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Michel
Foucault
y las
prisiones
Franois Boullant
M ic h e l F o u c a u lt
Y LAS PRISIONES
C o le c c i n C la v e s
Dirigida por Hugo Vezzetti
Franois Boullant
M ich el F oucault
Y
LAS PRISIONES
1 Las referencias del texto rem iten a e sta edicin (reed. Gallimard,
Quarto, 2 vol., 2001).
2 Michel Foucault, Su rv eille r et p u n ir, Gallimard, Bibliothque des
Histoires, 1975. La reedicin en la coleccin Tel (1993) altera la pagina
cin.
6
LA PRISIN* IMPENSABLE
9
y, sin duda, pronto in te g rar establecimientos p a ra menores.
El escndalo consustancial a la existencia de la crcel bien
puede estallar, por ejemplo, m ediante las m anifestaciones
m editicas de un mdico jefe,10 y entonces el gobierno puede
decidir un a inspeccin, volviendo a m anipular as los sem pi
ternos remedios heredados de la tradicin p a ra tran q u ilizar
al dem crata que sospecha; a travs de sus lentos y a veces
reales cambios, la crcel acom paa de modo siniestro los ritos
inm utables de sus cambios inmviles. El crecimiento de la
cotidiana necesidad de seguridad, poderoso leitmotiv de estos
ltim os aos, extraam ente compatible con la denuncia
polticam ente correcta de las infrahum anas condiciones car
celarias, constituye el improbable sistem a de u n a indiferen
cia in n a ta frente a la crcel. El verdadero debate acerca de los
medios de castigo nunca ocurre, y resu lta encubierto antes
que develado por ese discurso emocional sobre la seguridad
de los ciudadanos. El cuestionam iento del encierro, ta n
presente en los aos 70 y 80 del siglo pasado, ha sobrevivido.
De l quedan slo algunas m edidas em pleadas an con
dem asiada timidez. Ya nadie piensa seriam ente en c e rra rla s
crceles e incluso cualquier enfoque radical parece quedar
excluido. No obstante, dos cosas perm anecen irreductibles
entre s: la comprobacin de la imposibilidad de otros recur
sos y la negacin a interrogarse acerca del valor de la pena en
n u e stra s sociedades contem porneas. Por su p arte, Foucault
se h a visto acusado por algunos sombros plumferos, em bria
gados con su victoria postum a, de haber confundido las
pistas, atizado las crispaciones e imposibilitado cualquier
solucin de los problem as, cuando no de haberlos desconocido
radicalm ente. V ariante penitenciaria de una vulgata anti
foucaultiana que, desde B audrillard h a s ta G auchet y Ferry-
R enaut, repite obstinadam ente: Foucault... u n intil y un
irresoluto.... Sin embargo, su pensam iento se destaca, en
grandecido, m ientras los poderes continan im pasibles, si
lenciosos, frente a sus oscuras necesidades, m uy poco dis
puestos a cuestionarlas. No hay ninguna duda de que el
pensam iento de Foucault debe ser discutido, cuestionado,
incluso radicalm ente. Pero su gran m rito h a consistido en
levantar el velo, en h aber hecho escuchar el espantoso silen
cio penitenciario. Radica en haber dado voz, finalm ente, a la
prisin, eso sobre lo que no se piensa.
10 Vronique Vasseur, Mdecin c h e f l a p r is o n de la San t, Le Cherche-
Midi, 2000.
10
UNA GENEALOGA DE LA MORAL1
13
C uatro de estas investigaciones aparecern sucesivam en
te.11 En aquel perodo de in ten sa actividad, el GIP m ultiplica
las conferencias de prensa, las m anifestaciones y la distribu
cin de volantes frente a las crceles. Foucault, fsicam ente
presente, ser interpelado e incluso molestado por la polica.
La accin del GIP logra un xito creciente que la prensa
reproduce y acenta, lo que significa tan to u n sntom a como
la propia crisis, segn seala Foucault.12 Las crceles arden:
tre in ta y cinco am otinam ientos estallan en 1971 (Nancy,
Toulouse...). El espritu del GIP se dispersa con la m ultipli
cacin de grupos fundados en los mismos principios y los
m ismos m todos.13 En 1972, tra s haber cumplido su misin,
el GIP se auto disuelve, cediendo el lugar al Comit de accin
de los encarcelados, conforme a lo que siem pre se haba
afirmado. Creo que el GIP fue un a em presa de problem ati-
zacin, un esfuerzo tendiente a convertir en problem ticas
y dudosas las evidencias, las prcticas, las reglas, las in stitu
ciones y las costum bres que se haban sedim entado du ran te
dcadas y dcadas. Esto a propsito de la propia crcel, pero,
a travs de ella, tam bin de la justicia penal, de la ley y, m s
en general, a propsito del castigo.14
La investigacin-intolerancia es tam bin el instrum ento
privilegiado de otra distribucin de la palabra, que es preciso
otorgar a quienes h an sido institucional e histricam ente
privados de ella. Sin embargo, desde sus orgenes, la crcel
nunca h a carecido de portavoces. Incluso se da al respecto
u n a especie de institucin penitenciaria: existen hom bres
que, a travs de u n a ta re a determ inada (capellanes, visitado
res, jefes de las comisiones de inspeccin, docentes..), dan
testim onio de la vida carcelaria. Discursos h u m an istas, s a tu
rados de buenas intenciones, que denunciaban con m ira
m ientos y slo soaban con promover un castigo menos
inhum ano. E n el otro polo estaban los relatos de los grandes
14
crim inales.15 Dos puntos divergentes p a u ta n la accin del
GIP. E n prim er trm ino, la palabra de los encarcelados ya no
pasa a travs de un portavoz, por m s bien intencionado que
sea. Sin duda que el GIP se constituye en torno a intelectuales
p articularm ente alertados e informados, pero ellos procuran
borrarse en tan to tales: solam ente ayudan a d a r forma a la
palabra y a la accin. Los testimonios de los detenidos -in siste
F o u cau lt- nunca son deformados, interpretados, ni siquiera
reescritos: en todo momento prevalece el respeto escrupuloso
a esa palab ra autntica y escasa. En ese sentido, el propio
Foucault re tra s a r la aparicin de SP, p a ra no acreditar la
idea de que h a b ra podido aprovechar las informaciones de
las que dispona. En segundo lugar, el propio grupo es
ru p tu rista , al promover no u n a pa la b ra singular, sino la
palabra plural, annim a y organizada de los encarcelados.16
U na reivindicacin individual no es m s que u n a relacin
privada. Ahora bien, es sim ultneam ente el carcter colecti
vo de esas m ism as reivindicaciones, y no su objeto, as como
el hecho de que interp elan al poder en el m s alto de los
niveles, lo que constituye su carcter poltico. Y esa palab ra
es indisociablem ente lucha y testim onio, puesto que en ese
lugar singular, testim oniar es ya luchar. H ab lar p a ra rom per
el silencio institucional es el prim er acto poltico. La prctica
del GIP es, entonces, poltica en un doble sentido: en cuanto
a su contenido pero tam bin - y quiz sobre todoen cuanto a
su mtodo: Hacer aparecer las relaciones de poder es in te n
ta r, en mi espritu, en todo caso, volver a ponerlas de alguna
m anera en m anos de quienes las ejercen.17 Lo que surge
16 Cf. Ph. Artires, Le livre des vies coupables, Albin Michel, 2000.
16 Cuando Foucault redacte el prefacio de los libros de detenidos (S.
Livrozet, R. Knobelspiess), nunca rescatar el testim onio individual (DE,
II, nQ116, pgs. 275 y 335). E s el escritor de la crcel lo que le interesa, no
el escritor futuro en el que podra convertirse. U n individuo singular
solam ente es portador, en un m om ento dado, de un problema: No me
intereso en el detenido como persona. Me intereso en las tcticas y
estrategias de poder que subyacen en esa institucin paradjica (...) que es
la crcel. (DE, III, n 175, pg. 87). La crcel sigue siendo ante todo esa
m quina annim a que tritura las existen cias individuales. N in g n pathos,
ningn sentim entalism o ambiguos e intiles: el an tih u m an ism o pragm
tico de F oucault consistir en eso. Su propsito e s solam en te poltico. De
ah su actitud entre irritada y divertida an te el libro de J. Mesrine: un
re w ritin g de superm ercado. Se entien de mejor el desplazam iento opera
do por el GIP, cuyo trabajo traduce la "renuncia a la personalizacin (DE,
II, r-' 105, pg. 304).
17 DE, II, n9 161, pg. 799.
15
entonces es que los prisioneros disponen de u n autntico
saber sobre la institucin.18 Si bien puede advertirse una
cierta complacencia en la publicacin de las m m orias de los
crim inales, gnero prolfico a p a rtir de Lacenaire, Foucault
dem uestra que u n a verdadera censura m ata en el huevo
cualquier veleidad de teorizar un a reflexin sobre el crimen
y el castigo.19Y es precisam ente ese captulo censurado de la
h istoria el que se tra ta de hacer em erger en u n a autntica
filosofa del pueblo. Ante todo, la crcel experim enta un
doble desconocimiento, terico y prctico: Poca informacin
se publica sobre las crceles; es u n a de las regiones ocultas de
nuestro sistem a social, u n a de las cajas negras de n u e stra
vida.20 S P se inscribe en la lucha contra esa ceguera. La
ignorancia acerca de las condiciones concretas de detencin,
en cuanto a la vida de los detenidos y la ignorancia cultural
acerca de la gnesis de la institucin son as dos aspectos de
u n mismo rechazo. El proyecto de libre circulacin de la
informacin sobre las crceles confiesa de este modo su valor
poltico, dado que el silencio duplica, m ediante el encierro de
las alm as, el encierro de los cuerpos. Hay que h a b la r p a ra
denunciar esa zona de no derecho qe es la crcel. El GIP
atacar, pues, todos los aspectos del pder carcelario, los
pequeos y los grandes. E n la crcel no hay causas pequeas:
el abuso de poder, lo a rbitrario se deslizan tanto en lo esencial
como en lo insignificante. L uchar por la desaparicin del
registro de antecedentes o por u n adicional en la comida, en
las duchas, en la calefaccin parecen cuestiones igualm ente
vitales. R esulta imposible construir u n a je ra rq u a con las
situaciones de gravedad. Foucault confiesa haberse sorpren
dido ante el carcter em inentem ente fsico de las reivindica
ciones de los detenidos amotinados. S P sabr recordarlo: La
pena tiene dificultad p a ra disociarse de un adicional de dolor
fsico (pg. 21).
Pero en torno al GIP se juega mucho m s que la simple
ocasin p a ra una tom a de conciencia. All se redefine el rol del
intelectual y de m an era doble: como contribucin a luchas
decisivas y como proceso de reapropiacin intelectual, por
18 DE, II, n 106, pg. 310. Foucault desarrollar y teorizar ese saber
paralelo, ese saber excluido del saber, que tanto le preocupa, en u n curso
de 1976, al hablar entonces de ese saber de la gen te como otra forma del
saber sometido, que l opone al saber erudito (D E , III, n- 193, pg. 164).
19 DE, II, n5 116 , pgs. 398-399.
20 DE, II, n5 86, pg. 175.
16
p a rte de los interesados, de su propia lucha. Se delinean aqu
los contornos de una nueva poltica, as como u n a muy
diferente concepcin del derecho. Aun encarcelado, el deteni
do sigue siendo sujeto de derechos im prescriptibles. Contra
u n a concepcin pasiva que h a ra solam ente del sujeto de
derecho un simple depositario, Foucault valoriza u n a concep
cin dinm ica en la que cada justiciable es el heraldo de sus
propios derechos. Ocho aos despus del episodio del GIP,
reconoce claram ente su deuda y el impacto en SP: No
comenc a escribir este libro sino tra s h ab er participado,
d u ran te algunos aos, en grupos de trabajo, de reflexin
sobre y de lucha contra las instituciones penales. Trabajo
complejo, difcil, realizado ju n to con los detenidos, con sus
fam ilias, con el personal de vigilancia, con los m agistrados,
etc..21 E n el momento en que Foucault se lanza a aquella
aventura, confiesa reaccionar contra un intelectualism o que
le re su lta insoportable. La valorizacin de las luchas, la
m ilitancia in ten sa coinciden, en aquel comienzo de la dcada
de 1970, con u n desapego, a veces virulento, por la filosofa.
Da la im presin de que Foucault hu b iera experim entado
cierta tristeza ante la desaparicin del GIP, y entonces las
investigaciones tericas vuelven a cobrar aliento.22 1973 ser
un ao denso: curso sobre la Sociedad que castiga en el
Collge de France, ciclo de conferencias en Ro, publicacin
del inform e P ierre Rivire, finalm ente, prim er esbozo de
SP .23 Pero la leccin de las crceles continuar irrigando y
dando form a al plano terico. El papel de los protagonistas de
la institucin con la que se h ab a encontrado, y su reflexin
sobre su propio rol y el de sus allegados, indiscutiblem ente lo
ayudaron a teorizar acerca del papel de lo que denom inar,
en 1976, el intelectual especfico, diferencindolo del in te
lectual universal.24
17
E l d e s v n d e l s i s t e m a p e n a l
18
p a rtir de su desvn.29 Las ltim as palabras de S P evocan el
fragor de la batalla, como si Foucault hubiera querido fijar
la idea de que el libro no poda leerse independientem ente de
su ardiente contexto contemporneo.30 De este modo, la obra
queda como en suspenso. Discreto desdibujam iento del a u
tor. El libro no es m s que el teln de fondo p a ra otros
estudios, p a ra otras luchas. De ese modo el pasado paga su
deuda con el presente: Que los castigos en general y la pri
sin surgen de una tecnologa poltica del cuerpo, eso tal vez
me lo haya enseado no tanto la h istoria sino el presente. E n
el transcurso de estos ltimos aos, hubo m otines carcelarios
en todas partes del mundo. Sus objetivos, sus consignas, su
desarrollo tenan seguram ente algo de paradjico. Se tratab a de
rebeliones contra toda una miseria fsica que d ata de m s de un
siglo: contra el fro, contra la sofocacin y el amontonamiento,
contra m uros vetustos, contra el ham bre, contra los golpes.
Pero eran tam bin m otines contra las crceles modelo, contra
los tranquilizantes, contra el aislam iento, contra el servicio
mdico o educativo (pg. 35). ^ a l es el tem a de esa historia
del presente que Foucault colocar, m s tarde, bajo la gida
del K an t de Qu es el Ilum inismo?, en el centro de u n a
ontologa del p resente.31 Se tra ta , entonces, de com prender
ese pasado que nos ha producido, a la luz de las luchas y de
las resistencias que se m anifiestan hoy...
D el g ra n e n c ie r r o a l gran e n c a r c e l a m ie n t o
20
su interior. Ese espacio no es todava el espacio teraputico
del hospital psiquitrico, que sin embargo se perfila. Espacio
de exclusin, de retencin, pero que en prim era instancia no
es p a ra castigar: En aquella poca se encerraba sin discrimi
nacin alguna a los viejos, a los discapacitados, a la gente que
no poda o no quera trabajar, a los homosexuales, a los
enfermos m entales, a los padres dilapidadores, a los hijos
prdigos: se los encerraba a todos juntos en el mismo lugar.36
La ulterior evolucin distinguir esas poblaciones, rigiendo
la divisin que en el siglo xix se producir entre el hospital
psiquitrico y la crcel: ciertas franjas de esa poblacin que
se p udran en el asilo d urante el siglo xvn, dos siglos m s
ta rd e se e n c o n tra r n tra s las rejas de las crceles. E n to n
ces, a veces el h o sp ita l psiquitrico y la crcel confundirn
su s fro n te ra s, delim itando u n a zona, forzosam ente borro
sa, de intercam bios recprocos. C rim en y locura: ese ser el
lazo, tam b in el desafo, p a ra dos institu cio n es entonces
bien p la n ta d a s en su rol: el h o sp ita l cuida y la crcel
castiga. E n tre am bas, el in te rru p to r en torno al que se
o rganiza todo es ese artculo 64 del Cdigo de 1810 que
in te n ta aclarar lo no aclarable: el loco no es responsable y no
podra rehabilitarse a p a rtir del sistem a penal; el crim inal es
consciente de sus actos y, por tanto, no podra ser loco. No
existe ni crim en ni delito si el infractor se encuentra en estado
de dem encia al momento de los hechos: o se es loco o se es
criminal. Sin embargo, la historia de la prctica judicial
decidir de otra m anera, pues los jueces h an menospreciado
el sentido de ese artculo, adm itiendo slo progresivam ente
una mezcla de dosis sutiles, pero determ inantes, de crim en y
locura. Existe all un cambio decisivo que d a r lugar a la
experticia psiquitrica y a toda una problem tica de las
circunstancias atenuantes. Lo que se perfila entonces es lo
sagrado del psiquiatra en la institucin judicial. Sobria y
brevem ente, S P se h a r eco de ese problem a que Foucault
h ab a desarrollado largam ente en su curso sobre los anorm a
les.37 Queram os estudiar la historia de las relaciones entre
21
p siq u iatra y justicia penal son las prim eras palabras con las
que en 1973 Foucault comienza la introduccin a la m em oria
red actad a por P ierre Rivire, autor, en junio de 1835, del
triple asesinato de su m adre, su h erm an a y su herm ano, en
u n pequeo pueblo normando.
