Girola Lidia Y Farfan Rafael - Cultura Y Civilizacion PDF
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Girola Lidia Y Farfan Rafael - Cultura Y Civilizacion PDF
El pensamiento
crítico alemán contemporáneo
A N T O L O G ÍA D E T E X T O S A CARGO D E
R a fa e l F a rfá n H e rn á n d e z
y
L id ia G ir ó la
UNIVERSIDAD
AUTO N OM A Y 1 1
M£lROPOllTANA#AJ^_mm
Casaabierta al tiempo '■ ' )|H)IZillll)
R e c to r G e n e ra l
Dr. L u is M ie r y T e rá n C a s a n u e v a
S e c r e ta r io G e n e r a l
Dr. R ic a rd o Solís R o sa le s
U N ID A D A Z C A P O T Z A L C O
R e c to r
M iro . V ícto r M a n u e l S o sa G o d ín e z
S e c r e ta r io
M tro . C ris tia n E d u a r d o L e ric h e G u z m á n
C o o r d i n a d o r d e D e s a r r o l lo A c a d é m ic o
M tro . L u is S o to W alls
C o o r d i n a d o r a d e E x te n s ió n U n iv e r s ita r ia
D .C .G . M a ría T eresa O la Id e R a m o s
J e f a d e la S e c c ió n d e P r o d u c c ió n y D i s t r ib u c ió n E d ito r ia le s
M tra . S ilvia G u z m á n
Portada
V irg in a F lo re s y M n riz a F lo re s
P r im e ra e d ició n 2 0 0 3
ISB N : 9 7 0 -3 1 - 0 0 4 2 -2
© U n iv e r s id a d A u tó n o m a M e tro p o lita n a
U n id a d A z c a p o tz a lc o
Av. S an P a b lo 1 8 0 , col. R e y n o s a T a m a u lip a s
M é x ic o , 0 2 2 0 0 , D.F.
Im p re s o en M é x ic o
Printed in México
PRESENTACIÓN
Rafael Farfán H.
'lógica' propia de las ciencias sociales o lo específico de su m etodología? Es im portan te destacar que
los representantes de U Teoría Crítica de aquel m om ento son A d orn o y H aberm as. Las actas de este
debate, organizado por la Sociedad Alem ana de Sociología, se encu entran hoy en español con el título
La disputa del positivismo en la sociología ntemnua (1973).
2 La forma más clara de m anifestación de esta enseñanza de la Teoría C rítica consiste en el uso
de libros y m ateriales que em piezan por asum ir la existencia de la Escuela de Frankfurt y por reducir
ésta a los nombres de Horkheim er, A dorno, M arcuse y even tualm en te W alter Benjamin. Un ejem plo
de ello es el controvertido libro de G eorge Friedm an, La filosofía política de ln escuela de Frmikfiirl (1986).
En M éxico no heñios sido la excepción de esta recepción acrítica; véanse por ejem plo los trabajos de
Blanca Solares (1998) y Gilda W aldm an (1998).
cuando el historiador estadounidense Martin Jay3 se encargó de regresar
este mito a la tierra, estableciendo sus bases históricas, poniendo así en
claro la realidad multifacética y contradictoria que se halla detrás de la
etiqueta 'Escuela de Frankfurt7 (Wiggershaus, 1994: 2). La Teoría Crítica
apareció a partir de entonces menos como una 'teoría' y m ás como el resul
tado de un punto de vista no unificado de un grupo de investigadores
marxistas, surgido en el contexto de la cultura alemana de la República de
Weimar, para quienes el adjetivo 'crítica' no era todavía el nombre de un
sustantivo teórico: In teoría crítica de la sociedad. Y sobre todo, para ellos
este adjetivo tenía el especial significado que le da la historia del pensa
miento filosófico-social alemán, en la que conviven en tensión los nombres
de Kant, Hegel y Marx.
Sin embargo, si algo también empezó a aclararse a partir del impor
tante trabajo histórico de Martin Jay, no fue sólo la responsabilidad que
tuvo el movimiento estudiantil del 68 al crear el mito de la Escuela de
Frankfurt, sino también la responsabilidad que comparten importantes fi
guras de esta escuela al reinventar la historia de un modo que les daba
cierta legitimidad reconstruyendo su pasado (McLaughlin, 1999: 2). El mito
de la escuela de Frankfurt no fue creado sólo por los jóvenes estudiantes
alemanes, que ante la urgencia del momento político requerían un medio
ideológico que les permitiera legitimar sus ideas y acciones. También con
tribuyeron a crearlo figuras destacadas de esta 'teoría', como Horkheimer
y Adorno; este último no dudó en utilizar la etiqueta de 'escuela' para refe
rirse a su trabajo y ubicarse él mismo en ella con una "obvia arrogancia"
intelectual (Wiggershaus, 1994).
¿Cómo contribuyeron los autores mencionados a la formación de este
mito? Sin duda, y para empezar, reconstruyendo la historia desde una pers
pectiva altamente selectiva en la que ellos aparecen como protagonistas
principales, unificados en torno a una teoría y conscientes de una clara
meta político-social que se plantearon alcanzar. Mediante esta reconstruc
ción es posible entonces identificar la existencia de una 'escuela' y dentro
de ella una teoría, pero sólo por medio de una proyección del presente ha
cia el pasado e imputándole a la historia un sentido teleológico que le da la
forma de un proyecto autoconsciente. Esto es lo que hicieron Horkheimer,
Adorno y Marcuse en los distintos testimonios que dejaron y que hacia el
final de su vida sintetizó Leo Lówenthal en la visión que le ofrece a Helmut
Dubiel de lo que fue la 'historia' de la Escuela de Frankfurt.4 ¿Cómo apare
ce la 'historia' de la Escuela de Frankfurt desde esta perspectiva selectiva?
5 V éanse por ejem plo las investigaciones históricas de Alfons Soellner (1984) y de W olfgang
Bonss (1984), así com o las partes que les dedica M artin Jay (1974), en las que reconoce, po r ejem plo, la
im portan te contribución que hace Erich From m a los p royectos del Instituto de Frankfurt desde
la tem prana ¿p oca de H orkheim er. Sin em bargo, ha sido Rolf W iggershaus (1994) el que ha hecho
hasta ahora la reconstrucción histérico-docum ental m ás detallada de m uchas partes hoy ignoradas
o descon ocidas de la historia de la Escuela de Frankfurt.
6 C om o la que hace Axel H onneth (1990) principalm ente para fund am en tar un a concepción
suposición del carácter injusto de la sociedad capitalista y cómo superarla.
A partir de ahí desarrollan premisas teóricas sustentadas en investigacio
nes empíricas propias que se oponen a las premisas que fundan y dan iden
tidad a la llamada Teoría Crítica de la sociedad. Éste y no otro es el centro
del conflicto que divide a los miembros del instituto desde que Horkheimer
llegó a su dirección en 1931. Y éste debe ser el punto de partida para com
prender la form ación de lo que sólo más tarde se llam ará 'Escuela de
Frankfurt' y de la Teoría Crítica. Es decir, situar las posiciones de los acto
res en un campo intelectual formado por sus oposiciones y a su vez situar
el significado de los conceptos a partir de los conflictos que se dieron entre
estos actores.
En la historia selectiva que crearon a su justa medida los que serán recono
cidos como los 'miembros' de la Escuela de Frankfurt, no sólo están ausen
tes los nombres de algunos otros de sus miembros (y que antes mencioné),
sino sobre todo están ausentes las disputas que se dieron entre los que de
un modo u otro tomaron posición junto a Horkheimer y aquellos que se
opusieron a su dirección intelectual, en tanto no compartían ni su concepto
de 'Teoría Crítica' ni, por ende, la interpretación que hacía del marxismo en
su relación con las ciencias sociales, en especial con la psicología (Fromm)
o con la ciencia política y el derecho (K irchheim er y N eum ann). La
marginación y marginalidad a la que serán reducidos los miembros disi
dentes del instituto obedecen al resultado de un conflicto entre posiciones
en un campo intelectual en el que sus actores se disputan más que el con
trol y la dirección de un centro de investigación social. Luchan entre sí por
el control de un 'capital' acumulado (Bourdieu, 1995), cuyo monopolio de
cide finalmente no sólo la legitimidad de un reconocimiento (quién perte
nece o no a una institución), sino sobre todo, quién tendrá derecho a ser
reconocido como 'sujeto' de una historia.
En resumen, en este conflicto entre posiciones se trata de una batalla
que se escenifica entre ideas y conceptos, pero que supone algo más que
una lucha por la propiedad o por la apropiación de conceptos. Es una lu
cha por la apropiación de un capital acumulado (de conocimiento, pero
también de bienes económicos), que decide la orientación del Instituto de
propia de lo que fue en sus inicios la Teoría Crítica con H orkheim er y cóm o recu perar este sentido en
la actualidad.
Frankfurt y las investigaciones que en él se realizan. Por las fuerzas con
centradas en tomo a él y por los medios que logró controlar, fue Horkheimer
quien casi siempre logró imponer su posición y con ella su concepción de
lo que debería entenderse en el Instituto de Frankfurt por 'crítica de la so
ciedad'. La imposición y posterior difusión de este concepto (que llega hoy
hasta nosotros) obedece, pues, a una 'sociogénesis' (Elias, 1987) en la que
está de por medio la historia de la formación de un campo intelectual y su
relación con la historia de un campo cultural y político que se sintetizan en
la historia del Estado y la nación alemanes. Las diversas luchas que tuvie
ron lugar en diferentes momentos de la historia del Instituto de Frankfurt,
pueden entonces interpretarse como luchas entre posiciones que se situa
ron de modo distinto frente a la historia de la formación de la nación ale
mana. Desde cada una de ellas hay un modo distinto de autocomprensión
de la posición que se ocupa dentro de una sociedad, su cultura y estructura
política.
La primera batalla que tuvo lugar fue la que se dio entre Horkheimer
y Erich Fromm, que se decidió finalmente a favor del primero mediante la
expulsión y posterior 'olvido' del segundo en la historia de la Escuela de
Frankfurt. La segunda fue la que tuvo lugar en Nueva York (en 1940), cuando
Horkheimer y su equipo se enfrentaron a las posiciones que entonces de
fendían Kirchheimer y Neumann en tom o a la explicación de las causas
que originaron el nacional-socialismo alemán. Este conflicto también se
resolvió con la marginación de los dos miembros disidentes, pero sin que
ello implicara un fracaso rotundo para éstos, pues junto con Fromm, será
Neumann de los primeros frankfurtianos en recibir un reconocimiento aca
démico por parte de universidades estadounidenses, algo que nunca obtu
vieron H orkheim er ni Adorno (W íggershaus, 1994; M cLaughlin, 1999;
Jay, 1974). ¿Cuáles son los motivos conceptuales que originaron estas dos
disputas intelectuales en el seno del Instituto de Frankfurt?
En ambos casos se trata de la imposición de un concepto de 'crítica' de
la sociedad en el que se enlazan los nombres de Hegel, M arx y Freud y
de donde surgirá una filosofía social radical de orientación freudo-marxis-
ta (McLaughlin, 1999) que, sin embargo, está fundada en un postulado teó
rico no cuestionado: que el capitalismo liberal se encontraba en un proceso
de transformación inexorable hacia formas m onopólicas y reguladas por el
Estado. Desde ahí la Teoría Crítica concluía en un diagnóstico pesimista de
época: la transformación del Estado liberal en Estado autoritario implicaba
un cambio en todas las esferas de la sociedad, en las que se mantenía intac
ta la centralización económica de la dominación (Joas, 1998:94). Por lo tan
to, a pesar del tono radical con el que plantea su crítica de la sociedad, al
partir de la indignación ética que provoca el reconocimiento de las injusti
cias que son inherentes a la sociedad capitalista, la estructura conceptual
de esta filosofía social se encuentra fundada en la parte más ortodoxa y,
por ende, 'tradicional' de las teorías de Freud y Marx.
El centro del primer conflicto que tiene lugar en la historia del Instituto
de Frankfurt es precisamente la defensa que hacen primero Horkheimer y
más tarde Adorno y Marcuse, de un núcleo ortodoxo formado por su inter
pretación de Marx y Freud que el primero en cuestionar abiertamente fue
Erich Fromm y que es coherente con el postulado teórico no cuestionado de
la transformación del Estado liberal en Estado autoritario. ¿En qué consiste
este núcleo ortodoxo-tradicional de la Teoría Crítica de la sociedad?
Según lo entiende Lówenthal, el marxismo que ellos representaban se
caracterizaba por su orientación heterodoxa, pues "nuestros intereses de
investigación se desplazaron de manera especial al ámbito, fuertemente
descuidado por la tradición marxista, de la cultura, incluyendo [...] la psi
cología" (Dubiel, 1993: 64). Esto los llevó a abandonar, dice, la hipótesis de
una filosofía de la historia que se traza a partir del conflicto entre fuerzas
productivas y relaciones de producción. Así nació el "program a de una
filosofía m aterialista de la cultura" (Lówenthal) que el primero en concebir
fue Max Horkheimer. Ahora bien, al confrontar este testimonio con los do
cumentos teóricos7 que corroboran esta afirmación, ella no se sostiene, pues
muestran otra cosa y son ellos los que han llevado a identificar los déficit
conceptuales de la Teoría Crítica de la sociedad (Habermas, 1988; Honneth,
1991; Joas, 1998).8
Como parte de ellos se ha localizado la condición de una filosofía de
la historia basada en el conflicto entre el hombre y la naturaleza mediado
por el conflicto entre los hombres y que se sintetiza en la idea de una pro
ducción autoconsciente de la historia a través del trabajo (Honneth, 1991).
La centralidad que tiene esta filosofía, resultado de un apego a la tradición
ortodoxa del marxismo basada en el teorema del conflicto entre fuerzas
7 Véanse, por ejem plo, de H orkheim er, "A u torid ad y fam ilia" (1936); de A d orn o y H orkheim er,
Dialéctica de la ilustración (1969), y de M arcuse, El hombre unidimensional (1968); confróntense con el
tem prano y olvidado ensayo de Erich From m , "E l condicionam iento social de la estru ctu ra psíquica:
la m isión y el m étod o de una psicología social analítica" (1937).
8 Una de las prim eras críticas de la Teoría Crítica que ubican el trasíondo ortod oxo de su m arxis
m o, es el p recu rso r ensayo de G iacom o M arram ao (1982), en el que claram en te sitúa el teorem a
m arxian o del conflicto entre fuerzas productivas-relaciones de producción com o el postulad o de p a r
tida de las interpretaciones que hicieron H orkheim er y su equipo para explicar la crisis del capitalis
m o tardío com o resultado de la intervención del Estado para bloquear tales crisis. El au to r intelectual
de esta teoría fue F. Pollock, y al paso del tiem po se con v ertirá en un presup uesto nunca cuestionad o
por el resto de los m iem bros de la Escuela de Frankfurt para caracterizar el capitalism o tardío com o
'capitalism o de Estad o'. La dim ensión funcionalista del m arxism o ortod oxo se m anten drá incluso
hasta la 'segund a gen eració n ’ de la Teoría Crítica con H aberm as. Para m ás detalles de este límite
conceptual de la teoría de H aberm as, consúltese el im portante ensayo de H ans Joas (1986).
productivas y relaciones de producción, es lo que impregna a la teoría crí
tica de Horkheimer de una concepción funcionalista de la sociedad que lo
lleva a él (y a sus seguidores) a suponer algo que precisam ente le discutie
ron primero Fromm y después Kirchheimer y Neumann, a saber: que la
'cultura' no es otra cosa que esa 'masilla' o argamasa que mantiene unida a
una sociedad, reproduciendo a través de la psicología social las tendencias
macroestructurales que dominan a los grupos o clases sociales dominados
(Horkheimer, 1936).
Dicho de otro modo: Horkheimer, junto con Adorno y Marcuse, m an
tuvo intacta la afirmación marxiana de que lo determinante, en última ins
tancia, es la base económica. Sólo añadió la 'cultura' como medio de repro
ducción social de aquello que se crea en la base económica. Las 'formas de
la consciencia social', como instancias de formación de la psicología social
de la sociedad de capitalismo tardío, son los eslabones a través de los cua
les se reproduce el 'consenso' o acatamiento voluntario de la dominación.
En este contexto conceptual estudia la familia en la sociedad capitalista
posliberal, como 'aparato cultural' encargado de reproducir la dominación
m ediante la gestación que se produce en ella del 'carácter autoritario'
(Horkheimer, 1936). O como lo dice Lówenthal, "la idea era estudiar la au
toridad como argamasa de la sociedad" (Dubiel, 1993: 74). Esta suposición
será lo que Erich Fromm le discutirá a Horkheimer en la revisión que hace
de algunos de los postulados tradicionales del psicoanálisis de Freud.
Entre 1932 y 1935 Erich Fromm publicó una serie de artículos im por
tantes en la Revista para la Investigación Social del Instituto de Frankfurt.
Con ellos contribuyó a la consolidación de un punto de vista crítico-social
elaborado desde la interrelación que estableció entre Freud y Marx y al que
calificó de 'psicología social analítica' (Funk, 1996). La mayoría de estos
trabajos fueron elaborados manteniendo todavía el núcleo ortodoxo de la
teoría de Freud. Sin embargo, a partir de 1935 da inicio un proceso de revi
sión de la teoría y la práctica psicoanalítica que se manifiesta en un artículo
que publica en la revista del instituto y que será recibido con dureza.9 Entre
este año y 1937 Fromm elabora un largo ensayo que él consideraba como
una pieza fundamental en su evolución intelectual pero que m isteriosa
mente desapareció, aunque estaba programada su publicación en la revista
del in stitu to : "[e l artículo] cayó en desgracia en una d iscu sión con
H orkheim er y otros miembros [del Instituto] el 7 de noviem bre de 1937, no
se publicó nunca y se dio por perdido" (Funk, 1996: 16).
El inicio de ese conflicto culminó en una ruptura cuando Horkheimer
se negó a prestarle dinero a Fromm para que su madre emigrara de la Ale-
10 Se puede consu ltar en español con el título de "E l condicionam iento social de la estructura
psíquica: la m isión y el m étodo de una psicología social analítica" (1937).
" Una reconstrucción histórica detallada de las sucesivas discusiones teóricas que m antu vo
Erich From m con H orkheim er, A dorno y M arcuse se encuentra tanto en W iggershaus (1994) com o en
¿Qué puedo concluir de este breve fragmento histórico de la Escuela
de Frankfurt que encierra una confrontación entre posiciones?
Para empezar, que su historia como tal se empezó a formar a partir del
momento en que un hombre (respaldado por un selecto número de segui
dores) logró alcanzar un control sobre los medios financieros y adm inistra
tivos de una institución, y desde ahí logró decidir las políticas de investiga
ción y de publicación que habrían de seguirse. El 'capital' que así logró
controlar les permitió, a él y a su grupo, dirimir las disputas teóricas e ideo
lógicas con los miembros disidentes, primero mediante su marginación y
después con su final exclusión. Si, como dice Habermas, la 'Escuela de
Frankfurt' sólo existió para él cuando el instituto se trasladó a Nueva York
(Habermas, 1986), en realidad ésta comenzó a existir mucho antes, a partir
del momento en que Horkheimer instauró la 'dictadura del director acadé
m ico' cuando llegó a la dirección del instituto, en enero de 1931 (Jay, 1974;
Wiggershaus, 1994). Con su dirección se organizó una 'escuela' de pensa
miento formada por una comunidad de investigadores que se autoconcebía
como diferente en tanto conocía mejor el m undo al representarse como la
'conciencia crítica' de su sociedad (Lówenthal). Pero su unidad y diferen
cia dependió en gran parte de los recursos económicos y administrativos
que lograron controlar y sin los cuales no se puede comprender la historia
de la Escuela de Frankfurt (McLaughlin, 1999: 4). Por ende, el concepto de
'escuela' hay que aplicarlo al Instituto de Investigación Social de Frankfurt
para referirse con él a la unidad teórica e ideológico-política que pudo al
canzar una comunidad de investigadores sociales marxistas a partir del
control que tuvieron de. los recursos financieros y organizativos con los
que se fundó una institución dedicada a la investigación académica en la
Alemania de la República de Weimar.
Pero si sólo así es como se formó la 'Escuela de Frankfurt', la pregunta
que surge de modo obligado es la siguiente: ¿existe, por lo tanto, un 'para
digm a' teórico compartido por los miembros de esta 'escuela' y que hizo
posible su form ación como 'comunidad académ ica' de investigadores?
Y además: ¿este paradigma es el que hoy se conoce con el nombre de 'Teo
ría Crítica de la sociedad'?
M cLaughlin (1999). Existen dos libros que resum en el conjunto de estas discusiones/ el p rim ero es El
miedo a la libertad (1980) de From m y el segun do es Eros y civilización (1970) de M arcuse.
¿E l p a r a d ig m a d e l a T e o r ía C r ít ic a ?
Nos encontramos aquí, por lo tanto, con una clase social excluida en general
de toda participación política, que apenas piensa en categorías políticas y
sólo de un modo tímido en categorías nacionales y cuya legitimación reside
fundamentalmente en sus realizaciones espirituales, científicas o artísticas
[Elias, 1987: 61].
A b r ir l a c r ít ic a d e — y e n — l a T e o r ía C r ít ic a
1:1 La sociogénesis de este p a r de conceptos se encuentra en Elias (1987); tam bién en Elias (1977)
se encu entra un testim onio de su relación con la Escuela de Frankfurt, especialm ente tom ando com o
referencia los concep tos de 'cu ltu ra' y 'civilización'.
ficarla como un producto intelectual de una tradición cultural nacional que,
sin embargo, tiene una clara pretensión de universalidad. La Teoría Crítica
que nació con la Escuela de Frankfurt es, pues, una teoría particular referi
da a una comprensión sociohistórica ¡imitada de las sociedades capitalistas
occidentales, pero que la teoría eleva a la condición de un m odelo univer
sal válido para toda sociedad y en la que está de por medio el supuesto de
la expansión funcional de la dominación. Lo mismo ocurre con su vocación
de 'crítica social'. La crítica que ahí aparece está restringida a la práctica
que lleva a cabo un grupo intelectual, concebida desde cierto capital cultu
ral que sólo a ellos les pertenece y hace posible la continuidad de una tradi
ción cultural nacional: la tradición de la filosofía alemana. Pero su génesis
sociohistórica delimita su ámbito de validez, no obstante también su pre
tensión de universalidad. En todo caso, la 'crítica de la sociedad' no es una
patente exclusiva del pensamiento alemán y su práctica remite a diferentes
y complejos contextos sociales de ubicación.
Persistir en las identificaciones establecidas entre Escuela de Frankfurt
y Teoría Crítica es no sólo continuar con la reproducción de un mito que ya
he analizado. Es, sobre todo, seguir discutiendo un paradigma en la filoso
fía social ignorando sus raíces sociohistóricas, desconociendo sus inclina
ciones eurocéntricas14 y sus límites teóricos, que indican un agotamiento
de su potencial explicativo. Finalmente, es negarse a darle a la Teoría C ríti
ca lo que en todo caso ella no negaría: una crítica de sí misma que la lleve a
abrir su concepto restringido de 'crítica social'. ¿Qué entiendo por esto?
En julio de 1993 la Fundación Calouste Gulbenkian creó una comisión
interdisciplinaria de especialistas en ciencias naturales, sociales y hum ani
dades, coordinada y dirigida por Wallerstein, cuya tarea fue elaborar un
amplio informe sobre el presente y el futuro de las ciencias sociales. En una
parte importante de este reporte, el equipo interdisciplinario presidido por
W allerstein plantea uno de los principales problemas que hoy enfrentan
las ciencias sociales: su parroquialismo como un patrimonio heredado y que
les es necesario para justificar su validez universal:
M "El im perialism o cultural reposa en el poder de universalizar los particu larism os ligados a
una tradición histórica singular al hacerlos d escon ocer com o tales. Así [...] cierto n ú m ero de cu estio
nes llam adas filosóficas que fueron asum idas com o universales, tienen su origen [...] en las p articu la
ridad es ly los conflictos] históricos propios del universo singular de las u n iversidad es alem anas [... j"
(B ourdieu, 1 9 9 8 :1 0 9 ).
Hasta la década de los sesenta — según este reporte— el conjunto de
las ciencias sociales se dividía y reproducía de acuerdo con criterios esta
blecidos predominantemente en el mundo académico occidental (Europa
y los Estados Unidos)/ y desde allí se difundían hacia el resto del mundo no
occidental.13 Es decir, durante buena parte de su historia reciente, las cien
cias sociales crecieron y se expandieron de acuerdo con un criterio de vali
dez universal surgido, sin embargo, en un contexto sociohistórico particu
lar que alimentó un conjunto de a prioris o marcos categoriales implícitos
desde donde se definió y concibió la orientación universal de las discipli
nas sociales. Así, no importa dónde ni cómo se implantaran estas ciencias,
se asumió como algo no discutido Un trasfondo cognitivo que se daba como
universalmente válido y que era el punto de partida obligado en su estudio
y discusión.
Sin embargo, hacia finales de la década de los sesenta se produce un
desafío al espíritu parroquial de las ciencias sociales a partir de la em er
gencia de actores y movimientos que con sus acciones cuestionan directa
mente los supuestos cognitivos que hasta ese momento no discutían tales
ciencias. Al cuestionar de esta manera la orientación y el modo de produc
ción del conocimiento científico social, lo que en realidad se discutía era su
pretensión de validez universal, surgida, no obstante, de un contexto y unos
intereses históricos claramente particulares y locales:
Esta crítica fue hecha por las feministas, que desafiaban la orientación ma-
chista, por los diversos grupos que desafiaban el eurocentrismo y más tarde
por muchos otros grupos que cuestionaban otras tendencias que pertenecían
como inherentes a las premisas de las ciencias sociales [ibid.: 59].
La cuestión que se nos presenta es cómo abrir las ciencias sociales de manera
que puedan responder adecuada y plenamente a las objeciones legítimas
contra el parroquialismo y así justificar su afirmación de validez universal o
aplicabilidad universal [Wallerstein, 1997: 97].
BIBLIOGRAFÍA
Wallerstein, Immanuel (1997), Abrir las ciencias sociales, México, Siglo XXI.
Wiggershaus, Rolf (1994), The Frankfurt School. Its history, theories, and political
Rüdiger Bubner
E
l c o n c e p to de T e o ría C r ític a
ductiva dos significados de la palabra Kritik que se desarrollaron en
la filosofía clásica alemana. Uno de los significados proviene del pro
grama kantiano para una filosofía trascendental y designa la prueba de
legitimidad. El otro significado se remonta a la actitud de los "jóvenes
hegelianos" respecto a la oposición entre la teoría y la práctica y significa
negación. Desde que Marx desarrolló su concepto de una ciencia realista,
la cual buscaba poner en evidencia las consecuencias de los titubeantes
comienzos y la falla final del idealismo alemán, los dos significados del
concepto Kritik se han fusionado. Así, la ambigüedad del concepto se ha
transm itido generación tras generación, y puede ser vista aún en el
neomarxismo actual. Esto es lo que quiero demostrar con lo siguiente.
Para Kant, Kritik era el acto primordial de una prueba imparcial de los
derechos de validez del conocimiento, una prueba llevada a cabo solamen
te por la fuerza de la razón. El consideraba a su propia época particular
mente apropiada para la tarea de la prueba crítica, la cual finalmente pon
dría un hasta aquí a los errores y disputas de los metafísicos dogmáticos.
La razón debería reflejarse a sí misma y debería trazar una línea definitiva
entre el conocimiento válido de la realidad y los excesos vacíos de la espe
culación. Como si recordara el origen clásico del concepto, Kant habla de
Kritik como el "Tribunal" de la razón, donde el juicio se aplica a las afirma
ciones legítimas e ilegítimas de la ciencia.
En la era poshegeliana surge un sentido totalmente diferente de Kritik.
Como es bien sabido, el intento de Kant de cimentar el conocimiento em pí
ricamente objetivo había dado lugar a desarrollos contrarios. El principio
* Tom ado de J. B. Thom pson y D. Held (eds.), Habermas: criticnl debate, C am b ridge, M ass., The
mit Press, 1980, pp. 219-230, traducción de Verónica M ata. R evisión, Rafael Farfán.
de este fundamento — es decir, del logro sintético de la propia conciencia—
fue modificado por la filosofía idealista en la línea de Kant sobre la base de
una renovación de la metafísica; la doctrina de Hegel del espíritu absoluto
como la m ediación de toda sustancia de la realidad en un sistem a enciclo
pédico, marcaba el fin de este desarrollo. La filosofía poshegeliana mostró
en todos lados el sello de esta exitosa integración de toda la realidad con el
conocimiento ilimitado. Solamente faltaba dar un último paso, y la barrera
final, este lado donde la especulación de Hegel se había detenido, debía ser
traspasada de una vez y para siempre: la teoría perfecta tenía que ser tras
ladada a la praxis histórica del mundo humano.
Esta demanda, que es hecha al unísono por los “jóvenes hegelianos",
por Bauer, Ruge, y por Marx en sus inicios, de hecho lleva la discusión de
Hegel más allá de Hegel. Si los conceptos filosóficos pueden asir toda la
realidad, y si el progreso histórico va a ser visto como la más completa
unificación de la realidad y del pensamiento prevaleciente, entonces es inex
plicable el hecho de que Hegel limitara su mediación a la pura teoría, de la
cual la realidad de la vida social era excluida como algo ajeno a ella. La
extensión de la teoría completamente desarrollada en la praxis real es una
transformación de la mala praxis en una praxis razonable. La intervención
de la razón en las circunstancias dadas de la realidad sociohistórica es de
signada con el término Kritík. En este contexto Kritik, estrictamente hablan
do, significa una reflexión negadora.
Marx inmediatamente notó que aunque este paso del pensamiento a
la realidad es considerado como un proceso que une la discrepancia abs
tracta entre teoría y praxis, éste sucumbe ante una ilusión esencialmente
idealista. Marx abandonó a sus compañeros de lucha al catalogar inmiseri-
cordemente al "joven hegelianism o" como la "ideología alem ana". Junto
con la crítica a la ideología de estos críticos, quienes creían que sus reflexio
nes abstractas podían llegar a la realidad, surge el concepto de una nueva
ciencia, la cual provee a la teoría verdadera de una realidad sociohistórica.
De acuerdo con este concepto, la verdad acerca de la realidad emerge sólo
cuando uno remueve las ilusiones ideológicas, detrás de las cuales se ocul
tan las estructuras y los factores relevantes. Las circunstancias prevalecien
tes son de hecho dependientes, por su continuada existencia, de aquellas
teorías que estabilizan esas circunstancias al eliminar la posibilidad del
cambio real. Las leyes ahistóricas de la economía burguesa están, en el gra
do en que a esta función le compete, en igualdad con las esperanzas iluso
rias de la Kritik abstracta de los "jóvenes hegelianos".
La nueva ciencia es llamada "crítica de la economía política". La de
mostración crítica de las ilusiones en las teorías económicas, que han sido
consideradas de validez universal, forma la presuposición metodológica
para el conocimiento auténtico de la realidad social. En un sentido, la cien
cia de Marx tiene un componente evidentemente kantiano, siempre y cuan
do las "leyes naturales de la producción capitalista" sean descubiertas de
manera crítica, como se prometía en el prólogo de la primera edición de El
capital. Simultáneamente, sin embargo, este concepto de Kritik también com
prendía la intención de transformar la realidad por medio del pensam ien
to, con la condición de que al poner al descubierto los factores reales del
nexo social termine con el falso impedimento del desarrollo histórico, o
sea, por las teorías ideológicas. En el proyecto de Marx los dos significados
R a z ó n e n e l l e n g u a je
El p r o b l e m a d e l a s o f is t e r ía (u s o d e s o f is m a s )
¿ T r a s c e n d e n t a l is m o ?
La situación del discurso ideal estaría mejor comparada con una apariencia
trascendental mientras esta apariencia no fuera el resultado de una transfe
rencia inadmisible (como en el uso no experimentado de las categorías del
entendimiento), pero fuera al mismo tiempo una condición constitutiva
del posible discurso. Porque cada comunicación posible, la anticipación de
la situación del discurso ideal, representa una apariencia constitutiva, la cual
es al mismo tiempo la aparición que anticipa una forma de vida.
L a d im e n s ió n p r á c t ic a
Rafael Farfán H.
L a h is t o r ia s o c ia l y p o l ít ic a
1870-1918
• Fundación y desaparición del Imperio Guillermino.
15 de julio de 1870
• Guerra entre Prusia y Francia.
Septiembre de 1870
• Rendición del ejercito francés. Anexión por Alemania de Alsacia y
Lorena.
18 de enero de 1871
• Guillermo I, emperador de Alemania.
Mayo de 1875
• Nace el Partido Socialista Obrero Alemán.
• Crecimiento de la industria alemana, que invade los mercados europeos.
24 de mayo de 1878
• Ley de excepción contra los socialistas.
• Prohibición de toda actividad del Partido Socialista Alemán.
• Leyes sociales de Bismarck para desarmar a la socialdemocracia.
9 de marzo de 1888
• Muere Guillermo I, emperador de Alemania.
• Le sucede Federico III, que sólo reina 99 días, pues muere el 15 de
junio de 1888.
• Le sucede Guillermo II.
18 de marzo de 1890
• Renuncia Otto von Bismarck.
• Conflicto comercial entre Alemania e Inglaterra.
1894
• Alemania se convierte en una potencia colonial.
17 de marzo de 1917
• Sublevación del ejército y del pueblo rusos.
• Comienza a extenderse en Alemania la conciencia de una derrota mi
litar inminente.
• Último canciller del imperio, el príncipe Max von Badén.
1918
• Formación de un gobierno socialista: paz inmediata.
• Primer canciller socialista, F. Ebert.
• Como gobierno la socialdemocracia no quiere la revolución sino sólo
un amplio programa de reforma social.
• La monarquía se derrumba.
• Formación de consejos de obreros y soldados.
4 de noviembre de 1918
• Doble gobierno defacto: socialista y de consejos de obreros y soldados.
• Lucha entre socialistas y comunistas.
• Destacan Cari Leibknecht y Rosa Luxemburgo como líderes de la re
volución comunista.
1919
• Derrota de la revolución comunista.
• Del 5 al 12 de enero, combates en Berlín.
• 15 de enero: asesinato de Rosa Luxemburgo y de Cari Leibknecht.
19 de enero
• Asamblea Nacional; ciudad de reunión: Weimar.
• "Los militares del antiguo régimen lograron un doble objetivo en su
hazaña: casi deshonraron al gobierno socialista y eliminaron a dos re
volucionarios que preocupaban" (op. cit.).
1919
• Asamblea Nacional.
• Las clases dominantes se reorganizan en nuevos partidos políticos.
• Son las mismas estructuras políticas a las que sólo se añadió el rótulo
de "D em ocráticas".
• En siete meses la Asamblea Constituyente aprobó una nueva consti
tución, la Constitución de Weimar.
• Conviven de manera contradictoria en ella una legislación social avan
zada y un mantenimiento de los derechos del gran capital y los terra
tenientes feudales.
• La República nace amenazada: poco a poco las viejas oligarquías, a
través de sus nuevos partidos, recobran el poder y desplazan del
gobierno a los socialistas. Su objetivo: destruir el régim en parlam en
tario.
Marzo de 1920
• Intento de golpe de Estado del junker Von Kappe
• Fundación del partido nazi.
• Entra en vigor el Tratado de Versalles.
1924
• 1 de enero: la Comintern denuncia al Partido Social Demócrata como
Social Fascista.
• 20 de noviembre: crisis de gobierno y disolución del Reichstag. Elec
ciones nacionales.
1925
• 15 de enero: coalición de centro-derecha para formar gobierno.
• Mayo-junio: mítines y conferencias de los grupos conservadores y na
cionalistas.
1926
• Junio: debate y plebiscito nacional sobre la expropiación de las tierras
a la aristocracia (rechazada: sólo 36% a favor).
1927
• 29 de enero: sucesivos fracasos en la formación de una "G ran Coali
ción" conducen al cuarto gobierno.
• Marzo: congreso del Partido Comunista Alemán, con el objetivo de
derribar al "Bloque Burgués".
• Septiembre: Hindenburg rechaza la culpabilidad alemana respecto a
Ja guerra en la inauguración del monumento de Tannenberg, conm e
morativo de ésta.
1928
• Debates políticos encendidos sobre la forma política del Estado (libe
ral o democrático-social).
• Marzo: crisis de gobierno; la coalición no logra un acuerdo sobre el
proyecto de ley de educación (reforma educativa).
• Septiembre: el primer ministro pretende llevar a cabo un plebiscito
para abolir el Parlamento mediante una reforma constitucional.
1929
• Marzo: Hugenberg (presidente del Partido Nacional Socialista Ale
mán) declara que la misión de Alemania es la defensa de la hum ani
dad frente al bolchevismo.
• Mayo: Prusia, seguida de otras provincias, prohíbe el Frente Rojo, el
Frente Rojo de la Juventud y la Marina Roja.
• Junio: las reparaciones económicas de la guerra continúan siendo un
foco de ataques de la derecha al sistema republicano.
• Agosto-septiembre: Congreso de la Liga Pangermánica.
• Octubre: crack de Wall Street, con lo que se inicia la retirada del apoyo
exterior a la economía alemana.
1930
• Enero: Brüning forma gobierno sin el Partido Social Demócrata y sin
el apoyo del parlamento. Fin del régimen parlamentario.
• Julio: disolución del Reichstag.
• Septiembre: elecciones nacionales. Ganan los nazis y se convierten en
el segundo partido del Reichstag.
1931
• Enero: el gobierno celebra el LX aniversario de la fundación del II Reich
(1871) en el Reichstag.
• Junio: el Partido Comunista propone un frente popular con el Partido
Socialista.
• Julio: crack de la banca de Berlín.
• Octubre: decreto del gobierno para reducir más ios gastos sociales
y para poner alto al extremismo político.
• Se dispara la inflación nuevamente.
1932
• Abril: alarmantes informes sobre las medidas que tomarían los nazis
si Hitler ganara.
• Hindenburg es reelegido presidente de la república.
• Mayo: dimite el gabinete de Brüning.
• Julio: elecciones al Reichstag. Con 230 escaños (38%) los nazis se con
vierten en el mayor partido del Reichstag.
• Septiembre: Nueva disolución del Reichstag.
• Noviembre: elecciones. Los nazis pierden y ahora sólo cuentan con
196 escaños en el Parlamento.
1933
• Enero: Hitler se convierte en canciller.
• Febrero: incendio del Reichstag o Parlamento.
• Marzo: aprobación de la "Ley de plenos poderes". Suspensión defacto
de la República y la Constitución de Weimar.
• Hitler se convierte en el primer fühxer del III Reich.
CRONOLOGÍA HISTÓRICA
DE LA ESCUELA DE FRANKFURT,
1922-1940
Rafael Farfan H.
C r o n o l o g ía h is t ó r ic a d e l a E s c u e l a d e F r a n k f u r t
1922-1971
1922
Primera semana de trabajo marxista, organizada por Félix J. Weil.
Participantes: Georg Lukács, Karl Korsch, Richard Forge, Friedrick Pollock,
Karl August Wittfogel, Bella Fogarasi.
1922-1929
Periodo de la dirección de Grünberg en el instituto.
3 de febrero de 1923
Creación oficial del instituto.
22 de enero de 1924
Inauguración del nuevo edificio del instituto.
Primeros miembros investigadores del instituto:
♦ Karl August Wittfogel. Libro más importante: Economía y sociedad en
China, 1931, publicado por el instituto.
♦ Franz Borkenau. Libro más importante: La transición de la concepción
feudal del mundo a la burguesa, 1934, publicado por el instituto.
♦ Henry Grossmann. Libro más importante: La ley de la acumulación y el
colapso en el sistema capitalista, 1929, publicado por el instituto.
♦ Leo Lówenthal. Se incorpora al instituto en 1926. Asistente de inves
tigación.
♦ Frederick Pollock. Libro más importante: Experimentos de planificación
económica en la Unión Soviética (1917- 1927), 1929, publicado por el ins
tituto.
1929
Nueva cátedra de Filosofía Social en la Universidad de Frankfurt.
1930-1955
Periodo de la dirección de Horkheimer.
1932
Creación de la Revista de Investigación Social (Zeitschrift für Sozialforschüng).
30 de enero de 1933
♦ H erbert Marcuse
La Revista del instituto se edita ahora en París; se cierra con el primer nú
mero el "periodo alemán inicial del Institut" (cf. M. Jay, 1974).
Mayo de 1934
Primer viaje de Horkheimer a los Estados Unidos.
1939
Fromm escribe El miedo a la libertad, publicado en 1941.
1934-1955
El instituto se funda nuevamente en Nueva York:
1941-1944
Segunda y última investigación empírico-social del instituto en los Estados
Unidos: La personalidad autoritaria.
1945
Adorno y Horkheimer se trasladan de Nueva York a California.
1947
Primer viaje de Horkheimer a Alemania.
1949
Restauración de la cátedra original de Filosofía Social en la Universidad de
Frankfurt, ahora con el nombre de Sociología y Filosofía.
1950
El Instituto de Frankfurt se instala nuevamente y de manera definitiva en
Alemania.
1958
Horkheimer y Pollock se retiran del instituto.
Rafael Farfán H.
1 El m ejor exam en que se ha hecho del libro de Lukács y de la filosofía de la historia que en él
elabora, se encuentra en M. M erlau-Ponty (1974).
representa la continuación de la posición subordinada de la burguesía
alem ana, asum ida por un grupo de in telectu ales ju d íos m arginados
(Wiggershaus, 1994: 20). Su declaración de principios se encuentra en el
texto clásico de Horkheimer, "Teoría tradicional y Teoría C rítica", que abre
esta Primera Parte de la antología y en donde fija su posición así como la de
la comunidad que él representa y que más tarde se identificará con el nom
bre de Escuela de Frankfurt. Propongo que lo que ahí aparece debe ser
leído como el testimonio teórico-documental de un grupo intelectual que
d elim ita su p o sició n en un cam po de o p o sicio n es a p artir de una
autoconcepción de lo que ellos son y de lo que 'debe hacerse' a partir del
conocim iento que tienen de la realidad de una sociedad. Pero por la
sociogénesis del concepto de 'crítica' que he seguido, me parece que queda
claro que ahí se expresa básicamente la posición subordinada de una clase
cuya impotencia política se traduce en una potencia de las ideas. La capa
cidad que Horkheimer le otorga a la Teoría Crítica para situarse, situando
el contexto socio-histórico de su form ación y dándole así un interés
autoconsciente que es el de la emancipación; esta teoría no puede, sin em
bargo, situarse en medio de las oposiciones que forman el campo más am
plio de las posiciones de clase en lucha por la apropiación de diversas for
mas de capital social. En todo caso, lo que sí parece claro es que Horkheimer
y su grupo se apropian de un capital cultural que convierten en un medio
de distinción social y de su identificación como una 'nobleza de estado'
(Bourdieu, 1997), basada no en títulos nobiliarios sino en los títulos que les
otorga ser los poseedores del capital simbólico que para ellos representa la
cultura, tal y como ha pasado a ser: "la palabra con la que los alemanes se
interpretan a sí m ism os" (Elias, 1987: 57).
