11á de los
luciente lanza. Al verlo, huyeron los troyanos. No fue vano el tiro, pues hirió
armadura. Mas no pasó inadvertido para el divino Héctor; el cual, corriendo por
brioso, huyó sin esperarle, parecido a la fiera que causa algún daño, como matar
a un perro o a un pastor junto a sus bueyes, y huye antes que se reúnan muchos
hombres; así huyó el Nestórida; y sobre él, los troyanos y Héctor, promoviendo
inmenso alboroto hacían llover dolorosos tiros. Y Antíloco, tan pronto como
592 Los troyanos, semejantes a carniceros leones, asaltaban las naves y cumplían
los designios de Zeus, el cual les infundía continuamente gran valor y les
Héctor Priámida, a fin de que éste arrojase el abrasador y voraz fuego en las
próvido Zeus sólo aguardaba ver con sus ojos el resplandor de una nave
incendiada, pues desde aquel instante haría que los troyanos fuesen perseguidos
desde las naves y dana gloria a los dánaos. Pensando en tales cosas, el dios
boca estaba cubierta de espuma, los ojos le centelleaban debajo de las torvas
desde el éter Zeus protegía únicamente a Héctor, entre tantos hombres, y le daba
honor y gloria; porque el héroe debía vivir poco, y ya Palas Atenea apresuraba
la llegada del día fatal en que había de sucumbir a manos del Pelida. Héctor
deseaba romper las filas de los combatientes, y probaba por donde veía mayor
turba y mejores armas; mas, aunque ponía gran empeño, no pudo conseguirlo,
Cual un peñasco escarpado y grande, que en la ribera del espumoso mar resiste el
ímpetu de los sonoros vientos y de las ingentes olas que a11í se rompen, así los
levantada por el viento cae desde to alto sobre la ligera nave, llenándola de
espuma, mientras el soplo terrible del huracán brama en las velas y los
modo vacilaba el ánimo en el pecho de los aqueos. Como dañino león acomete un
rebaño de muchas vacas que pacen a orillas de extenso lago y son guardadas por
un pastor que, no sabiendo luchar con las fieras para evitar la muerte de alguna
vaca de retorcidos cuernos, va siempre con las primeras o con las últimas reses;
y el león salta al centro, devora una vaca y las demás huyen espantadas, así los
aqueos todos fueron puestos en fuga por Héctor y el padre Zeus, pero Héctor mató
a uno solo, a Perifetes de Micenas, hijo de aquel Copreo que llevaba los
mensajes del rey Euristeo al fornido Heracles. De este padre obscuro nació tal
campeó por su talento entre los primeros ciudadanos de Micenas y entonces dio a
Héctor gloria excelsa. Pues al volverse tropezó con el borde del escudo que le
653 Por fin llegaron a las naves. Defendíanse los argivos detrás de las que se
661 ¡Oh amigos! Sed hombres y mostrad que tenéis un corazón pundonoroso delante
de los demás varones. Acordaos de los hijos, de las esposas, de los bienes, y de
los padres, vivan aún o hayan fallecido. En nombre de estos ausentes os suplico
667 Con estas palabras les excitó a todos el valor y la fuerza. Entonces Atenea
les quitó de los ojos la densa y divina nube que los cubría, y apareció la luz
por ambos lados, en las naves y en la lid sostenida por los dos ejércitos con
así a cuantos estaban detrás de los bajeles y no combatían, como a los que junto
674 No le era grato al corazón del magnánimo Ayante permanecer donde los demás
aqueos se habían retirado; y el héroe, andando a paso largo, iba de nave en nave
llevando en la mano una gran percha de combate naval que medía veintidós codos y
estaba reforzada con clavos. Como un diestro cabalgador escoge cuatro caballos
entre muchos, los guía desde la llanura a la gran ciudad por la carretera,
del uno al otro, mientras los corceles vuelan; así Ayante, andando a paso
seguido, recorría las cubiertas de muchas naves y su voz llegaba al éter. Sin
cesar daba horribles gritos, para exhortar a los dánaos a defender naves y
fuertes corazas: como el águila negra se echa sobre una bandada de alígeras aver
así Héctor corría en derechura a una nave de negra proa, empujado por la mano
696 De nuevo se trabó un reñido combate al pie de los bajeles. Hubieras dicho
que, sin estar cansado ni fatigados, comenzaban entonces a pelear. ¡Con tal
denuedo luchaban! He aquí cuáles eran sus respectivos pensamientos: los aqueos
corazón incendiar las naves y matar a los héroes aqueos. Y con estas ideas
704 Héctor llegó a tocar la popa de una nave surcadora del ponto, bella y de
curso rápido; aquélla en que Protesilao llegó a Troya y que luego no había de
llevarle otra vez a la patria tierra. Por esta nave se mataban los aqueos y los
troyanos: sin aguardar desde lejos los tiros de flechas y dardos, combatían de
cerca y con igual ánimo, valiéndose de agudas hachas, segures, grandes espadas y
y la negra tierra manaba sangre. Héctor, desde que cogió la popa, no la soltaba
troyanos:
718 ¡Traed fuego, y todos apiñados, trabad la batalla! Zeus nos concede un día
que lo compensa todo, pues vamos a tomar las naves que vinieron contra la
voluntad de los dioses y nos han ocasionado muchas calamidades por la cobardía
726 Así dijo; y ellos acometieron con mayor ímpetu a los argivos. Ayante ya no
resistió, porque estaba abrumado por los tiros: temiendo morir, dejó la
cubierta, retrocedió hasta un banco de remeros que tenía siete pies, púsose a
vigilar, y con la pica apartaba del navío a cuantos llevaban el voraz fuego, en
733 ¡Oh amigos, héroes dánaos, servidores de Ares! Sed hombres y mostrad vuestro
impetuoso valor. ¿Creéis, por ventura, que hay a nuestra espalda otros
defensores o un muro más sólido que libre a los hombres de la muerte? Cerca de
aquí no existe ciudad alguna defendida con torres, en la que hallemos refugio y
cuyo pueblo nos dé auxilio para alcanzar ulterior victoria; sino que nor
742 Dijo, y acometió furioso con la aguda lanza. Y cuantos troyanos, movidos por
naves, a todos los hirió Ayante con su larga pica. Doce fueron los que hirió de
CANTO XVI*
Patroclea
Aquiles, y le recomienda que se vuelva atrás cuando los haya echado de las
Sarpedón, hijo de Zeus, persigue a los troyanos por la llanura hasta que Apolo
pastor de hombres, derramando ardientes lágrimas como fuente profunda que vierte
sus aguas sombrías por escarpada roca. Tan pronto como le vio el divino Aquiles,
7 ¿Por qué lloras, Patroclo, como una niña que va con su madre y deseando que la
tome en brazos, la tira del vestido, la detiene a pesar de que lleva prisa, y la
mira con ojos llorosos para que la levante del suelo? Como ella, oh Patrocio,
mismo? ¿Supiste tú solo alguna noticia de Ftía? Dicen que Menecio, hijo de
Áctor, existe aún; vive también Peleo Eácida entre los mirmidones, y es la
muerte dé aquél o de éste to que más nos podría afligir. ¿O lloras quizás porque
los argivos perecen, cerca de las cóncavas naves, por la injusticia que
porque es muy grande el pesar que los abruma. Los que antes eran los más
fuertes, heridos unos de cerca y otros de lejos, yacen en las naves con arma
arrojadiza fue herido el poderoso Diomedes Tidida; con la pica Ulises, famoso
que conocen muchas drogas, ocúpanse en curarles las heridas. Tú, Aquiles, eres
implacable. jamás se apodere de mí rencor como el que guardas! ¡Oh tú, que tan
mal empleas el valor! ¿A quién podrás ser útil más tarde, si ahora no salvas a
tu veneranda madre, enterada por Zeus, te haya revelado, envíame a mí con los
permite que cubra mis hombros con tu armadura para que los troyanos me confundan
contigo y cesen de pelear, los belicosos dánaos que tan abatidos están se
reanimen y la batalla tenga su tregua, aunque sea por breve tiempo. Nosotros,
y de las tiendas hacia la ciudad a esos hombres que de pelear están cansados.
49 ¡Ay de mí, Patroclo, del linaje de Zeus, qué dijiste! No me abstengo por
ningún vaticinio que sepa y tampoco la veneranda madre me dijo nada de parte de
Zeus, sino que se me oprime el corazón y el alma cuando un hombre, porque tiene
recompensa. Tal es el gran pesar que tengo, a causa de las contrariedades que mi
ánimo ha padecido. La joven que los aqueos me adjudicaron como recompensa y que
había conquistado con mi lanza, al tomar una bien murada ciudad, el rey Agamenón
bajeles. Cubre tus hombros con mi magnífica armadura, ponte al frente de los
las naves con gran ímpetu, y los argivos, acorralados en la orilla del mar, sólo
grito que viniera de la odiosa cabeza del Atrida: sólo resuena la voz de Héctor,
matador de hombres, animando a los troyanos, que con voceno ocupan toda la
impetuosamente sobre ellos y aparta de las naves esa peste; no sea que, pegando
ardiente fuego a los bajeles, nos priven de la deseada vuelta. Haz cuanto te voy
a decir, para que me procures mucha honra y gloria ante todos los dánaos, y
Tan luego como los alejes de las naves, vuelve atrás; y, aunque el tonante
sempiternos dioses baje del Olimpo, pues a los troyanos los quiere mucho Apolo,
el que hiere de lejos. Retrocede tan pronto como hayas hecho brillar la luz de
¡padre Zeus, Atenea, Apolo!, ninguno de los troyanos ni de los argivos escape de
la muerte, y nos libremos de ella nosotros dos, para que podamos derribar las
el versátil escudo, pero no lograban hacerle mover de su sitio por más tiros que
112 Decidme, Musas, que poseéis olímpicos palacios, cómo por vez primera cayó el
114 Héctor, que se hallaba cerca de Ayante, le dio con la gran espada un golpe
en la pica de fresno y se la quebró por la juntura del asta con el hierro. Quiso
Ayante blandir la truncada pica, y la broncínea punta cayó a to lejos con gran
todos los medios de combate y quería dar la victoria a los troyanos, y se puso
fuera del alcance de los tiros. Los troyanos arrojaron voraz fuego a la velera
nave, y pronto se extendió por la misma una llama inextinguible. Así que el
126 ¡Sus, Patroclo, del linaje de Zeus, hábil jinete! Ya veo en las naves la
medios para huir tengamos. Apresúrate a vestir las armas, y yo entre tanto
reuniré la gente.
130 Así dijo, y Patroclo vistió la armadura de luciente bronce: púsose en las
piernas elegantes grebas, ajustadas con broches de plata; protegió su pecho con
la coraza labrada, refulgente, del Eácida, de pies ligeros; colgó al hombro una
escudo; cubrió la fuerte cabeza con un hermoso casco, cuyo penacho, de crines de
mano pudiera blandir. Solamente dejó la lanza pesada, grande y fornida del
eximio Eácida, porque Aquiles era el único aqueo capaz de manejarla: había sido
enganchara en seguida los caballos. Automedonte unció debajo del yugo a Janto y
Balio, corceles ligeros que volaban como el viento y tenían por madre a la
Océano, los concibió del Céfiro. Y con ellos puso al excelente Pédaso, que
155 Aquiles, recorriendo las tiendas, hacía tomar las armas a todos los
monte un grande cornígero ciervo que han matado y sus mandíbulas aparecen rojas
de sangre, luego van en tropel a lamer con las tenues lenguas el agua de un
dilata, pero el ánimo permanece intrépido en el pecho, de igual manera los jefes
animaba así a los que combatían en carros, como a los peones armados de escudos.
168 Cincuenta fueron las veleras naves en que Aquiles, caro a Zeus, condujo a
Ilio sus tropas; en cada una embarcáronse cincuenta hombres; y el héroe nombró
cinco jefes para que los rigieran, reservándose el mando supremo. Del primer
cuerpo era caudillo Menestio, el de labrada coraza, hijo del río Esperqueo, que
las celestiales lluvias alimentan: habíale dado a luz la bella Polidora, hija de
Peleo, que siendo mujer se acostó con una deidad, con el infatigable Esperqueo;
desposó públicamente con ella y le constituyó una gran dote. Mandaba la segunda
sección el belicoso Eudoro, nacido de una soltera, de la hermosa Polimela, hija
entre las que danzaban al son del canto en un coro de Artemis, la diosa que
hijo ilustre, Eudoro, ligero en el correr y belicoso. Cuando Ilitía, que preside
los partos, sacó a luz al infante y éste vio los rayos del sol, el fuerte
anciano Filante crió y educó al niño con tanto amor como si hubiera sido hijo
que, después del compañero del Pelión, era entre todos los mirmidones quien
descollaba más en combatir con la lanza. La cuarta línea estaba a las órdenes de
hijo de Laerces. Cuando Aquiles los hubo puesto a todos en orden de batalla con
200 ¡Mirmidones! Ninguno de vosotros olvide las amenazas que en las veleras
naves dirigíais a los troyanos mientras duró mi cólera, ni las acusaciones con
nutrió con hiel. ¡Despiadado, pues retienes a tus compañeros en las naves contra
empresa del combate que tanto habéis anhelado. Y ahora cada uno pelee con
210 Así diciendo, les excitó a todos el valor y la fuerza; y ellos, al oír a su
rey, cerraron más las filas. Como el obrero junta grandes piedras al construir
la pared de una elevada casa, para que resista el ímpetu de los vientos, así,
tan unidos, estaban los cascos y los abollonados escudos: la rodela se apoyaba
crines de caballo y los lucientes conos de los cascos se juntaban cuando alguien
inclinaba la cabeza. ¡Tan apretadas eran las filas! Delante de todos se pusieron
dos hombres armados, Patroclo y Automedonte; los cuales tenían igual ánimo y
primorosa labor que no usaba nadie para beber el negro vino ni para ofrecer
libaciones a otro dios que al padre Zeus. Sacóla del arca, y, purificándola
primero con azufre, la limpió con agua cristalina; acto continuo lavóse las
manos, llenó la copa, y, puesto en medio del recinto con los ojos levantados al
cielo, libó el negro vino y oró a Zeus, que se complace en lanzar rayos, sin que
233 ¡Zeus soberano, Dodoneo, Pelásgico, que vives lejos y reinas en Dodona, de
frío invierno, donde moran los selos, tus intérpretes, que no se lavan los pies
honrarme oprimiste duramente al pueblo aqueo. Pues también ahora cúmpleme este
compañero con muchos mirmidones: haz que le siga la victoria, largovidente Zeus,
a infúndele valor en el corazón para que Héctor vea si mi escudero sabe pelear
solo, o si sus manos invictas únicamente se mueven con furia cuando va conmigo a
pelea, vuelva incólume con todas las armas y con los compañeros que de cerca
combaten.
249 Así dijo rogando. El próvido Zeus le oyó; y de las dos cosas el padre le
otorgó una: concedióle que apartase de las naves el combate y la pelea, y nególe
entró Aquiles en la tienda, dejó la copa en el arca y apareció otra vez delante
troyanos y aqueos.
257 Los mirmidones seguían con armas y en buen orden al magnánimo Patroclo,
hasta que alcanzaron a los troyanos y les arremetieron con grandes bríos,
esparciéndose como las avispas que moran en el camino, cuando los muchachos,
imprudencia que dañen a buen número de personas, pues, si algún caminante pasa
por a11í y sin querer las mueve, vuelan y defienden con ánimo valeroso a sus
269 ¡Mirmidones compañeros del Pelida Aquiles! Sed hombres, amigos, y mostrad
vuestro impetuoso valor para que honremos al Pelida, que es el más valiente de
cuantos argivos hay en las naves, como to son también sus guerreros, que de
273 Con estas palabras les excitó a todos el valor y la fuerza. Los mirmidones
cayeron apiñados sobre los troyanos y en las naves resonaron de un modo horrible
ambos con lucientes armaduras, a todos se les conturbó el ánimo y sus falanges
se agitaron. Figurábanse que, junto a las naves, el Pelida, ligero de pies,
284 Patroclo fue el primero que tiró la reluciente lanza en medio de la pelea,
a11í donde más hombres se agitaban en confuso montón, junto a la nave del
magnánimo Protesilao; e hirió a Pirecmes, que había conducido desde Amidón, sita
combate. De este modo Patroclo los echó de los bajeles y apagó el ardiente
fuego. La nave quedó allí medio quemada, los troyanos huyeron con gran alboroto,
los dánaos se dispersaron por las cóncavas naves, y se produjo un gran tumulto.
Como cuando Zeus fulminador quita una espesa nube de la elevada cumbre de una
gran montaña y aparecen todos los promontorios y las cimas y valles, porque en
el cielo se ha abierto la vasta región etérea; así los dánaos respiraron un poco
después de librar a las naves del fuego destructor; pero no por eso hubo tregua
en el combate. Pues los troyanos no huían a carrera abierta desde las negras
naves, perseguidos por los belicosos aqueos; sino que aún resistían, y sólo
hijo de Menecio, el primero, hirió con la aguda lanza a Areílico, que había
donde éste quedaba sin defensa al lado del escudo, y dejó sin vigor sus
el músculo: la punta desgarró los nervios, y la obscuridad cubrió los ojos del
Maris, irritado por tal muerte, se puso delante del cadáver y arremetió con la
guerrero cayó con estrépito, y la obscuridad cubrió sus ojos. De tal suerte,
hombres, fueron vencidos por los dos hermanos y descendieron al Érebo. Ayante
arrojado sus lanzas en vano, pues ambos erraron el tiro, se acometieron con las
espadas: Licaón dio a su enemigo un tajo en la cimera del casco, que adornaban
entero: la cabeza cayó a un lado, sostenida tan sólo por la piel, y los miembros
perdieron su vigor. Meriones dio alcance con sus ligeros pies a Acamante, cuando
las tinieblas cubrieron sus ojos. A Erimante metióle Idomeneo el cruel bronce
por la boca: la lanza atravesó la cabeza por debajo del cerebro, rompió los
blancos huesos y conmovió los dientes; los ojos llenáronse con la sangre que
fluía de las narices y de la boca abierta, y la muerte, cual si fuese obscura
351 Cada uno de estos caudillos dánaos mató, pues, a un hombre. Como los voraces
en el monte por la impericia del pastor, pues así que aquéllos los ven se los
llevan y despedazan por tener los últimos un corazón tímido; así los dánaos
de su impetuoso valor.
bronce; pero el héroe, que era muy experto en la guerra, cubriendo sus anchos
hombros con un escudo de pieles de toro, estaba atento al silbo de las flechas y
al ruido de los dardos. Bien conocía que la victoria se inclinaba del lado de
los enemigos, pero resistía aún y procuraba salvar a sus compañeros queridos.
364 Como se va extendiendo una nube desde el Olimpo al cielo, después de un día
sereno, cuando Zeus prepara una tempestad, así los troyanos huyeron de las
naves, dando gritos, y ya no fue con orden como repasaron el foso. A Héctor le
sacaron de a11í, con sus armas, los corceles de ligeros pies; y el héroe
profundo foso. Muchos veloces corceles, rompiendo los carros de los caudillos
por el extremo del timón, a11í los dejaron. Patroclo iba adelante, exhortando
cuales, una vez puestos en desorden, llenaban todos los caminos huyendo con gran
caballos volvían a la ciudad desde las naves y las tiendas. Patroclo, donde veía
más gente del pueblo desordenada, a11í se encaminaba vociferando; los guerreros
caían de cara debajo de los ejes de sus carros, y éstos volcaban con gran
estruendo. A1 llegar al foso, los caballos inmortales que los dioses habían
descarga una tempestad sobre la negra tierra, cuando Zeus envía violenta lluvia,
irritado contra los hombres que en el foro dan sentencias inicuas y echan a la
justicia, no temiendo la venganza de los dioses; y todos los ríos salen de madre
y los torrentes cortan muchas colinas, braman al correr desde lo alto de las
montañas al mar purpúreo y destruyen las labores del campo; de semejante modo
394 Patroclo, cuando hubo separado de los demás enemigos a los que formaban las
últimas falanges, les obligó a volver hacia los bajeles, en vez de permitirles
muro, los mataba para vengar a muchos de los suyos. Entonces envasóle a Prónoo
la brillante lanza en el pecho, donde éste quedaba sin defensa al lado del
escudo, y le dejó sin vigor los miembros: el troyano cayó con estrépito. Luego
desde cerca la lanza en la mejilla derecha, se la hizo pasar por los dientes y
to levantó por cima del barandal. Como el pescador sentado en una roca
prominente saca del mar un pez enorme, valiéndose de la cuerda y del reluciente
bronce, así Patroclo, alzando la brillante lanza, sacó del carro a Téstor con la
venía, y se la partió en dos dentro del fuerte casco: el troyano dio de manos en
419 Sarpedón, al ver que sus compañeros, de corazas sin cintura, sucumbían a
encuentro de ese hombre, para saber quién es el que así vence y tantos males
causa a los troyanos, pues ya a muchos valientes les ha quebrado las rodillas.
426 Dijo; y saltó del carro al suelo sin dejar las armas. A su vez Patroclo, al
verlo, se apeó del suyo. Como dos buitres de eorvas uñas y combado pico riñen,
esposa:
433 ¡Ay de mí! La parca dispone que Sarpedón, a quien amo sobre todos los
hombres, sea muerto por Patroclo Menecíada. Entre dos propósitos vacila en mi
440 ¡Terribilísimo Cronida, qué palabras proferiste! ¿Una vez más quieres librar
condenó a morir? Hazlo, pero no todos los dioses to to aprobaremos. Otra cosa
vivo a su palacio, algún otro dios querrá sacar a su hijo del duro combate, pues
harás que sus padres se enciendan en terrible ira. Pero, si Sarpedón te es caro
hagan exequias y le erijan un túmulo y un cipo, que tales son los honores
458 Así dijo. El padre de los hombres y de los dioses no desobedeció, a hizo
caer sobre la tierra sanguinolentas gotas para honrar al hijo amado, a quien
462 Cuando ambos héroes se hallaron frente a frente, Patrocio arrojó la lanza,
rey Sarpedón, dejóle sin vigor los miembros. Sarpedón acometió a su vez; y,
al corcel Pédaso, que relinchó mientras perdía el vital aliento. El caballo cayó
caballo lateral yacía en el polvo. Pero Automedonte, famoso por su lanza, halló
muslo, cortó apresuradamente los tirantes del caballo lateral, y los otros dos
477 Entonces Sarpedón arrojó otra reluciente lanza y erró el tiro, pues aquélla
pasó por cima del hombro izquierdo de Patroclo sin herirlo. Patroclo despidió la
denso corazón envuelve. Cayó el héroe como la encina, el álamo o el elevado pino
que en el monte cortan con afiladas hachas los artífices para hacer un mástil de
navío; así yacía aquél, tendido delante de los corceles y del carro,
rechinándole los dientes y cogiendo con las manos el polvo ensangrentado. Como
el rojizo y animoso toro, a quien devora un león que se ha presentado entre los
fexípedes bueyes, brama al morir entre las mandíbulas del león, así el caudillo
491 ¡Caro Glauco, guerrero afamado entre los hombres! Ahora debes portarte como
eres valiente. Ve por todas partes, exhorta a los capitanes licios a que
Constantemente, todos los días, seré para ti motivo de vergüenza y oprobio, si,
502 Así dijo; y el velo de la muerte le cubrió los ojos y las narices. Patroclo,
509 Glauco sintió hondo pesar al oír la voz de Sarpedón y se le turbó el ánimo
porque no podía socorrerlo. Apretóse con la mano el brazo, pues le abrumaba una
herida que Teucro le había causado disparándole una llecha cuando él asaltaba el
altó muro y el aqueo defendía a los suyos; y oró de esta suerte a Apolo, el que
hiere de lejos:
encuentres en Troya; pues desde cualquier lugar puedes atender al que está
afligido, como lo estoy ahora. Tengo esta grave herida, padezco agudos dolores
527 Así dijo rogando. Oyóle Febo Apolo y en seguida calmó los dolores, secó la
seguida fue por todas partes y exhortó a los capitanes licios para que
palabras:
538 ¡Héctor! Te olvidas del todo de los aliados que por ti pierden la vida lejos
548 Así dijo. Los troyanos sintieron grande a inconsolable pena, porque
Sarpedón, aunque forastero, era un baluarte para la ciudad; había llevado a ella
556 ¡Ayantes! Poned empeño en rechazar al enemigo y mostraos tan valientes como
habéis sido hasta aquí o más aún. Yace en tierra Sarpedón, el que primero asaltó
562 Así dijo, aunque ellos ya deseaban rechazar al enemigo. Y troyanos y licios
por una parte, y mirmidones y aqueos por otra, cerraron las falanges, vinieron a
las manos y empezaron a pelear con horrenda gritería en torno del cadáver.
