Storm, Theodor - en El Staatshof
Storm, Theodor - en El Staatshof
Storm, Theodor - en El Staatshof
Theodor Storm
En el Staatshof.1
(Traduccion y presentacin de Fernanda Aren)
Storm, Th., En el Staatshof. Trad. y notas de Fernanda Aren. En: AAVV, Antologa
de la novela corta alemana: De Goethe a Kafka. Estudios preliminares, traduccin y notas:
Fernanda Aren, Silvina Rotemberg y Miguel Vedda. Buenos Aires: Ediciones Colihue,
2001.
1 Sobre los motivos que estimularon a Storm para que escribiese esta novela
corta informa el propio autor, cuando, el 19 de diciembre de 1858, envi a sus padres
un ejemplar de la primera impresin, acompaado de las siguientes palabras:
tambin t, querido padre, habrs de leer con cierta simpata
mi historia sobre el pantano, que hoy, a la distancia, se me figura el lugar ms
agradable del mundo. Excepto una oscura intuicin del antiguo Staatshof de
Eiderstedt, procedente de la poca en que ste se encontraba an abandonado,
y en la cual le hicimos en una ocasin una visita desde Friedrichstadt en
compaa de un grupo de jvenes de ambos sexos todo es pura invencin; sin
embargo, debo agregar que Stamp [una conocida de Husum] me cont una vez
que, en su infancia, haba vivido en Friedrichstadt una anciana seora van
Ovens, la ltima representante de una gran familia que haba posedo alrededor
de cien fincas.
El Staatshoft se encuentra junto a la costa oriental de la pennsula de
Eiderstedt, unos pocos kilmetros al noroeste de Friedrichstadt; el camino que va
desde sta hasta la finca se extiende, como en la novela corta, junto al pueblo
parroquial de Koldenblttel. Su nombre procede, al parecer, del hecho de que, hacia
1730, perteneci a un barn Nicolaus von Gersdorff, que entonces ejerca funciones
como Staller, es decir, como alto funcionario principesco de la regin de Eiderstedt; de
aquella poca proviene el jardn arbolado que se menciona en la obra. Esa
problemtica derivacin etimolgica de Staatshof a partir de Stallershof [finca de
Staller] la pudo haber encontrado Storm en la Descripcion de la regin de Eiderstedt de
Friedrich Feddersen (1853), un libro a propsito del cual el propio escritor declara, en
carta a su madre del 21 de diciembre de 1857, que ha sido un muy importante punto
de apoyo para la composicin de la novela corta.
En la juventud de Storm, haba en el Staatshof un Haubarg o Heuberg, el
tipo de construccin campesina tpica en la regin, bajo cuyo gigantesco techo se
renen la casa, el granero y los establos. Esta construccin se fue derrumbando poco a
poco porque sus propietarios ya no vivan en ella ni la utilizaban; hacia 1836, slo
vivan all un arrendatario y su mujer. En 1841, la finca cay en manos de un hombre
originario de Dithmarsch que se dedicaba al comercio de caballos. Rpidamente hizo
remover el Haubarg y edific en su lugar una casa y unas instalaciones modernas.
El hecho de que el Haubarg del Staatshof junto a Koldenbltel decayera
paulatinamente depende de varios factores econmicos, que en parte tambin
conforman el trasfondo de la narracin de Storm. Despues de las guerras napolenicas,
la costa occidental de Schleswig-Holstein sufri una profunda crisis agraria, en la que
cayeron vertiginosamente los precios de los cereales y, consecuentemente, del suelo, y
que slo comenz a revertirse a partir de 1825. El padre de Storm fue objeto de
especiales alabanzas porque, gracias a su apoyo legal, consigui salvar de la crisis a
varios campesinos procedentes de las regiones pantanosas del sur y del sudoeste de
Husum. Aun despus de revertida la crisis, muchos Haubarge permanecieron vacos, ya
que no podan ser explotados econmicamente. En la costa oriental de la regin
servan ms bien para la inversin de capital, y fueran arrendados a otros propietarios
Slo puedo decir una nica cosa: lo que pas, no cmo pas. No s cmo termin y
si fue una accin o solamente un suceso el que provoc el final.
Pero lo voy a contar tal como lo recuerdo, como viene a la memoria.
La pequea ciudad en la que vivan mis padres se encontraba en los confines de la
zona pantanosa, que a lo largo de muchas leguas prolonga su verde llanura hasta el mar.
Desde el portal del norte, la carretera conduce en un cuarto de hora hasta un pueblo con una
iglesia, cuyos rboles y techos de paja se divisan a lo lejos desde la enorme llanura. Al lado
de la calle, detrs de la blanqueada casa parroquial, sale un camino al campo, a travs de las
Fennen2, como se llaman aqu las parcelas de terreno que se usan nicamente para el
ganado; desde un portn hasta otro o sobre un puentecillo delgado sobre las zanjas, que
separan por todas partes los pantanos.
En mi juventud anduve muchas veces por ah; yo con otra persona. Todava veo
brillar el pasto bajo el sol y lejos, rodendonos, las granjas diseminadas, con sus
edificaciones blancas, en el aire lmpido del verano. Las pesadas vacas, que yacan
rumiando junto al camino, se paraban cuando nosotros pasbamos, y nos escoltaban hasta
el prximo portn. De cuando en cuando, un buey levantaba de la zanja su cabeza ancha y
su mugido se expanda a lo lejos.
Al final del camino, que lleva casi media hora recorrerlos, y bajo un conjunto
sombro de olmos y lamos, como ninguna otra propiedad de esta regin puede ostentar, se
encontraba el Staatshof.
que los aprovechaban para que pastara el ganado; la exportacin de ganado a Londres
desde el entonces floreciente puerto de Tning desempeo algn papel en ello. Estos
fueron algunos incipientes indicios de un capitalismo agrario moderno que desplaz al
antiguo patriciado rural.
La evocacin de la decadencia del Staatshof se encuentra estrechamente
relacionada con la cada de la familia Ovens, que en pocas anteriores haba sido rica.
Nicolaus von Gersdorff, de hecho, cedi el Staatshof en 1744 a Peter y Nicolaus Ovens,
dos hermanos que se desempeaban como comerciantes y burgomaestres en
Friedrichstadt. De ellos se deca que sus riquezas eran el producto de numerosas
lgrimas de viudas y hurfanos. Estos hermanos, con todo, no se encontraban
emparentados con la familia de campesinos residentes en el este de Eiderstedt de los
que haba odo hablar Storm que haban posedo un centenar de fincas.
La pequea ciudad de la que procede el narrador de la novela corta es,
de acuerdo con su ubicacin, Friedrichstadt; los rasgo que Storm le atribuye proceden
de Husum, ante todo la casa en la que habita la seora van der Roden; al parecer,
existi una casa de estas caractersticas en el mercado de Husum.
pasillo de la casa el aroma penetrante de la raz de moro8, que los habitantes del pantano
suelen quemar todas las noches para protegerse de los mosquitos. Alcanzo a ver tambin
cmo mi padre besa la mano de la vieja seora; pero el luego el recuerdo me abandona y
me reencuentro despus de unas horas, acostado sobre el heno, envuelto por un tibio
crepsculo de verano. Levanto los ojos hacia las paredes de heno y haces de trigo que se
alzan a mi alrededor entre cuatro postes y tan alto, que la marida debe atravesar una
oscuridad desolada hasta que alcanza de nuevo un crepsculo mortecino que cae de una
pequea ventana del techo, entre innumerables telas de araa. Es la denominada plancha9,
donde me encuentro; el lugar destinado para apilar el heno, en el interior de la casa, del que
el patio interior en nuestros pantanos conserv la peculiar construccin alta del techo y el
nombre Heuberg o Hauberg. La plena quietud del domingo me rodea. Pero no estoy
solo; en la claridad vaporosa que entra por la apertura de la pared lateral desde el zagun
contiguo est parada una nia de mi edad; los mechones rubios caen sobre un vestido azul.
