Pensamiento de Benjamin Constant
Pensamiento de Benjamin Constant
Pensamiento de Benjamin Constant
Enrique Aguilar
Es sabido que el debate sobre las dos libertades puede ser examinado, al menos, bajo dos
aspectos. En efecto, si por un lado encontramos la distincin entre una dimensin cvica o
participativa y el sentimiento de independencia individual a que responde (Berlin dixit) la
acepcin negativa,1 por el otro est el problema de la asignacin, respectivamente, a
antiguos y modernos de esas dos valoraciones de la libertad. Y es que no faltan autores
que, suscribiendo la primer distincin, rechazan, en cambio, el criterio segn el cual el
mundo clsico habra desconocido por completo la libertad negativa. Como botn de
muestra, basta con sealar el caso de Hayek en The Constitution of Liberty, donde la
libertad aparece definida justamente como independencia frente a la voluntad arbitraria
de terceros (vis--vis la libertad poltica, la libertad interna o de autodeterminacin y la
libertad como poder), al tiempo que se afirma que la autntica y genuina tradicin del
liberalismo se remonta a la Antigedad griega y romana, por lo que el argumento de
Constant resultara, como ya lo haba considerado Jellinek, esencialmente errneo. 2
El presente trabajo intenta ser una aproximacin a ese debate, con Constant como
protagonista principal, y a este fin se mencionarn primero algunos antecedentes que
puede decirse allanaron el camino para la distincin entre libertad antigua y moderna.
Porque, si bien es cierto que a Constant corresponde el mrito de haberla popularizado, 3
tambin lo es que el tema conoca anteriores tratamientos. As, Thomas Hobbes ya haba
procurado disociar el concepto moderno de libertad, la libertad como ausencia de
1
Isaiah Berlin, Dos conceptos de libertad [1958], en Libertad y necesidad en la historia, Revista de Occidente,
Madrid, especialmente pp. 137 ss. Recurdese que para Berlin el sentido negativo de la palabra libertad est
implicado en la respuesta a la pregunta sobre cul es el mbito en que al sujeto se lo deja hacer o ser lo que es
capaz de hacer o ser, sin que en ello interfieran otros.
2
Friedrich Hayek, The Constitution of Liberty [1959], The University of Chicago Press, Chicago, 1960, caps. I y
Cfr. Georges Burdeau, El liberalismo poltico [1979], Eudeba, Buenos Aires, 1983, p. 132.
Ver Thomas Hobbes, Leviatn, o la materia, forma y poder de una repblica eclesistica y civil [1651], Parte II,
cap. XXI, Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1990, pp. 171 ss. Ver tambin, al respecto, Jos Guilherme
Merquior, Liberalismo viejo y nuevo [1991], Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1993, pp. 27 s.
5
Montesquieu, Del Espritu de las leyes [1748], Libro XI, cap. II, Claridad, Buenos Aires, 1971, p. 186.
Stephen Holmes: Benjamin Constant and the Making of Modern Liberalism, Yale University Press, New York,
Adam Ferguson, An Essay on the History of Civil Society [1767], Part I, Section VIII, Transaction Publishers,
10
Cfr. Ezequiel Gallo, La tradicin del orden social espontneo: Adam Ferguson, David Hume y Adam Smith, en
Libertas, nro. 6, Buenos Aires, mayo de 1987, pp. 151 s. La expresin de Ferguson en obra citada, Part V, Section
II, p. 213.
los jueces que, junto con la unin federal, evitaban las perturbaciones y violentas
revoluciones que a las repblicas griegas o italianas mantenan en un estado de perpetua
oscilacin entre los extremos de la tirana y la anarqua. 11 En la misma tnica, el artculo
X alude al terrible espectculo que ofrecan las democracias puras de la antigedad,
incompatibles con la seguridad personal y los derechos de propiedad. De ah el error de
los tericos que patrocinaban esa forma de gobierno, seguros de que, igualando
absolutamente los derechos polticos, se podran igualar a un tiempo las posesiones,
sentimientos y opiniones.12
Permtaseme recordar una afirmacin de Guillermo de Humboldt, en su obra Lmites de
la accin del Estado, de 1792, aunque publicada pstumamente en 1851. Se refiere a la
considerable distancia que media entre los estados antiguos y los modernos, cuando se
evalan las restricciones vigentes, respectivamente, en inters de los individuos. ...Los
antiguos buscaban la virtud; los modernos buscan la dicha. Es por eso, aade Humboldt,
que aquellas restricciones eran antes ms gravosas y peligrosas, porque afectaban
directamente la existencia interior del hombre, lo cual explica, a su turno, el carcter
unilateral que presentaban, forjado en gran parte por un sistema de educacin comn y de
vida tambin comn, conscientemente organizada.13
Cmo no alarmarse frente al discurso de este nuevo gnero de apstoles, se preguntaba
Volney en sus Leons dhistoire (1794), que haciendo culto de la antigedad proponen
modelos diametralmente opuestos a sus intenciones, y que hasta son capaces de olvidar
que en Esparta una aristocracia de treinta mil nobles tena bajo su yugo a doscientos mil
siervos?14 No otro era el motivo de la rplica de Mme. de Stal, en su ensayo sobre las
11
Hamilton, Madison y Jay: El Federalista [1787-88], Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1957, p. 32. Cfr.
adems Natalio R. Botana, La tradicin republicana, Sudamericana, Buenos Aires, 1984, cap. II, pp. 74 s.
12
13
Guillermo de Humboldt, Ideas para un ensayo de determinacin de los lmites que circunscriben la accin del
Cit. por Luis Dez del Corral: El pensamiento poltico de Tocqueville, Alianza Editorial, Madrid, 1989, p. 201.
15
Cit. por Holmes, ibid., p. 35. Segn Holmes en el captulo 3 de este texto, del que se presume fue coautor
17
Cfr. Georg Jellinek: Teora General del Estado [1911], Albatros, Buenos Aires, 1954, captulo dcimo, seccin
todava no consciente de los derechos que nos parecen hoy los ms sagrados. 18
Pasemos ahora al discurso de Constant.
