Del Enfermo Imaginario Al Medico A Palos
Del Enfermo Imaginario Al Medico A Palos
Del Enfermo Imaginario Al Medico A Palos
PSICOTERAPIAS O PSICOANLISIS:
ELEMENTOS PARA UNA CRTICA
J.-A. Miller: Las psicoterapias valen la pena?
J. Lacan: Seguro, terapear lo psquico no vale la pena.
Freud tambin lo pensaba. l pensaba que no haba que
apresurarse a curar. No se trata de sugerir ni convencer.
Jaques Lacan.
Apertura de la seccin clnica (1976).
psicologa clnica resulte ser lo que hacen, dicen y piensan los psiclogos
clnicos es, sin duda, una brillante definicin del concepto que de s pueden
elaborar los psiclogos clnicos. Finalmente no es ms que discursividad: que
tienen coherencia y consistencia, pero que esconden una vacuidad, que su
coherencia y consistencia son puramente retricas y producen la ilusin de
saber.
1
Lowell, Kelly. Psicologa Clnica; La Dcada de la Postguerra. Ed. Macmillan. Nueva York. 1966.
Sin duda, las terapias sirven para algo, la cuestin es en qu consiste ese
algo? De hecho, su fundamentacin terica se muestra endeble desde el punto
de vista epistemolgico, debilidad que Otto Rank haba observado y por lo
cual coment: ...las teoras psicolgicas cambian, casi podra decirse que como las
modas, y tienen que cambiar por fuerza, a fin de expresar el tipo de hombre existente, en su
lucha dinmica por la subsistencia y la perpetuacin.3 El concepto de hombre,
que se entiende por una solucin, existen modalidades y matices que van
Hoffman, Lynn. Fundamentos de la Terapia Familiar. Ed. FCE. Mxico. 1987. Pp. 13.
Polster, Erving y Miriam. Terapia Guestltica. Ed. Amorrortu. Argentina. 1874. Pp. 22.
4 Braunstein, Nestor A. Psicologa: Ideologa y Ciencia. Ed. Siglo XXI. Mxico. 1983. Pp. 386.
3
Latner, Joel. El Libro de la Terapia Guestalt. Ed. Diana. Mxico. 1978. Pp 12.
Gondra, J. M. La Psicoterapia de Carl R. Rogers. Ed. Descle de Brouwer. Espaa. 1975. Pp. 38.
7 Hoffman, Lynn. Op.Cit. Pp. 12
8 Perls, Fritz. Terapia Gestalt. Ed. Concepto. Mxico. 1978. Pp. 20.
9 Ibdem. Pp. 19.
6
Singer, Erwin. Conceptos Fundamentales de la Psicoterapia. Ed. FCE. Mxico. 1979. Pp. 23.
Lacan, Jacques.citado por Melman Charles, en Las formaciones del Inconsciente. Retorno a Freud. Ed.
Nueva Visin. Argentina, 1979. p. 39.
11
Ackermans, Alain y Andolfi, Mauricio. La Creacin del Sistema Teraputico. La Escuela de la Terapia
Familiar de Roma. Ed. Paids. Argentina, 1990. Pp. 70-71.
los meandros del discurso y del sentido. A partir de esta estructuracin del
sujeto, la existencia queda trastornada por la lgica del significante, el sujeto
hace sntoma de su falta en ser, carente de naturaleza tiene que acudir al
lenguaje para crearla y recrearla, para inventar su destino, buscar el sentido de
su existencia, contestar por su falta, apostar a decir el nombre de su falta y
errar. Hacer sntoma es el resultado de no poder nombrarlo todo, de no
controlar el sentido de las palabras, de la inquietante, mortfera y celotpica
presencia del Otro. El Otro (Autre) es la otredad, la alteridad que desborda y
supera los lmites del yo narcisista, ms all del principio de realidad, ms all
del semejante (alter ego, tu, ustedes), su condicin de extraeza ms radical e
inaccesible, el Otro como enigma encarnado en todos los otros de la vida
cotidiana, pero al fin y al cabo, Otro.
Siempre que se habla, se dirige Uno al Otro, presente o ausente, vivo o
muerto, hombre o mujer, en fin, el vaco de sentido es nuestro interlocutor
necesario, de l provino la primera palabra y a l se dirige la ltima, la del
epitafio y el testamento. La palabra y el silencio suponen lgicamente al Otro,
la palabra es discursiva an en soliloquio, crea el vnculo y a quienes
participan en l. Pero, qu dice quien habla? El sentido es el lugar donde
juega el duende del malentendido, no es que trastoquemos, tergiversemos o
falseemos las palabras, es que el sentido no pertenece al enunciante, el sentido
lo decide el Otro, la sancin de lo que se dijo proviene del lugar del Otro; su
gesto, su aval, su interpretacin o su silencio establecen lo dicho y, adems, la
identidad de quien lo dice. El sentido se produce retroactivamente en relacin
con el vector progresivo del discurso. El mensaje no circula del emisor al
receptor, el mensaje se funda en el retorno del receptor al emisor. Si las
palabras dicen o significan algo, contra las teoras de la comunicacin no
es por la voluntad o deseo del emisor, independientemente de la
intencionalidad de quien habla, el sentido se crea en y por el Otro. Que se diga
queda olvidado tras lo que se dice en lo que se escucha.13
Lacan, Jacques. El Seminario 20. Aun. Ed. Paids. Espaa, 1981. Pp. 24.
pueda calificar lo que est adentro de l. Si sujeto y objeto son, ambos, efecto
del lenguaje, la idea de estar afuera de l o dentro de l es tambin efecto del
lenguaje, entonces, la paradoja se resuelve pensando el adentro y el afuera
como imaginarios, como un continuum, a la manera de las figuras topolgicas
que por medio de una torsin producen este efecto de afuera y adentro en
continuidad, por ejemplo, la banda de Moebius, y la botella de Klein. Estos
objetos topolgicos tienen la particularidad de subvertir el espacio geomtrico
euclidiano, se trata de objetos que la matemtica moderna ha estudiado por la
peculiaridad de romper ciertos lmites a partir de un giro o de una torsin que
la geometra clsica no haba podido incluir en sus estudios. Pensar una banda
que por una simple torsin pierde la continuidad de una cara externa y una
interna convirtindose ambas en un adentro y afuera sin ruptura es,
precisamente, el modelo objetal para tratar de representarnos el movimiento
psquico de la extimidad, neologismo que incluye lo externo y lo interno, o
ntimo, en una misma funcin.
Terapeuta y paciente estn sometidos a esta condicin. Al terapeuta lo
hace su paciente, y a ste el terapeuta y a ambos el discurso. El asunto es
como en Alicia en el pas de las maravillas, quin define las palabras.
Pretender que el saber del terapeuta lo autoriza a juzgar sobre la condicin del
paciente es identificarse con la posicin del Amo que el paciente le confiere,
es el querer del paciente lo que convierte en juez al terapeuta y no su saber. La
ilusin ms frecuente en la concepcin teraputica es la de poderse ubicar a
voluntad dentro y fuera de la problemtica y, simultneamente, operar como
modelo para las interacciones, as, tenemos que: (...), el terapeuta se ubica
constantemente en uno de los vrtices del tringulo. A veces se sita como activador y
observador externo de los procesos interactivos; a veces l mismo se convierte en espejo o
modelo para los otros en el curso de las interacciones.14 Si duda, estos brincos y
S1
S2
Ciencia
Terapeuta
Saber
Paciente
palabra, a las metforas, los retrucanos, los chistes, los lapsus, los olvidos, los
sueos, los silencios y los sntomas, encuentra una materia significante por
medio de la cual se expresa el dolor, el sufrimiento, el placer y el goce.
Encuentra, pues, un sujeto del inconsciente que es efecto de la retrica de un
complejo aparato psquico que pulsa entre la vida y la muerte, ello que no se
ve pero se escucha. Finalmente, Freud inaugura un modo epistemolgico en el
saber del Siglo XIX: la transicin de lo escpico a lo auditivo. O, dicho en
trminos modernos: de la ciencia a la tica.
Si la materialidad del inconsciente es la del significante, entonces ah
encuentra su causa y sus efectos. Lo inconsciente concebido como
estructurado obedece a las leyes del registro simblico, y las formaciones a las
que da lugar son productos igualmente significantes. As, una de sus
formaciones destacables el sntoma recobra un lugar central en la clnica
psicoanaltica como uno de los productos del inconsciente. El sntoma es
concebido como una formacin de compromiso, diramos, como un nudo
15
Freud, Sigmund. Fragmentos de la Correspondencia con Fliess. Carta 84 del 10 de Marzo de 1898. Obras
Completas. Vol. I. Ed. Amorrortu., Argentina. 1976. Pp. 316.
16 Assoun, Paul-Laurent. Introduccin a la Metapsicologa Freudiana. Ed. Paids. Argentina. 1994. Pp. 9.
significante. En tanto formacin del inconsciente est sometida a las leyes del
lenguaje que fabrican combinaciones y sustituciones con la masa significante.
El sntoma, en consecuencia, habla. Dice algo para alguien en su calidad
de signo, es interpretado por quien lo padece y por quienes lo reciben, da lugar
a una bsqueda de sentido y, por lo tanto, interroga al sujeto. Ms all de las
certezas y seguridades que promueve, siempre queda el espacio suficiente y
necesario para crear nuevas interpretaciones: Qu es un sntoma?... en
psicoanlisis, el sntoma se nos muestra de otro modo, no slo como un trastorno que hace
sufrir; es sobre todo un malestar que se nos impone, ms all de nosotros, y nos
interpela.17 Esta calidad simblica del sntoma oculta tras las significaciones
Nasio, Juan David. Cinco Lecciones Sobre la Teora de Jacques Lacan. Ed. Gedisa. Espaa. 1995. Pp. 17.
Ackermans, Alain y Andolfi, Maurizio. La Creacin del Sistema Teraputico. La Escuela de Terapia
Familiar de Roma. Ed. Paids Argentina, 1990. Pp. 70-71
Lacan, Jacques. El Saber del Psicoanalista. Seminario del 4 de noviembre de 1971. (Indito).
porque obedece al proceso primario distinto del proceso secundario que rige a
la consciencia.
Si el sntoma es producto del saber inconsciente que establece un
compromiso con la consciencia para cumplir con la descarga pulsional a pesar
de la represin, es obvio que los efectos sean reconocidos por el yo, ms no
sus causas. El asunto de la causa es lo que no conectan con el sujeto mismo,
con su historia personal, y los terapeutas insisten torpemente en ubicar la
causa en los acontecimientos sintomticos mismos y de la factualidad
inmediata. Pero, el inconsciente no es del orden de la profundidad o de la
metafsica, no es una entidad ni mstica ni esotrica, el inconsciente es
superficial y no se encuentra en la consciencia o la conducta, est en la
materialidad de la cadena significante, en el discurso que apela al otro y que se
ordena conforme a una estructura, independiente de la forma. Sin embargo,
cuando el sujeto emite un enunciado, la intencionalidad de l est rebasada por
la eficacia significante del deseo, por el lugar de la enunciacin que no es el
yo, lo cual significa que en el enunciado el yo no sabe de la enunciacin, lo
no-sabido es del orden de lo que se suscita cuando se habla. As, Si el
inconsciente es algo sorprendente, es que este saber, es otra cosa: es ese saber del que
tenemos idea, por otra parte poco fundada desde siempre, ya que no es por nada que se ha
evocado la inspiracin, el entusiasmo, esto desde siempre, es a saber, que el saber nosabido del que se trata en el psicoanlisis, es un saber que por supuesto se articula, est
estructurado como un lenguaje.21 Slo bajo esta idea es que el sntoma tiene un
sentido ntimamente enlazado con un saber del sujeto que lo padece. Pero, es
necesario aseverar que ste es un saber que no preexiste tampoco, que es un
saber que se produce en el hecho de que el sujeto habla, que al realizar la
articulacin significante del discurso usa y ordena trminos que aparentemente
son azarosos, pero que despus de un cierto recorrido revelan ciertas
modalidades y repeticiones de las que el yo no se percata.
Hay que insistir en que, a pesar del saber teraputico, el sujeto que
presenta el sntoma tambin tiene su pequea teora para explicarlo y esto
merece cierta atencin. De algn modo establece conexiones entre
acontecimientos, sentimientos, accidentes y dems hechos que pueden, desde
su perspectiva, haber intervenido como causantes de su malestar. Igualmente,
posee un saber no oficial, intuitivo si as puede llamarse, de las razones de su
condicin sufriente. Ya sea que culpe a los dems y se queje de su entorno o
bien que se culpe a s mismo, de todas maneras no deja de pensar en lo que le
ocurre. Un pensar culpgeno, angustiante o depresivo. Nos encontramos
21
Ibdem.
invariablemente ante el manejo del sntoma por quien lo padece como si fuera
un signo, es decir, algo que en su acontecer plantea una interrogante que
demanda explicacin, un enigma al que se le supone un sentido oculto.