Estira sus pequeos puos y me cubre con heno. Es muy vivaz; suspira y se inclina una y
otra vez.
Bueno dice finalmente, respirando con toda el alma ya quedaste enterrado!
Y como me quedo parado un momento, sin moverme, veo a travs de la paja que me
cubre cmo me hace reverencias con su cabecita y cmo, repentinamente, retrocede y se
dirige hacia una vieja campesina que est sentada frente a nosotros, tejiendo una media:
Wieb dijo retirndole a la anciana la mano de la mejilla. Wieb, est muerto?
No recuerdo ms lo que la anciana contesto, slo que un momento despus fuimos
conducidos por un corredor oscuro hasta el vestbulo y desde all subimos una escalera
estrecha hacia las habitaciones superiores de la casa. Entramos a una sala grande,
empapelada con flores doradas y de cuyas paredes colgaban muchos cuadros de ancianos y
ancianas blancamente empolvados. En ese instante mis padres y los otros huspedes se
levantaron de una mesa servida, que se encuentra en el medio de la habitacin, debajo de
una enorme araa de cristal. Ahora estoy sentado, con una servilleta atada al cuello, frente a
la pequea Anne Lene. Wieb est all y nos sirve los restos de la comida. Me siento muy a
gusto. Slo de vez en cuando me molesta un graznido que nos alcanza desde lejos.
Escucha! digo, y levanto mi pequeo dedo.
Pero la vieja Wieb lo conoce desde hace tiempo.
Son los cuervos dice estn en los arboles del jardn; despus los vamos a ir a
visitar.
Pero otra vez olvido los cuervos, ya que Wieb reparte entre nosotros dos, como
postre, palomas de azcar de una torta, aunque el reparto no parece ser totalmente
equitativo, puesto que Anne Lene recibe siempre los rabos de los pollos y los cogotes de las
palomas.
Un poco ms tarde veo pasear al grupo de huspedes por los caminos entrelazados
del jardn, entre los arbustos en flor. La anciana dama del cuello bordado, que va del brazo
de mi padre, se inclina hacia m y dice, levantndome la cabeza:
Nio, debes mantenerte siempre elegantemente erguido.
8 En alemn, Alantwurzel; nombre cientfico: inula Hellenium. Una flor
semejante al ster, cuya raz se corta y se pone a secar a fin de emplearla, en
los pantanos, como fuente de humo.
9 En alemn, Loodiele. Se designa como Loo, en el Haubarg, la tabla
sobre la cual se abre el cuadrado, y que sirve para acarrear el grano y el heno,
y tambin como trilladora.
An hoy creo que el respeto casi tmido que tuve por esa dama mientras vivi,
proviene de esta pequea advertencia.
Pero ya me toma Wieb de la mano y nos lleva afuera, a los soleados senderos.
Primero, hacia abajo, hasta el bosque, al que conduce un sendero recto. As llegamos hasta
una glorieta, en la que el grupo, a puertas abiertas, estaba sentado para tomar el caf. Nos
llaman desde adentro y, vindome titubear, mi madre toma una rosca de azcar del
posatorta de plata y me la ensena. Pero yo tengo miedo. He visto que la casa de madera,
construida sobre el agua, est sostenida por postes delgados. Pero finalmente el anzuelo
tentador y los coloridos motivos pastoriles10, pintados en el interior, me incitan a entrar.
Tengo la impresin de haber visto con un sentimiento particularmente agradable la
manera en la que mi madre me sent a Annel Lene en su regazo y la bes. Luego los
hombres, como suele ser costumbre all, habrn salido al campo a inspeccionar el ganado
vacuno, ya que tengo el recuerdo de que se hizo repentinamente un silencio a m alrededor,
en el que solo escuchaba la tierna voz de mi madre y otras voces de mujeres. Anne Lene y
yo jugbamos debajo de la mesa, junto a los pies de mi madre. Apoybamos la cabeza sobre
el piso y oamos el agua correr por debajo de nosotros. De vez en cuando escuchbamos
chapotear. Entonces Anne Lene levantaba su cabecita y deca:
Escuchas? Es un pez!
Finalmente volvimos a la casa. Hacia frio, y yo vea los arbustos del jardn en
sombras. Luego se detuvo el auto, y en medio del sueo, que me sobrevino ya en el camino,
termin ese da. Reflexionando en paz, dudo que si ese da existi tal como lo cont o si mi
fantasi enmarc los acontecimientos dispersos de distintos das.
Ms tarde, cuando el desvalimiento propio de la vejez apareci de apoco, la seora
Ratmann van der Roden se mud a la ciudad junto con su nieta, dejando la finca al cuidado
del anterior pen11, Marten, y de su mujer, la anciana Wieb. Delante de la casa que aqulla
habitaba a unas calles de la nuestra, haba pilares de granito que estaban unidos entre s por
pesadas cadenas de hierro. Nosotros, los muchachos, cuando pasbamos de camino a la
escuela, raras veces dejbamos de sentarnos sobre esas cadenas y hamacarnos, con la
pizarra y la mochila en la espalda. Pero todava recuerdo muy bien cmo nos
desbandbamos cuando uno de nosotros descubra la cara de la anciana dama en la ventana,
detrs de los geranios, o incluso cuando aqulla levantaba el dedo contra nosotros con un
movimiento calculado.
Sin prestar atencin a eso, dejaba con gusto que mi padre me enviara a la casa de la
anciana por un encargo, lo que suceda a menudo. Ya [sic] no s lo que me atraa si era la
graciosa nia o la vieja gaveta cuyas curiosidades se nos permita ver en un momento
particularmente propicio: las medallas de oro, los abanicos de seda, pintados de todos
colores, o arriba, encima de la tarima de la gaveta, las dos pagodas12 de porcelana china,
que ya desde el corredor y a travs de los vidrios de la puerta de la sala, atraan mis ojos.
Los sbados a la tarde me presentaba regularmente para invitar a la seora Ratmann
y a la pequea Anne Lene al caf del domingo; la anciana acepto la invitacin con la misma
regularidad hasta poco tiempo antes de su muerte. Al da siguiente a las tres en punto se
10 Escenas con rebaos y parejas de enamorados, motivos tpicos del
arte decorativo del Rococ.
11 En alemn, Bauknecht. De este modo, o ms an como Buknecht, se
designaba en Schleswig-Holstein al pen principal, que en las grandes fincas
cumpla funciones de administrador.
12 Aqu, figuras de porcelana china con cabeza mvil.
detena, entonces, la pesada carreta del convento13 delante de la escalera de nuestra casa.
