El Rey Felon - Jose Luis Corral
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DESDE las cumbres del Pirineo la vida, como el horizonte, se vea mucho ms
despejada.
El coronel Francisco de Faria, conde de Castuera y miembro de la guardia de
corps, haba logrado escapar en el puerto navarro de Ibaeta de un destacamento
de soldados franceses que conducan a un grupo de presos a crceles francesas
tras la capitulacin de la ciudad de Zaragoza, que el 21 de febrero de 1809 haba
sido tomada tras dos cruentos asedios.
Faria haba logrado soltarse las ligaduras con ay uda del comerciante
zaragozano Salamero, y aprovechando la oscuridad se haba ocultado en el
bosque, donde los dos fugados se haban separado. Caminando entre peascos y
bosques, durmiendo en cuevas y escalando riscos haba logrado llegar, con dos
costillas rotas, a la pequea aldea de Zuriza, en el valle pirenaico de Ans, donde
unos pastores, ajenos a cuanto aconteca en el resto de Europa, le haban
proporcionado cobijo y comida.
Un mes despus de su llegada a Zuriza los huesos de las dos costillas se haban
soldado y gracias a la leche, a la carne y a la mantequilla de los pastores se haba
recuperado de los meses de batallas y hambre en Zaragoza.
Durante esas semanas nada supo de lo que estaba ocurriendo en Espaa. Las
ltimas noticias recibidas en la Zaragoza asediada decan que el emperador
Napolen, que se haba presentado a fines de 1808 en Madrid para dirigir
personalmente las operaciones de la guerra, haba regresado a Francia a fines de
enero de 1809, dando por hecho que la cada de Zaragoza y el avance del
ejrcito imperial hacia el sur y el oeste de la Pennsula provocara la sumisin de
los espaoles en muy poco tiempo.
La derrota y muerte del general ingls Moore en La Corua, mientras se
retiraba ante la ofensiva francesa, haba dado al traste con la esperanza de que
con la ay uda britnica se pudiera vencer a Napolen.
Entonces, no se sabe nada ms? le pregunt Faria a Antonio Galindo, el
pastor en cuy a casa de Zuriza haba sido acogido el coronel tras su huida por los
Pirineos.
Galindo acababa de regresar de la localidad de Ans, aguas abajo del valle,
donde haba acudido a vender un ternero, aprovechando que con la llegada de la
primavera los caminos y a estaban libres de nieve y transitables.
Slo lo que le he contado, coronel. En Ans tampoco se conocen
demasiadas cosas. Un correo recin llegado de Jaca ha informado que los
franceses han ocupado toda Espaa, y que en Madrid reina un hermano del rey
de Francia, ese tal Napolen reiter Antonio.
A fines de abril de 1809 el ejrcito francs haba ocupado todo el noreste de
la Pennsula, que el emperador haba puesto bajo el mando de un gobierno
militar autnomo, lo que haba provocado el enfado de Jos I el rey de Espaa
repuesto en el trono de Madrid por el mismo Napolen, que incluso haba
comentado a sus consejeros que se haba planteado la posibilidad de abdicar por
la merma de autoridad que le haba producido aquella decisin de su hermano.
Faria dudaba. No saba qu hacer ni a dnde ir, pues era un fugado y estaba
seguro de que los franceses haban puesto precio a su cabeza. Luego pens que
probablemente muchos soldados espaoles podan estar en su misma situacin,
vagando por bosques y montaas, refugiados en aldeas recnditas, sin otra
esperanza que un milagro que pusiera fin a la presencia de los franceses en
Espaa.
Mediada la primavera, se enter de que los franceses estaban muy cerca,
pues haban ocupado Jaca y su ciudadela y haban subido hasta el santuario de
San Juan de la Pea, un monasterio doble cuy os edificios ms antiguos haban
sido construidos en lo alto de unos riscos, bajo una roca, y otros ms nuevos en
una planicie cercana. El santuario, que los aragoneses consideraban la cuna de su
reino, haba sido saqueado e incendiado por las tropas imperiales, y se deca que
los soldados se haban vestido con las dalmticas de celebrar misa y cubierto con
sus gorros y sombreros. Incluso las tumbas de monjes y abades haban sido
profanadas en busca de anillos, pectorales y otras joy as. Quienes lo haban visto
contaban que los huesos de los cadveres se amontonaban por doquier alrededor
de los sepulcros abiertos.
Faria estaba desesperado; gracias a las informaciones que Antonio le
proporcionaba todas las semanas, saba que los franceses haban infligido a los
espaoles una derrota tras otra. En Medelln, el mariscal Victor haba derrotado al
general Cuesta, causando diez mil bajas entre los espaoles; y en su avance
incontenible los franceses haban llegado hasta Oporto, en la costa atlntica
portuguesa, donde haban muerto ms de quince mil personas.
Los britnicos, ante la posibilidad de que todo Portugal cay era en manos de
Napolen, lo que supondra un verdadero desastre para sus intereses y el corte de
suministros fundamentales para sus navos de guerra, organizaron un cuerpo
expedicionario al mando del teniente general Arthur Wellesley, un militar
ambicioso, fro y competente, que y a conoca Portugal por haber estado en ese
pas el ao anterior. El cuerpo expedicionario britnico desembarc en Lisboa y
Wellesley, que todava no haba cumplido los cuarenta aos, se puso enseguida a
disear un plan de contraataque con los oficiales de su Estado May or.
Pocos das antes, Austria haba declarado la guerra a Napolen, lo que haba
supuesto una estupenda noticia para Wellesley, pues el ejrcito imperial debera
atender ahora dos frentes, aunque en realidad, toda Europa estaba en guerra, todo
territorio era un frente de batalla.
A fines de abril Faria decidi que deba marcharse de la aldea de Zuriza.
Maana me voy le confes a Antonio Galindo. T y toda tu familia
habis sido muy generosos al compartir vuestra comida conmigo. No s cundo
ni cmo, pero os lo recompensar. Ahora debo bajar de estas montaas; en
nuestro pas se est librando una guerra decisiva para el futuro de todo este
continente y cualquier ay uda, por pequea que sea, es necesaria.
Aqu, en estas montaas, no habr guerra. Hace siglos que los ganaderos y
los campesinos de ambos lados del Pirineo hemos firmado acuerdos para que as
sea. Tenemos unos pactos por los que, en caso de guerra y venga de donde venga
el peligro, nos avisamos de unos valles a otros a fin de poner a salvo nuestros
ganados y nuestras propiedades dijo Antonio Galindo.
Esa tctica pudo funcionar antao, pero ahora las cosas han cambiado
mucho. La guerra y a no es como antes, hombres frente a hombres, espadas en
mano y lanzas en ristre, combatiendo segn los viejos cdigos de honor. En estos
tiempos se emplean armas terribles, caones capaces de matar a mucha
distancia, sin siquiera poder atisbar el rostro del enemigo.
Nosotros seguimos avisndonos. Lo hacen con nosotros los franceses del
valle de Aspe y lo hacemos nosotros con ellos.
Esa solidaridad de vecinos es estupenda, pero los ejrcitos actuales no
respetan esos viejos cdigos. Cada vez quedan menos caballeros en la guerra.
Pero ahora debo irme, pues mi presencia aqu os puede poner en grave riesgo.
En ese caso, coronel, necesita usted alguna cosa que podamos
proporcionarle?
Me har falta algo de comida, y algunos nombres para contactar con ellos
en Jaca y en Huesca, y que sean de fiar. Y ropa que me permita pasar
inadvertido.
Tengo familiares en Huesca, pero deber andar con mucho cuidado; dicen
que los caminos entre Jaca y Huesca estn vigilados por patrullas francesas.
Lo tendr. No me gustara acabar fusilado a la orilla de alguna vereda.
A la maana siguiente la mujer de Antonio Galindo haba preparado un
zurrn de piel en el que haba puesto una buena hogaza de pan, un queso, tocino
seco, un tarro de mantequilla y una ristra de embutido ahumado. El propio
Galindo le haba dejado unos pantalones de pana, una faja, una camisola y una
chaqueta de fieltro, adems de un sombrero de ala ancha y unas abarcas.
No tengo nada que darte a cambio, amigo le dijo a Antonio.
No se preocupe, coronel.
Mi uniforme es un montn de harapos inservible, y adems, si alguna
patrulla francesa subiera hasta aqu arriba y lo encontrara tendras un grave
problema. Lo mejor es que lo quemes. Ni siquiera las botas son aprovechables.
Apenas tenemos dinero, pero coja esto Galindo le entreg una bolsa con
monedas, es parte de los beneficios por la venta del ternero.
No puedo aceptarlo dijo Faria.
Le vendrn bien para el camino. Y y a me los devolver. Vay a con Dios,
coronel.
Queda con l, Antonio.
Faria le dio un abrazo al ganadero de Zuriza, se colg el zurrn al hombro y
descendi por una senda, valle abajo, hacia Ans.
***
Al da siguiente Faria, con el pmulo todava tumefacto por el golpe del oficial,
fue llevado ante l. El sargento que lo haba detenido ofici de intrprete.
A las preguntas del oficial, Faria declar que su nombre era Antn Galindo,
natural del valle de Ans, y que se diriga a Huesca a comprar ganado. Aleg
que no posea ningn salvoconducto ni cdula de identidad porque en los valles
altos no haba costumbre de hacerlo, pues all arriba todos se conocan, y para
demostrarlo cit los acuerdos con los habitantes de los valles franceses para la
defensa y la informacin mutua.
Aquello pareci desconcertar al oficial, que reclam informacin a uno de
sus ay udantes, natural de un pueblecito del Pirineo francs, quien ratific las
palabras de Faria.
Sargento, dgale que le dejaremos ir, pero deber presentarse en esta
comandancia en siete das, al regreso de Huesca.
Y orden que se le extendiera una cdula en la que se explicitaba que su
portador, Antn Galindo, natural de Ans, debera presentarse en Jaca en la
fecha indicada.
Gracias, seor, gracias dijo Faria tras or la traduccin del sargento.
Como garanta, quedan confiscados quince reales aadi el oficial.
Los necesito para el viaje replic Faria.
Con cuatro es suficiente.
Faria se mordi la lengua y agach sumiso la cabeza.
Gracias, coronel, gracias.
En realidad el oficial era capitn, y Faria lo haba advertido por sus distintivos,
pero el conde de Castuera lo ascendi de grado a sabiendas de que ese tipo de
distinciones eran bien recibidas por los militares.
Captulo II
A lo largo del camino entre Jaca y Huesca, Faria se encontr con varias patrullas
del ejrcito francs. En un par de ocasiones le pidieron que se identificara, y
aunque slo pudo mostrar la cdula que le haba entregado el capitn francs, la
vista del sello imperial impreso en el papel fue suficiente para que le permitieran
seguir.
Ya en Huesca, que tambin haba sido ocupada por los franceses, se dirigi a
casa de los parientes de Antonio Galindo. Las seas que le haba dado el
ganadero de Zuriza eran bastante precisas; se trataba de encontrar la casa de
Manuel Galindo, natural del valle de Ans, habitante en Huesca, en el barrio de la
parroquia de San Pedro el Viejo. Faria dio con la casa enseguida.
Manuel Galindo se dedicaba al comercio de lana y de cuero. Se haba
trasladado a Huesca haca veinte aos y regentaba un pequeo negocio que lo
mantena en permanente contacto con su tierra natal de Ans, adonde acuda
todas las primaveras a comprar pieles y lana. No era un liberal, ni un encendido
patriota, pero como buen montas era un hombre orgulloso y altivo al que
contemplar las enseas francesas ondeando en las torres de Huesca le revolva
las tripas. Faria no saba con qu tipo de individuo se iba a entrevistar. Antonio
Galindo le haba dicho que su pariente era un hombre serio y honrado, pero tal
vez fuera un afrancesado o incluso un agente al servicio de los franceses. En esos
das era complicado fiarse de alguien a quien no se conociera bien, y ni aun as
se poda estar seguro.
Cuando se person en la casa de Manuel Galindo, el comerciante no estaba
all; su esposa, aunque en principio recel de Faria, fue ganando confianza
conforme el coronel le dio datos de Zuriza y de los parientes de su marido.
Galindo estaba en su tienda de la calle del Coso, una guarnicionera y un pequeo
taller donde se elaboraban y vendan aperos para caballeras y cinturones,
cananas y correajes.
Don Manuel Galindo? pregunt Faria nada ms entrar en la tienda, en la
que haba dos clientes vestidos de paisano y dos soldados de uniforme.
Soy y o contest una de las tres personas que atendan la tienda.
Puedo hablar con usted?, vengo de Ans.
Al or el nombre de su pueblo en boca de un desconocido, Galindo supo que
ocurra algo extrao. No conoca a todos los habitantes de su pueblo natal, pero un
joven apuesto y elegante como aqul no le hubiera pasado desapercibido, aunque
Manuel tena veinte aos ms, en sus constantes viajes a Ans.
Si me permite, acabo con estos oficiales y estoy con usted enseguida.
Puede sentarse mientras tanto.
Faria lo hizo en una silla de anea en un rincn de la tienda, mientras Galindo
despachaba a los dos oficiales franceses que estaban comprando unos cinturones
de cuero negro. En cuanto se marcharon, Manuel Galindo hizo una seal a Faria
y lo llev a la trastienda.
Usted no es de Ans. Qu hace aqu?
Me enva su pariente, Antonio, de la aldea de Zuriza.
Mi primo Antonio!, espero verlo dentro de unos das, cuando regrese al
Pirineo a por pieles; pero a usted qu le trae por aqu?
Puedo hablarle con confianza?
Creo que no tiene ms remedio.
El conde de Castuera le mostr a Manuel la cdula que le haba entregado el
capitn francs en Jaca.
Mi nombre no es Antn Galindo.
Eso lo imaginaba. Quin es usted en realidad y qu busca aqu?
Me llamo Francisco de Faria y soy coronel del ejrcito espaol.
Manuel Galindo devolvi el papel a Faria.
Y cmo s que eso que me dice usted no es un engao? En estos tiempos
hay espas por todas partes.
Crame. No soy ningn espa, ni ningn agente al servicio de los franceses.
Soy conde de Castuera, en Extremadura, y combat en Trafalgar y en Zaragoza.
Es usted muy joven para ser coronel, e incluso para haber luchado en
Trafalgar.
Soy pariente de don Manuel de Godoy ; es probable que mis rpidos
ascensos se debieran a esa relacin familiar
Dice que luch en Zaragoza le interrumpi Galindo.
S. All estuve durante los dos asedios. Form parte del Estado May or del
general Palafox. Cuando se rindi la ciudad, los franceses me apresaron y me
enviaron con otros muchos prisioneros a Francia En el camino, en un valle de
Navarra, aprovech un descuido de los guardias que nos escoltaban y pude huir;
anduve varios das perdido por las montaas hasta que fui a parar a una aldea
llamada Zuriza, en el valle de Ans. All me acogi Antonio Galindo, que fue
quien me dio su referencia en Huesca. Cuando logr fugarme me acompaaba
un comerciante zaragozano que nos ay ud mucho en la defensa de Zaragoza,
pero tuvimos que separarnos enseguida; no s qu habr sido de l. Se llama Jos
Salamero.
Jos Salamero!
S, se es su nombre.
Por todos los diablos, pero si Salamero es amigo mo, y un buen cliente,
adems. Le he proporcionado muchos paos de lana.
Pues su ay uda fue extraordinaria en la batalla de Zaragoza.
Qu necesita de m, seor conde? desde ese momento Galindo se dirigi
a Faria con el tratamiento de excelencia.
Mi intencin es regresar a Zaragoza; all dej a mi prometida, y adems
deseo volver a combatir contra los franceses, si es que queda algn regimiento
espaol en condiciones de luchar. Puede usted informarme de cmo est la
situacin en Espaa? All arriba no han llegado demasiadas noticias.
Bueno, aqu se oy en novedades todos los das, pero no s si son muy
ciertas, porque los caminos hacia Lrida, Huesca y Zaragoza estn controlados
por los franceses. Por lo que aqu se sabe, los britnicos han desembarcado un
poderoso ejrcito en Portugal, donde dicen que se prepara una gran batalla. La
mitad norte de Aragn est en manos francesas, pero dicen que al sur de
Zaragoza se ha organizado el ejrcito y que en las serranas ibricas resisten
nuestras tropas. Y poco ms puedo deciros, seor conde.
Sabe usted si se ha organizado aqu en Huesca algn grupo clandestino de
patriotas?
No, no tengo noticia de ello. Los franceses lo controlan todo y encierran a
cualquiera que muestre signos de disidencia.
En ese caso, tengo que marcharme de aqu. Debo incorporarme al ejrcito
del sur de Aragn.
Ser difcil transitar por los caminos sin otro documento que se que su
excelencia me ha mostrado; que adems le obliga a presentarse enseguida en
Jaca.
Puedo conseguir documentacin falsa?
Es posible, pero costar dinero y al menos un par de das.
Slo dispongo de dos reales; su pariente me entreg veinte, pero he gastado
tres en el camino y los franceses me requisaron quince en Jaca, como fianza,
imagino. Cunto costaran esos papeles falsos?
No menos de cincuenta reales. Hay que sobornar al menos a un par de
oficiales franceses.
Lo ha hecho alguna vez?
S, claro. En estos tiempos, si quieres que siga adelante el negocio, no hay
ms remedio que pagar por ello. Y creedme, seor conde, en estos casos no hay
ninguna diferencia entre espaoles y franceses.
Podra usted prestarme el dinero?
No se preocupe por ello.
Se lo devolver.
No lo dudo.
Cundo podrn estar listos esos papeles?
Ya le he dicho que en un par de das. Ser usted mi sobrino, Antn Galindo;
ir en mi representacin a comprar cueros y tejidos. Portar una cdula firmada
por el comandante francs de Huesca. Tenga cuidado.
Gracias, en cuanto todo esto pase le compensar
Olvdese ahora de eso y sea precavido.
Dnde puedo hospedarme hasta que disponga de ese documento?
En mi casa, claro; recuerde que es usted mi sobrino.
***
El documento lleg tres das despus. Manuel Galindo tuvo que pagar sesenta
reales para que el comandante francs firmara un salvoconducto en el que su
portador, Antn Galindo, de veinticuatro aos de edad, natural de Ans, viajaba
de Huesca a Zaragoza en misin comercial para suministrar paos y cueros al
ejrcito francs.
Manuel Galindo le proporcion, adems de una capa de viaje, una mula y
cincuenta reales ms. Es mi pequea contribucin a la guerra , le dijo al
despedirse.
La intencin de Faria era dirigirse a Zaragoza, ver a Cay etana, que se haba
quedado a trabajar en la fonda de Ricardo Marn en espera de noticias de
Francisco, y luego contactar con el ejrcito espaol que operaba en las tierras del
sur de Aragn.
Durante su estancia en Huesca se haba enterado de que el rey Jos I
Bonaparte haba dictado una serie de normas y decretos para reconstruir
Zaragoza, empleando para ello el dinero procedente de los numerosos conventos
e iglesias de la ciudad, y que haba expulsado de ella a decenas de clrigos,
frailes y monjas, aduciendo que no realizaban ningn trabajo til para la
comunidad; slo permiti que algunos colegios, como el de los Escolapios, se
mantuvieran abiertos, por el servicio que realizaban en pro de la enseanza de la
juventud.
Tambin supo que el general Palafox haba sido recluido en el castillo de
Vicennes, habilitado como prisin militar. En cuanto al rey Fernando VII, se
haba instalado en el palacio de Valenay, donde disfrutaba de grandes lujos.
Dos das tard Faria en recorrer la distancia entre Huesca y Zaragoza. Al
llegar al Arrabal, a ltima hora de la tarde, las luces del da estaban siendo
vencidas por la cada de la noche y una patrulla de soldados le impidi proseguir
hasta la ciudad, advirtindole que acababan de cerrar el acceso por el puente de
Piedra y que no se abrira hasta la maana siguiente. A pesar de las quejas de
Faria, no le qued otro remedio que pasar esa noche en un pajar medio en ruinas
en el Arrabal, en compaa de varios viajeros que tampoco haban llegado a
tiempo.
Al amanecer, Faria se despert entre pajas, ronquidos y flatulencias de sus
compaeros de pajar, se dirigi a una acequia cercana y se ase cuanto pudo,
pues la pileta que haba junto al pajar contena un agua marrn maloliente.
Aquella maana de comienzos de may o era luminosa y clida; el capote que
Manuel Galindo le entregara en Huesca le haba venido muy bien para cubrirse
durante la noche, pero y a no era necesario.
Recogi su mula, que haba pasado la noche en el mismo pajar, y enfil el
camino hacia el puente. Desde la orilla izquierda del Ebro pudo ver toda la
fachada norte de Zaragoza. En el perfil del cielo azul destacaban sus numerosas
torres de ladrillo, algunas de ellas con impactos de los proy ectiles lanzados por los
franceses durante los dos asedios. Las casas que daban al Ebro, incluida la
fachada norte de la baslica del Pilar, estaban bastante deterioradas; eran
perfectamente visibles los numerossimos impactos de balas, de caonazos y de
morteros recibidos en la batalla. El puente de piedra se mantena en pie, pero los
pretiles aparecan muy deteriorados, e incluso faltaban por completo en algunos
tramos, de modo que se haban colocado vallas provisionales con tablones
cruzados a modo de quitamiedos.
Antes de entrar en el puente tuvo que mostrar su salvoconducto a los guardias
que custodiaban la embocadura en la orilla del Arrabal, y al atravesarlo se cruz
con una brigada de trabajadores que estaban retirando escombros de la ciudad en
carretas y carros tirados por buey es y mulos.
Una vez en Zaragoza se dirigi a la posada de Ricardo Marn. El criado, a
quien y a conoca por su estancia en la ciudad durante los asedios, dio un respingo
al ver a Faria, pero el coronel le conmin a que se callara, no fuera a delatarle.
No digas nada, no me conoces, de acuerdo?
S, coronel, s, seor balbuce el criado.
Maldita sea!, te he dicho que no me conoces, no lo entiendes?
S, s, claro, no lo conozco.
Bien, estn aqu don Ricardo y doa Cay etana?
Aqu siguen. Les avisar de su presencia.
De acuerdo, pero hazlo con toda reserva, y prevenles para que no me
identifiquen, como si no me conocieran. Yo les explicar luego lo que ocurre. Te
has enterado?
S seor.
El criado se retir en busca de Ricardo Marn, mientras Faria se ocupaba de
la mula. En unos instantes apareci Marn en el zagun de la posada; estaba
sonriente, pero intentaba disimularlo.
Seor, me ha dicho mi criado que busca usted posada.
As es. Mi nombre es Antn Galindo y vengo de Ans.
Pues pase usted, sta es la mejor posada de Zaragoza.
Marn condujo a Faria a una habitacin, cerr la puerta y le dio un gran
abrazo.
Coronel!, me alegro de verte. Te creamos en alguna prisin francesa.
Logr escapar y Faria le resumi a Marn cuanto le haba ocurrido en
los dos ltimos meses.
Has tenido suerte. Hemos sabido que algunos presos lograron fugarse antes
de llegar a Francia, y sabemos de otros muchos que cay eron en el intento. Me
alegro de que ests aqu, pero hemos de tener cuidado, los franceses todava
siguen deteniendo a gente. Y es probable que alguien te reconozca y meta la
pata.
Y Cay etana? demand Faria.
Est bien. Ha salido al mercado a hacer la compra; hoy tenemos un
banquete para una veintena de oficiales franceses que vienen a celebrar la
victoria de Napolen en Ratisbona; se enteraron hace dos das y quieren
festejarlo con una buena comida.
Entonces, sigue aqu?
Por supuesto. Saba que vendras a buscarla, y adems no tena mejor sitio
donde ir. Me est siendo de mucha ay uda en la posada; sabes que trabaj en una
en Bay ona?
S, lo saba.
Pues all aprendi a hablar francs, lo cual es de una gran importancia en
estos tiempos. Mis aos en Pars y la experiencia de Cay etana en Bay ona han
hecho de esta posada la ms atractiva para los oficiales franceses destacados en
Zaragoza, de manera que casi siempre tenemos el comedor lleno. Aunque no
pasa ningn da sin que maldiga a esos gabachos. Pero hay que sobrevivir, y a
sabes, y poner cara de tonto cuando cantan canciones en honor de su emperador
y por la grandeza de Francia.
Ahora lo importante es que ests aqu, sano y a salvo, de momento.
Instlate en una habitacin; en cuanto regrese Cay etana te avisar.
Faria ocup su habitacin y enseguida estuvo listo, pues viajaba ligero de
equipaje. Aprovech el tiempo para desay unar un cuenco de gachas y unas
tajadas de tocino frito y se ase un poco mejor de lo que lo haba hecho en la
acequia del Arrabal. Quera que Cay etana lo encontrara lo ms limpio posible.
Unos golpes sonaron en la puerta de la habitacin.
Adelante dijo Faria.
La puerta se entreabri y tras ella apareci Cay etana. Estaba preciosa; su
melena morena rizada y de pelo abundante estaba recogida en una paoleta
blanca; vesta de color verde oscuro, un sencillo corpio y una falda larga de
amplios pliegues.
Ests aqu, Dios mo, ests aqu! exclam antes de correr a los brazos de
Faria.
Los dos jvenes se besaron y permanecieron un buen rato abrazados.
Pude escapar.
Me lo ha dicho Ricardo, y tambin que no te llame por tu nombre.
As es. Mi vida corre peligro. Tengo una cdula de identidad falsa, aunque
el papel y el sello son autnticos. No obstante, no creo que pueda permanecer
demasiado tiempo aqu; me acabaran descubriendo. Mucha gente me conoce en
esta ciudad y s que hay numerosos traidores dispuestos a delatar a combatientes
espaoles ante los franceses a cambio de ganarse su estima.
Todava siguen deteniendo a gente y encarcelndola; y en tu caso, creo que
llegaran incluso a fusilarte.
Mi intencin es incorporarme al ejrcito. S que se ha organizado un
cuerpo de ejrcito que resiste en las serranas del sur de Aragn. Sigo siendo
coronel de la guardia de corps.
sta es una guerra perdida dijo Cay etana.
Tal vez, pero no tengo otro remedio que combatir en ella; soy un soldado y
me debo a mi patria, y mi patria est siendo invadida por un ejrcito extranjero.
Mi deber es luchar para que mi pas vuelva a recuperar su independencia.
Sabes lo que est haciendo el rey Fernando?
S que est en Valenay.
Ha felicitado a Napolen por su victoria en Zaragoza.
Qu!?
Le ha enviado una carta en la que le da la enhorabuena por su gran victoria
ante los muros de Zaragoza y le muestra su respeto y su fidelidad, a la vez que le
desea que continen sus xitos en el campo de batalla.
Es eso cierto?
Parece que s.
Este pueblo est muriendo por l.
Pues no le debe de importar demasiado.
El ao pasado, en las conversaciones de Bay ona, y a se comport como un
psimo monarca. Yo estuve presente, y a lo sabes, en la entrevista que celebraron
don Carlos y don Fernando con Bonaparte, y sent mucha vergenza de que
aquellos dos individuos fueran mis rey es; pero lo eran, y como soldado de
Espaa deba fidelidad a sus monarcas legtimos, aunque esto que me dices es
demasiado, es indigno.
Ricardo tambin est escandalizado con la actitud de don Fernando. Ya
sabes que l vivi varios aos en Pars y que es republicano. La actitud del rey
Fernando no ha hecho sino ratificarlo en sus ideales.
Faria acarici a Cay etana. Sus brillantes ojos melados parecan haber
recobrado una nueva luz. Unos golpes sonaron en la puerta; era Ricardo Marn.
Siento interrumpir, pero hay soldados franceses en la posada. Estn
investigando a todos los clientes para asegurar sus identidades; como y a sabes,
hoy vienen a comer varios oficiales y quieren tener controlada la situacin. Es
probable que intenten comprobar tu identidad dijo Ricardo dirigindose a Faria.
Si lo hacen tendr problemas, y vosotros dos tambin; lo mejor es que me
vay a cuanto antes de aqu. Hoy mismo si es posible.
No! exclam Cay etana.
Debo irme; t qudate aqu. Estars bien.
Pero
No Francisco puso sus dedos en los labios de Cay etana impidindole
continuar hablando. No digas nada ms; y o siento separarme de ti de nuevo
ms que cualquier otra cosa, pero soy un peligro para ti y para Ricardo. Si me
descubren, no slo me fusilarn a m, tambin os ejecutarn a vosotros dos.
Comprndelo.
Francisco tiene razn, Cay etana; debe marcharse de Zaragoza.
Y adnde vas a ir?
Hacia el sur. Nuestro ejrcito se ha reorganizado al sur de Zaragoza.
Intentar llegar hasta sus posiciones.
Ten mucho cuidado.
Lo tendr.
Ese certificado que te han hecho en Huesca no te servir para nada al sur
de Zaragoza, ni siquiera si te detiene una patrulla francesa aleg Marn.
Lo s, por eso tengo que escapar esta noche, aprovechando la oscuridad.
Tendr que ir a pie, saltar las tapias, atravesar los puestos avanzados, caminar
durante la noche y permanecer oculto de da. As es como logr sobrevivir
cuando escap de los franceses en los Pirineos.
Hay una manera ms fcil. Sabes nadar? le pregunt Marn.
S, aprend de nio, en Castuera.
En esta poca del ao el ro Ebro lleva mucho caudal debido a las lluvias de
primavera y al deshielo. Esta noche iremos a la orilla, en la zona de las Teneras,
te deslizars dentro del agua y te dejars arrastrar por la corriente ro abajo.
Hazlo durante tres horas. Despus acrcate a la orilla, sal del ro y dirgete hacia
el sur, hacia Belchite. Te indicar en un mapa dnde est ese pueblo.
Marn sali en busca de un mapa y regres enseguida; durante esos
momentos Faria y Cay etana no dejaron de besarse.
