Cruz Kronfly, La Tierra Que Atardece Word
Cruz Kronfly, La Tierra Que Atardece Word
Cruz Kronfly, La Tierra Que Atardece Word
EDITORIAL ARIEL
ISBN: 958-614-641-3
Primera edicin: mayo de 1998
INTROITO
10
SER CONTEMPORNEO
11
12
SER CONTEMPORNEO
13
14
SER CONTEMPORNEO
15
16
SER CONTEMPORNEO
17
18
SER CONTEMPORNEO
19
20
SER CONTEMPORNEO
21
22
SER CONTEMPORNEO
23
24
SER CONTEMPORNEO
25
26
SER CONTEMPORNEO
27
28
SER CONTEMPORNEO
29
30
SER CONTEMPORNEO
31
32
SER CONTEMPORNEO
33
34
SER CONTEMPORNEO
35
36
SER CONTEMPORANEO
37
38
EPLOGO PRIMERO
SER CONTEMPORANEO
39
40
SER CONTEMPORNEO
41
tierra: en efecto, en las calles del Japn se puede respirar por unas
monedas un poco de aire puro ofrecido en caretas al consumidor
asfixiado; ya existe el agua producida industrialmente y la vegetacin
se puede manipular genticamente, en fin, o se reemplaza por
vegetacin sinttica idntica a la original. Y todo ocurre como si
no estuviera sucediendo nada, excepcin de los nostlgicos y neoromnticos ecologistas interesados en algo que en otro tiempo
denominaban naturaleza.
Por otra parte, est bien el hedonismo de nuestro tiempo, que
legitima los placeres del cuerpo, contra lo establecido en otras pocas
en que el cuerpo resultaba postergado, sacrificado y reprimido. Est
bien que el sujeto ya no est ms centrado slo en la razn, y que se
vea ahora como es, fragmentado y complejo. Est bien que el mito de
la Historia Occidental, entendida como la nica historia vlida e
importante, haya sufrido grave deterioro. Hoy entendemos que la
historia es mltiple y diversa, y dentro de ella tienen cabida otras
historias de pueblos que antes simplemente no existan. Ya no
estamos ante verdades fundamentales, se han diluido los relatos
aglutinantes que otorgaban sentido y esperanza, y el mundo cotidiano
rescatado de su secundariedad recupera su autntico sentido e
importancia. Todo esto est muy bien.
Pero ante las prdidas derivadas de la crisis de los mitos
modernos, que significan como lo hemos visto importantes
ganancias, tenemos a cambio el riesgo de la desesperanza y el
nihilismo. Riesgo, en el sentido del vaco y de la incertidumbre, que
tratan de ser ocupados ahora mediante severos retornos
conservadores, ante la retirada de la Razn. Desvanecidas las grandes
ideologas, los meta-relatos y los mitos modernos, sustitutos de las
viejas creencias sagradas que dominaron en las etapas previas al
proceso de secularizacin de la cultura, hemos quedado expuestos al
vaco de todo y, por encima de todo, a la crisis de cualquier clase de
fundamento racional y de la idea misma de sentido de la existencia.
Nunca como ahora, incluyendo
42
SER CONTEMPORNEO
43
44
SER CONTEMPORNEO
45
EL LIBRO, LA LECTURA
Y EL DECLIVE DEL IDEAL ILUSTRADO
INTRODUCCIN NECESARIA
50
51
52
53
54
55
56
57
58
59
creer que todo aquel que est informado, por el solo hecho de estar
informado ya est pensando. Por esa razn en Occidente, donde ha
ocurrido finalmente el apabullante predominio de la racionalidad
productivo-instrumental, con su correspondiente predominio de la
alfabetizacin funcional a que nos estamos refiriendo, los profetas
del saber Ilustrado y de la cultura letrada casi desaparecieron. Ya
casi nadie puede pretender en Occidente embaucar a nadie con el
asunto del manejo y el control intelectual y sabio de los signos
sobre los cuales se supona que se deba volcar la meditacin
reflexiva de la inteligencia, salvo hoy todava en reducidos crculos
acadmicos y universitarios, donde an se lee con la lentitud ritual
que demanda el desciframiento del sentido y la produccin del
conocimiento. Pues, incluso en el arte literario y en la plstica ya
casi todo es banalidad, lectura rpida para cuyo aprendizaje
existen incluso academias, kitsch y fugacidad. Es decir, cosas
sin ninguna pretensin de durabilidad, que se ofrecen para ser
consumidas en los aeropuertos y salas de espera, o en los fugaces
instantes de las exposiciones y actos sociales de la plstica, el cine de
relumbrn y los cocteles literarios.
