3ra. Serie - Historias de La Historia
3ra. Serie - Historias de La Historia
3ra. Serie - Historias de La Historia
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Algunas historias de nombres propios y, a la vez, comunes: amperio,
baremo, boicot, cardan, colt, daltonismo, dédalo, diesel, eco,
epicúreo, fauna, flora, galvanizar, hermafrodita, linchar, macadam,
magdalena, maltusianismo, masoquismo, máuser, nicotina, pánico,
pantalón, pasteurizar, pullman, quinqui, rolls, sadismo, sandwich,
lesbianismo, saxofón, silueta… y otros muchos. —La invención de la
silla eléctrica. —Cuando Madrid fue capital de Armenia. —La
condesa sangrienta. —La higiene. —Teodora de Bizancio, prostituta
y emperatriz. —Historia de una cortesana: la Paiva. —Algo sobre los
médicos. —Historia del café. — Miguel Servet, médico, teólogo,
hereje y mártir. —Los orates. —Ser cornudo no es ningún mérito. —
¿Se puede vivir sin amor?
Estos y otros temas, junto con multitud de anécdotas, son tratados
en esta tercera serie de Historias de la Historia.
Carlos Fisas
Historias de la Historia
Tercera serie
ePub r1.2
Arnaut 26.04.15
Carlos Fisas, 1985
Diseño de portada: Redna G. sobre detalle de «Isabel de Portugal» de Tiziano
Dice Menage que los portugueses son tan aficionados a la música, que
tras cierta derrota de un ejército luso, al recorrer el vencedor el
campamento, encontró abandonadas catorce mil guitarras.
Un magistrado, pariente de madame de La Sablière, le dijo un día con
mucha gravedad:
—Siempre andas con amantes. Uno tras otro. Por lo menos las bestias
tienen sólo una época de celo.
—Por eso son bestias —replicó ella.
El novelista francés Pierre Loti viajaba por Alsacia cuando vio en una
granja un magnífico perro y quiso comprarlo.
—¿Para qué quiere usted al perro? —preguntó el dueño.
—Me lo llevaré conmigo a América.
—Imposible. Yo no quiero separarme de mi perro.
Pocos días después, Loti se enteró de que un vecino suyo había
comprado el perro por una cantidad inferior a la que él había ofrecido, e
indignado fue a ver al granjero.
—Usted me dijo que no quería vender el perro…
—No, no —le interrumpió el alsaciano—. Yo no dije que no lo quisiera
vender, sino que no deseaba separarme de él. Y estoy tranquilo: mi perro es
listo y dentro de dos o tres días volverá a mi casa. Pero si se lo hubiera
vendido a usted para llevárselo a América, seguro que no hubiera podido
atravesar el mar para reunirse conmigo.
En uno de los viajes que Alfonso XIII hizo por tierras españolas, llegó a
una ciudad en la que fue recibido por el alcalde. Hacía calor y el rey llevaba
el sombrero en la mano. El alcalde, al verle descubierto, le invitó.
—Cúbrase, Majestad, cúbrase.
El rey sonrió divertido y continuó con el sombrero en la mano.
—Pero cúbrase, Majestad —repitió el alcalde. Entonces, don Alfonso se
puso el sombrero diciendo:
—Con su permiso, señor alcalde.
AMÉRICA
En 1499, un navegante italiano que había acompañado en algunos viajes a
Cristóbal Colón desembarcó en un punto del nuevo continente. Llamó a
aquella región Colombia en honor del descubridor. Se dio cuenta de que no
era una isla, sino «tierra firme del confín de Asia por la parte de Oriente».
Dos años después, en un nuevo viaje, advirtió que las tierras por él
descubiertas, llegaban mucho más allá del finis terrae señalado por
Tolomeo. La concepción del mundo hasta entonces aceptada debía olvidarse
y sustituirse por otra. Américo Vespucio, como dice Ruiz de Lira, «rompía
con las ideas de Claudio Tolomeo y Cristóbal Colón, revolucionando no
sólo la Geografía y Cartografía tradicionales de la Baja Edad Media, sino
toda la anterior concepción religiosa, filosófica y cosmográfica del mundo».
En Saint-Dié, en los Vosgos franceses, el cosmógrafo Martin
Waldseemüller se dedicaba a escribir una introducción a los libros de
Tolomeo. La lectura del informe de Américo Vespucio hizo que en el
planisferio que acompañaba a la obra introdujera la palabra América para
designar el nuevo continente. Así Colón daba su nombre sólo a una parte
del continente y Vespucio a todo él. Debemos decir en honor a este último
que no intervino para nada en esa designación. Por otra parte, los españoles
bautizaron Colombia como Nueva Granada. Fue Bolívar quien soñó en la
Gran Colombia, que su muerte malogró. De Vespucio existe una amena
biografía escrita por Stefan Zweig[1].
AMPERIO
Andrés María Ampère nació en 1775. Su padre fue guillotinado durante el
Terror. Era un sabio distraído que en 1820 descubrió la mutua acción de las
corrientes eléctricas, sentando así las bases de la electrodinámica. Dio su
nombre al amperio, unidad de medida de la corriente eléctrica que
corresponde al paso de un culombio por segundo. Según el diccionario —de
donde copio, pues debe saber el lector que soy totalmente ignaro en
cuestiones científicas—, equivale a la intensidad de una corriente que al
atravesar un voltímetro durante un segundo libera 0,01035 miligramos de
hidrógeno. Ampère dio también su nombre a los amperímetros.
Era la personificación del sabio distraído, siempre en las nubes. Un día,
debiendo salir de su casa de improviso, dejó un papel en la puerta en el que
había escrito: «He salido». Cuando volvió al cabo de un par de horas, leyó
el papel y se fue otra vez a la calle.
AQUILES Y SU TALÓN
Según una antigua tradición griega, Aquiles, hijo de Peleo y de Tetis, fue
sumergido por su madre en las aguas del río Styx, que tenían el poder de
conceder la inmortalidad a quien en ellas se bañaba. Pero Tetis sujetó a su
hijo por el talón, que resultó ser el único punto vulnerable del héroe.
Durante la guerra de Troya, una flecha le atravesó el pie precisamente por
esa parte del cuerpo, y murió a consecuencia de la herida. También es
casualidad o, mejor dicho, doble casualidad, que la flecha le alcanzara en el
talón y que le produjese la muerte en vez de una simple cojera, como sería
natural. Pero en la mitología griega lo más imposible es probable. Así,
puede leerse laguna Estigia donde se lee río Styx. Y la flecha fue lanzada
por París o por Apolo. Aquiles, por otra parte, había recibido lecciones de
medicina del centauro Quirón y para curar las heridas usaba una planta
llamada «aquilea» o también «milenrama» o «milefolio».
BAREMO
El diccionario que yo uso define esta palabra como «libro de cuentas
ajustadas. Por ext., libro elemental de aritmética». Creo que una definición
más adecuada sería: «Conjunto de tablas numéricas que dan el resultado de
ciertos cálculos. Por ejemplo, baremo de salarios, baremo de intereses».
Su inventor fue el francés François Barrême, nacido en Tarascón en
1638. Treinta años después, el 27 de enero de 1668, presentó al rey el libro
de cuentas ajustadas, primero de una larga serie para cuya publicación
obtuvo un privilegio. Este libro, como los otros que siguieron, estaba
amenizado con dibujos, poemas y divertidas notas que hicieron populares
volúmenes tan indigestos. Ahora esto nos parece absurdo, pero me pregunto
si la declaración de la renta con chascarrillos intercalados y dibujitos
alusivos al señor ministro de Economía haría más soportable el ordeño de
nuestros bolsillos. Me parece que no.
BOICOT
Esta palabra tan usada, no ha entrado en el diccionario académico hasta
fecha muy reciente. En 1950 se introdujo en el Diccionario manual, pero
venía empleándose desde comienzos de siglo. Su origen es inglés, del
nombre del capitán Charles Cunningham Boycott (1832-1877),
administrador de las fincas que el conde de Erne poseía en Irlanda. Este
país estaba entonces en lucha por su libertad, y el famoso orador Parnell
había recomendado a los campesinos que no trabajasen las tierras de los
propietarios ingleses, a menos que se modificara la Liga Agraria
promulgada por el Parlamento británico. El capitán Boycott fue la víctima
más sonada de la consigna. Fiel a su señor, aunque en el fondo disintiendo
de él, Boycott vio cómo se le cerraban todos los comercios, la gente no le
dirigía la palabra, se dispersaban los rebaños faltos de pastores, era
interceptado su correo, etc. Al final, tuvo que ceder y volver a Inglaterra. Y,
cosa paradójica, en su país Boycott abogó por los irlandeses, denunciando
la opresión en que vivían. Tan decidida fue su defensa que, de regreso a
Dublín, al ser reconocido en una reunión, fue aplaudido por los presentes.
La palabra boycott —en castellano, boicot— se incorporó con todos los
honores a los diccionarios del mundo entero.
BOLSA
Varias acepciones tiene esta palabra en el diccionario. Del latín bursa
derivan, por ejemplo, «especie de taleguilla o saquillo para guardar alguna
cosa. Saquillo en el que se echa el dinero y que se cierra para que éste no se
salga», etc. Pero las acepciones «Lonja, sitio, pasillo donde se juntan los
mercaderes y negociantes para sus tratos» o la de «Reunión oficial para la
contratación de fondos públicos» no tienen aquel origen. La «Lonja» o
«Casa de contratación» se llamó «Bolsa» a partir del siglo XVI y procede de
las reuniones que en Brujas —Bélgica— celebraran en su casa, sita en la
Plaza Mayor, los mercaderes de la familia Van der Burse. A ella acudían los
parientes venecianos que habían italianizado su nombre en Della Bursa, y
ambas familias, la flamenca y la véneta, usaban un escudo en el que
figuraban tres bolsas de oro. Tenemos constancia de la existencia de los
comerciantes Van der Burse desde 1257. En 1719 el financiero Law
instituyó la Bolsa en París como centro de contratación de valores, y poco
tiempo después aparecieron, oficialmente, los agentes de bolsa —hoy de
cambio y bolsa—, monopolizadores de las operaciones financieras.
CAMELIA
Este arbusto del Asia tropical fue aclimatado en Europa a finales del siglo
XVII por el jesuita Georges Camelli. A pesar de su apellido italiano, Camelli
había nacido en Brün, Moravia, y fue destinado como misionero a las
Filipinas. Los estudios de zoología y botánica a los que se dedicó le
hicieron célebre en Europa a través de la Royal Society de Londres. Pero su
fama perduró más que sus flores, y más todavía cuando Alejandro Dumas
escribió La dama de las camelias, que se hizo célebre en el mundo entero.
Ya se sabe que la heroína de la novela y del drama de Dumas llevaba
siempre un ramo de camelias blancas, que cambiaba por otras rojas una
semana cada mes.
CARDAN
Los automovilistas usan mucho esta palabra, que según un diccionario
corresponde a «la definición móvil de dos ejes a 180o en un sistema de
rotación». Lo cual a mí me suena a chino. El nombre viene de un inventor
italiano, Gerulamo Cardano, nacido en París en 1501. Inventó este sistema
para evitar que una brújula sufriese los efectos del balanceo de un navío.
Cardano o Cardan fue un individuo muy curioso, profesor de medicina y
solicitado en todas las cortes de Europa, en las que recetaba absurdos
remedios; astrónomo o, mejor, astrólogo, cabalista y gran vanidoso. De sí
mismo escribía: «Se han escrito infinidad de cosas en loor mío, tanto en
verso como en prosa. He nacido para librar al mundo de toda clase de
errores. Lo que yo he descubierto no lo ha sido por ninguno de mis
contemporáneos, ni tampoco por los sabios que me han precedido. Los que
escriben algo digno de permanecer en la memoria de los hombres no se
avergüenzan de decir que a mí me lo deben. He compuesto un libro de
dialéctica en el que no sobra ni falta una sola letra. Lo terminé en siete días,
lo que parece un prodigio».
Como ejercicio de modestia no está mal. Y él sabía que era orgulloso,
vanidoso, vindicativo, envidioso, traidor, brujo, maledicente, calumniador y
poseedor de otros vicios más. Lo reconoce en su De Vita Propria. Para
demostrarse a sí mismo que sabía soportar el dolor, se mordía los labios
hasta sangrar o se pillaba los dedos en una puerta. Soportó de forma
extraordinaria no sólo el dolor físico sino también el espiritual. Su hijo fue
juzgado, condenado y decapitado por haber asesinado a su esposa. Y este
hombre original, que dio nombre a una fórmula, a una suspensión, a una
articulación y a otras cosas más, murió también originalmente. Dado que la
astrología había predicho que iba a morir a los 75 años, y que al cumplir
esta edad no sobrevenía el óbito, optó por suicidarse. Ocurrió en Roma en
1576.
CEREAL
Deriva de la diosa Ceres, que presidía las cosechas en la mitología latina. Es
hija de Cronos y Cibeles. Su culto era especialmente intenso en las regiones
agrícolas, como es natural; por ejemplo, en las comarcas meridionales de
Italia. Se le tributaban sacrificios cuando las mieses empezaban a brotar, y
otra vez en la época de la siega. Generalmente eran sacerdotisas, vestidas
con túnicas blancas, las que cuidaban de las ceremonias.
CICERONE
Hoy esta palabra se ha sustituido por «guía turístico». En el diccionario
figura como «Persona que enseña y explica a los extranjeros las
curiosidades de una población, un edificio, etc.». Creo que forastero sería
preferible a extranjero, porque cuando visito El Escorial o Santiago de
Compostela, por ejemplo, soy un forastero en el lugar, pero ciertamente no
un extranjero. ¡Pobre Cicerón, de quien deriva el nombre! El más grande de
los oradores latinos sirviendo de alias a algunos guías, no todos, por
fortuna, que enseñan —¿enseñan?— los grandes monumentos o ciudades
del país (del nuestro y de otros). Visitar El Escorial ha sido siempre para mí
fuente de disgustos. Aprisa y corriendo, sin tiempo para extasiarse ante el
San Mauricio o el Códice Áureo; ¡ni un momento de respiro! ¡Hala, hala,
corred, rebaño de visitantes! ¡No os paréis! ¿Qué hace usted ahí parado?
¡Pase usted, que vamos a cerrar para que se pueda abrir en seguida a otro
hato de turistas que espera…! Y lo mismo en tantos otros sitios: Versalles,
el Palacio Real de Madrid…
COLT
Cualquier aficionado a las películas del Oeste conocerá la palabreja en
cuestión, que incluso ha dado título a algunas de ellas con más o menos
complementos: La ley del colt, El colt en mi mano, etc. En estos casos, se
trata sin duda del «personaje» más importante del filme, oscureciendo al
actor de fama, llámese Gary Cooper o John Wayne. Pero aún más interés
despierta la figura de su inventor, Samuel Colt. Nació en Martford, en el
estado de Connecticut, el 19 de julio de 1814. En este mismo año se había
inventado el fulminato de mercurio, que servía para cebo de los cartuchos, y
se había construido la primera máquina de vapor. La primera de dichas
innovaciones permitiría desarrollar los revólveres de seguro
funcionamiento; la segunda, la fabricación en serie de los mismos. Los
comienzos de Colt no fueron los de un industrial, sino de un aventurero: en
efecto, se embarcó como grumete en un navío que zarpaba rumbo a
Calcuta. Según dijo después, ya tenía en mente la idea de un arma que
pudiera disparar repetidas veces sin necesidad de cargarla después de cada
disparo. La idea no era nueva: en 1818, Wheeler y Collier, dos
norteamericanos, estaban trabajando en ello, partiendo de las armas de
repetición que se usaron desde principios del siglo XVIII en Europa. Creo
que en el Museo Lázaro Galdiano, de Madrid, puede verse una pistola con
una platina de sílex, un depósito de pólvora y un sistema de rotación. Colt,
que conocía lo hasta entonces ensayado, se asoció con dos armeros, Aron
Chase y John Pearson, y en 1831 fabricó un prototipo basado en las
posibilidades del fulminato de mercurio. La patente es de 1835 y 1836 en
Inglaterra y Estados Unidos, respectivamente. También en 1836 inventó el
revólver de repetición, lo ofreció al ejército de los Estados Unidos, pero
éste lo rechazó. En cambio, el entonces independiente estado de Texas lo
compró y lo usó con éxito. Sus víctimas son los indios comanches. Cuando
Texas y México entraron en guerra, el primero de dichos países compró
miles de revólveres Colt para sus hombres. Ya era hora, pues Colt se había
declarado en suspensión de pagos y este pedido salvó su fábrica. Un alto
mando del ejército texano declaró: «Prefiero enfrentarme a un millón de
soldados enemigos con doscientos cincuenta soldados armados con
revólveres Colt, que con mil hombres provistos de armas tradicionales». El
revólver más célebre, el que aparece en las películas, es el de seis disparos,
cañón de 229 milímetros y calibre 11,4 milímetros: se trata del llamado Colt
Walker o, en la jerga del Oeste, «el juez Colt y sus seis jurados». Colt murió
en 1862. Jesse James, Buffalo Bill, Billy el Niño, John Wayne, Gary
Cooper, unos en la realidad y otros en la ficción, hicieron célebre la fórmula
de la época: «Dios creó los hombres; Colt los hizo iguales».
CHOVINISMO
Nombre que se da al patriotismo exagerado, inflexible y ridículo cuando no
falso. Es lo que en castellano se llama patriotería. El término chovinismo
nos viene del francés, en cuyo vocabulario entró gracias a Nicolás Chauvin,
natural de Rochefort, exagerado en sus sentimientos napoleónicos, soldado
bravísimo, herido diecisiete veces. No conocía otro entusiasmo que el muy
ingenuo que profesaba a Napoleón, en quien veía la quintaesencia de
Francia. En 1830 se hizo célebre por una comedia, La Cocarde tricolore,
original de los hermanos Cogniard y que fue representada innumerables
veces. Francia es la patria del chovinismo, que presenta unas características
distintas del patriotismo de otros países. Un inglés, un español, un italiano,
por ejemplo, dirán: «Esto es inglés o español o italiano, luego esto es
bueno». El francés por su parte, dirá: «Esto es bueno, luego es francés».
Así, por ejemplo, hace suyos a Miró, Picasso, Dalí, Chagall, Kandinski, Van
Dongen…, todos extranjeros. No importa: se les clasifica dentro de la
«Ecolé de París» y ya están «nacionalizados».
ISABEL II. LA REINA GOBERNADORA
DALTONISMO
Se dice que cierto físico inglés dibujaba un prado, y la hierba la pintaba de
color rojo. Le llamaron la atención diciéndole que aquél era el color de la
sangre, a lo que contestó: «Pero ¿no es lo mismo?». Este físico se llamaba
John Dalton y había nacido el 5 de septiembre de 1766 en Eaglesfield, en el
Cumberland. Profesor de historia natural y de matemáticas, descubrió leyes
importantes sobre la dilatación de los fluidos y la de las mezclas de gases, y
definió la noción de molécula y de peso molecular. Se dio cuenta —o
lograron que se diera cuenta— de que los colores de determinadas flores —
rojo, anaranjado, amarillo y verde— eran para él de un solo tono
amarillento. Sus palabras exactas fueron: «Una mancha de tinta ordinaria en
un papel blanco tiene para mí el mismo color que una persona sana. La
sangre se parece al verde oscuro de las botellas». Por ello se llama
daltonismo a la enfermedad de la vista que hace confundir unos colores con
otros. En atención a quienes padecen dicha anomalía, en algunos países los
semáforos tienen la luz roja circular y la verde, cuadrada. Recuerdo haber
visto esas señales de tráfico en Zurich.
DECIBELIO
Cuando se dice que en una discoteca los altavoces están emitiendo a
demasiados decibelios y que el ruido es pernicioso para la salud, cuando las
autoridades controlan —cuando controlan— los decibelios emitidos por las
motos o los claxons de los coches, pocos sabrán que están rindiendo
homenaje al inventor del teléfono. El decibelio o décima parte del «bel»
debe su nombre a Alejandro Graham Bell, que nació en Edimburgo en
1847. Considerando que un volumen de 90 decibelios es dañino para el oído
humano, el «bel» es ya un puro intento de asesinato. Bell emigró al Canadá,
y como era profesor de fonética y dicción decidió ampliar sus enseñanzas
dedicándoselas a los sordos. Llegó a construir un oído artificial, lo que le
llevó al descubrimiento del teléfono. Murió en 1922.