Sin embargo, el problema de la locura se halla planteado
de otra m an e ra en el plano institucional. E l asilo, la crcel,
son los lugares cerrados, de encierro, que as encuentran
legitim idad p a ra ser comparados. Acaso no fue el propio
F oucault quien indic el camino al h a b la r del gran encarce
lam iento p a ra designar a la crcel, expresin forjada en
explcita im itacin del G ran Encierro del asilo?38 A p esar de
los paralelism os, surge no obstante u n a diferencia funda
m ental. E n cinco pginas soberbias, al comienzo del captulo
III de la tercera p arte, Foucault recuerda los procedimientos
destinados a luchar contra la propagacin de epidem ias de
peste y describe m inuciosam ente ese cuadriculado afinado
del espacio, su vigilancia organizada e individualizadora:
espacio recortado, inmvil, fijo. Cada cual est en su lugar.
Si se mueve, en ello le va la vida, por contagio o por castigo.
A ese ritu a l meticuloso se opone el muy diferente de la lucha
contra la lepra. Desde el momento en que se lo identifica, el
leproso es expulsado del espacio comn y se le exilia en un
lugar oscuro lejos de la ciudad. Se tr a ta de flagelos que se
e n cuentran en el origen de dos esquem as radicalm ente dis
tintos: el religioso, de la expulsin, que se orienta a purificar
la ciudad, y el m ilitar, del cuadriculado, que se orienta a
controlarlo. El prim ero dar nacim iento al asilo; el segundo,
a la crcel. Exclusin e inclusin. Sin embargo, la sim etra no
se sostendra por mucho tiempo. Ambos procedimientos
m anifiestan edades distintas y uno de ellos se encuen tra en
camino de eclipsar al otro. De hecho los dos esquem as coha
b ita n y se acercan, y las instituciones disciplinarias del siglo
xix com binarn las dos lgicas, individualizando p a ra m arcar
las exclusiones: De donde la necesidad de crear espacios de
exclusin, pero que ya no tienen la form a del destierro y del
exilio, que son al mismo tiempo espacios de inclusin: desen
tenderse, encerrando.39 En ningn caso puede justificarse
u n acercamiento en consideraciones intrnsecas, sino que
siem pre se apoya en consideraciones extrnsecas, subrayan
22
do la solidaridad de esas instituciones disciplinarias. De
m an era m uy general se puede decir, sin duda, que la funcin
de encierro caracteriza a la m odernidad occidental, con lo que
a veces Foucault est de acuerdo. El encierro de las socieda
des capitalistas se m uestra, sin embargo, como u n a extraa
paradoja. Np resu lta contradictorio con el hecho de vender
la propia fuerza de trabajo? Sea como fuere, la reclusin
m oderna se impone en el siglo xix. De todas m aneras, su b ra
y ar las conexiones objetivas entre asilo y crcel significa
hacerlo a expensas del especfico pedestal de cada u n a de
ellas. Entonces Foucault parece escindido entre su preocupa
cin por la exactitud en tan to epistemlogo e historiador, y su
preocupacin poltica y m ilitante por la denuncia crtica.
Enfatiza, pues, que la solidaridad institucional que exhum a
el investigador se encuentra de alguna m an era corroborada
por los movimientos de lucha contra esas m ism as institucio
nes que los tra ta n , de hecho, como solidarios. Existe otro nivel
en el que dichas instituciones podran compararse: el de la
fbrica-convento, que existi realm ente, donde se fusionaban
los rasgos de todas las dem s instituciones disciplinarias.
Foucault se divertir leyendo su reglam ento en form a de
adivinanza, omitiendo adrede identificarla.40 Surge as la
indiferenciacin esencial de esas instituciones disciplinarias
prcticam ente contem porneas, de donde deriva su carcter
a veces intercam biable. La solidaridad que las caracteriza es
la de los asylum s norteam ericanos.41 E n u n prim er sentido,
comprender la crcel consistir, pues, en acercarla a otras
instituciones frente a las que, adem s, se siente histrica
m ente solidaria. Surgen filiaciones que se h a n ocultado, pero
objetivas, que el proyecto genealgico devela, y S P m o strar
e stas solidaridades entre el asilo, el hospital, el cuartel, la
fbrica o la escuela, poniendo de relieve la especificidad
diferencial de la crcel. Aqu el razonam iento se halla tironea
do entre la insistencia aplicada a la solidaridad de las insti
tuciones disciplinarias, lo que p lan te a el riesgo de negar
parcialm ente la especificidad carcelaria, y la dedicada a la
gnesis especfica de la institucin carcelaria que, de por s,
conlleva la consecuencia de b o rrar la solidaridad entre las
disciplinas.
La ulterior evolucin de Foucault no h a r m s que confir
m ar la distancia que h a tomado. Al respecto, sern m uy
40 D E , II, n'J 139, pgs. 609-610 y n 127, pg. 439.
41 E. Goffman, A sy lu m s, N u ev a York, 1961, Pars, d. de M inuit, 1968.
23
significativos los juicios vertidos sobre E. Goffman. En mayo
de 1973 renda hom enaje a quien haba subrayado la solida
ridad de las instituciones de encierro. Sin embargo, el mismo
ao retrocede: Creo que en el fondo la e stru c tu ra de poder
propia de esas instituciones es exactam ente la misma. Y por
cierto qne no se puede decir que all haya analoga, identidad.
Es la m ism a clase de poder, es el mismo poder el que se ejerce.
R esulta claro que ese poder, que obedece a la m ism a e s tra te
gia, no persigue finalm ente el mismo objetivo. No sirve a las
m ism as finalidades econmicas cuando se tra ta de fabricar
escolares que cuando se tr a ta de hacer a un delincuente, es
decir, de constituir ese personaje definitivam ente inadm isi
ble que es el tipo que sale de la crcel.'12 En 1979, la ru p tu ra
se h a consumado definitivamente: No procuro hacer lo
mismo que Goffman. El se in teresa en el funcionamiento de
una cierta clase de institucin: la institucin total - e l asilo, la
escuela, la crcel-. Por mi p arte, trato de m o strar y analizar
la relacin que existe entre un conjunto de tcnicas de poder
y las formas: form as polticas como el E stado y formas
sociales. [...] Mi trabajo no tiene por objetivo una historia de
las instituciones o de las ideas, sino la historia de la raciona
lidad tal como opera en las instituciones y en la conducta de
la gente.'*3 Si establecer la genealoga de una institucin
a p u n ta a hacer surgir sus fuentes, tam bin ap u n ta a distin
guir su irreductible especificidad diferencial. El im portante
ciclo de conferencias pronunciadas en Ro en 1973 precisa la
cuestin.44 La estatizacin y el procedimiento de individuali
zacin son los nicos factores que crean el vnculo objetivo
entre esas diferentes instituciones en el siglo xix. A la reclu
sin de exclusin del siglo xvm, consiguiente a las lettres de
cachet,46 le sigue, en los siglos x j x y x x , u n a reclusin de
inclusin, que Foucault denom ina secuestro. Ya no se tra ta
de excluir a los individuos, sino de fijarlos en instituciones de
sometimiento. De ah el privilegio casi metonmico de la
crcel, ya que todas esas instituciones ten an entonces, en el
fondo, algo de carcelario: As, la crcel se vuelve inocente de
ser crcel por el hecho de parecerse a todas las dems, y
42 DE, II, nQ127, pgs. 439-440.
DE, III, n,J 272, pgs. 802-803.
4,< D E, II, n9 139 (texto citado).
<5 Carta cerrada, con el sello real, que impona el encarcelam iento o el
destierro de una persona. La creciente facilidad con que personas o grupos
podan obtener estos instrum entos constituy un escndalo al que la
Revolucin puso fin.
24
re s u lta n inocentes todas las dem s instituciones de ser cr
celes, puesto que estas ltim as se presen tan como vlidas
nicam ente p a ra aquellos que h a n cometido alguna falta.'16
Si bien la locura pudo haber estado en el origen de todas estas
exploraciones, tam bin es cierto que toda la problem tica
foucaultiana se concentra entonces en torno del problema
carcelario. Incluso ejercer u n a accin retrospectiva sobre el
anlisis de la locura, ya que sta haba sido abordada no tanto
a tra v s del tem a, casi literario, de la experiencia de la
locura que atorm entaba la HF, y no m ediante el m s poltico
del poder psiquitrico. E n ese sentido, las investigaciones de
S P son estrictam ente contem porneas con la relectura crti
ca que Foucault hace de la HF.A1 La crcel se presen ta desde
entonces, mucho m s all de su funcin propia, como un
precioso in strum ento p a ra el anlisis del poder.
Se advierte mejor en qu resu lta por lo menos ambiguo
hacer de Foucault un pensador del encierro. Deleuze califica
r, perentoria y justam en te, como contrasentido a sem ejante
perspectiva.48 El encierro es ta n solo u n a m odalidad determ i
n a n te y sintom tica del poder. A presurada y exteriorm ente
edificada solam ente en el vnculo entre locura y prisin, la
tem tica de un pensam iento foucaultiano sobre el encierro
revelara entonces sus lmites. Pero Foucault ya no es el
pensador de la exclusin: Los discursos apresuradam ente
izquierdistas, lricam ente antipsiquitricos o m eticulosa
m ente histricos no son' m s que m aneras im perfectas de
abordar esa b rasa incandescente. [...] Es ilusorio creer que la
locura -o la delincuencia o el crim en - nos habla a p a rtir de
u n a exterioridad absoluta. [...] El m argen es un mito. La
palab ra de afuera es un sueo que siem pre contina prorro
gndose.49 Encierro, exclusin: nociones epistemolgica e
histricam ente sospechosas, pero transversales y cmodas
p a ra fundar sobre u n a nebulosa ten ta c u la r las obsesiones de
u n a poca. Incluso en Foucault se encontrar m s de una
frm ula que reivindica positivam ente esos trm inos, que de
todos modos obstaculizaron la comprensin de un enfoque
complejo y minucioso. Indiscutiblem ente, se produce all el
nacim iento de un m alentendido del que se apoderarn ciertos
46 D E, II, nB 139, pg. 621.
47 Cf. F. Gros, F oucault et la fo lie , P U F , P hilosoph ies, 1997, pgs. 82-
85.
43 G. Deleuze, Foucault, d. de M inuit, 1986, pg. 49 [F o u c a u lt, Mxico,
Paids, 1987].
49 DE, III, nu 173, pg. 77.
25
detractores. Por qu, entonces, esa impresin perturbadora
a la que el propio Foucault le haba ofrecido su flanco? Las
razones son de dos rdenes, interno y externo. Ante todo,
Foucault nunca dej de poner en orden sus instrum entos
conceptuales, al afinarlos, al reacondicionarlos, incluso al
renegar de ellos. U n anlisis ligado a la contextualdiad de
u n a poca no podra, pues, ten e r valor intem poral y univer
sal. Tampoco dej de perm anecer atento al contorno de la
obra. Ahora bien, por encima, existe siem pre u n a experiencia
singular que la prem edita. Locura, prisin, sexualidad son
objetos de experiencias antes de ser objetos especulativos.
Por todas partes, lo real in terpela y dinam iza la investiga
cin. Pero, por debajo, Foucault siem pre mostr su inters
por las consecuencias especulativas y m ilitantes de sus t r a
bajos.50 E n pleno perodo de am otinam ientos carcelarios,
du ran te los aos 1979, confesaba su orgullo al en terarse de
que S P h aba llegado a ten e r un lugar en los m otines carce
larios.61 El propio libro es un instrum ento, u n a caja de
h e rra m ie n ta s que aguarda a quien quiera em plearlas: Me
gu stara que el pequeo volumen que quiero escribir sobre los
sistem as disciplinarios pudiera servirle a u n educador, a un
guardia, a u n m agistrado, a un objetor de conciencia. No
escribo p a ra u n pblico; escribo p a ra quienes em plean lo que
escribo, no p a ra lectores.52 E n consecuencia, la obra es
indefinidam ente abierta, lo que im plica u n uso libre de sus
anlisis y, al mismo tiempo, el riesgo de deriva y el surgim ien
to de contrasentidos. De todos modos, visiblem ente irritado,
Foucault precisa y rectifica aqu y all. N unca rem itir a un
individuo determ inado (delincuente, loco, m arginal...) a la
unidad problem tica de u n objeto-encierro, sino m s bien a
u n a unidad de procedimientos de enfoque, a la vez cognitivos
y pragm ticos (captacin de cuerpos y retencin de los sabe
res), de los que podra surgir una identidad. Slo el poder
conseguira entonces la unidad de un pensam iento sobre el
encierro: m s all, lo determ inante son las diferencias.
26
H is t o r ia o g e n e a l o g a ?
27
G enealoga quiere decir que encam ino el an lisis a p a rtir
de u n a cuestin p re s e n te .55
Sin embargo, por cierto es la historia la que alim enta,
informa y da credibilidad al proyecto genealgico y, en ese
sentido, Foucault a veces calificar a SP como libro de
historia. Pero tam bin se puede considerar que es el proyecto
genealgico el que preserva al trabajo foucaultiano de un
historicismo radical y miope. As concebido, el anlisis hist
rico es un medio p a ra evitar la sacralizacin terica: perm ite
borrar el um bral de intangibilidad cientfica.56 Foucault
nunca antepone la cientificidad de la historia, sino que, por el
contrario, apela a su necesaria y saludable contribucin al
relativism o de las ideas y de las instituciones. Se t r a t a no de
considerar que los hechos estn dados objetivam ente, sino
m s bien de hacer la historia de la objetivacin de esos
elem entos.57 C ontribuir a volver no evidentes n u e stra s ms
cotidianas evidencias, tal ser el papel del genealogista ms que
el del historiador profesional, enredado en su preocupacin por
la objetividad. Foucault denom ina acontecim ientalizacin
a este necesario trabajo de distanciam iento de las evidencias.
E n 1980, en el debate que lo opondr a ciertos historiadores
a propsito de SP, Foucault explica en qu su rumbo difiere
del de ellos. Al cargo de incom pletitud, replica que no se tra ta
de estudiar un perodo, sino de tr a ta r un problema: el naci
m iento de la prisin. Ahora bien, si el estudio de un perodo
impone resp e tar u n a cronologa y tiende a ser exhaustivo, el
estudio de un problema no tiene esa exigencia. Al precisar
e sta reflexin, Foucault reconoce tra b a ja r en lo que denomi
n a ficcin histrica.58HF, S P o H S son ficciones, histricas
en la m edida en que, sin proponerse re stitu ir servilm ente la
integridad de lo real, el trabajo realizado interfiere con lo
real, tra sla d a su eco e incluso lo despliega m ediante efectos
de contragolpe. Lo real histrico no resulta, entonces, ni
reinventado librem ente ni restituido con fidelidad: la ficcin
histrica es, m uy precisam ente el dispositivo requerido para
el tratam iento del problem a planteado. Abre el camino a una
historia inventiva. No es, pues, una leccin de determ inism o
lo que da la historia, sino m s bien de paradjica libertad,59
Decir segn qu necesidad se produjo el advenim iento de la
55 DE, IV, n'- 350, pg. 674.
56 D E , III, n 173, pgs. 77-78.
57 DE, IV, na 278, pg. 34.
68 D E , III, n 272, pg. 805 y n8 197, pg. 236.
59 D E , IV, n" 353, pg. 691.
28
prisin, significa decir, al mismo tiempo, cmo podra desa
parecer: Uno de mis propsitos consiste en m o strar a la
gente que buen nm ero de cosas que form an pa rte de su
paisaje fam iliar - y a las que consideran como u niversales-
son el producto de ciertos cambios histricos m uy precisos.
