Danlalalán 1a Parte
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(El deudor)
De la mandioca quiero la masa y el bollo,
de la caza quiero la paca y el tat;
de la !llujer quiero el zapato, quiero el pie!
--quiero la paca, quiero el tat, quiero la caza . . .
Yo, del padre, quiero a la madre, quiero a la hija:
tambin quiero casarme en familia.
Quiero el gallo, quiero la gallina del patio,
quiero el nio del morral de dinero.
Quiero el buey, quiero las astas,
quiero el cuerno del carnero,
del descornado, del cesto quiero la tapa.
Quiero la pimienta, quiero el caldo, quiero la salsa
-yo de la guampa quiero el cuerno, quiero el buey.
Qu fue de l, el loco, qu fue de l, el zafado?
Yo quiero la tapa del cesto, del cuerno . . .
Desafio de Paco Barbn llamado Paco Violn, llamado Paco Precavido, Paco del Norte, Paco Moro, Paco
Rita - en Sirga, Rancherfa de la Sirga, Vereda de
la Sirga, Bajfo de la Sirga, Sertn de la Sirga.
1ve y leve el
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manos, cuando l tomaba, apretaba, las manos suaves, firt.r s, una seda; y el pie se apoyaba en la pierna de l, por deh.r jo de las mantas: un pie as, liso, blanquito -caliente o
1do-, ella nunc;. haba andado descalza. Lo que criticaba,
n broma, era que l no quisiera beber, de vez en cuando , ni
1111 trago. -"Es bueno, mi Bien: da un calorciro que obliga a
, 1enro, mas
, senndo... "eoqueteaba.-"Pones una
ucrerse mas
rn :rno en m y se me enchina la piel. Me vuelvo agua ... " Ella
q11 cmaba romero, mejorana, anglica en el cuarto, de noche,
1111 es de irse a acostar. Desmenuzaba albahaca para salpicar
In ropa de cama o para fumigar. En una ocasin le haba en' argado un poco de incienso o de resinas de brea blanca que
po na a arder, en oficio, en rodas las habitaciones: para sacar
d 1aire el mal de ojo, o cualquier hechizo de mala suerte; la ca~: t ola a incienso como una iglesia, y durante roda la sema11 :1 quedaba un remanente de santificacin por los rincones.
Un da habl de un polviro blanco que algunas personas de la
iudad chupaban por la nariz, por placer.
- "Cocana, mi Bien. La prob una sola vez, unas dos veces
~ guidas, en la ua, azucarada, un poquiriro. Hay gente que la
pone en el cigarrillo. La boca queda como fra, el paladar
dormido, como alcanfor delicioso. Dan unas ganas enmendadas, que no acaban ... " Secreteaba con sinceridad: -" . .. Vamos
:t probar, mi Bien, y yo te besar la lengua, extraa, como de
hi elo . .. " Pero lo deca slo por diversin, en broma. Saba que
so, ah, el vicio, haca dao, era peligroso. En un corro plazo,
:r no serva ms el efecto, algunas mujeres terminaban locas
hasta la muerte. Daban lstima ... -"Pero dicen que hay un
ine .. . " Soropita no la miraba de frente. Entonces ella misma
1 explic: que haba conocido la cocana en sus tierras, en Siete
Sierras, cerca de Caabrava, ms adelante del Brezal de las
Almas . Ah, pareca imposible que en aquel lugar, sin civilizain para esas cosas . .. -y escapaba de Soropira el valor pa11s
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no bis... " Tocaban msica, se bailaba. Justo al llegar y cumplidos los requisitos obligatorios, Soropita arda por ir. Sabiendo que poda pasar muchos das en la ciudad, primero
se engaaba a s mismo: -"Hay tiempo, voy maana, mejor
duermo la siesta .. ." No lo lograba. Se abrasaba. Pero le gustaba
ir solo, callado, disimulando, por la tarde. Prevenido. Ir de da,
que de noche no convena: mucha gente avispada, borrachos
- vaqueros, troperos, resecos, pasadores de ganado, revoltosos, vagabundos, gente de la ciudad; gente de todos los estados. Fcilmente armaban pelea, camorra. Atinarle al riesgo.