Crujían las armaduras de los guerreros, y Zeus cubrió con una dañosa obscuridad
la reñida contienda, para que produjese mayor estrago el combate que por el
569 En un principio, los troyanos rechazaron a los aqueos, de ojos vivos, porque
fue herido un varón que no era ciertamente el más cobarde de los mirmidones: el
populosa Budeo; luego, por haber dado muerte a su valiente primo, se presentó
guerreros, para que combatiera contra los troyanos. Epigeo echaba mano al
partió en dos dentro del fuerte casco: el guerrero cayó boca abajo sobre el
airado en to corazón por la muerte del amigo. Y cogiendo una piedra, hirió en el
ejercitarse, ya en la guerra contra los enemigos que la vida quitan, otro tanto
se retiraron los troyanos, cediendo al empuje de los aqueos. Glauco, capitán de
los escudados licios, fue el primero que volvió la cara y mató al magnánimo
entre los mirmidones por sus bienes y riquezas: escapábase Glauco, y Baticles
en medio del pecho. Baticles cayó con estrépito, los aqueos sintieron hondo
pesar por la muerte del valiente guerrero, y los troyanos, muy alegres, rodearon
adelantaba protegido por el escudo. Pero Meriones la vio venir y evitó el golpe
617 ¡Meriones! Aunque eres ágil saltador, mi lanza to habría apartado para
herirte en medio del cuerpo con el agudo bronce, en seguida, a pesar de to vigor
627 ¡Meriones! ¿Por qué, siendo valiente, to entretienes en hablar así? ¡Oh
amigo! Con palabras injuriosas no lograremos que los troyanos dejen el cadáver;
preciso será que algúno de ellos baje antes al seno de la tierra. Las batallas
se ganan con los puños, y las palabras sirven en el consejo. Conviene, pues, no
632 En diciendo esto, echó a andar y siguióle Meriones, var6n igual a un dios.
deja oír a to lejos, tal era el estrépito que se elevaba de la tierra espaciosa
buey por las espadas y las lanzas de doble filo. Y ya ni un hombre perspicaz
como en la primavera zumban las moscas en el establo por cima de las escudillas
llenas de leche, cuando ésta hace rebosar los tarros: de igual manera bullían
aquéllos en torno del muerto. Zeus no apartaba los refulgentes ojos de la dura
terrible pelea. Y considerando como to más conveniente que el bravo escudero del
a los demás troyanos a que huyeran, porque había conocido hacia qué lado se
para que la llevaran a las cóncavas naves. Y entonces Zeus, que amontona las
667 ¡Ea, querido Febo! Ve y después de sacar a Sarpedón de entre los dardos,
676 Así dijo, y Apolo no desobedeció a su padre. Descendió de los montes ideos a
negra muerte. Pero siempre el pensamiento de Zeus es más eficaz que el de los
dieron a la fuga.
698 Entonces los aqueos habrían tomado Troya, la de altas puertas, por las manos
de Patroclo, que manejaba con gran furia la lanza, si Febo Apolo no se hubiese
colocado en la bien construida torre para dañar a aquél y ayudar a los troyanos.
ciudad de los altivos troyanos sea destruida por to lanza, ni por Aquiles, que
tanto te aventaja.
710 Así dijo, y Patroclo retrocedió un gran trecho, para no atraerse la cólera
712 Héctor se hallaba con el carro y los solípedos corceles en las puertas
reflexionaba sobre esto, presentósele Febo Apolo, que tomó la figura del
valiente joven Asio, el cual era tío materno de Héctor, domador de caballos,
entrándose por la turba, suscitó entre los argivos funesto tumulto y dio gloria
a Héctor y a los troyanos. Héctor dejó entonces a los demás dánaos, sin que
a su vez, saltó del carro a tierra con la lanza en la izquierda; cogió con la
diestra una piedra Blanca y erizada de puntas que llenaba la mano; y, estribando
salió vano: dio la aguda piedra en la frente de Cebríones, auriga de Héctor, que
era hijo bastardo del ilustre Príamo, y entonces gobernaba las riendas de los
caballos. La piedra se llevó ambas cejas; el hueso tampoco resistió; los ojos
cayeron en el polvo a los pies de Cebríones; y éste, cual si fuera un buzo, cayó
del asiento bien construido, porque la vida huyó de sus miembros. Y burlándose
743 ¡Oh dioses! ¡Muy ágil es el hombre! ¡Cuán fácilmente salta a lo buzo! Si se
el mar estuviera tempestuoso, y podría saciar a muchas personas con las ostras
que pescara. ¡Con tanta facilidad ha dado la voltereta del carro a la llanura!
751 En diciendo esto, corrió hacia el héroe con la impetuosidad de un león que
devasta los establos hasta que es herido en el pecho y su mismo valor lo mata;
Héctor, por su parte, saltó del carro al suelo sin dejar las armas. Y entrambos
al otro con el cruel bronce. Héctor había cogido al muerto por la cabeza y no lo
encarnizado combate.
poblada selva, y las largas ramas de los fresnos, encinas y cortezudos cornejos
chocan entre sí con inmenso estrépito, y se oyen los crujidos de las que se
muchas agudas lanzas y aladas flechas que saltaban de los arcos; buen número de
grandes piedras herían los escudos de los que combatían en torno suyo; y el
777 Hasta que el sol hubo recorrido la mitad del cielo, los tiros alcanzaban por
igual a unos y a otros, y los hombres caían. Cuando aquél se encaminó al ocaso,
arrastrado el cadáver del héroe Cebríones fuera del alcance de los dardos y del
783 Patroclo acometió furioso a los troyanos: tres veces los acometió, cual si
fuera el rápido Ares, dando horribles voces; tres veces mató nueve hombres. Y
dio un golpe en la espalda y en los anchos hombros. Al punto los ojos del héroe
padecieron vértigos. Febo Apolo le quitó de la cabeza el casco con agujeros a
guisa de ojos, que rodó con estrépito hasta los pies de los caballos; y el
penacho se manchó de sangre y polvo. Jamás aquel casco, adomado con crines de
hermosa frente del divino Aquiles. Entonces Zeus permitió también que to llevara
desató la coraza que aquél llevaba. El estupor se apoderó del espíritu del
y entonces desde cerca clavóle aguda lanza en la espalda, entre los hombros, el
que se presentó con su carro para aprender a combatir derribó a veinte guerreros
Patroclo, aunque le viera desarmado; mientras éste, vencido por el golpe del
818 Cuando Héctor advirtió que el magnánimo Patroclo se alejaba y que lo habían
herido con el agudo bronce, fue en su seguimiento, por entre las filas, y le
envainó la lanza en la parte inferior del vientre, que el hierro pasó de parte a
parte; y el héroe cayó con estrépito, causando gran aflicción al ejército aqueo.
Como el león acosa en la lucha al indómito jabalí cuando ambos pelean arrogantes
vence con su fuerza al jabalí, que respira anhelante, así Héctor Priámida privó
de la vida, hiriéndolo de cerca con la lanza, al esforzado hijo de Menecio, que
a tantos había dado muerte. Y blasonando del triunfo, profirió estas aladas
palabras:
830 ¡Patroclo! Sin duda esperabas destruir nuestra ciudad, hacer cautivas a las
Los veloces caballos de Héctor vuelan al combate para defenderlas; y yo, que en
manejar la pica sobresalgo entre los belicosos troyanos, aparto de los míos el
este modo: «No vuelvas a las cóncavas naves, caballero Patroclo, antes de haber
844 ¡Héctor! Jáctate ahora con altaneras palabras, ya que te han dado la
armadura de los hombros. Si. veinte guerreros como tú me hubiesen hecho frente,
todos habrían muerto vencidos por mi lanza. Matáronme la parca funesta y el hijo
de las armas. Otra cosa voy a decirte, que fijarás en la memoria. Tampoco tú has
855 Apenas acabó de hablar, la muerte le cubrió con su manto: el alma voló de
859 ¡Patroclo! ¿Por qué me profetizas una muerte terrible? ¿Quién sabe si
Aquiles, hijo de Tetis, la de hermosa cabellera, no perderá antes la vida,
862 Dichas estas palabras, puso un pie sobre el cadáver, arrancó la broncínea
herirlo, pero los veloces caballos inmortales, que a Peleo le dieron los dioses
CANTO XVII*
Principalía de Menelao
las arenas y el cadáver de Patroclo. Por fin, Menelao y Meriones, protegidos por
los dos Ayante, cargan a sus espaldas con el cadáver de Patroclo y se lo llevan
al campamento.
abrió camino por los combatientes delanteros y empezó a moverse en torno del
están orgullosos de su fuerza se presentan tan osados como los hábiles lanceros
era el más cobarde de los guerreros dánaos, y no creo que haya podido volverse
con sus pies para regocijar a su esposa y a sus venerandos padres. Del mismo
ejército y no te pongas delante, pues el necio sólo conoce el mal cuando ya está
hecho.
llorar, si, llevándome to cabeza y tus armas, las pusiera en las manos de Pántoo
43 Dicho esto, dio un bote en el escudo liso del Atrida, pero no pudo romper el
con la robusta mano y la punta atravesó el delicado cuello. Euforbo cayó con
plata. Cual frondoso olivo que, plantado por el Labrador en un lugar solitario
donde abunda el agua, crece hermoso, es mecido por vientos de toda clase y se
tierra y te tiende en el suelo; así el Atrida Menelao dio muerte a Euforbo, hijo
61 Como un montaraz león, confiado en su fuerza, coge del rebaño que está
despedazándola, traga la sangre y todas las entrañas; y así los perros como los
la fiera porque el pálido temor los domina, de la misma manera ninguno tuvo
los cícones, suscitó contra aquél a Héctor, igual al veloz Ares, con estas
aladas palabras:
75 ¡Héctor! Tú corres ahora tras lo que no es posible alcanzar: los corceles del
aguerrido Eácida. Difícil es que ninguno ni de los hombres ni de los dioses los
sujete y sea por ellos llevado, fuera de Aquiles, que tiene una madre inmortal.
dolor en las negras entrañas, ojeó las hileras y vio en seguida al Atrida que
pasó inadvertido al hijo de Atreo, que gimió al oír las voces, y a su magnánimo
91 ¡Ay de mí! Si abandono estas magníficas armas y a Patrocio, que por vengarme
yace aquí tendido, temo que se irritará cualquier dánao que to presencie. Y si
por vergüenza peleo con Héctor y Los troyanos, como ellos son muchos y yo estoy
solo, quizás me cerquen; pues Héctor, el de tremolaiite casco, trae aquí a todos
Los troyanos. Mas ¿por qué el corazón me hace pensar en tales cosas? Cuando,
dios, pronto le sobreviene grave daño. Así, pues, ninguno de Los dánaos se
irritará conmigo porque me vean ceder a Héctor, que combate amparado por Las
volvería aquí con él y sólo pensaríamos en luchar, aunque fuese contra un dios,
las huestes de los troyanos, acaudilladas por Héctor. Menelao dejó el cadáver y
alejan del establo los canes y los hombres con gritos y venablos, siente que el
detuvo, volvió la cara a los troyanos y buscó con los ojos al gran Ayante, hijo
sus compañeros y les incitaba a pelear, pues Febo Apolo les había infundido un
120 ¡Ayante! Ven, amigo; apresurémonos a combatir por Patroclo muerto, y quizás
podamos llevar a Aquiles el cadáver desnudo, pues las armas las tiene Héctor, el
de tremolante casco.
123 Así dijo; y conmovió el corazón del aguerrido Ayante, que atravesó al
momento las primeras filas junto con el rubio Menelao. Héctor había despojado a
Troya. Pero acercósele Ayante con su escudo como una torre; y Héctor,
magníficas armas a los troyanos para que las llevaran a la ciudad, donde habían
mantuvo firme. Como el león anda en torno de sus cachorros cuando llevándolos
fuerza, baja los párpados ocultando sus ojos, de aquel modo corría Ayante
140 Glauco, hijo de Hipóloco, caudillo de los licios, dirigió entonces la torva
142 ¡Héctor, el de más hermosa figura, muy falto estás del valor que la guerra
demanda! Inmerecida es tu buena fama, cuando solamente sabes huir. Piensa cómo
en adelante defenderás la ciudad y sus habitantes, solo y sin más auxilio que
los hombres nacidos en Ilio. Ninguno de los licios ha de pelear ya con los
la ruina más espantosa amenazaría a Troya. Mas, si ahora tuvieran los troyanos
el valor audaz a intrépido que suelen mostrar los que por la patria sostienen
Patroclo hasta Ilio. Y en seguida que el cuerpo de éste fuera retirado del campo
y conducido a la gran ciudad del rey Príamo, los argivos nos entregarían, para
cadáver del héroe; pues Patroclo fue escudero del argivo más valiente que hay en
las naves, como asimismo to son sus tropas, que combaten cuerpo a cuerpo. Pero
170 ¡Glauco! ¿Por qué, siendo cual eres, hablas con tanta soberbia? ¡Oh dioses!
ruido de los caballos; pero siempre el pensamiento de Zeus, que lleva la égida,
es más eficaz que el de los hombres, y el dios pone en fuga al varón esforzado y
Mas, ea, ven acá, amigo, ponte a mi lado, contempla mis hechos, y verás si seré
cobarde en la batalla, como has dicho, aunque dure todo el día; o si haré que
cadáver de Patroclo.
183 Cuando así hubo hablado, exhortó a los troyanos, dando grandes voces:
184 ¡Troyanos, licios, dánaos, que cuerpo a cuerpo peleáis! Sed hombres, amigos,
y mostrad vuestro impetuoso valor, mientras visto las armas hermosas del eximio
lid, y, corriendo con ligera planta, alcanzó pronto y no muy lejos a sus amigos
que llevaban hacia la ciudad las magníficas armas del hijo de Peleo. Allí, fuera
belicosos troyanos, para que la dejaran en la sacra Ilio, y vistió las armas
divinas del Pelida Aquiles, que los dioses celestiales dieron a Peleo, y éste,
ya anciano, cedió a su hijo, quien no había de usarlas tanto tiempo que llegara
198 Cuando Zeus, que amontona las nubes, vio que Héctor, apartándose, vestía las
armas del divino Pelida, moviendo la cabeza, habló consigo mismo y dijo:
201 «¡Ah, mísero! No piensas en la muerte, que ya se halla cerca de ti, y vistes
las armas divinas de un hombre valentísimo a quien todos temen. Has muerto a su
la cabeza y de los hombros. Mas todavía dejaré que alcances una gran victoria
voces, enderezó sus pasos a los aliados ilustres y se les presentó con las
Disénor, Hipótoo, Forcis, Cromio y el augur Énnomo , los instigó con estas
aladas palabras:
sido por el deseo ni por la necesidad de reunir una muchedumbre por lo que os he
belicosos aqueos a las esposas y a los tiernos infantes de los troyanos. Con
vuestro valor. Ahora cada uno haga frente y embista al enemigo, ya muera, ya se
salve, que tales son los lances de la guerra. Al que arrastre el cadáver de
Patrocio hasta las filas de los troyanos, domadores de caballos, y haga ceder a
233 Así dijo. Todos arremetieron con las picas levantadas y cargaron sobre los
pelea:
238 ¡Oh amigo, oh Menelao, alumno de Zeus! Ya no espero que salgamos con vida de
esta batalla. Ni temo tanto por el cadáver de Patroclo, que pronto saciará en
Troya a los perros y aves de rapiña, cuanto por tu cabeza y por la mía; pues el
nublado de la guerra, Héctor, todo to cubre, y a nosotros nos espera una muerte
cruel. Ea, llama a los más valientes dánaos, por si alguno to oye.
248 ¡Oh amigos, capitanes y príncipes de los argivos, los que bebéis en la
tienda de los Atridas Agamenón y Menelao el vino que el pueblo paga, mandáis las
256 Así dijo. Oyóle en seguida el veloz Ayante de Oileo, y acudió antes que
decir los nombres de cuantos aqueos fueron llegando para reanimar la pelea?
desembocadura de un río que las celestiales lluvias alimentan, las ingentes olas
chocan bramando contra la corriente del mismo, refluyen al mar y las altas
orillas resuenan en torno; con una gritería tan grande marchaban los troyanos.
Mientras tanto, los aqueos permanecían firmes alrededor del cadáver del
y el Cronión rodeó de espesa niebla sus relucientes cascos, porque nunca había
veía con desagrado que el cadáver pudiera llegar a ser juguete de los perros
troyanos no consiguieron matar con sus lanzas a ningún aqueo, como deseaban,
alejados de éste, pues los hizo volver Ayante; el cual, así por su figura, como
por sus obras, era el mejor de los dánaos, después del eximio Pelión. Atravesó
el héroe las primeras Filas, y parecido por su bravura al jabalí que en el monte
dispersa fácilmente, dando vueltas por los matorrales, a los perros y a los
gloria.
288 Hipótoo, hijo preclaro del pelasgo Leto, había atado una correa a un tobillo
través del reñido combate, para congraciarse con Héctor y los troyanos. Pronto
le ocurrió una desgracia, de que nadie, por más que to deseara, pudo librarlo.
Pues el hijo de Telamón, acometiéndole por entre la turba, le hirió de cerca por
robusta mano; el cerebro fluyó sanguinolento por la herida, a lo largo del asta;
el guerrero perdió las fuerzas, dejó escapar de sus manos al suelo el pie del
Larisa; y así no pudo pagar a sus progenitores la crianza, ni fue larga su vida,
porque sucumbió vencido por la lanza del magnánimo Ayante. A su vez, Héctor
más valiente de los focios, que tenía su casa en la célebre Panopeo y reinaba
312 Ayante hirió en medio del vientre al aguerrido Forcis, hijo de Fénope, que
desgarró las entrañas: el troyano, caído en el polvo, cogió el suelo con las
319 Entonces los troyanos hubieran vuelto a entrar en Ilio, acosados por los
Apolo instigó a Eneas, tomando la figura del heraldo Perifante Epítida, que
había envejecido ejerciendo de pregonero en la casa del padre del héroe y sabía
dar saludables consejos. Así transfigurado, habló Apolo, hijo de Zeus, diciendo:
327 ¡Eneas! ¿De qué modo podríais salvar la excelsa Ilio, hasta si un dios se
intrépido. Mas, al presente, Zeus desea que la victoria quede por vosotros y no
333 Así dijo. Eneas, como viera delante de sí a Apolo, el que hiere de lejos, le
335 ¡Héctor y demás caudillos de los troyanos y sus aliados! Es una vergüenza
que entremos en Ilio, acosados por los belicosos aqueos y vencidos por nuestra
cobardía. Una deidad ha venido a decirme que Zeus, el árbitro supremo, será aún
342 Así habló; y, saltando mucho más allá de los combatientes delanteros, se
detuvo. Los troyanos volvieron la cara y afrontaron a los aqueos. Entonces Eneas
muy cerca del enemigo, arrojó la reluciente lanza, hirió en el hígado, debajo
del diafragma, a Apisaón Hipásida, pastor de hombres, y le dejó sin vigor las
Asteropeo, y, apiadándose, corrió hacia él, dispuesto a pelear con los dánaos.
Mas no le fue posible; pues cuantos rodeaban por todas partes a Patroclo se
cubrían con los escudos y calaban las lamas. Ayante recorría las filas y daba
combatiendo se adelantara a los demás aqueos, sino que todos rodearan al muerto
derramar sangre, aunque perecían en mucho menor número porque cuidaban siempre
366 Así combatían, con el ardor del fuego. No hubieras dicho que aún
subsistiesen el sol y luna, pues hallábanse cubiertos por la niebla todos los
guerreros ilustres que peleaban alrededor del cadáver del Menecíada. Los
luchaban al cielo sereno: los vivos rayos del sol herían el campo, sin que
procurando librarse de los dolorosos tiros que les dirigían los contrarios. Y en
tanto, los del centro padecían muchos males a causa de la niebla y del combate,
y los más valientes estaban dañados por el cruel bronce. Dos varones insignes,
creían que, vivo aún, luchaba con los troyanos en la primera fila. Ambos, aunque
separadamente de los demás; que así se to había ordenado Néstor, cuando desde
sudosos tenían las rodillas, las piernas y más abajo los pies, y manchados de
polvo las manos y los ojos, cuantos peleaban en torno del valiente servidor del
Eácida, de pies ligeros. Como un hombre da a los obreros, para que la estiren,
perfectamente extendida por todos lados, de la misma manera tiraban aquéllos del
arrastrarlo los troyanos hacia Ilio, y los aqueos a las cóncavas naves. Un
tumulto feroz se producía alrededor del muerto; y ni Ares, que enardece a los
guerreros, ni Atenea por airada que estuviera, habrían hallado nada que
suscitó Zeus aquel día sobre el cadáver de Patroclo. El divino Aquiles ignoraba
aún la muerte del héroe, porque la pelea se había empeñado muy lejos de las
veleras naves, al pie del muro de Troya. No se figuraba que hubiese muerto, sino
que después de acercarse a las puertas volvería vivo; porque tampoco esperaba
que llegara a tomar la ciudad, ni solo, ni con él mismo. Así se to había oído
gran desgracia que acababa de ocurrir: la muerte del compañero a quien más
amaba.
alrededor del cadáver; y unos a otros se mataban. Y hubo quien entre los aqueos,
415 ¡Oh amigos! No sería para nosotros acción gloriosa la de volver a las
cóncavas naves. Antes la negra tierra se nos trague a todos; que preferible
fuera, si hemos de permitir a los troyanos, domadores de caballos, que arrastren
421 ¡Oh amigos! Aunque la parca haya dispuesto que sucumbamos todos junto a ese
423 Con tales palabras excitaban el valor de sus compañeros. Seguía el combate,
426 Los corceles de Aquiles lloraban, fuera del campo de la batalla, desde que
supieron que su auriga había sido postrado en el polvo por Héctor, matador de
hombres. Por más que Automedonte, hijo valiente de Diores, los aguijaba con el
volver atrás, a las naves y al vasto Helesponto, ni encaminarse hacia los aqueos
ardientes lágrimas con que lloraban la pérdida del auriga, y las lozanas crines
443 «¡Ah, infelices! ¿Por qué os entregamos al rey Peleo, a un mortal, estando
entre los míseros mortales? Porque no hay un ser más desgraciado que el hombre,
bastante que se haya apoderado de las armas y se gloríe de esta manera? Daré
troyanos, los cuales seguirán matando hasta que lleguen a las naves de muchos
456 Así diciendo, infundió gran vigor a los caballos: sacudieron éstos el polvo
de las crines y arrastraron velozmente el ligero carro hacia los troyanos y los
combatir desde el carro, y con los corceles se echaba sobre los enemigos como el
buitre sobre los ánsares; y con la misma facilidad huía del tumulto de los
troyanos, que arremetía a la gran turba de ellos para seguirles el alcance. Pero
469 ¡Automedonte! ¿Qué dios te ha sugerido tan inútil propósito dentro del pecho
y to ha privado de te buen juicio? ¿Por qué, estando solo, combates con los
475 ¡Alcimedonte! ¿Cuál otro aqueo podría sujetar o aguijar estos caballos
inmortales mejor que tú, si no fuera Patroclo, consejero igual a los dioses,
481 Así dijo. Alcimedonte, subiendo en seguida al veloz carro, empuñó el látigo
485 ¡Eneas, consejero de los troyanos, de broncíneas corazas! Advierto que los
corceles del Eácida, ligero de pies, aparecen nuevamente en la lid guiados por
pasaron adelante, protegiendo sus hombros con sólidos escudos de pieles secas de
Areto, que tenían grandes esperanzas de matar a los aurigas y llevarse los
escapar de Automedonte. Éste, orando al padre Zeus, llenó de fuerza y vigor las
501 ¡Alcimedonte! No tengas los caballos lejos de mí; sino tan cerca, que sienta
su resuello sobre mi espalda. Creo que Héctor Priámida no calmará su ardor hasta
que suba al carro de Aquiles y gobierne los corceles de hermosas crines, después
508 ¡Ayantes, caudillos de los argivos! ¡Menelao! Dejad a los más fuertes el
a librarnos del día cruel a nosotros que aún vivimos, pues se dirigen a esta
parte, corriendo por el luctuoso combate, Héctor y Eneas, que son los más
valientes de los troyanos. En la mano de los dioses está to que haya de ocurrir.
el cinturón se clavó en el empeine del guerrero. Como un joven hiere con afilada
segur a un buey montaraz por detrás de las astas, le corta el nervio y el animal
da un salto y cae, de esta manera el troyano saltó y cayó boca arriba y la lanza
aguda, vibrando aún en sus entrañas, dejóle sin vigor los miembros. Héctor
arrojó la reluciente lanza contra Automedonte, pero éste, como la viera venir,
suelo detrás de él, y el regatón temblaba; pero pronto la impetuosa arma perdió
separarse los dos Ayantes; los cuales, enardecidos, abriéronse paso por la turba
540 Así diciendo, tomó y puso en el carro los sangrientos despojos; y en seguida
subió al mismo, con los pies y las manos ensangrentados como el león que ha
devorado un toro.
