Bucanero - Tim Severin
Bucanero - Tim Severin
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H ector Ly nch se reclin para asirse al mstil de la balandra. Era una tarea
ardua mantener firme el pequeo telescopio frente al vaivn de las mareas
caribeas y la imagen de la lente era borrosa y fluctuante. Estaba tratando de
identificar la bandera de popa de un buque que haba aparecido en el horizonte
con las primeras luces y que ahora se hallaba a unas tres millas hacia barlovento.
Pero el viento tremolaba la bandera del desconocido de soslay o, directamente
hacia l, de modo que le costaba ver contra el sol deslumbrante que se reflejaba
en las olas de una maana de las postrimeras de diciembre. Crey vislumbrar un
centelleo azul y blanco y una suerte de cruz, pero no estaba seguro de ello.
Qu te parece? le pregunt a Dan al tiempo que le ofreca el catalejo a
su compaero. Lo haba conocido dos aos antes en la costa de Berbera, cuando
ambos se hallaban encarcelados en los barracones de esclavos de Argel, y haba
adquirido un profundo respeto por su prudencia. Ambos tenan la misma edad
(Hector cumplira veinte aos dentro de unos meses) y haban entablado una
entraable amistad.
No hay forma de saberlo respondi Dan, ignorando el telescopio. Era un
indio misquito de la costa de Centroamrica, y posea una vista notablemente
aguda, al igual que buena parte de sus compatriotas. Es igual que la nuestra.
Puede que sea francesa o inglesa, o quiz venga de las colonias inglesas del norte.
Estamos demasiado alejados del virreinato para que sea espaola. Tal vez
Benjamn lo sepa.
Hector se volvi hacia el tercer miembro de su reducida tripulacin.
Benjamin era un liberto, un esclavo negro liberado que haba trabajado en los
puertos occidentales de la costa africana antes de ofrecerse a unirse a su buque
para emprender la travesa transatlntica rumbo al Caribe.
Alguna sugerencia? inquiri.
Benjamin se limit a menear la cabeza. Hector no saba qu hacer. Sus
compaeros lo haban designado para que gobernase el pequeo buque, pero sta
era su primera aventura ocenica importante. Se haban hecho con la nave dos
meses antes al encontrarla encallada en medio de un ro del oeste africano; el
capitn y los oficiales haban perecido a causa de las fiebres y slo estaba
tripulada por Benjamin y otro liberto. Segn los documentos de la nave se trataba
de LArc-de-Ciel, registrada en La Rochelle. Los amplios anaqueles desocupados
que surcaban la bodega indicaban que se trataba de una pequea nave esclavista
que an no se haba abastecido de su mercanca humana.
Hector enjug la lente del telescopio con una tira de algodn limpio que haba
desgarrado de su camisa y se dispona a echar otra ojeada a la bandera del
desconocido cuando retumb un disparo de can. El viento transmiti
claramente el sonido y Hector constat que una negra bocanada de humo de
can se elevaba de la cubierta de la balandra.
Es para atraer nuestra atencin. Quieren hablar con nosotros anunci
Benjamin.
Hector volvi a mirar fijamente la balandra, que a todas luces estaba
acortando rpidamente las distancias, y distingui cierto trajn en la cubierta de
popa. Un reducido grupo de hombres se haba congregado en ese punto.
Deberamos mostrarles una bandera sugiri Benjamin.
Hector descendi apresuradamente al camarote del capitn fallecido. Saba
que haba una bolsa de lona oculta discretamente en un arca detrs del camastro.
Abriendo la bolsa, vaci el contenido en el suelo del camarote. Haba diversas
prendas de ropa blanca sucia y, debajo de stas, varios rectngulos amplios de
tela coloreada. Identific una de aquellas banderas, que ostentaba una cruz roja
cosida sobre un fondo blanco, como la que desplegaban las naves inglesas que
visitaban de tanto en tanto el pequeo puerto pesquero irlands donde pasaba el
verano siendo nio. Otra era azul con una cruz blanca en cuy o centro haba un
emblema con tres flores de lis doradas. Tambin la reconoci. Ondeaba en las
naves mercantes francesas cuando Dan y l eran remeros presos en la base real
de galeras de Marsella. No conoca el tercer estandarte. Tambin exhiba una
cruz roja sobre un fondo blanco, pero en este caso los brazos de la cruz discurran
al bies hasta las aristas de la bandera y sus bordes estaban deliberadamente
irregulares. Semejaban ramas cortadas de un arbusto despus de podar los
brotes. Al parecer el difunto capitn de LArc-de-Ciel estaba dispuesto a ondear
la bandera de la nacin que fuese propicia para la ocasin.
Hector regres a la cubierta con las tres banderas bajo el brazo en un fardo
desordenado.
Bueno, cul va a ser? pregunt. Mir de nuevo al buque desconocido. En
el breve intervalo que haba pasado bajo la cubierta se haba acercado mucho
ms. Estaba a tiro de can.
Por qu no pruebas con el trapo del rey Luis? propuso Jacques Bourdon.
Jacques, que mediaba la treintena, era un antiguo galeote, un ladrn condenado al
remo a perpetuidad por un tribunal francs, que luca la marca GAL en la
mejilla para demostrarlo. Junto con el segundo liberto, completaba la tripulacin
de cinco hombres. De ese modo nuestros colores correspondern con los
documentos de la nave aadi, protegindose los ojos para escrutar la balandra
que se aproximaba. Adems Si te fijas, tambin ondea la bandera francesa.
Hector y sus compaeros esperaron hasta que el navo desconocido acort
distancias. Vieron que alguien haca aspavientos en la borda. Estaba sealando sus
velas, indicndoles que las arriasen. Tardamente, Hector sinti una punzada de
recelo.
Dan pregunt quedamente, tenemos alguna posibilidad de alejarnos
de ella?
Ninguna en absoluto respondi Dan sin titubeos. Es un quechemarn y
tiene ms velas que nosotros. Lo mejor es quedarse al pairo y ver qu es lo que
quieren.
Al cabo de un momento, Bourdon ay udaba a los dos libertos que aflojaban las
jarcias y arriaban las velas para que LArc-de-Ciel se detuviera poco a poco
hasta mecerse suavemente en el mar.
El quechemarn que se acercaba cambi de rumbo para situarse junto a ellos.
Haba ocho caones en la nica cubierta. En ese instante, sin previo aviso, el
grupito de la cubierta de popa se dispers para desvelar a un sujeto que halaba
enrgicamente de una driza. Estaba izando un embrollo de tela. Una rfaga de
viento la zarande y los pliegues de tela se estremecieron revelando una nueva
ensea. No tena marcas, sino que era un sencillo pao rojo.
Jacques Bourdon mascull un juramento.
Mierda! La jolie rouge. Tendramos que haberlo sabido.
Hector lo mir sobresaltado.
La jolie rouge rezong Bourdon. La bandera de los filibusteros. Cmo
se llaman? Corsarios? se es su estandarte. En una ocasin compart una celda
en la prisin de Pars con uno de ellos. Menudo cabrn apestoso. Ola peor que
todos los dems presos juntos. Cuando protest me dijo que una vez, en las
Caribes, se haba pasado dos aos sin darse un bao como Dios manda. Me
asegur que llevaba un traje de cuero sin curtir.
Querrs decir que era un bucanero lo corrigi Dan. El misquito pareca
impasible ante la visin de la bandera roja.
Son peligrosos? Quiso saber Hector.
Depende del humor que tengan contest Dan por lo bajo. Seguro que
les interesa nuestra mercanca, si hay algo que puedan robar y vender ms
adelante. No nos harn dao si cooperamos.
La lona restall con estruendo al ganar el viento el buque de los desconocidos.
El timonel deba de haber llevado a cabo aquella maniobra en numerosas
ocasiones y era obviamente un experto, pues coloc hbilmente el quechemarn
junto a la pequea LArc-de-Ciel. Hector cont no menos de cuarenta hombres a
bordo, un tosco tropel de todas las edades y los tamaos, la may ora de los cuales
lucan una poblada barba y tenan la piel curtida. Muchos tenan el pecho desnudo
y slo se abrigaban con holgados calzones de algodn. Pero otros haban optado
por una mezcolanza de ropajes que abarcaban desde sucias camisas de lino y
pantalones bombachos de lona hasta chaquetas de pao fino con faldones
amplios, puos bordados y casacas de marinero. Algunos, como el antiguo
compaero de celda de Jacques, se ataviaban con jubones y polainas de cuero
sin curtir. Los que no llevaban la cabeza descubierta lucan una seleccin de
sombreros igualmente amplia. Haba pauelos de colores brillantes, bonetes de
marinero, tricornios, capuchas de cuero y sombreros de ala ancha de estilo
vagamente militar. Un hombre hasta se tocaba con un sombrero de piel pese al
calor abrasador. Algunos empuaban largos mosquetes que, segn observ
Hector aliviado, no apuntaban a LArc-de-Ciel, as como no estaban tripulados los
caones de la cubierta. Dan estaba en lo cierto: los bucaneros no se mostraban
demasiado agresivos con los tripulantes de las naves que obedecan sus
instrucciones. Por el momento, la heterognea turba de extraos no haca otra
cosa que formar ante la borda de su buque y mirar con ojo crtico a
LArc-de-Ciel.
Se produjo un levsimo topetazo cuando se tocaron los cascos de ambos
buques, y un momento despus media docena de bucaneros se dejaron caer
sobre la cubierta de LArc-de-Ciel. Dos de ellos empuaban sendos trabucos de
can ancho. El ltimo en abordarlos pareca su cabecilla. Era de mediana edad,
menudo y grueso; tena el cabello al rape, bermejo con vetas grises, y su atuendo
era ms formal que el de los dems, con calzones de color crema y medias, as
como un chaleco prpura sobre una mugrienta camisa blanca. Al contrario que
sus compinches, que preferan los cuchillos y los sables, llevaba un estoque
suspendido de un harapiento tahal. Adems, era el nico abordador que llevaba
zapatos. Los tacones resonaron sobre la cubierta de madera al dirigirse
resueltamente hacia Dan y Hector.
Llamad a vuestro capitn anunci. Decidle que el capitn Coxon desea
hablar con l.
A corta distancia, el semblante del capitn Coxon, que a primera vista se
antojaba regordete y afable, tena rasgos crueles. Morda las palabras cuando
hablaba y tena las comisuras de los labios inclinadas hacia abajo, esbozando una
leve sonrisa desdeosa. Hector resolvi que no deba subestimar al capitn
Coxon.
Yo soy el capitn en funciones replic. Coxon observ sorprendido al
joven.
Qu le ha pasado a tu predecesor? lo conmin sin rodeos.
Creo que muri de fiebres.
Cundo y dnde sucedi eso?
Hace unos tres meses, puede que ms. En el ro Wadnil, en el oeste de
frica.
Ya s dnde est el Wadnil espet Coxon, irritado. Tienes alguna
prueba de ello? Y quin ha trado esta nave? Quin es vuestro navegante?
Yo me he encargado de la navegacin respondi Hector en voz baja.
De nuevo la mirada de estupefaccin, seguida de un incrdulo fruncimiento
de la boca.
He de ver los documentos de vuestra nave.
Estn en el camarote del capitn.
Coxon hizo un asentimiento de cabeza a uno de sus hombres, que desapareci
rpidamente bajo la cubierta. Mientras esperaba, el capitn se introdujo la mano
en la pechera de la camisa para rascarse el pecho. Al parecer estaba aquejado
de una suerte de irritacin cutnea. Hector repar en diversas rojeces encendidas
en el cuello del capitn bucanero, justo encima del cuello de la camisa. Coxon
recorri con la mirada LArc-de-Ciel y su mermada tripulacin.
stos son todos tus hombres? exhort. Qu les ha pasado a los
dems?
No hay nadie ms contest Hector. Hemos tenido que hacernos a la
mar faltos de personal, slo nosotros cinco. Ha sido suficiente. El clima nos ha
sido propicio.
El esbirro de Coxon sali por la puerta del camarote. Sostena un manojo de
documentos y el fajo de cartas nuticas que Hector haba encontrado a bordo
cuando Dan, Bourdon y l haban puesto el pie en LArc-de-Ciel. Coxon se
apoder de los documentos y guard silencio durante unos instantes mientras los
ojeaba al tiempo que se rascaba la nuca con ademn distrado. De improviso,
alz la vista hacia Hector y le ofreci una de las cartas.
Pues si eres un navegante, dime dnde estamos.
Hector baj la vista hacia la carta. La ilustracin era imperfecta y la escala
inadecuada. Todo el Caribe estaba representado en una sola hoja y haba diversos
espacios en blanco o borrones en la lnea costera que lo rodeaba. Seal un punto
a unos dos tercios en el pergamino y afirm:
Ms o menos aqu. Al medioda de ay er calcul nuestra latitud con el
cuadrante, pero no estoy seguro de nuestra deriva hacia el este. Hace doce das
vimos una isla escarpada al norte, que tom por una de las Caribes de barlovento.
Desde entonces puede que hay amos recorrido unas mil millas.
Coxon lo contempl sombramente.
Y por qu queris ir hacia el oeste?
Intentamos llegar a la costa de los misquitos. Nos dirigimos hacia all. Dan
es de ese pas y desea volver a casa.
El capitn bucanero, despus de mirar brevemente a Dan, adopt un aire
meditabundo.
Y vuestra mercanca?
No tenemos mercanca. Nos embarcamos antes de que la nave estuviese
cargada.
Coxon sacudi nuevamente la cabeza y dos miembros de su tripulacin
abrieron una escotilla y descendieron a la bodega. Reaparecieron momentos
despus y uno de ellos corrobor:
Nada. Est vaca.
Hector percibi la decepcin del capitn. El humor de Coxon estaba
cambiando. Se estaba enojando. De pronto avanz un paso hacia Jacques
Bourdon, que estaba haraganeando cerca del mstil.
T, el de la marca en la mejilla! espet Coxon. Has estado en las
galeras del rey, no es as? Cul fue tu delito?
Que me pillaron contest agriamente Jacques.
Eres francs, no es cierto? El fantasma de una sonrisa surc el
semblante de Coxon.
De Pars.
Coxon se volvi hacia Hector y Dan. Segua teniendo el manojo de
documentos en la mano.
Voy a incautarme de esta nave anunci. Bajo la sospecha de que la
tripulacin le ha robado el buque a sus legtimos propietarios y ha asesinado al
capitn y los oficiales.
Eso es absurdo prorrumpi Hector. El capitn y los oficiales estaban
muertos cuando subimos a bordo.
No tienes nada que lo demuestre. Ni certificado de defuncin, ni
documentos de traspaso ni de propiedad. Era evidente que Coxon estaba
torvamente satisfecho.
Cmo bamos a obtener esos documentos? Hector se estaba
exasperando ms a cada minuto que pasaba. Arrojaron los cuerpos por la
borda para tratar de poner freno al contagio y no haba autoridades a las que
pudisemos recurrir. Como le he dicho, el buque se hallaba en medio de un ro
africano, y slo haba jefes indgenas en la regin.
En ese caso deberais haber fondeado en la primera estacin comercial de
la costa para acudir a las autoridades y dejar constancia de lo sucedido replic
Coxon. Por el contrario, os hicisteis a la vela rumbo a las Caribes. Es mi deber
regularizar este asunto.
No tiene autoridad para llevarse esta nave insisti Hector.
Coxon le brind una leve sonrisa.
S que la tengo. Tengo la autoridad del gobernador de Petit Guave, cuy a
patente desempeo en nombre del reino de Francia. Este buque es francs. Hay
un convicto marcado a bordo, un sbdito del rey francs. Los documentos de la
nave no estn en orden y no hay pruebas de cmo muri el capitn. Puede que
fuera asesinado y la mercanca vendida.
Qu se propone hacer entonces? Quiso saber Hector, refrenando su
clera. Debera haberse dado cuenta desde el principio de que Coxon haba
estado intentando encontrar una excusa para apoderarse del buque. Coxon y sus
hombres no eran sino bandoleros marinos acreditados.
Una dotacin de presa conducir este navo y a todos los que se encuentran
a bordo a Petit Guave. All vendern el buque y os juzgarn a tu tripulacin y a ti
por asesinato y piratera. Si os declaran culpables, el tribunal decidir vuestro
castigo.
De improviso, Dan alz la voz con gravedad.
Si somos maltratados por ti o por tu tribunal, tendris que responder ante mi
pueblo. Mi padre es uno de los miembros del Consejo de Ancianos de los
misquitos.
Al parecer, las palabras de Dan revestan cierta seriedad, pues Coxon se
interrumpi un momento antes de contestar.
Si es verdad que tu padre pertenece al Consejo de los misquitos, el tribunal
lo tendr en cuenta. Las autoridades de Petit Guave no querrn enojar a los
misquitos. En cuanto al resto de vosotros, seris juzgados.
Coxon se introdujo de nuevo la mano en la pechera de la camisa para
rascarse el pecho. Hector se pregunt si era el picor lo que lo haca tan irascible.
Necesito saber tu nombre le dijo el bucanero.
Me llamo Hector Ly nch. La mano dej de rascar. Entonces Coxon le
pregunt despacio:
Tienes alguna relacin con sir Thomas Ly nch?
Haba cierto recelo en su tono. La pregunta qued flotando en el aire. Hector
no tena ni idea de quin era sir Thomas Ly nch, pero sin duda Coxon lo conoca
bien. Adems, Hector tena la clara impresin de que se trataba de alguien a
quien el capitn profesaba respeto, tal vez incluso temor. Consciente de la sutil
mudanza en el talante del bucanero, Hector aprovech la oportunidad.
Sir Thomas Ly nch es mi to afirm sin rubor alguno. Acto seguido, para
incrementar el efecto de la mentira, aadi: Por eso decid hacerme a la mar
sin tardanza con mis compaeros, rumbo al Caribe. Despus de conducir a Dan a
la costa de los misquitos, me propona reunirme con sir Thomas.
Durante un alarmante momento Hector crey que haba ido demasiado lejos,
que no debera haber complicado el embuste. Coxon lo contemplaba con los ojos
entrecerrados.
En este momento sir Thomas no se encuentra en las Caribes. Su familia
est administrando sus propiedades. No lo sabas?
Hector consigui sobreponerse.
He pasado unos meses en frica aislado. Apenas me han llegado noticias
de casa.
Coxon frunci los labios mientras meditaba sobre la afirmacin de Hector.
Cualquiera que fuese el significado de sir Thomas Ly nch para el bucanero,
comprendi el joven, bastaba para que su captor reconsiderase sus planes.
En ese caso me asegurar de que te renas con tu familia dijo al fin el
bucanero. Tus compaeros se quedarn a bordo de esta nave mientras la
conducen a Petit Guave y y o enviar una nota a las autoridades indicndoles que
son camaradas del sobrino de sir Thomas. Puede que eso obre en su favor.
Entretanto, puedes acompaarme a Jamaica y o y a me diriga haca all.
Hector se devan los sesos buscando pistas sobre la identidad de su supuesto
to en la declaracin de Coxon. Sir Thomas Ly nch tena posesiones en Jamaica,
de modo que deba de ser un hombre adinerado. Era razonable suponer que se
trataba de un prspero plantador, un hombre que tena amigos en el Gobierno.
Era bien conocida la opulencia y el poder poltico de los propietarios de las
plantaciones de las Indias Occidentales. No obstante, al mismo tiempo Hector
perciba algo inquietante en el talante de Coxon, un atisbo de que cualquiera que
fuese el propsito del capitn bucanero, no redundaba totalmente en beneficio de
Hector.
Se le ocurri demasiado tarde que deba interceder por los libertos que haban
demostrado su vala durante la travesa transatlntica.
Si han de juzgar a alguien en Petit Guave, capitn le dijo a Coxon, no
debe ser a Benjamin ni a su compaero. No abandonaron la nave ni siquiera
cuando el antiguo capitn pereci a causa de las fiebres. Son hombres leales.
Coxon haba vuelto a rascarse. Se estaba rascando la nuca con las uas.
Seor Ly nch, no debe usted preocuparse por eso afirm. No los
juzgarn.
Qu les suceder?
Coxon retir la mano del cuello de la camisa, se examin las uas por si
hallara partculas de lo que le estaba causando la irritacin y contrajo levemente
el hombro para mitigar la presin de la camisa sobre la piel.
En cuanto los lleven a Petit Guave los vendern. Dice usted que son leales.
Eso los convertir en excelentes esclavos.
Mir abiertamente a Hector como si quisiera desafiarlo a poner algn reparo.
Tengo entendido que su to emplea a ms de sesenta esclavos africanos en
sus plantaciones jamaicanas. Estoy seguro de que l lo aprobara.
Sin saber qu decir, Hector no pudo sino devolverle la mirada, procurando
calibrar el temperamento del bucanero. Lo que vio trunc sus esperanzas. Los
ojos del capitn Coxon le recordaban a los de un reptil. Eran un tanto saltones y
su expresin era completamente despiadada. A pesar del apacible brillo del sol,
Hector sinti que un escalofro se filtraba hasta lo ms profundo de su ser. No
deba permitir que lo engaase la placidez de su entorno, con la clida brisa
tropical que rizaba el mar resplandeciente y el suave murmullo de las dos naves
al mecerse suavemente la una contra la otra, casco contra casco. Sus
compaeros y l haban llegado adonde el egosmo se sustentaba sobre la
crueldad y la violencia.
Captulo II
L arecaudo
harapienta compaa de Coxon no perdi el tiempo en poner a buen
su presa. Al cabo de media hora LArc-de-Ciel haba soltado
amarras rumbo a Petit Guave. Hector se qued en la cubierta del quechemarn
de los bucaneros preguntndose si alguna vez volvera a ver a Dan, a Jacques y a
los dems. Al contemplar la pequea balandra que se perda a lo lejos, Hector
era incmodamente consciente de la presencia de Coxon, que lo observaba
atentamente a menos de tres metros de distancia.
Tus compaeros de barco arribarn a Petit Guave dentro de menos de tres
das observ el capitn bucanero. Si las autoridades locales creen su relato,
no tendrn que preocuparse por nada. De lo contrario Profiri una
carcajada carente de alegra.
Hector saba que Coxon lo estaba soliviantando, tratando de provocar una
reaccin.
Es extraordinario prosigui el capitn, y se apreciaba un deje de malicia
en su voz, que el sobrino de sir Thomas Ly nch se relacione con un convicto
marcado. Cmo es eso?
Ambos naufragamos en la costa de Berbera y nos vimos obligados a
colaborar para salvarnos y escapar le explic Hector. Procur que su respuesta
pareciese indiferente y sosegada, aunque se estaba devanando los sesos pensando
en cmo poda continuar indagando sobre su supuesto pariente, sir Thomas
Ly nch, sin despertar las sospechas de Coxon. Si el bucanero descubra que lo
haban embaucado perdera toda esperanza de reunirse con sus amigos. Lo
mejor era dirigir el interrogatorio hacia su captor.
Dice usted que se dirige a Jamaica. Cunto tardaremos en llegar?
Coxon no ceda al desaliento.
No sabes nada de la isla? Tu to no te ha hablado de ella?
Lo vea poco cuando era nio. Estaba ausente buena parte del tiempo,
ocupndose de su hacienda Al menos eso era una conjetura prudente.
Y dnde pasaste tu infancia? Coxon lo estaba tanteando nuevamente.
Por fortuna el interrogatorio se vio interrumpido por el grito de uno de los
vigas apostados en la cofa. Haba divisado otra vela en el horizonte. Coxon puso
fin a sus preguntas de inmediato y empez a vociferar rdenes a su tripulacin
para que izaran ms velas y dieran comienzo a la persecucin.
Hector reflexion sobre la informacin del marinero durante los dos das y
noches que tardaron en arribar a Jamaica. Haban abandonado la persecucin de
la lejana vela cuando se puso de manifiesto que no tenan ninguna esperanza de
dar alcance a la presa. Cada noche el joven se tenda en un rollo de cuerda
cercano a la proa de la balandra, y durante el da se quedaba solo. Los bucaneros
que se topaban con l lo ignoraban o le lanzaban miradas funestas, de modo que
supuso que su supuesta relacin con Ly nch era conocida por todos. Coxon no le
prestaba atencin. Cuando rompi el alba la tercera maana, se senta
entumecido, cansado y preocupado por su propia suerte cuando se puso en pie y
se asom al bauprs para presenciar la recalada.
Frente a l, Jamaica se alzaba sobre el mar, dominante y escarpada. Los
primeros ray os de sol arrancaban visos de color verde vivo y sombras oscuras a
las ondulaciones y las estribaciones de una cadena montaosa que se elevaba a
varios kilmetros tierra adentro. El quechemarn se diriga a una baha
resguardada donde la tierra descenda con may or suavidad hacia la play a de
arena gris. No haba indicios de puerto alguno, aunque al otro lado del litoral se
vislumbraba un manojo de puntos blanquecinos que Hector supuso que eran los
tejados de cabaas o casitas. Por lo dems, el lugar estaba desierto. No haba
siquiera una barca de pesca a la vista. El capitn Coxon haba llegado
discretamente.
Instantes despus de que el ancla se hundiera en un agua tan difana que la
sinuosa arena del fondo del mar se distingua a cuatro brazas de profundidad,
condujeron a Coxon y a Hector a la orilla en el bote de la nave.
Volver dentro de menos de dos das le dijo el capitn bucanero a la
tripulacin del bote cuando fondearon en la play a. Que nadie pierda de vista la
nave. No os alejis y disponeos a zarpar en cuanto regrese. Se volvi hacia
Hector. T vienes conmigo. Es una caminata de cuatro horas. Y puedes
resultarme til. Se despoj de la pesada chaqueta que llevaba y se la entreg al
joven para que cargase con ella. Hector se sorprendi al atisbar los rizos de una
peluca sobresaliendo de uno de los bolsillos. Debajo de la chaqueta Coxon se
haba puesto una camisa de lino bordada con una pechera con volantes y puos
de encaje. Luca medias y calzones limpios y cepillados de excelente calidad y
se haba calzado un par de zapatos nuevos con hebillas de plata. Hector se
pregunt cul era la causa de una indumentaria tan elegante.
Dnde vamos? Quiso saber.
A Llanrumney fue la destemplada respuesta.
Sin atreverse a pedirle ninguna explicacin, Hector sigui al capitn bucanero
cuando ste se puso en marcha. Al haber pasado tantos das en el mar tras haber
salido de frica, el suelo se inclinaba y oscilaba bajo los pies del joven, y hasta
que se acostumbr de nuevo a caminar en tierra firme le cost mantener el
enrgico ritmo de Coxon. Al fondo de la play a sortearon una pequea aldea de
cinco o seis cabaas de madera techadas con hojas de pltano habitadas por
familias de negros, por lo general una mujer con varios nios. No se vean
hombres y nadie los mir dos veces. Llegaron al pie de un sendero que conduca
tierra adentro y muy pronto los sonidos huecos y abiertos del mar se vieron
suplantados por los zumbidos de los insectos y los gorjeos de los pjaros
procedentes de la vegetacin que se espesaba a ambos lados de la senda. El aire
era trrido y hmedo, y al cabo de menos de un kilmetro la magnfica camisa
de Coxon se le haba adherido a la espalda debido al sudor. Al principio el camino
discurra junto a la ribera de un riachuelo, pero ms adelante, cuando un afluente
se incorporaba a la corriente, se bifurcaba hacia la izquierda, y en ese punto
Hector vio sus primeras aves nativas: una pequea bandada de loros de color
verde reluciente con el pico amarillo, que levantaron el vuelo con apresurados
aleteos, parloteando e increpando a los intrusos.
Coxon se detuvo para descansar.
Cundo viste a tu to por ltima vez? inquiri.
Hector pens rpidamente.
No lo he visto desde que era nio. Sir Thomas es el hermano may or de mi
padre. Mi padre, Stephen Ly nch, muri cuando y o tena diecisis aos. Despus
mi madre se traslad y slo supe de ella por alguna carta espordica. Al
menos parte de aquella afirmacin era cierta, se dijo para sus adentros. El padre
de Hector, perteneciente a la baja aristocracia angloirlandesa, haba fallecido
cuando Hector era un adolescente y su madre, originaria de Galicia, en Espaa,
bien podra haber regresado con su familia. Ignoraba lo que le haba sucedido
desde que lo encerrasen en la costa de Berbera. Pero una cosa era indudable: su
padre nunca se haba referido a nadie llamado sir Thomas Ly nch, y estaba
seguro de que sir Thomas no tena nada que ver con su familia.
Se rumorea que sir Thomas pretende que vuelvan a nombrarlo gobernador.
Sabes algo de eso? pregunt Coxon. Haba empezado a rascarse de nuevo,
esta vez en la cintura.
Lo ignoro. He pasado demasiado tiempo lejos de casa para mantenerme al
tanto de las noticias familiares le record Hector.
Bueno, aunque y a hubiera vuelto a la isla no lo encontraras en
Llanrumney De nuevo aquel extrao nombre. Sir Henry y l nunca se
han puesto de acuerdo en nada.
Hector aprovech aquella oportunidad para averiguar ms cosas.
Sir Henry ? A quin se refiere?
Coxon le dirigi una mirada penetrante. Haba recelo en su semblante.
No has odo hablar de sir Henry Morgan?
Hector no respondi.
Yo lo acompaaba cuando tom Panam en el setenta y uno. Nos hicieron
falta casi doscientas mulas para llevarnos lo que habamos cogido asegur
Coxon. Pareca jactancioso. Compr Llanrumney con plata panamea,
aunque tuvo un altercado con tu to, que lo acus de falsear las cuentas del botn.
Se encarg de que lo mandasen prisionero a Inglaterra para que lo juzgasen all,
pero el viejo zorro tena amigos poderosos en Londres y ahora ha regresado
como vicegobernador.
El capitn bucanero se inclin para quitarse un zapato. Tena una mancha de
sangre en el taln de la media. Una ampolla deba de haber reventado.
As que te conviene ser discreto hasta que sepamos si est de buen humor y
cul es nuestra situacin aadi sombramente.
Pasaron varias horas ms de caminata calurosa y fatigosa antes de que
Coxon anunciara que casi haban llegado a su destino. Para entonces el capitn
cojeaba visiblemente y se detenan con frecuencia para poder ocuparse de sus
supurantes ampollas. El recorrido que, segn haba predicho, durara cuatro
horas, se haba prolongado casi seis, y estaba a punto de anochecer cuando
pasaron al fin de un terreno arbolado a una parcela de cultivo. Haban despejado
la vegetacin nativa de aquel paraje y en cambio haban delimitado y sembrado
profusamente un campo tras otro de talludas plantas verdes semejantes a
gigantescas briznas de hierba. Era la primera vez que Hector vea una plantacin
de azcar.
Ah est Llanrumney dijo Coxon, sealando con la cabeza un slido
edificio de un solo piso situado en la ladera ms opuesta de tal modo que
dominaba los campos de caa. A un lado haba una serie de espaciosos cobertizos
y edificaciones anexas que Hector tom por talleres de la hacienda. Le puso el
nombre de su ciudad natal de Gales.
Se abrieron paso por un camino de carros que atravesaba los campos de caa
sin ver a nadie hasta que se hallaron en las inmediaciones de la casa. Coxon
pareca receloso, casi furtivo, como si deseara ocultar su llegada. Finalmente los
detuvo un hombre blanco que pareca un criado, pues estaba ataviado con una
sencilla librea con chaqueta y pantalones blancos. Los observ dubitativamente;
el capitn bucanero, con su vestimenta manchada de sudor, y Hector, descalzo y
con la misma camisa holgada de algodn y los pantalones que haba llevado a
bordo de la nave.
Tienen invitaciones? pregunt.
Dile a tu amo que el capitn John Coxon desea hablar con l en privado
le respondi con brusquedad el bucanero.
En privado no ser posible respondi el criado, titubeando. Hoy es el
da de la recepcin de Navidad.
He recorrido un largo camino para ver a tu amo espet Coxon. Somos
amigos desde hace mucho tiempo. No me hace falta una invitacin.
El criado se amedrent ante el tono irascible de la voz de su visitante.
Los invitados de sir Henry han llegado y a y se encuentran en la sala de
recepcin principal. Si desea refrescarse antes de reunirse con ellos, sgame, por
favor.
Hector estaba de pie con la chaqueta del capitn sobre el brazo. Estaba claro
que lo haban tomado por una especie de asistente y que no estaba incluido en la
invitacin para entrar en la casa.
Voy a presentarle a mi compaero a sir Henry anunci firmemente
Coxon.
La mirada del criado repar en el ordinario atuendo de Hector.
En ese caso, si me lo permite, me encargar de que le den algo ms
apropiado que ponerse. La reunin de sir Heny incluy e a muchos de los hombres
ms importantes de la isla, as como a sus mujeres.
Lo siguieron hasta una entrada lateral del edificio principal. Haba al menos
una docena de caballos atados frente al espacioso porche cubierto, as como un
par de carruajes de dos ruedas ligeros y abiertos a un lado.