18
libertad de los gobernados. Pero en los siglos anteriores al nuestro, por el contrario, se trataba de saber en qu
consista la de los gobernantes [...] Cit. por Bertrand de Jouvenel: Los orgenes del Estado moderno [1976],
Aldaba, Madrid, 1977, pp. 189 s. (No est de ms recordar, con todo, que Sismondi tampoco rechaz por completo
la libertad poltica; antes bien, crea inconveniente una libertad que no tuviese otro fin que la defensa de los
intereses individuales, y en otro texto no ocult su aoranza por el modo como los antiguos enseaban a sus
ciudadanos el amor a la patria, en lugar de tener a sta como una asociacin cuyos beneficios y prdidas se
calculan y de la cual uno se retira tan pronto como el balance resulta desfavorable; bid., pp. 191 s.). Sobre su
conocimiento fiel de la bondad y excesos de la libertad antigua, ver tambin Natalio R. Botana, ob. cit., pp. 113
s.
19
Benjamin Constant, De la libert des anciens compare celle des modernes [1819], en Cours de politique
constitutionnelle, Ed. par E. Laboulaye, Guillaumin, Paris, 1861, T. II, p. 541 (mi traduccin).
20
Ibid., p. 548.
que cada pueblo viviese en permanente roce con sus vecinos, por lo que la guerra,
promotora de la esclavitud, era la ocupacin casi habitual. En segundo lugar, y en parte
como consecuencia de lo anterior, el hecho de que el comercio fuera entonces un
accidente feliz y no, como ocurre en nuestros das, la verdadera vida de las naciones,
que apetecen nicamente el reposo, con l la comodidad, y como fuente de sta la
industria.21
Constant, queriendo ser prudente en [su] refutacin y respetuoso en [su] censura, 22 la
emprende contra Rousseau y, sobre todo, el abate Mably, quien detestaba la libertad
individual como se detesta a un enemigo personal. 23 A imitacin de los antiguos, ambos
haban tomado la autoridad del cuerpo social por la libertad, creyendo que las
restricciones a los derechos individuales se veran compensadas por la participacin
cvica. Sin embargo, afirma, [l]a independencia individual es la primera necesidad de los
modernos. En consecuencia, nunca debe sacrificrsela para establecer la libertad
poltica.24 De donde se desprende que ninguna de las instituciones que en las repblicas
antiguas obstaculizaban la libertad individual (verbigracia, el ostracismo griego o la
censura romana) es actualmente admisible.
Adelantando su argumentacin final, Constant seala que si la libertad individual es la
primera libertad moderna, la libertad poltica es su garanta 25 y, por tanto, algo ni ms
ni menos indispensable. Slo que, a este derecho a consentir las leyes y deliberar sobre
nuestros intereses, se aaden los nuevos deberes que los avances de la civilizacin
imponen a la autoridad en defensa de los hbitos, sentimientos e independencia de los
individuos, hoy mejor resguardados tambin por obra del comercio, que al cambiar la
naturaleza de la propiedad, hacindola circular, contribuye a eludir la arbitrariedad. Por
lo dems, aunque el rgimen representativo descargue sobre unos pocos lo que la nacin
21
Ibid., p. 545.
22
Ibid., p. 549.
23
Ibid., p. 550.
24
Ibid., p. 552.
25
Ibid., p. 555.
no puede o no quiere hacer por ella misma,26 queda siempre la vigilancia activa y
constante que sta ha de ejercer sobre sus representantes, y aun el derecho de alejarlos
del cargo si ha visto burladas sus aspiraciones.
Aparece claro, as, el peligro que amenaza a la libertad moderna. Porque del mismo modo
que el hombre antiguo, ocupado tan slo en asegurar su participacin en el poder social,
descuidaba sus derechos y goces individuales, puede ahora suceder que, absortos en el
goce de nuestra independencia privada y en la persecucin de nuestros intereses
particulares, renunciemos demasiado fcilmente a nuestro derecho a participar en el
poder pblico.27 Los goces deben ir de la mano de las garantas que, insiste Constant,
estn en la libertad poltica. Renunciar a ella, por consiguiente, sera una locura
semejante a la de quien, so pretexto de no habitar sino en el primer piso, edificara un
edificio sin cimientos. Se trata, por aadidura, del ms enrgico medio de
perfeccionamiento a nuestro alcance, toda vez que, sometiendo a todos los ciudadanos,
sin excepcin, al examen y estudio de sus intereses ms sagrados, engrandece su espritu,
ennoblece sus pensamientos, establece entre todos ellos una suerte de igualdad intelectual
que hace a la gloria y al podero de un pueblo. 28
En conclusin, Constant cree haber demostrado la necesidad de aprender a combinar
las dos especies de libertad, por lo que hace votos para que las instituciones, adems de
respetar los derechos individuales, procuren que los ciudadanos consagren su influencia
a la cosa pblica, llamndolos a participar con sus determinaciones y sufragios en el
ejercicio del poder y garantizndoles un derecho de control y vigilancia. 29
Ibid., p. 558.
27
Ibid.
28
Ibid. p. 559 s.
29
Ibid.
Edouard Laboulaye: La libert antique et la libert moderne [1863], en LEtat et ses limites, cinquime dition,
Ibid.
individual, que encarnara luego en los privilegios feudales. 32 Por otro lado, reconoce la
deuda que la libre asociacin, la libertad de opinin y de prensa, as como la educacin
libre mantienen con la emancipacin de la conciencia proclamada por los reformadores
protestantes.