Patroclo. Excitó la lid a Atenea, que vino del cielo, enviada a socorrer a los
dánaos por el largovidente Zeus, cuya mente había cambiado. De la suerte que
Zeus tiende en el cielo el purpúreo arco iris, como señal de una guerra o de un
invierno tan frío que obliga a suspender las labores del campo y entristece a
los rebaños, de este modo la diosa, envuelta en purpúrea nube, penetró por las
tropas aqueas y animó a cada guerrero. Primero enderezó sus pasos hacia el
fuerte Menelao, hijo de Atreo, que se hallaba cerca; y, tomando la figura y voz
perros despedazaran cerca del muro de Troya el cadáver de quien fue compañero
terrible fuerza de una llama, y no cesa de matar con el bronce, protegido por
567 Así dijo. Atenea, la diosa de ojos de lechuza, holgándose de que aquél la
invocara la primera entre todas las deidades, le vigorizó los hombros y las
agradable; de una audacia semejante llenó la diosa las negras entrañas del
lanza. Hallábase entre los troyanos Podes, hijo de Eetión, rico y valiente, a
quien Héctor honraba mucho en la ciudad porque era su compañero querido en los
Fénope Asíada; éste tenía la casa en Abides, y era para el héroe el más querido
586 ¡Héctor! ¿Cuál otro aqueo te temerá, cuando huyes temeroso ante Menelao, que
siempre fue guerrero débil y ahora él solo ha levantado y se lleva fuera del
alcance de los troyanos el cadáver de tu fiel amigo a quien mató, del que
peleaba con denuedo entre los combatientes delanteros, de Podes, hijo de Eetión?
591 Así dijo, y negra nube de pesar envolvió a Héctor, que en seguida atravesó
a los aqueos.
597 El primero que huyó fue Penéleo, el beocio, per haber recibido, vuelto
hijo del magnánimo Alectrión; el cual huyó espantado y mirando en torno suyo,
porque ya no esperaba que con la lanza en la mano pudiese combatir con los
en la unión del asta con el hierro; y los troyanos gritaron. Héctor despidió su
lama contra Idomeneo Deucálida, que iba en un carro; y por poco no acertó a
quien acompañaba desde que partieron de la bien construida Licto. Idomeneo salió
aquel día de las corvas naves al campo, como infante; y hubiera procurado a los
corceles: éste fue su salvador, porque le libró del día cruel al perder la vida
atravesó la lengua. El guerrero cayó del carro, y dejó que las riendas vinieran
pues ya tú mismo conoces que no serán los aqueos quienes alcancen la victoria.
624 Así habló; a Idomeneo fustigó los corceles de hermosas crines, guiándolos
626 No les pasó inadvertido al magnánimo Ayante y a Menelao que Zeus otorgaba a
en decir:
629 ¡Oh dioses! Ya hasta el más simple conocería que el padre Zeus favorece a
los troyanos. Los tiros de todos ellos, sea cobarde o valiente el que dispara,
no yerran el blanco, porque Zeus los encamina; mientras que los nuestros caen al
suelo sin dañar a nadie. Ea, pensemos cómo nos será más fácil sacar el cadáver y
mirando hacia acá, y sin duda piensan que ya no podemos resistir la fuerza y las
invictas manes de Héctor, matador de hombres, y pronto tendremos que caer en las
negras naves. Ojalá algún amigo avisara rápidamente al Pelida, pues no creo que
distinguir entre los aqueos a nadie capaz de hacerlo, cubiertos como están por
densa niebla hombres y caballos. ¡Padre Zeus! ¡Libra de la espesa niebla a los
651 Mira ahora, Menelao, alumno de Zeus, si ves a Antíloco, hijo del magnánimo
Néstor, vivo aún; y envíale para que vaya corriendo a decir al belicoso Aquiles
del establo un león después de irritar a los canes y a los hombres que,
vigilando toda la noche, no le han dejado comer los pingües bueyes el animal,
ávido de carne, acomete, pero nada consigue porque audaces manos le arrojan
muchos venablos y teas encendidas que le hacen temer, aunque está enfurecido ; y
los aqueos, vencidos por el fuerte miedo, lo dejaran y fuera presa de los
mansedumbre del mísero Patroclo, el cual supo ser amable con todos mientras gozó
673 Dicho esto, el rubio Menelao partió mirando a todas partes como el águila
(el ave, según dicen, de vista más perspicaz entre cuantas vuelan por el cielo),
a la cual, aun estando en las alturas, no le pasa inadvertida una liebre de pies
instante la coge y le quita la vida; del mismo modo, oh Menelao, alumno de Zeus,
tus brillantes ojos dirigíanse a todos lados, por la turba numerosa de los
685 ¡Ea, ven acá, Antíloco, alumno de Zeus, y sabrás una infausta nueva que
ojalá no debiera darte! Creo que tú mismo conocerás, con sólo tender la vista,
que un dios nos manda la derrota a los dánaos y que la victoria es de los
troyanos. Ha muerto el más valiente aqueo, Patroclo, y los dánaos le echan muy
de menos. Corre hacia las naves aqueas y anúncialo a Aquiles; por si, dándose
prisa en venir, puede llevar a su bajel el cadáver desnudo, pues las armas las
694 Así dijo. Estremecióse Antíloco al oírle, estuvo un buen rato sin poder
hablar, llenáronse de lágrimas sus ojos y la voz sonora se le cortó. Mas no por
eximio compañero que a su lado regía los solípedos caballos, y echó a correr.
700 Llevado por sus pies fuera del combate, fuese llorando a dar al Pelida
ánimo que te quedaras a11í para socorrer a los fatigados compañeros de Antíloco,
aunque los pilios echaban muy de menos a su jefe. Envióles, pues, el divino
708 Ya he enviado a aquél a las veleras naves, para que se presente a Aquiles,
el de los pies ligeros; pero no creo que Aquiles venga en seguida, por más
airado que esté con el divino Héctor, porque sin armas no podrá combatir con los
troyanos. Pensemos nosotros mismos cómo nos será más fácil sacar el cadáver y
tenernos igual ánimo, llevamos el mismo nombre y siempre hemos sostenido juntos
divino Héctor.
722 Así dijo. Aquéllos cogieron al muerto y alzáronlo muy alto; y gritó el
ejército troyano al ver que los aqueos levantaban el cadáver. Arremetieron los
troyanos como los perros que, adelantándose a los jóvenes cazadores, persiguen
al jabalí herido; así como éstos corren detrás del jabalí y anhelan
herían a los aqueos con las espadas y lanzas de doble filo; pero, cuando los
batalla hacia las cóncavas naves. Tras ellos suscitóse feroz combate: como el
fuego que prende en una ciudad, se levanta de pronto y resplandece, y las caws
iban retirando. Así como mulos vigorosos sacan del monte y arrastran por áspero
paso, pero su ánimo está abatido por el cansancio y el sudor: de la misma manera
Ayantes contenían a los troyanos como el valladar selvoso extendido por gran
arrebatado, les hace torcer el camino y les señala el cauce por donde todos han
de correr, y jamás los ríos pueden romperlo con la fuerza de sus aguas; de
semejante modo, los Ayantes apartaban a los troyanos que les seguían peleando,
estorninos o grajos, dando horribles chillidos, cuando ven al gavilán que trae
la muerte a los pajarillos, así entonces los aqueos, perseguidos por Eneas y
vengarlo. Su madre, Tetis, pide a Hefesto que fabrique un escudo que reemplace
1 Mientras los troyanos y los aqueos combatían con el ardor de abrasadora llama,
Antíloco, mensajero de veloces pies, fue en busca de Aquiles. Hallóle junto alas
6 ¡Ay de mí! ¿Por qué los melenudos aqueos vuelven a ser derrotados, y corren
aturdidos por la llanura con dirección a las naves? Temo que los dioses me hayan
causado la desgracia cruel para mi corazón, que me anunció mi madre diciendo que
el más valiente de los mirmidones dejaría de ver la luz del sol, a manos de los
Menecio. ¡Infeliz! Yo le mandé que, tan pronto como apartase el fuego enemigo,
noticia:
18 ¡Ay de mí, hijo del aguerrido Peleo! Sabrás una infausta nueva, una cosa que
tiene la armadura.
22 Así dijo; y negra nube de pesar envolvió a Aquiles. El héroe cogió ceniza con
de las manos a Aquiles, cuyo gran corazón deshacíase en suspiros, por el temor
oyóle su veneranda madre, que se hallaba en el fondo del mar, junto al padre
Limnorea, Mélite, Yera, Anfítoe, Ágave, Doto, Proto, Ferusa, Dinámene, Dexámene,
52 Oíd, hermanas nereidas, para que sepáis cuántas penas sufre mi corazón. ¡Ay
ilustre, fuerte a insigne entre los héroes, que creció semejante a un árbol; le
crié como a una planta en terreno fértil y to mandé a Ilio en las corvas naves
para que combatiera con los troyanos; y ya no le recibiré otra vez, porque no
volverá a mi casa, a la mansión de Peleo. Mientras vive y ve la luz del sol está
hijo querido y me dirá qué pesar le aflige ahora que no interviene en las
batallas.
subieron todas a la playa donde las muchas naves de los mirmidones habían sido
ocultes. Zeus ha cumplido lo que tú, levantando las manos, le pediste: que todos
los aqueos, privados de ti, fueran acorralados junto a las naves y padecieran
vergonzosos desastres.
vista, magníficas, que los dioses regalaron a Peleo, como espléndido presente,
seguido habitando en el mar con las inmortales ninfas, y Peleo hubiese tomado
esposa mortal. Mas no sucedió así, para que sea inmenso el dolor de tu alma
vida, atravesado por mi lanza, recibiendo de este modo la condigna pena por la
Patroclo ni a los muchos amigos que murieron a manos del divino Héctor,
permanezco en las naves cual inútil peso de la tierra, siendo tal en la batalla
superan. Ojalá pereciera la discordia para los dioses y para los hombres, y con
ella la ira, que encruelece hasta al hombre sensato cuando más dulce que la miel
refrenar el furor del pecho. Iré a buscar al matador del amigo querido, a
inmortales. Pues ni el fornido Heracies pudo librarse de ella, con ser carísimo
cuando muera; mas ahora ganaré gloriosa fama y haré que algunas de las matronas
troyanas o dardanias, de profundo seno, den fuertes suspiros y con ambas manos
se enjuguen las lágrimas de sus tiernas mejillas. Conozcan que durante largo
128 Sí, hijo, es justo, y no puede reprobarse que libres a los afligidos
cubrir con ella sus hombros. Con todo eso, me figuro que no durará mucho su
138 Cuando así hubo hablado, dejó a su hijo; y volviéndose a sus hermanas de la
140 Bajad vosotras al anchuroso seno del mar para ver al anciano marino y el
armadura.
14s Así habló. Las nereidas se sumergieron prestamente en las olas del mar, y
Tetis, la diosa de argénteos pies, enderezó sus pasos al Olimpo para procurar a
Patroclo, escudero de Aquiles, porque de nuevo los alcanzaron los troyanos con
sus carros y Héctor, hijo de Príamo, que por su vigor parecía una llama. Tres
veces el esclarecido Héctor asió a Patroclo por los pies a intentó arrastrarlo,
exhortando con horrendos gritos a los troyanos; tres veces los dos Ayantes,
unas veces se arrojaba a la pelea, otras se detenía y daba grandes voces, pero
nunca se retiraba del todo. Como los pastores pasan la noche en el campo y no
modo, los belicosos Ayantes no lograban ahuyentar del cadáver a Héctor Priámida.
al Pelión, para aconsejarle que tomase las armas, la veloz Iris, de pies ligeros
como el viento; a la cual enviaba Hera, sin que to supieran Zeus ni los demás
dioses. Colocóse la diosa cerca de Aquiles y pronunció estas aladas palabras:
Patroclo, por cuyo cuerpo se ha trabado un vivo combate cerca de las naves.
Mátanse a11í los aqueos defendiendo el cadáver, y los troyanos acometiendo con
troyanos; pues será para ti motivo de afrenta que el cadáver reciba algún
ultraje.
184 Me manda Hera, la ilustre esposa de Zeus, sin que lo sepan el excelso
188 ¿Cómo puedo ir a la batalla? Los troyanos tienen mis armas, y mi madre no me
permite entrar en combate hasta que con estos ojos la vea volver, pues aseguró
que me traería una hermosa armadura fabricada por Hefesto. Entre tanto no sé de
cuál guerrero podría vestir las armas, a no ser que tomase el escudo de Ayante
Telamoníada; pero creo que éste se halla entre los combatientes delanteros y
197 Bien sabemos nosotros que aquéllos tienen tu magnífica armadura; pero
muéstrate a los troyanos en la orilla del foso para que, temiéndote, cesen de
pelear; los belicosos aqueos, que tan abatidos están, se reanimen, y la batalla
tenga su tregua, aunque sea por breve tiempo.
202 En diciendo esto, fuese Iris, ligera de pies. Aquiles, caro a Zeus, se
levantó, y Atenea cubrióle los fornidos hombros con la égida floqueada, y además
la divina entre las diosas circundóle la cabeza con áurea nube, en la cual ardía
resplandeciente llama. Como se ve desde lejos el humo que, saliendo de una isla
donde se halla una ciudad sitiada por los enemigos, llega al éter, cuando sus
alto, para que los vecinos los vean, se embarquen y les libren del apuro, de
a la orilla del foso, fuera de la muralla, se detuvo, sin mezclarse con los
aqueos, porque respetaba el prudente mandato de su madre. Allí dio recias voces
entre los troyanos. Como se oye la voz sonora de la trompeta cuando vienen a
cercar la ciudad enemigos que la vida quitan, tan sonora fue entonces la voz del
Eácida. Cuando se dejó oír la voz de bronce del héroe, a todos se les conturbó
el corazón, y los caballos, de hermosas crines, volvíanse hacia atrás con los
Pelión hacía arder Atenea, la diosa de ojos de lechuza. Tres veces el divino
Aquiles gritó a orillas del foso, y tres veces se turbaron los troyanos y sus
por sus carros y heridos por sus propias lanzas. Y los aqueos, muy alegres,
sacaron a Patroclo fuera del alcance de los tiros y colocáronlo en un lecho. Los
amigos le rodearon llorosos, y con ellos iba Aquiles, el de los pies ligeros,
derramando ardientes lágrimas, desde que vio al fiel compañero desgarrado por el
agudo bronce y tendido en el féretro. Habíale mandado a la batalla con su carro
mal de su grado, en la corriente del Océano. Y una vez puesto, los divinos
cena. Celebraron el ágora de pie y nadie osó sentarse; pues a todos les hacía
aguardar a la divinal aurora en la llanura, junto a las naves, y tan lejos del
muro como al presente nos hallamos. Mientras ese hombre estuvo irritado con el
divino Agamenón, fue más fácil combatir contra los aqueos; y también yo gustaba
de pernoctar junto a las veleras naves, esperando que acabaríamos tomando los
corvos bajeles. Ahora temo mucho al Pelida, de pies ligeros, que con su ánimo
que voy a decir. La noche inmortal ha detenido al Pelida, de pies ligeros; pero,
si mañana nos acomete armado y nos encuentra aquí, conoceréis quién es, y
llegará gozoso a la sagrada Ilio el que logre escapar, pues a muchos de los
troyanos se los comerán los perros y los buitres. ¡Ojalá que tal noticia nunca
llegue a mis oídos! Si, aunque estéis afligidos, seguís mi consejo, tendremos el
por las torres y las altas puertas con sus tablas grandes, labradas, sólidamente
si aquél viniere de las naves a combatir con nosotros al pie del muro, peor para
él; pues habrá de volverse después de cansar a los caballos, de erguido cuello,
todos los hombres dotados de palabra llamaban a la ciudad de Príamo rica en oro
vendidas, desde que Zeus se irritó contra nosotros. Y ahora que el hijo del
contra el mar a los aqueos, no des, ¡oh necio!, tales consejos al pueblo. Ningún
vigilad todos. Y el troyano que sienta gran temor por sus bienes, júntelos y
entréguelos al pueblo para que en común se consuman; pues es mejor que los
Que Enialio es a todos común y suele causar la muerte del que matar deseaba.
310 Así se expresó Héctor, y los troyanos le aclamaron, ¡oh necios!, porque
Palas Atenea les quitó el juicio. ¡Aplaudían todos a Héctor por sus funestos
pecho del amigo, dio comienzo a las sentidas lamentaciones, mezcladas con
igual modo, y despidiendo profundos suspiros, dijo Aquiles entre los mirmidones:
324 ¡Oh dioses! Vanas fueron las palabras que pronuncié un día en el palacio
otra vez a Opunte tan pronto como, tomada Ilio, recibiera su parte de botín.
Zeus no les cumple a los hombres todos sus deseos; y el hado ha dispuesto que
tierra, oh Patroclo, después que tú, no to haré las honras fúnebres hasta que
permanezcas tendido junto a las corvas naves, te rodearán, llorando noche y día,
las troyanas y dardanias de profundo seno que conquistamos con nuestro valor y
343 Cuando esto hubo dicho, el divino Aquiles mandó a sus compañeros que
pusieran al fuego un gran trípode para que cuanto antes le lavaran a Patroclo
las manchas de sangre. Y ellos colocaron sobre el ardiente fuego una caldera
propia para baños, sostenida por un trípode; llenáronla de agua, y metiendo leña
pingüe aceite y taparon las heridas con un unguento que tenía nueve años;
357 Lograste al fin, Hera veneranda, la de ojos de novilla, que Aquiles, ligero
hombre, ¿cómo yo, que me considero la primera de las diosas por mi abolengo y
por llevar el nombre de esposa tuya, de ti que reinas sobre los inmortales
todos, no había de causar males a los troyanos estando irritada contra ellos?
imperecedero de Hefesto, que brlllaba como una estrella, lucía entre los de las
trípodes que debían permanecer arrimados a la pared del bien construido palacio
y tenían ruedas de oro en los pies para que de propio impulso pudieran entrar
donde los dioses se congregaban y volver a la casa. ¡Cosa admirable! Estaban
casi terminados, faltándoles tan sólo las labradas asas, y el dios preparaba los
clavos para pegárselas. Mientras hacía tales obras con sabia inteligencla, llegó
Tetis, la diosa de argénteos pies. La bella Caris, que llevaba luciente diadema
y era esposa del ilustre cojo, viola venir, salió a recibirla, y, asiéndola por
la mano, le dijo:
385 ¿Por qué, oh Tetis, la de largo peplo, venerable y cara, vienes a nuestro
la hospitalidad.
388 Dichas estas palabras, la divina entre las diosas introdujo a Tetis y la
le dijo:
salvadora cuando me tocó padecer, pues vime arrojado del cielo y caí a lo lejos
Océano. Nueve años viví con ellas fabricando muchas piezas de bronce broches,
inmensa, murmurante y espumosa corriente del Océano. De todos los dioses y los
mortales hombres, sólo to sabían Tetis y Eurínome, las mismas que antes me
salvaron. Hoy que Tetis, la de hermosas trenzas, viene a mi casa, tengo que
andar cojeaba arrastrando sus gráciles piernas. Apartó de la llama los fuelles y
puso en un arcón de plata las herramientas con que trabajaba; enjugóse con una
esponja el sudor del rostro, de las manos, del vigoroso cuello y del velludo
pecho, vistió la túnica, tomó el fornido cetro, y salió cojeando, apoyado en dos
dijo:
424 ¿Por qué, oh Tetis, la de largo peplo, venerable y cara, vienes a nuestro
429 ¡Hefesto! ¿Hay alguna entre las diosas del Olimpo que haya sufrido en su
tuve que tolerar, contra toda mi voluntad, el tálamo de un hombre que yace ya en
que pariera y alimentara un hijo insigne entre los héroes, que creció semejante
a un árbol, to crié como a una planta en terreno fértil y to mandé a Ilio en las
corvas naves, para que combatiera con los troyanos; y ya no le recibiré otra
socorro. Los aqueos le habían asignado, como recompensa, una joven, y el rey
Agamenón se la quitó de las manos. Apesadumbrado por tal motivo, consumía su
corazón, pero los troyanos acorralaron a los aqueos junto a los bajeles y no les
dejaban salir del campamento, y los próceres argivos intercedieron con Aquiles y
ruina, hizo que vistiera sus armas Patroclo y envióle a la batalla con muchos
hombres. Combatieron todo el día en las puertas Esceas; y los aqueos hubieran
destruido la ciudad, a no haber sido por Apolo, el cual mató entre los
y dio gloria a Héctor. Y yo vengo a abrazar tus rodillas por si quieres dar a mi
hijo, cuya vida ha de ser breve, escudo, casco, hermosas grebas ajustadas con
broches, y coraza; pues las armas que tenía las perdió su fiel amigo al morir a
463 Cobra ánimo y no to apures por las armas. Ojalá pudiera ocultarlo a la
468 Así habló; y, dejando a la diosa, encaminóse a los fuelles, los volvió hacia
despidiendo un aire que avivaba el fuego y era de varias clases: unas veces
estaño, oro precioso y plata; colocó en el tajo el gran yunque, y cogió con una
478 Hizo lo primero de todo un escudo grande y fuerte, de variada labor, con
483 A11í puso la tierra, el cielo, el mar, el sol infatigable y la luna llena;
a11í las estrellas que el cielo coronan, las Pléyades, las Híades, el robusto
una se celebraban bodas y festines: las novias salían de sus habitaciones y eran
vestíbulos de las casas. Los hombres estaban reunidos en el ágora, pues se había
suscitado una contienda entre dos varones acerca de la multa que debía pagarse
manos los cetros de los heraldos, de voz potente, y levantándose uno tras otro
publicaban el juicio que habían formado. En el centro estaban los dos talentos
509 La otra ciudad aparecía cercada por dos ejércitos cuyos individuos,
arruinar la plaza, y los otros querían dividir en dos partes cuantas riquezas
distinguidos, coino dioses; pues los hombres eran de estatura menor. Luego en el
bronce, y ponían dos centinelas avanzados para que les avisaran la llegada de
rebaños con dos pastores que se recreaban tocando la zampoña, sin presentir la
río una batalla en la cual heríanse unos a otros con broncíneas lanzas. Allí se
ropaje que cubría su espalda estaba teniño de sangre humana. Movíanse todos como
541 Representó también una blanda tierra noval, un campo fértil y vasto que se
labraba por tercera vez: acá y acullá muchos labradores guiaban las yuntas, y,
al llegar al confín del campo, un hombre les salía al encuentro y les daba una
copa de dulce vino; y ellos volvían atrás, abriendo nuevos surcos, y deseaban
llegar al otro extremo del noval profundo. Y la tierra que dejaban a su espalda
negreaba y parecía labrada, siendo toda de oro; to cual constituía una singular
maravilla.