Nuestras sirvientas sacaban del auto a la anciana dama y a su pequea nieta y mi madre las
conduca al saln de fiestas de la casa, que ya estaba impregnado del aroma a caf y de las
masitas del domingo. Una vez que los manteles y cubremanteles haban sido dispuestos y
ambas damas sentado frente a frente a la mesa servida con pulcritud, nosotros, los nios,
tambin podamos sentarnos a una pequea mesa paralela y obtenamos nuestra parte de los
Eiermahnen14 y Bieschen15 o como se llamaran esas bellas cosas exquisitas.
Entretanto, cuando me acuerdo de esas tardes de domingo, tengo la impresin de
que nunca mis intentos de verter el caf de la taza al platillo fueron ms desafortunados; y
todava siento las severas miradas que la anciana dama me diriga desde su lugar, mientras
mi madre me pona como ejemplo a mi compaera de juego, de la que no puedo recordar
que alguna vez haya manchada al beber la servilleta o a su vestido blanco16.
Una tarde de domingo as, despus de que hubieran transcurrido algunos anos de
esta manera, ha permanecido de modo especial en mi memoria. Yo haba vagabundeado de
aqu para all por nuestra finca pensando con placer en el da de la fiesta y llegue
finalmente al lavadero, que estaba al final de la casa. Tambin aqu se haba hecho presente
el domingo; las mesas de pino estaban pulidas, los ladrillos holandeses, que cubran el piso,
se vean, pues, hmedos y frescos; haba una frescura tan agradable que casi sin pensar me
recost sobre una mesa y escuche el cacareo sooliento de las gallinas, que vena a mi
desde el corral vecino. Despus de rato escuch abajo, en la casa, desde la cocina ubicada
en la planta baja, traer la vajilla del caf, el tintineo de las tasas y las cucharas; y finalmente
percib tambin desde la calle la llegada de la carreta e inmediatamente despus la puerta de
casa que se abra. Pero el dulce sentimiento de tener ante m la fiesta de la tarde como un
regalo sin abrir, me haca siempre dudar de entrar a la casa. Entonces perciba la suma del
enjambre de moscas, que estaba bajo el sol, ante la puerta abierta. Anne Lene haba entrado
furtivamente. Todava la veo delante de m, la pequea grcil figura, cmo estaba parada
tranquilada en el umbral, balanceando el sombrero de paja con la mano, mientras el sol
brillaba sobre su pelo dorado, que rodeaba su cabecita con pequeos rulos. Me hizo una
sea con la cabeza, sin entrar, y despus dijo:
Deberas entrar!
An no entraba; mis ojos estaban todava prendidos del vestidito blanco de verano,
de la faja celeste y por ultimo de un viejo abanico que llevaba en la mano.
No quieres entrar, Marx? pregunto finalmente. La abuela dijo que debemos
practicar una vez ms el minu.
Yo estuve completamente de acuerdo. Desde haca algunas semanas habamos
practicado en la escuela de danzas esas artes ya anticuadas con mucho esmero, segn el
deseo comn a la seora Ratmann y mi padre.
13 Aqu habra que considerar ciertas particularidades de la regin de
Husum: lo que aqu se denomina convento es la Posada del caballero San
Jorge, que pone a disposicin de sus autoridades un coche que, por otra parte,
ofrece en alquiler a los dems ciudadanos.
14 Del bajo alemn Eiermaan (Eiermond): una confitura redonda
cubierta de azcar.
15 Verosmilmente, una deformacin de Biskuit: bizcocho.
16 En la poca, se consideraba que soplar el caf para enfriarlo era una
grosera; a cambio de ello, se lo pasaba de la taza al platillo, que era ms
hondo que en la actualidad.
As, pues, entramos; hice mi reverencia ante la abuela de Anne Lene y beb mi caf
con especial cuidado, para mostrarme ya digno frente a mi graciosa compaera. Luego,
cuando mi padre hubo entrado a la sala y se sumergi con su vieja amiga en cuestiones de
negocios, mi madre nos llev a la habitacin de enfrente y se sent al piano. Haba
colocado sobre el tapete Don Juan.17 Nosotros nos pusimos uno frente al otro y yo hice mi
reverencia, como me la haba ensenado el maestro de baile. Mi dama la acepto halagada, se
inclin cortsmente, volvi a incorporarse y cuando la meloda son dije:
T eres para m la ms atractiva, Zerlina; baila conmigo.
Entonces los pequeos pies se deslizaron en las botitas de cordobn18 por el piso,
como si lo hicieran sobre un espejo de agua. Con una mano, mi compaera sostena el
abanico abierto apretado contra el pecho, al par que las puntas de los dedos de la otra mano
levantaban el vestido. Sonrea; la fina carita brillaba exultante de orgullo y gracia. Mi
madre, mientras que nosotros nos deslizbamos hacia adelante en lnea recta con pequeos
pasos, y nos acercbamos y hacamos reverencias, haca rato que haba dejado de mirar las
teclas. Tambin ella, como su hijo, no poda apartar los ojos de la pequea silueta que
pareca estar suspendida, ejecutando ante ella con graciosa serenidad las figuras de la
antigua danza. Estbamos por llegar de esta manera al tro19, cuando la puerta de la
habitacin se abri lentamente y entr un joven vecino, de cabeza enorme, el hijo de un
viejo zapatero, que en los das laborables me prestaba excelentes servicios en mi juego de
ladrones y soldados.
Qu quiere se? pregunt Anne Lene, al tiempo que mi madre dejaba de tocar.
Quera jugar con Marx dijo el muchacho y baj la cabeza, mirndose
abochornado sus botas rsticas.
Sintate, Simon replic mi madre, hasta que termine la danza; despus
pueden ir todos juntos al jardn. Luego nos hizo una sea y comenz a tocar el tro.
Yo avanc20, pero Anne Lene no hizo lo propio; dej caer los brazos y examin con
manifiesto mal humor la cabeza desgreada de mi compaero de juegos.
Qu hay? pregunt mi madre. Acaso Simon no puede ver lo que
aprendieron?
Pero la disposicin de nimo idealizada de la pequea patricia pareci perturbarse
sensiblemente ante la presencia de esa aparicin que remita a los das laborables. Puso el
abanico sobre la mesa y dijo:
Deja jugar a Marx con el nio.
Todava siento con vergenza que, para complacer a la nia, y sin un atisbo claro de
arrepentimiento, abandon a mi amigo plebeyo.
Ve Simon dije con algo de angustia hoy no tengo ganas de jugar.
Y el pobre muchacho se desliz de su silla y sali de all sin hacer ruido.
Mi madre me dirigi una mirada penetrante, y tanto yo como Anne Lene, cuando
sta entabl luego una relacin ms estrecha con nuestra casa, debimos escuchar de aquella
ms de un pequeo sermn, cuyo texto se basaba en esa historia. Pero por entonces la
pequeos pies danzantes haban confundido todo mi corazn de muchacho. Yo no pensaba
17 Es decir, la pera Don Giovanni de Mozart. A lo que aqu se alude es
al minu del final del primer acto.
18 En alemn, Corduanstiefelchen. Botas blandas de piel de cabra.
19 Parte central en la forma musical del minu (o del scherzo)
20 En alemn, avancieren. Paso de danza consistente en moverse hacia
adelante, en direccin al acompaante.
nada ms que en Anne Lene, y cuando al lunes siguiente le llev a su casa una cestita de
labores que haba olvidado, la llen previamente con pastillas, cuya adquisin slo haba
sido posible sacrificando todo mi pequeo caudal.