Todos mis anlisis van en contra de la idea de necesidades
universales en la existencia h u m a n a .60
Im genes y co nceptos
29
ficados segn u n orden que no sigue la cronologa ni, exacta
m ente, el ndice del libro y que se organiza en bucle: la
ortopedia abre y cierra la serie, realzando as el entrem s.83
De ah en m s esas im genes nos re s u lta r n fam iliares y en
lo sucesivo e stru c tu ra r n poderosam ente nuestro im agina
rio carcelario, m s obsedido desde entonces por la paciencia
glacial y lvida de las disciplinas que por las oscuras y febriles
pesadillas de Piranse. Sin duda que las imgenes h a n contri
buido m s a la reputacin de la obra que su propio contenido:
planos (de cuarteles, hospitales, zoolgicos, crceles, finalmente
el del Panptico de Bentham); grabados de soldados ejercitn
dose, modelos de escritura, perfiles de escolares p a ra aconse-
ja r la correcta postura al escribir. Im genes singulares e
im pactantes: m quina de vapor p a ra corregir a los nios,
preso orando ante la torre central, atardecer en M ettray o
conferencia en Fresnes ante un pblico de detenidos encerra
dos en cabinas individuales, especie de atades verticales
yuxtapuestos, de donde slo emergen las cabezas... Im genes
terribles y fascinantes. U na poderosa relacin m etonm ica se
anuda, con la tendencia a rebajar el texto con respecto a la
im agen y ofrece, no sin ambigedad, u n a posible reduccin.64
El m aterial est all, como inerte, pero sutil. Eficazmente
activo: adm irablem ente compuesto, desde ya. E sas pginas
presen tan u n aspecto parcial, en el sentido de que tom an
p arte, y tal vez parcial, en cuanto son slo u n a p a rte del texto;
en efecto, ninguna im agen ilu stra r la p a rte Supplices, ta n
determ inante, sobre todo ta n visual. Ese prem bulo prope-
dutico ilustrado slo est consagrado a las disciplinas.
Incluso el n m ero de grabados es notable: las disciplinas se
e n tie n d e n en p lu ral. La cohesin constituye su fuerza: ta n
slo c u e n ta su organizacin en red, su s conexiones m lti
ples y desapercibidas. El poder no es o tra cosa que el
ejercicio, d istribuido a n te s que concentrado, de las disci
plinas. Y la im agen no se conforma con m ostrar; ensea que
no sera posible que existiera la esencia del poder, que ste
slo existe en tanto se ejerce. Las im genes rep re sen ta n las
im plantaciones, los anclajes efectivos de esas relaciones de
poder que convergen hacia un disciplinamiento de las socie
dades. Se entiende: la im agen es aqu mucho m s que
30
ilustrativa; es la verdadera pieza m ae stra de u n a estrategia
que elide un m aterial visual p a ra dejar ver lo propiam ente
invisible...
S P se abre con una pgina clebre que yuxtapone, sin
explicaciones, la relacin, minuciosa en su crueldad, del
suplicio de Dam iens (siglo xvm) y el detalle, tam bin minucio
so, del empleo del tiempo carcelario un siglo despus. Tam
bin aqu, antes que dar a pensar, Foucault da a ver. Se tr a ta
de u n m ontaje, de un dispositivo. Dos cortes en el episteme
evocan u n a ausencia y subrayan el enigm a de un pasaje, de
un a discontinuidad. La resp u esta constituir el propio espa
cio de despliegue del libro, la economa conceptual, a lte rn a n
do entonces esas percepciones fugaces, esas tom as fragm en
ta ria s que ta n solo p lan tean el problema. E sa visin instituye
el pensam iento, en el sentido de que sugiere ante todo la falta
de evidencia de ese cambio, el pasaje de u n a sociedad del
castigo a otra, de la vigilancia. Intersticio en form a de abismo
que todo el libro se encargar de colmar: m o strar cmo se
pasa de u n a penalidad donde el suplicio ocupa un lugar
central, m ediante el cuerpo del condenado, a la prisin como
penalidad de lo incorporal (pg. 21). M s adelante se encon
tra r el procedimiento p a ra m o strar el paso de la cadena de
forzados al vehculo panptico, o tam bin de la lepra a la
peste y del soldado del siglo xvn al del siglo xvm. El libro
contendr otras pginas evocativas: la descripcin de la
ciudad punitiva de los reformadores, de los ejercicios m ilita
res o del panptico... Es, en sum a, esa multiplicacin de
im genes lo que hace de S P un relato violento, como destaca
A rlette Farge.65 U n vnculo potente une, pues, la im agen al
concepto y la evocacin al anlisis .Los adversarios de F oucault
vern en ello uno de los m ayores efectos perversos de su
retrica, la confesin de u n a impotencia, al mismo tiem po que
el sntom a de un objetivo m s seductor que especulativo. La
im agen tiene la funcin de resolver u n a dificultad, ofrece un
atajo: un corte en la carne de la historia. Tradicionalm ente,
la sugerencia m anifiesta la im potencia de las p alabras y
consagra el triunfo de lo oscuro y lo confuso de la im agen
frente a la claridady la nitidez del concepto. Ahora bien, Fou
cault subvierte intencionadam ente esa distribucin conve
65 A. Farge. U n rcit violent* en Foucault. L ire l oeuvre, J. Milln,
1992. Otros autores in siste n en e se rol que se adjudica a la im agen en otras
obras: F. Gros (Foucault et la folie, op. cit.) y M. Gay, Sou s l em pire du
regard, en Foucault, lectures critiques (De Boeck U n iversit, 1989).
31
nida. Si la im agen instituye al texto es porque ella tiene, m s
que l, vocacin de hacerlo. De todas m aneras, no resu lta
fortuito destacar que la im agen prolifera all donde comienza
el reflujo de lo decible. Ms all de acreditar as la reputacin
de un Foucault m anipulador e irracional, im porta se alar ese
rol que otorga a la im agen y esa funcin particular, que
cumple ta n bien, de a p e rtu ra propedutica y de seal heu-
rista.
32
DE LOS SUPLICIOS
A LAS CELDAS1
Los SUPLICIOS
L a p e n a lid a d d e lo s re fo rm a d o re s
37
castigar y u n ambicioso proyecto de renovacin del aparato
penal: El verdadero objetivo de la reform a [...] no es tanto
fundar un nuevo derecho a castigar a p a rtir de principios m s
equitativos, sino establecer u n a nueva economa del poder
de castigar, de asegurar u n a mejor distribucin del mismo, de
im pedir que no quede ni demasiado concentrado en algunos
puntos privilegiados ni demasiado repartido en tre instancias
que se oponen; que est repartido en circuitos homogneos,
susceptibles de ejercerse en todas partes, de m an e ra conti
n u a y h a s ta el m s pequeo de los corpsculos del cuerpo
social (pg. $3). Los reform adores operan en pro de u n a
racionalizacin del castigo, de u n a m ayor eficacia en trm i
nos econmicos y penales: No menos castigo, sino castigar
mejor; castigar con una severidad atenuada, quizs, pero
p a ra castigar con m ayor universalidad y necesidad; in se rta r
m s profundam ente en el cuerpo social el poder de castigar.
Foucault relativizar al mismo tiempo el papel del reform a
dor, a quien se le adjudica el fin de los suplicios y el proyecto
carcelario, y su b ray ar la heterogeneidad de la filosofa
reform adora de dicho proyecto. A p a rtir de entonces slo se
tr a ta r de producir e im pulsar esa nueva tecnologa del
castigo que deber responder a un cierto nm ero de criterio
precisos:
39
excluye voluntariam ente de la comunidad social. El enemigo
ap u n ta entonces hacia el anorm al, el malvado, el m onstruo
en que progresivam ente se convertir. La m aldad intrnseca
del crim inal empieza a contar, presuponiendo y preparando
u n a individualizacin de las penas. Se procura hacer u n a
tabla con los distintos gneros de crm enes cometidos en los
diferentes pases, p a ra luego clasificarlos en especies. E sen
cial desplazamiento, donde ya se perfila el delincuent del
siglo xix. La pena ser proporcional al desorden cometido
antes que a la gravedad intrnseca del acto, de m an era que en
Derecho u n Crimen sin consecuencias podra no recibir casti
go. E n efecto, la penalidad se encuentra totalm ente orientada
hacia la lucha contra la reincidencia. La pena, pues, debe ser
ante todo disuasoria: prevenir antes que castigar. El castigo
ya no es un fin en s: no sanciona tan to al pasado sino que
previene al futuro. Penalidad del ejemplo, pero m uy distin ta
que la de los suplicios. De ah el rol de faro de la rep re sen ta
cin que golpea las imaginaciones. Todo crimen es un desor
den que la ley est encargada de disipar: La ley penal slo
debe perm itir la reparacin de la perturbacin ocasionada a
la sociedad. La ley penal debe esta r hecha de m anera tal que
sea borrado el dao causado por el individuo a la sociedad. [...]
La ley penal debe rep a ra r el m al o im pedir que puedan
cometerse m ales parecidos contra el cuerpo social.'1Cuatro
son las penas particularm ente apreciadas por los reformado
res: la deportacin, la humillacin pblica, el trabajo forzado
y la ley del talin. Las penas sern modulables y m oduladas,
disuasivas por ciertas e inevitables. U n sabio equilibrio
asegura la pena justa: la que castiga sin exceso y disuade sin
flojedad. A hora bien, pese a no e sta r excluida, aqu la prisin
no aparece, se presenta como la pieza secundaria de una
penalidad que entiende im pregnar el espacio social en su
totalidad antes que un espacio confinado, por definicin
impropio para la necesaria publicidad de las penas.
Pese a su pblico fracaso, la penalidad de los reformadores
constituy, sin embargo, una etapa decisiva. Produjo un a re
flexin densa y profunda, que m arcar directamente el discurso
y los principios del Derecho, y la inscripcin en el Cdigo de esos
nuevos principios penales ser perdurable. Se da vuelta
texto. Beccaria, en Des D lits el des pe in es (1764) [De los delitos y de las
p e n a s, Madrid, Alianza, 1980], se inspirar en esta s formulaciones rousso-
nianas.
4 DE, II, n 139, pg. 590.
40
definitivam ente la pgina de los suplicios: la hum anidad
triu n fa y, con ella, la hum anizacin de las penas. El anhelo de
u n a justicia tra n sp a re n te se inscribe tan to en las intenciones
como en los actos. Todo converge hacia u n a reorganizacin
razonable de la penalidad y hacia u n a voluntad de ocuparse
de todo el campo de ilegalismos, m ediante u n a ju sticia que
gane en eficacia, en racionalidad y en hum anidad. U na
estricta economa com andar esa penalidad reformada. Lo
que triunfa, entonces, no es tan to la h u m an id a d de las penas
sino la hegemona y el adensam iento del sistem a penal que se
perfila tra s ella. Poco im porta, pues, que las penas favoritas
de los reformadores hayan quedado en estado de proyecto.
C ontra su voluntad, que consista en diversificar las p e
n as, la prisin se impone y monopoliza el campo penal, pero
la inspiracin que los im pulsaba se disp ersar en los cdigos
y las instituciones, y fecundar perdurablem ente la reflexin.
Foucault tra z a r con energa la lnea de demarcacin entre la
inspiracin carcelaria, que finalm ente triu n fa r , y la inspira
cin reform adora. Existen all dos proyectos contem por
neos, cercanos, a menudo vecinos, pero sin embargo irreduc
tibles uno en el otro. Lo que caracteriza y resum e la inspira
cin reform adora es el proyecto de r e s ta u ra r el tem a jurdico
que haba cado en bancarrota. Por el contrario, lo que
caractei'iza la inspiracin carcelaria es esa voluntad de for
m ar un sujeto obediente. Por un lado, Rousseau y toda la
problem tica de la soberana; por el otro, B entham y la de las
disciplinas. Dos filosofas de la pena que no son homogneas
entre s. Si el proyecto reformador es ta n solo de orden
especulativo, la inspiracin carcelaria, en cambio, proviene
de prcticas de instituciones bien reales, que operan en el
espacio social. E ntre la utopa punitiva de los reformadores
y la institucin carcelaria, la lucha, ya entonces, parece
desigual. Por un lado, un poder penal repartido en todo el
espacio social, que ofrece el espectculo p erm anente de una
justicia que m u estra sus signos, cuya nica eficacia parece
simblica y especulativa; por el otro, esa microfsica del
poder que individualiza a los cuerpos culpables. El poder
carcelario afirm a su especificidad y esa tem ible autonom a
que constituir su fuerza. Frente a ella, el despliegue antoja
dizo de la penalidad reformadora, dem asiado diluida en el
espacio social, demasiado etrea, se revelar como dem asia
do frgil y as ser el modelo carcelario el que finalm ente
triunfe. E sta victoria resulta sin embargo inesperada y plan
41
tea u n problema. La respuesta de Foucault justificar el largo
atajo de la terceia parte, ya que la crcel considera como
previa a esa eclosin de las disciplinas, de la que es el
producto m s radical y logrado.
L as d is c ip l in a s
43
a. E l cuerpo
44
intensa, necesidad de individualizar a aquellos sobre los que
se ejerce. Si su objeto es el todo, ser el individuo quien
resulte finalm ente su destinatario: La disciplina es, en el
fondo, el mecanismo de poder m ediante el que llegamos a
controlar en el cuerpo social h a s ta los elem entos m s tenues,
a travs de los que llegamos a alcanzar a los propios tomos
sociales, es decir, a los individuos.7E n ese sentido, el indivi
duo moderno, al mismo tiem po objeto e instrum ento del
poder, nace de las disciplinas. E x tra a paradoja: las discipli
nas individualizan m ientras despersonalizan. Sin embargo,
la paradoja es ta n solo aparente, pues precisam ente al volver
se el objetivo ltimo del poder, el individuo pierde los rasgos
que lo caracterizan propiam ente. De hecho, es la tarea,
siem pre especfica, que vuelve necesario a este proceso de
individualizacin: el obrero, el soldado, el prisionero son
interpelados a p a rtir de su lugar. Requerida m aterial, fsica
m ente, se redoblar la individualizacin, en el plano cogniti-
vo, m ediante el procedimiento del examen. Ahora bien, es el
advenimiento de ese cuerpo indefinidam ente articulable quien
opera la condicin de ser annimo requerida a los sujetos
disciplinarios, de los que el soldado bien puede ser el paradig
m a perfecto. Ese cuerpo que cam bia de e sta tu s a travs de las
diferentes prcticas disciplinarias inicia u n a nueva a n ato
m a poltica, articulada sobre la base de u n a nueva microf-
sica del poder, en la que el adiestram iento pasa a ocupar u n a
funcin determ inante (pg. 140).8 A diestrar implica ante
todo el estudio minucioso de las aptitu d es del cuerpo: m arcar,
observar, analizar. Luego se tr a ta de segm entarlos gestos, de
a u m e n ta r su eficacia p a ra convertir en til y rentable a cada
individuo. Descomponer el movimiento en otros tantos seg
m entos operativos, luego recom poner el cuerpo como unidad
de esas sntesis. El au t m ata p asa a ser el modelo de la
obediencia perfecta. En ese sentido, la disciplina no puede
identificarse ni con u n a institucin ni con u n aparato; es u n a
clase de poder, una m odalidad p a ra ejercerlo, que com porta
ba todo un conjunto de instrum entos, de tcnicas, de procedi
m ientos, de niveles de aplicacin, de objetivos; es u n a fsica
46
cuerpo m anipulado por la autoridad antes que atravesado
por los espritus anim ales; cuerpo del adiestram iento til y
no de la mecnica racional, pero en el que, por eso mismo, se
anunciar u n cierto nm ero de exigencias n a tu ra le s y de
obligaciones funcionales (pg. 157). Apoyndose en textos
de Marx, Foucault dem uestra que la organizacin del trabajo
en los talleres, en las fbricas, descansa sobre ese disciplina-
m iento que implica el estudio del cuerpo til. Conviene
m axim izar las potencialidades del cuerpo hum ano: estu d iar
el detalle de los movimientos productivos, rep e n sa r la econo
m a de conjunto, disponer y cuadricular el espacio, organizar
piram idalm ente el control del trabajo realizado, en sum a,
hacer de cada fuerza desplegada en el espacio de la m anufac
tu ra o de la fbrica u n a fuerza til. La organizacin de la
produccin no p asa solam ente por los dispositivos econmi
cos u organizativos abstractos, generales: p a sa tam bin por
los propios individuos. La m ism a divisin del trabajo ten d r
como desapercibida condicin de posibilidad el previo disci-
plinam iento del taller.10
Esa es la m aterialidad de un poder que se inm iscuye en los
propios cuerpos y que se traduce en un cambio au n m ayor. A
p a rtir del siglo xvm, la vida se convierte en u n objeto de poder:
Antes, slo haba sujetos, sujetos jurdicos a los que se les
poda q u ita r los bienes [...]. Ahora hay cuerpos y poblaciones.