550 Grabó asimismo un campo real donde los jóvenes se gaban las mieses con hoces
afiladas: muchos manojos caíar al suelo a lo largo del surco, y con ellos
formaban gavilla: los atadores. Tres eran éstos, y unos rapaces cogían los
rey sin desplegar los labios, con el corazón alegre y el cetro en la mano.
buey que habían matado. Y las mujeres aparejaban la comida de los trabajadores,
561 También entalló una hermosa viña de oro, cuyas cepas, cargadas de negros
negruzco acero y un seto de estaño, y conducía a ella un solo camino por donde
pies el suelo.
573 Puso luego un rebaño de vacas de erguida cornamenta: los animales eran de
oro y estaño, y salían del establo, mugiendo, para pastar a orillas de un sonoro
río, junto a un flexible cañaveral. Cuatro pastores de oro guiaban a las vacas y
nueve canes de pies ligeros los seguían. Entre las primeras vacas, dos terribles
Perseguíanlos mancebos y perros. Pero los leones lograban desgarrar la piel del
canes: éstos se apartaban de los leones sin morderlos, ladraban desde cerca y
587 Hizo también el ilustre cojo de ambos pies un gran prado en hermoso valle,
donde pacían las cándidas ovejas, con establos, chozas techadas y apriscos.
590 El ilustre cojo de ambos pies puso luego una danza como la que Dédalo
bien tejidas y algo lustrosas, como frotadas con aceite, y sables de oro
suspendidos de argénteos tahalíes. Unas veces, moviendo los diestros pies, daban
con la cítara; y así que se oía el preludio, dos saltadores hacían cabriolas en
medio de la muchedumbre.
606 En la orla del sólido escudo representó la poderosa corriente del río
Océano.
609 Después que construyó el grande y fuerte escudo, hizo para Aquiles una
coraza más reluciente que el resplandor del fuego; un sólido casco, hermoso,
dúctil estaño.
614 Cuando el ilustre cojo de ambos pies hubo fabricado todas las armas,
CANTO XIX*
Renunciamiento de la cólera
llevar la luz a los dioses y a los hombres, cuando Tetis llegó a las naves con
amigos que derramaban lágrimas. La divina entre las diosas se puso en medio,
8 ¡Hijo mío! Aunque estamos afligidos, dejemos que ése yazga, ya que sucumbió
tan excelente y bella como jamás varón alguno la haya Ilevado para proteger sus
hombros.
labradas armas, y éstas resonaron. A todos los mirmidones les sobrevino temblor;
y, sin atreverse a mirarlas de frente, huyeron espantados. Mas Aquiles, así que
21 ¡Madre mía! El dios te ha dado unas armas como es natural que sean las obras
de los inmortales y como ningún hombre mortal las hiciera. Ahora me armaré, pero
temo que mientras tanto penetren las moscas por las heridas que el bronce causó
conservaría igual que ahora o mejor todavía. Tú convoca al ágora a los héroes
incorruptible.
naves, y hasta los pilotos que las gobernaban, y como despenseros distribuían
haber permanecido alejado del triste combate durante mucho tiempo. El intrépido
56 ¡Atrida! Mejor hubiera sido para entrambos, para ti y para mí, continuar
unidos que sostener, con el corazón angustiado, roedora disputa por una joven.
Así la hubiese muerto Ártemis en las naves con una de sus flechas el mismo día
tantos aqueos como sucumbieron a manos del enemigo mientras duró mi cólera. Para
Héctor y los troyanos fue el beneficio, y me figuro que los aqueos se acordarán
largo tiempo de nuestra disputa. Mas dejemos lo pasado, aunque nos hallemos
afligidos, puesto que es preciso refrenar el furor del pecho. Desde ahora
depongo la cólera, que no sería razonable estar siempre irritado. Mas, ea,
incita a los melenudos aqueos a que peleen; y veré, saliendo al encuentro de los
troyanos, si querrán pasar la noche junto a los bajeles. Creo que con gusto se
entregará al descanso el que logre escapar del feroz combate, puesto en fuga por
mi lanza.
78 ¡Oh amigos, héroes dánaos, servidores de Ares! Bueno será que escuchéis sin
¿Cómo se podría oír o decir algo en medio del tumulto producido por muchos
pero vosotros, los demás argivos, prestadme atención y cada uno penetre bien mis
palabras. Muchas veces los aqueos me han dirigido las mismas Palabras,
Erinia, que vaga en las tinieblas; los cuales hicieron padecer a mi alma,
recompensa. Mas, ¿qué podía hacer? La divinidad es quien lo dispone todo. Hija
veneranda de Zeus es la perniciosa Ofuscación, a todos tan funesta: sus pies son
delicados y no los acerca al suelo, sino que anda sobre las cabezas de los
hombres, a quienes causa daño, y se apodera de uno, por lo menos, de los que
contienden. En otro tiempo fue aciaga para el mismo Zeus, que es tenido por el
más poderoso de los hombres y de los dioses; pues Hera, no obstante ser hembra,
hermosas murallas. El dios, gloriándose, dijo así ante todas las deidades:
«Oídme todos, dioses y diosas, para que os manifieste lo que en el pecho mi
corazón me dicta. Hoy Ilitia, la que preside los partos, sacará a luz un varón
Hera: «Mentirás, y no llevarás al cabo to que dices. Y si no, ea, Olímpico, jura
solemnemente que reinará sobre todos sus vecinos el niño que, perteneciendo a la
familia de los hombres engendrados de to sangre, caiga hoy entre los pies de una
mujer.» Así dijo; Zeus, no sospechando el dolo, prestó el gran juramento que tan
funesto le había de ser. Pues Hera dejó en raudo vuelo la cima del Olimpo, y
Persida; y, como ésta se hallara encinta de siete meses cumplidos, la diosa sacó
fulminador! Una noticia tengo que darte. Ya nació el noble varón que reinará
indigno de reinar sobre aquéllos.» Así dijo, y un agudo dolor penetró el alma
del dios, que, irritado en su corazón, cogió a Ofuscación por los nítidos
arrojó del cielo. En seguida llegó Ofuscación a los campos cultivados por los
hombres. Y Zeus gemía por causa de ella, siempre que contemplaba a su hijo
realizando los penosos trabajos que Euristeo le iba imponiendo. Por esto, cuando
el gran Héctor, el de tremolante casco, mataba a los argivos junto a las popas
de las naves, yo no podía olvidarme de Ofus cación, cuyo funesto influjo había
traerán de la nave los presentes para que veas si son capaces de apaciguar tu
146 ¡Atrida gloriosísimo, rey de hombres, Agamenón! Luego podrás regalarme estas
empresa está aún por acabar , para que vean nuevamente a Aquiles entre los
155 Aunque seas valiente, deiforme Aquiles, no exhortes a los aqueos a que
peleen en ayunas con los troyanos, cerca de Ilio; que no durará poco tiempo la
batalla cuando las falanges vengan a las manos y la divinidad excite el valor de
ambos ejércitos. Ordénales, por el contrario, a los aqueos que en las veleras
ayunas no puede el varón combatir todo el día, hasta la puesta del sol, con el
Pero el que pelea todo el día con los enemigos, saciado de vino y de manjares,
tiene en el pecho un corazón audaz y sus miembros no se cansan hasta que todos
se han retirado de la lid. Ea, despide las tropas y manda que preparen el
desayuno; el rey de hombres, Agamenón, traiga los regalos en medio del ágora
para que los vean todos los aqueos con sus propios ojos y to regocijes en el
corazón; jure el Atrida, de pie entre los argivos, que nunca subió al lecho de
Briseide ni se juntó con ella, como es costumbre, oh rey, entre hombres y
mujeres; y tú, Aquiles, procura tener en el pecho un ánimo benigno. Que luego se
nada falte de lo que se te debe. Y el Atrida sea en adelante más justo con
injurió.
185 Con agrado escuché tus palabras, Laertíada, pues en todo lo que narraste y
esté impaciente por combatir, y los demás continuad reunidos aquí hasta que
amistad. A ti mismo lo te encargo y ordeno: escoge entre los jóvenes aqueos los
199 ¡Atrida gloriosísimo, rey de hombres, Agamenón! Todo esto debierais hacerlo
cuando se suspenda el combate y no sea tan grande el ardor que inflama mi pecho.
¡Yacen insepultos los que mató Héctor Priámida cuando Zeus le dio gloria, y
vosotros nos aconsejáis que comamos! Yo mandana a los aqueos que combatieran en
ayunas, sin tomar nada; y que a la puesta del sol, después de vengar la afrenta,
tienda, atravesado por el agudo bronce, con los pies hacia el vestíbulo y
rodeado de amigos que le lloran. Por esto, aquellas cosas en nada interesan a mi
espíritu, sino tan sólo la matanza, la sangre y el triste gemir de los
guerreros.
216 ¡Oh Aquiles, hijo de Peleo, el más valiente de todos los aqueos! Eres más
to corazón a to que voy a decir. Pronto se cansan los hombres de pelear, si,
haciendo caer el bronce muchas espigas al suelo, la mies es escasa, porque Zeus,
los aqueos lloren al muerto con el vientre, pues siendo tantos los que sucumben
unos en pos de otros todos los días, ¿cuándo podríamos respirar sin pena? Se
debe enterrar con ánimo firme al que muere y llorarle un día, y luego cuantos
hayan escapado del combate funesto piensen en comer y beber para vestir otra vez
el indomable bronce y pelear continuamente y con más tesón aún contra los
enemigos. Ningún guerrero deje de salir aguardando otra exhortación, que para su
daño la esperará quien se quede junto a las naves argivas. Vayamos todos juntos
238 Dijo; mandó que le siguiesen los hijos del glorioso Néstor, Meges Filida,
Lleváronse de la tienda los siete trípodes que el Atrida había ofrecido, veinte
Al volver, Ulises iba delante con los diez talentos de oro que él mismo había
pesado, y le seguían los jóvenes aqueos con los presentes. Pusiéronio todo en
medio del ágora; alzóse Agamenón, y al lado del pastor de hombres se puso
Taltibio, cuya voz parecía la de una deidad, sujetando con la mano a un jabalí.
espada, cortó por primicias algunas cerdas del jabalí y oró, levantando las
escuchaban las palabras del rey. Éste, alzando los ojos al anchuroso cielo, hizo
esta plegaria:
258 Sean testigos Zeus, el más excelso y poderoso de los dioses, y luego la
Tierra, el Sol y las Erinias que debajo de la tierra castigan a los muertos que
fueron perjuros, de que jamás he puesto la mano sobre la joven Briseide para
yacer con ella ni para otra cosa alguna, sino que en mi tienda ha permanecido
intacta. Y si en algo perjurare, envíenme los dioses los muchísimos males con
266 Dijo; y con el cruel bronce degolló el jabalí que Taltibio arrojó,
haciéndole dar vueltas, a gran abismo del espumoso mar para pasto de los peces.
270 ¡Zeus padre! Grandes son los infortunios que mandas a los hombres. Jamás el
arrebatarme la joven contra mi voluntad; pero sin duda quería Zeus que muriesen
lindo rostro. Y, llorando aquella mujer semejante a una diosa, así decía:
287 ¡Oh Patroclo, amigo carísimo al corazón de esta desventurada! Vivo te dejé
de los muros de la ciudad; y los tres hermanos queridos que una misma madre me
diera murieron también. Pero tú, cuando el ligero Aquiles mató a mi esposo y
tomó la ciudad del divino Mines, no me dejabas llorar, diciendo que lograrías
que yo fuera la mujer legítima del divino Aquiles, que éste me llevaría en su
nave a Ftía y que allí, entre los mirmidones, celebraríamos el banquete nupcial.
Y ahora que has muerto no me cansaré de llorar por ti, que siempre has sido
afable.
301 Así dijo llorando, y las mujeres sollozaron, aparentemente por Patroclo, y
en realidad por sus propios males. Los caudillos aqueos se reunieron en torno de
309 Así diciendo, despidió a los demás reyes, y sólo se quedaron los dos
distraer a Aquiles, que estaba profundamente afligido. Pero nada podía alegrar
315 En otro tiempo, tú, infeliz, el más amado de los compañeros, me servías en
puede ocurrir; ni que supiera que ha muerto mi padre, el cual quizás llora allá
en Ftía por no tener a su lado un hijo como yo, mientras peleo con los troyanos
de Argos, criador de caballos, y de que tú, volviendo a Ftía, irías en una veloz
nave negra a Esciro, recogerías a mi hijo y le mostrarías todos mis bienes: las
muerte.
338 Así dijo, llorando, y los caudillos gimieron, porque cada uno se acordaba de
palabras:
342 ¡Hija mía! Desamparas de todo en todo a ese eximio varón. ¿Acaso tu espíritu
349 Con tales palabras instigóle a hacer to que ella misma deseaba. Atenea
emprendió el vuelo, cual si fuese un halcón de anchas alas y aguda voz, desde el
para que el hambre molesta no hiciera flaquear las rodillas del héroe; y en
seguida regresó al sólido palacio del prepotente padre. Los guerreros afluyeron
a un lugar algo distante de las veleras naves. Cuan numerosos caen los copos de
nieve que envía Zeus y vuelan helados al impulso del Bóreas, nacido en el éter,
en tan gran número veíanse salir del recinto de las naves los refulgentes
cascos, los abollonados escudos, las fuertes corazas y las lanzas de fresno. El
brillo llegaba hasta el cielo; toda la tierra se mostraba risueña por los rayos
guerreros. Armábase entre éstos el divino Aquiles: rechinándole los dientes, con
armadura regalo del dios Hefesto, que la había fabricado. Púsose en las piernas
coraza; colgó del hombro una espada de bronce guarnecida con argénteos clavos y
monte a los navegantes que vagan por el mar, abundante en peces, porque las
alrededor ondearon las áureas y espesas crines que Hefesto había colocado en la
puesta, movía con facilidad los miembros; y las armas vinieron a ser como alas
que levantaban al pastor de hombres. Sacó del estuche la lanza paterna, pesada,
grande y robusta, que entre todos los aqueos solamente él podía manejar: había
sido cortada de un fresno de la cumbre del Pelio y regalada por Quirón al padre
de Aquiles para que con ella matara héroes. En tanto, Automedonte y Álcimo se
ocupaban en uncir los caballos: sujetáronlos con hermosas correas, les pusieron
Aquiles, cuya armadura relucía como el fúlgido Hiperión, subió también y exhortó
muchedumbre de los dánaos al que hoy os guía cuando nos hayamos saciado de
404 Y Janto, el corcel de ligeros pies, bajó la cabeza sus crines, cayendo en
Hera, la diosa de los níveos brazos, respondió desde debajo del yugo:
408 Hoy te salvaremos aún, impetuoso Aquiles; pero está cercano el día de tu
cruel. No fue por nuestra lentitud ni por nuestra pereza que los troyanos
quitaron la armadura de los hombros de Patroclo; sino que el más fuerte de los
como el soplo del Céfiro, que es tenido por el más rápido. Pero también tú estás
418 Dichas estas palabras, las Erinias le cortaron la voz. Y muy indignado,
mas, con todo eso, no he de descansar hasta que harte de combate a los troyanos.
424 Dijo; y, dando voces, dirigió los solípedos caballos por las primeras filas.
CANTO XX *
1 Mientras los aqueos se armaban junto a los corvos bajeles, alrededor de ti, oh
4 Zeus ordenó a Temis que, partiendo de las cumbres del Olimpo, en valles
abundante, convocase al ágora a los dioses, y ella fue de un lado para otro y a
todos les mandó que acudieran al palacio de Zeus. No faltó ninguno de los ríos,
a excepción del Océano; y de cuantas ninfas habitan los bellos bosques, las
fuentes de los nos y los herbosos prados, ninguna dejó de presentarse. Tan luego
como llegaban al palacio de Zeus, que amontona las nubes, sentábanse en bruñidos
pórticos, que para el padre Zeus había construido Hefesto con sabia
inteligencia.
diosa, sino que, dirigiéndose desde el mar a los dioses, se sentó en medio de
16 ¿Por qué, oh tú que lanzas encendidos rayos, llamas de nuevo a los dioses al
ágora? ¿Acaso tienes algún propósito acerca de los troyanos y de los aqueos? El
y los demás ¡dos hacia los troyanos y los aqueos y cada uno auxilie a los que
quiera. Pues, si Aquiles combatiese sólo con los troyanos, éstos no resistirían
espantados al verlo; y temo que ahora, que tan enfurecido tiene el ánimo por la
31 Así habló el Cronida y promovió una gran batalla. Los dioses fueron al
combate divididos en dos bandos: encamináronse a las naves Hera, Palas Atenea,
risueña Afrodita.
aqueos muy ufanos porque Aquiles volvía a la batalla después del largo tiempo en
espantaron y un fuerte temblor les ocupó los miembros, tan pronto como vieron al
Pelión, ligero de pies, que con su reluciente armadura semejaba al dios Ares,
funesto a los mortales. Mas, luego que las olímpicas deidades penetraron por
enardece a los varones; Atenea daba fuertes gritos, unas veces a orillas del
foso cavado al pie del muro, y otras en los altos y sonoros promontorios; y
los troyanos, ya desde el punto más alto de la ciudad, ya corriendo por la Bella
54 De este modo los felices dioses, instigando a unos y a otros, los hicieron
venir a las manos y promovieron una reñida contienda. El padre de los hombres y
de los dioses tronó horriblemente en las alturas; Posidón, por debajo, sacudió
la inmensa tierra y las excelsas cumbres de los montes; y retemblaron así las
laderas y las cimas del Ida, abundante en manantiales, como la ciudad troyana y
las naves aqueas. Asustóse Aidoneo, rey de los infiernos, y saltó del trono
hicieran visibles las mansiones horrendas y tenebrosas que las mismas deidades
soberano Posidón le hizo frente Febo Apolo con sus aladas flechas; a Enialio,
Atenea, la diosa de ojos de lechuza; a Hera, Ártemis, que lleva arco de oro, ama
profundos vórtices, llamado por los dioses Janto y por los hombres Escamandro.
75 Así los dioses salieron al encuentro los unos de los otros. Aquiles deseaba
a saciar con la sangre del héroe a Ares, infatigable luchador. Mas Apolo, que
Príamo:
en los banquetes de los reyes troyanos, de que saldrías a combatir con el Pelida
Aquiles?
87 ¡Priámida! ¿Por qué me ordenas que luche, sin desearlo mi voluntad, con el
animoso Pelión? No fuera la primera vez que me viese frente a Aquiles, el de los
pies ligeros: en otro tiempo, cuando vino adonde pacían nuestras vacas y tomó a
Lirneso y a Pédaso, persiguióme por el Ida con su lanza; y Zeus me salvó,
a matar léleges y troyanos con la broncínea lanza. Por eso ningún hombre puede
combatir con Aquiles, porque a su lado asiste siempre alguna deidad que le libra
bronce.
104 ¡Héroe! Ruega tú también a los sempiternos dioses, pues dicen que naciste de
desciende de Zeus, ésta tuvo por padre al anciano del mar. Levanta el indomable
110 Apenas acabó de hablar, infundió grandes bríos al pastor de hombres; y éste,
que llevaba una reluciente armadura de bronce, se abrió paso por los
115 Considerad en vuestra mente, Posidón y Atenea, cómo esto acabará; pues
ponga junto a Aquiles, le infunda gran valor y no deje que su ánimo desfallezca;
para que conozca que le quieren los inmortales más poderosos, y que son débiles
los dioses que en el combate y la pelea protegen a los troyanos. Todos hemos
bajado del Olimpo a intervenir en esta batalla, para que Aquiles no padezca hoy
ningún daño de parte de los troyanos; y luego sufrirá to que la Parca dispuso,
quisiera que nosotros, que somos los más fuertes, promoviéramos la contienda
luchar con ellos, y me figuro que pronto tendrán que retirarse y volver al
brazos.
144 Dichas estas palabras, el dios de los cerúleos cabellos llevólos al alto
terraplén que los troyanos y Palas Atenea habían levantado en otro tiempo para
Ares, que destruye las ciudades, acomodáronse las deidades protectoras de los
troyanos.
156 Todo el campo, lleno de hombres y caballos, resplandecía con el lucir del
bronce; y la tierra retumbaba debajo de los pies de los guerreros que a luchar
salían. Dos varones, señalados entre los más valientes, deseosos de combatir, se
adelantaron a los suyos para encontrarse entre ambos ejércitos: Eneas, hijo de
lanza. Y el Pelida desde el otro lado fue a oponérsele como un voraz león, para
sigue su camino despreciándolos; mas, así que uno de los belicosos jóvenes le
hiere con un venablo, se vuelve hacia él con la boca abierta, muestra los
azota con la cola muslos y caderas para animarse a pelear, y con los ojos
encuentro del magnánimo Eneas. Y tan pronto como se hallaron frente a frente, el
pondría Príamo en tu mano tal recompensa; porque tiene hijos, conserva entero el
hermoso campo de frutales y sembradío que a los demás aventaje, para que puedas
otra vez te puse en fuga con mi lanza. ¿No recuerdas que, hallándote solo, te
aparté de tus bueyes y te perseguí por el monte Ida corriendo con ligera planta?
ciudad con la ayuda de Atenea y del padre Zeus, y me llevé las mujeres
haciéndolas esclavas; mas a ti te salvaron Zeus y los demás dioses. No creo que
200 ¡Pelida! No creas que con esas palabras me asustarás como a un niño, pues
nosotros y cuáles fueron nuestros respectivos padres, por haberlo oído contar a
los mortales hombres; que ni tú viste a los míos, ni yo a los tuyos. Dicen que
eres prole del eximio Peleo y tienes por madre a Tetis, ninfa marina de hermosas
Afrodita: aquéllos o éstos tendrán que llorar hoy la muerte de su hijo, pues no
pienso que nos separemos sin combatir, después de dirigirnos pueriles insultos.
que amontona las nubes, engendró a Dárdano, y éste fundó la Dardania al pie del
Ida, en manantiales abundoso; pues aún la sacra Ilio, ciudad de hombres de voz
articulada, no había sido edificada en la llanura. Dárdano tuvo por hijo al rey
Erictonio, que fue el más opulento de los mortales hombres: poseía tres mil
yeguas que, ufanas de sus tiernos potros, pacían junto a un pantano. El Bóreas
crines, hubo de ellas doce potros que en la fértil tierra saltaban por encima de
las mieses sin romper las espigas y en el ancho dorso del espumoso mar corrían
sobre las mismas olas. Erictonio fue padre de Tros, que reinó sobre los
dioses a causa de su belleza para que escanciara el néctar a Zeus y viviera con
los inmortales. Ilo engendró al eximio Laomedonte, que tuvo por hijos a Titono,
Tal alcurnia y tal sangre me glorío de tener. Pero Zeus aumenta o disminuye el
valor de los guerreros como le place, porque es el más poderoso. Ea, no nos
digamos más palabras como si fuésemos niños, parados así en medio del campo de
batalla. Fácil nos sería inferimos tantas injurias, que una nave de cien bancos
salen razones de todas clases; hállanse muchas palabras acá y a11á, y cual
unas y falsas otras, que la cólera les dicta? No lograrás con tus palabras que
yo, estando deseoso de combatir, pierda el valor antes de que con el bronce y
frente a frente peleemos. Ea, acometámonos en seguida con las broncíneas lanzas.
apartó el escudo con la robusta mano, creyendo que la luenga lanza del magnánimo
espíritu que los eximios presentes de los dioses no pueden ser destruidos con
facilidad por los mortales hombres, ni ceder a sus fuerzas. Y así la pesada
oro que el dios puso en medio, sino que atravesó dos capas y dejó tres intactas,
porque eran cinco las que el dios cojo había reunido: las dos de bronce, dos
interiores de estaño, y una de oro, que fue donde se detuvo la lanza de fresno.