No s si podr resistir tanto tiempo dentro del agua, aunque no creo que las
aguas del Ebro sean ms peligrosas que las de Trafalgar ironiz Francisco.
No te preocupes, apenas tendrs que nadar. Prepararemos un flotador con
una vejiga de vaca. En este tiempo y a no hace fro, pero llevars ropa seca y
comida para tres o cuatro das en una bolsa impermeable, de modo que cuando
llegues a la orilla puedas desprenderte de las ropas hmedas y cambiarte.
Mira ahora este mapa.
Marn despleg un mapa de Aragn realizado en 1609 por un cartgrafo
portugus llamado Labaa.
Parece antiguo.
Pero no ha cambiado casi nada. Algunos pueblos han desaparecido, pero
nada ms. Aqu est Belchite Marn seal con su ndice una localidad al sur de
Zaragoza. Por lo que s, los franceses han desplegado varios regimientos entre
Zaragoza y Belchite, y varias divisiones han entrado por los Pirineos en Catalua.
Hace dos das una brigada francesa parti hacia Alcaiz, aqu volvi a
sealar otro punto en el mapa, para enfrentarse a un ejrcito espaol de unos
diez mil hombres que al mando del general Blake ha salido de Tortosa con destino
a Zaragoza. Es probable que hay a una batalla a mitad de camino, quizs en
Alcaiz.
En ese caso, ir a Alcaiz.
No llegaras. Entre Alcaiz y Zaragoza estn desplegadas varias brigadas
francesas, tendras que atravesar su frente, y sera difcil. Es mejor que hagas lo
que te he dicho. Si llegas hasta Belchite podrs unirte a los nuestros; es probable
que el ejrcito del sur de Aragn decida sumarse al de Blake para enfrentarse a
los franceses en Alcaiz.
Tienes razn.
Bien. Ahora vete de la posada antes de que te pregunten nada los soldados
franceses. Dirgete al templo del Pilar y pasa all la maana rezando, o haz como
que rezas, y sobre todo no te dejes ver por la ciudad; a media tarde regresa aqu,
y o habr preparado todo.
***
Sobre las cuatro de la tarde Faria regres a la posada. Los oficiales franceses y a
haban celebrado el banquete y se haban marchado, de modo que todo estaba
muy tranquilo.
Faltan dos horas para que anochezca por completo; tal vez queris estar
juntos; a solas, me refiero le dijo Ricardo a Cay etana; los tres estaban en la
cocina de la posada.
Los dos jvenes se retiraron a una habitacin mientras Ricardo Marn
preparaba todo lo pertinente para la huida de Faria.
Ricardo es un tipo extraordinario dijo Francisco.
Lo es. Conmigo se est portando como un verdadero padre.
Francisco abraz a Cay etana por el talle, la atrajo hacia s y la bes en la
boca. Hicieron el amor durante dos horas, hasta quedar completamente
exhaustos.
Has guardado energas para esta noche? le pregunt Cay etana mientras
se vesta.
Me las proporcionar tu recuerdo y las ganas de volver a estar pronto
contigo.
Voy a ver a Ricardo. T qudate aqu.
De acuerdo asinti Francisco.
A los pocos minutos Cay etana regres con Ricardo Marn. Portaban una
amplia bolsa de cuero cerrada con unos lazos de badana muy apretados cuy as
junturas se haban untado con cera virgen y una vejiga de vaca.
Esto es cuanto necesitas. En la bolsa, que hemos cerrado lo ms
hermticamente que hemos podido, hay ropa y comida. Y esto es el flotador.
Habr que hincharlo en la orilla del ro y cerrarlo con esta tira de badana; lo
haremos con fuerza para que no pierda aire. Despus ataremos estas dos correas
a las que tendrs que sujetarte. La vejiga evitar que te hundas y te conducir ro
abajo; slo tienes que dejarte ir.
Y si me ven desde la ribera?
Antes de que te metas en el agua te cubriremos con ramas; desde la orilla
parecers un matojo o un arbusto que arrastra la corriente. Aguas arriba de
Zaragoza, varios campesinos patriotas han arrojado al ro ramas similares.
Ahora debemos irnos.
Marn sali de la alcoba dejando solos a Cay etana y a Francisco.
Volver a por ti, y lo har pronto. Y cuando todo esto acabe
Ahora fue la joven quien call con sus dedos a Faria.
Cudate. Yo estar aqu, esperndote.
Los dos amantes se dieron un largo beso y Faria sali de la alcoba; no pudo
ver las lgrimas que brotaron de los ojos de Cay etana cuando el coronel cerr la
puerta.
Antes de marcharme quiero pedirte un favor le dijo Faria a Marn.
Lo que quieras.
Antonio Galindo, un pastor de la aldea de Zuriza, en el valle de Hecho, y
Manuel Galindo, un comerciante en lanas y pieles de Huesca, me han ay udado a
llegar hasta aqu; de no haber sido por ellos no lo hubiera logrado. Les debo
dinero, y seguramente la vida. La mula que dejo en el establo es de Manuel.
Hazles llegar, cuando puedas, trescientos reales a cada uno de ellos. Te firmar
un papel para que los puedas cobrar sobre las rentas de mi hacienda en Castuera.
No hace falta.
Es por si no regreso.
Volvers, claro que volvers. Y ahora, vamos. Las calles de la ciudad estn
llenas de patrullas francesas, pero nosotros iremos hasta la orilla del ro bajo la
tierra. Esta ciudad, como y a comprobaste en la lucha contra los gabachos, est
horadada por bodegas y pasadizos que se comunican entre s. Uno de ellos nos
conducir hasta la misma orilla del ro. Adelante.
Francisco de Faria, Ricardo Marn y su criado atravesaron media ciudad bajo
tierra, hasta llegar a una cloaca oculta por unos juncos que sala directamente al
ro, en el barrio de las Teneras, el ltimo que atravesaba el Ebro. Se percibieron
de que no haba soldados cerca, hincharon la vejiga, se dieron un fuerte abrazo y
cubrieron a Faria de ramas en un perfecto camuflaje.
Suerte, amigo, y espero verte pronto dijo Ricardo.
Cudate mucho, y cudamela.
No permitir que le ocurra ningn mal.
Faria se solt de la mano de Ricardo, se asi a las correas que rodeaban la
vejiga y se dej arrastrar aguas abajo por la corriente del Ebro.
El agua estaba fra, pero era soportable. Balance un poco las piernas y
consigui acercarse hacia el centro del ro, para as alejarse lo mximo posible
de la orilla.
Entre las ramas que le cubran la cabeza apenas poda ver otra cosa que un
pedazo de cielo negro en el que brillaban como puntitos de plata las estrellas de
aquella noche de primavera.
Captulo III
***
La partida de voluntarios mandados por Faria se dirigi hacia el este y, tras dos
das de caminata, llegaron a las proximidades de Alcaiz.
Por el camino atravesaron varios pueblos, algunos saqueados por los
franceses, y los campesinos supervivientes les informaron de que se dirigan
hacia Alcaiz, donde al parecer los franceses haban concentrado tropas para
frenar el avance del ejrcito de Blake hacia Zaragoza.
Dieron un gran rodeo por el sur para evitar encontrarse con alguna patrulla
francesa y cerca de un pueblo llamado Mequinenza, ubicado en la misma orilla
del ro Ebro, en la ladera de un cerro coronado por un imponente castillo, se
encontraron con la avanzadilla del ejrcito espaol. Faria se identific y explic
su situacin antes de ser conducido ante el general Blake.
En el pabelln de mando del cuartel general, Blake despachaba con sus
generales y oficiales superiores; debatan sobre un gran mapa la estrategia que
deban seguir en su aproximacin a Zaragoza. Blake tena rdenes de la Junta
Suprema de Defensa de avanzar hacia Zaragoza e intentar liberar la ciudad.
A mediados de may o de 1809 los franceses haban sitiado Gerona, a la que
estaban sometiendo a un cerco similar al de Zaragoza, y estaban desplegando sus
tropas por todo el norte de la Pennsula. El general ingls Arthur Wellesley haba
liberado Oporto, haba vencido al mariscal Soult y avanzaba hacia el Duero. Los
franceses se haban replegado hacia Len, donde esperaban asentar un frente
para detener a los britnicos.
Blake haba decidido atacar en el este peninsular para sacar provecho de la
presin que los britnicos ejercan desde Portugal; haba supuesto que si cogan a
los franceses entre dos flancos habra ms posibilidad de derrotarlos.
Faria esper firme a la entrada del pabelln mientras se informaba a Blake de
su presencia. El mariscal orden que pasara.
Mariscal, se presenta el coronel Francisco de Faria, de la guardia de corps
de su majestad.
Descanse, coronel. Me dice mi ay udante que usted acaba de llegar de
Zaragoza con doce hombres. Es as?
Yo s, seor, pero esos hombres son paisanos que se han enrolado en la
guerra y a los cuales me encontr en mi camino de huida.
A continuacin Francisco relat con detalle sus peripecias desde que fue
apresado en Zaragoza.
Ha tenido usted suerte, coronel. Desde ahora mismo queda incorporado a
mi Estado May or; sus hombres sern destinados a uno de los batallones de
voluntarios de Aragn. Venga, acompenos en la reunin, le presentar al resto
de oficiales. Ah, y dgale al maestro de armas que le proporcione un uniforme
conforme a su cargo, una espada y un pistolete.
Gracias, mi general.
Blake haba salido de Tortosa el da 7 de may o al frente del II Ejrcito de
Aragn y Valencia, integrado por casi diez mil hombres, y se diriga hacia
Zaragoza siguiendo aguas arriba la corriente del Ebro. El plan era recuperar la
ciudad, en manos francesas desde la capitulacin de febrero, y desde all intentar
empujar a los imperiales hasta el otro lado de los Pirineos. Por el camino haba
enviado mensajeros reclamando la presencia de voluntarios de entre diecinueve
y cuarenta aos que estuvieran dispuestos a defender la patria de las garras de
Napolen .
Seores dijo Blake tras presentar a su Estado May or al coronel Faria,
Wellesley avanza hacia Valladolid, a donde es probable que llegue en un par de
semanas; si conseguimos recuperar Zaragoza, los franceses quedarn atrapados
entre dos frentes y no tendrn otro remedio que capitular. Pero antes deberemos
deshacernos de las tropas que han enviado a Alcaiz, que nos cortan el camino
hacia Zaragoza. Lo haremos pasado maana segn el plan acordado.
Tal cual se haba planeado, el ejrcito espaol atac las posiciones que el
general francs Laval haba establecido en Alcaiz. Los franceses no presentaron
resistencia y se replegaron hacia el oeste en espera de refuerzos.
stos llegaron cuatro das despus al mando del impetuoso general Suchet,
que acababa de suceder al general Junot al mando del III Ejrcito y arda en
deseos de ganar mritos ante el emperador. Suchet se lanz a la batalla sin
cotejar sus efectivos y sin examinar el terreno, lo que provoc su derrota. La de
Alcaiz era la segunda batalla que los espaoles ganaban a los franceses en el
primer ao de guerra, tras la victoria de Bailn, lo que provoc una gran alegra.
El nmero de efectivos de cada ejrcito haba sido muy similar, pero la
precipitacin de los franceses los perdi.
Suchet haba cometido un error impropio de su experiencia de mando. En
cuanto se present ante Alcaiz, lanz a sus tropas a la batalla, confiando en que,
como haba sucedido hasta entonces, los avezados regimientos imperiales
acabaran con los inexpertos y caticos espaoles. A las seis de la maana
aparecieron los franceses sobre las colinas al oeste de Alcaiz, sin que se
realizara un bombardeo previo del campo de batalla por parte de la artillera. Los
espaoles estaban esperando; varios regimientos de guardias valonas, que
portaban una gran bandera con el lema Por el rey Fernando VII. Vencer o
morir , cay eron sobre las alas de los sorprendidos y confiados franceses. La
victoria espaola fue demasiado fcil.
Suchet se retir hacia Zaragoza; la prxima vez no cometera ese error.
La situacin pareca favorable a los espaoles por primera vez en muchos
meses. A pesar de que unos das antes se haba perdido Oviedo, que haba sido
saqueada, los espaoles y sus aliados los ingleses se encontraban en posicin muy
ventajosa. Adems, Napolen estaba ocupado en sus guerras por Europa, donde
la situacin poltica y militar era cada vez ms compleja e imprevisible. En abril,
Austria haba declarado la guerra a Francia y Napolen haba respondido con
una campaa contundente; derrot a los austracos en las batallas de Wagram y
Regensburg y entr victorioso en la mismsima Viena el 12 de may o. Rusia y
Suecia tambin se haban declarado la guerra. En la primavera de 1809 no haba
en Europa un solo pas en paz.
Captulo IV
***
SEIS horas despus llegaban a las puertas de la ciudad. Faria hubiera preferido
pasar una noche ms entre las chinches, las pulgas y los piojos que soportar el
traqueteo de la carreta sobre un camino en tan psimas condiciones. Tena el
cuerpo tan dolorido como si lo hubieran molido a palos.
Uno de los presos haba muerto en el camino. Faria avis a gritos al sargento
que mandaba la guardia de que haba un hombre muerto en la jaula. ste se
limit a comprobarlo y al llegar al Canal Imperial, apenas a media hora de la
ciudad, orden a dos presos que arrojaran el cadver al agua. Faria tuvo que
traducir las palabras del sargento a los dos designados para ese trabajo, y como
quiera que en principio se negaron, recibieron sendos culatazos en el estmago
que los dejaron doloridos para el resto del camino.
Aqu traemos ms presos; doce en total. Uno se ha muerto en el camino.
Uno de ellos dice que es conde y que es fiel a su majestad don Jos inform el
sargento a un capitn que mandaba la compaa de soldados que custodiaba uno
de los conventos habilitados como prisin.
Trigalo aqu le orden el oficial.
El sargento se acerc hasta Faria, lo cogi por el brazo y lo llev ante el
capitn. Los pies de Faria estaban sujetos por grilletes.
Me llamo Francisco de Faria, soy
Cllese! orden el capitn, y limtese a hablar cuando y o se lo
ordene. Me ha entendido?
S.
Ahora s, explquese.
Faria repiti, intentando ser convincente, la historia que le haba contado la
tarde anterior al sargento. Se invent un itinerario rocambolesco, le habl de su
hacienda en Castuera, de su palacete en Madrid y al fin confes, como si se
tratara de un gran secreto, que era nada ms y nada menos que pariente de don
Manuel de Godoy, y que por eso y por su fidelidad al emperador y a su hermano
el rey Jos haba tenido tantos problemas y sufrido tantas persecuciones.
De verdad es usted pariente de don Manuel Godoy ? le pregunt el
capitn.
Soy su sobrino. Me llamo Francisco de Faria y mi to se llama Manuel de
Godoy y de Faria. Le recomiendo que me quite estos grilletes enseguida o tendr
que informar a sus superiores del ultraje de que he sido objeto.
Y qu hace en Zaragoza?
Vengo en busca de mi prometida; es la hija del conde de Prada, doa
Teresa de Prada. Lo ltimo que s de ella es que estaba en Zaragoza antes del
segundo asedio.
Faria dio tantos datos y tan precisos que el oficial lo remiti al coronel de su
regimiento, y ste al general de su brigada. Y as, a finales de la tarde, Faria era
un hombre libre, aunque con la condicin de que se presentara al da siguiente a
media maana en el gobierno militar.
Tiene donde instalarse esta noche? le pregunt el oficial antes de dejarlo
marchar.
Buscar una posada.
No tiene dinero para pagarla.
No se preocupe, extender un pagar sobre mis rentas.
Puedo recomendarle una propuso el oficial.
Si es tan amable
La posada de Marn, cerca del templo del Pilar. Es la mejor fonda de esta
ciudad y all trabaja una moza con la mejores tetas que pueda imaginar.
Atender su recomendacin dijo Faria.
Dos hombres le acompaarn para cerciorarse de que queda hospedado
all.
No voy a escapar. Sera absurdo, pues he llegado hasta aqu
voluntariamente.
***
Cuando Ricardo Marn vio llegar a Faria escoltado por dos soldados estuvo a
punto de estropearlo todo, pero se apercibi de que algo extrao ocurra y se
contuvo.
Es usted el posadero? le pregunt con voz alta.
S, y o soy, quin lo pregunta?
Francisco de Faria, conde de Castuera y fiel servidor de su majestad el rey
Jos, a quien Dios guarde. Necesito que me alquile una habitacin por unos das.
Puede pagarla?
Por supuesto.
En ese caso, s, dispongo de una.
Faria se gir hacia los dos soldados y les sonri.
Gracias por su escolta, caballeros. Ha sido un placer les dijo en francs.
Los soldados tomaron nota de la direccin de la posada y se marcharon.
Maldita sea!, qu haces aqu y qu demonios es eso de fiel servidor
del rey gabacho?
No me ha quedado ms remedio que montar toda esta comedia. Ya te has
enterado de lo de Mara y Belchite?
Claro; no han dejado de llegar heridos y presos en los ltimos das.
Ha sido una masacre, sobre todo en Belchite. Yo pude escapar en el ltimo
momento, pero ha debido de haber muchos muertos.
Dicen que ocho mil.
Ocho mil en total? pregunt Faria.
No; ocho mil espaoles.
Santo Dios!
Y adems se han perdido nueve caones.
Los derrotamos en Alcaiz porque estaban confiados y desprevenidos, pero
nos devolvieron el golpe en Mara y tres das despus, y de qu manera, en
Belchite. El segundo ejrcito de Aragn y a no existe. Nuestra nica esperanza es
el ejrcito de Andaluca y los britnicos. Quin me lo iba a decir despus de lo
de Trafalgar!
Y Cay etana, dnde est?
Por las tardes va un par de horas al hospital; han llegado tantos enfermos
que toda ay uda es poca, y ella tiene mucha experiencia en el cuidado de heridos
desde el segundo asedio. Vendr pronto.
Faria le relat a Ricardo Marn cuanto le haba pasado: su huida de Zaragoza,
el encuentro con los paisanos en la pardina arrumbada, la incorporacin al
ejrcito en Mequinenza y las batallas libradas, y cmo haba logrado regresar de
nuevo a Zaragoza utilizando ese engao.
Y aqu estoy otra vez.
No puedes quedarte; y ahora mucho menos. Tienen tu nombre y tu
identidad, no tardarn en descubrir quin eres en realidad, y entonces te
ejecutarn.
En esta ocasin no puedo huir. Tras la batalla de Belchite los franceses
controlan todos los alrededores de Zaragoza, y tal vez todo el norte de Espaa.
Nuestras tropas ms cercanas deben de estar en Valencia y muy al sur de
Madrid. Hace unos das pude escapar porque nuestras lneas estaban a un par de
das de marcha y quedaban abiertos los caminos al sur y al oeste de Zaragoza,
pero hay patrullas y puestos de control por todas partes. No me queda ms
remedio que procurar seguir con este engao y que los franceses se lo traguen, y
aprovechar, si es posible, cualquier oportunidad para escapar.
Los dos amigos continuaron hablando un buen rato. Marn le cont a Faria la
situacin en Zaragoza y las ejecuciones llevadas a cabo por los franceses.
Los que logramos sobrevivir nos hemos adaptado a la nueva situacin;
incluso hay quienes dicen que en el futuro ser mejor ser sbditos de Napolen
que de Fernando VII.
Sabes qu ha sido de mi ay udante, el sargento Isidro Morales? pregunt
Faria.
Lo buscamos entre los presos que todava permanecen aqu, pero no hemos
podido dar con l. Cay etana hizo algunas averiguaciones, pero no logr nada. Lo
ms probable es que lo hay an trasladado a alguna prisin francesa.
La joven apareci en la sala al atardecer. Su sorpresa fue extraordinaria, y se
acerc corriendo hasta Faria, a quien se abraz.
Cre que habas muerto. He preguntado a todos los heridos que nos traan de
Belchite y ninguno me ha sabido dar noticias tuy as. Pero ests aqu, a salvo
He tenido que idear una historia enrevesada, y t ests en ella.
Yo?
S; he dicho que soy Francisco de Faria, conde de Faria, fiel vasallo de Jos
I y de Napolen, y que he venido a Zaragoza a buscar a mi prometida.
Y sa soy y o?
S, pero te llamas Teresa y eres hija del conde de Prada.
Muchos franceses me conocen y a como Cay etana Miranda, hay oficiales
que vienen a comer o a cenar aqu dos o tres veces por semana
Pues tendrs que decir que utilizabas un seudnimo porque tu padre es leal
a Jos I e intentabas evitar represalias de los partidarios de Fernando VII.
Esa historia es difcil de creer intervino Marn. Por eso tiene que
funcionar.
Aquella noche Cay etana y Francisco hicieron el amor, pero tambin
hablaron mucho intentando coordinar sus relatos para que, en caso de un
interrogatorio, no les sorprendieran en contradicciones.
***
***
Los dos amantes salieron del Gobierno Militar con el salvoconducto bajo el brazo,
pero slo para Faria. El coronel permiti que ambos fueran a la posada a recoger
las cosas de Cay etana, que debera instalarse en unas dependencias del ejrcito
francs. Dos soldados los acompaaron, como escolta segn dijo el coronel
aunque en realidad eran guardianes, a la posada de Marn.
Los soldados se quedaron en el patio mientras Cay etana, Francisco y Ricardo
subieron a la alcoba de la joven.
Estis locos! exclam Ricardo cuando le contaron lo que haba pasado
en el Gobierno Militar. Cay etana es una rehn, y t ests metido en la
mismsima boca del lobo. Ese salvoconducto puede ser tu perdicin. Si en el
camino te sorprende una partida de soldados espaoles te fusilarn por traidor, y
si te descubren los franceses te pasar lo mismo.
Ya se me ocurrir algo dijo Faria.
Lo importante es que Francisco pueda salir de aqu adujo Cay etana.
Har lo posible para que volvamos a reunirnos.
Recogieron las pertenencias de Cay etana y las colocaron en un bal. Los dos
soldados cargaron con l y se llevaron a la joven. En un bolsillo de la casaca de
Faria qued el salvoconducto.
Faria sali de Zaragoza camino de Madrid junto a un batalln de lanceros del
Vstula. En las ltimas semanas estaban llegando a Espaa ms y ms tropas de
refuerzo desde Francia, que el emperador enviaba para que sus mariscales
pudieran cumplir sus rdenes de exterminar por completo al ejrcito espaol. El
plan de Napolen era liquidar todo vestigio de resistencia militar e imponer a los
espaoles el rgimen de su hermano Jos a la fuerza, y a que no haban querido
aceptarlo de buen grado. El emperador no estaba dispuesto a la menor concesin,
la victoria en la guerra de Espaa debera ser total.
Captulo VI
***
***
***
A fines de noviembre de 1809, el estado de las tropas regulares espaolas era tan
lamentable que pareca que su derrota final iba a ser cuestin de unos pocos
meses, semanas incluso.
Entre tanto, Faria haba logrado contactar con varias partidas de guerrilleros y
haba creado otras para operar en las sierras que separan Castilla la Nueva de
Castilla la Vieja. En total haban logrado establecer veinte grupos armados para
realizar continuas acciones armadas y de sabotaje. Estos grupos eran una
heterognea amalgama de estudiantes en busca de accin, de curas que odiaban
a los revolucionarios franceses, de labradores empobrecidos por las requisas del
ejrcito francs y de delincuentes y bandidos que proseguan en la guerrilla el
mismo tipo de vida que haban llevado antes de la guerra. La may ora no
combata por patriotismo, sino por salir de la miseria y el hambre.
En los ltimos das de noviembre de 1809, cerca de la localidad del Barco de
vila, se enteraron del desastre de Ocaa, donde el ejrcito espaol dirigido por
Areizaga haba sido aplastado por el francs mandado por Jos I; aquello, supuso
el conde de Castuera, significaba el final del ejrcito regular espaol, y
probablemente la cada inmediata de Andaluca en manos de los franceses.
El invierno empezaba a echarse encima; las primeras nieves y a haban
cubierto de blanco las cumbres de las sierras, y los caminos de las montaas
seran impracticables en un par de semanas.
Al abrigo de una ventisca, refugiados en una cueva en la sierra de Gredos,
Faria, Morales y la partida que en esos momentos encabezaba el conde de
Castuera coman un rancho de patatas, chorizo y cebollas. Haca tres das que en
un paso de la sierra haban atacado en una emboscada a un destacamento de
soldados franceses que transportaban plvora hacia Madrid. Haban logrado
acabar con dos carretas y liquidar a una docena de imperiales, pero en la
refriega haban perdido cinco hombres.
Nos estn empujando hacia el mar. En unos das estarn en Sierra Morena
y Andaluca caer, como y a lo han hecho Aragn, Catalua y Castilla. Y cuando
caiga Andaluca, toda Espaa ser parte del imperio de Napolen lament
Morales.
Tal vez eso no sea tan malo dijo Faria.
Mi coronel, perderemos nuestra independencia.
Pero tal vez ganemos nuestra libertad, Isidro.
Es lo mismo.
No, no lo crea, sargento. Espaa fue una nacin independiente con los
grandes monarcas de la dinasta de Austria, Carlos I y Felipe II, pero no era una
nacin libre.
No entiendo de historia ni de poltica, mi coronel, pero s que tengo que
luchar para que en las torres de mi patria no ondee la bandera tricolor francesa.
Tiene razn, sargento, pero habr que estar preparados por si al final de
esta guerra no nos queda otro remedio que ser sbditos de Bonaparte.
Jams ocurrir eso.
Nunca diga jams a casi nada. Hace dos mil aos los romanos
conquistaron esta tierra, despus de dos siglos de guerras tan cruentas o ms que
sta; los vencidos se sometieron a Roma y prosperaron ms que si hubieran
permanecido independientes. En mi tierra extremea todava cruzamos ros
sobre puentes que ellos construy eron, regamos nuestros campos con sus acequias
y bebemos agua que traen sus acueductos. Durante quinientos aos nuestros
antepasados fueron romanos, quin le asegura que dentro de otros quinientos
nuestros descendientes no estn orgullosos de pertenecer a un gran imperio que
se extienda desde Cdiz hasta Dinamarca?
Yo jams obedecer a un rey extranjero asent Morales.
Sabe, sargento, que el emperador Carlos no pis Espaa hasta los diecisis
aos de edad y que cuando desembarc en nuestras costas no saba hablar
espaol?, sabe que la dinasta de don Fernando VII, la de Borbn, es una dinasta
francesa impuesta por la fuerza y las armas de un rey francs llamado Luis
XIV?, sabe que Carlos III fue rey de Npoles antes de serlo de Espaa?, sabe
que nuestro deseado don Fernando VII es tataranieto de un rey de Francia?
Morales estaba abrumado.
Yo soy espaol, coronel, un soldado espaol, y defiendo a Espaa de un
ataque extranjero; lo que hagan los polticos no me incumbe.
Claro que le incumbe; no puede evitarlo.
En la cueva que haban encontrado como refugio estaban a resguardo. La
boca era amplia pero estaba oculta tras una densa vegetacin, y desde sus
inmediaciones se divisaba un amplio territorio, de modo que con apenas dos
vigas se poda detectar a distancia la llegada de cualquier posible enemigo.
Cuando hacan fuego para cocinar los alimentos tenan algn cuidado, pues el
humo que sala de la cueva poda delatarlos, por lo que empleaban siempre lea
muy seca y dejaban que se apagara por s sola, consumindose lentamente para
evitar as la emisin de humos visibles.
Dos de los guerrilleros, disfrazados de buhoneros, recorran los pueblos de la
sierra y procuraban alimentos y municiones a la partida de guerrilleros de Faria
y Morales, integrada fundamentalmente por los hombres con que Morales haba
estado antes de su encuentro con Faria.
Pasaron las Navidades del ao 1809 en la cueva de la sierra de Gredos, bien
pertrechados de alimentos y lea. En los primeros das de enero y aprovechando
que haba dejado de nevar, los dos buhoneros regresaron a la cueva con las
noticias que corran por todas las ciudades.
Gerona haba cado al fin en poder de los franceses tras dos asedios, como le
ocurriera a Zaragoza. Se deca que haban muerto ms de quince mil soldados
espaoles pero que tambin los franceses se haban llevado lo suy o y que el
general lvarez de Castro, su defensor, haba muerto torturado por los franceses.
Pero lo ms comentado en los crculos aristocrticos y en las tertulias de los
palacios y de los cafs era el divorcio de Napolen de su esposa, la emperatriz
Josefina. Se aseguraba que el emperador le haba escrito una carta de despedida
en la que le confesaba que la segua amando pero que en la poltica su corazn
deba estar supeditado al inters de Francia. Se rumoreaba que en realidad el
divorcio estaba motivado por los caprichos de Josefina, que en un solo ao se
haba comprado ms de quinientos pares de zapatos y gastado ms de tres mil
quinientos francos en colorete para las mejillas. Claro que nadie en Espaa
estaba en condiciones de comprobar si todos aquellos rumores eran ciertos, pero
stos eran los chascarrillos que corran por los salones.
Ms importantes eran las noticias que llegaban de Amrica. En el ltimo ao,
y siguiendo el ejemplo que las trece colonias britnicas haban puesto en marcha
con el apoy o de Francia y Espaa treinta aos antes, haba prendido en las
colonias espaolas la mecha de la lucha por la independencia. En algunas
ciudades americanas, como Santiago de Chile y Buenos Aires, ilustrados,
militares y comerciantes estaban porfiando por lograr independizarse de Espaa.
Aprovechando la enorme debilidad de la metrpoli, carente de gobierno
efectivo y sumida en una guerra total, algunos indianos descendientes de
espaoles lanzaban proclamas para conseguir la ruptura de la dependencia
poltica con respecto a Espaa. Los movimientos independentistas no eran todava
demasiado numerosos, pero amenazaban con extenderse a todas las colonias.