LA LECTURA COMO DESCIFRAMIENTO DEL SENTIDO DEL MUNDO
60
61
62
63
64
65
66
67
68
69
70
71
72
73
74
75
76
77
78
LA TIERRA QUEATARDECE
79
80
81
82
83
"88
89
90
91
92
voluntaria.
93
94
95
96
97
98
99
100
101
102
103
las reglas del juego acordadas del amor abierto. Y todo esto de
manera absolutamente inevitable, puesto que no existe un lenguaje
original, exclusivo y nico para evacuar y dar cuenta de cada
encuentro, una fraseologa que sea propia de cada conquista y sea
nica y exclusiva con la pareja de tumo. Especie de engao
colectivo, especie de ilusin en la que todos caemos pero que
constituye el imaginario que hace posible todo amor, simulacro cruel
que del amor como relacin especular de la pareja no dej sino los
escombros, quizs slo las uas crispadas de los contrincantes y el
enseamiento de los colmillos, pues cuando se juega al
derrumbamiento de lo simblico y de los imaginarios respecto del
amor o respecto de cualquier cosa debera muy bien conocerse por
anticipado su costo.
De modo que lo que vemos hoy, en general, despus de los
primeros trasteos del desengao, como en las corridas de toros a
poco despus de los primeros capotazos, y en el mejor de los casos
slo a partir de la suerte de varas y del hielo de los primeros
muletazos previos a la estocada, son parejas enfrentadas a la crueldad
y al desengao derivado de sus mutuas sospechas acerca de las
verdades y las mentiras del amor. Especie de lucha libre de todos
contra todos donde a veces la ternura se cuela como un dbil rayo,
cuadriltero donde las reglas del juego consisten en el ojo por ojo y
en el diente por diente y donde toda infidelidad del contrincante se
paga e intenta cicatrizarse con otras infidelidades; parejas resignadas
a veces a su suerte, a su descamado juego de libertades e igualdades,
que no se cansan de denominar civilizado a pesar del dolor;
parejas engaadoras y engaadas pero en medio de todo doloridas
hasta el momento del estallido definitivo.
En este orden de ideas, que trata de no ocultar la complejidad y,
sobre todo, la ambivalencia de los sentimientos en todo este asunto,
resulta de alguna manera mucho ms cruel pero mucho ms
confiable quien en el terreno de la sexualidad finisecular se abstiene
de decir a su pareja te amo, y en su lugar prefiere
104
105
l alrededor del amor son siempre las mismas que utiliza con otros
en su nomadismo, pues a l o a ella le sucede exactamente lo mismo
cuando acta. De hecho, el repertorio lxico relacionado con el
amor, tanto como el repertorio de las caricias y los gestos, en cada
caso parece estar condenado a tener que repetirse. Y cuando alguien
tiene sospecha o incluso conocimiento de que aquellas palabras,
aquellas caricias, aquellos gestos y gemidos que un da se tuvieron
por nicos y por exclusivos, constituyen el mismo e idntico arsenal
con el cual su pareja de ahora entabl otras relaciones pasadas, todo
se derrumba. A partir de ese momento surge la congoja respecto de
la verdad del amor y la entrega se torna escabrosa, medida,
calculada, digamos que espiritualmente casi imposible como
entrega. Pues el amante ha quedado notificado, cada vez ms
tempranamente, de que cada palabra de amor, cada caricia, cada
gesto que recibe, son absolutamente similares a los que su pareja
debi haber utilizado en otras situaciones pasadas e incluso
presentes. Este desengao respecto del lenguaje del amor y de las
fantasas que a partir de l nos hacemos, este desgaste del encanto de
lo nico, de lo exclusivo para m que toda relacin est llamada
a sufrir como un escalofro tarde o temprano, en el caso de las
parejas jvenes de nuestro tiempo ocurre demasiado precozmente,
demasiado temprano en sus vidas. La libertad, la igualdad en el
amor, han conducido a que la experiencia amorosa no comprometida
se haya generalizado entre los jvenes. Los celos se experimentan y
se sufren, claro, porque toda relacin amorosa es posesiva, pero no
est bien visto dejar traslucir que se sienten y, sobre todo, se sufren.