273 Aquiles despidió luego la ingente lanza, y acertó a dar en el borde del liso
escudo de Eneas, sitio en que el bronce era más delgado y el boyuno cuero más
curso, pasóle por cima del hombro, después de romper los dos círculos de la
y con los ojos muy espantados de ver que aquélla había caído tan cerca. Aquiles
y éste, a su vez, cogió una gran piedra que dos de los hombres actuales no
293 ¡Oh dioses! Me causa pesar el magnánimo Eneas, que pronto, sucumbiendo a
manos del Pelión, descenderá al Hades por haber obedecido las palabras de Apolo,
¿por qué ha de padecer, sin ser culpable, las penas que otros merecen, habiendo
ofrecido siempre gratos presentes a los dioses que habitan el anchuroso cielo?
pues el destino quiere que se salve a fin de que no perezca sin descendencia ni
se extinga del todo el linaje de Dárdano, que fue amado por el Cronida con
aborrece a los descendientes de Príamo; pero el fuerte Eneas reinará sobre los
310 ¡Oh tú que sacudes la tierra! Resuelve tú mismo si has de salvar a Eneas o
permitir que, no obstante su valor, sea muerto por el Pelida Aquiles. Pues así
Palas Atenea como yo hemos jurado repetidas veces a vista de los inmortales
todos, que jamás libraríamos a los troyanos del día funesto, aunque Troya entera
fuese pasto de las voraces llamas por haberla incendiado los belicosos aqueos.
318 Cuando Posidón, que sacude la tierra, oyó estas palabras, fuese; y andando
por la liza, entre el estruendo de las lanzas, llegó adonde estaban Eneas y el
ilustre Aquiles. Al momento cubrió de niebla los ojos del Pelida Aquiles,
arrancó del escudo del magnánimo Eneas la lanza de fresno con punta de bronce
Eneas, sostenido por la mano del dios, pasó por cima de muchas filas de héroes y
caballos hasta llegar al otro extremo del impetuoso combate, donde los caucones
luchar cuerpo a cuerpo con el animoso Pelión, que es más fuerte que tú y más
caro a los inmortales? Retírate cuantas veces le encuentres, no sea que lo haga
Aquiles haya muerto, por haberse cumplido su destino, pelea confiadamente entre
340 Así diciendo, dejó a Eneas allí, después que le hubo amonestado y apartó la
obscura niebla de los ojos de Aquiles. Éste volvió a ver con claridad, y,
344 ¡Oh dioses! Grande es el prodigio que a mi vista se ofrece: esta lanza yace
ello vanamente! Váyase, pues; que no tendrá ánimo para medir de nuevo sus
333 Dijo; y, saltando por entre las filas, animaba a los guerreros:
334 ¡No permanezcáis alejados de los troyanos, divínos aqueos! Ea, cada hombre
embista a otro y sienta anhelo por pelear. Difícil es que yo solo, aunque sea
dios inmortal, ni a Atenea, les sería posible recorrer un campo de batalla tan
vasto y combatir en todas panes. En to que puedo hacer con mis manos, mis pies o
mi fuerza, no me muestro remiso. Entraré por todos lados en las hileras de las
se acerquen.
364 Con estas palabras los animaba. También el esclarecido Héctor exhortaba a
366 ¡Animosos troyanos! ¡No temáis al Pelión! Yo de palabra combatiría hasta con
los inmortales; pero es difícil hacerlo con la lanza, siendo, como son, mucho
más fuertes. Aquiles no llevará al cabo todo cuanto dice, sino que en parte lo
cumplirá y en parte lo dejará a medio hacer. Iré a encontrarlo, aunque por sus
manos se parezca a la llama; sí, aunque por sus manos se parezca a la llama, y
373 Con tales voces los excitaba. Los troyanos calaron las lanzas; trabóse el
dijo:
mezclado con la muchedumbre, confundido con la turba. No sea que consiga herirte
379 Así habló. Héctor se fue, amedrentado, por entre la multitud de guerreros
apenas acabó de oír las palabras del dios. Aquiles, con el corazón revestido de
valor y dando horribles gritos, arremetió a los troyanos, y empezó por matar al
valeroso Ifitión Otrintida, caudillo de muchos hombres, a quien una ninfa náyade
al pie del nevado Tmolo: el divino Aquiles acertó a darle con la lanza en medio
este lugar te sorprendió la muerte; a ti, que habías nacido a orillas del lago
Hermo voraginoso.
393 Así dijo jactándose. Las tinieblas cubrieron los ojos de Ifitión, y los
carros de los aqueos lo despedazaron con las llantas de sus ruedas en el primer
peleaba con ardor. Luego, como Hipodamante saltara del carro y se diese a la
el toro que los jóvenes arrastran a los altares del soberano Heliconio y el dios
que sacude la tierra se goza al verlo; así bramaba Hipodamante cuando el alma
Polidoro Priámida, a quien su padre no permitía que fuera a las batallas porque
pies, agitábase el troyano entre los combatientes delanteros, hasta que perdió
la coraza, y la punta salió al otro lado cerca del ombligo; el joven cayó de
procuraba sujetar con sus manos los intestinos, que le salían por la herida.
419 Tan pronto como Héctor vio a su hermano Polidoro cogiéndose las entrañas y
encorvado hacia el suelo, se le puso una nube ante los ojos y ya no pudo
combatir a distancia; sino que, blandiendo la aguda lanza a impetuoso como una
425 Cerca está el hombre que ha inferido a mi corazón la más grave herida, el
que mató a mi compañero amado. Ya no huiremos asustados, el uno del otro, por
proferir injurias y baldones. Reconozco que eres valiente y que te soy muy
inferior. Pero en la mano de los dioses está si yo, siendo inferior, te quitaré
438 En diciendo esto, blandió y arrojó su lanza; pero Atenea con un tenue soplo
apartóla del glorioso Aquiles, y el arma volvió hacia el divino Héctor y cayó a
sus pies. Aquiles acometió, dando horribles gritos, a Héctor, con intención de
matarlo; pero Apolo arrebató al troyano, haciéndolo con gran facilidad por ser
dios, y to cubrió con densa niebla. Tres veces el divino Aquiles, ligero de
pies, atacó con la broncínea lanza, tres veces dio el golpe en el aire. Y
cuando, semejante a un dios, arremetía por cuarta vez, increpó el héroe a Héctor
con voz terrible, dirigiéndole estas aladas palabras:
449 ¡Otra vez te has librado de la muerte, perro! Muy cerca tuviste la
perdición, pero te salvó Febo Apolo, a quien debes de rogar cuando sales al
campo antes de oír el estruendo de los dardos. Yo acabaré contigo si más tarde
al alcance.
453 Así dijo; y con la lanza hirió en medio del cuello a Dríope, que cayó a sus
pinchó con la lanza en una rodilla, y luego quitóle la vida con la gran espada.
del carro en que iban, a aquél le hizo perecer arrojándole la lanza, y a éste
hiriéndole de cerca con la espada. También mató a Tros Alastórida, que vino a
abrazarle las rodillas por si compadeciéndose de él, que era de la misma edad
benigna y mansa, sino muy violento. Ya aquél le tocaba las rodillas con
éste, llenando de negra sangre el pecho, y las tinieblas cubrieron los ojos del
metiéndole la lanza en una oreja, la broncínea punta salió por la otra. Más
muerte y la parca cruel velaron los ojos del guerrero. Posteriormente atravesó
tendones del codo; y el troyano esperóle, con la mano entorpecida y viendo que
tendido en el suelo. Dirigióse acto seguido contra Rigmo, ilustre hijo de Píroo,
què había llegado de la fértil Tracia, y le hirió en medio del cuerpo: clavóle
árida montaña, arde la poblada selva, y el viento mueve las llamas que giran a
persiguiendo, cual una deidad, a los que estaban destinados a morir; y la negra
tierra manaba sangre. Como, uncidos al yugo dos bueyes de ancha frente para que
trillen la blanca cebada en una era bien dispuesta, se desmenuzan presto las
espigas debajo de los pies de los mugientes bueyes; así los solípedos corceles,
escudos; el eje del carro tenía la parte inferior cubierta de sangre y los
CANTO XXI *
* Este río pide ayuda al río Simoente y quiere sumergir a Aquiles, pero el dios
perseguir por el héroe para que los demás puedan entrar en la ciudad; conseguido
1 Así que los troyanos llegaron al vado del vortiginoso Janto, río de hermosa
corriente a quien el inmortal Zeus engendró, Aquiles los dividió en dos grupos.
A los del primero echólos el héroe por la llanura hacia la ciudad, por donde los
Hera, para detenerlos, los envolvió en una densa niebla. Los otros rodaron al
acullá, gritando, mientras eran arrastrados en torno de los remolinos. Como las
saltó al río, cual si fuese una deidad, con sólo la espada y meditando en su
bermejeó con la sangre. Como los peces huyen del ingente delfín, y, temerosos,
llenan los senos del hondo puerto, porque aquél devora a cuantos coge, de la
misma manera los troyanos iban por la impetuosa corriente del río y se
refugiaban, temblando, debajo de las rocas. Cuando Aquiles tuvo las manos
cansadas de matar, cogió vivos, dentro del río, a doce mancebos para inmolarlos
cervatos, les ató las manos por detrás con las correas bien cortadas que
llevaban en las flexibles túnicas y encargó a los amigos que los condujeran a
las cóncavas naves. Y el héroe acometió de nuevo a los troyanos, para hacer en
los ramos nuevos de un cabrahígo para hacer los barandales de un carro, cuando
puso en venta: el hijo de Jasón pagó el precio. Después Eetión de Imbros, que
era huésped del troyano, dio por él un cuantioso rescate y enviólo a la divina
sus amigos durance once días su regreso de Lemnos; mas, al duodécimo, un dios le
hizo caer nuevamente en manos de Aquiles, que debía mandarle al Hades, sin que
inerme sin casco, escudo ni lanza, porque todo to había tirado al suelo y que
salía del río con el cuerpo abatido por el sudor y las rodillas vencidas por el
los troyanos a quienes maté resuciten de las sombrías tinieblas; cuando éste,
librándose del día cruel, ha vuelto de la divina Lemnos, donde fue vendido, y
las olas del espumoso mar que a tantos detienen no han impedido su regreso. Mas,
ea, haré que pruebe la punta de mi lanza para ver y averiguar si volverá
retiene.
acercó a tocarle las rodillas; pues en su ánimo sentía vivo deseo de lfbrarse de
abrazó las rodillas; y aquélla, pasándole por cima del dorso, se clavó en el
suelo, codiciosa de cebarse en el cuerpo de un hombre. En tanto Licaón suplicaba
a Aquiles; y, abrazando con una mano sus rodillas y sujetándole con la otra la
por rescatarme. Doce días ha que, habiendo padecido mucho, volví a Ilio; y otra
vez el hado funesto me pone en tus manos. Debo de ser odioso al padre Zeus,
cuando nuevamente me entrega a ti. Para darme una vida corta, me parió Laótoe,
hija del anciano Altes, que reina sobre los belicosos léleges y posee la excelsa
Pédaso junto al Satnioente. A la hija de aquél la tuvo Príamo por esposa con
otras muchas; de la misma nacimos dos varones y a entrambos nos habrás dado
hiriéndole con la aguda pica; y ahora la desgracia llegó para mí, pues no espero
escapar de tus manos después que un dios me ha echado en ellas. Otra cosa to
diré que fijarás en la memoria: No me mates; pues no soy del mismo vientre que
97 Con tales palabras el preclaro hijo de Príamo suplicaba a Aquiles, pero fue
troyanos y fueron muchos los que cogí vivos y vendí luego; mas ahora ninguno
especialmente si es hijo de Príamo. Por Canto, amigo, muere tú también. ¿Por qué
te lamentas de este modo? Murió Patroclo, que tanto te aventajaba. ¿No ves cuán
gallardo y alto de cuerpo soy yo, a quien engendró un padre ilustre y dio a luz
una diosa? Pues también me aguardan la muerte y la Parca cruel. Vendrá una
114 Así dijo. Desfallecieron las rodillas y el corazón del troyano que, soltando
la lanza, se sentó y tendió ambos brazos. Aquiles puso mano a la tajante espada
de dos filos, el troyano dio de ojos por el suelo y su sangre fluía y mojaba la
tierra. El héroe cogió el cadáver por el pie, arrojólo al río para que la
122 -Yaz ahí entre los peces que tranquilos te lamerán la sangre de la herida.
No te colocará tu madre en un lecho para llorarte, sino que serás llevado por el
voraginoso Escamandro al vasto seno del mar. Y algún pez, saliendo de las olas a
perezcáis los demás troyanos hasta que lleguemos a la sacra ciudad de Ilio,
caballos. Así y todo, pereceréis miserablemente unos en pos de otros, hasta que
136 Así habló, y el río, con el corazón irritado, revolvía en su mente cómo
muerte de los jóvenes a quienes Aquiles había hecho perecer sin compasión en la
misma corriente, infundió valor en el pecho del troya no. Cuando ambos guerreros
fértil Peonia, que está lejos; vine mandando a los peonios, que combaten con
largas picas, y hace once días que llegué a Ilio. Mi linaje trae su origen del
Axio de ancha corriente, del Axio que esparce su hermosísimo raudal sobre la
tierra: Axio engendró a Pelegón, famoso por su lanza, y de éste dicen que he
161 Así habló, en son de amenaza. El divino Aquiles levantó el fresno del
Pelión, y el héroe Asteropeo, que era ambidextro, tiróle a un tiempo las dos
lanzas: la una dio en el escudo, pero no to atravesó porque la lámina de oro que
el dios puso en el mismo la detuvo; la otra rasguñó el brazo derecho del héroe,
junto al codo, del cual brotó negra sangre; mas el arma pasó por encimá y se
fresno cayó en la elevada orilla y se hundió hasta la mitad del palo. El Pelida,
Asteropeo, quien con la mano robusta intentaba arrancar del escarpado borde la
lanza de Aquiles: tres veces la meneó para arrancarla, y otras tantas careció de
fuerza. Y cuando, a la cuarta vez, quiso doblar y romper la lanza de fresno del
tinieblas cubrieron los ojos del troyano, que cayó anhelante. Aquiles se
palabras:
184 Yaz ahí. Difícil era que tú, aunque engendrado por un río, pudieses disputar
la victoria a los hijos del prepotente Cronión. Dijiste que to linaje procede de
Engendróme un varón que reina sobre muchos mirmidones, Peleo, hijo de Éaco; y
este último era hijo de Zeus. Y como Zeus es más poderoso que los nos, que
corren al mar, así también los descendientes de Zeus son más fuertes que los de
los ríos. A tu lado tienes uno grande, si es que puede auxiharte. Mas no es
el grande y poderoso Océano de profunda corriente del que nacen todos los ríos,
todo el mar y todas las fuentes y grandes pozos; pues también el Océano teme el
rayo del gran Zeus y el espantoso trueno, cuando retumba desde el cielo.
200 Dijo; arrancó del escarpado borde la broncínea lanza y abandonó a Asteropeo
a11í, tendido en la arena, tan pronto como le hubo quitado la vida: el agua
cubría los riñones. Aquiles se fue para los peonios que peleaban en carros; los
cuales huían por las márgenes del voraginoso río, desde que vieron que el más
fuerte caía en el duro combate, vencido por las manos y la espada del Pelida.
214 ¡Oh Aquiles! Superas a los demás hombres tanto en el valor como en la
verter el agua en la mar divina; y tú sigues matando de un modo atroz. Pero, ea,
abstendré de matar a los altivos troyanos hasta que los encierre en la ciudad y,
227 Esto dicho, arremetió a los troyanos, cual si fuese un dios. Y entonces el
229 ¡Oh dioses! Tú, el del arco de plata, hijo de Zeus, no cumples las órdenes
del Cronión, el cual to encargó muy mucho que socorrieras a los troyanos y les
233 Dijo. Aquiles, famoso por su lanza, saltó desde la escarpada orilla al
centro del río. Pero éste le atacó enfurecido: hinchó sus aguas, revolvió la
amedrentado, dio un salto, salió del abismo y voló con pie ligero por la
llanura. Mas no por esto el gran dios desistió de perseguirlo, sino que lanzó
tras él olas de sombría cima con el propósito de hacer cesar al divino Aquiles
tiro de lanza, dando un brinco con la impetuosidad de la rapaz águila negra, que
ruido. Como el fontanero conduce el agua desde el profundo manantial por entre
a un declive murmura, acelera la marcha y pasa delante del que la guía; de igual
modo, la corriente del río alcanzaba continuamente a Aquiles, porque los dioses
son más poderosos que los hombres. Cuantas veces el divino Aquiles, el de los
inmortales que tienen su morada en el espacioso cielo, otras tantas, las grandes
olas del río, que las celestiales lluvias alimentan, le azotaban los hombros. El
ponía los pies. Y el Pelida, levantando los ojos al vasto cielo, gimió y dijo:
273 ¡Zeus padre! ¿Cómo no viene ningún dios a salvarme a mí, miserando, de la
persecución del río, y luego sufriré cuanto sea preciso? Ninguna de las deidades
del cielo tiene tanta culpa como mi madre, que me halagó con falsas
predicciones: dijo que me matarían al pie del muro de los troyanos, armados de
coraza, las veloces flechas de Apolo. ¡Ojalá me hubiese muerto Héctor, que es
cercado por un gran río; como el niño pórquerizo a quien arrastran las aguas
venia de Zeus, nosotros los dioses, yo y Palas Atenea! Porque no dispone el hado
que seas muerto por el río, y éste dejará pronto de perseguirte, como verás tú
brazo en la batalla funesta hasta haber encerrado dentro de los ínclitos muros
Héctor, vuelve a las naves; que nosotros to concederemos que alcánces gloria.
298 Dichas estas palabras, ambas deidades fueron a reunirse con los demás
inmortales. Aquiles, impelido por el mandato de los dioses, enderezó sus pasos a
saltando por el agua, sin que el anchuroso río lograse detenerlo; pues Atenea le
había dado muchos bríos. Pero el Escamandro no cedía en su furor; sino que,
irritándose aún más contra el Pelión, hinchaba y levantaba a to alto sus olas, y
308 ¡Hermano querido! Juntémonos para contener la fuerza de ese hombre, que
pronto tomará la gran ciudad del rey Príamo, pues los troyanos no le resistirán
en la batalla. Ven al momento en mi auxilio: aumenta to caudal con el agua de
las fuentes, concita a todos los arroyos, levanta grandes olas y arrastra con
estrépito troncos y piedras, para que anonademos a ese feroz guerrero que ahora
derramando en torno suyo mucho cascajo; y ni siquiera sus huesos podrán ser
recogidos por los aqueos: tanto limo amontonaré encima. Y tendrá su túmulo aquí
mismo, y no necesitará que los aqueos se to erijan cuando le hagan las exequias.
con la espuma, la sangre y los cadáveres. Las purpúreas ondas del río, que las
Pero Hera, temiendo que el gran río derribara a Aquiles, gritó, y dijo en
331 ¡Levántate, estevado, hijo querido; pues creemos que el Janto voraginoso es
llama. Voy a suscitar con el Céfiro y el veloz Noto una gran borrasca, para que
viniendo del mar extienda el destructor incendio y se quemen las cabezas y las
armas de los troyanos. Tú abrasa los árboles de las orillas del Janto, métele en
infatigable.
342 Así dijo; y Hefesto, arrojando una abrasadora llama, incendió primeramente
dirigió al río la resplandeciente llama y ardieron, así los olmos, los sauces y
357 ¡Hefesto! Ninguno de los dioses te iguala y no quiero luchar contigo ni con
nadie?
361 Así habló, abrasado por el fuego; y la hermosa corriente hervía. Como en una
hierve y rebosa por todas partes, mientras la leña seca arde debajo; así la
hacia adelante, paraba su curso oprimida por el vapor que con su arte produjera
palabras le decía:
369 ¡Hera! ¿Por qué tu hijo maltrata mi corriente, atacándome a mí solo entre
los dioses? No debo de ser para ti tan culpable como todos los demás que
éste cese también. Y juraré no librar a los troyanos del día fatal, aunque Troya
entera llegue a ser pasto de las voraces llamas por haberla incendiado los
belicosos aqueos.
377 Cuando Hera, la diosa de los níveos brazos, oyó estas palabras, dijo en
379 ¡Hefesto hijo ilustre! Cesa ya, pues no conviene que, a causa de los
mortales, a un dios inmortal atormentemos.
381 Así dijo. Hefesto apagó la abrasadora llama, y las olas retrocedieron a la
hermosa corriente.
383 Y tan pronto como el ánimo del Janto fue abatido, ellos cesaron de luchar
porque Hera, aunque irritada, los contuvo; pero una reñida y espantosa pelea se
suscitó entonces entre los demás dioses: divididos en dos bandos, vinieron a las
manos con fuerte estrépito; bramó la vasta tierra, y el gran cielo resonó como
una trompeta. Oyólo Zeus, sentado en el Olimpo, y con el corazón alegre reía al
ver que los dioses iban a embestirse. Y ya no estuvieron separados largo tiempo;
pues el primero Ares, que horada los escudos, acometiendo a Atenea con la
394 ¿Por qué nuevamente, oh mosca de perro, promueves la contienda entre los
400 Apenas acabó de hablar, dio un bote en el escudo floqueado, horrendo, que ni
el rayo de Zeus rompería, allí acertó a dar Ares, manchado de homicidios, con la
ingente lanza. Pero la diosa, volviéndose, aferró con su robusta mano una gran
piedra negra y erizada de puntas que estaba en la llanura y había sido puesta
por los antiguos como linde de un campo; e, hiriendo con ella al furibundo Ares
en el cuello, dejóle sin vigor los miembros. Vino a tierra el dios y ocupó siete
410 ¡Necio! Aún no has comprendido que me jacto de ser mucho más fuerte, puesto
que osas oponer tu furor al mío. Así padecerás, cumpliéndose las imprecaciones
de tu airada madre que maquina males contra ti porque abandonaste a los aqueos y
415 Cuando esto hubo dicho, volvió a otra parte los ojos refulgentes. Afrodita,
hija de Zeus, asió por la mano a Ares y le acompañaba, mientras el dios daba
muchos suspiros y apenas podía recobrar el aliento. Pero la vio Hera, la diosa
420 ¡Oh dioses! ¡Hija de Zeus, que lleva la égida! ¡Indómita! Aquella mosca de
perro vuelve a sacar del dañoso combate, por entre el tumulto, a Ares, funesto a
423 De tal modo habló. Alegrósele el alma a Atenea, que corrió hacia Afrodita, y
428 ¡Ojalá fuesen tales cuantos auxilian a los troyanos en las batallas contra
los argivos, armados de coraza; así, tan audaces y atrevidos como Afrodita que
vino a socorrer a Ares desafiando mi furor; y tiempo ha que habríamos puesto fin
434 Así se expresó. Sonrióse Hera, la diosa de los níveos brazos. Y el soberano
436 ¡Febo! ¿Por qué nosotros no luchamos también? No conviene abstenerse, una
vez que los demás han dado principio a la pelea. Vergonzoso fuera que
combatido. Empieza tú, pues eres el menor en edad y no parecería decoroso que
comenzara yo que nací primero y tengo más experiencia. ¡Oh necio, y cuán
Ilio padecimos los dos, solos entre los dioses, cuando enviados por Zeus
trabajamos un año entero para el soberbio Laomedonte; el cual, con la promesa de
darnos el salario convenido, nos mandaba como señor. Yo cerqué la ciudad de los
troyanos con un muro ancho y hermosísimo, para hacerla inexpugnable; y tú, Febo,
pastoreabas los flexípedes bueyes de curvas astas en los bosques y selvas del
Ida, en valles abundoso. Mas cuando las alegres horas trajeron el término del
aseguraba además que con el bronce nos cortaría a entrambos las orejas; y
nosotros nos fuimos pesarosos y con el ánimo irritado porque no nos dio la paga
vez de procurar con nosotros que todos los troyanos perezcan de mala muerte con
468 Así diciendo, le volvió la espalda; pues por respeto no quería llegar a las
manos con su tío paterno. Y su hermana, la campestre Ártemis, que de las fieras
concediéndole inmerecida gloria? ¡Necio! ¿Por qué llevas ese arco inútil? No
oiga yo que te jactes en el palacio de mi padre, como hasta aquí to hiciste ante
478 Así dijo, y Apolo, que hiere de lejos, nada respondió. Pero la venerable
481 ¿Cómo es que pretendes, perra atrevida, oponerte a mí? Difícil to será
resistir mi fortaleza, aunque lleves arco y Zeus to haya hecho leona entre las
fieras agrestes o ciervos, que luchar denodadamente con quienes son más
poderosos. Y, si quieres probar el combate, empieza, para que sepas bien cuánto
más fuerte soy que tú; ya que contra mí quieres emplear tus fuerzas.