Un ao despus, aproximadamente, volviendo una tarde de un viaje de vacaciones,
pas por la casa de Anne Lene. Como la puerta de entrada estaba abierta, se me ocurri
entonces entrar para entregarle en mano una insignificancia que haba comprado para ella
durante el viaje. Entr al corredor y mir a travs de la puerta vidriada de la sala, pero no vi
a nadie. Haba una particular soledad en la habitacin. La arena clara21 yaca intacta en el
pasillo y, enfrente, el espejo estaba tapado con sabanas de seda blanca22. Mientras que
contemplaba esto y un miedo inconsciente me impeda entrar, escuch el vaivn de una
puerta en el interior de la casa, e inmediatamente despus vi venir a mi padre con una nia
de la mano, que estaba vestida de negro. Era Anne Lene. Sus ojos estaban rojos por el
llanto, y por encima del crespn negro apareca la carita plida y los cabellos finos y
dorados ms tiernos que nunca.
Mi padre me saludo y me dijo luego, posando su mano sobre la cabeza de la nia:
Ahora van a ser hermanos; Anne Lene vivir a partir de hoy en nuestra casa como
mi protegida, ya que su abuela, tu vieja amiga, ha muerto.
Escuch en realidad slo la primera parte de esta notica, ya que la perspectiva
determinada de estar continuamente en compaa de la graciosa nia, provocaba en mi
fantasa una serie de representaciones alegres, que me hacan olvidar completamente el
lugar en donde nos encontrbamos. Cuando Anne Lene pas su brazo alrededor de mi
cuello y me bes, mientras sus lgrimas humedecan mi rostro, apenas si lo advert.
Das despus tuvo lugar el entierro con toda la solemnidad de la clase patricia, tal
como la muerta lo haba dispuesto punto por punto en vida. Me encontraba con mi madre y
Anne Lene en la casa velatoria. Todava recuerdo bastante bien cmo el repique de las
campanas, la conversacin apagada de toda la gente de negro y las colosales y decorativas
velas de cera del crespn que, encendidas, eran llevadas delante del fretro, provocaban en
m un agradable espritu festivo que contrapesaba perfectamente el miedo involuntario ante
ese pompa.
Al otro da comenz otra vez la marcha laboral de la rutina diaria de la vida. Anne
Lene estaba ahora conmigo en una misma casa, pero el tiempo de nuestro encuentro ya no
era ms como antes el de las horas dominicales de juego. Mis deberes escolares para el
Gymnasium23 eran controlados por mi padre con ms rigidez que antes, y Anne Lene sola
tener una ocupacin, fuera del horario escolar, bajo la vigilancia de mi madre.
Durante mis horas libres adquiran un lugar cada vez ms importantes los juegos
propios de varones, y nunca pude lograr que mi pequea amiga participara de nuestro juego
de los ladrones o que siquiera se sentara en la tienda turca, que yo haba armado con viejas
alfombras y que colgaba de la punta de un peral.
Slo una alegra nos qued en comn durante casi toda nuestra juventud. Los
terrenos del Staatshof fueron arrendados desde la muerte de la anciana seora Ratmann a un
propietario vecino, mientras que la vivienda junto con el terrapln qued bajo la
21 En el norte de Alemania se acostumbraba, hace aos, recubrir los
pisos con arena despus de fregar.
22 En la poca se acostumbraba tapar los espejos de la csa en ocasin
de una muerte.
23 Correspondiente a la escuela secundaria.
supervisin de la vieja Wieb y su esposo. Debido a que la finca quedaba slo a media hora
de la ciudad, se nos haba concedido el permiso de ir siempre que quisiramos los
domingos despus del almuerzo. Y cuntas veces recorrimos ese camino! Sobre la llana
calle que atravesaba el pantano hasta el pueblo y luego lateralmente, por los pantanos, de
un portn al otro, hasta que llegbamos al oscuro grupo de rboles de la finca, que ya se
divisaba sobre la extensa llanura al dejar la ciudad. Cun a menudo nos volvamos en la
caminata y calculbamos el trayecto que habamos recorrido y mirbamos hacia atrs, en
direccin a las torres de la ciudad que quedaban a nuestras espaldas, en medio del vapor del
sol! Siento como si el sol hubiese brillado en cada una de esas tardes de domingo y como si
el aire de esa infinita llanura verde hubiese estado siempre lleno del canto de las alondras.
A la pareja de ancianos de la finca le estaba destinada una habitacin en el piso
inferior de la casa, que antes haba sido habitada por la familia; pero ellos vivan, por su
propia eleccin, como antes, en la pieza de los criados, ya que estaba unida al establo y a
las restantes habitaciones de la tienda. Habitualmente venia ya a nuestro encuentro desde el
portal el viejo Marten en camisa blanca dominguera y nos extenda la mano a su manera
silenciosa; no poda dejar de ir a ver si venan sus jvenes huspedes.
Si nos atrasbamos un poco, lo encontrbamos seguro en el camino, afuera, en los
pantanos, con su inseparable compaero, el bastn24, al hombro; y mientras Anne lene iba
por el entarimado25 que rodeaba los portones, me ensenaba a saltar las zanjas al modo de la
regin. Adentro, en la habitacin, la cafetera, sola esparcir su aroma sobre la larga mesa
lustrada y la vieja Wieb, luego de darme la mano y de correrle a su nia predilecta los
cabellos transpirados de la frente, nos serva muchas tasas, tantas, como podamos beber, y
todava una ms para hacer cumplido26, como ella deca. Cuando ya nos habamos
refrescado de esta manera y la vajilla estaba otra vez ordenada, la anciana sacaba su rueca
del rincn, detrs del cofre27, y comenzaba a hilar. Entonces, dejaba deslizar el hilo por los
dedos de Anne Lene y nos mostraba la tersura y delgadez del mismo; ya que, como lo
confes tiempo despus, el traje de novia para su joven ama deba tejerse con el lino que
ella hilaba los domingos. Pero no aguantbamos mucho tiempo junto a ella, no nos
contentbamos hasta que nos entregaba su gran llavero. Con ste en nuestro poder
subamos entonces la escalera oscura en direccin al piso superior y abramos una tras otra
las puertas de los cuartos desiertos, en los que el aire hmedo de los pantanos ya haba
comenzado desde haca tiempo su proceso de destruccin en los cielos rasos y en las
paredes. Entrabamos a esas habitaciones con una vida curiosidad, aunque sabamos que
adentro no haba nada para ver ms que los papeles medio desteidos y hacia un costado de
la habitacin, el armazn vaco de la cama de la duea muerta. Cuando nos quedbamos
24 En alemn, Springstock. En los pantanos se emplean bastones largos
para saltar por encima de las numerosas depresiones. Tena una superficie
chata un poco ms grande en el extremo inferior, de modo que al sumergirlos
en el terreno fangoso no se hundieran ni se quedasen encajados.
25 Fubrett: entarimado construido con tablas que, dispuesto frente a la
puerta de entrada, permite atravesar una empalizada.
26 Frs Ntigen (en bajo alemn, ndigen): exhortacin a comer y
beber. La repeticin del Ntigen era vista como un gesto de hospitalidad. Se
acompaaba el ofrecimiento de una ltima taza de caf con la frmula noch
een frt Ndigen.