DÉDALO
Acabo de leer en un periódico, que cierto político se había «metido en un
dédalo sin salida», lo cual es inexacto: el dédalo tiene salida, difícil de
encontrar, pero la tiene. La señora Pasifae, esposa de Minos, rey de Creta,
se enamoró de un toro. Así, como suena: de un toro. Y no sólo se enamoró,
sino que quedó encinta de él y, al cabo de unos meses, dio a luz un
monstruo que tenía cuerpo de hombre y cabeza de toro. Ignoro los meses
del embarazo porque no sé si parió como hembra perteneciente al género
humano o al vacuno. El rey Minos no gustó de los cuernos —reales de toda
realidad, en este caso— y encargó a un arquitecto, Dédalo, la construcción
de un laberinto en el que encerró al hijo de Pasifae, que fue llamado
Minotauro. Este monstruo se alimentaba de los prisioneros que hacían
entrar en el laberinto y no podían encontrar la salida. Un día desembarcó en
Creta Teseo dispuesto a combatir al Minotauro y darle muerte. La hija de
Minos, que se llamaba Ariadna, pidió a Dédalo la solución para entrar en el
laberinto y salir sin estorbos. Dédalo, que era hombre de recursos, dio a
Ariadna un cordel que Teseo ató a la entrada y fue desenrollando mientras
iba en busca del monstruo. Lo encontró, le mató y gracias al «hilo de
Ariadna» —expresión que también ha llegado hasta nosotros— pudo salir
indemne. Pero no todo acabó bien. Ariadna huyó con Teseo hasta la isla de
Naxos, donde fue abandonada. Según unos autores se suicidó arrojándose al
mar; según otros se casó con Baco. La historia ha dado lugar a multitud de
obras en todos los campos del arte, la más reciente de ellas la ópera de
Hugo von Hoffmannsthal y música de Ricardo Strauss (Ariadna en Naxos).
Por lo que se refiere a Dédalo, Minos decidió encerrarle en el laberinto
junto a su hijo Ícaro. Pero ambos consiguieron huir gracias a unas alas que
construyó el padre a base de plumas unidas con cera. Icaro, borracho de
alegría al ver que volaba, se acercó demasiado al sol, que fundió la cera.
Cayó en el mar y se convirtió así en la primera víctima conocida de la
aviación. Como se ve, el dédalo tiene salida, aunque sea por los aires. Por
ello no puede hablarse de un dédalo de disposiciones administrativas o
burocráticas porque éstas, al decir de las gentes, no tienen salida alguna.
DIESEL
Todo el mundo ha oído hablar, por lo menos, de los motores Diesel, coches
Diesel, etc., pero pocos saben que deben su nombre a Rudolf Diesel, nacido
en París de padres alemanes, el 18 de marzo de 1858. En 1870, después de
la batalla de Sedan, la familia Diesel se instaló en Alemania y el pequeño
Rudolf, de doce años, se inscribió en la Escuela Industrial de Augsburgo,
donde terminó sus estudios una década más tarde. Se interesó en la
ingeniería de la refrigeración, y sustituyó el vapor de agua por amoníaco
supercalentado y cuadruplicando su presión. En 1893, los ingenieros de
M.A.N. —Maschinen Augsburg Nuremberg— se inspiraron en las ideas de
Diesel y construyeron el primer motor que puede llamarse así, al que
siguieron otros cada vez más perfeccionados. De todos modos, el inventor
veía que los demás se enriquecían a su costa y quiso lanzarse por su cuenta
a la construcción de motores para automóviles y locomotoras. Sufrió un
fracaso del que no se repuso, hasta tal punto que el 20 de septiembre de
1913, en el transcurso de la travesía de Amberes a Inglaterra, desapareció
de la nave y se supuso que se había suicidado.
DRACONIANO
Se dice de un reglamento o ley muy severa. Su nombre deriva del legislador
griego Dracón, legislador ateniense autor del primer código escrito de su
país. Se calcula que data del año 625 antes de Cristo, aproximadamente. La
pena que se imponía por los menores delitos era la de muerte: no sólo por
asesinato o sacrilegio, sino por robo e incluso ociosidad. Cuando se le
preguntó el porqué de tal severidad, respondió:
—Todos esos delitos merecen la muerte. Lástima que para los crímenes
mayores no haya otra pena más grave, porque la habría impuesto.
Una de las leyes que se conservaron, aun después de haber sido
derogado el código, era la referente a la autorización al marido engañado
para que pudiese matar al amante de su mujer. Y a su mujer, claro está, pero
esto no merecía ley alguna porque se daba por sentado.
ECO
Repetición del sonido cuando la onda sonora es reflejada por algún
obstáculo. En la mitología griega, Eco era hija del Aire y de la Tierra, y
ninfa de los bosques y las fuentes. De todas las ninfas era la que más
charlaba, y con ello distraía a Hera —Juno en la mitología latina— cuando
Zeus-Júpiter se iba de picos pardos. Para castigar a la charlatana, Hera la
convirtió en roca diciéndole:
—Dirás siempre la última palabra, pero jamás podrás decir la primera.
Se enamoró de Narciso, pero no pudo decírselo ni llamarle nunca
porque sólo podía repetir las últimas sílabas de lo que le decían a ella.
Desconsolada, se dejó morir.
EGERIA
Cuando una mujer influye mucho en las acciones de un hombre,
especialmente cuando un hombre es público —político, escritor,
economista, pintor, etc.—, se dice que es su Egeria o su ninfa Egeria. Era
también, como Eco, ninfa de las fuentes y los lagos, y se la consideraba
consejera de Numa Pompilio, segundo rey de Roma, que según la tradición
murió en el Lacio entre el 714 y el 671 antes de Cristo. Egeria se reunía con
él en una gruta y le dictaba las leyes que debía imponer a su pueblo. Al
contrario que Dracón, Numa, aconsejado por Egeria, era misericordioso,
comprensivo y sencillo. Un día cayó un rayo en el bosque y Numa fue, en
su calidad de sumo sacerdote, encargado de pedir al dios del lugar la
explicación de aquel hecho.
—Corta una cabeza —dijo el dios.
La respuesta era ambigua y de ello se aprovechó el rey.
—Cortaré la cabeza a una cebolla.
—De hombre —insistió el dios.
—Bien, le cortaré la melena.
—Un alma —insistió el otro.
—De acuerdo, pero será el alma de un pez.
El dios, que era Júpiter, rió con las respuestas del rey, y viendo que era
capaz de resistírsele con tal de salvar a un hombre de su pueblo, le premió
haciendo llover un redondo escudo, el llamado ancile, señal de la
inexpugnabilidad de Roma. Muerto Numa, Egeria lloró tanto que fue
convertida en fuente.
EPICÚREO
Según el diccionario: «Que sigue las doctrinas de Epicuro de Atenas.
Sensual, voluptuoso, amigo de los placeres». Las dos cosas son
contradictorias. Epicuro dice textualmente: «Cuando sentamos el principio
de que el bienestar es el fin del hombre, no queremos en modo alguno
hablar de los placeres de la lujuria ni de la intemperancia, como piensan
algunos hombres que desconocen nuestra doctrina o que la interpretan
torcidamente. El bienestar, tal como nosotros lo entendemos, es la salud del
cuerpo y es la inalterable tranquilidad del alma». La idea de Epicuro de
evitar el dolor debe entenderse como que hay placeres que pueden costarnos
la salud, la hacienda o la tranquilidad anímica. El principal placer es el del
espíritu porque el corporal es pasajero y limitado, y origen de dolores que
pueden durar toda la vida. «No son las heridas, ni el goce de las mujeres, ni
las suntuosas mesas las que hacen la vida agradable, sino el sobrio
pensamiento que descubre las causas de todo deseo y de toda antipatía y
aparta las opiniones que turban al anciano». Como puede verse, la doctrina
de Epicuro, que nació en Samos el 341 antes de Cristo, es muy diferente de
la que, comúnmente, se entiende por epicureismo.
FAHRENHEIT
Todo lector de novelas americanas se encontrará, si no lo observa el
traductor, con temperaturas del cuerpo humano de 70 grados o algo
parecido. Se trata de temperaturas Fahrenheit, cuyo grado 32 es el de la
congelación del agua y el 212, el de su ebullición. Gabriel Daniel
Fahrenheit fue un físico alemán que nació en 1682 y murió en 1736. Su
sistema de medición de temperaturas se usa en la mayor parte de los países
anglosajones. No se asusten, pues, los lectores de libros de esas latitudes si
los protagonistas atraviesan desiertos a 220 grados de calor o a 28 grados de
frío en invierno (temperaturas puestas a ojo por mí).
FALOPIO
Trompa de Falopio: son los conductos por los cuales los óvulos se trasladan
de los ovarios al útero; por ello decía Jardiel Poncela que era la música de
trompa más interesante de tocar. Gabriel Falloppio —1553-1562— fue un
cirujano y anatomista italiano que dio su nombre a multitud de
descubrimientos por él efectuados en el cuerpo humano, como el acueducto
de Falopio en el hueso temporal y el ligamento de Falopio en los huesos del
pubis.
FARADIO
Unidad práctica de capacidad métrica usada desde 1881, cuyo símbolo es F.
Desde 1931 se usa también el microfaradio. Su nombre deriva de Michael
Faraday, inglés nacido el 22 de septiembre de 1791 de padres pobres. Sólo
recibió la instrucción primaria, y a los catorce años trabajaba como aprendiz
en el taller de un encuadernador. Allí empezó a interesarse por la lectura y,
en especial, por la de obras técnicas. Un día, un profesor de física encontró
al gran físico Davy con una carta en la mano:
—¿Qué es? —le preguntó.
—La solicitud de un chico para entrar en mi laboratorio. No sé que
hacer, si aceptarle o no.
—Si quieres un consejo, dale dos botellas sucias para que las limpie. Si
vale y tiene interés, no le importará hacerlo.
Davy siguió el consejo, y así Faraday, que era el remitente de aquella
carta, entró en el laboratorio deseado. Tenía entonces veintiún años. A partir
de 1821, se dedicó intensamente al estudio de la electricidad y el
magnetismo, amén de los fenómenos electrolíticos. Por fortuna, no le
sucedió lo que a tantos investigadores y sabios que encontraron en su
camino la incomprensión, cuando no el desprecio, de sus contemporáneos.
Faraday, por el contrario, fue reconocido por todos como el gran
investigador de su tiempo. El ministro Melbourne quiso concederle una
pensión como premio a sus grandes descubrimientos científicos. Fue a
visitarle en su laboratorio y le dio cuenta de su propósito. Faraday, ingenuo,
modesto y desinteresado, estaba perplejo, convencido de que no merecía tal
honor. El ministro tuvo un gesto de impaciencia algo brusco y Faraday
rechazó la pensión. Más tarde, el político reconoció haberse equivocado y
recurrió a un amigo para que convenciera a Faraday para que aceptase la
pensión.
—No puedo aceptarla. Necesitaría que el ministro me escribiese una
carta excusándose y, realmente, yo soy muy poca cosa para que el ministro
haga tal gesto.
La carta de excusas fue escrita y Faraday recibió la pensión. En 1867
murió en Hampton Court, en una casa que la reina Victoria había puesto a
su disposición.
FAUNA
El llorado Félix Rodríguez de la Fuente hizo que esta palabra resultara
familiar a todos los españoles. Designa el conjunto de los animales propios
de un país o de una comarca, y también la obra que los describe. En su
origen, semidiós de los prados, bosques y selvas que protegía los rebaños y
los cultivos; se le figuraba con manos y pezuñas de cabra. Simboliza la
abundancia y la voluptuosidad. Por extensión, se habla de la fauna del
barrio chino barcelonés o de cualquier otro sitio en el que se reúnen
personajes poco recomendables o estrambóticos: la fauna existencialista,
hippy, punk, etc.
FLORA
Complemento indispensable de la palabra anterior: conjunto de las plantas
de un país o comarca, obra que trata de ellas, enmarcándolas y
describiéndolas. Flora era la diosa de las flores y los jardines. Este nombre
propio pasó a común hacia 1770, cuando la pasión por la botánica se
desarrolló en forma tal que constituyó una verdadera moda. Se dice que la
ninfa Flora nació en las islas Afortunadas y, desde luego, su culto fue muy
intenso en Roma, donde el Senado instituyó los juegos florales, que se
celebraban en el mes de abril.
Ahora se habla también de la flora microbiana refiriéndose a los
microrganismos de un tejido vivo o una cavidad del cuerpo humano. Lo
cual no me negarán que está muy lejos de las rosas, los jacintos, los nardos
y otras plantas. Por cierto, que quizá en Flora algunas jovencitas podrán
encontrar una excusa. La diosa Juno deseaba tener un niño, pero sin el
concurso de Júpiter. Consultó a Flora, que le proporcionó una flor que
dejaba a una mujer encinta con su solo contacto. Así engendró a Marte. Si
alguna joven puede contar a sus padres que ha sido una flor tal vez les
convenza, pero lo dudo. En todo caso pueden probarlo.
FUCSIA
Charles Plumier era un sacerdote francés y gran naturalista, que por orden
de Luis XIV botanizó en América repetidas veces. Descubrió allí una planta
de hermosas flores rojas que ahora son cultivadas como plantas de adorno.
Les dio el nombre de fucsias en honor de Léonard Fuchs, un bávaro nacido
en 1501 en Wembdringen, médico y naturalista célebre que realizó grandes
estudios, muy apreciados en su época, sobre los purgantes, los baños y su
higiene, el tratamiento de la lepra y la sífilis y descripciones de plantas
como el áloe, ruibarbo, acónito, cicuta y láudano. Murió el 10 de marzo de
1561. Plumier vivió de 1646 a 1706.
GALVANIZAR
Cuando un orador galvaniza a sus oyentes quiere decir que les anima, les
excita tal como se excitan los músculos en forma incontrolada e
inconsciente. Palabras como «galvanómetro» y otras de la misma familia
deben su origen a Luigi Galvani, médico y físico italiano nacido en Bolonia
en 1737. Un día en que su esposa Lucia estaba preparando unas ancas de
rana para la comida, se dio cuenta de que, en la proximidad de una máquina
eléctrica que allí había, las aves saltaban cuando las tocaba con el cuchillo.
Galvani comprobó que, incluso sin la presencia de la máquina eléctrica, un
simple conductor metálico en contacto con el sistema nervioso o el músculo
de la rana era suficiente para excitarlo. Comunicó su descubrimiento a la
Universidad de Bolonia, de la que era profesor. Murió en esa ciudad en
1798.
GARDENIA
El gran naturalista Linneo dio este nombre a una flor como homenaje a
Alexander Garden, gran botánico escocés del siglo XVIII. La gardenia
procede de China y no fue conocida en Europa hasta 1720,
aproximadamente.
CATALINA LA GRANDE, II
Un ejemplo de adulación:
—¿Qué edad tenéis? —preguntó Luis XIV a Despriaux.
—Señor, yo nací una hora antes que Vuestra Majestad para narrar la
grandeza de vuestro reinado.
Una réplica de Las bodas de Fígaro, de Beaumarchais, que vale por una
anécdota:
Susana. —¿Cuándo dejarás de hablarme de amor desde la mañana hasta
la noche?
Fígaro. —Cuando te lo pueda demostrar desde la noche hasta la
mañana.
Todos los hombres creen ser una excepción. Por ejemplo, ante las leyes
y los reglamentos.
ORATES
A bobos y a locos no les tengas en poco, dice el refrán, pero hay que ver
la cantidad de ellos que han alcanzado fama, honores y altos puestos.
¡Cualquiera no les hace caso! Reyes, emperadores, sabios, artistas, literatos
figuran en la lista de los locos egregios.
Nabucodonosor, privado de la razón siete años antes de morir,
convirtiose por sus asquerosos actos en un ser repugnante. Tampoco estaría
muy bien de los cascos Jerjes, rey de Persia, cuando mandaba prender y
azotar al mar rugiente. El emperador Adriano comportóse como un
desequilibrado, y lo mismo puede asegurarse de Nerón. Lúculo murió
demente.
En nuestra historia, dejando aparte a Juana la Loca, tan popularizada por
el lacrimoso drama de Tamayo y Baus y por la inframediocre película de
Juan de Orduña, tenemos ejemplos notables de desvaríos.
El hijo de Felipe II, don Carlos, era un enajenado mental. Cuando a la
edad de dieciséis años cayó enfermo, Felipe II llamó al gran anatomista
Vesalio. Pero a los consejos de Vesalio, los médicos ignorantes que
rodeaban al príncipe prefirieron el empleo de un ungüento preparado por un
brujo morisco de Valencia, llamado Pinterete.
El ungüento no produjo mejores efectos que la sangría y las purgas, y
don Carlos deliraba: su padre estaba sentado junto a él, rodeado por once
médicos que no podían tomar la palabra sin ser interrogados. A Felipe II
sólo le quedó la esperanza de un milagro, e hizo acostar en la cama de su
hijo el cuerpo momificado de Diego de Alcalá, muerto en olor de santidad
un siglo antes. Sin embargo, Vesalio practicó una trepanación. El príncipe
entró inmediatamente en convalecencia y pudo levantarse un mes después.
En este párrafo que copio textualmente, Reparaz recoge datos falsos.
Vesalio no practicó la trepanación: según una carta de Daza Chacón, quien
hizo un raspado de pericráneo fue el cirujano español. A la operación asistió
Vesalio, pero ni uno ni otro efectuaron trepanación alguna.
Don Carlos quedó, a pesar de todo, débil de espíritu. Tenía además una
anomalía en los órganos genitales que le hacía impropio para el casamiento.
Los médicos en vano habían intentado desarrollar su vitalidad. Tenía
impulsos violentos, pegaba a las mujeres o las abrazaba brutalmente, aun
cuando «fueran las más grandes del reino». Insultaba a su madrastra, muy
buena y tierna para con él. Pegaba, insultaba o amenazaba con un cuchillo a
los nobles de su corte. Su apetito era excesivo; comía glotonamente. En
varias ocasiones se tragó piedras preciosas, que sólo devolvió a fuerza de
purgas. El embajador veneciano decía de él: «Está atacado de alienación
mental, como su bisabuela; habla con lentitud y dificultad, y sus frases son
inconexas».
De todos modos, nuestros reyes no han sido los únicos con trastornos
mentales. Jorge III de Inglaterra enloqueció, recobró la razón y la volvió a
perder hasta su muerte.
Se dice que cuando el primer ministro presentó a su aprobación el
discurso de la corona, que debía pronunciar en la apertura del Parlamento,
el rey Jorge lo leyó atentamente e inquirió:
—¿Y por qué no se habla de mis cisnes?
El ministro quedó asombrado, pero viendo que su regio interlocutor
continuaba insistiendo, con la mayor seriedad, en que debían incluirse los
cisnes en el discurso, empezó un párrafo diciendo:
Gaspar Balaus, orador, poeta y médico del siglo XVII, cayó en tal
debilidad mental, que creyó ser de mantequilla y no quería aproximarse al
fuego ni que le matasen, por miedo a derretirse. Un día de mucho calor,
temiendo por su consistencia, se arrojó de cabeza a un pozo y murió
ahogado.
El cardenal de Noailles iba con frecuencia a visitar a los pobres, los
encarcelados y los locos. En una de estas últimas visitas, un individuo de
unos cuarenta años se presentó a Su Eminencia y le suplicó su libertad.
—Monseñor —le dijo—, os pido que os intereséis por mí. Tenía una
regular fortuna y mis parientes, para apoderarse de ella, me hacen pasar por
loco y me han recluido en esta casa. Pido a Vuestra Eminencia que hable
conmigo de lo que quiera y me examine como le venga en gana; se dará
cuenta, así, de cuán injusto es que se me mantenga aquí encerrado.
En efecto, el cardenal, tras una larga hora de conversación, se dio cuenta
de que aquel hombre razonaba bien y no dudó un solo momento de lo
arbitrario de su internamiento.
—Siento vuestra situación —le dijo— y os prometo que trabajaré para
obtener vuestra libertad. Volveré la semana próxima y espero traer conmigo
la orden de liberación.
—Dios os lo pague —respondió el pseudoloco—. Os ruego solamente
que no vengáis el sábado, porque ese día tengo citadas a las almas del
Purgatorio y debo estar aquí para recibirlas.
—Hacéis bien en advertirme —dijo el cardenal, suspirando al pensar lo
que había estado a punto de hacer. (Mémoires anecdotiques des regnes de
Louis XIV et Lotus XV).
Un hombre fue a ver, por pura curiosidad, a los locos del manicomio
francés de las Petites Maisons. Se paró ante uno que estaba encerrado en
una habitación y sólo hablaba a través de una reja. Le preguntó por qué
estaba allí, y el loco le dio la misma explicación que el orate de la anécdota
anterior, y con tal seriedad y razón, que dejó convencido al pobre hombre,
que también le prometió preocuparse de su suerte. Ya se iba, cuando el loco
le llamó:
—¡Oiga! Que quiero decirle algo muy secreto. Acercó el otro su cabeza
a la reja y el loco dio un bocado tal que se le llevó media nariz.
—¡Anda, tonto! Así aprenderás a no fiarte de ningún loco. (Contes de
D'Orville).
El doctor Gall, creador de la frenología, visitaba un día a los locos de
Bicétre para examinarles. Le llamó la atención uno de ellos y le dijo:
—¿Cómo es que está usted aquí? Me parece que es usted un hombre tan
normal como yo. En su cráneo no encuentro ningún signo de locura.
—No le extrañe, doctor, porque ésta no es mi cabeza, sino una que me
puse para sustituir la que me cortaron cuando la Revolución.
¿Sabían ustedes que Madrid dejó de ser española y fue capital de Armenia?
¿No? Pues lean la historia, que es curiosa.