489 Dijo; asióla con la mano izquierda por ambas muñecas, quitóle de los
éstos las orejas de Ártemis, que volvía la cabeza, ora a un lado, ora a otro,
mientras las veloces flechas se esparcían por el suelo. Ártemis huyó llorando,
excavada roca, porque no había dispuesto el hado que aquél la cogiese. De igual
498 ¡Leto! Yo no pelearé contigo, porque es arriesgado luchar con las esposas de
Zeus, que amontona las nubes. Jáctate muy satisfecha, delante de los inmortales
502 Así dijo. Leto recogió el corvo arco y las saetas que habían caído acá y
509 ¿Cuál de los celestes dioses, hija querida, de tal modo te ha maltratado,
512 -Tu esposa Hera, la de los níveos brazos, me ha maltratado, padre; por ella
514 Así éstos conversaban. En tanto, Febo Apolo entró en la sagrada Ilio,
ocasión lo destruyesen los dánaos, contra lo ordenado por el destino. Los demás
que cuando una ciudad es presa de las llamas y llega el humo al anchuroso cielo,
porque los dioses se irritaron contra ella, todos los habitantes trabajan y
muchos padecen grandes males, de igual modo Aquiles causaba a los troyanos
fatigas y daños.
para resistirle, empezó a gemir y bajó de aquélla para exhortar a los ínclitos
531 Abrid las puertas y sujetadlas con la mano hasta que lleguen a la ciudad los
desorden, y temo que han de ocurrir desgracias. Mas, tan pronto como aquéllos
respiren, refugiados dentro del muro, entornad las hojas fuertemente unidas;
pues estoy con miedo de que ese hombre funesto entre por el muro.
537 Así dijo. Abrieron las puertas, quitando los cerrojos, y a esto se debió la
salvación de las tropas. Apolo saltó fuera del muro para librar de la ruina a
los troyanos. Éstos, acosados por la sed y llenos de polvo, huían por el campo
544 Entonces los aqueos hubieran tomado a Troya, la de altas puertas, si Febo
553 ¡Ay de mí! Si huyo del valiente Aquiles por donde los demás corren
defender. Si dejando que éstos sean derrotados por el Pelida Aquiles, me fuese
por la llanura troyana, lejos del muro, hasta llegar a los bosques del Ida, y me
tomar un baño en el río para refrescarme y quitarme el sudor. Mas ¿por qué en
tales cosas me hace pensar el corazón? No sea que aquél advierta que me alejo de
no podré evitar la muerte y las Parcas, porque Aquiles es el más fuerte de todos
cuerpo por el agudo bronce, hay en él una sola alma y dicen los hombres que el
esforzado estaba impaciente por luchar y combatir. Como la pantera, cuando oye
adelanta y la hiere desde cerca o desde lejos, no deja de luchar, aunque esté
atravesada por la jabalina, hasta venir con él a las manos o sucumbir, de la
misma suerte, el divino Agenor, hijo del preclaro Anténor, no quería huir antes
habrán de padecerse todavía por causa de ella. Estamos dentro muchos y fuertes
varones que, peleando por nuestros padres, esposas e hijos, salvaremos a Ilio; y
590 Dijo. Con la robusta mano arrojó el agudo dardo, y no erró el tiro; pues
arremetió a su vez con Agenor, igual a una deidad; pero Apolo no le dejó
599 Luego el que hiere de lejos apartó del ejército al Pelión, valiéndose de un
engaño. Tomó la figura de Agenor, y se puso delante del héroe, que se lanzó a
perseguirlo. Mientras Aquiles iba tras de Apolo, por un campo paniego, hacia el
río Escamandro, de profundos vórtices, y corría muy cerca de él, pues el odio le
engañaba con esta astucia a fin de que tuviera siempre la esperanza de darle
atrevieron a esperarse los unos a los otros, fuera de la ciudad y del muro, para
saber quiénes habían escapado y quiénes habían muerto en la batalla, sino que
CANTO XXII*
Muerte de Héctor
esperaba; huye éste, aquél le persigue y dan tres vueltas a la ciudad de Troya;
saber éste que ha de sucumbir poco después que muera el caudillo troyano.
tanto los aqueos se iban acercando a la muralla, con los escudos levantados
encima de los hombros. La Parca funesta sólo detuvo a Héctor para que se quedara
dios inmortal? Aún no conociste que soy una deidad, y no cesa to deseo de
15 ¡Oh tú, que hieres de lejos, el más funesto de todos los dioses! Me
muchos la tierra antes de llegar a Ilio. Me has privado de alcanzar una gloria
no pequeña, y has salvado con facilidad a los troyanos, porque no temías que
permitieran.
21 Dijo y, muy alentado, se encaminó apresuradamente a la ciudad; como el corcel
vencedor en la carrera de carros trota veloz por el campo, tan ligeramente movía
25 EI anciano Príamo fue el primero que con sus propios ojos le vio venir por la
llanura, tan resplandeciente como el astro que en el otoño se distingue por sus
vivos rayos entre muchas estrellas durante la noche obscura y recibe el nombre
de "perro de Orión", el cual con ser brillantísimo constituye una señal funesta
porque trae excesivo calor a los míseros mortales; de igual manera centelleaba
el bronce sobre el pecho del héroe, mientras éste corría. Gimió el viejo,
golpeóse la cabeza con las manos levantadas y profirió grandes voces y lamentos,
38 ¡Héctor, hijo querido! No aguardes, solo y lejos de los amigos, a ese hombre,
para que no mueras presto a manos del Pelión, que es mucho más vigoroso. ¡Cruel!
Así fuera tan caro a los dioses, como a mí: pronto se lo comerían, tendido en el
suelo, los perros y los buitres, y mi corazón se libraría del terrible pesar. Me
acierto a ver a mis dos hijos Licaón y Polidoro, que parió Laótoe, ilustre entre
las mujeres. Si están vivos en el ejército, los rescataremos con bronce y oro,
Hades, el mayor dolor será para su madre y para mí que los engendramos; porque
el del pueblo durará menos, si no mueres tú, vencido por Aquiles. Ven adentro
del muro, hijo querido, para que salves a los troyanos y a las troyanas; y no
quieras procurar inmensa gloria al Pelida y perder tú mismo la existencia.
esclavizadas mis hijas, destruidos los tálamos, arrojados los niños por el suelo
en el terrible combate y las nueras arrastradas por las funestas manos de los
aqueos. Y cuando, por fin, alguien me deje sin vida los miembros, hiriéndome con
el agudo bronce o con arma arrojadiza, los voraces perros que con comida de mi
canas, pero no logró persuadir a Héctor. La madre de éste, que en otro sitio se
82 ¡Héctor! ¡Hijo mío! Respeta este seno y apiádate de mí. Si en otro tiempo te
quien parí, y tampoco podrá hacerlo tu rica esposa, porque los veloces perros te
Aquiles, que ya se acercaba. Como silvestre dragón que, habiendo comido hierbas
venenosas, espera ante su guarida a un hombre y con feroz cólera echa terribles
ahora que he causado la ruina del ejército con mi imprudencia temo a los
que yo exclame: «Héctor, fiado en su pujanza, perdió las tropas». Así hablarán;
Helena y las riquezas que Alejandro trajo a Ilio en las cóncavas naves, que esto
lo que la ciudad contiene; y más tarde tomara juramento a los troyanos de que,
sin ocultar nada, formarian dos lotes con cuantos bienes existen dentro de esta
hermosa ciudad?... Mas ¿por qué en tales cosas me hace pensar el corazón? No, no
iré a suplicarle; que, sin tenerme compasión ni respeto, me mataría inerme, como
a una mujer, tan pronto como dejara las armas. Imposible es mantener con él,
desde una encina o desde una roca, un coloquio, como un mancebo y una doncella;
como un mancebo y una dondella suelen mantener. Mejor será empezar el combate
cuanto antes, para que veamos pronto a quién el Olímpico concede la victoria.
131 Tales pensamientos revolvía en su mente, sin moverse de aquel sitio, cuando
fresno del Pelión sobre el hombro derecho y el cuerpo protegido por el bronce
que brillaba como el resplandor del encendido fuego o del sol naciente. Héctor,
al verlo, se puso a temblar y ya no pudo permanecer allí; sino que dejó las
seguimiento del mismo. Como en el monte el gavilán, que es el ave más ligera, se
lanza con fácil vuelo tras la tímida paloma, ésta huye con tortuosos giros y
Corrían siempre por la carretera, fuera del muro, dejando a sus espaldas la
primero tiene el agua caliente y lo cubre el humo como si hubiera allí un fuego
fría nieve o el hielo. Cerca de ambos hay unos lavaderos de piedra, grandes y
hermosos, donde las esposas y las bellas hijas de los troyanos solían lavar sus
magníficos vestidos en tiempo de paz, antes que llegaran los aqueos. Por a11í
pero otro más fuerte le perseguía con ligereza; porque la contienda no era por
una víctima o una piel de buey, premios que suelen darse a los vencedores en la
carrera, sino por la vida de Héctor, domador de caballos. Como los solípedos
corceles que tomán parte en los juegos en honor de un difunto corren velozmente
Príamo, corriendo con ligera planta. Todas las deidades los contemplaban. Y
168 ¡Oh dioses! Con mis ojos veo a un caro varón perseguido en torno del muro.
muerte ó dejaremos que, a pesar de ser esforzado, sucumba a manos del Pelida
Aquiles.
178 ¡Oh padre, que lanzas el ardiente rayo y amontonas las nubes! ¿Qué dijiste?
¿De nuevo quieres librar de la muerte horrísona a ese hombre mortal, a quien
tiempo ha que el hado condenó a morir? Hazlo, pero no todos los dioses te lo
aprobaremos.
183 Tranquilízate, Tritogenia, hija querida. No hablo con ánimo benigno, pero
186 Con tales voces instigóle a hacer lo que ella misma deseaba, y Atenea bajó
188 Entre canto; el veloz Aquiles perseguía y estrechaba sin cesar a Héctor.
Como el perro va en el monte por valles y cuestas tras el cervatillo que levantó
encaminarse a las puertas Dardanias, al pie de las tomes bien construidas, por
si desde arriba le socorrían disparando flechas; otras tantas Aquiles,
éste huir de aquél; de igual manera, ni Aquiles con sus pies podía dar alcance a
205 El divino Aquiles hacía con la cabeza señales negativas a los guerreros, no
desplegó, y tuvo más peso el día fatal de Héctor, que descendió hasta el Hades.
216 Espero, oh esclarecido Aquiles, caro a Zeus, que nosotros dos procuraremos a
los aqueos inmensa gloria, pues al volver a las naves habremos muerto a Héctor,
aunque sea infatigable en la batalla. Ya no se nos puede escapar, por más cosas
que haga Apolo, el que hiere de lejos, postrándose a los pies del padre Zeus,
que lleva la égida. Párate y respira; a iré a persuadir a Héctor para que luche
224 Así habló Atenea. Aquiles obedeció, con el corazón alegre, y se detuvo en
ataque.
233 ¡Deífobo! Siempre has sido para mí el hermano predilecto entre cuantos somos
hijos de Hécuba y de Príamo, pero desde ahora hago cuenta de tenerte en mayor
aprecio, porque al verme con tus ojos osaste salir del muro y los demás han
permanecido dentro.
239 ¡Mi buen hermano! El padre, la venerable madre y los amigos abrazábanme las
rodillas y me suplicaban que me quedara con ellos ¡de tal modo tiemblan todos! ,
pero mi ánimo se sentía atormentado por grave pesar. Ahora peleemos con brio y
sin dar reposo a la pica, para que veamos si Aquiles nos mata y se lleva
lanza.
246 Así diciendo, Atenea, para engañarlo, empezó a caminar. Cuando ambos
tremolante casco:
250 No huiré más de ti, oh hijo de Peleo, como hasta ahora. Tres veces di la
me mates tú. Ea, pongamos a los dioses por testigos, que serán los mejores y los
posible que haya fieles alianzas entre los leones y los hombres, ni que estén de
acuerdo los lobos y los corderos, sino que piensan continuamente en causarse
daño unos a otros, tampoco puede haber entre nosotros ni amistad ni pactos,
hasta que caiga uno de los dos y sacie de sangre a Ares, infatigable
te hará sucumbir pronto, herido por mi lanza, y pagarás todos juntos los dolores
el suelo, y Palas Atenea la arrancó y devolvió a Aquiles, sin que Héctor, pastor
revelado Zeus acerca de mi destino, como afirmabas; has sido un hábil forjador
cuerpo! La guerra sería más liviana para los troyanos, si tú murieses; porque
289 Así habló; y, blandiendo la ingente lanza, despidióla sin errar el tiro,
pues dio un bote en medio del escudo del Pelida. Pero la lanza fue rechazada por
la rodela, y Héctor se irritó al ver que aquélla había sido arrojada inútilmente
por su brazo; paróse, bajando la cabeza, pues no tenía otra lanza de fresno; y
con recia voz llamó a Deífobo, el de luciente escudo, y le pidió una larga pica.
297 ¡Oh! Ya los dioses me llaman a la muerte. Creía que el héroe Deífobo se
hallaba conmigo, pero está dentro del muro, y fue Atenea quien me engañó.
Cercana tengo la perniciosa muerte, que ni tardará, ni puedo evitarla. Así les
habrá placido que sea, desde hace tiempo, a Zeus y a su hijo, el que hiere de
306 Esto dicho, desenvainó la aguda espada, grande y fuerte, que llevaba en el
abolladuras, haciendo ondear las bellas y abundantes crines de oro que Hefesto
noche, de tal modo brillaba la pica de larga punta que en su diestra blandía
Aquiles, mientras pensaba en causar daño al divino Héctor y miraba cuál parte
del hermoso cuerpo del héroe ofrecería menos resistencia. Éste lo tenía
cuello de los hombros, la garganta que es el sitio por donde más pronto sale el
alma: por a11í el divino Aquiles envasóle la pica a Héctor, que ya lo atacaba, y
vengador, mucho más fuerte que él, en las cóncavas naves, y te he quebrado las
337 Te lo ruego por tu alma, por tus rodillas y por tus padres: ¡No permitas que
los perros me despedacen y devoren junto a las naves aqueas! Acepta el bronce y
míos el cadáver para que lo lleven a mi casa, y los troyanos y sus esposas lo
entreguen al fuego.
344 Mirándole con torva faz, le contestó Aquiles, el de los pies ligeros:
345 No me supliques, ¡perro!, por mis rodillas ni por mis padres. Ojalá el furor
agravios me has inferido! Nadie podrá apartar de tu cabeza a los perros, aunque
Príamo Dardánida ordene redimirte a peso de oro; ni, aun así, la veneranda madre
que te dio a luz te pondrá en un lecho para llorarte, sino que los perros y las
361 Apenas acabó de hablar, la muerte le cubrió con su manto: el alma voló de
365 ¡Muere! Y yo recibiré la Parca cuando Zeus y los demás dioses inmortales
367 Dijo; arrancó del cadáver la broncínea lanza y, dejándola a un lado, quitóle
de los hombros las ensangrentadas armas. Acudieron presurosos los demás aqueos,
373 ¡Oh dioses! Héctor es ahora mucho más blando en dejarse palpar que cuando
pies, tan pronto como hubo despojado el cadáver, se puso en medio de los aqueos
378 ¡Oh amigos, capitanes y príncipes de los argivos! Ya que los dioses nos
concedieron vencer a ese guerrero que causó mucho más daño que todos los otros
juntos, ea, sin dejar las armas cerquemos la ciudad para conocer cuál es el
¿por qué en tales cosas me hace pensar el corazón? En las naves yace Patroclo
a11í me acordaré del compañero amado. Ahora, ea, volvamos cantando el peán a las
cóncavas naves, y llevémonos este cadáver. Hemos ganado una gran victoria:
caballos para que arrancaran, y éstos volaron gozosos. Gran polvareda levantaba
ultrajaran.
Ilio fuese desde su cumbre devorada por el fuego. Los guerreros apenas podían
contener al anciano, que, excitado por el pesar, quería salir por las puertas
416 Dejadme, amigos, por más intranquilos que estéis; permitid que, saliendo
solo de la ciudad, vaya a las naves aqueas y ruegue a ese hombre pernicioso y
violento: acaso respete mi edad y se apiade de mi vejez. Tiene un padre como yo,
Peleo, el cual le engendró y crió para que fuese una plaga de los troyanos; pero
su suerte me haya afligido, como por uno cuya pérdida me causa el vivo dolor que
me precipitará en el Hades: por Héctor, que hubiera debido morir en mis brazos,
y entonces nos hubiésemos saciado de llorarle y plañirle la infortunada madre
429 Así habló llorando, y los ciudadanos suspiraron. Y Hécuba comenzó entre las
431 ¡Oh hijo! ¡Ay de mí, desgraciada! ¿Por qué, después de haber padecido
terribles penas, seguiré viviendo ahora que has muerto tú? Día y noche eras en
las troyanas, que to saludaban como a un dios. Vivo, constituías una excelsa
437 Así dijo llorando. La esposa de Héctor nada sabía, pues ningún veraz
y en lo más hondo del alto palacio tejía una tela doble y purpúrea, que adornaba
hermosas trenzas que pusieran al fuego un trípode grande, para que Héctor se
Atenea, la de ojos de lechuza, le había hecho sucumbir muy lejos del baño a
450 Venid, seguidme dos; voy a ver qué ocurre. Oí la voz de mi venerable suegra;
infortunio amenaza a los hijos de Príamo. ¡Ojalá que tal noticia nunca llegue a
mis oídos! Pero mucho temo que el divino Aquiles haya separado de la ciudad a mi
Héctor audaz, le persiga a él solo por la llanura y acabe con el funesto valor
que siempre tuvo; porque jamás en la batalla se quedó entre la turba de los
campo; en seguida vio a Héctor arrastrado delante de la ciudad, pues los veloces
trenzada cinta y el velo que la áurea Afrodita le había dado el día en que
477 ¡Héctor! ¡Ay de mí, infeliz! Ambos nacimos con la misma suerte, tú en Troya,
Eetión, el cual me crió cuando niña para que fuese desventurada como él. ¡Ojalá
luctuosa guerra de los aqueos, tendrá siempre fatigas y pesares; y los demás se
apoderarán de sus campos, cambiando de sitio los mojones. El mismo día en que un
niño queda huérfano, pierde todos los amigos; y en adelante va cabizbajo y con
compadecido, le alarga un vaso pequeño con el cual mojará los labios, pero no
llegará a humedecer la garganta. El niño que tiene los padres vivos le echa del
festín, dándole puñadas a increpándole con injuriosas voces: "¡Vete,
las rodillas de su padre, sólo comía medula y grasa pingüe de ovejas, y, cuando
la nodriza, con el corazón lleno de gozo; mas ahora que ha muerto su padre,
mucho tendrá que padecer Astianacte, a quien los troyanos llamaban así porque
sólo tú, oh Héctor, defendías las puertas y los altos muros. Y a ti, cuando los
perros se hayan saciado con tu carne, los movedizos gusanos te comerán desnudo,
junto a las corvas naves, lejos de tus padres; habiendo en el palacio vestiduras
finas y hermosas, que las esclavas hicieron con sus manos. Arrojaré todas estas
las troyanas.
CANTO XXIII *
aurora, to vuelve a arrastrar hasta dar tres vueltas alrededor del túmulo de
Patroclo.
1 Así gemían los troyanos en la ciudad. Los aqueos, una vez llegados a las naves
llorémoslo, que éste es el honor que a los muertos se les debe. Y cuando nos
cenaremos todos.
12 Así habló. Ellos seguían a Aquiles en compacto grupo y gemían con frecuencia.
Y sollozando dieron tres vueltas alrededor del cadáver con los caballos de
hermoso pelo: Tetis se hallaba entre los guerreros y les excitaba el deseo de
las armaduras de los hombres. ¡Tal era el héroe, causa de fuga para los
perros para que lo despedacen cruelmente; y degollaré ante tu pira a doce hijos
número cerca de la nave del Eácida, el de los pies ligeros, que les dio un
33 Los reyes aqueos llevaron al Pelida, el de los pies ligeros, que tenía el
de voz sonora, que pusieron al fuego un gran trípode por si lograban que aquél
43 ¡No, por Zeus, que es el supremo y más poderoso de los dioses! No es justo
que el baño moje mi cabeza hasta que ponga a Patroclo en la pira, le erija un
Agamenón, que traigan leña y la coloquen como conviene a un muerto que baja a la
región sombría, para que pronto el fuego infatigable consuma y haga desaparecer
ocupaciones.
cena, comieron todos, y nadie careció de su respectiva porción. Mas, después que
orillas del estruendoso mar, en un lugar limpio donde las olas bañaban la playa;
pero no tardó en vencerlo el sueño, que disipa los cuidados del ánimo,
esparciéndose suave en torno suyo; pues el héroe había fatigado mucho sus
cuando vivía, tanto por su estatura y hermosos ojos, como por las vestiduras que
ahora que he muerto me abandonas. Entiérrame cuanto antes, para que pueda pasar
las puertas del Hades; pues las almas, que son imágenes de los difuntos, me
modo voy errante por los alrededores del palacio, de anchas puertas, de Hades.
Dame la mano, te lo pido llorando; pues ya no volveré del Hades cuando hayáis
separadamente de los amigos; pues me devoró la odiosa muerte que el hado, cuando
morir al pie de los muros de los nobles troyanos. Otra cosa te diré y encargaré,
por si quieres complacerme. No dejes mandado, oh Aquiles, que pongan tus huesos
separados de los míos: ya que juntos nos hemos criado en tu palacio, desde que
me nombró tu escudero; así también, una misma urna, la ánfora de oro que te dio
cumpliré todo como lo mandas. Pero acércate y abracémonos, aunque sea por breves
103 ¡Oh dioses! Cierto es que en la morada de Hades quedan el alma y la imagen
de los que mueren, pero la fuerza vital desaparece por entero. Toda la noche ha
despidiendo suspiros, para encargarme to que debo hacer; y era muy semejante a
él cuando vivía.
108 Así dijo, y a todos les excitó el deseo de llorar. Todavía se hallaban
rosáceos dedos. Entonces el rey Agamenón mandó que de todas las tiendas saliesen
hombres con mulos para ir por leña; y a su frente se puso un varón excelente,
Meriones, escudero del valeroso Idomeneo. Los mulos iban delante; tras ellos
caminaban los hombres, llevando en sus manos hachas de cortar madera y sogas
apresuraron a cortar con el afilado bronce encinas de alta copa que caían con
estrépito. Los aqueos las partieron en rajas y las cargaron sobre los mulos. En
seguida éstos, midiendo con sus pasos la tierra, volvieron atrás por los espesos
troncos, porque así to había ordenado Meriones, escudero del valeroso Idomeneo.