El criado acompa a Coxon hasta una sala lateral, asegurndole que le
llevaran agua y toallas. Despus condujo a Hector a la parte posterior del
edificio, hasta las dependencias de los criados.
Te haba tomado por un fmulo como y o se disculp.
Qu es eso?
El criado, a todas luces un subintendente, haba abierto un armario y estaba
eligiendo entre varias prendas. Encontr un par de calzones y se volvi hacia
Hector.
Fmulo? repiti con aire de sorpresa. Significa que te has
comprometido a servir a un amo a cambio del coste de tu pasaje desde
Inglaterra y de tu manutencin mientras ests aqu.
Durante cunto tiempo?
Yo firm para diez aos y todava me quedan siete. Anda, prubate estos
calzones. Parecen de la talla adecuada.
Mientras Hector se pona la ropa, el subintendente logr hallar un chaleco
corto y una camisa de lino limpia con cuello de volantes y muequeras.
Anda, ponte esto tambin dijo, y este cinturn ancho de cuero.
Ocultar los huecos. Y aqu tienes un par de zapatos que te servirn, y tambin
medias. Retrocedi y examin a Hector. No est mal coment.
De quin es esta ropa? pregunt Hector.
De un joven que vino de Inglaterra hace un par de aos. Quera ser
topgrafo, pero contrajo disentera y muri. El criado recogi la ropa vieja de
Hector y la arroj a un rincn. He olvidado preguntarte
Ly nch, Hector Ly nch.
No sers pariente de sir Thomas?
Hector decidi que lo ms prudente era ser impreciso.
No que y o sepa.
Menos mal. Sir Henry no soporta a sir Thomas ni a su familia, de hecho.
Hector atisbo una ocasin para seguir descubriendo cosas.
Sir Thomas tiene una familia grande?
Bastante. La may ora vive cerca de Port Roy al. Es donde tienen sus otras
posesiones. Se interrumpi, y sus siguientes palabras le produjeron un
sobresalto. Pero como falta poco para la Navidad, sir Henry ha invitado a
varios esta noche. Han llegado en carruaje; un tray ecto de un da entero. Y hay
una que es una autntica preciosidad.
Hector no consigui idear ningn pretexto mientras lo acompaaban de nuevo
adonde lo estaba esperando Coxon. El capitn bucanero se haba aseado y se
haba puesto la peluca. Tena ms aspecto de caballero que de bandolero.
Asiendo el codo de Hector, lo condujo aparte y le susurr con tono severo:
Cuando entremos en esa habitacin, no digas nada hasta que sepa de qu
humor est sir Henry.
El subintendente los condujo hasta dos imponentes puertas dobles. Desde el
otro lado se escuchaba un rumor de conversacin y cadencias musicales, dos
violines y una espineta, a juzgar por los sonidos. Cuando el criado se dispona a
abrir las puertas, Coxon lo detuvo.
Puedo arreglrmelas solo afirm. El capitn bucanero abri con cautela
una de las puertas y la traspuso en silencio, arrastrando a Hector.
La sala estaba atestada de invitados. La may ora eran hombres, pero tambin
haba mujeres diseminadas, muchas de las cuales empleaban abanicos para
paliar la sofocante atmsfera. Docenas de velas intensificaban el persistente
bochorno de la jornada y aunque las ventanas estaban abiertas la estancia
resultaba incmodamente calurosa. La austeridad de los muebles de aquella sala
de recepcin sorprendi a Hector, que haba contemplado los salones
fastuosamente decorados de los opulentos mercaderes berberiscos. Aunque
meda unos cuarenta y cinco metros de largo, las paredes de y eso estaban
desnudas a excepcin de uno o dos cuadros mediocres y el suelo de madera no
estaba revestido de alfombra alguna. La estancia presentaba un aspecto basto e
inacabado, como si el propietario, despus de haberla construido, no hubiese
tenido may or inters en que fuera confortable ni hermosa. En ese momento
repar en la mesa auxiliar. Deba de medir doce metros de largo. Estaba cubierta
de un extremo a otro de refrigerios para los invitados. Haba montones de
naranjas, granadas, limas, uvas y diversas variedades de frutas de aspecto
suculento que le resultaban desconocidas, as como surtidos de gelatina de colores
y pasteles de azcar amontonados, una hilera tras otra de botellas de vino y
varios cuencos de gran tamao rebosantes de una especie de ponche. Pero no fue
la seleccin de comida extica lo que atrajo su atencin. Todas las bandejas, las
salvillas y los cuencos que albergaban la comida y la bebida, as como los
cucharones, las tenacillas y los utensilios para servir que los acompaaban,
parecan de plata maciza o estaban hechos de oro. Era un despliegue
asombrosamente vulgar de metales preciosos.
En la bulliciosa concurrencia nadie se haba percatado de su aparicin.
Hector sinti la mano de Coxon en el codo.
Qudate aqu hasta que venga a buscarte y recuerda lo que te he dicho ni
una palabra a nadie hasta que hay a hablado con sir Henry. Hector sigui al
capitn con la mirada mientras este atravesaba discretamente el gento de
invitados para dirigirse a un conjunto de hombres que estaban conversado en el
centro de la muchedumbre. A juzgar por el espacio que haban desocupado a su
alrededor, el boato de su atuendo y su aire confiado, era obvio que se trataba del
anfitrin y de los invitados de honor. Entre ellos haba un hombre alto y delgado
de tez cetrina, casi enfermiza, ataviado con un traje de terciopelo de color ciruela
con ribetes dorados y una peluca larga y rizada, hablando con un colega grueso y
rubicundo con indumentaria vagamente militar que ostentaba diversas
condecoraciones en el pecho y luca un fajn ancho de tela azul. Todos los
hombres del grupo sostenan sendos vasos y, a juzgar por sus ademanes, Hector
supuso que haban bebido demasiado. Mientras los observaba, Coxon lleg hasta
el grupito y, acercndose furtivamente hasta detenerse junto al hombre alto, le
susurr algo al odo. Su interlocutor se volvi y, al ver a Coxon, una expresin de
clera surc su rostro. Estaba enojado por la interrupcin o furioso ante la visin
de Coxon. Pero el bucanero se mantuvo firme y le explic algo, hablando
apresuradamente, aclarando algo. Cuando se detuvo, el hombre alto asinti, se
volvi y mir en la direccin de Hector. Era evidente que lo que le haba dicho
Coxon incumba a Hector.
Coxon se abri paso a empujones hasta donde lo estaba esperando Hector. El
bucanero estaba sonrojado y acalorado, transpirando pesadamente bajo la
peluca, y las manchas de irritacin de su cuello destacaban contra la piel ms
plida.
Sir Henry va a recibirte anunci. Ahora presta atencin y sgueme.
Se volvi y empez a conducir a Hector hacia el centro de la sala.
Para entonces el pequeo coloquio haba atrado la atencin de algunos
invitados. Miradas curiosas siguieron el avance de los recin llegados y se
despej una senda a su paso. Hector se encontraba aturdido e incmodo con la
ropa prestada. Saba con escalofriante certeza que su treta estaba a punto de ser
descubierta.
Cuando los dos hombres llegaron al centro de la sala, el murmullo de la
conversacin se estaba atenuando. Se haba impuesto el silencio entre los
espectadores ms cercanos. La tarda aparicin de dos rostros desconocidos
deba de suponer una suerte de distraccin, pues la gente estaba arqueando el
cuello para ver lo que estaba sucediendo. Coxon se detuvo ante el hombre alto,
hizo una reverencia y anunci con una floritura:
Sir Henry, permtame presentarle a un joven al que hace poco he
rescatado de una nave mercante. El buque haba sido robado a sus legtimos
propietarios y estaba en manos de los ladrones. sta es la primera visita del joven
a nuestra isla, pero viene con excelentes conexiones. Permtame presentarle a
Hector Ly nch, el sobrino de nuestro amigo el antiguo gobernador sir Thomas
Ly nch, que sin duda estar en deuda con usted por haberlo rescatado.
El hombre alto con la chaqueta de color ciruela se volvi para encararse con
Hector, que se encontr mirando a los plidos ojos de sir Henry Morgan,
vicegobernador de Jamaica.
Ha dicho Ly nch? La voz de sir Henry se le antoj sorprendentemente
aguda y quebradiza. Arrastraba levemente las palabras, y Hector se percat de
que el vicegobernador estaba achispado. Adems, pareca tener muy mala salud.
El blanco de los ojos tena un matiz amarillento, y aunque no deba de haber
cumplido los cincuenta, los aos no le haban sentado bien. Todo su cuerpo estaba
demacrado: el rostro, los hombros y las piernas, aunque su vientre hinchado se
abultaba de una forma antinatural, tensando los botones inferiores de la chaqueta.
Hector se pregunt si acaso Morgan sufra una suerte de hidropesa, o tal vez los
efectos de excederse regularmente en el consumo de alcohol. Pero los ojos que
lo examinaron posean un brillo inteligente y reflexivo.
Lo has odo, By ndloss? Morgan se estaba dirigiendo a su colega de
aspecto militar, que a juzgar por el tono familiar era sin duda un compaero de
juergas. Este joven es el sobrino de sir Thomas. Debemos hacer que se sienta
bienvenido en Llanrumney.
No saba que sir Thomas tuviera ms sobrinos refunfu By ndloss con
insolencia. Estaba demasiado borracho. Su tez casi haca juego con la chaqueta
roja de su uniforme. Hector percibi que Coxon se agitaba inquieto a su lado.
Se trata de una rama joven de la familia explic prontamente el capitn
bucanero. Su tono era obsequioso. Su padre, Stephen, es el hermano menor de
sir Thomas.
En ese caso, cmo es que no ha venido nunca a visitarnos? Algunos de los
Ly nch deben de creerse demasiado buenos para nosotros observ By ndloss
con aire petulante. Bebi otro sorbo de su vaso y algunas gotas se derramaron por
su barbilla.
No seas tan susceptible reprendi sir Henry Morgan a su amigo.
Estamos en la poca de Navidad, una poca para dejar a un lado nuestras
diferencias y, por supuesto, para que las familias se renan. Volvindose a
Hector, que an no haba dicho una sola palabra, aadi con aquella voz aguda:
A tu familia le encantar que hay as llegado. Me complace que vuestro encuentro
tenga lugar bajo mi techo. Desde su posicin ms elevada mir por encima de
los invitados y exclam: Robert Ly nch, dnde ests? Ven a conocer a tu
primo Hector!
Hector no pudo sino quedarse desamparado, paralizado por la certeza de que
su engao estaba a punto de ser descubierto en pblico.
Se produjo un revuelo al fondo de la concurrencia y un joven se abri paso a
empujones entre los espectadores congregados. Hector constat que Robert
Ly nch era un muchacho de su edad, con la cabeza redonda y de aspecto
agradable, vestido segn los dictados de la moda con un chaleco de brocado
ceido por una faja con hebilla. Las pecas y los ojos redondos de color azul
grisceo le conferan un aspecto notablemente infantil.
Ha dicho mi primo Hector? Robert Ly nch pareca impaciente aunque
desconcertado.
Se adentr en el crculo que rodeaba a su anfitrin y examin a Hector con
atencin. Pareca perplejo.
S, s. El hijo de tu to Stephen ha desembarcado inesperadamente esta
misma maana con el capitn Coxon respondi Morgan, y volvindose a
Hector le pregunt: De dnde has dicho que eres?
Hector habl por primera vez en aquella reunin. Su falsa identidad estaba a
punto de revelarse y saba que y a no poda mantener la farsa.
Ha habido un malentendido grazn. Tena la garganta seca a causa de
los nervios.
Morgan lo observ con los ojos entrecerrados y se dispona a hablar cuando
Robert Ly nch anunci sorprendido:
Pero si y o no tengo ningn to. Dos tas, s, pero ningn to Stephen. Nadie
me ha hablado jams de un primo llamado Hector.
Durante un largo y desagradable momento, sir Henry Morgan no dijo nada.
Contempl a Hector y despus desvi la mirada hacia Coxon, que estaba
petrificado. Hector y todos los que lo escuchaban se pusieron en tensin,
esperando un estallido de clera. Por el contrario, Morgan profiri un repentino y
estentreo relincho de risa.
Capitn Coxon, lo han engaado! Se ha tragado el anzuelo hasta el ltimo
bocado. El sobrino de sir Thomas, nada menos! By ndloss, que estaba a su
lado, emiti una carcajada y agitando el vaso, aadi:
Est seguro de que no se trata del hijo y heredero de sir Thomas?
Se vieron envueltos en una oleada de risotadas lisonjeras cuando la
muchedumbre de espectadores se sum al regocijo.
Coxon se sonroj azorado. Cerr los puos a los costados y se volvi para
fulminar a Hector con la mirada. Por un instante el joven pens que el bucanero,
con las facciones crispadas de ira, se dispona a golpearlo, pero Coxon se limit a
mascullar:
Te arrepentirs de esto, pequeo cerdo! Y gir sobre sus talones. Acto
seguido abandon la sala airado, seguido de una estela de carcajadas, y alguien
exclam por encima de las cabezas de los asistentes:
Es sir Hector, sabe usted?
Como buen anfitrin, Morgan se volvi hacia sus amigos, que seguan
sonriendo ante la humillacin de Coxon, y retom su conversacin anterior.
Hector se vio deliberadamente ignorado. Se qued incmodo con la ropa
prestada, sin saber qu hacer a continuacin. Tema seguir a Coxon por si acaso
el capitn bucanero lo estaba esperando detrs de la puerta.
Mientras titubeaba lo sobresalt un repentino golpe en el codo y una voz
femenina declar alegremente:
Me gustara mucho conocer a mi nuevo primo. Se volvi para
contemplar la sonrisa traviesa de una joven con una ligera capa de noche de
satn turquesa. Meda unos cinco centmetros menos que l y no tena ms de
diecisiete aos. Pero el contorno de su cuerpo estaba acentuado por un ajustado
corpio cuy o pronunciado escote slo estaba cubierto en parte por una gorguera
de puntilla ribeteada que revelaba curvas de feminidad plena. Hector se
descubri pensando a su pesar que en el clima jamaicano las mujeres
maduraban de una forma tan temprana y seductora como la extica fruta de la
isla. Su oscuro cabello castao estaba peinado de tal manera que descenda hasta
los hombros, aunque ella permita que un flequillo de bucles le enmarcase los
ojos azules bien separados que ahora lo estaban observando con tanta fruicin.
Empuaba el abanico que haba empleado para llamar su atencin. Soy
Susana Ly nch, la hermana de Robert anunci con una voz ligera y atractiva.
No todos los das se presenta un pariente salido de ninguna parte.
Hector se sonroj.
Lo siento empez. No pretenda faltarle al respeto. Ly nch es mi
autntico apellido. Me vi obligado a mentir para protegerme a m y a mis
amigos
Ella lo interrumpi con una mueca apresurada.
No lo dudo. El capitn Coxon tiene reputacin de despiadado y siempre
est vido de medrar. Te has ganado a un peligroso enemigo. Ser mejor que lo
evites en el futuro.
No s casi nada sobre l confes Hector.
Es un rufin. Era un compinche de Henry Morgan en la poca en la que
estaba permitido hostigar a los espaoles. Pero ahora eso est en contra de la
poltica del Gobierno, en buena parte gracias a los esfuerzos de nuestro to .
En este punto sonri burlonamente. Los hombres como Coxon siguen
acechando en los mrgenes de la sociedad, a la espera de apoderarse de
cualquier cosa que hay an pasado por alto. Hay muchos dispuestos a ay udarlo.
Supongo que eso incluy e a sir Henry.
Ella le dirigi una mirada penetrante.
Coges las cosas al vuelo. Le he odo decir a Morgan que has desembarcado
en Jamaica esta misma maana, pero y a has olisqueado algunas verdades.
Alguien me dijo que las preferencias de sir Henry siguen inclinndose
hacia sus antiguos amigos bucaneros.
En efecto, as es admiti Susana despreocupadamente. Hector se vio
obligado a admirar la seguridad de la joven, que no se molestaba en bajar la voz
. Henry Morgan sigue teniendo la misma ansia de oro que siempre. Pero ahora
est en el Consejo de Gobierno y es un hombre muy poderoso. Es otra persona
de la que deberas cuidarte.
Hector respetaba mucho ms a cada momento la seguridad de Susana Ly nch.
Su forma de erguirse ante l, buscando osadamente sus ojos con los suy os, no
dejaba duda de que estaba llamando deliberadamente su atencin. Era una joven
muy seductora y ella lo saba. Hector se percat con una punzada de que nunca
haba tenido ocasin de entablar una conversacin personal con una mujer que se
exhibiera de una forma tan evidente. Comprendi que estaba sucumbiendo a su
hermosura y sometindose sin quererlo al embrujo de su provocacin.
En ese caso no s qu hacer ahora admiti. Me siento desamparado.
No conozco a nadie en Jamaica.
Ella le dirigi una mirada calculadora, aunque haba ternura en ella.
A nadie en absoluto?
Han enviado a mis amigos a la colonia francesa de Petit Guave y debo
tratar de unirme a ellos.
Una cosa es segura. Deberas abandonar Llanrumney lo antes posible. No
encontrars simpatas en este lugar. Reflexion un momento y le brind una
breve sonrisa que le aceler el pulso. Robert y y o volvemos a casa maana.
Vivimos al otro lado de la isla, cerca de Spanish Town, no lejos de Port Roy al.
Puedes viajar con nosotros y dirigirte a Port Roy al desde all. Es el sitio ms
indicado para descubrir la suerte que han corrido tus amigos, o para esperar a
encontrar una nave que te lleve a unirte de nuevo a ellos.
Captulo III
P ort Roy al tena ms tabernas de lo que Hector haba credo posible en una
zona tan pequea. Cont dieciocho durante los diez minutos que tard en
recorrer el pueblo de un extremo al otro. Iban desde Las plumas, una cervecera
de aspecto sombro situada junto al mercado de los pescadores, hasta Los tres
marineros, de reciente construccin, donde gir en redondo al percatarse de que
haba llegado a los lmites del pueblo. Al volver sobre sus pasos a lo largo de la
drsena may or, la calle Tmesis, se vio obligado a sortear barriles hechos
astillas, carretillas de mano rotas, sacos desechados y borrachos que roncaban
tendidos en la inmundicia o desplomados contra las puertas de los almacenes que
jalonaban un lado de la calle. Los embarcaderos del otro lado de la calzada
estaban edificados sobre pilares porque Port Roy al estaba instalado en el extremo
de una lengua de arena y la tierra era muy escasa. Todos los atracaderos estaban
ocupados. Los buques se abastecan de cargamentos de tabaco, cuero y pieles,
camo, bano y sobre todo azcar, cuy o empalagoso aroma terroso Hector
estaba empezando a reconocer. Cuando se topaba con un estibador o un marinero
medianamente sobrio le preguntaba si alguno de los buques se diriga a Petit
Guave, pero siempre sufra una decepcin. A menudo ignoraban su peticin, o la
apresurada respuesta iba acompaada de un juramento. Al parecer, la may ora
de los habitantes de Port Roy al estaban demasiado atareados ganando dinero o
gastndolo en vicios para ofrecerle una respuesta corts.
Adems, el pueblo era asombrosamente caro. Haba llegado al romper el
alba la maana despus de decirle adis a Susana y a su hermano, y el piloto del
transbordador le haba exigido seis peniques para llevarlo desde el interior. Era un
tray ecto de apenas dos millas hasta el otro lado de la ensenada y Hector se haba
visto obligado a asar la mitad de la noche en la play a hasta que la brisa nocturna
fue propicia. No tena dinero para el pasaje, de modo que le haba vendido su
chaqueta al piloto a cambio de unas monedas. Ahora, mientras buscaba algo para
desay unar, Hector se dirigi a una de las tabernas (se trataba de El gato y el
violn) y el precio de la comida lo dej estupefacto.
Me basta con un trago de agua dijo.
Puedes tomar cerveza, vino de Madeira, ponche, brandy o aguardiente de
caa replic el hombre.
Qu es el aguardiente de caa?
Una bebida sabrosa y fuerte hecha de melaza fue la respuesta, y cuando
Hector insisti en que el agua era suficiente le recomendaron que se conformara
con la cerveza. Aqu nadie bebe agua observ el tabernero. El agua local
te produce retortijones. La nica agua potable se trae desde el interior en barriles,
de modo que tambin tendras que pagarla: un penique la jarra.
Acuciado por el hambre y la sed, Hector abandon la taberna y sali de
nuevo a la calle, donde se pavoneaba una fulana desaliada que lo llam desde
una ventana elevada. Cuando Hector mene la cabeza, ella le escupi desde el
balcn. An no eran las diez de la maana, pero el da y a era trrido y pegajoso,
y Hector no tena la menor idea de lo que hacer ni de dnde alojarse. Estaba
resuelto a quedarse en Port Roy al hasta que lograra encontrar un pasaje para
reunirse con Dan y Jacques, pero primero tena que hallar un empleo y un techo
para cobijarse.
Ataj por una angosta callejuela y sali a la calle may or. Las casas
hacinadas eran slidas construcciones de ladrillo de dos o tres pisos. La may ora
tenan comercios y despachos en la planta baja y alojamientos encima. Los
establecimientos de los comerciantes se encontraban hombro con hombro con las
cerveceras y los burdeles: zapateros con escaparates repletos de zapatos, sastres
con rollos de tela expuestos, dos o tres ebanistas, un sombrerero y un fabricante
de pipas, as como tres armeros. Sus empresas parecan florecientes. Dej atrs
un mercado de verduras instalado en la encrucijada central y lleg al final de la
calle, donde y a estaba cerrando el mercado de la carne de madrugada porque
las tajadas de cerdo y ternera expuestas comenzaran a heder enseguida.
Grandes moscas negras se posaban en las mesas cubiertas de sangre seca.
Hector repar con asombro en dos hombres que transportaban entre ambos algo
que pareca una caldera pesada y poco profunda. Cuando la examin con ms
atencin constat que se trataba de una tortuga que no se haba vendido, boca
abajo y todava viva. Sintiendo curiosidad por averiguar lo que hacan con ella,
comprob que llevaban al animal hasta una breve rampa que conduca hasta el
borde del agua. All la depositaron en una parcela medio sumergida, una
madriguera de tortugas donde la criatura se arrastr hasta los bajos para esperar
las ventas del da siguiente.
Cuando lleg al trmino de la calle may or estaba cerca del punto de partida,
pues reconoci la mole del fuerte que protega la ensenada. Dobl a la izquierda
y se adentr en una calle que presentaba un aspecto ms respetable, aunque la
calzada no era sino una extensin de arena compacta. Repar en las placas
instaladas en las puertas de los mdicos, as como en la tienda de un orfebre, que
estaba cerrada a cal y canto. Junto a una botica colgaba un letrero que le infundi
esperanzas: representaba un comps de cartgrafo y un lapicero. El nombre del
propietario estaba escrito debajo con letras negras en un pergamino: Robert
Snead.
Hector empuj la puerta y accedi al interior.
Se encontr en una estancia de techo bajo escasamente amueblada con una
mesa de gran tamao, media docena de sencillas sillas de madera y un
escritorio. Haba un hombre entrado en aos sentado ante el escritorio a la luz de
una ventana abierta. Llevaba una peluca gastada y un arrugado traje de lino
marrn. Inclinaba la cabeza sobre su labor al tiempo que garabateaba con una
pluma de ganso. Cuando oy entrar a su visitante alz la vista y Hector se percat
de que tena unos gruesos anteojos sustentados sobre una nariz que mostraba las
venas rotas de un borracho.
Le puedo ay udar en algo? pregunt el hombre. Se quit las gafas y se
restreg los ojos con una mano. Estaban iny ectados en sangre.
Me gustara hablar con el seor Snead anunci Hector.
Yo soy Robert Snead. Busca un diseo o asesoramiento prctico? La
mirada miope del hombre repar ahora en el atuendo de Hector, que tras haber
vendido su chaqueta no pareca tan respetable como antes.
Esperaba encontrar trabajo, seor respondi Hector. Me llamo Robert
Ly nch. He trabajado con mapas y cartas nuticas y tengo buen pulso.
Robert Snead pareca inquieto.
Soy arquitecto y topgrafo, no cartgrafo. Se removi incmodamente
en la silla. Para trazar mapas y cartas, as como para venderlos, se debe tener
licencia.
No lo saba se disculp Hector. Vi el rtulo de fuera y supuse que era
usted cartgrafo.
Empleamos muchas herramientas comunes del oficio admiti Snead. Le
dirigi a Hector una mirada astuta. Es cierto que sabes trabajar con cartas?
S, seor. He trabajado con mapas costeros, planos portuarios y cosas
parecidas. Hector consider diplomtico no mencionar que lo haba hecho al
servicio de un almirante turco de Berbera.
Snead reflexion un instante. Despus, al tiempo que deslizaba una hoja de
papel y una pluma por el escritorio hacia l, dijo:
Ensame lo que sabes hacer. Dibjame una ensenada protegida por un
arrecife, anotando la profundidad y sealando el lugar ms indicado para que
recale un buque.
Hector obedeci. Despus de examinar el boceto, Snead se incorpor de la
silla y declar cautelosamente:
Bueno A lo mejor hay algo que puedes hacer, despus de todo, por lo
menos durante unos das. Sgueme, por favor. Precedi a Hector hasta un
tramo de escaleras al fondo de la tienda y lo condujo a la estancia situada justo
encima de sta. El balcn dominaba la calle. All tambin haba una mesa ancha,
que al parecer se empleaba para recibir a las visitas, puesto que haba platos de
peltre y jarras, as como varias sillas y un banco junto a ella. Snead apart la
vajilla para dejar un espacio libre, se dirigi a un cofre que descansaba en un
rincn, levant la tapa y extrajo diversas hojas de pergamino. Las deposit en la
mesa y procedi a repasarlas. stas son para abogados de transmisin de
propiedad y terratenientes explic el arquitecto. Las primeras hojas eran
planos topogrficos de lo que parecan plantaciones. Era evidente que una parte
significativa de la labor del arquitecto consista en hacer dibujos que
establecieran las demarcaciones de las haciendas recin desherbadas. Snead las
puso a un lado hasta que hall lo que era a todas luces una carta nutica oculta
entre los restantes papeles. La carta era bastante detallada, pues abarcaba dos
hojas de pergamino. Snead asi una sola hoja y la despleg encima de la mesa
. Puedes hacer una buena copia de esto? le pregunt, observndolo por
encima de los anteojos, mientras pona la segunda hoja boca abajo con cuidado.
Hector examin el mapa. Se trataba de una carta de navegacin que
mostraba un trecho de lnea costera, diversas islas alejadas de la costa y algunas
indicaciones que seran tiles para cualquiera que navegase a lo largo de la costa.
No tena ni idea de qu costa representaba.
S contest. No debera ser difcil.
Cunto tiempo tardaras?
Dos das, tal vez menos.
Pues tienes diez das de trabajo si me satisface la primera copia. Quiero
que hagas cinco copias y te pagar dos libras por cada una, as como una
gratificacin si estn listas para el mircoles que viene. Se interrumpi y
dirigi a Hector una mirada taimada. Pero no has de salir de esta casa ni
hablarle a nadie de tu trabajo. Me ocupar de que el ama de llaves te prepare la
comida y puedes dormir en una habitacin libre que hay en la buhardilla. Lo has
comprendido?
S, por supuesto le asegur Hector. Apenas poda creer su buena suerte.
En su primera maana en Port Roy al haba encontrado empleo y alojamiento.
Con la paga podra retomar la bsqueda de una nave que lo llevase a Petit Guave.
Bien dijo Snead. En ese caso, puedes ponerte a trabajar en cuanto
hay as ido a recoger tus cosas.
No tengo nada que recoger admiti Hector.
Snead lo mir de arriba abajo, con un destello de comprensin en los ojos.
Eres un fugitivo, verdad? Bueno, eso no es de mi incumbencia afirm
con evidente satisfaccin, pero si le susurras una sola palabra a nadie sobre tu
trabajo me encargar de que tu amo sepa exactamente dnde te encuentras.
Asinti hacia el montn de planos. La may ora de los grandes terratenientes y
mercaderes acaudalados vienen a contratar mis servicios, y puedo averiguar
inmediatamente a quin le falta un fmulo.
Antes de que acabase la jornada, Hector descubri que Snead no era tan fiero
como haba credo al principio. El arquitecto apenas haba dejado al joven
trabajando en la habitacin de arriba cuando volvi a subir las escaleras para
anunciar que se dispona a cerrar la tienda y que regresara al cabo de media
hora. Si Hector necesitaba suministros adicionales de papeles, plumas y tinta los
encontrara en el despacho de la planta baja. Un momento despus el joven oy
que se cerraba la puerta principal y cuando se asom a la ventana comprob que
Snead enfilaba la calle para entrar en una cervecera cercana. A su regreso,
despus de ms de una hora, Hector concluy que su patrn estaba ebrio. Oy
que derribaba una silla al dirigirse a tientas a su escritorio. Para entonces Hector
haba identificado la regin que estaba representada en la carta que estaba
copiando.
Se trataba de un mapa de las riberas caribeas de Centroamrica. Recordaba
el contorno aproximado de la costa de la carta a menor escala que haba
empleado a bordo de LArc-de-Ciel. Ahora le pedan que copiase una versin
may or y mucho ms precisa que comprenda la seccin septentrional de aquella
costa. Supona que la segunda hoja, la que Snead le haba ocultado, mostraba la
seccin meridional. Era evidente que alguien haba navegado recientemente por
la costa realizando numerosas observaciones. La hoja que tena enfrente estaba
cubierta de notas manuscritas para ay udar al navegante a reconocer la recalada,
calcular su avance, eludir los arrecifes y otros peligros perifricos, seleccionar
uno de los puertos, fondeaderos y abastecerse de agua.
El mapa pareca inocente y resultaba desconcertante que Snead fuera tan
reservado al respecto. Hector supona que aunque descubriesen al arquitecto
comerciando con mapas sin licencia slo le impondran una pena menor. An
ms misterioso era el hecho de que necesitase cinco copias.
Cuando Hector se puso a trabajar, la imagen de Susana no dejaba de
aparecer en sus pensamientos. La imaginaba deambulando por el jardn de la
casa de la plantacin de su padre, o sentada en un carruaje, dirigindole una
sonrisa circunspecta como la ltima vez que la haba visto. De vez en cuando
dejaba a un lado los tiles de dibujo y miraba sin ver por la ventana, fantaseando
con lo que deba sentirse al abrazarla. En una o dos ocasiones hasta se atrevi a
preguntarse si acaso ella tambin estara pensando en l.
El sonido de los pasos de Snead en la escalera interrumpi su ensoacin. Con
un respingo Hector se percat de que el da tocaba a su fin. Cuando el arquitecto
se adentr en la estancia ech una ojeada a la copia parcialmente terminada en
la que Hector estaba trabajando y pareci satisfecho con lo que vio, puesto que
se sent pesadamente en el banco situado al final de la mesa y anunci que era el
momento de que Hector dejase de trabajar.
As que dices que te llamas Ly nch observ al tiempo que coga la pluma
de ganso que Hector haba usado. No es un nom de plume convincente. Agit
la pluma en el aire, sonriendo severamente ante el juego de palabras. Yo dira
que se te podra haber ocurrido algo ms original.
Hector comprendi que Snead estaba convencido de que estaba dando asilo a
un fmulo fugitivo, as como que el arquitecto estaba muy achispado. Perciba el
aroma del ron en el aliento de su nuevo patrn.
Ly nch es mi verdadero nombre, seor protest.
Snead no dio muestras de haberlo odo. Emiti un hipido ebrio y mir
fijamente a Hector.
No puedes ser un Ly nch. No te pareces a ellos.
Hector vio su oportunidad.
Conoce usted a los Ly nch, seor? le pregunt.
Y quin no? Es la familia ms rica de la isla. He trazado los planos de tres
de sus plantaciones. Deben de poseer al menos tres mil setecientas hectreas.
Conoce a Robert Ly nch o a su hermana? Hector estaba desesperado por
averiguar ms detalles sobre Susana.
El joven Robert? Vino a mi despacho varias veces cuando estaba haciendo
los bocetos de su nueva residencia aqu, en Port Roy al. Es una estructura muy
elegante, aunque est mal que y o lo diga hip Snead.
Y su hermana?
Te refieres a Susana? Me parece que as se llama. Menudo partido es esa.
Dudo que hay a nadie a su altura en toda la isla. Probablemente encontrar
marido en Londres la prxima vez que vay a. Es una muchacha hermosa, pero se
dice que es testaruda.
Snead se volvi hacia la puerta desde el banco. Alzando la voz, pidi que les
llevasen comida. Una voz le respondi desde las profundidades de la casa, y al
cabo de un rato apareci una anciana, que Hector supuso que era el ama de
llaves de Snead, con una bandeja de comida que deposit en la mesa.