León V de Lusignan era rey de Armenia desde que fue coronado en Sis
en 1374. Al año siguiente fue hecho prisionero por los mamelucos, llevado
a El Cairo y encerrado en prisión. Se le ofreció la libertad si abjuraba del
cristianismo y se hacía mahometano. León se negó. Su esposa murió en el
cautiverio. Envió mensajeros a las diversas cortes europeas pidiendo auxilio
y rescate para obtener su libertad. Entre los que le contestaron figuran Juan
I de Castilla y Pedro IV de Aragón y III de Cataluña. Una vez lograda su
liberación, el monarca armenio se trasladó a Europa y visitó al Papa
Clemente VII, del que sólo obtuvo buenas palabras, y al rey de Aragón, que
le consoló como pudo pero no le socorrió con dinero. Por fin, Juan I de
Castilla, en un arranque de generosidad, le otorgó el señorío de Madrid,
Andújar y Villarreal (Ciudad Real) con sus rentas, amén de 150 000
maravedíes de renta.
Y ya tenemos a León V señor independiente de Madrid independiente.
Se instaló en el Alcázar y durante tres días hubo fiestas en la nueva capital
de Armenia para celebrar a su nuevo señor. De todos modos, aunque
prometió confirmarles los privilegios de que gozaban, se desentendió de los
madrileños hasta el punto que el 12 de octubre de 1383, pocos meses
después del inicio de su reinado, el rey de Castilla tuvo que prometer a los
pobladores de Madrid que aunque lo hecho hecho estaba, a la muerte de
León V volvería la villa a ser castellana y prometía no enajenarla nunca
más. Siete días después, León recibía el homenaje de sus nuevos vasallos
consolados por la promesa del rey castellano.
Francisco Carlos Sainz de Robles, en su obra Madrid, autobiografía
(Ed. Aguilar), hace hablar a la villa en primera persona y dice: «Mi nuevo
señor se dejó ver en público diariamente reconociéndome de punta a punta,
muy curioso y reanimado, con sonrisa afable, sobre un caballazo tordo y
seguido de una lucida escolta de lanceros ataviados con el pintoresquismo
con que ahora los vemos en alguna opereta. Vestía a lo oriental, con
turbante blanco, guayabera de raso rojo, amplios calzones, botas de
velludillo. Sobre el pecho lucía, pendiente de una gruesa cadena de oro, un
sol enorme sobre un anagrama indescifrable para mí. A su paso, las gentes
mostrábanse silenciosas, atragantados los vítores y rotos los aplausos. Yo
me divertí mucho aquellos primeros días».
Sainz de Robles lo describe todo como si lo hubiese visto. Paso por el
atuendo que atribuye al nuevo rey de Madrid, pero dudo mucho del que
dice ostentaban los hombres de su guardia, que no debían ser orientales —
sólo se había librado del cautiverio el propio León V— sino mesnaderos de
los andurriales de la que ya era entonces Villa y Corte, aunque lo último lo
fuera de un país extranjero. Sainz de Robles dice que «las gentes
mostrábanse silenciosas», etc. ¿Cómo lo sabe? En realidad, es que a él,
madrileñista químicamente puro, se le atraganta el hecho de que durante
unos años el Madrid de sus amores no fuese español sino armenio. Como
un Gibraltar provisional. Y no por conquista traicionera sino por estúpida
donación de un rey castellano.
León V se cansó pronto. No duró mucho su estancia en la entonces
capital de Armenia. Se fue a Navarra y luego a Francia y murió en París en
1393, aunque ya antes, en 1391, las Cortes castellanas y el rey Enrique III
habían revocado la donación, devolviendo a los madrileños la nacionalidad
castellana. Sin embargo, conservaron la pensión de 150 000 maravedíes
concedida al efímero rey de Madrid.
El madrileñismo de Sainz de Robles es tal, que me recuerda a aquel
enamorado a quien un amigo le decía:
—Esa chica tiene un ojo más pequeño que el otro.
—¡Qué va! ¡Si tiene unos ojos grandísimos! Lo que pasa es que uno es
más grande que el otro.
ISABEL II. REINA (I)
Paco Natillas
es de pasta flora
y se mea en cuclillas
como una señora.
En realidad, parece que don Paquito —así llaman al rey consorte en los
ambientes madrileños— navegaba a vela y a motor, y se le atribuían
repetidas visitas a cierta casa de mala nota donde se limitaba a hacer de
voyeur, sin participar jamás activamente. En cambio, tenía tantos amantes
masculinos como la reina. De estos últimos cuenta el ministro Salamanca,
más tarde marqués del mismo nombre, que una vez «que llegó a ejercer el
oficio que, según el gran clásico, tan necesario es con toda República, sólo
por mantenerse en el cargo». Para los que no comprendan el sentido de la
cita, puntualizaré que el gran clásico es Cervantes y el oficio, el de
alcahuete.
Otro de los amantes atribuidos a Isabel II fue el compositor Emilio
Arrieta, profesor de música de la soberana. Otros, Carlos Marfori y José
María Ruiz de Arana, conocido éste en Madrid como «el pollo Arana».
Otro, el militar Puig y Moltó, a quien se atribuía, junto con Arana, la
paternidad del futuro Alfonso XII.
Por su parte, el pueblo cantaba mientras tanto:
Isabelona
tan frescachona
y don Paquito
tan mariquito.
¡Pobre Isabel II! ¡Si fuese cierto la mitad de lo que de ella se dice! Se
comprenden perfectamente las dos frases que pronunció cuando partió para
el destierro. Le hablaba un cortesano de ir a Madrid, pues se hallaba en San
Sebastián, donde le esperaban según él la gloria y el laurel, y respondió
jacarandosa:
—Mira, hijo, la gloria para los recién nacidos y el laurel para la
pepitoria.
En el momento de subir al tren no pudo contener las lágrimas, y
exclamó:
—¡Adiós, España…, adiós! Creí tener raíces más profundas en este
país.
Sucedía esto en 1868. Al llegar a Francia, el matrimonio se separó.
Isabel II se instaló en París, en el palacio de Castilla. Don Francisco, por su
parte, se estableció en Epinay, donde murió a los ochenta años de edad, en
1902. La reina le sobrevivió dos años: falleció el 9 de abril de 1904.
ANECDOTARIO, III
HERMAFRODITA
Ser humano, animal o planta que posee los órganos reproductores de los dos
sexos. Los moluscos y los crustáceos lo son, pero en la especie humana el
caso es muy raro, digan lo que digan los travestís. Hermafrodito era un
muchacho hijo de Hermes, mensajero de los dioses, y de Afrodita, diosa del
amor. Dotado de gran belleza, en un viaje por Asia Menor llegó a la ribera
de un lago habitado por una ninfa que, al verle reflejado en las aguas, se
enamoró de él. Hermafrodito se resistió, pero la ninfa le llevó a las
profundidades de su reino y rogó a los dioses que jamás se separaran. Le
fue concedido su deseo y los dos formaron un solo ser dotado con los dos
sexos. Hasta aquí la mitología, pero ¿y la realidad? Las varias estatuas
clásicas que he visto representando a Hermafrodito le muestran como un
joven de sexo masculino, pero con pechos de mujer, igual que los travestís
que se inyectan silicona. De poseer los dos sexos, ¿dónde estarán? ¿Uno al
lado del otro? ¿Encima uno y abajo el otro? Las estatuas no lo muestran, la
leyenda no lo indica. Debía ser un travestí bisex como los que se anuncian
en los periódicos. Conviene distinguir, por ejemplo, el hermafroditismo de
la criptorquidia, en la que los testículos no han salido al exterior. El
hermafrodita, repito, posee los dos sexos, es decir: pene, testículos, vulva,
útero y ovarios. Y de la existencia real de un ser semejante yo no tengo
noticia. Es lo que se llama hermafroditismo verdadero. El transverso es el
de aquel individuo que presenta órganos externos de un sexo e internos de
otro, y masculino o femenino cuando hay predominio de órganos de uno u
otro sexo.
HERTZIANO
Todos los aficionados saben que en los programas de radio, tras el nombre
de la emisora, figuran las siglas KHZ o MHZ, es decir, kiloherzios o
megaherzios, según sean de onda media o de frecuencia modulada. Enrique
Rodolfo Hertz nació en Hamburgo en 1857 y estudió en la Universidad de
Berlín. En sólo treinta y siete años de vida —murió en 1894— realizó
grandes descubrimientos en el campo de la electricidad, entre ellos el de las
ondas que en su honor se llamaron hertzianas y en las que se basó Marconi
para sus inventos. Ya lo saben, pues, los amantes de los programas
radiofónicos —y especialmente los seguidores de Protagonistas, la emisión
en la que sale al aire la mayor parte de las historias contenidas en este libro
— cuando manejen los mandos de sus receptores y busquen una
determinada emisora: los sonidos, músicas y voces les llegan por las ondas
hertzianas.
LINCHAR
Ejecutar a un delincuente de forma tumultuaria, sin formación de proceso.
En los Estados Unidos, en el año 1766, juró el cargo de juez de paz del
condado de Bedford, Virginia, Charles Lynch, de treinta años de edad. De
su padre, un emigrante irlandés, heredó una plantación y el odio a los
ingleses, que estalló nueve años después en la guerra de la independencia.
Era una época turbulenta en la historia del país, en parte por colonizar, con
los problemas legales que ello comportaba, y donde la esclavitud seguía
vigente. En 1789, Lynch fue nombrado senador por Virginia, pero en el
ínterin había instituido un tribunal popular —y todos los que hemos sufrido
los tribunales populares sabemos lo que esto significa— que, sin formación
de causa, condenaba —casi siempre a muerte— o absolvía —casi nunca—
a los acusados que se le presentaban. Los abusos a que ello dio lugar
motivaron multitud de protestas de la gente sensata que, en 1780, llevó al
Tribunal Supremo de los Estados Unidos un recurso contra la condena y
subsiguiente ejecución de dos presuntos ingleses. El alto tribunal dio la
razón a Lynch, tal vez por motivos políticos, y ello acrecentó el número de
«juicios» que con arreglo a este sistema se celebraron. La llamada ley de
Lynch se aplicó casi hasta la segunda guerra mundial, generalmente contra
los negros y a cargo de la organización secreta Ku-Klux-Klan.
MACADAM
Pavimento, especie de empedrado de caminos, carreteras y calles, hecho
con piedra machacada que se aglomera por medio de rulos compresores,
regando al mismo tiempo la superficie de los fragmentos para favorecer su
asiento. La palabra se inventó hacia 1800, a Francia llegó en 1828 y a
España a finales del siglo pasado o a comienzos de éste. Su nombre deriva
del ingeniero sir John-Loudon Mac Adam, inventor del sistema. Todos los
que vivimos antes de la guerra recordamos a los peones camineros, que
extendían uniformemente gravilla y pequeñas piedras duras y no calcáreas
en las carreteras. A veces añadían arena. El resultado era una inmensa
polvareda blanca cada vez que pasaba un vehículo. En las cunetas, se
amontonaba ese polvo blanco, lo que hacía la delicia de los chiquillos
excepto cuando llovía, porque la polvareda se convertía en repelente barro.
Hoy, con el asfalto, eso ha pasado a la historia. Por suerte. En Francia se
afirma que el inventor de este método fue un tal Trésaquet, inspector
general de Puentes y Caminos en tiempos de Luis XVI, que lo habría puesto
en práctica en el Lemosín bajo el gobierno de Turgot.
MACH
Pronúnciese Mac. ¿Cuándo se vuela a Mach? Quiere decir volar a dos veces
la velocidad del sonido. La relación entre la velocidad del avión y las
vibraciones sonoras de la atmósfera que atraviesa se miden por el
«machmómetro». Ernesto Mach, filósofo y físico austríaco nacido en 1868
y fallecido en 1936, ideó el número que lleva su nombre: las velocidades
subsónicas —M menor que 1—, transónicas —M comprendido entre 0,95 y
1,05—, supersónicas —M superior a 1— e hipersónicas —M superior a 5—
le deben su nombre. Ello no quiere decir que tuvieran razón aquellas dos
señoras que le decían al piloto del avión en el que iban a embarcarse:
—Por favor, no viaje más rápido que el sonido porque nosotras dos
tenemos muchas cosas de qué hablar.
MAGDALENA
No me refiero a María de Magdala, cuya fiesta se celebra el 22 de julio, ni a
ninguna de las Magdalenas, santas, pecadoras, vírgenes, casadas o viudas
que puedan encontrarse en la historia, sino a lo que el diccionario define
como un bollo pequeño de figura de lanzadera, aunque yo, y supongo que
mis lectores también, las hayan visto redondas, cuadradas o de mil otras
formas. Hacia 1840, una señora llamada Perrotin de Barmond, gran golosa
y a la que imagino viuda, rica y menopáusica, encargaba a su cocinera
Madeleine Paulnier una golosina cada día distinta. Un buen día, Madeleine
dio con el bollo de marras, que tuvo gran éxito entre los amigos de la
señora. Éxito que trascendió los ámbitos de la amistad e hizo que los
comerciantes de Commeray pagasen una buena suma por la receta, que
industrializaron. ¿Les gusta esta etimología? ¿No? Pues se debe a Alejandro
Dumas. Pero, en fin, allá va otra. Una cocinera de Estanislao Leczinski,
duque de Lorena, y que se llamaba Magdalena, inventó la golosina, que el
duque envió a su hija María, reina de Francia. Ésta, humildemente, bautizó
el bollo con el nombre de su descubridora. De todos modos, Lacam, en su
Memorial de la pastelería, dice que la magdalena fue inventada por Avice,
cocinero de Talleyrand. Pero no aclara el porqué de su nombre. Escojan
ustedes. Por cierto, debe escribirse «Magdalena» y no «madalena», que es
un vulgarismo.
MAGNOLIA
Charles Plumier, ya citado cuando hablamos de la fucsia, fue quien bautizó
esta planta originaria de Asia, especialmente de la China y el Japón, pero
que también se encuentra en algunas regiones de América. Le dio su
nombre en honor de Pierre Magnol, profesor de botánica en Montpellier,
donde había nacido en 1630. No han pasado a la posteridad sus teorías
sobre la similitud del reino vegetal y el animal, sus clasificaciones de las
plantas, árboles y arbustos, y otros estudios. Sí, en cambio, su entusiasmo
por los vegetales, entusiasmo que contagió a sus contemporáneos y que le
hizo tan popular, que Plumier creyó justo rendirle el homenaje de poner su
nombre a una flor recién descubierta. Magnol murió en su villa natal en
1715.
MALTUSIANISMO
En 1798 se publicó en Inglaterra un libro titulado Ensayo sobre el principio
de la población, cuyo autor quedó en el anonimato. Seis ediciones fueron
necesarias para que la obra apareciese con el nombre de Thomas Robert
Malthus. Corría el año 1826 y ya se había traducido a casi todas las lenguas
europeas. ¿Quién era Malthus? Un pastor protestante de familia rica y cuyo
padre, Daniel Malthus, era hombre de excepcional cultura y vasta erudición.
Thomas, después de ordenarse sacerdote, viajó por Holanda, Noruega,
Suecia, Finlandia, Rusia, Francia y Suiza. Se instaló definitivamente en el
condado de Hertford, donde se casó y fue profesor de historia y economía
política. ¿Qué decía el libro? Sentaba el principio de que la población del
globo crecía en proporción geométrica, mientras los medios de subsistencia
lo hacían en proporción aritmética. Por ello, preconizaba que los individuos
no debían formar una familia si no estaban seguros de poder alimentarla.
Éste sería un medio preventivo. Existen, según Malthus, otros medios, los
destructivos, como son las guerras, las epidemias, etc., que contribuyen a
mantener precariamente el equilibrio entre la población y el sustento. Un
párrafo de la obra fue subrayado por sus enemigos: «El hombre que nace en
un mundo ocupado, si su familia no le puede mantener o si la sociedad no
precisa de su trabajo, no tiene ningún derecho a reclamar alimento y está de
sobra en la Tierra. En el gran banquete de la naturaleza no hay cubierto para
él». Este malthusianismo extremo no tiene hoy vigencia más que entre
algunos nietzscheanos rezagados, partidarios de un superhombre nazificado.
Sí, en cambio, tiene partidarios, y muchos, el malthusianismo consistente en
evitar la procreación, sea por medios naturales o artificiales. El método
Ogino, el coitus interruptus, los anovulatorios, los esterilets, etc., son
métodos que los malthusianos propagan. De todos modos, la comparación
proporción geométrica-proporción aritmética antes citada no ha sido
probada hasta el momento.
MASOQUISMO
«Ama dominadora desea esclavo sumiso fijo». «Sólo tú, que careces de
todo derecho, puedes entender mi lenguaje, y como bestia que eres recibirás
los golpes dolorosos o el premio que tus amas consideren oportuno
aplicarte. Eva y Patrik». «Masoco». «Humillación. Todo lo que tu mente
puede desear». «Dominadora sádica experta». «Sado erótico. Castigo y
humillación». «Ven a sufrir las delicias del sado con tu ama Sandra».
MAUSER
¿Quién que haya participado en nuestra guerra dejará de recordar esta
palabra? En 1871, un año después de su victoria en Sedan contra el ejército
francés, el ejército alemán adoptaba en sustitución del fusil de aguja, un
nuevo tipo de arma, que había sido inventada por los hermanos Guillermo y
Pablo Mauser. El pedido fue tan importante que, al año siguiente, fundaron
en Oberndorf, cerca de Stuttgart, una gran fábrica de armas de precisión
dedicada principalmente a la producción del fusil que llevó su nombre. Al
alemán se sumaron pedidos de otras varias naciones. Guillermo Mauser,
que había nacido en 1834, murió en 1882; Pablo, nacido en 1838, falleció
en 1914, cuando estalló la primera guerra mundial, llenando de máuseres
las trincheras de toda Europa. Terminada dicha guerra, en 1918, el Tratado
de Versalles obligó a la sociedad Mauser a transformarse y dedicarse a
fabricar máquinas de coser e instrumentos de precisión. Volvió a
manufacturar material bélico tras la subida de Hitler al poder.
MAUSOLEO
Mausolo, rey de Caria, reinó del 377 al 355 a.C. La capital del reino era
Halicarnaso, considerada como una de las más hermosas ciudades del
mundo griego. Cuando Mausolo murió, su esposa Artemisa, que era
también su hermana, hizo erigir una tumba gigantesca con altas columnas y
rematada con un carro de combate. El monumento era tal, que fue incluido
en la lista de las siete maravillas del mundo, y se conservó hasta el año 560
de nuestra era. Algunos de sus restos, esculturas y frisos, pueden admirarse
en el British Museum de Londres.
MECENAS
Persona poderosa que protege a los hombres de letras. Eso dice el
Diccionario, pero creo que debe incluirse a aquellos que patrocinan a
cualquier persona o empresa cultural, aunque sea de carácter artesano,
técnico, científico, etc. Cayo Cilnio Mecenas nació el año 67 a.C. y murió
el 8 d.C. Amigo de Octavio Augusto, fue su confidente y consejero. Era
hombre de vasta cultura y erudición, que supo ser guerrero cuando se
presentó la ocasión, acompañando al futuro emperador en varios combates.
Al regresar a Roma, Mecenas ayudó al César a administrar justicia y dirigir
el Imperio. Hombre rico, no quiso nunca figurar en política, de la que se
mantenía cuidadosamente apartado. Era el amigo de su amigo, no el
cortesano del emperador. Un día, Augusto presidía el tribunal y daba signos
evidentes de irritación y de ganas de condenar al reo. Mecenas, que estaba
entre el público, le hizo enviar una tablilla en la que había escrito: Surge,
carnifex (Levántate, verdugo).
Estas pocas palabras bastaron para avergonzar al emperador, que
suspendió la sesión hasta el día siguiente en que, calmado, pronunció la
sentencia absolutoria que procedía. La esposa de Mecenas, Terencia, era
hermosa y buena, pero él, gran mujeriego, se peleaba continuamente con
ella. Se divorció y volvió a casarse con Terencia una veintena de veces, lo
que hacía decir a Horacio:
—No se puede vivir con ella ni sin ella.
Mecenas era un gran vividor, amante de los placeres y la tranquilidad.
Decía:
—Me da igual quedarme impotente, ser lisiado, gotoso, cojo o manco;
lo que me importa es vivir.
Y a Augusto le aconsejó:
—No abuses de tu poder. Cuanto mayor es el poder más límites debe
imponérsele.
Amante de las cosas bellas, protegió a Virgilio, que le dedicó sus
Geórgicas, y a Horacio, que hizo otro tanto con varias de sus obras. Por esa
protección a los dos grandes poetas latinos, su nombre propio mereció ser
elevado a común. En realidad, fue el francés Clément Marot quien lo hizo
en 1526.
ANECDOTARIO, IV
Otra anécdota de esas a las que tan aficionados eran los griegos y que tenían
por ejemplares.
Un filósofo cínico, hallándose un día en una casa llena de ricos
muebles, objetos preciosos y magníficas alfombras, escupió a la cara del
amo de la casa diciendo:
—Escojo el sitio peor para escupir.
¡Ni filósofo ni cínico ni qué niño muerto! El protagonista de la anécdota
no es más que un gamberro mal educado, y dejémonos de cuentos
«ejemplares».
