Rashomon y Otros Cuentos

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Rashomon y otros cuentos, de Ryunosuke Akutagawa

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PUBLICADO POR SIGNOS EN ROTACIN EL 24 JULIO, 2016NARRATIVA

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Ryunosuke Akutagawa (Japn, 1892)

fue un escritor japones


nacido en Tokio, el 1 de marzo de 1892, considerado uno de los maestros del
relato corto del siglo XX, autor de Rashomon, relato que muchos aos
despus, sera llevado al cine en 1950 por el director japons Akira
Kurosawa.
Los relatos que conforman Rashomon nos muestra el universo de una
realidad muy cruda, que pareciera se forja unos paso ms all del alcance de
toda reflexin tica que lo rodea y conforma dentro del plano social. Sus
personjas estan dotados de ciertas caractersticas y situaciones que ponen al
hombre ante posicines muy complejas, donde la psicologa humana acta
por instinto y hacindole frente a cuestiones morales de orden mayor. La
historias estn enmarcadas en escenarios intensamente construidos dentro
de un espectro muy personal muy continuamente en pasajes macabros y
tenebrosos.
Asimismo recoge influencia de las historias y figuras
tradicionales del Japn, de las que, muchas veces se ve nutrida su obra.
El 24 de Julio de 1927, de regreso a su casa en Tokio, Ryunsuke Akutagawa se
suicid con somnferos, a los treinta y cinco aos de edad. Su nota final
-titulada A cierto viejo amigo- dicta: Probablemente nadie que intente
suicidarse lo hace plenamente consciente de sus motivos, que habitualmente
son demasiado complejos. Lo que a m me insta a hacerlo es una vaga
sensacin de ansiedad, una vaga inquietud acerca de lo que me espera
En 1950, el director Akira Kurosawa, llev a la pantalla grande, una pelcula
bajo el ttulo de Rashomonbasado en dos de los relatos de Akutagawa: En el
bosque y Rashomon, film por el que se le otorga el Oscar a Mejor Pelcula

Extranjera en

1951.

RASHOMON
Sucedi a la hora del crepsculo: un hombre de miserable aspecto esperaba,
bajo
el
portal
de
Rashomon,
que
parara
la
lluvia.
Estaba completamente solo bajo la Gran Puerta. Salvo un saltamontes que
estaba posado sobre una enorme columna que haba perdido pedazos de su
enlucido rojo. Puesto que Rashomon se encuentra en la avenida Suzau, bien se
podra esperar que otras personas estuvieran all, adems de este hombre,
guarecindose de la lluvia: mujeres tocadas con el sombrero cnico, o samuris
con el eboshi. Sin embargo, nadie haba ah, con excepcin de l.

Y esto por qu? se preguntarn ustedes. Bien, durante el ltimo par de


aos, una serie de calamidades (terremotos, ciclones, incendios, hambre) se
haban abatido sobre la ciudad de Kyoto, sumiendo en una desolacin poco
comn a la capital. Una antigua crnica cuenta que hasta las estatuas de Buda,
los objetos del culto budista, fueron rotas y que las delicadas maderas,
enlacadas con cinabrio o revestidas de oro y plata haban sido apiladas en los
bordes de los caminos, donde eran vendidas como combustible. Y
considerando este estado de cosas que abarcaba la capital entera no era
sorprendente que no se tuviera en cuenta la necesidad de refaccionar
Rashomon: sencillamente nadie se ocupaba del asunto. Cuando estuvo
prcticamente en ruinas, zorros y ladrones se apoderaron de ella. Cuando la luz
del da se debilitaba, la gente, atemorizada, por nada del mundo aceptaba
aproximarse
al
lugar.
S venan los cuervos, en grandes bandadas. Durante el da sobrevolaban el
paraje en crculo, innumerables, graznando sobre las altas torres. Cuando el sol
caa, se arrojaban como granos de ssamo sembrados desde el cielo prpura
que se dilataba en las alturas de la Puerta. Sin duda haban venido para
devorar
los
cadveres
abandonados.
Aquel da, quiz a causa de lo tardo de la hora, no se divisaba ninguno. Pero
sus excrementos, aqu y all, se vean como pequeas manchas blancas sobre
la escalera de piedra que invadan las grietas. De pie, en el ms elevado de los
siete peldaos, el hombre acurrucado bajo la tela de su quimono azul oscuro
desgastado por los lavados, miraba caer la lluvia con expresin ausente. Su
nica preocupacin pareca ser una gruesa pstula que surga de su mejilla
derecha.
Lo dije: Un hombre de miserable aspecto esperaba, bajo el portal de
Rashomon, que parara la lluvia. A decir verdad, este hombre no tena otra
cosa que hacer, lloviera o no lloviera. En situacin normal, debera estar cerca
de su amo; pero ste lo haba despedido cuatro o cinco das antes. Es esa
poca, la ciudad de Kyoto era presa, ya lo dije, de una desolacin poco comn,
de la cual la desgracia de este hombre despedido por el amo al que haba
servido durante mucho tiempo era apenas una consecuencia insignificante. De
modo que mejor hubiera sido decir: Un hombre de miserable aspecto,
desprovisto de todo recurso, estaba inmovilizado por la lluvia, sin saber adnde
ir, en lugar de Un hombre de miserable aspecto esperaba, bajo el portal de
Rashomon,
que
parara
la
lluvia.
Por lo dems, aquel da el aspecto del cielo no haca sino contribuir a la
depresin
de
aquel
hombre
de
la
poca
de
Heian.*
La lluvia haba comenzado a caer en las primeras horas de la tarde y no
pareca tener intencin de parar. Abstrado por el urgente problema que
constitua su supervivencia inmediata, tratando de resolver una cuestin que
saba insoluble, el hombre escuchaba como ausente, rumiando inconexos
pensamientos, el ruido de esa lluvia que se abata sobre la avenida Suzaku.
La lluvia envolva Rashomon y rfagas que venan de lejos amplificaban el
ruido de su cada. De a poco las tinieblas fueron apoderndose de todo el cielo:
del techo del portal colgaban, por fuera de sus tejas inclinadas, torpeas masas
de
sombras
nubes.
Este hombre no poda tardar demasiado en encontrar un medio para resolver
su insoluble problema. De lo contrario, bien podra morir de hambre al pie de
un talud o en una zanja al borde de un camino, y entonces su cadver correra