Tena tambin Soropita un cierto recelo de las mujeres, un
respeto raro, penosa ley. Iba tanta gente bien arreglada, con
lujo, buenos trajes caros , zapatos nuevos, corbatas de fantasa, cosas. No quera que lo encontrasen pueblerino, grosero.
Entonces se daba razones y disculpas: ira a lo salvaje, no se
afeitara, no se cambiara la ropa - prefera mostrarse as,
por su voluntad, seor de altos harapos. - " ... A ver si no me
quieren; es mejor, regreso, me estoy sosegado .. .", se deca. Ib1
pasando frente a las primeras casas. Ah, lo liamaban. l quera tener un aire serio, la pinta y el modo de un hombre ocupado. -"Eh, entra, Bien. Ven aqu, elfgeme. Ven a gozar conm igo ... " l se acercaba, lento, con rodeos, medio como buey
maoso. Era una duda pesada, una vergenza que lo envolva, casi triste, una terquedad: esas mujeres reinaban all, era
su fuerte, su querencia segura, no tenan ningn temor, legtimas en un cerro de poder, y l se empequeeca; mujeres sensatas, terribles. Entonces, haca un esfuerzo seco, hablaba de
repente, se agrandaba: - "Hoy no tengo tiempo, muchacha.
No pierda sus gracias ... " -"Si no las pierdo, mi Bien. Ven a
ver lo que escondo. Haz lo que t quieras: yo soy una noviliita mansa de corral. No voy a desperdiciar a un hombre como t ... " l todava esperaba, medio provocado, medio inseguro: -''Es de veras, nia! Acaso se quiere acostar encima
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ser, mandona. No tuvo necesidad. Ya a la otra noche se ufanaba del todo, sano de acero, qu felicidad. Meses despus, el
quebranto de la debilidad le quiso volver, p:ro no f~e grave.
Porque l tuvo, para salvarse, al instante, la idea de mventar,
imaginar y recordar las cosas imposibles, el mundo de ellas; Y
Ooralda, su lengua, temblores en el cuello de l, en las orejas,
como ella saba- tan dichosamente que todo pas. A partir
de entonces nunca tuvo ningn problema. No necesitaba tomar nada; era incluso demasiado hombre, lo que a Dios agradeca. Si no, para qu viva uno? Todo en lo diario, deforme,
aborrecible y desparramado, sucio, triste, trabajos y cuidados,
desgracias, y el miedo de tantas sorpresas malas, todo se converta en cansancio. Hasta el momento en que el hombre se
recompona junto a una mujer, la fuerza de fuego volvi~~do a
reunir los pedazos, el estar en Dios. Despus, la tranqmhdad,
ya no haba necesidad de pensar en demonios en.mascarado~,
ni en el ave negra, no tena la culpa- en la embesnda no se mira la bravura de la res, se mira la punta del aguijn. - "Ms rpido, Cabocln, vamos. "
Ahora, feliz, con ngeles de oro en el casamiento, con Doralda, por todo y en todo la mejor compaera, ni era capaz ni
haba necesidad de regresar a una casa burdel, eso haba pasado en un lejoslejos. Pero en el manso del desdoblar de la memoria -el goce de hilar fino finalmente lo que en un tiemp?
l haba sido- eso s poda, que en sus adentros cada uno reina; placer de sombra. Que haba sido bueno, ya pas. - "yas,
Soropita?" - "Claro que s. " Soropita viajaba como durmiendo, la mano experta en la rienda, pero como si fuese la mano
de otro. Los naranjales del campo germinaban su olor lastimoso; despus los arrayanes, el olor asaz alegre, que se senta
ms en la boca, en lo excelente; despus la flor del pasto meloso, animal y suave; y, ufa, esos perfumes sucesivos indicaban
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cha de claridades, con lisos cabellos negros, un lunar en la cara, ojos verdes o marrones, y hoyuelo en el mentn y risa un
poco ronca- y que de verdad esa muchacha nunca haba
existido, slo l la haba inventado. La casa de lujo, con todas
las seguridades, un sosiego que no se interrumpa. La muchacha se sentaba en sus rodillas, enamoradiza, hechicera: beba,
fumaba, rea, besaba. La habitacin era de paredes fuertes, la
puerta atrancada, l tena la llave en la alforja. La muchacha,
la primera vez, lo tomaba de la mano, vea el anillo, jugaba a
hacerla girar. Pestaeando le preguntaba: -"Mi Bien, t de
veras ests casado? Con quin? ..." l haca que s con la cabeza, avergonzado. Le gustaba empezar as, sin nimo de
responder, sin ver de frente a la muchacha; de ese modo escuchaba mejor lo real de su voz, respiraba el poder del perfume que ella usaba. Pero la muchacha lo acorralaba, quera
porque quera: -"Cul es su nombre, el de tu mujer? Habla!