Venga. Comprtelo conmigo le invit el arquitecto, indicndole un
asiento a su lado al tiempo que empezaba a meterse cucharadas de sopa en la
boca. Hector concluy que el arquitecto era un hombre solitario deseoso de
compaa.
Hector encontr una posicin estratgica en la ribera del ro desde la que poda
espiar a la nave guardiana espaola al tiempo que vea dnde se ocultaba Dan. El
bergantn continuaba patrullando de un lado a otro, siguiendo siempre la misma
ruta, como si hubiera un surco en el agua. Se pregunt por qu el capitn no
echaba el ancla y esperaba a que cambiase la marea, y slo pudo suponer que el
comandante espaol deseaba estar preparado si los hombres de la baha hacan
una salida repentina.
Apart la mirada hacia el punto donde saba que esperaba Dan, escondido
con la canoa sumergida, pero no vio sino la verdosa orilla del pantano de los
manglares. Las formas negras de la lea que Jezreel y sus compaeros haban
arrojado al ro moteaban el estuario. Algunos fragmentos haban embarrancado
en los bajos, encallndose, pero la may ora haban sido arrastrados hasta el otro
lado del banco de arena. Algunos y a haban rebasado la nave guardiana
espaola.
Se concentr en la franja de agua rota donde el ro discurra sobre el banco.
Las ondulaciones eran mucho ms pequeas que antes. La marea estaba
cambiando sin duda. Pronto ascendera por el canal.
Hector volvi a mirar en la direccin de Dan. Todava no haba nada que ver,
slo los pecios dispersos y el buque espaol. Cada sector de su patrulla se
prolongaba unos veinte minutos. Estimaba que cuando el buque virase una vez
ms llegara el momento de que los hombres de la baha escaparan de la trampa.
Se chup un corte abierto en el dedo pulgar. La sangre estaba atray endo a
ms insectos. Entonces algo atrajo su atencin. Un fragmento de pecio, tal vez un
tronco, pareca fuera de lugar. Se hallaba entre los dems residuos flotantes, en
un punto equidistante entre la nave espaola y la orilla. Mir con ms atencin,
protegindose los ojos. Al contrario que el resto de los pecios, que estaban
prcticamente estticos, el tronco se mova lentamente. Entonces Hector
comprendi que no se trataba de un tronco, sino del casco volcado de la canoa de
caza. Dan estaba nadando a su lado, empujndolo hacia delante en silencio. Se
diriga hacia el punto donde el bergantn se propona virar.
Hector volvi corriendo al lugar donde lo esperaban los hombres de la baha.
Es hora de irnos! grit.
Se reunieron en torno a las piraguas y empezaron a llevarlas a pulso al ro.
Hector se uni a Jezreel, que y a estaba instalando el mstil de la piragua. En
menos de cinco minutos, las tres barcas avanzaban ro abajo y sus velas se
hinchaban dirigindose hacia el mar.
Los espaoles haban visto sus movimientos. El bergantn descarg una
andanada desigual, pero la distancia era demasiado grande para que los disparos
fueran precisos y los proy ectiles se hundieron en el agua sin ocasionar dao
alguno. Hector cont seis caones, todos ellos en el costado de babor, y supo que
dispondran de un breve respiro mientras los artilleros recargaban.
Dirgete a la izquierda del canal exhort a Otway, que estaba al cargo del
timn de la piragua. Era fundamental que atrajesen al bergantn hacia el punto
donde aguardaba Dan. El rpido fragor de las ondas que laman el casco le indic
que la piragua estaba atravesando el banco de arena. El agua tena menos de un
metro de profundidad, y se oy un breve roce cuando el fondo de la piragua toc
la arena. Hector sinti que el casco se estremeca bajo sus pies. Pero el avance
de la piragua apenas se fren. Ahora se hallaban en aguas ms profundas,
adquiriendo velocidad a medida que una brisa fortalecedora hencha la vela.
Ciento ochenta metros ms adelante, el guardacostas espaol haba llegado al
trmino de su curso y se dispona a virar. An no haban recargado los caones
de babor. Hector poda imaginarse a los artilleros que cruzaban la cubierta para
ay udar a sus camaradas a preparar la batera de estribor para el golpe asesino.
Estaran comprobando que cada can estuviera debidamente cargado, con la
mecha encendida. Despus lo nico que tenan que hacer era esperar hasta que
el bergantn adoptase su nuevo rumbo y se estabilizara. Entonces haran el ajuste
final para apuntar los caones. Para entonces las piraguas estaran a quemarropa.
Estamos acabados musit Johnson, pero no moriremos sin luchar.
Estaba comprobando su mosquete, esperando a que la nave espaola se pusiese a
tiro.
Hector escrutaba el agua junto al guardacostas. Ya no distingua la forma
oscura de Dan y la canoa volcada. Tal vez el buque espaol lo hubiese arrollado.
Entonces, de improviso, el bergantn pareci titubear. En mitad del viraje, se
qued suspendido, con la proa directamente a barlovento y la popa vuelta hacia
las piraguas, de modo que no poda apuntar ninguno de sus caones. Haba una
visible confusin en la cubierta. Los marineros se encaramaban a los aparejos
tratando de reajustar las velas. Otros correteaban por la cubierta sin propsito
aparente.
El timonel es un torpe redomado coment Otway, que pilotaba la piragua
. Ha perdido el control de la nave.
Dirgete directamente hacia el bergantn chill Hector. Hay un
hombre en el agua. Tenemos que recogerlo.
Otway vacil y Jezreel le propin un tremendo empujn que lo arroj por los
aires. Asiendo la caa del timn, el hombretn puso rumbo hacia la cabeza de
Dan, que haba aparecido en la superficie. Hector mir en derredor para ver lo
que les suceda a las restantes dos piraguas. Ambas haban izado velas adicionales
y estaban ganando velocidad. Se estaban alejando. Pronto habran dejado atrs al
buque de patrulla espaol y se encontraran fuera de peligro.
Los espaoles descargaron una andanada irregular de fuego de mosquete en
lugar de artillera. Algunas balas de mosquete silbaron sobre su cabeza, pero otras
se estrellaron contra el agua alrededor del nadador. Los espaoles haban visto a
Dan, que se sumergi para presentar un blanco ms difcil.
Menuda tontera. Veamos hasta dnde llega mascull Johnson. Media
docena de marineros acompaados por un oficial se haban arracimado en la
borda de popa del bergantn. Haban arrojado una soga y un hombre se estaba
encaramando hasta el otro lado, disponindose a descender. El hombre de la
baha volvi a colocar el escobilln bajo el largo can de su arma, se agazap
en la piragua y se afianz. Hubo una pausa de un segundo antes de que apretase
el gatillo. El estruendo de la detonacin fue seguido de inmediato por la imagen
del marinero que perda asidero y se precipitaba hacia el agua.
Hector se abri paso de modo que pudiese asomarse hacia delante,
directamente hacia el mar. Oy que una bala de mosquete se alojaba en el
maderamen a su lado y nuevos disparos de los hombres de la baha. A menos de
diez metros haba reaparecido la cabeza de Dan, con la cabellera negra
reluciente y mojada. Estaba sonriendo. Hector le hizo un gesto a Jezreel, que
estaba apostado en el timn, para indicarle el nuevo rumbo. Al cabo de un
instante Dan levant la mano y se aup a bordo con un movimiento gil.
Qu has utilizado? le pregunt Hector.
El arpn de mi primo respondi su amigo. Lo introduje entre el timn
y el codaste cuando el ngulo era may or. Se habr introducido ms an al
centrarse el timn. No lo sacarn hasta que baje un hombre que pueda cortarlo
con un escoplo. Hasta entonces el timn estar atascado.
Hector se percat de que el sonido de los mosquetes espaoles se tornaba ms
distante. Jezreel haba virado la piragua de modo que la barca se alejara del
bergantn en direccin opuesta, presentndole un blanco ms pequeo. Mirando
hacia atrs, constat que la nave de patrulla segua tullida, flotando indefensa
hacia barlovento. Cuando volviera a estar bajo control habra oscurecido y las
tres piraguas habran escapado. Varios hombres de la baha y a se haban puesto
en pie, agitando el sombrero ante el enemigo y burlndose. Un hombre les volvi
la espalda y se baj los pantalones desdeosamente.
Los hombres de la baha han decidido dirigirse ms al sur explic Hector
a su amigo misquito. Hay antiguos bucaneros entre ellos que afirman conocer
los lugares secretos de la costa donde se renen sus antiguos camaradas de
armas. Se proponen volver a unirse a ellos, confiando en que su nmero los
proteger, ahora que hay una nave de guerra espaola al acecho.
Entonces tendrn que pasar hambre una temporada. No podemos volver a
recoger la vaca marina. Pero eso significa que podemos recoger a Jacques de
camino repuso Dan.
Se arrellan con may or comodidad contra un banco de remos y Hector
medit sobre el contraste entre la desinteresada camaradera de hombres como
Dan y Jacques, y la avaricia fra y egosta de otros como el capitn Coxon.
Captulo VII
J acques haba conseguido al fin probar su salsa de cay ena. Era algo que
deseaba desde que haba probado por vez primera una de aquellas bay as de
color marrn oscuro. El sabor, una mezcla pimentada de clavo y nuez moscada
con un deje de canela, lo haba intrigado. Haba adquirido un puado de cay ena
en el mercado de especias de Petit Guave y lo haba guardado en una caja de
cartuchos para mantenerlo a salvo de la humedad. Ahora moli su tesoro
escondido y espolvore las briznas en la cavidad de un pescado de gran tamao
que Dan haba limpiado para cenar. Despus de aadirle leche de coco y sal, el
exgaleote haba envuelto el pescado con hojas y lo haba enterrado entre las
brasas del carbn para que se asara durante tres horas. Por ltimo contempl a
Hector, Dan y Jezreel mientras estos cataban el resultado.
Qu os parece la salsa? inquiri con orgullo. Haba derramado
cuidadosamente el jugo en una concha de coco vaca y estaba remojando las
raciones de pescado en la salsa antes de repartirlas.
Yo le habra puesto un poco de jengibre respondi Jezreel, frunciendo los
labios y adoptando una expresin solemne.
Por un instante, el francs se tom en serio aquella sugerencia. Despus
comprendi que el luchador se estaba burlando de l.
Siendo ingls, seguro que le pondras azcar y avena para hacer gachas
replic.
Eso sera si fuera escocs, no ingls. Tendrs que aprender cul es la
diferencia, Jacques. El hombretn se chup los dedos. Pero esto bastar para
empezar. Algn da tendr que ensearte a hacer un pudin decente. Slo los
ingleses sabemos hacer pudin.
Las bromas entre el antiguo luchador y el exgaleote haban empezado
momentos despus de su primer encuentro, cuando las tres piraguas recogieron a
Jacques en la play a donde Dan lo haba dejado, y haban continuado mientras
recorran la costa hasta una ensenada protegida que, segn Otway, era uno de los
lugares ms empleados por los bucaneros para carenar sus naves.
Se conoce como la caleta de Bennett les haba explicado. Si
esperamos aqu, es probable que se presente un buque bucanero y podamos
unirnos a su tripulacin. Hector pens de nuevo en el agujero de Coxon de la
carta que haba copiado en Port Roy al a peticin de Snead, pero no dijo nada. A
resultas de su anterior encuentro con los bucaneros, estaba receloso de unirse a su
compaa. Cualquiera que se asociara demasiado con ellos poda acabar
condenado por piratera, balancendose al cabo de la soga de un ahorcado.
Por fortuna, las dos semanas anteriores haban trado consigo un cambio en el
clima, con una jornada tras otra de cielos azules y luminosos, atemperados por
una brisa marina que mantena apartados a los zancudos y los mosquitos. De
modo que los amigos se haban arrellanado en la play a, satisfechos, mientras el
resto del grupo se encontraba a cierta distancia, cerca de las tres piraguas
encalladas en la costa.
Jezreel termin de comer y se tendi en la arena, estirando su enorme
cuerpo.
Esto es vida. Te imaginas cules son las condiciones en casa? Lo ms
probable es que soplen vendavales de marzo y llueva. No puedo decir que me
apetezca volver durante una temporada, aunque lo de cortar palo de Campeche
no hay a salido bien.
Slo a un estpido se le ocurre hacer fortuna cortando madera observ
Jacques. Cualquiera que tenga cerebro dejara que los dems trabajaran para
luego aliviarlos de los beneficios.
Hablas como si fueras un ladrn.
Slo me llevaba lo que los dems eran demasiado estpidos para poner a
buen recaudo repuso Jacques, pagado de s mismo.
Jezreel mir a Hector enarcando las cejas.
Era carterista en Pars explic el joven hasta que lo atraparon y lo
enviaron a las galeras. All fue donde nos conocimos.
Los dedos giles aligeran el trabajo anunci Jacques perezosamente.
Alarg un brazo en el aire y cerr el puo. Cuando lo abri, sostena un guijarro
entre los dedos ndice y pulgar. Cerr el puo y, cuando lo abri, de nuevo la
mano estaba vaca.
Vea muchos trucos parecidos cuando estaba en el negocio de las peleas
gru Jezreel. Las casetas estaban llenas de artistas ambulantes y charlatanes.
Muchos fingan que venan de tierras extraas. Te habra ido bien con ese acento
extranjero que tienes.
Habiendo pblico, ni siquiera me habra hecho falta hablar replic
Jacques.
No me extraa que lo llamen pantomima.
Jacques le arroj el guijarro a Jezreel, que lo atrap hbilmente y se lo
devolvi con el mismo movimiento. La piedra rebot en el sombrero del francs,
desencajando un pequeo objeto de color negro que cay sobre la arena.
Ten cuidado con lo que haces! No quiero oler a leador rezong
Jacques, disponindose a introducir de nuevo el objeto bajo la cinta del sombrero.
Qu tienes ah?
Jacques le pas el objeto a su nuevo amigo, que lo observ perplejo. Tena el
tamao y la forma de una gran alubia negra ligeramente avellanada.
Por qu llevas un zurullo de perro seco en el sombrero? pregunt
Jezreel.
Hulelo.
Debes de estar bromeando!
No, adelante.
Jezreel se lo llev a la nariz y lo olfate. Tena un perceptible aroma
almizcleo.
Qu es?
Escroto de caimn. Lo compr en el mercado al mismo tiempo que la
cay ena que acabis de disfrutar. Jacques recuper el objeto. Es una
glndula. Los cocodrilos y los caimanes la tienen en las ingles y en las axilas, y
desprenden un aroma agradable. Es mejor que una apestosa chaqueta empapada
en sangre.
Bueno, gracias a Dios que no lo has metido tambin en la salsa.
Un grito de Otway puso fin a la conversacin. Se encontraba al fondo de la
play a, donde la elevacin de las dunas le proporcionaba una posicin ventajosa.
Se acerca una nave! exclam.
Todos se levantaron apresuradamente y miraron al mar. El sol estaba situado
tras ellos, de modo que podan distinguir fcilmente el plido destello de las velas.
A juzgar de la mirada inexperta de Hector, el buque se pareca mucho a la
guardacostas espaola, pues tena dos mstiles y un tamao similar. El temor de
que hubieran vuelto a coger desprevenidos a los hombres de la baha le asest
una punzada. Dudaba que consiguieran escapar por segunda vez. Pero Otway
estaba exultante.
Es la nave del capitn Harris, estoy seguro. Serv una vez a bordo de ella.
Estamos de suerte. Peter Harris es un comandante tan osado como cabe desear.
Se demostr que estaba en lo cierto cuando los recin llegados echaron el
ancla y enviaron sus botes hasta la orilla, arrastrando una hilera de barriles
vacos. El capitn Harris haba visitado la caleta de Bennett para abastecerse de
agua potable.
La nave se dirige al sur, hacia isla Dorada anunci Otway, que haba
encontrado a antiguos compaeros de barco entre los componentes de la partida
de aguadores. Va a celebrarse una reunin de las compaas en ese lugar. Pero
al parecer nadie conoce todos los detalles. Se decidirn por medio de un Consejo.
El capitn Harris est dispuesto a reclutar a ms hombres? pregunt
Hector.
Eso lo decidir la tripulacin de la nave. Al ver la mirada de
incomprensin de Hector, Otway aadi: Entre los bucaneros todo se decide
por voto. Hasta eligen al capitn.
Tiene sentido, Hector terci Jacques. Nadie recibe paga. Todos
trabajan por una parte del botn. Cuanta may or sea la tripulacin, ms pequea
ser la parte que les corresponda.
Otway tena una expresin avergonzada en el rostro.
Por supuesto, les he dicho que todos deseamos unirnos a ellos. Pero la nave
y a est superpoblada, pues hay ms de un centenar de hombres a bordo, y son
reacios a agregar a ninguno ms. Evitaba mirar a los dems. A m y a me
conocen, de modo que la tripulacin est dispuesta a sumarme a su nmero,
junto con mi compaero de ah. Asinti hacia el hombre de la baha tuerto que
haba trabajado con l cortando palo de Campeche. Y naturalmente aceptarn
a Dan a bordo si l quiere.
Por qu naturalmente? inquiri Hector. No estaba seguro de querer
unirse a una compaa tan sospechosa, pero le dola que fueran tan exigentes.
Los bucaneros siempre necesitan arponeros explic Dan. No son
pescadores ni disponen de tiempo para ir a cazar a tierra. Dependen de los
arponeros misquitos, que les procuran pescado y tortugas; de lo contrario
pasaran hambre. Se volvi hacia Otway . Diles a tus compaeros que no me
unir a ellos a menos que me acompaen mis tres amigos.
Otway fue a consultar a la partida de aguadores y regres con la noticia de
que si Dan llevaba a la nave a Jacques, Jezreel y Hector podan exponer su caso
ante toda la tripulacin.
Cuando el reducido grupo embarc con el ltimo barril de agua lleno, encontr a
la tripulacin y a congregada en la cintura de la nave, observndolos con inters.
En primera fila haba un hombre pulcramente afeitado de aspecto enrgico que
llevaba un sombrero calado adornado con una cinta verde. Hector supuso que se
trataba del capitn Harris, aunque no participase en la asamblea. El portavoz de
la compaa de bucaneros era un marinero calvo con voz arenosa y spera por
haber vociferado durante aos.
se ser el cabo de mar musit Jacques. Es tan importante como el
capitn. Divide los despojos y se ocupa del funcionamiento de la nave. Entrega
las armas y todo lo dems.
Fue el cabo de mar quien abri la reunin. Dirigindose a la asamblea,
anunci:
El misquito me dice que slo vendr con nosotros como arponero si
aceptamos a sus compaeros. Qu decs?
Qu hay del propio misquito? Merece la pena? Quiso saber una voz.
A juzgar por el nmero de conchas de tortuga que haba en la play a, s
respondi alguien que deba de haber estado en tierra con la partida de
aguadores.
Nos vendra bien ese grandulln observ otro. Pero con esa antigualla
de arma que tiene podra ser un ceporro desmaado.
Jezreel segua portando su anticuada escopeta de cerrojo.
El cabo de mar se volvi hacia Jezreel.
Puede que eso baste para cazar reses, pero en esta nave no usamos
escopetas de cerrojo. Antes de que hay as recargado y manipulado la mecha el
enemigo habr cado sobre ti.
Entonces usar esto anunci Jezreel al tiempo que extraa el escobilln
de debajo del can del mosquete. Lo apunt hacia la muchedumbre atenta.
Alguno de vosotros quiere atacarme con el sable? Punta o filo, no me importa.
El cabo de mar seal a dos tripulantes, que se adelantaron y desenvainaron
sus sables. Pero eran conscientes de que sus camaradas los estaban observando y
su ataque fue poco entusiasta. Jezreel se limit a hacerse a un lado para
esquivarlos.
Eso es lo mejor que sabis hacer? les pregunt, desafiante.
Los dos atacantes se enfurecieron de verdad. Su resentimiento se trasluca en
las furiosas estocadas que le lanzaron a su oponente. Uno apunt a la cabeza del
gigante, el otro a sus rodillas. Pero ninguno de los golpes dio en el blanco. La vara
que empuaba Jezreel sali disparada, tan deprisa que nadie pudo seguirla, y los
dos atacantes dejaron caer las armas, maldiciendo. Ambos se estaban aferrando
la mano en el punto donde el escobilln les haba golpeado los nudillos.
Es un luchador de escenario! prorrumpi alguien al fondo de la
muchedumbre. He visto antes ese truco.
Es muy probable exclam Jezreel. Hay alguien ms que quiera
probar suerte? Estoy dispuesto a enfrentarme a tres si queris.
No hubo interesados y el cabo de mar intervino.
Lo someteremos a votacin. Todos los que deseen aceptar a este hombre
en nuestra compaa que levanten la mano. Los que se opongan, que hablen.
Hubo una silenciosa exhibicin de manos.
Quin te acompaa? pregunt el cabo.
Mis dos amigos respondi plcidamente Jezreel mientras introduca de
nuevo el escobilln en su sitio.
Slo un compaero, sa es la costumbre insisti el cabo de mar. Estaba
frunciendo el ceo.
Y el tipo de la marca en la mejilla? sugiri un observador. Parece
que sabe defenderse.
Alguno de vosotros sabe leer y escribir? La inesperada pregunta
proceda de un hombre de cabello gris ataviado con un sobrio traje oscuro que se
hallaba junto al capitn.
Jacques respondi antes de que Hector tuviera ocasin de hacerlo.
No tan bien como mi amigo. Dibuja mapas y navega, sabe latn y espaol
y habla conmigo en francs.
No quiero un intrprete. Necesito un enfermero. Alguien ms experto que
un simple ay udante repuso el hombre de pelo gris. Por cmo escoga las
palabras, resultaba evidente que era un hombre culto.
Entonces est decidido dictamin el cabo de mar. Estaba impaciente por
concluir la reunin. Aceptamos al hombretn y a su amigo francs con
derecho a una parte ntegra. El otro, si demuestra su vala, puede ingresar como
compaero del cirujano. Su parte puede decidirse ms adelante.
Cuando la asamblea se dispers, el cirujano de cabello gris se dirigi a Hector
y despus de preguntarle cmo se llamaba inquiri:
Tienes experiencia mdica?
Me temo que no.
No importa. Aprenders sobre la marcha. Me llamo Smeeton, Basil
Smeeton, y tena una consulta mdica en Port Roy al antes de embarcarme en
esta aventura. Dnde aprendiste latn?
Con los frailes de Irlanda, donde pas mi infancia.
Eres lo bastante bueno para conversar en esa lengua?
Creo que s.
A veces, cuando se discuten los detalles de un paciente dijo Smeeton con
tono significativo, es mejor que el propio paciente no los sepa.
Comprendo. Pero ha mencionado a un ay udante.
Ay udante de cirujano. El que cambia los vendajes y alimenta con gachas a
los postrados. De ti espero ms que eso.
La cortesa del cirujano Smeeton contrastaba tanto con la tosca compaa de
marineros que Hector se pregunt por qu estaba a bordo. Como si le estuviera
ley endo los pensamientos, Smeeton continu:
Nos dirigimos a un lugar, que por cierto, se llama Darin, donde espero que
nos encontremos con pueblos y razas cuy a prctica de la medicina sea muy
diferente de la nuestra. Hay mucho que aprender de ellos, tal vez en ciruga, pero
probablemente en el empleo de las plantas y las hierbas. Es un tema que me
interesa muchsimo. Espero que puedas ay udarme en mis investigaciones.
Har todo lo que pueda le prometi Hector.
Deberamos disponer de mucho tiempo para investigar, puesto que no
seremos el nico equipo mdico que acompae a la expedicin. Las tripulaciones
como la nuestra reclutan al menos a un cirujano que los acompae, a veces a dos
o tres. Podra decirse que disfrutan los mejores servicios mdicos que puede
comprar el botn, o la presa, como ellos prefieren llamarlo. Esboz una sonrisa
irnica. Hasta contratan seguros contra heridas.
Cmo puede ser eso? pregunt Hector. La tripulacin del capitn Harris
no le pareca lo bastante rica para permitirse atencin mdica.
Si un hombre resulta incapacitado permanentemente durante el crucero,
recibe una prima especial al final cuando el cabo de mar reparte el botn; tanto
por un ojo perdido, tanto ms por un miembro que hay a de ser amputado o por
una mano volada, y as sucesivamente. Todas las tarifas se deciden al principio,
cuando la tripulacin suscribe su mutuo acuerdo. Es muy inteligente.
Para entonces, Jacques haba reaparecido con un flamante mosquete nuevo
en las manos. Pareca complacido.
Qu te parece! El cabo de mar me ha dado una escopeta de pedernal de
ltimo modelo. Tambin le ha dado una a Jezreel. Amartill el percutor y
apret el gatillo. Una lluvia de chispas brot de la platina. Se acab el
manipular la mecha lenta y mantenerla seca cuando llueve. Le dio la vuelta al
arma para mostrarle a Hector la marca del armero. Y lo que es ms, es de
fabricacin francesa. Mira, magasin/royal. Slo Dios sabe cmo habr llegado
aqu desde la armera del rey Luis.
Hector lo llev aparte y le dijo en voz baja:
Ests seguro de que quieres unirte a esta tripulacin?
Ya es demasiado tarde. Jezreel y y o y a hemos firmado los artculos. Nos
han prometido una parte ntegra del botn despus de que se hay a pagado a los
inversores. Podrs pedir tu parte en cuanto hay as demostrado tu vala. Vay a,
hasta puede que recibas una parte de cirujano y media ms, y eso es lo mismo
que reciben el artillero y el carpintero.
Qu pasa con los hombres de la baha que se han quedado atrs?
Oh, y a los recogern otras naves que pasen por aqu respondi Jacques
despreocupadamente.
Pero segn acaba de explicarme el cirujano, estaremos alejados durante
algn tiempo y y o esperaba regresar a Jamaica.
Pero si acabas de marcharte empez Jacques. Se interrumpi y le
dirigi a Hector una mirada astuta. Hay alguna razn en particular?
Cuando Hector no respondi, el francs puso los ojos en blanco y exclam:
No me lo digas! Es una mujer.
Hector sinti que empezaba a ruborizarse.
De quin se trata? pregunt Bourdon, sonriendo.
Slo es alguien que he conocido.
Que acabas de conocer! Y eso que casi no has pasado tiempo all. Debe
de ser excepcional.
Lo es. Hector estaba cada vez ms avergonzado, y por fortuna Jacques
detect su embarazo.
De acuerdo entonces. No dir nada ms. Pero no te sorprendas demasiado
si te rompe el corazn.
Hector haba llegado a anotar que un y eso de trbol dulce, segn las palabras de
Smeeton, disipa los gases cuando la nave arrib a isla Dorada. Otros seis
buques y a se hallaban a la espera en el punto de encuentro, una pequea baha
situada directamente frente al continente, a poco ms de una milla. La ensenada
resultaba idnea para su clandestino propsito. Estaba completamente oculta
desde el mar tras el pico rocoso de la isla, que estaba cubierto de densos matojos
y bosquecillos de ceibas, mientras que una estrecha franja de play a
proporcionaba un suelo llano donde instalar un campamento. Se distinguan
hombres que deambulaban bajo los cocoteros y se haba erigido una hilera de
tiendas de cocina en la play a.
Esta empresa es casi tan grande como cuando Morgan saque Panam. El
tamao de aquella incursin es famoso entre mi pueblo coment Dan al
contemplar la flota reunida.
Sin duda los espaoles habrn tomado precauciones frente a otro ataque
repuso Hector. En la cubierta, junto al misquito, haba estado pensando de nuevo
en Susana y se preguntaba si alguna de las naves de bucaneros regresara a
Jamaica ms adelante. En tal caso, tratara de persuadir a sus amigos para que lo
acompaaran hasta all.
La sed de oro es muy seductora respondi el misquito. Seal a una
canoa que acababa de penetrar en la baha y se estaba abriendo paso entre las
naves ancladas, dirigindose a la play a. Yo dira que puede que esos tipos
tengan algo que ver con lo que est sucediendo.
Sabes quines son? pregunt Hector. Haba unos doce hombres en la
canoa, cuy a piel era demasiado oscura para que fueran europeos. Unos de ellos
luca en la cabeza algo parecido a un cuenco metlico.
Son cunas, el pueblo que habita all en las montaas. Dan seal hacia el
continente, donde se alzaban una hilera tras otra de cadenas de colinas revestidas
de bosques y circundadas por guirnaldas grisceas de nubes bajas. En isla
Dorada el clima era tan luminoso y soleado como cuando se haban unido a la
tripulacin. Por contra, el interior daba la lgubre impresin de estar sumido en la
llovizna y la niebla.
Hector Ly nch dijo una voz tras ellos. Sobresaltados, se volvieron para
descubrir que el capitn Harris haba subido a la cubierta. Tu compaero, el
francs, dijo que hablas espaol.
Es cierto. Mi madre es espaola.
Necesito que me acompaes a tierra. Los capitanes estn celebrando un
Consejo con los jefes indios. Ninguno de nosotros habla la lengua cuna, pero los
indios han convivido con los espaoles lo bastante para poseer cierto
conocimiento de su idioma.
Har todo lo que pueda.
Harris lo precedi hasta una escala de cuerda y a continuacin Hector
acompa al capitn a la orilla en barca. Mientras discurran entre la flotilla de
bucaneros, advirti que el buque de Harris era el may or de la compaa. El
siguiente en tamao era una balandra de ocho caones que le resultaba
vagamente familiar, mientras que la embarcacin ms reducida era una pinaza
tan pequea que no tena can alguno. Fuera lo que fuese lo que los bucaneros
tenan en mente, concluy Hector, dependa de la fuerza de su nmero, no de la
potencia de fuego de sus buques.
Sigui a Harris play a arriba. Los indios que acababan de llegar en canoa
haban formado un grupo junto al sendero. Los cunas no eran tan espigados como
los misquitos, los nicos nativos del Caribe que Hector haba conocido hasta el
momento, pero eran fornidos y bien plantados, tenan la piel oscura, con un tono
amarillo pardo, y el cabello negro y lacio. Su semblante estaba dominado por
una nariz poderosa desde la que se extendan profundos surcos hasta las
comisuras de los labios, que les conferan una expresin solemne y severa. El
lder pareca ser el hombre tocado con el cuenco metlico, que result ser un
antiguo casco espaol de latn pulido. Como la may ora de sus compatriotas,
estaba completamente desnudo a excepcin de una funda dorada para el pene en
forma de embudo sujeta por una cuerda en torno a la cintura. Una lmina de oro
en forma de media luna le colgaba de la nariz. Pero el indio que ms atrajo su
atencin era el nico cuna que se cubra el cuerpo. Estaba envuelto en una manta
desde los tobillos hasta el cuello. Toda la piel visible (los brazos, los pies y el
rostro) era de un blanco fantasmal y antinatural y estaba desfigurada a causa de
mordiscos y rojeces. Cuando se volvi a mirar a Hector, tena los ojos
entrecerrados y los prpados temblorosos, y de los labios agrietados le supuraban
gotas de sangre.
Harris se descubri cortsmente al pasar junto a los cunas y Hector lo sigui
hasta el pequeo claro en el bosquecillo de cocoteros donde y a se haban reunido
los restantes lderes bucaneros. Hector cont a siete capitanes, junto con sus
ay udantes, que formaban pequeos grupos, hablando entre s. Uno de los
capitanes, que le daba la espalda, alz la mano para rascarse la nuca. De repente,
Hector supo por qu le haba resultado familiar la balandra de ocho caones. Se
trataba del buque que haba interceptado a LArc-de-Ciel. Cuando cay en la
cuenta, John Coxon se estaba volviendo para saludar a Peter Harris y su mirada
se pos en Hector. El rpido rubor de clera que descolor sus facciones no
dejaba lugar a dudas de que haba reconocido al joven.
Capitn Harris, habra sido mejor que te hubieras unido a nosotros antes
bram Coxon. Hemos estado consultando a los cunas durante los ltimos cinco
das y estamos listos para tomar una decisin.
Yo traigo la may or compaa, de modo que era justo que esperaseis
replic Harris, y Hector detect un trasfondo de rivalidad entre ambos.
Vay amos al grano terci con talante apaciguador otro de los capitanes,
un hombre de estatura media con facciones suaves y redondeadas que tena la
boca carnosa con las comisuras hacia abajo y los labios protuberantes de una
carpa. Era evidente que padeca de mala salud, pues se apoy aba en un bastn y
sudaba profusamente mientras escrutaba la asamblea con ojos acuosos de color
azul plido. Hector crey detectar un tufillo a manipulacin, a fraudulencia.
As es, capitn Sharpe. No debemos hacer esperar a nuestros amigos cunas
convino Coxon. Se dirigi a unos bancos que haban instalado bajo los rboles,
indicando a los cunas que tomasen asiento. El sujeto macilento de la manta, en
lugar de adelantarse, se apost en una tenebrosa franja de sombra.