Faria se cubri con un capote y sali al exterior de la cueva. La maana era
fra y luminosa, y el cielo estaba teido de un azul intenssimo. Tras l sali el
sargento Morales, que con su permiso se sent a su lado.
Tenga cuidado con el reflejo del sol en la nieve, coronel, ha dejado ciegos
a algunos hombres.
No se preocupe, sargento, mi mirada est puesta en el horizonte, y all
lejos no hay nieve.
Esto es el fin, verdad?
Lo dice por las noticias de las colonias?
Claro. Ocupados en la guerra en Espaa, ser fcil para esas colonias
proclamar su independencia.
Creo que s. No le parece todo esto una enorme contradiccin?
A qu se refiere, seor? se extra Morales.
A que los espaoles hemos luchado al lado de los americanos de las
colonias britnicas para que lograran su independencia del rey de Inglaterra, y
ahora asistimos a la misma reivindicacin por nuestras colonias. Desde aqu
negamos la independencia a los americanos, pero luchamos por la nuestra contra
los franceses, y eso nos parece tan justo que estamos dando la vida por ello. No
le resulta paradjico?
Existe una diferencia notable, mi coronel. A los espaoles nos asiste sobre
las colonias americanas el derecho de conquista, y tenemos la obligacin de
defender su posesin; los franceses no tienen ningn derecho sobre Espaa.
A veces el derecho emana de la fuerza. Al menos eso debieron de pensar
conquistadores como Corts o Pizarro, que sometieron a los indios crey endo que
tenan derecho a hacerlo.
Esos indios eran unos salvajes, no eran cristianos.
En mi biblioteca de Castuera, si es que queda algo de ella, tengo libros que
cuentan la historia de la conquista de Amrica; no en vano muchos de los
conquistadores eran extremeos, y puedo asegurarle que ese derecho que usted
alega no estaba tan claro; incluso clrigos catlicos lo pusieron en entredicho.
Yo apenas s de esa cosas, coronel, pero Amrica es nuestra y Espaa no
es de los franceses. Eso s que lo s asent Morales.
Captulo VIII
***
Jos I estaba eufrico. Quiz por primera vez desde que su hermano el
emperador le concediera la corona del reino de Espaa, se senta como legtimo
soberano de los espaoles. Desde que entrara en Andaluca haba sido recibido
con enormes muestras de jbilo en todas las ciudades. La sumisin de toda esa
extensa regin haba sido tan fcil y rpida que el da 5 de febrero la vanguardia
del ejrcito francs haba llegado hasta Cdiz, y all haban solicitado la rendicin
de la ciudad, la nica que quedaba fuera del control de Jos I en todo el sur de
Espaa.
El ejrcito espaol se haba atrincherado en Cdiz y en la isla de Len haca
apenas dos semanas, esperando all la acometida de los franceses. Desde luego,
los miembros del Consejo de Regencia saban que las ciudades andaluzas no iban
a resistir heroicamente la invasin, pero lo que no esperaban es que en la
inmensa may ora de ellas Jos I fuera recibido y aclamado como el legtimo
soberano.
El hermano de Napolen se haba paseado por las principales ciudades
andaluzas entre vtores y aclamaciones tan calurosos como jams se haba visto
dedicar a rey alguno. En cija, en Jerez, en Ronda, en Granada, en Jan, en
todas partes la nobleza andaluza se haba presentado al rey vistiendo sus mejores
galas y luciendo sus joy as y condecoraciones, prometindole fidelidad como
soberano legtimo de los espaoles. En algunos casos, los nobles se haban
arrodillado y besado la mano del monarca en un acto de devocin ms propio de
una iglesia que de una ceremonia civil.
Y no slo la nobleza haba recibido con semejante efusividad al rey ; el pueblo
llano lo haba ensalzado y alabado con estruendosos gritos y vivas. Muchos
artesanos y comerciantes haban besado a su caballo, le haban llamado
salvador y no haban cesado de aclamarlo. Las mujeres se mostraban las
ms eufricas y algunas se arrojaban casi histricas a sus pies. En todas partes le
agasajaron con valiosos regalos. Por las noches, despus de cenas de gala donde
se servan los mejores manjares de cada tierra, los concejos de las ciudades
donde pernoctaba el rey Jos y su squito despedan la jornada con un castillo de
fuegos artificiales como jams nadie haba visto.
Como si de un acto de magia se tratara, el mismo da de la llegada de Jos I a
una ciudad sta amaneca completamente empapelada con carteles y pasquines
de alabanza al soberano Bonaparte, y de rechazo e injurias a los anteriores rey es
de Espaa, especialmente duras con Carlos IV y con su hijo Fernando VII.
Semejantes muestras de adulacin sorprendieron a Jos I y a los generales
franceses que lo acompaaban, que asistan atnitos a una recepcin tras otra,
cada una ms zalamera y ms exagerada que la anterior. Era la primera vez que
Jos Bonaparte oa en Espaa la expresin Viva el rey ! dirigida a su persona.
Faria y Morales desembarcaron en el puerto de Cdiz a mediados de febrero
de 1810. Haban logrado llegar a Lisboa y all se haban embarcado en una
fragata de la armada britnica que aprovisionaba peridicamente a los
refugiados en Cdiz de alimentos y municiones. Desde la victoria en Trafalgar, la
superioridad de la flota britnica era tal que sus navos no encontraban la menor
oposicin, de modo que podan navegar con completa seguridad y suministrar a
los gaditanos cuanto necesitaban.
En cuanto desembarcaron, Faria se dirigi a la sede del Consejo de Regencia.
Como coronel de la guardia de corps se le encomend de inmediato la misin de
organizar las lneas de defensa en la isla de Len. Faria haba aprendido del
coronel Sangens los mtodos de defensa pasiva que ste ingeniero haba puesto
en marcha en la construccin de defensas en los muros de Zaragoza, y sugiri
algunos cambios a los ingenieros militares que dirigan las obras de fortificacin.
***
***
Faria estaba en su pequea cmara del cuartel de intendencia ley endo un libro de
poemas de Manuel Jos Quintana. Los bombardeos franceses sobre la isla de
Len no cesaban, pero no podan impedir que los suministros britnicos
mantuvieran bien abastecidos a los gaditanos. El principal problema era el
hacinamiento, pues la y a de por s densa poblacin habitual de Cdiz y de la isla
de Len, de unos cien mil habitantes, se haba duplicado en los ltimos dos meses.
Un par de golpes en la puerta le hicieron levantar los ojos del libro.
Adelante grit.
Coronel, acaba de llegar un mensajero con una carta del Consejo de
Regencia. Es muy urgente le anunci el sargento Morales.
Gracias, sargento.
El conde de Castuera abri la carta sellada y ley su contenido. El general
Castaos le ordenaba que se presentara enseguida en la sede de la presidencia del
Consejo de Regencia.
Es importante, seor?
Creo que pronto nos iremos de Cdiz.
El general Castaos estaba esperando a Faria en compaa del almirante
Antonio de Escao, vocal del Consejo. Faria entr en el despacho, se cuadr ante
sus superiores y los salud marcialmente.
Sintese, coronel le invit el general Castaos. Creo que y a conoce al
almirante Escao.
S, seor.
Siempre es un honor saludar a uno de los hroes de Trafalgar dijo el
almirante Escao.
Gracias, almirante, pero slo cumplimos con nuestro deber.
Vay amos al grano, Faria. Le hemos hecho venir porque en el Consejo
hemos decidido que las partidas de guerrilleros deben seguir combatiendo, pero
han de hacerlo bajo un mando nico y con la may or coordinacin posible.
Hemos de lograr que su eficacia sea mxima, y para ello hemos nombrado a
don Jos Joaqun Durn como mando poltico. Es un oficial que y a est retirado
del ejrcito, de manera que l dirigir la coordinacin de todas las partidas pero
el mando militar estar bajo su responsabilidad.
Bajo la ma? demand Faria.
S, coronel. El Consejo de Regencia ha decidido que ejerza usted el mando
militar de todas las partidas de guerrilleros, a las rdenes directas de don Jos
Joaqun. Esta misma tarde deber reunirse con l y establecer un plan que
debern presentar el viernes a este Consejo.
Mi general, el viernes es pasado maana aleg Faria.
La guerra no puede esperar. El viernes a medioda necesitaremos ese plan.
Mi ay udante lo acompaar ahora ante Durn. Puede retirarse.
Faria se levant, salud a Castaos y a Escao y sali del despacho.
***
***
Castaos comunic a Faria y a Durn que su plan haba sido aprobado sin apenas
retoques.
Coronel, preprese para zarpar esta misma semana. El mircoles llegarn
varias fragatas britnicas. Una de ellas le llevar hasta Lisboa. All se entrevistar
con el mando ingls; debemos coordinar con los britnicos y los portugueses
nuestras acciones militares le orden Castaos a Faria.
Seor, si me permite dijo Faria.
Diga, coronel.
Los ingleses estn destruy endo nuestras instalaciones industriales a
propsito. Lo vimos el sargento Morales, al cual necesitar en mi misin, y y o
mismo en el norte de Extremadura. Es una tctica preconcebida, seor.
Destruy en nuestros telares con la excusa de la guerra, arrumban nuestros batanes
y dejan tras ellos la tierra quemada. No s si realmente son nuestros aliados o
nuestros enemigos, mi general.
Lo sabemos, Faria, lo sabemos. Inglaterra y a est preparndose para
despus de la guerra. Sus comerciantes saben que cuando todo esto acabe habr
que reconstruir media Europa, y habr que fabricar paos y telas, y fundir hierro
y latn, y ellos tendrn sus fbricas y fundiciones en marcha y las nuestras y las
francesas estarn arrumbadas. Todo eso lo sabemos, coronel, pero no tenemos
otra opcin que aliarnos con ellos. Si Inglaterra nos retirara su apoy o logstico y
sus suministros, Cdiz caera en un mes y Espaa perdera cualquier esperanza
de seguir luchando por su independencia.
Una parte de su trabajo consistir en que los britnicos proporcionen a la
guerrilla armas y municiones, y en que mantengan las lneas de suministro
abiertas desde Portugal.
Seor, los ingleses no nos ay udan para vencer a Napolen, sino para
sustituirlo en su loca idea de dominio del mundo.
Son nuestros aliados, y como tales los hemos de tratar, coronel.
No lo eran en Trafalgar.
Yo tampoco olvido aquellas heridas, pero estn cicatrizadas. Ahora
tenemos abiertas otras, mucho ms profundas, y stas pueden provocar nuestra
muerte como nacin. Si el remedio es Inglaterra, bienvenido sea.
Captulo X
***
***
Sevilla estaba a doce jornadas de camino de Madrid. All permaneca Cay etana,
esperando en el convento de Santa Clara la llamada de Francisco. El conde de
Castuera arda en deseos de estar con su amante, pero en esos momentos era
muy peligroso dar un paso en falso que lo pudiera delatar. Si no quera ser
descubierto, deba comportarse con mucho cuidado y calibrar cada paso que
daba a fin de no levantar ninguna sospecha sobre sus verdaderas intenciones.
En Madrid se mova con cuidado, y aunque visitaba al rey con frecuencia,
procuraba salir muy poco de casa para evitar ser reconocido por alguien que lo
pudiera delatar. Lo sola hacer por las tardes, solo, y recorra algunas tabernas de
Madrid intentando mantenerse al corriente de cmo se encontraban los nimos
de los madrileos. Para su desesperacin, la may ora del pueblo madrileo
pareca haber aceptado el dominio francs, si no con agrado, al menos con
resignacin. Procur introducirse en los crculos que conoca de sus anteriores
estancias en la capital, pero no logr dar con ninguna organizacin clandestina
que luchara, o lo intentara, contra la ocupacin francesa.
Por lo que haba odo decir, saba que el pintor Francisco de Goy a estaba en
la capital, en su casa de la Puerta del Sol. El maestro, a quien por orden del
general Palafox escoltara casi dos aos atrs de Madrid a Zaragoza para que
dibujara los destrozos causados por los franceses en el primer asedio, pintaba
ahora retratos de mariscales y generales franceses.
Conoca a don Francisco, el pintor de Fuendetodos, y no le cupo duda de que
su actitud hacia los franceses se deba al natural instinto de supervivencia, y no a
un deseo de colaborar con los invasores.
Decidi ir a visitarlo a su casa de la Puerta del Sol.
Ante el criado que le abri la puerta se anunci como un viejo amigo de don
Francisco, de Zaragoza. El criado insisti en que le diera su nombre y Faria se
limit a decir que lo anunciara como el conde de Castuera.
Goy a lo recibi enseguida. El maestro estaba serio y su rostro pareca ms
torvo que de costumbre. Haca ao y medio que no lo vea, pero lo recordaba
ms joven, por lo que pens que la guerra haba causado mella en l. Su sordera
era y a casi absoluta.
Gracias por recibirme, y os ruego, maestro, que me perdonis por no
haber avisado de mi intencin con el tiempo debido.
No importa, don Francisco. Siempre sois bienvenido a esta casa. Pero
perdonad que me sienta intrigado por vuestra presencia en Madrid, la ltima vez
que os vi estabais a las rdenes de Palafox ocupado en la defensa de Zaragoza, y
ahora os encuentro aqu, caminando libremente por una ciudad ocupada por los
franceses. Acaso os habis cambiado de bando?
Faria no saba por dnde salir. Conoca a Goy a y lo consideraba un hombre
serio, pero dudaba si no se habra convertido en uno de tantos partidarios de Jos
I, de modo que no poda revelarle su secreto; por otro lado, supuso que tal vez
Goy a crey era que Faria era un espa al servicio de los franceses, o quizs un
agente doble. La cuestin es que en esos momentos pens que haba sido un error
acudir a visitar a Francisco de Goy a.
Bueno se excus, en realidad he venido a proponeos un encargo. Si
recordis, hace y a un tiempo que os suger la posibilidad de que me hicierais un
retrato para colgarlo encima de la chimenea de la gran sala de mi casa solariega
de Castuera, pero ahora he pensado que ese retrato estara mejor en el saln de
mi palacete de Madrid; lo vera ms gente.
Ments mal, joven Faria, muy mal.
Goy a llevaba una levita y sobre la mesa estaba su chistera, de modo que
Faria dedujo que estaba a punto de salir de casa.
No, maestro, es cierto, y a os lo dije en otra ocasin.
Acompaadme.
Goy a condujo a Faria a su estudio. Encima de unas mesas haba decenas de
dibujos a carbn, la may ora eran bocetos de cuerpos semidesnudos y
horriblemente mutilados, de soldados con rostros y rictus feroces, figuras
monstruosas, como salidas de una pesadilla, y mujeres aterradas.
Son estupendos, maestro, como siempre.
Son la guerra, Faria, la guerra. Mirad, no s si sois un agente de Bonaparte
o un espa de Fernando VII, y, adems, me importa un comino, y tampoco s a
qu habis venido a mi casa, pero creedme si os digo que lo nico que me
interesa es el final de esta maldita guerra. Veis? Goy a cogi un dibujo en el
que dos hombres colgaban de un rbol leoso. Estaban completamente desnudos;
uno tena las manos atadas a las espalda y los pies enlazados con una cuerda y
estaba sujeto al tronco por los brazos, el otro estaba descabezado y sin brazos; su
tronco colgaba boca abajo de las corvas, la cabeza estaba clavada en una de las
ramas y los brazos colgaban de esa misma rama atados por las muecas. Esto
no es producto de mi imaginacin; esa misma escena la vieron mis ojos camino
de Madrid. Me dijeron que eran dos guerrilleros que haban sido capturados en
una refriega cerca de Guadalajara. Cuando los vi y a llevaban all algunos das; a
ambos les faltaban los ojos, se los haban comido los cuervos. Y este otro? Es un
ahorcado; su cuerpo colgaba de un rbol como un pelele de trapo. Un oficial
francs lo contemplaba como quien observa desatento una nube o un pjaro.
Tena los pantalones bajados y estaban llenos de heces, sus propias heces. No,
Faria, no son estupendos, son la guerra con todas sus miserias.
Como bien recordaris, pues vos mismo me escoltasteis hasta Zaragoza, el
general Palafox me encarg una serie de estampas para que se pudiera ver la
crueldad de los franceses ante Zaragoza. Quera presentar al mundo una ciudad
mrtir, con edificios derrumbados y trincheras abiertas, pero llena de hroes
triunfantes ante el tirano. Pero la verdad de la guerra es sta: hombres
asesinados, mujeres violadas, hurfanos hambrientos Y as la voy a reflejar en
una serie de grabados; y a tengo preparadas ocho planchas. Ya no me interesan
las banderas, Faria, ni las patrias, slo los hombres y sus sufrimientos, slo eso.
En un rincn del estudio haba un caballete y sobre l un cuadro al leo sin
acabar con la figura de un general que Faria identific con un mariscal francs
por los entorchados, el uniforme y las condecoraciones.
Ellos son los responsables de esta guerra, don Francisco dijo Faria
sealando el cuadro del mariscal.
Todos lo somos un poco se excus Goy a. Siento que nos hay amos
vuelto a ver en estas penosas circunstancias para nuestra nacin aadi.
Yo tambin, don Francisco, y o tambin.
Faria hizo ademn de marcharse pero Goy a se adelant y lo sujet por un
brazo.
No soy un traidor asent el maestro.
Lo s.
Tengo que seguir viviendo.
Como todos, don Francisco, como todos. Y adems, usted tiene que pintar
esos horrores para que nunca se olviden. Y si me permite, debo retirarme, el rey
celebra un concierto esta noche en el Teatro Real para festejar el embarazo de su
cuada. Parece que Napolen pronto tendr su ansiado heredero.
Al recoger su sombrero, Faria ech un vistazo a un libro que haba encima de
una mesa; eran Poemas cristianos de Olavide.
Captulo XII
***
Compr dos mulas y un caballo, prepar dos bales para no levantar sospechas,
alquil los servicios de cuatro criados y carg su equipaje sobre una de las
acmilas. A primera hora de la maana sali de Madrid por la puerta de Toledo
camino de Extremadura.
Faltaban algunos das para el ltimo domingo de agosto, pero no poda esperar
a la cita con Morales; la informacin que tena era demasiado importante y unos
das de retraso podan ser decisivos. Deba llegar a Lisboa cuanto antes.
En cuanto estuvo lo suficientemente lejos de Madrid, orden a los criados que
haba contratado para el camino que regresaran a la capital con las dos mulas.
Si os preguntan por m decid que continu camino con una patrulla de
soldados franceses que encontramos. Id a mi casa y dejad all las mulas y el
equipaje. Mi criado en Madrid os recompensar.
Faria subi al caballo y lo espole hacia el oeste. El desliz cometido por Jos I
en palacio era trascendente para la marcha de la guerra. Probablemente el rey
no se haba dado ni cuenta, pero con una sola frase haba revelado los planes del
mariscal Massna y el lugar por donde los franceses haban previsto atacar
Portugal.
***
Faria entr en Lisboa escoltado por dos dragones escoceses del ejrcito de
Wellington. El vizconde estaba al mando de unos veinticinco mil hombres
britnicos y otros tantos del ejrcito regular portugus, pero esperaba la llegada
de nuevos refuerzos; en Inglaterra no se confiaba demasiado en la victoria de
Wellington. El pacto matrimonial de Austria y Francia haba arrastrado a los
britnicos a un notable desnimo.
Faria acudi a la sede del Estado May or. A finales de agosto el clima de
Lisboa es clido y hmedo. En el palacio del vizconde de Wellington estaban
abiertas las ventanas orientadas al norte y entreabiertas las orientadas al sur para
que el aire circulara y disminuy era en lo posible la sensacin de bochorno.
El recin nombrado vizconde de Wellington estaba sentado a la mesa de su
gabinete; frente a l dos generales fumaban grandes puros y entre calada y
calada saboreaban sendas copas de oporto.
Faria no hablaba ingls, pero Wellington saba el suficiente espaol como para
entenderse.
Qu es eso tan urgente que no puede revelar sino a m mismo, coronel?
le pregunt sin siquiera saludarlo.
General Faria se cuadr formalmente y permaneci firme.
Vamos, descanse y sintese. Y hable deprisa, tengo mucho trabajo esta
tarde.
El mariscal Massna atacar en Torres Vedras; me lo ha dicho el mismo
Faria estuvo a punto de decir rey Jos Bonaparte.
Si mis informes son correctos, su misin consista en organizar grupos de
partisanos y dotarlos de una coordinacin, no es as?
As es, general.
En ese caso, qu haca usted en Madrid?
Dej a mi ay udante en la sierra y acud a Madrid para intentar crear algn
grupo de resistencia, pero fue intil. Logr hablar con Bonaparte y fue l quien,
en un descuido, me dijo que Massna atacara Portugal por Torres Vedras.
Wellington mir a Faria con desconfianza. El vizconde era un hombre alto y
delgado, de noble rostro, ojos vivaces y profundos, labios sensuales, mentn
poderoso y nariz grande y ligeramente curvada, como si se la hubiera roto en su
juventud. Su porte era altivo y orgulloso.
En estos tiempos hay espas por todas partes asent Wellington.
Yo soy leal a Espaa, mi general.
A qu Espaa, coronel?
A la que resiste en Cdiz; no reconozco a ninguna otra.
La contundencia de Faria tranquiliz a Wellington.
Por Torres Vedras, eh?
Eso dijo Bonaparte.
Wellington se acerc a la mesa de mapas y despleg uno de la regin de
Lisboa.
Eso significa que entrarn por el norte. S, as tienen sentido las operaciones
en la zona de Salamanca y la toma de Ciudad Rodrigo este mismo verano por las
tropas de Ney. De acuerdo, si es as, los esperaremos en Torres Vedras. Se van a
llevar una buena sorpresa.
Wellington orden que se reforzara la lnea de defensa al norte de Lisboa,
creando una verdadera trampa en Torres Vedras. Orden a Faria que regresara a
Cdiz y que informara al Consejo de Regencia de que iba a iniciar un
contraataque si consegua derrotar a Massna. Faria solicit permanecer en
Portugal y combatir a los franceses, pero Wellington fue tajante en su orden.
***
***
A comienzos de 1811 lleg a Cdiz la noticia de que el rey Jorge III de Inglaterra
estaba loco y muy enfermo. El ao anterior haba muerto, tal vez envenenada
aunque nunca se aclararon las causas reales de su fallecimiento, su hija menor la
princesa Amelia. Aqul fue un golpe terrible para el monarca, que desde
entonces pasaba horas y horas hablando solo por las estancias de su palacio,
caminando sin rumbo por los pasillos y las salas de la residencia real, gritando
incongruencias y conversando con seres imaginarios que slo existan en su
imaginacin de orate. Era capaz de permanecer varias horas sin dejar de hablar
sobre asuntos incongruentes, y en una ocasin se situ ante un roble de los
jardines de palacio y comenz a dirigirse a ese rbol como si se tratara del rey
Federico III de Prusia.
Maldita contrariedad dijo el general Castaos, mientras entraba en el
gabinete donde haba convocado una reunin de oficiales para estudiar las
defensas ante la llegada de la nueva primavera de 1811 y la sospecha de que los
franceses preparaban una gran ofensiva sobre Cdiz.
Qu ocurre, mi general? le pregunt Faria, que y a haba cumplido su
arresto de tres meses.
Que el rey de Inglaterra se ha vuelto majareta, pero el gobierno ingls no
va a declararlo intil para reinar, y como no ha conseguido su abdicacin
voluntaria, ha decidido confinarlo en el castillo de Windsor.
Y eso afectar al transcurso de la guerra, o a la ay uda inglesa? pregunt
un general.
Espero que no. Su hijo Jorge, el prncipe de Gales, va a ser nombrado
regente. El rey est demente, y los remedios que le han aplicado, como las
sangras, los baos en el mar y la ingestin de un extrao polvo medicinal a base
de calomel y emtico trtaro no han causado ningn efecto. Incluso han tenido
que colocarle una camisa de fuerza para evitar que se hiciera dao o que lo
hiciera a los dems. El Parlamento va a aprobar una ley por la cual Jorge III
dejar de gobernar aunque seguir ostentando el ttulo de rey.
Napolen ha prohibido que en los hospitales los locos sean atados a las
camas dijo Faria.
Qu insina, coronel? Y qu tiene que ver esto con la locura del rey
Jorge?
Nada, mi general, nada; slo daba una informacin a raz del diferente
tratamiento de los locos en esos dos pases.
Vay amos a lo que nos ocupa, seores. Les he citado a esta reunin porque
esperamos un ataque masivo de los franceses en unos pocos das. Nuestros
agentes en la retaguardia nos han alertado de un inusual y considerable
movimiento de tropas desde Sevilla hacia Cdiz y el acopio de ingentes
cantidades de material de guerra. Semejante actividad slo puede significar una
cosa: que estn preparando un ataque masivo a nuestras posiciones en esta
ciudad. Es probable que la noticia de la locura del rey de Inglaterra les hay a
animado a intensificar sus esfuerzos para conquistar este bendito reducto de
Espaa.
Castaos orden desplegar un gran plano de Cdiz y de su baha y repas con
los responsables el estado de las fortificaciones de cada sector.
La zona ms dbil de nuestras posiciones es la isla de Len. Un poderoso
ataque combinado desde tierra nos pondra aqu en verdaderos apuros explic
un coronel de ingenieros.
Qu ocurre si perdemos esa isla? pregunt Castaos.
No sera demasiado grave.
Seguro?
Podramos seguir resistiendo sin problemas en Cdiz, aunque deberamos
acoger en la ciudad a toda la gente desplazada desde Len, y eso aumentara
mucho la densidad de poblacin. Las defensas del istmo son infranqueables.
Y si intentaran un asalto desde tierra?
En ese caso necesitaran no menos de un par de divisiones de infantera,
pero, dado lo estrecho del terreno, apenas podra maniobrar en lnea la mitad de
una compaa. Nuestros caones acabaran con ellos antes de que se acercaran a
quinientos pasos. Con la potencia de fuego que all tenemos desplazada y la
ay uda de los caones de dos navos ingleses, seran necesarias cargas
consecutivas e ininterrumpidas de cien mil hombres al menos, y todava
estaramos en condiciones de rechazarlas todas. Y aun as, se formara tal
parapeto con los propios muertos que seguira siendo insalvable.
Mientras mantengamos la ay uda britnica por mar, Cdiz es inexpugnable.
Slo en el caso de que fuera rota la defensa naval, algo muy improbable dada la
superioridad inglesa, podran tener xito sus ataques, pero eso no ocurrir.
Tal como haban previsto los estrategas espaoles, el ejrcito francs lanz
una tremenda ofensiva sobre la isla de Len a mediados de febrero de 1811. El
plan de evacuacin que se haba diseado por si fuera necesario se cumpli
correctamente y los habitantes de Len se replegaron a Cdiz junto con la
may ora de los diputados a Cortes, que hasta entonces haban celebrado all sus
sesiones. Decenas de bombas francesas caan sobre la isla de Len cuando sus
habitantes la evacuaban; algunos cantaban una copla que se haba hecho muy
popular durante el asedio francs:
A Numancia imitad, renueve su horror y antes que ser esclavos muramos con
honor.
Esa misma copla cantaban algunos en el asedio de Zaragoza, lo recuerda,
sargento? le pregunt Faria a Morales, mientras ay udaban a la evacuacin de
civiles.
Claro que s, mi coronel, claro que la recuerdo. Y el sargento se puso a
silbar la copla.
Captulo XIV
***
***
Me temo que este Candelas no es un tipo de fiar le confes Faria a Morales
. El capitn Garcs me ha informado de que hasta hace unos meses era un
bandolero que actuaba en estas mismas montaas desvalijando a los viajeros que
recorran los caminos entre Mlaga y Granada. Haba varias rdenes de
detencin contra l en la Audiencia Territorial de Granada, pero todo qued
perdonado cuando ofreci su colaboracin al ejrcito.
En eso no es muy diferente a los dems, es lo mismo que han hecho la
may ora de los bandidos coment el sargento. Cuando escap de Zaragoza y
consegu contactar con la partida del Patillas, no saba si me encontraba entre
patriotas que luchaban por la independencia de Espaa o enrolado en una banda
de ladrones.
El Consejo de Regencia ha dado rdenes clarsimas: todos los guerrilleros
en armas deben someterse a la disciplina militar. Si no lo hacen, sern objeto de
un juicio militar sumarsimo.
Perdone, coronel, pero dudo mucho que este Candelas est dispuesto a
obedecer rdenes que no sean la suy as propias. No lo ha hecho antes, y no s por
qu razn vay a a hacerlo ahora.
Pues deber acatarlas.
Las rdenes de Faria eran coordinar las acciones de media docena de grupos
guerrilleros que operaban en las zonas montaosas entre Mlaga y Granada e
instigar constantemente a los destacamentos franceses desplegados en esa zona
para facilitar as el agrupamiento de las tropas del general Freire, quien mandaba
un ejrcito presto a enfrentarse a los franceses cerca de Granada.
Faria reuni a los cabecillas de los seis grupos y prepar un plan de ataque a
un convoy de armas y suministros alimenticios que, segn sus noticias, se estaba
preparando en Jan para enviar inmediatamente a Granada. Los espas ocultos
en las montaas bticas lo haban detectado y se conoca con precisin el
recorrido que iba a realizar.
El conde de Castuera dise una estrategia para dar un golpe contundente a
esa lnea de abastecimiento. Tras informarse de las caractersticas del camino,
decidi atacar en una zona montaosa a unas diez horas de marcha al norte de
Granada. Los guerrilleros prepararan una emboscada, trataran de destruir la
may or cantidad de armas posible y se retiraran de inmediato tras asestar un
golpe lo ms rpido y letal que se pudiera ejecutar.
Y el botn? pregunt El Candelas. Mis hombres exigen su parte.
Sus hombres son soldados ahora y debern comportarse como tales
replic Faria.
