Rashomon y Otros Cuentos
Rashomon y Otros Cuentos
Rashomon y Otros Cuentos
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PUBLICADO POR SIGNOS EN ROTACIN EL 24 JULIO, 2016NARRATIVA
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Extranjera en
1951.
RASHOMON
Sucedi a la hora del crepsculo: un hombre de miserable aspecto esperaba,
bajo
el
portal
de
Rashomon,
que
parara
la
lluvia.
Estaba completamente solo bajo la Gran Puerta. Salvo un saltamontes que
estaba posado sobre una enorme columna que haba perdido pedazos de su
enlucido rojo. Puesto que Rashomon se encuentra en la avenida Suzau, bien se
podra esperar que otras personas estuvieran all, adems de este hombre,
guarecindose de la lluvia: mujeres tocadas con el sombrero cnico, o samuris
con el eboshi. Sin embargo, nadie haba ah, con excepcin de l.
la misma suerte que esos otros: sera arrojado a la galera de la Puerta como el
de un perro reventado. Si todos los medios fueran permitidos. Despus de
muchas vacilaciones, el pensamiento del hombre se concentr sobre este
punto decisivo. Pero, despus de todo, ese si equivala para l, en
semejantes circunstancias, a un s. Claro que, aunque reconociera que
cualquier medio sera justificado, al hombre le faltaba el coraje necesario para
dar el primer paso exigido por su situacin y admitir francamente esta
conclusin inevitable: No queda otro recurso para hacerme ladrn.
Un fuerte estornudo lo sacudin; luego se estir perezosamente. En Kyoto la
temperatura baja mucho al anochecer y el frio lo haca aorar el calor del
fuego. Ya casi reinaba la oscuridad y el viento ruga entre las columnas de la
Puerta. El grillo posado sobre la columna haba desaparecido.
Con el cuello hundido entre los hombros, el hombre recorri con la mirada los
alrededores de la Puerta, mientras elevaba los bordes del quimono que llevaba
sobre su ropa interior amarilla. Haba decidido buscar, para pasar la noche un
lugar donde dormir tranquilo, lejos de cualquier mirada y al abrigo de la lluvia y
el viento. Su mirada descubri una larga escalera que llevaba a la galera de la
Puerta. Bien, all solo encontrara cadveres. Entonces, cuidndose para que su
sable no se deslizara de la vaina apoy uno de sus pies calzado con sandalias
en
el
primer
escaln.
Pasaron unos instantes. Se detuvo a mitad de camino sobre la alta escalinata
que conduca a la galera, agazapado como un grato, conteniendo el aliento, y
espi para ver qu suceda arriba de l. La luz que bajaba iluminaba apenas su
mejilla derecha, sobre la cual, bajo una patilla corta, brotaba un grano rojo y
purulento. Al principio, el hombre imagin que all no encontrara otra cosa que
cadveres. Pero cuando subi los primeros dos o tres escalones, le pareci que
arriba
haba
luz
y
que
a
esa
luz
alguien
la
mova.
Su sospecha era originada por un resplandor molesto y amarillo que se
reflejaba, como vacilando, desplazndose sobre el techo de cuyos rincones
pendan telaraas. Por cierto, no poda ser una persona normal la que en esa
noche de lluvia vagaba con una luz por la galera de Rashomon.
Deslizndose tan silenciosamente como un lagarto, el hombre alcanz el
ltimo peldao. Y tratando de disimular su cuerpo, pero estirando el cuello lo
ms posible, observ, transido de espanto, el interior de la galera.
Como lo esperaba, cadveres descuidadamente arrojados alfombraban el
piso. Pero el sector iluminado era ms reducido que lo que haba imaginado, y
le hubiera sido imposible precisar el nmero de muertos. Apenas poda
distinguir, con esa luz dbil, que algunos cuerpos estaban desnudos y otros
vestidos. Haba hombres y mujeres. Todos esos cadveres, sin excepcin,
yacan en el suelo como muecos, cados con las bocas abiertas y los brazos
extendidos. Quin reconociera en ellos a seres vivientes de un pasado
cercano! Algunas partes protuberantes de esos cuerpos, como las espaldas y
los pechos, iluminados por imprecisos resplandores, proyectaban su sombra
sobre el resto. Yacan como cogulos en un mutismo implacable.
El olor de la descomposicin lo haba impulsado a taparse la nariz con la
mano; sin embargo, permiti que esta mano descendiera repentinamente,
porque una sensacin todava ms fuerte casi aboli la del dolor.
Sus ojos discernido una silueta acurrucada en medio de los cadveres. Era
una vieja descarnada, de cabellos blancos, vestida de andrajos, de aspecto
simiesco. Tena una antorcha de pino en su mano derecho, y se inclinaba, como
EN EL BOSQUE
Declaracin del leador interrogado por el Oficial de Investigacin del
Kebiishi*
Confesin de Tajomaru