27 Tragkiste: cofre con manijas a ambos lados. En el campo, constitua el
mobiliario ms usual para guardar la ropa, en especial, la ropa blanca.
demasiado tiempo, la anciana nos llamaba desde abajo y nos mandaba al jardn que estaba
delante de la casa. Pero la soledad que reinaba arriba, en los cuartos abandonados, tambin
reinaba all. Hacia donde uno mirara, colgaba entre los arbustos altos el enredado de la cepa
virgen; sobre el sendero cubierto de pasto las avispas haban armado sus nidos pegajosos en
los frambuesos de un rojo encarnado. Aunque hacia anos que nadie se ocupaba del lugar,
todo creca sin embargo en la mayor exuberancia, y al medioda, en la poca hmeda del
verano, cuando florecan los jazmines y los caprifolios, la vieja Hauberg estaba como
hundida en aromas.
Anne Lene y yo nos internbamos al azar en ese bosque florecido para procurarnos
el encanto de vagabundear sin peligro. No pocas veces conseguamos imaginar que
habamos llegado hasta la hmeda alameda en el ngulo del jardn y en su lugar estbamos
inesperadamente delante de la vieja glorieta, que ahora serva para guardar
temporariamente los frutos del verano. Entonces buscbamos a travs de los vidrios
opacados a la delicada pareja de pastoras que an, como hace aos, estaba en el medio de la
pared, arrodillada en el pasto. Y sacudamos en vano las puertas que eran mantenidas
cuidadosamente bajo llave por la vieja Wieb, ya que el piso en su interior se haba vuelto
inseguro, y aqu y all se poda ver a travs de las grietas de las tablas, el agua que corra
por debajo.
As pas el tiempo. Anne Lene se haba convertido, antes de que lo percibiera, en
una muchacha adulta, mientras que yo apenas si me contaba todava entre los individuos
jvenes. A decir verdad, recin me di cuenta de esto cuando entr un da a la habitacin con
otro peinado. Desde que ella misma se encargaba de su ropa, sta era casi ms simple que
antes. Especialmente le gustaba el blanco, de tal modo que se me hizo casi inseparable en el
recuerdo de la representacin de su personalidad. Slo un lujo ostentaba: llevaba siempre
los guantes ingleses ms finos y como sin embargo no tema asir todo con ellos, el par
usado deba reponerse pronto por uno nuevo. Mi madre, que en cuanto burguesa era
ahorrativa, sacuda la cabeza en vano. De la cajita de joyas heredada de su abuela, Anne
Lene tom el da de su confirmacin una pequea cruz de diamantes, que se colgaba del
cuello con una cinta negra desde entonces. Fuera de esto, nunca vi que llevara puesto una
joya.
El tiempo en el que deba comenzar mi estudio de farmacia en la universidad se
aproxim. En compaa de Anne Lene hice mi visita de despedida a nuestros viejos amigos
del Staatshof. Venamos precisamente de un pantano, donde el arrendatario, como es
habitual all, dejaba trillar su cosecha de colzas sobre una gran vela. Segn la costumbre de
la regin, en la que la dura faena autoriza a desahogarse de todas las maneras, nos haban
cubierto de una andanada de insultos y burlas; ni mi gorra roja de escolar ni mi entonces,
por cierto, desgarbada figura haban quedado a salvo. Tambin Anne Lene haba recibido su
parte, pero apenas se saba si se trataba de burlas o halagos inconscientes, ya que en
definitiva todo aluda al contraste entre su naturaleza delicada y la manera torpe y un poco
pesada de la regin. Y, en realidad, cuando un contemplaba, cmo el viento del verano le
corra de sus sienes los pequeos rizos dorados y cmo sus pies caminaban tan fcilmente
por el pasto, uno apenas poda creerse que ella perteneciera a ese lugar. La pequea cruz
colgada de la cinta negra, que resplandeca en su cuello, habra contribuido a aumentar esa
impresin en los trabajadores.
Cuando llegamos a los terraplenes encontramos a la vieja Wieb en la puerta de la
casa riendo con una mendiga a la que aparentemente intentaba despedir. Los ademanes
fervientes de esta mujer, que todava era bastante joven, me resultaban muy familiares.
Tambin en la ciudad iba todos los sbados de puerta en puerta y desde haca aos
mascullaba la idea de que haba sido engaada en su herencia materna por el viejo Ratmann
van der Roden, al que durante su gestin se le haba confiado las cuestiones tutelares. A
causa de tales manifestaciones ya haba sido multada ms de una vez y ahora pareca, a
juzgar por la conducta de ambas partes, totalmente decidida a contarle tambin a la vieja
servidora de la familia van der Roden esta odiosa historia.
Las empecinadas contendientes, en su arrebatamiento, no se movieron de su lugar a
nuestra llegada, y como para pasar al zagun debamos hacerlo entre ellas, Anne Lene
recogi entonces su vestido para no rozar a la mendiga. Pero sta le cerr el paso:
Ea, linda doncella dijo, haciendo una gran reverencia ante ella y moviendo sus
polleras agujereadas con una coquetera repugnante no tenga miedo, que mis trapos
estn todos lavados! Por cierto que las ligas de seda han desaparecido hace mucho y las
medias me las quit tu abuelo, que en paz descanse; pero tal vez quieras los zapatos?
Y con estas palabras se sac las botas radas y las golpe una contra la otra
fuertemente.
Tmalas, nia mimada! grit, tmalas! Son zapatos de mendigo, podrs
necesitarlos pronto.
Anne Lene estaba parada frente a ella completamente inmvil; Wieb, sin embargo,
cuyos ojos llenos de temor no dejaban de mirar a su joven seora, meti la mano en el
bolsillo y le dio una moneda a la mendiga.
Ahora, lrgate, boba dijo puedes volver por la noche; qu ms buscas aqu?
Pero la mendiga no se inmut. Se incorpor mirando con desprecio a la vieja con
una expresin de calculado desdn.
Qu busco? grit y torci la boca, que dej ver su dentadura brillante entre los
labios. Los bienes de mi madre busco, con los que taparon los agujeros de vuestro viejo
techo.
Wieb mostr la intencin de hacer entrar a Anne Lene a la casa.
Qudese, seorita dijo la mujer y dej deslizar la moneda recibida en el bolsillo
ya me voy; ac no hay nada ms que encontrar. Pero agreg, inclinndose hacia la
anciana con una mueca misteriosa no vuelvo a dormir en tu altillo. Por las noches algo
que deambula por su casa arranca el mortero entre los ladrillos. Ojala la vieja seora
altanera tambin estuviera sentada abajo para que todos ustedes recibieran de una vez su
merecido!
En el rostro de Anne Lene se dibuj un estupor, como si esas palabras la hubiesen
afectado tanto como algo totalmente imposible.
Wieb grit qu dice esa mujer? a quin se refiere, Wieb?
Sucumb ante la ira al ver a mi joven amiga indefensa, y antes de que la mendiga
ganara tiempo para encontrar una respuesta, la tom del brazo y la arrastr por el patio
hasta el camino. Pero cuando ya haba cerrado de golpe el portn de rejas detrs de ella y
suba otra vez al terrapln, la escuche proferir sus fervientes insultos.