la misma suerte que esos otros: sera arrojado a la galera de la Puerta como el
de un perro reventado. Si todos los medios fueran permitidos. Despus de
muchas vacilaciones, el pensamiento del hombre se concentr sobre este
punto decisivo. Pero, despus de todo, ese si equivala para l, en
semejantes circunstancias, a un s. Claro que, aunque reconociera que
cualquier medio sera justificado, al hombre le faltaba el coraje necesario para
dar el primer paso exigido por su situacin y admitir francamente esta
conclusin inevitable: No queda otro recurso para hacerme ladrn.
Un fuerte estornudo lo sacudin; luego se estir perezosamente. En Kyoto la
temperatura baja mucho al anochecer y el frio lo haca aorar el calor del
fuego. Ya casi reinaba la oscuridad y el viento ruga entre las columnas de la
Puerta. El grillo posado sobre la columna haba desaparecido.
Con el cuello hundido entre los hombros, el hombre recorri con la mirada los
alrededores de la Puerta, mientras elevaba los bordes del quimono que llevaba
sobre su ropa interior amarilla. Haba decidido buscar, para pasar la noche un
lugar donde dormir tranquilo, lejos de cualquier mirada y al abrigo de la lluvia y
el viento. Su mirada descubri una larga escalera que llevaba a la galera de la
Puerta. Bien, all solo encontrara cadveres. Entonces, cuidndose para que su
sable no se deslizara de la vaina apoy uno de sus pies calzado con sandalias
en
el
primer
escaln.
Pasaron unos instantes. Se detuvo a mitad de camino sobre la alta escalinata
que conduca a la galera, agazapado como un grato, conteniendo el aliento, y
espi para ver qu suceda arriba de l. La luz que bajaba iluminaba apenas su
mejilla derecha, sobre la cual, bajo una patilla corta, brotaba un grano rojo y
purulento. Al principio, el hombre imagin que all no encontrara otra cosa que
cadveres. Pero cuando subi los primeros dos o tres escalones, le pareci que
arriba
haba
luz
y
que
a
esa
luz
alguien
la
mova.
Su sospecha era originada por un resplandor molesto y amarillo que se
reflejaba, como vacilando, desplazndose sobre el techo de cuyos rincones
pendan telaraas. Por cierto, no poda ser una persona normal la que en esa
noche de lluvia vagaba con una luz por la galera de Rashomon.
Deslizndose tan silenciosamente como un lagarto, el hombre alcanz el
ltimo peldao. Y tratando de disimular su cuerpo, pero estirando el cuello lo
ms posible, observ, transido de espanto, el interior de la galera.
Como lo esperaba, cadveres descuidadamente arrojados alfombraban el
piso. Pero el sector iluminado era ms reducido que lo que haba imaginado, y
le hubiera sido imposible precisar el nmero de muertos. Apenas poda
distinguir, con esa luz dbil, que algunos cuerpos estaban desnudos y otros
vestidos. Haba hombres y mujeres. Todos esos cadveres, sin excepcin,
yacan en el suelo como muecos, cados con las bocas abiertas y los brazos
extendidos. Quin reconociera en ellos a seres vivientes de un pasado
cercano! Algunas partes protuberantes de esos cuerpos, como las espaldas y
los pechos, iluminados por imprecisos resplandores, proyectaban su sombra
sobre el resto. Yacan como cogulos en un mutismo implacable.
El olor de la descomposicin lo haba impulsado a taparse la nariz con la
mano; sin embargo, permiti que esta mano descendiera repentinamente,
porque una sensacin todava ms fuerte casi aboli la del dolor.
Sus ojos discernido una silueta acurrucada en medio de los cadveres. Era
una vieja descarnada, de cabellos blancos, vestida de andrajos, de aspecto
simiesco. Tena una antorcha de pino en su mano derecho, y se inclinaba, como