Confrontado ante la pregunta "¿qué es ser alem án?", Adorno (1965)
se ve obligado a pensar cuáles fueron los términos que le dieron una conti
nuidad a su identidad cuando vivió en el exilio. La respuesta que encuen
tra es sintom ática de su asunción como 'alem án'. Esos térm inos se en
cuentran en la continuidad de un espíritu ligado a una cultura y una len
gua, que se sintetizan en la filosofía:
BIBLIOGRAFÍA
Rafael ¥arfan H.
A
p a r t ir d el m o m en to
Max Horkheimer
Por lo demás, la posición filosófica del lógico hará que las proposicio
nes más generales de donde parte la deducción sean consideradas juicios
empíricos, inducciones (tal el caso de John Stuart Mili) o intelecciones evi
dentes (en las corrientes racionalistas y fenomenológicas), o bien, princi
pios establecidos en forma totalmente arbitraria (por parte de la axiomática
moderna).
En la lógica más avanzada de nuestros días, como la que ha encontra
do expresión representativa en las Investigaciones lógicas de Husserl, se en
2 R. D escartes, Discoitrs de la méthode, II, Leipzig, 1911, p. 15. (Discurso del método, Buenos Aires,
L osad a.)
tiende por teoría el "sistem a cerrado de proposiciones de una ciencia''.3
Teoría, en su exacto sentido, es "un encadenamiento sistemático de propo
siciones bajo la forma de una deducción sistemáticamente unitaria".4 Cien
cia es "cierto universo de proposiciones [...] que surge de modo constante
de la actividad teórica, y en cuyo orden sistemático un cierto universo de
objetos alcanza su determ inación".5 El que todas las partes, sin excepción y
sin contradicciones, estén encadenadas las unas con las otras, es la exigen
cia básica que debe cumplir cualquier sistema teórico. La armonía de las
partes, que excluye toda contradicción, así como la ausencia de com ponen
tes superfluos, puramente dogmáticos, que nada tienen que ver con los
fenómenos observables, son señaladas por Weyl como condiciones impres
cindibles.6
Si este concepto tradicional de teoría exhibe una tendencia, ella es que
apunta a un sistema de signos puramente matemático. Como elementos de
la teoría, como partes de las conclusiones y de las proposiciones, fungen
cada vez menos nombres en el lugar de los objetos experimentables; apare
cen en cambio símbolos matemáticos. Hasta las operaciones lógicas están
ya tan racionalizadas, que, por lo menos en una gran parte de la ciencia
natural, la formación de teorías se ha convertido en una construcción m a
temática.
Las ciencias del hombre y de la sociedad se esfuerzan por imitar el
exitoso modelo de las ciencias naturales. La diferencia entre escuelas que
en materia de ciencias sociales se orientan más hacia la investigación de
hechos, o bien se concentran más en los principios, nada tiene que ver con
el concepto de teoría como tal. En todas las especialidades que se ocupan
de la vida social, la prolija tarea de recolección, la reunión de enormes canti
dades de d etalles sobre determ inados problem as, las in vestigacion es
empíricas realizadas mediante cuidadosas encuestas u otros medios auxi
liares, como las que, desde Spencer, llenan gran parte de las actividades
universitarias, en especial en los países anglosajones, ofrecen, por cierto,
una imagen que exteriormente parece más próxima a los otros aspectos de
la vida, propios del modo de producción industrial, que la formulación
de principios abstractos o que el examen de conceptos básicos en la mesa de
trabajo, como fueron característicos de una parte de la sociología alem a
na. Pero esto no significa una diferencia estructural en cuanto al pensa
3 E. H usserl, Fórmale und traszendentale Logik, Halle, 1929, p. 89. { Lógica formal y lógica trascenden
tal, M éxico, UNAM.)
* lbid„ p, 79.
5 Ibid., p. 91.
6 H. W eyl, "P hilosophie der N aturw issensch aft", en Handbuch der Philosophie {M anual de filo
sofía), M unich y Berlín, 1927, parte IT, pp. 118 y ss.
miento. En los últimos periodos de la sociedad actual, las denominadas
ciencias del espíritu tienen, por lo demás, un fluctuante valor de mercado;
deben limitarse a competir modestamente con las ciencias naturales, más
afortunadas, cuya posibilidad de aplicación está fuera de duda. De cual
quier modo, el concepto de teoría que prevalece en las distintas escuelas
sociológicas, así como en las ciencias naturales, es el mismo. Los empíricos
no tienen una idea diferente de la de los teóricos acerca de qué es una teoría
bien formada. Aquéllos han llegado, simplemente, a la convicción reflexi
va de que, frente a la complejidad de los problemas sociales y al estado
actual de la ciencia, ocuparse de principios generales debe ser considerado
una tarea cómoda y ociosa. Y cuando sea necesario el trabajo teórico, éste
ha de realizarse en contacto constante con el material; por el momento no
hay que pensar en exposiciones teóricas generales. Los métodos de form u
lación exacta, en particular los procedimientos m atemáticos, cuyo sentido
se relaciona estrechamente con el concepto de teoría esbozado, son muy
apreciados por estos especialistas. Ellos no cuestionan tanto la teoría en sí,
cuanto la elaborada por otros, “desde arriba" y sin auténtico contacto con
los problemas de una disciplina empírica. Las diferenciaciones entre socie
dad y com unidad (Tónnies), entre solidaridad m ecánica y orgánica
(Durkheim) o entre cultura y civilización (A. Weber), como formas básicas
de la socialización humana, mostrarían su carácter problemático apenas se
intentara aplicarlas a problemas concretos. El camino que debería tomar la
sociología en el estado actual de la investigación sería el difícil ascenso des
de la descripción de fenómenos sociales hasta la comparación particulari
zada, y sólo desde allí hasta la formación de conceptos generales.
La antítesis aquí esbozada conduce finalmente a que los empiristas,
de acuerdo con su tradición, sólo acepten las inducciones completas como
proposiciones teóricas no derivadas, y crean que aún estamos muy lejos de
alcanzarlas. Sus adversarios consideran válidos para la form ación de las
categorías y principios primeros también otros procedim ientos, que no
dependen tanto del proceso de recolección de material. Durkheim, por ejem
plo, aunque en muchos aspectos coincida con las opiniones básicas de los
empiristas, en lo que respecta a los principios considera que el proceso de
inducción puede ser abreviado. A su juicio, la clasificación de fenómenos
sociales sobre la base de un registro de hechos puramente empírico es im
posible; además, no facilitaría la investigación en la medida en que se espe
ra que lo haga.
Pero el hecho de que los principios primeros sean alcanzados por se
lección, por intuición de esencias o por mera convención, no importa dife
rencia alguna en cuanto a su función en el sistema teórico ideal. Lo cierto es
que el investigador utiliza sus proposiciones, más o menos generales, como
hipótesis para los nuevos hechos que se presentan. El sociólogo de orienta
ción fenomenológica asegurará, por cierto, que tras la comprobación de
una ley de esencia será absolutam ente cierto que cada caso particular
(Exemplar) se comportará de acuerdo con ella. Pero el carácter hipotético de
la ley de esencia se hará notorio en el problema de saber si, en un caso
aislado, estamos frente a un ejemplar de la esencia correspondiente o de
otra relacionada con ella, o bien si se trata de un mal ejemplar de un género
o de un buen ejemplar del otro. Siempre se encuentran, por un lado, el
saber formulado conceptualmente, y, por el otro, una situación objetiva que
debe ser incluida en aquél, y este acto de subsumir, de establecer la relación
entre la simple percepción o comprobación del hecho y la estructura con
ceptual de nuestro saber, es su explicación teórica.
Sobre las diferentes formas de subsunción no hemos de extendernos
aquí demasiado. Sí nos referimos brevemente a cómo se comporta este con
cepto tradicional de teoría respecto de la explicación de acontecimientos
históricos. Este problema aparece claramente en la polémica entre Eduard
Meyer y Max Weber. Meyer consideraba inútil, e imposible de responder,
la pregunta de si, en caso de no haber existido cierta decisión voluntaria
por parte de determ inados personajes históricos, las guerras desencade
nadas por ellos habrían ocurrido igualmente tarde o temprano. En oposi
ción a ello, Weber señalaba que, así planteada, la explicación histórica es
imposible. Sobre la base de las teorías del fisiólogo Von Kries, y de juristas
y economistas como Merkel, Liefmann y, Radbruch, desarrolló Weiber la
"teoría de posibilidad objetiva", La explicación del historiador —como la del
penalista— no consistiría en una enumeración lo más completa posible de
todas las circunstancias en juego, sino, antes bien, en destacar la relación
entre determinadas partes de los acontecimientos, significativas para el
decurso histórico, y procesos aislados y determinantes. Esta relación, el ju i
cio, por ejemplo, de que una guerra es desencadenada por la política de un
hombre de Estado consciente de sus fines, supone lógicamente que, en caso
7 E. D urkheim , Les regles de la méthode sociologique, París, 1927, p. 99 (trad ucción propia). (Las
reglas del método sociológico, Buenos A ires, Schapire.)
de no haberse llevado a cabo esa política, no habría aparecido el efecto que
por ella se explica, sino otro. Postular determinada causación histórica im
plica siempre que, faltando ella y como consecuencia de las reglas empíri
cas conocidas, en las circunstancias dadas se habría producido otro efecto.
Las reglas empíricas no son otra cosa que las formulaciones de nuestro
saber acerca de las relaciones económicas, sociales y psicológicas. Con la
ayuda de ellas construimos el proceso probable, eliminando o introducien
do el acontecimiento que ha de servir para la explicación.8 Se opera con
proposiciones condicionales, aplicadas a una situación dada. Si se dan las
circunstancias a b c d , debe esperarse un resultado c¡; si desaparece d, resul
tará el acontecimiento r; si se agrega g, el acontecimiento será s, y así suce
sivamente. Un cálculo de esta índole es propio de la estructura lógica del
saber histórico así como de la ciencia natural. Es la forma en que opera la
teoría en el sentido tradicional.
Así pues, lo que el científico, en los más diversos campos, considera la
esencia de la teoría, es propio en realidad de su tarea inmediata. El trata
miento de la naturaleza física, del mismo modo que el de m ecanism os so
ciales y económicos determinados, exigen una conformación del material
científico del tipo de la proporcionada por una estructura jerárquica de hi
pótesis. Los progresos técnicos de la época burguesa son inseparables de
esta función del cultivo de la ciencia. Por una parte, mediante ella los he
chos se vuelven fructíferos para el saber aplicable en la situación dada; por
la otra, el saber de que se dispone es aplicado a los hechos. No cabe duda
de que ese trabajo representa un momento de la subversión constante y del
desarrollo de los fundamentos materiales de la sociedad. Pero en la m edi
da en que el concepto de teoría es independizado, como si se lo pudiera
fundamentar a partir de la esencia íntima del conocim iento, por ejemplo,
o de alguna otra manera ahistórica, se transforma en una categoría cosifica-
da, ideológica.
Tanto la fructuosidad, para la transformación del conocim iento pre
sente, de las conexiones empíricas que se van descubriendo, como su apli
cación a los hechos, son determinaciones que no se reducen a elementos
puramente lógicos o metodológicos, sino que, en cada caso, sólo pueden
ser comprendidas en su ligazón con procesos sociales reales. El hecho de
que un descubrimiento motive la restructuración de las tesis vigentes hasta
ese momento no se puede fundamentar exclusivamente por m edio de con
sideraciones lógicas, es decir, mediante la contradicción con determinadas
partes de las ideas dominantes. Siempre es posible imaginar hipótesis auxi
8 M. Weber, Kritische Studien auf dem Gebíei des kulturwissenschnftlichen Logik (E stud ios críticos
en el cam p o de la lógica de la ciencia cultural), en Gesammelte Aufsntse (C om pilación de ensayos),
TubLnga, 1922, pp. 266 y ss.
liares, que permitirían evitar una modificación de la teoría en su totalidad.
El que de todos modos se impongan nuevas tesis es fruto de relaciones
históricas concretas, aunque, en rigor, para el científico sólo son determi
nantes los motivos inmanentes. No niegan esto los epistemológos moder
nos, si bien ellos, ante los factores extracientíficos decisivos, apelan más al
genio o a la casualidad que a las condiciones sociales. Si en el siglo x v ii se
comenzaron a solucionar las dificultades en que había caído el conocimiento
astronómico, ya no mediante construcciones ad hoc, sino abrazando el sis
tema copernicano, ello no se debió solamente a las cualidades lógicas de
dicho sistema, como por ejemplo su mayor simplicidad. Antes bien, la pre
ferencia por esas cualidades nos remite a los fundamentos de la praxis so
cial de aquella época. El camino por el cual el sistema copernicano, apenas
mencionado en el siglo xvi, llegó a ser una fuerza revolucionaria, forma
parte del proceso histórico a cuyo través el pensamiento mecanicista ad
quiere una posición dominante.9 Que la transformación de las estructuras
científicas dependa de la situación social respectiva es algo que se puede
afirmar, no sólo respecto de teorías tan generales como el sistema coper
nicano, sino también respecto de los problemas especiales de la investiga
ción corriente. Que hallar nuevas variedades en dominios aislados de la
naturaleza orgánica o inorgánica, ya sea en un laboratorio químico o en
investigaciones paleontológicas, constituya un motivo para la modifica
ción de viejas clasificaciones o para el surgimiento de otras nuevas, ello de
ningún modo se puede deducir solamente de la situación lógica. Aquí los
epistemológos suelen apelar a un concepto sólo en apariencia inmanente a
su ciencia: el concepto de "pertinencia" (Zzueckmdssigkeit). Si las nuevas
definiciones se introducen en el sentido de la pertinencia, y en qué medida
ello ocurre, no depende, en verdad, sólo de la simplicidad o de la coheren
cia lógica del sistema, sino, entre otras cosas, de la orientación y metas de la
investigación, que no se pueden explicar ni entender a partir de la investi
gación misma.
Y, así como la influencia del material sobre la teoría, tampoco la apli
cación de la teoría al material es sólo un proceso intracientífico; es, al m is
mo tiempo, social. La relación entre las hipótesis y los hechos, finalmente,
no se cumple en la cabeza del científico, sino en la industria. Reglas tales
como las de que el alquitrán de hulla, sometido a determinadas influen
cias, adquiere tonalidades cromáticas, o que la nitroglicerina, la pólvora y
otras sustancias tienen un alto poder explosivo, son saber acumulado que
10 Cf. H. C oh én, Logik der reinen Erkenntnis (L ó g ica del con o cim ien to p u ro ), Berlín, 1914,
pp. 23 y ss.
independiente dentro del trabajo, de la actividad histórica del hombre, aquí
es puesta en el lugar de ellos. En la medida en que la razón, en una socie
dad futura, debe efectivam ente determ inar los acontecim ientos, esta
hipóstasis del logos en cuanto efectiva realidad es también una utopía en
cubierta. El autoconocimiento del hombre en el presente no consiste, sin
embargo, en la ciencia matemática de la naturaleza, que aparece como logos
eterno, sino en la Teoría Crítica de la sociedad establecida, presidida por el
interés de instaurar un estado de cosas racional.
El modo de consideración que aísla actividades y ramas de activida
des, junto con sus contenidos y objetos, requiere, para ser verdadero, la
conciencia concreta de su propia limitación. Es preciso traspasar a una con
cepción en que la unilateralidad, que inevitablemente sobreviene cuando
procesos intelectuales parciales son aislados del conjunto de la praxis so
cial, sea a su vez suprimida y superada. En la idea de teoría, tal como ella
se presenta ineludiblemente al científico como resultado de su propio tra
bajo, la relación entre los hechos y el ordenamiento conceptual ofrece un
importante punto de partida para tal superación. También la teoría del co
nocimiento dominante ha reconocido la problemática de esa relación. Siem
pre se vuelve a insistir en el hecho de que los mismos objetos, que, en una
ciencia, constituyen problemas difícilmente resolubles dentro de un tiem
po previsible, en otra disciplina, en cambio, son aceptados como simples
hechos. Nexos que en física se plantean como problema de la investiga
ción, en biología se presuponen como algo evidente. En biología ocurre lo
propio con los procesos fisiológicos en relación con los psicológicos. Las
ciencias sociales aceptan la naturaleza humana y extrahumana en su con
junto como algo dado y se interesan por la edificación de las relaciones
entre hombre y naturaleza y entre los hombres unos con otros. Pero la
profundización del desarrollo del concepto de teoría no ha de realizarse
sobre la base de esta referencia a la relatividad de la relación entre el pensa
miento teórico y los hechos, inmanentes a la ciencia burguesa, sino m e
diante una consideración que atañe no sólo al científico, sino al individuo
cognoscente en general.
El mundo perceptible en su conjunto, tal como está presente para un
miembro de la sociedad burguesa, y tal como es interpretado dentro de la
concepción tradicional del mundo que se halla en acción recíproca con él,
representa para su sujeto una suma de facticidades: el mundo existe y debe
ser aceptado. El pensamiento ordenador de cada individuo pertenece al
conjunto de relaciones sociales, que tienden a adaptarse de una manera
que responda lo mejor posible a las necesidades. Pero aquí hay una dife
rencia esencial entre el individuo y la sociedad. El mismo m undo que, para
el individuo, es algo en sí presente, que él debe aceptar y considerar, es
también, en la forma en que existe y persiste, producto de la praxis social
general. Lo que percibimos en tomo de nosotros, las ciudades y aldeas, los
campos y bosques, lleva en sí el sello de la transformación. No solamente
en su vestimenta y modo de presentarse, en su configuración y en su modo
de sentir son los hombres un resultado de la historia, sino que también el
modo como ven y oyen es inseparable del proceso de vida social que se ha
desarrollado a lo largo de milenios. Los hechos que nos entregan nuestros
sentidos están preformados socialmente de dos modos: por el carácter his
tórico del objeto percibido y por el carácter histórico del órgano percipiente.
Ambos no están constituidos sólo naturalmente, sino que lo están también
por la actividad humana; no obstante, en la percepción el individuo se ex
perimenta a sí mismo como receptor y pasivo. La oposición entre pasivi
dad y actividad, que en la teoría del conocim iento se presenta como dua
lismo entre sensibilidad y entendimiento, no representa para la sociedad
lo mismo que para el individuo. Donde éste se siente pasivo y depen
diente, aquélla, por más que se componga precisam ente de individuos,
es un sujeto activo, si bien inconsciente y por lo tanto impropiamente tal.
Esta diferencia entre la existencia del hombre y la de la sociedad expresa la
escisión propia, hasta ahora, de las formas históricas de la vida social. La
existencia de la sociedad ha reposado en una represión directa, o bien, es
la ciega resultante de fuerzas antagónicas, pero en ningún caso ha sido el
fruto de la espontaneidad consciente de los individuos libres. De ahí que
el significado de los conceptos de actividad y pasividad cambie según se
aplique al individuo o a la sociedad. En el tipo de econom ía burguesa, la
actividad de la sociedad es ciega y concreta; la del individuo, abstracta y
consciente.
La producción humana contiene siempre también algo de sistemático.
En la medida en que el hecho, que, para el individuo, se agrega exterior-
mente a la teoría, es producido socialmente, en ese hecho debe estar pre
sente la razón, aunque sea en un sentido restringido. La praxis social inclu
ye siempre, en efecto, el saber disponible y aplicado, el hecho percibido
está, por ende, ya antes de su elaboración teórica consciente, llevado a cabo
por el individuo cognoscente, condicionado por ideas y conceptos huma
nos. A este respecto no debe pensarse solamente en el experimento, carac
terístico de las ciencias naturales. La denominada "pureza" del proceso
fáctico que debe ser alcanzada por medio del procedimiento experimental,
se asocia por cierto a condicionamientos técnicos cuya relación con el pro
ceso de producción material es evidente. Pero aquí, a la cuestión acerca del
grado en que lo fáctico está mediado por la praxis social como totalidad, se
sumará muy posiblemente otra, relativa a cómo es influido el objeto estu
diado por el instrumento de medición, es decir, por aquel procedimiento
especial. Este último problema, que la física trata de resolver constante
mente, se relaciona con el que aquí planteamos no menos estrechamente
que el problema de la percepción en general, incluida la percepción coti
diana. El aparato sensorial fisiológico del hombre trabaja desde hace ya
tiempo, en gran parte, en la misma dirección que los experimentos físicos.
El modo como, al observar receptivamente, se separan y se reúnen frag
mentos, como unas cosas son pasadas por alto y otras son puestas de relie
ve, es resultado del modo de producción moderno en la misma medida en
que la percepción de un hombre perteneciente a cualquier tribu primitiva
de cazadores y pescadores es resultado de sus condiciones de existencia y,
por supuesto, también del objeto. En relación con esto, la afirmación de
que las herramientas serían prolongaciones de los órganos humanos po
dría invertirse diciendo que los órganos son también prolongaciones de los
instrumentos. En etapas más altas de la civilización, la praxis humana cons
ciente determina inconscientemente no sólo la parte subjetiva de la percep
ción, sino también, y en mayor medida, el objeto. Lo que un miembro de la
sociedad industrial ve diariamente a su alrededor: casas de departam en
tos, fábricas, algodón, reses, seres humanos, y no sólo los cuerpos, sino
también el movimiento en el que son percibidos desde trenes subterráneos,
ascensores, automóviles o aviones, este mundo sensible lleva en sí mismo
los rasgos del trabajo consciente, y la separación entre lo que pertenece a la
naturaleza inconsciente y lo que es propio de la praxis social no puede ser
llevada a cabo realmente. Aun allí donde se trate de la percepción de obje
tos naturales como tales, la naturalidad de éstos se halla determinada por
el contraste con el mundo social y, en esa medida, es dependiente de él. No
obstante, el individuo percibe la realidad sensible como simple secuencia
de hechos dentro de los ordenamientos conceptuales. Por cierto que tam
bién éstos se han desarrollado en conexión recíproca con el proceso de vida
de la sociedad. Por eso, si la subsunción en el sistema del entendimiento y
el juicio acerca de Los objetos se producen, por lo general, como algo obvio
y con notable coincidencia entre los miembros de una sociedad dada, esta
armonía, tanto entre percepción y pensamiento tradicional, como entre las
monadas, es decir, los sujetos individuales cognoscentes, no es un azar
metafísico. El poder del sentido común, del common sense, para el cual no
existen secretos, así como la vigencia general de opiniones en dominios
que no se relacionan directamente con las luchas sociales, como por ejem
plo las ciencias naturales están condicionados por el hecho de que el mundo
objetivo, acerca del cual, se han de emitir juicios, procede en gran medida
de una actividad determinada por los mismos pensamientos mediante los
cuales ese mundo es reconocido y comprendido en el individuo. En la filo
sofía de Kant este hecho se expresa en forma idealista. Su doctrina, según
la cual la sensibilidad es meramente pasiva mientras que el entendimiento
es activo, plantea a Kant la siguiente cuestión: ¿cómo puede estar seguro el
entendimiento de poder aprehender, de acuerdo con sus reglas, en cual
quier futuro posible, eso diverso que le es dado en la sensibilidad? La tesis
de una armonía preestablecida, de un "sistem a de preformación de la ra
zón pura", tesis según la cual serían innatas al pensamiento las mismas
reglas por las que se regirían los objetos, es expresamente impugnada por
él.11 He aquí la respuesta de Kant: los fenómenos sensibles están ya form a
dos por el sujeto trascendental —esto es, a través de una actividad racio
nal— cuando son captados por la percepción y juzgados con conciencia.12
En los capítulos más importantes de la Crítica de la razón pura, Kant trató de
fundamentar con mayor precisión esa "afinidad trascendental", esa deter
minación subjetiva del material sensible, de la cual el individuo nada sabe.
La dificultad y oscuridad que suponen, según el mismo Kant, los pasajes
principales (relativos al problema que hemos señalado) de la deducción
y del esquematismo de los conceptos puros del entendimiento se deben,
quizás, al hecho de que él concibe esa actividad supraindividual, incons
ciente, para el sujeto empírico, sólo en la forma idealista de una conciencia
en sí, de una instancia puramente espiritual. De acuerdo con la visión teó
rica alcanzable en su época. Kant no concibe la realidad como producto del
trabajo, en una sociedad en la cual éste es caótico en el todo, pero orientado
hacia una meta en cada una de sus partes. Donde Hegel ya discierne la
astucia de una razón objetiva, al menos en el plano de la historia universal,
Kant ve "un arte oculto en las profundidades del alma humana, el secreto
de cuyos mecanismos difícilmente podremos arrancar a la naturaleza, po
niéndolo en descubierto ante nuestros ojos".13 En todo caso, comprendió
que detrás de la discrepancia entre hechos y teoría, que el científico experi
menta en su actividad de especialista, yace una profunda unidad: la subje
tividad general de la cual depende el conocer individual. La actividad so
cial aparece como fuerza trascendental, esto es, como suma de factores es
pirituales. La afirmación de Kant de que la acción de esa fuerza estaría
rodeada de oscuridad, es decir, que, pese a toda su racionalidad, sería irra
cional, no carece de un fondo de verdad. La economía burguesa, por saga
11 Cf. I. K ant, Kritik der reinen Vernunfl, Transzendentale Deduktion der reinen Verstandesbegriffe
(C rítica d e la ra z ó n p u ra , D e d u cció n tra sce n d e n ta l de los c o n ce p to s p u ro s del en ten d im ien to ),
§ 27, B 167.
12 Ibid., Der D eduktion der reinen Verstandesbegriffe zw eiter Abschnitt, 4. Vorláufige Erklárung
der M óglíchkeit der K ategorien ais Erkenntnisse a priori, secc. A, p. 110 {Segunda parte de la D ed uc
ción de los concep tos puros del entendim iento, cuarta explicación provisoria de la posibilidad de las
categorías com o conocim ientos a priori).
13 Ibid., Von dem S ch em atism u s d e r reinen V erstand esb egriffe, secc. B, p. 181 {Sobre el
esquem atism o de los conceptos puros del entendim iento).
ces que sean los individuos que entran en competencia, no está sometida a
un plan, ni orientada conscientemente hacia una meta general; la vida del
todo se desenvuelve a partir de ella a costa de enormes fricciones, agostada
y, en cierto modo, como por azar. Las dificultades internas que aquejan a
los conceptos supremos de la filosofía kantiana, sobre todo al yo de la sub
jetividad trascendental, a la apercepción pura u originaria, a la conciencia
en sí, testifican la profundidad y rectitud de su pensamiento. El doble ca
rácter de estos conceptos kantianos, que por una parte señalan la unidad y
racionalidad máximas, y por la otra algo oscuro, inconsciente, im penetra
ble, refleja exactamente la forma contradictoria de la actividad humana en
la época moderna. La acción conjunta de los hombres en la sociedad es la
forma de existencia de su razón; en ella emplean sus fuerzas y afirman su
esencia. Pero, al mismo tiempo, este proceso y sus resultados son para ellos
algo extraños; se les aparecen, con todo su inútil sacrificio de fuerza de
trabajo y de vidas humanas, con sus estados de guerra y su absurda m ise
ria, como una fuerza natural inm utable, como un destino suprahumano.
Dentro de la filosofía teórica de Kant, en su análisis del conocim iento,
esta contradicción ha sido conservada. La problem ática no resuelta de la
relación entre actividad y pasividad, entre a priori y dato sensible, entre
filosofía y psicología, no es, entonces, una insuficiencia subjetiva, sino
que es realmente necesaria. Hegel puso al descubierto y desarrolló estas
contradicciones, pero finalmente las reconoció en el elem ento de una es
fera espiritual más alta. La nebulosidad de ese sujeto universal, al que
Kant afirma pero al que no puede caracterizar satisfactoriam ente, es disi
pada por Hegel en cuanto pone el espíritu absoluto como lo em inente
mente real (das Allerrealste). Lo universal, según él, ya se ha desplegado
adecuadam ente y es idéntico a lo que se concreta. La razón ya no necesita
ser sim plem ente crítica respecto de sí misma; en Hegel ella se ha vuelto
afirmativa, aun antes de que la realidad deba ser afirmada com o racional.
Ante las contradicciones de la existencia hum ana, que siguen teniendo
existencia real, ante la impotencia de los individuos frente a las condicio
nes creadas por ellos mismos, esta solución aparece, de parte del filósofo,
como afirmación privada, como personal declaración de paz con el mundo
inhumano.
La inclusión de los hechos en sistemas conceptuales ya existentes y su
revisión mediante la simplificación o la eliminación de contradicciones, es,
como ya hemos expuesto, una parte de la praxis social general. En cuanto
la sociedad se escinde en grupos y clases, se comprende que esas construc
ciones teóricas mantengan, según su pertenencia a una de esas clases o
grupos, también una relación diferente con esa praxis general. En la m edi
da en que la clase burguesa nació y creció en el seno de una sociedad feu
dal, la teoría puramente científica que aquélla trajo consigo mostró, respecto
de esa época, una tendencia muy disolvente y agresiva hada la vieja fórmula
de la praxis. En el liberalismo, caracterizó ella al tipo humano predominante.
Hoy el desarrollo está determinado mucho más por los antagonismos nacio
nales e internacionales de camarillas de dirigentes, situadas en los puestos
de comando de la economía y el Estado, que por las personalidades comu
nes, que, en su mutua competencia, están destinadas a mejorar el aparato
de producción y los productos mismos. En la medida en que el pensam ien
to teórico no se aplique a fines altamente especializados, en relación con
estas luchas, principalmente la guerra y su industria, el interés por él ha
disminuido. Se emplean menos energías en formar y hacer progresar la
facultad de pensar prescindiendo de su forma de aplicación.
Estas diferencias, a las cuales podríamos agregar aún muchas otras,
no impiden, sin embargo, que la teoría en su forma tradicional, el juicio
acerca de lo dado en virtud de un aparato de conceptos y de juicios corrien
te, que rige también para la conciencia más simple, además de la acción
recíproca que media entre los hechos y las formas teóricas como conse
cuencia de las actividades profesionales, cotidianas, ejerza una función so
cial positiva. A este hacer intelectual se han incorporado las necesidades y
los fines, las experiencias y destrezas, las costumbres y tendencias de la
forma actual del ser del hombre. Tal como un instrumento material de pro
ducción, él representa, como posibilidad, un elemento perteneciente no sólo
a la totalidad cultural actual, sino también a un todo cultural más justo,
más diferenciado, más armónico. En la medida en que este pensamiento
teórico no se acomoda conscientemente a intereses externos, ajenos al obje
to, sino que se atiene realmente a los problemas tal como ellos aparecen
ante él como consecuencia del desarrollo de las especialidades, y en la m e
dida en que, en conexión con esto, plantea nuevos problemas y modifica
viejos conceptos cuando ello parece necesario, puede entonces, con dere
cho, considerar los logros de la época burguesa en materia de técnica e
industria como su legitimación, y puede también estar seguro de sí mismo.
Por supuesto que se comprende a sí mismo como hipótesis y no como cer
teza. Pero este carácter de hipótesis es compensado de muchas maneras.
La inseguridad no es mayor que lo que debe ser en virtud de los medios
intelectuales y técnicos con que se cuenta y que, en general, han probado
su utilidad, y la formulación de tales hipótesis, en cuanto tal y por pequeña
que sea su verosimilitud, vale como un logro socialmente necesario y va
lioso que, en sí mismo, en todo caso no es hipotético. La formación de hipó
tesis, el trabajo teórico en general, es una actividad para la cual existe, en la
situación social presente, una fundamental posibilidad de aplicación, es
decir, una demanda. Si ella es pagada por debajo de su valor, o incluso si no
puede ser vendida, comparte simplemente el destino de otros trabajos con
cretos y, quizás, útiles, desechados por esta economía. No obstante, ellos la
suponen y forman parte del proceso económico en su totalidad, tal como se
cumple en determinadas condiciones históricas. Esto nada tiene que ver
con la pregunta sobre si los esfuerzos científicos mismos son productivos
en sentido estricto. En este sistema hay demanda de una enorme cantidad de
productos llamados científicos; son apreciados de los más diversos modos,
y una parte de los bienes que provienen realmente de un trabajo producti
vo es gastada en ellos, sin que esto implique nada respecto de su propia
productividad. También la ociosidad de ciertos sectores de la actividad
universitaria, así como la ingeniosidad vacía, la formación metafísica o no
metafísica, de ideologías, tienen, junto con otros requerimientos surgidos
de los antagonismos de la sociedad, su importancia social, sin que en el
periodo actual sean realmente adecuados a los intereses de alguna m ayo
ría notable de la sociedad. Una actividad que contribuye a la existencia de
la sociedad en su forma dada no necesita, en modo alguno, ser productiva,
es decir, crear valores para una empresa. No obstante ello, puede pertene
cer a ese sistema y contribuir a posibilitarlo; es lo que ocurre, en verdad,
con la ciencia especializada.
Ahora bien, hay un comportamiento hum ano14 que tiene por objeto la
sociedad misma. No está dirigido solamente a subsanar inconvenientes,
pues para él éstos dependen más bien de la construcción de la sociedad en
su conjunto. Si bien se origina en la estructura social, no está empeñado, ni
por su intención consciente ni por su significado objetivo, en que una cosa
cualquiera funcione mejor en esa estructura. Las categorías de mejor, útil,
adecuado, productivo, valioso, tal como se las entiende en este sistema,
son, para tal comportamiento, sospechosas en sí mismas y de ningún modo
constituyen supuestos extracientíficos con los cuales él nada tenga que
hacer. Por regla general, el individuo acepta naturalmente, como preesta
blecidas, las destinaciones básicas de su existencia, esforzándose por dar
les cumplimiento; además, encuentra su satisfacción y pundonor en resol
ver, con todos los medios a su alcance, las tareas inherentes a su puesto en
la sociedad, y, a pesar de la energía con que puede criticar cuestiones de
detalle, en seguir haciendo afanosamente lo suyo; en cambio, el com porta
miento crítico a que nos referíamos de ninguna manera acata esas orienta
ciones que la vida social, tal y como ella se desenvuelve, pone en manos de
cada uno. La separación entre individuo y sociedad, en virtud de la cual el
individuo acepta como naturales los límites prefijados a su actividad, es
14 Este com portam iento es designado, en lo que sigu e, com o "crítico ". La palabra se entiende
aquí no tanto en el sentido de la crítica idealista de la razón pu ra, com o en el de la crítica dialéctica de
la econom ía política. Se refiere a una característica esencial de la teoría dialéctica de la sociedad .
relativizada en la Teoría Crítica. Ésta concibe el marco condicionado por la
ciega acción conjunta de las actividades aisladas, es decir, la división del
trabajo dada y las diferencias de clase, como una función que, puesto que
surge del obrar humano, puede estar subordinada también a la decisión
planificada, a la persecución racional de fines.
El carácter escindido, propio del todo social en su configuración ac
tual, cobra la forma de contradicción consciente en los sujetos del compor
tamiento crítico. En tanto reconocen ellos la forma presente de economía,
y toda la cultura fundada sobre ella, como productos del trabajo humano,
como la organización que la humanidad se dio a sí misma en esta época
y para la cual estaba capacitada, se identifican con esta totalidad y la en
tienden como voluntad y razón: es su propio mundo. Al mismo tiempo,
advierten que la sociedad es comparable con procesos naturales extrahu-
manos, con puros mecanismos, puesto que las formas de cultura, fundadas
en la lucha y la opresión, no son testimonios de una voluntad unitaria,
autoconsciente: este mundo no es el de ellos, sino el del capital. Lo que va
de la historia no puede, en rigor, ser comprendido; comprensibles sólo son
en ella individuos y grupos aislados, y éstos ni siquiera totalmente, pues, en
virtud de su dependencia interna respecto de una sociedad inhumana, ellos
son, aun en sus acciones conscientes, en gran medida funciones mecánicas.
Aquella identificación es por ello contradictoria, una contradicción que
caracteriza a todos los conceptos del pensamiento crítico. Para éste, las ca
tegorías económicas de "trabajo", "valor" y "productividad" significan
exactamente lo que ellas significan en este sistema, y toda otra explicación
es vista como un mal idealismo. Al mismo tiempo, aceptar simplemente
ese significado implica la más torpe de las falsedades: el reconocimiento
crítico de las categorías que dominan la vida de la sociedad contiene tam
bién la condena de aquéllas. Este carácter dialéctico de la autointerpretación
del hombre actual determina también, en última instancia, la oscuridad de
la crítica kantiana de la razón. La razón no puede hacerse comprensible a sí
misma mientras los hombres actúen como miembros de un organismo irra
cional. El organismo, como unidad que crece y muere de manera natural,
no es precisamente un modelo para la sociedad, sino una sofocante forma
de ser, de la cual debe emanciparse. Un comportamiento que, orientado
hacia esa emancipación, tiene com c meta la transformación de la totalidad,
puede muy bien servirse del trabajo teórico, tal como él se lleva a cabo
dentro de los ordenamientos de la realidad establecida. Carece, sin embar
go, del carácter pragmático que es propio del pensamiento tradicional en
cuanto trabajo profesional socialmente útil.
Para el pensamiento teórico corriente, tal como lo hemos expuesto,
tanto la génesis de las circunstancias dadas, como también la aplicación
práctica de los sistemas de conceptos con que se las aprehende, y por con
siguiente su papel en la praxis, son considerados exteriores. Este extraña
miento, que en la terminología filosófica se expresa como separación entre
valor e investigación, conocimiento y acción, así como en otros pares de
oposiciones., preserva al investigador de las contradicciones señaladas
y otorga un marco fijo a su actividad. A un pensamiento que no reconoce
ese marco parece faltarle toda base de apoyo. ¿Qué otra cosa podría repre
sentar un procedimiento teórico que, en última instancia, no se reduzca a la
determinación de hechos a partir de sistemas de conceptos los más simples
y diferenciados que se pueda, sino un jugo intelectual y falto de dirección,
mitad fantasía abstracta, mitad expresión impotente de estados de ánimo?
La indagación del condicionamiento social de hechos y de teorías puede
constituir quizás un problema de investigación, incluso todo un campo de
trabajo teórico, pero no se advierte en qué medida tales estudios se diferen
ciarían básicamente de otros estudios especializados. La investigación de
Ideologías o la sociología del conocimiento, que han sido extraídas de la
Teoría Crítica y establecidas como disciplinas especiales, no están, ni por
su esencia ni por sus propósitos, en oposición con la actividad corriente de
la ciencia ordenadora. En ellas, el conocimiento de sí del pensamiento se
reduce a descubrir relaciones entre posiciones espirituales y situaciones
sociales. La estructura del comportamiento crítico, cuyos propósitos sobre
pasan los de la praxis social dominante, no es, por cierto, más afín a estas
disciplinas que a las ciencias naturales. Su oposición al concepto tradicio
nal de teoría no surge tanto de la diferencia de objetos cuanto de sujetos.
Para los representantes de este comportamiento, los hechos, tal como ellos
provienen del trabajo en la sociedad, no son exteriores en el mismo sentido
en que lo son para los investigadores o los miembros de otras ramas profe
sionales, que piensan como investigadores en pequeño. Para aquéllos,
trátase de una reorganización del trabajo. Pero en la medida en que las
circunstancias que se ofrecen a la percepción son entendidas como produc
tos que están bajo el control del hombre o, en todo caso, en el futuro han de
caer bajo ese control, dichas circunstancias pierden el carácter de mera
facticidad.
Mientras que el especialista, "en cuanto" científico, ve la realidad so
cial, junto con sus productos, como exterior, y, "en cuanto" ciudadano, per
cibe su interés por ellas mediante artículos políticos, de la afiliación a par
tidos o a organizaciones de beneficencia, y de su participación en las
elecciones, sin unir ambas cosas — y algunas otras formas de com porta
miento— en su persona de otro modo que, a lo sumo, mediante una inter
pretación psicológica, hoy, en cambio, el pensamiento crítico está m otiva
do por el intento de suprimir y superar realmente esa tensión, de suprimir
la oposición entre la conciencia de fines, la espontaneidad y la racionalidad
esbozadas en el individuo y las relaciones del proceso de trabajo, funda
mentales para la sociedad. El pensamiento crítico contiene un concepto del
hombre que se opone a sí mismo en tanto no se produzca esa identidad. Si
el actuar conforme a la razón es propio del hombre, la praxis social dada,
que forma la existencia hasta en sus mismos detalles, es inhumana, y este
carácter de inhumanidad repercute en todo lo que se realiza en la sociedad.
La actividad intelectual y material del hombre siempre seguirá teniendo
algo exterior: esto es, la naturaleza como suma de los factores no dom ina
dos aún en cada época, y con los cuales la sociedad está en relación. Pero si
a ello se suman, como una parte más de la naturaleza, las circunstancias
que dependen únicamente del hombre mismo, su relación en lo que res
pecta al trabajo, la marcha de su propia historia, entonces esta exterioridad
no sólo no es una categoría suprahistórica, etem a — tampoco es pura natu
raleza en el sentido señalado— , sino el signo de una lamentable im poten
cia cuya aceptación es antihumana y antirracional.
El pensamiento burgués está constituido de tal manera que, en la re
flexión sobre su propio sujeto, admite con necesidad lógica el ego, el cual se
cree autónomo. Por su esencia, es abstracto, y su principio es la individua
lidad ajena al acontecer, la individualidad que, en su pretensión, se eleva a
causa última del mundo o aun a mundo. Su opuesto inmediato es la con
vicción que se tiene a sí misma por la expresión no problemática de una
comunidad ya existente, por ejemplo, la ideología de la raza. El nosotros
retórico es usado aquí en serio. El hablar cree ser el instrumento de la gene
ralidad. En la desgarrada sociedad de hoy, este pensamiento es, al menos
en cuestiones sociales, armonicista e ilusionista. El pensamiento crítico y su
teoría se oponen a ambas actitudes. No son ni la función de un individuo
aislado ni la de una generalidad de individuos. Tiene, en cambio, conscien
temente por sujeto a un individuo determinado, en sus relaciones reales
con otros individuos y grupos, y en su relación crítica con una determina
da clase, y, por último, en su trabazón, así mediada, con la totalidad social
y la naturaleza. No es un punto, como el yo de la filosofía burguesa; su
exposición consiste en la construcción del presente histórico. El sujeto pen
sante tampoco es el lugar en el que confluyen conocimiento y objeto, lugar
a partir del cual se obtendría entonces un saber absoluto. Esta apariencia
en la que, desde Descartes, vive el idealismo, es ideología en sentido estric
to: la limitada libertad del individuo burgués aparece en forma de libertad
y autonomía perfectas. Pero el yo, sea que actúe simplemente como pen
sante o de alguna otra manera, en una sociedad impenetrable, inconscien
te, tampoco tiene la certeza de sí mismo. En el pensar acerca del hombre,
sujeto y objeto se separan el uno del otro; su identidad está puesta en el
futuro y no en el presente. El método que conduce a ello puede llamarse,
en la terminología cartesiana, clarificación; pero ésta, en el pensam iento
realmente crítico, no significa solamente un proceso lógico, sino al mismo
tiempo un proceso histórico concreto. En su decurso se transforman tanto
la estructura social en su totalidad como la relación del teórico con la socie
dad, es decir, se transforma el sujeto así como el papel del pensamiento. La
aceptación de la invariabilídad esencial de la relación entre sujeto, teoría
y objeto, diferencia la concepción cartesiana de cualquier lógica dialéctica.