Vete a casa, muchacho me grit tu padre es un hombre honesto, qu andas
recorriendo el mundo con la ramera?
Adentro en el cuarto de los criados, encontr a Anne Lene arrodillada ante su vieja
niera, con la cabeza apoyada en su regazo.
Wieb deca quedamente dime la verdad, Wieb!
madre, en la punta del banco. El hidalgo, sin prestarle ms atencin, atrap una mosca que
volaba cerca de l. Vi cmo la sostena de sus alas cuidadosamente con sus dedos, cmo
inclinaba la cabeza hacia abajo y pareca observar con atencin los movimientos indefensos
de la criatura. Despus de un rato tom la pluma de escribir que estaba junto a l, la
sumergi en el tintero y comenz a pintar en pequeos movimientos una tras otra la cabeza
y el caparazn de su pequea vctima. Pero luego cambi su procedimiento; alej la pluma
y la dirigi repetidas veces como para golpear contra el pecho del animal, que con las finas
patas intentaba en vano defenderse de esa punta que la agreda. Sus ojos brillantes estaban
concentrados completamente con esta tarea. Pero finalmente pareci haberse hartarse de la
misma; traspas al animal y lo dej caer delante de s, en la mesa, respondiendo
simultneamente a una pregunta de mi padre que habra atrado su atencin.
Yo haba asistido a este espectculo como hechizado, y a Anne Lene pareci
ocurrirle lo mismo, ya que la escuch respirar como alguien que es liberado de repente de
una fuerte presin.
Unos das despus echamos de menos a Anne Lene en la mesa del almuerzo, lo que
hasta ese momento nunca haba sucedi. Cuando sal al jardn para buscarle, me top con el
hidalgo que, como de costumbre, pas a mi lado inclinando levemente la cabeza. Como no
vi a Anne Lene, fui hasta la parte ms baja del jardn, en la que mi padre haba instalado un
pequeo vivero. All estaba ella, apoyada su espalda contra el tronco de un joven manzano.
Pareca totalmente concentrada en una vivencia interna porque sus ojos estaban fijos y no
miraban nada, y sus pequeas manos reposaban cerradas sobre su pecho. Le pregunt:
Qu te sucedi? pero no levant los ojos; dej caer los brazos y dijo: Nada, Marx,
qu debera haber pasado?
Pero de casualidad yo haba notado que la copa del pequeo rbol era sacudida a
intervalos regulares como por un latido, y comenc a sospechar qu podra haber ocurrido
aqu; era, al mismo tiempo, un impulso para hacerle sentir a Anne Lene que poda
engaarme. Seale el rbol con el dedo y dije: Mira cmo te late el corazn!
Estos sucesos, que entonces haba olvidado pronto, no dejaron de intranquilizarme
hasta que finalmente las penas y alegras de la vida estudiantil los relegaron a un segundo
plano.
No debo hablar de m.
Dos aos ms tarde, para las Pascuas aproximadamente, volv al pueblo como joven
28
doctor. Ya antes me haban escrito que la baja continua de los precios del agro hara
necesaria la venta del Staatshof y que Anne Lene se habra convertido de una rica heredera
en, tal vez, una muchacha pobre. Tambin me enter en ese momento de que su
compromiso parecera deshacerse. Las cartas del novio se haban hecho cada vez menos
frecuentes y desde haca un tiempo totalmente inexistentes. Anne Lene lo haba soportado
sin quejarse, pero su salud haba sufrido, y en la actualidad se encontraba desde haca unas
semanas afuera, en el Staatshof, para reponerse; una de las habitaciones pequeas del piso
superior haba sido acondicionada para ella.
Aunque no le haba escrito desde su compromiso, no poda, sin embargo, dejar de ir
a visitarla el mismo da de mi llegada. Ya haba pasado el medioda cuando llegu al
28 En vistas del contexto histrico al que remite la narracin, resultaba
superfluo indicar que se trataba de un doctor en medicina, ya que slo esa
carrera se conclua habitualmente con una promocin.
Staatshof. Encontr a la vieja Wieb afuera, en el camino, parada junto a un portn, donde
un sendero conduca sobre los pantanos hasta el dique exterior29. Ella no me haba visto
llegar, ya que estaba de espaldas al camino, y cuando inadvertidamente tom su mano
spera, no pudo reconocerme en un primer momento. Pero pronto vino a la vieja cara una
expresin de alegra y dijo:
Gracias a Dios que ests aqu, Marx! Un alma fiel como la tuya nos est
haciendo falta!
Dnde est Anne Lene? pregunt. La vieja seal con la mano hacia el campo
y me dijo preocupada: Ah va otra vez, en busca del aire del atardecer!
Apropiadamente a mitad de camino hacia el dique que aqu al norte de la finca asla
el terreno del mar, vi cruzar a una figura femenina por los pantanos.
Pon la cafetera al fuego, Wieb dije. La voy a buscar; volvemos pronto.
Despus de un rato haba alcanzado a Anne Lene. Cuando grit su nombre, se qued
parada y gir la cabeza hacia m. Repentinamente sent cunto se haba borrado su imagen
en mi recuerdo. Tan encantadora no me la haba imaginado nunca, y sin embargo era an la
misma. Slo sus ojos parecan haberse vuelto ms oscuros, y las lneas de su delicado perfil
estaban un poco ms marcadas que hace unos aos. Tom sus dos manos.
Querida Anne Lene dije recin llegu. Quera verte hoy mismo!
Te agradezco, Marx me contest saba que llegaras hoy.
Pero sus pensamientos no parecan estar en esta bienvenida, ya que enseguida apart
sus ojos de m y sigui andando por el sendero.
Acompame un poco agreg luego volvemos juntos a la finca.
Pero hace fro, Anne Lene!
Ah, no hace fro! dijo, ajustndose el chal a los hombros.
Por lo tanto, seguimos andando. Busqu distintos temas de conversacin, pero
ninguno result. Comenz a anochecer; un viento hmedo del noroeste soplaba desde el
mar sobre el campo, y delante de nosotros se vea pasar, sobre el dique de la baha, contra el
cielo oscuro de la tarde, algunos carros como sombras chinescas. Despus de un rato vi a un
hombre bajar por un costado del dique y venir hacia nosotros por el camino. Era el cartero,
que dos veces por semana trae desde la ciudad las cartas para los propietarios de las fincas.
Sent cmo Anne Lene apur su paso, porque el cartero se nos acercaba.
Tienes algo para m, Carsten? pregunt, buscando en vano ocultar en su voz
un desasosiego interno.
El mensajero busc entre las cartas de su cartera de cuero.
Por esta vez no, querida seorita dijo finalmente con una timida amabilidad,
dejando caer otra vez la solapa levantada sobre su cartera.
Ya le deba de haber dado esta respuesta a menudo. Anne Lene guard silencio un
momento.
Est bien, Carsten dijo luego puedes venir con nosotros y cenar.
Pareca haber alcanzado la meta final de su caminata, ya que al decir estas palabras
se dio vuelta y nos dirigimos con el cartero hacia la casa. El atardecer ya se haba
precipitado con violencia. Desde la parcela por la que pasamos se perciban los sonidos
cortos de los zarapitos reales, que yacan ocultos en los surcos. De cuando en cuando
volaba un avefra, gritando ante nosotros, y en los prados estaba el ganado todo junto, en
29 Hafdeiche: dique exterior que da al mar, por oposicin al interior
[Binnendeiche].