Dime quin es .. ." Y l le contestaba, tena que contestar; hombre, aquella muchacha saba cmo hacerlo hablar. De ah la
descarada sorpresa, lo que ella exclamaba: -'Sucena? La Sucena? sa?! Ah, s, la conozco, mi Bien. La conozco entera:
es de las nuestras! Ah, s, te voy a contar. .. " Arre con impudicias, la depravada, esa muchacha. Con su sonsonete, con su
broma, con sus mohnes, con su escarnio. Relataba la vida de
Doralda, contaba sobre Doralda, lenta, cositas cosas, orgas y
proezas. Expona, rindose o seria, entrando en calor. A veces
se haca la vergonzosa, y era para tomar impulso y hablar ms
hondo, ms seguro. Preguntaba, preguntaba, quera saber de
todo ahora, haca comparaciones. Aquellas palabras, libertinas,
aquellos nombres, como pico ardiente quemante, sacudiendo
el cuerpo; l tena que apartar los ojos, con un escalofro.
Soropita haca una pausa. Ergua la fantasa vibrada, la retrasaba un mal recuerdo, un resquicio. Se estiraba con la muchacha, abrazados, hablaban de Doralda, l volva a ver a
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no ser visto por esa gente, nunca se sabe; mas no haba tiempo, despuntaba en la curva un jinete, un vaquero; montaba
un caballo tostado, un vaquero joven; no lo conoca; y los otros,
grupo de cuatro, entre encuerados y empolvados; el de camisa amarilla caqui irrumpa, de frente, mirando, pareca una
.
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cara conoct'da: - "M
e eqmvoco.
Soropita hizo retroceder su caballo. El otro sonrea una risotada. Abri los brazos.
-Es cierto, Surupita?
-Si es Dalberto...
Dalberto se acercaba extendiendo la mano, y Soropita a su
encuentro avanzaba la mano y apretaba la del otro, distante,
retardado. Dalberto- embarnecido, ms quemado por el sol.
Arma grande a la cintura. Una flor clavelina adornando el testuz de la mula parda. Dalberto era un buen recuerdo, testigo de
grandes pasajes; pareca que nunca se haba alejado de l. Amigo: pocos, y con fe y eleccin, un pariente que se encontraba.
Un buen amigo vale ms que una buena carabina. Se acercaron, en un medio abrazo, las manos palmeando las espaldas.
-Diablos! Cmo ests, Surupita!... Encontrarnos, tanto
tiempo, sin esperarlo, aqu en este rincn lejos de todo camino acostumbrado ...
El negro, con espingarda y alforja, se mova: traa all una
codorniz, bajada a plomo, negra y sangrienta; Soropita desvi la mirada. Mas los vigilaba, de soslayo: a los de alrededor,
ms apartados, cerrando un semicrculo. El muchacho del caballo tostado, con sombrero de cuero, redondo, de los que se
hacen en Cariaa. Uno de ropa clara. Uno de traje de cuero, nuevo, de los comprados en Montes Claros. Gente de paz,
a su servicio, pero gente bien armada. Dalberto les daba su lugar en las menciones de la presentacin: -"Es mi gente, parte de los compaeros: Rufino, Iladio, Pe Pereira; a Jos Mndez lo conoces". -"Medio me parece recordar... " (Haba sido
"Hacta
' una semana que estaban-"... conch apor el cammo...
bados -como dicen ellos- en el Acedo; un retiro de aqu..."