El gran escritor francés Marcel Achard fue al cine una noche con un
crítico amigo suyo. Proyectaban una película de Marilyn Monroe. Al salir,
el crítico comentó:
—Esta chica es muy mona, pero como actriz no vale nada. Mañana la
voy a destrozar en mi crítica.
—Pues mándame los trozos a casa —dijo Achard.
Rafael Gómez el Gallo fue un torero célebre por su arte y sus espantás.
Cuando un toro no le gustaba, no había manera de que lo toreara. Un día, en
Madrid, le salió un toro negro como el carbón. El Gallo protagonizó otra de
sus espantás y no había manera de que se acercase al morlaco. Al fin, un
amigo suyo le gritó:
—¿Qué esperas, Rafael?
—¿No ves que es negro? A que le salgan canas; no puedo con los
negros.
Felipe II tenía como lector a don Diego de Córdoba. Una noche le dijo:
—Córdoba, venid a leerme para que me duerma.
—Sí, Majestad.
La lectura duró tres horas largas, y se lamentó el rey:
—Córdoba, no me duermo.
—Yo sí, Majestad.
Cerró el libro, se levantó y salió de la real estancia.
En cierta ocasión, un muchacho feo, muy feo, hablaba con don Miguel
de Unamuno. En un momento dado, le preguntó:
Una mujer muy hermosa pero muy necia decía un día a madame de
Genlis:
—No podéis suponer, señora, lo que me molestan mis admiradores. No
sé cómo quitármelos de encima.
—Podéis libraros de ellos con facilidad. Basta que empecéis a hablar.
La Fontaine era un hombre muy distraído. Un día hablaba con una viuda
a la que daba el pésame por la muerte de su marido.
—Os compadezco de veras; es verdaderamente un gran dolor perder a
un esposo como el vuestro.
Siguió un momento de silencio, y el fabulista se distrajo de tal modo
que, pensando en otra amiga suya que había perdido un hijo, continuó:
—Pero no os aflijáis demasiado, señora; por fortuna podéis consolaros
con los otros que os quedan.
Sólo los paracaidistas y las vírgenes pueden cometer una sola vez el
mismo error.
LA CONDESA SANGRIENTA
MENTOR
Consejero, instructor, guía. El que sirve de ayo o preceptor. Amigo fiel de
Ulises, Mentor se encargó de la administración de sus bienes y de la
educación de su hijo Telémaco. Cuando Atenea o Minerva quería guiar a
Telémaco por el buen camino, tomaba la figura y la voz de Mentor, y
también se aparecía a Ulises de esa guisa para protegerle y mostrarle el
camino. La palabra tomó su significado común tras la aparición del libro
Las aventuras de Telémaco de Fénelon. Debo consignar en honor a la
verdad que pocas veces me he tropezado con un libro más indigesto y
pesado. Como es un clásico de la literatura francesa, debo atribuir a mi
incapacidad tal opinión. De todos modos, Cervantes creía que su mejor obra
era el Persiles y Sigismunda, que en cuanto a aburrimiento supera, a mi
juicio, la obra de Fénelon. Este último autor era un hombre muy modesto,
por lo que creo que mi opinión, si la hubiese podido saber, le tendría sin
cuidado, tal como debe ser. Un día, unos amigos le preguntaron por qué iba
a pie pudiendo viajar en coche, y él contestó:
—Tendría siempre miedo de encontrar a un peatón que valiese más que
yo.
Era también comprensivo. Siendo arzobispo de Cambrai, el párroco de
un pueblo se vanagloriaba ante él de haber suprimido el baile en su
parroquia.
—Mi querido párroco —le respondió Fénelon—, es justo que nosotros,
los sacerdotes, no bailemos, pero ¿por qué impedir a nuestros pobres
campesinos que olviden sus miserias en la danza?
Pasemos aquí por alto sus doctrinas quietistas que, con las de madame
Guyon, trastornaron toda su época. Fénelon se sometió siempre a la
disciplina de la Iglesia, dando con ello ejemplo de su humildad y bondad.
Esta última virtud le hacía decir cuando se hablaba de la patria:
—Amo a la familia más que a mí mismo, amo la patria más que a la
familia, pero amo al género humano más que a la patria.
Su bondad era tal, que se decía, comparándole con el gran orador sacro
Bossuet:
—Bossuet prueba la religión; Fénelon la hace amar. Cuando fue
nombrado arzobispo de Cambrai, restituyó al rey el único beneficio que
tenía, el de la abadía de San Valerio, diciendo que su conciencia no le
permitía acumular beneficios. Un obispo que disfrutaba de muchos
exclamó; —Pero ¡este hombre arruina el oficio! Nació en 1651 y murió en
1715. Su nombre completo era François-Marie Salignac de la Mothe
Fénelon.
MOISÉS
Canastillo especial, acolchado, forrado de tela y adornado con encajes, que
sirve de cuna a los recién nacidos. Eso dice el diccionario, pero creo que si
los encajes faltan no dejará por ello de ser un moisés. Su nombre viene del
gran profeta y legislador judío, que fue abandonado por su madre en una
cuna lanzada al Nilo, del que le recogió la hija del Faraón. Los niños de hoy
son algo escépticos. Un maestro preguntó a uno de sus alumnos:
—¿Quién fue Moisés?
—El hijo de la hija del Faraón.
—No; la hija del Faraón lo recogió de las aguas.
—Eso es lo que dijo ella —respondió el repelente alumno.
El episodio puede leerse en la Biblia: Éxodo, cap. 2, versículos 1-10.
MORFINA
En 1787 nació en Mahón Mateo José Buenaventura Orfila, creador de la
ciencia de la toxicología. En 1818, cuando ya era célebre, adquirió la
nacionalidad francesa, y en francés publicó todas sus obras. Su Tratado de
medicina legal y el Tratado de toxicología general fueron traducidos a
varias lenguas, sentando autoridad durante mucho tiempo. Murió en París
en 1853. Fue él quien en 1818 dio el hombre de morfina a un poderoso
analgésico y soporífico descubierto en 1804 por Seguin. El nombre deriva
de Morfeo, el dios del sueño en la mitología griega, que para dormir a los
mortales se contentaba con rozarles con la flor de la adormidera. Hoy,
cuando los toxicómanos son una terrible y dolorosa plaga del mundo entero,
desearíamos un nuevo Morfeo que durmiese a los hombres sin
entontecerlos.
MORSE
S.O.S. S.O.S. S.O.S. Esta señal de socorro es conocida universalmente. Se
le han dado diversas interpretaciones. La más sencilla es la verdadera:
S.O.S. se traduce en el alfabeto ideado por Samuel Finley Breese Morse por
...--- ..., es decir, tres puntos y tres rayas, tres sonidos cortos y tres largos,
los más fáciles de emitir y, por ello, los más fáciles de descifrar y los más
apropiados para situaciones de emergencia. Morse se dedicó primero a la
pintura, en la que creía poder distinguirse. Pintó a industriales, gente de
mundo e incluso a un presidente de la república, pero fuerza es confesar que
sus cuadros son mediocres, hablando con benevolencia. Además de cultivar
este arte, había estudiado en Yale los problemas de la electricidad y, en
especial, el electromagnetismo. Viajó a Europa a fin de perfeccionar sus
conocimientos pictóricos, pero durante la prolongada travesía de regreso
surgió entre los pasajeros del barco, el Sully, una discusión sobre el
telégrafo. Corría el año de 1832. ¿Se podrían enviar mensajes a larga
distancia mediante la electricidad? Morse desarrolló allí mismo sus
primeras ideas sobre el telégrafo eléctrico, pero tardó doce años en
convencer a los capitalistas norteamericanos, hasta el punto de que su
invento fue patentado antes en Francia que en los Estados Unidos o
Inglaterra. Cuando le creyeron, tuvo que esperar dos años más a fin de que
se reuniese el dinero suficiente para construir una línea telegráfica entre el
Tribunal Supremo, en Washington, y Baltimore. Se inauguró el 24 de mayo
de 1844. El primer texto telegrafiado fue un versículo de la Biblia. Hasta
conseguir en 1866 la instalación de un cable trasatlántico, tuvo que luchar
contra mil tropiezos. Gracias a su tenacidad logró triunfar, y cargado de
honores y reconocido su saber por todo el mundo, murió en Nueva York en
1872.
NICOTINA
La pintoresca historia del tabaco ocuparía varias páginas. Baste decir aquí
que Jean Nicot, embajador francés en Lisboa, envió en 1560 a su reina
Catalina de Médicis varias semillas de tabaco para que fueran plantadas en
el invernadero real. Iban acompañadas de algunas hojas secas y de una
explicación sobre sus propiedades salutíferas. Se debían usar pulverizadas
—lo que luego se llamó rapé— y se tomaban para combatir las jaquecas.
Nicot había recibido la planta de un mercader flamenco, y nunca creyó que
su nombre pasaría a la historia gracias a ella. Estaba más interesado en una
obra, Tesoro de la lengua francesa, que le acredita como gran erudito.
OHMIO
Unidad adoptada para medir la resistencia de los conductores eléctricos.
Como tantos nombres científicos y técnicos, lleva el nombre de su
descubridor, en este caso George Simón Ohm, nacido en Erlangen el 16 de
marzo de 1789. Su padre, que era cerrajero, hizo lo posible para dar
estudios a su hijo, aficionado a la física y las matemáticas. Pasó tiempos
duros en Berlín, pero en 1831 fue nombrado director de la escuela
politécnica de Nuremberg, y en 1847, catedrático de física en Munich. Era
la consagración de sus estudios. En Munich murió en 1854 y, años después,
en 1881 exactamente, los científicos decidieron dar su nombre a la unidad
eléctrica al principio mencionada.
PÁNICO
Pan, dios de los rebaños y de los pastores, hijo de Hermes y de la ninfa
Oríope, era una divinidad originaria de Arcadia y encarnaba la fertilidad y
la naturaleza. Pan significa también en griego todo. Ejemplos:
panamericano, toda América; panteísmo, todo es dios, etc. Se le
representaba como una divinidad deforme, medio hombre, medio macho
cabrío, con barba y cuernos, coronado de agujas de pino y tocando el
caramillo. Eso en sus días de calma, porque como también era el dios de la
fecundidad y de la potencia sexual, cuando se ponía flamenco atacaba a
mujeres y jóvenes de uno y otro sexo gritando estruendosamente, producía
el llamado «terror pánico». Perseguía a sus presas por valles y montes, y no
se sabe si las villas y las ciudades estaban libres de sus acometida. Plutarco
dice que, durante el reinado de Tiberio, sobre el mar Egeo se oyeron voces
de «el gran Pan ha muerto», lo que luego se interpretó como una alusión a
la llegada de Cristo, que acababa con toda la mitología del Imperio.
PANTALÓN
En Venecia viví un tiempo en la Pensione alia Mora, en el barrio de San
Pantalón, deformación veneciana del patrono, san Pantaleón. De allí
precisamente deriva el nombre de esta prenda. Un personaje de la comedia
dialectal veneciana representaba el viejo avaro, mezquino, grosero e
interesado, vestido con unas calzas viejas que le llegaban hasta los tobillos.
Se le llamaba Pantalón dei Bisognosi: Pantalón de los Necesitados. Vestir
de Pantalón era no vestir calzones cortos, como era entonces la moda, sino
con la prenda, a la sazón extraña, que hoy seguimos designando con el
nombre del personaje de la farsa. Sucedía esto en los siglos XVI y XVII, y
alcanzó por fin carta de ciudadanía en Francia a fines del XVIII, cuando los
satis culottes, los sin calzones, fueron protagonistas no de una farsa sino de
la trágica Revolución. De Francia pasó a toda Europa durante el siglo XIX.
En nuestros días, hasta las mujeres lo usan corrientemente, con gran sentido
de la comodidad. Recuerdo todavía el escándalo que, por los años 30, causó
Marlene Dietrich cuando se presentaba en público luciendo unos
masculinos pantalones. Por entonces sólo se veían en algunas playas de
moda. Eran muy anchos y, según decían, bastante incómodos.
PARMENTIER
Cualquier aficionado a la buena mesa sabrá que cuando en el menú aparece
esta palabra, el plato está cocinado con patatas. ¿Por qué? Simplemente,
porque fue Antonio Agustín Parmentier quien las popularizó en Francia, y
como este país ha sido el creador de buena parte del vocabulario culinario,
el nombre quedó en los recetarios galos y luego pasó a los demás países.
Pero la historia de la patata, que creo interesante, se relatará en otro capítulo
de este libro.
PASTERIZAR O PASTEURIZAR
Esterilizar la leche, el vino y otros líquidos según el método de Pasteur,
sometiéndolos a la acción del calor para matar los gérmenes de fermentos.
Esto dice el diccionario, pero ¿quién era Pasteur? Luis Pasteur,
contrariamente a lo que mucha gente cree, no era médico sino químico y
biólogo. Nació en Dôle en 1822 y falleció en Villeneuve en 1895. Fue el
fundador de la bacteriología moderna. A los quince años su padre le envió a
estudiar a París, pero el joven Pasteur sentía tal nostalgia de la tenería
paterna, que sólo deseaba volver a sentir el olor de las pieles. Tuvo que
volver a casa y continuar sus estudios en Besançon, que distaba pocos
kilómetros de su villa natal. Se licenció a los dieciocho años, y el director
del colegio, atraído por su voluntad de estudio y su capacidad de
asimilación, le encargó una clase con el estipendio de ciento cincuenta
francos al mes, que a Pasteur le parecieron una fortuna. Al notificarlo a su
familia escribió: «Tres cosas son necesarias para la existencia humana:
voluntad, trabajo y éxito. Para lo último son menester las dos primeras».
Pasteur había encargado al vigilante del colegio despertarle cada día a
las cuatro de la madrugada para así poder dedicar tiempo a sus trabajos
personales. El vigilante le llamaba diciéndole:
—¡Animo, señor Pasteur, eche afuera el diablo de la pereza!
Luego de doctorarse en París, entró en el departamento de Claude
Bernard, en el hospital de la capital francesa.
—Hubo un tiempo en que en los hospitales la sangre corría a torrentes
—decía Bernard—. Ahora, como no se hacen sangrías, es difícil encontrarla
para los experimentos. Suerte tengo de mi ayudante, Pasteur, que se deja
sangrar para contentarme. Cuando le dije que era un sacrificio muy grande,
me dijo seriamente: «¡Oh, no se preocupe, doctor, yo cada día me sangro, y
con mi sangre riego los tiestos de mi balcón!».
Había hecho ya algún descubrimiento importante cuando se casó con la
hija de un profesor de Estrasburgo. Fue un matrimonio fiel y feliz, sobre el
que se decía:
—La señora Pasteur ha amado a su marido hasta el punto de
comprender lo que hacía.
El gran sabio había descubierto la ley de polarización del paratartrato,
que el ilustre cristalógrafo berlinés Mistcherlich negó como imposible.
Pasteur exclamaba, contento:
—¡Cómo me gustaría que estuviera aquí Mistcherlich! ¡La alegría que
iba a tener!
Un amigo le expuso sus dudas.
—¿Cómo? ¿Por qué no debería estar contento?
—Verá, señor Pasteur, Mistcherlich es un gran científico y quizá no le
agradará verse desautorizado con toda la razón por un…
—Ya puede decirlo: por un chisgarabís como yo… He comprendido,
pero ¿qué importan ante la ciencia unas pequeñas luchas personales? Yo,
por mi parte, estoy dispuesto a cederle mi descubrimiento.
En Provenza, una terrible y misteriosa enfermedad atacaba a los
gusanos de seda, lo cual producía grandes daños a la industria sedera. Las
autoridades, reunidas, eligieron a Pasteur, que con sus estudios sobre la
fermentación alcohólica había salvado la industria vinícola, para que
estudiase el asunto. Llegado a Provenza, los campesinos le dirigieron a
Montpellier, donde debía entrevistarse con Juan Enrique Fabre, el gran
científico, llamado después el Homero de los insectos, que acogió a Pasteur
con gran entusiasmo:
—Es un honor para mí recibir a un sabio tan importante.
Pasteur estrechó sencillamente la mano de Fabre y le habló del encargo
que le habían hecho. Visitando el estudio de Fabre se quedó mirando una
caja repleta de gusanos.
—Perdone, señor Fabre, pero ¿qué diablos es esto?
Fabre se echó a reír.
—¿Cómo? ¿Ha venido usted a estudiar la enfermedad de los gusanos de
seda y no los conoce? Éstos son precisamente los tales gusanos.
Pasteur rió también, y poco después había descubierto lo que buscaba.
En cierta ocasión, el ilustre bacteriólogo invitó a comer a un amigo, y
como postre le sirvió cerezas. El amigo cogió una y se la comió. Pasteur le
riñó, diciendo que era menester lavarlas antes:
—Cada cereza lleva en su piel millones de microbios que tú,
insensatamente, te llevas a la boca.
Y dando ejemplo, empezó a lavar sus cerezas en un vaso de agua. Sólo
que, en un momento de distracción, cogió el vaso y se bebió su contenido.
—¿Qué haces, desgraciado? —le dijo el amigo—. ¡Has tragado
millones y millones de microbios!
Pasteur sonrió.
—No te preocupes. Esto no tiene importancia.
En 1885 descubrió la vacuna contra la rabia, lo que le proporcionó
renombre universal. Imaginó entonces crear un centro de estudios e
investigaciones, para lo cual pidió dinero a través de una cuestación
popular. Él mismo iba a visitar a quienes creía que le podían ayudar. Una
tarde se presentó en casa de la viuda Boucicaut, propietaria de los grandes
almacenes Bon Marché. La criada que le abrió la puerta le comunicó que la
señora no recibía a nadie. Pasteur insistió tanto, que la criada fue a avisar a
la señora. Cuando regresó, preguntó:
—¿Es usted el señor Pasteur, el de la rabia?
—El mismo.
—Pues entre usted, que la señora le recibirá.
Ante la señora Boucicaut, Pasteur explicó con entusiasmo su proyecto:
un instituto en el que sabios de diversos países investigarían los secretos de
la vida y la manera de combatir las enfermedades.
—Ya sé que parece una utopía, pero es necesario para la humanidad y
eso, señora, requiere dinero. Cualquier suma con la que usted pueda
contribuir será bien recibida por pequeña que sea.
La señora Boucicaut sonrió, se dirigió a una cómoda y de uno de sus
cajones extrajo un libro de cheques. Firmó uno y lo entregó a Pasteur. Éste
lo miró, se echó a llorar y abrazó a la señora Boucicaut, que también lloró
emocionada. El cheque, de un millón de francos, fue el inicio del Instituto
Pasteur, que se inauguró en 1888.
Luis Pasteur era creyente, y un día en que se hablaba de varios filósofos
incrédulos de su tiempo, exclamó:
—Los metafísicos elaboran teorías sobre teorías, todas fundadas sobre
la nada, que desaparecen aventadas por una nueva moda. Sobre el origen y
el fin de todas las cosas sabe mucho más mi madre, que es una pobre
campesina, cuando está arrodillada en la iglesia de su pueblo.
Napoleón III le preguntó un día por qué no había explotado
económicamente sus descubrimientos.
—Señor —contestó Pasteur—, hubiese sido un bochorno para la
ciencia.
Al mismo Napoleón III le pidió ayuda para sus investigaciones.
—Se encuentran millones para la ópera. Majestad, y no se hallan cien
mil francos para mi laboratorio.
Napoleón III sonrió y mandó llamar a uno de sus ministros:
—Éste es mi amigo Pasteur, que creo tiene toda la razón. Mirad de
satisfacerle.
Y pudo disponerse del dinero.
Se hallaba un día Pasteur en Compiégne, en la corte de Napoleón III,
cuando le pidieron que diese una charla sobre cuestiones científicas. En un
punto de su disertación, dijo que le sería útil una gota de sangre, y la
emperatriz Eugenia se pinchó un dedo para ofrecérsela. Pasteur, que no era
hombre de mundo ni cortesano, se limitó a comentar:
—Hubiese preferido sangre de rana.
La emperatriz rió, y al día siguiente hizo llevar a la habitación del sabio
un saco lleno de ranas vivas. Pasteur le dio las gracias, y cuando se fue de
Compiégne las olvidó por completo. La habitación fue asignada aquella
noche a una dama extranjera, a la cual despertó aquella noche un extraño
ruido. Encendió una vela y lanzó un grito: la habitación estaba llena de
ranas, que habían escapado del saco y saltaban, croando, por todas partes.
Cuando en 1870 estalló la guerra entre Francia y Prusia, Pasteur
devolvió a los alemanes todas las distinciones y diplomas que le habían
concedido. En la carta que les acompañaba decía: «La ciencia no tiene
patria, pero los científicos sí».
A lo largo de su vida tuvo que sacrificar miles de animales para el bien
de la humanidad, pero jamás pudo matarlos personalmente. Veía al animal
en sus manos, empezaba a acariciarlo, a pedirle disculpas, a explicarle que
aquello tenía que hacerlo por el bien de todos… y luego se ausentaba y
dejaba que sus ayudantes hicieran el penoso trabajo.