Y los fueron dejando sucesivamente en un sitio de la orilla del mar, que Aquiles
que tomaran las armas y uncieran los caballos; y ellos se levantaron, vistieron
la armadura, y los caudillos y sus aurigas montaron en los carros. Iban éstos al
138 Cuando llegaron al lugar que Aquiles les señaló, dejaron el cadáver en el
144 ¡Esperqueo! En vano mi padre Peleo te hizo el voto de que yo, al volver a la
152 Habiendo hablado así, puso la cabellera en las manos del compañero querido,
156 ¡Atrida! Puesto que la gente aquea to obedecerá más que a nadie, y tiempo
habrá para saciarse de llanto, aparta de la pira a los guerreros y mándales que
caudillos.
161 Al oírlo, el rey de hombres, Agamenón, despidió la gente para que volviera a
las naves bien proporcionadas; y los que cuidaban del funeral amontonaran leña,
levantaron una pira de cien pies por lado, y, con el corazón alligido, pusieron
violencia indomable del fuego para que la devorara, gimió y nombró al compañero
amado:
perros.
184 Así dijo en son de amenaza. Pero los canes no se acercaron a Héctor. La
diosa Afrodita, hija de Zeus, los apartó día y noche, y ungió el cadáver con un
Apolo cubrió el espacio ocupado por el muerto con una sombna nube que hizo pasar
del cielo a la llanura, a fin de que el ardor del sol no secara el cuerpo, con
Entonces el divino Aquiles, el de los pies ligeros, tuvo otra idea: apartóse de
sacrificios; y, haciéndoles repetidas libaciones con una copa de oro, les rogó
que acudieran para que la leña ardiese bien y los cadáveres fueran consumidos
prestamente por el fuego. La veloz Iris oyó las súplicas, y fue a avisar a los
vieron, levantáronse todos, y cada uno la ¡lamaba a su lado. Pero ella no quiso
tierra de los etíopes, que ahora ofrecen hecatombes a los inmortales, para
212 Habló así y fuese. Los vientos se levantaron con inmenso ruido, esparciendo
las nubes; pasaron por cima del ponto, y las olas crecían al impulso del sonoro
abrasador bramó grandemente. Durante toda la noche, los dos vientos, soplando
veloz Aquiles, sacando vino de una cratera de oro, con una copa de doble asa, to
vertió y regó la tierra, a invocó el alma del mísero Patroclo. Como solloza un
padre, quemando los huesos del hijo recién casado, cuya muerte ha sumido en el
dolor a sus progenitores, de igual modo sollozaba Aquiles al quemar los huesos
236 ¡Atrida y demás príncipes de los aqueos todos! Primeramente apagad con negro
vino cuanto de la pira alcanzó la violencia del fuego; recojamos después los
doble capa de grasa donde se guarden hasta que yo descienda al Hades. Quiero que
adelante, aqueos, los que estéis vivos en las naves de muchos bancos cuando yo
apagaron con negro vino la parte de la pira a que alcanzó la llama, y la ceniza
cayó en abundancia; después recogieron, llorando, los blancos huesos del dulce
amigo y los encerraron en una urna de oro, cubiertos por doble capa de grasa;
formando un gran circo; y al momento sacó de las naves, para premio de los que
262 Empezó exponiendo los premios destinados a los veloces aurigas: el que
con asas, de veintidós medidas; para el segundo ofreció una yegua de seis años,
hermosa caldera no puesta al fuego y luciente aún, cuya capacidad era de cuatro
medidas; para el cuarto, dos talentos de oro; y para el quinto, un vaso con dos
272 ¡Atrida y demás aqueos de hermosas grebas! Estos premios que en medio he
colocado son para los aurigas. Si los juegos se celebraran en honor de otro
difunto, me llevaría a mi tienda los mejores. Ya sabéis cuánto mis caballos
aventajan en ligereza a los demás, porque son inmortales: Posidón se los regaló
a mi padre Peleo, y éste me los ha dado a mí. Pero yo me quedaré, y también los
veces derramó aceite sobre sus crines, después de lavarlos con agua pura. Ambos,
habiéndose quedado quietos, sienten soledad de él; y con las crines colgando
287 Así hablo el Pelida, y los veloces aurigas se reunieron. Levantóse mucho
antes que nadie el rey de hombres Eumelo, hijo amado de Admeto, que descollaba
cual puso el yugo a los corceles de Tros, que había quitado a Eneas cuando Apolo
salvó a este héroe. Alzóse luego el rubio Menelao Atrida, del linaje de Zeus, y
Podargo, que era suyo. Había dado la yegua a Agamenón, como presente, Equepolo,
vasta Sición, donde moraba, de la abundante riqueza que Zeus le había concedido;
ésta fue la yegua que Menelao unció al yugo, la cual estaba deseosa de corren
Fue el cuarto en aparejar los corceles de hermoso pelo Antíloco, hijo ilustre
del magnánimo rey Néstor Nelida: de su carro tiraban caballos de Pilos, de pies
faltaba inteligencia:
306 ¡Antíloco! Si bien eres joven, Zeus y Posidón to quieren y to han enseñado
todo el arte del auriga. No es preciso, por tanto, que yo lo instruya. Sabes
perfectamente cómo los caballos deben dar la vuelta en torno de la meta, pero
tus corceles son los más lentos en correr, y temo que algún suceso desagradable
ha de ocurrirte. Empero, si otros caballos son más veloces, sus conductores no
clase de habilidades para que los premios no se to escapen. El leñador más hace
vinoso ponto la veloz nave combatida por los vientos; y con su habilidad puede
un auriga vencer a otro. El que confía en sus caballos y en su carro les hace
carrera y no los puede sujetar, mas el que conoce los arbitrios del arte y guía
látigo de piel de buey: así los domina siempre, a la vez que observa a quien le
precede. La meta de ahora es muy fácil de conocer, y voy a indicártela para que
podrido aún, sobresale un codo de la tierra; encuéntranse a uno y otro lado del
llano por todas partes y propio para las carreras de carros: el tronco debe de
haber pertenecido a la tumba de un hombre que ha tiempo murió, o fue puesto como
mojón por los antiguos; y ahora el divino Aquiles, el de los pies ligeros, to ha
elegido por meta. Acércate a ésta y den la vuelta casi tocándola carro y
imperiosas voces al corcel del otro lado afojándole las riendas. El caballo
piedra: no sea que hieras a los corceles, rompas el carro y causes el regocijo
el veloz caballo de Adrasto, que descendía de un dios o sea arrastrado por los
349 Así dijo Néstor Nelida, y volvió a sentarse cuando hubo enterado a su hijo
351 Meriones fue el quinto en aparejar los caballos de hermoso pelo. Subieron
los aurigas a los carros y echaron suertes en un casco que agitaba Aquiles.
la del Tidida, que era el más hábil. Pusiéronse en fila, y Aquiles les indicó la
362 Todos a un tiempo levantaron el látigo, dejáronlo caer sobre los caballos y
los animaron con ardientes voces. Y éstos, alejándose de las naves, corrían por
como una nube o un torbellino, y las crines ondeaban al soplo del viento. Los
carros unas veces tocaban al fértil suelo, y otras daban saltos en el aire; los
victoria; cada cual animaba a sus corceles, y éstos volaban, levantando polvo,
por la llanura.
373 Mas, cuando los veloces caballos llegaron a la segunda mitad de la carrera y
conductor, pues todos aquéllos empezaron a galopar. Venían delante las yeguas,
procedentes de los de Tros; y estaban tan cerca del primer carro, que parecía
que iban a subir en él: con su aliento calentaban la espalda y anchos hombros de
Febo Apolo, que estaba irritado con el hijo de Tideo, no le hubiese hecho caer
sus ojos al ver que las yeguas corrían más que antes, y en cambio sus caballos
devolvióle el látigo, a la vez que daba nuevos bríos a sus caballos. Y la diosa,
cada yegua se fue por su lado, fuera de camino; el timón cayó a tierra, y el
héroe vino al suelo, junto a una rueda, hirióse en los codos, boca y narices, se
rompió la frente por encima de las cejas, se le arrasaron los ojos de lágrimas,
403 Corred y alargad el paso cuanto podáis. No os mando que compitáis con
aquéllos, con los caballos del aguerrido Tidida, a los cuales Atenea dio
corceles del Atrida y no os quedéis rezagados para que no os avergüence Eta con
ser hembra. ¿Por qué os atrasáis, excelentes caballos? Lo que os voy a decir se
417 Así dijo. Los corceles, temiendo la amenaza de su señor, corrieron más
punto más estrecho del camino había allí una hendedura de la tierra, producida
por el agua estancada durante el invierno, la cual robó parte de la senda y cavó
el suelo , y por aquel sitio guiaba Menelao sus corceles, procurando evitar el
choque con los demás carros. Pero Antíloco, torciendo la rienda a sus caballos,
sacó el carro fuera del camino, y por un lado y de cerca seguía a Menelao. El
426 ¡Antíloco! De temerario modo guías el carro. Detén los corceles; que ahora
delantera. No sea que choquen los carros y seas causa de que recibamos daño.
429 Así dijo. Pero Antíloco, como si no le oyese, hacía correr más a sus
caballos picándolos con el aguijón. Cuanto espacio recorre el disco que tira un
avivarlas; no fuera que los solípedos caballos, tropezando los unos con los
otros, volcaran los fuertes carros, y ellos cayeran en el polvo por el anhelo de
439 ¡Antíloco! Ningún mortal es más funesto que tú. Ve enhoramala; que los
442 Después de hablar así, animó a sus caballos con estas palabras:
cansarán los pies y las rodillas antes que a vosotros, pues ya ambos pasaron de
la edad juvenil.
446 Así dijo. Los corceles, temiendo la amenaza de su señor, corrieron más
448 Los argivos, sentados en el circo, no quitaban los ojos de los caballos; y
cretenses, fue quien distinguió antes que nadie los primeros corceles que
llegaban; pues era el que estaba en el sitio más alto por haberse sentado en un
altozano, fuera del circo. Oyendo desde lejos la voz del auriga que animaba a
demás, un caballo magnífico, todo bermejo, con una mancha en la frente, blanca y
redonda como la luna. Y poniéndose en pie, dijo estas palabras a los argivos:
457 ¡Oh amigos, capitanes y príncipes de los argivos! ¿Veo los caballos yo solo
o también vosotros? Paréceme que no son los mismos de antes los que vienen
yeguas que poco ha eran vencedoras. Las vi cuando doblaban la meta; pero ahora
no puedo distinguirlas, aunque registro con mis ojos todo el campo troyano.
caído, el carro estará roto, y las yeguas, dejándose llevar por su ánimo
enardecido, se habrán echado fuera del camino. Pero levantaos y mirad, pues yo
fuerte Diomedes, hijo de Tideo, domador de caballos, que reina sobre los
argivos.
474 ¡ldomeneo! ¿Por qué charlas antes de to debido? Las voladoras yeguas vienen
Preciso es que no seas tan gárrulo, estando presentes otros que to son
superiores. Esas yeguas que aparecen las primeras son las de antes, las de
o una caldera y nombremos árbitro al Atrida Agamenón para que manifieste cuáles
488 Así habló. En seguida el veloz Ayante de Oileo se alzó colérico para
contestarle con palabras duras. Y la contienda habría pasado más adelante entre
en el circo y fijad la. vista en los caballos, que pronto vendrán aquí por el
499 Así dijo; el Tidida, que ya se había acercado un buen trecho, aguijaba a los
veloces caballos y las llantas casi no dejaban huella en el tenue polvo. ¡Con
tal ligereza volaban los corceles! Cuando Diomedes llegó al circo, detuvo el
luciente carro; copioso sudor corría de la cerviz y del pecho de los corceles
hasta el suelo, y el héroe, saltando a tierra, dejó el látigo colgado del yugo.
cautiva a la tienda y se llevaban el trípode con asas, desunció del carro a los
corceles.
carro; pero, así y todo, Menelao guiaba muy cerca de él los veloces caballos.
Cuando el corcel dista de las ruedas del carro en que lleva a su señor por la
llanura (las últimas cerdas de la cola tocan la llanta y un corto espacio los
separa mientras aquél corre por el campo inmenso): tan rezagado estaba Menelao
tiro de lanza; pues sus corceles, de hermoso pelo, eran más tardos y él muy poco
536 Viene el último con los solípedos caballos el varón que más descuella en
hijo de Tideo.
yegua pues los aqueos lo aprobaban , si Antíloco, hijo del magnánimo Néstor, no
544 ¡Oh Aquiles! Mucho me irritaré contigo si llevas a cabo to que dices. Vas a
quitarme el premio, atendiendo a que recibieron daño su carïo y los veloces
caballos, entrégale, tomándolo de estas cosas, un premio aún mejor que éste,
para que los aqueos to alaben. Pero la yegua no la daré, y pruebe de quitármela
555 Así habló. Sonrióse el divino Aquiles, el de los pies figeros, holgándose de
así lo haré. Voy a entregarle la coraza de bronce que quité a Asteropeo, la cual
presente de valor.
tienda; fue éste y llevósela; y Aquiles la puso en las manos de Eumelo, que la
recibió alegremente.
570 ¡Antíloco! Tú, que antes eras sensato, ¿qué has hecho? Desluciste mi
habilidad y atropellaste mis corceles, haciendo pasar delante a los tuyos, que
dánao me podrá reprender, porque el fallo será justo. Ea, Antíloco, alumno de
Zeus, ven aquí y, puesto, como es costumbre, delante de los caballos y el carro,
teniendo en la mano el flexible látigo con que los guiabas y tocando los
corceles, jura, por el que ciñe y sacude la tierra, que si detuviste mi carro
587 Perdóname, oh rey Menelao, pues soy más joven y tú eres mayor y más
valor que este premio, preferina dártelo en seguida, oh alumno de Zeus, a perder
596 Así habló el hijo del magnánimo Néstor, y, conduciendo la yegua adonde
rocío cae en torno de las espigas cuando las mieses crecen y los campos se
602 ¡Antíloco! Aunque estaba irritado, seré yo quien ceda; porque hasta aquí no
lo sucesivo de querer engañar a los que to son superiores. Ningún otro aqueo me
ablandaría tan pronto, pero has padecido y trabajado mucho por mi causa, y tu
que es mía, para que éstos sepan que mi corazón no fue nunca ni soberbio ni
cruel.
recogió los dos talentos de oro. Quedaba el quinto premio, el vaso con dos asas;
618 Toma, anciano; sea tuyo este presente como recuerdo de los funerales de
Patroclo, a quien no volverás a ver entre los argivos. Te doy el premio porque
624 Así diciendo, se to puso en las manos. Néstor recibiólo con alegría, y
626 Sí, hijo, oportuno es cuanto acabas de decir. Ya mis miembros no tienen el
vigor de antes, ni mis pies, ni mis brazos se mueven ágiles a partir de los
hombros. Ojalá fuese tan joven y mis fuerzas tan robustas como cuando los epeos
premios para los juegos que debían celebrarse en honor del rey. Allí ninguno de
Pleuronio, que osó afrontarme; en la carrera pasé delante de Ificlo, que era
Áctor mé dejaron atrás con su carro porque eran dos; y me disputaron la victoria
a causa de haberse reservado los mejores premios para este juego. Eran aquéllos
hermanos gemelos, y el uno gobernaba con firmeza los caballos, sí, gobernaba con
firmeza los caballos, mientras el otro con el látigo los aguijaba. Así era yo en
aquel tiempo. Ahora los más jóvenes entren en las luchas; que ya debo ceder a la
alegra el corazón al ver que to acuerdas siempre del buen Néstor y nó dejas de
advertir con qué honores he de ser honrado entre los aqueos. Las deidades to
651 Así habló; y el Pelida, oído todo el elogio que de él hizo el Nelida, fuese
por entre la muchedumbre de los aqueos. En seguida sacó los premios del duro
pugilato: condujo al circo y ató en medio de él una mula de seis años, cerril,
difícil de domar, que había de ser sufridora del trabajo; y puso para el vencido
658 ¡Atrida y demás aqueos de hermosas grebas! Invitemos a los dos varones que
sean más diestros, a que levanten los brazos y combatan a puñadas por estos
premios. Aquél a quien Apolo conceda la victoria, reconociéndolo así todos los
el trabajo, dijo:
667 Acérquese el que haya de llevarse la copa de doble asa, pues no creo que
mantenerlo mejor que nadie. ¿No basta acaso que sea inferior a otros en la
batalla? No es posible que un hombre sea diestro en todo. Lo que voy a decir se
huesos; los que de él hayan de cuidar quédense aquí reunidos, para llevárselo
levantó para luchar con él Euríalo, varón igual a un dios, hijo del rey Mecisteo
Talayónida, el cual fue a Teba cuando murió Edipo y en los juegos fúnebres
venció a todos los cadmeos. El Tidida, famoso por su lanza, animaba a Euríalo
con razones, pues tenía un gran deseo de que alcanzara la victoria, y le ayudaba
medio del circo, levantaron las robustas manos, acometiéronse y los fornidos
del Bóreas, salta un pez en la orilla poblada de algas y las negras olas to
cubren en seguida, así Euríalo, al recibir el golpe, dio un salto hacia atrás.
Pero el magnánimo Epeo, cogiéndole por las manos, lo levantó; rodeáronle los
compañeros y se to llevaron del circo arrastraba los pies, escupía espesa sangre
700 El Pelida sacó después otros premios para el tercer juego, la penosa lucha,
y se los mostró a los dánaos: para el vencedor un gran trípode, apto para
ponerlo al fuego, que los aqueos apreciaban en doce bueyes; para el vencido, una
mujer diestra en muchas labores y valorada en cuatro bueyes, que sacó en medio
708 Así habló. Alzóse en seguida el gran Ayante Telamonio y luego el ingenioso
circo y se cogieron con los robustos brazos como se enlazan las vigas que un
ilustre artífice une, al construir alto palacio, para que resistan el embate de
los vientos. Sus espaldas crujían, estrechadas fuertemente por los vigorosos
brazos; copioso sudor les brotaba de todo el cuerpo; muchos cruentos cardenales
iban apareciendo en los costados y en las espaldas; y ambos contendientes
Pero ni Ulises lograba hacer caer y derribar por el suelo a Ayante, ni éste a
aquél, porque la gran fuerza de Ulises se to impedía. Y cuando los aqueos mosas
725 Habiendo hablado así, lo levantaba; mas Ulises no se olvidó de sus ardides,
pues, dándole por detrás un golpe en la corva, dejóle sin vigor los miembros, le
735 No luchéis ya, ni os hagáis más daño. La victoria quedó por ambos. Recibid
igual premio y retiraos para que entren en los juegos otros aqueos.
740 El Pelida sacó otros premios para la velocidad en la carrera. Expuso primero
una cratera de plata labrada, que tenía seis medidas de capacidad y superaba en
ofreció como premio, en honor del difunto amigo, al que fuese más veloz en
correr con los pies ligeros. Para el que llegase el segundo señaló un buey
ingenioso Ulises, y por fin Antíloco, hijo de Néstor, que en la carrera vencía a
todos los jóvenes. Pusiéronse en fila y Aquiles les indicó la meta. Empezaron a
divino Ulises le seguía de cerca. Cuanto dista del pecho el huso que una mujer
Ulises: pisaba las huellas de aquél antes de que el polvo cayera en torno de las
Todos los aqueos aplaudían los esfuerzos que realizaba Ulises por el deseo de
alcanzar la victoria, y le animaban con sus voces. Mas cuando les faltaba poco
lechuza:
770 Óyeme, diosa, y ven a socorrerme propicia, dando a mis pies más ligereza.
771 Así dijo rogando. Palas Atenea le oyó, y agilitóle los miembros todos y
especialmente los pies y las manos. Ya iban a coger el premio, cuando Ayante,
corriendo, dio un resbalón pues Atenea quiso perjudicarle en el lugar que habían
784 Así dijo, y todos rieron con gusto. Antíloco recibió, sonriente, el último
787 Os diré, argivos, aunque todos lo sabéis, que los dioses honran a los
hombres de más edad, hasta en los juegos. Ayante es un poco mayor que yo; Ulises
793 Así dijo, ensalzando al Pelida, de pies ligeros. Aquiles respondióle con
estas palabras:
talento de oro.
797 Así diciendo, se to puso en la mano, y Antíloco lo recibió con alegría. Acto
casco, que eran las armas que Patroclo había quitado a Sarpedón. Y puesto en
802 Invitemos a los dos varones que sean más esforzados, a que, vistiendo las
magnífica espada tracia, tachonada con clavos de plata, que quité a Asteropeo.
811 Así dijo. Levantóse en seguida el gran Ayante Telamonio y luego el fuerte
mirándose con torva faz; y todos los aqueos se quedaron atónitos. Cuando se
herirse de cerca. Ayante dio un bote en el escudo liso del adversario, peor no
alcanzar con la punta de la luciente lanza el cuello de aquél, por cima del gran
escudo. Y los aqueos, temiendo por Ayante, mandaron que cesara la lucha y ambos
826 Luego el Pelida sacó la bola de hierro sin bruñir que en otro tiempo lanzaba
príncipe y se llevó en las naves la bola con otras riquezas. Y, puesto en pie,
831 ¡Levantaos los que hayáis de entrar en esta lucha! La presente bola
procurará al que venciere cuanto hierro necesite durante cinco años, aunque sean
muy extensos sus fértiles campos; y sus pastores y labradores no tendrán que ir
Leonteo, igual a un dios; luego, Ayante Telamoníada, y, por fin, el divino Epeo.
Ares. El gran Ayante Telamonio la despidió también, con su robusta mano, y logró
pastor y voltea por cima de la vacada, tanto pasó la bola el espacio del circo;
850 Luego sacó Aquiles azulado hierro para los arqueros, colocando en el circo
mástil de navío después de atar en su punta, por el pie y con delgado cordel,
855 El que hiera a la tímida paloma llévese a su casa Codas las hachas grandes;
el que acierte a dar en la cuerda sin tocar al ave, como más inferior, tomará
859 Así dijo. Levantóse en seguida el robusto caudillo Teucro y luego Meriones,
agitándolas, salió primero la de Teucro. Éste arrojó al momento y con vigor una
si bien no tocó al ave negóselo Apolo , la amarga saeta rompió el cordel muy
cerca de la pata por la cual se había atado a la paloma: ésta voló al cielo, el
primogénitos; y, viendo a la tímida paloma que daba vueltas a11á en lo alto del
aire, cerca de las nubes, disparó y le atravesó una de las alas. La flecha vino
negra proa, inclinó el cuello y abatió las tupidas alas, la vida huyó veloz de
sus miembros y aquélla cayó del mástil a lo lejos. La gente lo contemplaba con
admiración y asombro. Meriones tomó, por tanto, todas las diez hachas grandes, y
884 Luego el Pelida sacó y colocó en el circo una larga pica y una caldera no
puesta aún al fuego, que era del valor de un buey y estaba decorada con flores.
Dos hombres diestros en arrojar la lanza se levantaron: el poderoso Agamenón
890 ¡Atrida! Pues sabemos cuánto aventajas a todos y que así en la fuerza como
en arrojar la lanza eres el más señalado, toma este premio y vuelve a las
propongo.