En los albores de la Revolucin, prosigue el autor, bajo el influjo de Lafayette, los
pensadores norteamericanos y, desde luego, el Bill de 1689, la libertad moderna pareca
imponerse. Pero a poco recaera Francia en la soberana antigua, con Robespierre, Saint
Just y dems polticos incapaces de comprender el peligro que ello significaba para los
grandes Estados modernos, cuyos pueblos viven de la industria y no se renen a todo
hora en la plaza pblica. Industria e inters privado que, a la vuelta de unos aos, pasada
ya la Constitucin del ao III, Bonaparte y la Carta, resista an al control de la
administracin, que quiere confiscarlo y dirigirlo todo.33
Es cegarse a la evidencia, termina Laboulaye, no ver que el reino de individuo se acerca,
y que todo el esfuerzo de la poltica debe ser secundar este nuevo progreso de la
humanidad.34 Y enseguida, en respuesta a quienes objetaban a Francia no tener ni el
espritu ni las costumbres de libertad, se pregunta: Cundo se nos ha dejado gozar de la
libertad, para declararnos incapaces de usarla? [L]a libertad no es una cuestin de raza,
es una cuestin de civilizacin, es decir, de prctica y de educacin. 35
La cit antique (1864), de Fustel de Coulanges, es otra de las obras a mencionar, ms
precisamente en su captulo XVIII, del Libro III, cuyo ttulo es en s mismo elocuente:
Omnipotencia del Estado; los antiguos no han conocido la libertad individual. En
resumen, se afirma all que nada haba en el hombre antiguo que fuese independiente. Su
cuerpo perteneca al Estado y estaba consagrado a su defensa; su fortuna, a disposicin
de una eventual requisa. Ciudades haba que prohiban el celibato y leyes que reglaban
32
Ver, al respecto, Enrique Aguilar: El liberalismo poltico: apuntes para una discusin sobre sus antecedentes.
(Entre el Medioevo y el siglo XVI), en Libertas, nro. 26, Buenos Aires, mayo de 1997, pp. 248 ss.
33
34
Ibid., p. 133.
35
Ibid., p. 136.
10
hasta la vestimenta. Segn los antiguos cdigos de Esparta y Roma, recuerda tambin de
Coulanges, no se toleraban ciudadanos deformes o contrahechos. Los filsofos u hombres
de estudio no tenan derecho a vivir aparte: deban votar en la asamblea y ejercer, llegado
el caso, la magistratura. No enrolarse en un partido era una falta pasible de prdida de
ciudadana. La educacin, sobre la cual los padres carecan de derechos, era comn y el
hombre no era libre tampoco de elegir sus creencias: estaba sometido a la religin de la
ciudad, so pena de ser ajusticiado (como Scrates) o reprimido severamente. Se dictaba,
sin ms, el ostracismo, como medida precautoria, a quien hubiese adquirido demasiada
influencia pblica. ... El Estado consideraba el cuerpo y el alma de cada ciudadano
como de su pertenencia, asegura de Coulanges. Por eso, es un error singular entre todos
los errores humanos, el haber credo que en las ciudades antiguas haba gozado el hombre
de libertad. Ni siquiera tuvo idea de ella. No crea que pudiera existir un derecho frente a
la ciudad y sus dioses [...] Gozar de derechos polticos, votar, nombrar magistrados,
poder ser arconte, he aqu lo que se llamaba libertad; pero el hombre no estaba menos
avasallado por el Estado. Los antiguos, y sobre todo los griegos, exageraron siempre la
importancia y los derechos de la sociedad; sin duda se deriv esto del carcter sagrado y
religioso que la sociedad haba revestido en su origen (entindase, el hecho de que la
ciudad antigua se hubiese fundado sobre una religin, que se confunda con el poder
poltico, basamento incompatible ste con el reconocimiento de la verdadera libertad, la
libertad individual). 36
36
Fustel de Coulanges: La ciudad antigua [1864], Emec, Buenos Aires, 1951, p. 314, 316 y, en general, todo el
captulo. Excuso recordar que en esta obra bas Alberdi las conclusiones de su trabajo sobre La omnipotencia del
Estado (1879), donde se atribuye enfticamente a la nocin greco-romana del patriotismo y la patria la negacin de
la libertad individual caracterstica de las tiranas sudamericanas. Segn aqulla, refiere Alberdi, [l]a Patria es
libre, en cuanto no depende del extranjero; pero el individuo carece de libertad, en cuanto depende del Estado de
un modo omnmodo y absoluto. La Patria es libre, en cuanto absorbe y monopoliza las libertades de todos sus
individuos; pero sus individuos no lo son porque el Gobierno les tiene todas sus libertades. (Cito por la edicin del
Centro de Estudios Econmico-Sociales, Guatemala, 1986, p. 3.) Al respecto, ver Ezequiel Gallo: Liberalismo,
centralismo y federalismo. Alberdi y Alem en el 80, en Investigaciones y Ensayos, nro. 45, Academia Nacional de
la Historia, Buenos Aires, 1996, pp. 377 ss.
11
En una obra posterior, la Histoire des institutions politiques de lAncienne France (1875),
y en uno de sus captulos iniciales sobre La monarqua romana, escribir Fustel de
Coulanges: [L]o que los romanos llaman Res publica era una autoridad dominante,
cuyos poderes no tenan lmite [...] Suponer que las instituciones, al igual que los
comicios y que las elecciones de magistrados, estaban hechas para garantizar la libertad
de los ciudadanos, es atribuir a los romanos ideas que se hallaban muy alejadas de su
espritu. Y a continuacin: La Repblica era una especie de monarca absoluto ante el
cual todo se doblega. Todo se encontraba bajo la vigilancia del Estado, incluso la religin,
incluso la vida privada y todo le estaba subordinado, hasta la moral; el hombre careca de
toda garanta en sus derechos individuales.37
Esta visin en nada difera de la que Ernest Renan volc en su conferencia, de 1869,
sobre La part de la famille et de lEtat dans leducation. En efecto, tambin aqu se habla
de la educacin y la religin como asuntos que, en las pequeas sociedades griegas,
estaban reservados exclusivamente al Estado. La primera, leemos, estaba reglada hasta en
sus menores detalles: todos realizaban los mismos ejercicios corporales, aprendan los
mismos cnticos y participaban en ceremonias igualmente uniformes. De nuevo se
menciona aqu el caso emblemtico de Scrates y se pone de relieve, asimismo, el hecho
de que la ciudad antigua fuese al mismo tiempo familia, Iglesia y Estado. Semejante
imperio sobre las cosas del alma sera hoy considerado como una insoportable tirana,
aduce Renan. ... La libertad era la independencia de la ciudad, pero de ningn modo la
independencia del individuo, el derecho del individuo a desarrollarse a su gusto, aparte
del espritu de la ciudad. 38 El noble error de los revolucionarios haba sido creer que
era posible recrear ese modelo de ciudadano, que no viva sino para el Estado. Esparta
fue entonces el sistema de ensueo. Se quera formar soldados en lugar de hombres. Pero
el hombre moderno, que tambin tiene una patria, la concibe contrariamente como una
libre sociedad que cada uno ama porque encuentra en su interior los medios para
37
Cit por Marcel Prelot: Historia de las ideas polticas, La Ley, Buenos Aires, 1971, p. 153.