Hay que aparentar ser frescos y estar siempre dispuestos a matar
un despecho con otro amor y, si se puede, a cicatrizar un desengao
con su correspondiente engao. De este modo, a los veinte aos de
edad un joven de nuestro tiempo ha logardo acumular el desengao
de un viejo, cosa que debe asumir con la mayor naturalidad. Ya no
cree o al menos no confa en las palabras del amor, y hasta sera
incluso un
106
107
108
109
110
111
112
113
114
LA DESESPERANZA:
ALTO COSTO DE LA RAZN LCIDA
118
LA DESESPERANZA
119
120
LA DESESPERANZA
121
122
LA DESESPERANZA
123
124
LA DESESPERANZA
125
126
LA DESESPERANZA
127
128
LA DESESPERANZA
129
130
LA DESESPERANZA
131
132
INTRODUCCIN
136
137
138
139
140
141
'
142
143
144
145
146
147
148
149
150
151
152
por algo que debe ser arrastrado por el sujeto que somos a travs
de las hondonadas del mundo, casi siempre bajo la forma de
humillacin o de vergenza. Pero tambin haciendo gala de una
feroz ambivalencia, como motivo de ostentacin y goce en sus
momentos de xtasis y de gratificacin sensual. En casi todos los
casos, el cuerpo en Occidente fue visto siempre como algo que
habita en nosotros junto con su alma o a pesar de su alma, fuente
permanente de desviaciones respecto de la ruta del bien y riesgo
para la realizacin de los ms altos valores del espritu. Otredad
animal a la que estamos indisolublemente encadenados hasta la
muerte, capaz de brindarnos placeres sin cuento en esta vida pero al
mismo tiempo fuente permanente de maldad y perdicin. Ha sido
sta, adems, una otredad corporal cuyo manejo y control parece
haber quedado bajo la autoridad de alguien otro, o de una parte
otra del nosotros mismos denominada hoy en da super yo, que
no es exactamente el yo que somos pero que sin embargo nos habita
como una tercera instancia vigilante. La biologa, pues, con su carga
de instintos y pulsiones, ha sido vista entonces para el sujeto como
una otredad de dos cabezas. La primera de ella, genricamente
denominada especie o filognesis, y la segunda de ellas llamada
cuerpo respecto del espritu, el alma o la razn. Existe, pues,
una especie biolgica que acta frente a las representaciones que el
sujeto se hace de s mismo, a la manera de una vieja otredad a
nuestras espaldas histricas ya pasadas y en cuanto hijos que somos
de la naturaleza; pero existe igualmente otra forma de otredad que
deriva de nuestras representaciones e intuiciones de esa otredad
denominada cuerpo propio material y animal, nada menos que
nuestro propio cuerpo no por ello menos hijo y derivado de esa
otredad de la filogenia, otredad que traspasa los lmites de nuestras
representaciones de nosotros mismos y nos habita a veces como
carne intrusa, origen de perdicin de cuanto somos, cada de bruces
en el fango que, sin embargo, ineludiblemente somos pero negamos.