A medida que progresaba la asamblea, Hector consigui ponerles nombre a
los restantes capitanes bucaneros. Dos de ellos, Alleston y Macket, parecan
figuras menores, pues apenas hablaban. Un tercero, Edmund Cook, era un
misterio. Para tratarse de un marinero, llevaba un atuendo sumamente engorroso
consistente en una holgada tnica de color malva con cuello de encaje
pronunciado y circular y un puado de cintas atadas a un hombro. En contraste,
el capitn Sawkins, que estaba sentado a su lado, no le conceda importancia
alguna a su aspecto. Luca una barba de varios das en las mejillas desaliadas y
sucias, y a todas luces era alguien que prefera la accin a las palabras. No
dejaba de mirar con impaciencia de un orador al siguiente al tiempo que
manoseaba la empuadura de la daga que llevaba en el cinturn. Cuando Coxon
y Harris discutan, como hacan constantemente, Sawkins sola ponerse del lado
de Harris.
Slo dos de los cunas hablaban espaol, si bien con un marcado acento que
resultaba difcil de seguir. Con cada frase que pronunciaban, sus lminas nasales
de oro se balanceaban arriba y abajo sobre el labio superior, distorsionando las
palabras. A veces, cuando nadie lograba entender nada, el orador se levantaba la
lmina con una mano para dirigirse a sus oy entes desde debajo de ella. Hector
consigui entender que los cunas estaban confirmando una oferta de guas y
porteadores a los bucaneros si stos emprendan una incursin contra un
asentamiento minero espaol en el interior. Era evidente que los cunas
despreciaban a los espaoles. Segn los indios, los mineros espaoles empleaban
cuadrillas de esclavos para cribar el polvo de oro de los ros antes de transportar
la produccin a un pueblo llamado Santa Mara. El oro recogido se trasladaba a la
ciudad de Panam cada cuatro meses, y el siguiente cargamento haba de
enviarse pronto.
No perdamos ms el tiempo. Era el capitn Sawkins quien hablaba.
Pareca que deseaba ponerse en pie de un salto y precipitarse a la accin de
inmediato, espada en mano. Cada da que pasamos aqu aumentan las
posibilidades de que el oro se nos escape entre los dedos.
Qu hay de nuestras naves? Quin las velar mientras los hombres estn
fuera? pregunt cautelosamente Macket.
Sugiero que el capitn Alleston y t os quedis aqu con un destacamento
propuso Coxon. La divisin final del botn no se har hasta que regresemos,
y vuestros hombres recibirn partes ntegras.
Un acceso de tos lo hizo volverse hacia el capitn Sharpe.
Ests en condiciones de acompaarnos? le pregunt.
Claro que s. No pienso perderme una ocasin como sta respondi el
bucanero de aspecto enfermizo.
Entonces est decidido concluy Coxon. Partiremos hacia Santa
Mara, digamos, dentro de tres das. Las compaas de las naves marcharn en
formacin, pero todas bajo un solo comandante.
Y quin ser ese comandante? pregunt Harris con tono irnico. Hector
sospechaba que la decisin y a se haba tomado antes de su llegada.
El capitn Coxon sera el ms indicado para liderarnos explic Sharpe.
Despus de todo, estuvo con Morgan en Panam. Es el ms experimentado.
Coxon pareca ufano. Haba introducido la mano en la pechera de la camisa
y se estaba rascando con aire satisfecho. Hector reconoci aquel gesto.
Despus Coxon se volvi hacia los cunas y les comunic su decisin con un
espaol vacilante, ignorando deliberadamente los servicios de Hector como
intrprete. Los cunas parecieron complacidos y se levantaron para regresar a su
canoa.
Me pregunto de dnde sacan el oro para hacerse esas lminas nasales
musit un marinero que estaba junto a Hector. La voz le resultaba familiar y
Hector mir en derredor para descubrir que el que as hablaba era uno de los
hombres de Coxon, el marinero al que le faltaban los dedos. No esperaba verte
aqu aadi al reconocerlo a su vez. Recuerda quin est al mando de esta
expedicin. Y esboz una sonrisa diablica.
Por mucho que Coxon le inspirase desagrado y suspicacia, Hector se vio obligado
a admitir que el capitn bucanero conoca bien su oficio. Antes de que se diera
por terminada la asamblea, Coxon emiti rdenes estrictas de que ningn buque
zarpase de isla Dorada por temor a que se propagaran las nuevas de la incursin.
Al da siguiente, cada uno de los miembros de la expedicin recibi plomo para
balas y diez kilos de plvora de la reserva comn. Asimismo, los cocineros del
campamento se dedicaron a cocer bollos de pan sin levadura, cuatro para cada
hombre, como raciones para la marcha.
Si esto es todo lo que tenemos para comer, pronto acabaremos pidindole a
Hector esos granos de canela que lleva en la mochila mascull Jacques,
contemplando dubitativamente la comida. No me extraa que se llamen
doughboys[1] .
Jezreel, Hector y l estaban en el atracadero de la play a al romper el alba del
tercer da despus de la conferencia. La mitad de la expedicin y a haba
desembarcado y Dan se haba adelantado en calidad de explorador.
No te pongas tan triste le aconsej a Hector, que estaba desalentado
porque an no poda regresar a Jamaica. Imagnate que vuelves con tu dama
con los bolsillos llenos de polvo de oro.
Al ser el ay udante del cirujano, no tendrs que tomar parte en la batalla
aadi Jezreel. Slo has de asegurarte de que el cofre de las medicinas no se
aleje de la columna. Una reserva de medicinas es lo mejor para mantener alta la
moral de los hombres, despus de un barril de ron.
Dan se diriga hacia ellos, acompaado por uno de los guas cunas.
Hector, puedes traducir? Este hombre tiene que decirme algo, pero no
consigo seguir su espaol.
Hector escuch al gua y explic:
Todos han de quedarse en el sendero. Afirma que los espritus del bosque
deben ser respetados. Si los molestan o los enfurecen nos lastimarn. Se coloc
la mochila sobre los hombros. Contena un equipo mdico bsico que Smeeton
haba seleccionado para l. El cirujano no haba desembarcado an y el cofre de
medicinas principal descansaba en el suelo, voluminoso y pesado.
Yo lo coger dijo Jezreel, al tiempo que se echaba el cofre al hombro.
sa de ah delante es la bandera de Harris.
Era otra muestra de la competencia de Coxon, se dijo Hector para sus
adentros. El capitn bucanero haba dado instrucciones de que, despus de
desembarcar, todos los hombres siguieran la bandera de su capitn mientras la
columna se adentraba en el interior. De ese modo los bucaneros desmandados e
indisciplinados mantendran una suerte de orden durante la marcha en lugar de
degenerar hasta convertirse en una turba catica. El capitn Sawkins y el capitn
Cook, segn constat ahora Hector, haban decidido desplegar estandartes rojos
con franjas amarillas, pero afortunadamente Cook haba distinguido su bandera
aadiendo la silueta de una mano que empuaba una espada.
La tropa del capitn Sharpe empezaba a ponerse en movimiento en pos de
una bandera roja de la que pendan cintas verdes y blancas, pues los haban
escogido para encabezar la marcha. Tras ellos, la columna sigui lentamente su
ejemplo; ms de trescientos hombres que resbalaban y se tambaleaban al
recorrer la play a de guijarros hasta llegar a la boca de un ro. En este punto los
guas cunas se volvieron tierra adentro, conduciendo a los hombres a travs de un
platanar desatendido para adentrarse en el bosque mismo, donde los rboles
formaban un dosel en lo alto que obstrua la luz del sol. El suelo que pisaban
estaba enfangado debido a las ramas muertas y el humus del bosque, y la
atmsfera era pesada y hmeda. Los nicos sonidos eran los susurros de los
hombres, los ocasionales estallidos de carcajadas o los hombres que vociferaban
y escupan. El suelo describa una pendiente ascendente, la vereda serpenteaba
para sortear los lugares donde los rboles, con sus troncos hmedos y relucientes,
estaban tan apretados que resultaban infranqueables. De tanto en tanto, los
caminantes llegaban a algn arroy uelo que atravesaban chapoteando. Los que y a
estaban sedientos debido al bochornoso calor empleaban el sombrero para
recoger agua y beber.
Hicieron un alto a primera hora de la tarde. Los cunas y a les haban
preparado vivacs, pequeas cabaas con paredes de caa y techados de paja que
se levantaban en otro platanar abandonado. Algunos bucaneros preferan dormir
fuera, en campo abierto, pero los cunas se inquietaron por ello. Los viajeros
deban permanecer en el interior, insistieron. Los que durmieran en el suelo se
expondran a los mordiscos de las serpientes venenosas. Hector se pregunt si
acaso se trataba de una mera excusa para evitar que los hombres se dispersaran,
pero de pronto se escuch un grito de alarma, seguido de una suerte de
conmocin. Distingui el arco ascendente y descendente de un sable. Smeeton,
que se haba incorporado tardamente a la columna, se apresur hacia aquel
punto y Hector lo sigui, curioso por averiguar la causa del alboroto. Encontr a
un bucanero de aspecto agitado que sostena el cadver decapitado de una
serpiente en la punta del sable. La serpiente meda al menos un metro y medio
de largo y tena motas marrones y verdes. Smeeton hall la cabeza cercenada, la
recogi y le separ las mandbulas con cuidado ejerciendo presin sobre ellas.
Los colmillos envenenados eran inconfundibles.
Una autntica vbora, cuy o mordisco es prcticamente mortal de
necesidad. Excelente exclam el cirujano entusiasmado. Le dio la vuelta a la
cabeza en forma de diamante para inspeccionar una franja amarilla en la
garganta y le pregunt al bucanero si tambin poda quedarse con el cadver.
Luego se coloc detrs de Hector y el joven sinti que se abra la lengeta de la
mochila. Percibi la sensacin de la serpiente muerta que resbalaba hacia el
interior. Hector sinti escalofros.
La primera recompensa de nuestra aventura anunci Smeeton desde
algn lugar a sus espaldas. Cortada en trocitos pequeos, ser un componente
esencial de nuestra theraci londini, conocida vulgarmente como melaza de
Londres.
Para qu sirve? pregunt Hector, incmodamente consciente de los
anillos de la serpiente muerta que se apretaban contra su espalda. El animal
muerto era notablemente pesado.
Es una cura soberana para la plaga. Fragmentos de serpiente macerados en
diversas hierbas. Tal vez los cunas tengan su propia receta. Serpiente de fuego un
da, vbora otro. Emiti una risita satisfecha.
L asrozaduras
astillas blanquecinas de las ramas quebradas, el fango removido y las
que haban arrancado el musgo de las rocas, les hicieron saber
cundo se haban reincorporado a la vereda principal. Poco despus se toparon
con un bucanero que regresaba por el sendero. Estaba malhumorado y
empapado de sudor.
Mierda de pas mascull, dirigindoles una mirada arisca. Ya he
andado bastante por este hediondo bosque. Me vuelvo a las barcas.
A qu distancia se encuentra la columna? pregunt Smeeton.
Al otro lado de la prxima cresta fue la hosca respuesta. Son una
compaa de imbciles, en mi opinin. Algunos estn rompiendo piedras en
busca de oro. Si algo reluce o centellea, creen que han descubierto la veta madre.
Emiti un bufido desdeoso. Pero lo ms probable es que no sea oro todo lo
que reluce. Se quit el sombrero para enjugarse el sudor de la badana antes de
proseguir hacia el mar.
Una regla muy republicana, como te haba dicho coment Smeeton
framente. Un bucanero puede abandonar un proy ecto con la aprobacin de
sus compaeros y no es tratado como si fuera un desertor, como sucedera en el
caso de un militar. Hay que reconocer que es poco habitual ver a un solo
bucanero echarse atrs. Normalmente abandonan en grupos.
Llegaron al campamento bucanero justo antes del atardecer y hallaron a la
expedicin sumida en un nimo desapacible. Los hombres, exhaustos, se haban
tendido en el suelo o formaban grupos reducidos sentados en torno a crepitantes
hogueras. La humedad lo haba impregnado todo y, por si fuera poco, haba cado
un chaparrn pasajero seguido de una fina neblina hmeda que se filtraba a
travs de la ropa. A la griscea claridad de la tarde, Hector sali en busca de sus
amigos y encontr a Dan desollando los cadveres de varios animalillos del
tamao de liebres que haba cazado. Jezreel y Jacques lo estaban observando con
aire crtico.
Cmo sugieres que los cocinemos? Le estaba preguntando Jezreel al
francs.
A mi modo de ver, tienen cabeza de conejo, orejas de rata y pelo de cerdo.
As que puedo hacerlos a la parrilla, frerlos o asarlos, a vuestro gusto
respondi Jacques con un deje de sarcasmo en la voz. Pareca cansado.
Siempre y cuando no saques el sabor de la rata observ Jezreel.
Volvindose a Hector le dijo: El capitn te andaba buscando. El joven irlands
estaba sorprendido.
El capitn Harris?
S, quera que asistieras a otro Consejo con el resto de los capitanes y un
par de jefes cunas. Pero le dije que te habas marchado con el cirujano.
Se ha reunido el Consejo?
Fue un episodio desagradable, hubo muchos gritos. Yo lo escuch desde
lejos. Todo el mundo estaba refunfuando y lamentndose. Al parecer, nadie
esperaba que la marcha fuese tan penosa. Coxon estaba especialmente irritado.
Cree que se est poniendo en entredicho su liderazgo. Harris y l no dejaban de
echarse las manos al cuello. Mencionaron tu nombre. Coxon te llam pequeo
hijo de puta, sas fueron las palabras exactas que utiliz, y le pregunt a Harris
por qu te haba llevado a la ltima reunin del Consejo. Harris replic que
aquello no era asunto suy o y que no confiaba en el intrprete que Coxon haba
facilitado.
Se tom alguna decisin?
Eligieron a Sawkins para liderar la avanzadilla. Escoger a ochenta de
nuestros mejores hombres para encabezar el ataque cuando establezcamos
contacto con el enemigo.
Bueno, al menos han escogido al hombre adecuado. Sawkins tiene
reputacin de beligerante, siempre dispuesto a dirigir la carga.
Tal vez demasiado observ Jezreel, frunciendo levemente el ceo. En
el cuadriltero aprend que precipitarse no suele ser buena idea. Lo mejor es
aguardar el momento oportuno, hasta ver la apertura adecuada, y atacar
entonces.
En ese instante, se produjo una explosin extraordinariamente atronadora en
las inmediaciones. Todos se pusieron en pie de un salto y se volvieron a mirar en
la direccin del sonido. Uno de los bucaneros que estaban sentados formando un
corrillo en torno a una hoguera, se aferraba la cara y gritaba de dolor. Pareca
incapaz de levantarse.
Qu demonios ha sido eso? pregunt Jacques, desconcertado. Pero
Hector y a haba asido la mochila de las medicinas y estaba corriendo hacia la
escena.
Trae el cofre de las medicinas exclam por encima del hombro y
encuentra a Smeeton. Hay gente herida.
Cuando se present en el lugar de los hechos, descubri que el bucanero haba
sufrido graves quemaduras. La explosin le haba desgarrado el muslo. Hector se
arrodill junto a la vctima.
No te muevas dijo. Pronto vendr un cirujano y debemos limpiar la
herida.
El hombre rechinaba los dientes de dolor mientras se miraba la pierna herida.
Estpido, estpido, estpido cabrn repeta con ferocidad. Hector retir
suavemente los jirones de ropa. Debajo haba franjas de piel chamuscada y
ampollada.
Qu ha pasado?
Es esta lluvia. Se mete en la plvora y la deja inservible. Gabriel, que tiene
el cerebro de un mosquito, estaba intentando secar la plvora. La puso en un plato
y la sostuvo encima del fuego. Estaba demasiado cerca y todo salt por los aires.
Hector, y a me encargo y o. Era Smeeton. El cirujano haba llegado con
Jezreel, que transportaba el cofre de las medicinas. Que alguien me traiga una
palangana de agua. Y te agradecera que me trajeras un par de tenacillas del
cofre. Registra la mochila de este hombre y comprueba si hay algo en ella que
podamos emplear a modo de venda.
Durante unos minutos, el cirujano limpi la herida y la explor con el forceps,
retirando los vestigios de tela y piel muerta. La superficie del muslo estaba
surcada por diversas lesiones irregulares, la may or de las cuales meda seis o
siete centmetros de anchura. La piel que la rodeaba era de color blanco lvido o
rojo inflamado.
Esto tardar mucho en curarse coment Smeeton. Con un sobresalto,
Hector se percat de que el cirujano le estaba hablando en latn.
Va a perder la pierna? le pregunt Hector en el mismo idioma. Se le
present una imagen de pesadilla en la que tena que hacer uso de las sierras y
los cepos que haba limpiado y afilado.
Slo si se produce una infeccin. No hay huesos rotos.
Qu estis farfullando vosotros dos! Un grito airado puso fin a su
discusin. Coxon se cerna sobre ellos con las facciones crispadas de ira. Por
los clavos de Cristo! Es que no sabis hablar ingls? Qu le pasa a este
desgraciado?
Smeeton se puso en pie al tiempo que se limpiaba las manos con un pao.
Una explosin de plvora le ha causado una herida grave en el muslo. A
partir de ahora tendrn que llevarlo en camilla.
No permitir que los tullidos retrasen a la columna espet Coxon. Si
maana por la maana no puede ponerse en pie, lo abandonaremos aqu. Ya ha
malgastado bastante plvora. La mirada del capitn bucanero se pos sobre
Hector, que segua arrodillado junto al herido. T otra vez bram. Es una
pena que no estuvieras ms cerca de la explosin. Acto seguido gir sobre sus
talones y se alej a grandes pasos por el terreno cenagoso.
No es demasiado compasivo suspir Smeeton. Hector, busca un tarro
de basilicn en el cofre de las medicinas y aade hiprico y aloe si los tienes a
mano. Deberas saber dnde encontrarlos.
Hector obedeci y observ al cirujano mientras este extenda el blsamo
sobre las heridas abiertas.
Ser mejor que te tapes la pierna con un pao para que los insectos no se
ceben con las ampollas orden Smeeton al paciente. Maana decidiremos lo
que se debe hacer.
Hector corri hacia donde haba dejado la mochila, detenindose para recoger la
lanza abandonada y ponerse la camisa. Cuando regres al campamento fue para
encontrar al cabo de mar calvo de la nave de Harris sentado en un tronco, con la
cabeza inclinada. Smeeton estaba de pie sobre l cosindole un pliegue de piel al
crneo.
Hector, ah ests dijo el cirujano con tanta despreocupacin como si
estuviera en su consulta de Port Roy al. Una herida leve en la cabeza y se ven
las ventajas de la cada del cabello. No hace falta afeitar antes de hacer uso de la
aguja y el hilo.
Cuando termin de coser, el cirujano envolvi la herida con una venda y el
cabo de mar se incorpor y se alej.
El capitn Sawkins me ha pedido que lo acompae ro abajo, en
persecucin del tesoro espaol dijo Hector.
Pues vete, por supuesto respondi Smeeton. Aqu hay poqusimo
trabajo mdico. Slo hemos sufrido dos bajas y media docena de heridos en toda
la accin, de modo que apenas hay para todos. Las restantes compaas han
trado consigo al menos un par de cirujanos cada una. De hecho, parece que
tenemos a tantos mdicos en esta expedicin que estoy pensando en regresar a
las naves, acompaando a pie a los heridos. Ahora que he cruzado el istmo no
confo en aadir gran cosa a mi farmacopea.
Le parece bien que me lleve algunas medicinas? pregunt Hector. El
capitn Sawkins me lo ha ordenado.
Smeeton sonri con indulgencia.
Desde luego. Ser una ocasin para utilizar las notas que tomaste mientras
ordenabas el cofre de las medicinas.
Hector abri el cofre y mir en su interior. Los blsamos y ungentos que se
haban agotado durante la marcha al otro lado del istmo haban sido
reemplazados por la coleccin de objetos que Smeeton consideraba que podan
poseer poderes curativos: serpientes muertas, races de extraas formas, hojas
secas, tiras de corteza de rbol, semillas, tierra coloreada, excrementos de mono,
hasta el crneo de una criatura semejante a un elefante enano que Dan y otros
arponeros misquitos haban encontrado alimentndose junto al ro. El animal
haba proporcionado carne fresca a tres docenas de bucaneros hambrientos. El
cirujano se haba quedado con el crneo.
Entonces sus ojos se posaron en el paquete que le haba dado el hombre
medicina cuna. Era el ungento elaborado para los hijos de la luna como
cataplasma para sus llagas cutneas. Sac el paquete del cofre, consult sus notas
y encontr un tarro que luca la etiqueta Cantrida . Volviendo la espalda para
que Smeeton no pudiera ver lo que estaba haciendo, el joven desat
cuidadosamente el envoltorio de hojas del medicamento cuna. Dentro haba una
masa de ungento cerleo y plido del tamao de su puo. Extendiendo la hoja
en el suelo, Hector extrajo cuidadosamente varias cucharadas de polvo marrn
amarillento del tarro del medicamento de Smeeton y, empleando una rama, lo
extendi sobre el blsamo cuna. Despus envolvi de nuevo el paquete y lo
devolvi al cofre junto con el tarro.
Termin de llenar la mochila de medicinas y se despidi de Smeeton. Cuando
se volva para marcharse, coment casualmente:
Ya ha tenido ocasin de probar el ungento para la piel de los cuna?
No contest el cirujano. Sera interesante.
El capitn Coxon estaba preguntando si tena usted algo que le aliviara las
erupciones de la piel. Los ltimos das en la jungla han empeorado muchsimo el
picor.
Ya me haba dado cuenta dijo Smeeton. Le sugerir que pruebe el
ungento. No puede hacerle dao.
Mientras se encaminaba hacia donde lo esperaban Jezreel y Jacques, Hector
sonrea para sus adentros. La cabeza calva del cabo de mar le haba recordado la
reserva de polvo de cantrida de Smeeton. Smeeton lo haba citado como otro
ejemplo de un veneno que poda poseer propiedades beneficiosas, como el
veneno de serpiente. El polvo de cantrida se elaboraba con las alas molidas de
un escarabajo y entre los bucaneros era muy popular como afrodisaco. De una
forma ms prosaica, Smeeton haba afirmado que el polvo aplicado en pequeas
cantidades sobre la piel estimulaba el crecimiento del vello. Sin embargo, si se
empleaba en grandes cantidades, produca un picor violento, causaba ardientes
erupciones y haca que brotase una masa de dolorosas ampollas.
Captulo IX
Pasaron cinco das ms hasta que los heridos se sobrepusieron lo suficiente para
asistir a un Consejo general de la expedicin que se celebr en la cubierta de La
Santsima Trinidad. Los hombres se hacinaron en la cintura del galen mientras
sus cabecillas ocupaban el alczar. Estaban presentes Coxon, Sawkins y Sharpe.
Solamente faltaba Harris, que haba muerto a causa de sus heridas. Hector, que
los estaba observando desde la borda con sus amigos, detect un cambio en
Coxon. Ahora que haba desaparecido Harris, su rival, el capitn bucanero
pareca an ms arrogante y confiado que en isla Dorada y su spera voz se
escuchaba claramente por toda la asamblea.
Ya llevamos tres semanas en esta aventura y y o siempre he aconsejado
precaucin empez.
Precaucin! Algunos diran que temor grit alguien. Coxon enrojeci de
ira. El rubor se extendi desigualmente por su semblante, dejando unas franjas
ms oscuras y otras ms claras, y a Hector le disgust comprobar que an no se
haba pasado del todo el efecto del ungento especiado.
Desde el principio decidimos apoderarnos de las minas de oro de Santa
Mara prosigui Coxon.
Y nos ha reportado un msero botn aadi el alborotador, pero, en esta
ocasin, Coxon lo ignor.
Hemos derrotado a nuestros enemigos en una batalla abierta, pero nos
encontramos en una posicin vulnerable y delicada. Nuestras provisiones han
menguado peligrosamente. Nos hallamos en territorio desconocido. El enemigo
se repondr y puede que corte nuestra lnea de retirada.
No me cae bien ese hombre, pero tiene razn musit Jezreel, que estaba
junto a Hector. Estamos demasiado dispersos.
Coxon haba recuperado la palabra.
Por lo tanto me parece que lo ms sensato es que regresemos a las naves
que nos esperan en isla Dorada. Cuando estemos en el Caribe podemos seguir
merodeando en busca de tesoros.
Qu dice el capitn Sawkins? clam una voz. El furioso coraje de
Sawkins durante la batalla ante Panam lo haba hecho inmensamente popular.
Sawkins se adelant hasta la barandilla de escasa altura que separaba el
alczar de la cintura de la nave y se aclar la garganta. Como de costumbre
habl con rotundidad.
Propongo que prosigamos la aventura dijo con firmeza. Las murallas
de Panam son demasiado fuertes para nosotros, pero hay pueblos por toda la
costa que todava ignoran que estamos aqu, en el mar del Sur. Si actuamos con
valenta, podemos tomar esos sitios por sorpresa. Hasta puede que encontremos
montones de lingotes de plata en sus muelles, listos para embarcar.
Sus palabras despertaron un quedo rumor de entusiasmo entre algunos
miembros del pblico, aunque la may ora se volvi a mirar a Coxon a la espera
de su contrarrplica.
Un hombre sabio sabe cundo ha de retirarse, llevndose consigo su botn
declar Coxon.
Medio sombrero lleno de pesos! se burl Sawkins. Le refulgan los ojos
a causa del entusiasmo. Podemos obtener veinte veces ms si tenemos el
coraje de quedarnos en el mar del Sur. Propongo que naveguemos hacia el sur y
saqueemos sobre la marcha hasta que lleguemos al final de la tierra. Despus
rodeamos el cabo y ponemos rumbo a casa con los bolsillos llenos.
El capitn Coxon pareca abiertamente desdeoso.
Los que crean esa afirmacin estn metiendo la cabeza en una soga
espaola.
Tu gente siempre discute tan abiertamente? musit alguien en espaol
junto al codo de Hector. Se trataba del capitn Peralta, que se haba abierto paso
hasta la asamblea y estaba escuchando la disputa.
Entiende lo que estn diciendo? susurr Hector.
Slo un poco. Pero el enojo de sus voces es evidente.
Hector se dispona a preguntarle a Dan si deseaba regresar a isla Dorada
cuando reson una voz ronca y sonora. Era el cabo de mar calvo que haba
servido a las rdenes del capitn Harris.
Es intil someterlo a votacin vocifer, y recorri la escalera de cmara
hasta el alczar, donde se volvi para enfrentarse a la muchedumbre. Los que
quieran regresar a isla Dorada al mando del capitn Coxon que se dirijan a la
borda de estribor bram. Los que prefieran quedarse en el mar del Sur y
servir a las rdenes del capitn Sawkins que se renan a babor.
Se produjo un murmullo apagado mientras los hombres debatan y un ajetreo
generalizado cuando los bucaneros empezaron a escindirse en dos grupos. Hector
advirti que a grandes rasgos eran iguales, aunque tal vez una pequea may ora
haba decidido volver con Coxon. Mir interrogativamente a Dan. Como de
costumbre, el misquito apenas haba hablado y estaba observando en silencio lo
que suceda.
Dan, y o estoy por volver al Caribe. Qu quieres hacer t? dijo Hector.
Nunca le haba hablado de Susana, y ahora lo inquietaba el hecho de no haberle
contado a su amigo la verdadera razn de su decisin. Para su alivio, Dan se
limit a encogerse de hombros y respondi:
Me gustara seguir viendo el mar del Sur. En mi pueblo son pocos los que
han estado all alguna vez. Pero respaldar lo que decidis Jacques, Jezreel y t.
El cabo de mar profiri una nueva exclamacin.
Decidos y dejad de parlotear!
Al mirar en derredor, Hector se percat de que sus tres amigos y l eran casi
los ltimos que quedaban en medio de la cubierta, todava indecisos.
Vamos, Jezreel! Ven con nosotros! grit alguien desde estribor, donde
se haban arracimado los voluntarios de Coxon. Durante el combate en la
cubierta de la nave de Peralta, la elevada estatura de Jezreel y su evidente
habilidad en la lucha lo haban convertido en un favorito de los bucaneros.
Lo mejor es coger las ganancias mientras sigues en pie y no arriesgarte a
librar otro combate con un nuevo oponente. Es probable que acabes con la cara
rota y la bolsa vaca. sa es otra cosa que aprend en el negocio de las peleas
musit Jezreel. Se encamin hacia aquel grupo.
Eh, franchute! T tambin! Necesitamos que alguien nos ensee a asar
mono para que sepa a ternera! exclam otro miembro del grupo de Coxon.
Jacques tambin era popular entre los hombres. Jacques esboz una amplia
sonrisa y parti en pos de Jezreel.
El alivio abrumaba a Hector. Sus amigos haban escogido el curso de accin
que haba deseado para ellos sin tener que suplicrselo especialmente. Toc a
Dan en el brazo.
Vamos, Dan. Vamos a unirnos a ellos. Empez a cruzar la cubierta.
No haba avanzado ms de un par de pasos cuando se escuch la voz de
Coxon.
No pienso tener a ese desgraciado en mi compaa!
Hector alz la vista. Coxon estaba plantado en la barandilla del alczar,
sealndolo directamente con las facciones crispadas de rabia.
No es de fiar! anunci el capitn bucanero. Es amigo de los
espaoles.
Un rumor recorri la muchedumbre de espectadores. Hector comprendi
que un buen nmero de ellos deban de haberlo visto conversando quedamente
con Peralta. Otros sabran que era responsable de haber salvado del mar al
espaol.
Nos traicionar cuando le convenga continu Coxon. Ahora su tono haba
descendido hasta convertirse en un gruido grave. Hector estaba boquiabierto,
cogido completamente por sorpresa y tan aturdido por la acusacin que no saba
cmo reaccionar. El capitn se aprovech de la ventaja.
Uno de nosotros avis de nuestra llegada a los espaoles de Santa Mara.
Por eso encontramos tan poco botn all. Sus palabras se hundieron en el
incmodo silencio cuando cesaron los cuchicheos y parloteos. A menudo me
he preguntado de quin se trataba y cmo haba alertado a la guarnicin. Para l
resultara bastante sencillo enviar un aviso de la mano de su amigo el arponero.
Hector record tardamente que el da anterior al asalto a Santa Mara apenas
haba visto a Dan. El misquito haba ido a cazar para obtener carne fresca.
Coxon estaba glidamente seguro de s mismo.
No pienso incluir a un traidor en mi compaa. Se queda aqu.
Hector atisbo brevemente la expresin vengativa del semblante del bucanero
cuando ste se dispuso a unirse al grupo que lo haba escogido como lder.
S l se queda aqu, y o tambin anunci Jezreel. Sali de la
muchedumbre para volver con Hector. Su marcha fue muy ostensible debido a
su elevada estatura.
Hubo otro movimiento entre los hombres que haban votado seguir a Coxon.
Esta vez se trataba de Jacques. l tambin estaba abandonando el grupo.
Hector se qued inmvil, aturdido por el giro de los acontecimientos, mientras
sus dos amigos cruzaban la cubierta.
Parece que nos quedamos en el mar del Sur declar Jezreel lo bastante
alto para que todos lo oy eran. El capitn Sawkins siempre fue una apuesta
mejor que Coxon.
Se dirigieron a babor, donde se haba reunido la compaa de Sawkins, y
mientras lo hacan, Hector se apercibi de nuevos movimientos a sus espaldas. Al
mirar por encima del hombro, comprob que al menos una docena de hombres
que anteriormente haban decidido seguir a Coxon haban cambiado de opinin.
Ellos tambin estaban cambiando de bando. Uno a uno estaban abandonando el
grupo de Coxon ante la mirada del hombre al que haban decidido seguir tan slo
unos minutos antes.
De repente, una mano lo asi por el hombro y le dio la vuelta. Se encontr
contemplando el rostro lvido de Coxon. Estaba contorsionado de ira.
Nadie me contrara dos veces gru. El capitn bucanero estaba
temblando de rabia. Su mano descendi hacia la pretina y un momento despus
haba sacado una pistola y haba hundido el can con fuerza en el estmago del
joven. Hector sinti que la boca del can se estremeca a causa de la fuerza de
su rabia. Esto es lo que debera haber hecho la primera vez que te puse los ojos
encima sise Coxon.
Hector se puso en tensin, sintiendo y a la bala en las entraas, cuando un
brazo pareci salir de la nada, describiendo un arco descendente hacia la pistola
y arrojndola a un lado en el preciso momento en que Coxon apretaba el gatillo.
La bala se hundi en la cubierta de madera. En el mismo instante, alguien le puso
la zancadilla al capitn bucanero, que se desplom pesadamente en la cubierta.