Los soldados ingleses se reparten el botn que ganan en las batallas, o
saquean las tierras que ocupan, sean territorios enemigos o aliados. Algunos de
sus generales han hecho con la guerra verdaderas fortunas, por qu no podemos
hacerlas nosotros tambin?
Porque esto no es una cuestin de piratera, sino de guerra respondi
Faria airado. Que los ingleses se comporten como corsarios no significa que los
soldados espaoles debamos proceder como ellos. Probablemente a usted le
traiga al pairo su fama y su honor, pero mi padre, el conde de Castuera, me
ense a comportarme segn esos viejos cdigos. No lo olvide.
El Candelas sonri irnico, sac una navaja de su faja, la despleg y, con
displicencia, se puso a limpiarse las uas con ella.
Me ha entendido? le pregunt Faria al Candelas, sin que ste se
molestara siquiera en mirarle a la cara. Me ha entendido? reiter la
pregunta en voz ms alta.
El Candelas escupi al suelo y sigui limpindose las uas.
Capitn Garcs orden Faria, detenga a este hombre!
Garcs mir a Faria sorprendido. El resto de los jefes de las partidas se
mantuvieron tensos y a la espera.
Mi coronel, se trata de uno de los nuestros
No me ha odo, capitn?, detenga a ese hombre.
Por qu accin punible, seor?
Por desconsideracin hacia un superior e indisciplina. El Candelas se
incorpor despacio, con la navaja en la mano, en una posicin amenazadora. El
capitn Garcs dud.
Por qu no me arresta usted mismo, coronel? le dijo El Candelas.
Entrgueme esa navaja le orden Faria.
El antiguo bandolero alarg el brazo hacia el coronel, que se mantuvo firme y
sereno; la hoja de la navaja estaba apenas a dos palmos de su vientre, un rpido
movimiento y podra clavrsela, pero El Candelas dio la vuelta a la navaja con
gran habilidad, la tom con dos dedos por la hoja y se la entreg por la
empuadura a Faria.
Usted nunca ha pasado hambre le dijo al coronel.
Permanecer arrestado hasta nueva orden.
Aqu no hay calabozos.
La forma de la prisin no importa; usted est arrestado.
Faria cerr la navaja y la entreg al capitn Garcs, que agach la cabeza
avergonzado.
La reunin continu, ahora con un cabecilla menos en la misma; los dems
jefes de partida parecieron desde entonces tomar con ms inters las
explicaciones que les daba Faria.
Lo siento, seor, dud unos momentos se excus Garcs ante Faria, una
vez acabada la extraa asamblea de guerrilleros.
No se preocupe, capitn.
Ese tipo fue un conocido bandolero en la serrana de Ronda. Tiene fama de
pendenciero y siempre ha sido muy violento. No pens que le entregara su
navaja tan fcilmente. Creo que desde hoy se ha ganado el respeto de toda esta
gente, seor.
El arresto ser por dos das; comunqueselo al interesado. En dos das
estaremos en el lugar previsto para la emboscada y necesitaremos de todos los
hombres disponibles. Y ste parece dispuesto a todo.
Desde el campamento en las montaas entre Granada y Mlaga se dirigieron
en varios grupos hacia el paso entre Granada y Jan, donde haban convenido
que caeran sobre el convoy francs.
Captulo XV
LOS montes no eran muy elevados, pero el paso entre ellos resultaba tan angosto
que durante un buen trecho apenas caba una carreta.
Faria inspeccion el terreno y envi a varios hombres de la zona para que
controlaran la posible presencia de patrullas francesas de reconocimiento. Los
franceses parecan confiados. El recibimiento que Jos I haba tenido en las
principales ciudades andaluzas les haba hecho bajar la guardia. En Crdoba y
Sevilla, los oficiales franceses eran incluso admirados, y se les vea todas las
tardes pasear por las alamedas junto a las murallas, galanteando a las mujeres y
conversando amigablemente con algunos hombres.
Por las noches acudan a las tabernas, donde intentaban cantar seguidillas y
bailar al son de guitarras gitanas. Eran muchos los que se mostraban convencidos
de que los espaoles estaban comenzando a aceptar la presencia francesa.
Un oteador sudoroso y jadeante se present ante Faria.
Ha salido, y a ha salido. Esta maana ha salido el convoy de Jan.
Eso significa que maana estar aqu supuso Faria.
Orden a Garcs y a Morales que distribuy eran a los hombres en los lugares
elegidos para la emboscada. El correo le inform de que se trataba de un convoy
con cien carros y tres centenares de mulas. Adems de los quinientos soldados
que gobernaban los carros y las mulas, otros quinientos soldados formaban el
grupo de escolta.
Aquella noche Faria convoc a los cabecillas de las partidas reunidas para
organizar la emboscada.
Son unos mil hombres en total y nosotros no llegamos a cuatrocientos, pero
disponemos de ventaja en cuanto a posicin y sorpresa. Imagino que en esos
carros habr algunos caones, pero en este terreno no los pueden usar, de modo
que nuestra inferioridad numrica se compensa con nuestra ventaja estratgica.
El general Freire atacar el da 7 de may o, es decir, dentro de cinco das, al
noreste de Granada, en la zona de Baza. Si estos suministros llegan a los
franceses, la batalla estar perdida. Debemos impedir a toda costa que el mando
francs reciba los caones y las municiones.
Todos los hombres debern tener sus armas cargadas y listas para disparar;
no quiero fallos, de modo que ordenen a todos que limpien bien sus fusiles,
escopetas y trabucos, pues del xito en la primera andanada depende nuestra
fortuna. Cuatrocientos disparos a la vez pueden acabar con muchos franceses, y
si eso ocurre, tendremos ganada la batalla. De modo que la coordinacin de
nuestras fuerzas es fundamental.
Faria cogi un palo y en la tierra dibuj una ray a simulando el estrecho paso
y marc la ubicacin de los hombres de cada partida.
Memoricen bien sus posiciones aadi Garcs.
Escuchen con atencin continu Faria. Cada hombre elegir como
blanco el objetivo francs que tenga en su perpendicular. Nos mantendremos
ocultos entre la vegetacin hasta que todo el convoy se encuentre dentro del
desfiladero. Debemos ser muy precisos. Nadie disparar un solo tiro hasta que se
d la orden, que consistir en un disparo que y o efectuar.
Cmo sabremos cul ser su disparo? pregunt uno de los cabecillas.
Porque ser el primero dijo Faria con irona.
Y si alguien se pone nervioso y dispara antes de tiempo?
En ese caso, fracasaremos y pronto estaremos todos muertos respondi
Garcs.
Vamos, hay mucho trabajo por delante. Coloquen a sus hombres en sus
posiciones, inspeccionen sus armas y descansen un poco esta noche. Nos
desplegaremos a nuestros puestos poco antes de amanecer. Cada hombre debe
tener claro dnde est su lugar; todos tienen que ser capaces de encontrarlo con
los ojos cerrados.
La sorpresa debe ser total, de manera que no quiero que nada nos delate.
Los caones metlicos de fusiles, escopetas y trabucos debern cubrirse con tela,
as como hebillas y cualquier pieza de metal que pueda brillar al sol. Si los
franceses siguen a esa marcha estarn en este lugar maana al medioda, de
modo que podra haber destellos que descubrieran nuestra posicin. Entendido?
Los cabecillas asintieron con la cabeza.
***
Al alba todos los hombres estaban ocultos en los lugares asignados, esperando
pacientemente la llegada de los franceses. La noche haba sido fresca, pero en
cuanto sali el sol la temperatura comenz a subir muy deprisa. Nadie deba
moverse lo ms mnimo, de modo que la espera podra ser muy larga.
De madrugada, Faria haba enviado a varios espas para inspeccionar la
presencia de posibles patullas de reconocimiento francesas. Una de ellas captur
a dos soldados imperiales, que llev ante el coronel.
Tienen orden de dar aviso de que el paso est abierto y libre le dijo a
Faria El Candelas, pues haban sido sus hombres los que haban capturado a los
dos avanzados franceses.
Cmo lo sabe?
Uno de mis hombres habla francs, y este soldadito lo ha confesado todo.
Faria observ al soldado francs; era un muchacho de apenas diecinueve
aos que estaba muerto de miedo.
Y el otro francs?
No ha podido resistir el interrogatorio.
Qu le han hecho?
No queran decir nada y tuvimos que convencerlos para que hablaran; y
como seguan negndose a hacerlo, al otro le cortamos los huevos y se los
metimos en la boca. Y entonces este otro cant de plano. Tienen que subir a lo
alto del monte y agitar una bandera blanca en caso de que est libre el paso, y
mientras eso no ocurra, los franceses no seguirn adelante.
Faria se trag la rabia y tuvo que morderse la lengua. El joven francs tena
los ojos llorosos y el pantaln humedecido; se haba meado encima de miedo.
Capitn Garcs, coja a uno de los hombres y vstanse ambos con los dos
uniformes de estos soldados franceses. Monten sus caballos y suban a lo alto del
monte, y cuando divisen a la vanguardia del convoy agiten la bandera blanca.
Qu hacemos con este muchacho, coronel? pregunt el sargento
Morales.
De momento tenlo y tpenle la boca mientras dura la batalla, pero antes,
ofrzcale un poco de agua.
Y ahora, todo el mundo a sus puestos.
A medioda, la escolta de vanguardia del convoy apareci a la entrada del
desfiladero. El capitn que la mandaba dio la orden de que se detuviera y
aguard a recibir la seal de los dos enviados.
En lo alto del monte aparecieron dos jinetes y enarbolaron un lienzo blanco
atado al asta de una lanza. Para dar may or sensacin de que el paso estaba libre,
el capitn Garcs, que era quien vestido de soldado francs agitaba la bandera, se
qued en lo alto del monte hablando tranquilamente con su acompaante.
La vanguardia francesa comenz a penetrar en el desfiladero con cierta
cautela. Estaba formada por un batalln de lanceros de unos doscientos soldados
que avanzaron hasta la zona central del paso.
Y ocurri lo que no se haba previsto; los primeros carros y mulas cargados
con los suministros no entraron, sino que se quedaron esperando fuera del
desfiladero. Faria estaba ofuscado, su plan poda venirse abajo. Estuvo a punto de
ejecutar el primer disparo cuando la vanguardia pas frente a su posicin, pero
en ese caso saba que los franceses retrocederan y salvaran el convoy, aunque
perdieran a los doscientos jinetes de la vanguardia. En ese momento, el capitn
del batalln dio el alto. Los lanceros se detuvieron y se hizo un gran silencio en el
desfiladero, solo roto por algn relincho de los caballos. Todo pareca en calma, y
entonces, a un toque de corneta, los carros y las mulas comenzaron a avanzar en
el angosto paso, en cuy o centro esperaba la vanguardia. Poco a poco fueron
entrando todas las unidades del convoy hasta que el batalln de retaguardia
tambin lo hizo.
Faria suspir hondo, se limpi el sudor de la frente y not que el corazn le
lata vertiginosamente en el interior de su pecho. Morales, que permaneca
tumbado y oculto a su lado, estir el cuello y pudo ver que las ltimas unidades
acababan de entrar en el desfiladero; mir a su coronel y le hizo una indicacin
afirmativa con la cabeza.
El conde de Castuera prendi con el pedernal su fusil y el disparo retumb
como un trueno de muerte por las empinadas laderas de aquellos montes; dos
segundos despus cuatrocientas bocas de fuego barrieron con una lluvia de
metralla y muerte el fondo del desfiladero.
El comandante francs, sorprendido por la descarga de fusilera, mir hacia
la cima del monte donde estaban los dos jinetes que crea sus hombres y vio
cmo desaparecan al galope. Gritando como un poseso, daba rdenes
desesperadas para salir de aquella ratonera, pero las mulas de carga coceaban en
todas las direcciones y las que tiraban de los carros no obedecan las indicaciones
de sus conductores. Los soldados de los tres escuadrones de la escolta, en la
vanguardia, el centro y la retaguardia, intentaban responder al fuego enemigo,
que les caa por todas partes desde las paredes del desfiladero, pero apenas
podan maniobrar sobre sus caballos, cada vez ms enloquecidos ante el ruido, el
humo y la lluvia de metralla.
Como haba supuesto Faria, en la primera andanada cay eron muertos o
heridos dos centenares de franceses y decenas de animales, y la confusin y el
caos se aduearon del convoy. Cuando se sintieron atrapados y sin posibilidad de
defensa, los soldados franceses, desoy endo las rdenes que daban a gritos sus
oficiales, slo pensaron en escapar de aquella trampa, pero el camino era tan
sumamente estrecho que sus caballos tropezaron, se enredaron y cay eron unos
sobre otros provocando la muerte de muchos de ellos.
Una segunda andanada fue todava ms demoledora si cabe; el coronel que
mandaba el convoy se dio cuenta de que la resistencia era intil y de que, si no se
rendan, aquello se convertira en una masacre; estaban atrapados y la angostura
del sendero no permita ni avanzar ni retroceder, y las laderas eran tan
escarpadas e inclinadas que apenas se poda trepar por ellas.
Grit que se renda, pero los hombres de Faria no escucharon las palabras del
coronel francs y siguieron disparando como posesos a todo lo que se mova en
el fondo del desfiladero. Tras las dos primeras andanadas, los hombres se
dividieron en grupos de tres, segn haba indicado Faria, en los que dos se
dedicaron a cargar las armas de fuego mientras los de may or puntera
disparaban hacia el enemigo.
Algunas carretas cargadas con cajas de cartuchos y de plvora estallaron,
provocando nuevas muertes entre los sorprendidos franceses.
Las palabras de rendicin del coronel francs quedaron ahogadas por los
disparos, los relinchos de las caballeras y los gritos de los soldados franceses. La
matanza fue tremenda. Cuando Faria dio orden de alto el fuego, en el fondo del
desfiladero y acan muertos o malheridos centenares de soldados franceses y de
acmilas y caballos, entre columnas de humo y de fuego. Fueron precisas varias
llamadas para que todos los hombres de la partida de Faria silenciaran sus armas,
pues algunos, ante la posibilidad de matar gabachos como si fueran piezas de
caza, tardaron en obedecer.
Cuando comenz a disiparse el humo, el panorama que se contempl en el
fondo del desfiladero fue terrible. Cuerpos mutilados de hombres y bestias,
reventados por las explosiones de la propia municin, y acan esparcidos por todas
partes; algunos se retorcan de dolor o caminaban a trompicones, dando tumbos
por la estrechura del camino; varios caballos cabalgaban alocados chocando con
las piedras o los restos de los carros; un olor a sangre, carne quemada y heces
comenz a fluir desde el fondo del barranco hacia lo alto, inundando las narices
de los guerrilleros espaoles. Aquel hedor pareci despertar a muchos de su
locura de destruccin.
Faria se incorpor de su posicin emboscada y alz el brazo. Los guerrilleros
comenzaron a aparecer como espectros enviados por la muerte, saliendo de sus
escondites. Muchos haban colgado sus armas de fuego a la espalda y portaban
en sus manos navajas y machetes, prestos a rematar a cuchilladas a los
supervivientes. No fue necesario. Faria se interpuso en el camino de los ms
sanguinarios y orden que envainaran sus hojas de acero.
El coronel mand a los jefes de las partidas que contuvieran a sus hombres e
intent poner orden en aquel caos. Los franceses vivos fueron agrupados en una
ladera, donde se les orden que permanecieran sentados o en cuclillas. Los
heridos fueron colocados en un recodo del desfiladero, donde se permiti a los
enfermeros franceses que los atendieran, y los muertos fueron amontonados a
las orillas del sendero como si se tratara de haces de lea.
Morales realiz el recuento ay udado por dos guerrilleros estudiantes; haban
muerto quinientos veinte franceses, haba trescientos sesenta y seis heridos, de
ellos doscientos muy graves que no sobreviviran, y slo unos cien parecan
ilesos; apenas unas pocas decenas de hombres de la vanguardia y de la
retaguardia haban logrado escapar.
Casi dos centenares y medio de caballos y mulas haban sido capturados en
buen estado, otros dos centenares haban muerto y otros tantos haban salido en
estampida y vagaban por los montes de los alrededores.
De los cien carros, veinte estaban totalmente destruidos, treinta eran
irrecuperables y los cincuenta restantes estaban en uso, aunque algunos
necesitaran de ciertas reparaciones.
Treinta caones de diversos calibres, centenares de cajas de cartuchos y de
plvora y otros suministros militares y de alimentos componan un botn
espectacular.
Las bajas propias se limitaban a treinta y dos muertos y cuarenta y tres
heridos.
Hemos tenido suerte, amigos les dijo Faria a Garcs, Morales y a los
jefes guerrilleros a la vista del botn.
Qu hacemos con los prisioneros, seor? pregunt Garcs.
Que regresen a Jan.
No! grit tajante El Candelas.
No tenemos medios para mantenerlos presos explic Faria.
Pues acabemos con ellos propuso el jefe guerrillero. Si los dejamos
libres volvern a combatir contra nosotros, y tal vez entonces sean ellos quienes
nos maten.
El Candelas tiene razn aadi otro de los jefes. Los dems asintieron
con la cabeza.
No voy a permitir que se asesine a prisioneros indefensos dijo Faria.
Ellos son los asesinos; hace unos meses entraron en mi pueblo, saquearon
todas las casas, quemaron la iglesia, mataron a los hombres y violaron a nuestras
mujeres. Probablemente alguno de estos hijos de perra particip en esa matanza.
Yo s que no consentir que se vay an libres.
Ninguno de nosotros lo consentiremos, coronel.
En los ojos de todos aquellos hombres brillaba un odio profundo y mortfero.
Faria dud.
No cuenten conmigo para eso aleg el conde de Castuera.
No tiene por qu intervenir dijo El Candelas; esto es cosa nuestra.
Faria saba que en esa ocasin no le iban a obedecer; no le qued otro
remedio que aceptar la muerte de aquellos prisioneros.
Slo les exijo dos condiciones: que los ejecuten rpidamente y sin torturas
y que entierren sus cadveres.
Los jefes guerrilleros se miraron y asintieron, aunque a regaadientes.
Mediada la tarde, un millar de cadveres de soldados franceses eran
enterrados en una sima cercana. Durante varias horas, hasta casi el anochecer,
decenas de hombres arrojaron sobre ellos varias cargas de tierra. Los muertos
espaoles fueron enterrados en una fosa comn y sobre ella se coloc una cruz
realizada con dos enormes maderos.
Esta victoria le otorgar los entorchados de brigadier, seor le dijo el
capitn Garcs a Francisco de Faria, quien se limit a dibujar en sus labios un
rictus de amargura.
Tres das despus de la emboscada en el desfiladero, Faria se present ante el
general Freire, que estaba preparando la batalla para la toma de Baza.
La llegada de Faria con sus trescientos veinte hombres y los suministros
capturados a los franceses fue acogida con enorme jbilo en el campamento del
ejrcito de Freire. Algunos caballos que no estaban en buenas condiciones fueron
sacrificados; aquella noche hubo abundancia de carne para la tropa.
Con los caones y las municiones conseguidas y el refuerzo de los
guerrilleros, Freire gan la batalla y ocup Baza. En la misma se distingui un
capitn del regimiento de Farnesio, Gaspar Fernndez, cuy o escuadrn pas a
cuchillo a un destacamento de doscientos lanceros polacos.
Entre tanto, el general Castaos lanz una ofensiva en Extremadura; en los
das siguientes a la reconquista de Baza, Castaos y el general ingls Beresford
batieron a Soult en Albuera, y los franceses iniciaron la retirada hacia el
Guadalquivir.
Por el contrario, en el norte de Espaa las cosas no iban tan bien; los
franceses mantenan asediadas algunas ciudades y avanzaban hacia el sur de
Catalua, procurando la conquista de Lrida y de Tarragona.
Mientras se recuperaban en Baza, Faria se enter de que Napolen haba
tenido un heredero con su segunda esposa, Mara Luisa de Austria, de que el
maestro Francisco de Goy a haba sido distinguido con la Orden Real de Espaa,
una condecoracin creada por Jos I para premiar a los espaoles fieles a su
corona, y de que mediante un decreto el rey Intruso haba ordenado la supresin
de los seoros, el sistema de propiedad de la tierra y de dominio sobre los
campesinos por el cual los seores de la nobleza haban gobernado las tierras
seoriales espaolas desde haca siglos. Imagin entonces que, si perdan la
guerra, sus tierras de Castuera dejaran de ser parte de su patrimonio, lo que no
pareci importarle demasiado. Francisco de Faria era un aristcrata, pero sus
ideas estaban mucho ms cercanas a las de los liberales, y no slo por la guerra,
sino tambin por la manera en que haba visto comportarse a los rey es y a los
nobles. l luchaba por la causa de Fernando VII, pero estaba convencido de que
Jos I sera mucho mejor rey para los espaoles.
Captulo XVI
***
Fue el propio general Freire quien le transmiti las nuevas rdenes a Faria.
Coronel, la ofensiva de Wellington y Castaos desde Portugal se ha
detenido en la frontera. En las batallas libradas en Fuentes de Ooro y La
Albuera las bajas por ambas partes han sido enormes. Hemos vencido en ambas,
pero a costa de grandes sacrificios. Lo peor es que los mandos britnicos siguen
asegurando en sus informes que los espaoles no nos hemos comportado bien en
esas batallas; y lo mejor es que al menos hemos demostrado que podemos
combatir juntos sumando nuestras fuerzas contra los franceses.
Por lo que a usted respecta, las rdenes son que se dirija a Sierra Morena y
procure activar al mximo la guerrilla. All actan varias partidas sin
coordinacin alguna, y son imprescindibles para mantener ocupados a varios
regimientos franceses en la zona. El alto mando quiere aislar del resto de Espaa
al ejrcito francs en Andaluca para que las futuras ofensivas sobre
Extremadura y Salamanca tengan xito. Debemos impedir que los franceses
logren reagrupar sus tropas en Badajoz y Ciudad Rodrigo. Es estos momentos
Napolen tiene desplegados ms de trescientos cincuenta mil soldados en Espaa,
y, si sigue la paz con Austria, podra enviar algunas divisiones ms; si sus
mariscales lograran reunir a sesenta mil soldados en cada batalla, nos venceran
sin problemas. De manera que hay golpearlos por todas partes y mantenerlos
siempre ocupados. Ahora no se trata de dar golpes audaces como el del
desfiladero, sino de fomentar una guerra de guerrillas total.
Lo intentar, mi general; pero debo advertirle que los hombres que forman
las partidas de guerrilleros no siempre estn dispuestos a acatar la disciplina
militar. No son soldados, aunque el Consejo de Regencia los considere como
tales.
Ya conoce las rdenes: todo combatiente espaol est sujeto a la disciplina
militar, o en caso contrario ser tratado como un delincuente o un traidor.
Mi general, muchos de esos hombres enrolados en la guerrilla han sido
delincuentes hasta hace apenas unos meses, y me temo que algunos todava lo
son, y sin duda lo seguirn siendo si alguna vez acaba esta maldita guerra. No
tienen la formacin castrense que se les pretende imponer. La amenaza de ser
tratados como bandidos no los amedrentar porque y a lo son. No luchan por
patriotismo, ni por defender la independencia de esta nacin, que les importa un
higo; si combaten, lo hacen por su bolsa y porque es su nico medio de vida. No
son soldados, seor, son bandidos a los que la historia o el destino ha colocado
ahora en una situacin que jams hubieran previsto en otras circunstancias.
Debera haberlos visto disparar en la emboscada del desfiladero; no lo hacan por
defender su pas, sino para conseguir el botn que se vislumbraba all abajo. Sus
miradas no eran las del soldado que lucha por defender a su patria, sino la del
ladrn que huele un botn inmediato. En cada soldado francs abatido no vean un
enemigo menos, sino una parte ms de ese mismo botn.
Mire, coronel, me importa un carajo la causa por la cual luchan a nuestro
lado esos bandoleros o lo que quiera que sean, pero ahora los necesitamos, y
usted ha sido precisamente su may or valedor y quien primero se dio cuenta de
que era preciso organizarlos y dotarlos de unos objetivos comunes. Sus informes
fueron decisivos para que la Junta de Defensa y luego el Consejo de Regencia
aceptaran la inclusin en el ejrcito de todos los guerrilleros como unos
combatientes ms. Algunos de ellos incluso han sido y a ascendidos y son
oficiales del ejrcito a todos los efectos. Al Empecinado lo hemos hecho
brigadier.
Lo s, seor, pero slo quera informarle de que la rigidez disciplinaria no
es precisamente la mejor manera de dirigir a estos hombres.
En ese caso, acte en consecuencia; y a lo hizo en el desfiladero. Aquella
accin fue heroica, y en ella usted mandaba a varios centenares de guerrilleros,
no a un regimiento de soldados regulares.
No, seor, aquello fue una matanza.
En cualquier caso, favoreci nuestra victoria.
Faria y Morales partieron de Baza al frente de un grupo de doscientos
guerrilleros hacia el norte. En la sierra de Segura, cerca de la localidad de
Cazorla, deban reunirse con varios grupos organizados que operaban en esa zona
y en la estribaciones orientales de Sierra Morena. Desde all debera ir hacia el
paso de Despeaperros y seguir por las montaas hacia el oeste. El ejrcito del
general Castaos estaba operando en la zona del bajo Guadiana, adonde haba
sido trasladado por varios navos britnicos y espaoles desde Cdiz. Las
instrucciones de Faria era claras: deba impedir que hubiera una comunicacin
fluida de tropas y suministros franceses desde Sevilla hacia Badajoz manteniendo
todas las partidas posibles de guerrilleros en los pasos serranos entre Extremadura
y Andaluca.
Entre tanto, la guerra continuaba en el norte. Las noticias daban cuenta de que
en las montaas de Cantabria los guerrilleros libraban cruentos enfrentamientos
con las tropas francesas y que en lava, Navarra y Aragn, los guerrilleros
estaban realizando acciones espectaculares, especialmente las que encabezaban
Espoz y Mina y El Empecinado, dos comandantes que haban demostrado una
habilidad extraordinaria a la hora de preparar emboscadas contra los franceses.
Durante varios das, Faria y Morales avanzaron por Sierra Morena hacia el
oeste, contactando con los guerrilleros de cada una de las comarcas e
impartiendo instrucciones precisas sobre lo que deban hacer en cada momento.
Cuando llegaron a la sierra de Huelva y a era tarde. Napolen haba decidido
sustituir a Massna, un hombre avaricioso y altivo, por el mariscal Marmont, ms
joven y mejor preparado todava. Marmont, rebosante de energa, reestructur
el ejrcito y consigui reunir sus tropas con las de Soult. A Wellington no le qued
entonces otro remedio que levantar el sitio de Badajoz y retroceder hacia
Portugal.
Las fuerzas de ambos contendientes estaban muy equilibradas en la frontera
entre Portugal y Espaa. La ofensiva francesa de finales del verano de 1810
haba sido un fracaso, pero la contraofensiva aliada de la primavera de 1811
haba sido detenida primero y rechazada despus por la capacidad estratgica y
la enrgica disposicin del mariscal Marmont. La euforia que se haba extendido
entre los espaoles haba remitido y lo que se contemplaba en el verano de 1811
era un frente estable desde Ciudad Rodrigo hasta Huelva, producto del equilibrio
de fuerzas de las dos partes en conflicto.
La estabilidad en el frente occidental fue aprovechada por los franceses para
lanzar una ofensiva en Catalua. Tarragona fue ocupada a fines de junio por el
general Suchet; ms de cuatro mil muertos cay eron en sus muros y en sus calles
en defensa de la vieja ciudad, en la que se luch metro a metro hasta el ltimo
reducto en la catedral.
Durante los dos meses centrales del verano, Faria y Morales dirigieron
algunas escaramuzas contra patrullas y convoy es franceses por la serrana, y en
una ocasin se acercaron tanto a Sevilla que casi llegaron a vislumbrar sus torres.
All deba de seguir Cay etana, esperando a que acabara la guerra o a que se
presentara Francisco en el convento de Santa Clara para llevrsela con l.
Pero Sevilla estaba perfectamente defendida por un nutrido contingente de
soldados franceses. Esa ciudad haba sido clave en el dominio de Andaluca y en
ella radicaban algunas de las mejores tropas del ejrcito imperial en Espaa.
En el verano de 1811 los combatientes espaoles estaban acantonados en las
montaas; entre las ciudades espaolas realmente importantes slo Valencia se
mantena libre, y no pareca que esa situacin fuera a durar demasiado tiempo,
pues una vez ocupada Tarragona quedaba expedito el camino para avanzar hacia
la capital levantina, lo que segn pareca iba a ser el siguiente objetivo del
ejrcito francs.
Marmont se haba revelado como un estratega eficaz, ms listo y sereno que
Massna, y capaz de mantener a ray a a Wellington, quien segua apostando por
un ataque simultneo sobre Ciudad Rodrigo y Badajoz, como medio de romper la
lnea defensiva francesa en Espaa, y desde ah proceder a avanzar sobre
Madrid. El Gobierno britnico no pareca compartir los planes de Wellington, e
incluso estuvo a punto de ordenar la evacuacin de Portugal, pero la insistencia
del vizconde triunf y se opt por mantener la lnea defensiva, aunque a costa de
enormes gastos.
Faria intent comunicarse varias veces con el mando en Cdiz, que segua
sitiada pero indemne. Al fin consigui enviar y recibir un correo a travs del ro
Guadiana y Ay amonte y fue autorizado a regresar a Cdiz.
Captulo XVII
***
***
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EN los primeros das de enero de 1812, y a pesar del fro invernal, el ejrcito
francs lanz una gran ofensiva en Levante. Desde Catalua, varias divisiones
avanzaron hacia el sur, dirigidas por el mariscal Suchet, y conquistaron
Pescola, Valencia y Denia. El desastre fue enorme porque, adems de la
prdida de estas ciudades, los franceses capturaron al ejrcito espaol quinientos
de sus mejores caones. A la vez se acentu la presin sobre Cdiz y se
intensificaron los bombardeos.