Los papeles de flores doradas estaban despegados por la humedad y por partes
colgaban de las paredes hechos pedazos. En todos lados sobresalan los lugares en donde
antiguamente haban estado colgados los retratos de familia. Bajamos otra vez y llevamos a
la habitacin vaca una mesa y algunos bancos del jardn; despus abrimos las ventanas, a
travs de las cuales los arboles ya proyectaban largas sombras y las muchachas se tomaron
entre s y bailaron unas con otras.
Esperen! Hagamos una corona de luz! grit, que arriba, en el cielo raso,
descubr an el gancho de hierro del que haba pendido una vez la araa de cristal sobre la
mesa de gala de la casa. Enseguida encontramos dos listones de madera y los clavamos en
cruz.
Anne Lene baj al jardn con las muchachas, y desde la ventana vi cmo recogan
las flores del jazminero y de las frambuesas, tan rojas.
Arrncala dijo Anne Lene cuando una de las muchachas la mir dubitativa
ac todo crece solo.
Pero ella misma estaba parada, sin arrancar nada. Despus de un momento todos
volvieron arriba y comenzaron a adornar mi corona de luz intercalando flores rojas y
blancas. Luego, despus de que se puso una vela encendida a cada extremo se colg la obra
de arte. Las pocas luces no podan iluminar el amplio saln, pero afuera, la luna ya haba
salido y apareci por las ventanas, y era bonito de ver cmo la lmpara de flores se mova
en el medio de la habitacin abandonada y cmo se avivaba el aroma cuando las
muchachas bailaban debajo de aqulla. De repente escuchamos el trote de un caballo y un
sonoro latigazo.
Ah llega la msica! dijeron, y todos se asomaron a las ventanas. Abajo, entre
los rboles, estaba Peters; una pequea y flaca figura estaba sentada detrs de l en el
caballo, arco y violn en mano.
Mirndolo de cerca reconoc ciertamente que era el viejo sastre Drees, un
hombrecito muy hbil, que ya con la aguja, ya con el arco del violn se procuraba sustento.
Los duros tiempos le haban ensenado a tolerar algunas bromas pesadas.
Tcanos algo, Drees! grit Peters. Haz tu reverencia ante las damas!
Pero ni bien el viejo se solt de la silla de montar y apoy su violn bajo el mentn,
Peters espole el caballo, que dio coces; y el viejo se tambale, aferrndose otra vez con
fuerza a la silla. Anne Lene estaba delante de m; vi en la tenue iluminacin cmo le suba
el rubor a las sienes.
Drees! grit baja!
El viejo se dispuso a apearse del caballo, pero el jinete ri y espole al animal.
Marten dijo Anne Lene al cuidador, que estaba junto a su mujer en la puerta
sujeta el caballo, Marten!
Aj, Anne Lene! grit Peters, pero no intent proseguir con su diversin, y
dej que Marten ayudara al viejo a bajar.
Enseguida estuvieron todos arriba, en la sala, y despus de que Peters hubo calmado
al viejo msico con algunos vasos de vino, ste se sent sobre un gran barril y comenz a
tocar sus piezas. Las parejas bailaron y pronto nuestra lmpara de flores comenz a
moverse a uno y a otro lado por el movimiento de los bailarines. Busqu a Anne Lene, pero
debi de haber salido inadvertidamente, y como no haba quedado una compaera de baile
para m, abandon yo tambin el saln, pensando encontrarla abajo, con los viejos
cuidadores de la finca.
Cuando entr a la habitacin de los criados, vi slo a la vieja Wieb, que trabajaba
activamente en sus medias tejidas. Sac una aguja de la pechera para avivar la lmpara que
alumbraba escasamente ese cuarto bastante grande. Entonces me mir y dijo: Ustedes se
divierten en forma violenta, Marx! Klaus Peters ya se cree el seor de la finca?
Pronto lo ser respond eso ya no se puede cambiar!
La vieja guard silencio un momento, y sus pensamientos parecan moverse desde
los antiguos bienes de la familia hasta los ltimos herederos de sta.
Marx dijo, dejando la media tejida sobre la mesa Por qu estuviste lejos
tanto tiempo?
Qu podra haber cambiado yo, Wieb?
Y los dos largos aos! Si tan slo no hubiese venido el pjaro de mal agero!
agreg, como si hablara consigo misma. Ella era an en aquel entonces la rica heredera;
es decir, as estaba en boca de la gente; pero ya cuando la anciana mujer parti a la
eternidad, no quedaban ms que las pesadas hipotecas. Dios le ayude! Ahora la finca tiene
que venderse. No por m, Marx, no por m; Marten y yo nos podemos arreglar un par de
aos ms.
Es mejor as, Wieb dije quizs quede todava un resto para Anne Lene de
modo que no viva en la miseria.
La vieja mujer se restreg encima de los ojos con el delantal.
Es cruel dijo moviendo la cabeza una familia as!
Desde arriba se escuchaba el ruido que los bailarines hacan con los pies; en el
establo contiguo escuch, como todos los das a esa hora, al criado llevar el carro y los
dems aparatos a su lugar.
Cuando alc la vista, Anne Lene estaba parada en la puerta. Estaba plida, pero no
salud amablemente con la cabeza y dijo:
No quieres bailar, Marx? Estuve arriba; la pequea Juliane te busca con sus ojos
marrones por todos los rincones.
Bromeas, Anne Lene. Qu me importa a m Juliane?
No, no Marx! Ten cuidado; Klaus Peters est bailando ya por segunda vez con
ella.
Pero, Anne Lene me acerqu a ella, quieres bailar conmigo?
Por qu no?
Pero un minu, Anne Lene.
Un minu, Marx, y agreg sonriendo no es cierto que el amigo Simon
puede presenciarlo?
Cuando quisimos ir, la vieja tom la mano de Anne Lene.
Nia dijo preocupada el docto te lo prohibi!
Pero Anne Lene replic: Oh, buena Wieb, no me hace dao; yo lo s mejor que
el doctor! y mi deseo de bailar con ella era tan grande que toler esta afirmacin.
Cuando entramos en el saln, me dirig hacia el rincn y le ped al pequeo Drees
un minu. Busc en sus libros pero no tena ms la vieja danza. Nos tuvimos que conformar
con un vals. Klaus Peters se aproxim a la mesa, llen el vaso hasta el borde y brind con
Drees.
Toca, Drees! grit pero no rasques as, que va a bailar gente fina.
El viejo se acerc el vaso a la boca. Bien, seor Peters dijo, mirando al joven con
sus pequeos y penetrantes ojos.
Qu nos vaya bien cuando seamos viejos!
Entre los arboles, que estaban del otro lado dela gua, se vea como a travs de un
oscuro marco el paisaje lejano, iluminado por la luna, en el que aqu y alla los caserios
sobresalan de la llanura como manchones de niebla. Estaba tan silencioso que no se
escuchaba nada ms que el murmullo del caaveral que estaba en las zanjas.
Mira, Anne Lene dije la tierra duerme. Qu bella es!
S, Marx contest en voz baja y t eres an tan joven!
Y t ya no lo eres?
Sacudi lentamente la cabeza.
Ven dijo aqu est hmedo.