-"S dnde: antes de que se termine la alambrada, la alambrada del doctor Adelfonso, con la del Sudado ... las dos hacen
un callejn ... " -"Bueno, ya sabes ... Somos unos pocos, por
cuenta de don Remigio Bianor. Estamos todos los das en un
descanso bestia, esperando las rdenes. Quien manda y paga
es quien gana o pierde ... Para ir a buscar un ganado, por ah
arriba. Don Remigio Bianor todava est en Corinto, en Curvelo tiene una exposicin de animales. Regresa de maana en
dos das, con el jeep o en el camin de la leche."
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Dalberto estaba como siempre, blando, apacible en el habla, ese modo sincero de mirar, en los ojos grandes; uno iba
sintiendo con l una brisa de bondad, un despliegue de sosiego. -"Qu cosa, Surupita, encontrarnos, despus de tantos
aos, sin ponernos de acuerdo ni nada, sin saber noticias ...
Entonces, ests trabajando por aqu, por estas partes de los
Generales? Imagnate .... " -"En el An ... " -"Ya s." -"A una
legua, hacia adentro. Una legita, un soplido ... " -''A ver. Que
no se diga. Tengo tanta alegra que lo primero sera ir hasta
all , conttgo,
.
en segm'd a... " - "B u eno, vamos. " - "D e veras?
S voy. Me das de cenar y puedo regresar por la noche, la luna
sale hacia las diez. No es molestia?" Dalberto no haba perdido la costumbre de golpear con las riendas. La mula parda era
buena, mova fuertemente la cola, arrancaba bien, tena buen
paso. Aquel negro Iladio, con el rifle, bruto goliat, soltaba la
risotada, se atrasaba, formando una banda con los dems.
A Soropita le disgustaba, no poda dejar de invitarlos, si todos ellos quisieran ir. Dalberto pareca que adivinaba: -"Los
compaeros vienen con nosotros hasta el camino ... Regresan
al Acedo ... " Que fueran tambin ellos, haba comida para
todos ... - Soropita invitaba, no poda desmentirse. Agradecan, Dalberto deca que lo dejaban para otro da. Soropita no
tena qu reprocharse: Dalberto, s, era un compaero seg~
ro, aunque slo fuese por ser su amigo, siempre recordado.
Eso s, no le daba gusto llevar al resto de su gente hasta el An,
meterlos a su casa. Aquel negro Iladio, Jos Mndez ... Todos
iban atrs, guardando la norma de distancia. Ni eso soportaba; lo mejor sera que marchasen por delante. A ver, con seguridad observaban el volumen de sus armas, hablaban de l.
Soropita no poda orlos. Pero ya desde un principio haba
relanceado entre ellos el alborozo, el murmullo de una conversacin cautelosa.
("-Pss, Pereira... " -" ... Con el labio blanco, Jos Mndez?"
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- "Espera, eh, espera, Iladio. No saben qun es aqul? Su 1" - " Surruptta
. ~~.. venmana.
r
, ' Surru-pt-ta....
. 1 , - " Surrurrupmt!
pita!" -"Surrupita? -"El mismo, el diablo, santo Dios: miren con quin venimos a topar." -"Es Surrupita, Rufino, el que
mat a Antonio Riazo y a Dendengo ... El que mat a Juan Gaviln." -"Uy, Virgencita! Pis tierra caliente ... " -"Si estoro mal castrado ... " -"Ya o decir. Ah, se no desperdicia su
legtima defensa!" -"Pereira sabe .. ." -"Vaya, si sabr. Mat
a Mamaluco tambin. Respondi a la justicia en Ro Pardo ... "
-" Eso fue otra vez, por heridas leves ... " -"Y no fue por la
muerte de Mamaluco. Mamaluco era cuado de Dendengo,
muri con l, ah junto, en los hechos ... Surrupita fue juzgado
en tres comarcas. De casi todas lo absolvieron ... ")
Al principio Dalberto no poda emparejar bien con Soropita: la mula parda rebasaba, dominando el medio del camino. La camisa floja del muchacho se inflaba. El animal levantaba buenas orejas, y sus arreos eran un zzzuun ... Cabocln,
aunque ufano en el afn del regreso, tena que seguirla. Dalberto se daba vuelta, jugueteaba sus manos en las rayas anaranjadas de la manta:
-Ah, eh, Surupita? Esto si que es otra cosa y que no la
maldicin del paso a paso, la aburricin de llevar la manada.