Pero Cdiz resista y los suministros no cesaban de llegar; ante la ofensiva
francesa era necesaria una respuesta inmediata. La concentracin de tropas
francesas en Valencia y en Cdiz haba dejado desguarnecidas algunas zonas de
la Pennsula, especialmente en el frente occidental, donde los britnicos y los
portugueses organizaron un contraataque.
Wellington haba sido requerido desde Cdiz por el mando espaol para que
atacara en la frontera de Extremadura y de Salamanca, pero se mostr renuente
a hacerlo, hasta que recibi la noticia de la marcha de Suchet sobre Valencia. Fue
entonces cuando reaccion, lanzando sus mejores divisiones contra la plaza
fortificada de Ciudad Rodrigo, que ocup a fines de enero. La estrategia de
Wellington consista en esperar a que Rusia y Austria declararan la guerra a
Napolen, y as disfrutar de una clara ventaja al tener que atender el emperador
a varios frentes. Bonaparte era consciente de que una nueva guerra contra Rusia
supondra tener que dedicar a ella un enorme esfuerzo, dada la extensin de ese
pas, y Francia no pareca preparada para mantener guerras abiertas en todas
partes. A pesar de las victorias, el desgaste sufrido en las guerras en Italia,
Alemania, Austria y Espaa constitua y a una notable sangra para la leva de
tropas en Francia, cuy a juventud empezaba a resentirse de tanto reclutamiento
forzoso.
Napolen intent evitar el conflicto directo con el zar Alejandro, pero ste
estaba haciendo todo lo posible para que la guerra entre Rusia y Francia fuera
inevitable. Como Francia e Inglaterra, Rusia tambin aspiraba a convertirse en un
imperio mundial, y para ello necesitaba un ejrcito poderoso y engrasado, que
slo era posible formar en el curso de una gran guerra.
La toma de Ciudad Rodrigo por Wellington fue festejada en Cdiz como un
gran triunfo. Faria recibi la orden de incrementar el servicio de vigilancia de las
reuniones de los diputados en las Cortes, que estaban debatiendo el momento y el
modo en que se aprobara solemnemente la Constitucin que haban acabado de
redactar.
A mediados de enero de 1812 todo estaba listo para cumplir ese trmite, pero
el Consejo de Regencia decidi que sera mejor esperar unas semanas por si
consegua nuevos xitos militares. Para contentar a Wellington, el Gobierno
provisional espaol en Cdiz le concedi el ttulo de duque de Ciudad Rodrigo, y
el Gobierno de Londres le otorg el ttulo de conde. El Consejo de Regencia, el
Gobierno provisional, pas ahora a ser encabezado por el duque del Infantado,
muy proclive a estrechar el pacto con el gobierno britnico.
A principios de febrero se conoci la noticia de que Napolen haba decidido
invadir Rusia. El coronel Faria estaba tomando un caf con Pedro Mara Ric y
ambos comentaron la decisin del emperador.
Es un error estratgico dijo Faria. Rusia es un pas gigantesco y, por lo
que s, los inviernos all son de una dureza extrema. Un ejrcito extranjero
necesitara al menos dos millones de hombres para ocupar ese pas, y una vez
ocupado no sabra qu hacer con l.
Napolen est organizando un ejrcito de seiscientos mil hombres,
probablemente el may or jams reunido aleg Ric.
No ser suficiente. Espaa es mucho menor que Rusia y y a ves las
dificultades que tiene para mantener el control con trescientos cincuenta mil
soldados. Con el doble de tropas en un pas diez veces may or no podr aguantar
mucho tiempo.
Dicen que Bonaparte ha perdido su vigor, que est engordando y que sufre
fuertes dolores en el estmago, que apenas duerme y que y a no se fa de nadie.
Es probable que tantos aos de guerras, campaas, batallas y viajes hay an
hecho mella en su cuerpo, s, pero sobre todo lo habrn hecho en su mente.
Esperaba conquistar Espaa y Portugal en unas semanas y su ejrcito est
atascado aqu desde hace y a cuatro aos, y aunque ha avanzado en el este, ha
perdido en el oeste. En ningn momento esperaba que los espaoles resistiramos
como lo estamos haciendo. Debi de pensar que todos ramos como don Carlos
y don Fernando.
Qu quieres decir, Francisco?
Lo sabes bien, Pedro; Carlos IV no tena cualidades para ceirse la corona
y Fernando VII no ha hecho mritos para heredarla.
Consideras mejor a ese intruso de Jos I?
Soy un patriota y lucho por mi pas, pero y o vi actuar a don Carlos y a don
Fernando en Bay ona y sent una enorme vergenza por ambos dijo Faria.
Vamos, no los juzgues por eso; aqulla era una situacin desesperada en la
que apenas podan hacer otra cosa que acatar los deseos de Napolen; eran sus
rehenes.
Tal vez, pero cmo explicas que don Fernando felicite a Bonaparte tras
cada una de sus victorias sobre los espaoles?
Imagino que ser una tctica. Halagar al enemigo suele conllevar un
relajamiento de ste y una debilidad. Sin duda sa es la tctica que est
empleando el rey supuso el barn de Valdeolivos.
Miles de espaoles han derramado y siguen derramando su sangre por l,
y creo que debera ser consciente de ello.
Y lo es, Francisco, y lo es, no te quepa ninguna duda, pero considera su
situacin: est retenido en Francia y a la merced de Bonaparte, qu otra cosa
podra hacer?
Mantener la dignidad, desde luego. Es lo menos que se le debe exigir a
quien aspira a convertirse en rey de Espaa asent Faria.
Mira, Francisco, eres joven y tienes por delante, si esta maldita guerra no
lo impide, un brillante futuro. Has sido hroe en Trafalgar y en Zaragoza y nadie
como t para opinar sobre la defensa de la patria, pero necesitamos a don
Fernando; si queremos que se mantenga la esperanza de que este pueblo consiga
al fin la independencia del invasor extranjero, don Fernando ha de ser nuestro
smbolo. Un pueblo necesita de smbolos y de ilusiones a los que agarrarse en los
momentos ms difciles, y, te guste o no, ese emblema y esa ilusin los encarna
ahora don Fernando.
La esperanza del pueblo es voluble, Pedro. Hace unos meses los sevillanos
y otros muchos ciudadanos de Andaluca vitoreaban a Jos I como nunca antes
se haba hecho con ningn otro soberano.
Eso es cierto, pero Jos Bonaparte es un intruso, un extranjero; por muy
bien que gobernara, por mucha paz y felicidad que aportara a este pas, la gente
de aqu jams lo aceptar; haga lo que haga siempre ser un soberano impuesto
por la fuerza de las armas.
Y no lo fueron los Borbones? Felipe V fue rey porque gan una guerra.
Siempre ha sido as.
Tal vez tengas razn, pero ese problema lo hemos zanjado en las Cortes,
aqu en Cdiz. La legitimidad de los monarcas queda clara en nuestra nueva
constitucin, que aprobaremos en unas pocas semanas. La has ledo?
S, claro. Y adems, como sabes, he escuchado la may ora de vuestras
intervenciones.
Y qu te parece?
Es un avance, pero hubiera preferido la de Bay ona.
La de Napolen?
S.
Pero sta es la nuestra asever Pedro Mara Ric. Y adems, como la
de Bay ona, tambin prohbe la tortura. Pero no te estars convirtiendo en uno
de esos afrancesados ?
No, pero pretendo entender lo que est pasando sin recurrir a falsos
valores. La de Bay ona proclama la libertad de cultos, la de Cdiz prohbe la
prctica de cualquier religin que no sea la catlica.
Eres un miembro de la nobleza espaola, y el catolicismo es una de
nuestras principales seas de identidad. Adems, este verano abolimos los
seoros jurisdiccionales; era una condicin de los liberales, aunque a cambio de
que los seores mantuviramos las rentas de esas tierras.
No toda la nobleza espaola es igual.
Claro que lo es. Ser noble implica un timbre de distincin que no todos
poseen. S, s, y a s que de vez en cuando aparecen entre nosotros insensatas
como Belinda o inanes como su esposo Enrique, pero eso no cambia las cosas.
Dios dispuso este mundo as, y as debe mantenerse hasta el final de los tiempos;
es la ley divina, el ordenamiento celestial de las cosas de este mundo que todos
debemos cumplir.
Faria no quiso seguir debatiendo con su amigo. S, l era noble, haba nacido
en el seno de una familia de rancio abolengo, en un linaje de antiguos condes,
una estirpe de privilegiados, pero el mundo estaba cambiando muy deprisa.
Desde Francia, siempre Francia, llegaban ideas nuevas para un hombre nuevo,
para un mundo nuevo. Y no se trataba de ninguna utopa. En Amrica del Norte,
esas nuevas ideas haban triunfado con rotundidad. Los fundadores de Estados
Unidos haban demostrado que se poda organizar una sociedad sin contar con
rey es ni con nobles, ni siquiera con la Iglesia, y crear una sociedad de hombres
libres e iguales. Francia haba hecho una revolucin, sangrienta, desde luego,
durante la cual haban rodado cabezas, incluso las de un rey y una reina, y tal vez
fuera sa la nica manera de conseguir imponer el nuevo mundo, la nueva
sociedad.
El conde de Castuera dio el ltimo sorbo a su caf, mir al diputado Ric y
comprendi que algo profundo estaba cambiando en su interior.
***
***
***
Cuando llegaron ante las defensas de Badajoz, llova a mares. Wellington haba
ordenado construir un cinturn de trincheras para cercar la ciudad, que estaba
bien defendida por los franceses. Pero caa tanta agua que las trincheras se
inundaban y los parapetos se venan abajo una y otra vez. Los caones britnicos
batan los muros defensivos levantados por los franceses, intentando abrir brechas
por las cuales lanzar al asalto a la infantera aliada.
La ciudad de Badajoz est bordeada por el norte por el ro Guadiana, que esos
das bajaba bastante crecido, y por el este por el arroy o Revillas, un riachuelo
intermitente que a principios de abril de 1812 se haba desbordado e inundado
todo el exterior del sureste de la ciudad, donde haba creado una especie de
marisma pantanosa. La ciudad est rodeada por un cinturn de murallas
reforzadas con varios fuertes y castillos que fueron sometidos a un considerable
bombardeo, especialmente en el este y el oeste, por donde Wellington haba
decidido el asalto. El barro y el agua dificultaban el avance de los aliados, pero
las rdenes eran tomar Badajoz a toda costa.
Wellington reuni a su Estado May or el 5 de abril por la tarde y orden a
todos los comandantes de la 4. Divisin y de la Divisin Ligera que, al amanecer
del da siguiente, lanzaran a todos sus hombres al asalto de la ciudad en los dos
flancos sealados. Como no se fiaba de la infantera espaola, dispuso al
regimiento de Faria en retaguardia, de modo que su misin consistira en apoy ar
el asalto de las fuerzas de choque britnicas.
Faria despleg a sus hombres en tres lneas situadas en el sector oeste,
enfrente de las brechas abiertas en los das previos al asalto por la artillera
britnica. A la orden de carga, los infantes ingleses corrieron hacia los muros de
Badajoz, pero, al rebasar los primeros terraplenes, se encontraron con un
tremendo foso en cuy o fondo corra un canal; en el tropel, las primeras filas de
los asaltantes cay eron al suelo y fueron pisoteadas por los que venan detrs; pero
an les esperaba una sorpresa may or. Los franceses haban minado los pasillos
que conducan hacia las brechas abiertas en los muros, y, sobre las murallas, los
defensores disponan de numerosas granadas de mano, as como de mosquetes y
rifles doblados y cargados.
Decenas de hombres se precipitaron al canal del foso y se ahogaron en el
barro, en tanto las minas comenzaron a explosionar, provocando una enorme
carnicera. Los soldados que portaban las escalas para el asalto eran abatidos por
el fuego de granadas y fusiles y los pocos que alcanzaron las brechas se
encontraron con un dispositivo de maderas y cuchillas de hierro entrelazadas que
los franceses llaman cheval de frise y que provoca el pnico a los que se
enfrentan a semejante artilugio. En pocos minutos, ms de quinientos britnicos
y acan muertos en el foso. Ya era casi de noche y la batalla por Badajoz pareca
perdida para los aliados.
Los hombres de Faria no haban intervenido en el combate, se limitaban a
mantener su posicin en la retaguardia y a observar cmo caan muertos los
britnicos. Ante el informe de bajas, Wellington orden la retirada en el sector
este, pero dio la orden de concentrar el ataque en el fuerte de San Vicente, en el
ngulo noreste de la ciudad. Los franceses, crey endo que la retirada de los
aliados era definitiva, descuidaron la guardia y el castillo de San Vicente cay en
manos britnicas. Las tornas haban cambiado en unos momentos y la ciudad
estaba perdida. Bien fuera por un golpe de suerte o por la genial improvisacin de
Wellington, Badajoz fue capturada cuando pareca que el asalto estaba
condenado al fracaso.
Sorprendidos desde la posicin ms fuerte, el comandante francs rindi la
plaza, y entonces se produjo la verdadera catstrofe.
Los hombres de Faria no haban disparado un solo tiro y se mantenan en sus
posiciones de retaguardia, cuando observaron cmo los soldados britnicos y
portugueses se lanzaban al interior de la ciudad, presos de una vorgine de sangre
y muerte.
Pese a la rendicin, las tropas asaltantes hicieron caso omiso a sus
comandantes y se sumieron en una orga de saqueo y destruccin. Todo el
mundo pareca haberse vuelto loco. Centenares de soldados entraron en las casas
de la poblacin civil arrancando puertas, volando las ventanas y tiroteando y
acuchillando a cuantos se ponan por delante.
Faria se enter de lo que estaba ocurriendo y reclam a un coronel ingls que
pusiera coto a semejante jaura de salvajes. El oficial ingls se limit a
encogerse de hombros y a decirle a Faria que no haba manera humana de
detener aquello.
El conde de Castuera no pudo ms. Orden a sus hombres que lo siguieran y
se dirigi al interior de la ciudad. El escenario que vieron sus ojos fue lo ms
parecido a una imagen del Apocalipsis. Los soldados britnicos y algunos
portugueses haban asaltado las casas, fusilado a sus habitantes y robado cuanto
de valor contenan. Las calles estaban llenas de cadveres de mujeres y nios,
algunas con las orejas rasgadas porque les haban arrancado de cuajo los
pendientes. En una iglesia, donde se haban refugiado algunas mujeres con sus
hijos, unos cincuenta cadveres y acan entre los bancos y los altares. El cadver
de una bella joven estaba tumbado sobre el altar may or, completamente
desnudo, con claros signos de haber sido violada antes de darle muerte mediante
degollacin. Varios nios y acan en un rincn, junto a un confesionario,
asesinados a machetazos.
Los soldados espaoles estaban horrorizados ante aquella matanza. El
sargento Morales, con los ojos iny ectados de ira, le propuso a su coronel acabar
con todos los britnicos. Faria lo mir, apoy su mano sobre el hombro del
sargento y le orden que agrupara con sus hombres a todos aquellos cadveres
para darles sepultura. Despus, dio media vuelta, sali de la iglesia y corri hacia
el exterior de la ciudad, hacia el puesto de mando de Wellington.
Los guardias le impidieron el paso. Wellesley estaba en el exterior de su
tienda, observando las llamas que consuman barrios enteros de la ciudad
extremea. Faria le grit y el conde de Wellington, al reconocerlo, orden que le
dejaran pasar.
Excelencia dijo Faria en un deficiente ingls, debe usted detener esta
masacre. Sus soldados estn matando, violando y robando a inocentes. Yo mismo
he visto una iglesia con decenas de cadveres de mujeres y nios en su interior,
y sus verdugos no han sido los franceses.
Wellington saba bien lo que estaba ocurriendo; uno de los cirujanos del
ejrcito britnico le haba informado personalmente de los saqueos, pero el
comandante en jefe de los aliados no hizo nada por evitarlo.
Querido amigo le dijo a Faria, la guerra tiene estos contratiempos. Los
soldados estn excitados, cansados y algunos incluso ebrios. No puedo evitar que
se cometan algunos errores.
Errores?; estn matado a inocentes.
Y lo siento, crame, coronel, pero la guerra tiene a veces estas cosas.
Seor, le exijo que ponga fin a esta
Faria no encontr una palabra inglesa y pronunci en castellano: villana .
Wellington lo entendi perfectamente.
Lo importante es la victoria. Y ahora, coronel, vuelva a ponerse al frente
de sus hombres y encrguese de dar sepultura a esa gente. Es una orden
Wellington no estaba capacitado para dar rdenes a los soldados espaoles, pero
actuaba como si tambin fuera el comandante en jefe del ejrcito espaol.
Faria se mordi la lengua, dio media vuelta y se march sin saludar a
Wellington.
Aquella noche nadie durmi. Los lamentos de los heridos, el llanto por los
muertos y los gritos de los borrachos se mezclaron en el aire viciado y humeante
de Badajoz. A la maana siguiente, cuando se procedi al recuento de vctimas,
el balance fue desolador. Casi cuatro mil soldados britnicos haban cado en el
asalto y otros tantos franceses, pero ms de dos mil civiles espaoles haban sido
asesinados por los britnicos.
Mientras se proceda a enterrar a los muertos, Faria tragaba su ira. Cuando las
primeras paladas de tierra comenzaron a cubrir los cadveres de un grupo de
nios, el coronel de la guardia de corps, el hroe de Trafalgar y de los Sitios de
Zaragoza, llor, y no le import que sus hombres, llenos de barro y de suciedad,
lo vieran.
***
Aquella maana de may o era luminosa y azul. El sol brillaba con fuerza y un
ligero viento del oeste haca ondear la Union fack, la bandera britnica que, desde
1801, una las banderas de Inglaterra, Escocia e Irlanda, representadas por la
cruz roja sobre fondo blanco de san Jorge, de Inglaterra; la cruz aspada blanca
sobre fondo azul de san Andrs, de Escocia, y la cruz aspada roja sobre fondo
blanco de san Patricio, de Irlanda, la ltima en incorporarse, ese mismo ao.
El conde de Castuera contempl la bandera ondeando sobre el palo may or de
la fragata al subir a bordo y record que aquella misma ensea, ahora aliada,
haba sido el emblema del enemigo en Trafalgar.
La vida est llena de ironas, Isidro le dijo al sargento Morales; hace
casi siete aos combatimos en Trafalgar contra esa bandera, y ahora somos sus
aliados. Tal vez esta misma fragata particip en aquella batalla.
Son cosas de la poltica, mi coronel; nosotros slo somos soldados.
Saludaron al capitn de la fragata, que los acomod en dos camarotes, cada
cual segn su rango, y zarparon desde la desembocadura del Duero en Oporto
rumbo norte.
A Faria le sorprendi la impunidad con que los barcos britnicos navegaban
frente a las costas peninsulares. Desde la batalla de Trafalgar, era tal su
superioridad que los barcos franceses apenas se atrevan a salir de sus puertos, de
manera que eran usados casi exclusivamente como bateras flotantes costeras.
El plan de Wellington, que Faria desconoca, era brillante, pero requera de
una gran coordinacin de movimientos. Necesitaba mantener dispersas y
ocupadas a las tropas francesas desplegadas en la Pennsula y evitar por todos los
medios que se pudiera concentrar un ejrcito de ms de cincuenta mil efectivos.
En toda Espaa haba desplegados ms de trescientos mil franceses, pero
Napolen haba ordenado la retirada de cincuenta mil para reforzar la recluta de
tropas para la campaa de Rusia, por lo cual no recibiran ms refuerzos al
menos durante un ao.
Wellington haba pedido al Gobierno espaol que sus efectivos regulares, al
mando de generales como ODonnell y Lacy, que controlaban la zona de Murcia,
diversas reas de Catalua y Andaluca oriental y ncleos dispersos en el norte,
lanzaran continuos ataques contra las guarniciones francesas, aun a costa de ser
derrotados, como ocurri en varias ocasiones, y, desde luego, que se
intensificaran las acciones guerrilleras, especialmente con ataques a las lneas de
suministros francesas. Se trataba de inmovilizar los efectivos de los mariscales
Suchet, en Catalua, Marmont, en el centro, y Soult, en Andaluca.
Cada espaol debera ser un guerrillero, un incordio permanente contra los
franceses, con constantes ataques en donde menos lo esperaran, con celadas en
cada bosque y en cada desfiladero, para que las tropas francesas no pudieran
desplegarse con normalidad y tuvieran que atender a tantos frentes que jams
pudieran concentrar un nmero demasiado elevado de efectivos.
Wellington era un buen estratega, pero saba que si se enfrentaba en campo
abierto contra un enemigo superior en nmero podra ser derrotado. Por el
contrario, el principal cuerpo de ejrcito britnico, sin enemigos en la retaguardia
portuguesa, estaba integrado por casi cincuenta mil hombres.
La fragata arrib al puerto de Santander, que haba cado en manos espaolas
y que estaba defendido por dos imponentes navos de lnea britnicos. Faria y
Morales fueron desembarcados en un bote y se dirigieron al edificio de
Capitana. All se enteraron de que en las ltimas dos semanas la guerra en el
norte haba estallado en todos los frentes. Los buques de la escuadra britnica
iban de uno a otro lado del Cantbrico descargando material en cualquier lugar
donde hubiera consolidada una posicin espaola, suministrando armas y
municiones a grupos guerrilleros o bombardeando posiciones francesas. Algunas
plazas fueron ocupadas efmeramente por los aliados, pero los franceses
recuperaron la may ora; Bilbao estuvo en manos espaolas slo quince das antes
de que regresara su guarnicin francesa.
A principios de junio de 1812, Wellington orden a sus cuarenta y ocho mil
soldados avanzar hacia Len. Su plan consista en aislar las guarniciones
francesas en Galicia por un lado y, por otro, en Andaluca, de modo que los
dominios franceses en Espaa quedaran partidos y sin posibilidad de
comunicacin entre ellos. Sin embargo, ese plan tena un punto dbil: Wellington
no contaba con efectivos suficientes para poder mantener controlado semejante
territorio.
El conde de Wellington, una vez ocupada la ciudad de Len, esper un ataque
del Sexto Ejrcito francs, a cuy o mando estaba el mariscal Marmont. El
britnico haba preparado una trampa mortal; si el francs atacaba, quedara
atrapado y sera fcilmente derrotado. Pero Marmont no cay en la emboscada
y se mantuvo a la expectativa en la lnea del Duero. Tras la victoria en Badajoz y
el avance hasta Len, la gran partida de la guerra pareca ahora en situacin de
empate.
La Junta de Defensa de Santander puso a disposicin de Faria dos expertos
conocedores de las montaas cantbricas. Tras consultar unos mapas y
comprobar dnde se haban producido las ltimas acciones guerrilleras de Espoz
y Mina y El Empecinado, el coronel decidi regresar a Madrid.
Cuando se enter de las intenciones de Faria, el sargento Morales puso cara
de asombro.
A Madrid, seor, vamos a Madrid? le pregunt.
S; el conde de Wellington me ha ordenado que hagamos el may or dao
posible a los franceses, y le aseguro que lo vamos a hacer, o al menos lo vamos a
intentar.
Pero, mi coronel, los dos solos?
Para secuestrar a Jos Bonaparte no es necesario todo un ejrcito.
Qu? ahora s que estaba Morales atnito.
Lo que ha odo, sargento: vamos a secuestrar al rey Intruso.
***
GOYA haba sido distinguido con honores por Jos I. Faria lo saba y, aunque no
aprobaba la conducta del pintor aragons, en cierta medida lo comprenda. Don
Francisco era un artista que se haba adelantado a su tiempo. Haba quienes
denostaban su forma de pintar y quienes lo acusaban de no captar con precisin
la realidad, pero l insista en su original modo de entender la pintura, basada en
buena medida en sus propios sueos o, mejor, en sus pesadillas. Desde luego,
cuando lo pretenda, era capaz de dibujar como el mismsimo Velzquez, pero a
Goy a no slo le preocupaba la forma del dibujo, sino todo cuanto poda
expresarse con el dibujo y el color.
Segua viviendo en su piso de la Puerta del Sol, y hasta all mand Faria a su
criado pidindole una cita.
Don Francisco haba envejecido; tena algunas canas y estaba prcticamente
sordo. Los rasgos de su rostro, siempre serio, se haban tornado casi huraos,
como si una tormenta se estuviera gestando en su interior sin que acabara de
estallar del todo. Haca cinco das que acababa de morir su esposa, Josefa
Bay eux, y Goy a estaba abatido y confuso.
Hace menos de un mes que hice testamento, y y a ve, quien ha muerto es
ella.
Goy a ni siquiera salud a Faria; se limit a comentar como un autmata lo
ocurrido a su esposa.
Lo siento, don Francisco, no saba nada; en ese caso, no s, no lo hubiera
molestado, si lo prefiere me marchar, en otra ocasin tal vez balbuci Faria
al enterarse del bito de Josefa.
No, qudese; si he aceptado su visita es por egosmo. Necesitaba hablar con
alguien conocido, y lleg ay er su nota como miel sobre hojuelas. Esta maldita
guerra, la muerte de mi esposa, las miserias humanas, todo ello me atormenta,
querido amigo, y slo encuentro consuelo entre los pinceles, las plumas y los
lpices. Necesito dibujar y pintar para evitar caer en la locura.
Y as pareca. Goy a haba abandonado por completo la pintura de escenas de
campo, de fiestas y de estampas cotidianas para reflejar las imgenes ms
crudas de aquel tiempo: casas de locos en las que perturbados personajes
semidesnudos rumiaban su locura en una vorgine de gestos y actitudes
grotescas; flagelantes con las espaldas descubiertas y descarnadas, tocados con
capirotes que recorran calles atestadas de gente en procesiones religiosas en las
que se paseaban peanas con vrgenes y santos; reos de la Inquisicin condenados
a muerte ante la mirada penetrante de rostros annimos y fieros; figuras
violentas de asesinos, violadores y ladrones; todo un elenco de crmenes y
fechoras que mostraba el lado ms terrible y criminal de los seres humanos y
sobre todo la guerra, esa guerra asesina, irracional y sangrienta.
El estudio de Goy a estaba lleno de dibujos para llevar a cabo una coleccin
de grabados de una serie de lminas que se titulara Los desastres de la guerra.
Algunos y a haban sido trasladados a las planchas para ser impresos mediante la
tcnica del aguafuerte.
Faria no pudo dejar de observar algunos de ellos. Todos tenan al pie una frase
o unas palabras escritas por el propio Goy a. No haba banderas, ni escudos, ni
seales distintivas de los asesinos y de las vctimas; los soldados que fusilaban
civiles parecan franceses, pero podan haber sido espaoles, britnicos o
portugueses. Las mujeres luchaban, peleaban como fieras, con sus cuchillos de
cocina en la mano, pero tambin eran violadas, al lado a veces de sus hijos
pequeos, con ellos en brazos, asidas a sus retoos como a la vida.
Agustina! exclam Faria al ver un dibujo en el que una mujer, vuelta de
espaldas, se dispona a disparar un can, en torno al cual y acan varios cuerpos
de soldados muertos; la ley enda rezaba Qu valor! .
S, Agustina Zaragoza, la herona de Palafox. Imagino que conoce bien su
hazaa supuso Goy a.
Estuve all, don Francisco. Fui el primero en llegar a la plazuela del Portillo.
Agustina permaneca en pie, junto al can recin disparado, y en la brecha del
muro y acan treinta franceses muertos. Aquel disparo tal vez salv la ciudad de
Zaragoza de caer en el primer sitio, pero sobre todo nos dio nimos y fuerza para
seguir resistiendo.
Muertos, muerte, ms muertos por todas partes; se es el balance de estos
tiempos. Son asesinos y me piden que los pinte en plenitud: rey es, generales,
soldados, nobles ufanos, damas melindrosas
Sus obras son la crnica de nuestro tiempo, don Francisco. Dentro de cien,
de mil aos, estas pinturas sern la voz de lo que aqu est ocurriendo asent
Faria.
No es esa mi intencin, Faria, no lo es.
Yo creo que s, maestro.
No lo es, no lo es
Goy a hundi el rostro entre sus recias y poderosas manos y se mantuvo un
buen rato en silencio. Sobre un caballete, un lienzo ajustado en un amplio bastidor
pareca ser el boceto de un futuro gran cuadro. A la derecha, media docena de
soldados apuntaban con sus fusiles a un grupo de figuras aterrorizadas que en la
zona de la izquierda alzaban los brazos o se tapaban los rostros con las manos, y
en el centro, en el suelo, luca un farol ante un fondo de torres y campanarios.
Guerra, muerte, sangre, desolacin, brutalidades sin cuento, aqul era el
universo en el que se haba sumido Goy a.
Creo que es hora de marcharme, don Francisco. Le reitero mi psame por
la muerte de su esposa.
Goy a no contest; sigui abatido, con el rostro entre las manos y el corazn
roto.
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***
De regreso a casa, a Faria le aguardaba una gran sorpresa. Junto a las llaves de la
casa de Moratn haba una nota en un sobre cerrado con lacre rojo, cuy o sello le
result bien conocido. Lo abri despacio, como si quisiera retrasar al mximo el
conocimiento de su contenido, y al fin despleg una cuartilla, cuidadosamente
doblada, en la que ley :
***
***
Tras huir de Madrid, Jos I instal su corte en Valencia. All esper noticias de la
campaa de su hermano en Rusia, cuy o gobierno haba firmado con el Gobierno
espaol un tratado de alianza contra Napolen.
Napolen haba entrado a mediados del verano en ese inmenso pas y se
haba enfrentado en la batalla de Borodino a un ejrcito ruso que intent, sin
xito, cortarle el paso hacia Mosc. El emperador de los franceses venci,
aunque no de modo contundente; sus prdidas fueron muy grandes y murieron
en la batalla cuarenta y tres de sus generales.