Un célebre duelista parisino, Casagnac, creyendo que su honor había
sido ofendido por Pasteur, le desafió enviándole a sus padrinos para que
concertasen el duelo. Pasteur les recibió muy serio y les dijo:
—El señor Casagnac me desafía. Muy bien; pero como a mí me toca
elegir las armas escojo estas salchichas. Una de ellas contiene triquina; la
otra, no. Que el señor Casagnac se coma una y yo me comeré la otra. Ya ve
que, a simple vista, no se distinguen.
El singular reto terminó con una sonrisa por parte de los padrinos de
Casagnac, que se retiraron para reconciliar después a Pasteur con su
apadrinado.
ISABEL II. REINA (III)
(ALGUNAS ANÉCDOTAS SUELTAS)
Hablamos siempre mal del gobierno, sea el que sea. Es un defecto o una
característica universal. Y siempre nos sorprendemos al ver que figuran a la
cabeza de los diversos departamentos ministeriales personas desconocidas o
que, al menos, ignoramos por qué diablos han llegado a ocupar su poltrona.
Ello no es nuevo y ahí va esta anécdota que lo demuestra.
Paseaban un día por el Retiro don Eduardo Dato y el gran político
andaluz Francisco Bergamín. Iba preocupado el primero porque le habían
encargado de formar gobierno y no acababa de completar la lista
ministerial.
—¿A quién haré ministro de la Guerra? —se preguntó en un momento
dado.
Pasaba por allí una bella muchacha, a la que siguieron los ojos de
Bergamín que, encandilado, dijo con su acento andaluz:
—Haga uzté miniztro a éza.
Dato, que no había visto nada, se paró y dijo:
—¿A Eza…? Pues no es mala idea.
Y así, el vizconde de Eza llegó a ser ministro.
Nadie sabe cómo conoció Justiniano a Teodora. Se dice que ésta llevaba
una carta de presentación de un amigo común. Se dice también que
Justiniano la encontró cuando, al pasar por una calle de un barrio humilde,
la vio hilando con una rueca. Otros afirman que fue en una fiesta a la que
asistió Teodora en compañía de otras prostitutas, porque Teodora era eso:
una mujer pública. (Las noticias que poseemos sobre su vida antes de su
encuentro con Justiniano provienen, en su mayor parte, de la Anécdota
arcana, de Procopio de Cesarea, y deben tenerse por ciertas aunque
exageradas, debido a la antipatía que a Procopio le inspiraba la pareja
imperial, a la que adulaba en público por ser su historiador oficial. Sin
embargo, no se puede suponer que la vida de Teodora difiriese en nada de la
de las otras cortesanas de la época. Así pues, si los hechos deben ser
admitidos como verdaderos, no así la interpretación que les da Procopio. El
hecho de que la profesión de Teodora fuese la del amor venal aclara muchos
extremos de su actuación, pero no autoriza a creerla ninfómana o depravada
como indica Procopio. Sabemos que multitud de prostitutas son frígidas,
pero si debiéramos juzgarlas por lo que cuentan a sus clientes, lo que éstos
les exigen o lo que explican después…).
Durante el descanso que sucede a las lides amorosas, los hombres hacen
siempre las mismas preguntas: ¿Cómo has llegado a «esto»? ¿Cómo
empezaste? ¿Qué opinas de tus colegas? Y, naturalmente, ¿qué opinas de
mí? Si la prostituta es medianamente inteligente, esta pregunta no llega a
formularse porque ya se ha preocupado ella de decirle que es un tipo
estupendo, que «para mí es como si hubieras sido el primero». Cabe
suponer que Justiniano no era, en este sentido, diferente a los demás
hombres y que las preguntas debieron ser las mismas a excepción de la
primera: demasiado sabía que la profesión de cortesana, como la de
recaudador de contribuciones, pasaba, si no de padres a hijos, sí de madre a
hija sin remisión. Teodora podía contestar con sinceridad. Sabía que su
nuevo amigo tenía suficientes medios a su alcance para enterarse de su vida
sin necesidad de preguntarle a ella. Por otro lado, Justiniano era un
personaje notable y un político, y sabía comprender que la vida de una
mujer pública, al igual que la del hombre público, está hecha de
concesiones, ambiciones y bajezas.
Teodora había nacido en el año 500, probablemente en Chipre; contaba
pues unos veinticinco años cuando conoció a Justiniano que tenía entonces
cuarenta y tres. El mero hecho de haber nacido en la isla le debió servir de
mucho en su profesión, pues las chipriotas tenían fama de estar
excepcionalmente dotadas para las artes del amor; no en vano Chipre fue la
isla escogida por la propia Venus. La madre de Teodora pasó de Chipre a
Constantinopla, donde vivió con un guardián de los osos del circo, llamado
Acacio. A la muerte de éste, se encontró sin dinero, expulsada de su
miserable habitáculo y rodeada de sus hijas: Comito, la mayor, de ocho
años; Teodora, de cinco; y Anastasia, de dos. Nadie, empezando por ella
misma, podía saber quiénes eran los padres de cada una de las niñas: ¡tantos
hombres pasaban por su lecho o por los taludes que rodeaban las murallas!
Su cuerpo ya no llamaba la atención, y sus obscenos ofrecimientos no
hacían mella en la concupiscencia de los hombres, que fácilmente
encontraban mejor y más joven compañera para sus escaramuzas eróticas.
Un día de carreras en el Hipódromo, en el momento en que todos
esperaban la salida de los carros, se abrió una puertecilla y aparecieron tres
niñas que, vestidas de blanco y con palmas verdes en la mano, se dirigieron
al centro de la recta que discurría frente al palco imperial, en aquellos
momentos vacío. Tal vez Justiniano se encontraba en una de las plazas
cercanas, y acaso vio entonces por primera vez a la mujer que iba a cambiar
su vida e influir en la del Imperio. La multitud que llenaba los graderíos,
tras el primer momento de estupor, empezó a reír y a gritar; unos
preguntaban qué significaba aquella tontería, y otros, impacientes por
presenciar la iniciación de la carrera, exigían la intervención de los
vigilantes para que expulsaran a las tres niñas de la arena.
Una voz potente se impuso al griterío: la del oficial anunciador, que con
toda la fuerza de sus pulmones —que, teniendo en cuenta que los
anunciadores eran elegidos por su potencia vocal, debía ser considerable—,
explicó la presencia de las tres criaturas en la arena:
—Oíd, oíd. Estas niñas suplican compasión al bando verde. Su padre,
Acacio, era guardián de osos y murió durante su trabajo. Su madre se casó
de nuevo —eufemismo que no engañaba a nadie— con el que tenía que ser
nombrado su sucesor, pero el cargo ha sido confiado a otro. Las niñas
ruegan a los Verdes que asignen el cargo a su nuevo padre para no morirse
de hambre.
El problema no interesaba ni poco ni mucho en el Hipódromo: si morían
de hambre, que murieran. Había tantas personas en su caso que no valía la
pena preocuparse. Las carreras tenían que haber empezado, y eso era lo
único que importaba. El anunciador intentó hablar una vez más, pero los
gritos de protesta le hicieron callar: «¡Fuera, fuera!». «¡Ya llevamos
demasiado retraso!». «¡Dejémonos de cuentos y vengan las carreras!». Los
gritos, más fuertes que los del oficial anunciador, indujeron a éste a
encogerse de hombros y a ordenar a las tres niñas que se fuesen por donde
habían venido. Pero ellas no entendieron el gesto o no lo supieron
interpretar bien; el caso es que se sentaron en el suelo, agitando las verdes
palmeras y sin saber qué hacer. La gente reía y gritaba, y los empleados del
circo acabaron por salir y retirar a las tres muchachas.
En aquel momento, otro vozarrón se dejó oír a la derecha del palco
imperial. Era el vocero de los Azules, que vio la ocasión de atacar a sus
rivales y cogió la ocasión por los pelos:
—¡Oíd, oíd! ¿Qué es esto? ¿Es así como los Verdes ayudan a los que les
han servido? Se ve que no tienen entrañas ni corazón. Ea, muchachas: ¿los
Verdes no tienen compasión? ¿Los Verdes os abandonan? Los Azules os
ampararán; los Azules no dejan en la estacada a los suyos; los Azules
cuidan de sus amigos. Decid a vuestro padrastro que los Azules le dan
trabajo, que los Azules son misericordiosos y humanos, que los Azules no
son como los Verdes…
Los gritos de los Verdes no dejaron oír las últimas palabras del vocero
azul: las ironías y los insultos se cruzaban entre unos y otros, mientras los
empleados del circo retiraban de la arena a Comito, Teodora y Anastasia.
Por lo menos, algo habían conseguido las niñas.
Cuando tuvo la edad conveniente, Comito fue dedicada, naturalmente, a
la prostitución. Las hermanas habitaban con su madre una de las fornices
(de esta palabra deriva el verbo «fornicar» y sus derivados) del Hipódromo,
habitáculos innobles en los que se acumulaban familias y más familias en
total y despreocupada promiscuidad. Teodora hizo las veces de sirvienta de
su hermana, ya que aún era demasiado niña para trabajar. Comito, en
cambio, tenía ya trece años y no sólo podía dejar de ser una carga para la
familia, sino también aportarle la mayor contribución pecuniaria. No es
probable que entrara en uno de los lupanares, abundantes en Bizancio,
último refugio de las profesionales en decadencia; debió empezar por ser
pedana, pequeña prostituta callejera, alquilando sus caricias a los hombres
de paso, interesados en la fruta verde y ácida. Teodora debía estar atenta a
que un vigile no estorbara los retozos de la pareja albergada tras una puerta,
o tras el matorral de un jardín si es que el cliente no tenía posibles para
alquilar una habitación. Alguien que debió advertir su presencia, la llevó a
una taberna, donde su belleza sirvió para elevarla al rango de copa,
cabaretera que diríamos hoy. Lo cual, para una niña de diez u once años, era
ya un gran paso hacia la profesión.
Teodora llegó también a la edad lógica que la obligaba a ayudar a la
familia, y siguió el camino de su madre y su hermana, pero con mayores
facilidades, dado que Comito le abría camino y porque, según parece, sentía
verdadera vocación por el oficio. No se puede llegar a nada sin voluntad de
llegar, dice la sabiduría popular, y las personas graves añaden que es
menester amar el trabajo que se hace y sentirse autor del producto realizado.
Teodora es un excelente ejemplo para esta literatura «estimulante» tipo
Smiles, Marden o Dale Carnegie, que es el alimento espiritual de tanta y
tanta gente que se refugia en el trabajo porque no sabe hacer nada más.
Especialmente si es un trabajo que no necesita ideas propias.
En poco tiempo, Teodora llegó a ser conocida en su barrio y entre sus
gentes, pero ello no bastaba a su ambición. Como todo buen trabajador —
más aún, como todo buen artesano o artista— necesitaba el reconocimiento
público de su saber, su buena labor y su talento artístico. Impulsada por su
vocación, y como todos los principiantes, empezó por entusiasmarse a sí
misma, es decir, a engañarse, único camino para engañar a los demás. En
poco tiempo llegó a ser delicata, un grado elevado en su carrera en el que
ya podía escoger su clientela y subir los precios a su capricho. Poco después
ya era una famosa, es decir, una de esas mujeres cuyos favores escapan a
toda tasa o tarifa y cuyo éxito se basa más en el entusiasmo mental que
producen que en el placer corporal que proporcionan; una de esas mujeres
cuya posesión confiere prestigio a su afortunada pareja; una de esas mujeres
en las que se entra para poder salir con ellas. No poseía ninguna de las
habilidades tradicionales de las grandes hetairas. No tocaba ningún
instrumentó, a pesar de que en sus inicios de cortesana se había exhibido en
un circo, pero al no tener talento para la recitación no podía disimular su
condición tras la máscara de actriz. No pasaba de ser lo que hoy
llamaríamos una starlette. Lo cual no tenía mayor importancia, puesto que
si no todas las cortesanas eran actrices, todas las actrices eran cortesanas.
Estaba dotada, en cambio, de un gran talento mímico y de un sentido de
observación excepcional. Su éxito más relevante, entre los confesables, era
imitar a personajes conocidos, a tipos populares de Constantinopla. Podría
haber sido una buena actriz de variedades; pero, por desgracia para ella, ni
los teatros de variedades ni los music-halls eran conocidos en Bizancio. Era
además una buena gimnasta y sabía contorsionar su cuerpo como una
profesional circense.
Si, al parecer, pudo evitar uno de los dos grandes peligros del amor —la
enfermedad—, no pudo sustraerse al otro: el embarazo. Según parece,
además de algunos abortos, provocados hábilmente por alguna saga
especializada en estos menesteres y en otros no menos importantes, tuvo
por lo menos una hija de la que nada se sabe y un hijo llamado Juan, que
apareció años después en Constantinopla. La primera corresponde a sus
años de actriz y el segundo, a sus aventuras africanas.
Procopio de Cesarea nos dice que su lascivia sobrepasaba todo lo
imaginable. Entre otras cosas, afirma que «Teodora se reunía con diez o
doce amigos y se entregaba a ellos sucesiva y repetidamente en varias
posiciones, y no teniendo bastante con ellos llamaba a sus criados y
esclavos, y aun éstos no eran suficientes, pues podía ser abatida por el
cansancio pero satisfecha por todos». Las reminiscencias de Suetonio nos
prueban que Procopio era un gran conocedor de los clásicos. Otras frases
del propio cronista, que no nos parecen menos novelescas, dicen que «ella
afirmaba que había abierto a los embajadores de Eros las tres puertas
naturales de su cuerpo, y lamentaba no tener otra entre los senos para
ofrecérsela también». También da pruebas de su imaginación cuando
describe algunas de las exhibiciones o posiciones adoptadas por Teodora
para atraer a sus clientes. Si un biógrafo íntimo de cualquier cortesana de
hoy, y aun de algunas jovencitas del gran mundo, descendiese —o
ascendiese, que no es muy seguro el verbo— a detalles parejos, podría
reunir un catálogo muy superior al de Procopio, aunque con detalles
distintos. Sería difícil, en efecto, que una mujer de hoy se tendiese «en el
suelo completamente desnuda o ceñidas tan sólo sus caderas por una cinta
para no infringir la ley que prohibía a las mujeres mostrarse desnudas en
público, y unos esclavos esparcían sobre su cuerpo semillas que patos y
palomas iban a picar, buscándolas entre los repliegues, en especial en los
más íntimos y generalmente recatados». Asimismo recalca cómo su
habilidad gimnástica y contorsionista le permitía entregarse al placer en
posiciones totalmente imposibles para una mujer corriente.
Un alto funcionario de la Pentápolis Africana, Hacébolo, la retiró de la
profesión al menos en su aspecto público, y se la llevó consigo a Apolonia,
capital de aquel pequeño territorio. Se dice que la huida de Teodora de
Constantinopla fue debida a unas leyes contra la prostitución dictadas por
Justino. Leyes que no dieron ningún resultado, como no lo dan ahora ni lo
han dado nunca. ¿Se dejó llevar Teodora por la creencia de que iba a ser la
virreina de un territorio exótico y pintoresco? Si así fue, su desilusión debió
ser grande, pues las ciudades de la Pentápolis —Apolonia, Portus,
Ptolemais, Berenice y Cirene— no pasaban de villorrios, etapas obligadas
de las caravanas o las tribus de nómadas que vagabundeaban por el desierto.
Cirene conservaba más ruinas que casas en pie, y Apolonia era una pequeña
aglomeración de viviendas polvorientas, quemadas por el sol y azotadas por
el viento del desierto. Hasta la brisa marítima era cálida y abrasadora,
cargada de sal, asfixiante. Teodora no pudo resistir el clima, el ambiente ni
a su amante, y escapó.
Se ignora cuál fue su vida hasta su vuelta a Constantinopla. Según
parece, siguió ejerciendo su profesión, pagando así el transporte de un
puerto a otro hasta llegar a su destino. Durante un tiempo, se dice que
estuvo en el desierto, quizá huyendo de la justicia, quizá de los esbirros de
Hacébolo, tal vez atormentada por una de esas crisis de conciencia
habituales en las prostitutas inteligentes. Allí es probable que conociese a
algunos eremitas y a monjes monofisitas huidos de la persecución decretada
por Justino, y que, entre ellos, se interesase por los problemas teológicos.
No debía ser ésta, empero, su única fuente de conocimientos de ese tipo.
Una mujer de su clase, que había ocupado un puesto importante entre las de
su oficio, tenía que saber perfectamente que las discusiones filosóficas y
teológicas estaban a la orden del día en Bizancio e, inteligente como era,
debía conocer al dedillo los principales temas que se debatían. No obstante,
es probable que la relación con los proscritos incidiese más tarde en su
evolución espiritual, y desde luego es seguro que marcó profundamente sus
sentimientos.
Llegó Teodora a Constantinopla y tampoco sabemos cuál fue
exactamente su vida. Ya hemos dicho que según algunos autores el
encuentro con Justiniano tuvo por escenario una fiesta, y según otros se
conocieron mientras ella hilaba. Una tercera versión es la ya citada de la
carta de presentación de un personaje desconocido. Sabemos que las
prostitutas que deseaban cambiar de vida debían dedicarse por un tiempo a
hilar por cuenta de unas instituciones benéficas que cuidaban de la
regeneración de las mujeres caídas. Ello nos autoriza suponer que Teodora
se encontraba ya en el camino de la redención, e imaginar una historia de
color de rosa, pese a lo turbio de sus inicios: una especie de Dama de las
Camelias adaptada por Hollywood, con su inevitable happy end. La versión
de la fiesta se presta a otra novelización: la de la orgía bizantina en cuyo
transcurso Justiniano es cautivado por una vedette semidesnuda al estilo del
Folies-Bergère parisino.
Las dos o tres versiones pueden ser verdaderas. Teodora pudo haber
decidido abandonar su vida de galanteo profesional y dedicarse a hilar a
ratos perdidos. Nada nos hace suponer que se retirase de su existencia
llamémosla desarreglada o que cayese en la miseria, como dicen algunos
autores, novelistas la mayor parte de ellos. Y bien pudo asistir a fiestas más
o menos privadas a reserva de hacer el amor con quien le pareciese y como
le viniese en gana. Pudo muy bien haber sido lo que hoy se llama una mujer
libre, con la única diferencia de que ella procedía de los bajos fondos de la
sociedad, y las que hoy se califican así provienen en general de las capas
más altas de la misma. Pero da igual: ascendiendo y descendiendo hay
siempre un punto de coincidencia.
Teodora salió del pueblo, del más bajo, del que pululaba por la Mesé,
del que sufría como esclavo sin serlo, del que teóricamente era libre pero
cuya suerte no preocupaba lo más mínimo al Estado ni al conjunto de la
sociedad. Los orígenes de Justiniano se sitúan en la mesocracia agrícola,
pero por su instrucción, su cultura y su parentesco era el representante de la
más alta aristocracia, que en Bizancio venía dada no tanto por la antigüedad
de la familia como por la proximidad al emperador. Justiniano y Teodora se
encontraron y se complementaron. En la política y la prostitución, como en
la música, para triunfar es menester empezar desde la más tierna edad.
Justiniano y Teodora tenían madera de triunfadores y estaban en el camino
del éxito.
ANECDOTARIO, VI
De una mujer muy graciosa y muy alegre, pero muy vieja, decía un
amigo:
—Es como una colección de cuentos amenos encuadernada en
pergamino.
Un verdadero orador sabe lo que quiere decir, pero no sabe nunca lo que
dirá.
PRÍAPO
Según el diccionario, falo, pene, órgano sexual masculino. Desde 1480, los
humanistas italianos empezaron a usar esta palabra para designar al
miembro viril, que tenía varios sinónimos vulgares y obscenos. El nombre
procede de la mitología, a la que tan dados eran los renacentistas. Príapo era
hijo de Afrodita y Dionisos. Hera, que creyó que el hijo de la diosa de la
belleza y del dios de la naturaleza sería de gran hermosura, hizo que el
recién nacido viniese al mundo con un falo desmesurado. Afrodita
abandonó a su hijo en un bosque, donde fue cuidado por unos pastores que
luego rindieron culto a su virilidad celebrándolo como protector de la
fecundidad. Las pastoras soñaban al ver a Príapo con lo que sus maridos y
sus amantes no les podían ofrecer. En honor de Príapo se celebraban las
priapeas, fiestas y canciones de tono más bien obsceno. En medicina, el
priapismo designa un estado patológico caracterizado por una erección casi
constante y terriblemente dolorosa.
PULLMAN
Desde finales del siglo pasado, sinónimo de confort en los transportes.