38
Ernest Renan: La part de la famille et de lEtat dans leducation [1869], en La Rforme intellectuelle et morale,
12
40
13
41
John Dalberg-Acton: The History of Freedom in Antiquity [1877], en Essays in the History of Liberty, Selected
Writings of Lord Acton, edited by J. Rufus Fears, Liberty Classics, Indianapolis, 1986, pp. 17 s. (mi traduccin).
Importa consignar que el concepto de libertad que preside este ensayo la define como la seguridad de que cada
hombre va a ser protegido para hacer su deber contra la influencia de la autoridad, las mayoras, la costumbre y la
opinin (bid., p. 7).
42
Ibid., p. 19.
43
Ibid., p. 22.
14
De nuevo cabe aclarar, como se hizo ms arriba a propsito de los antecedentes previos al
discurso de 1819, que en los pasajes aqu citados de Laboulaye, Fustel de Coulanges,
Renan, Spencer o Acton no se agotan ni con mucho las referencias en donde es posible
seguir la huella de Constant. Sin ir ms lejos, dos citas de John Stuart Mill resultan no
menos elocuentes en este sentido. La primera, tomada de On liberty, refiere cmo [l]as
antiguas repblicas se consideraban con derecho -cosa que los filsofos aprobaban- a
44
Ibid., p. 23.
45
Ibid., pp. 27 s.
15
John Stuart Mill: On liberty [1859], chapter I, Ed. by Alburey Castell, Appleton-Century-Crofts, New York,
1947, p. 13 (mi traduccin). En el captulo II alude a la moralidad de las mejores naciones paganas, para la cual
los deberes hacia el Estado guardan un lugar desproporcionado infringiendo la justa libertad del individuo (bid.,
p. 49).
47
John Stuart Mill: Del gobierno representativo [1862], captulo IV, Tecnos, Madrid, 1985, pp. 51 s.
48
16
interesa hacer lugar a sus argumentos, junto a otros ms o menos afines, antes de entrar
en el desarrollo final del trabajo.
Primeramente, entiende el autor que es imposible caracterizar en pocas palabras, por lo
comn basadas en la experiencia espartana, un tipo de Estado que cubri varios siglos y
que reviste varios aspectos. As, en la Atenas del siglo IV (caso en el que prefiere
concentrarse por estimarlo mucho ms representativo e influyente que el lacedemonio) el
individuo tena un poder tan grande y tan reconocido que todo reformador social
necesitaba contar con l, y aun lo que perda, sin darse cuenta, en beneficio del Estado
lo reciba con creces mediante su participacin en el gobierno [donde] reside justamente
lo esencial del ciudadano, lo que le diferencia del mero habitante. 49
Jellinek reitera algo dicho aqu ms de una vez: que la polis descansaba en la unidad
inquebrantable de Estado e Iglesia. En ello debera buscarse el origen de las pesadas
exigencias venidas de un Estado que se ocupaba del Derecho, la honestidad de la vida y
cuanto es sagrado y querido al hombre. Un giro importante indica que se produjo tras la
guerra con los persas, cuando Demcrito y Scrates empiezan a sentirse ciudadanos del
mundo. A poco andar, en cnicos y estoicos se ver claramente formulado el concepto
individualista de la libertad, as como en los epicreos la nocin mecnica, atomstica y
utilitaria del Estado. Este individualismo habra alcanzado plena satisfaccin en la
democracia ateniense a partir de Pericles, agrega Jellinek, y bastara con remitirse al libro
VI de La Poltica para dar con la anttesis entre participacin en el Estado y libertad
respecto de ste prevista ya, con gran sagacidad, por Aristteles.50
A Jellinek no lo conmueven los comentarios de Coulanges. No existen acaso en nuestro
tiempo leyes de temperancia, limitaciones a la riqueza, regulaciones a la enseanza y
otras varias medidas policacas? Cmo concebir las insuperables creaciones
espirituales de Atenas sin una ancha esfera de libertad individual? Qu son unos pocos
procesos por impiedad al lado de las humillaciones y los desafueros jurdico-sociales
de esta poca, tan ponderada, de los derechos fundamentales garantidos? No proviene de
49
50
17
los griegos la idea, recogida por el moderno Estado de Derecho, de que las obligaciones
al individuo slo pueden ser impuestas por ley? Ms bien, la diferencia entre Estado
antiguo y moderno pasara slo por el reconocimiento que el segundo hiciera del
carcter jurdico (en sentido positivo) de la libertad individual, que por fuerza hubo de
faltar a Grecia y a Roma al faltarles lo que es su correlato, a saber: la conciencia de la
oposicin entre individuo y Estado. [L]a libertad del individuo moderno est
expresamente reconocida dentro de la ley del Estado, en tanto que en la antigedad se
consideraba esto tan evidente y claro, que jams lleg a hallar un puesto en la
legislacin.51
Estas y otras razones llevan a Jellinek a concluir que la doctrina de Constant, Stahl y
Mohl debe desaparecer definitivamente de la literatura. 52 Sin embargo, no deja de
sorprender su afirmacin de que [j]ams la antigedad lleg a reconocer al hombre por
s mismo, como persona, y de que sin la oposicin medieval entre rex y regnum, por un
lado, e Iglesia y Estado, por el otro, difcilmente se hubiese llegado a reconocer de una
manera expresa al individuo como un poder social que tiene derechos por s mismo, sin
correr el riesgo de que el Estado lo hubiese absorbido por completo. A lo que aade
todava: ... La esfera enteramente libre del Estado de que disfrutaba el hombre antiguo
tena precisamente un carcter precario; pero dada su propia concepcin del mundo y del
Estado, no se encontraba en condiciones de defenderla y transformarla en un derecho
propio [...] El Estado antiguo slo conoca la forma democrtica como la nica en que se
pudiera realizar la idea de libertad; y lo crea con justicia, porque en la formacin monista
del Estado la participacin de todos en la soberana es la nica manera posible de
alcanzar la libertad [...] Y termina Jellinek: ... Falta por completo a la doctrina antigua,
precisamente, el reconocimiento de que corresponde al individuo un lugar propio y
originario jurdicamente frente al del Estado, [que aparece como] omnipotente, porque
falta todo motivo para una limitacin jurdica y porque no exista en el mismo, tan
51
Ibid., pp. 228 ss. Para el caso romano, ver pp. 234 ss.