El 14 de septiembre de 1812 la Grande Arme entr en Mosc, y al da
siguiente lo hizo Napolen, pero all no haba una muchedumbre esperando al
conquistador; la inmensa may ora de los doscientos cincuenta mil habitantes de la
capital del imperio de los zares haba evacuado la ciudad, y tan slo se haban
quedado en ella unas quince mil personas.
Las calles desiertas de Mosc parecan el presagio de una catstrofe.
Bonaparte haba llevado consigo la Historia de Carlos XII, obra del gran pensador
Voltaire, en la que el filsofo narraba la retirada de Mosc de este rey de Suecia,
que tambin decidiera un siglo antes invadir Rusia. Pareca claro que, si bien el
emperador de Francia lea muchos libros de historia, extraa pocas enseanzas de
ellos.
Mientras sus soldados se reponan de la larga marcha desde Pars hasta
Mosc, y a la vista de las doradas cpulas de las iglesias ortodoxas y de los
palacios moscovitas, Napolen se dio cuenta del inmenso error que haba
cometido. Haba atravesado toda Europa con el may or ejrcito jams reunido
para llegar a una ciudad desierta en medio de una tierra asolada.
Y por si su situacin no era y a de por s un callejn sin salida, el 19 de
septiembre ardi Mosc. Las casas eran en su may ora de madera y estaban
deshabitadas, de modo que el fuego se extendi por todos los barrios convirtiendo
a esa ciudad en una inmensa hoguera.
En Mosc, y tras un mes en absoluta inanidad, Napolen recapacit y dio la
orden de regresar a Francia. A pesar de que varias decenas de miles de soldados
franceses haban muerto en los dos meses de campaa, todava integraban la
Grande Arme ms de medio milln de efectivos.
Si la puesta en marcha de semejante ejrcito haba sido una tarea de
organizacin y logstica militar extraordinaria, la retirada se antojaba un reto
todava may or. Sobre todo cuando las temperaturas empezaron a descender por
debajo de los cero grados y el agua comenz a helarse por las noches.
Durante un mes, los rusos haban aguardado pacientes, dispersos en sus
inmensas estepas y ocultos en sus extensos bosques, la reaccin de Napolen. El
zar Alejandro haba dispuesto varias divisiones para lanzar una contraofensiva en
cuanto el invierno cay era sobre los franceses, nada acostumbrados a los terribles
rigores del fro ruso.
Cuando el zar recibi la noticia de que los franceses abandonaban Mosc,
orden a sus generales que hostigaran la retirada de Napolen desde todos los
flancos. Deba infligrseles tal castigo que los franceses renunciaran para siempre
a regresar a Rusia. Y as fue; mientras las temperaturas seguan descendiendo
hasta valores nunca vistos por los franceses, la caballera cosaca atacaba una y
otra vez a las gigantescas columnas de soldados que se retiraban hacia el oeste
entre cada vez ms copiosas nevadas y ms intensas heladas.
Con los ros helados, los pozos de agua inservibles, los alimentos escasos, el
fro congelndoles hasta la sangre y los rusos acosndolos como lobos vidos de
venganza, los soldados de Napolen fueron cay endo a millares, dejando en el
camino un interminable reguero de cadveres. Entre los das 26 y 28 de
noviembre cruzaron el ro Teresina; all, cuatrocientos pontoneros construy eron
dos puentes en apenas veinticuatro horas, y, gracias a ello, unos pocos
afortunados pudieron salvar la vida.
El emperador, montado en un trineo y escoltado por un puados de soldados
de la famosa guardia imperial, lleg a Varsovia a principios de diciembre, de all
se traslad a Dresde y sin cesar de cabalgar lleg cuatro das despus, el 18 de
diciembre, a Pars; slo dos das antes el peridico parisino Moniteur haba
anunciado a sus lectores la debacle de la campaa de Rusia.
En las semanas siguientes slo regresaron a Francia veinticinco mil soldados
de los seiscientos mil que haban iniciado la campaa de Rusia. La suerte del
imperio de Napolen pareca echada, y, desde luego, Bonaparte no tena en su
mano las mejores bazas.
Por el contrario, en aquel otoo de 1812 las cosas haban cambiado en la
pennsula Ibrica. Tras los xitos del verano, los aliados se haban atascado en el
centro de Espaa, y los mariscales franceses, ajenos a lo que le estaba
ocurriendo en Rusia a su emperador, lanzaron una contundente contraofensiva a
fines de octubre.
Ante semejante contingencia, Wellington, que luca su pomposo ttulo de
marqus por sus victorias en la Pennsula, dio instrucciones para que la guerrilla
incrementara su actividad en la retaguardia francesa, en Navarra, donde Espoz y
Mina no cesaba de realizar audaces golpes de mano, en el norte de Aragn y en
la cordillera Ibrica.
Aun as, los franceses recuperaron Valladolid y avanzaron hacia la frontera
portuguesa, recuperando el terreno perdido pocos meses antes. Wellington se vio
obligado entonces a retirarse al sur de ro Duero y no dud en culpar del
inesperado revs a la falta de disciplina y de capacidad militar de los soldados
espaoles y a la incompetencia de sus mandos. Ante el avance francs, haba
pedido ms hombres a su Gobierno en Londres, pero la respuesta haba sido
negativa, pues Estados Unidos e Inglaterra acababan de declararse la guerra a
causa de conflictos que seguan latentes desde la declaracin de Independencia
de los norteamericanos.
Ciudad Rodrigo y Badajoz volvan a estar al alcance de los franceses. Airado
y confuso, Wellington decidi retirarse a Portugal para reestructurar all sus
fuerzas. En apenas dos semanas todo lo conquistado por los aliados en la ofensiva
de la primavera y el verano de 1812 se haba perdido de nuevo. Jos I regres a
Madrid, donde volvi a tomar posesin del trono el 2 de noviembre, y dio un gran
salto adelante reduciendo la influencia y el poder de los monasterios y
elaborando un ambicioso plan de educacin para los espaoles.
Faria y Morales se vieron obligados a abandonar Madrid a toda prisa, y
aunque el coronel pretendi ir hacia Sevilla en busca de Cay etana, no le qued
otro remedio que retirarse con algunas tropas espaolas hacia Extremadura,
donde se haba decidido plantar cara a la contraofensiva francesa.
EL REY FELN III
Captulo XXV
***
Los ltimos das del otoo de 1812 no fueron tan hmedos en la mitad sur del pas
como solan, de modo que los caminos no quedaron anegados de barro, lo que
facilit el avance francs hacia Portugal, pero tambin el repliegue de los
aliados.
Tras el brillante inicio de la campaa, en la que haba llegado hasta Burgos y
Madrid, Wellington haba sido humillado por Jos I y el mariscal Soult, que le
haban obligado a replegarse. El comandante en jefe de las tropas aliadas
achacaba su derrota a la actitud de los espaoles, a los que no tena en buena
consideracin como soldados, sin querer reconocer sus manifiestos errores
estratgicos y la crueldad de sus soldados para con los paisanos espaoles, lo que
provocaba un rechazo de la poblacin espaola hacia los britnicos, a los que no
estimaba como aliados, sino como enemigos, incluso peores y ms dainos que
los propios franceses. Convencido de que era imprescindible recuperar la
amistad y la confianza del Gobierno espaol y acabar con el recelo mutuo entre
aliados, se present en Cdiz con un listado de propuestas y nuevos planes, que
previamente haban sido autorizados por el Gobierno de Londres.
El ministro de la Guerra lo recibi en la ciudad de las Cortes y escuch atento
las peticiones de Wellington. Faria tambin haba llegado desde Extremadura,
atravesando la sierra de Huelva y dirigindose despus hacia el sur de Portugal;
en Ay amonte embarc con el sargento Morales en una barca de pescadores que
suministraba pescado fresco a los gaditanos un par de veces por semana.
Al poco de llegar se enter de que Wellington haba desembarcado y se
encontraba en Cdiz exigiendo condiciones al Gobierno. Faria no poda perder
tiempo y se present de inmediato en el Ministerio de la Guerra. El ministro, Jos
Mara de Carvajal, lo recibi enseguida.
Me alegro de volver a verlo, coronel. Se est convirtiendo usted en una
verdadera ley enda.
Slo intento que mi pas recupere su independencia, seor ministro. Le
agradezco que me hay a recibido tan pronto.
Usted dir el ministro aspir el humo de un puro que sujetaba entre los
dedos de la mano izquierda.
Se trata de Wellington. Me han contado que se encuentra en Cdiz.
S, as es. Lleg hace tres das. Nos hemos entrevistado en un par de
ocasiones. Quiere saber hasta dnde llega su capacidad real de mando sobre
nuestros ejrcitos.
El Gobierno lo nombr comandante en jefe.
S, pero no est contento de cmo lo han asumido nuestras tropas y nuestros
generales. El general Ballesteros, por ejemplo, no est conforme con que sea un
extranjero quien ostente el mando supremo del ejrcito espaol, y y a sabe que
Ballesteros es considerado un verdadero hroe por muchos de sus compaeros de
armas.
No me extraa que hay a recelos hacia Wellington.
Por qu dice eso?
Los soldados britnicos a su mando se estn comportando como bandidos.
Los campesinos de Castilla o de Extremadura son testigos de sus actos criminales.
Cuando avanzamos hacia Madrid durante el pasado verano, en vez de actuar
como libertadores de los pueblos que bamos librando del dominio francs, lo
hicieron como ladrones, y ha sido mucho peor la retirada de este otoo. En el
camino entre Madrid y Extremadura he visto lo que han hecho los casacas
rojas . Le puedo asegurar, seor ministro, que si regresan por ah, los
campesinos que queden vivos no van a ver en ellos a sus libertadores, sino a
verdaderos bandoleros disfrazados de soldados.
S, conozco cul es la situacin; dispongo de algunos informes al respecto,
coronel. Pero sabe bien que no tenemos alternativa; sin la ay uda de los britnicos,
estamos perdidos. Los necesitamos.
Lo s, seor ministro; el Gobierno debera conminar a Wellington a poner
fin a los desmanes de sus soldados, o, en caso contrario, sern considerados como
enemigos.
En ese momento entr el secretario del ministro anunciando que acababa de
llegar el marqus de Wellington.
Lo esperaba un poco ms tarde, pero aqu est de nuevo.
Le ruego que tome en consideracin lo que le he dicho, seor ministro.
Faria salud y se dispuso a salir del despacho, pero Carvajal lo retuvo.
Un momento, coronel. Usted habla ingls?
Lo entiendo y puedo mantener una conversacin.
Qudese.
Es necesario?
Wellington tendr ms cuidado si hay un testigo.
El marqus entr en el despacho. En su rostro severo y afilado se dibuj una
mueca de sorpresa al ver all a Faria.
Seor ministro.
Buenos das, marqus; y a conoce al coronel Faria. Los dos soldados se
saludaron con cierta distancia.
A sus rdenes, general dijo Faria en ingls.
Me alegra volver a verlo, coronel.
Gracias, seor; lo mismo digo.
Por lo que veo, ha logrado salir sano y salvo.
Consegu llegar hasta Badajoz con lo que quedaba de una compaa de
soldados espaoles.
Usted siempre se las arregla bien solo.
S, seor, me he acostumbrado a hacerlo.
Amigos terci el ministro, sentmonos, por favor. Wellington mir al
ministro como pidiendo explicaciones por la presencia de Faria.
El coronel se queda? pregunt.
Es mi asesor personal; espero que no le importe dijo el ministro.
No, claro que no, en absoluto.
En ese caso, usted tiene la palabra, excelencia.
Wellington era un tipo arrogante y bronco. Su carcter autoritario y sus
modales altivos no lo hacan precisamente simptico.
Como le dije ay er, la nica manera de ganar esta guerra es mediante la
unificacin de todas las fuerzas aliadas bajo un mando nico.
Usted y a es el capitn general de todas las tropas britnicas en la Pennsula
y de todas las espaolas; tiene el mando supremo.
S, su Gobierno me lo ha otorgado, pero no he podido ejercerlo en plenitud,
y por ello no ha resultado eficaz.
Tiene quejas?
Algunos de sus generales discuten mi autoridad.
Y cul es su propuesta?
No es una propuesta, seor ministro, sino una condicin.
Dgame.
O se acepta mi total autoridad militar sobre el ejrcito espaol y se
someten a ella todas las autoridades civiles y militares, o me ver obligado a
dimitir como comandante en jefe del ejrcito espaol, y me limitar a cumplir
lo que ordene el Gobierno de su majestad Jorge III.
Eso parece un ultimtum.
Lo es, seor ministro. Mi cuartel general debe tener la ltima palabra y all
se tomarn todas las decisiones que competan a la marcha de esta guerra, y en
ello incluy o el control del presupuesto y la ejecucin del gasto.
Qu opina usted, coronel?
Hace menos de un ao, los representantes del pueblo espaol aprobaron en
esta misma ciudad una constitucin que est en vigor, y lo est a pesar de la
guerra. La Constitucin no puede ser violada, ni siquiera por el Gobierno. La
sumisin del poder poltico al militar supone quebrantar la ley.
Wellington mir a Faria con cierto desdn, traquete con los dedos sobre la
mesa y endureci su gesto apretando las mandbulas.
Estamos en guerra, seores. Y sta es una situacin extraordinaria. Mi
autoridad para dirigir la guerra requiere que todos los recursos de este pas
queden supeditados al poder militar dijo Wellington.
Nuestra Constitucin es muy joven, excelencia; si el Gobierno la quebranta
nada ms nacer, los espaoles no volvern a confiar en la poltica jams. S,
estamos en guerra y eso es terrible, pero incumplira su excelencia las ley es
britnicas si la situacin lo requiriera, aun, como sostiene usted, en caso de
guerra? Es ms, le consentira su Gobierno que lo hiciera?
No es lo mismo, coronel.
Lo es, seor. Yo jur la Constitucin, y no quisiera convertirme en un
perjuro a las primeras de cambio, ni me gustara que mi gobierno lo hiciera.
Lo primordial es ganar la guerra.
Si violamos la Constitucin, habremos perdido una guerra todava ms
importante.
Esta decisin es crucial. Como ministro de la Guerra no puedo tomarla y o
solo; debo consultarla con el resto del Gobierno, pues adems excede de mis
estrictas competencias.
Faria se retir de la reunin con el convencimiento de que Wellington
conseguira lo que se haba propuesto.
Y as fue. El marqus britnico recibi plenos poderes a fines de diciembre
para que pudiera reformar el ejrcito espaol a su criterio, lo que hizo de
inmediato, reduciendo los siete cuerpos de ejrcito existentes hasta entonces a
cuatro y reestructurando los mandos y las divisiones.
Pero lo ms decisivo, aquello por lo que Faria haba intervenido aludiendo al
espritu de la nueva Constitucin, lleg a principios de 1813. El 6 de enero el
Gobierno decret la sumisin de las autoridades civiles a las militares, en tanto se
mantuviera el estado de guerra. Aquella decisin, forzada por las presiones de
Wellington, supona dejar el poder efectivo del reino de Espaa en manos de un
extranjero, como era el marqus de Wellington, sbdito adems del rey de
Inglaterra. Y pese a todo, el marqus no se fue de Cdiz del todo satisfecho.
Captulo XXVI
HACA varios meses que Francisco de Faria no tena noticias de Cay etana. Le
haba enviado varias cartas al convento de Sevilla, donde supona que estaba a
resguardo de la guerra, si es que en aquella guerra poda haber algn lugar en el
que mantenerse a salvo, pero no haba recibido ninguna respuesta a sus misivas;
claro que tampoco estaba seguro de que hubieran llegado siquiera a manos de su
amada.
Estaba muy preocupado, pero conoca bien a Cay etana y saba que era una
mujer capaz de arreglrselas sola. En ms de una ocasin haba intentado ir hasta
Sevilla, tan cerca de Cdiz, pero el bloqueo francs y sus misiones entre los
guerrilleros se lo haban impedido hasta entonces.
Solicit permiso a sus superiores para visitar su hacienda de Castuera,
alegando la necesidad de atender a su conservacin, pero en realidad lo que
pretenda era ir a Sevilla, ahora que se haban marchado los franceses, en busca
de Cay etana. El ministro de la Guerra le concedi un mes de permiso, con la
orden de incorporarse tras ese perodo al Estado May or del marqus de
Wellington, su nuevo destino.
En realidad, a Faria su hacienda de Castuera no le importaba demasiado.
Para l haban pasado los viejos tiempos en los que los seores sometan a los
campesinos e imponan su voluntad mediante la horca y el cuchillo. Con la
Constitucin de Cdiz aquellas viejas prcticas haban quedado erradicadas. La
poca en la que los nobles y la Iglesia eran los nicos propietarios de las tierras
del sur estaba cambiando. Debido a diversas ley es y decretos de
desamortizacin, parte de la propiedad eclesistica, e incluso de la nobiliaria,
estaban pasando a manos de ricos propietarios burgueses, que compraban fincas
para explotar mejor sus recursos agrcolas y ganaderos.
Faria sali hacia Sevilla acompaado de su inseparable ay udante, el sargento
Morales. En el camino atravesaron los campos de viedos de Jerez, que los
ingleses ambicionaban para comerciar sus excelentes caldos, y el borde oriental
de las marismas del Guadalquivir. Por todas partes podan apreciarse los restos de
la precipitada retirada del ejrcito francs. Dos das y medio despus de salir de
Cdiz llegaron a Sevilla.
Se dirigieron de inmediato al convento de Santa Clara, en la zona norte de la
ciudad. Francisco le haba dicho a Cay etana que, cuando llegara a Sevilla, se
dirigiera a ese convento porque la familia Faria era benefactora del mismo desde
el siglo XVII. Hasta que comenz la guerra contra el francs, los Faria enviaban
todos los aos desde Castuera una donacin consistente en cien reales para la
fbrica del convento, e incluso alguna muchacha de la familia haba profesado
all en otras pocas como novicia, aportando en esas ocasiones suculentas dotes.
Pese a que todava era invierno, Sevilla luca una luz y un calor propios de la
primavera. La ciudad estaba marcada por las huellas de la larga ocupacin
francesa, y sobre todo por el dao que sta haba causado poco antes del
abandono de su guarnicin. Los arrabales de la ciudad, donde los franceses
haban construido fbricas de armas y de municin, estaban arrasados, pues
antes de marcharse de all lo haban destruido todo.
El convento de Santa Clara estaba formado por un conjunto de edificios en
torno a un amplio jardn, donde se levantaba una torre que llamaban de don
Fadrique, y a un claustro rematado con una galera de arcadas. Sus paredes y sus
techos estaban alicatados con azulejos sevillanos en tonos verdes, amarillos y
azules, y algunas zonas estaban decoradas con abigarradas y eseras de estilo
morisco.
Los recibi la hermana clavera, que al principio mostr ciertas reticencias
hacia los dos soldados, pero que cambi enseguida de actitud cuando Francisco se
identific como conde de Castuera.
Buenos das, hermana, me gustara poder hablar con la priora del convento;
creo que hace tiempo que mi prometida est aqu. Le he escrito varias cartas,
aunque no he recibido respuesta alguna. Debido a esta guerra, no he podido
personarme antes.
Sea usted bienvenido, seor conde. Su familia ha sido siempre muy
generosa con esta congregacin, y esperamos que una vez acabada la guerra
siga colaborando con sus donativos, que nos harn mucha falta para proseguir
manteniendo el culto a Nuestro Seor. Ruego a su excelencia que pase y aguarde
a nuestra madre superiora. La avisar enseguida.
Tras unos minutos de espera, apareci la madre superiora de Santa Clara, una
mujer de unos sesenta aos, alta y delgada, de porte aristocrtico. Tena los ojos
tristes y la mirada ausente, como la de la hermana clavera.
Seor conde, nos alegra mucho su visita a nuestra humilde casa. Es un
honor para nosotras contar con su presencia; y a sabe que las relaciones de este
convento con la casa condal de Castuera son muy estrechas desde hace siglos.
No pasa un solo da sin que recemos una oracin por el conde y por su familia.
Muchas gracias, madre. Ya s que hace cinco aos que no reciben el
donativo, pero comprendern que con esta guerra ha sido imposible. Espero que
en cuanto se recobre la normalidad, mi administrador reanude nuestra tradicional
contribucin a la fbrica del convento.
Que as sea, seor conde, porque tendremos mucha necesidad.
Madre, la razn de mi visita es personal. Hace tiempo, tras la invasin de
los franceses, tuve que separarme de mi prometida. Fue en Toledo, hace y a tres
aos. Los franceses nos pisaban los talones y le ped que se dirigiera a Sevilla y
acudiera a este convento. Se llama Cay etana, Cay etana Miranda. Sigue aqu?
La madre superiora baj la mirada, cruz las manos sobre el pecho y suspir.
Lo siento, seor conde, Cay etana muri hace unos meses.
Faria no supo reaccionar. Tena su sombrero en la mano y se le cay al suelo.
El sargento Morales se apresur a recogerlo.
Ha, ha muerto? balbuci Faria.
S, fue una pena. Era una muchacha extraordinaria.
Cmo ocurri?
Fue terrible, seor conde; le ruego que me evite recordar aquellos das.
Sufrimos mucho.
Necesito saberlo, madre; se lo ruego
No le gustar escuchar lo que sucedi.
Lo aguantar.
Esta congregacin soport la ira del demonio. Cay etana vino a nosotras a
fines de 1809 y se present como la prometida del conde de Castuera, uno de
nuestros benefactores, como bien sabe usted. Nos entreg una bolsa con muchos
doblones y nos dijo que el conde, su prometido, le haba dicho que acudiera a
este convento en busca de refugio. La acogimos con agrado y enseguida se
convirti en una ms de nosotras. Fue la mejor enfermera y la ms abnegada, y
trabaj sin descanso. No le importaba la identidad, la nacionalidad o el cargo de
los enfermos a su cuidado; le daba igual que fuera un militar francs o uno
espaol, un oficial o un soldado sin graduacin. A todos los trataba con la misma
delicadeza.
Su muerte, madre, su muerte, cmo ocurri?
Al principio de la ocupacin francesa nos trataron bien. Los franceses
estaban contentos en Sevilla; el rey Jos haba sido recibido con grandes muestras
de alegra por la poblacin y la convivencia con ellos fue amena, e incluso
agradable en ciertos casos. Los militares franceses dejaban mucho dinero en las
tiendas y las posadas de Sevilla, respetaban a las mujeres y no agredan a los
hombres. Pero este pasado verano cambi todo.
Un da lleg a Sevilla la noticia de que los franceses haban sido derrotados
en Salamanca, y se extendi el rumor de que un enorme ejrcito
hispanobritnico se diriga hacia aqu. Y entonces todo el mundo pareci volverse
loco. Cuando lleg la orden de evacuacin, los franceses decidieron llevarse todo
lo que de valor pudieran encontrar. Nuestro convento fue asaltado una tarde de
verano, antes del ocaso. Recuerdo que la may ora de las hermanas haba
acabado la oracin y disfrutaba del frescor del claustro. Entonces, el silencio del
convento fue roto con un gran estruendo. Omos una explosin, luego comprob
que haban volado la puerta con una granada, y a los pocos instantes apareci en
el claustro la hermana clavera, corriendo y gritando; estaba horrorizada. Tras
ella aparecieron varios soldados franceses, con sus fusiles en las manos, rindose
y cantando. Creo que estaban borrachos. Las hermanas se asustaron mucho y y o
me interpuse en su camino e intent calmar a aquellos hombres, recordndoles
que sta era la casa de Dios y que deban respetarla. No me hicieron ningn
caso. Tenan los ojos vidriosos por el efecto del vino y se comportaban como
salvajes sin razn. Uno de ellos me mir con desdn y me dio un fuerte empujn
que me lanz contra la pared del claustro.
Oro, plata, joy as, dnde estn?, repetan en actitud cada vez ms
violenta. Algunas hermanas fueron tocadas, manoseadas y sobadas por aquellos
brutos. Cay etana sali en su defensa
La violaron?
No eran hombres; estaban posedos por el demonio y la lujuria. Nos
arrancaron los hbitos, nos dejaron a todas desnudas y entonces eligieron a las
ms jvenes y hermosas y las llevaron a las celdas. A las may ores nos
encerraron en una capilla, y a las jvenes las golpearon, las insultaron y las
violaron. Luego saquearon el convento y se llevaron todo lo que tena algn valor.
Cuando se marcharon y pudimos salir de la capilla, corrimos hacia nuestras
hermanas. Haban matado a diez, las que se haban resistido, y haban violado a
todas. Desde ese da rezamos un rosario en su recuerdo cada amanecer y
esperamos que Jesucristo las hay a confortado en el cielo.
La madre superiora se cubri el rostro con las manos y llor amargamente.
Lo siento, madre, y como soldado lamento no haber podido estar aqu para
impedirlo. Qu fue del cuerpo de Cay etana?
Todas las hermanas asesinadas, incluida Cay etana, estn enterradas en la
capilla.
Faria hubiera maldecido a Dios all mismo, pero el dolor que atormentaba a
la madre superiora y el que aquella mujer siguiera crey endo en Cristo tras lo que
haba vivido, hizo que se contuviera.
Puedo ver su tumba?
Claro, seor conde. Acompenme, por favor.
Las hermanas asesinadas haban sido enterradas en una capillita anexa al
claustro. Una lamparilla se mantena encendida sobre una pequea palmatoria.
Morales se santigu ante las tumbas.
Ah est; no tiene lpida todava.
A Faria le temblaron las rodillas. Dentro de un atad, encastrado en la pared
de aquella capilla, y aca el cuerpo de Cay etana, la mujer a la que tanto haba
amado.
Gracias, madre, y siento de veras lo ocurrido. Nunca debi suceder
semejante calamidad. Esos asesinos sern castigados.
Dios lo oiga, seor conde. Por cierto, Cay etana dej algo para usted; si me
acompaan
La madre superiora los condujo hasta su celda y les rog que esperaran en la
puerta. A los pocos instantes sali con una bolsita de tela y un sobre cerrado.
Y esto?
Me lo confi Cay etana. Me dijo que si le ocurra algo, se lo hiciera llegar.
No me ha sido posible hacerlo hasta ahora.
Faria abri la bolsa y sac de ella un reloj de oro. Al observarlo se dio cuenta
de que era el mismo reloj que su padre le entregara cuando lo envi a Madrid
para servir en la guardia de corps, el que Cay etana le haba robado en su fugaz
encuentro en aquel patio de Madrid, haca y a nueve aos, cuando Cay etana, a la
que entonces no conoca, lo enga y le rob su reloj de oro y una bolsa con
monedas.
Luego abri el sobre; en su interior haba una carta:
Salieron del convento y Faria estall al fin. Morales tuvo que consolarlo y
sujetarlo para evitar que se derrumbara.
Vmonos dijo.
Adnde, coronel? le pregunt Morales.
A matar franceses, a matar a todos los franceses.
***
***
***
***
EL aire era hmedo y lgubre. Cuando despert, le dola la cabeza y la boca del
estmago. No haba ninguna luz en aquella estancia, slo una ligera lnea de
claridad indicaba la parte inferior de lo que pudiera ser una puerta. Se incorpor
tanteando con las manos por el suelo y buscando a los lados una pared o algn
objeto al que poder asirse. Poco a poco sus ojos se fueron acostumbrando a la
oscuridad y, gracias al ligersimo resplandor que entraba por debajo de la puerta,
pudo darse cuenta de que se encontraba encerrado en una celda de apenas cuatro
pasos de lado, en la que no haba ningn mueble, slo lo que pareca un catre con
un saco de paja arrimado a una de las paredes.
Respir hondo, y un nauseabundo olor a orines y heces le estall en la nariz
provocndole un amago de vmito. Se acerc a la puerta e intent escuchar los
sonidos que procedan del otro lado. Sonaban algunos lamentos, voces que
pronunciaban frases incongruentes y maldiciones de los guardias mandando
callar a los reclusos.
Era evidente que se encontraba en una prisin o en algn edificio habilitado
para esa funcin, y supona que todava estaba en la ciudad de San Sebastin o en
sus proximidades. Lo ltimo que recordaba era la amenaza de Wellington de
llevarlo ante un consejo de guerra.
Pas un tiempo que no supo calcular, y contempl cmo la delgada lnea de
claridad bajo la puerta fue disminuy endo de intensidad hasta desaparecer.
Imagin entonces que haba pasado all todo un da y que acababa de caer la
noche en el exterior. Intent dormir un poco sobre el catre, acostado en el saco de
paja pringoso, hmedo y maloliente, y sinti algunos picores en los tobillos, en el
cuello y en la cabeza. Eran parsitos, claro; pulgas, chinches, piojos, que le
estaban chupando la sangre y el orgullo.
Apenas peg ojo en lo que crey que era la noche, una noche larga y densa,
en la que los lamentos de los que pudieran ser compaeros de prisin traspasaban
las puertas de madera maciza y se colaban en sus odos hasta convertirse en una
letana de suciedad y miseria.
Haba perdido la nocin del tiempo cuando la puerta se abri y un resplandor
de luz lo ceg por completo.
Levntese, coronel, vamos le orden una voz agria y severa.
Con los ojos entrecerrados y con las manos cubrindose la cara y los ojos,
Faria pudo vislumbrar a tres figuras recortadas en el umbral de la celda.
Qu peste! exclam uno de ellos.
Salga, coronel.
Dando tumbos y con pasos inseguros, Faria se dirigi hacia la claridad,
apretando los prpados con fuerza para evitar que la luz le daara las pupilas.
Ah tiene agua para asearse, coronel, y un plato de comida.
No tard mucho tiempo en habituarse de nuevo a la luz. Se lav la cara, los
brazos, el cuello y las axilas en una palangana y a continuacin se sent a comer
el plato caliente que le ofrecan.
Cunto tiempo llevo aqu? pregunt a sus carceleros.
Tres das enteros, coronel.
Slo?; me ha parecido un mes.
Puede marcharse.
Ya?
S, ha llegado la orden de su excarcelacin.