Primero fueron los vagones Pullman de los trenes de lujo, ahora los
autocares Pullman de las excursiones y giras turísticas. George Mortimer
Pullman nació en 1831 en el estado de Nueva York. Su primer oficio fue el
de ebanista. Por razones comerciales tuvo que viajar mucho, y en sus viajes
echó de menos cierta comodidad, lo cual le sugirió la idea de introducir
algunas mejoras: un servicio de restaurante y camas plegables para pasar la
noche. Un prototipo de vagón circuló el 1 de septiembre de 1859, pero el
primer coche cama moderno, el Pioneer, no se construyó hasta 1864 gracias
a la ayuda de Ben Feld, amigo de Pullman. Éste fundó en 1867 la Pullman
Palace Car Company, cuyo éxito impuso la construcción de una fábrica tan
grande, que el conjunto de sus edificaciones y las viviendas para los obreros
dio nacimiento a una ciudad: Pullman City, cerca de Chicago. Fundada en
1880, se anexionó a Chicago en 1894 a causa de una gran huelga y de los
disturbios consiguientes, que necesitaron la intervención de la policía de la
capital de Illinois, de la que ahora Pullman es un barrio periférico. George
M. Pullman murió en 1897.
QUINQUÉ
Lámpara con tubo de cristal y depósito de combustible, por lo común con
bomba o pantalla. La invención de esta lámpara se debe a un físico suizo
llamado Argand, y data de 1780. Uno de los alumnos de Argand era
Antonio Quinquet, nacido en Soissons en 1745. Fue farmacéutico, y en
1785 añadió al invento de Argand un cilindro de cristal llamado fluit glass,
fabricado en la manufactura de Sèvres. Ello popularizó el aparato, que fue
conocido como quinquet. En castellano perdió la t final, convirtiéndose en
«quinqué», como chalé, carné, etcétera.
RAGLÁN
Todas mis lectoras sabrán definir esta palabra que, según el diccionario,
designa ciertas mangas de tres costuras, que forman con el hombro una sola
pieza. Doy por buenas estas explicaciones porque en cuestión sartoria y
vestimentaria no entiendo nada, al menos en lo que se refiere a la parte
técnica. Como decía aquel donjuán de nuestros tiempos:
—Me preocupo de la moda femenina sólo para saber cómo se
desabrocharán los vestidos la próxima temporada.
Lord James-Henry Fitzroy Somerset, barón de Raglan, nacido en
Badminton en 1788, era conocido por su valor y sangre fría. Junto a
Wellington intervino en la guerra de la Independencia española, en cuyo
transcurso, en 1812, se distinguió en la batalla de Badajoz. En 1815 perdió
un brazo en la batalla de Waterloo y, desde entonces hasta 1819, se dedicó a
actividades diplomáticas. Ocupó, entre otros cargos, la secretaría de la
embajada de París. Asistió al Congreso de Verona en 1822. Durante la
guerra de Crimea fue nombrado general jefe, pero el fracaso de su asalto a
Sebastopol le hizo impopular. De ello no pudo darse cuenta porque en el
mismo año 1855 murió del cólera ante la ciudad que sitiaba. Debido a su
manquedad le era más fácil ponerse un abrigo que un sastre le confeccionó
según sus deseos, que las prendas habituales. Ello dio lugar al tipo de
mangas que llevaron, desde entonces, su nombre.
REMINGTON
Eliphalet Remington, nacido en Lichfield, Nueva York, en 1793, construyó
un fusil para su uso particular, pues era muy aficionado a la caza. Después
lo fabricó para el ejército de los Estados Unidos, en cuyas filas el arma se
hizo popular. Murió en 1861. Su hijo Philo Remington, nacido en 1816 y
fallecido en Silver Springs, Florida, en 1889, hizo célebres en el mundo
entero los productos de sus fábricas, que iban desde los fusiles hasta las
máquinas de escribir. Del fusil de repetición de su padre, reproducido mil
veces en los filmes del Oeste, hasta la máquina que usa una mecanógrafa en
cualquiera de las oficinas del mundo, el nombre de Remington forma parte
del vocabulario corriente del hombre de la calle. En 1870 se dedicó a las
máquinas de coser. Fueron un éxito. Luego, a las de escribir. Otro éxito.
Pero las armas, que ocuparon luego un lugar secundario en sus industrias,
son las que han dado a su nombre una resonancia universal. Cosas de las
novelas y las películas de aventuras: dos drogas para el pueblo. Ojalá todas
fueran como ésas.
ROCAMBOLESCO
Cuando el 13 de abril de 1931 se conoció el resultado de las elecciones
municipales españolas, que al día siguiente darían lugar a la proclamación
de la segunda república, un periodista preguntó al almirante Aznar,
presidente a la sazón del Consejo de Ministros:
—Y usted ¿cómo ha pasado la noche?
—Leyendo a Rocambole.
No se sabe qué resaltar más, si la inconsciencia del político o su falta de
gusto literario. Rocambole es el héroe de una serie de aventuras increíbles
aparecidas en los periódicos franceses desde 1859 a 1870, y debidas a la
pluma de Pedro Alejo vizconde de Ponson du Terrail, nacido en 1829 y
fallecido en 1871. Era un hombre curiosísimo. Cuando escribía una novela
—y escribía varias al mismo tiempo— colocaba una figura correspondiente
a cada personaje de la misma en una estantería. Cuando desaparecía de la
obra la retiraba y la guardaba en un cajón. Una vez, una asistenta mezcló
unas figuras con otras, de lo que se sucedió un galimatías indescriptible.
Los lectores del folletín diario no se dieron cuenta. A pesar de su origen
noble, el vizconde de Ponson du Terrail cometió errores no concebibles en
una persona de su alcurnia. En una de sus novelas escribió: «El barón había
hecho enganchar a su coche el caballo ganador del Derby del año
precedente». En otro lugar dice: «El comandante se paseaba con las manos
a la espalda leyendo el periódico». Si llevaba las manos a la espalda, ¿con
cuáles sostenía el periódico? El día en que, distraídamente, hizo morir a su
héroe Rocambole, los lectores se sublevaron y escribieron cartas de protesta
al periódico que publicaba el folletín. Ponson du Terrail emprendió al día
siguiente la redacción de una nueva novela titulada La resurrección de
Rocambole, que empezaba con estas palabras: «Como la perspicacia de
nuestros lectores había adivinado, Rocambole sigue vivo». Y vivió mil
páginas más.
ROLLS-ROYCE
Una célebre artista de strip-tease del Crazy Horse de París se hacía llamar
Rita Cadillac por lo hermoso de su carrocería. Le salió una rival que se puso
en el cartel Sonia Rolls. Y es que ese nombre, Rolls, es sinónimo de riqueza
y calidad. Rolls-Royce es el resultado de la asociación, en 1904, de dos
ingleses:
Charles Stewart Rolls (1877-1910) y Frederic Henry Royce (1863-
1933). El primero, de familia rica, apasionado por los coches, se unió a
Royce, que había fabricado artesanalmente, pues no tenía dinero, un
automóvil de dos cilindros. Rolls se entusiasmó por la calidad
extraordinaria de la máquina, que era, contrariamente a las de su época,
silenciosa y manejable. Rolls-Royce, como se denominó la nueva sociedad,
produjo desde entonces, y sigue produciendo, coches y, en mayor medida,
motores de aviación. Por cierto, que los coches llevaban en sus inicios en el
radiador dos R enlazadas de color rojo. Al morir Rolls, una se grabó en rojo
y la otra en negro. Desde el fallecimiento de Royce, ambas R son de color
negro.
SADISMO
Lubricidad acompañada de barbarie o crueldad refinada, como se describe
en algunas novelas del marqués de Sade. Esto dice el diccionario.
Donaciano Alfonso Francisco era conde de Sade y no marqués, aunque con
este título figurase en sus obras. Nació en París en 1740. Gilbert Lely, entre
otros, ha exaltado la obra de este autor obsceno, pornográfico, demencial,
poniéndolo por las nubes como un gran poeta del sufrimiento y de la
voluptuosidad.
Sus obras son un amazacotado amasijo de escenas repugnantemente
eróticas, entreveradas de aburridas disquisiciones. Así, por ejemplo, en La
filosofía del camarín, o los maestros inmorales, tras una sarta de
violaciones, sodomías e incestos, se interrumpe la narración para dar paso a
una disquisición pesadísima, titulada: «Franceses, un nuevo esfuerzo si
queréis ser republicanos», que ocupa ochenta y tantas páginas de un libro
que, en la edición que manejo, cuenta trescientas diez. Los ciento veinte
días de Sodoma, novela inconclusa, en la que se inspiró Pier Paolo Pasolini
para su filme Saló, está dedicada a escenas de coprofagia y coprofilia, amén
de las sodomizaciones a las que tan dado era el que algunos llamaron «el
divino marqués». No hablemos de la Juliette o la Justine, que llevan como
subtítulos Las prosperidades del vicio o Las desgracias de la virtud,
respectivamente. Todos los vicios y formas de vicio más complicadas se
encuentran mezcladas con blasfemias y panfletos antirreligiosos y ateos.
La familia Sade era de antigua nobleza. Uno de sus antepasados era
Hugo de Sade, esposo de Laura de Noves, la amada cantada por Petrarca.
Como era costumbre en aquella época, Domiciano entró a servir en el
ejército y combatió en la guerra de los Siete Años. En 1766 contrajo
matrimonio con Renée-Pelagie de Montreuil, de rancia familia y con
grandes influencias en la corte. Aun antes de su matrimonio, Sade había
dado muestras de su desequilibrio sexual. En 1763, una prostituta llamada
Juana Tertard le había acusado de vejaciones, azotes y tormentos. También
la obligó a pisotear un crucifijo. Ya estaba entonces comprometido con la
Montreuil, gracias a cuya influencia Sade fue condenado a sólo quince días
de cárcel.
Su matrimonio no arregló las cosas: su pasión se volvió tan frenética,
que en los burdeles no le querían como cliente. Tuvo que buscarse pacientes
aficionadas o no abiertamente profesionales. El domingo de Pascua de 1768
una mendiga que, por dinero, se sometió a los caprichos de Sade, fue
azotada con un látigo de nudos, lo que le causó graves heridas. Sade no se
detuvo hasta que, al final, oyendo los desgarradores ayes de la pobre
paciente, experimentó un orgasmo. Esa mujer u otra llamada Laura de
Lauris le contagió la sífilis, que agravó la locura del marqués. Fue
encerrado varias veces en la cárcel, y siempre que salía organizaba orgías
tales que no tardaba en dar de nuevo con sus huesos en prisión.
Célebre fue el escándalo que organizó en Marsella en compañía de otros
depravados como él y de cinco prostitutas: Mariette Bovelly, de veinticinco
años; Mariannette Laugin, de veinte; Rose Corte, también de veinte;
Marianne Laverne, de dieciocho, y Margueritte Costa, de veinticinco. Tras
una cena regada con múltiples vinos sirvió a las muchachas unos bombones
rellenos de cantáridas, lo que provocó, amén de lujuriosos transportes, una
intoxicación tal, que las pobres muchachas tuvieron que ser llevadas al
hospital, desde donde cursaron la oportuna denuncia. Sade huyó a Italia, y
cuando regresó fue nuevamente encarcelado. Su esposa le adoraba, y a
pesar de ser frígida, lo cual explicaría que no comprendiese las actividades
de su marido, siempre le ayudó y le protegió. Fue buena esposa y buena
madre, y procuró apartar a su prole de los escándalos de Sade.
La vida de este hombre daría materia, y la ha dado, para un grueso
volumen. Resta decir que, al final, fue encerrado en el manicomio de
Charenton, donde escribió parte de sus obras, algunas de teatro, para ser
representadas por los internos. A los setenta y dos años tuvo su última
amante, una tal Madeleine Leclerc, de quince, cuyos favores consiguió con
la complicidad del director del asilo mental. Murió el 2 de diciembre de
1814. El título nobiliario no fue llevado por sus descendientes, que temían
el escándalo. Sólo hacia 1960 fue reivindicado por uno de sus sucesores, no
sé si como conde o como marqués. En una entrevista que se le hizo al
sucesor en el título, dijo que en el castillo de la familia se encontraban obras
inéditas de Sade y que no se harían públicas porque eran todavía más
escandalosas que las publicadas. ¡Dios mío, cómo serán!
HISTORIA DE UNA CORTESANA: LA
PAIVA
En cama el boticario
dice a su hija:
—No me des cosa alguna
de la botica.
Luis XIV leyó a Boileau unos versos que había escrito y le pidió su opinión.
—Señor —respondió cortésmente el gran poeta—, para Vuestra
Majestad no hay nada imposible. Os habéis propuesto escribir malos versos
y lo habéis conseguido.
Decía Sacha Guitry que las mujeres serían los seres más deliciosos del
mundo si para estar en sus brazos no se tuviera que caer en sus manos.
SAFISMO O LESBIANISMO
SALMONELOSIS
Por desgracia, esta palabra aparece con demasiada frecuencia en los
periódicos. Designa una enfermedad producida por la salmonella, un género
de bacterias descubierto en 1913 por Daniel Elmer Salmón (1850-1914).
Este médico y bacteriólogo norteamericano se fijó en las alteraciones que
sufrían las carnes tras un prolongado transporte o que se dejaban al aire
libre sin refrigeración. Especialmente, se encuentran en las carnes picadas
—hamburguesas o bistés rusos—, platos precocinados no consumidos a
tiempo, etc.
SANDWICH
Emparedado: lonja de jamón u otra vianda fiambre entre dos pedacitos de
pan. Manuel Seco, en su magnífico Diccionario de dudas de la lengua
española (Ed. Aguilar), dice: «Su plural es sandwiches: pero en la lengua
hablada suele ser sandwich como el singular, y —añade— a veces sandwich
se emplea impropiamente por bocadillo». Consulto el diccionario y leo:
«Bocadillo. Panecillo relleno con una pequeña lonja de jamón u otro manjar
apetitoso, casi siempre untado con manteca de vaca». No alcanzo a ver la
diferencia.
John Montagu, cuarto conde de Sandwich, nacido en Westminster en
1718 y fallecido en Londres en 1792, fue un hombre muy importante en su
época. Educado en los más selectos colegios y con los mejores profesores,
entre 1738 y 1739 realizó un viaje por el Mediterráneo cuyo relato fue
editado después de su muerte. Durante su transcurso, recogió o se apoderó,
según la mejor tradición inglesa, de mil objetos de arte, entre ellos una
lápida de mármol con una enigmática inscripción que no fue descifrada
hasta 1743 por el profesor Taylor, que llamó a la pieza «mármol de
Sandwich». Hombre político de gran ambición, ocupó cargos importantes:
en 1744 fue nombrado segundo lord del Almirantazgo; en 1746, embajador
plenipotenciario; dos años después, primer lord del Almirantazgo.
Sucesivamente fue lord Justicia, vicetesorero adjunto de Irlanda, otra vez
primer lord del Almirantazgo y así sucesivamente. Su vida fue, por lo
demás, un tanto escandalosa. Todo ello, sin embargo, hubiera quedado en el
olvido a no ser por la pasión que le inspiraba el juego. Éste era tal, que no
se levantaba de la mesa ni para comer, por lo que su cocinero imaginó
servirle un filete de buey entre las dos mitades de un panecillo. La idea tuvo
éxito y pronto se puso de moda, hasta tal punto que en las reuniones
aristocráticas se empezó a servir lo que, desde entonces, se llama un
Sandwich. Claro está que la invención fue imitada rápidamente por las
clases populares; pero durante un tiempo se reservó a la nobleza e incluso
se sirvió en reuniones de la corte. Según parece, el cocinero del conde de
Sandwich tuvo la genial idea en 1762.
SAXOFÓN
Hay familias de músicos como las hay de ebanistas o de fabricantes de
calcetines. Ejemplo de las primeras es la familia Bach, conocida por todos;
pero más olvidada es la familia Sax, que vivió en Bruselas. Carlos José Sax
(1791-1865) creó en dicha ciudad una fábrica de instrumentos musicales de
metal, trompetas, trombones, cornetas, etc. Sus productos se vendían en
toda Europa, pero si su nombre ha pasado a la posteridad se debe a su hijo
Adolfo Sax, nacido en Bélgica, concretamente en Dinant en 1814 y
fallecido a los ochenta años en París, donde se había instalado en 1845
después de haber inventado el instrumento que lleva su nombre y haber
registrado la patente correspondiente. En 1857 se creó en el conservatorio
de la capital francesa la primera cátedra de saxofón del mundo, de la que,
como es natural, él fue titular. Le protegieron Berlioz y Meyerbeer. En
realidad, más que un invento se trató de una modificación de instrumentos
preexistentes.
SILUETA
Dibujo que se traza siguiendo los contornos de la sombra de un objeto.
Forma que presenta a la vista un objeto oscuro proyectado sobre un fondo
claro. Perfil, contorno aparente de la figura. Cuando el señor Esteban de
Silhouette, nacido en Limoges en 1709, llegó a inspector general de
Hacienda el 4 de marzo de 1759, gracias al apoyo de la marquesa de
Pompadour, bien ajeno podía estar a que su nombre pasase a la posteridad
en forma tan poco halagüeña.
La Hacienda francesa estaba en bancarrota y el tesoro de la nación,
exhausto. Silhouette se propuso remediar aquel desbarajuste con impuestos
territoriales y reduciendo las pensiones. La primera de estas medidas
perjudicaba a la nobleza, propietaria de la mayor parte del territorio francés,
y la segunda lesionaba los intereses de la burguesía. Cuando la moda
impuso los calzones sin bolsillos, las capas sin pliegues y los dibujos
esquemáticos, a tales novedades se le llamó á la Silhoutte, expresión que en
1835 fue admitida en el vocabulario oficial francés. El vocablo estaba
lanzado y la sátira logró su objeto, ya que Silhouette fue cesado de su cargo
el 21 de noviembre del mismo año 1759. Una de las disposiciones que tomó
consistió en que los particulares enviasen a la Casa de la Moneda sus
vajillas de plata para que fuesen fundidas y convertidas en monedas. Luis
XV dio ejemplo, y reconvino a uno de sus cortesanos que se mostraba
reacio.
—Señor, cuando Jesús murió sabía que a los tres días iba a resucitar —
comentó el cortesano.
Y, en efecto, Luis XV no se quedó sin vajilla, pues si no recuperó la que
había entregado, tuvo otra no sé si mejor o peor, pero más a la moda.
Existe una variante sobre el origen de la palabra que nos ocupa. Se dice
que cuando el ministro se retiró a Bry-sur-Marne, donde moriría en 1767,
«se divertía trazando una línea alrededor de la sombra de una cara, con el
fin de ver el perfil dibujado en la pared. Varias salas de su castillo estaban
llenas de esos dibujos que, desde entonces, se llamaron siluetas, por el
nombre de su autor». Así lo afirma el Journal Officiel del 21 de agosto de
1869.
SOSIA
A veces, erróneamente, se dice Sosias. Persona que tiene perfecta
semejanza con otra. En la comedia de Molière Amphitryon, inspirada en
otra de Plauto, Júpiter toma la figura de Anfitrión, para seducir a Alcmena,
su esposa. Mercurio, que es el servidor del gran dios, se metamorfosea en
Sosia, criado de Anfitrión. Sosia, con gran espanto y sorpresa, se ve a sí
mismo en otro que conoce todos sus secretos, de modo que acaba por no
saber quién es quién. Es el personaje cómico de la comedia.
STRASS O ESTRAS
Vidrio incoloro que se colorea para imitar piedras preciosas. Georges-
Frédéric Strass o Strasser inventó en 1746 las joyas en cristal imitando
diamantes. Strass nació en Estrasburgo en 1700 y murió en París en 1773.
Montó una tienda en el Palais Royal, donde sus imitaciones tuvieron tanto
éxito que se pudo permitir el lujo de traspasar su negocio y vivir de renta
sus últimos años.
TAYLORISMO O TAILORISMO
Quien haya visto la película Tiempos modernos, de Charlot, podrá
comprender la aberración a la que puede llegar la «organización del
trabajo» inventada por Federico Winslow Taylor para que no se desperdicie
el tiempo. Taylor nació, ¿cómo no?, en los Estados Unidos, Pennsylvania,
en 1856. Más que el trabajo en sí en los talleres y fábricas, desde joven le
interesó cómo se realizaba. Cronometró las diversas fases de una tarea para
conseguir lo que llamaba «una honesta jornada para que el obrero se sienta
a la vez recompensado y estimulado». Introdujo un método en una acería y
allí inventó el corte rápido de los metales. En realidad, convertía al obrero
en una pieza más del engranaje de una máquina industrial. A pesar de sus
propósitos, lo que consiguió fue deshumanizar totalmente al trabajador. Tal
vez sus métodos den resultado entre gente de mediana inteligencia, pero
tengo para mí que no convienen a quien conserve la conciencia de ser
hombre. Por lo menos yo acabaría loco.
TEODORA Y JUSTINIANO
Cuando se habla de una persona y se dice que es limpia y cumple con los
preceptos de la higiene, lo primero que se nos ocurre pensar es que se baña
con frecuencia. Cosa que no era corriente hace aún pocos años.
Los romanos generalizaron en España el uso de los baños y
construyeron sólidos y cómodos edificios, cuyos vestigios y ruinas se ven
aún en varios puntos de la península. Los árabes conservaron este mismo
gusto; mas los abusos que cometían las reuniones de gentes que iban a
bañarse, y más particularmente el haber observado que por este motivo se
enervaba el vigor de las tropas, movieron al rey de Castilla Alfonso VI a
prohibir y aun mandar destruir los establecimientos balnearios.