895 Así habló. Agamenón, rey de hombres, no dejó de obedecerle. Aquiles dio a
CANTO XXIV *
Rescate de Héctor
* Los dioses se apiadan de Héctor, y Zeus encarga a Tetis que amoneste a su hijo
para que devuelva el cadáver, a la vez que manda a Priamo, por medio de Iris,
que con un solo heraldo vaya con magníficos presentes a la tienda de Aquileo
para rescatar el cuerpo de Héctor. Príamo obedece y parte con el heraldo ideo y
dos carros; antes de llegar al campamento se les aparece Hermes, que los guía
hasta la tienda del héroe; entra Príamo y, echándose a los pies de Aquiles, le
dirige la súplica más conmovedora; Aquiles entrega el cadáver, los dos ancianos
del compañero querido, sin que el sueño, que todo to rinde, pudiera vencerlo:
daba vueltas acá y a11á, y con amargura traía a la memoria el vigor y gran ánimo
sobre el mar y sus riberas: entonces uncía al carro los ligeros corceles y,
dejaba el cadáver tendido de cara al polvo. Mas Apolo, apiadándose del varón aun
que hurtase el cadáver. A todos les gustaba tal propósito, menos a Hera, a
Ilio, a Príamo y a su pueblo por la injuria que Alejandro había inferido a las
tiene en su pecho un ánimo inflexible y medita cosas feroces, como un león que,
hijo, al fin cesa de llorar y lamentarse, porque las Parcas dieron al hombre un
corazón paciente. Mas Aquiles, después que quitó al divino Héctor la dulce vida,
contra él, aunque sea valiente, porque enfureciéndose insulta a to que tan sólo
es ya insensible tierra.
56 Sería como dices, oh tú que llevas arco de plata, si a Aquiles y a Héctor los
tuvierais en igual estima. Pero Héctor fue mortal y diole el pecho una mujer;
mientras que Aquiles es hijo de una diosa a quien yo misma alimenté y crié y
casé luego con Peleo, varón cordialmente amado por los inmortales. Todos los
en que los tengamos; pero Héctor era para los dioses, y también para mí, el más
tales son los honores que se nos deben. Desechemos la idea de robar el cuerpo
del audaz Héctor: es imposible que se haga a hurto de Aquiles, porque siempre,
Tetis para que se me acercara, yo le diría a ésta lo que fuere oportuno para que
profunda gruta halló a Tetis y a otras muchas diosas marinas que la rodeaban: la
90 ¿Por qué aquel gran dios me ordena que vaya? Me da vergüenza juntarme con los
inmortales, pues son muchas las penas que conturban mi corazón. Esto no
obstante, iré para que sus palabras no resulten vanas y sin efecto.
93 En diciendo esto, la divina entre las diosas tomó un velo tan obscuro que no
había otro que fuese más negro. Púsose en camino, precedida por la veloz Iris,
de pies rápidos como el viento, y las olas del mar se abrían al paso de ambas
torno suyo. Sentóse Tetis al lado de Zeus, porque Atenea le cedió el sitio, y
Hera púsole en la mano una copa de oro y la consoló con palabras. Tetis devolvió
104 Vienes al Olimpo, oh diosa Tetis, afligida y con el ánimo agobiado por
vehemente pesar. Lo sé. Pero, aun así y todo, voy a decirte por qué to he
llamado. Hace nueve días qúe se suscitó entre los inmortales una contienda
ejército y amonesta a tu hijo. Dile que los dioses están muy irritados contra él
a Héctor en las corvas naves y no permite que to rediman; por si, temiéndome,
Príamo para que vaya a las naves de los aqueos y redima a su hijo, llevando a
Bajando en raudo vuelo de las cumbres del Olimpo, llegó a la tienda de su hijo:
veneranda madre se sentó muy cerca del héroe, le acarició con la mano y hablóle
en estos términos.
128 ¡Hijo mío! ¿Hasta cuándo dejarás que el llanto y la tristeza roan tu
amor con una mujer, pues ya no has de vivir mucho tiempo; la muerte y el hado
Zeus. Dice que los dioses están muy irritados contra ti, y él más indignado que
139 Sea así. Quien traiga el rescate se lleve el muerto, ya que con ánimo
141 De este modo, dentro del recinto de las naves, pasaban de madre a hijo
magnánimo Príamo que se encamine a las naves de los aqueos y rescate al hijo,
Ilevando a Aquiles Bones que aplaquen su enojo. Vaya solo, sin que ningún
troyano se le junte, y acompáñele un heraldo más viejo que él, para que guíe los
llevará hasta muy cerca de Aquiles. Y cuando haya entrado en la tienda del
héroe, éste no to matará, a impedirá que los demás to hagan. Pues Aquiles no es
suplicante.
159 Así dijo. Levantóse Iris, la de pies rápidos como el huracán, para llevar el
sentados en el patio alrededor del padre, bañaban sus vestidos con lágrimas, y
recordando los muchos varones esforzados que yacían en la llanura por haber
males, sino a participarte cosas buenas: soy mensajera de Zeus, que, aun estando
divino Héctor, llevando a Aquiles dones que aplaquen su enojo. Ve solo, sin que
ningún troyano se te junte, acompañado de un heraldo más viejo que tú, para que
guíe los mulos y el carro de hermosas ruedas, y conduzca luego a la población el
temor alguno conturbe to ánimo, pues tendrás por guía el Argicida, el cual te
llevará hasta muy cerca de Aquiles. Y cuando hayas entrado en la tienda del
héroe, éste no te matará a impedirá que los demás lo hagan. Pues Aquiles no es
suplicante.
188 Cuando esto hubo dicho, fuese Iris, la de los pies ligeros. Príamo mandó a
sus hijos que prepararan un carro de mulas, de hermosas ruedas, pusieran encima
un arca y la sujetaran con sogas. Bajó después al perfumado tálamo, que era de
194 ¡Oh infeliz! La mensajera del Olimpo ha venido, por orden de Zeus, a
encargarme que vaya a las naves de los aqueos y rescate al hijo, llevando a
Aquiles dones que aplaquen su enojo. Ea, dime: ¿qué piensas acerca de esto? Pues
201 ¡Ay de mí! ¿Qué es de la prudencia que antes to hizo célebre entre los
extranjeros y entre aquéllos sobre los cuales reinas? ¿Cómo quieres ir solo a
las naves de los aqueos y presentarte ante los ojos del hombre que te mató
tantos y tan valientes hijos? De hierro tienes el corazón. Si ese guerrero cruel
y pérfido llega a verte con sus propios ojos y te coge, ni se apiadará de ti, ni
estambre de su vida: que habría de saciar con su carne a los veloces perros,
lejos de sus padres y junto al hombre violento cuyo hígado ojalá pudiera yo
comer hincándole los dientes. Entonces quedarían vengados los insultos que ha
sino que a pie firme defendía a los troyanos y a las troyanas de profundo seno,
228 Dijo, y, levantando las hermosas tapas de las arcas, cogió doce magníficos
peplos, doce mantos sencillos, doce tapetes, doce palios blancos, y otras tantas
túnicas. Pesó luego diez talentos de oro. Y, por fin, sacó dos trípodes
relucientes, cuatro calderas y una magnífica copa que los tracios le dieron
cuando fue, como embajador, a su país, y era un soberbio regalo; pues el anciano
no quiso dejarla en el palacio a causa del vehemente deseo que tenía de rescatar
injuriosas palabras:
239 ¡Idos ya, hombres infames y vituperables! ¿Por ventura no hay llanto en
vuestra casa, que venías a afligirme? ¿O creéis que son pocos los pesares que
Zeus Cronida me envía, con hacerme perder un hijo valiente? También los
probaréis vosotros. Muerto él, será mucho más fácil que los argivos os maten.
Pero antes que con estos ojos vea la ciudad tomada y destruida, descienda yo a
la mansión de Hades.
247 Dijo, y con el cetro echó a los hombres. Éstos salieron apremiados por el
anciano. Y en seguida Príamo reprendió a sus hijos Héleno, Paris, Agatón divino,
253 ¡Daos prisa, malos hijos, ruines! Ojalá que en lugar de Héctor hubieseis
muerto todos en las veleras naves. ¡Ay de mí, desventurado, que engendré hijos
Méstor, a Troilo, que combatía en carro, y a Héctor, que era un dios entre los
hombres y no parecía hijo de un mortal, sino de una divinidad, Ares les dio
263 Así dijo. Ellos, temiendo la reconvención del padre, sacaron un carro de
arca, que ataron bien; descolgaron del clavo el corvo yugo de madera de boj,
provisto de anillos, y tomaron una correa de nueve codos que servía para atarlo.
dar tres vueltas a cada lado y cuyos extremos reunieron en un nudo. Luego fueron
para el rescate de Héctor; uncieron las mulas de tiro, de fuertes cascos, que en
otro tiempo habían regalado los misios a Príamo como espléndido presente, y
acercaron al yugo dos corceles, a los cuales el anciano en persona daba de comer
en pulimentado pesebre.
281 Mientras el heraldo y Príamo, prudentes ambos, uncían los caballos en el
alto palacio, acercóseles Hécuba, con ánimo abatido, llevando en su diestra una
copa de oro, llena de dulce vino, para que hicieran la libación antes de partir;
287 Toma, haz la libación al padre Zeus y suplícale que puedas volver del
contra mi deseo. Ruega, pues, al Cronión Ideo, el dios de las sombrías nubes que
desde lo alto contempla a Troya entera, y pídele que haga aparecer a tu derecha
su veloz mensajera, el ave que le es más querida y cuya fuerza es inmensa, para
que, en viéndola con tus propios ojos, vayas, alentado por el agüero, a las
300 ¡Oh mujer! No dejaré de hacer lo que me recomiendas. Bueno es levantar las
302 Dijo así el anciano, y mandó a la esclava despensera que le diese agua
limpia a las manos. Presentóse la cautiva con una fuente y un jarro. Y Príamo,
así que se hubo lavado, recibió la copa de manos de su esposa; oró, de pie, en
medio del patio; libó el vino, alzando los ojos al cielo, y pronunció estas
palabras:
308 ¡Padre Zeus, que reinas desde el Ida, gloriosísimo, máximo! Concédeme que al
fuerza es inmensa, para que después de verla con mis propios ojos vaya, alentado
de alto techo, bien adaptada al marco y asegurada por un cerrojo, tanto espacio
ocupaba con sus alas, desde el uno al otro extremo, el águila que apareció
vestíbulo y el pórtico sonoro. Iban delante las mulas que tiraban del carro de
cuatro ruedas, y eran gobernadas por el prudente Ideo; seguían los caballos que
334 ¡Hermes! Puesto que te es grato acompañar a los hombres y oyes las súplicas
del que quieres, anda, ve y conduce a Príamo a las cóncavas naves aqueas, de
suerte que ningún dánao le vea ni le descubra hasta que haya llegado a la tienda
del Pelida.
los áureos divinos talares que le llevaban sobre el mar y la tierra inmensa con
la rapidez del viento, y tomó la vara con la cual adormece los ojos de cuantos
349 Cuando Príamo y el heraldo llegaron más allá del gran túmulo de Ilo,
detuvieron las mulas y los caballos para que bebiesen en el río. Ya se iba
354 Atiende, Dardánida, pues el lance que se presenta requiere prudencia. Veo a
35d Así dijo. Turbósele al anciano la razón, sintió un gran terror, se le erizó
362 ¿Adónde, padre mío, diriges estos caballos y mulas durante la noche divina,
mientras duermen los demás mortales? ¿No temes a los aqueos, que respiran valor,
de ellos to viera conducir tantas riquezas en. esta obscura y rápida noche, ¿qué
querido padre.
373 Así es, como dices, hijo querido. Pero alguna deidad extiende la mano sobre
mí, cuando me hace salir al encuentro un caminante de tan favorable augurio como
379 Sí, anciano, oportuno es cuanto acabas de decir. Pero, ea, habla y dime con
sinceridad: ¿mandas a gente extraña tantas y tan preciosas riquezas a fin de
haber muerto el varón más fuerte, to hijo, que a ninguno de los aqueos cedía en
el combate?
387 ¿Quién eres, hombre excelente, y cuáles los padres de que naciste, que con
390 Me quieres probar, oh anciano, y por eso me hablas del divino Héctor. Muchas
veces le vieron estos ojos en la batalla, donde los varones se hacen ilustres, y
también cuando llegó a las naves matando argivos, a quienes hería con el agudo
contra el Atrida y no nos dejaba pelear. Pues yo soy servidor de Aquiles, con
quien vine en la misma nave bien construida; desciendo de mirmidones y tengo por
padre a Políctor, que es rico y anciano como tú. Soy el más joven de sus siete
ahora he venido de las naves a la llanura, porque mañana los aqueos, de ojos
combate.
406 Si eres servidor del Pelida Aquiles, ea, dime toda la verdad: ¿mi hijo yace
411 ¡Oh anciano! Ni los perros ni las aves lo han devorado, y todavía yace junto
ha sido lavada, no presenta mancha alguna, y cuantas heridas recibió pues fueron
muchos los que le envasaron el bronce todas se han cerrado. De tal modo los
bienaventurados dioses cuidan de to buen hijo, aun después de muerto, porque era
425 ¡Oh hijo! Bueno es ofrecer a los inmortales los debidos dones. jamás mi
de la muerte. Mas, ea, recibe de mis manos esta linda copa, para que la guardes,
y guíame con el favor de los dioses hasta que llegue a la tienda del Pelida.
433 Quieres tentarme, anciano, porque soy más joven; pero no me persuadirás con
tus ruegos a que acepte el regalo sin saberlo Aquiles. Le temo y me da mucho
y las riendas a infundió gran vigor a los corceles y mulas. Cuando llegaron al
foso y a las torres que protegían las naves, los centinelas comenzaban a
llevaba los espléndidos regalos. Llegaron, por fin, a la elevada tienda que los
mirmidones habían construido para el rey con troncos de abeto, cubriéndola con
gran cerca de muchas estacas y tenía la puerta asegurada por una barra de abeto
que quitaban o ponían tres aqueos juntos, y sólo Aquiles la descorna sin ayuda.
presentes para el Pelida, el de los pies ligeros. Y apeándose del carro, dijo a
Príamo:
460 ¡Oh anciano! Yo soy un dios inmortal, soy Hermes; y mi padre me envió para
sería indecoroso que un dios inmortal se tomara públicamente tanto interés por
los mortales. Entra tú, abraza las rodillas del Pelida y suplícale por su padre,
por su madre de hermosa cabellera y por su hijo, para que conmuevas su corazón.
468 Cuando esto hubo dicho, Hermes se encaminó al vasto Olimpo. Príamo saltó del
carro a tierra, dejó a Ideo con el fin de que cuidase de los caballos y mulas, y
fue derecho a la tienda en que moraba Aquiles, caro a Zeus. Hallóle dentro y sus
comía ni bebía, aun la mesa continuaba puesta. El gran Príamo entró sin ser
terribles, homicidas, que habían dado muerte a tantos hijos suyos. Como quedan
atónitos los que, hallándose en la casa de un rico, ven llegar a un hombre que,
país extraño, de igual manera asombróse Aquiles de ver al deiforme Príamo; y los
486 Acuérdate de tu padre, Aquiles, semejante a los dioses, que tiene la misma
edad que yo y ha llegado al funesto umbral de la vejez. Quizá los vecinos
día en día que ha de ver a su hijo, llegado de Troya. Mas yo, desdichadísimo,
después que engendré hijos excelentes en la espaciosa Troya, puedo decir que de
ellos ninguno me queda. Cincuenta tenía cuando vinieron los aqueos: diez y nueve
luz en el palacio. A los más el furibundo Ares les quebró las rodillas; y el que
era único para mí, pues defendía la ciudad y sus habitantes, a ése tú to mataste
poco ha, mientras combatía por la patria, a Héctor, por quien vengo ahora a las
que yo soy todavía más digno de piedad, puesto que me atreví a lo que ningún
otro mortal de la tierra: a llevar a mi boca la mano del hombre matador de mis
hijos.
507 Así habló. A Aquiles le vino deseo de llorar por su padre; y, asiendo de la
Príamo, caído a los pies de Aquiles, lloraba copiosamente por Héctor, matador de
silla, tomó por la mano al viejo para que se levantara, y, mirando compasivo su
518 ¡Ah, infeliz! Muchos son los infortunios que tu ánimo ha soportado. ¿Cómo
osaste venir solo a las naves de los aqueos, a los ojos del hombre que te mató
tantos y tan valientes hijos? De hierro tienes el corazón. Mas, ea, toma asiento
en esta silla; y, aunque los dos estamos afligidos, dejemos reposar en el alma
las penas, pues el triste llanto para nada aprovecha. Los dioses destinaron a
los umbrales del palacio de Zeus hay dos toneles de dones que el dios reparte:
en el uno están los males y en el otro los bienes. Aquél a quien Zeus, que se
complace en lanzar rayos, se los da mezclados, unas veces topa con la desdicha y
otras con la buena ventura; pero el que tan sólo recibe penas vive con afrenta,
una gran hambre le persigue sobre la divina tierra y va de un lado para otro sin
ser honrado ni por los dioses ni por los hombres. Así las deidades hicieron a
por mujer una diosa. Pero también la divinidad le impuso un mal: que no tuviese
hijos que reinaran luego en el palacio. Tan sólo engendró uno, a mí, cuya vida
tú, oh anciano, fuiste dichoso en otro tiempo; y que en el espacio que comprende
Lesbos, donde reinó Mácar, y más arriba la Frigia hasta el Helesponto inmenso,
descollabas entre todos por tu riqueza y por to prole. Mas, desde que los dioses
hijo, ni lograrás que se levante, antes tendrás que padecer un nuevo mal.
553 No me hagas sentar en esta silla, alumno de Zeus, mientras Héctor yace
insepulto en la tienda. Entrégamelo cuanto antes para que lo contemple con mis
sol.
559 Mirándole con torva faz, le dijo Aquiles, el de los pies ligeros:
56o ¡No me irrites más, oh anciano! Tengo acordado entregarte a Héctor, pues
para ello Zeus me envió como mensajera la madre que me dio a luz, la hija del
trajo a las veleras naves de los aqueos; porque ningún mortal, aunque estuviese
órdenes de Zeus.
571 Así dijo. El anciano sintió temor y obedeció el mandato. El Pelida, saltando
como un león, salió de la tienda, y no se fue solo, pues le siguieron dos de sus
servidores: el héroe Automedonte y Álcimo, que eran los compañeros a quienes más
Héctor. Tan sólo dejaron dos mantos y una túnica bien tejida, para envolver el
cadáver antes que lo entregara para que lo llevasen a casa. Aquiles llamó
otra parte para que Príamo no viese a su hijo; no fuera que, afligiéndose al
con aceite, las esclavas lo cubrieron con la túnica y el hermoso palio, después
labrada con mucho arte, de que antes se había levantado y que se hallaba adosada
palacio murieron sus dos vástagos: seis hijas y seis hijos florecientes. A éstos
Apolo, airado contra Níobe, los mató disparando el arco de plata; a aquéllas
dioles muerte Ártemis, que se complace en tirar flechas; porque la madre osaba
compararse con Leto, la de hermosas mejillas, y decía que ésta sólo había dado a
luz dos hijos, y ella había tenido muchos; y los de la diosa, no siendo más que
dos, acabaron con todos los de Níobe. Nueve días permanecieron tendidos en su
Hállase actualmente en las rocas de los montes yermos de Sípilo, donde, según
dice, están las grutas de las ninfas que bailan junto al Aqueloo, y aunque
convertida en piedra, devora aún los dolores que las deidades le causaron. Mas,
ea, divino anciano, cuidemos también nosotros de comer, y más tarde, cuando
hayas transportado el hijo a Ilio, podrás hacer llanto sobre el mismo, y será
626 En diciendo esto, el veloz Aquiles levantóse y degolló una blanca oveja; sus
compañeros la desollaron y prepararon bien como era debido; la descuartizaron
con arte, y, cogiendo con pinchos los pedazos, los asaron cuidadosamente y los
635 Mándame ahora, sin tardanza, a la cama, oh alumno de Zeus, para que,
acostándonos, gocemos del dulce sueño. Mis ojos no se han cerrado desde que mi
hijo murió a tus manos, pues continuamente gimo y devoro innumerables congojas,
comida y rociado con el negro vino la garganta, pues desde entonces nada había
probado.
643 Dijo. Aquiles mandó a sus compañeros y a las esclavas que pusieran camas
650 Acuéstate fuera de la tienda, anciano querido; no sea que alguno de los
cadáver. Mas, ea, habla y dime con sinceridad durante cuántos días quieres hacer
honras al divino Héctor, para, mientras tanto, permanecer yo mismo quieto y
contener el ejército.
660 Si quieres que yo pueda celebrar los funerales del divino Héctor, haciendo
encerrados en la ciudad; y la leña hay que traerla de lejos, del monte, y los
669 Se hará como dispones, anciano Príamo, y suspenderé la guerra tanto tiempo
como me pides.
671 Así, pues, diciendo, estrechó por el puño la diestra del anciano para que no
mejillas.
677 Las demás deidades y los hombres que combaten en carros durmieron toda la
noche, vencidos del dulce sueño; pero éste no se apoderó del benéfico Hermes,
que meditaba cómo sacaría del recinto de las naves al rey Príamo sin que lo
683 ¡Oh anciano! No te inquieta el peligro cuando duermes así, en medio de los
dando muchos presentes; pero los otros hijos que a11á se quedaron tendrían que
dar tres veces más para redimirte vivo, si llegaran a descubrirte Agamenón
Atrida y los aqueos todos.
689 Así dijo. El anciano sintió temor y despertó al heraldo. Hermes unció
caballos y mulas, y acto continuo los guió por entre el ejército sin que nadie
to advirtiera.
692 Mas, al llégar al vado del vorraaginoso Janto, río de hermosa corriente que
lamentándose, guiaban los corceles hacia la ciudad, y les seguían las mulas con
el cadáver. Ningún hombre ni mujer de hermosa cintura los vio llegar antes que
que volviese vivo del combate; pues era el regocijo de la ciudad y de todo el
pueblo.
707 Así dijo, y ningún hombre ni mujer se quedó allí, en la ciudad. Todos
que les traía el cadáver. La esposa querida y la veneranda madre, echándose las
primeras sobre el carro de hermosas ruedas y tocando con sus manos la cabeza de
permanecido delante de las puertas todo el día, hasta la puesta del sol,
carro:
716 Haceos a un lado para que yo pase con las mulas; y, una vez to haya
níveos brazos, que sostenía con las manos la cabeza de Héctor, matador de
725 ¡Marido! Saliste de la vida cuando aún eras joven, y me dejas viuda en el
no creo que llegue a la mocedad; antes será la ciudad arruinada desde su cumbre,
porque has muerto tú que eras su defensor, el que la salvaba, el que protegía a
las venerables matronas y a los tiernos infantes. Pronto se las llevarán en las
cóncavas naves y a mí con ellas. Y tú, hijo mío, o me seguirás y tendrás que
funesta batalla, y por esto le lloran todos en la ciudad. ¡Oh Héctor! Has
causado a tus padres llanto y dolor indecibles, pero a mí me aguardan las penas
más graves. Ni siquiera pudiste, antes de morir, tenderme los brazos desde el
746 Así dijo llorando, y las mujeres gimieron. Y entre ellas, Hécuba empezó a su
748 ¡Héctor, el hijo más amado de mi corazón! No puede dudarse de que en vida
muerte. Aquiles, el de los pies ligeros, a los demás hijos míos que logró coger
vendiólos al otro lado del mar estéril, en Samos, Imbros o Lemnos, de escarpada
mataste, mas no por esto resucitó a su amigo. Y ahora yaces en el palacio, tan
fresco como si acabaras de morir y semejante al que Apolo, el del argénteo arco,
760 Así habló, derramando lágrimas, y excitó en todos vehemente llanto. Y Helena
años que van transcurridos desde que vine y abandoné la patria, jamás he oído de
suegro fue siempre cariñoso como un padre , contenías su enojo aquietándolos con
tu afabilidad y tus suaves palabras. Con el corazón afligido lloro a la vez por
778 Ahora, troyanos, traed leña a la ciudad y no temáis ninguna emboscada por
782 Así dijo. Pronto la gente del pueblo, unciendo a los carros bueyes y mulas,
leña; y, cuando por décima vez apuntó la aurora, que trae la luz a los mortales,
788 Mas, así que se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos,
que la violencia del fuego había alcanzado; y seguidamente los hermanos y los
amigos, gimiendo y corriéndoles las lágrimas por las mejillas, recogieron los
blancos huesos y los colocaron en una urna de oro, envueltos en fino velo de
piedras, y erigieron el túmulo. Habían puesto centinelas por todos lados, para
FIN DE ILÍADA