52
Ibid., p. 232.
18
Ibid., pp. 234 y 246 s. Para la visin de Jellinek del Estado medieval, pp. 237-242.
54
Guido de Ruggiero: Historia del liberalismo europeo [1925], Pegaso, Madrid, 1944, p. 103.
55
Benedetto Croce: La historia como hazaa de la libertad [1938], Parte cuarta, cap. VIII, Fondo de Cultura
19
realidad de las grandes obras que los hombres libres de Atenas llevaron a cabo en la
poltica, en el pensamiento, en la poesa, en las artes, en toda la cultura y la civilizacin.
Los mbitos de la vida social todava no penetrados de libertad sern, en todo caso,
materia de futuras reclamaciones; pero, entretanto, los que s lo estn componen la
historia efectiva, que es adelanto y progreso, la nica que de verdad interesa a quien es
capaz de distinguirla en sus sombras [y] con sus sombras, pero [que] no por eso llama
tiniebla a la luz.56
Mencion inicialmente a Friedrich Hayek y sus obra The Constitution of Liberty, en la
cual la libertad es definida como la ausencia de limitaciones y/o coaccin derivadas de la
voluntad arbitraria de terceros que, en tanto libertad personal o individual, no debemos
confundir con la libertad (usualmente llamada poltica) que consiste en participar en la
eleccin del gobierno, el proceso de legislacin y en el control de la administracin; esta
ltima, segn Hayek, una libertad colectiva, aplicable a grupos de hombres tomados en
conjunto, y que no obliga a alguno en particular a ejercitarla para ser considerado libre
como individuo.57
Sin embargo, en el captulo XI sobre La evolucin del Estado de Derecho, no escatima
crticas a la falsa interpretacin de Hobbes, Constant, Fustel de Coulanges o,
contemporneamente, Harold Laski, a la que opone, de la mano de Jellinek y, asimismo,
el importante estudio de Havelock sobre The Liberal Temper in Greek Politics, el
testimonio, entre otros, de la Oracin fnebre de Pericles, donde, si hemos de creer a
Tucdides, se declara abiertamente que la libertad de que disfrutamos en nuestro
gobierno se extiende tambin a la vida ordinaria [y] lejos de ejercer celosa vigilancia
56
57
Dice Hayek: ... Difcilmente pueda sostenerse que los habitantes del Distrito de Columbia, o los residentes
extranjeros de los Estados Unidos, o las personas demasiado jvenes para votar no gozan de completa libertad
personal porque no participan de la libertad poltica. Y renglones abajo: ... Quiz el hecho de que hayamos visto
a millones de seres votar su total subordinacin a un tirano haya hecho comprender a nuestra generacin que la
eleccin del propio gobierno no asegura necesariamente la libertad. Ms an, parecera tonto discutir sobre el valor
de la libertad si cualquier rgimen aprobado por el pueblo fuera, por definicin, un rgimen de libertad (ob. cit.,
cap. I, pp. 13 s.; mi traduccin).
20
sobre todos y cada uno, no sentimos clera porque nuestro vecino haga lo que le plazca.
Parejamente, Hayek destaca el modo como la filosofa estoica preserv el sentido de la
libertad individual trasmitindolo a la posteridad y, sobre todo, hace hincapi en el
significado que para los griegos tuvo la palabra isonoma, que ya Herodoto haba
preferido a democracia, y una de cuyas consecuencias fuera la exigencia de igual
participacin de todos en el gobierno. Andando el tiempo, parte de la moderna doctrina
whig estar impregnada de esta concepcin que, bajo la frmula del gobierno de las
leyes y no de los hombres, sera recogida adems en la Oceana de Harrington.58
De la tradicin derivada de la Repblica romana, Hayek reivindica las famosas Leyes de
las XII Tablas, bajo cuyos auspicios se form gradualmente el primer sistema
desarrollado de derecho privado; tambin ensalza a Tito Livio, Tcito y, en especial, a
Cicern que acu, entre otros, el concepto de las leges legum o reglas generales que
gobiernan la legislacin ordinaria, y, finalmente, recuerda cmo en este perodo clsico
(que se extiende hasta el siglo II de nuestra era, cuando empez su avance el socialismo
de Estado) existi una completa libertad econmica, causa en gran medida de la
prosperidad y podero de Roma.59
Llama la atencin que Hayek considere difcil de comprender que en una fecha tan
avanzada como 1933 Laski pudiera argumentar todava en la misma lnea de Constant.