El poder se h a vuelto m aterialista. Dej a de ser esencialm ente
jurdico. Debe t r a t a r con las cosas reales que son los cuerpos,
la vida. La vida ingresa en el campo del poder: cambio capital,
uno de los m s im portantes, sin duda, en la h istoria de las
sociedades h u m a n a s.11 Lo que cambia, entonces, es esa
m an era de investir el cuerpo individualizado. El enfoque ya
no es global, masivo, como en el suplicio: ahora recorta,
segm enta, atomiza. Microfsica antes que fsica, la disciplina
es u n a anatom a poltica del detalle (pg. 141). E sa atencin
puntillosa al detalle es u n a herencia de la teologa y del
ascetismo, que aqu se ve recuperada por las prcticas de
adiestram iento que requieren las disciplinas. Rehabilitacin
de esas m insculas atenciones al cuerpo. El detalle no es,
10 DE, IV, ns 297', pgs. 188-189 (cf. tam bin III, n'-' 195, pg. 201).
11 D E , IV, n 297, pg. 194. Foucault proseguir este a n lisis con la
aparicin de VS (1976), donde demostrar el surgim ien to de un biopoder
o poder sobre la vida. La salud de las poblaciones, su sexualidad , p asan a
ser campos nuevos de preocupaciones producidos por el poder y los objetos
del saber.
47
entonces, ni accesorio ni insignificante; por el contrario,
revela ser una ap u esta m ayor p a ra las disciplinas que des
cansan en su racionalidad. Aqu, todo el proyecto de Foucault
se inscribe en el vaco: el poder no se define nunca desde lo
alto, a p a rtir del aparato del Estado, sino a p a rtir de esas
prcticas m insculas m ediante las que el poder somete a los
cuerpos. Por eso el poder proviene de abajo e implica tom ar
en cuenta lo concreto, la m aterialid ad de las relaciones de
poder.12 No hay que in te rp re ta r a los sistem as punitivos ni
como estru c tu ra jurdica ni como opciones m orales, sino como
fenmenos sociales. Por tanto, en cuanto al esta tu to del
poder, hay m s p a ra aprender de u n a institucin real y de las
prcticas punitivas que en los proyectos de u n reformador. El
R asphuis de Am sterdam , W alnut Street o M ettray detentan
crudam ente el discurso del poder: all se lee a libro abierto,
inscripto en piedra, el silencioso cambio en m archa.
b. Espacios
48
caminos, delimitacin de barrios, incluso especializacin de
las habitaciones dentro del h b ita t privado...). La disciplina
va a re p a rtir individuos dados en un espacio dado y tam bin
a ordenar sus desplazamientos. U n indefectible vnculo es
tru c tu ra l une as el poder al espacio y la espacialidad a las
estrategias. La m aniobra m ilitar, el ejercicio escolar sern la
ocasin p a ra desplazam ientos ordenados y codificados, regi
dos por u n comando que in se rta m inuciosam ente el tiem po en
el espacio. La vigilancia panptica o el cuadriculado profilc
tico de las epidem ias de peste hab lan b a sta n te acerca de esa
preem inencia del espacio. Como fragm ento del espacio en s
mismo, el cuerpo exige que le sea reservado un espacio
contiguo, donde pueda desplegarse. Descompuesto en sus
movimientos, analizado como sum a de segmentos articula-
bles, el cuerpo se im planta en ese espacio que es al mismo
tiempo la condicin de su visibilidad y la m edida de su
em presa. No hay poder sin esa visibilidad esencial donde se
despliegan y se distribuyen los cuerpos. Pero al igual que el
cuerpo, el espacio de las disciplinas tampoco es n a tu ra l. P a rte
por parte, es prem editado, producido por el hombre. Espacios
exteriores de ejercicios m ilitares definidos por un estricto
cuadriculado y dedicados a las dem ostraciones de fuerza o de
poder dominado. Espacios interiores de repliegue sobre s
mismo, dedicados a la meditacin, a la enm ienda, al arre p e n
tim iento - d e donde surge el modelo privilegiado del convento
y la celda-. Espacio serial de la escuela, donde los alum nos se
disponen segn jera rq u a s complejas y variadas. La arquitec
tu ra ten d r la misin de inscribir en la p iedra las exigencias
de racionalidad y de tran sp aren cia de ese nuevo poder.
E sta preem inencia del espacio como lugar de despliegue
de los cuerpos dciles sin em bargo no consigue hacer olvidar
que las disciplinas tam bin tienen un anclaje, m s discreto
pero muy determ inante, en el tiempo. E l empleo del tiempo,
vieja herencia m onstica, se encuentra entonces reformula-
da. Pero el tiem po de las disciplinas ya no es el tiempo de los
monjes. La sociedad feudal a rraig ab a a los hom bres a su
tie rra y les asignaba u n perm etro dado. A p a rtir del siglo xix,
el tiempo se convierte en u n a ap u e sta econmica m ayor que
h ay que rentabilizar, captar, cuantificar, a los efectos de
poder convertirlo y cambiarlo. Solicitados por otras finalida
des, los empleos del tiempo disciplinario se modifican, se
afinan. Si la cam pana bastaba p a ra p a u ta r la vida de las
comunidades religiosas, las disciplinas exigirn un corte en
49
cuartos de hora, m inutos y luego segundos. En el ejrcito, en
la escuela, en la fbrica se cronom etran los ejercicios y los
trabajos. El aum ento de la m asa de trabajadores exige esa
grilla de tiempo m s precisa. La exactitud se vuelve u n valor
nuevo. Pero tam bin est la preocupacin por hacer til ese
tiempo, por evitar en todas pa rte s los desperdicios dispendio
sos, propicios p a ra los desrdenes y los concilibulos. Lo que
im porta es no descuidar el trabajo, no ser distrado. E nte los
siglos xvii y xviii se asiste a un cambio en la precisin con la
que se definen los movimientos de los soldados: Se define
u n a especie de esquem a anatomo-cronolgico del comporta
miento. [...] El tiempo pe n e tra el cuerpo y con l todos los
minuciosos controles del poder (pgs. 153-154). Correlacin
m s estrecha del cuerpo y del gesto, como lo p ru eb an en la
escuela los ejercicios de escritura. E n el empleo del tiempo
clsico, finalm ente, la lgica era solam ente negativa: no
desperdiciar un tiem po que le es debido a Dios. Con las
disciplinas, esa lgica se vuelve positiva. Privilegio fugaz del
tiempo frente al espacio? No. Aquel tiem po no existe m s que
por y p a ra u n espacio que escam otea su condicin de posibili
dad, in fin ita m e n te dividido e in fin ita m e n te divisible. No
se t r a t a del tiem po vivido de la conciencia sino del otro, del
coercitivo de las disciplinas. Privilegio, en ltim o an lisis,
del espacio frente al tiempo y de los procedimientos del poder
ante los actos de la conciencia...
Foucault fue u n notable y decisivo pensador del espacio. El
mismo subraya cunto hubo que esperar p a ra considerarlo
finalm ente como u n problem a mayor: H abra p a ra escribir
toda una historia de los espacios -q u e sera al mismo tiempo
u n a historia de los poderes-, desde las grandes estrateg ias de
la geopoltica h a s ta las pequeas tcticas del h b ita t, de la
a rq u itectu ra institucional, de la sala de clase o de la organi
zacin hospitalaria, pasando por las im plantaciones econ
mico-polticas. R esulta sorprendente comprobar cunto tiem
po demor en aparecer el problem a de los espacios como
problem a histrico-poltico.H Si se excepta el texto esclare-
cedor sobre las heterotopias (1967), dicha preocupacin espa
cial parece h a b e r tomado cuerpo tard a m e n te .15Todo ocurre
H DE, III, ne 195, pg. 192 (cf. tam bin D E , nQ169, pg. 33).
15 D E , IV, n 360: H eterotopia es un neologismo acuado por Foucault
para designar contra-em plazam ientos, sin embargo localizables, de don
de se desprende la idea de que son utopas realizadas. Las heterotopias
incluyen la representacin de otros lugares: el cem enterio, el jardn, la
50
como si h a s ta entonces Foucault hubiera, si no ignorado el
espacio, por lo menos lo hu b iera abandonado en u n a zona
im precisa p a ra descubrirlo de pronto, en la interseccin de la
crcel real y de dispositivo de B entham . Ni M M P (1954) ni
N C (1963) convierten en prioridad al anlisis del espacio.
Incluso H F (1961) queda casi vaco de referencias al cuerpo
y al espacio, El espacio del G ran Encierro sigue siendo
abstracto, como irreal. Aunque est presente, sin embargo
a n no ha sido dotado de la concepcin del poder surgida del
anlisis de los procesos disciplinarios. M C (1966), AS (1969)
u OD (1971), m s especulativos, es cierto, sern poco elocuen
tes acerca de esa cuestin, pese a que la a p e rtu ra de M C
presente ese sutil y sabio barrido del espacio pictrico de Las
M eninas de Velsquez. La preocupacin por el espacio slo
parece surgir, pues, alrededor de los aos 1970, ju nto con el
tem a carcelario. Espacio y disciplina son absolutam ente
correlativos. E sta certeza incluso se dispersar y fecundar
de vuelta el anlisis del nacim iento del hospital m oderno o
del poder psiquitrico. Es entonces el anlisis del espacio
como medio de despliegue del' cuerpo sometido -d e ese espa
cio desnaturalizado, historiado y politizado- lo que establece
u n a ru p tu ra con los anlisis de las obras anteriores. Desde
entonces, el espacio constituir u n a prioridad. E n efecto, h a
sido sistem ticam ente descuidado, subestim ado como tal en
la h istoria (idealista) de la filosofa, la que a sabiendas h a
privilegiado u n a problem tica del tiem po correlativa a toda
filosofa de la conciencia: Desde K ant, lo que el filsofo ten a
que p en sar era el tiempo. E n ese sentido ah e st n Hegel,
Bergson, Heidegger. Con u n a descalificacin correlativa del
espacio, que aparece del lado del entendim iento, de la an al
tica, de lo conceptual, de lo m uerto, de lo fijo, de lo in e rte .16
c. Poltica
19 E sta problem tica del som etim iento e s fun dam ental en S P y
tambin lo ser, m s tarde y con m s intensidad, en el marco de los a n lisis
sob re\cgobern abU dad (1978-1979), en el sentido en que Gobernar [...] es
estructurar el campo de accin d lo s otros "(DE, IV, n306, pg. 237; cf. DE,
III, n 239).
2,1 DE, II, n9 152, pg. 722.
53
del Iluminismo. El respeto al pensam iento de la A ufklrung
-re p lic a r - no debe pagarse ni al precio del silencio sobre las
zonas som bras del poder ni constituir u n obstculo p a ra la
necesidad de los anlisis.21 A contrapelo de esas crticas, m s
tard e l mismo considerar ser un paradjico e infiel herede
ro del Iluminismo: Me pregunto si no se podra caracterizar
uno de los grandes roles del pensam iento filosfico, ju s ta
m ente despus de la pregunta k a n tia n a Was ist A ufklrung! ,
expresando que la ta re a de la filosofa es la de decir qu es hoy
y qu somos nosotros hoy.22
54
m ente, de los dispositivos del sab er.23 La p u esta en accin de
las disciplinas h ab ra debido hacer desaparecer entonces, con
todo derecho, la teora de la soberana. No h a sido as en modo
alguno-constata Foucault-, ya que h a persistido a ttulo de
ideologa del derecho, por una p arte, y a ttulo de principio
organizador de los grandes cdigos jurdicos, por otra. Servi
r entonces como fundam ento ante las crticas an tim onr
quicas y como paraguas frente a la instalacin de los sistem as
disciplinarios al borrar su aspecto coercitivo.
La reflexin sobre las disciplinas resu lta entonces decisi
vo, no slo p a ra SP, sino, con m ayor am plitud an, p a ra los
futuros desarrollos, y decisivo tam bin en ese desplazam ien
to que determ ina que a p a rtir de all en m s el concepto
relacin de poder sea sistem ticam ente preferido al de
poder, el que slo ser empleado por elipsis. El poder slo
existe en la m edida en que se ejerce en un lugar y en un
tiempo dado, sobre personas determ inadas y con m odalida
des siem pre especficas. Instalado desde el siglo xvn, el campo
disciplinario no deja de am pliarse desde entonces y se asiste
a lo que Foucault denom ina u n disciplinamiento de las
sociedades, constituido por u n a generalizacin y u n a am
pliacin de los procedimientos disciplinarios: Qu hay que
entender por disciplinamiento de las sociedades a p a rtir del
siglo x v i ii ? : por supuesto que en E uropa no se tr a ta de que los
individuos que la integ ran se vuelven cada vez m s obedien
tes ni que comienzan a parecerse a los que perm anecan en
cuarteles, escuelas o crceles, sino que se busc u n ajuste
cada vez mejor controlado -c a d a vez m s racional y econmi
co- entre las actividades productivas, las redes de comunica
cin y el juego de las relaciones de poder.2'1
Al reencontrar, pues, los problem as que plan teab an el
sistem a penal y la existencia, de hecho, de la prisin, Foucault
pudo enriquecer y reacondicionar su concepcin del poder.
Confiesa haber compartido antes u n a concepcin jurdica
23 D E , III, ne 194, ,pg. 184.
2iD E , IV, n -306, pg. 235. E ste texto de 1982 constituye la reflexin ms
extrem a de Foucault sobre el poder. E l tem a, recurrente desde S P , se ve
entonces profundamente reformulado. En e se reacondicionamiento, las
disciplinas desem pean un rol esencial. Foucault se ala tres elem entos
diferentes: las capacidades objetivas, las relaciones de poder y los
siste m a s de comunicacin. Ahora bien, todo poder integra los tres,
combinndolos de m anera variada en u n bloque de capacidad-comunica
cin-poder. P ues bien, son estos bloques los que constituyen, en sentido
amplio, las disciplinas.
55
cuyo principal defecto consista en no poder acercar la ley si
no era en trm inos de interdictos. Ahora bien, Foucault est
a la bsqueda de u n a grilla explicativa que d lugar al rol
positivo de las disciplinas. El Estado se apoy histricam ente
en el pensam iento jurdico, de m an e ra que ambos estn
ligados indisolublem ente. E sta concepcin jurdica del poder
- a g re g a - haba bastado, en HF, pa ra acercar la locura en los
trm inos de la exclusin, pero se m u estra im potente para
describir los m ecanismos de la penalidad.25 El poder es
demasiado complejo, demasiado difuso como p a ra perm itir
que se le explique de m an era ta n reductora y simplificadora.