Pero ¿en qué conexión está el pensamiento crítico con la experiencia?
Si ese pensamiento no sólo debe ordenar, sino también extraer de sí mismo
los fines trascendentes a ese ordenar, su propia dirección, entonces siempre
permanece simplemente cabe sí (bei sich), como la filosofía idealista. Y, en la
medida en que no se exalte en fantasías utópicas, se hunde en espejismos
formalistas. El intento de determinar conceptualmente fines prácticos de
un modo legítimo debería fracasar siempre. Si el pensar no se conforma
con el papel que se le ha adjudicado en la sociedad establecida, si no ejerce
la teoría en el sentido tradicional, recae necesariamente en ilusiones supe
radas ya hace tiempo. Esta reflexión, este regreso, comete el error de enten
der el pensar en forma separada, especializada y, por lo mismo, espiritua
lista, tal como él se realiza en las condiciones de la actual división del
trabajo. En la realidad social, la actividad de pensar nunca ha permanecido
cabe sí misma (bei sich seíbst), sino que, desde un principio, ha funcionado
como momento independiente del proceso de trabajo, que tiene una ten
dencia propia. Por medio del movimiento antagónico de épocas y fuerzas
progresivas y retrógradas, dicho proceso conserva, eleva y desarrolla la
vida humana. En las formas históricas de existencia de la sociedad, el exce
dente de bienes de consumo producidos en la etapa alcanzada en cada caso,
benefició directamente sólo a un pequeño grupo de personas, y estas con
diciones de vida se manifestaron también en el pensam iento, imprimieron
su sello en la filosofía y en la religión. Sin embargo, en lo profundo alentó,
desde el comienzo, el anhelo de extender la posibilidad de consumo a la
mayoría; a pesar de la conveniencia material que ofrecía la organización de
la sociedad en clases, cada una de sus formas se reveló finalm ente como
inadecuada. Esclavos, siervos y ciudadanos se sacudieron el yugo. Este
anhelo también se plasmó en las formas culturales. Y en la historia moder
na, al exigirse de cada individuo que haga suyos los fines de la totalidad y
que los reconozca nuevamente en ella, existe la posibilidad de que la direc
ción del proceso social del trabajo, dirección que se establece sin una teoría
determinada y como resultante de fuerzas dispares, y en cuyos instantes
críticos la desesperación de las masas fue por momentos decisiva, penetre
en la conciencia y se transforme en una meta. El pensam iento no extrae
esto de sí mismo, más bien diríamos que descubre su propia función. Los
hombres llegan, en la marcha de la historia, al conocimiento de su hacer, y
así comprenden la contradicción contenida en su propia existencia. La eco
nomía burguesa estuvo dispuesta de tal modo que los individuos, en cuan
to persiguiesen su propia felicidad, mantendrían la vida social. Pero en tal
estructura está implícita una dinámica en virtud de la cual, y en una pro
porción que en definitiva hace pensar en las antiguas dinastías asiáticas, de
un lado se concentra un poder fabuloso, y del otro una completa impoten
cia material e intelectual. Aquello que, en esta organización del proceso de
vida, resultaba originariamente fecundo, se transforma en infructuosidad
y en estorbo. Los hombres, con su mismo trabajo, renuevan una realidad
que, de modo creciente, los esclaviza.
V, efectivamente, respecto al papel de la experiencia, existe una dife
rencia entre la teoría tradicional y la Teoría Crítica. Los puntos de vista que
ésta extrae del análisis histórico como fines de la actividad humana, espe
cialmente la idea de una organización social racional acorde con la genera
lidad, son inmanentes al trabajo humano, sin que los individuos o la con
ciencia pública los tengan presentes en su verdadera forma. Experimentar
y percibir estas tendencias responde a un interés especial. De acuerdo con
la doctrina de Marx y Engels, ese interés se engendra necesariamente en el
proletariado. En virtud de su situación en la sociedad moderna, el proleta
riado experimenta la relación entre un trabajo que pone en manos de los
hombres, en la lucha de éstos contra la naturaleza, medios cada vez más
poderosos, y la continua renovación de una organización social caduca. La
desocupación, las crisis económicas, la militarización, los gobiernos funda
dos sobre el terror, el estado general de las masas, no se basan, precisamen
te, en lo precario del potencial técnico, como pudo ocurrir en épocas ante
riores, sino en las condiciones en que se lleva a cabo la producción, condi
ciones que ya no se adecúan al momento presente. El despliegue de todos
los medios, físicos y espirituales, para el dominio de la naturaleza, es coar
tado por el hecho de que ellos están en manos de intereses particulares
opuestos los unos a los otros. La producción no está orientada hacia la vida
de la comunidad, considerando además las exigencias de los individuos,
sino que se dirige en primer lugar a las exigencias de poder de los indivi
duos, considerando también, en caso de necesidad, la vida de la comuni
dad. Esto ha sido una derivación forzosa del principio progresista de que
es suficiente con que los individuos, de acuerdo con el sistema de propie
dad establecido, se preocupen sólo de sí mismos.
Pero en esta sociedad tampoco la situación del proletariado constitu
ye una garantía de conocimiento verdadero. Por más que el proletariado
experimente en sí mismo el absurdo como continuidad y aumento de la
miseria y la injusticia, la diferenciación de su estructura social, que tam
bién es estimulada por los sectores dominantes, y la oposición entre intere
ses personales e intereses de clase, que sólo en momentos excepcionales se
logra romper, impiden que esa conciencia se imponga de un modo inm e
diato. También para el proletariado el mundo tiene, en la superficie, una
apariencia distinta. Una posición que no fuera capaz de enfrentar al propio
proletariado en nombre de sus verdaderos intereses y, por ende, también
en nombre de los verdaderos intereses de la sociedad en su conjunto, y, por
el contrario, extrajera sus linchamientos de los pensamientos y sentim ien
tos de la masa, caería ella misma en una dependencia esclavizadora res
pecto de lo establecido. El intelectual que se limita a proclamar en actitud
de extasiada veneración la fuerza creadora del proletariado, contentándo
se con adaptarse a él y glorificarlo, pasa por alto el hecho de que la renun
cia al esfuerzo teórico — esfuerzo que él elude con la pasividad de su pen
samiento— o la negativa a un eventual enfrentamiento con las masas — a la
que podría llevarlo su propio pensamiento— vuelven a esas m asas más
ciegas y más débiles de lo que deberían ser. El propio pensamiento del
intelectual, en tanto elemento crítico y propulsor, forma parte del desarro
llo de las masas. Que ese pensamiento se subordine por completo a la si
tuación psicológica de aquella clase que, en sí, representa la fuerza
transformadora, induce en ese intelectual el sentimiento gratificador de estar
ligado a un poder inmenso, instilándole un optimismo profesional. Cuan
do este optimismo es desmentido por periodos de fracaso profundo, m u
chos intelectuales corren el peligro de caer en el nihilismo y en un pesim is
mo social tan extremo cuan exagerado era su anterior optim ism o. No
soportan que justam ente el pensamiento más actual, el que abarca más
profundamente la situación histórica, el más promisorio, en determinados
periodos traiga como consecuencia el aislamiento de sus portadores y la
necesidad de nadar contra la corriente.
Si la Teoría Crítica consistiera en esencia en formular los sentimientos
e ideas de una clase en determinados momentos, no ofrecería ninguna di
ferencia estructural respecto de la ciencia especializada: en ese caso se tra
taría de la descripción de contenidos psíquicos que son típicos de determ i
nados grupos de la sociedad, es decir, de una psicología social. La relación
entre ser y conciencia es diferente en las diversas clases de la sociedad. Las
ideas con que la burguesía explica su propio sistema: el intercambio equi
tativo, la libre competencia, la armonía de los intereses, etc., revelan su
contradicción interna y, con ello, su antítesis respecto de ese sistema, ape
nas se las considera seriamente y se las piensa, hasta sus últim as conse
cuencias, como principio de la sociedad. Así pues, la mera descripción de
la autoconciencia burguesa no proporciona por sí sola la verdad acerca
de esa clase. Tampoco la sistematización de los contenidos de conciencia
del proletariado puede proporcionarnos una imagen verdadera de su exis
tencia y de sus intereses. Ella sería una teoría tradicional caracterizada por
un planteamiento peculiar de los problemas, y no el aspecto intelectual del
proceso histórico de la emancipación del proletariado. Lo mismo valdría si
pretendiéramos limitarnos a registrar y publicar, no las ideas del proleta
riado en general, sino las de una fracción más avanzada de éste, las de un
partido o las de sus conductores. El registro y ordenamiento, dentro de
un aparato conceptual ajustado lo más posible a los hechos, constituiría,
también en este caso, la verdadera tarea, y la última meta del teórico sería
la previsión de datos sociopsicológicos futuros. El pensar, el formular la
teoría, por un lado, y su objeto, el proletariado, por el otro, serían asunto
aparte. Pero si el teórico y su actividad específica son vistos como constitu
yentes de una unidad dinámica con la clase dominada, de modo que su
exposición de las contradicciones sociales aparezca, en esa unidad, no sólo
como expresión de la situación histórica concreta, sino, en igual m edi
da, como factor estimulante, transformador, entonces se hace patente su
función. El proceso de confrontación crítica entre los sectores avanzados
de la clase social y los individuos que declaran la verdad acerca de ella, así
como entre estos sectores más avanzados, junto con sus teóricos, y el resto
de la clase, debe ser entendido como un proceso de acción recíproca en el
cual la conciencia desarrolla, al mismo tiempo que sus fuerzas liberadoras,
sus fuerzas propulsoras, disciplinantes y agresivas. El vigor de dicho pro
ceso se manifiesta en la constante posibilidad de tensión entre el teórico y
la clase a la que se refiere su pensar. La unidad de las fuerzas sociales de las
que se espera la liberación es al mismo tiempo — en el sentido de Hegel—
su diferencia: sólo existe como conflicto, que amenaza constantemente a
los sujetos comprendidos en él. Esto se hace evidente en la persona del
teórico: su crítica es agresiva, no sólo frente a los apologistas conscientes de
lo establecido, sino en la misma medida frente a tendencias discrepantes,
conformistas o utopistas dentro de sus propias filas.
La concepción tradicional de teoría, parte de la cual es captada por' la
lógica formal, responde al proceso de producción según la división del tra
bajo, tal como se da en la actualidad. Puesto que la sociedad tendrá que
enfrentarse con la naturaleza también en épocas futuras, esta técnica inte
lectual no será irrelevante sino que, por el contrario, deberá ser desarrolla
da al máximo. Pero la teoría, como momento de una praxis orientada hacia
formas sociales nuevas, no es la rueda de un mecanismo que se encuentre
en movimiento. Si bien las victorias y derrotas presentan una vaga analo
gía con la verificación e invalidación de hipótesis en el dominio de la cien
cia, el teórico crítico no puede apoyarse en ellas para cumplir sus tareas. Le
sería imposible alabar, como Poíncaré, un avance enriquecedor logrado a
costa de desechar hipótesis.15 Su oficio es la lucha, de la cual es parte su
pensamiento, no el pensar como algo independiente que debiera ser sepa
rado de ella. En su comportamiento tienen cabida, ciertamente, muchos
elementos teóricos en el sentido habitual: el conocimiento y pronóstico de
hechos relativamente aislados, juicios científicos, planteam iento de pro
blemas que, por sus intereses específicos, difieren de los corrientes, pero
presentan la misma forma lógica. Lo que la teoría tradicional se permite
admitir sin más como existente, su papel positivo en una sociedad en fun
cionamiento, su relación, mediada y poco evidente por cierto, con la satis
facción de las necesidades de la comunidad, su participación en el proceso
de vida de la totalidad que se renueva a sí misma, todas estas pretensiones
por las que la ciencia no suele preocuparse, ya que su cumplimiento es
reconocido y asegurado por la posición social del científico, son cuestiona
das por el pensamiento crítico. La meta que éste quiere alcanzar, es decir,
una situación fundada en la razón, se basa, es cierto, en la miseria presente;
pero esa miseria no ofrece por sí misma la imagen de su supresión. La teo
ría esbozada por el pensar crítico no obra al servicio de una realidad ya
existente: sólo expresa su secreto. Aunque en cada momento se puedan
detectar con exactitud equívocos y confusiones, aunque se pueda eliminar
cualquier error, sin embargo la tendencia general de tal empresa, el queha
cer intelectual como tal, por más exitoso que prometa ser, no obtiene nin
guna sanción del sentido común, ninguna consagración social. Por el con
trario, las teorías que son susceptibles de confirm ación o rechazo en la
construcción de máquinas, en organizaciones militares, o en exitosas pie
zas cinematográficas, terminan, aun cuando se las elabore en forma inde
pendiente de su aplicación, como la física teórica, en algún consumo clara
mente descriptible, por más que éste consista sólo en un manejo virtuosista
de los signos matemáticos, recompensando el cual la buena sociedad deja
traslucir su sentido de la humanidad.
Pero de cómo será consumido el futuro con el que tiene que ver el
pensar crítico, de eso no hay ejemplos semejantes. No obstante, la idea de
ima sociedad futura como comunidad de hombres Libres, tal como ella se
ría posible con los medios técnicos con que se cuenta, tiene un contenido al
que es preciso mantenerse fiel a través de todos los cambios. En cuanto es
la comprensión del modo en que el desmembramiento y la irracionalidad
pueden ser eliminados ahora, esa idea se reproduce de continuo en la si
tuación imperante. Pero la facticidad juzgada en esa idea, las tendencias
que apuntan a una sociedad racional, no son creadas fuera de ese pensar
17 El autor alude aquí y en el párrafo siguiente a la teoría de la sociología del conocim iento de
Karl M annheim , acerca de la situación específica y del m odo de pensar de la inteligencia en la época
burguesa. ¡N. del E. alemán]
,a M. Weber, "W issenschaft ais Beruf", en Gesammelle Aufsáize zur Wissenschaftslebre. Tubinga,
1922, pp. 549 y ss.
la perspicacia en la lucha política, no la información académica acerca de
su pretendida posición. Precisamente en un momento en el que, en Euro
pa, las fuerzas liberadoras están desorientadas y tratan de reorganizarse;
en el que todo depende de matices dentro de sus propios movimientos; en
el que la indiferencia frente al contenido determinado, surgida de la derro
ta, de la desesperación y de una burocracia corrupta, amenaza con destruir
toda espontaneidad, experiencia y conocimiento en las masas, a pesar del
heroísmo de algunos individuos, la concepción extrapartidaria y por lo tanto
abstracta de la intelligentsia implica una forma de abordar los problemas
que, sencillamente, encubre las cuestiones decisivas. El espíritu es liberal.
No soporta ninguna presión externa, ninguna adaptación de sus resulta
dos a la voluntad de un poder. Sin embargo, no está separado de la vida de
la sociedad, no la sobrevuela. En la medida en que tiende a la autonomía, al
dominio de los hombres sobre sus propias vidas y sobre la naturaleza, pue
de reconocer esta tendencia como fuerza actuante en la historia. Conside
rada aisladamente, la comprobación de tal tendencia se presenta como neu
tral; pero, así como el espíritu no la puede reconocer sin interés, tampoco
puede, sin una lucha real, transformarla en conciencia general. En esa m e
dida el espíritu no es liberal. Los esfuerzos conceptuales que, sin relación
consciente con una praxis determinada, se sitúan —siempre según una
variable misión académica o de otra especie, cuya promoción promete éxi
to— ya aquí, ya allá, y tienen ya esto, ya aquello, por asunto propio, pue
den prestar servicios útiles a una u otra tendencia histórica; no obstante, a
pesar de su corrección formal (¡qué construcción teórica totalmente equi
vocada no puede, al fin, cumplir con la condición de corrección formal!)
pueden coartar o desviar el desarrollo espiritual. El concepto abstracto,
mantenido como categoría sociológica, de intelligentsia, la cual, además,
debe tener funciones de misionera, responde por su estructura a la hipóstasis
de la ciencia especializada. La Teoría Crítica no está ni "arraigada", como
la propaganda totalitaria, ni tiene la "libre fluctuación" de la inteligencia
liberal.
De la diversa función del pensar tradicional y del pensar crítico sur
gen las diferencias de su estructura lógica. Las proposiciones primeras de
la teoría tradicional definen conceptos universales según los cuales deben
ser comprendidos todos los hechos de un campo determinado, por ejem
plo el concepto de un proceso físico en la física o del acontecer orgánico en
la biología. Entre ellas se establece la jerarquía de los géneros y las especies,
los que presentan las correspondientes relaciones de subordinación. Los
hechos son casos aislados, ejemplares o materializaciones de los géneros.
Diferencias temporales entre las unidades del sistema no hay. La electrici
dad no existe antes que un campo conductor y, a la inversa, tampoco el
campo antes que la electricidad, del mismo modo como el león como tal no
está antes o después que el león particular. Si en el conocimiento indivi
dual puede existir una u otra sucesión temporal de estas relaciones, en todo
caso ello no sucede en el campo de los objetos. La física también se ha apar
tado de la concepción para la cual los rasgos más generales actúan como
causas o fuerzas ocultas en los hechos concretos, y de la hipóstasis de estas
relaciones lógicas; sólo en la sociología existen aún vacilaciones al respec
to. Si se agregan al sistema géneros aislados o se llevan a cabo otras modi
ficaciones, esto, por lo general, no es entendido en el sentido de que las
determinaciones son necesariamente demasiado rígidas, de que ellas tie
nen que ser inadecuadas, ya que, o bien la relación con el objeto, o bien el
objeto mismo, varían sin perder por ello su identidad. En lugar de ello se
considera que las variaciones se deben a una carencia de nuestro conoci
miento anterior o son el resultado de reemplazar partes aisladas del objeto
por otras, como, por ejemplo, un mapa se desactualiza porque desaparecen
bosques, se agregan ciudades nuevas o surgen otros límites. Del mismo
modo es entendido también el desarrollo de la vida en la lógica discursiva
(o lógica del entendimiento). Este ser humano es ahora un niño, de modo
que, según esta lógica, "adulto" sólo puede significar que hay un núcleo
fijo que permanece igual a sí mismo: "este ser hum ano"; a él se le aplican,
una después de la otra, las dos cualidades, el ser niño y el ser adulto. Para
el positivismo nada permanece idéntico, sino que primero existe un niño,
luego un adulto, ambos son dos complejos de hechos diferentes. Esta lógi
ca no puede comprender el hecho de que el ser humano varía y, sin embar-
19 Para la estru ctu ra lógica de la crítica de la econom ía política, véase "Z u m Problem der
W ahrheit" (Sobre el problem a de la verdad), en el vol. I de esta obra (Krítische Theorie), pp. 263 y 268.
de una época unitaria de la sociedad, la de su autoconservación y otras, ya
surgen de ese análisis básico del transcurrir histórico, análisis que está guia
do por el interés en el futuro. La relación de los primeros nexos conceptua
les con el mundo fáctico no es esencialmente la que media entre lo genérico
y lo ejemplar. La relación de cambio caracterizada por la teoría domina,
como consecuencia de su dinámica, a la realidad social, así como el meta
bolismo, por ejemplo, domina en gran parte al organismo vegetal y animal.
También en la Teoría Crítica hay que introducir elementos específicos, para
alcanzar, desde esta estructura básica, la realidad diferenciada. Pero esa
introducción de determinaciones —piénsese en la presencia de existencias
de otro, en la expansión hacia ámbitos aún precapitalistas de la sociedad,
en el comercio exterior— no ocurre por simple deducción, como en aquella
teoría encapsulada en sí misma como especialidad. Antes bien, cada paso
de la Teoría Crítica responde a la noción de hombre y de naturaleza ya
presente en las ciencias y en la experiencia histórica. Esto se comprende
por sí solo en relación con el principio de la técnica industrial. Pero la no
ción diferenciada de los modos humanos de reacción se aplica también en
otras direcciones en el desarrollo conceptual examinado en estas páginas.
Así, la proposición de que las clases inferiores de la sociedad son también,
en determinadas condiciones, las que más hijos tienen, desempeña un pa
pel importante en la demostración de cómo la sociedad mercantil burgue
sa conduce necesariamente al capitalismo con ejército industrial de reserva
y con crisis. La fundamentación psicológica de esa proposición queda li
brada a las ciencias tradicionales. La Teoría Crítica de la sociedad parte,
pues, de una idea del intercambio mercantil simple determinada por con
ceptos relativamente generales; a partir del supuesto de la totalidad del
saber disponible, de la admisión de material tomado de investigaciones
propias y extrañas, se muestra entonces cómo la economía mercantil, den
tro de la cambiante condición de hombres y cosas ya dada — y cambiante
por la influencia de esa misma economía—, debe conducir necesariamente
a la agudización de los antagonismos sociales — agudización que en el
momento histórico actual lleva a guerras y revoluciones— sin que sus pro
pios principios, expuestos por la economía política como disciplina espe
cializada, sufran transgresión alguna.
El sentido de la necesidad, tal como la entendemos aquí, es, como el
de la abstracción de los conceptos, al mismo tiempo semejante al de los
rasgos correspondientes de la teoría tradicional y diferente de ellos. En
ambos tipos de teoría el rigor de la deducción estriba en que ésta aclara
cómo afirmar la inherencia de determinaciones generales implica afirmar
la inherencia de ciertas relaciones fácticas. Si se trata de un fenómeno eléc
trico, entonces debe ocurrir, puesto que tal o cual característica correspon
de al concepto de electricidad/ tal o cual suceso. En la medida en que la
Teoría Crítica de la sociedad explica el estado de cosas presente a partir del
concepto del intercambio simple, contiene, de hecho, ese tipo de necesi
dad, sólo que la forma hipotética general posee en ella una importancia
relativa. El acento no recae en el hecho de que, en cualquier parte donde
domine la sociedad mercantil simple, tiene que hacer un desarrollo capita
lista — si bien esto es verdadero— ; antes bien, el acento recae en el hecho de
que esta sociedad capitalista real, que, originada en Europa, se extiende
por toda la tierra, sociedad para la cual la teoría afirma ser válida, es dedu
cida a partir de la relación básica del cambio en general. Mientras que los
juicios categóricos de las ciencias especializadas poseen, en el fondo, carác
ter hipotético, y los juicios de existencia, cuando los hay, sólo tienen cabida
en capítulos especiales, en partes descriptivas o prácticas,20 la Teoría Críti
ca de la sociedad es en su totalidad un único juicio de existencia desarrolla
do. Este juicio afirma, dicho en términos generales, que la forma básica de
la economía de mercancías históricamente dada, sobre la cual reposa la
historia moderna, encierra en sí misma los antagonismos internos y exter
nos de la época, los renueva constantemente de una manera agudizada, y
que, tras un periodo de ascenso, de desarrollo de fuerzas humanas, de
emancipación del individuo, tras una fabulosa expansión del poder del
hombre sobre la naturaleza, termina impidiendo la continuación de ese
desarrollo y lleva a la humanidad hacia una nueva barbarie. Dentro de esta
teoría, cada uno de los pasos especulativos posee, por lo menos según su
intención, el mismo rigor que las deducciones dentro de una teoría científi
ca especializada; pero, por otra parte, cada uno de esos pasos es un mo
mento en la constitución de aquel vasto juicio de existencia. Las partes ais
ladas pueden ser transform adas en ju icios universales o particulares
hipotéticos y utilizadas en el sentido del concepto tradicional de teoría,
como, por ejemplo, el principio de que a una productividad creciente co
rresponde regularmente una desvalorización del capital. De este modo sur
gen en algunas partes de la teoría proposiciones cuya relación con la reali
dad resulta difícil. Del hecho de que la exposición de un objeto unitario sea
verdadera en su totalidad, sólo en determinadas condiciones se puede de
ducir si partes aisladas, extraídas de esa exposición, corresponden, en su
aislamiento, a partes aisladas del objeto. La problemática que surge tan
20 Entre las form as de juicio y las épocas históricas existen relaciones que querem os esbozar
brevem ente aquí. El juicio categórico es típico de la sociedad preburguesa: es así, el hom bre no puede
cam biar nada. La form a hipotética y la disyuntiva de los juicios responde especialm ente al m undo
burgués: en determ in adas circunstancias puede ap arecer este efecto, es así o bien de otra m anera. La
Teoría C rítica afirm a: no debe ser así, los hom bres pu eden cam biar el ser, las circu nstan cias para ello
están ahora presentes.
pronto como proposiciones parciales de la Teoría Crítica se pueden aplicar
a procesos, únicamente o repetibles, de la sociedad actual, tiene que ver
con la capacidad de rendimiento de dicha teoría en el campo del pensa
miento tradicional, y en cuanto se oriente hacia metas progresistas, no con
su verdad misma. La incapacidad de las ciencias especializadas, en parti
cular de la economía política contemporánea, para sacar provecho del plan
teamiento parcial de problemas, característica de su modo de operar, no
reside sólo en ellas mismas ni en la Teoría Crítica, sino en el papel específi
co que ellas tienen en la realidad.
También la Teoría Crítica y oposicionista, según lo hemos expuesto,
deduce sus enunciados acerca de las situaciones reales de conceptos uni
versales básicos, y precisamente por ello hace que esas situaciones aparez
can como necesarias. Si respecto a la necesidad en sentido lógico ambos
tipos de estructura teórica son semejantes, existe, no obstante, oposición
apenas se habla, ya no simplemente de necesidad lógica, sino de necesidad
concreta, de lo que es propio del acontecer fáctico. El enunciado del biólo
go, a saber, que en virtud de procesos inmanentes una planta tiene que
secarse, o aun que ciertos procesos inherentes al organismo humano lo con
ducen necesariamente a su muerte, no responde a la pregunta de si una
influencia cualquiera puede alterar este proceso en su carácter o transfor
marlo totalmente. Aun si una enfermedad es caracterizada como curable,
la circunstancia de si las medidas correspondientes son efectivamente to
madas es vista como un orden de hechos externo a la cuestión, pertene
ciente a\la técnica y por lo tanto inesencial para la teoría como tal. En este
sentido, la necesidad que rige a la sociedad podría ser considerada biológi
ca, y el carácter de la Teoría Crítica podría ser puesto entonces en duda,
porque en la biología, como en otras ciencias naturales, procesos aislados
son teóricamente construidos de manera semejante a como esto ocurre, de
acuerdo con lo expuesto antes, en la Teoría Crítica de la sociedad. Con ello,
el desarrollo de la sociedad pasaría por ser determinado orden de hechos,
para cuya exposición se recurriría a resultados de diferentes dominios, del
mismo modo como un médico respecto de la evolución de una enferme
dad, o un geólogo respecto de la prehistoria de la tierra, han tenido que
aplicar diferentes ramas del saber. La sociedad aparece aquí como un indi
viduo que es juzgado sobre la base de teorías científicas especializadas. Por
muchas que seaj\ las analogías entre estos esfuerzos intelectuales, en cuan
to a la relación de sujeto y objeto, y, por ende, a la necesidad del acontecer
sobre el cual se juzga, existe una diferencia decisiva. El asunto con el que
tiene que ver la ciencia especializada de ningún modo es afectado por su
propia teoría. Sujeto y objeto están estrictamente separados, aun cuando
debería ser evidente que, en un momento posterior, el acontecer objetivo
será influido por la intervención del hombre: ésta debe ser vista en la cien
cia igualmente como un fcictiim. El acontecer objetivo es trascendente en
relación con la teoría, y la independencia respecto de ella forma parte de su
necesidad: el observador como tal nada puede cambiar en él. Pero el com
portam iento conscientem ente crítico es inherente al desarrollo de la
sociedad. La construcción del acontecer histórico como el producto necesa
rio de un mecanismo económico contiene, al mismo tiempo, la protesta
contra ese orden, originada justamente en ese mecanismo, y la idea de la
autodeterminación del género humano, es decir, la idea de un estado tal
que, en él, las acciones de los hombres ya no emanen de un mecanismo,
sino de sus mismas decisiones. El juicio acerca de la necesidad del aconte
cer, tal como este último se ha dado hasta ahora, implica aquí la lucha por
transformar una necesidad ciega en otra plena de sentido. Pensar el objeto
de la teoría como separado de ella falsea la imagen y conduce a un quietismo
o conformismo. Cada parte de la teoría supone la crítica y la lucha contra lo
establecido, dentro de la línea trazada por ella misma.
No sin razón, aunque tampoco con todo derecho, los teóricos del co
nocimiento que parten de la física han condenado la confusión de las cau
sas con el obrar de fuerzas y, finalmente, cambiado el concepto de causa
por el de condición o función. Al pensar que se limita al mero registro siem
pre se le ofrecen, en efecto, solamente series de fenómenos, nunca fuerzas y
contrafuerzas, lo cual no reside, por cierto, en la naturaleza misma, sino en
la esencia de ese pensar. Cuando este procedimiento se aplica a la socie
dad, entonces resultan la estadística y la sociología descriptiva, que pue
den ser importantes para cualquier fin, incluso para la Teoría Crítica. Para
la ciencia tradicional, necesario puede ser todo o bien nada; ello depende,
en cada caso, de si por necesidad se quiere entender la independencia res
pecto del observador o la posibilidad de pronósticos absolutamente cier
tos. Pero en la medida en que el sujeto, en tanto pensante, no se aísla radi
calmente de las luchas sociales en las que participa; en la medida en que no
considera el conocer y el actuar como conceptos separados, la necesidad
tiene otro sentido. Mientras ella, no siendo dominada por el hombre, se
enfrenta a él, equivale por una parte al reino natural, que, a pesar de los
extensos dominios que aún pueden ser conquistados, nunca desaparecerá
del todo, y, por otra parte, a la impotencia que ha caracterizado a la socie
dad hasta este momento: la impotencia para encauzar la lucha con esa na
turaleza en una organización consciente y adecuada. Aquí aludimos a aque
llas fuerzas y contrafuerzas. Ambos momentos de este concepto de necesi
dad, que se relacionan mutuamente: poder de la naturaleza e impotencia
de los hombres, reposan sobre el mismo esfuerzo vivido por éstos para
liberarse de la presión de la naturaleza y de las formas de la vida social que
han llegado a encadenarlos, las formas del orden jurídico, político y cultu
ral. Esos momentos responden al anhelo real de un estado en el que lo que
los hombres quieren es también lo necesario, en el que la necesidad de la
cosa misma se transforma en la de un acontecer racionalmente dominado.
La aplicabilidad y hasta la intelección de estos y de otros conceptos del
modo de pensar crítico están unidas a la actividad propia y al esfuerzo, a
una voluntad en el sujeto cognoscente. El intento de compensar una insufi
ciente comprensión de tales ideas, y del modo en que ellas se encadenan,
aumentando simplemente su coherencia lógica o produciendo definicio
nes más exactas en apariencia o aun un "lenguaje unificado", debe fraca
sar. No se trata solamente de un malentendido, sino de la oposición real de
modos de comportamiento diferentes. El concepto de necesidad es él m is
mo, en la Teoría Crítica, un concepto crítico; supone el de libertad, si bien
no como una libertad existente. La idea de una libertad que siempre existe,
aun cuando los hombres estén cargados de cadenas, es decir, una libertad
puramente interior, es propia del modo de pensar idealista. La tendencia de
esta idea, no del todo falsa, pero sí equívoca, se manifestó con notable clari
dad en el Fichte de la primera época: "Ahora estoy totalmente convencido
de que la voluntad humana es libre, y de que la meta de nuestra existencia
no es la felicidad sino el ser digno de ella".21 Aquí se evidencia la ominosa
identidad de escuelas radicalmente opuestas en el plano metafísico. Afir
mar la necesidad absoluta del acontecer significa, en última instancia, lo
mismo que afirmar la libertad real en el presente: la resignación en la praxis.
La incapacidad para pensar la unidad de teoría y praxis, y la limita
ción del concepto de necesidad a un acontecer fatalista, se basan, desde el
punto de vista de la teoría del conocimiento, en la hipóstasis del dualismo
cartesiano de pensar y ser. Tal dualismo es adecuado tanto a la naturaleza
como a la sociedad burguesa, en la medida en que ésta se parece a un m eca
nismo natural. La teoría, en cuanto se trueca en fuerza real, la autocon-
ciencia de los sujetos de una gran revolución histórica, va más allá de aque
lla mentalidad de la cual es característico ese dualismo. Los científicos, en
la medida en que no sólo lo piensan sino son congruentes con él, no pue
den actuar con autonomía. Entonces, de acuerdo con su propio pensam ien
to, ellos en el plano práctico ejecutan sólo aquello a lo cual los determina la
cerrada trabazón causal de la realidad, o entran en consideración como
unidades individuales de magnitudes estadísticas, en las cuales, precisa
mente, la unidad individual carece de importancia. Como seres racionales
son impotentes y aislados. El conocimiento de este hecho constituyó un
paso hacia su superación, pero en la conciencia burguesa sólo se expresa en
21J. G. Fichte, Briefwechse! (C orrespondencia), vol. I, ed. H. Schulz, Leipzig, 1925, p. 127.
forma metafísica, ahistórica. Como creencia en el carácter inmutable de
la forma de la sociedad, ese hecho domina el presente. Los hombres, en su
reflexión, se ven a sí mismos como simples espectadores, participantes pa
sivos de un acontecer violento que quizá se pueda prever, pero al que, en
todo caso, es imposible dominar. Conocen la necesidad, pero no en el sen
tido de acontecimientos que ellos pueden determinar, sino sólo en el de la
posibilidad de prevenirlos con verosimilitud. Y cuando se admite la traba
zón de voluntad y pensamiento, de contemplación y acción, tal como ocu
rre en muchas partes de la novísima sociología, ello es sólo bajo el aspecto
de una complejidad del objeto, a la que es preciso tener en cuenta. Todas
las teorías que surgen deben ser adjudicadas a las tomas de posición prác
ticas, a las clases sociales que tienen relación con ellas. El sujeto, así, se
desentiende; no tiene otro interés que el de la ciencia.
La hostilidad contra lo teórico en general, reinante hoy en la vida
pública, apunta en verdad a la actividad transformadora ligada con el pen
sar crítico. Éste despierta resistencias en el mismo momento en que ya no
se limita a comprobar y a ordenar según categorías, en lo posible neutrales,
es decir, indispensables para la praxis de vida dentro de las formas dadas.
En una considerable mayoría de los sometidos se abre camino el temor
inconsciente de que el pensamiento teórico pueda hacer aparecer como
equivocada y superflua esa adaptación a la realidad, conseguida con tanto
esfuerzo; y, por otro lado, entre los beneficiarios de la situación cunde la
sospecha contra cualquier autonomía intelectual. La tendencia a concebir
la teoría como opuesta a la positividad es tan fuerte, que hasta la inofensi
va teoría tradicional resulta a veces víctima de ella. Puesto que la figura de
pensamiento más avanzada es, en el presente, la Teoría Crítica de la socie
dad, y puesto que cualquier esfuerzo intelectual consecuente que cuide de
los hombres desemboca por sí mismo en ella, se sospecha de la teoría en
general. También a cualquier enunciado científico que no especifique he
chos incluyéndolos en las categorías más usuales, y en la más neutral de las
formas posibles, la matemática, por ejemplo, se le reprocha en seguida el
ser demasiado teórico. Esta actitud positivista no es necesariamente ene
miga del progreso. Si bien en medio de los redoblados antagonism os de
clase producidos en las últimas décadas, el poder se ve obligado a recurrir
cada vez más al aparato real de dominación, la ideología constituye un
factor aglutinante no despreciable para un edificio social que ha empezado
a agrietarse. En la consigna de atenerse a los hechos y abandonar toda ilu
sión se esconde, aún hoy, una suerte de reacción contra el pacto entre opre
sión y metafísica. No obstante, sería un error ignorar la diferencia esencial
que media entre la Ilustración empirista del siglo xvm y la actual. En aque
lla época se había desarrollado ya, en el marco de la vieja sociedad, una
nueva. Tratábase de liberar a la economía burguesa ya existente de las tra
bas feudales; simplemente, de "dejarla hacer". Del mismo modo el pensa
miento científico especializado correspondiente a ella sólo necesitaba, en
lo esencial, desprenderse de los viejos lazos dogmáticos a fin de seguir el
camino ya reconocido. En cambio, para pasar de la forma de sociedad ac
tual a una futura la humanidad debe constituirse, primero, como sujeto
consciente, y determinar de manera activa sus propias formas de vida. Si
bien los elementos de la cultura futura están ya presentes, se requiere una
reconstrucción consciente de las relaciones económ icas. La hostilidad
indiscriminada contra la teoría significa hoy, por lo tanto, un obstáculo. Si
el esfuerzo teórico que, en interés de una sociedad futura racionalmente
organizada, ilumina de manera crítica la sociedad presente, y realiza sus
construcciones con la ayuda de las teorías tradicionales formadas en las
disciplinas científicas, no es continuado, no queda lugar para la esperanza
de m ejorar fundam entalm ente la existencia hum ana. La exigencia de
positividad y subordinación, que aun en los grupos avanzados de la socie
dad amenaza con privar de sentido a la teoría, no afecta necesariamente
sólo a ésta: afecta también a la praxis libertadora.
Las partes aisladas de aquella teoría que se propone deducir las com
plejas relaciones del capitalismo liberal, y aun del capitalismo de los mono
polios, a partir del esquema de la economía mercantil simple, no se com
portan de manera tan indiferente respecto del tiempo como las etapas de
un razonamiento deductivo. Así como la función digestiva — también im
portante en el hombre— , dentro de la escala de los organismos, como for
ma genérica, se presenta en estado prácticamente elemental en los "anim a
les celenterados", del mismo modo hay formas de la sociedad que al menos
se aproximan a la economía mercantil simple. La evolución del pensam ien
to, aunque no es paralela al desarrollo histórico, mantiene, sí, una relación
comprobable con éste. La esencial conexión de la teoría con el tiempo no
reside, sin embargo, en la correspondencia de partes aisladas de la cons
trucción con tram os de la historia —principio en el que coinciden la
Fenomenología del espíritu y la Lógica de Hegel, así como El capital de Marx,
como exponentes del mismo método— , sino en la constante transforma
ción del juicio de existencia teórico acerca de la sociedad, juicio que está
condicionado por su relación consciente con la praxis histórica. Esto nada
tiene que ver con aquel otro principio, que exige "cuestionar radicalmen
te" y en forma constante cualquier contenido teórico determinado a fin de
volver a empezar siempre desde el comienzo, principio mediante el cual la
metafísica moderna y la filosofía de la religión han combatido toda cons
trucción teórica consecuente. La Teoría Crítica no tiene hoy este contenido
y mañana este otro. Sus transformaciones no condicionan ningún vuelco
hacia posiciones totalmente nuevas, mientras la época no cambie. La fijeza
de la teoría consiste en que, a pesar de sus cambios, la sociedad, en cuanto
a su estructura económica básica, a las relaciones de clase en su forma más
simple y, con ello, también a la idea de su supresión, perm anece idéntica.
Los rasgos decisivos de su contenido, condicionados por este hecho, no
pueden cambiar antes de que se produzca la transformación histórica. Pero,
por otra parte, la historia entretanto no permanece quieta. El desarrollo
histórico de los opuestos, en el que el pensar crítico está envuelto, modifica
la importancia de los momentos aislados de éste, conduce obligadamente a
diferenciaciones y altera la significación que los conocim ientos científicos
especializados tienen para la teoría y la praxis críticas.
Debemos precisar mejor el significado del concepto de "clase social
que dispone de los medios de producción". En el periodo liberal, el dom i
nio económico estaba estrechamente unido a la propiedad jurídica de los
medios de producción. La clase de los propietarios regía la sociedad, y la
cultura de ese tiempo, en su conjunto, estuvo signada por esa relación. La
industria se dividía aún en un gran número de empresas que, desde el
punto de vista actual, eran más pequeñas y más independientes. La direc
ción, acorde con esta etapa del desarrollo técnico, estaba en manos de uno
o más propietarios o de personas directamente comisionadas por ellos. Con
el rápido avance de la concentración y centralización del capital, acaecido
en el último siglo por virtud del desarrollo de la técnica, se consumó en
gran medida un divorcio entre los propietarios nom inales y la dirección de
las gigantescas empresas que se van formando y que absorben sus fábricas.
De este modo, la dirección se independiza respecto de los propietarios de
derecho. Surgen los magnates de la industria, los caudillos de la economía.
En muchísimos casos, éstos conservan, al principio, la parte m ayor de la
propiedad de sus empresas. Hoy esta situación ya ha dejado de ser esen
cial, y aparecen poderosos empresarios que dominan sectores enteros de la
industria y poseen, jurídicamente, una parte cada vez m enor de las organi
zaciones que dirigen. Este proceso económico trae consigo un cambio de
función del aparato jurídico y político, así como de las ideologías. Sin que
se modifique, entre otras cosas, la definición jurídica de propiedad, los pro
pietarios se vuelven cada vez más impotentes frente a los directores y sus
equipos. En un juicio que los propietarios eventualmente entablaren, diga
mos por una divergencia de opiniones, la directa disponibilidad de los re
cursos de las grandes empresas confiere a los directores un predom inio tal
que, en principio, la victoria de sus enemigos es impensable. La influencia
de la dirección, que al comienzo sólo puede extenderse a las instancias in
feriores, jurídicas o administrativas, abarca luego instancias superiores
y alcanza, por último, al Estado y a su organización del poder. Debido a su
divorcio respecto de la producción real y a su decreciente influencia, el
horizonte de los meros poseedores de títulos de propiedad se estrecha; sus
condiciones de vida y su actitud se vuelven cada vez más inapropiadas
para posiciones socialmente decisivas, y, por último, la participación en la
propiedad, que todavía mantienen sin poder hacer nada efectivo para que
aumente, aparece como socialmente inútil y moralmente dudosa. Surgen
así ideologías relacionadas estrechamente con estas y otras transform acio
nes; por ejemplo, la que exalta la gran personalidad, o bien la diferencia
entre capitalistas productivos y parasitarios. La idea de un derecho provis
to de un contenido fijo, independiente respecto de toda la comunidad, pierde
importancia. Desde el mismo sector que mantiene brutalmente la disponi
bilidad del poder sobre los medios de producción, esa instancia esencial
del poder sobre los medios de producción, esa instancia esencial del orden
social, brotan las doctrinas políticas acerca de que la propiedad y las rentas
parasitarias deberían desaparecer. Al estrecharse el círculo de los podero
sos, crece la posibilidad de formación consciente de ideologías, y de que se
establezca una doble verdad: el saber de quienes están dentro de ese círcu
lo y la versión para el pueblo; al mismo tiempo, se extiende una actitud
cínica hacia la verdad y el pensamiento en general. Al final de este proceso
se encuentra una sociedad dominada ya no por propietarios independien
tes, sino por camarillas de dirigentes de la industria y la política.