Porque, a decir verdad, no son pocos los autores que, en el transcurso de este siglo,
hicieron lo propio. Por lo pronto, cuando en el captulo VII sobre El gobierno
mayoritario Hayek subordina, en trminos de una relacin de medio a fin, la democracia
al liberalismo cita en abono de su posicin un ensayo de Ortega y Gasset donde, para
ilustrar el virtual antagonismo entre ambas tendencias (una que se pregunta por la
titularidad del poder, la otra que atiende ms bien a su ejercicio), contrapone su autor la
sensibilidad jurdica de la Edad Media por el derecho adscripto a la persona (entonces
bajo la forma de privilegios), al tipo antiguo de Estado que al implicar una disolucin
58
59
21
total en el cuerpo de la Polis o Civitas, se apodera del hombre ntegramente, sin dejarle
resto alguno para su uso particular.60
Otro ejemplo luminoso es el de Isaiah Berlin, que aun cuando reste importancia al
problema de determinar en qu circunstancia se hizo por vez primera explcita en
Occidente la idea de la libertad individual, reconoce no haber encontrado ninguna
prueba convincente de ella en el mundo antiguo. Y frente a los reiterados testimonios en
contrario, su respuesta merece ser leda in extenso: ... Cuando Pericles y Nikias
comparan la libertad de los ciudadanos atenienses con el destino que tienen los sbditos
de estados menos democrticos, lo que dicen (me parece a m) es que los ciudadanos de
Atenas gozan de libertad en el sentido de que se gobiernan a s mismos, que cumplen sus
deberes cvicos por amor a su polis, sin tener que ser coaccionados, y no bajo el aguijn y
el ltigo de leyes o amos salvajes (como en Esparta o en Persia). Igualmente -contina-,
el director de un colegio podra decir que sus alumnos viven y obran con arreglo a buenos
principios, no porque estn forzados, sino porque estn inspirados por la lealtad que
tienen al colegio, por el espritu de equipo y por el sentido de solidaridad e ideales
comunes; mientras que en otros colegios estos resultados tienen que lograrse por miedo al
castigo y a severas medidas. Pero en ninguno de estos dos casos se piensa en la
posibilidad de que un hombre, sin perder el valor que tenga, sin incurrir en desacato, o
sin que disminuya por eso su esencia humana, se retire por completo de la vida pblica,
persiga solamente fines privados y viva en un mbito propio en compaa de sus amigos,
como despus aconsej Epicuro, y como quiz haban predicado antes que l los
60
Ibid., p. 103 y nota 2 en p. 442. El texto de Ortega, incluido en las Notas del vago esto [1925], en Obras
Completas, Tomo II, Revista de Occidente, Madrid, 1961, pp. 421 ss. Hayek cita por la edicin de Invertebrate
Spain (New York, 1937), que se conoce trae como anexo este ensayo de El Espectador, al menos en su seccin
titulada Ideas de castillos. Ver tambin Del Imperio romano (1940), bid., Tomo VI, pp. 79 ss., donde dice Ortega
que el ciudadano romano [n]o concibe siquiera qu pueda ser un individuo humano aparte de la colectividad a que
pertenece. El hombre, a su juicio, no es hombre sino como miembro de una ciudad. Esta es antes que l. La ciudad
no es una suma de individuos, sino un cuerpo legalmente organizado, con su estructura propiamente colectiva. El
individuo no existe polticamente, ni puede actuar, sino al travs de rganos pblicos: la curia, la tribu, la centuria.
Como individuo y directamente, no puede hacer nada (cfr. Enrique Aguilar: Sobre el liberalismo en Ortega,
Editorial Tesis, Instituto Torcuato Di Tella, Buenos Aires, 1986, pp. 44 ss.).
22
61
62
23
Ibid., p. 153. En la Introduccin recin citada aclara Berlin que el sentido en que utiliza indistintamente el
trmino libertad civil o poltica no implica simplemente la ausencia de frustracin (que puede conseguirse
eliminando los deseos), sino tambin la ausencia de obstculos que impidan posibles decisiones y actividades, la
ausencia de obstrucciones en los caminos por los que un hombre puede decidir andar (p. 37).
64
Giovanni Sartori: Teora de la democracia [1987], Vol. II, cap. X (La democracia griega y la democracia
Ibid., pp. 344 ss. En p. 355 dice Sartori, en relacin a Atenas, que [e]ra una comunidad que desconfiaba de las
24
66
Teora de la democracia, ob. cit., pp. 353 s., 356, 360 y 362.
67
C. F. Friedrich: El hombre y el gobierno [1963], cap. vigsimo, Tecnos, Madrid, 1968, pp. 387 s. y, en general,
todo el captulo.
68
25
Pero estbamos en la crtica de Hayek y otras precedentes que convienen, segn vimos,
en recusar por falsa o, al menos, inexacta la tesis de Constant, con argumentos en su
mayora sugestivos. Ahora bien, al margen de que sea o no histricamente defendible,
hay en ella la afirmacin tajante de la superioridad de un modelo sobre el otro? ... Se
comprende -escribe Bobbio- que en una concepcin progresiva de la historia, como lo era
aquella en la que se inspiraba Constant, el epteto de moderno expresara un juicio de
aprobacin y el de antiguo un juicio de condena. 72 Sin embargo, de una lectura
69
70
Bertrand de Jouvenel: El Poder [1945], Mundos Abiertos, Madrid, s/f., Libro V, cap. 14, pp. 322 ss.
71
72
Norberto Bobbio: Igualdad y libertad [1977-79], Paids, Barcelona, 1993, p. 115 y tambin siguientes. Del
mismo autor, vase Liberalismo y democracia [1985], cap. I (La libertad de los antiguos y de los modernos),
Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1991, pp. 7-10. Insiste aqu Bobbio en que Constant, como buen liberal,
consideraba que estos dos fines [se refiere a la demanda antigua de distribuir el poder y la moderna de limitarlo]
eran contradictorios, toda vez que la participacin directa en las decisiones termina por someter al individuo a la
autoridad del conjunto.