Se vuelve "capilar, se regionaliza y se d e sarro lla m s all
del m arco jurdico prescripto, alcanzando a cada uno en
sus gestos, en su cuerpo.26 A ntes que explorar a b s tr a c ta
m ente a filosofa del derecho y de exponer la teo ra de la
so berana, es preciso observar al poder a r a s de su funcio
nam iento re a l y cotidiano. El poder surgido de las discipli
n a s es pragm tico, ta n to en su gnesis como en sus proce
dim ientos: E sas tc tic a s h a n sido in v e n ta d a s, o rganiza
das a p a r tir de condiciones locales y de urg en cias p a rtic u
lares. H a n sido dibujadas trozo a trozo a n te s de que u n a
e s tra te g ia de clase las solidificara en vastos conjuntos
coheren tes.27 Se t r a t a entonces de p a s a r de u n a exposi
cin ge n e ra l e inco n sisten te del derecho a c a stig a r a las
prcticas reales del castigo. De hecho, la exigencia de una
nueva grilla de anlisis no rem ite a u n enfoque intransitivo,
intem poral e intrnsecam ente m s adecuado del poder; se ha
vuelto necesaria debido a un cambio de los propios procedi
mientos del poder. Se debe hablar, entonces, no del poder,
sino de los poderes: El poder no existe28 - s u e lta con una
pizca de provocacin-: en realidad no es m s que u n a red de
relaciones, incluso anteriores a la unidad del Estado. Esto
explica la persistente m etfora del poder como m quina, ta n
m asivam ente presente en SP, pero tam bin en todos los
textos que Foucault consagrar m s adelante a la crcel
contem pornea -m e tfo ra de ru p tu ra que le perm ite rom per
con un a personalizacin desmedida del poder-: El poder ya
no est sustancialm ente identificado con un individuo que lo
poseera o que lo ejercera desde el nacimiento; se convierte
E l p a n o p tis m o
58
La tra n sp a re n c ia fsica, m aterial, aseg u rad a por el edificio
m etonim iza sin embargo otra tra n sp a re n c ia de la que es eco
la tra n sp a re n c ia poltica absoluta: E n efecto, cul es el
sueo rousseauniano que anim a tan to s revolucionarios? El
de u n a sociedad tran sp aren te, al mismo tiempo visible y
legible en cualquiera de sus partes; que no haya zonas
oscuras, zonas dispuestas por los privilegios del poder real o
por las prerrogativas de tal o cual cuerpo o incluso por el
desorden; que cada cual, desde el lugar que ocupe, pueda ver
el conjunto de la sociedad; que los corazones se comuniquen
los unos con los otros, que las m iradas no encuentren obst
culos, que reine la opinin, la de cada uno sobre cada cual. [...]
As, sobre el gran tem a rousseauniano -q u e de alguna m ane
r a es el lirism o de la R evolucin- se em p alm a la idea
tcnica del ejercicio de u n poder o m n im ira d o r, que es la
obsesin de B entham ; los dos se j u n ta n y el todo funciona:
el lirism o de R ousseau y la obsesin de B entham .32
Si bien es la figura radical y simblica de un cambio
decisivo, de todos modos el panptico fue precedido por un
cierto nm ero de realizaciones arquitectnicas tam bin fun
dadas en el principio de la visibilidad aisladora: el zoolgico
construido por Le Vaux en V ersalles (1663), la Escuela
M ilitar de P a rs (1751) o los salones de Arc-et-Senans de
Ledoux (1774). De hecho, el panptico sintetiza, radicaliza y
da nom bre a una idea preexistente. La relacin de poder
d escansar sobre esa visibilidad integral, p erm anente y de
ta l modo operativa que perm anecer en secreto. La m irada es
al mismo tiempo una mezcla de instrum ento de castigo y de
capacidad de enmendar. Sin embargo, puesto que se tra ta de un
instrum ento de poder, la m irada no adm ite reciprocidad
alguna: el panptico impone u n a visibilidad axial pero, por el
contrario, prohbe toda visibilidad lateral. Si el detenido debe
perm anecer en una perm anente e in teg ral visibilidad, el
vigilante encargado de espiarlo desde la torre perm anecer
estrictam ente invisible. Astutos dispositivos perm iten ese
escamoteo de u n a vigilancia ta n presente que ser invisible.
E sa disposicin asegura el m antenim iento del orden al in te
rior del panptico, impidiendo todo contacto potencialm ente
sedicioso. Por el contrario, los vigilantes pueden vigilarse
e ntre ellos. La idea de B entham es, sobre todo, econmica. Al
a u m e n ta r el nm ero de vigilados y dism inuir el nm ero de
59
vigilantes, el panptico reduce considerablem ente el costo
econmico de hacerse cargo de la delincuencia. Vigilar, ya no
slo p a ra castigar, sino sobre todo p a ra reform ar, p a ra en
m endar. Idea al mismo tiempo ingenua y poderosa, simple y
de u n a tem ible eficacia. E n efecto, B entham otorga a su
invento un poder al mismo tiempo m aterial y m oral fuera de
lo comn. Por eso el inters del panptico no podra resum irse
en sus virtudes carcelarias -se rv ir de modelo a diversas
instituciones disciplinarias- y B entham puede j actarse de su
m aravillosa polivalencia. De todos modos, resu lta un hecho
que el panptico servir mejor al proyecto carcelario, como si
estuviera respondiendo a una larga espera a la que se adap
tab a providencialmente. De hecho, a p a rtir de 1830 el plano
del panptico se convertir en el predom inante p a ra la
construccin de crceles. Si el panptico resu lta ta n impor
ta n te es porque concentra en u n a figura im pactante las
exigencias de un nuevo poder disciplinario y redefine ese
poder en torno a la relacin de visibilidad. Descentralizacin
esencial del poder, que se vuelve annimo, se difunde y pasa
a ser impersonal. M quina diablica, donde son atrapados los
que m iran y los que son m irados, y que expresa notablem ente
esa circulacin del poder. Foucault explica que antes el poder
era bueno, ya que se encontraba bajo la caucin de Dios. Si el
panptico resu lta u n a figura ta n pregnante se debe a que
inaugura, a travs de la vigilancia, u n a sociedad de la descon
fianza generalizada. All se encuentra la tra m p a de la visibi
lidad y, sin duda, la forma nueva, perversa, de ese nuevo
poder que provoca una vuelta hacia s mismo, u n a interiori
zacin de la falta, que la arquitectura panptica no deja de
su su rra r, y que cada detenido term in a por cargar a su cuenta.
La lm pida verticalidad, unilateral, del poder soberano desa
parece p a ra dar lugar a ese poder difuso y om nipresente, sin
eje rector y sin titu la r visible.
De all en m s, todo opone el panoptism o a los suplicios. En
el suplicio siem pre se tra ta b a de un individuo singular quien
operaba la penalidad. Con el panoptism o se asiste a una
masificacin de la pena que ratifica u n a transferencia de
visibilidad: u n a descentralizacin. Surge entonces esa nueva
figura del poder que pareca buscarse a s m ism a desde el
siglo xvm, p a ra promover un castigo que a p u n ta ra al alm a sin
tocar el cuerpo.33 El panptico constituye entonces el modelo
Que el castigo, si se m e permite hablar de esta m anera, golpee al
alm a a n tes que al cuerpo declara el enciclopedista Mably (pg. 22). Para
60
ideal de esa penalidad de lo incorpreo que ta n solo el final de
los suplicios perm ita encarar. El panptico es solam ente una
form a inspiradora de las arquitecturas de vigilancia: pero el
Panptico no debe ser entendido como u n edificio onrico: es
el diagram a de u n mecanismo de poder llevado a su forma
ideal; su funcionamiento, abstrado de todo obstculo, resisten
cia o roce, bieri puede ser representado como un puro sistema
arquitectnico y ptico: es de hecho una figura de tecnologa
poltica que se puede - y se debe- despegar de cualquier uso
especfico (pg. 207). M ientras el verdugo del suplicio se
encontraba a plena luz, identificable con nom bre y apellido,
el vigilante del panptico e sta r en la sombra, con m ayor
eficacia en tanto es annimo. E sta ampliacin de la definicin
del panoptism o perm ite comprender mejor la expresin recu
rre n te program a de utopa. El panptico es u n a utopa en la
m edida en que nunca hizo m s que in sp irar form as arquitec
tnicas, ya que el edificio im aginado por B entham nunca
tuvo, en sentido estricto, existencia m aterial. Por el contra
rio, se encuentra inspiracin panptica en la m ayor p a rte de
los proyectos de crcel del siglo xix. E n otra p arte, Foucault
explica que existen dos tipos de utopas: las socialistas, que no
se realizan nunca, y las capitalistas, que siem pre van acom
p a ad as por efectos, de lo que es ejemplo la de B entham .34 El
program a de utopa sirve p a ra in te rp re ta r el futuro y el
panoptism o expresa en el huevo la preformacin de los
controles disciplinarios. Las crceles son, en ese sentido, las
utopas reales de una sociedad.35 Foucault hace, pues, del
Panopticon u n a lectura personal, original y genealgica,
absolutam ente irreductible a u n a exposicin ridam ente
histrica, subrayando por todas p a rte s el sueo paranoico de
B en th am .36 Al hacerlo, tam bin hace inflexin en dos
sentidos distintos y complementarios, ante todo cancela los
num erosos rasgos im aginarios que sa tu ra b a n el texto de
B entham , con la inquietud de aislar su principio subyacente;
luego, correlativam ente, form ula una interpretacin que
61
subraya deliberadam ente la racionalidad del proyecto. U na
confrontacin de los textos de Foucault con la lectura del
texto original y del precioso comentario que de l hace
Michelle P erro t readjudica al edificio su dimensin fan ta s
m al.37
Panoptism o es pues el nombre elegido por Foucault para
designar dos hechos bien distintos. E n u n prim er sentido, el
m s inm ediato pero tam bin el m s pobre, el panoptism o
designa la simple aplicacin m aterial del principio panptico.
E n un segundo sentido, m s determ inante, el concepto ya no
designa, de m an era casi tautolgica, ese solo ejercicio de la
m irada, sino a un tipo de poder. B enthan no es u n innovador
porque su construccin inaugure u n a relacin nueva de poder
fundada en la vigilancia generalizada, sino que, en realidad,
resulta arcaico a causa de esa preeminencia de la vista. De hecho
-explica Foucault-, ya est superado por la aparicin de m ins
culas redes de poder que in sta u ra n u n a vigilancia de otro
tipo. O tras redes operan a distancia, m ediatam ente, y m e
diante un sistem a de delegacin del poder. Finalm ente, el
panptico slo ejerce su poder en un lugar cerrado, m ientras
que los nuevos poderes se extienden h a s ta las fronteras del
Estado e incluso m s all. E stas redes que teje la burguesa
para a s e n ta r su poder sobre las poblaciones pueden a d q u i
r ir form as e x tre m a d a m en te v a ria d a s y m uy a lejad as del
estricto panoptism o b e ntham iano. F o u c a u lt su b ra y a e n
tonces la instalaci n de lo que se podra d enom inar un
m etapanoptism o, que es p a ra l el hecho m ayor y la razn
ltim a del panoptism o. E n ese m etapanoptism o, la referen
cia a la m irada efectiva ya no existe, la que entonces no es
m s que u n a metfora: El Em perador es el ojo universal
orientado hacia la sociedad en toda su extensin. Ojo asistido
por u n a serie de m iradas, dispuestas en forma de pirm ide a
p a rtir del ojo im perial, que vigilan a toda la sociedad.38 E sa
m irada ya no contiene nada de visual; es esa pirm ide de
m iradas ciegas lo que domina entonces. Foucault otorga aqu
al panoptismo u n a am plitud considerable, la que no siempre
es notada, circunstancia que es fuente de u n a serie de
m alentendidos. P a ra concluir, el panoptism o no es m s que
esa imbricacin de dispositivos de vigilancia que nos lleva
desde el tosco dispositivo de B entham a las formas m s
37 Cf. J. B e n th a m ,L e p a n o p tiq u e , Belfond, 1977, seguido de L In specteur
B en th am , postfacio de M. Perrot.
3SD E , II, n'J 139, pg. 609 (cf. tam bin n" 127, pg. 437, y SP , pg. 219).
62
sofisticadas de los procedimientos de control en n u e stra s
sociedades contem porneas: La fiscalizacin m oderna, los
asilos psiquitricos, los ficheros, los circuitos de televisin y
ta n ta s otras tecnologas que nos rodean son su concreta
aplicacin. N u estra sociedad es m s ben th am ian a que beca-
ria n a .39 El panptico se convierte en m etfora. No era que el
edificio bentham iano fuera visionario, sino que se perfilaba
la sociedad disciplinaria fundada sobre la ampliacin de los
controles sociales: Lo que me parece a u n m s fundam ental
es el comienzo de la vigilancia de la poblacin plebeya,
popular, obrera, campesina. L vigilancia general, continua,
m ediante las nuevas formas del poder poltico. El verdadero
problem a es la polica. Dira, si se me perm ite, que lo que se
invent a fines del siglo xvm, a comienzos del xix, fue el
panoptism o.40 A p a rtir de entonces se comprende mejor la
victoria final del panoptismo frente al espritu reform ador y
la im portancia decisiva que Foucault acuerda al texto de
B entham , al mismo tiempo sntom a y promotor de u n a forma
radicalm ente nueva de penalidad. Cambio decisivo que nos
hace p a sa r -explica J u liu s - de u n a sociedad del espectculo
(el teatro griego, los juegos circenses, las iglesias), donde u n a
m u ltitud contempla a algunos, a una sociedad de la vigilan
cia que invierte el principio, es decir, donde u n a m ultitu d es
espiada por algunos:41 Es all, en ese panoptism o general de
la sociedad, donde es preciso reubicar el nacim iento de la
prisin.42
N a c im ie n t o d e l a p r is i n
64
escepticismo generalizado a un entusiasm o unnim e. Ahora
bien, Foucault descarta la idea de u n a gnesis puram ente
ideal de la institucin. De todos modos, im porta no dejarse
en g a ar por los discursos posteriores, que apo rtarn a la
prisin u n a legitim idad ideolgica que no tena y que l
in te rp re ta como especie de racionalizaciones secundarias. La
conferencia de Ro se detiene particularm ente1'6en esos aportes
externos que harn surgir a la prisin no de teoras penales, sino
de prcticas disciplinarias.47 La penalidad de los reformadores
d e scan sab a en u n principio fu n d am en tal: la infraccin ya
no deba te n e r connotaciones m orales o religiosas. Se
in scrib a entonces en el marco de una estatizacin de la justicia
que prosegua un movimiento en m archa desde la Edad Media.
Pues bien, es precisam ente esa dimensin de la pena como
arrepentim iento la que va a resu rg ir de zonas de prcticas
sociales bien determ inadas, que p re p a ra r n el advenim iento
de la era carcelaria. Dos influencias surgen aqu: la eclosin
de las sociedades m orales inglesas y la prctica francesa de
las lettres de cachet. E n efecto, d u ran te todo el siglo xvm se
expanden por In g la terra sociedades de inspiracin religiosa
(cuqueras o m etodistas) que ejercen un control y una m inu
ciosa y enrgica intervencin en las costum bres de las clases
populares. E n particu lar tienen en la m ira al juego, al
adulterio, la embriaguez, la prostitucin y la blasfemia. E sas
sociedades om nipresentes se m ultiplican y difunden su in
fluencia a lo largo de todo el siglo. A m enudo se desdoblarn
en sociedades param ilitares o econmicas, cuyo objetivo ser
m s directam ente disciplinario. Nacidas espontneam ente
en la esfera privada, poco a poco van extendiendo su actividad
de fcontrol sobre las poblaciones y de polica de los comporta
m ientos, y van siendo objeto de u n a progresiva estatizacin.