Y seguimos adelante a travs de una cerca cada hacia la huerta al lado de la casa y
hacia abajo, a lo largo del agua, hasta las zonas del bosquete que estn delante de la casa.
Aqu nos encontrbamos en nuestro viejo lugar de juegos; todava estaban los mismos
arbustos, entre los que alguna vez de nios nos habamos extraviado; ahora las ramas caan
ms sobre el camino que en aquel entonces. Fuimos por el estrecho sendero junto al canal,
que se extenda a nuestro lado amplio y negro en la sombra de los rboles. Se escuchaba el
rumiar suave del ganado, que pastaba a la luz de la luna en los bordes del pantano, y al otro
lado, desde la plantacin de caa, resonaba el trino del gorrin, del pequeo y despierto
compaero de la noche. Pero enseguida escuch slo el ruido de los pequeos pies que
caminaban a una corta distancia de m tan ligeros.
En ese misterioso sonido de la noche lleg de repente, desde la zona del dique, el
grito agudo de un ave marina que volaba alto en esa direccin. Como haba aguzado mi
odo percib tambin desde la lejana el romper de las olas, que en la clara noche se
revolcaban afuera sobre la profundidad desierta y secreta, cuando la marea entrante las
haba arrojado en la playa. Me sobrevino una sensacin de soledad y desamparo; casi sin
darme cuenta balbuce el nombre de Anne Lene y extend ambos brazos hacia ella.
Marx, qu te ocurre? grit, dndose vuelta hacia m. Pero estoy ac!
Nada, Anne Lene dije pero dame tu mano; haba olvidado el mar y de
repente lo escuch.
Estbamos en un lugar libre delante de la glorieta del jardn, cuyas puertas abiertas
colgaban de los goznes rotos. La luna brillaba sobre la pequea mano de Anne Lene, que
reposaba tranquila sobre la ma. Nunca haba visto la luz de la luna sobre la mano de una
muchacha, y me sobrecogi esa maravillosa mezcla de deseo terrenal y la dolorosa
sensacin de su carcter efmero. Involuntariamente cerr con fuerza la mano de la
muchacha en la ma; pero con la vergenza propia de la juventud baj en el mismo
momento la vista al piso. Sin embargo, cuando Anne Lene dej callada su mano en la ma,
me anim, finalmente a enfrentarla con los ojos. Ella haba vuelto su cara hacia m y me
miraba triste, con compasin, no s an hoy si de m o de ella misma. Luego se apart de
m suavemente y pis el umbral de la glorieta.
Vi brillar a travs de los agujeros del suelo el agua iluminada por la luna y tom el
vestido de Anne Lene para mantenerla atrs.
No te preocupes, Marx! dijo, entrando y moviendo su grcil figura por las
tablas sueltas. La madera y la piedra no se caern conmigo.
Se dirigi hacia la ventana de en frente y mir por un momento la noche clara,
despus levant con la mano un pedazo del viejo papel, que colgaba de la pared a su lado, y
contempl a la luz de la luna los motivos medio difuminados.
Ya cumplieron su tiempo dijo; las bellas parejas de pastores tambin quieren
despedirse. Les debe de haber llamado la atencin que los acicalados seores y seoras
vestidos de blanco, con los que antao se reunan tan alegremente en el verano, haya
desaparecido uno tras otro. Una vez y dej caer la voz, como si hablara en sueos una
vez tambin yo particip de esas reuniones, pero era an una pequea nia. Wieb me lo ha
contado despus muchas veces. Y ahora todo se desmorona! No lo puedo soportar, Marx;
me dejaron completamente sola.
A m me pareci que ella no deba de seguir hablando as.
Vamos a la casa dije los otros querrn pronto volver a la ciudad.
No me escuch; dej caer sus brazos en su vestido y dijo lentamente: l tuvo
razn. Quin se lleva a la hija de una casa como sta?
Sent cmo se me llenaban los ojos de lgrimas.
Oh, Anne Lene! exclam y atraves los escalones que conducen a la glorieta
. Yo me la llevo! Dame la mano, conozco el camino de regreso al mundo.
Pero Anne Lene inclin su cuerpo e hizo con los brazos un movimiento brusco para
apartarme de ella.
No grit, y haba en su voz una angustia mortal t no, Marx, no avances!
No nos soporta a ambos!
En un instante vi los rasgos marcados de su amado rostro iluminados por un rayo de
luz tenue, pero despus ocurri algo y pas tan rpido que mi memoria no lo ha podido
retener. Una tabla del suelo se levant; vi el brillo del blanco vestido, luego escuch el
murmullo del agua debajo de m. Abr bruscamente los ojos; la luna brillaba en el cuarto
vaco. Quera ver a Anne Lene, pero no la vea. Era como si algo huyera de mi cabeza y yo
tuviera que rescatarlo a toda costa si no me quera volver loco. Pero mientras mis
pensamientos perseguan esa cosa absurda, de pronto o la msica de baile que venia de la
casa. Esto me devolvi la consciencia; profer un grito agudo y salt al agua al lado de la
glorieta. El canal era profundo, pero yo no era un nadador sin experiencia; me sumerg y
mis manos se aferraron a la hierba resbaladiza que abundaba en el fondo. Abr los ojos y
trat de ver; pero slo senta una suerte de luz turbia sobre m. Mis ropas no me haba
desprendido de ninguna de ellas me obligaron a volver a la superficie. All intent
recobrar el aliento y repet luego mi intento. En vano. Pronto volv a estar de pie sobre la
escarpada orilla y mir a lo largo del canal sin saber qu hacer. De pronto sent una mano
pesada en mi hombro y una voz exclam:
Marx, Marx, qu est haciendo? Dnde est la nia
Reconoc que era Wieb.
All, all! grit y tend las manos hacia la zanja.
La vieja me tom del brazo y me arrastr por la fuerza hacia abajo, a la orilla del
canal. Finalmente pude decrselo y corrimos a lo largo del agua hasta la prgola, en el
rincn del jardn, donde las ramas de los viejos y altos alisios cuelgan hasta tocar el agua.
Por fin la encontramos; tena los ojos cerrados y la pequea mano apretada.
Le di a la vieja Wieb algunas instrucciones respecto de lo que tena que suceder
ahora; luego saqu al bayo del establo y galop hacia la ciudad para buscar un mdico, ya
que en este caso no confi en mi propio arte an joven. Pronto estuvimos de regreso, pero
las sombras de lo efmero que tan temprano se haban cernido sobre esa joven vida, no la
abandonar nunca ms.
Cuando volvimos unas horas ms tarde a la ciudad, el cortejo fue tan solemne y
silencioso y los gritos de los pjaros que vuelan por la noche sobre el mar nos sonaron tan
distantes que mi corazn poco experimentado se desesper de no volver a encontrar jamas
la huella de aqulla que se haba perdido tambin en ese inmenso cuarto.
El dueo actual de la finca es Klaus Peters. Hizo demoler el viejo galpn de heno y
construy en su lugar una vivienda moderna. Las habitaciones de la tienda estn separadas
de la casa. Ha tenido razn, les va bien; transporta los ms grandes bueyes de engorde a
Inglaterra; en sus cuartos tiene los muebles ms caros y con su Juliane reboza de salud y
comodidad. Pero yo nunca ms estuve otra vez all.