Dos modos entonces de sentir y
153
154
155
156
157
158
COMO OBRA DE S
3. A este respecto ver, por ejemplo, la perspectiva abierta por Alfred Von
Martin, Sociologa del Renacimiento, Mxico, Fondo de Cultura Econmica,
1978; sobre todo los captulos relacionados con el aparecimiento de una nueva
mentalidad alrededor de los negocios en el seno de la burguesa plebeya, que uno
podra traducir tambin como el nacimiento de un nuevo tipo de subjetividad,
por la va de un s mismo responsable de s y adems obra de s, con la ayuda de
la razn, el clculo, la presencia del dinero como valor ligado al proyecto
personal de vida y de ascenso y reconocimiento social, todo esto en una
perspectiva secular y laica.
159
160
aderezlas lo mejor que pudo; pero vio que tenan una gran falta, y
era que no tenan celada de encaje, sino morrin simple; mas a esto
supli su industria, porque de cartones hizo una a modo de media
celada, que, encajada con el morrin, hacan una apariencia de
celada entera4. De este modo, con su propia industria Don Quijote
complet y enmend los defectos de su armadura, en el camino de
convertirse plenamente en obra de s. Finalmente y habr de
citarlo al pie de la letra, Quijote decide terminar de hacerse a s
mismo. Es en este momento cuando leemos:
Limpias, pues, sus armas, hecho del morrin celada, puesto
nombre a su rocn y confirmndose a s mismo, se dio a entender
que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien
enamorarse; porque el caballero andante sin amores era rbol sin
hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Decase l a s5 (las subrayas
son mas).
Y se-dijo lo que tena que decir-se a s mismo. De este modo,
Quijote se-dice y se-hace. Pero, sobre todo, se hace al decirse. La
novela a rengln seguido resulta ser un derivado absoluto de este
majestuoso proceso moderno de autofundacin y autocons- titucin
de s mismo y de su propio proyecto de vida, as en el caso del
Quijote se trate de una loca quijotada. El ingenioso Hidalgo se
provee de sus propias armas, que eran viejas pero que l con su
propia industria termina de fabricar; se provee de un nombre, pues la
expresin confirmndose a s mismo quiere decir cambiar de
nombre y ser l mismo a partir de ese momento el producto de su
propio nombre, de su propia aventura y de su propia locura e
invencin de s; no tiene un caballo apropiado a la grandeza de su
obra, pero este tampoco es un problema insoluble puesto que su
rocn puede ser transformado en algo enteramente nuevo, en algo
diferente de lo que como rocn era
161
162
163
164
INTRODUCCIN
168
169
170
171
172
173
5. Ibdem, p. 182.
174
slo naturaleza sino parte del barrio urbanizado, aquello que llega a
brazadas a mi ventana bajo la forma de luces y murmullos?
LA CIUDAD COMO LUGAR DEL NUEVO NMADA
Cuando no exista an la ciudad, no exista por supuesto el
transente? El poblador de los antiguos bosques que sala de caza o
a realizar la recoleccin de races y tallos no era de ninguna manera
un transente. La categora de transente es exclusivamente urbana,
ciudadana. Ella inaugura un nuevo tipo de nomadismo: el
nomadismo urbano. El habitante de la ciudad que sale de paseo por
calles, plazas y avenidas, un poco a la deriva o con destino preciso
aunque siempre de regreso a su original punto de partida,
circunscrito de todos modos al territorio de la ciudad y que
deambula ante la mirada de otros, igualmente nmadas urbanos que
observan y a su vez son observados, realiza la imagen exacta del
transente. El transente remite a una realidad moderna y urbana, a
un espacio urbano democratizado por la idea del bulevar5, donde
el hombre del comn sale a ver a otros y a ser visto por todos, lugar
de exhibicin de la moda, de los afanes imaginarios o reales
propios de los nuevos ritmos del tiempo que impone lo moderno o
simplemente la temporalidad de lo actual. La ciudad deviene as,
entonces, como territorio del nuevo nmada. Leamos de nuevo a
Fernando Pessoa:
Y, en medio de todo esto, voy por la calle, dormiln de mi
vagabundeo hoja. Cualquier viento lento me ha barrido del suelo, y
yerro, como un final de crepsculo, entre los acontecimientos del
paisaje. Me pesan los prpados en los pies arrastrados. Quisiera
dormir porque ando... ...Soy yo verdaderamente en esta eternidad
casual y simblica del estado de media-alma en que me engao. Una
u otra persona me mira como si me conociese 6
175
176
177
178
W.lbid., p. 47.