E n la m ism a poca, F rancia se encuentra en u n a situacin
b a sta n te diferente. La m onarqua se apoyaba, por u n a parte,
en el aparato judicial clsico y, por otra, en un instrum ento
parajudicial, la polica, que posea sus crceles y un marco
jerarquizado. Se haba desarrollado y perfeccionado desde el
siglo xvii y entonces cumpla una funcin casi j udicial. Foucault
se detendr particularm ente en las lettres de cachet. Como se
sabe, stas fueron consideradas como el smbolo de la a rb itra
riedad real. Reformadores y tradicionalistas concuerdan en
65
fu stigar la detencin que surge a p a rtir de ellas y los cahiers
de dolances 48 dem andarn con insistencia, en nombre de la
in h u m an id ad del aislam iento carcelario, la supresin de las
casas de internacin. Surgido del exam en de centenares de
lettres, un anlisis minucioso y original dem uestra que ta m
bin ellas p articipan de otra lgica. E n el trabajo conjunto con
la historiadora A rlette Farge, Foucault dem uestra, contra
u n a tenaz vulgata, que la lettre de cachet no es ante todo el
in strum ento del poder real p a ra elim inar a sus enemigos, que
la aristocracia no era el objetivo privilegiado ni que el rey era
el rbitro suprem o.49 Subraya por u n a pa rte el origen estric
tam e n te policial y adm inistrativo de u n poder real delegado,
de hecho, a funcionarios menores. Si bien em itidas por el
poder real, las lettres de cachet siem pre son solicitadas por
individuos o grupos surgidos de las clases populares que
d em andan la intervencin del poder real p a ra castigar, hacer
e n tra r en razn o a p a rta r m s o menos largam ente a un
prjimo indeseable. Foucault subraya la diversidad de los
motivos, a m enudo srdidos, que anim an a esas denuncias
vengativas: Personajes de Cline queriendo hacerse or en
V ersalles.50 As concebida, la lettre de cachet testim onia sin
duda la a rb itraried ad real, pero resu lta sobre todo una
prctica popular surgida de un contra poder tem ible que
instituye ese control por lo bajo, ejercido por la sociedad
contra s m ism a. Constituye u n a red de poder paralela a la
regla judicial, poderosa y coercitiva, fundada en la sola
denuncia popular, y es en esa m edida que participa de ese
movimiento de disciplinamiento de las sociedades y anticipa
la prctica carcelaria. En efecto, la detencin prescripta por la
lettre de cachet m uy raram en te era especfica y, al no serlo, su
duracin poda v ariar sensiblem ente en el tiempo en funcin
de la reform a del sujeto detenido. Ese sistem a de internacin
tra b a ja b a ante todo a p a rtir de funciones m orales correcti
vas: E sa idea de encarcelar p a ra corregir, de conservar la
persona prisionera h a s ta que se corrigiera, esa idea parad-
l8 A n tes d la Revolucin, la s asam bleas se reunan para deliberar sobre
cuestiones de inters pblico. De ellas surgan pliegos (cahiers), destinados
a ser presentados ante el Rey, donde se asentab an su s reclamos y quejas
(dolances).
411 Le D sordre des f am illes (op. ci.t.). Cf. tam bin, DE , II, n" 139, pgs.
600-603, III, n 209, pgs. 339-340, n 215, pg. 391 y IV, n'J 322. La lettre
de cachet tam bin le arranca a Foucault palabras incand escentes en uno
de su s m s herm osos textos: L a Vie d es h om m es infam es (DE, III, n" 198).
50 DE, III, n 9 198, pg. 250.
66
jica, extravagante, sin ningn fundam ento o justificacin a
nivel del comportam iento hum ano, tiene su origen precisa
m ente en esa prctica.51 A djuntas a la prctica de los
cuadriculados policiales que se extienden y se generalizan en
la m ism a poca, las lettres de cachet ap rietan en torno de las
clases populares, y a su costa, el torno de los controles e sta
tales. La proliferacin de esos controles de las conductas, su
masificacin, su progresiva estatizacin, poco a poco van a
inducir la crcel, dndole de hecho la legitim idad terica que
an le faltaba. Se va ajustando, insinundose, u n a indi
vidualizacin de los m ecanismos del poder, que term in a por
concernir a cada uno en su ser m s ntimo: en su cuerpo, en
su trabajo, en sus relaciones fam iliares o en su sexualidad.
L a e ra c a rc e la ria
53 Aqu se sita la disputa, que marcara todo el siglo xix, entre el modelo
auburniano (N ueva York, 1816) y el modelo filadelfiano, de inspiracin
cuquera (Cherry-Hill, P ensilvana, 1822). El modelo auburniano slo
aplica el aislam iento nocturno y recuerda al mism o tiem po al convento y al
taller: trabajo y comida en comn, en silencio y orden absolutos, hecho
respetar con el ltigo. El modelo filadelfiano, m s duro, practicaba un
aislam iento total, noche y da. Dos filosofas de la pena: para Auburn, el
espacio carcelario mina el espacio social y se orienta a resocializar. Para
Cherry-Hill, la arquitectura es la operadora del arrepentim iento e im plica
un sum ergim iento silencioso en la propia conciencia. E ste debate, que hizo
correr tanta tinta, interesa de todos modos bastante poco a Foucault, quien
parece abandonarlo n icam ente a la s autoridades penitenciarias...
68
cia en el desarrollo de la pena, la adm inistracin penitencia
ria reivindica desde muy tem prano u n a verdadera cogestin
de la pena. Lo que se exige es esa flexibilidad propiam ente
p enitenciaria frente al propio comportam iento del detenido.
De ah esas clasificaciones pu ram en te internas: recorte del
espacio carcelario en sectores o del tiempo en fases, rem itien
do a clasificaciones disciplinarias. El rol del guardin se
consolida, aureolado por esa nueva soberana. Se reintroduce
entonces en el orden penitenciario ese carcter arbitrario que
ta n cuidadosam ente se haba querido expulsar de los proce
dimientos jurdicos. Exceso de lo carcelario ante lo judicial,
que nace no despus, sino como consustancial con la crcel:
E n su funcionamiento real y cotidiano, la crcel escapa en
gran p arte al control del aparato judicial, del que, por otra
parte, no depende adm inistrativam ente; escapa tam bin al
control de la opinin, escapa, finalm ente, a m enudo a las
reglas del Derecho.64 En consecuencia, m uy pronto los
jueces reclam arn el derecho a supervisar los m ecanismos
carcelarios: la creacin del rol de JA P ir en ese sentido.65 El
hecho es que h a nacido u n tem ible poder penitenciario,
autnomo y liberado de las reglas del derecho comn...
Foucault abre el ltimo captulo, Lo carcelario, con una
a trap ad o ra evocacin de la colonia penitenciaria de M ettray,
verdadera quintaesencia de la prctica penitenciaria. Pero
con M ettray tam bin se acaba el libro. La crcel h a salido de
sus muros, consigue carcelarizar a la sociedad al extender sus
procedimientos fuera de ella m ism a. E l modelo carcelario
difunde e inspira, a su vez, a otras instituciones, a otras
prcticas sociales que operan m etdicam ente el disciplina-
miento de las sociedades. Ahora bien, en resum idas cuentas,
es ^N acim iento de la prisin nos h a b la r poco de la crcel pro
piam ente dicha: cuando sobreviene, en la cu a rta parte, el
libro se acab a. Dos p rim e ro s c a p tu lo s d e n so s p la n te a n
el escenario; en el tercero, el m s corto de todos, el cambio se
h a cumplido y M ettray testim onia el irreversible triunfo de lo
carcelario. E ntre los dos prim eros captulos y el tercero, que
sirve de conclusin, existe u n a elipsis: u n tiem po y un espacio
a reconstituir. Algo sigue su inexorable curso. Monotona
carcelaria, repetitiva de los ritos penitenciarios. Foucault
El fra ca so de l a c rc e l
71
LA FABRICACIN
DE LA DELINCUENCIA
74
\
La r e c o n f ig u r a c i n
DE LOS ILEGALISMOS
77
notablem ente. Ese ilegalismo cerrado ser precioso, tanto
indirecta como directam ente. Los ejemplos recurrentes de la
prostitucin, del trfico de arm as o de la droga confirman la
utilidad econmico-poltica de la delincuencia.7
La g n e s is d e l in d iv id u o p e l ig r o s o
78
que transform a al hombre en anim al, Foucault subrayar
m s bien las operaciones cognitivas que producirn esa
ficcin conceptual que es el delincuente. Ficcin recurrente y
tan to m s operativa cuanto que va a desem pear u n rol
retrospectivo, puesto que, a p a rtir de la crcel, la delincuen
cia aparecer como si am bas hubieran existido desde siem
pre. Se tr a ta de un doble logro: he ah a la crcel justificada
y al delincuente naturalizado. De all en m s form an u n a
pareja inseparable. En efecto, la distancia es grande entre el
simple a utor de ilegalismos, el infractor calificado, y ese
personaje laboriosam ente construido con efectos de lo real, al
que el siglo xix h a denominado delincuente. Dicha fabricacin
de la delincuencia descansa en un nm ero determ inado de
operaciones especficas. Ante todo, realiza la fusin de todas
las formas de delitos en u n a sola y nica especie, que niega las
caractersticas especficas de ciertos ilegalismos. De esta
confusin, m antenida a sabiendas, resu lta u n a interferencia
que produce u n doble desconocimiento: desconocimiento so
cial y poltico (sordera a las formas de expresin m arginales
em pleadas espontneam ente por ciertos grupos o individuos)
y desconocimiento intelectual (aislar u n a delincuencia no
perm ite conocer m s al hipottico objeto que se pretende
delim itar). Los delincuentes term in an por aparecer como
u n a especie de m u tan tes psicolgicos y sociales.8
La nocin de peligrosidad se asegura un papel de prim er
plano en las elaboraciones tericas del siglo xix, en la in te r
seccin de la psiquiatra y la criminologa, del asilo y la crcel.
E sa nocin es mixta: el individuo peligroso es al mismo
tiempo enfermo y criminal, sin ser por completo ni u n a ni la
otra cosa. De ah ese juego de rem isiones que se in sta u ra
entre lo penal y lo mdico. E sta doble pertenencia -judicial y
p siq u i trica - h ab ra bastado p a ra explicar el inters de
Foucault por justificar investigaciones cada vez m s profun
das y actualizadas, de las que dan testim onio num erosos
textos pertenecientes al perodo 1975-1984. La peligrosidad
de un individuo descansa en una invariante: su n a tu ra le z a
agresiva de individuo perjudicial p a ra sus sem ejantes y a
veces p a ra s mismo. Exam inada m s de cerca, la nocin de
peligrosidad delata muy pronto sus limitaciones. La peligro
sidad no es el peligro, siempre real, pu n tu al y perfectam ente
identificable, sino que se apoya en u n a grosera evaluacin de
81
asegurando la difusin y la masificacin del enfoque psi
quitrico de lo pen al a tra v s de u n a grilla u n iv ersal. Las
te sis d e sarro lla d as h acia 1890 por la Antropologa crim i
nal d e se m p e a r n al respecto u n papel decisivo, al propo
n e r d e sp en a liz a r el crim en y a b a n d o n a r la nocin ju rd ic a
de resp o n sab ilid ad en beneficio de la psicolgica de peli
grosidad. P eligrosidad que crece en razn in v e rsa al coefi
ciente de responsabilidad, ya que el irre sp o n sa b le r e s u lta
entonces el individuo m s peligroso. M s que en u n castigo,
la pena se convierte en u n medio p a ra defender a la sociedad.
Sin embargo, las tesis de la Antropologa crim inal sern
abandonadas progresivam ente, pero reaparecern en dere
cho civil, a travs de los problem as de accidentes, de riesgo y
de responsabilidad, perfilando la nocin de responsabilidad
sin falta . Ju sta m e n te esa despenalizacin de la responsabi
lidad civil ser la que proporcione un inesperado modelo al
derecho penal, a travs de la nocin de riesgo: el gran
crim inal es ese individuo portador de riesgos al que se podr
h acer responsable penalm ente sin im putarle, sin embargo,
plenam ente sus actos. De ah la ex tra a paradoja de u n a
im putabilidad sin libertad. De all en m s, la sancin ya no se
orienta a castigar, sino a prevenir u n riesgo.:.
E s a reflexin sobre la peligrosidad p ro se g u ir a n en
otro campo, ya no terico e histrico, sino pragm tico y
contem porneo. La conferencia de Toronto conclua con la
idea de que podra su rg ir u n a in q u ie ta n te sociedad de un
derecho que in te rv ie n e sobre los individuos en raz n de lo
que son. La m ism a in q u ietu d es la que tam bin se desliza en
esos fragm entos donde Foucault evoca la p siq u iatra soviti
ca, la pena de m uerte, la ley llam ada antim otines o los QHS.11
All vuelve a encontrarse el mismo pensam iento, slidam en
te instalado en los mismos postulados. E n el plano carcelario,
la cuestin de los QHS es p a rticularm ente significativa. En
efecto, aparece como u n a prolongacin, al interior mismo de
la pena, del debate que la agitaba en el exterior. Al criterio
jurdico-psiquitrico de peligrosidad se superpone un crite
rio propiam ente penitenciario, que por otra p a rte no lo
recorta exactam ente, puesto que descansa sobre el comporta
m iento du ran te la detencin. Se p lan tea entonces un crculo:
11 QHS (Q u artier de haute scurit). Sectores de alta seguridad. Para
F oucault constituyen un punto neurlgico del siste m a penitenciario.
Creados en 1975, esos sectores de rgimen disciplinario reforzado d esap a
recieron de la s crceles en 1981 (cf. DE, IV, ri- 275).
82
se coloca en QHS a un detenido de quien se sospecha que es
peligroso y su presencia en un QHS dem uestra su peligrosi
dad. De esta situacin fluye u n a doble pena que perm ite al
poder penitenciario reforzar sus prerrogativas. El m undo de
los encarcelados se divide en dos: los incorregibles, por un
lado, indefinidam ente castigables, y por el otro, los recupera
bles: los malos crim inales y los buenos.12E l individuo peligro
so constituira entonces el punto lm ite de toda penalidad
reform atoria y su m s notoria paradoja, puesto que l repre
senta aquello mismo que no se puede reform ar ni corregir. Al
igual que en el procedimiento judicial, se encuentra aqu la
m ism a ru p tu ra del sistema igualitario, ya que se puede otorgar
u n adicional a la pena o un agravam iento de sus condiciones.
Vuelve a encontrase, aunque en m enor medida, la m ism a
lgica que presida la eleccin -so b re la base de criterios
internos a la detencin-, de los detenidos que haba que
vigilar en particular, clasificacin que justificaba un t r a t a
m iento derogatorio, con contornos forzosam ente imprecisos,
y m edidas disciplinarias especficas, segn la sola aprecia
cin del poder penitenciario. Aparece aqu u n a especie de
cadena de la peligrosidad que viene a duplicar o reduplicar
los criterios penales, a veces sustituyndolos. Foucault in
vierte, entonces, el argum ento de la peligrosidad. A propsito
de A ttica,13 del caso M irval,14 de los QHS, de la pena de
m uerte o de penas incomprensibles, dem uestra que la crcel
es u n a institucin violenta que slo puede engendrar violen
cia. La violencia desatada que estalla ocasional y espectacu
larm en te debe entenderse, entonces, como la resp u esta de
m orada a la violencia fundam ental, sorda y cotidiana de la
institucin. La crcel es u n a m quina de m u erte que funcio
n a p a ra la eliminacin fsica: Acusamos de asesinato a la
crcel escribe Foucault en u n a significativa elipsis, luego de
la ejecucin de Buffet y Bontem ps.15 Pero si la peligrosidad
El n a c im ie n t o d e l a c r im in o l o g a
86
exam en es desde el comienzo mismo, e indefectiblem ente un
in strum ento del poder y u n a h e rra m ie n ta del saber. Al
individualizar y someter, hace posible un sab er preciso sobre
los individuos. Las disciplinas ocasionan as ese espectacular
desbloqueo epistemolgico que da nacim iento a las ciencias
del hombre. E x tra a inversin de u n orden que se supona
lgico: la m edicina em an a del hospital, la pedagoga de la
escuela y la criminologa de la crcel. R igurosam ente especi
ficado por el ejrcito, la escuela o el hospital, el exam en
carcelario no parece obedecer, a sem ejanza de la revisin, la
composicin o la visita, a u n a operacin singular y perfecta
m ente identificable. No es que no exista, sino m s bien que se
diluye y se expande: en la crcel, el exam en se encuentra en
todas partes. Foucault m u estra esa infinita proliferacin, esa
m ultiplicacin vertiginosa de la pena en la prctica penal,
cotidiana. Desde el informe policial al grueso expediente
constituido por la instruccin de las diferentes piezas depues
ta s en el archivo penitenciario, a los diferentes informes
(disciplinarios, psicolgicos, sobre el com portam iento, ju d i
ciales, educativos...) que jalonan el itinerario carcelario, el
prisionero se encuentra cercado, lastrado por esa prolifera
cin de lo escrito, por esa infinita m ultiplicacin del poder de
juzgar.