La teora autctona del sujeto es precisamente la que est descartada de
las consideraciones eruditas del especialista. En todo caso, si es escuchado es
para obtener el asidero objetivos y verificable del problema. Actan como el
facultativo que le pide al paciente que diga 33 para escuchar la resonancia
pectoral, es decir, no importa lo que diga el sujeto, lo que importa es escuchar
el eco pulmonar, el dato objetivo ms all de lo que el sujeto diga, piense o
sienta de su dolencia. Una vez silenciado el paciente no hay ms lugar que el
saber (su)puesto en juego por el terapeuta. De ah en adelante slo es posible
esperar la sumisin y obediencia a las prescripciones que se dictan en nombre
de su bienestar.
El sentido del sntoma preexiste en el saber psicoteraputico como
unidad simblica. Tal sntoma tiene tal sentido. Una semntica cerrada en
elementos significativos de correspondencia donde las entidades presuponen
su interpretacin. El proceder semntico para leer los sntomas implica la
existencia previa de un cdigo de lectura, que ha surgido de la investigacin
cuantitativa vertida en estadsticas. As, es la frecuencia de un acontecimiento
la que remite al sentido de tal hecho. Por ejemplo, si una mujer presenta
accesos frecuentes de depresin y esto coincide con el periodo menstrual, el
sentido de tal sntoma puede ser ledo como una alteracin de los factores
hormonales y endocrinolgicos, y eso basta para agotar todo el sentido de su
malestar. En otras palabras, la depresin es un epifenmeno insustancial para
la vida psquica del sujeto, todo se reduce a desarreglos humorales
intrascendentes. En consecuencia, objetivamente el sntoma slo contiene un
sentido verdadero, el que establece el saber del otro, en tanto que eso es lo que
han observado en la poblacin femenina. Por supuesto, la mujer que sufre
estos episodios, en su calidad de sujeto, est excluida del saber, es ignorante
mientras no se le anuncia la verdad de un hecho ordinario: que las mujeres
suelen deprimirse durante la menstruacin, saber que va apoyado por los
sesudos datos estadsticos.
Al respecto cabe citar un comentario que hace Lacan en su seminario:
...lo psicolgico, si intentamos ceirlo de cerca, es lo etolgico, el conjunto de los
comportamientos del individuo, biolgicamente hablante, en sus relaciones con su
entorno.22 Entendido de este modo, la subjetividad queda reducida en el ser
22
Lacan, Jacques. El Seminario 3. Las Psicosis. Ed. Paids. Espaa. 1984. Pp. 17.
Ibdem. Pp. 17
Miller, Jacques-Alain. Dos Dimensiones Clnicas: Sntoma y Fantasma. Ed. Manantial. Argentina, 1992.
Pp. 14.
29
Jacques Lacan
Escritos
yoica son los que tiene que ver con la unificacin de la persona hasta
distinguirla como individuo, as tenemos que ... una caracterstica principal del yo
es la unificacin de la personalidad...33 Tambin se seala que: Otro principio es el
de la constancia, la experiencia de que ciertos tipos de reacciones de mi yo son
constantes.34 A consecuencia de los trabajos freudianos ya se acepta que: Una
de las caractersticas ms notables del ego es la que Freud llama autoenamoramiento o
narcisismo, que es la condicin primaria de la vida.35 Por ltimo, un desarrollo
31
Wolff, Werner. Introduccin a la Psicopatologa. Ed. FCE. Mxico. 1974. Pp. 347.
Bergeret, J. Manual de Psicopatologa Patolgica. Ed. Toray-Masson. Espaa, 1975. Pp. 52.
33 Wolff, Werner. Op. Cit. Pp. 347.
34 Ibdem. Pp. 347.
35 Ibdem. Pp. 348.
32
Freud, Sigmund. Esquema del Psicoanlisis. Obras Completas Vol. XXIII. Ed. Amorrortu. Argentina,
1976. Pp. 174.
39 Lacan, Jacques. Op. Cit. Pp. 31.
miembros sintomticos, sino en todas la familias. Tambin fue til para estimular el campo
a base de anteriores analogas que se aplicaban bsicamente al individuo en
aislamiento.40 Del individuo que sufre a raz de sus complejos y traumas
Hoffman, Lynn. Fundamentos de la Terapia Familiar. Un Marco Conceptual para el Cambio de Sistemas.
Ed. FCE. Mxico, 1987. Pp. 314.
41 Ibdem. Pp. 57.
Lacan, Jacques. El Seminario 11. Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanlisis. Ed. Paids.
Argentina, 1990. Pp. 211.
Lacan, Jacques. El Seminario I. Los Escritos Tcnicos de Freud. Ed. Paids. Espaa, 1981. Pp. 326.
reconocido como amo por el esclavo.44 As, segn Hegel, nace la dialctica
del Amo y del esclavo, nace la historia humana, lejos de toda concepcin
filantrpica. Como vemos no es un pacto ni una alianza, es la lucha de deseos
donde el riesgo de uno se impone sobre el otro. Tampoco es la fuerza o
superioridad lo que caracterizara al Amo, es el sometimiento del esclavo, en
inters por la vida, lo que le otorga esta calidad de Amo.
Si la rivalidad entre el Amo y el esclavo es una lucha a muerte, una
lucha de prestigio para el sometimiento del uno al otro, esta no deja de ser una
lucha imaginaria, porque si es concebible como el origen de la historia es por
medio de una reconstruccin, desde el momento en que ya existe un sistema
esclavista hay un orden simblico y desde l se hace una construccin mtica
del origen, desde el presente se imagina un pasado originario. No pasamos de
uno a otro por un salto de lo anterior a lo posterior, tras el pacto y el smbolo.
De hecho, el mito mismo slo puede ser concebido como ya ceido por el
registro simblico...45
En consecuencia, la constitucin del sujeto responde a una dialctica
intersubjetiva del deseo, no hay uno sin el otro, el sujeto se funda por el
vnculo con el semejante, es ms, el vnculo funda a ambos. De este modo
podemos sostener que el problema del sujeto no se resuelve atinando a
encontrar el ser, no hay ser del sujeto, pero si existencia, existe en un vnculo
social, ms all del individuo o la persona. Si en Hegel encontramos una
especulacin que reconstituye el mito de la humanidad y de la historia, en
Lacan encontraremos la metfora del sujeto en la ontognesis.
Desde su primera aportacin al psicoanlisis, el estadio del espejo,
Lacan plantea que la constitucin del sujeto es producto de una dialctica
peculiar, la del nio frente al espejo, cuando es cargado por otro. El infans
pasa por un tiempo en el cual no se reconoce frente al espejo, no sabe que se
trata de l mismo, pero, entre los seis y los dieciocho meses ocurre que puede
reconocerse, que sabe que esa imagen lo representa a l. Ahora bien, cmo
explicar este acontecimiento lleno de significado psquico para la constitucin
subjetiva. Lacan propone que hay una anticipacin psquica a toda maduracin
neurolgica, esto es, antes de que el nio pueda establecer una coordinacin
44
45
Lacan, Jacques. El Estadio del Espejo como Formador de la Funcin del Yo [Je] tal como se nos Revela
en la Experiencia Psicoanaltica. Escritos I. Ed. Siglo XXI. Mxico. 1989. Pp. 89.
47 Ibdem. Pp. 91.
el xito de las sntesis dialcticas por medio de las cuales tiene que resolver en
cuanto yo [je] su discordancia con respecto a su propia realidad.48 En efecto,
ficcin y discordancia con respecto a su realidad son las propiedades del yo,
que nada tienen que ver, en consecuencia, con un principio de realidad
dependiente del sistema percepcin consciencia donde tradicionalmente se ha
entronizado al yo. Antes que ser uno o de uno el yo es otro, es la imagen que
se asume desde la exterioridad para constituirse en extimidad (no intimidad
intrapsquica), lo que siendo otro se hace uno, en tanto ilusin irreversible
puesto que el sujeto nunca retorna al estado original anterior a la constitucin
del yo, al mito del origen. Discordancia en relacin a su experiencia de sujeto
porque las certezas siempre son endebles, las corroe la duda del deseo, en
tanto deseo del otro y la verdad del ser es una hiancia.
Para que el yo pueda preservar su identidad y unidad requiere
apropiarse de una guestalt, un todo imaginario que pone a prueba por contraste
frente a su semejante, as, depende inevitablemente de la rivalidad con el otro
para no retornar a la condicin del cuerpo fragmentado, al estado de
incoordinacin sensoriomotriz del nacimiento. El temor acuciante de
disolverse en el sentimiento ocenico de la nada no es primordial, no es un
miedo instintivo, por el contrario, es consecuencia retroactiva de haber
conquistado la coagulacin imaginaria y ortopdica de la imagen especular, de
esta forma, la presencia del otro en tanto necesaria desata una agresividad
mortfera, hay que fragmentarlo para tratar de garantizar la unidad propia. En
esta dialctica del sujeto y el otro, en este vnculo sellado por la negatividad,
es que todo sujeto adviene a la subjetividad. La subjetividad humana es la
mejor prueba de que nos constituimos en el vnculo social con el otro, que el
sujeto del psicoanlisis no es una ideologa del individualismo solipsista, y
que el viejo modelo de la esfera que divide al mundo interno del externo se
transforma en una figura topolgica extraa donde sin solucin de continuidad
el adentro y el afuera son simultneos.
Pero, el anlisis del yo no quedara completo sin la consideracin de un
trmino que generalmente se le asocia, un viejo trmino que hunde sus races
en la filosofa y en la religin, nos referimos a la consciencia. Propiedad del
psiquismo humano que va asociada a la idea de sujeto, siempre que por ste se
entienda al yo. As, vamos a encontrar que los tratadistas de la psicologa han
fundado buena parte de sus teoras en la exploracin de las condiciones y
caractersticas del ser consciente. Todo manual, todo estudio y toda teora
48
Petrovski, A. Psicologa General. Manual Didctico para los Institutos de Pedagoga. Ed Progreso.
URSS, 1980. Pp. 43.
JACQUES LACAN
El Seminario 11
En el psicoanlisis un trmino clave es el que se refiere a la
transferencia como fenmeno que ocurre en la relacin que sostienen el
analista y el analizante, es el concepto con el que se designa el vnculo social
entre los sujetos de la relacin analtica. La transferencia comporta una serie
de efectos que se producen a raz de esta peculiar relacin, efectos que van
encausados a la direccin del tratamiento analtico.
La transferencia es descubierta por Freud en los inicios de la prctica
psicoanaltica, pero la palabra transferencia haba estado presente en las
reflexiones que haca Freud tempranamente en lo tocante al desplazamiento
del inters psquico de una representacin a otra, esto es, que una determinada
palabra o idea adquira el valor sustitutivo de otras. Posteriormente, la
transferencia design el hecho sorprendente de que sus pacientes repetan en
el seno del tratamiento un vnculo primitivo de la infancia en el presente, con
la persona del analista, con total desconocimiento de las caractersticas
particulares del analista.
As, se establece que la transferencia es un acontecimiento ineludible
del tratamiento analtico y que en consecuencia no puede soslayarse, adems
Freud encuentra el carcter necesario de este fenmeno al plantear que es el
motor de la cura. De este modo, de ser algo aparentemente accesorio pas a la
calidad de eje del tratamiento. Pero, antes de reparar en la importancia
fundamental de la transferencia, Freud haba entrevisto algunos rasgos y
manifestaciones de ella en otros hechos. Desde sus trabajos sobre la hipnosis y
Freud, Sigmund. Tratamiento Psquico, Obras completas. Vol. I. Ed. Amorrortu. Argentina, 1976. Pp.
127.
N. W., Beatman, F. L., Jackson, Don D. y Sherman, S. N. Teora y Prctica de la Psicoterapia Familiar.
Ed. Proteo. Argentina. 1970. Pp. 116.
57
autenticidad, el buen juicio y todo lo bueno que quiere la sociedad para sus
integrantes.