26
detenida del discurso lo que parece desprenderse es ms bien la aceptacin de que las
condiciones sociales y polticas de la Antigedad eran en un todo diferentes de lo que son
en los Estados modernos, que por lo mismo requieren de una teora y una organizacin
poltica determinadas.73 Justamente, el hecho de abstenerse de un juicio valorativo es,
como explica Pierre Manent, lo que lleva a Constant a condenar cualquier intento de
imponer al hombre de hoy instituciones o prcticas pensadas para un mundo distinto, que
si no es posible que renazca no es debido a la irreversibilidad de la historia, sino al hecho
de que las pasiones modernas se abandonan menos a la accin que a la observacin y la
reflexin: de ah la necesidad del rgimen representativo. Con Constant, arguye Manent,
la crtica rousseauniana del hombre moderno o del alma moderna se pone al servicio del
liberalismo. Si el hombre moderno est esencialmente dividido entre su independencia y
su dependencia, entre l y s mismo en virtud de la mirada de los dems y de su propia
introspeccin, si vive en el elemento de la representacin, entonces el mundo de la accin
poltica pura en el que cada individuo se proyectaba a la plaza pblica tal como era y de
manera ingenua y generosa, le es en adelante inaccesible. 74
Y de este modo venimos a dar con el segundo de los aspectos mencionados en un
comienzo: el de la relacin entre las llamadas libertad poltica y libertad civil que, tal
como se presenta en Constant, fuera motivo de interpretaciones encontradas. 75 Hemos
73
Segn la autorizada opinin de Holmes, si el estado liberal resultaba deseable para Constant no era ello en virtud
de su respeto por los derechos naturales sino por ser la solucin poltica ms adecuada a los problemas de la
sociedad europea en el presente estado de su desarrollo econmico, cientfico y moral (ob. cit., p. 32). Sobre este
punto, vase tambin el artculo de Larry Siedentop titulado Two Liberal Traditions, donde se explica cmo los
liberales franceses de principios del XIX (Stal, Constant, los doctrinarios y, fundamentalmente, Tocqueville)
dieron un paso decisivo para el posterior desarrollo del pensamiento poltico al elaborar una teora inductiva del
cambio social como consecuencia de la cual, dadas ciertas condiciones sociales y econmicas, slo algunas
opciones polticas resultan viables (en Alan Ryan ed.: The Idea of Freedom. Essays in Honour of Isaiah Berlin,
Oxford University Press, 1979, especialmente pp. 155-157). No obstante los mritos de su trabajo, Siedentop pasa
por alto la importancia de la Ilustracin escocesa y aun de Montesquieu a este respecto. Sobre Constant y las dos
libertades, bid., pp. 169 s.
74
Pierre Manent, Historia del pensamiento liberal [1987], Emec, Buenos Aires, 1990, pp. 203-206.
75
Me hago cargo de que el uso de estos conceptos ofrece alguna dificultad puesto que ambos parecen derivar de
una misma voz, ciudad, slo que en griego y latn respectivamente. Empero, Merquior y otros han sealado que
27
visto cmo al trmino de su discurso la libertad de tomar parte en las decisiones pblicas
(la libert des anciens) era entendida como la garanta que a la par defiende y
perfecciona nuestras modernas libertades civiles, por lo que resultaba imperioso, segn la
propuesta, aprender a combinarlas. Tal la frmula de integracin a la que, con menos
rodeos que su antecesor, arribar despus Tocqueville mediante la nocin de ese sensato
egosmo, que lleva a sacrificarse en aras de la comunidad, que es el inters bien
entendido. Como es notorio, Tocqueville crea que las garantas constitucionales eran
insuficientes sin la disposicin de los individuos a reservar parte de su tiempo a lo
pblico. Por un lado, estaban las instituciones comunales, que ponen la libertad poltica
al alcance del pueblo y le hacen paladear su uso pacfico; por el otro, la prctica de las
asociaciones (con motivos de seguridad, de comercio e industria, de moral, religin u
otros) que habitan al hombre a obrar en comn con sus semejantes, convocando los
esfuerzos divergentes para empujarlos hacia una misma meta.76 Salvo que, en su caso, no
se ensamblaban dos concepciones diferentes de la libertad sino una forma unitaria,
aristocrtica en su origen pero democratizable (el derecho otrora particular a la
independencia que se ha vuelto ya general), con sus dos versiones de participacin y
seguridad individual.77
por lo menos desde Rousseau y Ferguson lo civil est asociado no ya a civitas sino a civilitas, en el sentido de
civilidad o civilizacin, por ende, el estado de la moral y las costumbres, sin ninguna conexin necesaria con la
poltica (ob. cit., p. 48). Al respecto, ver tambin Sartori, Elementos de teora poltica, ob. cit., p. 206. Conste,
pues, que cuando hablo aqu de libertad poltica, no empleo el trmino en la acepcin de Montesquieu (cfr. infra
nota 7), sino en la ms contempornea de Raymond Aron, que la defina como aquella de las libertades formales
que garantiza al ciudadano una participacin en los asuntos pblicos, que le da la impresin de que, por medio de
sus elegidos y eventualmente tambin de sus opiniones, ejerce una influencia sobre el destino de la colectividad
(Ensayo sobre las libertades [1965], Alianza Editorial, Madrid, 1974, p. 144).