Estas transformaciones no dejan de afectar la estructura de la Teoría
Crítica. Ella no cede a la ilusión, cuidadosamente cultivada por las ciencias
sociales, de que la propiedad y la ganancia ya no tienen el papel decisivo.
Por un lado, ella ha considerado desde antes que las relaciones jurídicas no
son lo esencial sino la superficie de la circunstancia social, y advierte que la
disposición sobre hombres y cosas sigue estando en manos de un grupo
social determinado, que compite, no tanto dentro de cada país, sino en el
ámbito mundial y en forma mucho más encarnizada, con otros grupos eco
nómicos de poder. La ganancia surge de las mismas fuentes sociales, y, en
definitiva, para acrecentarla es preciso recurrir a idénticos métodos. Por
otro lado, según lo entiende la Teoría Crítica, junto con la supresión de
todo derecho determinado en su contenido, supresión condicionada por la
concentración del poder económico y que se cumple en los estados autori
tarios, desaparece, al mismo tiempo que una ideología, un factor cultural
cuya significación en modo alguno fue sólo negativa, sino que también
tuvo un aspecto positivo. En la medida en que ella tiene en cuenta estas
transformaciones de la estructura interna de la clase empresarial, también
otros de sus conceptos sufren una especificación. La dependencia de la cul
tura respecto de las relaciones sociales debe cambiar, junto con éstas, hasta
en sus detalles, si es que la sociedad es un todo. También en el periodo
liberal, ciertas concepciones políticas y morales de los individuos pueden
ser derivadas de su situación en la economía. El respeto por la integridad
de carácter, por el mantenimiento de la palabra empeñada, por la indepen
dencia del juicio y por otras cualidades es resultado de una sociedad com
puesta de sujetos económicos relativamente independientes, que entran en
relación mutua por medio de contratos. Pero esa independencia estuvo
en buena parte mediada por vía psicológica y la moral misma adquirió, como
consecuencia de su función en el individuo, una suerte de fijeza. (La ver
dad de que también esa moral estaba determinada por la economía se hizo
evidente, sin duda, cuando, sintiendo amenazadas sus posiciones econó
micas, hacia comienzos del siglo, la burguesía liberal echó por la borda las
ideas de libertad.) En las circunstancias del capitalismo m onopolista, des
apareció hasta esa relativa independencia del individuo. Este ya no tiene
un solo pensamiento propio. El contenido de las creencias de masas, en las
que nadie cree mucho, es un producto directo de la burocracia reinante en
la economía y en el Estado, y los partidarios de tales creencias persiguen,
sin confesárselo, sólo sus intereses atomizados y, por lo tanto, no verdade
ros; actúan como simples funciones del mecanismo económico. De ahí que
el concepto de independencia de lo cultural respecto de lo económico haya
variado. Con la destrucción del individuo típico, ese concepto debe ser
entendido, por así decir, de modo materialista vulgar en mayor medida
que antes. Las explicaciones de los fenómenos sociales se vuelven más sim
ples y, al mismo tiempo, más complejas. Más simples, porque lo económico
determina más directa y conscientemente a los hombres, y porque la fuer
za de resistencia y la sustancialidad de las esferas culturales son aprehen
didas en su desaparición; más complicadas, porque la desenfrenada diná
mica económica, que ha rebajado a la mayoría de los hombres a la condi
ción de simples medios, produce constantemente y a un ritmo vertiginoso
nuevas figuras y nuevos destinos. Aun los sectores más avanzados de la
sociedad, en su desánimo, caen presa del desconcierto general. También
la verdad, con toda su consistencia, está unida a constelaciones de la reali
dad. En la Francia del siglo xvm, tenía tras sí una burguesía ya desarrollada
económicamente. En las circunstancias del capitalismo tardío y de la im po
tencia de los trabajadores frente al aparato represivo de los estados autori
tarios, la verdad ha huido hacia pequeños grupos dignos de admiración,
que, diezmados por el terror, tienen poco tiempo para profundizar en la
teoría. Con ello se benefician los charlatanes, y el estado intelectual general
de las grandes masas involuciona rápidamente.
Lo dicho pretende evidenciar el hecho de que la subversión continua
de las relaciones sociales, que resulta directamente de desarrollos econó
micos y alcanza su expresión más cercana en el surgimiento de la clase
dominante, no afecta sólo a ramas aisladas de la cultura, sino también al
sentido de la dependencia de ésta respecto de la economía y, así, a los con
ceptos decisivos de toda la concepción. Esta influencia del desarrollo social
sobre la estructura de la teoría responde a su propia índole doctrinaria. Por
eso los nuevos contenidos no se agregan mecánicamente a partes ya dadas.
Puesto que la teoría constituye un todo unitario, que sólo alcanza su pecu
liar significado en relación con la situación actual, ella se encuentra en una
evolución que no invalida sus fundamentos, así como tampoco el objeto
reflejado por ella, la sociedad actual, se transforma en algo distinto en vir
tud de sus recientes transformaciones. Aun los conceptos aparentemente
más alejados se hallan incluidos en el proceso. Las dificultades lógicas que
el entendimiento descubre en cada pensamiento que refleja un todo viviente,
derivan principalmente de esa propiedad. Si se separan de la teoría con
ceptos y juicios aislados, y se los compara con conceptos y juicios extraídos
de una concepción anterior, surgen entonces contradicciones. Esto vale tanto
para las etapas del desarrollo histórico de la teoría — considerada como un
todo— , en su relación mutua, cuanto para los pasos lógicos que se dan
dentro de ella. En los conceptos de empresa y de empresario hay, a pesar de
su identidad, una diferencia, según se los extraiga de la representación de la
primera forma de economía burguesa o del principio del capitalismo desa
rrollado, y según provengan de la crítica de la economía política del siglo xix,
de la economía de los empresarios liberales, o de la del siglo xx, que tiene
ante sí a los empresarios monopolistas. La idea de empresario pasa, como
los empresarios mismos, por todo un desarrollo. Las contradicciones de las
partes de la teoría tomadas por separado no se origina, pues, en errores o
en definiciones defectuosas, sino en el hecho de que la teoría tiene un obje
to que se transforma históricamente y que, sin embargo, permanece uno
frente a todo desmembramiento. La teoría no acumula hipótesis acerca de
la marcha de acontecimientos sociales aislados, sino que construye la ima
gen en desarrollo de la totalidad, el juicio de existencia implícito en la his
toria. Lo que ha sido el empresario o, digamos, el hombre burgués en gene
ral, por ejemplo el hecho de que en su carácter estén contenidos, junto al
rasgo racionalista, también esas características irracionales que predomi
nan hoy en los movimientos de masas de las clases medias, se remonta a la
situación originaria de la burguesía y se cuenta entre los conceptos básicos
de la teoría. Pero tal origen sólo se revela, en esa forma, diferenciada, en las
luchas del presente; y esto no se debe solamente a los cambios experimen
tados hoy por la burguesía, sino a que, en relación con esto, los intereses
y la atención del sujeto teórico destacan otros aspectos. La clasificación y
confrontación de las diversas formas de dependencia, de mercancía, de clase
o de empresarios, tal como ellas aparecen en las fases lógicas e históricas de
la teoría, pueden responder a un interés de tipo sistemático, y quizá no
carezcan de utilidad. Pero puesto que el sentido, en p rim er lugar, sólo se
vuelve claro en relación con toda la construcción conceptual, que siempre
tiene que adaptarse a situaciones nuevas, tales sistemas de clases y subclases,
definiciones y especificaciones de conceptos tomados de la Teoría Crítica,
por lo general ni siquiera poseen el valor de los inventarios de conceptos
de otras ciencias especializadas, que, por lo menos, son usados en la praxis
relativamente uniforme de la vida diaria. Transformar la Teoría Crítica en
sociología es, en suma, una empresa problemática.
La pregunta, aquí apenas esbozada, por la relación entre pensamiento
y tiempo se encuentra, por cierto, unida a una dificultad especial. En efec
to, es imposible hablar en sentido propio de mudanzas de una teoría co
rrecta. Antes bien, expresar tales mudanzas ya supone una teoría ligada
con el problema mismo. Nadie puede convertirse en un sujeto que no sea el
del momento histórico. En términos estrictos, sólo polém icamente tiene
sentido hablar de constancia o de variabilidad de la verdad. Ello se opone
a la aceptación de un sujeto absoluto, suprahistórico, o bien a la tesis de la
intercambiabilidad de los sujetos, como si en verdad fuese posible trasla
darse a capricho desde el momento histórico actual hasta cualquier otro.
No hemos de tratar aquí en qué medida ello se pueda lograr o no. En todo
caso, es incompatible con la Teoría Crítica la creencia idealista de que ella
representaría algo que trasciende a los hombres y que posee algo así como
un crecimiento. Los documentos tienen una historia, pero la teoría no sufre
vicisitudes. El enunciado de que se han agregado a ella determinados m o
mentos, de que en el futuro tendrá que adecuarse a nuevas situaciones, sin
que se transforme su contenido esencial, todo esto pertenece a la teoría
misma, tal como ella existe hoy y trata de determinar la praxis. Los hom
bres que la piensan la conciben como un todo y actúan de acuerdo con ese
todo. El constante crecimiento de una verdad independiente respecto de
los sujetos, la confianza en el progreso de las ciencias, sólo pueden relacio
narse, en su limitada validez, con aquella función del saber que seguirá
siendo necesaria en una sociedad futura, el dominio de la naturaleza. Tam
bién este saber pertenece, claro está, a la totalidad social presente. La pre
misa de los enunciados sobre la duración y transformación de ese saber, es
decir, el desarrollo de la producción y reproducción económ ica en las for
mas conocidas, equivale de hecho aquí, en cierto sentido, a la intercam bia
bilidad de los sujetos. La circunstancia de que la sociedad esté dividida en
clases no impide la identificación de los sujetos humanos. El saber es aquí,
en sí mismo, algo que una generación traspasa a las otras; y éstas, en la
medida en que deben vivir, necesitan de él. También en este aspecto puede
estar tranquilo el científico tradicional.
La construcción de la sociedad según la imagen de una transformación
radical que aún no ha pasado la prueba de su posibilidad real carece, por el
contrario, de la ventaja de ser común a muchos sujetos. El anhelo de un estado
de cosas sin explotación ni opresión, en el cual exista un sujeto abarcador, la
humanidad autoconsciente, y se pueda hablar de una formación unitaria
de teorías, de un pensar que trascienda a los sujetos, ese anhelo no es todavía
su realización. Transmitir la Teoría Crítica de la manera más estricta posible es,
por cierto, condición de su éxito histórico; pero ello no se cumple sobre la base
firme de una praxis ya probada y de un modo de comportamiento establecido,
sino por medio del interés en la transformación, interés que, en medio de la
injusticia reinante, se reproduce necesariamente, pero que debe ser formado
y orientado por la teoría, y que, al mismo tiempo, repercute de nuevo en ella.
El círculo de los portadores de esta tradición no se delimita y renueva me
diante una legalidad orgánica o sociológica. No se constituye y sostiene por
herencia biológica ni testamentaria, sino por medio del conocimiento vinculante,
y éste sólo garantiza su comunidad presente, no su comunidad futura. Provis
ta de todos los criterios lógicos, ella carece, no obstante, hasta el fin del periodo,
de la confirmación que proporciona la victoria. Hasta entonces dura también
la lucha por su comprensión y aplicación correctas. La versión que cuenta con
el aparato de la propaganda y con la mayoría, no es tampoco, por ello, la mejor.
Antes del vuelco general de la historia, la verdad puede refugiarse en unida
des numéricamente reducidas. La historia muestra que aquellos grupos
proscriptos, pero imperturbables, apenas considerados aun por los sectores
oposicionistas de la sociedad, en el momento decisivo pueden, en virtud de su
visión más profunda, llegar a ponerse a la cabeza. En nuestros días, puesto que
el poder del sistema establecido marcha hacia el abandono de toda cultura
y hacia la más oscura barbarie, el círculo de la verdadera solidaridad se halla,
por lo demás, harto restringido. Por cierto que los enemigos, los señores de
este periodo de decadencia, carecen de lealtad y solidaridad. Tales conceptos
constituyen momentos de la teoría y la praxis correctas. Separados de ésta,
transforman su significado como todas las partes de una conexión viviente.
Sin duda, en una banda de maleantes se pueden desarrollar los rasgos positi
vos de una comunidad humana, pero esta posibilidad es siempre testimonio
de una carencia en la sociedad mayor, dentro de la cual existe esa banda. En
una sociedad injusta, los criminales no tienen que ser necesariamente inferio
res también como seres humanos; en una sociedad enteramente justa sí serían
al mismo tiempo inhumanos. Los juicios aislados sobre lo humano sólo ad
quieren verdadero sentido en su relación con el todo.
No existen criterios generales para la Teoría Crítica como totalidad,
pues ellos se basan siempre en la repetición de acontecimientos y, por lo
tanto, en una totalidad que se reproduce a sí misma. Por ello tampoco exis
te una clase social a cuyo consenso nos podamos atener. En las circunstan
cias actuales, la conciencia de cualquier clase social puede volverse ideoló
gicamente limitada y corrupta, aun cuando por su situación ella esté orien
tada hacia la verdad. La Teoría Crítica, pese a toda su profunda comprensión
de los pasos aislados y a la coincidencia de sus elementos con las teorías
tradicionales más progresistas, no posee otra instancia específica que el in
terés, ínsito en ella, por la supresión de la injusticia social. Esta formulación
negativa constituye, llevada a expresión abstracta, el contenido m aterialis
ta del concepto idealista de razón. En un periodo histórico como el actual
la verdadera teoría no es tanto afirmativa cuanto crítica, del mismo modo
como tampoco la acción adecuada a ella puede ser "productiva". El futuro
de la humanidad depende hoy del comportamiento crítico, que, claro está,
encierra en sí elementos de las teorías tradicionales y de esta cultura deca
dente. Una ciencia que, en una independencia imaginaria, ve la formación
de la praxis, a la cual sirve y es inherente, como algo que está m ás allá de
ella, y que se satisface con la separación del pensar y el actuar, ya ha renun
ciado a la humanidad. Determinar lo que ella misma puede rendir, para
qué puede servir, y esto no en sus partes aisladas sino en su totalidad, he
ahí la característica principal de la actividad del pensar. Su propia condi
ción la remite, por lo tanto, a la transformación histórica, a la realización de
un estado de justicia entre los hombres. Bajo la vocinglería del "espíritu
social" y de Ja "comunidad nacional" se acrecienta cada día la oposición
entre individuo y sociedad. La autodeterminación de la ciencia se vuelve
cada vez más abstracta. El conformismo del pensamiento, el aferrarse al
principio de que éste es una actividad fija, un reino cerrado en sí mismo
dentro de la totalidad social, renuncia a la esencia misma del pensar.
FILOSOFÍA Y TEORÍA CRÍTICA*
Herbert Marcuse
* Tom ado de H erbert M arcuse, Cultura y sociedad, Buenos Aires, Sur, 1969, pp. 79-96.
no significa que pretendiera oponer un sistema filosófico a otro. La teoría
de la sociedad es un sistema económico, no filosófico. Hay sobre todo dos
momentos que vinculan al materialismo con la teoría correcta de la socie
dad: la preocupación por la felicidad del hombre y el convencimiento de
que esta felicidad sólo es alcanzable mediante una m odificación de las re
laciones m ateriales de la existencia. La form a de la m od ificación y las
medidas fundamentales que hay que adoptar para la organización racio
nal de la sociedad están determinadas por el análisis de las relaciones eco
nómicas y políticas. La organización ulterior de la nueva sociedad ya no es
objeto de una teoría: tiene que ser el resultado del libre actuar de los indivi
duos liberados. Una vez que la razón — en tanto organización racional de
la sociedad— ha sido ya realizada, la filosofía carece de objeto. Pues la filo
sofía, en la medida en que ha sido algo más que una ocupación o una disci
plina dentro de la división del trabajo ya dada, ha vivido del hecho de que
la razón no había llegado a ser realidad.
La razón es la categoría fundamental del pensamiento filosófico, es la
única que lo mantiene vinculado al destino del hombre. La filosofía quería
investigar los fundamentos últimos y universales del ser. Bajo el título de
razón concibió la idea de un ser genuino en el que estuvieran reunidas
todas las oposiciones fundamentales (entre sujeto y objeto, esencia y fenó
meno, pensamiento y ser). A esta idea estaba vinculado el convencimiento
de que el ente no es inmediatamente racional, sino que ha de ser racionali
zado. La razón ha de representar la posibilidad suprema del hombre y del
ente. Ambas posibilidades están íntimamente ligadas. Si la razón ha de ser
considerara la sustancia, esto significa que en su estadio supremo: en tanto
verdadera realidad, el mundo no se opone al pensamiento del hombre como
mera objetividad, sino que el ser concebido por este último se convierte en
concepto. Se considera que el mundo posee una estructura que es accesible
a la razón, que está referida a esta última y que es dominable por ella. Así,
la filosofía es idealismo; coloca al ser bajo el pensar. Pero aquel primer prin
cipio que transformó a la filosofía en filosofía de la razón y en idealismo,
convirtió también a la filosofía en filosofía crítica. Si el mundo dado estaba
vinculado al pensamiento racional, si su ser estaba referido a este último,
entonces todo aquello que contradecía a la razón, que no era racional, de
bía ser superado. La razón se erigió en instancia crítica. En la filosofía de la
época burguesa, la razón había adoptado la forma de la subjetividad racio
nal: el hombre, el individuo, tenía que examinar y juzgar todo lo dado se
gún la fuerza y el poder de su conocimiento. De esta manera, el concepto
de razón contiene también el concepto de libertad, ya que este examen
y juicio carecería de sentido si el hombre no fuera libre para actuar según
sus propias concepciones y someter lo ya existente a la razón. "La filosofía
nos enseña que todas las propiedades del espíritu existen sólo mediante la
libertad, todas son medios para la libertad, todas buscan y proporcionan li
bertad; la filosofía especulativa sabe que la libertad es lo único verdadero
del espíritu".1 Hegel deducía tan sólo la consecuencia de toda la tradición
filosófica cuando identificaba razón y libertad: la libertad es lo "form al" de
la racionalidad, la forma única bajo la cual puede existir la razón.2
Con el concepto de razón como libertad, la filosofía parece haber al
canzado sus límites: lo que todavía falta, la realización de la razón, ya no
es una tarea filosófica. Hegel consideraba que la historia de la filosofía es
taba definitivamente terminada en este punto. Pero esta terminación no
significaba un futuro mejor, sino una actualidad precaria de la humanidad,
que de esta manera quedaba eternizada. Kant había formulado algunas
ideas respecto a una historia universal y a una paz eterna desde el punto
de vista burgués. Sin embargo, su filosofía trascendental no pudo desper
tar el convencimiento de que era innecesaria la realización de la razón a
través de modificaciones fácticas, ya que los individuos podían llegar a ser
libres y racionales dentro del orden existente. Los conceptos fundamenta
les de esta filosofía son víctimas del orden de la época burguesa. La razón
es sólo la apariencia de racionalidad en un mundo irracional y la libertad
sólo la apariencia del ser libre en una falta de libertad universal. La apa
riencia se produce al internalizarse el idealismo: razón y libertad se con
vierten en tareas que el individuo puede y tiene que realizar en sí mismo,
cualesquiera sean las circunstancias exteriores. La libertad no contradice la
necesidad, sino que la exige como presupuesto. Es libre aquel que reconoce
a la necesidad como necesaria, para poder superar la mera necesidad y ele
varse a la esfera de la razón. Si alguien ha nacido tullido, y de acuerdo con
el estado actual de la medicina no tiene posibilidad alguna de cura, supera
esta necesidad al hacer jugar su razón y su libertad dentro de su existencia
de tullido, es decir, plantea desde el comienzo sus necesidades, objetivos
y acciones sólo como necesidades, objetivos y acciones de un tullido. La
filosofía idealista de la razón ha superado la oposición entre libertad y ne
cesidad de manera tal que la libertad no va nunca más allá de la necesidad
sino que se instala modestamente en esta última. Hegel ha dicho alguna
vez que esta superación de la necesidad era "la sublimación de la necesi
dad en la libertad".3
Pero la libertad puede ser la verdad de la necesidad, sólo cuando la
necesidad ya es "en sí" verdadera. La determinación de la relación entre
1 H egel, Vorlesungen über die Philosophie der Geschichte, Introducción, Werke, edición original,
t. IX, p. 22.
2 H egel, Vorlesungen über die Geschichte der Philosophie, Introducción, Werke, t. XIII, p. 34.
3 H egel, Encycíopadie der philosophischen Wissenschaften in Grundrisse, § 158, Werke, t. VI, p. 310.
libertad y necesidad caracteriza la vinculación de la filosofía idealista de la
razón respecto al orden existente. Esta vinculación es el precio en virtud
del cual todos sus conocimientos pueden ser verdaderos. La vinculación está
ya dada con el principio del sujeto de la filosofía idealista. Este sujeto es
racional sólo en la medida en que se basa en sí mismo. Todo lo "dem ás"
es para él algo extraño, exterior y, en tanto tal, sospechoso en principio.
Para que algo pueda ser verdadero tiene que ser seguro; y para ser seguro
tiene que ser puesto por el sujeto mismo. Esto vale tanto respecto al
fundam entum inconcussum de Descartes, como respecto a los juicios sintéti
cos a priori de Kant. Y la autosatisfacción, la independencia de todo lo de
más que es extraño, garantiza también la libertad del sujeto. Libre es quien
no depende de nadie ni de nada, quien se pertenece a sí mismo. El poseerse
excluye a los otros. La relación con los demás, en la que el sujeto realmente
llega a los otros, se une con ellos, es considerado como un perderse, como
un volverse-dependiente. Cuando Hegel atribuye a la razón, en tanto au
téntica realidad, la actitud de "quedarse-en-sí-m ism o", pudo haber invo
cado a Aristóteles. Desde el comienzo, la filosofía ha sostenido que la for
4 H egel, Vortesungen überdie Geschichle der Philosophie, Introducción, Werke, t. XIII, p. 41.
5 Cf. Max Horkheimer, "ELn neuer Ideologiebegriff?", Grünbergs Archív, año XV (1930), pp. 38 y ss.
6 K ant, Níichlass, núm . 4728, edición de la A cadem ia Prusiana de Ciencias, t. XVIII.
vista a su autosatisfacción; la "propiedad" y todos los otros esfuerzos por
construir el sujeto así entendido, a partir de un mundo intersubjetivo, si
guen siendo problemáticos. El otro yo podía estar sólo abstractam ente vin
culado con el ego: siguió siendo un problema del conocimiento puro o de
la ética pura. También la pureza del idealismo es ambigua: las verdades
supremas de la razón teórica y de la razón práctica deben ser puras, no
pueden estar fundadas en la facticidad; pero para salvar esta pureza es
necesario que la facticidad quede fuera de su campo: el individuo queda
entregado a la no-verdad de la facticidad. Con todo, la preocupación por el
individuo impidió durante mucho tiempo que el idealismo otorgara su
aprobación al sacrificio del individuo en aras de falsas colectividades.
La protesta de la filosofía de la razón es una protesta idealista y su
crítica también lo es: no abarcan las relaciones materiales de la existencia.
Hegel consideraba que la limitación de la filosofía al mundo del pensa
miento era una "característica esencial": la filosofía concilia las oposiciones
en el plano de la razón, es una "conciliación en el mundo ideal y no en la
realidad".7 La protesta y la crítica materialistas surgieron en la lucha de los
grupos oprimidos por mejores condiciones de vida y siguieron siempre
vinculadas al desarrollo fáctico de esta lucha. La filosofía occidental había
presentado a la razón como realidad auténtica. En la época burguesa, la
realidad de la razón se convirtió en la tarea que el individuo libre debía
realizar. El sujeto era el depositario de la razón: la racionalidad de la objeti
vidad debía partir de él. Sin embargo, las relaciones materiales de la exis
tencia concedían a la razón autónoma libertad sólo en el pensar puro y en
el querer puro. Pero ahora se ha alcanzado una situación social en la que no
es necesario que la realización de la razón esté limitada al pensar y al que
rer puros. Si razón significa la organización de la vida según la libre deci
sión del sujeto cognoscente, entonces la exigencia de la razón se extiende
también a la creación de una organización social en la que los individuos
regulan su vida según sus necesidades. En una sociedad de este tipo, la
realización de la razón va acompañada también de la superación de la filo
sofía. La teoría de la sociedad tenía que señalar esta posibilidad y presentar
los rasgos fundamentales de una modificación de la estructura económica.
Podía conducir teóricamente la lucha de aquellos grupos que, de acuerdo
con su situación histórica, eran quienes debían introducir el cambio. El in
terés de la filosofía: la preocupación por el hombre, ha encontrado una nueva
forma en el interés de la teoría. No hay otra filosofía, aparte de esta teoría.
La construcción filosófica de la razón es eliminada mediante la creación de
la sociedad racional. El ideal filosófico de un mundo mejor y del ser verda
7 Hegel,. Vorlesungen über die Geschichte der Philosophie, en Werke, t. XIII, p. 67.
dero, forma parte del fin práctico de la humanidad combatiente. De esta
manera recibe también su contenido humano.
Pero, ¿qué pasa cuando el desarrollo previsto por la teoría no se pro
duce, cuando las fuerzas que han de introducir el cambio son reprimidas
y parecen ser eliminadas? En este caso, la verdad de la teoría, lejos de que
dar refutada, se presenta bajo una nueva luz que ilumina nuevos aspectos
de su objeto. Muchas de sus exigencias e indicaciones adquieren una im
portancia diferente. La nueva función de la teoría en esta nueva situación
destaca su carácter de "Teoría C rítica".8 Su crítica se dirige también contra
su no intervención en ciertas cuestiones económicas y políticas, cuando
aquélla es exigida. Esta situación obliga a la teoría a agudizar su preocupa
ción contenida en todos sus análisis por la felicidad del hombre, por la
libertad, felicidad y derecho del individuo. Estas posibilidades son, para
la teoría, posibilidades de la situación social concreta: tienen importancia
sólo en tanto cuestiones económicas y políticas y, en este sentido, se refie
ren a las relaciones del hombre en el proceso de producción, a la utilización
del producto del trabajo social, a la participación activa del hombre en la
administración política y económica del todo social. Cuantas más partes
de la teoría se vuelvan realidad de manera tal que no sólo el desarrollo del
orden anterior confirme las predicciones de la teoría, sino que también se
encare el paso hacia el nuevo orden, tanto más urgente se vuelve la pre
gunta acerca del objetivo de la teoría. Pues a diferencia de lo que sucede en
los sistemas filosóficos, la libertad humana no es aquí un fantasma ni tam
poco un estado interno que no crea deberes y que no modifica al mundo
exterior, sino que es una posibilidad real, una relación social de cuya reali
zación depende el destino de la humanidad. En el estado actual de su desa
rrollo, la Teoría Crítica muestra una vez más su carácter constructivo. Siem
pre ha sido algo más que un simple registro y sistematización de hechos;
su impulso proviene precisamente de la fuerza con que habla en contra de
los hechos, mostrando las posibilidades de mejora frente a una "m ala" si
tuación fáctica. Al igual que la filosofía, la Teoría Crítica se opone a la justi
cia de la realidad, al positivismo satisfecho. Pero, a diferencia de la filoso
fía, fija siempre sus objetivos a partir de las tendencias existentes en el
proceso social. Por esta razón no teme ser calificada de utópica, acusación
que suele lanzarse contra el nuevo orden. Cuando la verdad no es realiza
ble dentro del orden social existente, la Teoría Crítica tiene frente a este
último el carácter de mera utopía. Esta trascendencia no habla en contra
sino a favor de su verdad. El elemento utópico ha sido durante mucho tiem
po el único elemento progresista de la filosofía: tal ha sido el caso de la
8 Cf. M ax H orkheim er, "Traditionelle und kritische T heoric", en Zeitschríft f ü r Sozialforschung,
año VT (1937), p. 245.
concepción del estado perfecto, del placer supremo, de la felicidad perfec
ta, de la paz eterna. La obstinada adhesión a la verdad, aun en contra de
toda evidencia, ha sido desplazada por el capricho y el oportunismo des
enfrenado. En ia Teoría Crítica aquella obstinación ha sido conservada como
cualidad auténtica del pensar filosófico.
La situación actual contribuye a que esta cualidad resalte aún más
claramente. La reacción se ha producido en un estadio en que ya existían
las condiciones económicas del cambio. La nueva situación social, de la
que son expresión los estados totalitarios, ha podido ser com prendida
y prevista íntegramente con los conceptos elaborados por la teoría. La nue
va acentuación de las exigencias de la teoría no ha sido motivada por el
fracaso de los conceptos económicos; la teoría exige que con la m odifica
ción de las relaciones económicas, se modifique la totalidad de la existen
cia humana. Esta exigencia se dirige más bien en contra de una concepción
y aplicación distorsionada de la economía, que es frecuente tanto en la praxis
como en la discusión teórica. La discusión remite a la cuestión de saber en
qué sentido la teoría es algo más que economía política. Este plus ha estado
dado desde el comienzo por la circunstancia de que la crítica de la econo
mía política tenía por objeto la totalidad del ser social. En una sociedad que
en su totalidad estaba determinada por las relaciones económicas de m a
nera tal que la economía no dominada regía todas las relaciones sociales,
todo aquello que no era económico estaba contenido también en la econo
mía. Cuando este dominio se quebró, se vio también que la organización
racional de la sociedad, a la que se refiere la Teoría Crítica, era algo más que
una nueva regulación de lo económico. El plus se refiere a algo que es deci
sivo y mediante el cual la sociedad se vuelve racional: la subordinación de
la economía a las necesidades de los individuos. Con la m odificación de la
sociedad se supera la relación originaria entre supraestructura e infraes
tructura. En la realidad racional, el proceso de trabajo no ha de decidir ya
sobre la existencia de los hombres, sino que son las necesidades generales
las que deciden el proceso del trabajo. Lo importante no es que el proceso
del trabajo esté regulado planificad ámente, sino que lo que interesa es sa
ber cuál es el interés que determinará esta regulación, es decir, si este inte
rés responde o no a la libertad y 1a felicidad de las masas. Cuando no se
tiene en cuenta este elemento se priva a la teoría de algo esencial: se elim i
na de la imagen de la humanidad liberada la idea de la felicidad, que era
precisamente la que había de distinguirla de todos los tipos de humanidad
hasta entonces conocidos. Sin la libertad y felicidad en las relaciones socia
les de los hombres, el mayor aumento de la producción y la eliminación de
la propiedad individual de los medios de producción seguirían siendo tan
injustos como antes.
Con todo, la Teoría Crítica ha distinguido diversas fases de realiza
ción y se ha referido a la falta de libertades y a las desigualdades que en un
primer momento afectarían a la nueva época. Sin embargo, la existencia
social modificada debía estar determinada, desde el primer momento, por
el objetivo final. La Teoría Crítica no ha lucubrado, con la idea de este objeti
vo final, un ideal social que ocupara el lugar de un más allá teológico, y que
el nuevo orden, por su oposición al punto del partido y su distanciamiento
permanente, pudiera parecer también un más allá. La Teoría Crítica no se
complementa con una filosofía oponiendo a la cobardía y a la traición las
posibilidades amenazadas y sacrificadas del hombre. Ella sólo pone de
manifiesto aquello que desde el primer momento subyacía en sus catego
rías: la pretensión de que mediante la superación de las actuales relaciones
materiales de la existencia se libere la totalidad de las relaciones humanas.
Cuando la Teoría Crítica, en medio de la desorientación actual, señala que
lo que interesa en la organización de la realidad que ella pretende es la
libertad y la felicidad de los individuos, lo único que hace es ser conse
cuente con sus conceptos económicos. Éstos son conceptos constructivos
que conciben no sólo la realidad dada, sino también su superación y la nueva
realidad. En la reconstrucción teórica del proceso social aquellos elemen
tos que se refieren al futuro son partes necesarias de la crítica de las relacio
nes actuales y del análisis de sus tendencias. La modificación a la que fien-
de este proceso y la existencia que ha de crear para sí la humanidad liberada
determinan también la formulación y el desarrollo de las primeras catego
rías económicas. Para la conservación de aquellos elementos teóricos que
se dirigen a la felicidad futura, la teoría no puede invocar hecho alguno,
pues todo lo ya alcanzado le está dado sólo como algo que está desapare
ciendo y que está amenazado, y que es un hecho positivo — es decir, un
elemento de la sociedad futura— sólo en la medida en que es incorporado
en la construcción como algo cambiante. Esta construcción no es ni una
complementación ni una ampliación de la economía. Es la misma econo
mía, en la medida en que abarca contenidos que van más allá del ámbito de
las actuales relaciones económicas existentes.
La perseverancia incondicionada en un fin, que sólo puede ser alcan
zado en la lucha social, permite que la teoría oponga a lo ya alcanzado lo
aún no alcanzado y que está siempre amenazado. El interés de la teoría por
la gran filosofía es, en este sentido, una parte de su oposición a lo existente.
Pero la Teoría Crítica no tiene nada que ver con la realización de los ideales
esgrimidos en las luchas sociales. Ve en estas luchas, por una parte, la cau
sa de la libertad; por la otra, la causa de la opresión y de la barbarie. Cuan
do esta última parece triunfar en la realidad, puede parecer que la Teoría
Crítica opone un ideal filosófico al desarrollo fáctico y a su análisis científi-
co. Evidentemente, la ciencia tradicional quedaba más liberada a lo exis
tente que la gran filosofía. Pero la teoría tradicional no ha elaborado los
conceptos que se refieren a las posibilidades del hombre más allá de su
status fáctico en la ciencia, sino en la filosofía. Al final de la Crítica de la
razón pura, Kant formula las tres preguntas en las que converge todo el
"interés" de la razón humana: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué
puedo esperar?9 Y en la introducción a sus lecciones sobre lógica agrega a
estas tres preguntas una cuarta que las comprende a todas: ¿Qué es el hom
bre?10 La respuesta a la pregunta no es pensada como descripción de la
esencia del hombre existente, sino como una referencia a las posibilidades
existentes para el hombre. Durante el periodo burgués, la filosofía cambió
el sentido de las preguntas y de las respuestas, al considerar que las posibi
lidades del hombre eran algo ya real dentro de lo existente. En este caso,
sólo podían ser posibilidades del conocimiento puro y de la voluntad pura.
Ahora bien, la transformación de un status dado no es asunto de la
filosofía. El filósofo puede participar en las luchas sociales sólo en la m edi
da en que no es filósofo profesional: esta "división del trabajo" es también
el resultado de la separación entre los medios materiales y espirituales de
producción. La filosofía no puede superar esta división. El hecho de que el
trabajo filosófico haya sido y siga siendo un trabajo abstracto, está basado
en las relaciones sociales de la existencia. La perseverancia en el carácter
abstracto de la filosofía responde más a la situación objetiva y está más
cerca de la verdad que aquella concreción seudofilosófica que se digna ocu
parse de las luchas sociales. Lo que hay de verdad en los conceptos filosó
ficos ha sido obtenido mediante abstracción del status concreto del hombre
y es sólo verdad como abstracción. Razón, espíritu, moralidad, conocimien
to, felicidad, son no sólo categorías de la filosofía burguesa, sino también
asuntos de la humanidad. En tanto tales deben ser conservados y redescu- ,
biertos. Cuando la Teoría Crítica se refiere a las doctrinas filosóficas que
aún se ocupan del hom bre, se refiere en prim er lugar a los conceptos
que ocultaban y malinterpretaban al hombre durante el periodo burgués.
Con esta intención han sido analizados en esta revista* algunos con
ceptos filosóficos fundamentales: verdad y verificación, racionalism o e
irracionalismo, el papel de la lógica, metafísica y positivismo, el concepto
de esencia. Nunca se trata aquí de un mero análisis sociológico cuyo objeto
sea clasificar las opiniones filosóficas según puntos de vista sociales. Tam
poco se ha intentado jamás reducir determinados contenidos filosóficos a
situaciones sociales. M ientras la filosofía sea algo más que una ideología,
Theodor W. Adorno
* Tom ado de Th. W. A d orn o, Sociológica, M adrid, Taurus, 1979, pp. 23-42.
1 Cf. por ejem plo, F. Brucker, The practice of management, N ueva York, 1954.
en las ramas teológicas y profanas de las primeras universidades desem
peñaban implícitamente un papel la formación de una inteligencia prácti
ca, la facilidad para abarcar de un golpe de vista las relaciones nacionales e
internacionales y el arte en el trato de los hombres; ahora que los especia
listas filosóficos han entrado en un estadio casi carente de perspectivas de
una carrera atrayente dentro del propio campo, su participación — dentro
de los países más adelantados— en la educación para las tareas sociales
vitalmente más importantes significa para ellos una nueva posibilidad; sin
duda, no puede dejar intactos su sentido y contenido. En Alemania las fa
cultades de filosofía sirven en primer lugar para la formación de los candi
datos al profesorado superior, a una carrera académica, sobre la que repercu
te de un modo especialmente enérgico la desvalorización de las capacidades
humanísticas. Y las ciencias del espíritu se ven remitidas con un apremio
igualmente grande a la razón de existencia que pueden alcanzar gracias a
su nuevo papel en la educación del retoño económico, a su participación
en el enrolamiento en la política interior y exterior, y a su utilidad para las
actividades nacionales y económicas. Y es claro que no cabe determinar
con anticipación en qué medida semejantes funciones acudirían en socorro
de su sustancia, que se concibe como algo que está desapareciendo.
Jacques Barzun, el sabio provost de la Universidad de Colum bia, ha
intentado afianzar las disciplinas filosóficas frente a las ciencias de la natu
raleza y las ciencias sociales de un modo distinto. Su utilidad, piensa, no
reside, como en estas últimas, en que proporcionen saberes para el dom i
nio, en una finalidad situada más allá de ellas mismas, sino más bien en
que responden inmediatamente a una necesidad: "La utilidad de las cien
cias humanísticas — ha dicho— se demuestra y establece por el deseo de
las mismas, deseo que viene de antiguo, inquebrantable, que se extiende
más y m ás".2 El que los hombres se interesen por la historia, aprendan idio
mas extranjeros y tomen parte en cuestiones doctas, en vez de dedicarse a
edificar ciudades y a arreglar asuntos sociales, sería un hecho que habría de
tenerse en cuenta. "Las ciencias del espíritu" (se refiere a cursos lingüísticos
y a lecturas de obras históricas), decía jocosamente en su alegato, "que favo
recen tales locuras y como antibióticos son absolutamente inútiles, nos en
vuelven por todas partes, embelesan nuestros ojos, nuestros oídos y nuestro
espíritu, y acumulan la montaña de extravagancias de que responden". Por
tanto, según Barzun, la filosofía, la historia, la filología, la estética, existen
por su propio embeleso; esto significa que son bienes de consumo esencia
les, con el mismo derecho que el cine, la televisión, las creaciones de la m o
da, los cigarrillos y los viajes colectivos; defensa que, a la vista de la concu
4 Fried rich N ietzsche, Gesammelte, Werke, M unich, M usarin, 1923, t. IX, Menschliches, Allzu-
menschliche, U, p. 271. [ed. castellana de las Obras completas de Aguilar, 3a. ed„ Buenos Aires, t. IV,
1954, Humano, demasiado humano, II, p. 240].
preindustriales de la sociedad, se ha llevado a cabo aquí5 — como corres
pondía a una técnica menos desarrollada, que las crisis interiores y exterio
res estorbaban y alentaban— con alguna lentitud. Hoy, en los países antes
coloniales, se alcanza la transición rápidamente, sin contemplaciones, de
un modo radical. En ellos, los nativos se exigen en la actualidad a sí m is
mos, bajo sus dictadores, no menos de lo que les habían exigido los impe
rialistas del siglo x j x ; y la parsimonia, la falta de adaptación, ya no se to
man hoy como indolencia, sino como traición a la comunidad popular. Ya
Hitler y Stalin querían dar alcance a viva fuerza a un funcionamiento de la
industria, en los países más adelantados, que no se ve estorbado por nin
gún residuo. El nacionalsocialismo y el comunismo trataban de raer las
últimas huellas de modos de ser no implantados disciplinadam ente; y el
nacionalismo exacerbado de los países atrasados corresponde actualmente
al mismo impulso hacia una industrialización rabiosa, hacia la producción
de bienes de consumo para el pueblo y de artículos de lujo de prestigio,
hacia el armamento y hacia el metamorfoseador aparato policiaco y de pro
paganda dirigido a la dominación; se extirpan la apatía y la fragilidad de
los individuos: todos tienen que aplicarse a sí mismos la poderosa discipli
na, y quien no sea capaz de ello tiene que desaparecer. A la vista del im
perio jam ás imaginado de los poderes mundiales, las masas nativas sien
ten su pobreza como una ignominia; el nuevo orgullo nacional es la furia
— transformada— por su miseria y a la vez por los grilletes que les encade
nan a sus señores autóctonos; las élites y los astutos caudillos de los pue
blos afroasiáticos sacan sus fuerzas de la indomable voluntad de tener sus
propios milagros económicos, y las masas marchan entusiastamente a su
lado por lo mismo. Se odia cuanto ha precedido, se reniega abstractamente
de ello y se rompe y derriba bárbaramente; a lo sumo, una historia extin
guida que ha mucho, aderezada a su gusto con todas las glorias, sirve como
símbolo propagandístico de la renovación nacional. Tales procesos, en los
que se liquida el verdadero pasado en lugar de asumirlo y llevarlo más
allá, están ligados de fijo con la exterminación de grupos humanos enteros,
y la maldición del terror organizado durante la transición ha desempeña
do siempre un papel en el interior mismo de la nueva forma de la sociedad
que debe su ser a aquél. Lá negación súbita significa en el pensamiento
olvido y ceguera, y en la realidad, asesinato.
La filosofía es a la vez custodiadora y crítica. En cuanto fuerza de lo
negativo, ha instituido la unidad que se despliega por sí misma y otorga
carácter a la conciencia del individuo. Las primeras elucidaciones filosófi
cas, la erección de los principios universales de la naturaleza constituían,
Por tanto —dice en una de sus cartas—, los que mantienen que la doctrina de
Cristo es enemiga de la república, dennos un ejército de soldados tales cua
les los exige la doctrina de Cristo. Dennos tales súbditos, tales maridos, tales
esposas, tales padres, tales hijos, tales señores, tales siervos, tales reyes, tales
jueces, tales recaudadores y cobradores de las deudas del fisco, como los
quiere la doctrina cristiana, y atrévanse a decir que es enemiga de la repúbli
ca. No duden en confesar que, si se la obedeciera, prestaría gran vigor a la
república.6
Max Horkheimer1
* Tom ado de From m , H orkheim er, Parsons, La familia, Barcelona, Península, 1970, pp. 177-194.