Sin embargo, desde Freud sabemos que el sntoma psquico es el efecto
o fenmeno manifiesto de otra cosa, que hay un orden de determinacin que
juega sus piezas desde otra escena, desde un lugar ajeno a la consciencia, el yo
o las acciones y comportamientos. As, el sntoma no es ms que la expresin
que oculta el registro de la causa, de la causa del sufrimiento humano. Por lo
tanto, hay una lgica detrs de cualquier sntoma que le da sentido a lo que
slo en apariencia es ilgico o irracional, el sntoma es la contradiccin
expresa de la condicin humana: nada fracasa como el triunfo.58 Y nada triunfa
como el fracaso, entrevisto por Freud en el mal-estar en la cultura. El sntoma
es compromiso de los opuestos, es sufrimiento y goce, promueve tanto la
queja y la bsqueda de ayuda, como la misma resistencia contra su
eliminacin y esto, no obstante, tiene sentido. Tomar el sntoma por el lado de
la molestia, la disfuncionalidad o el trastorno es una toma de partido desde una
perspectiva tica. Lo que duele, nos hace sufrir o nos impide amar y trabajar
es calificado por la ley, los ordenamientos y el saber en el rango de lo malo, y
por ello digno rival a combatir. Pero, ms all del sentido comn, de lo que
nos parece lgico o natural, no se trata ms que de un ideal de la cultura, no es
ms que la obra de la civilizacin la que impide pensar que quiz el sujeto se
solaza en su dolor. Que algo empuja al sujeto a exprimir del fruto de la
afliccin el jugo del placer con fruicin, es cosa que el amo no tolera. Sin
embargo, se puede legislar o prohibir el gusto por el dolor?
El imperativo categrico de la cultura es hedonista: trabaja y ama, ese
es tu bien. Y la cultura, con sus medios tiene que encarar el fracaso de sus
prescripciones, la familia y la educacin no alcanzan a cumplir los preceptos
del ideal, es ms, son factores que contribuyen a su fracaso. En consecuencia
se tienen que crear los medios que se hagan cargo de restaurar los daos de la
vida en familia y la escolarizacin. El relevo es tomado por los terapeutas,
ingenuos sustitutos de la religin y la magia, que a nombre de la ciencia
restaan las heridas infringidas en la lucha por la vida. Los cados, los
vencidos, los cobardes, los desahuciados, los pecadores y los incautos, podrn
acudir al templo de la ciencia para ser ungidos con linimentos de humanismo,
comprensin, orientacin, comunicacin y afecto. Obra mesinica de amor,
sin duda, filantropa siniestra, sospechosa de doble intencin. Y, s. El amor
tan exaltado por el discurso comn tiene dos caras como el dios Jano, la que
58
rene a los seres y la que les impone una renuncia; la cara que dispara el
imaginario de las hermandades, la complementariedad, las identificaciones y
los matrimonios; la ilusin de ser con el otro. La otra faz, que remite a lo real
del deseo, la que despierta la envidia, los celos, la rivalidad y el odio, la que
expa la culpa y el pecado, la que revela la imposibilidad de ser con el otro.
Las intenciones amorosas que prean el discurso teraputico, las pretensiones
de ayudar, comprender y curar obturan el deseo del sujeto, hecho paciente, le
imponen un ideal imposible y lo orillan al endeudamiento. Cmo pagar todo
el bien que se le ha hecho? Quiz, con ms sntomas.
Ahora bien, si la posicin teraputica es criticable desde el
psicoanlisis, es porque en la tarea clnica de un analista participa un elemento
que no tiene que ver con los afectos o las actitudes, el instrumento privilegiado
de trabajo de un analista no radica tampoco en el desempeo tcnico que
comnmente se le atribuye y se caricaturiza, dibujando el cuadro de un sabio
pasivo y aptico que recoge las confesiones de un desdichado (porque no ha
dicho) cuya inocencia marcada de perversidad sexual polimorfa desemboc en
el anecdtico drama del Edipo. Lo que del analista podemos aislar como su
instrumento, como su mximo valor tico es el deseo, tal como lo plantea
Lacan: Lo nico que les pido, es justamente no estar demasiado satisfechos antes de dar
de esto la frmula, y la frmula precisa es que si el analista realiza, a manera de la imagen
popular, o mejor an de la imagen deontolgica que se haca de la apata es justamente en
la medida en que est posedo por un deseo ms fuerte que aquellos de los cuales puede
tratarse, a saber, llegar a los hechos con su paciente, tomarlo en sus brazos o tirarlo por la
ventana.59 Lejos de los efluvios pasionales del odio o del amor, lo que impide
ilusionismo que cautiva la mirada expectante y hace ver lo que no es. Intenta
gobernar la voluntad y los actos del paciente, an cuando irracionalmente ste
se resista. Resistencia al tratamiento dirn unos, miedo al cambio, dirn otros,
incomprensin de las buena intenciones de una alma samaritana. Y el curso
del amor sigue eros(ionando) la caja de trucos. Hay que inventar nuevas
jugadas, nuevas trampas y esto se confunde con el progreso, el viejo deseo
inconsciente sigue demostrando el fracaso de las novsimas oblatividades. La
intervencin analtica nada tiene que ver con los artilugios de la psicoterapia,
por reparar en la estructura de la intervencin que se hace desde el deseo del
analista, por consiguiente no es conducirse a tontas y locas ni de manera
intuitiva. Por no ser una intervencin ordinaria, puede distinguirse del alcance
de las intervenciones psicoteraputicas, ... el ser intervenciones que pueden
calificarse de sistemas obsesivos de sugestin, de sugestiones histricas de orden fbico, y
an de apoyos persecutoros,...61
Lacan Jacques. Intervencin Sobre la Transferencia. Escritos I. Ed. Siglo XXI. Mxico, 1989. Pp. 205.
segundo trmino, tampoco tiene que ver estrictamente con el sentir consciente
del cuerpo, cabe perfectamente pensar en un goce inconsciente. Ahora bien,
no es fcil establecer la naturaleza del goce, sin embargo, podemos
aproximarnos mediante la siguiente referencia: Cundo hay goce, quin goza? Y
bien, yo respondera que nadie goza, que no gozamos de algo sino que algo goza en
nosotros, por fuera de nosotros.63 El goce no es subjetivo, en tanto no hay sujeto
del goce, no hay significante o palabra que pueda darle sentido pleno, no
obstante puede haber un intento de nombrarlo y significarlo, pero es una
operacin de resignificacin: Efectivamente, (...), sera ms apropiado decir que el
goce jams es inmediatamente sentido en su punto culminante, sino tan slo a
posteriori.64 El goce se presenta como una invasin a la subjetividad en la cual
Nasio, Juan David. Cinco Lecciones sobre la Teora de Jacques Lacan. Ed. Gedisa. Espaa, 1995. Pp. 54.
Ibdem. Pp. 52.
Braunstein, Nestor A. Goce. Ed. Siglo XXI. Mxico, 1990. Pp. 208.
Ibdem. Pp. 210.
acto analtico, para que la palabra del analista sea una marca en el agua donde
el sujeto pueda releer su historia, para que pueda historizar y resignificar su
deseo, que es no otra cosa que asumirlo y encarnarlo como un deber. El
destino de un psicoanlisis, entonces, depende de un modo particular y preciso
de entender que: La operacin analtica consiste en reanimar este movimiento de las
defensas ante el Otro, esta demanda de alienacin guiada por el fantasma que protege y
hace de barrera al goce. Una vez que se le ha reanimado, operando en la transferencia, se le
pone un tope, se lo lleva a su inevitable atolladero, a su punto de imposibilidad y el sujeto
se ve forzado a ir ms all de su fantasma, de las satisfacciones goceras a las que hubiera
podido prestarse la situacin analtica, para identificarse con la causa de su deseo, con su
falta.67 En esta salida del anlisis, en esta resolucin de la historia, el sujeto
67
otro, contar con un guin previo para ejecutar una representacin creativa y
original es un arte, indudablemente, pero eso no elimina el preconcepto o
esquema interpretativo, intentar comprender el sentido del sufrimiento antes
de escuchar los trminos en que es expresado, ubicar todo aquello que nos
proporcionara la clave para acceder a la significacin del malestar o del
sntoma nos remite al ejercicio de lectura de un texto que ya existe, pero, en
un lenguaje oscuro al que slo le faltara traduccin o interpretacin. Todo
este saber implica la intencin de apegarse estrictamente a un modelo propio
de la medicina, de la dramatizacin y hasta de la farndula.
Si la medicina progres en la lectura de los signos y sntomas del
cuerpo, del rgano y de sus intersticios, si aprendi a interpretar los trastornos
y desarreglos como desrdenes de un espacio corporal vivo, fue posible
porque tuvo que hincar la mirada en la anatoma y la fisiologa del ser
biolgico enfermo para compararlo con el sano, hubo la necesidad lgica de
implantar un orden y regularidad de las funciones fsicas, qumicas,
biolgicas, incluso moleculares, para entender la enfermedad como lo
irregular o morbidez. Y las regularidades de un organismo permiten fincar
promedios y estndares ms o menos universales y generalizables a los
individuos de una especie. Con base en estas observaciones y consideraciones
se puede llegar a definir, en trminos mdicos, un concepto de salud y
normalidad (apego a una norma); en la medida que se conocen las leyes que
conducen la vida de todo organismo es posible forjar, por contraste, la idea de
enfermedad como desvo de la salud y se aprende a interpretar los indicadores
de tal perturbacin, se pueden determinar cuadros clnicos especficos, se
68De Shazer, Steve. Claves de Psicoterapia Breve. Una Teora de la Solucin. Ed. Gedisa. Espaa, 1992.
Pp. 70.
69 Kineey, Bradford P. La Improvisacin en Psicoterapia. Gua Prctica Para Estrategias Clnicas
Creativas. Ed. Paids. Espaa, 1992. Pp. 16.
Foucault, Michel. El nacimiento de la clnica. Ed. Siglo XXI. Mxico, 1981. Pp.180.
paciente, es porque supone que el otro sabe o tiene fama de saber, que es lo
mismo. El poder que el modelo mdico le confiere al facultativo no deriva del
mdico mismo ni del paciente, sino del lugar y consistencia que adquiere el
saber supuesto. E insistimos en el tono de saber supuesto porque hay
pacientes que sienten alivio con el slo hecho de ver al mdico y no por sus
medicinas o procedimientos, lo que nos indica la eficacia teraputica de la
creencia o fe en el otro que sabe. Sin la participacin de este supuesto saber la
medicina no hubiera desplazado a la magia, los ensalmos, los rituales y las
supercheras. La medicina atrajo para s el crdito y la esperanza de los que
gozaban otros saberes, pero, igualmente est en riesgo constante de perderlos.
Ahora bien, el poder que deriva del supuesto saber no es exclusivo del
mdico: los sacerdotes, los maestros, los gobernantes, los padres y otras
figuras semejantes son depositarios del supuesto saber. Con independencia de
que efectivamente sepan o no, el mecanismo que consiste en que el sujeto
supone que el otro sabe, de entrada sienta las bases para que enajene algo de s
mismo. Deposita en el otro su amor en todas sus variantes le atribuye la
posesin de un bien preciado y deseado, que le falta. Nunca faltan las
decepciones, la idealizacin del otro supuesto saber est destinada a
fracturarse tarde o temprano y mientras persiste posee los atributos que el
sujeto supone y que hacen posible su sujecin. El modelo mdico es
paradigmtico al respecto. Porque, siendo una institucin teraputica que
practica una clnica intensiva y con fundamentos cientficos, las psicoterapias
pretenden igualrsele copiando, a sabiendas o no, su modelo.
La prctica mdica, adems de aplicar un saber, se encuentra supeditada
a una tica que pretende proporcionar al paciente un bienestar. Dicha
pretensin est dirigida por el afn de ayudar, aliviar, curar y, con buena
fortuna, prolongar la vida. Indudablemente, estas pretensiones constituyen el
deber ser del mdico, el imperativo categrico de la medicina. En la prctica,
entonces, la medicina enfrenta al mdico con sus valores ticos y morales y
los preceptos de su ciencia, derivando en la presin para buscar un arreglo
entre ciencia y tica que en los hechos convierte esta tarea en algo ms
parecido al arte que al ejercicio puro de la ciencia.
La prctica de la medicina moderna ha nacido como una profesin libre;
primero como un oficio ejercitado por particulares que queran y/o podan
aplicar los conocimientos que se haban acopiado en los textos y la tradicin
oral. El mdico ejerca su profesin bajo los dictados del "libre albedro",
espacio en el que caba un lugar para el criterio clnico, es decir, participaban
Lacan, Jacques. El Seminario 1. Los Escritos Tcnicos de Freud. Ed. Paids/Ateneo de Caracas. Espaa,
1981. Clase 18 del 9 de junio de 1954.
Lacan, Jacques. Subversin del Sujeto y Dialctica del Deseo. Escritos II. Ed. Siglo XXI. Mxico, 1984.