Djeme verla.
El carcelero le mostr un papel en el que un coronel del cuartel general
aliado le comunicaba la libertad.
Me amenaz con un consejo de guerra y slo setenta y dos horas despus
me deja libre. No lo entiendo coment Faria en voz alta ante la indiferencia de
los guardias.
Tiene que incorporarse a su regimiento enseguida, seor.
No tengo la menor idea de dnde puede estar ahora mi regimiento.
Ah afuera hay un sargento esperndolo; dice que es su ay udante, tal vez l
s lo sepa.
Faria sali del edificio carcelario, que no era sino un viejo convento, y vio a
Isidro Morales, que aguardaba paciente la salida de su coronel.
Sargento!, no sabe cunto me alegro de verlo.
Y y o de verlo a usted, mi coronel. Si me lo permite, seor, no debi
golpear a Wellington.
No lo golpe, me limit a darle un empujn.
Pues en el regimiento todos celebran que lo derribara de un puetazo. Se lo
mereca, ese cabrn.
Sargento!, no olvide que est hablando a un superior de un superior. Pero
s, se lo mereca sonri. Y si algo lamento es no haber podido darle un buen
golpe. Sabe si hay cargos contra m?
No lo s, coronel. Es del general de nuestra divisin de quien depende
ahora su custodia. Yo tengo que acompaarlo al regimiento.
Adnde nos han destacado?
A Fuenterraba; tenemos que defender el paso fronterizo del Bidasoa y
evitar la llegada de nuevos refuerzos franceses a Espaa, aunque me parece que
eso no va a ocurrir. Esos dos caballos son los nuestros. Imagino que estar en
condiciones de cabalgar.
Bueno, en tres das slo he comido un plato de garbanzos y recib un
culatazo que casi me rompe las costillas, pero s, creo que podr hacerlo.
***
***
EL oleaje del temporal otoal golpeaba los acantilados de la costa del monte
Urgull. Faria, cubierto con su capote de campaa, miraba el mar embravecido.
Haba pasado toda la maana al frente de una compaa de zapadores,
participando en el desescombrado de los centenares de casas destruidas por los
aliados tras la liberacin de la capital de Guipzcoa. Haba comido solo en
una de las varias fondas que comenzaban a abrirse de nuevo junto al puerto de
pescadores, y, antes de volver a la tarea, decidi dar un paseo hasta los
rompientes.
Haca y a varios das que Wellington haba ordenado dar por acabada la
incursin en territorio francs; esa misma maana haba llegado a San Sebastin
la noticia de que las tropas expedicionarias a Francia regresaban a Espaa.
Los primeros contingentes espaoles entraron a San Sebastin casi al final de
la tarde, poco antes de que la falta de luz natural obligara a abandonar las tareas
de limpieza de los escombros de las casas quemadas; con ellos vena el sargento
Morales, que enseguida se present a su coronel.
Qu tal la campaa, Isidro? le pregunt.
Bien mi coronel, pero muy extraa. Wellington lleg, se puso al frente del
ejrcito y, cuando todos creamos que iba a ordenar asaltar Bay ona, o quin sabe
si seguir avanzando hasta Burdeos o incluso hasta el mismo Pars, orden detener
la ofensiva y regresar a Espaa.
S, es extrao. Soult estaba en desventaja y sus tropas muy desmoralizadas.
No s por qu ha decidido abortar la ofensiva, seor. Faria mir a los ojos
del sargento y le parecieron sombros.
Le ocurre algo, Isidro?
No, mi coronel, nada, nada.
Vamos, amigo, nos conocemos desde hace demasiado tiempo; algo le pasa,
esa mirada perdida, sus silencios, su expresin como ausente, ese rictus
amargo
No me pasa nada, seor, nada, se lo aseguro.
De acuerdo. Si me lo acepta, le invito a cenar. Conozco una fonda junto al
puerto donde cocinan un magnfico guiso de pescado. Acepta?
Claro, seor, muy agradecido.
Durante la cena, mientras saboreaban una sopa de pescado y un guiso de
patatas con abadejo, almejas y rape, escucharon la conversacin de varios
oficiales espaoles que coman en la mesa de al lado.
Les dimos bien a esas francesitas dijo uno.
Ya era hora de que probaran la verga de un soldado espaol coment
ufano otro.
Os acordis de aquella morenita, la de las tetas grandes y blancas como la
leche? Ah, cmo gritaba la muy puta cuando la penetr por detrs! Se mova
como una gata furiosa hasta que la sujet por las tetas y la estamp contra el
suelo. Y luego, ese culito respingn, todo mo
El soldado que hablaba se palp los genitales en un gesto obsceno y
desagradable.
Se lo debamos, despus de lo que hicieron en Vitoria, se lo merecan, esa
putas francesas.
Tras escuchar aquellas palabras, Faria mir a Morales.
Qu ha ocurrido en Francia, sargento? le pregunt.
Nada, seor, nada.
No me mienta, Isidro; estos oficiales el coronel seal a los hombres de
la mesa de al lado que rean a la vez que beban vino de unas jarras de barro
vienen de Francia, han estado en esa campaa. Qu ha ocurrido?
Fueron nuestros hombres, seor. Cuando Wellington dio la orden de
regresar a Espaa sin un sustancioso botn, muchos protestaron. Estaban
convencidos de que iban a conseguir mucho dinero, y se frustraron sus
expectativas; y entonces
Entonces qu?
Se alteraron mucho, seor. Protestaron, lamentaron su mala suerte, dijeron
que no estaban all para volver con las manos vacas, y en el viaje de regreso a
Espaa arrasaron con cuanto se encontraron en el camino.
Violaron y robaron; hicieron eso, verdad?
S, mi coronel. Se comportaron como animales, como los ingleses y los
portugueses en Vitoria y aqu mismo, en San Sebastin.
Nadie hizo nada por detenerlos?
No, nadie.
Usted tampoco, Isidro?
Intent evitar la violacin de dos mujeres en unas casas en San Juan de
Luz, pero los soldados me apuntaron con un pistolete a la cabeza y me
amenazaron con disparar si no les dejaba acabar la faena , como dijeron. Lo
siento, seor, no pude evitarlo; eran cientos de hombres ansiosos de venganza.
Usted lo ha visto, en esas circunstancias actan como una jaura de fieras y no
respetan a nada ni a nadie.
Faria se incorpor y se acerc a la mesa de los oficiales.
He escuchado su conversacin; son ustedes una basura les espet.
Y t quin eres, mamarracho?
Faria se quit el capote y quedaron a la vista sus entorchados de coronel de la
guardia de corps.
Los cinco oficiales que se sentaban a la mesa se levantaron enseguida y
saludaron a su superior.
Lo siento, seor, y o no saba
Me dan ustedes vergenza.
Si se refiere a lo de las francesas, mi coronel, no se preocupe, son todas
unas putas, seguro que les gust.
Debera estrangularlo aqu mismo con mis propias manos, capitn le dijo
al oficial que acababa de hablar, aunque me temo que me las manchara para
siempre.
Perdone, seor intervino otro, pero se lo debamos a los gabachos por
lo que hicieron en Vitoria y aqu mismo.
Nosotros debemos ser mejores que ellos dijo Faria.
En Sevilla asesinaron a mis padres, violaron a mi hermana y degollaron a
mis sobrinos y a mi cuado. Sabe, coronel?, esos franceses, los hermanos y los
hijos de esas putas, degollaron a mi cuado mientras violaban ante sus propios
ojos y ante los de sus hijos a su esposa, a mi hermana; le cortaron los cojones y
se los metieron en la boca. Hace meses que no tena en la cabeza otra idea que la
venganza. Bien, y a la he cumplido; ahora estamos en paz, al fin he cobrado mi
deuda.
No, capitn, no, no ha cobrado su deuda, ha ensuciado su memoria, no ha
hecho otra cosa que llenar de mierda el recuerdo de los suy os.
Coronel, esos galones no le dan derecho
Malditos cabrones, no se dan cuenta de que si seguimos as esto no
acabar nunca, nunca? Qu ocurrir la prxima vez? Qu pensarn los hijos y
los hermanos de las mujeres que ustedes han violado en Francia? Alimaas,
hatajo de alimaas
Vmonos, coronel, vmonos.
Morales se llev a Faria y los cinco oficiales volvieron a beber y a comer
como si no hubiera ocurrido nada.
***
***
***
***
Faria y Morales se dirigieron a Vincennes y all les fue entregado Palafox el 17
de diciembre. El capitn general que defendiera Zaragoza hasta la extenuacin
estaba dbil, muy delgado, bastante sordo y con la salud muy delicada.
A sus rdenes, mi general lo salud.
Coronel Faria? pregunt Palafox; es usted?
S, mi general, soy y o, y mi ay udante el sargento Morales. Me alegro
mucho de su liberacin.
Le ruego que alce la voz, apenas oigo. Qu ha ocurrido?
Cmo dice, seor?
Que qu ha pasado durante estos cinco aos.
No sabe nada, mi general?
Me han mantenido incomunicado. Lo nico que me decan es que
Napolen venca en toda Europa y que Espaa era y a parte del Imperio.
Pues le mentan, seor. Hemos resistido cinco aos de guerra, y al fin
parece que hemos triunfado. Pero si no le importa, le informar ms adelante.
Tengo rdenes del rey de llevarlo a Espaa.
El rey, quin es ahora el rey ?
Don Fernando VII; Napolen ha obligado a su hermano Jos a abdicar y le
ha devuelto la corona a don Fernando.
Y don Carlos?
Carlos IV?
S, claro.
Se queda en el exilio, seor. Las Cortes de Cdiz han decidido que sea don
Fernando el rey legtimo de Espaa.
Qu es eso de las Cortes de Cdiz ? pregunt extraado Palafox.
Una larga historia, mi general, una larga historia.
***
***
Aquella maana de uno de los ltimos das del invierno era fra y el cielo estaba
completamente cubierto por nubes plomizas y densas que presagiaban una
inminente tormenta.
Fernando VII haba pasado toda la guerra en el castillo-palacio de Valenay
acompaado por su hermano Carlos y su to Antonio. Pese a que en alguna
ocasin agentes llegados desde Espaa le haban sugerido la posibilidad de huir de
all, cosa nada difcil, y regresar a Espaa para encabezar la rebelin contra
Napolen, el Borbn se haba negado siempre.
El rey sali del palacio enfundado en un grueso abrigo de piel y acompaado
por San Carlos. Salud a Faria, que lo aguardaba a la puerta de la carroza, y le
indic que estaba preparado para partir.
Imagino que ustedes son toda la escolta le dijo el rey. Faria se limit a
inclinar la cabeza.
El coronel subi a su caballo, cuy as riendas custodiaba el sargento Morales, y
les indic a los conductores de las ocho carrozas que constituan la caravana real,
y al pequeo pelotn que las escoltaba, que se pusieran en marcha.
La formacin de la escolta est clara ironiz ante Morales. Yo ir
delante de las carrozas con cuatro hombres y usted detrs con los otros cuatro.
Faria esperaba encontrarse en Valenay con un batalln al menos para
escoltar a Fernando VII de regreso a Espaa, pero su sorpresa fue enorme
cuando constat que el Gobierno no haba enviado otras tropas que ocho soldados
que fueron con l y con el duque de San Carlos desde Madrid.
S, es la formacin lgica; no hay mucho donde elegir sonri Morales a
la vista de la menguadsima escolta.
Conforme se alejaban de Valenay camino del sur, Faria volvi la vista atrs
y contempl la carroza en la que viajaba Fernando VII, y sinti una enorme
rabia por tener que escoltar a semejante individuo.
Antes de partir haba estudiado la ruta que deban seguir. El gobierno del
Consejo de Regencia le haba ordenado que el rey deba entrar en Espaa por
Catalua, y dirigirse a Gerona, que todava estaba bajo control francs. sa era
una de las condiciones puestas por Napolen para liberarlo.
As pues, se dirigiran a Perpin, donde pernoctaran antes de afrontar la
ltima etapa del camino hacia Espaa.
Durante el viaje a travs de Francia, Francisco de Faria tuvo numerosas
ocasiones para hablar con el rey, y conforme ms lo conoca, ms creca su
animadversin hacia el monarca; tanto que, en algunas ocasiones, estaba seguro
de que Fernando VII se daba cuenta de ello, porque y a le resultaba muy difcil
disimular.
Una noche, en una pequea ciudad del sur de Francia donde se detuvieron
para cenar y dormir, Fernando VII coment que uno de los libros que ms le
haban gustado durante aquellos aos en Valenay era el titulado Robinson
Crusoe, escrito por un novelista ingls llamado Daniel Defoe. El monarca espaol
afirm que en ese libro quedaba clara la superioridad de la raza blanca sobre la
negra y que tena la intencin de aplicar algunas de las cosas que all haba
aprendido para el mejor gobierno de las colonias en Amrica y de los esclavos
negros que en ellas vivan. Faria, al orlo, comprendi que no slo no haba
entendido nada del libro, sino que adems estaba absolutamente equivocado con
respecto a lo que estaba ocurriendo en las posesiones espaolas en Amrica.
Cruzaron la frontera de los Pirineos por el ro Fluvi y entraron en Espaa el
24 de marzo. En el lugar donde don Fernando pis tierra espaola se haban
emplazado nueve caones, que dispararon nueve salvas en su honor; un grupo de
pay eses de la villa de Bscara salud a su rey y lo aclam agitando pauelos.
El acuerdo con Napolen obligaba a Fernando VII a dirigirse a Gerona,
todava en manos francesas. Al frente de la guarnicin de esa ciudad catalana,
donde se estaban concentrando las tropas para regresar a Francia, se encontraba
el mariscal Suchet, quien se entrevist con Fernando VII y le ofreci una escolta
de cincuenta dragones franceses, que lo acompaaran hasta territorio controlado
por el ejrcito espaol. Faria se opuso a ello; y a haban sido suficientemente
humillados los rey es de Espaa en Bay ona como para que encima uno de ellos
regresara del exilio escoltado por soldados del ejrcito invasor; pero Fernando
VII acept la propuesta de Suchet y orden callar a Faria, que tuvo que aceptar
adems que la comitiva la encabezara un coronel de la caballera francesa.
Captulo XXXII
LA ruta que haban diseado las Cortes espaolas no pasaba por Barcelona. En
esa ciudad todava se recordaba el asalto que justo cien aos antes realizara el
ejrcito de Felipe V, el primer rey Borbn de Espaa y bisabuelo de Fernando
VII, de manera que se opt por que el rey se trasladara por el interior de
Catalua, desde Gerona hasta Reus y Tarragona, y de all a Lrida.
Espaa esperaba al Deseado . Agentes reales, bien aleccionados por los
partidarios de Fernando VII, se haban encargado de preparar en cada uno de los
pueblos y de las ciudades un recibimiento apotesico. Al llegar a Tarragona,
Faria se dio cuenta de que los gritos y proclamas de los ms eufricos con la
visita real, evidentemente pagados, nunca mencionaban la Constitucin. Se
aclamaba al rey, a la patria y a la religin, pero nunca a la Constitucin que se
haba aprobado en Cdiz y que haba dotado de legitimidad al reinado de
Fernando VII.
El general Palafox acudi desde Madrid al encuentro de Fernando VII; se
reunieron en Reus, donde el rey ratific el nombramiento de capitn general que
el pueblo de Zaragoza y su Junta de Defensa otorgaran a Palafox a mediados de
1808.
Faria salud a su superior, al que encontr mejorado, y enseguida se dio
cuenta por su expresin de que no le gustaba nada la actitud del rey.
Todo esto est preparado confes Faria a Morales.
Claro, coronel, el pueblo desea ver y aclamar a su rey ; hace tiempo que lo
espera.
No; me refiero a que detrs de esta caravana se esconde una clara
intencin de presentar a Fernando VII no como el rey constitucional sino como
soberano absoluto.
Estaba en lo cierto; en todas las ciudades se repeta la misma cantinela:
entusiastas pero repetitivas vivas al rey y ni una sola mencin a la Constitucin.
En el monasterio de Poblet, mientras Fernando VII visitaba el panten de los
rey es medievales de la Corona de Aragn, Faria sugiri a San Carlos que sera
conveniente que en alguno de los discursos que pronunciaba el rey en las
ciudades donde era recibido hiciera alguna referencia a la Constitucin, pero San
Carlos se limit a decirle que y a habra tiempo para ello.
La gente pareca encantada con la presencia del rey y recitaba coplas y
entonaba canciones con letrillas creadas en su honor; sorprendentemente, las
mismas letras de las coplas se repetan una y otra vez en todas las ciudades, hasta
el punto que Faria, de tanto orlas, se las saba de memoria; especialmente una
que deca:
Rebose, espaoles,
rebose el placer,
que viene Fernando
nuestra dicha a hacer.
***
***
***
A la maana siguiente, Faria se present ante Palafox.
El general estaba serio y tena en sus manos unos pliegos de papel impreso.
Sintese, Francisco. He pedido que nos sirvan huevos, arroz con pollo y
requesn con miel y canela. Le apetece?
S, general, ay er no cen casi nada; se me revolvi pronto el estmago.
S, s, y a vi su aspecto de indisposicin ironiz Palafox. Tenga le
alarg los pliegos.
Faria oje el Manifiesto de los persas, donde se criticaba todo lo aprobado en
Cdiz y se postulaba una vuelta al Antiguo Rgimen absolutista. Faria ley en voz
alta:
La monarqua absoluta es obra de la razn y de la inteligencia, est
subordinada a la ley divina, a la justicia y a las ley es fundamentales del Estado
As que el soberano absoluto no tiene facultad de usar sin razn de su autoridad,
derecho que no quiso tener el mismo Dios . Est usted de acuerdo con esto?
le pregunt el coronel.
No contest Palafox.
Piensa hacer algo?
No corren buenos tiempos para la libertad, Francisco. Acabamos de
enterarnos de la abdicacin de Napolen; va a ser enviado a una isla en medio
del mar Tirreno y uno de los Borbones, el cuarto hijo de Luis XV y hermano de
Luis XVI, ser proclamado rey de Francia con el nombre de Luis XVIII.
El ltimo en reinar, antes de que le cortaran la cabeza, fue Luis XVI; si no
me equivoco, se han saltado un ordinal.
Lo hacen a propsito. Esto es obra de Tay llerand, seguro. Se trata de
aparentar que entre la decapitacin de Luis XVI en 1793 y la restauracin de
Luis XVIII en 1814 rein Luis XVII, el hijo de Luis XVI, que muri en prisin
con diez aos de edad. Todo esto es pura ficcin para alterar la historia.
Y aqu van a hacer lo mismo: obviar que los diputados aprobaron en Cdiz
una constitucin.
Es probable. El rey ha decidido permanecer en Valencia un par de
semanas al menos. Esta tarde despachar con l, aunque le adelanto que tiene
intencin de derogar la Constitucin.
Eso es traicin. Puede arrestarme si lo estima justo, mi general, aunque
Fernando VII es un rey feln.
Palafox, en esta ocasin, call.
Como estaba previsto por los acuerdos entre los aliados y el poderoso ministro
Tay llerand, que se haba convertido en el muidor de toda la poltica francesa, a
fines de abril, el borbn Luis XVIII fue proclamado rey de Francia y slo un da
despus Napolen embarc, custodiado por un puado de soldados, rumbo a la
isla del Tirreno, donde recibi el pomposo y grotesco ttulo de emperador y
soberano de la isla de Elba .
En los primeros das de may o, Luis XVIII recibi en Saint-Denis, siguiendo
las costumbres de los monarcas franceses, las llaves de Pars y la corona de
Francia; a Wellington le fue concedido el ttulo de duque por el gobierno de
Londres y entr triunfante en Pars revistando a las tropas, y Fernando VII
promulg en Valencia un decreto por el cual se declaraba nula la Constitucin de
Cdiz, invalidadas las Cortes all celebradas, anuladas todas las reformas liberales
en ellas aprobadas y reinstaurada la censura de prensa y de teatro.
Tiene usted mala cara, mi coronel le dijo el sargento Morales.
Esa banda Han dilapidado las joy as de la corona de Espaa en sus
juergas en Francia e Italia, han infamado el nombre de esta nacin, han
humillado a sus muertos y han denigrado el ttulo real de esta monarqua;
mancillan cuanto tocan, corrompen el aire que respiran y llenan de podredumbre
este pas.
Clmese, coronel, o tendr problemas. Un capitn de la guardia real nos ha
comunicado a los suboficiales ms veteranos que denunciemos a todos los
oficiales que hablen a favor de la Constitucin y en contra del rey. Ha asegurado
que era una orden directa de don Fernando.
Eso le han dicho?
Me lo han ordenado.
El 5 de may o, Fernando VII sali de Valencia, por fin con destino a Madrid,
escoltado por una nutrida comitiva en la que haba un numeroso contingente de
tropas encabezadas por el capitn general Elo y el general ingls Wittingham.
Dos das antes, varios agentes haban partido a toda prisa para aleccionar a los
madrileos con consignas en contra de la Constitucin.
Mrelos, slo falta Torquemada en medio de esos dos le dijo Faria a
Morales a la vista de los dos generales, conocidos reaccionarios.
Torquemada, coronel?
Fue inquisidor general en tiempos de los Rey es Catlicos; dice la historia
que llev a la hoguera a centenares de personas alegando la defensa de la
religin. En realidad, no era sino un cruel carnicero .
***
Conforme avanzaban hacia Madrid, la gente de los pueblos a lo largo del camino
se mostraba eufrica por la presencia del rey y a la vez airada con la
Constitucin, que seguramente muchos ni conocan.
Los agentes del Feln han hecho bien su trabajo , pens Faria a la vista de
las lpidas rotas que en su da conmemoraran la aprobacin de la Constitucin y
que ahora se arrojaban al borde del camino para que la comitiva real las viera
destruidas y vejadas.
La entrada en Madrid todava se demor unos das, pues Fernando VII quiso
pasar antes por Aranjuez, la ciudad donde haca aos haba estallado el motn que
supuso la renuncia de su padre y su ascensin al trono de Espaa. Da a da,
conforme se iban acercando a Madrid, la multitud que se apiaba a los lados del
camino de la comitiva deliraba, gritaba y se contorsionaba en una marea de
adhesiones tempestuosas, convenientemente agitadas por los agentes del Borbn.
La llegada a la capital se prepar con una estudiada escenografa; poco antes
de entrar por la puerta de Atocha, Fernando VII baj de su cmoda carroza y se
subi a un caballo blanco, como hiciera en ocasin similar en el mes de marzo de
1808, tambin entrando en Madrid por el camino de Aranjuez. Se trataba de
rememorar aquella escena en la que aos atrs el rey haba entrado triunfante en
la capital, con los madrileos aclamando a quien haba calumniado a su madre y
conspirado contra su padre.
Era el 13 de may o de 1814. El rey Deseado pareca un pavo real, ufano y
altivo, montado sobre un corcel blanco, el ms blanco que se pudo encontrar en
media Espaa en aquellos das.
A la puerta de Madrid, el pueblo lo esperaba protestando contra la
Constitucin. De nuevo haban roto las lpidas recin labradas, derribado las
estatuas y destruido los cuadros y estandartes, que a toda prisa se haban pintado
y tejido en los ltimos meses para festejar lo aprobado en Cdiz.
Vivan las cadenas! , era el grito que ms se oa entre los madrileos, un
grito bien diferente al que estallara el 2 de may o de 1808, cuando algunos cientos
de gargantas se lanzaron a las calles de la capital para defender la independencia
y la dignidad de la nacin, y adems la corona y el trono de un monarca que no
los mereca.
En cuanto tom posesin del Palacio Real, Fernando VII ratific todas las
decisiones dictadas en Valencia, y orden la represin de los liberales. Se
encarcel a los regentes, el cardenal de Borbn fue enviado a Toledo en una
especie de exilio interior, se conden a prisin sin juicio a varios ministros del
Gobierno y a veinticuatro diputados que se haban destacado en defensa de la
libertad y de la Constitucin.
Joaqun Prez, el presidente entonces de las Cortes, se rindi ante las
amenazas del rey, y fueron muchos los que aprovecharon la confusin de los
primeros das de estancia de don Fernando en Madrid para huir de la capital,
escapando as de la crcel.
Faria dudaba; algunos de sus amigos se haban exiliado y otros estaban presos
y sometidos a un trato injusto y degradante. Los conservadores haban elaborado
una serie de listados con varios miles de personas que iban a ser encarceladas en
castillos y prisiones o enviados a los terribles presidios del norte de frica.
Ya en Madrid, se dirigi a su casa, que segua atendida fielmente por el
matrimonio de criados. Durante varios das, y aprovechando un permiso
concedido por Palafox, que haba sido confirmado como capitn general de
Aragn, a falta de otro destino y al carecer de una funcin concreta, se dedic a
poner sus asuntos en orden. Pudo recuperar la mitad de los fondos que su
administrador de Castuera le haba ido ingresando en su cuenta del Banco de San
Carlos, y desenterr la caja con monedas de oro y plata que haba escondido en
la bodega y que segua all sin que, milagrosamente, nadie la hubiera descubierto,
y pudo enviar a Ricardo Marn a Zaragoza el nuevo dinero con el que quera
recompensar a los Galindo en Ans y en Huesca, para que se lo hiciera llegar a
ambos.
El recuerdo de Cay etana le segua atormentando, hasta que un da le lleg a
casa una nota de Teresa de Prada, su antigua amante; le deca que se encontraba
muy enferma y que quera verlo. Al principio dud, pero al fin decidi visitarla.
Y en verdad, estaba enferma. Teresa, la condesa de Prada, era todava joven,
pero pareca una anciana. Se cubra el rostro con un pao de tul, sin duda para
evitar mostrar su enorme deterioro. Aquella mujer, otrora hermosa y sensual
como pocas, tena el rostro arrugado y tumefacto, y las entraas podridas por la
sfilis.
Apenas hablaron. Teresa le dijo que haba contrado el mal francs y que
se estaba muriendo, pero que no quera hacerlo sin despedirse de su antiguo
amante. Faria se qued mudo; pareca imposible que la joven que haba conocido
pocos aos atrs se hubiera convertido en tan poco tiempo en una enferma
terminal. Imagin que aquella mujer podra haber sido su esposa y se despidi de
ella sabiendo que apenas le quedaban unos das de vida.
Tras las condenas y las persecuciones, Fernando VII condecor
discrecionalmente a quienes le interesaba para robustecer su propia imagen. As,
ratific a la artillera Agustina Zaragoza, la joven que defendiera la plaza del
Portillo de Zaragoza durante el primero de los sitios de esa ciudad y que luego
participara en otras batallas, como en la de Vitoria, en el empleo de subteniente
del ejrcito espaol, y la recibi con honores en Madrid a finales de agosto.
Los inquisidores del recin restaurado Tribunal del Santo Oficio se aprestaron
a imponer sus criterios morales y religiosos a todo el mundo. La censura se
extendi deprisa a todas las artes y el maestro Goy a fue acusado por la
Inquisicin de haber pintado un cuadro en el que se representaba a una mujer
completamente desnuda vista de frente; algunos decan que era la duquesa de
Alba, la figura femenina plasmada en ese cuadro.
Pero pese a esa acusacin y a que haba recibido honores de Jos Bonaparte,
Francisco de Goy a fue ratificado como pintor de cmara de la corte. En aquellos
das, el genial sordo estaba ultimando un gran lienzo sobre los fusilamientos
ocurridos en Madrid el 3 de may o de 1808; presentaba una escena en la que los
madrileos, horrorizados ante los fusileros franceses, eran masacrados en la
montaa del prncipe Po. Cuando tuvieron lugar aquellos acontecimientos, seis
aos atrs, el mismo rey que los madrileos haban recibido con aclamaciones y
euforia desbordada haca unos das, no cesaba de firmar rdenes de detencin y
presidio para miles de espaoles, muchos de los cuales haban derramado su
sangre por l.
La lista de represaliados liberales y afrancesados era interminable y da a da
se aadan nuevos nombres. Durante el verano de 1814, la Constitucin de Cdiz
haba quedado en nada y el absolutismo impulsado por Fernando VII y su
camarilla de clrigos aduladores y generales ambiciosos se haba impuesto en
toda Espaa.
Entre los acusados se encontraba Leandro Fernndez de Moratn, el escritor y
amigo de Faria, la llave de cuy a casa de Madrid le haba entregado para
custodiarla. Fue en vano, pues la casa y otras de sus propiedades fueron
incautadas por el Gobierno. Moratn haba estado refugiado en Pescola, uno de
los ltimos reductos de los franceses en Espaa, pero haba sido al fin apresado y
encerrado en una crcel de Valencia, acusado de traicin por haber colaborado
con los franceses.
Palafox se present en casa de Faria poco antes de medianoche de un da de
principios de septiembre. El general slo llevaba una escolta de dos soldados, que
se quedaron a la espera a la puerta de la casa.
Mi general, no esperaba esta visita, y menos a estas horas. Ha cenado y a?
Puedo invitarlo; y o y a lo he hecho, pero todava debe de estar caliente la sopa.
Gracias, pero y a he cenado.
A qu debo el honor de su visita?
Lamento molestarle a estas horas, pero me he enterado hace muy poco.
Tiene que marcharse inmediatamente, Francisco. Maana se dictar una orden
de detencin contra usted.
Contra m?; de qu se me acusa?
De traicin al rey y de conspiracin para derrocar a su majestad del trono.
Usted sabe que eso no es cierto. No soporto a ese Borbn, pero jams he
conspirado para despojarlo del trono. Lo nico que he hecho hasta ahora ha sido
luchar en su favor. Me he batido en Trafalgar, en Zaragoza, en Badajoz, en
Vitoria, me he arrastrado por los montes de media Espaa con los guerrilleros y
he derramado sangre y sudor por ese
Lo s, Francisco, lo s. Compart con usted el honor de combatir en
Zaragoza, y nadie mejor que y o conoce su valor y su determinacin; pero una
cosa es la guerra y otra bien distinta, peor incluso si cabe, la poltica.