76
Alexis de Tocqueville: De la democracia en Amrica [1853-1840], Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1978,
Cfr. Luis Dez del Corral, ob. cit., pp. 204 s. y Natalio R. Botana, pp. 174 s. De este autor, ver tambin La
libertad poltica y su historia, Sudamericana, Buenos Aires, 1991, pp. 186 s., donde se explica lcidamente cmo
el objeto de la libertad poltica en Tocqueville se desdobla segn se oriente a los ciudadanos como consumidores de
decisiones pblicas o como productores y partcipes de las mismas. En su ensayo sobre el Estado social y poltico
de Francia antes y despus de 1789 [1837], Tocqueville haba distinguido la nocin aristocrtica de la libertad,
perteneciente a un pasado muerto, de la nocin democrtica, que concepta ms justa. [Q]uerer ser libre en los
28
Pues bien, existe la opinin de que aquella parte final del discurso fue una coletilla
oportunista aadida a su cuerpo principal, producto de una operacin de montaje de
consideraciones circunstanciales con piezas procedentes de anteriores manuscritos. 78 Por
lo pronto, es indudable que la Francia de la Restauracin distaba mucho de ser la que
Constant conociera en el poca del Directorio o del Imperio. Si entonces haba que
defender la privacidad y la paz frente a los desbordes nacidos de la imitacin de las
antiguas repblicas, urga ahora afrontar a quienes pretendan volver las cosas a quicio,
esto es, anclarse en la Antiguo rgimen y borrar el proceso revolucionario. De ah que no
bastara con reclamar las libertades de expresin, conciencia, asociacin o comercio. En
pleno reinado de Luis XVIII, y para contener el avance de los ultras, se trataba de evitar
adems que el individuo, refugiado en la fortaleza de sus derechos, abdicara por
indiferencia de sus deberes ciudadanos.79
Pero segn la versin, ms convincente a nuestro criterio, que Stephen Holmes nos ofrece
de Constant, esa posibilidad de sntesis, que como ha dicho Botana es condicin
histrica de la repblica moderna o representativa que a la vez descansa sobre la virtud y
el inters,80 lejos de responder a un giro obligado por las circunstancias, habra sido una
temprana aspiracin de Constant, que si en la etapa presente lo enfrentaba a los
actos -escriba- o en algunos de los actos -no porque todos los hombres tengan un derecho general a la
independencia, sino por poseer uno mismo un derecho particular a permanecer independiente- era la manera de
entender la libertad en la Edad Media, y casi siempre ha sido interpretada as en las sociedades aristocrticas [...]
En cambio, segn la nocin moderna, dando por supuesto que todos han recibido de la naturaleza las luces
necesarias para guiarse a s mismos, cada hombre trae consigo al nacer un derecho igual e imprescriptible a vivir
independiente de sus semejantes en todo aquello que solo est relacionado consigo mismo, y a disponer como le
parezca de su propio destino (incluido en Alexis de Tocqueville: El antiguo rgimen y la revolucin [1856],
Alianza Editorial, Madrid, 1982, vol. I, p. 38.)
78
79
Tecnos, Madrid, 1988, particularmente pp. XXXIII s. Tambin Holmes, ob. cit., pp. 19 s, 33, 36 y 38 s. En esta
ltima pgina, se admite que la intencin original de Constant, en los aos de la guerra civil entre 1793 y 1799,
pudo haber sido describir la libertad moderna como inocente [pues] no haba tenido nada que ver con el
surgimiento del Terror. Sin embargo -prosigue Holmes-, al final de su discurso de 1819, sus instintos tericos y
el cambio de la escena poltica lo llevaron a criticar la libertad moderna precisamente porque fomentaba la apata.
29
partidarios de una Francia corporativa, ya vena alentada por la enseanza que le dejara la
experiencia bonapartista, a saber: que la independencia individual no puede sobrevivir sin
alguna forma de compromiso ciudadano. En otras palabras, que la despolitizacin sirve a
la causa de la tirana. Escuchemos a Holmes: ... Demasiado mucho y demasiado poco de
espritu cvico eran igualmente destructivos para la libertad y el orden social. La fuerza
del anlisis de Constant sobre la era revolucionaria deriva ampliamente de su capacidad
para combinar estas dos ideas antitticas, ideas que son usualmente vistas como
alternativas hostiles [...] As como la libertad civil presupone la libertad poltica, as los
derechos polticos carecen de significado sin la garanta de la independencia personal.
Gobierno limitado y autogobierno se sostienen mutuamente. Constant us la imagen de la
antigua democracia participativa como una advertencia a los ciudadanos modernos acerca
de los peligros de elegir slo la libertad civil. Sin embargo, se las ingeni para hacerlo sin
idealizar la ciudad antigua a la manera de Rousseau. 81
Holmes no oculta su desacuerdo con John Plamenatz, J. L. Talmon e inclusive Berlin, que
caracterizan al liberalismo de Constant como esencialmente no democrtico. 82 Ni el
Terror (del que fuera testigo indirecto) ni la dictadura de Bonaparte haban sido
genuinamente democrticos, por lo que el motivo de su hostilidad debera ser buscado en
la perversa utilizacin de una retrica demaggica fundada en el propsito de justificar
la concentracin del poder y encubrir actos de opresin. Por lo dems, el rasgo de la
poltica clsica que a Constant ms disgustaba no era la participacin sino el ideal de un
estado monotico y la imagen prohijada de un Legislador sobrehumano que tratara de
80
82
Es cierto que, para Berlin, Constant valoraba a la libertad negativa ms que ningn otro escritor moderno (ob.
cit., p. 43), y que lo consideraba el ms elocuente de todos los defensores de la intimidad ( bid., p.141), capaz de
ver mejor que nadie el conflicto entre los dos tipos de libertad (bid., p. 174). As y todo, no por eso desestima su
temor de que, a falta de libertad positiva, pueda violarse fcilmente la libertad negativa ( bid., p. 44). El texto de
John Plamenatz aludido es Liberalism, en Dictionary of the History of Ideas, Scribners, New York, 1973, vol. 2,
p. 45; el de J. L. Talmon, Political Messianism: The Romantic Phase, Praeger, New York, 1960, pp. 317-22.
30
Ibid., pp. 25 s.
84
Para una clara ilustracin de esta frmula vase Herbert Spencer, Political Rights So-Called, en The Principles
of Ethics [1879-93], Part IV, chapter 22, Liberty Press, Indianapolis, 1978, vol. II., pp. 193 ss. Si bien Spencer
reconoce aqu que las demandas de participacin constituyen una salvaguardia para la vida, la libertad y la
propiedad de los ciudadanos, niega rotundamente que sea vlido colocarlas en un mismo plano. El poder de emitir
un voto, aduce, es un instrumento para el mantenimiento de los derechos y no un derecho en s mismo, que a
veces puede conducir a que se conculquen aqullos. Asimismo, atribuye la confusin al hecho de que se consideren
como concomitantes necesarias la igualdad y la libertad, cuando la primera es factible encontrarla en el dolor y
la opresin.
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32