Pp. 777.
Mannoni, Octave. Un Comienzo que no Termina. Ed, Paids. Espaa. 1982. Pp. 31.
Ackermans, Alain y Andolfi, Maurizio. La Creacin del Sistema Teraputico. La Escuela de la Terapia
Familiar de Roma. Ed.. Paids. Argentina. 1990. Pp 32.
74
puede insertar en otro contexto donde no slo es funcional sino hasta una
virtud. Persuadir a un paranoide de ser polica, equivale a optimizar su
sntoma.
Lo que el Amo quiere es que las cosas funcionen y todo aquello que
impide el buen funcionamiento es lo que hay que eliminar. El ajuste de las
psicoterapias al discurso del Amo consiste en restaurar la buena marcha del
sujeto, la familia o la pareja. Un axioma cardinal de la psicoterapia puede ser
el siguiente: Los clientes construyen su propia vida y la tarea del terapeuta consiste en
ayudarlos a 'arreglrselas en la vida' de un modo que les parezca satisfactorio. 75 Sin
embargo, lo que es satisfactorio es precisamente lo que no pueden definir sino
mediante rodeos, puede ser satisfactorio para uno, en tanto que para otro no,
puede ser satisfactorio, pero hacer dao social. En fin, lo satisfactorio y su
naturaleza no deja de ser un trmino incmodo para tan simplista concepcin.
Por otro lado, es interesante observar cmo se hace la elaboracin del
problema teraputico; (...) los terapeutas podran decir que todos los motivos de
consulta son parecidos. En casi todos los casos el motivo de consulta incluye el deseo de la
ausencia de algo sin tener idea de cul sera su razonable reemplazo.76 Si el problema es
que al deseo le falta algo, bastara con nombrar, encontrar y proporcionar ese
preciado objeto para que el deseo obtenga su satisfaccin y por consiguiente,
restablezca la felicidad anhelada. Nada ms delirante que tratar de satisfacer
los deseos.
El quehacer de la psicoterapia queda limitado por esta sujecin a un
saber hacer con el sntoma. Si el sntoma es lo que trastorna el orden,
entonces, el problema se reduce a encararlo y eliminarlo. Por supuesto, esta
labor se encarga de construir una idea muy elemental del sntoma. El sntoma
visto como problema para el sujeto y para los que viven con l. Igualmente, la
atencin que se ofrece parte de una concepcin simplista: si el sujeto se queja,
es que tiene problemas y quiere resolverlos, expresa una demanda teraputica;
el terapeuta atiende el problema y enfoca el saber y la tcnica a la solucin del
problema. Se produce, en consecuencia, un anudamiento entre demanda y
oferta, una faena destinada a corregir, restaurar y adaptar lo disfuncional y lo
sintomtico. Uno de los principales tericos de la psicoterapia actual y que
frecuentemente es utilizado como punto de referencia define los problemas
as: (...) se puede considerar que los problemas persisten a causa del contexto en el que se
producen. Como lo expresa Sluzki (1983) (...)se puede decir que las conductas sintomticas
/ problemticas estn contenidas y ancladas por su propia participacin en modelos
75
76
circulares que se autoperpetan, por tener la funcin de reforzar y recordar los rasgos
estructurales que recursivamente contribuyen a mantenerlas, y por su participacin en
concepciones del mundo que a su vez proporcionan la ideologa que las apoya. (Pg.
474).77 El problema se define en trminos de perpetuidad y circularidad, algo
realidad y sus sntomas, por las sugestiones del terapeuta que suponen una
realidad ms objetiva, conveniente y funcional para el sistema familiar. La
habilidad clnica que requiere esta orientacin se reduce a generar en el
conjunto familiar el consenso suficiente para arribar a una nueva alianza. La
tctica desarrollada no es ms que hacer prevalecer el poder teraputico sobre
el anterior consenso para sustituirlo por el que propone el terapeuta o el que l
aprueba. El nuevo consenso se obtiene para adaptar los comportamientos a
otro discurso o contexto que es el que propone el terapeuta. En sentido
estricto, el oficio teraputico es un oficio poltico: saber gobernar sutilmente al
otro; que el otro crea que accedi a una nueva vida por s mismo. En
consecuencia, hacer poltica es un arte del sentido comn, que supone un saber
hacer ms que una teora; un saber que orienta y que da sentido a las acciones
conforme a las metas; que toma en cuenta los elementos participantes, las
situaciones y los movimientos posibles; un saber que permite describir los
momentos y las condiciones convenientes, ante lo cual son irrelevantes las
explicaciones y los por qu.
Efectivamente, confundido con una tarea teraputica est en juego un
ejercicio poltico no manifiesto. Los mismos terapeutas lo llegan a plantear en
sus postulados bajo esta manera encubierta: Una teora, en el sentido en que
empleo el trmino, no significa una 'explicacin', sino que se trata slo de una 'descripcin'
coherente de secuencias especificas de acontecimientos dentro de un contexto especifico.
Tal vez esta teora no resulte lo suficientemente 'cientfica' para algunos mientras que para
otros puede ser excesivamente reduccionista. Sin embargo, es rigurosa y tiene coherencia
interna.79 Una ciencia sin teora no se puede preciar de ser tal, pero, un saber
sin teora puede perfectamente existir. Existen muchos saberes que carecen de
una teora en el sentido estricto del trmino. Muchos saberes dan lugar a
prcticas efectivas y positivas, que toman su consistencia y coherencia del
sentido comn, sentido comn que es la imaginarizacin convencional
llamada realidad. Precisamente, el sentido comn es una descripcin de lo
cotidiano y de la intimidad que cada sujeto alcanza a percibir de s mismo,
pero en nada constituye una teora o explicacin. La eficacia de la ciencia para
transformar o modificar lo real consiste en que desentraa la causa del
fenmeno, que no se detiene frente a lo fenomnico hasta agotarlo, sino que,
mediante la simbolizacin logra penetrar en las regularidades de lo real.
Pretender cambiar lo real mediante el sentido comn nos arriesga a una accin
extraviada, no por que no se consiga tal cambio, sino porque se ignora la razn
de dicho efecto. Una maniobra poltica alcanza para cambiar los
comportamientos de la masa, y no tanto por lo atinado de ella, como por el
79
Rosen, Sidney. Mi Voz Ir Contigo. Los Cuentos Didcticos de Milton H. Erickson. Ed. Paids. Argentina,
1991. p. 31.
Hudson O' Hanlon, William. Races Profundas. Principios Bsicos de la Terapia y de la Hipnosis de
Milton Erickson. Ed. Paids. Espaa, 1993. Pp. 24.
84 Ibdem. Pp. 25. (Las cursivas son nuestras).
Lacan, Jacques. El Seminario 14. La Lgica del Fantasma. Clase 16 del 19 de abril de 1967. (Indito)
terapias para elegir al gusto y modo del cliente, ofertando desde grandes
banquetes en terapia de grupo, comunidades teraputicas, sesudas terapias
profundas; pasando por comida corrida, como terapia familiar, de pareja,
humanstica, estratgica, terapia sexual; hasta fast food, como intervencin en
crisis, telfonos de urgencias, terapia de apoyo, counseling y hasta masajes
teraputicos. Total, se trata de adaptar la terapia al cliente y al problema, no de
que el usuario haga lo contrario. Fantasa de mercadotecnia teraputica sin
tica: al cliente, lo que pida.
Desde el descubrimiento freudiano del inconsciente nunca ha sido
suficiente la insistencia en la verdad que esto conlleva para la humanidad; que
el Yo no es amo y seor de su propia casa. La existencia irrebatible del
malestar y del sufrimiento ponen en evidencia que la parafernalia de terapias y
tratamientos no pueden desterrarlos de la condicin misma de existencia del
sujeto. El trabajo del psicoanlisis ha venido ha representar el papel que en la
mitologa griega tuvo Casandra: hija del rey Priamo y de la reina Hcuba de
Troya. Apolo le haba concedido el don de la profeca, pero cuando se neg a
responder a su amor, Apolo volvi intil el don haciendo que nadie creyera en
sus palabras. As, cuando advirti a los troyanos de los peligros que
representaba admitir al caballo de Troya como un homenaje, fue considerada
como una loca, inclusive, cuando le anunci a Agamenn que sera asesinado
por Clitemnestra si volva a Grecia, tampoco fue escuchada, sucumbiendo en
la misma intriga. Si la lira de Orfeo le otorgaba el poder de fascinar, la verdad
de Casandra era desestimada. Para la psicoterapia, la lira de Orfeo equivale a
su saber, para el psicoanlisis la verdad de Casandra equivale a su poder,
poder curioso que se obtiene precisamente de no ejercerlo.
En este sentido es como podemos pensar la orientacin que se sigue y la
meta a la que se apunta cuando la enseanza toma su papel en la preparacin y
capacitacin de los psicoterapeutas. Es decir, siempre se trata de comunicar un
saber establecido por medio de la presencia de un maestro. Sera impensable
la transmisin de este saber sin la intervencin del maestro. Puesto que se trata
de un saber ya convenido, todo el asunto se reduce a que el alumno lo asimile
correctamente, lo cual significa que haga las cosas conforme a una cierta
tcnica o mtodo, igualmente predefinidos. En todo caso, la pretendida
flexibilidad del terapeuta consiste en tener a la mano diversas tcnicas. En esta
direccin formativa, lo que el saber no puede trasmitir se intenta cubrir por
medio de demostraciones y prcticas que simulan una transmisin. Es una
simulacin puesto que se espera que el alumno capte la esencia del trabajo
teraputico por el slo hecho de ver cmo se las arregla el maestro frente a sus
Safouan, Moustapha. Jacques Lacan y la Cuestin de la Formacin de los Analistas. Ed. Paids.
Argentina, 1984. Pp. 60.
88 Ibdem. Pp. 61.
supone que su anlisis lo ha llevado no solamente a tocar con el dedo la realidad del
inconsciente sino tambin a asumir en el ms amplio grado se divisin de sujeto. No cabra
encarar el deseo del analista sino como una nueva formacin del inconsciente; ste es el
sentido ms autntico de la formacin del analista, (...)89 As como su anlisis
empez como una aventura a la deriva, ahora sabe despus del anlisis que la
incertidumbre marca y singulariza todo anlisis, lo cual no significa que no
haya una apuesta a la direccin de la cura y a un final del anlisis. Ms que
saber hacer el analista debe asumir que se trata de un saber estar ah, de
sostener su funcin de agente causa del deseo, de que el acto analtico es del
orden de lo que se suscita ms que de lo que se prepara o se sabe de antemano,
tambin l interviene como ocurrencia aleatoria del inconsciente y, en
consecuencia, nunca podr saber o calcular qu se le puede decir o qu debe
hacer. Dar curso a la asociacin libre y mantener la atencin flotante son los
mecanismos del dispositivo analtico, son los requerimientos mnimos para
poner en marcha un anlisis y despus podr ocurrir casi cualquier cosa.
Y bien, la pregunta es qu hace que un sujeto se comprometa y
responsabilice de este tipo de vnculo social, por medio de qu instrumento
puede valerse para guiar la travesa. Para responder inicialmente de manera
negativa diremos lo que no se hace, esto es, retomando la recomendacin de
Freud de que ms bien se trata de ignorar y olvidar la experiencia, lo que ha
ocurrido con otros anlisis para recuperar la originalidad y singularidad de un
nuevo anlisis. Es paradjico, pero necesario, que el analista se desentienda de
su saber para operar en el acto analtico. Ms no se trata de la simple
ignorancia supina, es el caso de poner en juego la ignorancia docta, como
deca Nicols de Cusa, saber crear el espacio para que advenga la verdad, para
que el analizante intente producirla y decirla pero no por voluntad propia,
puesto que la verdad no es secreto ni intimidad, es la razn ignorada del ser, es
la causa reprimida de su goce sexual, de un saber no sabido y que difcilmente
puede el analista vanagloriarse de saberlo. Bajo estas condiciones, el analista
escucha el significante, el orden o desorden de las palabras emitidas ms all
del enunciado, con su deseo apunta a la enunciacin, a que el sujeto diga todo
(creyendo ingenuamente que es posible) y a escucharlo todo. Pero, en tanto
que no hay un saber positivo en juego, no hay tcnica, y estando el deseo
comprometido del analista, entonces se trata de tica. Al hablar de tica del
psicoanlisis, me parece, no escog al azar una palabra. Moral, habra podido decir tambin.