si estuviera examinando, sobre la cabeza de un cadver cuya larga cabellera


haca
suponer
que
era
el
de
una
mujer.
Petrificado por un miedo con el que se mezclaba la curiosidad, el hombre
contuvo el aliento durante algunos instantes. Sinti que se le erizaban los
pelos. Pronto, la vieja, fijando su tea entre las maderas del piso, acerc sus
manos a la cabeza del cadver que contemplaba y se puso a arrancar, uno por
uno, a la manera de una mona que despiojaba a su pequeo, los largos
cabellos de la muerte que, bajos sus manos, parecan desprenderse con
suavidad.
A medida que ella arrancaba los cabellos, el temor del hombre se dio paso a
un sentimiento de odio sobre la vieja, un odio que arda ms y ms en su
corazn. No, en rigor de verdad es inexacto decir contra la vieja. Habra que
decir, ms bien, que se apoder de l la repulsin contra el mal, y que esa
repulsin creca segundo a segundo. Si en aquel momento se hubiera
planteado nuevamente el problema que tanto lo haba preocupado bajo
Rashomon, la alternativa entre convertirse en ladrn o morir de hambre, sin
duda alguna este hombre hubiera escogido, sin la menor vacilacin, la segunda
posibilidad. Porque su odio hacia el mal lo inflamaba como inflamaba el fuego
la
antorcha
que
la
vieja
haba
fijado
entre
las
maderas.
Pero el hombre no entenda porque la vieja arrancaba los pelos de los
muertos. De manera que le resultaba imposible formarse un juicio moral sobre
el asunto. De todas maneras, para l, el solo hecho de quitar el cabello a
cadveres en la galera de Rashomon, en una noche de lluvia, constitua una
incorreccin imperdonable. Ya haba olvidado que solo haca unos instantes
haba
decidido
convertirse
en
ladrn.
Salt desde el ltimo peldao al suelo, y se aproxim a la vieja a grandes
pasos, con la mano sobre la empuadura del sable. Naturalmente, la vieja se
asust
y
brinc
violentamente
tratando
de
huir.
Bestia! Qu ests haciendo? vocifer el hombre, cortndole el paso a la
vieja que, enloquecida, en su intento de huida tropezaba con los cadveres,
mientras el hombre forcejeaba con ella para impedrselo. Por unos segundos,
as forcejearon entre los cadveres, en silencio, con el resultado que es fcil de
adivinar. El hombre termin por voltear a su contrincante al suelo y torcindole
el
brazo,
tan
flaco
como
una
pata
de
pollo,
grit:
Qu
ests
haciendo
aqu?
Habla
o!
Haba desenvainado su espada, apoyando el reluciente acero sobre el cuello
de la vieja yaciente. Ella guard silencio. Con los brazos temblorosos, los
hombros sacudidos por su respiracin agitada y los ojos tan abiertos que casi
se le salan de sus rbitas, la vieja se obstin en callar, como si fuera otro
cadver. Al contemplarla, el hombre comprendi que la suerte de la vieja
estaba a merced de su decisin. Esto mitig el odio que haba sentido un
instante antes. Ahora senta la satisfaccin salvaje, pero serena, que sigue a
una proeza culminada. Dej que su mirada descendiera sobre la vieja y que su
voz
se
suavizara:
No me confundas con un polica. Solo soy un viajero que pasaba por
Rashomon. No voy a encadenarte ni a arrestarte. Dime solamente que hacas
aqu
a
esta
hora.
Ante estas palabras, la vieja mir al hombre con sus crueles ojos an ms
abiertos, ojos de ave de rapia con rbitas rojas. A continuacin, como si
masticara una cosa, movi los labios, tan agrietados y arrugados como su

cuello. En su descarnado gaznate se agitaba una prominente nuez de Adn.