Alzando la vista, Hector constat que era Jezreel el que haba desviado el tiro de
la pistola mientras que Jacques haba derribado al bucanero. Ambos mostraban
una expresin sombra.
Nadie se aprest a ay udar a Coxon, pero Dan recogi la pistola descargada
que se haba cado y se la entreg a Coxon cuando ste se incorpor.
Consciente de que la compaa entera lo estaba observando, el capitn se
sacudi la ropa sin decir palabra. Despus se acerc a Hector y le asegur con
una voz tan queda, que nadie ms la oy , aunque estaba cargada de amenaza:
Te aconsejo que dejes tus huesos aqu, en los mares del Sur, Ly nch. Si
alguna vez vuelves a un lugar donde y o pueda alcanzarte, me asegurar de que
pagues lo que has hecho hoy.
Captulo XI
Claro que saba que la pistola estaba cargada dijo Jacques. Apenas se haba
puesto el sol la tarde del asesinato y los cuatro amigos se haban reunido junto a
la borda de sotavento para tratar de aquella atrocidad. En las bandas ms
violentas de Pars, el cabecilla selecciona a uno de sus hombres al azar y le
ordena que le raje la garganta o le rompa el crneo a un inocente. Si ste se
niega o se demora, se expone a sufrir el mismo destino. De ese modo el cabecilla
impone su autoridad y se gana el respeto de la banda.
Pero a m me enga se lament Jezreel.
Sharpe es ms astuto. Le ha demostrado a la tripulacin que es despiadado
y al mismo tiempo se ha asegurado de no mancharse las manos de sangre.
Entonces, por qu me escogi a m? aadi Jezreel. Sus facciones se
endurecieron. Por qu me seleccion para hacer el trabajo?
Porque quiere ligarnos a l intervino Dan quedamente. Los dems
observaron al misquito sorprendidos. Era raro que hiciese comentario alguno. De
inmediato contaba con toda su atencin. Recordis cuando Coxon se neg a
aceptar a Hector en el grupo que regresaba a isla Dorada? Nosotros nos
mantuvimos unidos, Coxon se puso en ridculo y algunos hombres se pasaron a
nuestro bando. Sharpe no quiere que le pase lo mismo cuando est al mando.
Hector empezaba a comprender el argumento de Dan.
De modo que crees que Sharpe se estaba asegurando de que nos
quedsemos en la Trinity?
Dan asinti.
Algunos hombres y a se han dirigido a m para preguntarme si estaba
satisfecho con Sharpe como general. Se proponen destituirlo por medio de una
votacin. Si eso falla, planean abandonar la expedicin.
Quieres decir que si volvemos al Caribe con ellos se extender sin duda el
rumor de la muerte del sacerdote y Jezreel podra acabar en el patbulo de Port
Roy al.
Sharpe sabe que somos un grupo que se mantiene unido, y nos necesita
declar Dan, y su tono reposado confiri an ms peso a sus palabras.
Considerad quines somos. Cuando se trata del combate cuerpo a cuerpo, no hay
nadie a bordo de este buque que sea ms diestro que Jezreel. Los hombres lo
admiran. Les gusta que est a su lado cuando se enva una partida de abordaje.
Hector es el mejor intrprete. Hay muchos que hablan un poco de espaol, pero
Hector tiene el don de llevarse bien con los espaoles, con hombres como
Peralta. Confan en l.
Qu pasa con Jacques? Es evidente que no tiene nada de especial
observ Jezreel, haciendo gala de un atisbo de su acostumbrado humor.
Dan esboz una dbil sonrisa.
Sin duda sabes que en una nave un buen cocinero es ms valioso que un
buen capitn. La sonrisa se desvaneci para dar paso a una expresin solemne
. En lo que a m respecta, slo quedamos dos arponeros misquitos con la
expedicin. Sin nosotros, la compaa pasara todava ms hambre que ahora. Y
los hombres malnutridos estn descontentos.
Eso era muy cierto, se dijo Hector. Encontrar comida suficiente para
satisfacer a la numerosa tripulacin de la Trinity era un problema constante.
El capitn Peralta me advirti y a en Panam que la expedicin iba a
desintegrarse anunci.
Esto es peor que cuando mat a un hombre en una pelea coment
Jezreel taciturno, mirndose las manos. Al menos aquello fue en un ataque de
rabia. Esta vez me han tomado el pelo.
La situacin no es desesperada lo reconfort Hector. Si esperamos el
tiempo necesario, la muerte del sacerdote caer en el olvido o la duplicidad de
Sharpe saldr a la luz. Pero por el momento, nuestro general nos lleva ventaja.
Nos guste o no, estamos ligados a l, como dice Dan, y debemos esperar hasta
que se arreglen las cosas.
Captulo XII
H ector vio que Bartholomew Sharpe sacaba un doble cuatro. El pasaje era un
juego de dados brutalmente sencillo adecuado para los jugadores que haba a
bordo de la Trinity, que deseaban apostar el botn con el menor esfuerzo y los
resultados ms inmediatos posibles. Las reglas eran sencillas: haba tres dados y
dos jugadores. El primer jugador que obtena un doble empleando solo dos dados
arrojaba entonces el tercero. Si la suma de los tres dados era superior a diez,
ganaba. Si era igual o inferior a diez, perda.
El capitn volvi a tirar, sac un cinco y alarg la mano para llevarse las
monedas que haba apostado su oponente. Mientras transfera las ganancias a una
bolsa se apercibi de la presencia de Hector a sus espaldas.
Qu quieres? pregunt Sharpe con brusquedad, al tiempo que se volva
para lanzar una mirada fulminante al joven. Hector detect una inquietud
pasajera en los ojos del capitn, as como un brevsimo destello de antipata que
bast para que se preguntara si el nuevo capitn podra llegar a ser una amenaza
al igual que el capitn Coxon, igualmente peligroso pero ms sutil.
Hablar en privado, por favor.
Sharpe se encogi de hombros ante su vctima de juego con fingida
compasin.
Ya basta por hoy. He recuperado todo el dinero que te haba prestado y
necesitars ms dinero para volver a jugar.
Dej los dados en lo alto del cabrestante deliberadamente, algo que no se
habra arriesgado a hacer en Londres frente a jugadores ms sofisticados o
profesionales, aunque los tres dados eran obras maestras del arte del engao. Dos
de ellos estaban delicadamente emparejados de tal modo que solan sacar dobles.
El otro, por supuesto, estaba amaado de tal forma que obtena nmeros
elevados. Este ltimo dado tena un imperceptible decoloramiento en uno de los
puntos que apenas bastaba para que el capitn Sharpe lo identificase. Como es
natural, siempre tena cuidado de perder varias tiradas antes de empezar a usar
los tres dados en la secuencia correcta, y ahora, despus de haber pasado dos
meses jugando, estimaba que se haba apropiado del diez por ciento de todo el
botn adquirido durante el crucero.
Y bien, de qu se trata? pregunt speramente cuando Hector y l se
pusieron fuera del alcance del odo de los jugadores.
Corremos el riesgo de que se subleven los prisioneros le confi Hector.
Por qu?
Porque no disponemos de hombres suficientes para custodiarlos
debidamente.
El capitn mir a Hector de hito en hito.
Algo ms?
S. No se trata solamente del nmero de prisioneros. Hemos reservado a los
ricos y los oficiales de las naves que hemos capturado.
Por supuesto. Son los nicos que merece la pena apresar.
Son los ms susceptibles de organizar una sublevacin.
Sharpe no contest, sino que se volvi hacia el mar. El sol poniente haba
teido de rojo vivo e inflamado el vientre de las nubes. Se habra dicho que
haban encendido una gran hoguera al otro lado del horizonte. Le trajo a la
memoria el insatisfactorio resultado de la incursin que haban llevado a cabo en
tierra dos semanas atrs. Los espaoles se haban replegado previamente a las
colinas, llevndose consigo los objetos valiosos. Les amenaz con quemar sus
casas y sus granjas a menos que le pagaran por la proteccin, pero los espaoles
fueron astutos. Postergaron las negociaciones hasta que reunieron a los soldados
suficientes para hostigar a los bucaneros hasta la play a. En su frustracin, los
saqueadores prendieron fuego a las granjas de todas formas. Al cabo de unos
das, cuarenta miembros de la tripulacin, insatisfechos con los pobres resultados
de la empresa, haban abandonado la Trinity. Se haban marchado en una
embarcacin capturada, dirigindose al norte para volver al Caribe. Apenas
quedaba un centenar de miembros de la expedicin original, y eso no bastaba
para impedir una revuelta entre los prisioneros.
Qu propones que hagamos? le pregunt a Hector.
Liberar a los prisioneros.
Sharpe le dirigi a Hector una mirada calculadora. Se le haba presentado la
ocasin de ganarse la confianza del joven. El capitn era consciente de que sus
amigos y l estaban suspicaces y molestos con l. Pero el ardid de la pistola
cargada haba sido necesario para impresionar a la tripulacin e intimidar a los
espaoles.
Lo ests sugiriendo porque eres amigo del capitn Peralta?
No. Me parece que sera una accin sensata.
Sharpe reflexion un momento.
Muy bien. La prxima vez que atraquemos comprobars que puedo ser
generoso hasta con mis enemigos. A decir verdad, y a haba decidido varios
das atrs deshacerse de los cautivos, pues nadie pareca dispuesto a pagar un
rescate por ellos y se haban convertido en muchas bocas intiles que alimentar.
Rocas! Rocas! Justo delante de nosotros! bram sbitamente el viga.
Sharpe alz la vista sorprendido. La nota de alarma en su voz indicaba que haba
estado dormitando en su puesto y que haba advertido el peligro de repente.
Arrecifes! Rompientes! A cuatrocientos metros como mucho.
Ringrose! vocifer Sharpe. Qu te parece?
Imposible! Estamos a treinta millas de la costa exclam Ringrose, que
haba hecho una medicin solar ese mismo da. Salt a la borda y se protegi los
ojos al tiempo que miraba hacia delante. Por Dios, ojal tuviramos una carta
decente. Adentrarnos a tientas en lo desconocido es una locura. Una noche nos
estrellaremos a toda velocidad contra un arrecife en la oscuridad y nunca
sabremos lo que ha sucedido.
Tambin hay rocas a estribor! El viga chillaba a causa del pnico. En
esta ocasin el grito produjo un frenes de actividad a bordo de la Trinity. Se
escuch el ruido de pasos apresurados cuando aparecieron en la cubierta
hombres que se dirigieron corriendo a proa y miraron hacia delante intentando
identificar el peligro.
Vira a babor indic Sharpe al timonel y reducid vela. La orden era
innecesaria. Los hombres y a estaban arriando las velas may ores y apuntalando
las vergas. Otros estaban de pie junto a las poleas para salvar los escollos.
Rpidos a babor! rugi un marinero. Estaba sealando con la boca
abierta de alarma. Haba una franja de espuma en la superficie del mar a no
ms de cien pasos del costado de la Trinity. El galen se haba adentrado en una
trampa. Haba arrecifes delante y a ambos lados, y poco espacio para
maniobrar.
Ponte a sotavento! espet Sharpe al piloto.
Es una suerte que sea tan ligera dijo Ringrose, que se hallaba junto a
Hector cuando la popa de la Trinity se volvi hacia el viento, las velas se
replegaron contra el mstil formando un amasijo desordenado de sogas y lonas y
el galen se detuvo, adquiri retroceso y empez a recular en la direccin
opuesta.
Merde! Mirad detrs de nosotros! Hemos pasado por encima de esas
rocas y ni siquiera las hemos visto. Jacques haba llegado al alczar y estaba
contemplando la franja de mar que acababa de salvar el galen; sta tambin se
estaba agitando, formando una espuma blanca.
Dan, que lo acompaaba, empez a rerse entre dientes. Jacques lo mir
asombrado.
Qu es lo que tiene tanta gracia? Estamos encerrados por las rocas!
Dan mene la cabeza. Estaba sonriendo.
No son rocas Son peces!
Jacques lo mir con el ceo fruncido y se volvi para observar de nuevo el
mar. Uno de los arrecifes espumosos haba desaparecido, hundindose
abruptamente bajo las olas, pero otro haba ocupado su lugar a cincuenta pasos
del primero; en ese punto el agua tambin estaba borboteando.
Cmo que peces?
Dan alz la mano, separando los dedos ndice y pulgar no ms de siete
centmetros.
Peces, peces pequeos. Ms de los que se pueden contar.
Hector se estaba concentrando en una franja blanca cercana, que sin duda se
estaba moviendo para acercarse a la nave. Un momento despus comprob que
estaba formada por miradas de peces minsculos y relucientes, millones y
millones, que serpenteaban y se agitaban en una densa masa que a ratos rompa
la superficie del mar en una rfaga blanca y espumosa.
Son anchoas! grit Jacques.
Resonaron carcajadas de alivio por toda la Trinity cuando la tripulacin se
percat de su equivocacin.
Retomad el rumbo! orden Sharpe. Se haba confundido al igual que los
dems, pero haba advertido que ante la crisis imaginaria la tripulacin haba
reaccionado por su cuenta. No lo haban consultado ni haban esperado sus
rdenes. Era el momento de encontrar algo que los distrajera.
Mand llamar a Toms de Argandona, el caballero cautivo. El espaol estaba
mucho menos seguro de s mismo despus de haber presenciado la ejecucin del
sacerdote y Sharpe lo estaba esperando en su camarote con una pistola encima
del escritorio. Una sola mirada y Argandona le cont a Sharpe lo que ste
deseaba saber: el pueblo ms prximo del continente era La Serena, que era tan
prspero que contaba con cinco iglesias y dos conventos. Estaba situado a tres
kilmetros tierra adentro y no tena guarnicin ni muralla defensiva. Una atalay a
dominaba la ensenada ms cercana, pero a cierta distancia haba una play a
desprotegida en la que podan atracar. Las barcas pequeas podan desembarcar
en ese punto, separado del pueblo por una caminata de no ms de tres horas.
El Consejo general que se celebr a la maana siguiente en la cubierta
abierta discurri con la misma facilidad. Los hombres votaron abrumadoramente
en favor de llevar a cabo una incursin.
Propongo que John Watling lidere el ataque anunci Sharpe despus de
que Gifford, el cabo de mar, hubiese contado las manos alzadas.
Desembarcar con cincuenta hombres y tomar el pueblo por sorpresa. Despus
y o llevar a la Trinity a la ensenada principal y traeremos el botn a bordo.
Hector, atento, comprob que Sharpe proceda con su astucia acostumbrada.
Hector apenas haba visto a Watling desde el da en que haban estado a bordo de
la misma canoa durante el ataque a Panam, pero saba que era popular entre los
hombres. Haba navegado con Morgan y lo seguiran sin hacer preguntas. Era
uno de esos puritanos anticuados, severos y sombros que detestaban a los
catlicos y observaban escrupulosamente el sabbat. Adems, segn haba
advertido Hector, Sharpe nunca haba conseguido estafar a Watling a los dados,
porque no jugaba nunca.
Parece que nos estaban esperando musit Dan. Jezreel, Hector y l haban
desembarcado con los expoliadores de Watling en cuanto hubo claridad suficiente
para acercarse a la play a con seguridad. Ahora estaban caminando penosamente
por la polvorienta senda costera que conduca a La Serena. Jacques se haba
quedado atrs con una docena de hombres para custodiar las barcas.
Hector sigui la mirada del misquito. Un jinete los estaba observando desde
una estribacin de terreno elevado que dominaba la senda. No haca el menor
intento de ocultarse.
Se acab la posibilidad de la sorpresa coment Jezreel.
Hector escudri la campia. El da prometa ser nublado y sumamente
hmedo, y los saqueadores estaban abrindose paso a travs de la sinuosa
espesura. De tanto en tanto, el sendero se sumerga en pequeas zanjas inundadas
las tormentas. Era un terreno ideal para una emboscada, y haba un leve olorcillo
a humo en el aire. Se pregunt si los espaoles que cultivaban la zona estaran
quemando sus cosechas para impedir que cay eran en manos de los asaltantes.
De repente se oy eron gritos procedentes de la cabeza de la columna y
alguien retrocedi a la carrera instndolos a que cerrasen filas y se aprestasen a
las armas. Hector se descolg el mosquete del hombro, comprob que estaba
cargado y cebado y que la bala no haba salido del can y coloc el percutor en
la posicin intermedia. Empuando el arma con ambas manos, se adelant
cautelosamente en compaa de Jezreel y Dan.
La senda, que apenas era lo bastante ancha para que transitara un carro,
ahora se haba ensanchado al adentrarse en un claro en la espesura. Haban
segado los arbustos hasta una distancia de unos cincuenta pasos, y al borde del
claro haba varios grupos de rboles bajos.
Lanceros escondidos en los rboles! advirti alguien.
Cuntos? exclam un bucanero.
No lo s. Por lo menos dos docenas. Formad en cuadro y estad atentos.
En ese momento se escuch el fragor de los mosquetes, no ms de una
docena de disparos. De los arbustos ms alejados de la columna se alzaron
bocanadas de humo y Hector oy las balas que surcaban el aire. Pero los
disparos erraron el blanco y nadie result herido. Hinc una rodilla y apunt el
arma hacia un arbusto donde acertaba a ver la bruma del humo de mosquete que
todava flotaba sobre las hojas. No poda discernir al hombre que haba
disparado, de modo que esper a que se mostrase. A su derecha se produjeron
varios disparos a medida que los bucaneros avistaban a sus blancos.
Su brazo empez a resentirse mientras procuraba no dejar de apuntar al
arbusto sospechoso con el arma. La boca del can vacilaba, pero Hector era
reacio a malgastar un disparo. Tardara mucho en recargar y la caballera poda
hacer su aparicin en ese lapso de tiempo.
Segundos despus, la caballera espaola sali atropelladamente de la
espesura. Arremetieron en una violenta embestida, galopando directamente
hacia la formacin de bucaneros. Deba de haber unos sesenta o setenta jinetes a
lomos de caballos pequeos de huesos ligeros. Algunos jinetes empuaban
pistolas que descargaban al tiempo que se precipitaban hacia delante, y Hector
vislumbr a un hombre que empuaba un arcabuz. Pero la may ora slo estaban
armados con lanzas de tres metros y medio. Profiriendo vtores y gritos de jbilo,
cargaron hacia delante en una masa confusa, con la esperanza de ensartar a sus
enemigos. Hector desvi la boca del mosquete para apuntar al grueso de los
jinetes que los atacaban. Ninguno de los espaoles luca uniforme ni armadura.
No se trataba de soldados profesionales, sino de granjeros y ganaderos que se
proponan defender sus propiedades.
Escogi a su objetivo, un corpulento y rubicundo caballero que montaba un
caballo grisceo con una franja blanca, y apret el gatillo. Debido a la confusin
y el humo del arma, no acert a ver si el tiro haba dado en el blanco.
Se puso en pie, descans la culata del arma en el suelo y extrajo una nueva
carga de plvora de la caja de cartuchos que llevaba en el cinturn. Jezreel, que
se hallaba a su lado, estaba haciendo lo mismo. Hector presinti vagamente que
el ataque de los espaoles no haba dado resultado. Algunos jinetes desperdigados
estaban regresando al galope hacia la proteccin de los bosques. Un par de
cuerpos se haban quedado atrs, tendidos en el suelo, y un caballo sin jinete pas
a la carrera, con las riendas sueltas y la silla en forma de cubo desocupada.
Hector carg y ceb el mosquete, escogi una bala de la bolsa suspendida de su
cintura y la introdujo en el can. Se dispona a empujarla con el escobilln
cuando Jezreel exclam:
No tenemos tiempo para eso! Hector comprob que su compaero
levantaba el mosquete a unos centmetros del suelo y descargaba enrgicamente
la culata de tal modo que el proy ectil se estrellara contra el tapn. As ahorras
unos segundos sonri Jezreel, al tiempo que hincaba de nuevo la rodilla y se
llevaba el arma al hombro. Ahora, que vuelvan a por nosotros.
Pero la escaramuza haba terminado. Los espaoles se haban retirado;
haban perdido a cuatro hombres, mientras que ni uno solo de los integrantes del
grupo de Watling haba resultado herido.
Me parece que su honor est satisfecho coment Jezreel. Lo siento por
ellos. Uno de los lanceros no llevaba ms que un pincho afilado para el ganado.
La columna prosigui su avance, aunque ahora con may or cautela, y tres
kilmetros ms adelante llegaron a las afueras de La Serena. Era el primer
pueblo de las colonias espaolas en el que Hector haba entrado jams, y le
asombr su precisin matemtica. En comparacin con el caprichoso desorden
de las avenidas estrechas y las calles sinuosas de Port Roy al, La Serena era un
modelo de meticulosa planificacin. Las arterias rectas y espaciosas estaban
dispuestas en una cuadrcula exacta; las intersecciones formaban ngulos rectos
precisos; las casas estaban situadas a la misma distancia de las casas vecinas y
las fachadas se correspondan como si estuvieran reflejadas en un espejo. Hasta
la fuente del pueblo se hallaba en el centro geomtrico de la plaza del mercado.
Las casas de dos pisos eran de piedra arenisca de color amarillo plido y la
may ora tenan balcones de madera tallada, puertas dobles tachonadas y pesados
postigos. De cuando en cuando, se atisbaba un jardn o un huerto detrs de un
muro de separacin, o el ornamentado campanario de una iglesia que se alzaba
sobre los tejados de tejas rojas. Todo era slido, ordenado y resistente. Pero lo
que haca que La Serena pareciese el concepto de un arquitecto en lugar de una
poblacin viva era que el pueblo estaba desierto. No haba una sola criatura viva
en las calles.
Al principio, el destacamento de Watling titubeaba en todos los cruces,
cerciorndose de que las calles eran seguras antes de aventurarse a cruzarlas, sin
apartar la vista de los balcones y los tejados, a la espera de la repentina aparicin
de algn enemigo. Pero no se produjo movimiento alguno, ni respuesta, ni sonido.
Los habitantes de La Serena la haban abandonado por completo, y poco a poco
los bucaneros se volvieron ms confiados. Se dividieron en pequeos grupos y se
dispersaron por el pueblo en busca de objetos valiosos que pudieran llevarse
consigo.
Por qu no cerraron cuando se fueron? pregunt Hector dubitativo al
tiempo que empujaba la pesada puerta de la tercera casa que Jezreel y l haban
decidido investigar.
Probablemente pensaron que causaramos menos daos si podamos entrar
por las buenas aventur su amigo. El melocotn a medio comer que haba
arrancado del huerto de la casa ady acente le haba dejado un hilillo de jugo en la
barbilla.
Debieron de tener mucha antelacin supuso Hector. Se han llevado
todo lo que podan transportar con facilidad.
Era lo mismo en todas las casas en las que irrumpan: un pasillo central del
que salan estancias espaciosas de techos altos con gruesas paredes encaladas y
ventanas hundidas a gran profundidad. Los suelos eran invariablemente de
azulejos, y los muebles oscuros y pesados, demasiado engorrosos para
trasladarlos fcilmente. En la mitad del pasillo descansaba una enorme alacena
hecha de alguna oscura madera tropical. Hector abri las puertas dobles. Tal
como esperaba, los estantes estaban vacos. Se adentr en la cocina al fondo de la
casa. Encontr un horno voluminoso contra una pared, un fregadero para lavar
los platos, una enorme vasija de barro que se empleaba para mantener fra el
agua, ms alacenas vacas y una tina para hacer la colada. Pero no haba
cacerolas, sartenes, ni platos. Haban vaciado aquel lugar.
Atravesaron el pasillo de entrada y probaron una puerta al otro lado. En esta
ocasin la encontraron cerrada.
Al fin, un sitio donde no debemos estar dijo Jezreel. Forz la puerta
empujando uno de los paneles con el hombro y entr con Hector pisndole los
talones.
Ahora sabemos qu aspecto tenan los propietarios coment el
hombretn.
Se encontraban en una gran sala de recepcin que los dueos de la casa no
haban desvalijado por completo. Haban dejado atrs una mesa de gran tamao,
varias sillas densamente labradas con incmodos asientos de terciopelo, un
enorme tocador que deba de medir tres metros de ancho y una hilera de retratos
de familia colgados en una pared. Hector supuso que los cuadros, con sus marcos
dorados y ornamentados, pesaban demasiado para poder llevrselos.
Recorri la hilera de cuadros. Los dignatarios, de pie o sentados, ataviados
con medias y jubones anticuados lo contemplaban solemnemente, aunque los
engorrosos cuellos de encaje deslucan un tanto la seriedad de su semblante. El
atuendo de los hombres eran uniformemente lgubre y todos lucan una barba
fina y afilada, excepto un sujeto bien rasurado que ostentaba la tnica de un
sacerdote y un solideo en la coronilla. Las mujeres posaban con may or rigidez
todava y parecan recatadas. Se erguan con cuidado para no alterar los pliegues
de sus mantos formales, cuy os tejidos eran muy costosos: telas, brocados y
encajes. Todas las mujeres llevaban joy as, y Hector se pregunt cuntos de
aquellos collares de perlas, pendientes de diamantes y pulseras de gemas se
encontraban ahora a buen recaudo en las colinas o enterrados en escondites
ocultos.
Lleg al trmino de la hilera de cuadros y se detuvo en seco. Estaba
contemplando los ojos grises de una joven. El retrato slo abarcaba el rostro y los
hombros. Ella lo observaba con una expresin levemente traviesa, con los labios
separados en un amago de sonrisa. En comparacin con los restantes retratos, la
joven tena la tez plida. Se haba peinado cuidadosamente el cabello castao en
forma de bucles para subray ar la delicada curva del cuello y la piel cremosa, y
llevaba un sencillo medalln de oro sobre una cinta de seda azul. Los hombros
desnudos estaban cubiertos por un echarpe ligero y delicado.
Hector sinti una oleada de vrtigo. Por un instante crey estar viendo un
retrato de Susana Ly nch. Despus el momento pas. Era ridculo pensar que
haba encontrado la imagen de Susana en la casa de un prspero espaol
residente en Per.
Permaneci inmvil durante unos minutos, intentando averiguar por qu
haba confundido el retrato. Tal vez fuera la sonrisa lo que le haba recordado a
Susana. La observ desde ms cerca. O quiz fuera el medalln que llevaba la
joven del cuadro. Estaba casi seguro de que Susana tena un medalln idntico.
Escrut los detalles del cuadro, demorndose sobre ellos mientras procuraba
identificar el parecido entre aquella joven y Susana. Cuanto ms lo intentaba,
menos seguro estaba. Crea recordar exactamente los andares de Susana, su
porte, la blancura de sus brazos y la curva de sus hombros. Pero cuando intentaba
visualizar los detalles precisos de su rostro la imagen que tena enfrente no dejaba
de interponerse. Se senta confuso y desasosegado. La belleza de la muchacha
del cuadro empezaba a superponerse y fundirse con su recuerdo de Susana. Se
sinti incmodo, como si de algn modo la estuviera traicionando.
Un rugido procedente del exterior interrumpi su ensoacin. Alguien estaba
gritando su nombre en la calle. Requeran su presencia en la plaza may or [*] .
Dejando que Jezreel continuase inspeccionando la casa, Hector dio con
Watling acompaado de varios bucaneros en los escalones del ay untamiento. A
juzgar por el montoncito de vajilla de plata y los escasos candelabros
amontonados en el suelo ante l, el saqueo de La Serena estaba obteniendo
escasos frutos. Watling miraba encolerizado a un tro de espaoles.
Han entrado en el pueblo con una bandera blanca le explic. Averigua
quines son y qu es lo que quieren.
Hector estableci enseguida que los espaoles eran una embajada de los
ciudadanos y deseaban discutir los trminos.
Diles que queremos cien mil pesos en monedas o quemaremos el pueblo
hasta los cimientos gru Watling. Llevaba una chaqueta militar harapienta y
grasienta que deba de haber prestado servicio en la poca de Cromwell.
El cabecilla de la delegacin espaola se estremeci ante la mencin de tanto
dinero. El hombre rondaba los sesenta aos y tena un rostro alargado y estrecho
con cejas pobladas sobre los ojos castaos hundidos. Hector se pregunt si estara
emparentado con la familia de los retratos y la joven.
Es una suma colosal. Ms de lo que podemos permitirnos repuso el
hombre, intercambiando miradas con sus compaeros.
Cien mil pesos repiti Watling brutalmente.
El espaol extendi las manos en un gesto de indefensin.
Se tardarn das en reunir tanto dinero.
Tenis hasta el medioda de maana. Debis hacer entrega del dinero aqu
al medioda. Hasta entonces mis hombres tomarn posesin de vuestro pueblo
replic Watling.
Muy bien respondi el espaol. Mis compaeros y y o haremos todo lo
que podamos. La delegacin volvi a montar y se alej lentamente a lomos de
sus caballos.
Observando la partida, uno de los bucaneros que acompaaban a Watling le
pregunt:
Crees que mantendrn su palabra?
Lo dudo respondi Watling rotundamente, pero nos hace falta tiempo
para registrar el pueblo a conciencia. Quiero que saqueis las iglesias hasta la
estatua dorada y el sagrario, y no olvidis levantar las piedras del suelo. Los
curas suelen enterrar sus tesoros debajo. Esta noche apostaremos una guardia
doble por si los espaoles intentan reconquistar el pueblo en la oscuridad.
Hector aguard medio da. No se vea a Peralta por ninguna parte y no quedaba
sino ser paciente. El viento amain gradualmente hasta que no fue ms que un
levsimo susurro de brisa, y el sol se abata sobre el tejado plano de la torre desde
un cielo sin nubes. No haba sombra para Hector ni para los prisioneros, y al cabo
de un rato les permiti sentarse. Se turnaron para erguirse en el parapeto de uno
en uno con una soga alrededor del cuello. Hector pens que la amenaza era
suficiente.
En dos ocasiones, Jacques despach a uno de los cautivos escaleras arriba con
una cantimplora de agua. Ninguno de ellos habl mientras se pasaban la bebida
de mano en mano; despus, prosigui la espera. El paisaje calcinado estaba
inerte y silencioso. No haba ni rastro de actividad, aparte de un ave de presa que
flotaba en las corrientes de aire describiendo crculos sobre los matorrales. El
nico sonido era el fragor incesante y grave de la espuma de la play a. La Trinity
estaba anclada en el mar refulgente a ochocientos metros de distancia.
Al fin, mediada la tarde, percibi movimiento en el camino, minsculas
figuras distantes que levantaban una nubcula de polvo, aproximndose
lentamente hasta adquirir los contornos de una confusa comitiva de hombres. Era
la compaa de Watling. Alguien haba dado con media docena de mulas, a las
que haban cargado con fardos desordenados de cajas y sacos. Pero la may ora
de los hombres eran sus propios portadores. Caminaban penosamente bajo el
peso de hatos, sacos y bolsas. Uno o dos se haban instalado en la espalda
canastos de mimbre a modo de alforjas, mientras que un grupo de cuatro
hombres empujaba un carro de mano en el que acarreaban diversos objetos que
sin duda haban saqueado. Lo ms extrao de todo era un hombre que
transportaba en una carretilla a un compaero que deba de estar tan borracho
que no poda caminar. En la cola se distingua la inconfundible figura de Jezreel,
as como media docena de hombres que llevaban un mosquete al hombro y
daban la apariencia de una retaguardia.
Hector escudri el paisaje con desasosiego. Segua sin haber indicios de
movimiento entre los matorrales y los rboles que bordeaban la carretera. No se
vean sino maraas de arbustos de color marrn grisceo, rboles raquticos y
claros en los que la hierba y los juncos se alzaban hasta la altura de la cintura.
Entonces, de repente, atisbo el reflejo de un destello en una superficie metlica.
Fij la mirada en ese punto y poco a poco consigui precisar las figuras de al
menos media compaa de soldados agazapados sin moverse en una de las zanjas
inundadas que jalonaban el sendero. Desde su ventajosa posicin en la torre se
hallaban a la vista, pero desde el camino deban de estar ocultos. El resto de la
fuerza espaola deba de estar escondida en el terreno accidentado.
En pie! Todos vosotros! espet a sus prisioneros. Id al parapeto y
mostraos!
Los espaoles se adelantaron de mala gana hasta formar una hilera. Algunos
estaban temblando de temor. Uno se haba mojado y las moscas se estaban
posando en la mancha hmeda de sus calzones. Otro arroj una mirada nerviosa
a sus espaldas y Hector le grit que se volviera hacia delante. Se senta
degradado por aquella charada. Saba que le faltaba la sangre fra necesaria para
empujar a un hombre a que hallase la muerte oscilando al final de una soga, pero
la barbarie deba continuar. Sin ella, Jezreel y el resto de los saqueadores no
tendran ocasin de llegar con vida a la play a.
Mir a la izquierda, siguiendo la lnea de la costa, y para su alivio vio a dos
canoas y una lancha que se acercaban a la orilla en paralelo. Eran las otras
barcas de la Trinity. Ahora sera posible evacuar a toda la partida de incursin al
mismo tiempo.