Si digo tica, ya vern por qu, no es por el placer de usar un trmino ms raro.
Comencemos sealando lo siguiente, que vuelve el tema eminentemente accesible, incluso
tentador pues creo que nadie en el psicoanlisis dej de estar tentado de tratar el problema
de una tica, y no soy yo quien cre dicho trmino. Asimismo, es imposible desconocer
89
Cre, pues, Dios al hombre a imagen suya: a imagen de Dios le cre; crelos varn y hembra.
90
Lacan, Jacques. El Seminario 7. La tica del Psicoanalisis. Ed. Paids. Argentina, 1991. Pp. 10.
Bee, Helen L. Y Mitchell, Sandra K. El Desarrollo de la Persona en Todas las Etapas de su Vida. Ed.
Harla. Mxico, 1987. Pp. 9.
Gesell, Arnold y Amatruda, C. Diagnstico del Desarrollo Normal y Anormal del Nio. Mtodos
Clnicos y Aplicaciones Prcticas. Ed. Paids. Argentina, 1979. Pp. 36.
93
94
Piaget, Jean. El Nacimiento de la Inteligencia en el Nio. Ed. Aguilar. Espaa, 1969. Pp. 306.
Phillips, John L. Jr. Los Orgenes del Intelecto Segn Piaget. Ed. Fontanella. Espaa, 1977. Pp. 31.
95
Inhelder, Brbel. Aprendizaje y Estructuras del Conocimiento. Ed. Morata. Espaa, 1975. Pp. 36-7.
desde que hay, visiblemente, comprobacin de una relacin, existe prueba de que ya se
ejerce la aptitud de distinguir, en la masa y en el flujo de la experiencia sensible e
inmediata, trminos que tienen ciertos caracteres especficos, para individualizarlos y
98
99
Wallon, Henri. Los Orgenes del Carcter en el Nio. Ed. Nueva Visin. Argentina, 1979. Pp. 208.
Ibdem. Pp. 208-9.
Estas
observaciones son, sin duda, esclarecedoras en cuanto a la
cantidad de elementos que complejizan los primeros
momentos de la vida y, ms an, si se trata de explicar la
vida psquica. En efecto, el ser humano tiene la facultad de
reconocer a cierta edad la imagen reflejada como una imagen
propia, sin embargo, este hecho est lejos de ser un hecho
natural o producto de la inercia madurativa del sistema
nervioso. La observacin sorprendente de Darwin de que el
nio de 35 semanas de vida cuando escucha su nombre
sino a la imagen exteroceptiva que le da de s mismo el espejo.101
100
101
capta esa ausencia es que puede producirse una simbolizacin del par
presencia-ausencia y consigue producir ldicamente un sustituto significante
de ella como una totalidad imaginaria. Al mismo tiempo, esta ausencia da
lugar a la interrogacin por el deseo de la madre, un deseo sin sentido que
angustia por la oquedad que presentifica y que impulsa el juego de
sustituciones simblicas que lo defendern fantasmticamente del deseo del
otro, en este caso la madre.
La incidencia de los objetos parciales, que son la madre primigenia,
provocan el desprendimiento de una experiencia placentera e imborrable. Es
102
Lacan, Jacques. El Seminario 4. La Relacin de Objeto. Ed. Paids. Argentina, 1998. Pp. 69.
un mapa ergeno lo que queda inscrito en el cuerpo del lactante por medio de
los intercambios con la madre. Es este personaje el que con la procuracin de
sus cuidados y descuidos va escribiendo en los orificios y en la piel el texto
del goce con la indeleble tinta de sus abandonos, le demanda al nio desear su
deseo para frustarlo, para ausentarse y dejarlo a la suerte de la aoranza y la
nostalgia. A partir de este momento lo que el nio desea es la representacin
del objeto y no el objeto mismo, pero se conserva como seuelo detrs de la
imagen.
Sobre la sexualidad infantil pesa un triunfo prrico. Nadie en nuestros
das puede ya negar que hay una vida sexual temprana y anterior a la pubertad,
la llamada sexualidad infantil es un lugar comn y forma parte de la
ilustracin del vulgo. Quiz lo que ms se dice de Freud y menos se sabe es
que el manido desarrollo psicosexual no es estrictamente una idea freudiana.
No obstante, los divulgadores del psicoanlisis blanden la victoriosa bandera
del mencionado desarrollo. Y nada contraviene ms al concepto de pulsin
que el de las supuestas fases psicosexuales. El texto de marras sin duda es el
de los Tres ensayos... (1905) pero seguramente la precipitacin y el
entusiasmo de los lectores de Freud por encontrar una aportacin a la
psicologa general y del desarrollo los llev a cometer un pequeo olvido, que
al principio de su tratado sobre la sexualidad infantil Freud explcitamente
afirma que la pulsin no tiene objeto y si sacamos las consecuencias lgicas
de esta sentencia entonces el famoso desarrollo se resquebraja. En efecto, si la
pulsin carece del objeto que la satisfaga, si no hay en la realidad algo
predestinado a cumplir con la meta pulsional, entonces cmo es posible
plantear que los nios atraviesan una serie de etapas estndares en la infancia
y que existen satisfacciones sexuales que linealmente siguen un curso. El
concepto fundamental de pulsin es el que tal vez nuestros propagandistas han
adulterado. Menudo favor. Si, es posible afirmar desde el texto freudiano que
no hay tal desarrollo psicosexual. Las razones de ello radican en que la pulsin
se sexualiza por la relacin del infante con la madre, no en razn de una
predestinacin instintiva de la pulsin que asigna a determinadas zonas
ergenas oral, anal, flica y genitalsu gradual evolucin hasta la
maduracin de una supuesta sexualidad adulta plena y normal. Sin embargo,
el supuesto curso fijo de una evolucin sexual est descartado por Freud desde
el principio de su obra, por ejemplo, dice: Existen zonas ergenas predestinadas,
como lo muestra el chupeteo; pero este mismo ejemplo nos ensea tambin que cualquier
otro sector de piel o de mucosa puede prestar los servicios de una zona ergena, para lo
cual es forzoso que conlleve una cierta aptitud. Por tanto, para la produccin de una
sensacin placentera, la cualidad del estmulo es ms importante que la complexin de las
partes del cuerpo.103 Es la madre la que erogeniza el cuerpo de su hijo, son los
Vistas las cosas de esta manera, una etapa oral no se constituye porque
exista una pulsin oral que quiera satisfacerse por medio de la boca, al
contrario, es porque la madre procura el pecho o el bibern que produce una
experiencia placentera oral y cuando retorna la necesidad de alimento, el beb
encuentra el recuerdo de un placer oral y lo aora, precisamente porque el
pecho es lo que le falta es que alucina con l. Veamos de paso, que no es ni la
madre ni la leche lo que se hace objeto pulsional, es una parte del cuerpo
materno lo que aporta una parte de goce, tanto el objeto como la pulsin son
parciales y esta constitucin original es el dispositivo perenne del
funcionamiento pulsional. As, no es de la pulsin al pecho pasando por la
boca lo que explicara un desarrollo psicosexual, sino que nada jalona un
desarrollo, las cosas van de la madre al hijo y de este a una alucinacin o
representacin de la satisfaccin. El objeto pulsional es un recuerdo y no un
objeto o lugar de la realidad. Si las cosas funcionan as, la erogenizacin est
sujeta a los ms diversos avatares y no a un destino, de tal forma que lo que se
erogeniza no es un trayecto de zonas sexualizadas por la pulsin, estrictamente
es una erogenizacin virtual de todo el cuerpo segn las incidencias de la
madre, segn el juego de sus dedos, su voz o su mirada. Lejos de presentarse
una historia fija y predecible de la erogenizacin, estamos ante la contingencia
103
Freud, Sigmund. Tres Ensayos de Teora Sexual. Obras Completas. Vol. VII. Ed. Amorrortu. Argentina,
1976. Pp. 172.
104 Ibdem. Pp. 174.
Lacan, Jacques. El Estadio del Espejo como Formador de la Funcin del Yo (Je) tal como se nos Revela
en la Experiencia Psicoanaltica. En Escritos I. Ed. Siglo XXI, Mxico. 1989. Pp. 87.
106 Ibdem. Pp. 87.
107
mamarracho con forma de yo (moi) que est hecho ah alrededor, es a saber que el que sabe
que sabe, y bueno, soy yo."108
108
Lacan, Jacques. El Saber del Psicoanalista. Seminario del 4 de Noviembre de 1971. (Indito)
Lacan, Jacques. El Yo en la Teora de Freud y en la Tcnica Psicoanaltica. En Escritos II. Ed. Paids,
Argentina. 1990. Pp. 23.
109
Freud, Sigmund. La Represin. Obras Completas. Vol. XIV. Ed. Amorrortu. Argentina. Pp. 143.
Freud, Sigmund. La Interpretacin de los Sueos. Obras Completas. Vol. V. Ed. Amorrortu. Argentina.
Pp. 557-8.
112 Dor, Jol. Introduccin a la Lectura de Lacan. Ed. Gedisa, Argentina, 1987. Pp. 161.
113 Freud, Sigmund. La Interpretacin de los Sueos. Op. Cit. Pp. 557-8.
algo que se viene a coordinar con la pulsin por aadidura, por la posibilidad,
mas no la realidad, de satisfacer, incluso, no tiene que ser un objeto externo y
tangible, suele serlo una parte del cuerpo propio del sujeto.
Por lo tanto, el nico objeto que se ajusta a las condiciones del proceso
pulsional sera el objeto del deseo, aquel que Lacan llama objeto a, objeto del
114
deseo y objeto, tambin, causa del deseo; objeto perdido para siempre. Este
objeto en tanto faltante produce la funcin de un hueco que podr ser ocupado
por cualquier otro objeto, otra cosa es que colme la falta, que la anule, lo cual
es imposible. Cuando Lacan se refiere al objeto de la pulsin, se refiere a
aqul que permite el proceso pulsional entendido como el circuito de retorno a
la fuente o zona ergena. Finalmente, la meta de la pulsin ahora puede ser
entendida como el retorno pulsional sobre s misma. Este circuito pone en
evidencia, adems, que si no es el objeto el fin de la pulsin, entonces sta no
funciona segn el esquema de la necesidad, es decir: aparicin de la necesidad
por el desequilibrio orgnico, bsqueda del objeto satisfactor, satisfaccin y
reequilibracin orgnica, entrada al estado de reposo y posterior reactivacin
del mecanismo. Por el contrario, la pulsin apunta al goce y ste no se puede
sostener con ningn objeto, de ah que se puede colegir que la bsqueda del
goce provoque mayor goce y que la pulsin en lugar de disminuir su
"montante" lo aumente, esto es, que la pulsin al encontrar su meta lejos de
distensionarse, como ocurre en la necesidad, mantenga su tensin: que sea
constante. Esto es lo que Freud denomina Drang, el esfuerzo de la actividad
pulsional el cual es, como dijimos, constante.
Sin embargo, en la dinmica subjetiva encontramos una apora al nivel
de la experiencia clnica: que ah donde el sujeto sufre se instala una
repeticin, algo se satisface. Lo que podemos empezar a discernir es que el
objeto a, en tanto articulador de la pulsin y del deseo, por el lado de la
pulsin, posibilite la satisfaccin. No es que este objeto sea un objeto de
naturaleza tal que contenga al satisfactor, sino que, como acotamos antes, slo
ha servido como una especie de pivote alrededor del cual se produce el
circuito pulsional de retorno al cuerpo, siendo esta trayectoria lo que
constituye, al cierre del circuito, la satisfaccin pulsional. Freud, lo establece
de la siguiente manera: "... por regla general se interpone un objeto exterior en que la
pulsin logra su meta externa; su meta interna sigue siendo en todos los casos la alteracin
del cuerpo sentida como satisfaccin."117 La lectura lacaniana de esta conferencia
permite establecer que dicha alteracin del cuerpo, en tanto fin pulsional, es lo
que se define como una de las formas del goce.
Asentemos una diferencia pertinente respecto al goce, que no es placer,
ni suma de placeres. El goce, si puede decirse de esta manera, es un ms all
del principio de placer-displacer freudiano. As, el goce slo puede ser vivido
en el registro del cuerpo, slo se puede sentir, independientemente del valor
117
semntico de dicha experiencia. Como comenta Miller: "La nocin de una meta
interna de la pulsin nos permite entender que sea en la infelicidad, en el fracaso, en la
frustracin, donde la pulsin se satisface en un nivel fundamental. La pulsin es
satisfaccin misma."118
118
Miller, Jacques-Alain. Lgicas de la Vida Amorosa. Ed. Manantial, Argentina. 1991. p. 54.
que reconocer al Otro y pagarle con la cuota de goce que exige a modo de alquiler por la
residencia que ofrece. Su esencia no es constructiva; es destruccin."119
119
120
Braunstein, Nestor A. Goce. Ed. Siglo XXI, Mxico. 1990. Pp. 52.