Los
pelos!
los
pelos!
Quiero
hacer
una
peluca.
La inesperada banalidad de la respuesta decepcion y desarm al hombre. El
cambio de su estado de nimo no se escap a la vieja que, sin soltar los largos
cabellos arrancados a la cabeza de la muerta, cuchiche, como si croara:
Yo s que arrancar el cabello de los muertos es una vileza. Pero, crame,
ninguno de estos muertos merece otra cosa. La mujer a la que le quit estos
cabellos iba al cuartel de los oficiales a vender carne seca de serpiente. La
cortaba en tiras cortas y la haca pasar por pescado. Si la peste no hubiera
acabado con ella, seguira haciendo lo mismo. Los oficiales estaban contentos
con esta dieta. Decan que la carne no era buena. Por mi parte, no creo que ella
hiciera mal. No poda hacer otra cosa para evitar morirse de hambre. Tampoco
creo que sea reprochable lo que yo hago. Si no le arrancara los pelos, morira
de hambre. Qu voy a hacer? Estoy segura de que hasta a esta mujer, si
pudiera
enterarse,
me
perdonara.
La
vieja
sigui
hablando
un
rato
de
ese
modo.
El hombre, sin retirar de su mano izquierda de la empuadura de su espada,
segua con frialdad el discurso de la vieja. Su mano derecha estaba dedicada al
grueso gano rojo y purulento sobre la mejilla. Y escuchando a la vieja, el
hombre sinti que una decisin surga en l. La decisin que no haba surgido
bajo Rashomon, una decisin contraria a la que haba adoptado cuando se
abalanz sobre la vieja. Ms an: morir de hambre se haba convertido para
l, en esos momentos, en una idea tan distante y absurda, que ni siquiera
caba
en
su
cabeza.
La vieja haba dejado de hablar. Entonces el hombre pregunt:
Es
cierto
lo
que
ests
diciendo?
Y acto seguido, proyectndose hacia adelante, abandon sbitamente la
atencin de su grano, tom a la vieja del cuello y le grit en la cara:
Entonces no te enojars conmigo si te robo tu ropa? Si no lo hiciera,
tambin
me
morira
de
hambre!
La desvisti rpidamente. Y con una patada la arroj sobre los cadveres, a
pesar de que la vieja trataba de asirse de sus piernas. Hasta la escalera solo
haba uno pasos. El hombre descendi velozmente, con los vestidos rosados
bajo el brazo, y fue devorado por la oscuridad de la noche. Poco despus, la
vieja, que haba quedado tirada como otra muerta, se incorpor entre los
cadveres,
completamente
desnuda.
La luz de la llama segua alumbrando, temblorosa. La vieja se arrastr
gimiendo hacia la escalera. Desde ah arriba, asomando la cabeza de la que
colgaba blancos cabellos cortos, mir hacia la parte baja de Rashomon. Solo
tinieblas.
Qu se hizo del hombre, nadie lo supo jams.

Portal de Rashomon recreado as en la pelcula de Akira Kurosawa del


mismo nombre en 1950.

EN EL BOSQUE
Declaracin del leador interrogado por el Oficial de Investigacin del
Kebiishi*

Yo confirmo, seor oficial, mi declaracin anterior. Fui el que descubri el


cadver. Fui esta maana, como siempre, a hachar abetos del otro lado de la
montaa. Encontr el cadver, estaba en el bosque al pie de la montaa. El
lugar exacto? A ciento cincuenta metros, creo, del parador de Yamashina. Es un
paraje bastante salvaje, donde crecen el bamb y algunos pinos raquticos.
El muerto estaba en el piso, de espaldas. Vesta atuendo de cazador de color
celeste y llevaba un quimono gris, a la moda de la capital. No se apreciaba ms
que una herida en su cuerpo, pero era una herida muy profunda en la parte
superior del pecho. Las hojas secas de bamb cadas a su alrededor estaban
como teidas de rojo. No, ya no corra sangre de la herida, cuyos bordes
parecan secos y sobre la cual estaba tan prendido un gran tbano, que ni
siquiera
escuch
mis
pasos.
Si encontr una espada o algn otro objeto? No. Absolutamente nada. Slo
descubr, al pie de un abeto prximo, una cuerda y un peine. Ninguna otra cosa
descubr en los alrededores, pero la hierba y las hojas secas der bamb
estaban pisoteadas a ms no poder; antes de ser asesinada, la vctima debi
oponer fuerte resistencia. Si vi algn caballo? No, seor oficial. No es se un
lugar al que pueda llegar un caballo. Una insalvable espesura separa al paraje
de la carretera.