Volvi a dirigir su atencin hacia el sendero. La compaa de Watling se
hallaba ms cerca, aunque segua rezagndose desordenadamente. Advirti con
horror que haba varias mujeres en el grupo. Si los bucaneros haban secuestrado
a las mujeres de La Serena, dudaba que los espaoles abortaran la emboscada, ni
siquiera ante el peligro del ahorcamiento pblico de los prisioneros del parapeto.
Una segunda mirada le revel su equivocacin. No estaba viendo a las mujeres
de La Serena, sino a bucaneros que deban de haber encontrado indumentaria
femenina en el pueblo y la haban robado. Se la haban puesto, pues era el modo
ms sencillo de transportarla. Ofrecan una extraa vista, con las faldas y los
chales sobre las casacas y los calzones. Un hombre tena una mantilla [*] echada
sobre la coronilla para protegerse del sol.
La turba de Watling marchaba lentamente. De tanto en tanto, algn hombre
se detena y se doblaba para vomitar en el camino. Otros daban traspis
tambalendose. Uno se desplom de bruces sobre el polvo antes de que un
camarada lo pusiera de nuevo en pie. La pandilla de saqueadores borrachos se
puso en un santiamn a la altura de la zanja donde los espaoles los estaban
esperando emboscados, y durante un momento de alarma Hector vio que un
bucanero se separaba del grupo para correr hacia el borde del camino. Si se
adentraba en la emboscada se producira una masacre. El hombre se aferraba
los calzones mientras corra y deba de andar apurado, pues antes de llegar a la
cuneta se puso en cuclillas repentinamente y defec sobre el polvo. Se habra
atracado con la fruta fresca de los huertos de La Serena, se dijo Hector
sombramente, mientras el hombre se suba los calzones y echaba a correr
haciendo eses para reincorporarse a la columna.
Las canoas estn listas en la play a exclam Jacques desde el pie de la
torre. Algunos de los hombres de Watling haban reparado al fin en la hilera de
figuras apostadas en el parapeto. Los bucaneros que regresaban alzaban el rostro
a medida que empezaban a preguntarse qu ocurra. Otros estaban sealando, y
Hector comprob que Jezreel y la retaguardia aprestaban los mosquetes. Se
adelant con la esperanza de que lo reconociesen y los salud, instndolos a
descender rpidamente la ladera que los separaba de las canoas que los
esperaban.
No os movis! les espet a los rehenes. Nos quedaremos aqu hasta
que todos estn a salvo en la nave.
Uno de los espaoles se volvi sobre el pie y le pregunt burlonamente:
Y t qu, cmo vas a marcharte?
Hector no contest. La partida de Watling estaba descendiendo la ladera que
desembocaba en la play a, resbalando y tambalendose. Llegaron a sus odos los
crujidos y los repiqueteos de los guijarros bajo sus pies y, sorprendentemente, un
pasaje de una cancin de borrachos. Algunos bucaneros an no haban
comprendido el peligro en el que se hallaban. Desde su ventajosa posicin,
Hector constat que a sus pies Jacques se separaba de la base de la torre y se
adelantaba a la carrera para dirigirse urgentemente a Jezreel. Watling estaba a su
lado. Una sensacin de urgencia se propag al fin por todo el grupo. Algunos se
volvieron para mirar tierra adentro, echando mano a los mosquetes.
Hector mir hacia el risco que dominaba la play a. Ahora estaba cubierto de
docenas de soldados espaoles. Cada vez ms hombres armados aparecan en los
barrancos y las hondonadas del terreno o se abran paso entre la espesura. Deba
de haber al menos cuatro compaas de soldados, y estaban bien disciplinados y
adiestrados, pues tomaron posiciones en una formacin ordenada, observando a
los bucaneros que chapoteaban en los bajos y empezaban a embarcar el botn en
las canoas. Si algo sala mal ahora, la play a se convertira en una carnicera.
Hubo una sbita oleada de agitacin y Hector vio que Jezreel alargaba la
mano para arrancarle un arma a un bucanero borracho y bravucn que sin duda
se dispona a efectuar un disparo.
Las canoas cargadas empezaron a abandonar la play a para dirigirse hacia la
Trinity. Slo quedaba la ms pequea, y Jezreel lo estaba esperando sumergido
en el agua hasta las rodillas, manteniendo la proa firme.
Abajo, un grupo de hombres se present ante sus ojos. Eran los espaoles que
Jacques haba mantenido cautivos. Estaban corriendo hacia los milicianos
apostados en lo alto de la ladera. Mientras corran gesticulaban y gritaban que
eran espaoles, pidiendo a los soldados que no les disparasen. Ahora los nicos
prisioneros que quedaban eran la media docena de hombres que lo acompaaban
en el tejado de la torre.
Recorri la fila de rehenes para quitarles el lazo del cuello. Acto seguido se
dirigi a la escalera que descenda desde el tejado y empez a bajar los
peldaos. Cuando su cabeza estuvo a la altura del tejado plano sac el cuchillo y
seccion las cuerdas que sujetaban la escalera. Cuando lleg al pie de la escalera
la retir. Los prisioneros tardaran unos minutos en liberarse e incluso entonces
seguiran atrapados en la torre.
Hector sigui bajando por las escaleras, retirndolas a medida que bajaba.
Cuando lleg al suelo, atraves la puerta que daba a la play a. Estaba solo. A la
derecha Jezreel lo estaba esperando con la canoa. A la izquierda, a no ms de
cincuenta pasos de distancia, se hallaba la lnea de soldados espaoles, que haban
descendido la ladera en formacin abierta, con los mosquetes preparados. Hector
record cmo haba marchado bajo la bandera blanca de tregua hacia la
empalizada de Santa Mara. Pero en esta ocasin no tena bandera blanca, tan
slo su fe en Peralta.
Alguien se desmarc de la lnea espaola. Era el propio Peralta, que
descendi la ladera de la play a desarmado, con el semblante apesadumbrado.
Tu gente ha destruido La Serena anunci. Pero te doy las gracias por
haberte asegurado de que mis colegas y y o furamos liberados sanos y salvos.
A sus espaldas, Hector oy que Jacques gritaba que la Trinity estaba levando el
ancla y que deban marcharse de inmediato si deseaban llegar a la nave a
tiempo. Peralta lo mir fijamente a los ojos, impvido.
Puedes decirle a tu capitn que la prxima vez que intente robarnos sus
hombres y l no tendrn tanta suerte. Ahora vete.
Hector no supo qu responder. Por un momento se qued donde estaba,
consciente de la hostilidad de los soldados espaoles que toqueteaban sus armas y
del tono altanero de Peralta. Despus se volvi, recorri la play a y se encaram
a la canoa que lo esperaba.
Captulo XIII
Hector encontraba sorprendente que Arica fuese una poblacin tan ordinaria y
decadente. Se tendi en el risco que dominaba el pueblo mientras el cielo
empezaba a iluminarse y las calles de Arica surgan de las sombras. Las haban
diseado conforme al modelo cuadriculado que se le antojaba familiar desde La
Serena. Pero no vio nada que pudiera equipararse a sus hermosos edificios de
piedra. Las casas de Arica eran residencias sin pintar de un solo piso
aparentemente construidas con humildes ladrillos de adobe. La nica torre de la
iglesia tena un tamao modesto y la muralla del permetro del fuerte que haba
mencionado Dan no era ms alta que los tejados planos de las casas cercanas
que lo rodeaban. Desde su ventajosa posicin, Hector alcanzaba a ver la plaza de
armas, donde los soldados estaban saliendo de sus barracones y formaban para
pasar revista al amanecer. Lo que atrajo su atencin fue el improvisado terrapln
de escombros y tierra que bloqueaba el acceso ms importante al pueblo. Se
alargaba al menos cincuenta pasos y se levantaba hasta una altura suficiente para
que los defensores pudieran apoy ar los mosquetes y apuntar con pulso firme.
Haba centinelas apostados a intervalos regulares y un oficial estaba recorriendo
la lnea tras ellos para asegurarse de que se mantuviesen alerta. Hector no vio
indicios de artillera y por ello exhal un suspiro de alivio. Atacar las bocas de los
caones habra sido suicida.
En pie! Que se prepare la primera fila! Era Watling, poniendo de
manifiesto su adiestramiento militar. Aquello iba a ser un asalto disciplinado, al
contrario que las anteriores campaas en tierra, que a menudo haban sido poco
ms que una embestida desordenada contra las defensas. En esta ocasin los
bucaneros deban avanzar en tres oleadas. La primera y la segunda deban
alternarse, adelantndose unos mientras los otros les proporcionaban fuego de
cobertura, saltando por encima de ellos hasta hallarse lo bastante cerca para
acometer el parapeto con una carga concertada. Los cuatro granaderos y una
docena de hombres may ores y menos activos estaban en la reserva a las rdenes
de Bartholomew Sharpe. Deban permanecer en la retaguardia, a cuarenta y
cinco metros de la contienda, dispuestos a acudir cuando surgiese la necesidad.
Adelante! Watling se adelant seguido de la primera oleada de
bucaneros, que empezaron a descender rpidamente la ladera con una cinta
anaranjada atada al hombro izquierdo para identificarse en la inminente
confrontacin. Hector intent medir la distancia que tendran que recorrer. Tal
vez fueran ochocientos metros. Haba graneros y edificios anexos que les
proporcionaran cierta proteccin y, de tanto en tanto, ondulaciones en el terreno
donde los hombres podran agacharse para ponerse a salvo mientras recargaban
los mosquetes. Ms abajo, el oficial que estaba al mando de la barricada y a se
haba vuelto hacia el pueblo y estaba gesticulando con urgencia. Sin duda haba
reparado en el movimiento en la colina. Al cabo de unos instantes, un escuadrn
de hombres armados sali del pueblo a la carrera y tom posiciones en el
parapeto. Hector calcul al contarlos que haba al menos cuarenta mosqueteros
para hacer frente al ataque de los bucaneros; teniendo en cuenta que haba
muchos ms soldados espaoles en la reserva del fuerte, los defensores
superaban en gran nmero al pelotn de Watling. Si los bucaneros queran tomar
Arica, tendran que confiar en la superioridad de sus mosqueteros y en la
ferocidad profesional de su asalto.
La segunda oleada haba abandonado su posicin y tambin estaba avanzando
colina abajo. Sus integrantes se desplegaron en una lnea irregular, separados por
amplios espacios para presentar un blanco ms pequeo. Algunos disparos
dispersos brotaron de la barricada, pero estaban demasiado lejos y el fuego ces
enseguida. Hector supuso que algn oficial espaol haba refrenado a sus
hombres.
Supongo que nosotros tambin deberamos ponernos en marcha!
coment Sharpe con un tono distendido. Se puso en pie despreocupadamente,
como si se dispusiera a dar un paseo por el campo, y dio una chupada a una pipa
de arcilla. Se quit la caa de la pipa de los labios, exhal una delgada voluta de
humo y observ cmo sta flotaba en el aire antes de disiparse lentamente. Es
un da perfecto para un granadero observ. No es posible que el viento
apague la mecha. Alz la vista al cielo despejado y esboz una sonrisa
sardnica. Y claro, no es probable que la apague un aguacero.
Hector alarg el trecho de cuerda que le haban entregado. Sharpe chup
vigorosamente la pipa antes de hundir el cabo de la cuerda en el tabaco
incandescente.
Ah tienes mecha suficiente para unas cinco horas. Esperemos que la
batalla hay a concluido para entonces dijo mientras se la devolva. Hector sopl
suavemente sobre el extremo ardiente de la cuerda, se enroll el trecho sobrante
alrededor de la mueca y sostuvo el extremo encendido entre los dedos. Esper a
que Sharpe encendiera la mecha que le alargaban sus compaeros y
emprendieron cautelosamente el descenso de la colina hacia Arica.
La primera fila de bucaneros se encontraba al alcance de la barricada. Uno
tras otro se detuvieron, apuntaron y abrieron fuego contra los defensores
apostados tras el terrapln. Hector crey ver que saltaban astillas y se elevaban
nubculas de humo. Los defensores espaoles respondieron con disparos de
mosquete dispersos, pero estaban abrumados ante la superioridad del armamento
de los bucaneros y su contraataque no caus dao alguno. La segunda oleada de
atacantes atraves la primera lnea de infantera y tom posiciones. No se
oy eron ovaciones. Los nicos sonidos eran las sordas detonaciones de las
escopetas de cerrojo, y los desafos e insultos que proferan los espaoles.
Al cabo de unos segundos, Hector vio desplomarse al primero de los
bucaneros. El hombre estaba en pie, apuntando, y al siguiente instante se dio la
vuelta y se derrumb al suelo. Hubo un alarido de triunfo procedente de la
barricada.
Watling vocifer una orden y agit el pauelo naranja. Acto seguido se
produjo una andanada desacompasada y, de repente, los bucaneros se
precipitaron hacia delante en una carga concertada, chillando y aullando al
tiempo que empuaban los mosquetes y los sables. Los mosquetes restallaron en
la barricada y en esta ocasin Hector distingui al menos a tres asaltantes que
eran abatidos antes de que el primero de ellos llegase al terrapln y emprendiera
el ascenso. Atisbo a un bucanero (estaba casi seguro de que se trataba de Duill)
balancendose en lo alto de la barricada blandiendo su mosquete por el can y
emplendolo a modo de porra para asestar un golpe descendente. Una docena de
hombres se haba desplegado para rodear el extremo de la barricada mientras
sus compaeros rebasaban el obstculo en tropel. Durante unos minutos, el
resultado de la desigual batalla fue incierto. Los hombres proferan gritos y
alaridos al tiempo que asestaban tajos y pualadas. Entre el polvo y el humo,
Hector escuch el impacto del metal y los gritos de dolor, y en varias ocasiones
el restallido ms leve de los pistoletazos.
El furor empez a remitir y Watling volvi a encaramarse a la barricada para
hacerle seales urgentes a la reserva.
Acercaos, acercaos! Ululaba. Defended el terreno!
Volvi a perderse de vista de un salto y Hector y sus camaradas corrieron los
ltimos pasos que los separaban de la barricada y la franquearon. Al otro lado los
esperaba una escena de devastacin. Haba cadveres tendidos en el polvo y el
suelo estaba resquebrajado, pisoteado y ensangrentado. Un bucanero con un
horrible corte en la mejilla estaba tambalendose aturdido y haba por lo menos
treinta o cuarenta espaoles, de pie o sentados en el suelo, conmocionados, con
las facciones ennegrecidas por el humo de la plvora, y algunos estaban heridos.
Custodiad a los prisioneros mientras nosotros avanzamos! vocifer
Watling. Se escuch el sonido de nuevos disparos de mosquete. En el interior del
pueblo los defensores de Arica estaban abriendo fuego contra los atacantes.
Poned las manos detrs de la cabeza! grit Hector en espaol a los
prisioneros. stos lo miraron con incredulidad. Hector comprendi que, sin un
arma de fuego, sin otra cosa que un sable en la cintura y la mecha lenta
enrollada alrededor de la mueca, deba de parecerles una figura inofensiva.
Haced lo que os dice gru Jezreel. Se dirigi a ellos en ingls, pero su
herclea corpulencia y su semblante furibundo pusieron de manifiesto lo que
deseaba. Los prisioneros se apresuraron a obedecerlo.
Desde el otro lado de la entrada se escuch un gran nmero de disparos. La
avanzadilla de Watling se haba topado con una resistencia tenaz. Un hombre se
escabull del pueblo, agachndose para eludir las balas perdidas.
Hay ms barricadas dentro resopl. Los espaoles las han construido
en todas las esquinas. Watling dice que nos hacen falta granadas para quitarlas de
en medio.
Voy y o se ofreci Jezreel. Abri la solapa del saco y sali corriendo en
pos del mensajero. Hector se volvi para enfrentarse a los prisioneros.
Que nadie se mueva! orden. Mirando en derredor, distingui un
mosquete tirado en el suelo donde lo haba dejado caer uno de los defensores. Lo
recogi y ech una rpida ojeada al cerrojo. Pareca cebado y cargado. Apunt
a los cautivos con l.
Pasaron los minutos y se produjo una explosin amortiguada en el interior del
pueblo a corta distancia. Hector supuso que la granada haba cumplido su
cometido, pues los sonidos de la contienda se interrumpieron brevemente.
Despus, los restallidos de los disparos de los mosquetes se reanudaron casi de
inmediato.
Necesitamos refuerzos! Adelante! Duill haba aparecido en la entrada
del pueblo. Estaba desaliado y cubierto de mugre. Sus movimientos tenan un
aire de urgencia.
Quin ha dado la orden? replic Sharpe.
El general! Watling ha ordenado que la retaguardia entre en el pueblo!
Y qu pasa con los prisioneros?
Duill espet un juramento a Sharpe y Hector crey por un momento que el
segundo cabo de mar iba a golpearlo en la cara.
Dejad a un par de hombres para que se encarguen de ellos gru. No
tenemos tiempo para discutir.
Sharpe se volvi hacia Hector.
Jacques y t quedaos para custodiar a los prisioneros le orden. Dan,
deja aqu las granadas y vuelve a subir la colina. Tu tarea consiste en estar alerta
por si aparecen nuevas tropas de refuerzo espaolas. Dinos si ves algo que
represente una amenaza. Los dems, seguidme. Se dirigi con andares
flemticos hacia el sonido de los mosquetes.
Hector escuch un gemido a su derecha. Era el bucanero con el rostro herido.
Se haba desmoronado contra la barricada y estaba intentando restaar el flujo
de sangre de su cara malherida con el antebrazo. Hector deposit el mosquete en
el suelo y fue corriendo hacia l.
Djame ponerte una venda dijo, y alarg la mano hacia el saco antes de
caer en la cuenta de que ste no contena medicinas ni vendas, sino granadas. El
cadver de un soldado espaol estaba tendido en el suelo en las inmediaciones. El
difunto llevaba un fular de algodn en la garganta. Hector le quit el pauelo del
cuello y se dispuso a anudar el vendaje alrededor de la cabeza del herido. Oy
que Jacques mascullaba una maldicin a sus espaldas. Hector gir en redondo a
tiempo de presenciar la huida de al menos veinte prisioneros espaoles. Alto!
exclam. Alto o disparo! Pero saba que era un farol. Era imposible que
Jacques y l lograsen contenerlos.
No tiene mucho sentido que nos quedemos aqu observ Jacques.
Deberamos ver si podemos ay udar a Jezreel y los dems.
Los dos penetraron cautelosamente en el pueblo. En la primera interseccin
se toparon con los escombros de otra barricada que los defensores haban
levantado con carromatos volcados, tablones y muebles viejos. Haba una
abertura por la que deban de haberse abierto paso los hombres de Watling. Al
otro lado y acan ms hombres muertos, tanto espaoles como bucaneros. Una
segunda interseccin y otra barricada; esta vez los bucaneros la estaban
empleando a modo de parapeto, cobijndose tras ella para seguidamente
levantarse y disparar contra el enemigo.
Hector divis a Jezreel, que estaba apuntando a un tejado cercano con una
escopeta de cerrojo y al cabo de un segundo apret el gatillo. Un arcabucero
espaol se agach para ponerse a cubierto.
He fallado gru Jezreel. Extrajo el escobilln de debajo del can,
escupi en un trapo para humedecerlo y se puso a limpiar el mosquete. No
podemos mantener esta cadencia de fuego. Se nos estn ensuciando las armas.
Watling estaba deliberando con Duill en un portal. Ambos le hicieron una sea
a Sharpe y parlamentaron con este unos instantes antes de que Sharpe volviera
corriendo, le diese un golpecito a Hector en la espalda y le gritara:
Rene a la retaguardia y a todos los hombres que puedas! Hemos de
tomar el fuerte! Hasta que aseguremos el flanco estaremos desprotegidos! Los
dems se ocuparn del pueblo!
Hector le transmiti el mensaje a Jacques y a continuacin estaban
abrindose paso a travs de una calle estrecha acompaados de unos treinta
hombres, entre los que se contaba Jezreel. Frente a ellos se distingua a los
milicianos espaoles que se replegaban para retirarse a la seguridad del fuerte.
Cuando el ltimo de ellos hubo franqueado la puerta de madera, sta se alz hasta
cerrarse, y una descarga de fusiles procedente de las aspilleras oblig a los
atacantes a guarecerse.
Bartholomew Sharpe se puso a cubierto en un callejn y se reclin contra una
pared de adobe para recuperar el aliento.
Es el momento de otra de nuestras famosas granadas anunci. Hector se
percat de que hasta el momento no haba efectuado ni un solo disparo, sino que
se haba visto arrastrado en la confusin imperante. Se mir la mueca izquierda
y comprob con sorpresa que el extremo encendido de la mecha le haba
producido rojas quemaduras en la piel. En el caos de la contienda no haba
advertido el dolor. Abri la solapa del saco y extrajo una granada. La pequea
bomba pareca defectuosa. La cobertura de brea endurecida se haba
reblandecido a causa del calor y haba perdido la forma. Algunas medias balas
de mosquete se haban desprendido. La mecha, un corto trecho de cuerda de dos
centmetros y medio, estaba apretada contra uno de los lados y se haba adherido
a la brea como si fuera el pabilo doblado de una vela. La enderez con cuidado.
Intenta lanzarla por encima de la puerta! Y buena suerte! musit
Sharpe al tiempo que reculaba. Hector aplic el extremo incandescente de la
cuerda a la mecha y uni los dos extremos. Vio que la mecha de la granada
prenda y, obligndose a mantener la calma, empez a contar hasta diez muy
despacio. Se puso al descubierto y arroj la granada tal como Watling le haba
enseado, sin doblar el brazo. La bomba surc el aire y, para su disgusto, se
estrell contra la puerta del fuerte al menos treinta centmetros por debajo de la
cima y se desplom en el camino.
Cuidado, bomba! vocifer antes de ponerse a cubierto de un salto,
apretndose contra un portal. Pasaron unos instantes sin que nada sucediera. Se
asom cautelosamente y divis la granada en el polvo. No vio que se alzara
humo de ella. El artilugio no haba funcionado. Busc a tientas una segunda
granada en el saco.
No tengas prisa. Vamos a usar la cabeza aconsej Sharpe, que haba
reaparecido a su lado. Jacques y t, seguidme.
Empuj la puerta de la casa y condujo a ambos al interior. Haba un
bucanero en la estancia, arrodillado junto a la ventana y apuntando hacia el
fuerte con el mosquete. Sharpe alz la vista. El techo estaba confeccionado con
listones colocados horizontalmente sobre los que haba una capa de frondas de
palmera.
Tiene que haber una forma de subir al tejado afirm Sharpe. Atraves la
estancia y abri la puerta trasera. Tal como pensaba, hay una escalera.
Empez a ascender los peldaos mientras Hector y Jacques le pisaban los
talones.
Cuando accedi al tejado plano, Hector descubri que estaba a la altura de la
cima de la muralla del fuerte, que estaba justo al otro lado de la calle. El tejado
propiamente dicho estaba hecho de barro y tierra allanada. Sharpe le asi el
brazo para retenerlo.
No queremos que nos vean antes de que estemos listos, y tenemos que
hacerlo bien susurr.
Jacques se haba unido a ellos y y a estaba seleccionando una granada de su
saco.
Comparad las mechas y aseguraos de que las dos tengan la misma longitud
aconsej Sharpe. Yo encender las dos mechas para que podis
concentraros en el lanzamiento. Cuando y o lo diga cruzad el tejado, no son ms
de cinco pasos, y tirad las bombas. No os preocupis por acertarle a un blanco
preciso, pero aseguraos de que caigan dentro del fuerte. En cuanto hay is
arrojado las granadas, volved y poneos a cubierto.
Hector se desenroll la mecha lenta de la mueca, se la entreg a Sharpe y
escogi la mejor de las dos granadas que le restaban.
Estis preparados? pregunt Sharpe. Ambos asintieron y el comandante
aplic la brasa a las mechas. stas prendieron; el mortecino fulgor rojo las
devor poco a poco en direccin a la plvora. Pero Sharpe pareci ignorarlas.
Estaba escudriando los tejados planos. A medida que se arrastraban los
segundos, Hector se puso a sudar de aprensin. Perciba el olor acre de las
mechas ardiendo.
Al fin, con mucha suavidad, Sharpe dijo:
Ahora! En compaa de Jacques, Hector se dispuso a atravesar el
tejado plano. Por un momento se le par el corazn al sentir que la superficie se
resquebrajaba bajo su peso y crey que se desplomara a travs de ella sin dejar
de aferrar la granada encendida. Luego se vio al borde del tejado, dominando la
calle. La cima del fuerte no estaba a ms de nueve metros de distancia. Hector
ech el brazo hacia atrs y arroj la pequea bomba, que describi un arco por
encima de la muralla del fuerte, la sobrepas con facilidad y descendi hasta
perderse de vista. Por el rabillo del ojo vio que la granada de Jacques la segua.
Se produjo un disparo de mosquete y Hector sinti un tirn en la manga. Un
defensor deba de haberlo visto y abierto fuego. Agachndose, los dos hombres
se escabulleron hasta donde Sharpe los estaba esperando.
Ahora a esperar dijo ste.
Durante un lapso de tiempo, que se les antoj una eternidad, no sucedi nada.
Entonces reson abruptamente una detonacin, seguida de gritos de temor, y
despus se hizo el silencio.
Esperaron otro minuto, pero no se produjo una nueva explosin.
Una bomba debe de haber sido suficiente coment Sharpe. Lade la
cabeza, escuchando. Les hemos dado algo en lo que pensar.
De nuevo en la celda, Hector contempl la luz diurna que palideca al otro lado
del ventanuco de la pared y se record hasta qu punto dependa de Maria. Slo
su testimonio lograra persuadir al alcalde y los restantes oficiales de que dona
Juana no haba sufrido dao alguno. Adems, sin duda la interrogaran sobre todo
lo que haba presenciado en el transcurso de su cautiverio. Querran que les
hablase de la Trinity, de su estado y su armamento, de la moral y el nmero de
hombres que la tripulaban, y que les dijese si Bartholomew Sharpe era capaz de
poner en prctica su amenaza de hacerse a la vela si no se cumpla el plazo de
siete das y si podan confiar en que hiciese honor al intercambio. Por segunda
vez en veinticuatro horas Hector se encontr reconsiderando las cualidades de
Maria. En la barca de pesca haba hecho gala de un carcter reflexivo y
templado, y haba mantenido la calma en presencia de la turba enfurecida. Se
dijo que ella no permitira que el alcalde la intimidase para que testificara en
falso o cometiera omisiones. Y sabedor del afecto que senta por dona Juana,
estaba seguro de que Maria hara cuando estuviera en su mano para convencer al
alcalde de que accediese al intercambio.
Con esa idea tranquilizadora, Hector se estir sobre el estrecho banco y cerr
los ojos. La imagen que conjur su mente una vez ms justo antes de dormirse
fue la de Maria en la barca de pesca aquella maana, incorporndose para
volverse hacia el viento. Presentaba un aspecto muy sereno y distendido. Se
permiti un optimismo momentneo que nada tena que ver con su embajada al
alcalde: conjeturaba que a Maria tal vez le hubiese complacido empezar el da en
su compaa.
Una voz que hablaba en ingls lo despert. Por un momento pens que estaba
de nuevo a bordo de la Trinity. Entonces el olor rancio de la paja mohosa en lugar
del alquitrn de Estocolmo le record que se hallaba en una celda.
Vay a, Ly nch, no te haba visto desde Arica repiti la voz. Hector baj las
piernas del banco y se incorpor, consciente de que estaba muy hambriento, as
como dolorido y agarrotado por haber dormido sobre la dura superficie del
banco.
La puerta de la celda estaba abierta. Haba una figura apoy ada en la jamba
que despertaba un recuerdo nebuloso y vagamente desagradable. El lujoso
atuendo del hombre de la entrada era visible aunque se recortase contra la luz.
Llevaba calzones hasta las rodillas, medias de buena calidad y un chaleco azul
marino de buen corte con botones dorados encima de una impecable camisa
blanca, as como zapatos con hebillas de aspecto costoso, y se haba recogido el
cabello en una elegante cola de caballo. Su apariencia sugera prosperidad y la
satisfaccin de un hombre con recursos. Hector, todava atontado, precis un
instante para identificar a su visitante. Se trataba de uno de los cirujanos de la
Trinity, al que haba visto por ltima vez borracho como una cuba entre la
devastacin de la iglesia profanada de Arica. Entonces apenas lograba ponerse
en pie, arrastraba las palabras a causa del alcohol y llevaba andrajos sucios y
manchados por el mar. Ahora, en cambio, se habra dicho que acababa de salir
de una barbera, recin aseado y afeitado, y se dispona a pasear por una parte
elegante del pueblo.
El cirujano se llamaba James Fawcett, record ahora Hector.
He odo que ese estafador intrigante de Sharpe est de nuevo al mando y
que se propone volver a casa con el rabo entre las piernas. Pero dudo que lo
consiga con el pellejo intacto observ Fawcett. Su tono era despreocupado, casi
petulante.
La mente de Hector estaba sumida en la confusin. Dirigi una mirada
inquisitiva a su visitante. Fawcett tena treinta y tantos aos, era un sujeto
esqueltico con la mandbula prominente que Hector recordaba desde isla
Dorada, en la que Fawcett haba desembarcado con la compaa de Cook.
Durante la marcha a travs de la jungla haba entablado amistad con Basil
Smeeton, el mentor del propio Hector. Los dos comparaban notas mdicas a
menudo y discutan sobre las nuevas tcnicas quirrgicas. Cuando Smeeton se
retir tras el desengao sufrido en Santa Mara con su mina de oro fantasma, le
prest algunos escalpelos a Fawcett, que haba seguido adelante con la
expedicin. Ms adelante, Hector lo haba visto disparando un mosquete contra la
flotilla espaola en la batalla marina que haba tenido lugar ante Panam, de
modo que resultaba an ms inslito que ahora estuviera ganduleando en un
tribunal espaol con la apariencia de un miembro respetable de la comunidad
profesional de Paita. Habra sido mucho ms comprensible encontrarlo
semidesnudo y encadenado a la espera del garrote.
No te sorprendas tanto, Ly nch. Me parece recordar que la ltima vez que
nos vimos te dije que las personas como nosotros somos demasiado valiosas para
que nos sacrifiquen intilmente.
Hector trag saliva. Tena la garganta seca.
Podras pedirle a alguien que me trajese un poco de agua para beber? Y
tal vez un poco de comida. No he comido desde hace treinta y seis horas pidi.
Por supuesto. Fawcett se dirigi por encima del hombro a alguien que
estaba en el pasillo a sus espaldas. Hablaba espaol despacio pero con propiedad.
Acto seguido se volvi para encararse con el joven.
No hace falta que sigas encerrado en este repugnante agujero. El alcalde
puede hacer que te trasladen a un alojamiento ms confortable. He logrado
convencerlo de que ests a medio camino de obtener una cualificacin mdica
completa. Smeeton siempre deca que prometas mucho, y aqu los cirujanos
escasean tanto que podras establecer tu propia consulta prcticamente en
cualquier lugar de Per aunque no tuvieras credenciales formales.
Hector apenas lo estaba escuchando, pues distraa su atencin el recuerdo de
lo sucedido en la iglesia de Arica, el osario del hospital de campaa y los heridos
tendidos en las losas del suelo de la iglesia, gimiendo.
Qu hay del otro cirujano? El otro hombre que estaba al cargo de los
heridos? Qu le ha pasado?
Fawcett esboz una sonrisa lobuna.
Lo mismo que a m. Tiene una consulta mdica muy lucrativa. No aqu en
Paita, sino en Callao, que est siguiendo la costa. Segn me han dicho, las cosas le
van muy bien. Hasta se ha casado con la hermosa viuda de un peninsular, como
llaman a los que han nacido en Espaa. Dudo que alguna vez vuelva a la vida en
el mar.
Qu hay de los dems? Los heridos que haba en la iglesia de Arica?
Qu les pas?
Fawcett se encogi de hombros despreocupadamente.
Los espaoles los remataron a todos con un golpe en la cabeza. Se
ahorraron muchas molestias. No haba muchos que hubieran sobrevivido a las
heridas sufridas, y sos habran sido juzgados y ejecutados.
Hector se senta asqueado. Fawcett pareca completamente indiferente a la
masacre de los heridos.
El alcalde dijo que haban paseado la cabeza de Watling por la ciudad en
una pica.
Los honrados ciudadanos de Arica celebraron una autntica fiesta [*]
despus de aquel asunto. Bailes en las calles, hogueras y cartas dirigidas al virrey
y la corte de Madrid felicitndose por haber derrotado a los piratas. Por supuesto,
exageraron el nmero de atacantes. Dijeron que eran cuatro veces ms de los
que haba en realidad.
La mencin de las hogueras espole la memoria de Hector.