Ibdem. Pp. 53.
121
Nasio, Juan David. Enseanza de 7 Conceptos Cruciales del Psicoanlisis. Ed. Gedisa, Espaa. 1991.
Pp. 45.
En primer lugar, el concepto Falo nada tiene que ver con la nocin pene,
puesto que aqul se encuentra en el orden de la representacin, teniendo un
estatuto imaginario y simultneamente simblico, por lo que ingresa al campo
del inconsciente, es decir, de la vida psquica slo bajo estas condiciones. En
segundo lugar, el falo es un trmino que designa un lugar, un punto de
referencia significativo para la definicin de funciones y posiciones subjetivas
y que por desempear esta referencia para todos parece ms bien circular en la
deriva del deseo que permanecer esttico. As entendido, el Falo no pertenece
a nadie, simplemente se moviliza, pero esto es determinante en la constitucin
del sujeto, en otras palabras, ah frente al Falo cada sujeto se juega su historia.
Planteemos el itinerario de los sentidos y efectos que produce el falo y
la funcin flica. El nio una vez superada la primera identificacin especular,
mantiene una estrecha relacin aun con la madre lo que lo conduce a una
posicin particular frente a sta, intenta descifrar el deseo materno, que le es
enigmtico, colocndose, o mejor dicho, identificndose con el objeto que l
supone que desea la madre. Esta primera relacin de interpretacin del deseo
materno ubica al nio en el lugar del objeto del deseo de la madre. sta, como
toda mujer, lo que desea es el Falo. Por lo tanto, el hijo ha venido a ocupar el
lugar del Falo de la madre. De esta forma, el deseo del hijo es el deseo del
deseo de la madre. Imaginariamente se cumple la experiencia de llenamiento
de la falta mediante un objeto particular, tal es la funcin del Falo en este
122
Lacan, Jacques. El Seminario 3. Las Psicosis. Ed. Paids, Espaa. 1984. Pp. 444.
Lacan, Jacques. El Seminario 5. Las Formaciones del Inconsciente. Ed. Nueva Visin, Argentina. 1970.
Pp. 91.
123
heces, los seres queridos, que pasan a ocupar el lugar del falo imaginario.
Estas experiencias y estos objetos adquieren sentido para el sujeto en funcin
de la castracin, en tanto falos imaginarios sostenidos por la matriz del falo
simblico.
El falo simblico no es cualquier objeto o experiencia inscritos en la
serie de acontecimientos de la vida, ste tiene el privilegio y el valor de dar
origen y garantizar la conmutabilidad de elementos de la cadena simblica y,
adems, se encuentra en un lugar preponderante, en el lugar de una falta,
marcando o sealando el hueco con su presencia, condicin propia del
significante, poder representar la falta para el deseo, presencia hecha de
ausencia. "Afirmar con Lacan que el falo es el significante del deseo implica recordar que
todas las experiencias ergenas de la vida infantil y adulta, todos los deseo humanos (deseo
oral, anal, visual, etctera) estarn siempre marcados por la experiencia crucial de haber
tenido que renunciar al goce de la madre y aceptar la insatisfaccin del deseo. Decir que el
falo es el significante del deseo equivale a decir que todo deseo es sexual, y que todo deseo
es finalmente insatisfecho."125
objeto del deseo se pasa a ser sujeto del deseo. ste segundo nacimiento
transcurre a costa de la prdida de la relacin inmediata con la madre, relacin
que a partir de este momento queda mediatizada por la simbolizacin, as
entendemos el sentido de la aseveracin lacaniana de que la palabra es el
asesinato de la cosa.
En este momento relevante aparece la figura paterna como rival del nio,
rivalidad imaginaria que se plantea en trminos de lucha contra otro objeto
flico, recordemos que el nio en un principio aparece para el deseo de la
madre identificado con el falo y el padre es visto como otro falo rival en
amores. Si pudiramos ilustrarlo con palabras, al nio se le presenta la
situacin siguiente: "qu quiere mi madre? Supongo que me quiere a m,
pero me abandona y no s la razn, lo que la aleja de mi es un enigma". Ahora
bien, aqu se produce el ingreso de la funcin paterna, el padre simblico,
como la razn que explica las ausencias de la madre, y ms ampliamente, la
brjula que da sentido a su deseo, ya que este deseo aparece orientado por el
norte flico. Una vez que el nio ve destituida su identificacin flica, ser el
falo de la madre, se ve obligado a suponer no slo que no es el falo, sino
tambin a aceptar que no lo tiene. Esto ocurre porque tambin la madre se
encuentra movilizada hacia otro lugar en el cual se supone que se encuentra
aquello que la atrae, el falo por supuesto, por lo que se impone la conclusin
de que la madre tampoco es ni tiene tal objeto, en la medida de su deriva
deseante, en la medida que falla inevitablemente frente al hijo. Es preciso
poner al falo por fuera de la relacin madre-hijo, ahora bajo el enigma de
quin lo tiene? La pregunta apunta al lugar en el que se encuentra el falo, ya
no quin lo es. Lo que aqu se pone en escena es un padre doblemente
poseedor: de la madre y de lo que sta necesita. Se trata de un efecto
imaginario, de una suposicin; de un juicio de atribucin, como dice Safouan:
"... la atribucin imaginaria es del significante falo al padre simblico como tal..."128
Entonces adviene la suposicin de que el padre slo tiene el falo, siendo esto
permitido por el ingreso a la dialctica del lugar donde se encuentra el falo.
Fue preciso perderlo primero para luego poder adjudicar una posesin, el falo
se hace funcin de un juicio de atribucin. Como dice Lacan, el complejo de
castracin no sera tal "si en cierto modo no pusiera en primer plano lo siguiente: que
para tenerlo, primero tiene que haberse planteado la imposibilidad de tenerlo, que esta
posibilidad de ser castrado es esencial para asumir el hecho de tener el falo."129
128
Safouan, Moustapha. Estudios sobre el Edipo. Ed. Siglo XXI. Mxico, 1985. Pp. 133.
Lacan, Jacques. Las Formaciones del Inconsciente. Ed. Nueva Visin, Argentina. 1970. Seminario del
22 de enero de 1958.
129
Bleichmar, Hugo B. Introduccin al Estudio de las Perversiones. Ed. Nueva Visin. Argentina, 1984. Pp.
68-9.
131 Ibdem. Pp. 69.
132
Lacan, Jacques. Las Formaciones del Inconsciente. Op. Cit. Seminario del 22 de enero de 1958.
a los pecadores, a los inmorales; los nuevos sacerdotes del poder, cuyo Dios es
la ciencia y la opinin pblica, son psiquiatras y psicoterapeutas, llenos de
virtudes y buenas intenciones, que sin el garrote y la hoguera, corrigen y
purgan a los insanos con bioqumica y sugestin. Por consiguiente, las
tcnicas estn subordinadas a la intencin falaz (feliz?) de curar, cuando lo
que pretenden es gobernar el apacible pueblo de Jauja.
El quehacer mdico, sostenido por una tica, pretende aportar al enfermo un bienestar conducido por
la devocin de ayudar, aliviar, amar y hasta prolongar la vida. Sin duda estos propsitos son el reflejo del
deseo que habita al mdico y no sera exagerado afirmar que tiene una fuerte raigambre judeocristiana a
cada uno en particular, teniendo como garante a Dios, las Ciencias y su propio saber. Esta tica los enfrenta
ineluctablemente a la dualidad xito-fracaso, donde pasando por encima del sufrimiento subjetivo se impone
la lgica de cumplir con la demanda de un Amo: vencer a la muerte, siendo ellos, los mdicos, la mano y el
instrumento de tal imperativo. "La salud de mi enfermo ser mi preocupacin primera, dice la
falla grave ante la confianza del enfermo que se entrega, y a la cual el mdico no sabe
corresponder con dignidad.136 As, el saber mdico y el discurso de la medicina juntos constituyen el
Modelo Mdico.
De vida y costumbres.
mdico es otra cuestin. Entre el ser y la imagen hay la distancia que media
entre la cosa y su representacin, que la cosa es el ser y la representacin slo
su imagen. Que, en otros trminos, el ser del mdico es algo que no existe a
priori, y que en todo caso es algo a constituir en el quehacer concreto de cada
mdico por su existencia, algo ms, en sntesis, que un saber. Entonces, el ser
mdico no es algo que se constituya en los diplomas, insignias,
reconocimientos, tratamientos, curas y prestigio, esto pertenece al orden de la
imagen alienadora, el mdico es el sujeto que se produce en una labor que no
involucra ningn ser, es el sujeto que se produce en cada momento en que
duda, sufre, calla y se mortifica, precisamente en aquellos momentos en que
desfallece la identidad imaginaria del mdico y queda el descarnado ser del
sujeto.
Que la identificacin imaginaria no corresponda puntada a puntada con
el sujeto, es una experiencia por la que atraviesan con bastante frecuencia los
mismos mdicos. Es harto sabido que el sujeto cuestiona su propia imagen
cuando se trata de una demanda donde l debe responder en tanto mdico y en
tanto sujeto. El mdico desconfa de su identidad y teme su subjetividad: en
lugar de aplicar Medice, cura te ipsum140, cuando se trata de curarse a s
mismo o a familiares cercanos, se pone en manos de otro, otro mdico y por
ende otro saber. Operacin peculiar que nos revela que el ser del mdico es en
realidad endeble, por no decir inexistente. Entre la identidad y el saber que la
sostiene, la subjetividad ingresa marcando el hueco que instaura la falla
ontolgica de ambos. Son tanto la subjetividad del mdico como la del
paciente las que resquebrajan la unidad y totalidad del discurso mdico en su
conjunto.
Si el discurso mdico excluye de su campo la subjetividad del paciente,
la misma operacin vale para la subjetividad del mdico. En efecto, el mdico
en aras de la objetividad deber prescindir de sus condiciones personales en su
labor clnica; emociones, preferencias, afectos, pasiones, gustos, aversiones,
repugnancias y apetencias, constituyen slidos obstculos para el trabajo
clnicamente racional y objetivo. La exigencia del discurso mdico es que la
desubjetivacin ideal del mdico alcance las alturas de un demiurgo
neutralizado. Deus ex machina141 constituye el ideal quimrico del mdico,
ente abstracto que dista de la realidad de un mdico que no puede prescindir
de su inmanente condicin humana y se convierte en demanda que pesa sobre
el deseo del sujeto. El mdico en su intento por conformarse segn las
140
141
moderno el laboratorio, los apoyos tcnicos y paramdicos, los invaluables aparatos han obligado al
mdico a renunciar prcticamente al ejercicio de la clnica. Ahora, el diagnstico y el tratamiento dependen en
gran medida de esta parafernalia de recursos y el mdico queda reducido, cual funcionario, a ser slo quien
los autoriza. Esto ha impuesto al mdico una escisin entre su experiencia como sujeto y la practica de la
medicina misma, al grado de que no slo lo afecta a l sino tambin a su funcin: por eso decimos que ahora
atiende entidades clnicas patolgicas; enfermedades y no enfermos. Cada vez es ms la dependencia del
mdico hacia los instrumentos de deteccin, diagnstico y tratamiento, que su funcin clnica se ve relegada y
reducida a la de un burcrata de la salud, su contacto directo con la enfermedad es cada da ms distante lo
que repercute en su experiencia y en la formacin de un saber. La formacin de los mdicos actuales pasa en
mayor medida por las exigencias del pragmatismo y eficientismo, como sinnimos de modernidad, que por la
tradicin de una formacin clnica. El compromiso y la responsabilidad del mdico ante el paciente van
gradualmente decreciendo y pareciera existir una silente tendencia hacia la exoneracin de las decisiones
mdicas, a descargarse de la culpa por los errores. Este peligro ha existido siempre y ya Plinio el
viejo fustigaba a ciertos mdicos de Roma: no hay una ley que castigue su ignorancia
deca nunca hay para ellos una pena severa. Se instruyen a nuestras costas y riesgos y la
muerte de los hombres es para ellos solamente una serie de experiencias; slo ellos tienen
el privilegio de matar impunemente. Esta voz iracunda no se oye ahora, pero bien podra
orse a veces, de no ser porque ya hay leyes que exigen responsabilidades.143
Esto no significa que estemos a favor de un conservadurismo a ultranza en la formacin del mdico,
simplemente sealamos la acuciante necesidad de una formacin clnica integral y que sea sensible a la
dimensin subjetiva de la enfermedad, que se abra un espacio para escuchar al enfermo cuando su alteracin
no corresponde con los marcos clnicos de un trastorno puramente orgnico, cuando la demanda del paciente
va ms all de una simple demanda de alivio y curacin. As, compartimos la opinin del Dr. Chavez: La
Concete a ti mismo.