Declaracin del monje budista interrogado por el mismo oficial


Puedo asegurarle, seor oficial, que yo haba visto ayer al que encontraron
muerto hoy. S, hacia el medioda, me parece; a mitad de camino entre
Sekiyama y Yamashina. l marchaba hacia Sekiyama, acompaado por una
mujer a caballo. La mujer tena un velo. Su quimono era de color violeta. En
cuanto al caballo, creo que era un alazn con las crines recortadas. Las
medidas? Tal vez un metro y medio, me parece; soy un religioso y no entiendo
mucho de ese asunto. El hombre? Iba bien armado. Llevaba sable, arco y
flechas. S, recuerdo muy bien esa aljaba laqueada de negro en la que llevaba
una
veintena
de
flechas.
Quin iba a adivinar el destino que le esperaba? La vida humana es tan
efmera como el roco o como el relmpago Cunto lo siento No tengo
palabras para expresarlo

Declaracin del polica interrogado por el mismo oficial

El hombre al que apres? Es el famoso bandolero Tajomaru, no lo dude.


Pero cuando lo agarr, estaba cado sobre el puente de Awataguchi,
quejndose. Parece que se haba cado del caballo. A qu hora? Al caer la
noche
de
ayer.
La vez anterior, cuando se me escap por poco, llevaba el mismo quimono
azul y el mismo sable largo. Esta vez, seor oficial, como usted mismo
comprob, llevaba tambin arco y flechas. Dice que idnticas armas tena la
vctima? Entonces no quedan dudas, Tajomaru es el asesino. Porque el arco
enfundado en cuero, la aljaba negra, las diecisiete flechas con plumas de
halcn, todo lo tena l. Y el caballo era, como usted dijo un alazn con las
crines cortadas. Ser atrapado por obra de este animal era su destino.
Arrastrando sus sueltas riendas, el caballo mordisqueaba hierbas lo ms
tranquilo cerca del puente de piedra, en el borde de la carretera.
De todos los bandoleros que rondan por los caminos que conducen a la
capital, Tajomaru es conocido como el ms mujeriego. El otoo pasado fueron
halladas muertas en la capilla de Pindola del templo Toribe, una dama que
vena en peregrinacin y la joven sirvienta que la acompaaba. Los rumores
atribuyeron ese crimen a Tajomaru. Si es l quien asesin a este hombre, es
fcil
suponer
qu
fue
de
la
mujer
que
vena
a
caballo.
Seor oficial, no es mi deseo meterme en lo que no me concierne, pero
valdra la pena aclarar este punto.

Declaracin de una anciana interrogada por el mismo oficial

S, es el cuerpo de mi yerno. l no era de la capital; era el jerarca del


gobierno de la provincia de Wakasa. Se llamaba Takehiro Kanazawa. Tena
veintisis aos. No. Era un hombre de buen carcter, no poda tener enemigos.
Mi hija? Se llama Masago. Tiene diecinueve aos. Es una muchacha valiente,
intrpida como un hombre. No conoci a otro hombre ms que a Takehiro.
Tiene un cutis moreno y un lunar cerca del ojo izquierdo. Su rostro es pequeo
y
ovalado.
Takehiro haba partido ayer con mi hija hacia Wakasa. Quin iba a imaginar
que lo esperaba ese destino? Y dnde est mi hija? Debo resignarme a
aceptar la suerte corrida por su marido, pero no puedo dejar de sentirme
inquieta por la de ella. Se lo suplica una pobre anciana; investigue qu le
ocurri a mi hija, aunque tenga que arrancar hierba por hierba para
encontrarla. Y ese bandolero Cmo dijo que se llama? Ah, s Tajomaru!

Lo odio, lo odio! No solamente asesin a mi yerno, tambin (La anciana


rompe en sollozos.)

Confesin de Tajomaru

S, yo mat al hombre, pero no a la mujer. Quiere saber dnde est ella?