Slo las ciencias de perfil epistemolgico bajo, como la crimi
nologa o la psiquiatra -se a la Foucault- son reacias a su
propia historia: ni la medicina ni la biologa pertenecen a esa
categora. Pese a un paralelismo en la exposicin, hay que
adm itir que el desbloqueo epistemolgico producido por las
disciplinas no engendrar en todas p artes los mismos efectos.
Positivos e indiscutibles en el hospital, pero las consecuen
cias carcelarias sern m enos gloriosas: advenim iento de la
m edicina m oderna, por un lado, de la criminologa, por otro.
No es, pues, por el lado de la investigacin cientfica donde
ser preciso buscar el fundam ento de la criminologa, sino
m s bien por el de la crcel, que perm anece as como el punto
de p a rtid a y el de llegada de todos los anlisis de SP. Al ser
un lugar por excelencia del ejercicio de un poder, la crcel se
revela tam bin como lugar de produccin de un saber. En
verdad, ese saber es de varias clases. Existe un saber propia
m ente pragm tico, o ciencia penitenciaria, que slo es una
tcnica apenas distinguible de los procedimientos disciplina
rios de los que es la racionalizacin. Desplomndose sobre
todos esos saberes pragm ticos de gestin de ilegalismos y
englobndolos, est sobre todo la cha rla ta n e ra de la crim i
nologa (pg. 311), invalidada de e n tra d a por su lugar de
origen:21 H an ledo alguna vez textos de criminologa? Es
como p a ra que se les caiga el alm a al piso. Lo digo con
asombro, no con agresividad, porque no consigo entender
cmo ese discurso de la criminologa h a podido quedar as. Se
tiene la im presin de que el discurso de la criminologa es de
ta n ta utilidad, re su lta reclamado con ta n ta intensidad y se
h a vuelto ta n necesario p a ra el funcionamiento del sistem a
que ni si quiera tuvo necesidad de procurarse u n a justifica
cin terica o, m s sim plem ente, u n a coherencia o u n a cierta
arm azn. Es com pletam ente utilitario. Creo que es necesario
investigar por qu u n discurso sabio se h a vuelto ta n indis
pensable p a ra el funcionamiento de la penalidad en el siglo
xix.22 Foucault recuerda con malicia que la publicacin de
p artes del expediente y de la m em oria de P ierre Rivire puso
en evidencia la incuria de la criminologa y de la psiquiatra,
as como su esterilidad cognitiva, de donde proviene su
tem poraria y sabrosa mudez. H aba nacido u n saber que
desde entonces in te n ta r m eticulosam ente bo rra r su origen.
La criminologa reivindica entonces u n a pretensin de cien-
tificidad que no le impide intervenir indirecta y directam ente
en el proceso represivo, cuya gnesis se supone que tiene que
explicar, convirtindose as en u n engranaje efectivo y en un
celoso auxiliar del poder penitenciario, al que orienta y
aconseja. Con la criminologa se cierra u n circuito: En el
fondo, de dnde provienen sas nociones de peligrosidad, de
disponibilidad p a ra la sancin, de curabilidad? No se encuen
tra n ni en el derecho ni en la medicina. No son nociones
jurdicas, ni psiquitricas, ni mdicas, sino disciplinarias. [...]
Creo que la criminologa acarrea todas esas nociones.23
Saber del orden que tiene, en el propio orden, su condicin de
posibilidad: la crcel es el laboratorio de la criminologa y el
lu g ar de produccin del delincuente. Al hacerlo, pone en
accin una ilusin retrospectiva, la de u n a especie de delin
cuente sui generis, que oculta el hecho fun d am en tal de que la
crcel es el lugar de aparicin de esa especie; oculta tam bin
los efectos propios del carcelarism o sobre el individuo, los
in te rp re ta como u n a constante antropolgica. La criminolo
88
ga constituye entonces un sistema: ante todo, con la crcel
pero tambin con todo lo que se teje alrededor de ella. A
propsito, Foucault evoca al tro Lacenaire-Gaboriau-Lom-
broso: el criminal, el novelista y el criminlogo. Tres activi
dades distintas y, sin embargo, afines. Tres prcticas de
escritura cmplice: la que relata el hecho supuestamente en
bruto, la que lo novela y la que especula a partir de l.24 Ms
precisamente, Foucault analizar la criminologa como una
de las respuestas al fracaso carcelario, respuesta en forma de
huida hacia adelante. De esa prueba, la crcel, institucin
reciente y frgil, criticable y criticada, resurgir paradjica
mente reforzada, abastecida con un pesado coeficiente de
evidencia, puesto que pretender aparecer entonces como la
solucin al problema de esa delincuencia que contribuy a
crear.
1 D E, IV, n 301.
2 DE, III, n 173, pg. 75.
91
solicitado por ciertos problem as contem porneos, Foucault
tam bin se in terro g ar de m anera recurrente sobre el siste
m a penal y acerca del sentido del castigo en general. Es
posible en carar un m undo sin crceles? Cules seran enton
ces las alte rn a tiv a s a la crcel? Cules seran las penas de
reemplazo? Y, la m s agobiante de todas, la preg u n ta que
parece obsesionarlo: A qu se le llam a castigar? Es preciso
ten e r en cuenta la evolucin de su pensam iento. E n tre los
prim eros textos de 1971 y la ltim a entrevista que consagra
a la crcel en 1984, su posicin fue modificndose, pero nunca
reneg de lo esencial. E n l opera u n a doble influencia,
in te rn a y externa: por u n a p arte, su pensam iento evoluciona,
m ad u ra y se rectifica; por otra, se m antiene en fase con la
actualidad penal, nacional e internacional. En 1981, la llega
da al poder de u n a m ayora de izquierda, si bien no cambia
completamente los datos fundamentales del problema -Foucault
se haba situado resueltam ente fuera de las prcticas electora
les-, sin embargo inflexiona en su reflexin y as saludar
claram ente las prim eras m edidas adoptadas por R. B adinter,
el mejor m inistro de ju sticia que hemos tenido en muchos
aos.3
92
zante. La crcel dem uestra ser el lugar paradjico de la
violencia m s extrem a y de la m ayor denegacin del derecho:
La crcel es el ilegalismo institucionalizado [...] es la caja
negra de la legalidad. Lejos de erradicar los ilegalismos, los
encarna y los reproduce al mximo nivel: Cmo es posible
que u n a sociedad como la n u estra, que se h a dado u n aparato
al mismo tiempo ta n solemne y ta n perfeccionado para hacer
resp e tar sus leyes, cmo es posible que h a y a colocado en el
centro de ese aparato un pequeo mecanismo que slo funcio
n a sobre la base de la ilegalidad y que slo fabrica infraccio
nes, ilegalidades, ilegalismo?.5
E n el plano terico, Foucault concibe su trabajo como la
colocacin en perspectiva histrica de la institucin, lo que se
orienta a destru ir la ilusin de perennidad sobre la que
im plcitam ente se apoya. D econstruir lo que haba denomi
nado la evidencia de la crcel (pg. 234) se convierte en la
ta re a prioritaria. As, los dos aspectos de la investigacin
histrica y genealgica, y de la exploracin prospectiva del
sistem a penal venidero, re su lta n indisolublem ente ligados,
siendo uno claram ente la condicin de posibilidad del otro.
Slo del anlisis y de la explicitacin m inuciosa del zcalo
racional sobre el que h an nacido y prosperado las diferentes
prcticas punitivas podr surgir u n enfoque radicalm ente
nuevo del sistem a penal. La crtica inm ed iata tam bin p resu
pone siem pre esa investigacin arqueolgica, sin la que - a l
re s u lta r am nsica- se vuelve inconsecuente y errtica. E n
tonces, necesariam ente, y aunque slo sea de m anera sem n
tica, en la tem tica del nacim iento de la crcel se perfilan
tam bin su decadencia y m uerte. Pero al no ser n a tu ra l, ese
proceso implica que los hechos que h ab an legitimado su
existencia sean entonces tra tad o s de otra m anera o que
h a y a n experim entado cambios. S P fue escrito en un perodo
de intenso y radical cuestionam iento a la institucin carcela
ria. Por todas partes autores y movimientos reclam an el
inm ediato cierre de las crceles. Foucault perm anecer siem
pre extrem adam ente prudente y evasivo en cuanto a la
eventualidad de u n a sociedad sin crceles, lo que p a ra l
rem ite a la utopa.6 Al respecto, todo ocurre como si esas
vastas perspectivas radicales y solam ente tericas estuvie
ran, a su juicio, vacas de sentido, que no fueran ni recusables
ni defendibles. Si h a n sido necesarios ciento cincuenta aos
5 Conferencia en la U niversidad de M onlreal (texto citado, pg. 12).
6 DE, II, n" 160, pg. 780 y n'- 125, pg. 432.
93
p a ra constituir ese sistem a carcelario, cmo im aginar que
podra desaparecer instan tneam ente? Significa por una
p a rte subestim ar la densidad y coherencia del sistem a que lo
justificaba y que contina operando y, por otra, subestim ar
tam bin sus capacidades de cambiar: El problem a no es
crcel modelo o abolicin de las crceles, declaraba en 1972.7
Incluso si bien la desaparicin de la crcel se encuentra
indiscutiblem ente en el horizonte de su pensam iento, no
obstante se deja llevar por el rechazo a todo m esianism o, por
el apego a un pragm atism o bien anclado en las luchas a librar
en el presente. Entonces parece replegarse m s m odesta
m ente ante esas conmociones - a veces m insculas, aunque
de otro modo m s reales y decisivas-, y seguir operando
dentro del sistem a. La alternativa se p lan tea entonces entre
reformismo pragm tico y radicalismo terico. Ahora bien,
m s vale un reformismo modesto, pero eficaz, que u n radica
lismo grandilocuente, pero estril. F ren te al romanticism o
del radicalism o que predica, sine die, el cierre de las crceles,
especie de versin carcelaria de la G ran Tarde, ante la
destruccin ostentatoria de los smbolos, Foucault prefiere el
lento, pero m s seguro, aplazam iento de la institucin carce
laria, su progresiva marginalizacin, su inexorable desagrega
cin. Vigilia que sin duda preludia su extincin anunciada, la
que probablem ente sea larga. A pesar de innegables reticen
cias, adm ite que conviene desarrollar los medios de castigar
fuera de la crcel, p a ra reem plazarla a los efectos de acompa
a r y acelerar aquella desagregacin. Se pueden y se deben
em prender reformas, pero en el marco m s radical de u n a
refundacin del conjunto del sistem a penal, el que est para
ser cambiado de arriba a abajo. Como se ve, p a ra l no existe
contradiccin entre el radicalismo de u n enfoque global y la
puntualidad y la urgencia de las reformas: Me ap art de todo
lo que no fuera un esfuerzo por encontrar aqu y all algunos
sustitutos. Lo que hay que repensar radicalm ente es qu
significa castigar, qu se castiga, por qu castigar y, finalm en
te, cmo castigar.8 Yendo ms lejos incluso, un program a de
reform a slo puede estar condicionado por u n a exhaustiva
exploracin previa de los fundam entos del sistem a penal. Se
perfilan entonces reformas sin reformismo, definitivamente
compatibles con el radicalismo del anlisis: El reformismo se
define por la m anera en la que se consigue lo que se quiere o
7 DE, II, na 105, pg. 306.
8 DE, IV, n 353, pg. 692.
94
en la que se procura obtenerlo. A p a rtir del momento en que
se impone por la fuerza, por la lucha, por la lucha colectiva,
por el enfrentam iento poltico, no estam os frente a u n a
reforma, sino a u n a victoria.9 He ah entonces qu es lo que
decide, en ltimo anlisis, el carcter poltico o no de u n a
accin: no la finalidad, sino la forma. Tal sera el reformismo
radical de Foucault. Se entiende mejor entonces su propia
contribucin, constructiva y voluntaria, por varias veces, a
ttulo de consultor, sobre problem as psiquitricos o penales.
La im agen de un Foucault como izquierdista in tratab le y
crtico u n ilateral se esfum a, lo que tampoco hace de l un
turiferario obligado de esa coalicin de izquierda que l
contem pla con m ira d a m uy crtica y a la que fustiga por su
inercia poltica y falta de imaginacin.
Por otra parte, la crcel tiende a borrarse, a desaparecer,
no ante los em bates bruscos y violentos de u n a crtica externa
que la h a ra explotar, sino m s bien segn una lgica in te rn a
de implosin. Progresivam ente va perdiendo su evidencia, y
el vnculo que u na el crim en al encarcelam iento parece
desanudarse. Si la crcel e st llam ada a desaparecer, ta m
bin se debe a que ya no desem pea el papel que haba sido
suyo. Sim plem ente h a dejado de ser til y esto desde diferen
tes ngulos. S P haba subrayado esa aparicin de u n a pena
lidad de lo incorpreo que m arc a ra todo el perodo moderno.
Sin embargo, la crcel se edificaba todava sobre la tom a de
un cuerpo que lentam ente va a esfum arse. Las a lternativas
a la crcel tenan all su punto de anclaje, simple relevo de
u n a form a de penalidad que se haba vuelto obsoleta. Tam
bin en el plano econmico la crcel parece m arc a r el paso: Si
por prim era vez la crcel comienza a m ellarse, no se debe a
que por prim era vez se reconozcan sus inconvenientes, sino
porque, por prim era vez, sus ventajas comienzan a b o rra r
se.10 Por u n a p arte, el poder tiene menos necesidad de
delincuentes: aquellos pequeos ilegalismos que se perse
guan con celo en el siglo xix ahora son integrados por el
circuito econmico a ttulo de riesgos aceptables. Por otra
parte, la delincuencia fue perdiendo progresivam ente su
eficacia y su inters poltico-econmico: a propsito del ejem
plo recurrente de la prostitucin, Foucault subraya la ap a ri
cin de otros modos m s eficaces, m s m odernos y m s
ldicos de recaudar beneficios de la sexualidad. Tam bin
9 DE, II, n'- 127, pg. 443.
10 Conferencia en la U n iversidad de M ontreal (texto citado, pg. 14).
95
subraya la prdida histrica de influencia de la delincuencia:
los ilegalismos contemporneos se globalizan y se tecnifican
a u ltra n za y, por lo tanto, requieren de nuevas competencias.