otra parte, tampoco es raro encontrar que una ligera capa de barniz
psicoanaltico lustre algunas de sus pretensiones y que a diestra y siniestra
suelten el presumible saber psicoanaltico con la mascarada de la
interpretacin, mdicos, psiquiatras y psiclogos hacen uso de la vulgata y
ansan que el saber sea suficiente para curar, que enseando el saber el sujeto
se comprende mejor a s mismo, que de ese saber obtiene un alivio, sin
embargo, no hay nada ms ineficaz e ilusorio que eso: Pues no hay que
imaginarse que a los analizantes de hoy les guste mucho que les soben el lomo o que se
dejen engaar por las indicaciones de anlisis formuladas a menudo por los psiquiatras (a
manera de regalo...) o preconizadas por los mdicos, junto o al mismo tiempo que los
medicamentos administrados por receta. Saben muy bien que su sntoma al haber sido
diagnosticado aparte y por sabios de todas procedencias?, quizs no sea el que
corresponde y que en todo sentido quizs deba considerrselo como una mscara destinada
a encubrir una verdad de orden totalmente diferente.146 Realmente un sujeto percibe
de alguna manera que buena parte de sus quejas responden a causas que no
estn enraizadas en el organismo, por algn oscuro camino sabe que su
trastorno encierra una verdad que se anida en su historia personal, en el
devenir de sus amores y desamores, de los sabores y sinsabores de su vida y
que no la tiene a su disposicin, pero que el saber del otro difcilmente puede
llegar a formulrsela o siquiera a ubicarla. No es infrecuente que estos
enfermos deambulen de mdico en mdico o de psiclogo en psiclogo,
decepcionados y melanclicos, poniendo en tela de juicio con desconfianza
toda medida teraputica y dudosos de que alguien pueda ubicarse frente a ellos
desde otro lugar, desde una posicin diferente a todos aquellos que los han
querido comprender, ayudar, orientar, educar, curar o gobernar. Una posicin
distinta a la de quienes les suputan el objeto que suponen que les falta, antes
que levantar las esclusas de la palabra para dejarla fluir.
Observamos que la prctica teraputica se reduce a aportar o ensear al
sujeto cul es el objeto que necesita para su satisfaccin plena. De este modo
viene a constituirse un discurso que le dice al sujeto la verdad que le falta en la
vida, lo que es necesario para gozar, lo que podra tapar su falta y, por
supuesto, la eliminacin del dolor, del malestar, del sufrimiento. La eficacia
discursiva de estas intervenciones teraputicas radica en que el sujeto busca
precisamente un imperativo que lo gobierne, alguien en quien creer por el
prestigio que le confiere su saber. Se finca pues, sobre la disposicin alienante
a ser orientado, comprendido, ayudado, interpretado o dormido. En
consecuencia, la terapia funciona desde el sujeto que se somete a ella y no
desde el profesional que la ejerce. Y es as, porque el sujeto nada quiere saber
146
Nassif, Jacques. Un Buen Casamiento. El Aparato del Psicoanlisis. Ed. La Flor. Argentina, 1997. Pp.
197.
El vnculo psicoteraputico es una ecuacin simple, de un yo que no sabe (paciente, usuario, cliente)
a un yo que sabe (mdico, psicoterapeuta), donde el saber es la funcin que los pone en relacin. De esta
manera todo sujeto (a) estara en funcin del saber (fx): a fx = ax. Si hay un sujeto (a) que no tiene saber
(x) y se dirige al saber de otro (a), entonces: -ax +ax. El resultado que se pretende es que: ax = ax. Un
resultado que produzca tanto una enseanza del saber de a para a, como una identidad de saberes entre los
sujetos. As, el saber cumple con la funcin de vnculo entre sujetos, uno que es carente de l, se dirige a otro
que lo posee. Sin embargo, esta relacin es disimtrica, puesto que el paciente no puede apropiarse de la
identidad del terapeuta que se pone en juego en el saber, en la operacin de enseanza no deja de haber una
prdida, el saber slo representa al terapeuta pero no lo es, igualmente, la ignorancia slo representa al
paciente pero no lo es. Esto nos lleva a reconocer que ignorancia y saber son slo las posiciones por medio de
las cuales el sujeto se representa para otro representante. El lazo se estableci en un nivel simblico entre
representantes y no entre sujetos. El yo no es ms que lo que representa al sujeto para otro yo, en el orden del
discurso.
Ahora bien, la arcilla que vincula al terapeuta y al paciente es un saber. De un saber que se pretende
comunicar de uno al otro sin prdida, sin falta. Este nivel de la relacin es slo en su funcin y no entre
sujetos, lo que se trabaja es la arcilla que los une y no el sujeto que est en juego. Toda comunicacin de saber
deja intacto al sujeto y su influencia yoica es eminentemente sugestiva, depende de la receptividad del
paciente para creer y reconocerse en las palabras del otro.
As, la relacin teraputica puede quedar definida como una relacin en la cual el recurso operativo
es la sugestin, esta ilusin de comunicacin de yo a yo donde la demanda de saber queda articulada a la
respuesta del que se espera dicho saber. Cabe destacar, en consecuencia, que lo que hace posible el
funcionamiento de la sugestin es la demanda de saber, no tanto la respuesta del terapeuta, ya que preexiste la
creencia del sujeto de que no sabe, estn creadas las condiciones para que surta efecto la emisin sugestiva del
saber. El entramado de la sugestin es una condicin subjetiva que existe en todo lazo social en la medida que
desde que el sujeto habla el sentido de lo que dice es decidido por el que recibe el mensaje, esto es, que
independientemente de la intensin de quien habla el significado de lo que dice esta desde siempre en manos
del otro. Esta condicin estructural genera un vnculo de sometimiento al desciframiento que hace el otro del
mensaje, en consecuencia, el sujeto no sabe lo que dice sino en la medida en que lo dicho es lo que el otro
escucha. Entonces, la comunicacin es un acto fallido puesto que los interlocutores no estn en posicin de
propiedad de su palabra, la significacin de ella esta decidida por el otro, no su buena o mala escucha, sino la
alteridad radical del cdigo de desciframiento en que nos coloca el hecho de ser seres de lenguaje.
El sometimiento del emisor al receptor no es consecuencia de una decisin voluntaria consciente,
sino un hecho determinado por la estructura del discurso. Quien habla depende de la respuesta del Otro, de su
palabra o de su silencio. As, el receptor, independientemente de su albedro, ejerce un dominio estructural
sobre el emisor. La comunicacin por lo tanto es el reino del malentendido y la distorsin, est sujeta a
determinaciones ajenas al yo de los interlocutores y bajo la rectora del inconsciente. De esta forma, no es un
problema de falla corregible en la interlocucin, es un problema de inconsistencia estructural del orden
simblico al que est sujetado el sujeto. La confusin radica en que tanto comuniclogos como psiclogos
entienden que lenguaje y comunicacin son la misma cosa. Bastara revisar algn texto de lingstica
elemental para darnos cuenta que se trata de realidades distintas. Entre el lenguaje y la lengua hay diferencia y
entre la lengua y el habla concreta de las personas se produce otro abismo. Igualmente si planteamos el
problema al nivel de los sujetos lo que uno dice al hablar no es lo que el otro oye al escuchar. As, Lacan
establece que: El trmino clave de la ciberntica es mensaje. El lenguaje est hecho para eso,
Slo por el absurdo podramos suponer o imaginar que puede existir un cdigo de frases y oraciones
que estn bien usadas y que no produzcan malentendido. No es otro el intento de fundar la psicopatologa
sobre el problema de la comunicacin; que hay mensajes equvocos o paradjicos que trastornan el
comportamiento y la personalidad. La idea de la comunicacin pragmtica es que un mensaje dentro de cierto
contexto puede ser consistente e inconsistente, coherente o incoherente y que de ello depende la reaccin del
interlocutor. Ahora bien, ningn mensaje hablado posee tales propiedades, no trasmite la intencin del emisor,
por el contrario, se prea de sentido por el sujeto receptor y el sentido supuesto que impusiese el receptor es lo
que se pierde. Que vivamos en un mundo en el cual el idioma comn produzca la ilusin de que nos
entendemos es el fantasma que soporta el yo, pero nada tiene que ver con la real estructura del lenguaje y del
discurso. Si hablar es un malentendido radical, entonces erradicar esta caracterstica es robotizar al sujeto,
sera tanto como extirpar el deseo que lo subjetiva.
No obstante, aunque el vulgo pasa tambin por las universidades, esto no significa que los terapeutas
o los psiquiatras se enteren de que existe la lingstica y persisten en la idea ordinaria desde los talking
shows hasta los estadistas de que los problemas de la humanidad se deben a la mala, poca o nula
comunicacin. Hacer de la comunicacin el eje de los problemas y soluciones de la vida, amen de ser un lugar
comn, realmente no ha resuelto nada, recomendar que la pareja se comunique, no ha disminuido el ndice de
divorcios; que los padres hablen con sus hijos, no ha abatido los ndices de violencia intrafamiliar; que los
estados se entiendan, no ha provocado menos guerras; en fin, que ms bien parece que a mayor comunicacin,
como la que vivimos en nuestro tiempo, mayor incremento en la violencia y agresividad. La esperanza de que
el dilogo pudiera pacificar y acordar las pasiones humanas no se ha cumplido, aunque se insista que ese es el
camino, con la ilusin del pragmatismo: que la comunicacin atempere las diferencias. El remedio se ha
convertido en un eslogan: sujetos de todas las naciones, comunicos. Y, por supuesto, esto se ensea y se
pregona y sin embargo: habr que perdonarlos, como se perdona a aquellos que no saben lo que dicen.
147
Y no slo lo dicen, adems lo creen y lo practican. Cuestin por la cual no hay que juzgarlos, pero si
observamos los magros resultados, bien merece un anlisis el resultado. Aunque utilizan el poder de la
palabra, se les escapa e inclusive caen vctimas de l. Un terapeuta taza su relacin clinica con el paciente por
medio de la palabra, bajo el supuesto de que por medio de ella va a modificar el comportamiento indeseable,
no se percata de que no utiliza la palabra, es utilizado por ella, que la funcin del lenguaje y el campo de la
palabra lo han creado y le han permitido disponer de ella, pero nunca domina sus consecuencias y el hecho de
que su eficacia depende de la transferencia nos muestra claramente que el mbito de la relacin teraputica se
encuentra regido por una estructura que no es la de la voluntad ni de la consciencia. As, una accin
teraputica que se basa en la sugestin genera problemas como la reaccin teraputica negativa o, por el
contrario, una dependencia sumisa rayana en el ms abyecto amor.
Pero uno de los modos de establecer la influencia sugestiva tiene variantes, la sugestin hipntica es
una de ellas y para poder ejercer su dominio requiere que el hipnotizador induzca un estado psquico
particular; un estado llamado hipntico en el cual la persona pierde el dominio de su voluntad, juicio crtico,
juicio de realidad y se entrega a las directrices del hipnotizador. Este modo de sugestin es, por lo tanto, una
de las formas en que la humanidad ha practicado el influjo sugestivo con diversos fines. La relacin entre
hipnotista e hipnotizado tambin se encuentra sujeta a una determinacin estructural del lenguaje y del
discurso.
La hipnosis es una tcnica de influencia sobre las personas que se ha convertido en una herramienta
psicoteraputica a partir, fundamentalmente, del Siglo XIX. Conocida desde la antigedad en muchas
culturas, podemos afirmar que su empleo reciente ha pasado a formar parte de los recursos de la medicina y
de la psicoterapia, arrancndola de su inicial uso en rituales religiosos y esotricos o, definitivamente,
teatrales y charlatanescos. Pero, esta adopcin realizada por las disciplinas de carcter cientfico no estuvo
exenta de discrepancias y sospechas que incidan sobre sus orgenes no cientficos y a causa de una actitud
generalizada entre los investigadores de incredulidad displicente. Slo el peso de la autoridad moral y
cientfica de algunos mdicos consigui que la hipnosis tuviera cabida entre las tcnicas mdicas y
psicoteraputicas. Aun as, las dudas persistieron y la resistencia a su integracin pas por fuertes condenas y
desautorizaciones propios del drama histrico de todo progreso.