Qu s yo. Qu quieren que les diga? Las torturas ms atroces no podran
hacer que yo diga lo que no s. Nada tengo que perder, y nada oculto.
Ayer, pasado el medioda, encontr a la pareja. Un golpe de viento agit por
un momento el velo y descubri el rostro de la hermosa mujer. Slo por un
instante y un instante despus, el rostro volvi a quedar oculto. Quiz la
brevedad de mi visin fue causa de que su cara me pareciese tan hermosa
como la sagrada Bodhisattva. Enajenado, decid apoderarme de la mujer,
aunque
tuviera
que
matar
a
su
acompaante.
Qu? Vaya! Matar a un hombre no es cosa tan importante como ustedes
quieren hacer creer que creen. Para raptar a una mujer, necesariamente hay
que matar a su compaero. Yo slo mato por medio del sable que llevo en mi
cintura, mientras que ustedes matan por medio del poder, del dinero y hasta
con palabras aparentemente generosas. A menudo, cuando ustedes asesinan,
no corre sangre, y en apariencia la vctima contina viviendo. Pero no por eso
ustedes la han asesinado menos! Quin es ms asesino, ustedes o yo? Pero lo
mejor es poseer a la mujer sin verse obligado a matar al hombre. Mi estado de
nimo en aquel momento me indujo a tratar de lograr a la mujer sin atentar,
mientras me fuera posible, contra la vida del hombre. Como eso sera
imposible en el transitado camino de Yamashina, me arregl para llevar a la
pareja
a
la
montaa.
Result muy fcil. Me hice pasar por viajero, y les cont que all, en la
montaa, haba una vieja tumba en la que yo haba descubierto una enorme
cantidad de espejos y de sables. Para ocultarlos de la mirada de otros, los
haba enterrado en el bosque al pie de la montaa. Yo buscaba un comprador
para ese tesoro, que ofreca a precio vil. El hombre se interes visiblemente por
la historia Entonces Qu terrible es la avaricia! No haba pasado media
hora cuando la pareja marchaba conmigo por el camino de la montaa.
Cuando llegamos al bosque, les dije que el tesoro estaba enterrado ms all,
y les ped que me siguieran para verlo. Enceguecido por la codicia, el hombre
lo hizo sin dudar, pero la mujer prefiri esperar montada en el caballo.
Comprend muy bien su actitud ante la cerrada espesura; era precisamente lo
que yo esperaba. De modo que, dejndola, me introduje en el bosque
acompaado
por
el
hombre.
Al comienzo no haba otra cosa que bambes. Tras marchar durante un rato,
alcanzamos un pequeo claro junto al cual se elevaban unos abetos Era el
lugar ideal para poner en prctica mi plan. Abrindome paso entre la maleza, le
dije con expresin sincera que el tesoro estaba bajo unos abetos. El hombre se
encamin sin vacilar hacia los rboles raquticos. Los bambes se hacan
menos y menos espesos y por fin alcanzamos un pequeo claro. Apenas
llegamos, me arroj sobre l y lo derrib. Estaba armado y era fuerte, pero no
esperaba ser atacado. En un abrir y cerrar de ojos lo at al tronco de un abeto.
Soy ladrn. Siempre llevo una cuerda atada a mi cintura para saltar un cerco o
algo as. Para impedir que gritara, tuve que llenarle la boca con hojas secas de
bamb.
Cuando lo tuve bien amarrado, regres en busca de la mujer y le dije que
viniera conmigo, con el pretexto de que su marido haba sufrido un ataque de

alguna enfermedad. De ms est decir que me crey, y se intern en el bosque


tomada de mi mano. Pero cuando divis al hombre atado al pie del abeto,
extrajo un pual que haba escondido, quin sabe cundo, entre su ropa. En mi
vida vi mujer tan intrpida. La menor distraccin me habra costado la vida; me
hubiera clavado el pual en el vientre. Aunque reaccion con presteza, a punto
estuve de no eludir su furioso ataque. Pero por algo soy el famoso Tajomaru;
consegu desarmarla sin tener que usar mi arma. Y desarmada, por inflexible
que se haya mostrado, nada podra hacer. Obtuve lo que me propona sin
cometer
un
asesinato.
S. Sin cometer un asesinato. Yo no tena motivo alguno para matar a ese
hombre. Ya estaba por abandonar el bosque, dejando a la mujer baada en
lgrimas, cuando ella se arroj a mis brazos como una loca. Y la escuch decir,
entrecortadamente, que deseaba mi muerte o la de su marido, que no
soportara que dos hombres vivos la hubiesen posedo, que eso sera peor que
la muerte. Ms todava. Que ella se unira al que sobreviviera. En aquel
momento, lo confieso, sent el violento deseo de matar a ese hombre.
(Tajomaru
es
presa
de
un
escalofro.)
Escuchando lo que cuento pueden creer que soy un hombre ms cruel que
ustedes. Pero ustedes no vieron la cara de esa mujer; no vieron,
especialmente, el fuego que brillaba en sus ojos cuando me lo suplic. Cuando
nuestras miradas se cruzaron, sent el deseo de que fuera mi mujer, aunque el
cielo me fulminara. Y no fue, lo juro, a causa de la lascivia vil y licenciosa que
ustedes pueden imaginar. Si en aquel momento decisivo yo me hubiera guiado
slo por el instinto, me habra alejado tras deshacerme de ella de un empelln.
Y no habra marchado mi espada con la sangre de ese hombre. Pero entonces,
cuando mir a la mujer en la penumbra del bosque, decid que no abandonara
el
lugar
sin
antes
matar
a
su
marido.
Pero no iba a matarlo indefenso. Desat la cuerda y lo desafi. (Ustedes
deben haber encontrado la cuerda al pie del abeto, pues la olvid all). Hecho
una furia, el hombre desenvain su espada y se arroj sobre m sin decir una
palabra. Nada me que por contar. Ya conocen el final. En el vigsimo tercer
asalto, mi espada le perfor el pecho. En el vigsimo tercer asalto! Sent por l
verdadera lstima. Nadie me haba resistido ms de veinte (Deja escapar un
suspiro.)
Mientras su cuerpo se desangraba, me volv hacia la mujer, empuando
todava el arma chorreante. Haba desaparecido! Hacia dnde se haba
dirigido? La busqu entre los abetos. No descubr rastro alguno en el suelo
cubierto de hojas secas de bamb. Ni mi odo percibi otro sonido que el de los
estertores
del
hombre
que
agonizaba.
Tal vez al iniciarse la lucha la mujer haba huido a travs del bosque en busca
de auxilio. A partir de ese instante, lo que estaba en juego, lo ms importante
del mundo, era mi vida; apoderndome de armas del muerto retorn el camino
hacia la carretera. Lo que sucedi despus no vale la pena contarlo. Antes de
entrar en la capital, vend la espada. Tarde o temprano ser colgado, lo supe
siempre. Condnenme a muerte. (Dice esto con gesto arrogante.)