Las causas políticas y morales que obligaron al rey a tomar esta medida,
se contienen en un fragmento poético que creo oportuno colocar aquí. Es de
fray Luis de Escobar, en su libro de Las quatrocientas respuestas a otras
tantas preguntas que el yllustrissimo señor don Fradique Enríquez:
Almirante d'Castilla y otras personas en diversas vezes embiaron a
preguntar al autor… Anno M.D.XLV (Valladolid). He aquí la pregunta de
don Fadrique:
Sanaban a maravilla;
Y pues hay tan pocos de ellos,
Y pocos vemos tenellos;
Quería de vos saber
Si por salud o placer
Es pecado entrar en ellos.
¡De qué dependen los destinos de los Imperios y qué alta idea da este
ejemplo de los hábitos de limpieza íntima en los medios más cultos al final
del siglo XVIII! Viendo lo que pasaba en la corte, cabe suponer qué higiene
reinaría en la ciudad entre los burgueses y en el pueblo bajo. Tiembla uno
sólo en pensarlo.
Aclaremos que con fecha 4 de noviembre del mismo año, el indiscreto y
oficioso embajador francés notificaba al duque de Choiseul que el
matrimonio se había consumado y que el infante «me ha hecho el honor de
confiarme esta noche que creía que la señora infanta estaba ya encinta».
¿Cómo iba a extrañar la porquería de tiempos de Felipe V? ¿Cómo iba a
asombrar si dos reinados más tarde, en tiempo de Carlos III, declararon los
médicos que la limpieza de las calles de Madrid, que estaban hechas un
asco, sería perjudicial para la salud, «puesto que las emanaciones de los
detritos templaban el aire, que era frío y fino en demasía»? Carlos III
contestó con unas palabras definitivas:
—Límpiense las calles, y si de ello viniere algún mal, con volverlas a
ensuciar estará todo acabado.
El 20 de abril de 1519, el marqués de Denia, guardián, entonces de doña
Juana la Loca, escribió a Carlos I: «… la Reina nra. sra. está como tengo
escrito y la sra. Infanta besa las manos a V.A. Todavía está con su sarna,
aunque con alguna mejoría…». El 6 de junio del mismo año, decía el
marqués al emperador: «… la sra. Infanta está algo mejor de la sarna, y por
la poca salud que anda de otras enfermedades, no osa el Dr. Soto curar a S.
A.»
Esta infanta era hija de doña Juana la Loca y casó después con don Juan
III de Portugal. Enfermó de sarna a los trece años, y la causa de que el
doctor Soto no osase curarla es que en tiempo del citado doctor tal
enfermedad, aunque muy corriente, no era fácil de sanar, lo que se intentaba
a base de sangrías y purgantes, como no podía ser menos.
Tres lustros después del fallecimiento de doña Juana, en pleno siglo de
oro de la medicina, escribía el conocido doctor Fioravanti: La vera causa
della sagna sono due cose: la alterazione del sangue e la umidità, y añadía
que su curación consistía en sangrar y purgar el cuerpo, afirmando que la
naturaleza de la sarna permanecía oculta a la penetración de los más doctos.
En nuestro romancero se cuenta que la Cava, «la que folgaba con Don
Rodrigo», «estábale sacando aradores»; es decir, el Sarcoptes scabiei,
productor de la sarna, con lo que se pone en claro que don Rodrigo también
la padecía.
No quisiera abandonar este tema sin tocar una creencia tan falsa como
extendida: me refiero a la camisa de doña Isabel la Católica, que, según
dicen, estuvo varios años sin cambiársela. Para ello cedo la palabra a un
célebre periodista argentino.
Isabel la Católica —digan lo que quieran los anticlericales— era muy
limpita. Más aún: «No obstante sus sentimientos religiosos y lo grave de su
carácter», dice Rafael Altamira en la página 546 del tomo II de su Historia
de España, gustaba tanto de vestir con gran lujo, que fray Hernando de
Talavera estaba harto de censurarle tales vanidades.
La de la camisa famosa fue la infanta de España Isabel Clara Eugenia de
Austria, que juró no cambiarse la indispensable prenda interior hasta que
sus tropas pusieran fin al asedio de Ostende. Y como el sitio duró tres
años…, calculad lo que sería la camisa de la voluntariosa dama. Los
franceses debieron calcularlo muy bien, porque a cierto tono que no se
parece en nada al blanco, le llaman couleur isabelle…
Tampoco estoy de acuerdo con esta opinión. La palabra isabelle aparece
por primera vez en documentos de los archivos franceses en 1595
refiriéndose al color de ciertos caballos. La infanta Isabel Clara Eugenia
llegó a los Países Bajos en 1598 con ocasión de su boda con el archiduque
Alberto, y el sitio de Ostende tuvo lugar desde agosto de 1601 hasta el 20
de septiembre de 1604, es decir, con posterioridad a la llegada de la infanta,
y por supuesto al uso de la palabra en documentos oficiales franceses.
En el diccionario etimológico de la lengua francesa editado por la casa
Larousse, se apunta la posibilidad de que el vocablo derive del árabe hizah,
león, de color de león, lo que correspondería al de los caballos denominados
en España isabelinos o isabelos. Recuérdese la copla de José Carlos de
Luna:
Dicen que hace muchos años un pastor de cabras de Etiopía observó que su
rebaño daba muestras de una excitación inusual, saltando y brincando toda
la noche. Al día siguiente observó también que las cabras comían las hojas
de un arbusto en el que hasta entonces no había reparado, lo que
comunicaba al rebaño un nerviosismo especial. Ni corto ni perezoso, el
pastor hizo una infusión de aquellas hierbas y comprobó que no podía
conciliar el sueño. Poco después, hirvió algunas de las semillas y, bebiendo
el líquido resultante, experimentó el mismo resultado.
Un día en que las semillas se habían mojado, quiso secarlas rápidamente
y las puso en una sartén que colocó sobre el fuego. Distraído, no se dio
cuenta de que las semillas, color verde sucio, se tostaban y adquirían un
color negro. Quiso aprovechar entonces esas semillas tostadas, las hirvió y
comprobó que el sabor mejoraba.
Un descubrimiento así no podía mantenerse en secreto ni tenía por qué.
El caso es que se fue extendiendo por Etiopía la costumbre de tostar las
semillas del café y beber su infusión.
De Etiopía la costumbre pasó a Arabia, donde la bebida tomó el nombre
de kawa. Algunos aseguran que por similitud con la piedra santa de La
Meca llamada La Kaaba, que también es de color negro. La costumbre de
tomar café fue pronto popular desde las capas más bajas de la sociedad
hasta las más altas. Se extendió de tal forma que, como pasa con toda
novedad, hubo quien creyó que era pecado. Generalmente, los puritanos
están en contra del placer por el placer mismo, no porque sea pecado; en
realidad, ven torpeza en todo aquello que procura satisfacción. Aciertan
algunas veces, pero yerran las más.
La autoridad religiosa islámica intervino para prohibir el uso del café: se
desarrollaron prolijos debates, y al final se autorizó a los fieles, aunque
desaconsejándolo. Como es natural, los fieles no hicieron ningún caso y no
sólo continuaron tomando café, sino que inventaron la leyenda de que el
propio arcángel Gabriel había ofrecido la primera taza al profeta Mahoma,
para que velase toda la noche.
En Europa, el café llegó por dos rutas: una fue Venecia y la otra, Viena.
Los mercaderes venecianos se aficionaron al café en los enclaves que
poseían en el Imperio turco, y de allí lo llevaron a la ciudad de la laguna,
donde a finales del siglo XVI ya se consumía. Por otra parte, los turcos, que
invadían Europa y llegaron a las puertas de Viena, cuando levantaron el
cerco a esta ciudad dejaron abandonados centenares de sacos que un polaco
llamado Kolschitzky reclamó como recompensa por un acto heroico que
había realizado. Al principio, el café desagradó a los vieneses debido al
poso característico del café turco, pero Kolschitzky ideó colar la infusión,
modalidad que tomó el nombre de «a la vienesa».
En Venecia, donde el café se tomaba al comienzo como medicamento,
alcanzó gran popularidad como digestivo, y en 1680 empezaron a aparecer
en la plaza de San Marcos unas tiendecitas que expendían el negro brebaje
y que, por ello, se llamaron cafés. En 1720 se abrió el café Florian, que aún
existe en la plaza, a mano derecha según se mira la basílica de San Marcos.
Recomiendo a todo visitante que dedique unos minutos de su tiempo, los
más que pueda, a tomar un café en el Florian, decorado al estilo del siglo
XVIII, y que recuerde que en aquellos sofás y en aquellas banquetas se
sentaron personajes como Wagner, Dostoievski, lord Byron, Marcel Proust,
Alfred de Musset, George Sand, Stravinski, Chaikovski y tantos y tantos
más.
En España, el café tuvo que competir con la moda del chocolate y con
las prevenciones que los médicos manifestaban hacia el negro líquido.
A este respecto, bueno será recordar la conocida respuesta que el
escritor francés Fontenelle dio a un amigo que le advertía que el café era un
veneno lento:
—Puede ser, porque hace ochenta años que lo tomo y no he muerto
todavía.
Recordemos que Fontenelle murió un mes antes de cumplir el siglo.
En España es popular el café con leche, brebaje híbrido popularizado
por los funcionarios. No sé por qué, pero cuando estoy en Madrid y veo un
café con leche en la mesa de un consumidor, me digo inmediatamente que
debe prestar sus servicios en algún ministerio. También es curioso que para
pedir un café en la Villa y Corte se tenga que añadir la palabra «solo»
porque, si no, sin consultarte, te lo sirven con leche.
Tan importante como la invención del café ha sido la de los cafés,
centros de tertulia, reunión y conversación que van desapareciendo por no
ser rentables. Había quien pasaba tres o cuatro horas ocupando una silla en
uno de esos establecimientos por el simple importe de un café. Los cafés se
ven sustituidos por bancos, por fábricas de hamburguesas plásticas o por
servicios de quick food que impiden la conversación y el paladeo; es decir,
que favorecen el paso de la humanidad de la civilización a la barbarie.
Los cafés han sido siempre centros en los que se podían contemplar los
especímenes más raros de la fauna humana. En un desaparecido
establecimiento de Barcelona, conocí a un señor que se hacía servir café y
lo sorbía con una pajilla y acompañaba con aceitunas rellenas. En París es
célebre el caso de cierto cliente de uno de los mejores cafés de un céntrico
bulevar, que, después de tomarse el café, pedía dos helados: uno de
frambuesa y otro de vainilla. Vertía el helado de frambuesa en su bota
derecha, el de vainilla en la izquierda y salía. Eso todos los días del año.
Extrañará al lector que no hable del café americano, pero la planta fue
llevada al Nuevo Mundo por los europeos. Hoy el café del Brasil,
Colombia, etc., ha invadido todos los mercados, pero no se olvide que por
doquier es sinónimo de café la palabra «moka», nombre de una ciudad de
Arabia.
El café se ha extendido por todo el mundo. En Inglaterra se prefiere el
té, lo que probando el café inglés se comprende fácilmente. Yo, por mi
parte, me apunto al café italiano o al que, en el bar del Ateneo Barcelonés,
me preparan mis amigos Jaume y Jordi Teixidor.
Quien quiera conocer la técnica del café y sus intríngulis, así como su
evolución desde los tiempos más antiguos hasta nuestros días, que lea El
libro del amante del café, de Michel Vanier (Ed. Olañeta, 1983). Podrá
pasar un buen rato y recordar, si tiene algunos años, a los mozos de los
almacenes de comestibles que, en la acera, frente a sus establecimientos,
tostaban el café a la vista del público.
TEODORA EMPERATRIZ. LA
REVUELTA «NIKA», I
ROS
Este nombre, popular entre los crucigramistas, corresponde, según el
Diccionario, a un chacó pequeño, de fieltro, con orejeras, y más alto por
delante que por detrás. Me parece que es el cubrecabezas que usan los
miembros de la Guardia Real española, y digo me parece porque no he
tenido ocasión de verlos de cerca y únicamente y en forma muy rápida por
la televisión. Su nombre deriva del general Antonio Ros de Olano, militar,
político y escritor, nacido en Caracas en 1808 y fallecido en Madrid en
1886. Fue marqués de Guad-el-Jelú y conde de la Almina, y se distinguió
en las guerras carlistas y en la de Marruecos, en la que ganó los títulos
citados. Seguidor de O'Donnell, contribuyó a la caída de Isabel II y sirvió
sucesivamente a Amadeo de Saboya y a Alfonso XII. Es decir, que supo
nadar y guardar la ropa. Vicente Vega, en su magnífico Diccionario
ilustrado de frases célebres y citas literarias (Ed. G. Gili), explica las
anécdotas de Ros de Olano que aquí reproducimos. En 1834, cuando la
primera guerra carlista, fue herido, y para pasar sus ratos de descanso
forzoso se dedicó a escribir una comedia que tituló Marcha apresurada. No
teniendo a quien leerla sino a su ordenanza o asistente, hizo que éste le
sirviese de público. El ordenanza siguió impertérrito la lectura, y cuando
terminó, Ros de Olano le preguntó si le había hecho gracia:
—Sí, señor, mucha.
—¿Y por qué no has reído?
—¿Y la subordinación, mi teniente?
La obra no llegó a estrenarse, pero pudo apuntarse un éxito sensacional,
pues es el caso que Ros de Olano prestó el manuscrito a su amigo Fernando
Cotoner y Chacón y éste lo llevaba bajo su guerrera cuando una bala le dio
en el pecho, atravesando los papeles y perdiendo fuerza, con lo que salvó la
vida.
Otra anécdota curiosa, más bien una frase oportuna, cita Vega en su
diccionario. Comentando la guerra de África, en la que tanto se había
distinguido, Ros de Olano dijo:
—Ganamos todas las batallas y perdimos la campaña.
Palabras muy justas y certeras.
VERÓNICA
Todos los aficionados a los toros conocen este lance, consistente en esperar
el lidiador la acometida del toro presentándole la capa extendida o abierta
con ambas manos. Por otra parte, en el santoral aparecen tres santas con
este nombre, cuya fiesta se celebra el 13 de enero, el 9 de julio y el 29 de
agosto. ¿Existe alguna relación entre el lance torero y las santas en
cuestión? Pues no, ninguna. Sí, en cambio, la hay con una antigua leyenda
sobre la Pasión del Señor o, mejor dicho, sobre la muerte de Pilato. Puede
leerse en la edición de Los Evangelios apócrifos (BAC, 148; pp. 527 y ss.).
Dice la leyenda, que probablemente es de origen medieval, que el
emperador Tiberio envió un mensajero llamado Volusiano a Pilato, para que
buscase un médico capaz de curar las enfermedades con su sola palabra, ya
que se había enterado de la existencia de Jesús. Pero cuando llegó el recado
a Pilato, Jesús ya había sido crucificado.
«Respondió, pues, Pilato al citado mensajero de esta manera:
»—Aquel hombre era malhechor y llevaba en pos de sí todo el pueblo.
Por lo cual, después de celebrarse un consejo entre los sabios de la ciudad,
mandé que fuera crucificado.
»Cuando el mensajero en cuestión volvía a su casa, se encontró con
cierta mujer llamada Verónica, que había tratado a Jesús, y le dijo:
»—¡Oh, mujer!, ¿por qué dieron muerte los judíos a cierto médico
residente en esta ciudad, que con sólo su palabra curaba a los enfermos?
»Mas ella empezó a llorar, diciendo:
»—¡Ay de mí! Señor, Dios y Señor mío, a quien Pilato por envidia
entregó, condenó y mandó crucificar.
»Entonces él, embargado de un profundo dolor, dijo:
»—Lo siento enormemente, porque no voy a poder cumplir el cometido
que me había dado mi señor.
»Díjole la Verónica:
»—Cuando mi Señor iba a predicar, yo llevaba muy a mal el verme
privada de su presencia; entonces quise que le hicieran un retrato para que,
mientras no pudiera gozar de su compañía, me consolara al menos la figura
de su imagen. Y yendo yo a llevar el lienzo al pintor para que me lo
diseñase, mi Señor salió a mi encuentro y me preguntó a dónde iba. Cuando
le manifesté mi propósito, me pidió el lienzo y me lo devolvió señalado con
la imagen de su rostro venerable. Si, pues, tu señor mira devotamente su
aspecto, se verá inmediatamente agraciado con el beneficio de la
curación.»Él le dijo entonces:
»—¿Un tal retrato puede adquirirse con oro o plata?».
Ella respondió:
»—No, sino con un piadoso afecto de devoción. Marcharé, pues,
contigo y llevaré la imagen para que la vea el César; después me volveré.
»Vino, pues, Volusiano a Roma en compañía de Verónica y dijo al
emperador Tiberio:
»—Aquel Jesús, a quien tú desde largo tiempo vienes deseando, fue
entregado por Pilato y los judíos a una muerte injusta y por envidia fue
clavado en el patíbulo de la cruz. Ha venido, pues, en mi compañía cierta
matrona que trae consigo un retrato del mismo Jesús; si tú lo miras con
devoción, obtendrás al momento el beneficio de tu curación.
»Hizo, pues, el César que el camino fuera alfombrado con paños de
seda y mandó que le presentaran la imagen. Y, nada más mirarla, recobró su
antigua salud».
No queda claro en esta relación qué hizo Jesús con el lienzo. ¿Lo miró
solamente? ¿Se cubrió la cara con él? En una variante de esta leyenda se
dijo que la Verónica enjuagó la cara de Jesús cuando era conducido al
Calvario y que, en agradecimiento al acto caritativo, el Señor dejó su faz
impresa en el lienzo. De aquí viene el origen del lance del toro. Algo
irreverente, sin duda, pero muy corriente en un pueblo empapado de
religiosidad: el toro pasa la cara por la capa como si quisiera dejar su
imagen impresa en ella. Y otro detalle. Según algunos, Verónica se llamaba
Berenice (Evangelio apócrifo de Nicodemo), y el nombre procedería de las
palabras Vera Ikona o verdadera imagen, es decir, reproducción verdadera
de la cara de Jesús.
VATIO O WATIO
Cantidad de trabajo eléctrico equivalente a un julio por segundo. El nombre
de julio deriva del de un físico inglés llamado Joule. El nombre de vatio,
abreviado generalmente con la letra W, deriva del ingeniero escocés James
Watt, que hizo práctica la máquina de vapor inventada por Thomas
Newcomen quien, a su vez, se había inspirado en los experimentos del
francés Denis Papin. Watt nació en Greenock el 19 de enero de 1736, y ya
desde niño tuvo afición a la mecánica. A los catorce años decía que su
deseo era construir máquinas matemáticas. Un caso de vocación. Aunque el
talento de Watt se aplicó al vapor, el Congreso de Electricidad de 1881,
antes citado, dio su nombre a la unidad eléctrica. Murió en 1819.
VOLTIO
Unidad internacional de diferencia de potencial, de fuerza electromotriz o
de tensión eléctrica. Su nombre deriva de Alejandro Volta, físico italiano
nacido en Como en 1745 y profesor de física en la Escuela Real de su
ciudad natal. A finales del siglo XVIII descubrió la pila a la que se puso su
nombre, y en 1801 fue llamado a París por Napoleón, quien le nombró
senador del llamado reino de Italia. Fue todo lo contrario de un niño
prodigio. Durante cuatro años creyeron que era mudo o subnormal; dicen
que no empezó a articular algunas palabras hasta los siete años, pero
entonces sorprendió a todos por su viveza e ingenio. Su padre decía:
—¡Tenía en casa un diamante y no lo sabía!
Estudió en un colegio de jesuitas, que primero querían persuadirle para
que entrara en la orden, pero como él se burlaba abiertamente de tales
propósitos, su maestro, el padre Giacomo Bonensi, dictaminó que sería un
desgraciado sin oficio ni beneficio. Tuvo que cambiar de colegio. De todos
modos, demostró que era hábil pues cuando enseñaba en la Universidad de
Pavía sus colegas le acusaban de poco científico, aduciendo que toda su
sabiduría y sus descubrimientos eran puramente empíricos, en lo que no les
faltaba razón, pues el propio Volta confesaba que sabía pocas matemáticas y
que hablaba, en su clase, de ideas generales, pero añadía que, con sus
inventos, estaba por encima de los matemáticos envidiosos. Su fama era
universal, hasta el punto de que en Viena, donde había órdenes rigurosas de
impedir la entrada si no se presentaba una autorización especial, al leer el
oficial de guardia en el pasaporte el nombre de Alejandro Volta, decidió
infringir aquella disposición. Saludándole, militarmente, dijo:
—¡Qué felicidad, haber conocido a tan gran hombre! Pase, por favor.
Cuando Volta inventó la pila, Napoleón quiso conocerle, le llamó a
París y manifestó su deseo de asistir a sus experimentos en la Academia de
Ciencias. Propuso asimismo que la Academia condecorara con una medalla
de oro al sabio italiano, pero el reglamento lo impedía, dada su condición de
extranjero. Pero Napoleón se impuso, y Volta fue condecorado y recibió
además un premio de seis mil francos. Era modesto y no comprendía la
grandeza de sus descubrimientos.