Otro aspecto interesante de este estudio, y en lo que a las psicoterapias se refiere, es el que se
relaciona con la tecnificacin de la hipnosis: estos terapeutas que se distinguen por el empleo tcnico de la
hipnosis para la clnica han venido ha sustituir a los antiguos hipnotistas. Es de llamar la atencin la serie de
tpicos que ataen a la enseanza y formacin de sus discpulos y alumnos: si los hipnotistas obtienen
resultados teraputicos espectaculares con sus pacientes dnde radicara la clave o el secreto? Se preguntan
ellos. Creemos justo plantear la cuestin en estos trminos puesto que esta orientacin clnica carece de una
teora explcita que permita reflexionar y evaluar consecuentemente y con todo rigor sus fundamentos y los
efectos que consiguen. Si el criterio es slo el de la eficacia prctica, esto hace innecesario todo planteamiento
terico elaborado o acaso un mnimo. Estos hacedores de terapia se fundan en la imitacin y repeticin
estereotipada del modelo primordial, o hasta dnde son posibles las variaciones?
Por nuestra parte, creemos que tales bsquedas son infructuosas, que
indican el profundo desconocimiento de los mecanismos que participan en la
psicoterapia, pero que, estn a la vista de una manera particular y bastante
productiva. Lo que los hipnlogos demuestran es la enorme capacidad de
producir efectos teraputicos con base en la disposicin de esta misma
condicin humana y que todo terapeuta tiene el reto de crear su estilo antes
que copiar y repetir el estilo ajeno, que la clave de la originalidad de un clnico
radica en su singularidad ms que en los moldes y tcnicas que lo han
formado. Uno de estos maestros se opuso a ser tomado como modelo. Segn
Hudson O`Hanlon: "Erickson no deseaba que su concepcin fuera codificada y
reificada; le preocupaba esa posibilidad. Los terapeutas que aprendieron tales
148
Hudson O' Hanlon, William. Races Profundas. Principios Bsicos de la Terapia y de la Hipnosis de
Milton Erickson. Ed. Paids. Espaa, 1993. p. 12.
el agente
------------la verdad
el otro
-----------------la produccin
cada uno de estos cuatro lugares puede ser ocupado, entonces, por cada uno
de los cuatro trminos que hemos definido. De las combinaciones posibles de
estas ocupaciones se desprende como resultado un tipo especfico de discurso,
habiendo planteado cuatro discursos el Seminario de Lacan. Dichos discursos
pueden ser: el discurso de amo, el discurso de la universidad o del maestro, el
discurso de la histrica y, por ltimo, el discurso del analista, que es del que
nos vamos a ocupar.
Por razones de brevedad, slo trataremos del discurso del analista en
contraste con el modelo de la comunicacin, para constatar que los efectos
a
-----S2
$
-----S1
analista como objeto a es que de hecho no sabe nada del otro. Es ms, ya
Freud planteaba dos formas concretas de esta ignorancia: mientras el analista
menos conoce a su analizante, que no pertenezca al circulo social del analista,
es mejor, la otra recomendacin era, que lo que ocurri en el anlisis de otro
paciente sea olvidado al iniciar un tratamiento, que la experiencia puede ser
fuente de resistencia del analista. Una cuestin ms, sin duda el analista cuenta
con una formacin terica y acadmica, cuenta con un saber acerca del
inconsciente, pero nada sabe del inconsciente del analizante que tiene
enfrente. Es indispensable que haya una diferencia entre la teora y la clnica
para que no se convierta el anlisis en una prctica catequtica, para que no
encajone el analista la palabra del analizante en los estereotipos o modelos
tericos y pueda fluir la atencin flotante de la asociacin libre. Si el analista
cumple con estas condiciones, que son consecuencia de su anlisis personal,
permitir que el sujeto despliegue ante su persona la estrategia particular del
deseo, de aquello de lo que se trata en anlisis.
Bien, el analista es agente del anlisis porque su responsabilidad
consiste en dejar que el inconsciente acceda a la palabra, que el deseo ubique
la gama de determinaciones que lo han reprimido y que, en pocas palabras, el
analizante pueda hablar en anlisis como nunca lo ha hecho en su vida. Por su
parte, tomar al analizante en la posicin de otro bajo el trmino de sujeto
significa que l tiene la palabra y ms que la palabra el curso que va del
sntoma al fantasma, esto es, que del analizante parte una apuesta
transferencial. El vnculo es transferencial desde el momento en que el
analizante crea al analista, lo hace de manera singular, lo hace sujeto supuesto
saber. No es tanto que suponga que el analista sea un sabio, sino ms
terrenalmente, que sabe hacer algo con su sufrimiento, ya sea que lo puede
conducir o que le puede decir por qu sufre. Finalmente, la esperanza de todo
analizante es encontrar las razones o el saber de su malestar y concretamente
llega a suponer que su analista es el depositario de este saber. Esto es la
transferencia y corresponde, entonces, al vnculo simblico que se ubica en la
parte superior de la estructura del discurso analtico.
Por lo que toca a la parte inferior del discurso analtico, tenemos que
debajo del analista, en el lugar de la verdad esta puesto el S2 que representa al
saber, lo cual tiene las siguientes consecuencias, en primer lugar que el
analista ha olvidado su saber terico y su experiencia con otros analizantes,
para entablar una nueva y original relacin con el inconsciente en este anlisis
en particular y con todos los dems. El analista requiere de este olvido que
preferimos llamar ignorancia docta, abstinencia de saber y poder, para que
esta ignorancia pueda engendrar la verdad del analizante, para crear el espacio
discursivo en el cual la palabra del otro est preada de verdad y l pueda
puntualizarla, que no decirla porque no la sabe, pero que de esta experiencia
va a poner en tela de juicio toda la teora y toda la experiencia analticas. Esto
es, se abstiene del saber terico para saber del inconsciente, su disposicin no
es la de corroborar sus hiptesis, por el contrario, es para cuestionarlas, no
busca las regularidades ni la predictibilidad, encuentra la irregularidad y la
sorpresa, su mayor sorpresa es la interpretacin que profiere sin saber de ella.
El otro elemento del discurso, el cuarto, es el lugar de la produccin que
est ocupado por el S1, el significante que representa al sujeto para otro
significante, el significante amo que funda y repite la historia y el destino, lo
que Freud llamaba la represin propiamente dicha. Lo reprimido va a dar al
espacio simblico que se llama S1, ah es donde se encuentra lo que no est a
la disposicin de la memoria o de la conexin con el resto de los recuerdos.
Pero, como bien lo marca el discurso analtico, este elemento reprimido o
desconectado pertenece a la batera significante del analizante, slo l lo sabe
aunque crea ignorarlo, respecto a l el analista no sabe absolutamente nada.
Para que el significante amo pueda reencontrarse o producirse, mejor dicho,
slo hay una condicin; que el analizante hable, que discurra y que se levanten
los obstculos a su palabra, siendo que el principal obstculo es el otro, la
escucha del otro. Cuando ese otro no escucha, el sujeto tampoco se escucha,
simplemente habla y nada dice, porque el decir est en funcin del otro, pero
si presta odos al discurrir, entonces el analizante no slo es escuchado sino
que por un efecto de eco se escucha a s mismo, constata el reflejo de su
palabra en el otro y en s mismo. El analizante, entonces, suscita como
produccin una verdad bajo la forma de un entrelineado, de una verdad
trasliterada e inefable, pero es una experiencia que lo afecta y lo transforma y
de la cual no se puede desentender. As, para que pudiera suscitarse la verdad,
el otro tenia que renunciar al saber y estar como un muerto, teniendo que
escuchar en la ms templada ignorancia.
Que el dispositivo analtico pueda ser planteado bajo un matema
significa que se ha formalizado lo que de otro modo slo pareca una
escenificacin o teatralizacin. La formalizacin de la experiencia analtica no
agota la inagotable cantidad de variaciones y fenmenos que ah se presentan,
pero define la estructura que da direccin a la cura, son los signos cardinales
que permiten saber en cada momento qu efectos se producen y en qu lugar
del trayecto de un anlisis se est. Tenemos que insistir en que la experiencia
analtica no es una intelectualizacin del trabajo clnico. La teora es una
reflexin incompleta de la experiencia, pero la experiencia misma es nica e
irrepetible y, sin embargo, hay una orientacin, no hay extravos porque la
sobredeterminacin inconsciente afecta tanto al analizante como al analista, la
diferencia con el extravo es que el analista confa en el saber inconsciente,
confa en la repeticin. La estructura del discurso analtico, en conjunto,
incluyendo al analista, es la estructura de la transferencia, el contexto en el
cual se escribe un texto ignoto, en la cual se produce un saber no sabido, en
fin, donde se debaten la desmemoria, el destino y los fantasmas.
Para concluir, ya que hemos planteado la diferencia entre una
concepcin comunicacional de la clnica y otra de orden estructural, quiz
ahora tengamos ms y mejores elementos para discernir la disparidad entre los
abordajes psicoteraputicos y los psicoanalticos. Cuando se practica una
clnica con el sufrimiento subjetivo es inevitable que se produzca una relacin
que depende de determinantes que no son visibles o audibles. Lo cual no
significa que no participen o existan, por el contrario, la densidad simblica
del sujeto del inconsciente permite dilucidar los efectos de la relacin
teraputica. Pero, cuando se practica una clnica que precisamente intenta
desentenderse de la transferencia, cuando pretende, obedeciendo los dictados
de la profesionalizacin y del cientificismo, eludir o evitar la transferencia,
entonces, tendremos el ejercicio imperativo del amo o del maestro, cuando el
mdico o el terapeuta se sienten objeto de amor, odio o indiferencia, y tratan
de forzar la marcha del paciente hacia la realidad, tendremos la mecanizacin
de la dinmica subjetiva y el reforzamiento de la represin del deseo
inconsciente.
Sabemos cul es el sentido de esta prctica, la prctica de curar, la de
cambiar a la gente y procurarles su bienestar. Sin duda, la concepcin de la
cura impone sus objetivos a las tcnicas y teoras y aunque lo nieguen
hemos demostrado que para ellos el fin justifica los medios; la adaptacin, la
salud, la felicidad, el goce y otros ms, son el mximo bien que todos debieran
desear, que si no lo saben habr que gritrselo a los odos o inyectrselo en el
cuerpo, pero todo mundo debe saber la gran misin que cargan a sus espaldas
psicoterapeutas y psiquiatras: procurarnos el Bien en el nombre del padre, y
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CUARTA DE FORROS
En este texto, los autores nos proponen una reflexin crtica y pormenorizada
de las principales propuestas que conocemos bajo la denominacin de
"psicoterapia". Es indudable que el trmino es al mismo tiempo amplio e
impreciso, suele ser sugestivo o dudoso, pero, circunscrito a las prcticas
clnicas de mayor consenso en los medios acadmicos y asistenciales es
posible reducir el espectro a algunas expresiones representativas. Entonces,
sin agotar la oferta de tratamientos en circulacin, nos plantean una
desconstruccin de los supuestos bsicos y las acciones a que conducen estas
prcticas y apuntan a un replanteamiento tico del asunto clnico. Es en este
sentido que la interrogacin sobre el deseo personal de quien decide dedicarse
a atender, asistir o tratar el mal-estar humano, particularmente en el orden
psquico, es central y anterior a toda consideracin "tcnica". Aqu es donde la
perspectiva psicoanaltica no slo es un punto de referencia, sino una
necesidad lgica para replantear los fundamentos y los propsitos que rigen en
estas orientaciones. Antes que plantear un maridaje entre el psicoanlisis y las
psicoterapias o algn posible concilibulo, los autores destacan el insoslayable
deslinde entre uno y otras, incluyendo la psiquiatra, para destacar la
especificidad del descubrimiento freudiano, irreducible a cualquier propsito
de
normalizacin,
fortalecimiento
o
desalienacin.
As, en siete captulos, en un hebdomadario, metfora de la creacin, nos
llevan por un recorrido de problemas cruciales; desde el concepto de sujeto,
deseo e inconsciente, pasando por el sntoma y la transferencia, hasta el
problema del saber inconsciente y la Verdad. Conceptos decisivos en la
direccin de la cura y lejanos a las (buenas?) intenciones de apoyar,
comprender, ayudar, restaurar o resolver la vida. Distante a educar o gobernar
la vida del sujeto, el psicoanlisis nos recuerdan naci de la prctica de la
abstencin, diramos, del saber callar para escuchar.