Confesin de la mujer que lleg al templo de Kiyomizu

Despus de violarme, el hombre del quimono azul mir burlonamente a mi


esposo, que estaba atado. Oh, cunto odio debi sentir mi esposo! Pero sus
contorsiones slo servan para clavar ms profundamente en su carne la
cuerda que lo sujetaba. Instintivamente trat de correr hacia l. Pero el

bandido no me dio tiempo y, arrojndome un puntapi, me hizo caer. En ese


instante advert un extrao resplandor en los ojos de mi marido Un
resplandor verdaderamente extrao Cada vez que recuerdo esa mirada, me
estremezco. Imposibilitado de hablar, mi esposo expresaba por medio de sus
ojos algo que comprend claramente. Eso que destellaba en sus ojos no era
clera, ni tristeza. No era otra cosa ms que un fro desprecio hacia m. Ms
anonadada por ese sentimiento que por el golpe del bandido, grit algo y ca
desvanecida.
Cunto tiempo transcurri hasta que recuper la consciencia, no lo s. El
bandido haba desaparecido y mi marido segua atado al abeto.
Incorporndome penosamente sobre las hojas secas, mir a mi esposo. Su
expresin era la misma de antes, una mezcla de desprecio y de odio glacial.
Vergenza? Tristeza? Furia? Cmo definir lo que sent en ese momento?
Termin de incorporarme, vacilante, me aproxime a mi marido y le dije:
Takehiro, despus de lo que he sufrido y en esta situacin horrible en que
me encuentro, ya no podr seguir contigo. No me queda otra cosa que
matarme aqu mismo! Pero tambin exijo tu muerte! Has sido testigo de mi
vergenza!
No
puedo
permitir
que
me
sobrevivas!
Se lo dije a gritos. l, inmvil, segua mirndome despectivamente.
Conteniendo los latidos de mi corazn, busqu la espada de mi esposo. El
bandido debi levrsela, porque no pude encontrarla entre la maleza. El arco y
las flechas tampoco estaban. Por casualidad encontr cerca mi pual.
Lo
tom
y
levantndolo
sobre
Takehiro,
repet:
Te
pido
tu
vida.
Yo
te
seguir.
Entonces movi los labios. Las hojas secas que le llenaban la boca le
impedan hacerse escuchar. Pero un movimiento de sus labios casi
imperceptible me dio a entender lo que deseaba. Sin dejar de despreciarme,
me
estaba
diciendo:
Mtame.
Completamente fuera de m, le hund el pual en el pecho, a travs de su
quimono.
Y volv a caer desvanecida. Cuando recuper la conciencia, mir a mi
alrededor. Mi marido, atado como antes, estaba muerto desde hacia tiempo.
Sobre su rostro lvido, los rayos del sol poniente, atravesando los bambes que
se entremezclaban con las ramas de los abetos, laman su cadver. Despus
qu me pas? No tengo fuerzas para contarlo. No logr matarme. Apliqu el
cuchillo contra mi garganta, me arroj a una laguna en el valle Todo lo
intente! Pero, puesto que sigo viva, no tengo de qu jactarme. Tal vez hasta la
infinitamente misericorde Bosatsu rechazara a una mujer como yo. Pero yo,
una mujer que mat a su esposo, que fue violada por un bandido qu podra
hacer. Yo yo yo (Estalla en sollozos.)