Aquellas manadas de toros cebes, caminando dormidos ...
-Es cierto. Los recibamos en Pirapora ... Llegaban en el
tren ...
-Oye, Surupita, stos s son buenos campos ...
Soropita volva la cabeza, se daba vuelta medio de costado,
vigilando a los cuatro, que iban ahora ms atrasados. Saba,
saba que estaban hablando de l; lo saba, como cosa de peso.
Y la insistencia de esa certeza lo irritaba.
(-"Surrupita, eh, la empina! Quien lo ve, no dice quin es
este hombre." -"Una vez revent a un yagunzo con una bala
en medio de los dos ojos, en Extrema. Ah fue donde lo conde-
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naron, ao y medio. Pero no lleg a cumplirla. Lo indultaron." -"No, la defensa apel: sali libre inmediatamente. Si
decan que lo haba mandado el gobierno para terminar con
los valentones de ah del Norte. Lo que se sabe: por costumbre Surrupira slo liquid a tipos famosos, valentones respetados ... " -"Pues s, cualquiera que hubiese matado a Juan
Gaviln y a Antonio Riazo y a Dendengo saldra libre, porque mataba en legtima defensa ... " -"No fue as. Un tipo
llamado Encio lo vio, por la ventana abierta, del lado de afuera. Pero se escap, no quera ser testigo ... Fue en el Brezal del
Amparo, adelamiro de Januaria. Nadie conoca a ese Surrupira, haba llegado con una tropa, estaba sentado, en un rincn, comiendo su vianda. Dicen que bien tranquilo, deba tener un honesto apetito. En la pensin, en un comedor grande,
que daba a la calle. Lejos de l, en otra mesa Antonio Riazo
estaba almorzando con dos de sus hombres. Mala gente ... De
pronto, la revoltura: entr Dendengo, como vendaval, seguido de Mamaluco y de otros tres horrendos, para provocar una
ntima discusin con Antonio Riazo y matarlo con urgencia.
La revolrura iba a ser entre jaguares con hambre. Pero no les
dio tiempo: Surrupira, del ltimo rincn, sin decir padre ni
madre, sin una ros ni escupitajo, relampague y solt fuego.
Fue con la de can corro. Barri a todo el mundo a balazos
-tena mucha municin! Cay muerto Dendengo, Antonio Riazo, Mamaluco, uno de los dos que estaban con Antonio
Riazo, otro de los compaeros de Dendengo. Y tambin hubo heridos. Surrupira no falla un tiro. Antonio Riazo se envolvi en el mantel y mordi el polvo debajo de la para de la
mesa. Cinco al camposanto! Surrupira tambin sali de ah
cargado, fue al hospital, tuvieron que operarlo antes de que estuviese en estado de comparecer ante el tribunal ... " - "Entonces, s respondi? " - "No. Lo que despus declar, fue
que todos sos eran hombres terribles, que estaban ah en pie
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ferente a l, Soropita. En todo. Podan chupar la misma naranja, y el sabor que cada uno le sacara sera diferente. Hasta las
mujeres que elegan siempre eran distintas, cada uno tena su
preferencia por separado. Dalberto poda ser su hermano ms
joven. Ni en las cosas triviales de la vida estaban de acuerdo,
amigos. Dalberto no tena malicia, ni hambre de todo - de
conocer por dentro- hambre de toda la miga, del bagazo,
de la ltima gota de jugo.
-Hace dos aos que pienso en guardar un dinero ... Mi
perdicin es el juego ...