1 Este capítulo form a parte de la colaboración del autor con T heodor W. A dorno.
dad. El pater fam ilias burgués siempre ha tenido algo de bourgeois gen-
tilhomme; la "buena fam ilia" de clase media siempre ha imitado a la aristo
cracia y ha soñado con tener una genealogía noble. No existe una familia
burguesa en el sentido estricto de la palabra; es, en sí misma, una contra
dicción del principio del individualismo, pero una contradicción necesa
ria. Desde el mismo momento de su emancipación, adoptó una estructura
seudofeudal, jerárquica. El hombre liberado de la servidumbre en casa de
los demás, se convirtió en dueño y señor de la propia. Pero los niños, para
quienes el mundo fue una verdadera cárcel durante toda la Edad Media,
siguieron sometidos a la esclavitud durante el siglo xix. Cuando se com
pletó la separación entre el Estado y la sociedad, entre la vida p o líti
ca y la privada, siguió subsistiendo en el hogar la dependencia personal
directa.
Lo imponían las exigencias materiales del proceso social. En la esfera
del trabajo manual y en muchas otras funciones de la industria y el comer
cio la sociedad había alcanzado ya un nivel en que la lealtad directa e in
violable de los miembros indirectos de la fam ilia, en lá vieja acepción (los
esclavos y los siervos), se podía sustituir por el interés racional del obrero
mediante el contrato de trabajo. La relación con el amo, desprovista de to
dos los símbolos patriarcales, se exteriorizó, se reificó y se sometió al cálcu
lo racional. Los hombres tomaron conciencia de sí m ismos como sujetos
económicos autónomos. Cada individuo tenía que procurar por sí mismo.
Sin embargo la familia, como unidad económica, seguía siendo uno de los
factores de la economía nacional del siglo xix, basada fundamentalmente
en la relación entre el capital y el trabajo dentro de la fábrica. La m ecaniza
ción de las tareas domésticas no había avanzado, ni mucho menos, como
hoy — incluso en la actualidad se ve como residuo de formas económicas
primordiales— , y las mujeres, los hijos y los demás parientes eran indis
pensables para la marcha de innumerables unidades industriales. En la era
victoriana todavía florecía el taller artesanal, y la empresa de reducidas di
mensiones constituía el tipo predominante; el gran monopolio, los grandes
almacenes y las organizaciones comerciales montadas directamente por las
grandes industrias se encontraban todavía en una fase rudimentaria. La
administración y la gestión de las empresas no estaban todavía reguladas
y planificadas científicamente. El éxito de la empresa dependía, en gran
parte, de la solidaridad de la familia. Los hijos de los empresarios eran, por
un lado, indispensables para la buena marcha del negocio del padre y,
por otro lado, no podían encontrar una posición equivalente, igualmente
satisfactoria, fuera del negocio familiar. Las hijas eran indispensables tanto
en la casa como en la tienda. La autoridad familiar perm anecía, pues, casi
intacta entre la clase media.
El poder del padre sobre los miembros de la familia, del taller o de la
hacienda siempre se había basado en la necesidad social, de la forma de
dependencia directa. Con la desaparición de este factor esencial se esfuma
ron también el respeto de los miembros de la familia por el jefe de la casa,
su vinculación a la entidad familiar y la lealtad a sus símbolos. La significa
ción del marco legal que protege a la familia radica en la importancia social
de lo que protege. La participación futura del hijo en la propiedad del pa
dre ha sido un motivo tan poderoso para la obediencia como la amenaza
de desheredación. Esta perspectiva, que adquiría dimensiones de desastre
individual en un mundo de propietarios de clase media, puede contemplar
se con mucha más calma y serenidad en un mundo donde todos son emplea
dos. En la actualidad, cuando la capacidad y la inteligencia individuales
empiezan a tener una importancia decisiva en el destino del hombre, el dere
cho de sucesión ha perdido una gran parte de su importancia.2 Lo mismo
puede decirse, salvando las diferencias, de la situación de las hijas. En tiempo
de guerra o de preparativos bélicos, la industria ofrece millones de em
pleos a las mujeres, calificadas o no; con ello, el trabajo fuera del hogar se
convierte en una actividad respetable para ellas y la ruptura con la familia
pierde sus características terroríficas, tanto para la hija como para el hijo.
Este cambio de las perspectivas resulta ya tangible en las relaciones de los
padres y de los hijos mucho antes de que éstos se conviertan en adultos. La
autoridad en el hogar adquiere, así, un aspecto irracional.
Pese a tan importantes cambios, las ideas morales y religiosas, las imá
genes espirituales que provienen de la estructura de la familia patriarcal
siguen constituyendo el núcleo básico de nuestra cultura. El respeto por la
ley y el orden en el Estado parece inseparablemente ligado al respeto de los
niños por los m ayores. Las em ociones, las actitudes y las creencias
enraizadas en la familia explican la coherencia de nuestro sistema cultural,
constituyen un verdadero cemento social. Parece, pues, necesario que la
sociedad las mantenga vivas porque de ello depende la vida y la muerte de
la civilización en su forma actual. La idea de nación no es todavía capaz
de cumplir las funciones de la familia al respecto. Como estructura de fuer
zas económicas cooperadoras y competidoras, la nación sustituyó a las uni
dades de producción del sistema mercantilista. Ha demostrado ser un ob
jeto de devoción directa en las situaciones marginales, particularmente en
los momentos de peligro. Las guerras revolucionarias de las que surgió la
nación, en el sentido moderno, constituyen un ejemplo de cómo los indivi
duos pueden superar su aislamiento por medio de esta imagen. Pero en la
1 Los cam bios económ icos m ás arriba indicados son causa de que este derecho pueda verse
cada vez m ás reducido e incluso convertido en pura ilusión por las m edidas financieras y políticas
de los gobiernos.
vida cotidiana la autoridad de la nación parece depender de la autoridad
de la familia. La única dictadura contemporánea — la del III Reich— que
ha intentado prescindir sistemáticamente de toda mediación entre el indi
viduo y el Estado y llevar el jacobinismo a sus consecuencias extremas, ha
fracasado.
El deseo de fortalecer a la familia es casi universal; sin embargo, choca
con una dificultad básica. Si las ideas tradicionales se m antienen rígida
mente contra el curso de la historia en vez de conservarlas desarrollándo
las y transformándolas, acaban alejándose de la verdad y convirtiéndose
en ideologías vacías, por poderoso que sea el apoyo que se les preste. Al
analizar nuestras propias tradiciones, tendemos a prescindir de este dile
ma fatal; por ello, quizá sea conveniente recurrir a un ejemplo tomado de
otra cultura. La familia china dependía, en gran parte, del cultivo intensivo
de la tierra. Poseía una pequeña parcela y la trabajaba con una extraordina
ria habilidad. Tenía una gran importancia la experiencia sobre las estacio
nes, las pestes y toda clase de peligros y su posible prevención, porque el
medio social permaneció relativamente estático a lo largo de los siglos. Para
el campesino, tenían un valor inmenso las buenas relaciones con los veci
nos, la amistad con los funcionarios locales y el conocimiento de cómo ha
bía que tratar a los invasores, amigos o enemigos. La edad constituía, al
respecto, una gran ventaja y por ello el padre gozaba de un sincero respeto.
El papel de los antepasados en la religión china parece ser una consecuen
cia lógica de esta situación; se prolongaba, se extrapolaba y se realzaba el
respeto del padre y del abuelo en nombre de los antepasados invisibles.
Cuando esta estructura tradicional de la familia es destruida por la indus
trialización y, particularmente, por la mecanización de la agricultora, la
superioridad del padre y la venerabilidad de los ancianos pierden todo sig
nificado. Su sabiduría particular es irrelevante y, en cambio, adquieren un
máximo relieve los aspectos negativos de la ancianidad. El culto de los an
tepasados, aislado de la experiencia concreta, puede seguir propagándose
y reforzándose por medio de sanciones sociales o políticas, pero llega un
momento en que esta ideología aparece irremediablemente vacía. En la his
toria reciente de Europa existen muchos ejemplos de esta situación, direc
tamente relacionados con la familia y las ideas religiosas que de ella deri
van. Estos ejemplos nos han enseñado que la apariencia de las tradiciones
familiares sólidas puede ser totalmente engañosa.
Cuanto más terreno pierde la familia como unidad económ ica esen
cial en la civilización occidental, más importancia atribuye la sociedad a
sus formas convencionales. Y puesto que la relación fisiológica entre el
marido y la mujer es el núcleo residual de todos los aspectos de la familia,
en ella radica el foco de los intentos de conservación. Se exalta así el matri
monio hasta el punto en que éste y la familia se convierten en sinónimos.
Las mujeres dependen más directamente de esta situación que los hom
bres. En la sociedad subsisten todavía aspectos patriarcales fundam enta
les, y por ello, las mujeres se encuentran en una posición desventajosa, su
bordinada. No sólo han de adaptarse, al ejercer una profesión, a formas de
vida moldeadas por y para los hombres, sino que su patrimonio histórico,
su educación específica, impuesta por una sociedad secularmente m asculi
na, la preferencia irracional de que gozan los hombres en muchas profesio
nes y el clima cultural en general crean una serie de problemas adicionales
a la mujer que trabaja y dificultan psicológicamente su existencia. Por estas
y otras razones, las mujeres están tremendamente interesadas en la invio
labilidad de la institución matrimonial. En nuestra sociedad, altamente or
ganizada, las mujeres se alian a los grupos más eficientes de la cultura de
masas para defender y propagar este aspecto de la familia. La legislación,
las iglesias, la literatura, la radio y el cine luchan conjuntamente contra los
peligros de la inmoralidad. Pero, desgraciadamente, la propaganda en fa
vor del matrimonio no puede reemplazar al enorme poder de la familia,
cuando ésta constituía la realidad más impresionante de la vida social. No
puede provocar el resurgimiento de aquella creencia ingenua y casi natu
ral en la grandeza de la familia, que daba todo su significado al matrimo
nio. También en esta esfera ha penetrado la racionalidad moderna. La co
operación sin reservas de todas las ramas de la administración estatal y local,
la guerra contra la prostitución, la denuncia del amor libre como un vicio, las
prescripciones moralistas de los sueños sintéticos de la pantalla, la introduc
ción de elementos románticos en una cultura materialista: ninguno de estos
factores puede impedir que el matrimonio se convierta, a su vez, en una
cuestión pragmática. Es cada día más una relación práctica: el hombre la ha
de adoptar para gozar de los beneficios de la cohabitación y la mujer busca
en ella cierta seguridad. No se tienen hijos porque la vida de los padres sólo
pueda alcanzar plenitud a través de ellos, sino por razones más o menos
extrínsecas. Nunca experimentan el calor de aquel segundo seno materno
que constituía la familia en determinadas épocas y en determinados estratos
sociales. En el m ejor de los casos, los niños son educados con la máxima
inteligencia posible para que triunfen en la lucha por la vida.
En periodos anteriores, el individuo sólo se veía a sí mismo como
parte de diversas entidades cuasiorgánicas que daban sentido a su vida
y estaban constantemente presentes en sus actos y en sus ideas; en cambio,
los individuos actuales tienden a convertirse en simples átomos sociales, los
átomos en que la revolución burguesa ha pulverizado a la sociedad, si he
mos de creer a sus críticos. El hombre está solo en la sociedad de masas. Su
nombre — que antes le vinculaba a un lugar, a un pasado, a un destino— se
ha convertido en una simple marca de identificación, en una simple etique
ta; su individualidad no es más que una serie de características. La neutra
lidad de la etiqueta corresponde a la fungibilidad del etiquetado. Antes era
dueño o servidor, caballero o siervo: su sustancia humana era definida por
las facetas de la desigualdad social. Hoy, en cambio, el lugar que ocupa en
la jerarquía social no constituye ya una parte de su propia naturaleza: sabe
establecer diferencias entre él mismo y su función en la sociedad.
Pero este "yo" es el sujeto abstracto del interés egoísta, proclamado
por el pensamiento económico y filosófico del siglo xix. El ego moderno, en
la medida en que se diferencia claramente de toda categoría social degra
dante, corresponde mejor a la idea de humanidad que la autoconciencia
del hombre en cualquier periodo pasado. Por otro lado, difiere decisiva
mente de esta idea por su carácter abstracto e inaccesible. En el desarrollo
de la sociedad, esta etapa es necesaria y lógica. Sólo cuando el ego ha apren
dido a concebirse a sí mismo como el sujeto abstracto de la razón, en con
traste con todos los elementos concretos, puede identificarse con las fuer
zas positivas de la hum anidad y adquirir así una nueva y m ás alta
concreción. Para los enclaves orgánicos de la sociedad moderna, esto signi
fica la separación entre la forma y el contenido. Los actores de la escena
familiar siguen siendo átomos sociales, aunque desempeñen el papel de
maridos, de esposas y de hijos.
Ninguna otra institución de nuestra sociedad revela tan claramente la
naturaleza problemática de la familia moderna como el divorcio. La Revo
lución Francesa, que anunció y anticipó todas las fases y todos los aspectos
de la era futura, dio tantas facilidades para divorciarse que el matrimonio
se convirtió, de hecho, en un simple vínculo contractual, el único tipo de
relación que corresponde estrictamente al principio individualista. En m u
chos grupos sociales de la actualidad el matrimonio ha sido prácticamente
abolido por la institución del divorcio. Los individuos son tan intercambia
bles en el matrimonio como en las relaciones comerciales. Se contrae un
nuevo matrimonio si parece que va a funcionar mejor. Cada persona se
identifica completamente con su función por un fin particular. Todos cons
tituyen centros abstractos de interés y de realización.
Los hijos descubren pronto la discrepancia entre el verdadero carácter
de los padres, tal como viene determinado por el industrialismo moderno,
y su papel en la familia; este descubrimiento explica, en gran parte, el de
fectuoso desarrollo de su vida emocional, el endurecimiento de su carácter
y su prematura transformación en adultos. La interacción de la familia y la
desculturalización general se convierte en un círculo vicioso. Cuando los
hijos crecen, los papeles se desempeñan más conscientem ente; todos se
dedican a cultivar los vínculos familiares. Pero esta actitud no puede impe
dir la extenuación de la familia, o bien la atomización del hombre será supe
rada por cambios y transformaciones más fundamentales, o bien, resultará
fatal para esta cultura. Los mismos cambios económicos que destruyen la
familia llevan consigo el peligro de totalitarismo. La familia en crisis produ
ce las actitudes que predisponen a los hombres a una sumisión ciega.
A medida que la familia ha dejado de ejercer una autoridad específica
sobre sus miembros, se ha convertido en terreno de entrenamiento, de ejer
cicio para la autoridad en sí. La vieja dinámica de la sumisión familiar si
gue siendo operativa, pero contribuye a fomentar un espíritu general de
ajuste y de agresividad autoritaria, más que a fomentar los intereses de la
familia y de sus miembros. El totalitarismo, en su versión alemana, intentó
prescindir de la familia como intermediario casi superfluo entre el Estado
totalitario y los átomos sociales; pero el hecho es que la familia moderna
produce los objetos ideales de la integración totalitaria. He aquí la evolu
ción típica:
Inicialmente, el niño tiene las mismas experiencias de amor y de odio,
en relación con sus padres, que ha tenido a lo largo de la época burguesa.
Pero pronto descubre que el padre no es, en modo alguno, la figura pode
rosa, el juez imparcial, el protector generoso que se le quiere presentar. El
niño adopta una visión realista y prescinde de las exigencias y de las espe
ranzas con que la familia — en sus mejores momentos y entre las clases más
cultas— aplazaba su ajuste radical al mundo exterior. La debilidad del pa
dre, socialmente condicionada, y no compensada por sus explosiones oca
sionales de masculinidad, impide que el niño se identifique realmente con
él. En épocas anteriores, la base de la autonomía moral del individuo era la
imitación amorosa del padre seguro de sí mismo, prudente, totalmente
entregado a sus deberes. H oy en cambio, el niño, que en vez de la imagen
del padre recibe sólo la imagen abstracta de un poder arbitrario, busca un
padre más fuerte, más poderoso, un superpadre, y lo encuentra en la
imaginería fascista. La familia sigue imbuyendo al hijo una sumisión auto
rizada, pero, con ello, la relación instintiva con los padres se ve grande
mente perjudicada. En el pasado, cuando el padre no podía desempeñar
un papel directo en la educación de los hijos, su lugar en la vida emocional
de éstos era ocupado por un tío, un tutor, un maestro o algún otro indivi
duo. Por dura que fuese esta persona, tenía, por lo menos, algunos rasgos
humanos, algunos gestos y características personales que podían imitarse,
algunas ideas que podían servir de base de meditación y de argumenta
ción. En cambio hoy el padre tiende a reemplazarse directamente por enti
dades colectivas: la escuela, el equipo deportivo, el club, el Estado. Cuanto
más se reduce la dependencia familiar a una simple función psicológica en
el alma del niño, más abstracta y general resulta en la mente del adolescen
te; lleva así, de modo gradual, a aceptar con facilidad toda forma de autori
dad, mientras sea lo bastante fuerte.
Este proceso se ve impulsado por los cambios producidos en el papel
de la madre. No es que trate al niño con más brutalidad que antes, al con
trario. La madre moderna planifica casi científicamente la educación del
hijo, desde la dieta equilibrada hasta la proporción igualm ente equilibrada
entre la reprimenda y las manifestaciones de cariño, tal como recomienda
la literatura psicológica popular. Toda su actitud hacia el niño se racionali
za; incluso el amor se administra como un ingrediente de higiene pedagó
gica.3 Entre las clases cultas y urbanas nuestra sociedad fomenta una acti
tud — profesional— altamente práctica, incluso entre las mujeres que no
ejercen una profesión y se limitan a las tareas domésticas. Consideran a la
maternidad una profesión y adoptan hacía los hijos una actitud pragm áti
ca. La espontaneidad de la madre y su cariño, su sentimiento protector,
naturales e ilimitados, tienden a desaparecer. La imagen de la madre pier
de, por consiguiente, en las mentes de los hijos, su aureola mística, y el
culto de la madre por parte de los adultos deja de ser una mitología, en
el sentido estricto de la palabra, para convertirse en un conjunto de rígidas
convenciones.
Las mujeres han sido admitidas en el mundo económico del hombre a
costa de adoptar las pautas de comportamiento de una sociedad profunda
m ente reificada. Las consecuencias de esto alcanzan hasta las demás tier
nas relaciones entre la madre y el hijo. La madre deja de ser un interm edia
rio que mitiga el choque entre el hijo y la fría realidad y se convierte en un
simple portavoz de esta última. Antes daba al hijo un sentimiento de segu
ridad que le permitía desarrollarse con cierta independencia. El hijo sentía
que su amor por la madre se veía correspondido por ésta y prácticamente
vivía de este fondo emocional durante toda la vida. La madre, separada de
la comunidad de los hombres y obligada, a pesar de una idealización injus
tificada, a permanecer en una situación subordinada, representaba un prin
cipio distinto al de la realidad; podía soñar sinceramente en utopías junto
con el hijo y era el aliado natural de éste, tanto si quería como si no. Existía,
pues, en la vida del hijo una fuerza que le permitía desarrollar su indivi
dualidad al tiempo que se ajustaba al mundo exterior. La autoridad decisi
va de la casa estaba representada por el padre y se afirmaba, en parte por lo
menos, a través de una interacción intelectual. A la vez, el papel de la ma
3 La psicología m oderna y las revistas m ás p rogresistas están conscientes del peligro e inten
tan im pedir o lim itar los daños de esta racionalidad con una m ayor racionalidad. En el cine, la m adre
culta e inteligente es.d errotad a por la am iga am able y com prensiva que in trodu ce a Santa C laus a un
nivel superior. El rom anticism o, p o r re/in ado y agradable que sea, tiende a desp lazar y a retrasar el
problem a en vez de resolverlo.
dre impedía que el ajuste se llevase a cabo en forma demasiado súbita
y radical, a expensas de la individualización. Pero hoy el niño no conoce el
amor ilimitado de la madre y, por ello, su propia capacidad de amor per
manece subdesarrollada. Reprime al niño que vive en su interior (lo cual
no impide que, más tarde, intente grotescamente comportarse como un niño
cuando quiere divertirse) y actúa como un pequeño adulto, sin un ego in
dependiente y sólido pero con una tremenda cantidad de narcisismo. Su
testarudez y, al mismo tiempo, su sumisión ante el poder verdadero le pre
disponen a aceptar las formas totalitarias de vida.
El culto sensiblero de la madre, conscientemente practicado en los
Estados Unidos y tomado erróneamente por una tendencia matriarcal, no
contradice su degradación. Podríamos decir, mejor, que este culto es una
supercompensación ideológica por la abolición del papel de la madre. La
organización se ha apoderado de la totalidad de nuestra vida, ha transfor
mado la esfera de la vida privada, ocupada anteriormente por la familia,
en una esfera de tiempo libre socialmente controlado, y ha otorgado a las
mujeres el predominio en esta esfera — predominio que, a pesar de los be
neficios que puede aportar, pone también de relieve el atraso tradicional
de las mujeres— . Ésta es una de las causas del fenómeno del "m am aísm o"
descrito por Philip Wylie. La "m am á" es la máscara mortuoria de la ma
dre. Cuando reina indiscrim inadam ente, fomenta a menudo, mediante
actividades mojigatas y mal aconsejadas, el mismo espíritu de represión
autoritaria que promueve inconscientemente en el hijo la falta de amor y de
contactos primarios con éste.
El papel desempeñado hoy por la sombra de la familia o, mejor dicho,
por la familia como ideología que pierde su base económica y emocional,
se ha puesto claramente de relieve con la investigación empírica. Hay un
estudio sobre la naturaleza y el trasfondo de la personalidad autoritaria en
los Estados Unidos, que se relaciona directamente con nuestro problema.4
Combinando diversos tipos de cuestionarios, de entrevistas intensi
vas y de técnicas de proyección, el estudio ha intentado establecer siste
máticamente una interconexión de determinados rasgos y actitudes del
carácter y las opiniones políticas y económicas que pueden considerarse
potencialmente fascistas, como los prejuicios raciales, la exaltación del gru-
po-nosotros, el nacionalismo agresivo, y el menosprecio velado por las ins
tituciones dem ocráticas. Dicho estudio ha intentado poner de relieve
4 El estudio, con el titulo de Research project on social discrimination y patrocinado por el A m erican
Jewish C om m ittee, ha sido realizado conjuntam ente por el Institute of Social R esearch y el Berkeley
Public Opinión Study G roup en estos últim os años. Los directores del proy ecto son Th. W. Adorno,
E. Brunswik, D. Levinson y N. Sanford.
qué pautas de autoritarismo predominan hoy en grandes sectores de las
clases medias actuales.
Los resultados demuestran que la ideología de los individuos que se
pueden considerar altamente sensibles a la propaganda fascista, preconiza
la identificación rígida, acrítica, con la familia; y son individuos totalmente
sometidos a la autoridad familiar durante la primera infancia. Al mismo
tiempo, se comprueba la adulteración básica de la familia, en la medida en
que los individuos de mentalidad fascista no sienten, en el fondo, ninguna
vinculación auténtica con los padres, a quienes aceptan de modo conven
cional y externo. Esta configuración de la sumisión y de la frialdad es lo
que mayormente define el potencial fascista de nuestra época.
Las personas de mentalidad fascista analizadas en el estudio en cues
tión idealizan invariablemente a sus padres. Uno de los entrevistados, que
se puede considerar caso típico, contestó a la pregunta de cuáles eran para
él las personalidades más grandes de la historia, diciendo: "M is padres".
Este culto a los padres se basa, en la mayoría de los casos, en la adoración
de un padre rígido y punitivo. Se observan rasgos de hostilidad contra éste
pero, en general, la resistencia contra la autoridad paterna se desplaza y se
vuelve exclusivamente contra los débiles. Por consiguiente, la aceptación
de la familia sirve para expresar el narcisismo social del sujeto. Los padres,
los hermanos y todo el grupo-nosotros son siempre "gente m aravillosa";
en cambio los otros "no están al mismo nivel", son gente sucia, desprecia
ble. Al establecer una rígida distinción entre los que son "com o uno m is
m o" y el resto del mundo, las tendencias autoritarias del fascista potencial
llegan a un grado de abstracción inhumana, a una glorificación de la auto
ridad per se sin ninguna idea específica del objetivo a que sirve esta autori
dad. La personalidad autoritaria es profundamente convencional y estereo
típica. La imagen del padre es la de un ordenancista rígido, justo, triunfante,
lejano y a veces generoso. La de la madre se com pone de los atributos
estandartizados de la feminidad: habilidad práctica, buen aspecto exterior,
limpieza y buena salud. Si antes existían elementos de conciencia, de inde
pendencia individual y de posible resistencia a la presión del conformismo
social, todos estos elementos han desaparecido sin dejar más huella que la
del éxito, la popularidad y la influencia, junto con el afán del sujeto de triun
far mediante la identificación incondicional con todo lo que ejerza la auto
ridad en la práctica. No se acepta por sí misma ninguna autoridad ideal,
sea religiosa, moral o filosófica; sólo se reconoce lo que existe en realidad.
Lo "im popular" o lo que es rechazado por el poder se desprecia por no
tener, precisamente, ninguna fuerza.
El carácter autoritario o sadomasoquista no es ningún fenómeno nue
vo; puede observarse a lo largo de la historia de la sociedad burguesa;5
pero su abstracción y su dureza peculiares parecen exclusivas de un mun
do que acepta la autoridad familiar después de haber desaparecido la sus
tancia interna de la familia. La glorificación abstracta de la familia se ve
completada por una ausencia casi total de vínculos emocionales concretos,
positivos o negativos, con los padres. En consecuencia, la vida emocional
del temperamento autoritario se caracteriza por una serie de rasgos de su
perficialidad y de frialdad que se parecen a menudo a los fenómenos ob
servados entre algunos psicópatas. Entre estos rasgos destaca el desprecio
general de la piedad — es decir, de aquella cualidad que reflejaba, más que
ninguna otra, el amor de la madre por el hijo.
En las entrevistas se examinó a fondo la estructura de la vinculación
emocional de los sujetos con los padres como objetos de catexis. De acuer
do con la imagen general de la personalidad autoritaria, se pudo compro
bar que la primera rebelión contra el padre se reprime y se interioriza a un
nivel inconsciente y sólo aparece a la superficie en forma desplazada, como
"agresividad autoritaria". Además, la sumisión al padre sigue todavía ope
rando como un factor crucial en la formación de las concepciones sociales
y políticas de los hombres. Con frecuencia se refleja en forma de agresivi
dad. Entre los muchachos, el desprecio consciente del amor por la madre
resulta también muy importante. En su primer ajuste a las exigencias de la
vida, el niño tiene la impresión de que la madre es, a causa de su sexo, algo
débil y despreciable. Nota la ambivalencia de su exaltación oficial y la ve
como miembro de una raza inferior. La frialdad y la superficialidad del
carácter autoritario pueden considerarse, en gran parte, la consecuencia
emocional de este rechazo. La dureza, la violencia y las manifestaciones
brutales de masculinidad, elementos propios de la ideología política fas
cista, están genéticamente ligadas a trastornos en la relación con la madre
o, mejor aún, a la falta de una auténtica relación. Pero ésta no es quizá la
peor consecuencia de la deficiente relación entre madre e hijo. Lo que más
sufre es,-seguramente, la tolerancia del sexo opuesto. El antifeminismo ba
sado en el rechazo de la madre, marca la pauta para el rechazo subsiguien
te de todo lo que se considera "distinto". Los grupos-ellos rechazados por
los fascistas, particularmente los judíos, contienen, a su entender, rasgos de
feminidad, como la debilidad, el ewocionalismo, la falta de autodisciplina
y la sensualidad. El desprecio por las características del sexo opuesto en el
propio, parece relacionarse regularmente con una intolerancia general de
todo lo diferente. Esto sugiere una profunda afinidad entre la homosexua
5 C f el ap artad o sobre psicología social por Erich From m , "Studien über A utoritát und Fam ilie",
en Schriften des Instiláis fíír Sozialforschimg, editado p o r M ax Horkheim er, París, Libraire Félix Al
ean, 1936.
lidad, el autoritarismo y la decadencia actual de la familia. La estricta dico
tomía entre la masculinidad y la feminidad y el tabú constituido por las
transiciones psicológicas de una a otra corresponden a una tendencia ge
neral a pensar en términos de dicotomías y de estereotipos.
La lista que reproducimos a continuación contiene muchos elementos
cuya relación con la estructura de la familia moderna no puede examinarse
en este capítulo, pero que pueden servir para ilustrar las revelaciones de los
estudios empíricos sobre los rasgos de la personalidad autoritaria. Ni qué
decir tiene que este complicado fenómeno no puede explicarse adecuada
mente con una simple enumeración sino que requiere un marco conceptual
más dinámico. No intentaremos definir los rasgos individuales en términos
precisos; algunos se superponen; otros parecen entrar en conflicto. El orden
de la lista es totalmente accidental y no constituye ninguna clasificación se
gún la importancia o la frecuencia de los casos. Hay que tener en cuenta que
los resultados empíricos no significan que el individuo que posee uno o va
rios de estos rasgos sea necesariamente un fascista en potencia o que el fas
cista deba tenerlos todos. Sin embargo, si resulta que estos rasgos son más
frecuentes en un grupo que en otro, la probabilidad de que el primero ceda
ante la propaganda totalitaria es mayor que en el segundo.
6 Este proyecto, patrocinado tam bién por el A m erican Jew ish C om m itte, fue realizad o conjun
tam ente por el Institute of Social R esearch y el Institute of Child W elfare de Berkeley. Los directores
fueron Th. W. A d orn o, E. Brunsw ik y H. Jones.
cia o incluso más tarde, porque la influencia de la realidad en la imposición
de los valores convencionales es, entonces, todopoderosa. Los fascistas po
tenciales parecen ser, pues, los que durante la infancia eran rudos, violen
tos e "incivilizados". La falta de una auténtica catexis familiar les prepara
para transferir a su "banda" la propensión a la autoridad adquirida ante
riormente y a aceptar el código de violencia y de proeza física de la banda,
sin ninguna resistencia moral.
La observación del comportamiento de las bandas infantiles corrobora
esta conclusión. Todo parece indicar que la agresividad de estos mucha
chos, conservada en la vida adulta pero más o menos reprimida y raciona
lizada, se debe a la mengua del aspecto positivo, protector, de la familia.
Estos muchachos actúan como pequeños salvajes porque no tienen ningún
refugio psicológico y experimentan constantemente la sensación de que
"han de ingeniárselas por sí mismos". En un mundo frío e inescrutable,
desconfían de todos, los consideran enemigos, y su primer reflejo es atacar
los. Vuelven a aplicar el cínico principio de la primera filosofía burguesa:
homo hormini lupus. No padecen, pues, la influencia de una familia dema
siado fuerte y sana sino, al contrario, sufren de la carencia de una familia.
En este sentido, cabe decir que las aseveraciones conservadoras sobre las
causas de la delincuencia juvenil dan de lleno en algunos factores sociales
básicos, frecuentemente ignorados por teorías psicológicas más diferencia
das y progresivas. La familia como ideología fomenta el autoritarismo re
presivo, pero, al mismo tiempo, es evidente que la familia como realidad es
el obstáculo más fuerte y efectivo contra la recaída en la barbarie que ame
naza a todos los seres humanos en el curso de su desarrollo.
Los nazis sabían muy bien cómo explotar los mecanismos sociales
y psicológicos que hemos indicado en este capítulo y conocían, al mismo
tiempo, el antagonismo entre la familia, en su auténtico significado, y el
mundo bárbaro que ellos preconizaban. Aunque exaltaban la familia en
el plano ideológico como institución indispensable para una sociedad ba
sada en el principio de la "sangre", en realidad desconfiaban de ella y la
atacaban como refugio contra la sociedad de masas. La veían como una
conspiración virtual contra el Estado totalitario. Su actitud ante la familia
era similar a su política ambivalente hacía la religión, la libre empresa y el
Estado constitucional. El problema actual consiste en saber si la complica
da interacción de estas fuerzas era específicamente alemana o si constituye
el signo indicador de una tendencia histórica más universal.
SEXO Y CARÁCTER*
Erich Fromm
* Tom ado de From m , Horkheimer, Parsons, Lm Familia, Barcelona, Península, 1970, pp. 195-215.
Sin entrar en la cuestión de los méritos respectivos de estas posiciones
— y hay que reconocer que el análisis de los románticos era a veces muy
profundo— , es indudable que ambas tenían implicaciones políticas. Los
filósofos de la Ilustración, especialmente los franceses, propugnaban la
igualdad social — y hasta cierto punto, política— de los hombres y las mu
jeres. La falta de diferencias innatas constituía, pues, un argumento a su
favor. Los románticos, reaccionarios desde el punto de vista político, utili
zaban su análisis de la esencia — Wesen— de la naturaleza femenina como
una demostración de la necesidad de desigualdades políticas y sociales.
Aunque atribuían a "la m ujer" cualidades admirables, insistían en que sus
características peculiares no le permitían participar en la vida social y polí
tica en pie de igualdad con los hombres.
La lucha política por la igualdad de la mujer no terminó en el siglo xix;
lo mismo puede decirse de la discusión teórica sobre el carácter innato o
cultural de las diferencias entre el hombre y la mujer. En la psicología m o
derna, Freud se convirtió en el representante más autorizado de la causa
romántica. Los argumentos románticos se expresaban en lenguaje filosófi
co; en cambio, los de Freud se basaban en la observación científica de los
pacientes, siguiendo el procedimiento psicoanalítico. Presuponía que la
diferencia anatómica entre los sexos es causa de diferencias caracterológicas
inalterables. Parafraseando una sentencia de Napoleón, dijo de las m uje
res: "Su destino está fijado por la anatomía". Afirmaba que cuando la niña
descubre que carece del órgano genital masculino, recibe una profunda im
presión, siente que carece de algo que debería tener, envidia a los hombres
por tener lo que el destino le ha negado y en el curso normal de su desarrollo
intenta superar su sentimiento de inferioridad y su envidia sustituyendo el
órgano genital masculino por otros objetos: hijos, marido o posesiones. En
caso de desarrollo neurótico, no consigue encontrar satisfacción en esta sus
titución. Siente envidia de todos los hombres, desea ser hombre, se convierte
en homosexual o bien odia a los hombres, o busca ciertas compensaciones
culturalmente permitidas. Incluso en caso del desarrollo normal, nunca lle
ga a desaparecer del todo la cualidad trágica del destino de la mujer; siem
pre experimenta el deseo de obtener algo que nunca podrá alcanzar.
Los psicoanalistas ortodoxos aceptaron esta teoría de Freud y la con
virtieron en uno de los fundamentos esenciales de su sistema psicológico,
pero otro grupo de psicoanalistas, de orientación cultural diferente, pusie
ron en duda las conclusiones de Freud. Dem ostraron — clínica y teórica
mente— las deficiencias del razonamiento freudiano, poniendo de relieve
que los resultados caracterológicos que él explicaba en términos biológicos
se debían a una serie de experiencias personales y culturales a que se veían
sometidas las mujeres en la sociedad moderna. Las concepciones de este
grupo de psicoanalistas se vieron confirmadas por los hallazgos de los
antropólogos.
Existe, sin embargo, el peligro de que algunos partidarios de estas
teorías antropológicas y psicoanalíticas progresivas lleguen a negar com
pletamente el efecto de las diferencias biológicas en la formación de la es
tructura caracterológica. Les puede impulsar a ello el mismo motivo que
movía a los representantes de la Ilustración francesa. Puesto que la insis
tencia en las diferencias innatas constituye uno de los argumentos de los
enemigos de la igualdad de la mujer, puede parecer necesario demostrar
que todas las diferencias empíricamente observables se deben, única y ex
clusivamente, a causas culturales.
Es importante señalar que en toda esta controversia hay, implícito, un
importante problem a filosófico. La tendencia a negar toda diferencia
caracterológica entre los sexos puede deberse a la aceptación implícita de
una de las premisas de la filosofía antiigualitarista: para pedir la igualdad,
hay que d em ostrar que no existen entre los sexos m ás d iferencias
caracterológicas que las provocadas directam ente por las condiciones
sociales existentes. La discusión se complica porque un grupo habla de
diferencias cuando los reaccionarios se refieren, en realidad a deficiencias
—y, más concretamente, a las deficiencias que impiden gozar de plena igual
dad con el grupo mayoritario. De este modo, se adúcen la limitada inteli
gencia y la falta de capacidad de organización y de abstracción o de juicio
crítico de las mujeres para oponerse a su plena igualdad con los hombres.
Una escuela de pensamiento dice que las mujeres poseen intuición, capaci
dad de amar, etc., pero que estas cualidades no las hacen aptas para las
tareas de la sociedad moderna. Lo mismo puede decirse de minorías como
la de los negros o la de los judíos. El psicólogo o el antropólogo se vieron,
así, en la necesidad de demostrar que entre los grupos sexuales o raciales
no hay deficiencias o vicios especiales que tengan nada que ver con su ap
titud para la plena igualdad. El pensador liberal tendía, así, a minimizar la
existencia de diferencias.
Los liberales demostraron que no existen diferencias que justifiquen
la desigualdad política, económica y social, pero se dejaron encerrar en una
posición defensiva, estratégicamente desfavorable. Afirmar que no hay di
ferencias socialmente dañinas no quier? decir que haya que sostener que no
existe diferencia alguna. La verdadera cuestión es, pues, la siguiente: ¿para
qué se utilizan las diferencias reales o pretendidas, a qué finalidades políti
cas sirven? Aunque se acepte que entre las mujeres y los hombres hay cier
tas diferencias caracterológicas, ¿cuál es su significado?
La tesis que nos proponemos defender en este capítulo es que hay
ciertas diferencias biológicas que dan lugar a diferencias de carácter; que
estas diferencias se mezclan con las producidas directamente por los facto
res sociales; que los efectos de estos últimos son mucho más poderosos
y pueden aumentar, eliminar o cambiar el signo de las diferencias de raíz
biológica; y que las posibles diferencias caracterológicas entre los sexos,
en la medida en que no están directamente determinadas por la cultura,
nunca constituyen diferencias de valor. En otras palabras: las diferencias
caracterológicas no lo son en términos de "bueno" o "m alo" sino única
mente en términos de matiz, es decir, del tipo de virtudes y de vicios pro
pio de cada grupo. En términos más concretos, diremos que el carácter típi
co de los hom bres y de las m ujeres en la cu ltu ra o ccid en tal viene
determinado por sus funciones sociales respectivas, pero existe un aspecto
del carácter que depende de las diferencias sexuales. Este aspecto es insig
nificante en comparación con las diferencias de base social, pero no hay
que prescindir totalmente de él.
Una gran parte del pensamiento reaccionario se basa en la presunción
implícita de que la igualdad quiere decir falta total de diferencias entre las
personas o los grupos sociales. Y puesto que estas diferencias existen prác
ticamente en todos los aspectos de ía vida, su conclusión es que no puede
existir la igualdad. Cuando, al contrario, los liberales niegan la existencia
de grandes diferencias en las aptitudes mentales y físicas y en las condicio
nes accidentales de la personalidad — favorables o desfavorables— , no ha
cen más que ayudar a sus adversarios a tener razón a los ojos del hombre
ordinario. El concepto de igualdad desarrollado por la tradición judeocris-
tiana y por la tradición progresiva moderna significa que todos los hom
bres son iguales en aquellas aptitudes humanas básicas que permiten go
zar de libertad y de felicidad. Significa, además, que, como consecuencia
política de esta igualdad básica, ningún hombre puede ser un medio para
los fines de otro, ningún grupo puede ser un medio para los fines de otro
grupo. Cada hombre es un universo para sí y en sí y constituye su única
finalidad. Su objetivo en la vida es la realización de su ser, con inclusión de
las peculiaridades características del mismo, que le diferencian de los de
más. Esta igualdad es la base para el pleno desarrollo de las diferencias, su
resultado es el desarrollo de la individualidad.
Aunque sean m uchas las diferencias biológicas relacionadas con
las diferencias de carácter entre el hom bre y la mujer, en este capítulo
tratarem os esencialm ente de una sola. No nos proponem os exam inar
todo el problem a de las diferencias caracterológicas entre los sexos, sino,
más bien, dem ostrar la tesis general. Nos ocuparem os, esencialm ente,
de las funciones respectivas de los hom bres y las m ujeres en la relación
sexual e intentarem os dem ostrar que estas diferencias dan lugar a de
term inadas diferencias caracterológicas, que sólo m atizan las diferen
cias fundam entales provocadas por la peculiaridad de sus respectivas
funciones sociales.
Para su actividad sexual normal, el hombre ha de tener una erección
y conservarla durante el coito hasta el momento del orgasmo; para satisfa
cer a la mujer, ha de poder mantener la erección el tiempo suficiente para
que ella tenga tam bién el orgasmo. Esto significa que para satisfacer
sexualmente a la mujer, el hombre ha de demostrar que es capaz de tener
y mantener una erección. En cambio, la mujer no ha de demostrar nada
para satisfacer sexualmente al hombre. Es cierto que su excitación puede
aumentar el placer de éste. Algunos cambios físicos en sus órganos sexua
les pueden hacer más fácil el coito para el hombre. Puesto que sólo se trata
de examinar las reacciones puramente sexuales — no las sutiles reacciones
psíquicas de personalidades diferenciadas— , insistiremos en que lo funda
mental es que el hombre ha de tener una erección para satisfacer a la mujer
y que la mujer no ha de tener nada para satisfacer al hombre, excepto una
cierta voluntad de complacerle. Al hablar de esta voluntad de complacen
cia, hay que señalar que la aptitud de la mujer para satisfacer sexualmente
al hombre depende de su voluntad; es una decisión consciente que puede
tomar en todo momento. En cambio, la aptitud del hombre no es, en modo
alguno, una simple función de su voluntad. Puede experimentar un fuerte
deseo sexual y una fuerte erección contra su voluntad y, contrariamente,
ser impotente a pesar de un ardiente deseo. Además, la inaptitud del hom
bre no puede ocultarse. En cambio, aunque la falta de reacción total o par
cial por parte de la mujer sea a menudo visible, su "fracaso" no es, ni mu
cho menos, tan obvio como el del hombre; permite un mayor disimulo.
Si la mujer consiente voluntariamente, el hombre puede tener la seguridad
de encontrar satisfacción, si realmente la desea. Pero la situación de la mu
jer es totalmente distinta; por muy fuerte que sea su deseo sexual no en
contrará satisfacción si el hombre no la desea a ella lo bastante como para
experimentar una erección. E incluso durante el acto sexual, la mujer de
pende totalmente, para su plena satisfacción, de la capacidad del hombre
de hacerle experimentar el orgasmo. Vemos, pues, que para satisfacer a la
otra parte, el hombre ha de demostrar algo y la mujer no.