—Que mis juguetitos interesen a los físicos lo comprendo, pero que la
gente en general se interese por ellos me extraña sobremanera. Ya verán
como será una moda pasajera.
Cuando se sintió viejo, quería jubilarse, pero Napoleón se lo impidió.
—Si Volta encuentra pesado enseñar, que dé una sola lección al año.
Pero que no se jubile. Los buenos generales mueren en el campo de batalla.
Fue Volta quien popularizó en Italia las patatas, cosa que no deja de
tener su importancia. Murió en Como, donde había nacido, en 1827. El
voltio fue adoptado en el Congreso de Electricidad de 1881.
WINCHESTER
Otro héroe de las películas del Oeste, como Colt. El 10 de noviembre de
1810 nacía en Boston, Estados Unidos, Oliver Fisher Winchester. A los
siete años era granjero, a los diez albañil, a los veintitrés tendero y
fabricante de camisas, y a los treinta fundó la Winchester and Davies Co.,
que surtía de camisas a toda Norteamérica. Empleaba a 800 trabajadores en
su fábrica y a 5000 a domicilio. En 1855 dedicaba ya buena parte de su
dinero a las acciones de la Volcanic Arms, que no tardó en quebrar.
Winchester no se desanimó por ello y fundó la New Haven Arms. En 1860
creó la carabina que lleva su nombre. La guerra de Secesión, tan explotada
por los filmes norteamericanos —¡y pensar que nosotros no hemos sabido
hacer otro tanto con nuestras guerras carlistas!— le dio gran empuje, pero
otras carabinas, las Spencer, le ganaron la partida. Incitado por esta
competencia, en 1866 Winchester lanzó al mercado la carabina definitiva
con la que iba a pasar a la historia, especialmente cuando en Little Big Horn
el general Custer y 260 hombres armados con Spencer fueron derrotados
por 200 o 300 indios provistos de fusiles Winchester 66. Salieron después
los Winchester 73, 76, 86 y así sucesivamente, cada vez más
perfeccionados. Hoy se da el nombre de Winchester —aunque está
registrado— a cualquier fusil de repetición, añadiendo en su caso, claro
está, la marca que corresponda. Winchester murió en 1880, pero su fábrica
aún existe, y fabricó y sigue fabricando armas para todo el mundo, desde
Buffalo Bill hasta algunos presidentes de los Estados Unidos.
TEODORA EMPERATRIZ. LA
REVUELTA «NIKA», II
Cuando llegué por primera vez a Bruselas, por la Gare du Midi, me invadió
el olor a patatas fritas que no había de abandonarme durante toda mi
estancia en la ciudad. Recordé que en la última recepción a que había
asistido en la embajada española en París —un dieciocho de julio de uno de
los años cincuenta—, las tapas de tortilla de patatas habían desaparecido en
un santiamén. En Francia, el biftec-frites se convertirá en el plato por
excelencia, ahora, tal vez —por desgracia— sustituido por el internacional,
sintético y plástico hamburguer de procedencia yanqui, impuesto por la
cocacolonización que sufrimos. En Alemania, las Kartoffeln forman parte
de todos los platos populares. En Escandinavia, Rusia, Portugal o Andorra,
la patata es el alimento no diré único, pero sí complementario. ¡Y pensar
que no se conoció en Europa hasta el siglo XVI!
Llamada papa por los indios del Perú —nombre que ha conservado en
Andalucía y Canarias—, se ha confundido muchas veces con la batata o
boniato o moniato, como ustedes quieran. Pedro de Lieza dice en 1550 que
«las papas son a manera de turmas —o sea trufas— de tierra las cuales,
después de cocidas, quedan por dentro como castañas cocidas que no tienen
cáscara cuero más de lo que tiene una turma de la tierra porque también
nace debajo de la tierra como ella». Ya en 1516, Pedro Mártir de Anglería y
Agustín Zárate hablaban de ellas, aunque el contexto da pie a considerar
que en realidad se referían al boniato. Este último se cultivó por primera
vez en Europa en Málaga, por lo que los autores lo denominaban
comúnmente batata de Málaga.
Mi amigo Néstor Luján, maestro de gastrónomos, habla largo y tendido
de este asunto en su curioso libro El arte de comer, publicado en forma de
coleccionable en los suplementos dominicales de La Vanguardia de
Barcelona. Sería de desear que se editase como libro para regocijo y
distracción de los lectores en general y de los gourmets en particular.
La patata fue al principio una curiosidad botánica. Un científico alemán
que introdujo los tulipanes en Holanda, en 1588, denominó tartufoli a la
patata. Este tubérculo se cultivó en España especialmente en la región
sevillana. Los religiosos del hospital de Sevilla lo servían como alimento a
los enfermos, pobres y militares. De Sevilla pasó a Suiza, Austria y
Alemania, donde, durante la guerra de los Treinta Años, sirvió de paliativo
para el hambre. Entonces, los tres países citados eran pobres. Y pobre era
Irlanda, adonde se llevó la patata desde Inglaterra. Aquí la había dado a
conocer Walter Raleigh hacia 1585.
Durante la citada guerra, un francés llamado Antonio Agustín
Parmentier cayó prisionero y, alojado en casa de un medico o farmacéutico
alemán, hubo de alimentarse de patatas como todo el mundo. Estómago
agradecido, a su vuelta a Francia procuró hacer propaganda del tubérculo.
En un principio la patata no interesó más que como producto farmacéutico.
Parmentier explicó que, durante su cautiverio, se le ocurrió hervir las
patatas, y una vez hervidas descubrió que eran el mejor sustitutivo del pan.
Como máximo argumento expuso que «si los puercos las comen, también
las pueden comer los humanos». En 1776, siendo farmacéutico de los
Inválidos de París, cultivó unas huertas de patata. El rey Luis XVI, en una
de sus visitas, vio unas flores que desconocía y preguntó qué eran.
—Son la locura de Parmentier, que imagina que esta planta puede servir
de alimento a los pobres.
Pero 1767, 1768 y 1769 fueron años de hambre. Parmentier publicó una
memoria sobre el consumo de la patata, avalado por Turgot, Condorcet,
Buffon e incluso Voltaire. El 24 de agosto de 1768 fue el día de la
consagración real de la patata: Luis XVI visitó el terreno donde estaban
plantadas y Parmentier le ofreció algunas flores, que el rey se puso en la
casaca. Todos los cortesanos quisieron hacer lo mismo, y la flor de la patata
se puso de moda. Algunos, incluso, se dedicaron a cultivar patatas en
invernadero. Pero eso era privativo de la nobleza, que rechazaba las patatas
para comer, lo mismo que el pueblo bajo, que exigía pan y no aceptaba el
nuevo alimento. Parmentier pidió entonces al rey que unos soldados
custodiaran los huertos donde cultivaba sus patatas. Una noche, los
soldados se retiraron y la gente del pueblo se lanzó a robar patatas. Creía
que estaban reservadas a los nobles, y ello, sumado al atractivo de lo
prohibido, hizo el resto. El 21 de octubre de 1787 se sirvió la célebre cena
de los Inválidos, en que todos los platos eran a base de patatas. Incluso el
aguardiente era producto de la destilación del tubérculo.
De todos modos, se consideraba como sucedáneo del pan. Fueron
necesarios el advenimiento del Imperio y el bloqueo de Francia a causa de
las guerras napoleónicas para que en este país triunfase la hoy popular
patata.
En España se sabe que, aparte el dato citado de Sevilla, se cultiva la
patata en Galicia por lo menos a partir de los inicios del siglo XVIII. En
cuanto a la tortilla de patatas o tortilla a la española, es posible, según
refiere Néstor Luján, que su origen deba buscarse en Navarra.
Y una anécdota curiosa. Se inauguraba en Francia la primera línea
férrea: París-Saint Germain. Los reyes Luis Felipe y Amelia debían comer
en el restaurante que se improvisó en la estación. Cuando el cocinero vio
llegar la comitiva real, echó a la sartén las patatas que debían servir de
acompañamiento. Pero un imprevisto hizo que antes de llegar a la estación
los reyes se detuviesen en el camino. El cocinero retiró las patatas a medio
freír y, cuando fue la hora, las devolvió a la sartén, pues no tenía otras. Con
gran sorpresa, las patatas se hincharon y fueron muy alabadas cuando se
sirvieron a la mesa real. Se habían inventado las patatas souflées.
LAS AMAZONAS GRIEGAS Y EL RIO
AMERICANO
Así pues, el hecho de encontrarse con tribus en las que las mujeres
combatían por lo menos tan heroicamente como los hombres hizo que los
conquistadores, recordando el mito griego, las llamasen amazonas, y con
este nombre fuese conocido el mayor río del mundo.
A veces el adjetivo amazona se aplica de forma totalmente indebida, por
ejemplo en el caso célebre de Nathalie Clifford Barney, que publicó sus
libros con el título de Pensamientos de una amazona, nombre que le había
sido adjudicado por Henry de Regnier, una de las mujeres más inteligentes
de los comienzos de este siglo. Lesbiana célebre, amante de mujeres
inteligentes, finas y delicadas, poetisas, escritoras, artistas de varias clases,
residía en París, adonde se trasladó después de haber escandalizado a la
sociedad puritana de los Estados Unidos.
DE COSAS DE COMER Y DE BEBER
Poca gente sabe que Alejandro Dumas, el autor de Los tres mosqueteros, El
conde de Montecristo y un par de centenares de obras, escribió también un
libro titulado Mon Dictionnaire de Cuisine, lleno de anécdotas y recetas
fantásticas al lado de detalles curiosos y algún que otro acierto desde el
punto de vista gastronómico. Sobre el cañamazo del prólogo a este libro van
aquí algunas notas curiosas y algunos comentarios.
La historia de la humanidad empieza con la fruta del árbol prohibido
que Eva ofreció a Adán, y que la tradición identifica con una manzana, lo
que prueba la importancia de la comida y el apetito. No hemos de olvidar,
sin salirnos de la Biblia, el plato de lentejas con el que Jacob adquirió la
primogenitura que correspondía a su hermano Esaú. Tras este engaño y la
trastada que hizo a su padre Isaac, ayudado por su madre Rebeca, Jacob
tuvo que exiliarse durante veinte años, y cuando volvió se hizo preceder por
una caravana de 200 caballos, 22 machos cabríos, 20 carneros, 20 camellas
con sus crías, 80 vacas, 3 toros y 30 asnos. Lo que, habida cuenta que se
apropió de la herencia paterna, no es precisamente una indemnización
generosa, a pesar de su volumen.
Y saltando de la Biblia a la historia o, mejor dicho, a la leyenda, no se
puede olvidar a Sardanápalo, quien ofreció una recompensa de mil piezas
de oro a quien descubriese un plato nuevo. ¡Como para hacer la fortuna de
los cocineros de la nueva cocina! Sardanápalo, dicho sea entre paréntesis, es
un rey legendario mezcla de Assur-Bani-Pal y de su hermano, al que se
atribuye toda una vida de orgías, lujo, lubricidad y refinamiento. Cuando las
tropas enemigas iban a invadir y ocupar Nínive, Sardanápalo reunió en su
palacio todas sus riquezas, muebles, esclavos, caballos, esposas y
concubinas, prendió fuego al edificio y pereció con todos sus bienes antes
que vivir en la cautividad.
Célebre es también, y volviendo a la Biblia, el festín de Baltasar,
durante el cual aparecieron, misteriosamente escritas en la pared, las
palabras mane, tecel, fares, que fueron interpretadas por el profeta Daniel
como que Dios había contado los días de su reino, había valorado su obra y
había decidido disgregar sus Estados, como así sucedió al dividirse entre
medos y persas.
Poco más o menos por la misma época, la ciudad de Cretona se hizo
célebre, primero, por haber destruido su ciudad rival, Síbaris, de cuyo
nombre deriva sibarita y sibaritismo, y cuyos habitantes, grandes comedores
y bebedores, dormían sobre colchones de pétalos de rosas (se dice que
notaban si un pétalo estaba doblado, y eso les impedía dormir) e hicieron
matar a todos los gallos que había en la ciudad porque su canto les
despertaba en el mejor de sus sueños. En segundo lugar, Cretona contaba
con un ciudadano llamado Milón, siete veces campeón olímpico, del que se
dice que se hacía atar una cuerda alrededor de la cabeza y la rompía con un
simple esfuerzo muscular. Todo esto debe ser pura leyenda, como también
la que afirma que un día cargó sobre sus espaldas un novillo de tres años, lo
transportó durante 120 pasos, lo mató de un puñetazo en la cabeza, lo hizo
asar y se lo comió entero. De Milón se cuenta asimismo que diariamente
comía siete kilos y medio de carne y ocho kilos de pan, y bebía quince litros
de vino.
Los poemas homéricos describen grandes banquetes, y todos sus héroes
disfrutan de un magnífico apetito. Parece que fueron los griegos quienes
introdujeron el uso de comer acostados en un lecho en vez de hacerlo
sentados en un taburete, como recogen la Ilíada y la Odisea. Aquella moda
pasó a Roma, lo cual se comprende si se tiene en cuenta que quienes servían
la mesa eran adolescentes de uno y otro sexo que no podían rechazar nada
a los invitados. Resultaba lógica, pues, la necesidad del lecho, que en las
mansiones nobles estaba adornado con conchas de tortuga, marfiles y
bronces e, incluso, con perlas y piedras preciosas.
De Polión se cuenta que un día que Augusto cenaba en su casa quiso
arrojar a las murenas a un esclavo que había roto un vaso de vidrio, objeto
raro en aquel tiempo. El esclavo fue a refugiarse a los pies del emperador, el
cual, indignado, ordenó que se rompiesen todos los vasos y objetos de
vidrio que hubiese en casa de Polión, pues estimaba que todos ellos en
conjunto no valían una vida humana. Las murenas son unos peces
carnívoros muy feos, que a veces se han alimentado con la carne de los
esclavos desobedientes, a los cuales se arrojaba a los viveros.
Heliogábalo, el emperador sirio que entró en Roma sobre un carro
tirado por mujeres desnudas, tenía un cronista dedicado exclusivamente a
anotar sus banquetes, cada uno de los cuales costaba como mínimo unas
cien mil pesetas actuales. Se hacía confeccionar pasteles de lenguas de pavo
real, ruiseñores y faisanes, que a mi entender no debían valer gran cosa
desde el punto de vista culinario. Se jactaba de no haber bebidos dos veces
en el mismo vaso y, teniendo en cuenta que sus vasos eran de oro y plata, se
puede calcular lo que debía costar un banquete. Un día, invitó a ocho
jorobados y a ocho cojos, ocho gordos, ocho esqueléticos, ocho gotosos,
ocho sordos, ocho negros y ocho albinos. Fue un capricho como cualquier
otro. Heliogábalo mandó construir un patio de pórfido a fin de poder
precipitarse en él desde lo alto de su palacio en caso de peligro de muerte.
Para más seguridad, llevaba un anillo con una esmeralda hueca, llena de
veneno. Por si fuera poco, tenía dispuesto un puñal de oro con empuñadura
de diamantes, así como una cuerda de oro y seda para ahorcarse si todo lo
anterior fallaba. Pero de nada le sirvieron tales previsiones porque,
sorprendido cuando estaba haciendo sus necesidades más íntimas, fue
asfixiado con la esponja con que los romanos se limpiaban el trasero.
El emperador Claudio Albino comió en un desayuno quinientos higos,
cien melocotones, diez melones, cuatro docenas de ostras y dos kilos de
uva. Pero todo ello no es nada si se ha de creer lo que se cuenta del
emperador Maximino, que comía diariamente deciséis kilos de carne y
bebía treinta y dos litros de vino. Bien es verdad que, según sus biógrafos,
era tan enormemente obeso que los brazaletes de su mujer le servían de
anillos y su cinturón de brazalete, cosa que me parece imposible, por cuanto
el hombre más gordo que he conocido, un alemán de Munich que pesaba
cerca de trescientos kilos, no alcanzaba las medidas que se atribuyen al
emperador romano.
Bajo los reinados de Augusto y Tiberio vivió Marco Gavio Apicio, del
que hablan Séneca, Plinio, Juvenal y Marcial. Tiberio le enviaba desde
Caprera las lubinas que él consideraba demasiado caras para el tesoro
imperial. Poseía doscientos millones de sextercios, de los que gastó
cuarenta únicamente en los placeres de la mesa. Un día, su administrador le
dijo que solamente le quedaban diez millones de sextercios y,
considerándose arruinado, se metió en un baño de agua caliente y se hizo
abrir las venas. Figura como autor de un tratado De Re Culinaria, que en
realidad parece haber escrito un tal Celio. Éste creyó que tendría más éxito
si firmaba con el nombre de Apicio.
DE LA MESA Y OTRAS GOLLERIAS
Cuando hoy vemos una mesa bien dispuesta, con sus manteles, servilletas,
cubertería fina y copas de cristal, no pensamos nunca en los siglos que han
tenido que transcurrir para llegar a tal refinamiento.
Pasada la época romana, los bárbaros que invadieron el Imperio se
dividieron entre los que adoptaban los usos de los conquistados y los que
continuaban con sus costumbres primitivas. La mesa, tan importante
durante la decadencia de Roma, pasó a ser centro de tragonías con una
absoluta falta de refinamiento. Baste decir que los manteles desaparecieron
prácticamente, para reaparecer tan sólo avanzada la Edad Media. Y aún así,
se emplearon en banquetes especiales, tal como puede verse en las
representaciones de la Santa Cena.
Hacia mediados del siglo XIII, en las cortes más importantes de Europa
se volvieron a emplear los manteles que, además, en algunos países
adquirieron un simbolismo popular; así, por ejemplo, en Francia era
costumbre cortar el mantel ante un caballero acusado de cobarde. En la
festividad de la Epifanía, el rey Carlos VI de Francia se encontraba
almorzando con varios señores ilustres, entre los que se encontraba
Guillermo de Hainault, conde de Ostrevant. De pronto, entró un heraldo,
que cortó el mantel ante el conde, al tiempo que le anunciaba que un
príncipe sin armas era indigno de comer a la mesa de un rey. Guillermo
respondió que, como los demás señores, llevaba escudo, lanza y espada.
—No, señor; esto es imposible, pues vuestro tío fue muerto por los
frisones y hasta hoy su muerte ha quedado impune, y no hay duda de que, si
llevaseis armas, tiempo haría que hubiese sido vengado.
Curiosa es también la historia de la servilleta. Algunos pueblos usaban
limpiarse los dedos con heno o serrín. Recuérdese que en aquellos tiempos
no se conocía el tenedor, y las viandas se cogían directamente con las
manos. Los espartanos se limpiaban los dedos con un pedazo de pan que
después echaban a los perros. Los romanos, por su parte, se pasaban lienzos
perfumados por manos y cara. En la Edad Media, los más refinados se
servían de trapos sucios que después se tiraban.
San Pedro Damiano cuenta con indignación que la esposa de Pedro
Orseolo, dux de Venecia, y hermana de Romano Argiro, emperador de
Bizancio, en vez de comer con los dedos, usaba un tenedor de dos púas, lo
cual consideraba como un lujo insensato que sin duda atraería la cólera
celeste sobre ella y su esposo. Efectivamente, los dos murieron de la peste.
Claro está que también murieron de la misma epidemia millares de hombres
y mujeres que comían con los dedos.
A comienzos de la Edad Moderna, la dueña de la casa y sus hijas
presentaban a los invitados unas palanganas de plata que servían para
lavarse las manos. En algunos lugares, entre ellos España, hombres y
mujeres comían por separado, cosa que se ha conservado hasta hace poco
en lugares rurales. En un pueblo de Castilla, yo asistí a una comida en que
los hombres estábamos sentados a la mesa mientras las mujeres comían
aparte y de pie. No sé si habrán observado algunos de mis lectores un hecho
muy curioso: que, en ambientes también rurales, cuando los campesinos
van a comer a un restaurante ponen el plato bastante separado del borde de
la mesa, y ello se debe a que, aún hoy, en muchos sitios se sirven
directamente de la fuente a la boca, y entre una y otra hay una rebañada de
pan que sirve de plato. Como en tiempos de los antiguos romanos, este pan
se da luego a los perros, cuando no sirve de postre.
La mesa ha impulsado importantes pasos en el camino del progreso; no
se olvide que Cristóbal Colón descubrió América buscando las Indias,
proveedoras de las especias que se consumían en Europa y cuyo monopolio
estaba en manos de los venecianos. Muchas de ellas se cotizaban a su peso
en oro.
La pimienta, por ejemplo, era tan apreciada que se servía como precioso
complemento para el rescate de nobles o de ciudades. Algunas veces,
quienes tenían que pagar estos impuestos eran las comunidades judías que
vivían en los ghettos o juderías de las ciudades medievales, y que se
consideraban buenas proveedoras a causa de las relaciones comerciales y
familiares que mantenían con otros miembros de su raza y religión,
habitantes de naciones orientales.
La canela venía a Europa desde la isla de Ceilán, donde el árbol que la
produce se llama kerandu. Puede imaginar el lector el precio que alcanzaría,
cuando se piensa que para llegar a Europa debía atravesar toda Asia a lomos
de caballerías durante meses.
SER CORNUDO NO ES NINGUN
MÉRITO