179
180
12. Handke, Peter, El peso del mundo, Barcelona, Editorial Laia S.A., pp.
61, 63 y 335.
181
182
183
14. Calvino, Italo, Las ciudades invisibles, Barcelona, Ediciones Minotauro, 1984, p. 42.
184
185
186
187
188
189
190
Bachelard,
desde
luego,
utiliza
aqu
un
modo
predominantemente reflexivo. Intenta explicar el significado
psicolgico de las sensaciones y el modo como se traducen en
imgenes, tropos de sentido y alegoras; intenta analizar cmo la
ciudad, convertida en murmullo nocturno, al modo de un mar, nos
hace sentir como si furamos navegando durante el sueo o en la
duermevela sobre el lomo de las olas. Quizs el agua sea una
consoladora metfora de la madre. El agua nos sostiene, nos lleva en
sus brazos en medio del bravio oleaje. Smbolos y metforas, eso es
lo que Bachelard descubre en los sonidos de la ciudad. Aunque no
slo esto, sino, principalmente, intento por encontrar secretas
significaciones de esas metforas y smbolos para nuestro
psiquismo. Ya no simples metforas o sentidos figurados a modo de
elaboraciones poticas por comparacin o analoga, ya no simples
figuras literarias en cuanto tales sino ahora, en Bachelard, la
exposicin potica pero analtica y reflexiva de autnticas claves de
significacin psicolgica acerca de esos mismos smbolos y
metforas.
La ciudad suma ahora, de esta manera, una dimensin ms a las
que ya habamos anotado anteriormente: ella puede verse, y de qu
modo, no slo como un tejido de sensaciones y estmulos para
nuestros sentidos, de origen tpicamente urbano, sino como
posibilidad de elaboracin de metforas, smbolos y redes de
significacin provenientes de un psiquismo que se refugia en las
metforas urbanas para permitir que el sujeto, abandonado a ellas,
se integre sin miedo a los nuevos ruidos, a los nuevos rugidos y
colores, a las nuevas velocidades, a los nuevos olores, a las nuevas
imgenes visuales.
LA CIUDAD COMO CRISIS DEL SENTIDO
Hasta hace apenas unas dcadas el mundo moderno viva bajo la
influencia de la fantasa segn la cual la existencia humana estaba
dotada de un sentido derivado de la idea del progresivo
191
192
193
194
195
196
197
198
199
24. Win Wenders, citado por Nstor Garca Canclini, op. cit., p.
102.
25. Handke, Peter, op. cit., p. 66.
200
201
202
203
204
Piglia
208
209
slo por las cosas y los objetos y lugares fsicos y no en cambio por
dichas cosas pero sobre todo, tambin, por toda aquella carga de
afectos, sensibilidades y temores_que se asocian a nuestras
representaciones del mundo.
De esta manera, la ciudad de la infancia difiere en mucho de la
ciudad de la adolescencia, que se superpone sobre la primera hasta
casi desfigurarla y de la que slo deja intactos los restos
fundamentales. Y la ciudad de la juventud ms avanzada, y la que
ms tarde construimos como adultos, jams es la misma que
armamos como la choza de la madurez o, incluso, de la vejez.