De esta diferencia en sus papeles sexuales respectivos, se sigue otra
diferencia: la de las ansiedades específicas relacionadas con la función
sexual. La ansiedad se explica por la vulnerabilidad de la posición del hom
bre y de la mujer. La posición del hombre es vulnerable porque ha de de
mostrar algo, es decir, algo en lo que puede fracasar. Para él, la relación
sexual tiene algo de test, de examen. Su ansiedad específica es la de fraca
sar. El caso extremo es el temor de castración, es decir, el temor de resultar
orgánicamente — y, por tanto, permanentemente— incapaz de realizar su
función. En cambio, la vulnerabilidad de la mujer radica en su dependen
cia del hombre; el elemento de inseguridad en relación con su función sexual
no radica en la posibilidad de fracaso sino en la de "quedarse sola", de
sentirse frustrada, de no controlar completamente el proceso de su satis
facción sexual. No es de extrañar, pues, que las ansiedades de los hombres
y de las mujeres se refieran a esferas distintas: las del hombre se refieren a
su ego, a su prestigio, a su valor a los ojos de la mujer; las de la mujer, al
placer y a la satisfacción sexuales.1
El lector puede preguntarse si estas ansiedades no son características,
únicamente, de las personalidades neuróticas. ¿No está seguro el hombre
normal de su potencia? ¿No se siente segura de su pareja la mujer normal?
¿No nos referimos exclusivamente al hombre moderno, altamente nervio
so y sexualmente inseguro? ¿No puede decirse que el hombre y la mujer
"de las cavernas" con su sexualidad "prim itiva" e intacta, están totalmente
libres de estas dudas y ansiedades?
A primera vista, así parece ocurrir efectivamente. El hombre constan
temente preocupado por su potencia sexual es un tipo característico de
personalidad neurótica, como la mujer que teme constantemente no alcan
zar una satisfacción plena o que sufre por su dependencia. En este caso
— como en la mayoría— la diferencia entre el "neurótico" y el "norm al" es
más una diferencia de grado y de conciencia que de cualidad esencial. La
ansiedad consciente y continua de la persona neurótica es una ansiedad
relativamente inadvertida y cuantitativamente débil en el hombre llamado
normal. Lo mismo puede decirsé de las mujeres. Además, en los indivi
duos normales no tienen efecto alguno los mismos incidentes que provo
can ansiedades en la persona neurótica. El hombre normal no duda de su
potencia. La mujer normal no teme ser sexualm ente frustrada por el hom
bre que ha escogido como pareja. Elegir al hombre en quien puede "confiar"
sexualmente constituye una parte esencial de su sano instinto sexual. Pero
esto no cambia el hecho de que el hombre puede fracasar potencialmente
y la mujer no. La mujer depende del deseo del hombre; en cambio, el hom
bre no depende del deseo de la mujer.
Es importante dejar bien claro este punto. Por ello, lo ilustrarem os con
un ejem plo tomado en otro sector. Considerem os la diferencia entre el
actor o el orador y una persona cualquiera del público. El actor o el orador
sien ten una an sied ad esp ecífica cada vez que han de actu ar o h ablar
— e incluso los más experimentados pueden tener miedo al fracaso: en to
dos los que han de actuar parece manifestarse siempre cierta ansiedad— ,
pero hay algunos que no la sienten en absoluto. Sin embargo, el hecho de
1 Karen H om ey ha hecho una distinción similar pero limitada a las diferencias en los temores sexuales
de los niños. Véase su ensayo "Die Angst von der Frau", Zeilschr. f. Psychoannl., 1 3 ,1 9 3 2 , pp. 1-18.
que incluso estos últimos experimenten cierto alivio — que se manifiesta
en forma de júbilo o de felicidad— después de una buena actuación, de
muestra que, en el fondo, temían la posibilidad de fracasar aunque no fue
sen totalmente conscientes de ella.
Hay otro elemento importante en la determinación de las ansiedades
y de la diferencia de éstas en el hombre y en la mujer normales.
La diferencia entre los sexos constituye el fundamento de la primera
y más elemental división de la humanidad en grupos separados. El hom
bre y la mujer se necesitan mutuamente. Desde el punto de vista biológico,
para la conservación de la raza y de la familia; desde el punto de vista psico
lógico, para la satisfacción de sus deseos sexuales. Pero en todas las situa
ciones en que dos grupos diferentes se necesitan mutuamente no sólo hay
elementos de armonía, de cooperación y de satisfacción mutua, sino tam
bién de lucha y de desacuerdo.
El amor y el antagonismo son las dos caras de una situación básica: la
diferencia en la interdependencia. La relación entre los sexos difícilmente
puede verse libre de un antagonismo y una hostilidad potenciales. Ade
más de la capacidad de amarse el uno al otro, el hombre y la mujer tienen
también la capacidad de odiarse. En toda relación hombre-mujer existe,
potencialmente, un elemento de antagonismo, y de esta misma potenciali
dad puede surgir, a veces, un elemento de ansiedad. El amado puede con
vertirse en enemigo y con ello se ven amenazados los puntos vulnerables
del hombre y de la mujer.
Este concepto de la ansiedad masculino-femenina es muy distinto del
de Freud. El autor está de acuerdo con Freud en la existencia de un antago
nismo potencial entre los sexos, pero difiere en la valoración de la naturale
za de este antagonismo. La actitud básica de Freud es patriarcal; por consi
guiente, el principal conflicto es entre el padre y el hijo. La mujer no es lo
bastante importante para constituir una amenaza como la del padre. Por
consiguiente, para Freud el principal temor del hombre es el de la castra
ción. Ahora bien, la amenaza de castración no proviene de la mujer, sino
del padre, celoso por los deseos incestuosos del hijo. El temor de castra
ción del hombre sólo se relaciona con la mujer de manera secundaria. Puesto
que, para él, la mujer no es sexualmente diferente, sino sexualmente inferior,
es incapaz de percibir que el hombre teme tanto a la mujer como al padre.
Hay que observar, de pasada, que la ansiedad relativa a los órganos
sexuales difiere en los hombres y en las mujeres. En el hombre, la forma
extrema de esta ansiedad conlleva la idea de que su órgano sexual puede
ser amputado. Con algunas excepciones, la ansiedad de la mujer sobre sus
órganos genitales no tiene nada que ver, en cambio, con ninguna idea de
amputación. Teme, en cambio, sufrir daños en el interior del cuerpo. La
vagina es una vía de entrada y, a la vez, un órgano delicado e importantísimo
del cuerpo femenino. Se puede presuponer, pues, que toda mujer experi
menta una ansiedad potencial por las heridas que pueda sufrir a través de
las vías de entrada al cuerpo. Aunque algunas de estas aperturas puedan
estar más o menos protegidas, no ocurre así con la vagina — como han ten
dido a inculcar a la niña el rigor de los padres, en primer lugar, y, más
tarde, los rumores y las fantasías sobre posibles asaltos criminales—. La
ansiedad normal de la mujer no es la castración, sino la indefensión ante
una posible herida interna como el embarazo contra su voluntad.
Al describir las diferencias en la ansiedad específica del hombre y la
mujer, hemos visto pues una diferencia caracterológica provocada por
la diferencia en las funciones sexuales respectivas. El tipo de ansiedad es
pecífica da lugar a intentos también específicos de superación.
Si la principal ansiedad del hombre es la de fracasar o la de no cum
plir debidamente la tarea que de él se espera, la mejor protección es el afán
de prestigio. El hombre está movido constantemente por el afán de demos
trarse a sí mismo, de demostrar a la mujer que ama y a todos los demás
hombres y mujeres, que está a la altura de lo que se espera de él. Intenta
compensar el temor al fracaso sexual com pitiendo en todas aquellas esfe
ras de la vida en que el poder, la fuerza física y la inteligencia son cualida
des útiles para el évito. Su actitud competitiva hacia los demás hombres se
relaciona íntimamente con este afán de prestigio. Al temer el posible fraca
so, tiende a demostrar que es mejor que cualquier otro hombre. Don Juan
lo hace directamente en la esfera sexual, pero el hom bre medio lo hace in
directamente matando más enemigos, cazando más piezas, haciendo más
dinero o teniendo más éxito que sus com petidores masculinos.
Hay que tener en cuenta que la función sexual del hombre no es más
que una causa menor que su afán de prestigio y de su tendencia competiti
va, en comparación con las causas de naturaleza social y cultural. Como
han indicado diversos psicoanalistas, antropólogos y sociólogos, estos afa
nes y tendencias son resultado, fundam entalm ente, de las experiencias vi
vidas por el niño y el adulto en una cultura determ inada. Se ha demostra
do que cuando se provoca ansiedad en el niño se siente impotente e inferior.
Por consiguiente, le es necesario sentirse valorado por los otros, gozar de
popularidad y de superioridad frente a los com petidores. El sistema sodal
y económico moderno se basa en los principios de la competencia y del
éxito; las ideologías realzan su valor; por estas y otras circunstancias, el afán
de prestigio y de competencia están firmem ente enraizados en el hombre
medio de la cultura occidental. Aunque no existiese diferencia alguna en
sus funciones sexuales respectivas, los factores sociales provocarían estos
mismos afanes en los hombres y en las mujeres. El impacto de estos facto
res sociales es tan grande que puede incluso dudarse de si — en términos
cuantitativos— los factores sexuales analizados en este capítulo tienen una
gran influencia en el afán de prestigio de los hombres. Lo importante no es
la cantidad o el grado en que el afán de competencia resulta aumentado por
causas sexuales, sino la necesidad de aceptar la presencia de otros factores,
además de los socialmente condicionados. Ocurre que, en la cultura occi
dental, la cultura presiona a los hombres en la misma dirección que los
factores sexuales. En el caso de las mujeres, los factores sexuales y culturales
también acostumbraban a actuar en la misma dirección; pero con el cambio
fundamental de la posición de la mujer, con su sometimiento creciente a las
mismas condiciones sociales y económicas que determinan la vida del hom
bre, los factores sociales han resultado los mismos para los hombres y para
las mujeres, y hay datos empíricos suficientes para considerar que estos
factores sociales son más poderosos que los sexuales.
El afán de prestigio del hombre arroja cierta luz sobre el carácter espe
cífico de la vanidad masculina. Se acostumbra decir que las mujeres son
más vacías y presuntuosas que los hombres. Aunque la verdad puede ser
exactamente al revés, lo importante no es la diferencia en la cantidad sino
en la naturaleza de la vanidad. El rasgo esencial de la vanidad del hombre
consiste en dem ostrar que es un buen "ejecutante", que cumple como es
debido su papel. Actúa como si viviese en un examen perpetuo. Tiende
constantemente a afirmar que no teme el fracaso. Esta vanidad parece ca
racterizar toda la actividad del hombre. No existe, probablemente, ningu
na acción del hombre, desde el amor hasta las manifestaciones más valero
sas y valiosas de lucha o de pensamiento, que no se caracterice, en algún
grado, por esta vanidad masculina típica. En este sentido, puede decirse,
pues, que su actividad carece de seriedad.
Otro aspecto del afán de prestigio del hombre es su temor al ridículo
y, particularmente, al ridículo ante las mujeres. Incluso el cobarde puede
convertirse en héroe ante el temor de verse ridiculizado por las mujeres,
y el miedo a perder la propia vida puede ser incluso inferior al miedo al
ridículo. Es un aspecto típico del heroísmo masculino, que no es superior
al heroísm o fem enino sino distinto por este m atiz de vanidad espe
cíficamente masculina.
Otro resultado de la precaria posición del hombre ante la mujer y de
su temor a verse ridiculizado es el odio que experimenta hacia ella. Este
odio es una de las causas de una tendencia masculina que cumple también
una función defensiva: dominar a la mujer, tener poder sobre ella, hacer
que se sienta débil e inferior. Si lo consigue, ya no tiene por qué temerla. Si
la mujer le teme a él — si teme que la mate, que la golpee o que la reduzca al
hambre— no puede ridiculizarlo. El poder sobre una persona no depende
de la intensidad de la propia pasión, ni de la propia productividad sexual
y emocional. El poder depende de factores que pueden ser tan firmes yper
manentes que nunca lleguen a surgir dudas sobre la incompetencia. Dire
mos/ de pasada, que la promesa de dom inar a la m ujer es el consuelo que
da al hombre el mito bíblico — de base patriarcal— cuando Dios decide
2 Aquí puede plantearse una objeción. Si todo lo que decim os es cierto, ¿p or qué en m uchos
animales es el m ach o el que canta y tiene colores m ás vivos, es decir, es el m acho el que atrae a la
hembra y no al revés? Las analogías con el reino anim al parecen a veces m uy convincen tes pero con
frecuencia no llegam os a cap tar toda la com plejidad de los diferentes factores operantes. Sin entrar en
un análisis detallad o de tan com plejos problem as, m e limitaré a sub rayar que en la sociedad hu m an a
el factor m ás im portan te es saber hasta qué punto el hom bre ha convertido a la m ujer en un ser
económ icam ente dependiente, aum entand o, así, su necesidad de atraer al hom bre. Lo que está en
juego es no sólo su satisfacción sexual sino toda su vida y toda su seguridad.
3 Cf. C lara T h om p son , "W h a t is penis e n v y ? ", y el análisis sub sigu ien te de Jan et R ioch,
Proceedíngs of the associntion for the advnncemel of psychoanalysis, reuniones de Boston, 1942.
bién — al servicio de tendencias sádico-agresivas— el sím bolo de un arma
Las mujeres pueden tener hijos; los hombres no. Partiendo de su pun
to de vista patriarcal, Freud llegó a la conclusión de que la mujer envidia el
órgano masculino, pero no prestó apenas atención a la posibilidad opues
ta: que los hombres envidien la capacidad de las mujeres de tener hijos.
Esta visión unilateral del problema se explica no sólo por la aceptación
incondicional de la premisa masculina de la superioridad de los hombres
sobre las mujeres, sino también por las condiciones reinantes en una civili
zación altamente técnico-industrial donde se valora escasamente la pro
ductividad natural. En cambio, si centramos nuestra atención en periodos
históricos anteriores, cuando la vida dependía esencialm ente de la produc-
* Uno de los elem entos m ás im portantes de la h om osexu alid ad fem enina parece ser, a menudo,
la com binación de la tendencia a la actividad en contraste con la actitud "p a s iv a ”, dependiente, con
tividad de la naturaleza y no la de técnica, esta capacidad procreadora de
la mujer, com partida por ésta con la tierra y con las hembras de los anim a
les, debió provocar una profunda impresión. Si nos limitamos a la esfera
puramente naturalista, puede decirse que el hombre es estéril. En una cultu
ra basada esencialm ente en la productividad natural, el hombre se podía
considerar inferior a la mujer, especialmente cuando todavía no se com
prendía muy bien su papel exacto en la procreación de los hijos. Es lógico
suponer que el hombre admirase a la mujer por poseer una capacidad de la
que él carecía; sentía admiración y respeto por ella, la envidiaba. Él no po
día procrear; sólo podía matar animales para comerlos o matar enemigos
para sentirse seguro o adquirir su fuerza y su energía por vía mágica.
No entraremos en el estudio de estas influencias en las comunidades
puramente agrarias, pero nos referiremos brevemente a los efectos de al
gunos cambios históricos importantes. Uno de los más significativos fue la
creciente aplicación de la técnica a la producción. La mente humana se acos
tumbró cada vez más a perfeccionar y a incrementar los diversos medios
de vida, que antes dependían exclusivamente de los dones de la naturale
za. Las mujeres poseían, al principio, un don, una aptitud que las hacía
superiores a los hom bres; éstos compensaban su deficiencia utilizando su
capacidad destructiva; pero poco a poco los hombres aprendieron a utili
zar su razón com o base de la productividad. En las primeras fases, este
proceso iba estrecham ente ligado a la magia; en el estado actual, altamente
desarrollado, se relaciona íntimamente con la ciencia. Las mujeres están
fisiológicamente equipadas para producir, para procrear, los hombres de
muestran su productividad mediante un esfuerzo racional determinado.
No entraremos a fondo en esta cuestión y nos remitiremos únicam en
te a las obras de Bachofen, Morgan y Briffault, que han recogido y analiza
do brillantemente una gran cantidad de material antropológico. Aunque
este material no siempre demuestre la exactitud de sus tesis, contiene sufi
cientes elem entos como para suponer la existencia — en diversas fases de
la história prim itiva— de culturas centradas en la figura de la madre y en
las cuales las diosas-m adres, identificadas con la productividad de la natu
raleza, constituían el núcleo central de las ideas religiosas del hombre.5
Bastará con citar un ejemplo. El mito babilónico de la creación parte
de la existencia de una diosa-madre —Thiamat— que reina sobre todo el
Universo. Su predominio se ve amenazado, sin embargo, por los hijos va
rones, que se confabulan para derrocarla. Para dirigir la rebelión buscan un
dirigente que pueda igualar y neutralizar su poder. Lo encuentran, final
5 Véase tam bién Fried a From m -R eichm ann, "N otes on the m other role in the fam ily gro u p ",
BuHetin oflhe M ennínger Clinic, núm . 4 ,1 9 4 0 , pp. 132-148.
mente, en la figura de Marduk. Pero antes de elegirlo, lo someten a una
prueba. ¿En qué consiste? Le entregan un manto y le exigen que lo haga
desaparecer "con el poder de su boca" y que lo haga reaparecer, también,
con una simple palabra. El líder así lo hace: destruye el manto con una
palabra y lo recrea con otra. Su liderazgo es entonces confirmado. Derrota
a la diosa-madre y con su cuerpo forma el cielo y la tierra. ¿Cuál es el sen
tido de esta prueba? Para igualar y vencer el poder de la diosa, el dios-
varón ha de poseer la única cualidad que lo hace superior: el poder de
crear. La intención de la prueba consiste en dem ostrar que no sólo tiene
esta facultad, este poder, sino también la facultad específicamente masculi
na de destruir — es decir, de ejercer la actividad con que el hombre modifi
caba tradicionalmente la naturaleza— . Empieza destruyendo un objeto
material, para recrearlo acto seguido. Pero lo hace con la palabra y no, como
la mujer, con el vientre. La productividad natural es sustituida por la ma
gia de los procesos mentales y verbales.
El mito bíblico de la creación empieza, precisamente, allí donde termi
na el mito babilónico. Han desaparecido ya casi todos los restos de supre
macía de las diosas-hembras. La creación em pieza con la magia de Dios,
la misma magia de la creación mediante la palabra. Se repite el tema déla
creación masculina: al revés de lo que ocurre en la realidad, el hombre no
nace de la mujer sino que ésta se hace con el cuerpo de aquél.6 El mito
bíblico es casi un canto de victoria sobre la mujer derrotada; niega que las
mujeres den nacimiento a los hombres e invierte las relaciones naturales.
Cuando Dios castiga a Adán y Eva, reafirma la suprem acía de los hombres.
Reconoce la función procreadora de las mujeres, pero condicionándola al
dolor. El hombre es condenado a trabajar, es decir, a producir; con ello re
emplaza la productividad original de la mujer, aunque sea a costa de penas
y sudores.7
Nos hemos extendido un poco sobre el fenómeno de las reminiscen
cias matriarcales en la historia de la religión para ilustrar un punto muy
importante para nuestro tema: el hecho de que la m ujer goza de una capa
cidad natural de producción y de que el hombre carece de ella; el hecho de
Theodor W. Adorno
Q
u ie n h a b l a d e c u l t u r a
* Tom ado de Th. W. A d orn o, Sociológica, M adrid, Taurus, 1979, pp. 53-74.
1 U es la inicial de Unterhaltung: entretenim iento, pasatiem p o, diversión.
cultura no pueda eludirse pese a sus resonancias de autojustificación, indi
ca cómo la mil veces justamente criticada categoría del mundo tal como es,
del mundo administrado, es conveniente y conjurada; no obstante lo cual,
nadie que tenga algo de sensibilidad se encontrará libre del malestar por la
cultura como algo administrado. Cuanto más se hace por la cultura, tarito
peor para ella, según lo formuló Eduard Steuerm ann; paradoja que habría
de desarrollarse así: se la perjudica si se la planea y adm inistra; pero si se la
abandona a sí m isma, no sólo queda am enazado todo lo cultural con
la pérdida de la posibilidad de ejercer un efecto, sino con la pérdida de la
existencia. Ni hemos de aceptar sin crítica el concepto ingenuo de cultura,
hace ya mucho cruzado por ideas propias de negociaciones, ni —denegado
conservadoramente— hemos de quedarnos con lo que le ocurra en la épo
ca de su organización integral.
La aversión frente a esta palabra — por lo dem ás, no libre de cierta
barbarie, del impulso a amartillar el revólver— 2 no debe engañamos sobre
la verdad que le es propia. Ésta permite m anejar la cultura como una uni
dad, según suelen hacer los negociados de cultura de las ciudades, que
reúnen en las manos de un jefe de sección una serie de objetos que, por lo
pronto, tienen de hecho algo común a todos ellos. Y esto que le es comunes
la oposición a cuanto sirve para la reproducción de la vida material, para
que, en suma, los hombres se conserven a sí mismos — en sentido literal—,
conserven un mero existir. Todo el mundo sabe que las fronteras se corren:
desde siempre se ha venido discutiendo si, por ejem plo, la esfera del dere
cho y la de la política han de contarse incluidas en la cultura; de todos
modos, no aparecen en los departamentos de cultura de las administracio
nes públicas. Y sería muy arduo controvertir que, merced a la tendencia
general de nuestros días, muchos de los sectores asignados tradicionalmente
a la cultura se aproximan a la producción m aterial: las ciencias de la natu
raleza — hasta incluso sus disciplinas de carácter teórico más elevado, las
que el uso antiguo llamaba "filosóficas" y que en modo alguno cabía sacar
y separar de la idea de cultura— condicionan en m edida constantemente
creciente el destino real de los hombres, y el progreso de tales ciencias de
pende inmediatamente, a su vez, de los poderes de la vida material, de la
economía. Pero lo que hoy tenemos ante los ojos, y nos intranquiliza, se
m alogrará si, lim itándose a los pretendidos fenóm enos de transición,
se discute saliéndose del mundo. Hay que resistir la inclinación actual a
desmentir las dolorosas contradicciones de los hechos mediante distincio
nes y manipulaciones conceptuales, mediante una especie de teoría del co
2 El autor alu.de a la frase de un alto funcionario cultural nazi que decía: "Cuando oigo la
palabra cultura, am artillo el revólv er", frase que cita en Prismen (v ersión castellan a, Prismas, Barcelo
na, A riel, 1962, p. 19). [N. del T.I
nocimiento vulgarizada. Se debe asentar, ante todo, algo muy simple: que
lo específicamente cultural es precisamente lo sustraído a lo nudamente
necesario para la vida.
Esto no nos dispensa de reflexionar sobre lo que se quiere decir con
administración: que no es ya la mera institución estatal o comunal como
algo netamente separado del libre juego de las fuerzas sociales. En el capí
tulo sobre la burocracia de Economía y sociedad, de Max Weber,3 se caracteri
za —como inmanente, de acuerdo con el método formal definitorio de sus
obras tardías— la tendencia de tal institución a expandirse cuantitativa
y cualitativamente: las burocracias, por sí mismas y siguiendo su propia
ley, habrían de extenderse; y la historia de las ss proporciona a esta crisis el
ejemplo más terrible del pasado reciente. Weber la fundamenta esencial
mente en la superioridad técnica del tipo de organización administrativo
sobre el tradicional:
Sin embargo, justam ente en el caso de las ss se hace visible hasta qué
punto el concepto formal de racionalidad supuesto por Weber, que se Umi
ta a la relación entre medio y fin, impide el juicio sobre la racionalidad del
fin mismo; y en la propia teoría weberiana de la racionalidad cabe recelar
el precipitado del pensam iento administrativo. Habría que determinar el
mecanismo de independización de las organizaciones más específicamente
de lo que lo hacen Weber e incluso la sociología formal de Simmel, qué
contrapone sim plem ente, com o datos m etafísicos, los fenóm enos de
petrificación y la vida. Las organizaciones finalísticas en la sociedad anta
gonista tienen que perseguir, necesariamente, fines particulares, y ello a
costa de los intereses de otros grupos: de aquí que necesiten endurecerse
' 3 M ax W eber, G rund riss der Sozialókonomik, T ub inga, 1 947, se cc ió n III, "W irstch a ft und
Gesellschaft", 3a. p a rte , cap. VI, pp. 610 y ss. [versión castellan a, Economía y sociedad, M éxico, fce ,
1944, t. IV, pp. 88 y ss.].
4 Op. cit., pp. 610 y s. (versión castellana citada, p. 103).
y objetivarse; y si se mantuvieran enteramente abiertos por abajo —es de
cir, frente a sus miembros y las pretensiones inm ediatas de éstos— per
derían la capacidad para actuar. Cuanto más firmem ente se han trabado,
mayores son las perspectivas de imponerse frente a otros. Lo que hoy se
manifiesta a escala internacional en la ventaja de la política de poderío de
los estados totalitarios, "m onolíticos", sobre los de tipo liberal, rige tam
bién en pequeño respecto a la estructura de las organizaciones: su eficada
hacia el exterior es función de su clausura hacia el interior, que depende de
que el llamado todo consiga la primacía sobre los intereses singulares, de que
la organización qua organización reemplace a éstos. Para conservarse, la
organización se ve forzada a independizarse, m ientras que, simultánea
mente y gracias a dicha independización, se distancia de sus fines y délas
personas que la componen; por último, para poder perseguir adecuada
mente su finalidad, entra necesariamente en contradicción con ésta.
La tendencia a la expansión e independización de la administración
— como meras formas de dominación— difícilm ente explica, sola, el paso
de los dispositivos administrativos en el antiguo sentido de la palabra a los
del mundo administrado, ni su intromisión en cam pos no administrados
antes. La responsabilidad debe recaer en la expansión de las relaciones de
cambio sobre el conjunto de la vida en un aumento de la monopolización:
el pensar en equivalentes produce por sí mismo algo tan fundamentalmen
te emparentado con la racionalidad adm inistrativa com o la conmensu
rabilidad de todos los objetos, que da lugar a poderlos subsumir bajo re
glas abstractas. Las diferencias cualitativas entre dom inios distintos tanto
como dentro de cada dominio singular quedan discriminadas, con lo que
disminuye también su resistencia frente a la administración. Al mismo tiem
po, la concentración creciente origina unidades de una amplitud tal que no
pueden ya salir adelante con los métodos tradicionales, algo "irracionales".
Desde el punto de vista económico, con el tamaño de la unidad crece tam
bién el del riesgo, y obliga a un planeamiento como el que, en todo caso,
precisa hasta ahora el tipo de dominación que M ax Weber define como
"m onocrática". El tamaño desmesurado incluso de ciertas instituciones que
no buscan el lucro — como entidades educativas o la radiodifusión— re
quiere ya por sí solo, al exigir un escalonamiento organizativo, prácticas
administrativas, las cuales se refuerzan merced al desarrollo tecnológico;
así en la radio, lo que se ha de comunicar se concentra lo más posible y se
disemina lo más lejos posible. Con todo, Max Weber podía limitarse esen
cialmente a las administraciones en sentido estricto, las jerarquías de fun
cion arios; asim ism o había ad vertid o — en co n co rd an cia con Robert
Michels tendencias análogas en los partidos, como también, sin duda, en
el sector de la educación y de la enseñanza. Pero m ientras tanto dicha ten
dencia ha dejado atrás todo esto y se ha desarrollado de un modo total, si
bien en modo alguno solamente en los monopolios económicos; y el incre
mento de la cantidad de los aparatos administrativos ha creado una cali
dad nueva: ya no se cubre una empresa concebida según el modelo liberal
con una administración, ni se hace que ésta la recorra desde el principio,
sino que las adm inistraciones han tomado tal preponderancia sobre los
dominios de la libertad, que éstos llegan a aparecer únicamente como m o
derados, como anticipó ya Karl Mannheim en la era del prefascismo.
La cultura tampoco constituye un tabú para esta tendencia. En el sec
tor económico, Weber examina si las atribuciones de los administradores
están en consonancia con su comprensión de los problemas objetivos que
han de solucionar.
Tras todos los debates del presente en torno a los fundamentos de la esencia
de la formación se halla, en algún punto decisivo, la lucha del tipo d el' espe
Herbert Marcuse
T
omo
* Tom ado de H. M arcu se, Ética de la revolución, M adrid, Taurus, 1969, pp. 157-180.
occidental declara y de su pretensión de llevarlas a la realidad definiría
mos la cultura como un proceso de humanización caracterizado por el es
fuerzo colectivo para conservar la vida hum ana, para apaciguar la lucha
por la existencia o mantenerla dentro de lím ites controlables, para consoli
dar una organización productiva de la sociedad, desarrollar las capacida
des espirituales de los hombres y disminuir y sublim ar la agresión, la vio
lencia y la miseria.
Hay que empezar por señalar dos limitaciones:
1. La validez de la cultura estuvo siempre lim itada a un universo espe
cífico, es decir, establecido por una entidad étnica, nacional, religiosa, etc.
(En caso contrario, no pasa de ser ideológica.) Siem pre ha habido un uni
verso "foráneo" para el cual los fines culturales no tenían validez: el ene
migo, el otro, el forastero, el proscrito, conceptos estos que no se refieren
primariamente a individuos, sino a grupos, a religiones, "modos de vida"
sistemas sociales. Frente al enemigo (que tam bién puede surgir dentro
del universo propio) la cultura queda en suspenso, o incluso es prohibida
— con lo cual se allana y facilita el camino a la inhumanidad.
2. Sólo la exclusión de toda crueldad, fanatismo y violencia no subli
mada permite una definición de la cultura como proceso de humanización.
Pero estas fuerzas (y sus instituciones) pueden perfectamente ser partes
integrantes de la cultura, de suerte que sólo m ediando el ejercicio de vio
lencias y crueldades es posible alcanzar sus fines y m etas culturales, o
aproximarse a ellos. Esto podría explicar la paradoja de que la "cultura
superior" de Occidente haya sido, en tan gran m edida, protesta contra la
cultura, negación y acusación de la misma — no sólo por lo que se refiere a
su miserable transposición a la realidad, sino también en lo que respecta
a sus principios internos y a su contenido.
Desde estos supuestos, la revisión de una cultura dada implica la pre
gunta acerca de la relación de valores a hechos no como un problema lógi
co o de la teoría del conocimiento, sino como un problem a de estructura
social. ¿Cómo están relacionados los medios de la sociedad con los fines
que ella misma proclama? Esos fines son, presum iblem ente, los estableci
dos por la "cultura superior", socialmente sancionada; son, pues, valores
que han de ser encarnados, más o menos adecuadam ente, en ¡as institurio-
nes y relaciones sociales. Esto permite form ular la pregunta de manera más
concreta: ¿Cómo están relacionadas ¡a literatura, el arte, la filosofía y la religión
de una sociedad con la praxis social? Dada la amplitud del problema habré
mos de limitar la discusión a algunas hipótesis que se apoyan en tenden
cias actuales.
En la discusión tradicional se está generalmente de acuerdo en que la
relación entre fines culturales y medios efectivos no es (ni puede ser quizá)
una relación de coincidencia y que rara vez — si es que alguna vez lo es—
es una relación de armonía. Esta opinión se ha manifestado en la diferen
ciación entre cultura y civilización, según la cual "cultura" se refiere a una
dimensión superior de autonomía y plenitud humana, mientras "civiliza
ción" designa el Reino de la Necesidad, del trabajo y de la actuación social
mente necesarios, dentro del cual el hombre no es realmente él mismo y no
está en su propio elemento, sino que está sometido a la heteronomía, a
condiciones y necesidades exteriores. El Reino de la Necesidad puede lim i
tarse (cosa que se ha hecho frecuentemente). Y efectivamente, el concepto
de progreso sólo es aplicable en este ámbito (del progreso técnico) en el
avanzar de la civilización; pero ese avanzar no ha eliminado la tensión entre
cultura y civilización. Puede incluso que haya agudizado la dicotomía, al
contraponer las enormes posibilidades abiertas por el progreso técnico a
su desfigurada y limitada realización. Al mismo tiempo, sin embargo, esta
misma tensión está crecientemente reprimida por el hecho de incorporarse
sistemática y organizadamente la cultura a la vida diaria y al trabajo y, por
cierto, con tanta efectividad que cabe preguntarse si, ante las tendencias
reinantes en la sociedad industrial avanzada, se puede mantener la dife
renciación entre cultura y civilización. Más exactamente: ¿No ha quedado
resuelta la tensión entre medios y fines, entre valores culturales y hechos
sociales, con la absorción de los fines por parte de los medios? ¿No ha teni
do lugar una nivelación "prem atura", represiva, incluso violenta, de cultu
ra y civilización, que ha debilitado las fuerzas que frenaban efectivamente
las tendencias destructivas? Con esta integración de la cultura en la socie
dad tiende ésta a convertirse en totalitaria incluso allí donde conservaba
formas e instituciones democráticas.
He aquí algunas implicaciones de la diferenciación entre cultura y ci
vilización:
C iv il iz a c ió n C ultura
’ H e discu tid o esta cuestión en mi One dimensional man, B oston, 1964, caps. 6 y 7.
realidades dadas. Y en la medida en que la ciencia se ha convertido en ele
mento integrante o incluso en fuerza impulsora de la realidad dada, la lite
ratura es también la negación de la ciencia. En la literatura auténtica de
Occidente no hay nada que pueda compararse al realismo (científico), ni
siquiera en las obras de Zola: su sociedad del Second Empire es la negación
de aquella sociedad en su realidad.
El abismo entre la cultura científica y la no científica puede ser hoy
una prometedora circunstancia. La neutralidad de la ciencia pura la ha con
vertido en impura, incapaz o poco dispuesta a negar su colaboración con
los teorizadores y practicantes de la destrucción y explotación legalizadas.
El aislamiento de la cultura no científica puede proteger el refugio, tan ur
gentemente necesario, en el que están invernando verdades e imágenes
olvidadas o reprimidas. Si la sociedad (sirviéndose de medios científicos)
toma el rumbo de la igualación y administración total, la alienación de la
cultura no científica se convierte en la condición previa de la oposición
y negación. Que un poeta, un escritor o un filólogo clásico conozca el se
gundo principio de la termodinámica o la ley de la refracción de la luz es
asunto suyo, desde luego no le hará daño (como tampoco tratándose de
conocimientos que form en parte de una cultura general). También puede
ser absolutamente irrelevante para lo que él tenga que decir. Pues la "natu
raleza", tal como está determ inada y dominada por las ciencias cuanti-
ficadoras, no es la naturaleza, y la "arm azón científica del mundo físico",
no es "en su profundidad, complejidad y articulación espiritual la obra co
lectiva más hermosa y maravillosa del espíritu hum ano".2 A m í me parece
que el campo de la literatura, del arte, de la música es infinitam ente más
hermoso, profundo, maravilloso, complejo y articulado, y creo que esto no
es simplemente un asunto de gusto. El mundo de la cultura no científica es
un mundo m ultidim ensional, en el cual las "cualidades secundarias" son
irreducibles y en el que toda objetividad está referida cualitativamente al
sujeto humano. La modestia científica oculta muchas veces un absolutismo
inquietante, un despreocupado desplazar los modos de pensar no científi
cos, pero racionales, en el ámbito de la poesía, de la fuerza imaginativa.
Me he referido a The two cultures porque el tenor del libro no me pare
ce sino una exhortación más a la conformidad, bajo el ropaje de la raciona
lidad científica. La unión o la reunificación de las culturas científica y no
científica podría ser una condición previa al progreso, más allá de la socie
dad de m ovilización total y defensa permanente o una intimidación, pero
tal progreso no se puede lograr en el marco de una cultura de defensa e
intimidación establecidas, tal como es apoyada tan efectivamente por la
1 C. P. Snow, The two cultures: A n d a second look, The N ew A m erican Library, 1964, p- 20.
ciencia. Para realizar este progreso, la ciencia tiene que liberarse de la fatal
dialéctica de dueños y siervos que convierte la subyugación de la naturale
za en la herramienta de la explotación y en la técnica de su perpetuación en
formas "superiores". Ante esta liberación de la ciencia, la cultura no cientí
fica mantiene la idea de los fines que la ciencia por sí misma no puede
definir, y de hecho no define, a saber: las de la hum anidad. Es notorio que
la nueva orientación de la ciencia incluye alteraciones sociales y políticas,
o sea la puesta en funcionamiento de una sociedad esencialmente diferen
te, cuya existencia perdurable pueda renunciar a las instituciones de de
fensa e intimidación agresivas. Dentro de las instituciones establecidas, la
preparación de tal eventualidad sólo puede ser negativa, es decir, la reduc
ción de las presiones arrolladoras que coaccionan los modos de pensamiento
no conform ista y crítico-trascendental, para poder obrar en contra del
oligopolio del seudoempirismo-behaviorista.
Si la frase de Kant de que no se debería educar para la sociedad actual
sino para otra mejor conserva todavía algún sentido, entonces la educación
también (quizás antes que nada) tiene que alterar totalmente el lugar déla
ciencia en las universidades y en el ámbito de "la investigación y el desa
rrollo". El generoso y abundante apoyo financiero de que disfrutan hoy
día las ciencias de la naturaleza no es sólo apoyo para la investigación y el
desarrollo en interés de la humanidad, sino también en interés opuesto.
Como esta fusión de opuestos no puede ser resuelta en el marco del siste
ma de sociedades existente, quizá se pueda lograr un progreso mínimo
mediante una política de discriminación respecto a rangos preferentes y a
apoyos.
Pero tal política supondría, en todo caso, la existencia de gobiernos,
fundaciones y corporaciones dispuestos y suficientem ente poderosos para
limitar rigurosamente el sector militar, una suposición muy poco realista.
Se podría tomar en consideración el establecimiento de una "reserva" aca
démica en la cual la investigación científica fuese ejercida libremente de
cualesquiera relaciones militares y en la cual la organización, la marcha
y la publicación de la investigación sea dejada com pletam ente en manos
de un grupo independiente de científicos que tomen en serio la idea de la
humanidad.Ya hoy día existen muchas universidades y colléges que rehúsan
colaborar en una investigación "dirigida", que incluya proyectos militares:
todavía cabría abogar por una institución que no sólo opusiera tal reserva,
sino que apoyase activamente la publicación de docum entos relativos ala
mala utilización del conocimiento científico, para fines inhumanos.
Hoy día hasta estos pensamientos tan m odestos como racionales son
menospreciados y considerados románticos e ingenuos, y son por ello ri
diculizados. El hecho de que sean condenados ante el omnipotente aparato
técnico y político de nuestra sociedad no tiene por qué destruir necesaria
mente el valor que tal vez tengan. A causa de la actual e inextricable unifi
cación de la racionalidad política y técnica, aparecen hoy pensamientos que
no se doblegan ante esa unificación de manera irracional y perjudicial para
el progreso: de manera reaccionaria. Se oye por ejemplo que la protesta
contra los programas espaciales, siempre crecientes, se compara con la opo
sición del aristotelismo medieval contra Copérnico y Galileo. Sin embargo,
no es regresivo insistir en que toda la energía y el dinero que se gasta en la
investigación espacial significan un despilfarro en la medida en que se sus
traen a una hum anización más efectiva de la tierra. Los descubrimientos
y mejoras de tipo técnico, imposibles de negar, resultantes de la conquista
del espacio, han de ser estimados con arreglo a unos rangos preferentes: la
posibilidad de estar y de permanecer en el espacio (y quizá la de vivir en
él) debería ser menos urgente que la de suprimir condiciones de vida hu
mana insoportables en ia tierra. La idea de que ambos proyectos puedan
ser seguidos de manera efectiva y simultáneamente, por la misma socie
dad, es pura ideología.
La conquista del espacio puede que acelere y dé mayor amplitud a la
comunicación e información, pero es conveniente preguntarse si estos m e
dios no son ya lo suficientem ente rápidos y amplios, quizá incluso dema
siado rápidos y amplios para mucho de lo que se hace y se comunica. El
concepto antiguo de hybris tiene un sentido certero, no metafísico, aplicado
a aquella destrucción que no está originada y puesta en marcha en y por
los dioses, sino por hombres. La racionalidad de la competencia (o más
bien del conflicto) global en los terrenos militar y político, no es necesaria
mente sinónima del progreso humano. Si éste está unido a aquélla, la pro
testa contra esta unión parecerá una regresión irracional, pero esta inver
sión es obra precisamente de la política. Evidentemente el concepto de una
educación en la sociedad existente, para otra sociedad mejor, futura, es
una contradicción; una contradicción que ha de resolverse si se quiere que
se dé efectivamente un progreso.
T er cer a P arte
Rafael Farfan H.
N o d e p lo rar, no reír, n o detestar,
sí no c o m p r e n d e r .
S p in o z a
E
n la e n t r e v is t a
J Véase por ejem plo su ensayo político, "L a crisis del Estado de bienestar y el agotam iento de
las energías utóp icas” , 1984-
Crítica significa la transformación de ésta en una filosofía política que ya
está muy alejada del proyecto que un día planteó Horkheimer, Pero, por otro
lado, no deja de continuar una tradición que sigue siendo netamente alema
na: la tradición de la filosofía que, desde que nació, se alimenta del pensa
miento del movimiento político del mundo aunque deje intacto ese mundo.
Aquí es donde cabe fundamentar la primer tesis que antes avance.
Es cierto que Habermas se distancia de la tradición de los viejos miem
bros de la Teoría Crítica, reconociendo en ella sus lím ites e insuficiencias.
Pero no se distancia de una tradición nacional que lo obliga a seguir pen
sando en los extremos de dos filosofías: Kant o Hegel, es decir, entre los
extremos del historicism o y del formalismo. Así, no puede distanciarse
suficientemente de una parte que ha formado el carácter intelectual ale
mán y especialmente del sentido de un concepto que parece ser creación
exclusiva suya: el de crítica social. En esta medida, Haberm as se mantiene
ligado a la continuidad de una tradición que hace de su filosofía social
y política una expresión parroquial de un sentim iento nacional elevado a
la condición de universal. El fin de la tradición de la Teoría Crítica al que
' así parece que asistimos es el resultado de lo que fue su impulso original: la
filosofía. Específicam ente un tipo de filosofía que se parroquializa en
la medida en que no es consciente de la particularidad de su contexto his
tórico de formación y, sobre todo, de su utilización político-social.
Una nueva generación de pensadores críticos alem anes está luchando
por abrir las tradiciones en medio de las que ha crecido la crítica de la socie
dad. Sus miras se dirigen a otras tradiciones culturales y filosóficas y, con
ello, a una relativización de esa propensión a lo universal que distingues
la filosofía alemana. Esta propensión es correlativa a un eurocentrismo que
se difunde com o "v isió n h istó rica" del m undo, cuando es sólo una
autocomprensión limitada de la historia de la civilización occidental. Esta
generación está buscando más allá de las fronteras alemanas, incursionando
en otras tradiciones filosóficas, como la francesa o la estadounidense (como
es el caso de la original lectura que ha hecho Hans Joas del pragmatismo
y su relación con la sociología [Joas, 1999]), y al hacerlo ha sometido a una
severa crítica las propias tradiciones filosóficas nacionales, que son ya pro
ductos de exportación a otros países (como M éxico), igual que la cerveza o
los autos. En estos casos, como lo hacen Honneth y Joas, han empezado
por criticar la tradición (de ayer y hoy) de la Teoría Crítica alemana, al con
trastarla con otras filosofías y/o teorías sociales en las que también aparece
la crítica social, pero de un modo propio. En, el horizonte teórico aparecen
otros nom bres y figuras con quienes dialogar y discutir, como Pierre
Bourdieu, Michel Foucault, Norbert Elias, Anthony Giddens, Alian Touraine
y Cornelius Castoriadis. El proyecto de una crítica de la sociedad aparece,
desde ahí, reformulado a partir de su pluralidad semántica y diversidad
conceptual. Entonces aparece todo un trabajo por hacer.