Despus de que evacusemos Arica, los espaoles hicieron dos columnas
de humo blanco, la seal que habamos convenido con nuestras barcas.
Pensamos que haban torturado a alguien, quiz el cabo de mar Duill, para que
les revelase la seal. Nuestras barcas estuvieron a punto de adentrarse en el
puerto, donde las habran aniquilado. Qu sucedi en realidad?
Fawcett vacil ligeramente antes de contestar, y Hector advirti que el
cirujano no lo miraba directamente al responder.
No s cmo los espaoles averiguaron la seal. No tengo ni idea de cul
fue el destino de Duill. Ni siquiera vi su cadver. Simplemente desapareci.
En ese momento se present un ujier del tribunal portando una gran jarra de
agua y un poco de pan, pescado seco y aceitunas. Hector bebi agradecido, se
inclin hacia delante y se ech el resto del cntaro sobre la cabeza, el cuello y los
hombros. Se senta mejor, aunque deseaba encontrar un piln de agua para
asearse debidamente. Se sent, mir fijamente a Fawcett y aguard a que este
abordase la cuestin que Hector y a haba adivinado que era la verdadera causa
de su visita.
Ly nch, no te precipites a juzgarme severamente. Vine a los mares del sur
para enriquecerme, para obtener la parte que me corresponda de la abundancia
de esta tierra. No he renunciado a mi ambicin, aunque hay a decidido ganarla
honestamente en lugar de arrebatrsela a punta de pistola. Estoy poniendo en
prctica mis habilidades curativas. Me ocupo de las personas que padecen
fiebres, que tienen hijos enfermos o necesitan ay uda para dar a luz. Eso sin duda
lo apruebas.
De modo que me propones que haga lo mismo?
Por qu no? Podras instalarte aqu y tener una vida muy placentera.
Hablas el idioma con fluidez, y al cabo de un ao t tambin podras casarte y
quiz fundar una familia con holgura y comodidades.
La idea de Maria refulgi momentneamente en la mente de Hector, pero
ste la apart.
Y para hacerlo tengo que traicionar a Sharpe y la compaa? No aadi
que crea que eso era lo que Fawcett haba hecho en Arica.
No le debes nada a Sharpe. l hara lo mismo si estuviera en tu lugar. Lo
nico que le importa es l mismo.
Y el resto de los hombres de la Trinity, qu pasa con ellos?
Entiendo que tienes amigos a bordo. El arponero Dan, Jacques el francs y
el grandulln Jezreel. Es muy posible que don Fernando, el alcalde, acceda a
concederles la libertad a cambio de que cooperes.
De que coopere en qu? lo inst Hector.
En tramar una suerte de emboscada para atraer a la Trinity a una trampa y
que los cruceros espaoles la destruy an.
Hector clav la mirada en el suelo. Ya se haba decidido. La mencin de
Jezreel haba resuelto aquella cuestin. Recordaba el da en que Sharpe lo haba
engaado para que disparase al inocente sacerdote espaol. Desde entonces
haban liberado o intercambiado a los prisioneros espaoles de la Trinity, y
seguramente stos haban referido aquella atrocidad a las autoridades. Si Jezreel
compareca alguna vez ante un tribunal espaol, lo condenaran sin duda a una
muerte dolorosa, aunque Hector interviniera en su favor.
El joven alz la cabeza y mir a Fawcett, que segua en la entrada.
Prefiero cumplir mi misin dijo quedamente.
Fawcett no pareca sorprendido.
Pensaba que diras eso admiti. En una ocasin le dije a Smeeton que
tenas el aire de alguien que siempre sigue sus propias inclinaciones, aunque
debido a ello vay a a contracorriente de los dems. Le transmitir tu decisin a
don Fernando. El Consejo y l decidirn lo que ha de hacerse contigo. Y les
pedir a los guardias que te dejen darte un bao como es debido. Ests
empezando a heder a prisin.
El veterano sargento se present a media tarde con dos soldados para llevarse a
Hector. Fawcett haba cumplido su palabra, pues lo condujeron a una fuente
situada en la parte posterior del tribunal y se hicieron a un lado mientras se
aseaba. Despus, cuando se sinti ms limpio, aunque segua estando desaliado,
lo escoltaron hasta la misma sala de entrevistas que antes. En esta ocasin el
alcalde, don Fernando, no estaba solo. Haban colocado una mesa adicional que
formaba un ngulo recto con su escritorio. Al otro lado estaba sentado un hombre
de rostro enjuto con los prpados pesados y una austera apariencia intelectual
enfatizada por la frente alta y la calvicie incipiente. Llevaba la tnica negra de un
abogado. En la mesa haba hojas de papel en blanco y una pluma. Hector,
mirando en derredor, no vio indicios de secretarios ni empleados oficiales, y eso
le infundi una esperanza momentnea. Lo que se decidiera en aquella reunin
slo deban saberlo unos pocos. Hasta el sargento y la escolta haban recibido la
orden de abandonar la sala.
Haba otro hombre presente cuy os rasgos curtidos Hector reconoci al
instante. El capitn Francisco de Peralta, al que haba visto por ltima vez en la
play a de La Serena, estaba sentado junto al abogado.
Creo que y a conoces al capitn de navo, que asiste en calidad de perito
empez el alcalde. Parpade observando al abogado de la tnica negra. Don
Ramiro es el fiscal de su majestad. Como abogado, est presente en
representacin de la Audiencia [*] , el Consejo.
El hombre de la tnica de abogado correspondi a la presentacin con un
levsimo asentimiento.
Hector y a haba detectado un cambio sutil en el talante del alcalde. Don
Fernando y a no se mostraba tan abiertamente agresivo como antes. Su hostilidad
segua estando presente, bullendo bajo la superficie, pero la estaba refrenando.
El alcalde dirigi al fiscal sus primeras observaciones.
Este joven nos ha transmitido una propuesta del cabecilla de una banda de
piratas que opera en esta zona. Ya conocer algunas de las atrocidades que han
cometido. Hace poco capturaron la nave mercante Santo Rosario. El lder de los
piratas se ha ofrecido a devolvernos el buque junto con los pasajeros y tripulantes
supervivientes a cambio de provisiones navales y los servicios de un piloto que los
ay ude a abandonar nuestras aguas.
El alcalde alz un pergamino del escritorio.
sta es una declaracin jurada realizada por una pasajera de la Santo
Rosario. En ella se describe el ataque sin provocacin contra el buque, el
asesinato del capitn y la captura y el saqueo de la nave. Adems, seala que los
supervivientes del asalto estn sanos y salvos.
Podemos estar seguros de la fidelidad de la declaracin? pregunt el
fiscal.
Me he encargado de que la declarante est disponible para que la
interrogue alzando la voz, el alcalde exclam: Que pase la dama de
compaa de dona Juana.
Se abri la puerta y Maria entr en la sala. En aquel momento, Hector, que
haba esperado con impaciencia volver a verla, sucumbi al desaliento. Maria
haba vuelto a convertirse en la persona que recordaba de la Santo Rosario.
Llevaba una falda larga y lisa de color marrn con un corpio a juego y el
cabello cubierto con un sencillo pauelo de algodn. Se mostraba deferente y
sumisa, y ni siquiera mir en su direccin. Su semblante no manifestaba
expresin alguna cuando se adelant para detenerse a pocos pasos del alcalde. El
anticlmax fue tan may sculo que Hector sinti que un abismo se haba abierto
de repente bajo sus pies y se haba precipitado en l.
Seorita [*] Maria empez el alcalde, don Ramiro es un abogado de la
Audiencia. Desea interrogarla sobre su declaracin referente a la captura de la
Santo Rosario. Le entreg la hoja de papel al abogado, que la tom y procedi
a leerla en voz alta. De tanto en tanto, miraba a Maria para asegurarse de que le
estaba prestando atencin.
Maria lo escuchaba con la vista clavada en el suelo y las manos entrelazadas
frente a ella con ademn recatado. Hector record que sa era la conducta y el
aspecto que presentaba exactamente cuando la haba visto el da en que haba ido
a la Santo Rosario acompaando a la partida de abordaje. Hasta record que
aquel da haba advertido que sus manos eran pequeas y delicadas. Con una
punzada, record asimismo lo que haba sentido exactamente cuando ella le
haba puesto la mano en el hombro para sostenerse al pasar sobre el banco de
remos de la barquita de pesca.
El abogado prosigui la lectura seca y puntillosa, haciendo pausas entre una
frase y la siguiente. A pesar de su agitacin interior, Hector no pudo sino admirar
la memoria de Maria para los detalles y la fidelidad de su testimonio. Describa
cmo la Trinity haba seguido la estela de la Santo Rosario, acercndose
lentamente con aire inocente, y el momento en que el capitn Lpez haba
recelado de ella. No haca mencin de la muerte de Lpez porque cuando ste
fue abatido la haban puesto a salvo en el camarote cerrado con llave junto con
su seora. La descripcin se reanudaba en el punto en que haba odo que la
partida de abordaje intentaba forzar la puerta del camarote y ella y dona Juana
salieron para hacer frente a Hector, Ringrose y los dems.
El fiscal lleg al trmino de la narracin y mir a Maria.
Ha hecho usted esta declaracin? inquiri.
As es respondi Maria. Hablaba tan bajo que era apenas audible.
Es fidedigna?
S.
Y no mostraron violencia hacia su seora ni hacia usted, y a fuera en ese
momento o en cualquier otro?
No.
No les robaron ni sustrajeron nada?
Dona Juana les entreg sus joy as y sus objetos de valor a los piratas antes
de que stos hicieran ninguna exigencia. Deseaba anticiparse a cualquier excusa
para la violencia.
Y eso fue lo nico que le quitaron a su seora o a usted en el transcurso de
este acto de piratera?
En efecto.
El abogado deposit la declaracin en la mesa, cogi la pluma e hizo una nota
al pie de la pgina.
Seorita dijo, ha escuchado usted la lectura de su declaracin ante esta
asamblea y ha confirmado su veracidad. Le agradecera que la firmase.
Maria se acerc a la mesa y, aceptando la pluma que le ofreca el fiscal,
firm la declaracin. El abogado deposit pulcramente el documento sobre las
restantes hojas de papel que tena delante, ordenando el fajo con las y emas de
los dedos. Hubo algo en ese pequeo gesto, en su aire de finalidad, que alert a
Hector. Pareca que el abogado se hubiese decidido sobre algo importante.
No tengo ms preguntas anunci el abogado.
Maria, y a puede marcharse dijo el alcalde con tono formal.
Hector observ a la joven mientras esta se encaminaba hacia la puerta y
procur memorizar aquel momento, pues tena el presentimiento de que tal vez
nunca volviese a ver a Maria. Hasta que la perdi de vista, sigui esperando que
mirase en su direccin. Pero ella abandon la sala sin volver la vista atrs.
Capitn[*] , tiene alguna observacin que hacer? La truculenta voz del
alcalde irrumpi en los pensamientos de Hector. El juez estaba mirando a
Peralta.
El capitn espaol se reclin en la silla y examin a Hector durante unos
segundos antes de hablar.
Jovencito, cuando nos encontramos en la play a de La Serena te hice una
advertencia. Te dije que t y tu banda de piratas no tendrais tanta suerte la
prxima vez que desembarcarais. Lo sucedido en Arica me ha dado la razn.
Slo hay una cosa que impulsa a los de tu calaa, una codicia insaciable. Puedes
darme alguna razn para que confiemos en que cumplan los acuerdos a los que
podamos llegar?
Capitn Peralta respondi Hector, irguindose un poco, no puedo
ofrecerle ninguna garanta. Las decisiones de nuestra compaa se toman por
medio de una votacin general. Pero puedo decirle lo siguiente, y con su
experiencia martima sabr que le digo la verdad: y a hemos pasado ms de un
ao en el mar del Sur. Muchos estn deseando regresar a sus casas. Me parece
que son la may ora.
Y qu hay de dona Juana? Nos has dicho que est sana y salva y que
cooper entregando sus objetos de valor. Si accedemos a efectuar un
intercambio, esperamos que continen tratndola con el respeto que corresponde
a una mujer de su alcurnia.
Su bienestar y a es una prioridad para el capitn Sharpe le asegur
Hector.
Peralta mir al alcalde y Hector tuvo la sensacin de que haba pasado entre
ambos un mensaje no pronunciado cuando Peralta continu:
Su excelencia, le recomiendo que acceda al intercambio, pero se asegure
del bienestar de dona Juana.
Cmo puedo hacer tal cosa?
Mande a este joven de vuelta a su nave. Que se lleve consigo al piloto. sa
ser la primera parte de nuestro acuerdo. La segunda parte solo se cumplir
cuando los piratas hay an puesto la Santo Rosario al alcance de nuestros caones
de tierra. Enviaremos una partida de inspeccin y si encuentran a bordo a la
dama sana y salva despacharemos una barca con las provisiones que exigen.
No es eso correr un riesgo? Seguro que los piratas zarpan en cuanto tengan
un piloto, sin esperar la llegada de los suministros.
Hablando como marino, y o dira que el buque de los intrusos necesita una
escrupulosa puesta a punto. La nave ha operado en aguas hostiles desde hace
tanto tiempo que sus aparejos se habrn deteriorado. Seguramente sufren una
aguda escasez de cuerdas y telas. Si la tripulacin est contemplando emprender
una travesa para abandonar el mar del Sur, esas provisiones podran significar la
diferencia entre el hundimiento y la supervivencia.
Gracias por su contribucin, capitn dijo el alcalde, y una vez ms
Hector tuvo el presentimiento de que algo se quedaba en el tintero. Le
agradecera que escogiera a un piloto adecuado y asimismo elaborase una lista
de los suministros pertinentes para la nave. Que sean bastantes para alentar a los
piratas a abandonar nuestras aguas, pero nada ms. Si el fiscal no tiene
objeciones, emitir la orden de que dispensen el material del astillero real sin
tardanza. Deseo librarme de estos bandidos, y estoy seguro de que dona Juana no
quiere pasar ni un segundo ms en su compaa.
El piloto facilitado por el capitn Peralta result ser un sujeto pequeo y nervudo
cuy a expresin de enojo al conocer a Hector puso de manifiesto sus
sentimientos.
Espero que vuestra nave sepa hacer frente al mal tiempo refunfu
cuando subi a bordo de la barca de pesca que aguardaba en el muelle. Era la
misma embarcacin que haba desembarcado a Hector y Maria.
La tripulacin de la Trinity conoce bien su oficio contest Hector. Haba
esperado a medias que enviasen a Maria a reunirse con su seora. Pero el piloto
se haba presentado solo.
Ms les vale replic el hombrecillo con mordacidad. Donde vamos el
tiempo empeora rpidamente.
Debes de estar muy familiarizado con esa parte de la costa coment
Hector, impulsado por el deseo de agradar.
Lo bastante para saber que no ira si tuviera eleccin en este asunto.
Imagino que el alcalde puede ser muy persuasivo.
Alguien le confi que mi ltima nave tena una lnea de flotacin viscosa
cuando arribamos al puerto.
Qu tiene que ver una lnea de flotacin viscosa con todo esto?
Quera decir que estaba navegando a ms altura que cuando abandonamos
el ltimo puerto de la ruta oficial. Me acusaron de haberme detenido antes de
llegar a Paita para desembarcar algunas mercancas sin abonar el impuesto de
importacin.
Y lo habas hecho?
El piloto clav en Hector una mirada venenosa.
T qu crees? El capitn y el propietario eran ambos peninsulares[*] ,
buenos espaoles, de modo que nadie va a acusarlos jams de contrabando, as
como no acusan al Consulado local que comercia en el mercado negro. Por el
contrario, y o soy extranjero, de modo que soy prescindible.
Me haba parecido detectar un acento extranjero admiti Hector.
Soy de Grecia. En estos parajes encontrars en el servicio mercante a
portugueses, corsos, genoveses, venecianos, hombres de todas partes. Los que
han nacido aqu prefieren quedarse en tierra y administrar plantaciones con
trabajadores indios. Es una vida ms apacible que recorrer la costa de un lado a
otro en baeras mercantes.
Pero al menos todo el mundo respeta a los pilotos.
El griego profiri una carcajada cnica.
Slo soy medio piloto. El alcalde y los de su ralea temen que nos
confabulemos para volver corriendo a casa llevndonos cuanto sabemos. De
modo que las reglas estipulan que no puedo servir a bordo de una nave cuy o
capitn tambin sea extranjero.
Pero ahora vas a estar a bordo de la Trinity, que es una nave extranjera.
No obstante, mis conocimientos no servirn de mucho. Slo conozco la
costa al sur de aqu, y la may or parte de ella es un y ermo dejado de la mano de
Dios. Eso es lo nico que cabe en esta cabezota en un momento dado. El griego
sonri amargamente y se golpe la frente.
As que no tienes cartas?
El griego le mostr los dientes a Hector, asombrado.
Cartas! Si el alcalde llegase a averiguar que confecciono cartas o tengo
una, preferira aceptar el castigo por el contrabando. Nadie tiene autorizacin
para poseer un derrotero, excepto un puado de capitanes de la may or confianza,
que deben ser espaoles, hombres como el capitn Lpez de la Santo Rosario, al
que Dios tenga en su gloria.
Aquella observacin le record a Hector la mirada que haba pasado entre el
alcalde y el capitn Peralta. Se le ocurri ahora que el verdadero motivo de que
hubiesen accedido al intercambio era la necesidad de recuperar la carpeta que
contena los bocetos y las notas de navegacin del capitn Lpez. Toda la
palabrera sobre el bienestar de dona Juana haba sido una farsa. Haban insistido
en que la trataran con respeto porque de ese modo nadie registrara sus
pertenencias y encontrara el derrotero.
Hector gimi para sus adentros. Si Maria no lo hubiese distrado tanto, lo
habra adivinado por su cuenta. Entonces se le ocurri una idea an ms
desalentadora: la nica persona que poda haberle hablado al alcalde del
derrotero oculto era Maria.
Volviendo la vista atrs hacia el campanario de la iglesia de Paita, Hector se
maldijo por ser un idiota. Haba permitido que lo engaaran. Pero lo que haca
que su disgusto fuese ms doloroso an era que a pesar de todo no poda dejar de
pensar en Maria.
Captulo XVII
Seis semanas despus de que salieran de Paita, Sidias declar que haba llegado
el momento de virar de nuevo hacia la costa y Sharpe sigui su consejo. Como si
quisiera respaldar aquella decisin, el viento empez a soplar desde el cuarto
idneo, hacia el sudoeste, y la Trinity adquiri bastante celeridad gracias a las
rfagas que impulsaban el bao. Los nimos enseguida se tornaron
despreocupados y expectantes a bordo de la nave. Durante una temporada se
haba producido un descenso de la temperatura del aire y los hombres suponan
que se hallaban lo bastante al sur para encontrarse en la regin del Pasaje. Se
comportaban con una despreocupada exuberancia, como si se propusieran
celebrar el ltimo tramo de la travesa. Asaltaron reservas ocultas de brandy y
ron, y algunos tripulantes estaban aturdidos, se tambaleaban y daban tumbos al
recorrer la cubierta. Hector, sin embargo, estaba cada vez ms intranquilo.
Ringrose y l se haban valido de la navegacin a estima para fijar la posicin de
la nave. En ocasiones no haban estado de acuerdo en cuanto al progreso, el
nmero de millas que haban navegado, y si una corriente ocenica los haba
desviado de su curso. Hector siempre haba deferido al hombre ms
experimentado, en parte porque la dolencia de Ringrose lo haba vuelto irritable y
quisquilloso. Slo podan confiar en las lecturas del cuadrante, y stas situaban al
buque a cincuenta grados al sur. Pero no haba indicacin alguna de la
proximidad de la tierra, y Hector haba decidido haca largo tiempo que Sidias
era peor que intil. El griego era un jugador por naturaleza que estaba dispuesto a
dejar en manos de la suerte que arribasen a la costa sanos y salvos. Cuando le
preguntaban cundo avistaran tierra, Sidias se mostraba evasivo. Su tarea,
responda siempre, era identificar la recalada e indicarles qu direccin deba
tomar la nave. El griego era tan distante que aquella noche Hector se sinti
impelido a buscarlo y preguntarle si no le preocupaba cmo volvera a Paita. El
griego se encogi de hombros desdeosamente a modo de respuesta.
Qu te hace pensar que quiero abandonar esta nave? No tengo ninguna
razn para volver a Paita.
Pero si me dijiste que el alcalde te haba obligado a ser nuestro piloto.
Y volver a amargarme la vida si alguna vez vuelvo all. As que prefiero
quedarme con esta compaa.
Desconcertado por el egosmo del griego, Hector fue a unirse a sus amigos.
Las noches eran demasiado fras para pasar la noche en la cubierta, de modo que
haban tendido hamacas en el extremo de la bodega situado a popa. Abrindose
paso a tientas en la penumbra, comprob que Jezreel y Jacques y a estaban
profundamente dormidos. Slo Dan estaba despierto, y cuando Hector le confi
sus temores sobre las aptitudes de Sidias, Dan le aconsej que no se alarmase. Tal
vez a la maana siguiente tendran ocasin de repasar las notas que haban
copiado del derrotero de Lpez y comprobar si seran de ay uda cuando al fin
recalasen. Entretanto, no se poda hacer nada, y Hector deba descansar un poco.
Pero Hector fue incapaz de conciliar el sueo. Se tendi en su hamaca,
escuchando el flujo del agua por el casco y los crujidos y movimientos de la
nave mientras la Trinity surcaba el mar.
Deba de haber echado una cabezada, pues lo despertaron bruscamente los
alaridos de pnico procedentes del alczar, situado justo encima de l, que
lograron imponerse al sonido de las olas que se estrellaban contra el casco de
madera. La Trinity estaba cabeceando y escorndose peligrosamente y el agua
se impulsaba de un lado a otro por la sentina. La intensidad del viento haba
aumentado. En la oscuridad impenetrable, Hector se baj de la hamaca y busc
a tientas su chaqueta. A su alrededor se escuchaban los sonidos de los hombres
que se incorporaban de las hamacas, haciendo preguntas, preguntndose lo que
estaba sucediendo. Los gritos se repitieron, ahora ms urgentes. Distingui las
palabras: Precipicios! Tierra a la vista! .
Cuando ascendi la escala de la toldilla hasta el alczar, se top con una
escena catica. Una franja de luna horadaba el firmamento surcado por
madejas de nubes altas y finas. Apenas haba suficiente luz para vislumbrar a los
hombres que halaban las cuerdas, pugnando por reducir vela, y la figura de
Bartholomew Sharpe junto al timn cuando se volvi hacia popa.
Rpidos a babor! anunci un grito embargado de terror procedente de la
proa.
Arriad las gavias! Deprisa! bram Sharpe. Estaba semidesnudo y
deba de haber salido corriendo de su camarote. Un horrsono chillido agudo y
enloquecido le produjo escalofros a Hector. Por un momento se qued
petrificado. Entonces record que entre las provisiones que haban embarcado en
Paita haba una cerda joven que estaban reservando para el banquete de
Navidad. El animal haba percibido el terror que haba cundido a bordo y chillaba
atemorizado.
Sharpe distingui a Hector y le indic con furiosos gestos que se acercase.
Ese maldito piloto estpido! grit imponindose al rugido del viento.
Nos hemos metido entre las rocas!
Cuando mir hacia delante por encima del bauprs, Hector atisbo
momentneamente algo blanco a escasa altura, a unos cien pasos de distancia,
sobre lo que flotaba algo que pareca una forma ms oscura, aunque no poda
estar seguro. A pesar de su limitada experiencia, reconoci a medias las olas que
se estrellaban contra el pie de un precipicio. La Trinity respondi al timn y
empez a apartarse del peligro que acechaba justo enfrente, pero casi de
inmediato se escuch un nuevo grito de alarma, en esta ocasin procedente de la
derecha. Un marinero estaba sealando hacia la oscuridad, donde a no ms de
cincuenta metros de distancia se haba producido una nueva erupcin de espuma
blanca. Ahora estaba seguro. Se trataba de agua que rompa sobre un arrecife.
Sharpe volvi a gritar, todava ms furioso.
Nos hemos metido entre unos escollos. Necesito vigas sobrios, no
borrachines. Ly nch! Sube a la cofa y grita si ves algn peligro. Que te
acompae tu amigo el arponero. Ve cosas cuando los dems no pueden.
Hector se apresur a buscar a Dan y ambos se encaramaron por los
obenques hasta la pequea plataforma de la cofa. El viento se estaba
intensificando an ms, y se asomaron hacia delante desde su puesto
desprotegido, tratando de penetrar la oscuridad. El trinquete segua henchido bajo
sus piernas, proporcionndole al timonel espacio para maniobrar. Desde la popa
se escucharon los gritos de hombres que estaban recogiendo la vela may or,
reduciendo urgentemente la velocidad de la nave.
Cunto falta para las primeras luces? grit Hector, procurando que su
tono no denotase alarma. Apenas poda ver en la negrura, slo formas vagas e
indistintas, algunas ms oscuras que otras. Era imposible juzgar a qu distancia se
hallaban.
Puede que una hora respondi Dan. Ah! Un arrecife o un islote. Nos
estamos acercando demasiado.
Hector se volvi y refiri la informacin a grandes voces. Abajo, en la
cubierta, alguien debi de orlo, pues distingui la figura empequeecida de un
hombre que se precipitaba hacia el timn para transmitir el mensaje, y acto
seguido a un grupo de hombres recogiendo apresuradamente la vela de mesana
triangular para sumarse a la accin del timn que haca que virase la nave. La
Trinity cambi de direccin, enfrentndose al viento.
Ms rocas, a juzgar por esa mancha de espuma anunci Dan. Esta vez
estaba sealando a estribor.
Hector vocifer una nueva advertencia y se irgui en la plataforma rodeando
el trinquete con un brazo. Con el otro indic la direccin que deba tomar la
Trinity. En ese instante, una nube ocult la luna y se quedaron sumidos en la ms
completa oscuridad, de modo que de repente se hall completamente
desorientado. La nave se estremeci bajo sus pies, la altura sobre la cubierta
magnific la oscilacin y Hector se mare. Por un terrorfico instante, perdi
asidero en el mstil y se tambale, presintiendo que estaba a punto de caerse. De
pronto tuvo una horrible visin en la que se estrellaba contra la cubierta o peor
an, aterrizaba inadvertidamente en el mar y lo abandonaban en la estela del
buque. Aferr apresuradamente el mstil con el otro brazo, apretndolo
violentamente contra su pecho, y se desliz hasta quedarse sentado. Al cabo de
un minuto la nube haba pasado y la claridad bastaba para distinguir los
alrededores. Dan no pareca haberse dado cuenta de su momentneo horror,
pero Hector senta que su ropa se haba empapado de sudor fro.
Durante una hora o ms ambos dirigieron la nave desde el trinquete mientras
la Trinity viraba bruscamente para pasar de un peligro al siguiente. El cielo
empez a aclararse poco a poco y el alcance de sus dificultades se puso de
manifiesto muy despacio.
Frente a ellos se desplegaba una costa frrea, un paisaje de precipicios grises
y negros y de promontorios que se extendan en ambas direcciones hasta
perderse en la distancia. Detrs de los precipicios se alzaban riscos de roca
desnuda que se transformaban en las laderas y los peascales de una cadena
montaosa costera cuy a cspide dentada estaba cubierta de una fina capa de
nieve. No haba nada que aliviase la impresin de montona desolacin, excepto
bosquecillos ocasionales de rboles sombros que crecan al amparo de las
ondulaciones del austero paisaje. Ms cerca se hallaban los islotes y los arrecifes
cercanos a la costa que haban estado a punto de destruir la nave en la negrura y
todava la amenazaban. En ese punto la superficie del mar prorrumpa
espordicamente en surtidores de espuma que, a modo de advertencia, se
henchan y desaparecan en flujos repentinos que les prevenan de las rocas
sumergidas y los bancos de arena. Hasta los canales que separaban las islas eran
inhspitos, pues en ellos el agua se mova de forma extraa, unas veces con vetas
de espuma y otras con un intenso azul oscuro al deslizarse una corriente
poderosa.
Agrrate! exclam Dan. Haba visto la blanca agitacin que indicaba un
vendaval, que haba desgarrado repentinamente la superficie del mar, y ahora se
precipitaba hacia ellos. Hector se prepar. La Trinity se escor abruptamente,
sometida al impulso del viento. Desde abajo se escuch el crujido de la verga de
la gavia bajo la presin, seguido de una rotura repentina. El vendaval era lo
bastante poderoso para provocar un vaporoso remolino de fina espuma y
enviarlo por encima de la nave, oscureciendo los maderos y dejando la cubierta
resbaladiza. Hector percibi que la humedad se posaba en su rostro y goteaba por
el cuello de su camisa.
Un grito procedente de la cubierta lo oblig a bajar la vista. Sharpe estaba
gesticulando, ordenndole que volviese al timn. Hector descendi
cuidadosamente por los obenques, aferrndose con fuerza por si los acometa un
nuevo vendaval, y lleg a la toldilla. Sharpe y a no estaba furioso, sino que bulla
con rabia contenida. Sidias, a su lado, pareca avergonzado, visiblemente
incmodo.
Ly nch, parece que este idiota ha perdido el dominio del ingls gru
Sharpe. Dile que quiero un consejo prudente en lugar de mentiras y
falsedades. Pregntale en un idioma que entienda qu nos recomienda, por dnde
hemos de ir.
Hector le repiti la pregunta en espaol. Pero y a saba que el piloto haba
fingido incomprensin.
No lo s confes el griego, evitando su mirada. No conozco esta parte
de la costa. Me resulta extraa. Nunca haba estado aqu.
No hay nada que reconozcas?
Nada Sidias mene la cabeza.
Y las mareas?
Sidias asinti hacia una isla cercana.
Juzga por ti mismo. Esa lnea de algas indica una oscilacin de al menos
tres metros o tres metros y medio, lo que sera normal en las partes de la costa
con las que estoy familiarizado.
Hector le refiri la informacin a Sharpe, que dirigi una mirada colrica al
piloto.
Qu hay de ensenadas o puertos? Pregntaselo.
De nuevo el piloto no pudo sino especular. Supona que habra bahas o calas
donde una nave pudiera cobijarse, pero sin duda echar el ancla sera difcil. Por
lo general la tierra descenda de una forma tan abrupta que el cable se agotaba
antes de que el ancla llegase al fondo del mar.
Seguiremos la costa hasta que encontremos un refugio decidi Sharpe.
Tuvo que alzar la voz para imponerse al gemido del viento. Dios quiera que
logremos pasar.
La odisea fue alocada y sobrecogedora. Todos los tripulantes de la Trinity
haban subido a la cubierta, desplegndose a lo largo de las bordas o en los
obenques. Hasta los borrachos haban recuperado la sobriedad. Eran conscientes
del peligro y sus rostros denotaban la tensin mientras observaban los arrecifes
que pasaban a su lado. A veces el buque se acercaba tanto al desastre que el
casco rozaba las frondas de algas que se agitaban en la contracorriente del
oleaje. Slo la pericia del timonel, que responda a cada mudanza de la corriente
o cambio de la intensidad y la direccin del viento, impeda que la nave se
precipitara al remolino de olas atronadoras que rompan contra los precipicios.
Finalmente, despus de casi una hora de este enervante avance, llegaron ante el
acceso a una angosta baha.
Adentro! Y disponeos a botar la pinaza orden Sharpe. Haba reparado
en una zona de aguas tranquilas al otro lado de un promontorio de escasa altura.
En ese punto una nave hbilmente gobernada poda cobijarse y ponerse al pairo.
Y lo que era ms crucial, un gran rbol solitario se levantaba en la lengua de
tierra a escasos pasos del borde del agua. La Trinity se escabull al interior y la
tripulacin se dispuso a izar la gavia. Cuando se redujo el impulso del buque, la
pinaza se estrell en el agua y una docena de hombres rem enrgicamente
hacia la tierra, arrastrando tras la barca el cable principal. Se encaramaron a la
orilla y aseguraron el cable alrededor del rbol de modo que la Trinity
retrocediera hasta que se tensara la gruesa cuerda y la nave frenase hasta
detenerse, bien amarrada a la tierra.
Una oleada de alivio se propag a bordo. Los hombres se dieron palmadas en
la espalda para celebrarlo. Algunos se encaramaron a los aparejos, recorrieron
la viga transversal del palo may or y empezaron a aferrar las velas. Sharpe haba
recorrido la mitad de la distancia que lo separaba de su camarote cuando una
ltima rfaga de viento poderosa rebas el promontorio para abatirse sobre la
nave. La Trinity retrocedi ante el impacto como una y egua asustada contra las
bridas. El cable principal salt de la superficie, el agua salpic de las hebras de la
cuerda cuando sta se vio sometida a la tensin y, cuando se abati sobre ella
toda la intensidad del viento, se produjo un crujido audible y desgarrador. El gran
rbol que sujetaba la nave fue derribado, las antiguas races se desprendieron. La
Trinity con las velas aferradas, estaba indefensa. La rfaga la empuj hacia atrs
a travs de la pequea baha y la popa se estrell contra la play a de guijarros con
un impacto que estremeci la quilla de un lado a otro. Todos los hombres que
estaban a bordo oy eron el sonido que se impuso al aullido del viento al torcerse el
timn. El buque haba quedado incapacitado.