Veamos:
LA CIUDAD DE LA NIEZ
Tena quizs slo siete aos de edad cuando mis padres tomaron
la determinacin de migrar de mi ciudad natal hacia Cali. Para ese
entonces, Cali estaba constituida apenas por un conjunto de relatos
de pap y mam relacionados con un viaje anterior del cual haban
quedado apenas unas fotografas que haban sido colgadas en los
aposentos y que los vecinos venan a ver como gran cosa. Lo extrao
era que aquellas fotografas eran Cali para todos pero no mostraban
sin embargo el ms mnimo paisaje urbano. Se trataba de retratos
familiares tomados en la oscuridad de un cuartucho atravesado de
rfagas de reflectores y lmparas en la antigua Foto Mult, del centro
de la ciudad. All, vestidos de manera impecable, habamos quedado
para siempre congelados en el tiempo mis padres y mis tres
hermanos. Y durante mucho tiempo eso tan slo fue Cali para mi
niez: una fotografa donde nada urbano de Cali se vea, salvo los
recuerdos que rodearon el acontecimiento. En efecto, la fotografa
haba sido tomada en una de sus calles ms populosas, muy cerca del
Gambrinus, aquel restaurante donde segn el relato del viaje yo me
haba quedado dormido encima de la alfombra, bajo el mantel de la
mesa. De tal manera que cuando la familia emigr, el
210
211
212
213
214
LA TIERRA QUEATARDECE
215
216
217
218
219
220
221
222
LA CIUDAD HOY
Pasaron los aos y la ciudad dej de ser muy rpidamente lo que
era para pasar, por supuesto, a ser otra cosa. Las masivas
migraciones desde el Cauca, Nario y Choc, aunque tambin de la
regin de la colonizacin antioquea, terminaron apoderndose de la
ciudad, ocuparon sus calles y transformaron la plaza y el centro, de
nuevo y como en las fotografas del siglo XIX, en una plaza de
mercado, donde al lado del tomate y la cebolla se expenden ahora
alicates, cuchillos y serruchos. El saber urbano y civil republicano
construido alrededor de pasados usos y claves relativas al
consumo de la ciudad, resulta ahora prcticamente inexistente e
incluso irrelevante en la medida en que ha sido sustituido por otro
tipo de destrezas y saberes propios del dominio de camadas de
jvenes que usan y consumen la ciudad a partir de una
racionalidad banal y hedo- nista segn la cual nada es trascendental
y vivir el instante es lo que cuenta, cuestin que est muy a tono con
el pensar vivir de nuestro tiempo. Estos muchachos de ahora, con
todo derecho, y tal como en otro tiempo lo hicimos nosotros, estn
construyendo un tejido de recuerdos, representaciones y evocaciones
alrededor de sitios y vivencias absolutamente diferentes, que para
ellos son Cali. En el tejido de sus lugares y de sus referentes
espaciales, los jvenes de hoy no incluyen por supuesto aquellos
sitios pblicos propicios para el despliegue del pensamiento crtico y
la palabra politizada e ideologizada, pues los jvenes de hoy estn
definitivamente en otra cosa. Ms bien privilegian aquellos lugares
donde el cuerpo en danza sustituye a la palabra y al pensamiento,
centro, eje y motivo de la actual convergencia. Una especie de
ideologa de la salsa musical se ha apoderado de todo, como una
forma de sentir y de vivir que no exige pensar ms all de lo
mnimo, hasta el punto de que alrededor de dicha ideologa se
estructura lo ms significativo del tejido esttico y tico banalizado
de la ciudad, que tras esta especie de cortina de
223
224
225
LA SUMMA LATINOAMERICANA
INTRODUCCIN
230
LA SUMMA LATINOAMERICANA
231
232
LA SUMMA LATINOAMERICANA
233
234
LA SUMMA LATINOAMERICANA
235
236
LA SUMMA LATINOAMERICANA
237
238
LA SUMMA LATINOAMERICANA
239
240
encuentro nupcial.
4. Escritor y ensayista colombiano nacido en Anor en 1936, autor de la
novela Hojas en el patio, de los libros de relatos Para que no se olvide su
nombre, La ternura que tengo para vos, Para decirle adis a mam, En tierra
de paganos; libros de ensayos como Tarea crtica y De la razn a la soledad, y
libros de poemas como Geografa y Ala sombra del ngel, entre otros.
5. Escritor colombiano nacido en Tunjaen 1946, autor del libro de ensayos
NDICE
17
59
244
68
77
79
EPLOGO ................................................................................................... 81
89
*
EN OCCIDENTE ..........................................................................................
90
LA DESESPERANZA:
ALTO COSTO DE LA RAZN LCIDA ....................... 115
EL SUJETO MODERNO COMO OBRA DE S ......................... 133
INTRODUCCIN ............................................................................................. 135
NDICE
245
158