Dalberto haba hablado con una sonrisa rpida, saba que
Soropita reprobaba el juego, que no le gustaba quedar malparado. E, inesperadamente, detuvo la mula. -"Se me olvidaba, iba a d<rtela, s que aprecias una buena arma ... " Era un
revlver 41, con cartuchera. -"Lo gan en nueve partidas a
un gaucho del saladero de Le. Ese nombre que lleva ah es
Cuarein,2 un lugar de su tierra- el revlver es del gobierno, fue de la polica de all. Igual que esta caja con balas, la
municin no es difcil de encontrar... " Miraba a Soropita, como queriendo que el regalo lo alegrase. Soropita era el amigo
que l ms apreciaba: valiente como una rfaga del vendaval,
y callado, callado. Cerca de l siempre tena el plpito sordo
de que algo iba a aprender.
Y Soropita, a buen decir, le haba salvado la vida de la furia de aquella vaca encontrada cerca de la Piedra Redonda,
donde nace el Ro Jequitioa. Cuando l, Dalberto, estaba
en verdadero peligro, Soropita salt y se cruz, sin el aguijn, y fue derribado por la vaca. Por fortuna no pas nada,
slo se rompi la chaqueta. Pero el resto del da, Soropita lo
haba pasado en cama, temblando, con fiebre.
Soropita saba que todo revlver tiene la sea de su historia
2 El Cuarein es un arroyo, lmite sur de Brasil con la Repblica Oriental del
Uruguay. [N. de la T .]
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- ... Entonces yo me acerqu a su vera, le puse unos centavos en la charola y lo salud: - "Amigo ciego, cmo van las cosas?", dije, o algo as, noms; creo que tambin me re. Y l,
sabes qu hizo? Se puso contento, exclam: - "El hombre de
~los botines! El hombre de los bonnes!...
" O Iste,
' Surup1ta.
. 1 No
parece mentira?
-Cierto. Pero no le preguntaste nada?
-Bueno, bueno. Los botines los haba vendido. Y del disparate de las rentas de mil reales, l no saba qu era. Me ense otro, ms gracioso:
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la. cuchara. Dalberto, lentamente, hablaba. Encenda un cigarnllo y hablaba. Se repeta. Soropita de repente se acordaba de
cosas contadas en tiempos pasados del mayor Braun - un
enorme hacendado rubio, rama de extranjeros, que haba sido dueo de grandezas. Un despropsito de riquezas, tierra,
ganado. Todo tan de rico, que no necesitaba preocuparse por
lo que de l decan. El mayor Braun viva amancebado con
una joven, muy blanca, muy linda, muy de la vida, muy sin
vergenza. Ninguno de los dos la tena. Por lo que salan, al
sol de la maana, en un solo caballo, el mayor montado, traje compuesto, pero la mujer toda desnuda, abrazada a l, en
la grupa. Desnuda, toda viva, bellamente: era para que todos vieran lo que en una seora nunca se puede ver. Eso les
agrandaba a ella y a l el placer de los placeres, las delicias. Ella
desmontaba, caminaba para que la vieran ms desnuda an,
as, en movimiento, paseando su albura sobre la gramilla
verde, en el llano. Se baaba en la Laguna de la Laola, cerca
de donde viva tanta gente. Si alguien, hombre o mujer, los
vea pasar, volteaba la cara con temor de Dios, se estremeca.
Dicen que la joven vea a una novilla, ms bonita, paseando
a la distancia y deseaba: -"Yo quiero de aqulla ... " Y el mayor Braun mataba de un tiro a la novilla, le cortaba una lonja
d.e carne y all mismo la asaban. Los dos. Pasado un tiempo,
vmo el castigo. Se dice, inciertamente, que el mayor termin
por envejecer fuera de s, pobre, mendigo ...
-"No era as, Surupita? S o no? ... " Sin embargo, cuando Dalberto agravaba as su voz, fuerte, acalorado, minaba el
pensamiento, de sopetn, llegando de la realidad, que era todo lo contrario. De simple, todo el mundo harto saba lo que
esas casas de burdel tenan de asqueroso: peleas, corrupcin
de enfermedades, robos, cobardas. Quin podra querer all
a su madre, a su hija, a sus hermanas? Muchas mujeres falsas,
mentirosas, hambrientas de dinero, ah, vaya. sas, perdido su
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respeto de nombre y bro, de libertad, de persona: como si huhieran querido volverse animales que cualquiera usaba y tiraba - perras, vacas, yeguas en celo ... Despus, lejos de all,
en la claridad de la llamada del cuerpo, en la calentura caliente, por qu de todo eso slo se levanta en el recuerdo lo que
brilla por gracioso, fino y bueno, las migajas que iban creciendo, creciendo y aduendose de todo? An ms fuerte y sutil que la peticin del cuerpo, era aquella nostalgia sin peso, la
necesidad de encontrar el poder de un derecho hermoso en el
revs de las cosas ms feas.