El viejo esquem a filantrpico ya no funciona como determ i
n a n te en ese desdibuj am iento de la crcel, como lo h aba sido
a p a rtir de su nacimiento. Se entiende mejor la incredulidad
de Foucault ante el eslogan del cierre de las crceles. Antes
que en abrir las puertas, la ta re a consistira en acom paar e
incluso en acelerar activam ente ese m architam iento: Hacer
volver la crcel, dism inuir el nm ero de crceles, modificar el
funcionamiento de las crceles, denunciar todos los ilegalis
mos que puedan producirse all... No est mal; incluso est
bien, incluso es necesario.11
L a s a l t e r n a t iv a s a l a c r c e l
96
reprocesado. Paradjicam ente, dejar de lado a la crcel ase
g u rara entonces la ampliacin de lo carcelario: Finalm ente,
se tr a ta sobre todo de otras ta n ta s m an eras de disem inar
fuera de la crcel funciones de vigilancia, que ahora van a
ejercerse ya no simplemente sobre el individuo encerrado en la
crcel, sino sobre el individuo en su vida aparentem ente libre,
ya que un individuo que se encuentra a prueba es, por supuesto
un individuo que se encuentra vigilado en plenitud, en la
continuidad de su vida cotidiana, en todas las situaciones de
relacin con la familia, con su oficio, con sus am istades; se
tr a t a de un control sobre su salario, sobre la m an era en que
em plea ese salario, en el modo de a d m in istrar su presupues
to; asimismo se ejercer vigilancia sobre su h b ita t.13Es fcil
reconocer esa sospecha metdica, esa desconfianza de princi
pios ta n caracterstica de las posiciones de Foucault. Com
prueba que dichas a lternativas a la crcel no son tales y que
de pronto vienen a dar u n contorno ntido a aquel inquietante
aunque impreciso archipilago carcelario, evocado en las
ltim as pginas de SP. Aparece entonces el disciplinamiento
de las sociedades, del que la crcel h ab a constituido la p u n ta
de lanza bajo la forma de caballo de Troya. U n sobrepoder
penal extiende silenciosam ente su imperio sobre toda la
sociedad. Foucault verifica la perm anencia de las funciones
carcelarias en tres elem entos caractersticos que son recicla
dos e n la lgica alternativa: la virtud re d e n to ra y transfo rm a
dora del trabajo, la funcin socializadora de la fam ilia y el
autocastigo. Dichas funciones, anteriorm ente asum idas sola
m ente por la crcel, hoy se en cu en tran reem plazadas por
m ltiples instancias no localizadas. Las alte rn a tiv a s se tr a
ducen en un control perm anente de las actividades del
contraventor. Al im plicar nuevas funciones en el circuito
punitivo, la p u esta a prueba o el TIG 14contribuyen a reforzar
el poder penal, diluyndolo en algo m s que s mismo: en lo
educativo, en lo mdico, en lo psiquitrico, en el trabajo
social. Entonces regresa con fuerza toda la vieja tem tica de
la higiene social.
La respuesta de Foucault -coherente, e s p e ra d a - resu lta
sin em bargo esquiva. Si ya no se tr a t a p u ra y sim plem ente de
cerrar las crceles, est en condiciones de eludir el debate
real acerca de las altern ativ as y acerca de su propia concep
13 Conferencia en la U niversidad de M ontreal (texto citado, pg. 14).
IJ TIG: Trabajo de inters general. Procedim iento creado en 1983, que
se convirti en un a de la s m s hab itu ales p enas alternativas a la crcel.
97
cin penal? C iertas frm ulas parecen ya esbozar el argum en
to: El trabajo que he realizado sobre la relatividad histrica
de la form a crcel era u n a incitacin p a ra t r a t a r de p en sar
en otras form as de castigo.15 Cmo reem plazar el encierro
por form as mucho m s inteligentes?, se p reg u n ta en abril
de 1984. Lejos de cualquier dogmatismo, confiesa todas sus
dudas, sus incertezas y su gran desconcierto. La palabra
confusin vuelve y u n a y otra vez, como elem ento em blem
tico, y cierra la entrevista. Es ilustrativo oponer entonces el
doctrinario tajan te y negativo de 1976 al pensador dub itati
vo, pero ocasionalmente constructivo, de 1984. Por cierto que
aparecen inflexiones que predisponen un espacio p a ra cier
ta s penas alternativas; no obstante, u n anlisis m s afinado
de esos dos textos perm ite ver, lejos de divergencias ap a re n
tes, profundas continuidades. La posicin de Foucault se
articula en torno de algunas ideas muy recuperables que son
la consecuencia lgica y directa de sus investigaciones hist
ricas. E n julio de 1981 defina las prioridades en m ateria
penal distinguiendo m edidas a corto plazo de la ta re a m s
ambiciosa de la refundadin del edificio penal. Menos coyun-
tu ral de lo que parece, ese texto m u estra que histricam ente
las cuestiones de la reform a jurdica y la penitenciaria siem
pre se h a n tratad o por separado, produciendo as un cierto
nm ero de efectos perversos. Las reform as vienen ocurrien
do desde hace ciento cincuenta aos, pero el derecho h a
permanecido ciego a las condiciones del castigo y el poder
penitenciario m antiene pretensiones hegemnicas en cuanto
al derecho. Por eso de lo que se tra ta es de u n a reform a total
y no de un revoque p u n tu al y regional. Se tr a ta de rep en sar
toda la economa de lo punible.16
De todos modos, rep en sar el conjunto implica dem orarse
en las penas en s m ism as. E n efecto, todo ocurre como si las
penas de prisin y enm ienda -histricam ente plebiscitadas-
hubieran escamoteado otras penas posibles, que Foucault
evoca rpidam ente, y que tienen el m rito de realizar la
economa del encarcelam iento. Podra, entonces, abrirse un
autntico debate, sereno y constructivo, acerca de las penas
alternativas. Cuando aborda el problema de u n a nueva
penalidad, Foucault parece siempre obsesionado por la m is
m a preocupacin: no re sta u ra r, m ediante otros canales, esa
98
desviacin antropolgica que hace del infractor un objeto a
e stu d ia r y un sujeto a corregir. E n consecuencia, el hecho de
dejar de recu rrir al encarcelam iento no puede ser considera
do como condicin suficiente, como p rueba de u n a renovada
penalidad. Foucault expresa aqu u n a posicin perfectam en
te coherente, abierta en cuanto a las m odalidades, vigilante
en los principios y que a p a rta todo a priori. E n ese sentido, la
crcel no constituye u n a excepcin. Al reflexionar sobre el
comienzo de la psiquiatra sectorizada, en 1977 Foucault se
preguntaba: Tal vez se prepare, en efecto, la decadencia del
asilo. Pero, significa esto la ru p tu ra con la psiquiatra del siglo
xix y con el sueo que la alim entaba desde sus orgenes? El
sector, no es acaso otra manera, m s flexible, de hacer funcio
n a r la medicina m ental como una higiene pblica, presente en
todas p a rte s y siempre lista p a ra intervenir?.17Sin embargo,
precisam ente en torno a esas experiencias de sector en
psiquiatra, poco a poco la propia idea de altern ativ a parece
em erger y adoptar un sentido m s bien positivo. A propsito
de los ejemplos muy precisos de altern ativ as a la crcel,
reitera su constante inquietud: a propsito de los comits de
sector propuestos por el abolicionista Louk H ulsm an,18 cuyo
peligro le parece radicar, por u n a pa rte en la hiper psicolo-
gizacin del crim inal y, por otra, en la instauracin clandes
tin a de u n a justicia popular, a la que siem pre h a condenado
con energa, o tam bin, luego de la instauracin del TIG en
Francia, que le parece apoyarse de nuevo en la confusin
entre el castigo y la enm ienda y que, sea como fuere, devuelve
todas las ambigedades del trabajo como medio de castigo y
de readaptacin.19 M s flexible que en 1976, en M ontreal,
Foucault reitera r sin embargo sus prevenciones. En el
debate en torno a la pena de m uerte, donde expresa su
rechazo a las penas de reemplazo, vuelve a encontrarse la
m ism a obsesin: es necesario suprim ir la pena capital, pero
no se podra aceptar la prrroga del rep arto que implicaba
entre crim inales recuperables e irrecuperables, reparto que
bien podra rein stau rarse, a travs del sistem a de penas
largas y sin acortam iento opuestas a penas cortas y modula-
bles. La ta re a que se plantea entonces exige un paciente
trabajo colectivo que sepa abrirse m odestam ente a todos los
componentes profesionales...
17 DE, III, n 202, pg. 274.
18 L. H ulsm an y J. Bernat de Celis, Peines perdues, Le Centurin, 1982.
10 D E , IV, n 346, pgs. 643-644; n'J 353, pg. 696.
De esos textos sobre la cuestin penal desplegados a lo
largo de u n a quincena de aos no surge ningn anlisis en
forma de sistem a. R esulta difcil entonces h a b la r de un pen
sam iento penal de Foucacult, si por ello se entiende un
conjunto coherente y estructurado de anlisis y proposicio
nes. E n todas p a rte s asum e el desarrollo pragm tico de su
pensam iento y los vaivenes propios de esa clase de enfoque,
siendo emblemtico el recurso del artculo periodstico o la
entrevista. De todos modos, si bien se niega al sistem a, ese
pensam iento alia coherencia y sistem aticidad. Esos textos
coyunturales constituyen entonces u n a tra m a de m alla bas
ta n te floja, agujereada en algunas p a rte s por silencios p u n
tuales, pero suficientem ente sugestiva como p a ra constituir
u n todo. A parecen entonces algunos principios rectores, h e
terogneos, en cuanto a la diversidad de planes de interven
cin, pero homogneos en cuanto a la m irada de conjunto. Sin
je ra rq u a ni preem inencia, se podra in te n ta r restitu ir del
siguiente modo esa coherencia sin verdadero lu g ar de apa
ricin:
100
ledo a la sola luz de u n a teora de la culpabilidad (contra Paul
Ricoeur).22
C a s t ig a r hoy
102
tia de ju z g a r ta n significativa en la poca contem pornea,
ta n determ inante tam bin en esa peligrosa delegacin en el
p siq u iatra de la decisin de ju zgar.26 Si la angustia de juzgar,
consustancial al propio juicio, resu lta innegable, por otra
p arte sus efectos son nefastos. Como fascinado por su funcin
teraputica, el juez se encontrara hoy frustrado por ten e r
que abandonar esas prerrogativas que considera gratifican
tes: m s que castigar, lo que quiere es curar.27 La situacin
resu lta tan to m s paradjica por cuanto existe por lo menos
heterogeneidad entre las exigencias del derecho y el enfoque
psiquitrico, de m an era que la fascinacin se carga tam bin
de u n m uy grande aprieto. Si la crisis de la funcin de la
ju sticia se encuentra bien abierta, las contradicciones te n
d rn de todos modos u n lugar ilusorio de resolucin en esa
gran liturgia jurdico-psicolgica que caracteriza al proce
so: La increble dificultad p a ra castigar se encuentra disuel-
t a en la tea tra lid a d .28 Satisfaccin m s im aginaria que real,
pero que term in a por funcionar. Por encim a de la pena, al
in terior del propio itinerario carcelario, e incluso m s all del
mismo, tam bin emerge u a serie de consecuencias pragm
ticas. De all en m s, con la difusin del trabajo social, el poder
carcelario extiende sus redes, al mismo tiem po tenues y
om nipresentes, mucho m s all de sus altos muros. Los
trabaj adores sociales aparecen entonces como los agentes del
control social, como modernos relevos de las instancias mora-
lzadoras que se haban multiplicado en el siglo xix, y como
vectores inconscientes -a u n q u e a veces tam bin como cm
plices objetivos- de un conformismo que no hace m s que
confortar al poder. Se comprende, pues, que los medios
profesionales, a m enudo apasionadam ente comprometidos
en sus luchas as como en su m ilitancia poltica, se hayan
sentido profundam ente interpelados, molestos, lastim ados o
de pronto desalentados ante el radicalism o de los anlisis de
Foucault. De todos modos, cabe que se les haga justicia,
enfatizando la realidad de su trabajo poltico y su contribu
cin crtica al desenm ascaram iento de la institucin. In te
rrogado en 1978 acerca de las arrem etid as de S P contra los
medios profesionales, Foucault evocar u n efecto anestsi
co que refuta, y de todos modos relativiza, al insistir, a
contrario, en el efecto irrita n te y e stim ulante de sus anlisis,
26 DE, III, nIJ 205.
27 DE, IV, n 353, pg. 695.
28 D E , III, nQ205, pg. 294.
103
reivindicando ju sta m e n te ese papel desestabilizador. Fiel a
los principios fundadores del GIP, p a ra te rm in a r recordar
secam ente que el problem a de las crceles no es tanto asunto
de los educadores sino de los prisioneros.29
La crisis resulta, pues, patente: crisis de la justicia, de la
institucin carcelaria, de toda la sociedad. Crisis tam bin de
la propia sociedad disciplinaria, de la que Foucault haba
descripto ta n m inuciosam ente su len ta pero irrem ediable
emergencia. La sociedad h a evolucionado y tam bin los
individuos que la componen. La propia disciplina est en
crisis y cada vez m ayor cantidad de individuos escapa al
imperio del poder disciplinario.30 Q uedara por pen sar el
desarrollo de u n a sociedad sin disciplina. De todos modos, a
escala m undial, dichas sociedades coexistirn necesaria
m ente con otras, que recu rrirn a modos m s arcaicos de
represin. Los campos de concentracin y otros gulags de la
URSS o de la C hina de la Revolucin cultural constituyen as
u n a form a m ixta entre el esquem a disciplinario y u n rgim en
de puro terror. Pero el puro terro r -s u b ra y a F o u c a u lt- no
podra durar: es dem asiado inestable, dem asiado incierto,
dem asiado vulnerable. De ah la histrica victoria de las
disciplinas. Fugazm ente estalla la interrogacin, efm era y
vacilante, de saber cmo sera un castigo que no cayera en el
orden econmico capitalista. Si bien los reproches form ula
dos a los disidentes soviticos son polticos, por su p a rte las
tcnicas punitivas -se a la F o u cau lt- no h a n cambiado por
que son incam biables.31
C uarto de siglo despus de la publicacin de SP , el aporte
de Foucault al problem a penal se presen ta como decisivo en
m ltiples planos. Hoy sigue siendo difcil delim itar bien esa
influencia ta n discutida que supo difundirse fuera de las
redes convencionales del saber universitario. A lo largo de
nuestro itinerario hemos procurado se ala r esos logros. La
crcel, p a ra term in ar, h a b r perdido su evidencia y con ella
el propio poder de castigar, bajo cuya racionalidad Foucault
104
devel u n a voluntad norm ativa sin par. La crcel cambia
im perceptiblem ente: se h a n producido progresos notables en
las decisivas cuestiones de la salud o de la presencia de lo
contradictorio en las instancias disciplinarias internas. La
propia idea de u n detenido sujeto de derecho se abre camino.
Pero algo perm anece por siem pre irreductible en esa in s titu
cin ta n reciente y tam bin ta n arcaica. Y, desde esta pers
pectiva, los planteos de Michel Foucault siguen siendo los
nuestros: D urante mucho tiem po existi la preocupacin
acerca de qu era lo que se deba castigar; tam bin d u ran te
largo tiem po hubo preocupacin acerca de la m anera en que
se deba castigar. Pero ahora se p la n te a n ex tra as pregun
tas: Hay que castigar? Qu significa castigar? Por qu
ese vnculo, aparentem ente ta n evidente, entre crim en y
castigo? Que sea preciso castigar u n crimen, eso nos re s u lta
m uy fam iliar, m uy cercano, m uy necesario y, al mismo
tiem po, algo oscuro nos hace dudar. Vase el vil alivio de
todos -m agistrados, abogados, opinin pblica, p erio d istas-
cuando llega ese personaje bendecido por la ley y la verdad,
que dice: Pero no, tranquilcense, no ten g a n vergenza de
condenar. U stedes no van a castigar; gracias a m, que soy
mdico (o psiquiatra o psiclogo), ustedes van a re a d a p ta r y
a c u ra r. Pues bien, al calabozo, le dicen los jueces al incul
pado. Y se ponen de pie, m aravillados; les ha sido concedida
la inocencia. Proponer o tra solucin p a ra castigar significa
colocarse por completo a la re ta g u a rd ia en relacin con el
problem a, que no es el del m arco jurdico del castigo ni de su
tcnica, sino del poder que castiga.32
I. T ex to s de F o u c a u l t c o n sa g r a d o s e s p e c f ic a m e n t e al
problem a pen a l1
108
Les mesures alternatives l emprisonnement (Conferencia en la
Universidad de Montral, 15 de marzo de 1976), en Actes. Les
Cahiers d action juridique, nfi 73.
II. A r t c u l o s e s p e c fic a m e n te c o n s a g r a d o s a SP
P r is i n i m p e n s a b l e ...........................................................................................7
L a fabricacin d e la d e l in c u e n c ia ...................................................... 7 3
L a r e c o n f i g u r a c i n d e l o s i l e g a l i s m o s ............................................. 7 5
L a g n e s i s d e l i n d i v i d u o p e l i g r o s o .................................................... 7 8
E l n a c i m i e n t o d e l a c r i m i n o l o g a .......................................................8 4
111
C astigar e s lo m s difcil q ue h a y ................................................ 9 1
C errar las crceles?.................................................................92
Las a lternativas a la c rc e l.....................................................96
C astigar ho y .............................................................................. 101
B ibliografa..............................................................................107