BIBLIOGRAFÍA
Rafael Farfán H.
D
e una
* Tomado de Radical Philosophy, 89, m ayo-junio de 1998. Traducido por Laura Quhau Giróla.
1 Henrich Dieter, M erkur, vol. 49, 1995, pp. 1055-1063.
na fascinante de 1961 sobre Der deutsche Idealismits der jüdischen Phiíosophen"
(El idealismo alemán de los filósofos judíos), ésta revela la ambición filosó
fica de posguerra de reconciliar a los judíos y los alem anes.2 Pero Henrich
pone la cuestión en los siguientes términos:
2 Haberm as, Philosophisch-poliliscUe Profile, Frankfurt am M ain .S uhrkam p Verlag, 1981, pp- 39-64-
•* H enrich, p. 1060.
-1 M ichael Theunissen, The other, trad. C. M acann, C am b rid ge, The mit Press, 1984.
judía y la situación alemana después de la Segunda Guerra Mundial. Esto
es algo totalmente excluido del panorama que presentó Henrich.
La otra cosa que él subestima es, digámoslo, la dimensión moral del
periodo temprano de la filosofía alemana después de la Segunda Guerra
Mundial, después del desastre o la catástrofe. Esto está mejor descrito por
Karl-Otto Apel en un artículo famoso que recomiendo ampliamente.5 Allí
Apel describe su propia empresa — a saber, la búsqueda de un fundamento
universal para los principios morales de respeto y autonomía— como res
puesta a la dimensión moral del desastre y como una clarificación de ella.
Así que estaba también la dimensión moral en todo ese periodo de posgue
rra, lo cual tampoco es indicado claramente por Henrich. Esto está estre
chamente conectado con la gente de Bonn. Quiero decir, si uno toma las
tres universidades mencionadas por Henrich, entonces debe ser cuidadoso
en diferenciar entre esos lugares. Por ejemplo, es interesante que en Münster
desde muy temprano — pienso que desde mediados de los cincuenta— hubo
varias personas tratando de ponerse en contacto con Cari Schmitt. Es difí
cil explicar por qué de pronto, en un grupo de personas más jóvenes, había
este interés por el trabajo de Schmitt cuando estaban todos enterados de
que él había estado profundamente involucrado en la administración ju rí
dica fascista. Estas personas ya no estaban conectadas con el mundo fascis
ta; estaban tratando de ser liberales, liberales democráticos. Creo que pue
de explicarse este interés por Schmitt porque él fue el único que participó
en el fascismo y nunca se arrepintió públicamente de haberlo hecho. Es
to hizo a Schmitt bastante singular porque todos los otros — Gehlen e in
cluso Heidegger— fueron ya sea silenciados por su involucramiento, o muy
rápidamente se convirtieron a] nuevo régimen. Así que, para complicar el
panorama de Henrich, este interés por Schmitt en Münster, que provino
del círculo de Joachim Ritter, llevó a una relación fructífera, aunque no poco
problemática, con el pasado de preguerra. Todo lo que quiero decir es que
el panorama de Henrich no es lo suficientemente diferenciado. Creo que es
más bien simplista decir que la ambición principal de la filosofía alemana
de posguerra era recuperar credibilidad; había tantos otros motivos, m oti
vos morales. Estaba también el motivo de encontrar el lugar de uno en una
cultura crecientemente influenciada por los Estados Unidos. Uno no debe
olvidar la continuación de la tradición heideggeriana hasta un grado in
creíble en el periodo de posguerra. En Bonn, donde Habermas y Apel eran
estudiantes, la influencia de Heidegger era notable. Habermas y Apel co
menzaron como lo que podemos llamar heideggerianos de izquierda. Si
5 Véase K arl-O tto A pel, "Z u ru eck zur N orm alitaet? O der Koennten wir aus der nationalen
Katastrophe etw as B esonderes gelern t hab en", en D iskurs und Ver<mtworhmg, Frankfurt am Main,
Snhrkamp Verlag, 1 9 88, pp. 370-474.
uno añade estos elementos adicionales al panoram a de Henrich, entonces
pienso que será básicamente correcto.
se: Okey. Pero, ¿qué hay sobre el deseo de síntesis del que habla
Henrich? ¿Define éste el periodo de posguerra de la filosofía alemana?
a h : Sí, pienso que lo que seguía siendo muy im portante, y casi visto
L a g e n e r a c ió n a c t u a l
4 Andreas W ildt, Autonomie uná Anerkennung: Hegel$ Moralitaetskrilík un Lichle seiner Fichle-
'* Critique of cynical reason, trad. M. Eldred, M inneapolis, M innesota U niversity Press, 1987. El
ensayo temprano de Sloterdijk sobre Foucault es "M ichel Foucaulls strukturale Theorie der Geschich-
Usted ha respondido a esta pregunta en términos del problema de la liber
tad, del cuestionamiento de los órdenes establecidos y, tal vez tangencial
mente, de todo el tema del poder. Presionemos un poco más a la lógica de
la posición de Henrich. Lo que Henrich parece preparado a admitir —que
es un pensamiento extremadamente interesante y no inglés— es que tiene
que haber algún tipo de motivación casi traumática del filosofar; que la
filosofía viene de una situación traumática y que al mismo tiempo trata de
aliviarla. Si uno estuviera buscando un suceso histórico reciente en Alema
nia que pudiera proveer tal motivación del filosofar, entonces uno pensaría
obviamente en el 89: el Wende. Ahora tal vez es dem asiado pronto para
decir qué es lo que pasará, si pasa algo, y si los cam bios en Alemania ten
drán consecuencias intelectuales. Por supuesto, un diagnóstico persuasivo
de lo que ha pasado en la profesión filosófica después del 89 es una absor
ción filosófica completa del Este por el Oeste, que tiene obviamente que
ver con el carácter peculiar de la filosofía en la superestructura ideológica
de la antigua RDA — esto es, su orientación fuertem ente marxista-leninis-
ta— . ¿Usted cree que lo que tuvo lugar fue sim plem ente una absorción?
¿Cree que saldrá algo de la reunificación de Alemania como suceso históri
co en términos de una posible m otivación para la filosofía?
a h : Sí, sin dudarlo. Yo incluso utilizaría la palabra colonización para
describir lo que tuvo lugar en la antigua RDA. Yo creo que fue una absor
ción. Tiene que ver con el hecho de que hay un establishment filosófico en el
Oeste que no fue lo suficientemente sensible en el periodo de la reunificación
hacia las potencialidades creativas en la RDA. Quiero decir que hubo per
sonas que eran intelectuales, creativas, bastante originales, pero no estable
cidas. Fueron forzadas a escribir en otro tipo de lenguaje, no en el del
profesionalismo del Oeste. Yo pienso que hubiera sido m ejor no introducir
simplemente nuestros estándares profesionales en esa nueva situación, sino
abrir los estándares a otras formas de talento y otras potencialidades; o al
menos tratar de integrar a esas personas a la nueva universidad y sistema
económico. Pero eso nunca se intentó realmente. En ese sentido fue un pro
ceso de colonización en los niveles tanto adm inistrativo como intelectual.
La filosofía en la RDA fue simplemente asimilada. No puedo realmente
decir si la experiencia del 89 es un tipo de fuerza m otivacional que podría
dar lugar a un nuevo tipo de originalidad filosófica. En el tiempo presente
no veo que nada como eso esté pasando. Tal vez hay algunas nuevas discu
siones, otra vez, sobre cómo respetar al otro, si uno entiende a la antigua
RDA como el otro de nuestra propia sociedad. Y hay algunos debates bas
tante interesantes que tratan de aplicar la controversia multiculturalista
exactamente a esa situación. Pero yo no veo que eso sea realmente un tipo
de nuevo horizonte que se haya abierto por esa experiencia. Esto tiene que
ver con el hecho de que nadie experimentó la reunificación como un tipo
de traumatización. No fue una experiencia traumática. Tal vez se convierta
en una experiencia traumática para aquellos del Este que no tuvieron opor
tunidad de sobrevivir como filósofos o como intelectuales después de la
reunificación.
Y déjeme decir algo más sobre toda esta idea de la Motivationsgeschichte:
yo creo que es m uy interesante usar ese tipo de concepto. Pienso que es
bastante diferente al autoentendimiento de la filosofía en el mundo analíti
co y va en contra de todas las formas de profesionalismo. Henrich parece
estar convencido de que debe haber motivación extra detrás de la filosofía
seria. Yo creo que eso es cierto. Al menos es cierto para la tradición alem a
na, en la que las experiencias traumáticas, o digamos solamente profun
das, proveen la m otivación para la síntesis creativa de la que él habla. El
caso más claro son el idealism o y el romanticismo alemanes. Es claro que la
experiencia de la Revolución Francesa en Alemania fue el tipo de experien
cia que Henrich tenía en mente. Y lo mismo es cierto para la Primera Gue
rra Mundial, que fue una experiencia traumática para filósofos como
Heidegger. Así que otra vez la pregunta es si el hecho de que no hubiera
algo como una experiencia negativa profunda en los antecedentes y la edu
cación de mi propia generación lleva a un tipo de vacío filosófico. Aunque,
como ya he dicho, pienso que mi generación tuvo sus propias m otivacio
nes de fondo que no deben desatenderse.
se: Por su p u esto , lo curioso sobre el traum a es que la neurosis
traumática muchas veces tiene un efecto retrasado, siempre es nachtraglich.
Si uno mira los últim os cincuenta años de la historia alemana estuvo el
trauma de la generación de posguerra, la generación nacida antes de la
guerra, que estudió en los años de posguerra y después, en las palabras
de Henrich, trató de restablecer la credibilidad de la filosofía alemana. Pero
lo que es interesante de la historia alemana de posguerra es que tuvo que
pasar una generación para que el trauma empezara a ser trabajado, de tal
modo que es la generación del 68 la que en algún sentido siente el trauma
y es visitada por el sino de los padres, donde el Holocausto sólo se vuelve
una cuestión nacional significativa desde los sesenta y una cuestión domi
nante en los setenta. A sí que, en cierta forma, sigue siendo una pregunta
abierta si el Wende se volverá traumático para la siguiente generación. Pero
pasemos a nuestro segundo tópico.
Examen critico de la Teoría Crítica
L a f ilo s o f ía a le m a n a , l a h e g e m o n ía a n g l o a m e r i c a n a
Y EL (M AL)EN TEN D ID O FR A N CO -A LEM Á N
10 H enrich, p. 1059.
n Véase la caracterización de H ab erm as casi autoparód ica de H eidegger y el p o sm od em ism o
como parte de una crítica de la hipótesis de la m odernización reflexiva en Beck y G iddens en su
coherencia de 1997, "Jenseits des N ation alstaats? Berm ekungen zu Folgeproblem der wirtschaflichen
Globalisierung" (m an u scrito inédito).
mana era en muchos lugares, con pocas excepciones — Frankfurt es una,
Heidelberg y Berlín son otras— , com pletam ente dom inada por la tradición
filológica. Mi propia experiencia, cuando empecé a estudiar filosofía en
Bonn, era que éste era un tipo de filosofía extrem adam ente aburrido: miles
de líneas interpretando a Kant otra vez, o a Hegel, o tal vez a Aristóteles, o
a toda la gran tradición en una especie de repetición sin fin. Éste es un
estilo de filosofía que está todavía bastante presente y a veces no es visto
realmente de afuera porque es tan aburrido. Hablando de los hechos, estoy
seguro de que tenemos más literatura sobre Hegel que ninguna otra cultu
ra filosófica en el mundo. Pero nuestra literatura sobre Hegel es, yo diría,
simplemente más aburrida que la producida en los Estados Unidos hoy.
Tenemos una fuerte tradición de pericia y excelencia filológica, un estilo
que encuentra su más alta expresión en Gadamer, porque él es brillante
cuando produce argumentos ñlosóficos reinterpretando textos clásicos. Pero
normalmente lo que tiene lugar es un tipo de exégesis filológica que no
conduce, yo diría, a ningún resultado sistem ático significativo.
Así que ése es el fondo que uno debe tomar en cuenta para entender
por qué muchos de los miembros de mi propia generación, y especialmen
te parte de la generación más joven, se sienten muy atraídos por el estilo de
argumentación anglosajón. Al menos produce un tipo de atmósfera filosó
fica en la que los argumentos cuentan, en la que uno tiene que produdr
argumentos, y en la que uno puede tener discusiones fructíferas sobre adon
de conducen los argumentos. En una cultura filológica no hay en absoluto
debates como ésos.
se: Así que usted está diciendo que la filosofía analítica en un contexto
alemán ha tenido un efecto emancipatorio.
a h : Sí, exactamente. Nos ha em ancipado de m aestros extremadamen
te aburridos, y todavía nos emancipa de ellos. Aún si usted considera nues
tro propio departamento en Frankfurt, verá cuán fructífero es aprender un
poco de la tradición anglosajona para deshacerse de esa gente aburrida
que está repitiendo un enunciado después de otro sin llegar a nada. La
consecuencia de esto, y yo creo que usted está en lo correcto, es una subes
timación todavía creciente de la tradición francesa, que yo no reduciría
(como lo hace Henrich) a un tipo de jugueteo, o reducción de la filosofía a
la literatura. Ésta es simplemente una descripción injusta de lo que ha pa
sado en la filosofía francesa en los últimos cincuenta años. Es una subesti
m ación de la tradición fenomenológica que aún es extremadamente viva,
poderosa y fructífera en Francia. Pienso que es cierto que este tipo de filo
sofía francesa se está perdiendo hoy en Alemania.
El hecho de que no haya habido ningún diálogo fructífero con la filo*
sofía francesa durante los pasados veinte años es más difícil de explicar. Yo
pienso que hasta cierto punto es el resultado de un periodo muy poco fruc
tífero en la filosofía alemana durante los últimos diez o quince años, en los
que Habermas hizo que el panorama de la filosofía francesa pareciera un
tipo de literatura juguetona. Esto parece haber tenido la consecuencia de
que al final nadie la tomó realmente en serio, y Henrich está simplemente
repitiendo lo que dijo Habermas. Yo sencillamente creo que Henrich ya no
se da cuenta de lo que está pasando en Francia. Así que estimo que la inter
vención de Habermas ha tenido un efecto muy dañino y ha puesto a la
relación franco-alemana bajo el encabezado "irracionalidad contra racio
nalidad". Yo pienso que éste es un dualismo infructífero. Quiere decir que
estamos ahora en una situación en la que este tipo de diálogo ha sido inte
rrumpido. Por supuesto, hay excepciones, y es interesante ver que está cre
ciendo otra vez un interés en Sartre en algunas áreas analíticas de la filoso
fía alemana — por ejemplo, en el trabajo de Peter Bieri— . Esto es, Sartre
está siendo entendido y tomado en serio como un filósofo de la subje
tividad. Respecto a Henrich, esto es interesante porque son sus discípulos
—como Manfred Frank— los que están tomando en serio a Sartre.
se: Sartre es también una excepción en Gran Bretaña, donde él es el así
llamado filósofo continental que ha sido más a menudo enseñado en los
compendios de filosofía, y cuyas preocupaciones parecen estar más cerca
nas a la filosofía analítica. Esto siempre me ha parecido una situación cu
riosa que tiene su premisa en simplemente no leer el trabajo tardío de Sartre.
Pero me gustaría retomar otra vez la cuestión de la filosofía social de
una manera ligeramente indirecta. Escuchando lo que usted ha dicho sobre
la función emancipatoria de la filosofía analítica en Alemania, pienso que
nos encontramos en una situación cultural extrañamente paradójica. Para
la generación de filósofos educada en Alemania, el hecho de que la lectura
de la filosofía analítica tuviera un efecto emancipatorio contrasta fuerte
mente con la experiencia de esa generación de filósofos británicos (como
yo) que algo torpemente se llamó a sí misma "continental" o "europea m o
derna" o como sea. En Gran Bretaña, para bien o para mal, las teorías fue
ron im portadas de Francia y Alem ania con el objeto de confrontar la
irrelevancia cultural y la neutralidad apolítica o el conservadurismo per
cibidos de la tradición analítica. Así que encontramos que en Gran Bretaña
y en Alemania son empleados recursos filosóficos precisamente opuestos
para el mismo objetivo emancipatorio, lo cual es una situación extraña. Tal
vez el pasto filosófico es siempre más verde del otro lado de la barda cultu
ral. Pero lo que me gustaría enfatizar aquí, que no es adecuadamente com
prendido en Alemania, es que el interés en la filosofía continental muchas
veces va junto — con algunas notables excepciones— a una preocupación
ampliamente izquierdista por la función social, cultural y política del filó-
sofo. Esto es apoyado por la fantasía cultural británica del intelectual con
tinental que puede dirigir su cultura, que habla de una cultura pública y que
habla a una cultura pública, que está social y políticam ente comprometido,
etc. Y esta fantasía se opone a otra, a saber, a la im agen de la filosofía ingle
sa aislada de las preocupaciones culturales y políticas, escondida en la be
lleza recluida de los colegios de Oxbridge. Debo enfatizar que todo lo que
digo en este sentido está articulado en el nivel de la fantasía cultural.
a h : Déjeme decir algo sobre la filosofía social, porque es un campo
intelectual que permite a los filósofos desem peñar el papel al que usted
acaba de referirse. Pienso que es un elem ento realm ente específico de la
tradición alemana que en gran medida tiene que ver con la influencia judía
en la tradición alemana. Yo diría que es un tipo de herencia judío-alemana
y que empieza, creo, con el idealismo alemán, especialmente con Hegel,
pero también con Fichte, si usted piensa en la forma en que algunos délos
últimos escritos se preocupan por un diagnóstico de sus tiempos. Esta tra
dición se origina en un movimiento protestante, pero luego pasa a una cul
tura judía secularizada en Marx, y desde ese m om ento ha sido parte déla
herencia filosófica en Alemania. Si usted toma a gente como GeorgSimmel
o Martin Buber, o a los sociólogos tempranos en Alem ania; si usted toma a
Benjamin y Adorno, entonces esto es algo que yo describiría en un sentido
amplio como filosofía social. Y hay aún otras influencias que van juntasen
este sentido: algunos de los escritos de Max Scheler ofrecen un diagnóstico
del tiempo en el que estamos viviendo. Así que ésta es una herencia que
fue bastante poderosa y que hasta cierto punto pudo sobrevivir, y es toda
vía un elemento importante de la filosofía alemana en aquellos lugares que
no son dominados por una especie de profesionalismo vacío. En este senti
do, también mencionaría a Theunissen — que en cierto periodo no estaba
haciendo nada que uno pudiera llamar filosofía social— , obviamente a
Habermas, pero también a un filósofo católico com o Robert Spaemann,
quien pienso está haciendo un tipo de filosofía social, en la medida en que
está ofreciendo un tipo de comprensión crítica de ciertas patologías soca
les en nuestra sociedad actual. Aunque él se describiría a sí mismo como
un filósofo del lenguaje y la moralidad, Em st Tugendhat puede ser consi
derado un filósofo social en este sentido. Así que éste es un elemento muy
importante de la filosofía alemana, y creo que es una de las tareas principa
les de las generaciones más jóvenes mantener viva esta tradición. Si Henrich
está en lo correcto, si la situación de mi generación está realmente dividida
entre el profesionalismo vacío y un tipo de jugueteo vacío, entonces la tra
dición de la filosofía social se morirá, y eso sería terrible.
se: Eso nos trae limpiam ente a nuestro tercer y último tema. Porque si hay
una tradición en la que la filosofía social es mantenida, es la tradición inte
lectual y la escuela asociada con la ciudad en la que estamos teniendo esta
conversación, es decir, Frankfurt. Uno se ha acostumbrado a hablar de tres
generaciones de Teoría Crítica: la de Adorno, Horkheimer y Marcuse como
la primera, y la de Habermas y Apel como la segunda. Uno también habla,
aunque más inciertamente, de una tercera generación, cuyo miembro más
prominente sería usted.
Pero creo que hay una pregunta filosófica interesante sobre cómo es
que el impulso habermasiano de la Teoría Crítica será continuado, o no
continuado, suplementado o lo que sea. A mi modo de ver, hay dos rutas
posibles que están siendo tomadas tanto aquí, en Frankfurt, como en cual
quier otro lado. Una de éstas vería a la Teoría Crítica volverse parte de la
filosofía política predominante, lo que yo llamaría una forma de "raw lsia-
nismo de izquierda" — una tendencia que pareciera haber sido exacerbada
por el trabajo reciente de Habermas sobre teoría legal— . La otra ruta es
aceptar que el marco de la ética del discurso habermasiano ofrece una teo
ría poderosa de la justicia, pero sin dejar de reconocer, como usted lo hace,
que pasa por alto toda la dimensión hegeliana de la batalla dialéctica por el
reconocimiento, y en particular lo que usted llama el primer nivel de reco
nocimiento, a saber, la cuestión de la esfera privada, del desarrollo del su
jeto, cuestiones sobre el amor, la familia, etc. Antes de avanzar más, a pesar
de la violencia interpretativa de lo que he dicho, ¿suena esto como una
representación justa, en términos de estas dos rutas?
a h : Sí, yo creo que es una descripción justa. Pero yo vería más que
usted en las implicaciones de estas dos rutas. La primera ruta, que usted
describe más o menos como un "rawlsianismo de izquierda", a mi modo
de ver implica un fin definitivo de la tradición de la Teoría Crítica. Ya no
representa realmente los amplios propósitos de esa cultura o escuela filo
sófica, porque eso significaría que la Teoría Crítica es introducida en la teo
ría política o filosofía política predominante y renunciaría entonces a su
propia identidad. Tal vez éste no es un desarrollo equivocado. Yo no quiero
decir que sea erróneo. Lo único que quiero decir es que esta ruta conduci
ría al fin de la tradición de la Teoría Crítica. Pero tal vez es un resultado
fructífero; tal vez esa tradición ya terminó. Tal vez es simplemente un pro
pósito artificial tratar de continuar la tradición de la Teoría Crítica, conti
nuarla en un mundo que no sólo ha cambiado radicalmente tanto social
como políticamente, sino que también ha sido filosóficamente transforma
do. Quizá fue incluso la intención indirecta y no establecida de Habermas
indicar en sus últimos escritos que esta tradición no puede ser mantenida
viva artificialmente por más tiempo. Debemos entonces combinar los mejo
res elementos de esta tradición con la filosofía política predominante y de
fender alguna teoría más fuerte en este nuevo terreno — el que usted llama
ría "rawlsianismo de izquierda"— . Así que éste es un desarrollo posible. Lo
único que creo es que ya no tendría más sentido hablar de este desarrollo
desde el punto de vista de la Teoría Crítica.
La otra ruta, de la cual yo me vería como defensor, es mantener y dejar
abiertas algunas de las am biciones más am plias de la Teoría Crítica. Yo
llamaría a eso una teoría social filosóficam ente inform ada, lo cual signifi
ca que estamos interesados no solam ente en describir o criticar ciertas
injusticias im portantes de nuestra sociedad, sino tam bién ciertas patolo
gías de nuestra sociedad. Y yo diría que las am biciones principales déla
prim era generación de la Teoría Crítica pueden ser entendidas de ese
modo, aun el interés extremo en el arte que es com ún a Adorno, Benjamín,
M arcuse e incluso Horkheimer. Considero que el punto de unión entre el
arte y la patología social es que el primero puede ser visto como un me
dio que representa a la segunda, o como un m edio que está, hasta cierto
punto, libre de estas patologías. El arte es un sitio de contención de las
patologías sociales.
Así que yo diría que la única posibilidad que tenemos de mantener
viva la tradición de la Teoría Crítica es continuar ese tipo de empresa—a
saber, la empresa filosófico-social de un tipo de diagnóstico de nuestra cul
tura actual, de las patologías de esa cultura, de cierta cultura capitalista.
Y eso significa bastante; quiero decir que requiere m ucho trabajo filosófico.
Así que creo que su descripción es correcta, y aun las consecuencias de
estas dos direcciones son más radicales de lo que usted admite. La primera
ruta implica una muerte de la tradición de la Teoría Crítica; la segunda
involucra la ambición de mantenerla viva. No quiero sugerir que es fácil
mantener esa tradición viva, pero creo que es la única posibilidad que tene
mos si queremos hacerlo.
se: Usted ya ha comenzado a responder una pregunta relacionada que
yo quería formular, pero déjeme especificar esto un poco más. Se ha con
vertido en algo parecido a una verdad trillada el decir, como usted lo ha
dicho, que la Teoría Crítica se mueve entre los polos de Kant y Hegel,
rememorando los famosos debates Kant oáer Hegel de los ochenta. Ahora,
desde la perspectiva de las dos rutas que he delineado, una forma de mirar
lo que llamé "rawlsianism o de izquierda" sería verlo como un desarrollo
crecientemente kantiano de la Teoría Crítica, m ientras que la otra ruta po
dría fácilmente representar una tendencia m ucho más hegeliana. Así que
la Teoría Crítica se mueve entre los polos de Kant y Hegel. Pero la pregunta
a la que quiero regresar, que fue sugerida por Elliot Jurist, es la cuestión
sobre lo que es crítico de la Teoría Crítica. Si se mueve entre los polos de
Kant y Hegel, entonces ¿qué papel continúan desempeñando los tres gran
des "maestros de la sospecha" en el proyecto de la Teoría Crítica? Marx,
Freud y Nietzsche: cada uno de estos pensadores, de maneras distintas
y matizadas, tiene una función organizadora en la primera generación de
la Teoría Crítica, más obviamente en Adorno. ¿Qué papel continúan des
empeñando las críticas al capital, a la moralidad burguesa y a la primacía
de la conciencia en el proyecto de la Teoría Crítica?
a h : Eso, en mi opinión, tiene que ver con cómo uno describe estas dos
rutas posibles que la Teoría Crítica puede tomar hoy. Si uno toma la ruta
kantiana, entonces los maestros de la sospecha ya no desempeñarían un
papel importante, tal vez con la excepción de Marx. Aun el Habermas de la
teoría legal contemporánea sigue estando bastante consciente, no tanto de
Marx como de una tradición marxista de la economía crítica. Si es que va a
haber alguna vez algo como un "rawlsianismo de izquierda", entonces éste
tendrá que ser altamente influenciado por la comprensión de una econo
mía crítica marxista. Si hablo de la ruta hegeliana, mi entendimiento de
esta tradición (lo que no quiere decir que esté en Hegel mismo) incluiría
aquellos componentes que usted mencionó, o sea, la comprensión crítica
de las tradiciones nietzscheana y freudiana. Según mi propio entendimien
to de estas cuestiones, si uno toma una ruta hegeliana entonces se tiene un
entendimiento mucho más complejo de la materia — esto es, una explica
ción más rica de las tendencias motivantes en una sociedad— . Adoptar el
panorama de las patologías sociales significa incluir componentes psico-
analíticos, y tal vez incluso com ponentes de la p sicología m oral de
Nietzsche. Estoy plenam ente consciente de eso. Por ejemplo, si uno habla
de reconocimiento no puede ser tan ingenuo para no ver el lado negativo
de eso, del que N ietzsche estuvo consciente cuando habló de resentimien
to. Yo pienso que uno tiene que ampliar la psicología moral de la Teoría
Crítica, y sólo p u ed e hacerlo incorporando elem entos freu dianos y
nietzscheanos. Tomar la ruta hegeliana seriamente tarde o temprano signi
ficará incluir la tarea de incorporar los descubrimientos de esa tradición
crítica. Así que yo diría que es sólo la consecuencia de la situación actual el
que estos elementos en realidad no sean lo suficientemente representados.
Pero al describir el panorama de la forma en que usted lo hace, yo creo
que subestima el hecho de que la Teoría Crítica no está representada sola
mente por Habermas y sus discípulos. Aun aquí en Frankfurt hay otros
grupos, otros filósofos, que tratan de mantener viva esa tradición crítica de
una manera más poderosa. Si usted piensa en alguien como Gunzelin
Schmid Noerr, quien es responsable de la edición corregida del trabajo de
Horkheimer, entonces creo que ahora él está haciendo trabajo serio e inte
resante sobre la psicología m oral de N ietzsche y manteniendo viva esa tra
dición dentro de la Teoría C rítica.12 Así que mi esperanza sería que al tomar
la ruta hegeliana, lo que para m í no significa reducir la Teoría Crítica a la
empresa de la filosofía política definida por los principios liberales de jus
ticia, la Teoría Crítica incluirá elem entos de la tradición que usted mencio
nó y que mantuvo vivas las memorias de Freud y Nietzsche.
se: ¿Pero cree que el lenguaje de la patología es suficiente para captu
rar lo que usted busca? Supongo que tengo un problem a algo ingenuo con
el lenguaje de las patologías sociales en la m edida en que la patología pare
cería implicar una conducta disfuncional. Lo que quiero decir es que el
lenguaje de las patologías siempre parece presuponer alguna concepdón
normativa de cómo estas patologías pueden ser superadas o normaliza
das, esto es, que podríamos corregir el disfuncionam iento y regresar a un
Lebenswelt completamente integrado.
a h : Supongo que pienso que no se puede hacer sin el lenguaje de las
A este respecto véase el artículo de Schm id N o e rr sobre H orkheim er, en A compnnion lo conti
nental philosophy, editado por S. Critchley y W. Schroeder, O xford v C am b rid ge MA, Blackwell, 1998,
pp. 362-369. y 6
tonces la pregunta que esto origina tiene que ver con la naturaleza de la
tarea ñlosófica. Primero, quisiera suponer, contrariamente a lo que dice
Rorty, que hay una tarea para la filosofía, y que esta tarea no puede redu
cirse al negocio de la crítica y el periodismo literarios (no porque estas co
sas sean tan malas). Lo que quiero decir es que el impulso de la Teoría
Crítica — y no sólo de la Teoría Crítica, sino también, desde mi punto de
vista, de la fenomenología y la deconstrucción— estuvo siempre ligado,
y correctamente, como creo, a la función emancipatoria de la filosofía. La
crítica y la utopía fueron dos extremos del mismo trozo de cuerda, en el
sentido de que el impulso crítico se mantiene en relación con una esperan
za utópica, transformativa y emancipatoria para el pensamiento y para el
mundo.
Ahora bien, la primera cuestión sería si usted está de acuerdo con eso,
si es que hay una tarea filosófica y cómo es que la tarea filosófica de crítica
está ligada a la cuestión de la emancipación y al elemento utópico en la
Teoría Crítica. Y la segunda pregunta, si uno acepta eso, es cómo la pregun
ta de la em ancipación cambia la tarea filosófica. Lo que quiero decir con
esto es que me parece que una de las cosas que la tradición de Frankfurt
hereda de Marx es cierta concepción de la pobreza de la filosofía. Esto es, si
la filosofía va a estar en el negocio de reflexionar sobre lo que previene
y permite la emancipación humana, entonces tiene que estar ligada — esen
cialmente— a la no filosofía, ya sea que la concibamos como sociología,
estética, psicoanálisis o lo que sea. ¿Cómo ve usted este conjunto de cues
tiones?
a h : Esa es una pregunta de las más complicadas.
se: Eso es seguro, por eso la pregunto. Déjeme reformularla más direc
tamente y con un poco de nostalgia: ¿cómo entiende usted la relación entre
la filosofía y la praxis?
a h : Me gustaría contestarla en dos pasos. Como primer paso sim ple
13 Dependency, iromj, soüdarity, C am b ridge, C am b rid ge U n iversity Press, 1989, pp. 169-188.
hizo ese trabajo, pero no sólo Hegel; muchos de su generación lo hicieron,
y tenemos a John Stuart Mili en la tradición de usted. Después ese papel se
va a la sociología y fue mantenido vivo allí por cincuenta años o algo así.
Pero desde la Segunda Guerra Mundial, la profesionalización de la socio
logía ha sido tan radical que ahora pienso que es una tarea muy necesaria
de la filosofía reasum ir ese papel. Como he dicho, éste comprende abrir un
espacio conceptual en el que juntos podamos debatir ciertas deficiencias
de nuestra propia vida — mundo y cultura con al menos la esperanza de la
universalidad.
se: ¿Y a dónde llevará eso? ¿Wozu, como dicen aquí?
a h : A lo opuesto de lo que quiere Rorty. A que esta tarea no puede irse
jürgen Habermas
1 . L a t r a d i c i ó n d e l a T e o r í a C r í t ic a
III. D ia l é c t ic a d e l a r a c i o n a l i z a c i ó n : m o t iv o s d e l n u e v o l ib r o
IV. T e o r ía s d e l a c r is is y m o v im ie n t o s s o c ia l e s
V. C ie n c ia y p r a x is v it a l
P r e s e n t a c ió n
T e x t o d e l a e n t r e v is t a
1 Offe se refiere aquí al ensayo "L a autorrestricción inteligente", publicado en el núm ero 203
de Política, 25 de m arzo de 1993, y traducido por M ichael Knapp y Dajmar Freisinger. Este artículo
fue tom ado del libro En el camino de ln Ilustración. Homenaje a Habermas, Suhrkam p, 1989. Otra versión
en español de este m ism o trabajo de Offe se encuentra en sú más reciente com pilación de ensayos, La
gestión política, M adrid, M inisterio del Trabajo y Seguridad Social, 1992.
que yo no carecía del todo de "talento m usical" en asuntos filosóficos. Es
quizá mi artículo más fuertemente influido por la lectura filosófica, en com
paración con los otros que he escrito. Mi competencia disminuye en cuanto
a la profundización en las otras preguntas.
"Ahora soy cofundador y director de un Instituto de Política Social en
Bremen, lo cual me ofrece una oportunidad ideal de combinar las dos áreas
en las que he venido trabajando, es decir, cuestiones de política social del
mercado de trabajo y cuestiones acerca de la Europa del Este; me refiero
con ello a la Teoría Crítica de las transformaciones que están teniendo lu
gar en los países de Europa del Este. Tenemos en este instituto un grupo
amplio de aproximadamente 15 personas que están interesadas tanto en
teoría política como en política social, es decir, que tenemos todo el espec
tro teórico en el que se pueda pensar, desde la teoría filosófica de la justicia
hasta la reforma del seguro de enfermedad.
F a r f á n : ¿Se trata entonces de un trabajo interdisciplinario?
O f f e : E s un instituto muy interdisciplinario donde existen juristas, fi
lósofos, economistas, sociólogos, científicos, políticos y pedagogos. Todo
esto es lo que puedo responder a sus preguntas iniciales.
G a l v á n : Sabes, Rafael, estoy pensando que debemos comenzar con lo
relativo al tema del trabajo en las sociedades contemporáneas; después segui
mos con el segundo bloque de preguntas y terminamos con el tercero [...] pues
después de oírlo, creo que el orden que habíamos planeado debe ser otro.
F a r f á n : Me voy a remontar a los primeros trabajos que usted publicó,
recogidos por ejemplo en el libro La sociedad del trabajo, y concretamente
retomo el diagnóstico que usted hace de la crisis del Welfare State como
crisis de la sociedad del trabajo, y le pregunto lo siguiente: ¿hasta qué pun
to lo que ocurre actualmente en Alemania, y en Europa en general, sigue
siendo parte de esta crisis de la sociedad del trabajo y de la incapacidad de
estas sociedades para articular una nueva meta que fije un nuevo rumbo a
la dirección del desarrollo social?
O f f e : Tengo que hacer tres o cuatro observaciones antes de responder
a esta pregunta, quizá no muy relacionadas. Primero, la unificación euro
pea es un marco en el que se fortalecen los valores materialistas del creci
miento, la competencia, el cambio tecnológico y un concepto materialista
de progreso. Segundo, la meta del pleno empleo (Vollbesdwftigung), frente
a la situación de competencia global y del traslado de las industrias que no
utilizan una tecnología de primera calidad (Spitsentechnologie) hacia los
países de Asia del Sur y del Este, y de manera creciente hacia América La
tina, no será posible. Una consecuencia derivada de estos dos puntos es,
y lo podemos tomar como la tercera observación, que estamos ante la cre
ciente esfera de la individualización, es decir, que las estrategias no colecti
vas sino individuales, orientadas al mejoramiento de la situación social,
están ganando terreno o volviéndose más importantes para todos los acto
res sociales. Las estrategias individuales tienen tanta validez para los indi
viduos como para los gobiernos, y por lo tanto, aparece un tipo de "capita
lismo desorganizado" con tendencias a la descolectivización. La metáfora
que podría ilustrar esto sería la del lifeboat economics o "economía del sálve
se quien pueda". Las situaciones no se mejoran dentro de grandes colecti
vos sino en pequeñas unidades. Esto obedece a problemas de competencia
y de mercado de trabajo y tiene como consecuencia un debilitamiento de
las bases sociales y morales del colectivismo y de su ética solidaria. Existe
una expresión acertada en inglés para describir esto: to unleash theacquisitive
instint (liberar el instinto adquisitivo).
"Es la metáfora de un perro peligroso. La consecuencia de esto es la
sacralización (Heiligsprechung) del egoísmo de la que habló Marx. El cuarto
aspecto, que se relaciona con el tercero, se refiere al fenóm eno de la
marginación. La noción de "m arginalidad" (marginality) la encontré por
primera vez en los años sesenta, en los trabajos sobre ciudades latinoame
ricanas, como Sao Paulo; está muy extendida en los trabajos antropológicos
y sociológicos acerca de ciudades brasileñas; también se encuentra en A r
gentina. Este concepto resulta muy útil para el ámbito europeo, lo cual
quisiera desarrollar un poco más a continuación. El punto a considerar es
que, en los discursos políticos, nos encontramos con una sociedad de dos
tercios; esos dos tercios son de los exitosos, dispuestos a participar en la
competencia, a hacer carrera y obtener seguridad, calificaciones y trabajos,
y un tercio que no lo es. Los de este tercio son marginados y no pueden
participar plenamente en un nivel que considera normal una sociedad muy
próspera. Son fracasados; tienen defectos.
F a r f á n : La sociedad que divide a los incluidos de los excluidos.
O f f e : Quisiera ilustrar más este fenómeno social, también para eluci
dar mi actual campo de trabajo. Si nos preguntamos: ¿qué es la normalidad
en una sociedad altamente desarrollada, próspera, segura, en alto grado
exenta de crisis y, en este sentido, consensuada (verwohnt)?; ¿qué significa
la normalidad, en el nivel de la biografía individual, en la direccionalidad
de la vida (Lebensfühmng)?; un concepto que viene de Max Weber y es ex
traordinariamente importante...
G alván : ...l a d i r e c c i o n a l i d a d d e la v i d a c o m o l a s m e t a s q u e te f i j a s ...
O ...es el esquema, la secuencia, pero también es la disciplina de la
ffe:
direccionalidad de la vida. ¿Qué se necesita, pues, para tener una vida nor
mal? Cinco cosas: legalidad, hay que estar en posesión plena de los derechos
civiles, hay que ser ciudadano y no se debe haber violado las leyes; la legali
dad como bien social, como ventaja de status. Segundo, hay que ser califica
do, hay que haber estudiado mucho tiempo y hay que dominar una serie de
lenguajes abstractos y técnicos. Tercero, y esto está en relación con lo ante
rior, hay que tener un empleo que esté relativamente bien pagado y que ten
ga una alta seguridad social y una alta seguridad laboral. Cuarto, hay que
estar sano, psíquica y físicamente. Y quinto, hay que tener una familia.
G a l v á n : ¡Ya me jodí, no tengo salud ni familia!
O f f e : Sí, esto es funcional, es cruel. Si se tiene todo esto, se tienen muy
buenas oportunidades de pasar toda la vida en seguridad y sin peligro de la
marginadón. El problema consiste en que predomina la lógica del efecto
dominó. Si uno no cumple con una de las cinco condiciones de normalidad,
se pierde por lo menos una de las otras. Si uno no tiene una buena forma
ción, entonces no consigue un buen empleo; si uno está desempleado, se
enferma, se establece una relación entre desempleo y enfermedad. Si uno no
cree de niño en una familia, si uno no tiene un pasaporte de ciudadano, las
oportunidades en el mercado de trabajo y en la carrera formativa (Bildungs
Karriere) son malas. Si uno no tiene una buena calificación, el peligro de vol
verse drogadicto, es decir, enfermo y convertirse con ello en ilegal, es muy
grande. Esto significa que existe una relación funcional que se vuelve cada
vez más estrecha, y esto es un problema resultante de la marginadón.
"Los partidos socialdemócratas, toda la izquierda y todos los grupos
nucleares del Estado de bienestar se orientan por los "norm ales", quienes,
sin embargo, prefieren cambiarse — por así decirlo— de los grandes bu
ques a los botes salvavidas, en tanto que los socialdemócratas y los socia
listas no tienen ninguna tradición encargada de representar y movilizar
políticamente a la población marginada, que en sí es muy heterogénea, y que
para representar tendrían que estar en contra de los trabajadores normales.
Los solicitantes de asilo, los drogadictos, las madres solteras, los desemplea
dos a largo plazo, los jóvenes desempleados y otros elementos de una po
blación marginada muy heterogénea, no son una clientela política muy
prometedora. Este es el complejo de reflexiones con el cual contestaría a su
pregunta. Así es como veo la unificadón europea, la sodedad del trabajo, el fin
del Estado de bienestar, la nueva estructura social y la nueva moral sodal.
B o k s e r: T o m a n d o e n c u e n t a la f a lta d e r e s p u e s t a d e lo s p a r t i d o s p o l í t i
c o s p a r a q u ie n e s lo s m a r g i n a d o s n o s o n u n a c lie n te la p o l í ti c a , ¿ q u é c la s e
d e r e s p u e s t a e s , e n t o n c e s , la q u e c o n s i s t e e n c o n v e r t i r a l o s m a r g i n a d o s e n
p a r t e d e la s d e m a n d a s d e lo s n u e v o s m o v i m i e n t o s s o c i a l e s y a p a r t i r d e lo
q u e u s t e d h a l l a m a d o , d e n t r o d e l n u e v o p a r a d i g m a d e h a c e r p o l í t i c a , la
p o l í t i c a n o i n s t i t u d o n a l ?2
2 La doctora Bokser hace referencia aquí al ya clásico ensayo de Offe, "L o s nu evos m ovim ien
tos sociales cuestionan los límites de la política in stitu cional", recopilado en Partidos políticos y nuevos
movimientos sociales, M adrid, Sistem a, 1988.