E lportuarios
soleado Caribe haba quedado atrs. Un reducido grupo de oficiales
ataviados con capas largas y sombreros de ala ancha estaba
esperando pacientemente en el embarcadero a que amarrase la nave. Caa una
llovizna fra y penetrante que empapaba todo lo que tocaba. Las fachadas de los
almacenes que jalonaban el muelle estaban surcadas de agua de lluvia que
goteaba de los tejados de pizarra. La atmsfera ola a humedad, residuos de
pescado y sacos mojados. Se hallaban en Dartmouth, Devon, un borrascoso da
de marzo, y los cuatro amigos se haban cobijado bajo un toldo instalado para
proteger la escotilla de carga de la nave mercante que los haba llevado desde
Antigua. Haba sido una interminable travesa de seis semanas a travs del
Atlntico, y el agente de la nave haba insistido en que le pagaran con moneda
inglesa, cobrndoles una tarifa desproporcionada. Pero ellos haban aceptado el
precio de buena gana, sabiendo que cada milla los alejaba ms de la incursin de
los mares del sur. Slo se haban preocupado al descubrir que entre los restantes
pasajeros se contaba una docena de antiguos tripulantes de la Trinity, incluy endo
a Basil Ringrose.
Echaron amarras y la pequea cuadrilla de oficiales del muelle se adelant
cuando instalaron a pulso una pasarela.
Sin previo aviso, Jacques alarg el brazo para detener a sus compaeros.
Qu pasa? pregunt Hector.
Reconocera a un agente de polica en cualquier parte explic
quedamente el francs.
En Inglaterra no hay polica lo corrigi Jezreel. Eso slo es para los
extranjeros sin civilizar como t.
Llmalo como quieras. Pero el tipo alto del saco tiene alguna relacin con
la ley. Y esos otros dos que lo siguen de cerca son iguales. He pasado demasiados
meses fugitivo en Pars para no reconocer a los chacales de la ley cuando los
veo.
El sujeto alto del saco se estaba dirigiendo a la nave. A sus espaldas, sus dos
ay udantes tomaron posiciones a ambos lados de la pasarela para bloquearla.
El maestro de la nave, un gals achaparrado y afable con una prominente
barriga cervecera, se adelant dando tumbos desde el puesto donde estaba
supervisando el proceso de atraque. Hector se hallaba lo bastante cerca para or
cmo interpelaba al desconocido:
Sois de la oficina de aduanas, verdad?
El hombre alto no respondi directamente, sino que abri el saco y extrajo
una suerte de documento que procedi a mostrarle al capitn. Hector observ
cmo ste repasaba el pliego y miraba nerviosamente hacia el lugar donde se
haban congregado Ringrose y los dems tripulantes de la Trinity a la espera de
desembarcar.
Caballeros! exclam. Seran tan amables de venir? Hay algo que tal
vez requiera su atencin.
Ringrose y los dems obedecieron parsimoniosamente, aunque Hector
adivinaba por su aire receloso que estaban alerta.
ste es el seor Bradley explic el capitn. Trae una orden del Alto
Tribunal del Almirantazgo y tiene una lista de personas que le han ordenado
escoltar hasta Londres.
El agente de la ley consult la nota que tena en la mano.
Quin de ustedes es Bartholomew Sharpe?
Como no hubo respuesta, recorri el pequeo grupo con la mirada y ley el
nombre de Samuel Gifford. Tampoco hubo reconocimiento alguno, y en esta
ocasin contempl directamente a Ringrose y dijo:
Supongo que usted es el seor Ringrose. Encaja con la descripcin que
tengo aqu. Volvi a consultar el papel. Unos treinta aos, aunque quizs
aparente menos, estatura media, fornido, con el cabello castao rizado y la tez
clara.
Ringrose asinti.
Yo soy Basil Ringrose.
Ha de acompaarme a Londres.
Con qu autoridad?
Soy alguacil del tribunal.
Esto es ridculo. Ringrose mir rpidamente hacia la pasarela, pero
comprob que no haba salida por aquella direccin.
Slo se est llevando a los que tenan algn rango en nuestra expedicin
le susurr Jacques a Hector.
Bradley dobl el papel y volvi a introducirlo en el saco. Volvindose hacia
Ringrose anunci:
El carruaje partir hacia Londres dentro de una hora. No se lleve ms que
los efectos personales imprescindibles.
Estoy arrestado? Quiso saber Ringrose.
Detenido para ser interrogado.
Y sobre qu van a interrogarme?
Su excelencia el embajador espaol ha llamado la atencin del Tribunal
sobre una serie de quejas y exige una reparacin. Los cargos incluy en asesinato
en alta mar, robo y asalto a las posesiones espaoles contraviniendo los tratados
de amistad existentes.
Su excelencia el embajador repiti Jacques, imitando el tono estricto del
alguacil, aunque hablaba en susurros es un pintor de brocha gorda. Adnde va
ahora ese cabrn? Dudo que slo quiera resguardarse de la lluvia. Bradley
estaba siguiendo al capitn hacia su camarote.
Probablemente quiera inspeccionar el manifiesto de la nave intervino
Dan, y se demostr que estaba en lo cierto cuando al cabo de unos minutos el
sobrecargo del capitn se acerc a Hector, que todava estaba con sus amigos.
El alguacil te ha llamado por tu nombre dijo el sobrecargo, y aadi
bajando la voz: Menudo puritano es ese.
Ir dentro de un momento le asegur Hector, y en cuanto el sobrecargo
se puso fuera del alcance de su odo se volvi hacia sus amigos: Bajaos de la
nave en cuanto podis y desapareced! Llevaos mi cofre y el dinero del botn.
Cualquier cosa que pueda conectarme con la Trinity.
Si van a meterte en prisin tendrs que quedarte un poco de dinero para
endulzar a los carceleros repuso Jacques.
Tengo algunas monedas en la bolsa. Es bastante para aparmelas. Me
pondr en contacto con vosotros en cuanto sepa lo que est ocurriendo. Dnde
podr encontraros?
En Clerkenwell prorrumpi de inmediato Jezreel. Llevar a Dan y
Jacques hasta all y nos alojaremos en una pensin. Pregunta por Nat Hall o
el gladiador de Sussex en Brewers Yard, detrs de Hockley in the Hole.
Seguro que me recuerdan por ese nombre de la poca en que peleaba en el
escenario. Adems, est lleno de charlatanes extranjeros que actan en las
barracas donde enfrentan a perros contra toros y osos.
Cuando Hector se volva para marcharse, Jacques le dio una palmada en el
hombro y dijo:
Mantente alerta, Hector, y vuelve pronto con nosotros. De lo contrario
Jezreel me pondr a hacer trucos de magia y exhibir a Dan como si fuera un
indio pintado.
Hector se agach para pasar por la puerta baja que daba acceso al camarote
del capitn y se enfrent con el alguacil.
Se llama usted Hector Ly nch? pregunt Bradley. Se haba quitado el
sombrero, descubriendo que se haba recogido en una coleta la desgreada
cabellera gris.
Era intil negarlo. Era el nombre que Hector haba empleado para comprar
el pasaje y estaba consignado en la lista de pasajeros de la nave.
Habla espaol?
La pregunta lo cogi por sorpresa.
Mi madre era espaola. Por qu me lo pregunta?
Tengo rdenes de detener a un tal Hector Ly nch, pero el nombre aparece
en una orden distinta que no adjunta descripcin fsica. Slo que habla bien
espaol. Es importante que lo identifique correctamente. El alguacil tena en la
mano la lista de hombres buscados. Su excelencia el embajador espaol ha
solicitado especialmente que lo lleven ante la justicia sin demora.
Hector estaba pasmado.
Por qu me han sealado de este modo?
Eso no puedo decrselo replic altivamente el alguacil, que emiti una
frgil tosecilla. Preprese para partir dentro de una hora, por favor.
El seor Brice result ser un hombre tan insulso y vulgar que por un instante
Hector lo tom por un pasante. El abogado lo estaba esperando para entrevistarlo
en el despacho del alcaide de la prisin a la maana siguiente. De estatura media
y edad indeterminada, las plidas facciones de Brice eran tan anodinas que ms
adelante Hector tendra dificultades para recordar con exactitud qu aspecto
tena. Su atuendo no revelaba indicio alguno de su estatus, pues estaba ataviado
con un sencillo traje gris cuy o nico efecto era hacerlo pasar ms inadvertido
an. Si no hubiera sido por el destello de penetrante inteligencia que advirti
cuando le sostuvo la mirada, Brice le habra parecido una persona ordinaria y de
poca trascendencia.
Disclpeme por haberlo molestado, Ly nch empez Brice con tono
afable. Haba diversos manuscritos y documentos de aspecto legal esparcidos por
el escritorio del gobernador y Brice los estaba hojeando con aire indiferente.
He de hacerle algunas preguntas en relacin con una acusacin basada en la
informacin que nos ha facilitado el vicegobernador de jamaica. A saber, que
fue usted el instigador de una trama ilegal para expoliar los territorios de un
gobernante que ha suscrito un tratado de amistad con nuestro rey.
Cules son las pruebas de esa acusacin?
Brice frunci el ceo.
Ya llegaremos a eso. Pero antes, sera tan amable de escribirme algunas
palabras en esta hoja de papel?
Qu he de escribir?
Algunos de esos exticos nombres caribeos que escuchamos de tanto en
tanto: Campeche, Panam, Boca del Toro, con media docena ser suficiente.
Hector, asombrado por aquella peticin, escribi los nombres y le devolvi la
hoja. Brice espolvore arena sobre la tinta hmeda, derram fastidiosamente la
arena sobrante y deposit la hoja en el escritorio. Escogi un voluminoso
manuscrito del cmulo de documentos que haba a su lado y desat la cinta que
lo sujetaba. Hector haba supuesto que era una suerte de documento legal, pero
ahora comprob que se trataba de un mapa. Sus pensamientos regresaron de un
salto a la temporada que haba pasado en Port Roy al. Era una de las lminas que
haba copiado para Snead, el topgrafo de Jamaica.
Brice compar la caligrafa de Hector con los nombres anotados en el mapa
y profiri un quedo gruido de reconocimiento.
Es la misma letra anunci. La deposicin presentada ante el Tribunal
afirma que usted facilit los mapas y las cartas nuticas sabiendo que iban a
usarlas para planear y ejecutar una expedicin contraria a los intereses de su
majestad.
Quin me acusa de eso?
Brice consult sus notas.
La declaracin est firmada por el testigo bajo juramento. Adjunt este
mapa como prueba. Se llama John Coxon y se hace llamar capitn . Lo
conoce?
S.
Asimismo hay una carta de sir Henry Morgan, el vicegobernador de
Jamaica. Sir Henry afirma que el testimonio del capitn Coxon es creble.
Hector experiment una punzada de satisfaccin mezclada con indignacin.
Lo haba adivinado. Era Coxon quien le haba facilitado a Morgan los nombres de
los participantes en la incursin en los mares del sur. Coxon era el informante y
chaquetero. Todava intentaba ganarse el favor de Morgan, al igual que cuando
haba intentado entregarle a Hector crey endo que ste era un pariente del
gobernador Ly nch.
El abogado estaba hablando de nuevo.
Facilit usted los mapas que contribuy eron a planear y ejecutar esa
incursin ilegal?
Estaba arruinado y no tena empleo. No tena ni idea de que las cartas iban
a usarse de ese modo.
Hay alguien que pueda atestiguarlo o acreditar su carcter?
Hector trat desesperadamente de pensar en alguien que pudiese intervenir
en su defensa. Snead estaba muy lejos y jams admitira haber hecho aquellas
copias. No haba nadie ms que pudiese defenderlo. Entonces le vino a la
memoria el viaje en carruaje desde la plantacin de Morgan en compaa de
Susana y de su hermano y la amistad que haba florecido entre ambos.
Hay una persona respondi. Robert Ly nch, el sobrino del gobernador
Ly nch, me defendera. Estaba en Jamaica cuando todo ocurri.
Brice pareca decepcionado. Sus labios formaron una fina lnea.
Sir Thomas Ly nch no est disponible, pues se ha marchado de Londres
hace poco para retomar sus tareas como gobernador. Por desgracia, Robert
Ly nch tampoco puede estar presente.
Hector detect una nota sombra en aquella respuesta.
Le ha pasado algo a Robert Ly nch?
Muri de disentera y segn se dice de pena hace seis meses. Haba
perdido considerables sumas de dinero en una plantacin de camo.
Lamento or eso. Era amable y generoso.
En efecto. No hay nadie ms que pueda corroborar su historia? Brice lo
miraba como si estuviera sinceramente interesado en ay udarlo.
Aspirando una honda bocanada, Hector contest:
Tal vez Susana, la hermana del seor Ly nch, podra aportar pruebas en mi
defensa en lugar de su hermano.
El abogado enarc las cejas, asombrado.
Seor Ly nch, si y o fuera usted me lo pensara dos veces antes de
acercarme a esa persona. Sir Thomas Exton no se tomara a bien que citasen a su
nuera como testigo de carcter en un caso penal.
Hector trat de darle sentido a aquella respuesta.
Lo siento, pero no s a qu se refiere.
Sir Thomas Exton es el fiscal general del Estado. Adems, es el miembro
principal del Tribunal del Almirantazgo, lo que significa que presidir el tribunal
si su caso llega a juicio. El mes pasado, su hijo may or, John, que me atrevo a
decir que tiene reputacin de ser un abogado en ciernes por derecho propio,
contrajo matrimonio con la seorita Susana Ly nch. Por eso sir Thomas retras su
regreso a Jamaica, para celebrar el enlace.
Los nimos de Hector flaquearon. La noticia de la boda de Susana no era
inesperada. Siempre haba imaginado que algn da se casara con alguien de su
misma categora. Pero de algn modo la certidumbre de que ahora era la esposa
de un abogado haca que el anuncio resultara ms doloroso.
Admito que copi los mapas, pero slo estaba poniendo en prctica mi
experiencia en cartografa, del mismo modo que ay ud al seor Ringrose a
hacer dibujos y planos de todas las ensenadas y los lugares que visitamos en los
mares del sur.
Por primera vez en el transcurso de la entrevista Hector percibi que haba
dicho algo que poda contribuir a su defensa. Brice murmur suavemente:
Ha dibujado mapas de los mares del sur? Hbleme de ellos.
El seor Ringrose siempre haca bocetos de los lugares en los que
anclbamos y dibujaba los contornos de la costa cuando estbamos cerca de la
tierra. De vez en cuando hacamos mediciones con una plomada, como los
espaoles cuando preparan sus derroteros y libros de pilotos.
Ha visto un libro de piloto de la costa peruana? Hector comprendi
demasiado tarde que Brice saba exactamente lo que era un derrotero.
Haba uno a bordo de un buque que capturamos, la Santo Rosario.
Qu pas con l?
Se lo devolvimos a los espaoles.
Un destello de decepcin surc el semblante del abogado.
Pero tomamos notas y bocetos antes de devolvrselo se apresur a
aadir Hector.
Quines?
Mi colega Dan y y o.
Brice mir a Hector con los ojos entrecerrados.
Si conserva ese material, me gustara ver una muestra.
Si me permite ponerme en contacto con mi amigo, eso puede arreglarse.
Brice se dispuso a enrollar la carta nutica caribea.
Continuaremos esta discusin en cuanto pueda presentar alguna de esas
notas. Cree que pueden estar disponibles la semana que viene, tal vez el jueves?
Estoy seguro de que eso puede arreglarse.
Le pedir al seor Bradley que lo acompae a un lugar ms agradable que
este ambiente ms bien deprimente. Mir en derredor del austero despacho del
alcaide de la prisin mientras anudaba pulcramente la cinta alrededor de la carta
enrollada, detenindose slo para musitar con tono confidencial: Seor Ly nch,
le agradecera que no le hablase a nadie de mi visita de hoy.
Como desee le asegur Hector, aunque se estaba preguntando cmo era
posible que un abogado como Brice conociera una manera tan complicada de
anudar la cinta. O bien Brice pescaba con mosca o tena experiencia martima.
Wild House, la mansin del embajador espaol cerca de Lincolns Inn Fields, era
un edificio concebido para impresionar a los visitantes. Hector se sinti
intimidado ante la imponente fachada, la coleccin de relucientes ventanas
separadas por elevadas pilastras ornamentales resaltadas por un parapeto
protegido por una balaustrada que recorra toda la extensin del edificio. Wild
House estaba oculta de la vista del pblico al otro lado de un muro de ladrillo de
gran altura, y Hector tuvo la sensacin de que penetraba en un mundo privado y
aislado cuando franque el anchuroso patio de gravilla en compaa del alguacil
Bradley. Un may ordomo abri las ornamentadas puertas dobles y recibi a los
dos visitantes en un vestbulo azulejado bajo una cpula decorada con escenas de
la mitologa clsica. Al otro lado de ste, se abra un largo pasillo con tapices
colgados en las paredes que llevaba a la parte posterior de la casa. All, sin
mediar palabra, el may ordomo le indic a Bradley que esperase en el pasillo
mientras acompaaba a Hector al interior de una sala que a todas luces era una
biblioteca privada. La may or parte del espacio de las paredes estaba ocupado por
libreras, y la nica luz penetraba a travs de una ventana emplomada que daba a
un pequeo jardn. Una chimenea de lea arda en una chimenea de gran
tamao manteniendo a ray a el fro.
Hector record involuntariamente la entrevista que haba mantenido con el
alcalde de Paita. El mobiliario se haba dispuesto de la misma manera. Brice
estaba sentado ante una mesa, de espaldas a la ventana. Luca un sombro traje
negro de abogado con cuello blanco. Mir brevemente a Hector como si nunca lo
hubiese visto antes y acto seguido baj la vista para disponerse a ordenar los
papeles que tena delante sobre la mesa. Hector reconoci los mismos gestos
precisos del fiscal de Paita. Eso le hizo preguntarse si todos los abogados se
parecan, si acaso posean idnticos remilgos y afectaban la misma
circunspeccin. Junto a Brice haba un secretario dispuesto a tomar notas y un
hombre sentado ante un escritorio a escasos pasos de distancia, ataviado con gran
elegancia con una chaqueta sin mangas bordada con hilo de oro sobre una
camisa de satn blanco. Cuando vislumbr sus pies por debajo de la mesa,
descubri que llevaba zapatos de gamuza fina. Hector supuso que se trataba del
consejero del embajador que deba dirigir el careo.
El propsito de esta reunin es establecer si debe usted enfrentarse a una
acusacin de asesinato y piratera empez Brice. El seor Adrin presentar
las pruebas. El consejero hizo una leve inclinacin de cabeza. El proceso se
celebrar en ingls en la medida de lo posible.
Como no lo haban invitado a sentarse, Hector se qued de pie, sintiendo la
gruesa alfombra bajo sus pies. Brice se volvi hacia el espaol.
Le parece que empecemos?
El consejero cogi un papel de su escritorio, se aclar la garganta y empez a
leerlo en voz alta con un marcado acento espaol. Al cabo de unas pocas frases
se puso de manifiesto que se propona introducir un largo prembulo al caso.
Brice alz la mano para detenerlo.
Seor Adrin, a juzgar por lo que y a he visto de los documentos, la esencia
de lo que tenemos que decidir hoy se refiere a la captura de la nave llamada
Santo Rosario ante la costa de Per. Le parece que pasemos directamente a ese
suceso?
Con una mueca de irritacin, el consejero indag en el fajo de documentos
hasta encontrar el que deseaba y volvi a leer en voz alta. Describi los
acontecimientos de aquella jornada: la lenta aproximacin de la Trinity, el
momento en que el capitn Lpez haba recelado, la detonacin del primer
caonazo y el fuego de mosquete que se haba producido a continuacin.
Mientras escuchaba, Hector se percat paulatinamente de que haba odo el
contenido anteriormente. Era, palabra por palabra, la misma deposicin que
haba escuchado en Paita cuando se la lean a Maria. De mala gana se vio
obligado a admirar la meticulosidad de la burocracia espaola. De algn modo,
los oficiales coloniales de Per haban conseguido hacerles llegar el documento
desde medio mundo de distancia.
El seor Adrin termin de recitar, y Brice dirigi su atencin a Hector.
Estaba usted presente cuando se produjeron estos hechos?
Hector se sinti acorralado. Al hacer frente a un relato tan preciso y acertado
de lo sucedido, no vea modo de salvarse sino diciendo una mentira descarada y
contraponiendo su palabra al testimonio de Maria. No obstante, saba que
contradecir la declaracin jurada de la muchacha supona traicionar lo que senta
por ella, su honestidad y su valenta. Titube antes de contestar y, cuando las
palabras brotaron al fin, articul entrecortadamente aquella falsedad.
No s nada de los hechos que ha descrito. Slo estuve unas semanas a
bordo de la Trinity antes de que se produjeran.
El consejero espaol lo mir con franca incredulidad.
Todos los informes que hemos recibido desde Per se refieren a un joven
de su misma edad y apariencia que haca las veces de intrprete y negociador.
Usted fue el nico entre todos los piratas que vieron cara a cara nuestros
oficiales.
Eso tendr que demostrarlo intervino Brice.
Lo har, ms all de toda duda espet el consejero. Volvindose hacia el
secretario, orden: Llame a nuestro primer testigo.
El secretario se alz de su silla y, atravesando la biblioteca, sali por la puerta
del otro lado. Regres al cabo de unos instantes. Coxon caminaba detrs de l.
Hector reprimi un jadeo de sorpresa. Haba visto a Coxon por ltima vez en
Panam, la noche antes de que el capitn bucanero se hubiera marchado
llevndose consigo el botn que les haban arrebatado a los espaoles. Ahora los
estaba sirviendo. Hector se pregunt cmo haba conseguido convencerlos de su
recin adquirida lealtad y al mismo tiempo mantener sus conexiones como
informante de Morgan. Sea lo que fuere lo que Coxon hubiese convenido, estaba
claro que estaba prosperando. Estaba lujosamente vestido con una chaqueta de
color azul oscuro que se haba puesto sobre un chaleco largo, obedeciendo a los
dictados de la moda, arremangndose para lucir los puos de una camisa de
encaje con volantes. Adems, haba ganado peso y estaba ms rechoncho que
antes. Tambin haba ms vetas grises en su cabello rojizo, y estaba empezando a
perder pelo. Hector disfrut un instante de satisfaccin al comprobar que Coxon
se haba aplicado una gruesa capa de maquillaje en el rostro y el cuello en un
vano intento de ocultar las llagas y rojeces de la piel. Hector esperaba que el
dao que haba sufrido la tez de Coxon fuera permanente y le debiese algo al
blsamo de los cunas. Coxon le dirigi una mirada maliciosa, henchida de
silencioso triunfo, antes de volverse para enfrentarse con el consejero espaol.
Es usted el capitn John Coxon?
S.
Y tom parte en el asalto a las posesiones de su majestad catlica que se
produjo en las Amricas hace dos aos?
Durante un corto espacio de tiempo. Me haban inducido a creer que
estbamos haciendo una campaa contra los salvajes paganos de la zona que
haban estado molestando a los colonos civilizados. En cuanto me percat de la
verdad retir a mis hombres.
Hector estaba aturdido. Pens involuntariamente en la expresin que
empleaban sus compaeros de barco para describir a un chaquetero. Haba
cantado como un canario . Hector dirigi una mirada furtiva a Brice. El rostro
del abogado no mostraba expresin alguna. Hector tuvo la preocupante sensacin
de que la presencia de Coxon tambin haba cogido por sorpresa a Brice.
Reconoce a esta persona? pregunt el consejero de la Embajada.
El rostro de Coxon denotaba resolucin. Mir a Hector de arriba abajo como
si estuviese identificando un objeto perdido. Hector record la despiadada mirada
reptiliana que haba presenciado cuando Coxon apres LArc-de-Ciel.
Era uno de los peores de toda la expedicin. Muchos compatriotas suy os
perdieron la vida cuando les prometi salvoconducto, sabiendo que los salvajes
los estaban esperando para emboscarlos y asesinarlos.
Dnde sucedi eso?
En Santa Mara, en la regin del Darin.
Brice lo interrumpi.
Seor Adrin, esta lnea de interrogatorio es irrelevante. Hemos venido a
sustanciar una acusacin de piratera en alta mar. El suceso que ha descrito su
testigo se produjo en tierra, dentro de los territorios de Espaa en ultramar, y por
lo tanto est fuera de la jurisdiccin del Tribunal del Almirantazgo. No es
admisible.
El espaol pareca exasperado. Hizo un gesto de impaciencia.
Capitn Coxon, espere fuera, por favor. Tendr que aportar pruebas para
respaldar a mi prximo testigo.
Cuando Coxon abandon la sala, la expresin petulante de su rostro no dejaba
lugar a dudas de que el bucanero disfrutara causndole a Hector el may or dao
posible.
Por favor, llame al segundo testigo dijo el consejero. Estaba mirando
hacia la puerta con un aire de expectacin triunfante.
Maria entr.
Hector se sinti como si de repente el aire de sus pulmones se hubiera
vaciado completamente. Maria llevaba la cabeza descubierta y estaba ataviada
con un sencillo vestido bermejo con cuello de encaje. No llevaba joy as y tena el
mismo aspecto que recordaba, tal vez un tanto ms madura, pero igualmente
serena. Hector record el momento en que la haba visto en la barquita de pesca
la maana en que haban desembarcado en Paita. Entonces le haba parecido tan
independiente, segura de s misma y hermosa como ahora.
Es usted Maria da Silva, dama de compaa de dona Juana, esposa del
alcalde de Paita? pregunt el consejero.
As es. La respuesta de Maria fue firme y clara.
Se encontraba a bordo de la Santo Rosario cuando los piratas atacaron el
buque y presenci el asesinato de su capitn, Juan Lpez?
No presenci su muerte, pero vi su cuerpo ms adelante.
Y pas las tres semanas siguientes a bordo de la Santo Rosario en compaa
de su seora, mientras el buque se hallaba en manos de los piratas.
As es, en efecto.
Hector no poda apartar la mirada de Maria. La sorpresa inicial que haba
sentido al verla haba dado paso al impulso de atraer su atencin, de restablecer
el contacto con ella y de no permitir que ste se perdiera, del modo que fuese.
Pero ella no se volvi a mirarlo. Sus ojos parecan clavados en los papeles que
descansaban en el pulido escritorio del consejero.
Su interrogador prosigui.
Durante ese tiempo o en cualquier otro momento, se comport este
hombre de forma violenta con usted o le sustrajo sus posesiones?
Slo entonces Maria volvi la cabeza para mirarlo directamente y sus ojos se
encontraron. Hector no pudo leer nada en su expresin. Para su consternacin,
percibi indiferencia e impasibilidad, como si fuera un desconocido.
No.
Que usted sepa, fue responsable de la muerte del capitn Lpez?
Como y a le he dicho, no vi morir al capitn Lpez. No s nada de ese
asunto.
El consejero estaba perdiendo la paciencia. Hector detect que deseaba
poner trmino a la cuestin.
Maria da Silva, este hombre formaba parte de la tripulacin de piratas?
Maria mir de nuevo a Hector. Hubo una pausa de unos instantes y despus
murmur:
Puede que se hallara a bordo de la otra nave, pero nunca puso un pie en la
Santo Rosario.
Hector se dijo que haba odo mal.
El consejero pareca completamente desconcertado.
Est diciendo que no estuvo a bordo de la Santo Rosario?
S.
El consejero cogi la declaracin escrita y se la alarg a Maria para que sta
la inspeccionase.
Reconoce su firma al pie de este documento?
Por supuesto. Es mi firma.
Y acaso no se redact esta declaracin en presencia de este joven y del
alcalde de Paita?
Se redact en el despacho del alcalde. Pero y o nunca haba visto a este
joven.
El consejero aspir una bocanada entrecortada que expresaba absoluta
incredulidad.
Maria da Silva, ste es un asunto serio. La han trado desde Per para que
testifique de la piratera de la Santo Rosario y el asesinato del capitn Lpez. Pero
usted afirma que no conoce a uno de los miembros de la cuadrilla de canallas
implicados.
Le repito que no conozco a este hombre. Ha habido un error.
El consejero arroj la hoja a la mesa enfurecido. Maria baj la vista al suelo
y entrelaz las manos frente a ella en un gesto que Hector reconoci. Era un
sntoma de que Maria era testaruda e inquebrantable.
Brice intervino con suavidad.
Seor Adrin, tal vez dispone de otros testigos?
El consejero espaol tena dificultades para disimular su enojo.
En este momento no espet.
En ese caso, deberamos pedirle a la joven que se retire.
Hector observ a Maria mientras esta abandonaba la sala, sumido en la
confusin. Deseaba desesperadamente creer que Maria haba negado conocerlo
para protegerlo, pero ella lo haba repudiado de un modo absoluto. Al parecer, no
le haba costado suprimir todos sus recuerdos de l. Su negativa haba sido
definitiva y creble, y sinti como si un vasto espacio helado se hubiese abierto
entre ellos. Ya no la comprenda.
Eso es todo, seor Ly nch estaba diciendo Brice. Puede abandonar la
sala.
Bradley lo estaba esperando fuera, sentado en un banco del pasillo. Se
incorpor con una expresin de alarma en el rostro cuando Hector surgi de la
biblioteca y lo asi por el brazo.
Se encuentra bien? pregunt desasosegado. Parece plido. El seor
Brice desea reunirse con nosotros despus de la entrevista para discutir el
resultado de la misma. Su bufete no est lejos, en Lincolns Inn. Debemos
dirigirnos all despacio y esperar hasta que hay a concluido su trabajo aqu.
Tuvieron que esperar durante casi una hora. Las oficinas de Brice eran lo que
Hector esperaba de l: dos pequeas habitaciones discretamente ocultas en una
bocacalle. El empleado de Brice, una figura taciturna con la constitucin huesuda
y la tos frecuente de un tuberculoso, les ofreci una bandejita con dos vasos y
una botella de vino de las Canarias antes de dejarlos a solas. Cuando Hector
apur el segundo vaso, empezaba a sentirse menos aturdido por el encuentro con
Maria. Serenndose, releg la reciente imagen de la muchacha al fondo de su
mente y procur concentrarse en sus dificultades ms inmediatas: la probabilidad
de que lo juzgara el Tribunal del Almirantazgo, presidido por el suegro
potencialmente hostil de Susana, y la afirmacin perjura de Coxon de que haba
estado implicado en los planes de la aventura en el mar del Sur. El futuro se le
antojaba muy sombro.
Para su sorpresa, cuando lleg Brice pareca tan complacido como le
permita su acostumbrada reticencia.
El embajador espaol va a retirar la queja contra ti, Hector anunci.
He discutido el asunto con su consejero, el seor Adrin, y hemos convenido que
en ausencia de su testigo estrella, esa atractiva joven, hay pocas posibilidades de
que el caso prospere.
Hector precis un momento para digerir la inesperada noticia.
El consejero parece haber desistido con mucha facilidad.
Todo se debe a las notas de navegacin desaparecidas. Le suger al seor
Adrin que si alguien las tena en sus manos era tu capitn, Bartholomew Sharpe.
Sin duda, ahora la Embajada concentrar sus investigaciones en esa direccin.
Qu hay de la acusacin del capitn Coxon de que facilit mapas y cartas
para una empresa ilegal? Todava tendr que responder por eso?
Brice se permiti el atisbo de una sonrisa.
Voy a recomendarle al Tribunal que retire la acusacin del capitn Coxon
por falta de pruebas. Si sigue haciendo semejantes alegaciones basndose en el
mapa que nos entreg le preguntar cmo lleg a sus manos. Usar la misma
amenaza si descubro que vuelve a ofrecerle sus servicios al seor Ronquillo.
Meti la mano en el bolsillo y sac una carta.
Me entregaron esto cuando sala de Wild House despus de la charla con el
consejero Adrin. A juzgar por su mirada cautelosa, Hector supuso que Brice
haba ledo el contenido. Cogi la pgina y, desdoblndola, ley :
Queridsimo Hector,
Negarte ha sido lo ms difcil que he tenido que hacer en mi vida. Hasta que entr en la
sala no comprend por qu me haban trado a Londres y cules podan ser las consecuencias.
Espero que comprendas mi reaccin. Cuando recibas esta nota espero hallarme de regreso a
Per. All volver a unirme a dona Juana, cuyo esposo ha sido ascendido a la Audiencia.
Disfrut cada hora que pasamos juntos. Siempre estars en mis pensamientos.
Maria