Sabe quin me ha denunciado?
No, lo ignoro. La may ora de las denuncias que llegan a Palacio son
annimas, o al menos eso dicen quienes las reciben. Hgame caso, no pierda
tiempo, recoja lo que pueda y mrchese ahora mismo.
En una ocasin o comentar que la madre de la fallecida esposa de
Fernando VII lo describi como un hombre de horrible aspecto, con una voz
que da miedo y tonto de remate . Slo le falt decir una cosa: es tambin mala
persona.
Vamos, si se marcha ahora tendr dos o tres das de ventaja; y o me
encargar de retrasar al mximo la ejecucin de la orden de arresto, tal vez
pueda llegar a la frontera y escapar a tiempo. Llvese todo el dinero que pueda,
lo necesitar. Y aqu tiene un pasaporte, es necesario para alejarse ms all de
veinticinco leguas del lugar de residencia. Si se lo piden, mustrelo, le dejarn
seguir sin problemas, si es que antes no ha llegado su orden de arresto, claro.
Una pregunta, general, sabe si est en las listas Ricardo Marn?
El posadero de Zaragoza?
El mismo.
Me temo que s.
General, muchas gracias. Fue un honor combatir a sus rdenes.
O una locura, quin sabe.
Faria se despidi de sus dos criados, les dio una buena cantidad de dinero y les
dijo que se quedaran en casa hasta que vengan a echarlos . Los criados no lo
entendieron, pero Faria les explic que en tres o cuatro das alguien, por orden del
Gobierno, vendra a incautarse del inmueble, y que lo ms probable era que se
quedaran sin trabajo. Les aconsej que, en ese caso, no ofrecieran la menor
resistencia y que si les preguntaban por l contestaran que se haba marchado al
extranjero.
Ni siquiera tuvo tiempo de despedirse del sargento Morales. Estaba seguro de
que su ay udante no tendra ningn problema, pues jams nadie le haba odo la
menor queja o la mnima crtica a Fernando VII; todo lo contrario: en su larga
vida castrense, Isidro Morales se haba comportado como un soldado modlico y
su hoja de servicio estaba inmaculadamente limpia. Tampoco le dej ninguna
nota de despedida, pues podra comprometerlo en caso de caer en manos de
algn agente del rey.
A medianoche, cargado con un par de bolsas de monedas, un saco con un
poco de ropa y una bolsa con comida, Faria sali de Madrid con su caballo,
camino de Zaragoza. En la puerta de Alcal, los soldados que la custodiaban le
dieron el alto, pero lo dejaron pasar al comprobar que se trataba de un coronel de
la guardia de corps y que tena su pasaporte en regla.
Captulo XXXIV
UNA fina pero constante lluvia le retras en el camino hacia la villa de Molina de
Aragn. Segn su clculo de ruta, debera haber llegado a media tarde, poco
despus de las seis, pero su caballo avanzaba a un ritmo ms lento del previsto
debido al barro arcilloso que se acumulaba en el camino.
Atardeca sobre las sierras Ibricas. El sol de finales del verano, redondo y
rojo, tea de carmes las laderas terrosas de los pramos mesetarios y
prolongaba las sombras de los lamos y los chopos como espectros fantasmales
en el silencio del paisaje serrano.
En un recodo del camino, en una vereda al lado del ro Gallo, apenas a una
hora de camino de Molina, un hombre muy grueso, de aspecto amenazante,
embozado con una manta de lana de las que usaban los viajeros en esas fras
tierras, le sali al encuentro. Las sombras del atardecer difuminaban la figura de
aquel tipo, del cual slo poda ver sus dos ojos, brillando en una lnea abierta entre
el sombrero y la manta. Tena las manos a la espalda, como escondiendo algo, tal
vez un trabuco o un pistolete.
Al contemplar a aquel individuo que se interpona en su camino, Francisco de
Faria tir de las riendas de su caballo y lo detuvo. La lluvia haba dejado de caer
haca un par de horas pero el sendero segua embarrado.
Alto! orden el embozado.
Quin lo manda? le pregunt Faria.
Nosotros dijo otra voz a su espalda.
Faria gir su cabeza despacio, intentando no perder la cara del que le haba
interceptado el paso, y advirti de reojo cmo haba al menos tres hombres a su
espalda y otro ms a su derecha, que haban surgido de repente de entre la
espesura.
Son al menos cinco calcul el coronel, y van armados con escopetas y
trabucos; no tengo la menor oportunidad .
Ech mano a la parte posterior izquierda de la silla y palp la empuadura de
su sable de caballera, que colgaba de la vaina en ese flanco, y en el lado
derecho llevaba un pistolete aunque no estaba cargado; y aunque lo hubiera
estado, de ninguna manera hubiera podido sacarlo a tiempo de su funda y menos
tumbar a cinco hombres, si es que no haba alguno ms escondido entre la
maleza. Pero adems, pens que seguro que estaban apuntndole, y que si haca
el menor movimiento lo abatiran sin que tuviera tiempo siquiera de acabar con
uno de aquellos tipos, de modo que intent ganar tiempo.
Imagino que sois bandoleros, me equivoco? les pregunt.
Pues te equivocas; somos los guardias de estas sierras y protegemos a los
viajeros. Y claro, para que esa proteccin pueda tener efecto, necesitamos
dinero. Cunto llevas encima?
Nada. Unos bandidos me han atracado un par de leguas ms atrs. A lo que
parece, habis hecho mal vuestro trabajo de proteccin.
Eres muy gracioso.
Es cierto; eran varios bandoleros que me han dejado sin nada. En un
primer momento cre que eran franceses que se haban quedado aislados en
Espaa y tenan que ganarse la vida asaltando a viajeros indefensos, pero pronto
me di cuenta de que eran unos simples bandidos.
Faria haba pensado en espolear a su caballo en cuanto aquellos tipos se
despistaran un poco y salir a todo galope camino adelante. Saba que Molina
estaba muy cerca y que si consegua esquivarlos y ganar algn espacio
arrancando por sorpresa, tal vez pudiera llegar a las cercanas de la villa de
Molina y conseguir proteccin antes de que le dieran alcance. No faltaba mucho
para que oscureciera, de modo que quiz pudiera evadirse, porque si no, estaba
convencido de que lo mataran sin remedio.
Maldijo no haber cargado su pistolete, porque con l podra haber abatido al
que le impeda el paso, y se dispuso a clavar sus tacones en los flancos del
caballo y soltar las riendas para jalearlo, confiando en que saliera a toda
velocidad hacia delante. Plane que justo en ese momento sacara su espada de
la vaina, se inclinara sobre el flanco izquierdo de su montura y lanzara una
estocada al hombre que le haba dado el alto. Si los dems tardaban algunos
segundos en reaccionar, tal vez tendra alguna posibilidad de huir.
Ya haba deslizado su mano cerca de la empuadura de su espada y haba
tensionado los msculos de sus piernas para acicatear los flancos del caballo,
cuando el que estaba a su derecha exclam en voz alta:
Coronel Faria!
El conde de Castuera gir de nuevo la cabeza, ahora ms deprisa, y observ
que ese tipo bajaba su arma y caminaba unos pasos hacia atrs.
Qu te hace suponer?
Lo acabo de reconocer; estuve a sus rdenes en los montes de Somosierra,
en la primavera y el verano de 1810; tal vez me recuerde, y o estaba presente el
da que se reunieron en aquella cueva los jefes de todas las partidas de
guerrilleros para recibir sus ltimas instrucciones antes de que se marchara a
Madrid.
Lo cierto era que Faria no recordaba a aquel hombre, pero tan precisos eran
los datos que le proporcion que hacan suponer que era cierto, que haba estado
all.
Al or a su compaero, el que pareca ser el jefe de aquellos bandidos, dud.
Este hombre es coronel? pregunt rascndose la cabeza.
El coronel Faria, de la guardia de corps de su majestad don Fernando, a
cuy as rdenes serv en la lucha contra los franceses afirm el antiguo
guerrillero, tajante y con cierto deje de orgullo.
Un coronel, eh? Bien, tal vez nos paguen un buen rescate por l.
Un momento, te he dicho que combat a su lado contra los gabachos; es un
compaero de armas.
Te has vuelto loco? Ahora tus nicos compaeros somos nosotros. No eres
ningn soldado, ahora eres un guardin de estas sierras.
Hubo un tiempo en que combatimos contra Napolen, y lo vencimos;
derrotamos al may or ejrcito del mundo, y este hombre era nuestro compaero
de armas.
Habis sido todos guerrilleros? les pregunt Faria intentando
entretenerlos.
S, coronel. Todos hemos luchado en la guerrilla contest el que conoca
a Faria.
Y por qu os habis pasado al bandolerismo? insisti el coronel.
Es lo que siempre habamos hecho. La guerra fue un parntesis.
Podrais dejar este tipo de vida y
Cllate! grit el cabecilla; basta y a de chchara y baja del caballo
con cuidado, muy despacio, y mantn siempre las manos ante mi vista.
Permite que se vay a pidi el exguerrillero.
Ni hablar; nos quedaremos con lo que lleve encima y luego y a veremos
qu hacemos con l.
Te repito que este hombre luch como un jabato; fuimos muchos los que
confiamos en l y le seguimos. Adems, no podemos liquidar a un coronel del
ejrcito. Djalo partir.
Le perdonar la vida en consideracin a lo que has dicho, pero nos
quedaremos con su bolsa, sus armas y su caballo. Le dejaremos llegar a Molina.
Si caminas deprisa se dirigi ahora a Faria, llegars en poco ms de una
hora. No tendrs problemas, en esta poca del ao todava no hay lobos en esta
zona, pues no llegan por aqu hasta las primeras nevadas, a principios de
noviembre.
Te repito que fui compaero de armas de este hombre, djalo ir insisti
el antiguo guerrillero en posicin amenazadora.
Y si no quiero?
Entonces, te las vers conmigo.
De acuerdo, pero ve t tambin con l dijo el cabecilla, a la vez que le
descerrajaba en el pecho un tiro a quemarropa con el trabuco.
Faria reaccion deprisa, clav con todas sus fuerzas los tacones de sus botas
en los ijares del caballo y el corcel, inquieto por el disparo, alz sus pezuas
delanteras, dio un salto adelante y se lanz al galope. Tal como haba planeado
antes de que el cabecilla de la banda diera matarile a uno de sus hombres, sac la
espada de la vaina, se tumb sobre el lado izquierdo de cuello del caballo y
descarg una estocada de arriba abajo que alcanz de lleno en la cabeza al
bandolero que le cortaba el paso, que despistado ante la trifulca de sus dos
compaeros haba bajado la guardia. Golpe a su montura en las ancas con la
parte plana de la hoja del sable, cabalgando casi tumbado sobre el animal, y un
poco ms adelante, cuando y a haba alcanzado la velocidad mxima, mir hacia
atrs por debajo de su hombro. El sol y a se haba ocultado por completo pero
todava quedaba algo de claridad en el llano, que se hizo algo may or cuando el
camino se separ de la vereda prxima al ro para atravesar una zona ms
abierta del valle, entre campos de cereales y a segados. Comprob que no lo
seguan aquellos tipos, pero continu arreando al caballo para que no decay era
en su galope.
Media hora ms tarde atisb, y a a la luz de la luna, los torreones arrumbados
de la fortaleza de Molina, en lo alto de la colina. Pronto alcanz las primeras
casas y se top con los muros de piedra y un portal cerrado, enmarcado por un
poderoso torren. Volvi a mirar atrs y se sinti al fin a salvo.
Consigui una cama en una posada, ubicada en un enorme casern en el
centro de la villa, pero no denunci lo que le haba ocurrido. No en vano, l era
un fugitivo y de ninguna manera estaba dispuesto a responder a preguntas que
hubieran podido comprometerlo demasiado. Adems, aquellos hombres y a
estaran lejos, ocultos en las sierras de las Parameras, una regin demasiado
extensa como para encontrar pronto a media docena de hombres en aquellas
intrincadas soledades.
A la maana siguiente, con las primeras luces del da, ahora con su pistolete
cargado y listo para disparar con toda presteza, parti por el Camino Real hacia
tierras aragonesas. Cuatro das despus, agotado, con su caballo cojeando, con los
tendones maltrechos y las pezuas destrozadas, lleg a Zaragoza.
***
Ricardo Marn estaba en su posada preparando una cena que le haba encargado
el gobernador de la ciudad, cuando Faria se present como una aparicin en la
cocina.
Francisco!; por todos los demonios, qu alegra verte de nuevo aqu!
Cmo no me has avisado de que venas a Zaragoza?
Faria le dio un abrazo, lo cogi por el brazo y lo llev lejos de odos y miradas
indiscretas.
Tienes, tenemos que marcharnos de aqu. Los dos estamos incluidos en las
listas de represaliados que estn elaborando los sicarios de Fernando VII en
Madrid. Si nos quedamos, iremos directamente a la crcel o la tumba.
Qu dices?, pero si hemos luchado por su corona, para que recuperara el
trono. T, en primera lnea de combate, y o, en el espionaje.
Al Feln, todo eso le trae sin cuidado. Se ha propuesto acabar con todo, y
con todos, lo que suene a oposicin, aunque sea mediante las ideas, al rgimen
absolutista que pretende implantar en Espaa.
Pero si y o no he hecho nada, ni siquiera he permitido que en mi casa se
canten coplas aludiendo al tamao de la polla del rey, que comienzan a ser muy
populares.
Ya lo s, pero eres un liberal, y has vivido en Francia en la poca de la
Revolucin, no vas a misa y no crees en los milagros, y los curas no son
precisamente santos de tu devocin, de manera que y a sabes
Entonces, t has huido de Madrid?
A toda prisa. Me previno el general Palafox. Vino a verme poco antes de
medianoche, casi de manera clandestina, y me avis de mi inclusin en las listas
y de lo que iba a ocurrirme si me quedaba en Madrid. Le pregunt por ti, y me
dijo que tambin estabas en la lista de futuros represaliados. De modo que cog
mi caballo, algo de dinero y sal a toda prisa hacia Zaragoza. Y aqu estoy, y casi
de milagro, porque cerca de Molina me abordaron unos bandoleros de los que
pude escapar porque antes de que me liquidaran se enfrentaron dos de ellos, y
aprovechando la confusin que se lio, me di a la fuga.
Gracias, amigo. Qu vas a hacer ahora?
Deba avisarte del peligro, y y a lo he hecho; ahora me voy a Francia.
Procurar atravesar la frontera antes de que me detengan. Palafox me dijo que
intentara retrasar la orden de arresto cuanto pudiera para darme tiempo a huir, y
que hara lo mismo con la tuy a, pero imagino que si no las han dictado y a,
estarn a punto de hacerlo. Apenas tenemos tiempo.
Y t?, qu hars t?
Conozco Francia, de modo que me marcho contigo. No quiero acabar
pudrindome en una prisin, fusilado ante una tapia o ahorcado en el patio de un
cuartel.
Entonces nos vamos maana?
Claro, maana mismo.
Necesitars un pasaporte como ste Faria le mostr el que le haba
entregado Palafox en Madrid. Nadie se puede alejar ms all de veinticinco
leguas de su residencia sin uno de stos.
No te preocupes, esta misma noche conseguir uno. S cmo hacerlo.
***
El camino hacia la frontera del Pirineo estaba despejado. No haba patrullas
militares y slo algunos comerciantes, bien protegidos por guardias a sueldo, se
desplazaban de una ciudad a otra con carros cargados con diversas mercancas.
Los caminos se han vuelto casi menos seguros que durante la guerra. El
bandolerismo ha resurgido con fuerza en muchos sitios. Ya te dije que cerca de
Molina intentaron robarme coment Faria a Marn, mientras cabalgaban hacia
el Pirineo tras dejar atrs Huesca.
Por eso me aconsejaste que cogiera un par de armas de fuego y que
viajara con ellas cargadas y listas para disparar?
As es. En las montaas de Andaluca y en las sierras Ibricas hay partidas
de antiguos guerrilleros que se han convertido en bandidos.
Lo hacen para ganarse la vida aleg Ricardo Marn. La guerra ha
dejado una terrible secuela de miseria y destruccin.
En ciertos casos tal vez, pero algunos y a eran bandidos antes de la guerra,
y no han hecho sino volver a su antigua ocupacin. Poco antes de huir de Madrid,
lleg un listado con los bandoleros ms buscados en Andaluca, y creme si te
digo que no pocos de ellos lucharon en la guerrilla contra los franceses con valor
y fiereza, pero nadie ha sido capaz de dar una salida a su situacin. Me temo que
se sienten engaados. Les dijimos, y o mismo me dediqu a ello, que, en cuanto
echramos a los gabachos, las cosas seran diferentes, y y a ves, el pas es ms
pobre, menos justo y ms corrupto si cabe que lo era antes. Y todo se debe a ese
monarca veleidoso y feln que no ha cumplido una sola de sus palabras.
Tal vez debimos dejar que gobernara Jos Bonaparte; por lo que s, en
Npoles no lo hizo nada mal. Pero este pueblo es demasiado orgulloso para
consentir que lo dirija un extranjero.
No creas; Carlos I era flamenco y Felipe V francs, incluso a Carlos III,
aunque haba nacido en Madrid, lo consideraban un extranjero por haber llegado
desde Npoles, y los tres reinaron en Espaa. No se trata de ser extranjero o no
precis Faria.
Entonces?
Nadie sabe qu sucede en la cabeza de la gente en un momento
determinado y por qu se acepta a una persona o se rechaza a otra, o por qu la
misma persona puede convertirse en un hroe o en un villano en similares
circunstancias. T mismo lo viste en Zaragoza durante los asedios de los
franceses, y lo que vino despus. Sabes?, a veces no entiendo cmo todo un
pueblo es capaz de soportar e incluso idolatrar a tiranos como Fernando VII.
Porque mucha gente necesita sentirse protegida, salvaguardada por una
especie de paternalismo, y as es como ven a Fernando VII, como un padre
protector. Adems, debo reconocer que sus agentes han trabajado muy bien.
A m me lo vas a decir, que he estado varios aos combatiendo en defensa
de su corona, de lo cual, por cierto, no sabes cunto me arrepiento. Hemos
librado una guerra para nada; cientos de miles de personas han muerto para
volver diez aos atrs, y todo por ese canalla
Ese canalla, o ese feln, como lo llamas, no podr sostenerse en el trono
por mucho tiempo; la gente acabar rebelndose y lo echar a patadas. La
victoria en la guerra contra los franceses ha supuesto mucho para todos nosotros,
nos ha devuelto el orgullo.
Fernando VII es un tipo ms avispado de lo que parece; intelectualmente es
muy limitado, pero se muestra muy llano en el trato, a veces habla como si fuera
uno ms del pueblo, y eso gusta a la gente. No obstante, es suspicaz, cruel y
carece de escrpulos. Un da, en Valencia, le o comentar cmo iba a tratar a los
polticos en cuanto llegara a Madrid, y lo expres muy grficamente al asegurar
que iba a darle palos a la burra blanca, refirindose a los conservadores, y palos
a la burra negra, por los liberales.
O sea, palos para todos dijo Ricardo.
As es; palos para todo aqul que se desve de su real voluntad. Y y a ves, ha
conseguido que la mejor gente de este pas se est marchando al exilio o est
siendo encerrada en la crcel.
Odia a la libertad.
Recuerdo ahora que en una ocasin Leandro Fernndez de Moratn me dijo
que amaba ser libre, pero que le tena miedo a la libertad. Y en este caso tienes
razn, el rey odia a la libertad porque la teme.
Ah est Francia.
Ricardo Marn seal con la mano la llanura esmeralda que se abra ante
ellos al pie del puerto de Aspe, en el lado francs de los Pirineos. Acababan de
atravesar el puerto del Palo, en el valle de Hecho, afortunadamente todava libre
de nieve en aquellos das de inicios del otoo. Al comenzar a descender el
camino hacia el lado francs, ninguno de los dos mir hacia atrs.
Captulo XXXV
***
***
Los primeros das de primavera trajeron das de sol y lluvia; por las maanas, el
cielo de Pars amaneca despejado, con un brillante sol que comenzaba a
cubrirse a medioda para descargar lluvia durante un par de horas mediada la
tarde.
Pars herva de jbilo ante el regreso del emperador, pero Faria pens, al fin,
que si triunfaba Napolen volvera la guerra, y con ella los crmenes, las
violaciones y los saqueos; y y a haba visto demasiados.
Me marcho, Ricardo le dijo a su amigo una tarde de mediados de abril,
mientras tomaban un caf con bollos.
Yo no lo har, me encuentro bien aqu. No regresar a Espaa, no hay
nada ni nadie que me espere all. Me quedo en Pars; la comida es excelente,
nadie te pregunta de dnde eres y las mujeres son hermosas, libres y les encanta
hacer el amor. S, creo que ste es mi lugar de destino. Por si te interesa, Goy a ha
sido absuelto definitivamente por el Tribunal de la Inquisicin que instrua su
proceso; lo han comentado esta maana unos compatriotas. Tal vez eso sea un
sntoma de que en Espaa estn cambiando las cosas; a lo mejor puedes regresar
sin peligro.
No, no vuelvo a Espaa, a lo mejor en otra ocasin, si triunfan los liberales
y se acaba el reinado de Fernando VII. Me voy al norte, a unirme a los aliados.
Va a producirse una gran batalla, la batalla decisiva, y creo que debo estar frente
a Napolen.
Si te alistas con los aliados, estars defendiendo el absolutismo, a los
monarcas ms corruptos de Europa, a cuanto odias le previno Ricardo.
Lo s, lo s, pero estoy cansado de tanta lucha. Si Napolen pierde la
batalla, habr perdido su Imperio y se acabar la guerra; es la nica salida a esta
catarata de despropsitos.
Pero Napolen ha ofrecido la paz a los aliados.
Se trata de una estratagema para ganar tiempo, no de una propuesta de paz
permanente.
En ese caso, si crees que eso es lo justo, adelante.
Sigues pensando en abrir esa casa de comidas?
Por supuesto. Te lo iba a decir hoy mismo. Ay er estuve viendo un local
cerca de la torre de Santiago; es un bajo muy amplio, con espacio para cocina y
un patio con cuadras para que puedan acogerse dos docenas de caballos al
menos. Pensaba compartir el negocio contigo.
Yo siempre he sido un desastre para los negocios. Recib una gran herencia
en Castuera y y a ves, la vend por cincuenta reales. No, no sirvo para los
negocios.
Te marchars pronto?
Maana por la maana. Dir que marcho al exilio a Londres. Ya sabes que
Napolen goza de muy buena prensa entre los liberales ingleses, que incluso lo
admiran. Al ser espaol, me dejarn salir de Pars sin trabas, pues para los
parisinos un exiliado menos es un problema menos. Despus intentar llegar
hasta Holanda y unirme al ejrcito de Wellington. No creo que rechacen a un
soldado que combati en Trafalgar.
Aqulla fue una heroica derrota dijo Ricardo.
S, pero jams se ha ganado una guerra con una derrota heroica.
Te echar de menos, Francisco.
Yo tambin, y espero que volvamos a vernos en mejor ocasin. Toma
Faria le entreg una bolsa con algunas monedas de oro.
Ricardo la abri y comprob el contenido.
Lo siento, no puedo aceptarlo.
No es un prstamo ni un donativo; tmalo como una participacin en el
negocio. Y adems, a donde voy no necesitar ese dinero.
Ambos amigos se dieron un gran abrazo.
Si algn da decides regresar, siempre tendrs un sitio aqu.
Lo s.
***
***
La batalla se avecinaba.
Napolen presidi una ceremonia militar en el Campo de May o de Pars, en
donde revis las tropas que en los ltimos dos meses haba logrado reunir para el
combate decisivo. El emperador y a saba que Wellington mandaba un ejrcito de
ms de quinientos mil hombres, integrado por austracos, britnicos, rusos y
prusianos, adems de algunos espaoles, suecos y daneses, pero confiaba en la
heterogeneidad de esas tropas, en su diversa procedencia y en la dificultad para
coordinar un contingente tan variopinto. Y, sobre todo, confiaba en su propia
capacidad tctica y en la segunda oportunidad que le brindaba la Historia.
Ante sus leales, Bonaparte pronunci un vibrante discurso en el que alent a
sus tropas a morir antes que ver su patria gobernada por extranjeros. Ante un
altar, desfilaron doscientas guilas imperiales y ochenta y siete banderas; ciento
un caonazos se dispararon desde diversos puntos de Pars, saludando la
presencia de Napolen, ante los gritos de jbilo de Vive lEmpereur! .
El 12 de junio, al frente de algo ms de ciento veintids mil hombres y
trescientos sesenta y seis caones, Napolen sali de Pars al encuentro de
Wellington.
Faria pidi audiencia a Wellington, que acababa de llegar de Viena para
hacerse cargo de la jefatura del ejrcito aliado. Tuvo que insistir mucho, y al fin
uno de los ay udantes de campo del duque, que conoca a Francisco de las
campaas en Espaa, le comunic que un coronel del ejrcito espaol, que vesta
la casaca roja de los soldados ingleses, le solicitaba una audiencia. Wellington
puso los ojos como platos cuando oy el nombre de Francisco de Faria, y, ante
semejante sorpresa, tuvo curiosidad por conocer qu haca aquel tipo all, y
acept recibirlo.
Coronel, no esperaba volver a verlo, al menos hasta el infierno. Cmo
demonios ha llegado hasta aqu, y qu hace con ese uniforme britnico?
Es una larga historia, general; me he alistado en el ejrcito aliado.
Tiene destino?
No, seor; estoy en espera de l.
En ese caso, queda asignado al regimiento de Dragones reales de Escocia;
tendr el grado de teniente. All necesitan oficiales que dirijan la caballera.
Gracias, seor.
Si combate como en las colinas de Vitoria, me dar por satisfecho. Puede
retirarse.
Me permite una cosa ms, seor?
Dgame.
Quiero pedirle perdn por mi actitud
No se preocupe por ello, y a lo he olvidado zanj la cuestin el duque de
Wellington.
***
***
***
Esta novela constituy e la ltima entrega de una triloga que comenz con
Trafalgar (2002) y continu con Independencia! (2005), donde narro las
aventuras de un imaginario soldado de la guardia de corps, Francisco de Faria,
que es testigo en primera lnea de la batalla naval de Trafalgar y de los terribles
acontecimientos que vivi Espaa despus de esa derrota.
En la segunda entrega, Independencia! (2005), el coronel Faria combate en
los Sitios de Zaragoza, durante los primeros meses de la guerra de la
Independencia.
En esta tercera entrega, El rey feln, el coronel Francisco de Faria asiste al
desarrollo de la guerra de la Independencia, participando en varios combates,
luchando en las guerrillas y defendiendo Cdiz del asedio de los franceses.
La guerra de la Independencia fue uno de los episodios ms decisivos de la
historia de Espaa, pues por primera vez el pueblo tom conciencia colectiva de
nacin y se levant en armas contra el invasor, en medio de una sensacin
patritica hasta entonces desconocida. La victoria en la guerra pudo haber sido el
principio de un sentimiento comn de unidad, pero ocurri todo lo contrario.
El nefasto reinado de Fernando VII fue el desencadenante de toda una serie
de persecuciones polticas, guerras civiles, golpes de Estado, insurrecciones
militares, prdida de autoridad y de prestigio, subdesarrollo econmico,
acentuacin de las desigualdades sociales y retraso cultural que se alargaron
hasta finales del franquismo, y a en la segunda mitad del siglo XX.
Las fuentes documentales y la bibliografa sobre esta poca y sobre las
guerras napolenicas son abrumadoras e inabarcables siquiera en toda una vida.
Para documentar los hechos que acontecen en esta novela he recurrido a las
numerosas historias generales de la guerra, algunas de ellas editadas en pleno
proceso de redaccin de esta obra, a decenas de monografas especficas
sectoriales y locales y a archivos y colecciones documentales muy variadas.
Para aspectos relacionados con la vida cotidiana, utensilios, alimentos, vestidos,
armas, etc., me he servido de la documentacin de archivos locales y de los
fondos de museos y colecciones etnogrficas, donde se conservan abundantes
materiales de comienzos del siglo XIX, as como a la pintura y los dibujos de los
artistas de ese tiempo, especialmente a la obra de Francisco de Goy a.
Para la descripcin de los lugares de las batallas y de las ciudades que aqu
aparecen mencionados he consultado planos, mapas y grabados de la poca y he
visitado todos ellos, aunque la may ora han sufrido tales alteraciones urbansticas
en las ltimas dcadas que apenas seran reconocibles en la actualidad para los
que los contemplaron entre 1808 y 1815.
Agradezco los consejos que el escritor aragons Rosendo Tello me ha
prestado de una manera altruista y generosa para mejorar esta novela. Su
amistad me honra tanto como su magisterio me ensea.
JOS LUIS CORRAL LAFUENTE (Daroca, Provincia de Zaragoza, 13 de julio
de 1957) es un historiador y escritor espaol. Profesor de Historia Medieval y
director del Taller de Historia en la Universidad de Zaragoza (Espaa), es el
historiador aragons de may or xito en el gnero de la novela. Ha dirigido
diversos programas de radio y televisin de divulgacin histrica. Ha centrado su
labor investigadora en la Edad Media en Espaa, y producto de este trabajo es
una extenssima obra historiogrfica.
Autor de novelas histricas, ha publicado numerosos artculos y colaborado en
programas de radio y televisin. Ha sido asesor histrico de la pelcula 1492: La
conquista del paraso de Ridley Scott.
En 1992 obtuvo la medalla de plata en el XXXIV Festival Internacional de Vdeo
y Televisin de Nueva York como director histrico de la serie Historia de
Aragn en vdeo.
Notas
[1] Vase, en esta misma coleccin, Trafalgar (2001). <<
[2] Vase la continuacin de Trafalgar: Independencia! (2005). <<