- "Verdad que s, Surupita?" Ah, qu no era eso lo mejor
de la vida? A aquella mujer la llamaban Lila Calzn de Hombre, La Ms de Todas ... ella as lo quera. Lila, deca que se llamaba. Pero a l, Dalberto, le contaba el secretito de los secretos, que su nombre verdadero, el de pila, era Analma. Instruida,
lo avergonzaba por ser un pobre tropero, dubitativo de tan
ignorante. Lea libros. Saba versos. Mientras l descansaba,
ella declaraba un torbellino de cosas: -"Ven, mi Bien, deja tu
hoca aqu en la almohada .. . Dime una nana, una ni na, escnJeme, crame... Del hombre y del dulce bien hecho, el reposo
es lo que ms aprovecho ... Conmigo: pan-pan, beso-beso! .. ."
Desenloq ueca.
Del relargo de reescuchar y repensar, Soropita se exrravagaba. S, resbalaba en s mismo -volva al cuarto con la muchacha inventada; las sobras de un sueo. Hablaban an ms
de Doralda, se festejaban. La muchacha estaba all, en la esquina de la calle, feliz por estar enjaulada, golondrina que vuela dentro de casa, tena que recibir a todos los hombres, al que
llegara; obligada al flete, no poda rechazar a ninguno ... -"S
estoy cansadita, mi Bien ... " Y se descolgaba del abrazo, con
flojera, besadora. La muchacha que perteneca a todos ... Corno ser de aquel negro Iladio, gigante retinto, horrendo ... El
almizcle, ardiente, de se, se hubiera podido derramar por ah,
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negro vesnico, con lladio ... - la voz era de otra: Doral da!
Doralda, trastornados los ojos, erizada de placeres ... El negro
gozaba con el forcejeo de aquella violencia, Doralda tambin
quera, hasta que el negro se cansara, el negro no se cansaba,
~.:ra un bicho peludo, grgola, de lo profundo del monte, del
caldero del infierno ... Soropita atnito, sus almas desacompasadas, desbordado - y lo que vea: el desaire, la refriega, el
fo rnicio, la baba ... Despus, siempre Doralda, con su camisn de cambray, tan blanca, extendida en la cama ancha, descansando; pero que lo miraba, sonriente, satisfecha, derritindose, embrujada, armonizados! El negro, indecente, seor de
10do, babeaba, haca jetas. Ese negro Iladio se preparaba un
da para un buen fin, a revlver; la canalla de tal especie no
dura en el serrn, el serrn no lo consiente! Para que aprenda
a no ser soez, ni salvaje, ni faltar al respeto! ... Dalberro contra
co rriente, Dalberro le contaba, contaba ... Viendo y sabiendo el pan del pensamiento de Soropita, como si todo en este
mundo estuviese enraizado y reunido, en una oscuridad clara, el caber de la gente.
-Soropita, uno no imagina lo virgen del reportar de cosas que ella se placa en decirme! Por ejemplo: -"Ahora,
querido, te tienes que ir, me dejas solita por dos o tres horas,
ahora va a venir fulano arriero, que paga por su turno complero, me falta muchsimo al respeto ... Tenl~ lstima a tu noviecita que va a pasar cosas tan feas ... Ests sufriendo? Quiero
que sufras, que penes ... Vete, ya le roca al arriero, y para l
debo estar hermosa ... Luego vienes; vienes? Con amor, con
cario, con besos para consolarme ... " Lo deca remordindose, plida de calor, Surupita, me apretaba el brazo, hasta el
dolor. Mientras tanto volteaba la verdad en un juego, los hombres se daban cuenta de que ella se alegraba a propsito con lo
que deca, con lo hembruno vivo de ese frenes... Desconfiaba. -"A veces pienso, quin sabe, justamente por el mazapn