Lo que narr el muerto por los labios de una mdium

El bandolero, despus de violar a mi mujer, se sent a su lado y trat de


consolarla por todos los medios. Yo no poda hablar y estaba amarrado al
tronco de un abeto. Pero la miraba a ella tratando de hacerme entender con la
mirada, tratando de decirle: No lo escuches, todo lo que dice es mentira. Eso
es lo que yo quera hacerle comprender. Pero ella, sentada lnguidamente
sobre las hojas secas de bamb. Miraba fijamente sus rodillas. Daba la
impresin de que atenda a lo que deca el bandido. Eso es, al menos, lo que a
m me pareca. El bandolero, a su vez, elega las palabras con habilidad. Me
sent torturado y enceguecido por los celos. l le deca: ahora que tu cuerpo

ha sido profanado por m, tu marido no querr saber nada de ti. No quieres


abandonarlo y ser mi esposa? Si no fuera por el inmenso amor que me
inspiraste, yo nunca hubiera actuado de esta manera. Y repetira una vez y
otra
vez
argumentos
de
este
estilo.
Y de pronto, mi mujer alz la cabeza extasiada. Ni yo la haba visto nunca con
expresin tan bella. Y qu piensan ustedes que mi bellsima mujer respondi
al ladrn que la haba violado a la vista de su marido maniatado? Le dijo:
Llvame
adonde
quieras.
(Largo
silencio.)
Pero no termin ah la traicin de mi mujer, lleg mucho ms lejos. De no
haber sido as, yo no sufrira tanto en la negra profundidad de esta noche!
Tomada de la mano del bandolero, estaba por abandonar el lugar, cuando
dirigi hacia m su rostro plido y, sealndome con el dedo, dijo al otro:
Mata a ese hombre! Si l sigue vivo yo no podr vivir contigo!. Y grit una y
otra vez como una loca: Mtalo! Acaba con l!. Estas palabras, sonando con
violencia, continan persiguindome en la eternidad. Pudo salir alguna vez de
labios humanos una expresin de deseo tan horrible? Alguien escuch
palabras tan malignas? Palabras que (Aqu hace un silencio, prorrumpiendo
en
extraa
risa.)
Al escuchar semejante pedido, hasta el bandido compadeci. Acaba con
este hombre! Repitiendo eso, mi mujer se aferraba a su brazo. El bandido,
mirndola fijamente durante un largo instante, no le respondi. Y acto seguido
la arroj de un puntapi sobre las hojas secas. (Estalla otra vez en extraas
carcajadas.) y cruzndose lentamente de brazos, el bandido se dirigi hacia m,
preguntndome: Qu quieres que haga? Quieres que la mate o que la
perdone? No tienes que hacer otra cosa que mover la cabeza. Quieres que la
mate?
Solamente por este gesto habra perdonado a ese bandido.
Mientras yo vacilaba, dudando, mi esposa grit y emprendi la huida,
internndose en el bosque. El bandido, sin perder un instante, se lanz tras
ella, sin poder alcanzarla. Yo asista inmvil a esa pesadilla.
Cuando mi mujer se escap, el bandido se apoder de mis armas y cort la
cuerda que me sujetaba en un solo punto. Y mientras desapareca en el
bosque, pude escuchar que murmuraba: Esta vez me toca a m. Tras su
desaparicin, todo volvi a la calma. Pero no. Alguien llora?, me pregunt.
Mientras me liberaba, prest atencin; eran mis propios sollozos lo que haba
escuchado.
Por fin pude liberar completamente mi cuerpo dolorido. Ante mi vista reluca
el pual que mi esposa haba perdido. Asindolo, lo clav de un solo golpe en
mi pecho. No sent ningn dolor, slo un borbotn acre y tibio subir por mi
garganta. A medida que mi pecho crispaba, el silencio se ahondaba. Ah, qu
silencio! Mo cantaba un solo pjaro en el cielo de aquel bosque. Apenas caan,
filtrndose entre los bambes y los abetos, los ltimos rayos del sol poniente
Luego desaparecieron bambes y abetos. Tendido sent unos pasos furtivos
que se me acercaron. Trat de volver la cabeza, pero ya me envolva la difusa
oscuridad. Una mano invisible retiraba dulcemente el pual de mi pecho. La
sangre volvi a llenarme la boca. Ese fue el fin. Me hund en la noche eterna
para no regresar

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