O Respecto a esta pregunta hay también un epilogo al ensayo que
ffe:
usted menciona. Se trata del segundo ensayo del libro en el que aparece
y que es una nota de pie de página. Los nuevos movimientos sociales tie
nen su origen en una situación en la que los valores posmateriales han sido
importantes y sufren enormemente el que hayan cambiado dos condicio
nes: primero, el tema ecológico ha sido generalizado, ya no es una especia
lidad de los verdes o de los nuevos movimientos sociales, y segundo, el
clima social y moral ha cambiado de tal manera, a través del derrumbe de
las sociedades de Europa del Este, la integración de los países de Europa
occidental y la competencia global, que los valores posmateriales han sido
olvidados: feminismo, movimientos urbanos, calidad del lugar de trabajo,
salario, seguridad laboral, todos estos temas blandos...
G a l v á n : ...e l m o v i m i e n t o l i g a d o a l s i d a ...
O ffe: Sí, todo esto se apartó de la lista de temas de la política alemana,
pero también de la de otros países. Los temas son, si es que hay temas,
sobre movimientos, temas reaccionarios de movimientos, como existen te
mas xenofóbicos de movimientos. La política de movimiento, la política
no institucional, ha cambiado su posición social, desde los estudiantes a
los skinhends, de la ciudad al campo; hay que ver cómo. En este sentido, las
in stitu cio n es p o líticas son im portantes respecto a los m ovim ientos
no institucionales. Todos nos hemos ido acostumbrando a argumentar en
términos antiinstitucionales, como lo hicimos aún hace diez años, porque
antes la política antiinstitucional era izquierdista; hoy es claramente dere
chista. Quizás esto sea una simplificación, pero así es. ¿Puede repetir la
palabra clave de su pregunta?
B o k s e r : ¿Qué tipo de soluciones son concebibles?
O ffe : Y o estoy pensando que una política del mejoramiento de la si
tuación de los dos tercios, el núcleo de la clase trabajadora, de los norma
les, de quienes están seguros, es posible como política colectiva de la lucha
sindical y política; se ganan las mayorías, se gana un mejoramiento del sa
lario real. Éstas son cuestiones cuantitativas, económ icas y de política
distributiva, y a este viejo paradigma político la socíaldemocracia le debe
sus éxitos: como pleno empleo, política social, política electoral, seguridad
y formación de organizaciones. La nueva situación de individualización,
marginación e internacionalización es una situación donde esos medios
políticos de conglomeración ya no funcionan. Los miembros cooptables
escasean porque actúan de manera individualista, y una política de pleno
empleo ya no es posible — como lo vemos en Suecia— en una economía
globalizada. El pleno empleo en cuanto al Estado nacional ya no es posible
porque las fronteras ya no pueden ser aseguradas. El capital se ha vuelto
aún más móvil y no puede ser regulado por medio de una política nacio
nal. Éste es el balance negativo que en inglés se puede traducir como these
are the bad nezus, the good news are not particularly good. La consecuencia es
que sólo una política, no del progreso colectivo en cuanto a la política de la
distribución, sino del aseguramiento de derechos mínimos para la pobla
ción marginada, puede significar progreso. He desarrollado esta idea tam
bién en la Festchrift para Habermas,3 y estoy convencido de que el concepto
de progreso ha perdido sentido tanto teórica como prácticam ente, y sólo
adquiere sentido si se le multiplica por menos uno, es decir, como im pedi
mento del retroceso, impedimento de la marginación a través de ]a garan
tía e institucionalización de derechos mínimos: a salario, seguridad, salud,
formación, una actividad reconocida como útil, ya sea trabajo asalariado u
otro; ésta es la condición o economía política de una integración racional
de una sociedad. El modo de evitar la exclusión y marginación, y el ase
guramiento de recursos políticos, el acceso al sistema político que no esté
mediado por el proceso de trabajo y el ingreso — con esto me refiero a dere
chos políticos que se adquieren a través de organizaciones sindicales—
sino [...] mediante la idea de iniciativas civiles fuera del ámbito de la pro
ducción. Esta es la concepción que puede elaborarse en respuesta a su pre
gunta.
"Lina idea que ha determinado durante mucho tiempo a los verdes,
y en la que también yo he participado, es la idea de un ingreso básico
(Grundein Kommen): el ingreso como derecho civil, como derecho general
sin rendimiento anticipado (Vorleistung); de manera más restringida, pode
mos decir derecho a su acceso a partir de los treinta años; de lo contrario,
contribuiría a la marginación de los jóvenes más que a neutralizarlos.
"Hubo al respecto una discusión m uy intensa, de alto nivel, también
teórica, que igualmente ha disminuido mucho. Esta idea corresponde a la
concepción inglesa del universalismo y de la sociedad de los derechos civi
les. Una idea que Dahrendorf elaboró en una expresión memorable y atra
vesó todo el continente europeo hasta llegar a Alemania, y que se refiere a
la idea corporativista de un, digamos, mejoramiento de los grupos de esta
mento (standisch) en donde se incluye a los empleados del Estado (Beamten),
los campesinos, los trabajadores, los profesionistas [...] Ésta es una idea
totalmente distinta a la del mutualismo del progreso social; pienso en la
categoría de los derechos, de los derechos (Anspruche) positivos, del asegura
miento institucional de la salud (Gesundheits zuesen); es la única solución
positiva al problema de la marginación. Se puede percibir a primera vista
que no armonizan la socialdemocracia tradicional y una política de los de
rechos civiles, ya que garantizarles derechos a los solicitantes de asilo, pon
* Offe se refiere a los dos sectores de la Alem ania reim ificada por sus antiguos nombres. ¡E.l
líco es: cúspide (top) vs. parte inferior (bottom), con un populismo implícito.
Ellos, la clase política, independientemente del partido al que pertenezcan,
contra nosotros; estamos frente a un cambio (shift) del código político, algo
que veo como muy peligroso. Por otra parte, no hay alternativa para los
partidos políticos, porque en un sistema político democrático alguien debe
tener, ganarse y confirmar al otro, es decir, alguien debe tener la autoridad
de plantear las preguntas a las que el pueblo debe responder. La voluntad
del pueblo, en un Estado democrático constitucional, consiste en una res
puesta y sólo raras veces en plantear preguntas. Sólo en situaciones revo
lucionarias el pueblo puede plantear preguntas o cuestionar el orden; cuan
do no es el caso, alguien debe tener la autoridad para plantear preguntas
alternativas que pueden contestarse en las campañas electorales (Wahlkampfe)
de manera programática y personalmente. Durante el proceso dem ocráti
co la pregunta que se plantea es: ¿dónde pones tu crucecita en la boleta de
votación?, o ¿cuáles demandas se apoyarán para convertirlas en dem ostra
ciones de la esfera de lo público?, ¿quién hace las preguntas? Y una tenden
cia preocupante es la de los partidos a recurrir a métodos populistas de
democracia directa. Por ejemplo, después de la unificación en Alemania
existe una posibilidad limitada de reformular la Constitución; para ello exis
te una condición: participar en un hearing en donde se argumente en contra
de la propuesta de aumentar la democracia directa mediante plebiscitos,
porque los mismos partidos políticos sostienen que ya no podem os plan
tear y fundamentar alternativas programáticas y pedir apoyo para ellas,
y por tanto adoptamos métodos políticos populistas. Alguien que no está
legitimado por el atributo de ser de un partido político, por ejemplo el pre
sidente del Parlamento o el presidente de la República, también acude al
método de plantear preguntas y luego convocar a un referéndum. Se trata,
pues, de la democracia del referéndum, algo que es peligroso ya que los
partidos no tienen que reflexionar, no necesitan entablar procesos internos
de discusión para acordar algo y argumentarlo. Dicen: no tomamos ningu
na postura respecto a la cuestión del aborto, sólo tiene que ser decidida; no
formulamos una política compleja para la que buscamos apoyo, sim ple
mente decimos: sí o no, y dentro de cuatro semanas hay votación. Este es
un cambio equivocado. Necesitamos a los partidos, esto me parece eviden
te, pero al mismo tiempo, en una sociedad individualista y marginada, es
grande el peligro de perder miembros. Los partidos son necesarios pero
también es difícil fundarlos, sobre todo porque están amenazados por nue
vos partidos que son partidos de "hacer am biente" (Stimmungsparteín).
Partidos de "hacer am biente" que crean pasiones momentáneas contra par
tidos de miembros...
G alván: . ..q u e n a d a m á s t e l l e v a n a l a s u r n a s , a l v o t o .
Como por ejemplo, el referéndum de Haider; un ejemplo ideal.
O ffe:
Habría de decir, en otras palabras, que sin partidos políticos
G a lv á n :
o sin un sistema de partidos...
O ffe: . . . s e r í a n m á s f á c i l e s l o s f e n ó m e n o s p o p u l i s t a s y a u t o r i t a r i o s y la
c a l i d a d d e la d e l i b e r a c i ó n p ú b l i c a s e g u r a m e n t e s u f r i r í a a c a u s a d e e l lo .
G a l v á n : Una cuestión muy rápida, un poco anecdótica: usted tiene
fama de ser uno de los más representativos neomarxistas. Lo dicen Perry
Anderson, Agnes Heller, etcétera.
O f f e : ¿De no representante?
G a l v á n : ¡ N o , no! Usted tiene la fama, a través de la discusión interna
cional del marxismo, representada, por ejemplo, por Anderson o Heller, de
ser uno de los más importantes representantes del neomarxismo. ¿Qué
queda de la lucha de clases, de la relación entre fuerzas productivas y rela
ciones de producción...?
O f f e : ...y de la teoría de la superestructura y demás. La respuestas es;
poco, poco. Los teoremas del marxismo clásico, de la lucha de clases, de la
revolución, la teoría de la superestructura, la teoría del Estado, la teoría de
la crisis y de la concentración del capital, etc., todos son teoremas que, ya
en los años sesenta, en gran parte, o se volvieron obsoletos o fueron modi
ficados. Me permito observar al respecto que, desde los últimos años de la
década de los veinte, toda la Teoría Crítica trabajó en el proyecto de un
marxismo multidisciplinario, como lo expresó Horkheimer en 1927, esto
es, en un proyecto donde los análisis económicos, sociales y políticos del
marxismo debían complementarse mediante análisis psicoanalíticos, esté
ticos y crítico-ideológicos. El marxismo occidental, como lo llama Perry
Anderson, es algo que abandonó aquellas posiciones desde el principio.
Sin duda, en los años sesenta, todas las teorías y autoteorizaciones del
movimiento estudiantil fueron algo que realmente fue posmarxista y, hoy
día, somos aún más posmarxistas; y a veces me adulo un poco a mí mismo
diciéndome que no he cambiado realmente en los últimos treinta años. He
aprendido algo, pero no fue un cambio de paradigma de ningún tipo; y esto
puede ser o no un piropo para mí, pero lo entiendo como continuidad rela
tiva. Una persona como Perry Anderson sí ha cambiado — y muy notable
mente— , y si ustedes ven sus libros de los años sesenta y ven su libro más
reciente, un libro maravilloso, hoy día él es un izquierdista liberal y cierta
mente yo también soy uno, pero él era un marxista ortodoxo en los años
sesenta, cuando era la figura principal de la Nezu Left Reviezv. En él sí hubo
un cambio mayor.
G a l v á n : La pregunta tenía un origen: ese libro que nunca ha sido tra
ducido al español, El Estado en el capitalismo tardío; ahí hay como una transi
ción en usted. ¿Qué quedaría entonces de ese libro?
O ffe : Este libro [...] estoy pensando en lo que hay en este libro, que es
de 1972, tiene veintiún años de que apareció contiene además la fundamen-
tación de una sociología política marxista; ésa era la intención, la gran aspi
ración. Pero es un libro pequeño con una gran intención, un libro que con
tiene, por así decirlo, un argumento, a saber, la no reductibilidad, el peso
propio de cuestiones relacionadas con la constitución y la legitimación. Y en
este sentido también es, si es marxista, un libro seguramente no marxista
ortodoxo, que fue criticado por las revistas marxistas más importantes en
Alemania en aquel entonces como libro revisionista, muy socialdemócrata,
lo que por cierto tampoco era. Algunos socialdemócratas lo han leído. Yo
creo que esta disputa de nomenclaturas ya no tiene importancia alguna.
Marx es uno de los más importantes clásicos del pensam iento político
y sociológico, y muchas generaciones aún van a obtener inspiraciones teó
ricas y también políticas de su obra. Esto no es un punto de discusión. Sin
embargo, un marxismo político como un bloque cerrado no existe. Ya no
existe desde hace veinte años.
F a r f á n : Una pregunta que tiene relación con esto que usted está apun
tando ahora: esta variedad del marxismo que ha surgido, llamada "m arxis
mo analítico", representado por Jon Elster, Adam Przeworski y demás, ¿no
considera usted que, más que un avance dentro de las posiciones m arxis
tas, es un retroceso a un marxismo ortodoxo y puro, con su afán de lectura
más que nada filológico-analítica?
O f f e : Hay cuatro autores fundamentales de esta corriente del marxis
mo y soy amigo solamente de tres de ellos; uno incluso ha estudiado en
mis seminarios, Erik O. Wright. Los otros son John Roemer, Jon Elster
y Adam Przeworski. No hay más. Ellos tienen una combinación extraordi
nariamente inteligente y excitante de teorías marxistas, que conocen muy
bien. El libro de Elster4 es una obra maestra, única; él es un genio. No hay
nadie que conozca mejor a Marx. Elster es un filósofo noruego que vino a
Alemania y estudió como autodidacto. Sea como fuere, es sin embargo un
libro limitado; es inconsistente, pero pleno de conocimientos; escribí una
reseña extensa sobre el libro y la discutí con él mismo mientras la estaba
escribiendo, y tuvimos muchos debates interesantes sobre ella. Lo que existe
en esa escuela es un sincretismo, una mezcla híbrida de filosofía analítica,
teoría liberal de la acción y economía política marxista. El caso verdadera
mente extremo de ello, que también admiro pero sin poder darle sus m éri
4 Se trata de Mnki>¡g scnse of M arx, Cam bridge, C am bridge U niversity Press, 1985. No existe
traducción al español de este libro. En su lugar hay otro m ás pequeño p ero que contiene m uchos de
sus planteam ientos: Introducción a Knrl M nrx, M éxico, Siglo XXI, 1991. Para una reseña crítica de Mnking
senseof M arx, véase el excelente artículo de M ichael B uraw oy "L e M arxism e revu par l'individualism e
m ethodologiq ue", en Actes de la Recherche en Sciences Sociales, núm. 78, junio de 1989.
tos, es el de John Roemer [...] y sus diferentes libros [...] El concepto de
explotación es central en todos sus libros, como es el caso de Withdraiual
rules [...] ¿está traducido al español?
F a r f á n : Sí, está traducido en el Fondo de Cultura Económica.
O f f e : E s una escuela relativamente pequeña, extremadamente origi
nal [...1 he sido influido por ella, y he aprendido mucho de esa gente, aun
que considero por lo menos a John Roemer y a Erik O. Wright algo exage
rados y casi sectarios. Por cierto, hay otra persona que pertenece a este
círculo y es Margaret Levy.
B o k s e r : Vamos a hacer un viraje...
G a l v á n : Disculpa, sólo un punto más antes de pasar a otra cosa. Iván
Metzaros es, creo, de los pocos que dicen que todavía se puede ser marxis-
ta en el viejo sentido. Hace poco publicamos en El Nacional una entrevista
con él.
O f f e : Esta es la gente que tiene — y no creo equivocarme— una tradi
ción trotskista; en todo caso ¿tiene un background trotskista?
G a l v á n : Sí, pero más bien es de la escuela de Lukács y de Heller.
O f f e : N o lo conozco lo suficiente y nunca lo he visto personalmente,
pero pienso, es decir, ¿puedo expresar una especulación?, y es además una
especulación muy alemana: la historia alemana desde la Segunda Guerra
Mundial se dividió en dos mitades temporalmente iguales, de 1949 a 1969
y de 1969 a 1989. La primera parte es la historia del éxito, del olvido y de la
reconstrucción; la segunda es la historia crítica de la reflexión sobre la pri
mera, incluso sobre el olvido. Pienso que una bipartición tal también se nos
presentará en la historia de los países de Europa del Este; es una especula
ción, una profecía. Sólo que en un lapso más corto, en vez de veinte años, la
sucesión se dará en diez años. Ahora vivimos la historia de una construc
ción muy fragmentaria, una reconstrucción de estados y de economías
y naciones. Y luego, al principio del tercer milenio, después del año 2000,
se dará una reflexión retrospectiva de lo que se hizo mal, acerca de las cri
sis, acerca de las deficiencias, respecto del olvido y las represiones psíqui
cas (Verdrangnngen) que tuvieron un papel en aquel proceso. Y ésta será en
tonces la hora de una nueva crítica, una crítica no necesariamente marxista,
pero que tal vez sí lo sea, que acompañará a los países de Europa del Este
hasta la situación de crisis alcanzada para entonces. Así pienso que uno
puede imaginarse el desarrollo social de estos países, de modo tal que ha
brá una nueva coyuntura, un nuevo enfoque para que se exprese un pensa
miento crítico de la historia y problemas de los más diversos, desde mora
les hasta sindicales. Hay pues una ruptura no reflexionada, representada
por lo que ocurrió en 1989, y luego sobreviene una dinámica tormentosa
de desarrollo, de cualquier desarrollo. Y luego se llega a un punto desde el
cual se puede mirar hacia atrás y hacia adelante; así al menos ocurrió en
el caso de la sociedad europea y en la alemana especialmente de posguerra.
B o k s e r : Entonces no es tanto un viraje el que vamos a hacer, porque mi
pregunta tiene que ver, utilizando la expresión de Jacques Le Goff, con los
usos de la memoria y los usos del olvido.
O f f e : Le Goff, sí, muy bien, el uso de la memoria.
B o k s e r : Y o creo que parte de lo que voy a plantear ya lo abordó usted.
La unificación alemana abrió un panorama que, como usted mismo reco
noce, es mucho más complejo, más difícil, más rico en contradicciones [...]
Crisis política, política laboral, crisis de la cultura, etc., problemas de las
migraciones, en fin. En otros términos, aparece el problema de construir o
de reconstruir una identidad colectiva.
O f f e : Hay un ensayo mío al respecto [...] disculpe que siempre vuelvo
sobre esto, pero tuve la suerte realmente de que un viejo conocido, Oswald
Sunke [...] me llamó en septiembre de 1990, antes de la reunificación, y dijo:
"Tienes que explicarle a un público latinoamericano lo que ahora está pa
sando en Alem ania". Yo nunca me hubiera atrevido a escribir este ensayo
para una revista alemana, y lo escribí para una revista latinoamericana.
Creo que retoma precisamente esta pregunta. Es un ensayo breve.
B o k s e r : Más que una pregunta, quiero plantear, primero, el tema de la
construcción o reconstrucción de una identidad colectiva. Y en esto me
gustaría escucharlo a usted, en relación con el punto específico que tiene
que ver con el pasado y la memoria, que tiene que ver también con la dispu
ta de los historiadores sucedida hace poco en Alemania y en la que trató el
espacio y lugar que ocuparon la experiencia nazi, el Holocausto, etc., en la
historia alemana. Mi preocupación [...] se deriva de que, por un lado, hay
partidos políticos de derecha; segundo, toda la violencia desatada por los
skinheads, etc. Pero hay un tercer punto, que es más importante y se refiere
a las capas con las que reconstruyes el pasado; por ejemplo — voy a ser
muy concreta—, el día que cayó el muro de Berlín es el mismo día de la
KrístaUnacht. Estamos así frente al peligro de que se forme un palimpsesto;
entonces quisiera oírlo hablar sobre esto. Puede empezar por el punto que
quiera; puede ser el primero, el más global referido a la identidad colecti
va: ¿cuál es su posición, su aproximación al pasado? Le di el ejemplo del
riesgo de reconstruir el pasado, conectando ello con su [...] lectura muy
interesante de las dos terceras partes de la historia europea y alemana que
nos acaba de dar.
O f f e : Sí, éstas son cuestiones muy serias y probablemente es demasia
do temprano para contestarlas de manera definitiva. Lo que usted acaba
de resumir en forma de preguntas es una preocupación que es central en el
artículo de Habermas aparecido hace ocho semanas, es decir, la cuestión de
lina renormalización arrogante del pasado, que se olvida de la historia, que
podría vislumbrarse sobre la base de la nueva identidad alemana. En este
punto soy un poco menos pesimista que Habermas. En cuanto al pasado
nazi, la guerra y el Holocausto, el peligro del olvido o la represión psíquica
(Verdrangung) no es un peligro que pueda ver. Cada generación o cada dé
cada ha visto de manera diferente el pasado, y el intento de normalizarlo,
que fue el punto de partida de la disputa de los historiadores, ese intento es
inútil. Sé por casualidad, porque hablo mucho con Habermas, cuál es el
trasfondo no publicado de su preocupación u obsesión. Desde hace tiempo
hemos sostenido una correspondencia con intelectuales de Alemania del
Este, y en ella se planteó esencialmente la siguiente tesis: ahora los del Este
estamos liberados del dominio extranjero, ahora les toca a ustedes, los ale
manes occidentales, liberarse del dominio extranjero menos pesado del
americanismo para que podamos redescubrir juntos nuestras raíces alema
nas. Esto es una provocación que alteró sobremanera a Habermas, porque
a través de esta propuesta temía el regreso de un cultivo (Pflege), de una
identidad nacional-alemana, el culto del nacionalismo alemán practicado
sobre todo por intelectuales. Yo pienso que no hay oportunidad para ello.
La occidentalización cultural, política y económica de la República Demo
crática de Alemania es irreversible, gracias a Dios. Y este proyecto de algu
nos intelectuales y escritores de Alemania del Este, quienes simplemente
no reflexionaron lo suficiente, carece de esperanza. Yo soy tan optimista
como para creerlo y Habermas tenía un miedo casi físico cuando se enteró
de esto, tanto, que se sentó inmediatamente y escribió una carta de veinte
páginas a los autores de estas tesis, la cual hasta la fecha no se ha publica
do. Éste es quizás un punto en el que yo difiero algo de él, pues lo veo
como un intento sin esperanza. Naturalmente, y ésta es la idea teórica cen
tral de un libro que voy a publicar este verano, hay tres opciones para la
macrointegración de las sociedades, es decir, tres mecanismos por los que
las sociedades pueden encontrar y fundamentar su identidad, tres varian
tes de una síntesis social y que son de naturaleza económ ica, política
y cultural. Las dos sociedades alemanas han sido integradas hasta ahora
económ icam ente, pero sólo en términos económicos. Alemania del Oeste
ha sido la historia del éxito económico. Alemania del Este no ha sido ni
Estado ni nación, sino tan sólo un modo de producción, una sociedad de
trabajadores y campesinos. Ambas tenían razón al renunciar a una inte
gración nacional. El peligro de que ahora se dé una integración naciona
lista o étnica no es igual a cero, es mayor a cero. Sin embargo, no es muy
am enazante esta posibilidad, porque la diferenciación cultural entre ca
pas, regiones, grupos de edad, etc., se ha vuelto tan grande que la idea
nacional ya no tiene sustancia conceptual. Y lo que mencioné en mi ponen
cia,5 de manera irónica, acerca de las cuatro emes — music, money, mathematics
y migration— , indica que vivimos en una cultura cosmopolita, y los costos
que conlleva despedirse de esta cultura e intentar un cultivo de la identi
dad nacional alemana son tan gigantescos que aparecen bajo la forma de
costos morales, económicos y políticos que no creo que se pueda encontrar
apoyo para ello. Tampoco los skinheads y los nuevos partidos radicales de
derecha tienen los presupuestos básicos para una política de derecha, es
decir, un concepto positivo, no discutido y no contestado de lo que signifi
ca ser "alem án". No es posible [...] si yo fuera un intelectual de derecha
y tuviera que desarrollar una semántica positiva del ser alemán, tendría
que desesperarme. Yo no lo podría hacer, nadie lo podría hacer. Los dipu
tados de los nuevos partidos de derecha que hablan en los parlamentos
estatales y comunales tienen una cosa en común: no saben hablar. Por una
parte, no pueden hablar porque de todas maneras no tienen la práctica en
el uso de las palabras, y en su sentido más serio, no saben hablar porque no
hay un contenido de la idea nacional capaz de ser comunicado. A causa de
este estado de cosas negativas soy bastante optimista.
"Por otro lado, el 9 de noviembre es también la fecha del fracaso de la
Revolución alemana de 1918. El 9 o el 10 de noviembre de 1990 estuve es
pontáneamente a favor de la propuesta, hecha por un diputado importante
de la socialdemocracia, de renombrar la calle principal de Berlín que ahora
se llama "Calle del 17 de Junio" por "Calle del 9 de Noviem bre". Esta pro
puesta desapareció, con toda razón, porque el 9 de noviembre no se puede
convertir en objeto de bautizo de una calle. Mi amigo recientemente falleci
do, Leo Lówenthal, el último representante de la Escuela de Frankfurt y a
cuya viuda visité recientemente en Berkeley tuvo esta idea pesimista y es
taba obsesionado por el miedo de que se repitiera la historia. Entiendo esto,
pero a pesar de todo no estoy convencido de ello, por las razones m encio
nadas. En cuanto al 9 de noviembre, no creo que la política del olvido y de
la normalización pueda tener éxito. Tiene mayor éxito en Alemania Dem o
crática, paradójicamente, porque ahí la relación con el pasado estuvo sus
pendida, porque decían: tenemos un Estado antifascista, la mejor tradición
alemana, para qué ocupam os de estas cosas molestas, hay cosas mejores
de qué ocuparnos que contemplar la historia. A sí piensa 20 por ciento de la
población del nuevo Estado alemán, pero esta idea no va a prosperar.
"H ay algo más que quiero añadir a las tres formas de integración so
cial, la económica, la nacional y la política. La nacionalista-cultural, la cul
tura nacional, lo que en alemán se llama con el patético nombre de la he
rencia nacional. La expresión "nacional" sólo aparece en el lenguaje público
5 Se refiere aquí Offe a la conferencia que pronunció el viernes 26 de m arzo en la Torre II de
H um anidades de la u n a m .
en relación con el teatro nacional, la biblioteca nacional, la orquesta nacio
nal, la literatura nacional, etc.; ésta es una parte del nacionalismo étnico
que se remonta a Herder. Bajo las condiciones de la globalización y de las
cuatro emes de las que hablé, no creo que ocurra nada de lo que se teme.
Y también la integración económica causará dificultades muy grandes: las
fronteras todavía se mantendrán dentro de treinta años. No habrá un terri
torio económicamente homogéneo, sólo queda la integración política y esto
significa un movimiento del Estado alemán hacia Occidente. Todas las so
ciedades occidentales están integradas por su Constitución, su monarquía
o su revolución, sus símbolos se derivan de ahí y la nation no es frenchness
sino tradición revolucionaria, la frenchness generada por esta tradición. Y en
este sentido, es una agradable paradoja que a través de la integración de
Alemania Oriental no queda otra opción más que integrar a Alemania con
Occidente, y por ende no queda más que buscar una base para la integra
ción en el patriotismo constitucional. Espero que si esto se llega a imprimir
no tenga que revocarlo algún día.
UNA ALTERNATIVA
INFRAVALORADA
América
y los límites de la Teoría Crítica*
Hans Joas
"Tom ado de H. Joas, El pragmatismo y la Teoría déla sociedad, Madrid, cis/Siglo XXI, 1999, pp. 92-108.
1 D estaca Rolf W iggershaus, Die Frankfurter Schule, Geschichte-Tlieoretische Entioiklung-Politische
Bedeutung, M unich, 1986. A este descollante libro tengo que agradecerle m uchas sugerencias. Tanto
Rolf W iggershaus com o Hans-Joachim Dahms (G otinga) se pronunciaron detalladam ente sobre una
versión anterior de este trabajo. Tengo que d ar a am bos las gracias por las aportaciones de sus valio
sas críticas.
abordamientos occidentales del marxismo, que han tenido nulo contacto o,
en todo caso, uno muy superficial, con la Escuela de Frankfurt, se han
subsumido en el concepto, cada vez más vago, de Teoría Crítica. En Alem a
nia, el oblicuo frente de la célebre "disputa del positivism o" de las ciencias
sociales de los sesenta se resolvía en esa imagen benevolente. En los Esta
dos Unidos, la exaltación de la Teoría Crítica ha impedido que se beba de
las tradiciones propias y ha fortalecido el sentimiento de la superioridad
teórica europea. Entiendo que la crítica a este mito es de vital significación,
puesto que lo que mantengo es, precisamente, que la conexión con los m o
tivos de la tradición pragmatista americana en el campo de la filosofía y en
el de la ciencia es importante. Incluso a quienes se conciben como repre
sentantes de ja Teoría Crítica sólo les cabe beneficiarse, tanto en lo em píri
co como en lo normativo, de un diálogo mejorado con el pragmatismo.
La forma más sencilla de investigar la relación entre estas dos tradi
ciones científicas es preguntarse por la imagen de América que prevalecía
en la Escuela de Frankfurt que emigró a los Estados Unidos. Resulta perti
nente plantearse hasta qué punto se ocupaba el pensamiento crítico de la
vida social y política americanas. Al responder esta pregunta, no le haré
perder tiempo al lector con hechos sobradamente conocidos, de corte más
biográfico que sustancial, como son, por ejemplo, el extremo autoconfina-
miento de los frankfurtianos respecto al ámbito académico americano, y su
talante acentuadamente inadaptado de académicos europeos. En una oca
sión, Paul Lazarsfeld, que había llegado a los Estados Unidos sólo unos
pocos años antes, mencionó sarcásticamente que, en comparación con Ador
no, se sentía un miembro de la Mayflower Society? Lo que sí tiene más im
portancia que estas anécdotas es, sin duda, la valoración de los escritos.
Que yo sepa, tal tarea no ha sido emprendida hasta ahora desde ese punto
de vista, ni siquiera en la extensa sección de reseñas de la revista de la
escuela, el Zeitschrift fü r Sozialforschung.
El supuesto teórico básico que los frankfurtianos llevaron consigo al
emigrar puede describirse a grandes rasgos como sigue: el capitalismo li
beral se encontraba en un proceso de transición inexorable hacia formas
monopolísticas y reguladas por el Estado. En consecuencia, el estado libe
ral se estaba transformando en autoritario y las leyes generales estaban
experimentando un cambio funcional y eran reemplazadas por regulacio
nes especiales. Tales procesos iban acompañados tanto por la destrucción
de las condiciones de una individuación real, como por la creciente desin
tegración de toda cultura elevada, en favor de la cultura de masas, comer
- Paul Lazarsfeld, "A n episode in history of social research", en D onald Flem ing y Bem ard
Baílyn (eds.), The intellectuaí iiiigrntion: Europa and America 1930-1960, C am b ridge, M ass., 1969. La
referencia, a la p. 301.
cial o propagandística. Los diferentes planos de este diagnóstico se estable
cían mediante un rígido funcionalismo, es decir, que de antemano inter
pretaron que los cambios psicológicos y culturales eran funcionales para
los cambios políticos, y que éstos lo eran para la centralización económica
de la dominación. Al menos en el círculo más íntimo de la escuela, América
y las experiencias allí vividas tras emigrar no condujeron a una revisión de
esos supuestos. Para ello, América era el capitalismo en forma pura. De
acuerdo con esto, entendían que los rasgos derivados del desarrollo del
capitalismo en Alemania también tenían que ser, y con más razón, válidos
respecto a América. Todas las experiencias que acumularon sólo les sirvie
ron para confirmar este supuesto previo: para ellos, en los Estados Unidos
la investigación social no sería más que una investigación puramente ins
trumental realizada por encargo; la filosofía, una simple reducción positi
vista de todas las cuestiones a metodología; además, entendían que la psi
cología social americana fomentaba conformismo, y que la cultura de masas
representaba la decadencia y la pérdida del poder trascendente de la alta
cultura europea. Todo esto hacía, en suma, que la sociedad del New Deal
apareciese a sus ojos como un totalitarismo en ascenso. Ya la formulación, a
menudo usada por los frankfurtíanos, de que intentaban ligar las ideas
europeas con métodos americanos, prueba que se estaba desoyendo inclu
so la posibilidad de que hubiese ideas americanas importantes. Y lo que
quisiera demostrar aquí, aunque sea brevemente, es, en cambio, la relevan
cia que tales ideas americanas tiene en determinados campos, precisamen
te como una alternativa a la Teoría Crítica.
El mito positivo de la Teoría Crítica tenía como complemento el mito
negativo del carácter exclusivamente utilitarista y empirista del pensamien
to americano. Y sin embargo, en las distintas fases de la historia americana
se dio una y otra vez una búsqueda, explícitamente articulada, de nuevos
patrones teóricos y prácticos para la formación de la comunidad. Las m o
dalidades de esta búsqueda se extienden desde los ideales de fraternidad
y comunidad del temprano puritanismo hasta la glorificación del pasado
colonial o de la vieja situación del Sur, pasando por el misticismo naturalis
ta, el anhelo del catolicismo y los experimentos utópicos. Pero la más im
portante de ellas es, sin duda, la tradición republicana clásica de América,
que, a finales del siglo xix, encontró en la filosofía del pragmatismo una
nueva expresión puesta al día de tal tenor que, en ella, los viejos ideales de
la autoadministración comunal vinieron a establecer el punto de partida
de una comprensión nueva de la resolución de los problemas cognitivos
y morales. Tal filosofía impulsó una "revuelta contra el form alism o"3 en el
3 Éste es el subtítulo del libro de M orton W hite, Social Ihought in America, Boston, 1947. Cf. ad e
más D am ell Rucker, The Chicago Prngmatisls, M inneapolis, 1969.
conjunto de las ciencias sociales y en la discusión pública estadounidense
— aunque esto se diera, más bien, en forma de modélicas investigaciones
que de síntesis teóricas— . Sin embargo, no cabe pensar que estemos ha
blando simplemente de una investigación social reducida a la precisión
metodológica y desligada de los asuntos teóricos.
Uno de los objetivos principales de las críticas de Horkheimer era pre
cisamente este pragmatismo; y no sólo en varios de sus ensayos, sino tam
bién, y sobre todo, en el libro The eclipse ofreason, que apareció en Alemania
con el título de Zur Kritik der instrumentellen Vernunft.4 Horkheim er se apo
ya ampliamente en un libro que Max Scheler había escrito al respecto, don
de el pragmatismo aparece como una filosofía en la que la vida humana se
reduce a trabajo y que, por tanto, no afronta lo propiamente espiritual o
personal.5 Con esos trabajos. Horkheimer continúa una larga tradición ale
mana de arrogante y superficial desdeño de la corriente más original del
pensamiento americano. La interpretación de Scheler se adaptaba bien al
empeño de Horkheimer en tratar siempre al pragmatismo como el herm a
no inconsecuente del positivismo lógico. Pasaré aquí por alto el hecho de
que el retrato que Horkheimer hace del positivismo lógico también es por
entero insuficiente,6 y el de que la Escuela de Frankfurt no atendiese en
modo alguno al representante más destacado de un pensamiento que sur
gió cerca del círculo positivista, pero que siguió un desarrollo com pleta
mente propio: Ludwig Wittgensteín. La construcción de Horkheimer está
permeada por una estructura lógica que parte de la distinción entre razón
subjetiva y razón objetiva. Un comportamiento subjetivamente racional sería
aquel que únicamente se cuida de la elección de los medios técnica o eco
nómicamente adecuados para fines dados. En ese encuadre, los fines ocu
pan un lugar ajeno a la reflexión, de modo que la primacía de la supervi-
4 M ax H orkheim er (1947), Zur Kritik der instrumentellen Vernunft, Frankfurt, 1967 (ed. orig.:
The eclipse of renson, N ueva York, 1947) [Crítica de ¡a razón instrumental, Buenos Aires, Sur, 1973].
El juicio de C. W right Mills acerca de este libro, sobre e) que hubo de hacer la evaluación con
fidencial del m anuscrito a petición de la O xford University Press, se aproxim a m ucho a la mía: "Pero,
con franqueza, no encuentro evidencia alguna de que H orkheim er realm ente haya com prendido el
pragm atism o, salvo 1) de forma vulgar, y 2) a partir de los últim os pronunciam ientos de los escritores
de la Partisan Review, a los que ataca tardíam ente. C om o no dignifica su visión con m ás literatura que
]a de esos ensayos m enores escritos por seguidores [...] sus observaciones [...] no le ofrecen a uno
garantía de que él conozca el pragm atism o que está critican d o", Cf. J. L. Simich y R ickTilm an, "Critical
T heory and institutional econom ics: Frankfurt's encounter with Veblen", Journal of Economics Issues,
14 (1980), pp. 631-648.
5 M ax Scheler, Erkenntnis und Arbeit: Eme Studic iiber Wert und Grcnzen des Pragmatischen Motivs
ín der Erkenntnis der YJell, Frankfurt, 197 7 (ed. or.: D ie Wissensformen unddie Cesellschnft, Leipzig, 1926).
6 H ans-Joachim Dahm s, "D ie Vorgeschichte des Positivism usstreits: von der K ooperation zur
K onfrontation. Die Beziehungen zwischen Frankfurter Schule und W iener Kreis 1936 -1 9 4 2 ", Jnhrbuch
fü r Soziologiegeschichte, 1990, pp. 9-78.
vencía del sujeto se afirma de modo inadvertido, puesto que no existiría
ningún criterio superior respecto a los fines. La razón subjetiva, o instru
mental, se ha convertido en la dominante desde el comienzo de la moder
nidad; en particular, desde la crítica ilustrada de la religión y, en forma
definitiva, tras la muerte de Hegel. Horkheimer cree que este proceso ha
destruido la "razón objetiva", el saber sobre los bienes supremos de la hu
manidad, que son independientes de la propia conservación y del cálculo
de utilidades. Sin embargo, para él está bien claro que tal razón objetiva no
podría ser restaurada mediante una nueva metafísica. Y, no obstante, pre
tende referir su propio proyecto, que denomina "dialéctico", a esa "razón
objetiva", a la racionalidad de los fines en sí mismos. En este contexto, el
concepto de "positivism o" se convierte en el grito de guerra para la totali
zación de la razón subjetiva. El pensamiento pragmatista queda subsumido
ahí, sin contemplaciones; y toda la investigación social empírica resulta tam
bién continuamente atrapada por ese veredicto, sin que éste limite su al
cance a algunas de sus formas particulares o a la falsa comprensión que
aquélla podría tener de sí misma.
Adorno abordó de un modo significativamente más cauto esa misma
estilización7 de la "razón objetiva". Tenía muy claro que el mero contraste
de una razón objetiva "verdadera" con la paulatina subjetivización e
instrumentalización de la razón provocaría una impresión de dogmatismo,
y que tal forma de proceder no sería acorde con el precepto del desarrollo
dialéctico y de la negación determinada. De ahí que el dogmatismo de la
"razón objetiva" esté ausente del libro que escribieron conjuntamente Ador
no y Horkheimer, La dialéctica de la Ilustración, aun cuando el precio fuese el
de la ambigüedad teórica. Pero también Adorno estaba seguro de que
el pragmatismo y el positivismo deberían ser considerados totalizaciones
de la razón instrumental. Por su parte, Herbert Marcuse se mostró un poco
más abierto al pragmatismo en sus reseñas de los libros de Dewey, publica
das en el Zeitschrift fiir Sozialforschung;8 concedía que Dewey había recha
zado el positivismo lógico y que, en su teoría de los valores, no defendía la
existencia de un pensamiento libre de valores, sino que, al contrario, se
esforzaba por inquirir la racionalidad de los valores y, particularmente, por
encontrar una nueva visión de la constitución de los valores en la acción
humana. Pero los representantes de la Escuela de Frankfurt no acertaron a
7 Cf. C arta de A d orn o a Lówenthal do 3-6-1945, citada por R. W iggershaus (Die Frankfurter
Schule..., op. cit., p. 371).
H erbert M arcuse, Recensión de John Dewey, Logic. The Iheonj of inquirí/, Nueva York, 1938,
Zeitschrift fiir Soaalforschitng, 8 (1939-1940), pp. 221-228, y su recensión de John Dewey, Theory of
valuntion, C hicago, 1939, Z eilichnftfiir Socinlforschung, 9 (1941), pp. 144-148; hay ya una interpretación
muy detallada — y negativa— de estas recensiones, contenida en la tesis no publicada de Hans-Joachim
Dahms, Posítivismusstreit, tesis doctoral (G otinga, 1940), pp. 76-82.
descubrir dónde estaba, en concreto, el aspecto constructivo de esos es
fuerzos de Dew ey Y esto resulta todavía más chocante cuanto se repara en
que la publicación de las concepciones de Dewey — en su gran libro sobre
la experiencia estética y en su pequeño estudio sobre la experiencia religio
sa— 9 tuvo lugar a mediados de los años treinta y en la neoyorquina U ni
versidad de Columbia, donde también trabajaban Horkheimer y Adorno.
Esa errónea comprensión del pragmatismo se demuestra del modo
más patente al examinar el trato que dieron al concepto de "adaptación".
Los escritos de los frankfurtianos — el ensayo de Adorno sobre Veblen, por
ejemplo— están preñados de polémica contra el presunto carácter socio-
darwinista y conformista del concepto de "adaptación". Para empezar, no
veían que los pragmatistas distinguían muy diferentes clases de adapta
ción, cuyo espectro iba del pasivo ajuste (acomodation) a las condiciones del
entorno, pasando por la adaptación activa (adaptation), en el caso de la trans
formación del mundo al servicio de la vida, hasta el completo recomponer
se de la personalidad en la experiencia religiosa (adjustment). Pero, sobre
todo, perdieron de vista que el concepto de "adaptación" de ios pragmatistas
no significaba nunca rutina o pérdida de subjetividad, sino innovación prác
tica, resolución creativa de los problemas reales.
9 John Dewey, Art as experience (N ueva York, 1934), y tam bién A common fníth (N ew H aven,
1934). Para la interpretación de estos escritos de Dew ey ya se cuenta con el adm irable libro de Thom as
M. Alexander, John Dewey's theonj of art, experience and nature; The horizons of feeling (Albany, Suny
Press, 1987).
10 John Dewey, "T he need for a recovery of ph ilosoph y", en Dew ey el al., Creative intelügence,
N ueva York, 1917, pp. 63 y ss.
" Hans Joas (1987), "Sysm bolic interactionism ", en Anthony G iddens y Jonathan T um et, Social
theory today, C am b ridge, 1987, pp. 82-115 [existe tradu cción española de esta versión inglesa: "El
interaccionism o sim bólico", en A. G iddens y J. Turner, Ln teoría social hoy, A lianza, 1990, pp. 112-154].
En este m ism o volum en este artículo se vierte por p rim era vez del alem án: "D e la filosofía del
pragm atism o a una tradición de investigación sociológica".
de la mirada no estaba presidido por una perspectiva cultural pesimista
hacia el derrumbamiento de la comunidad, sino por la atención hacia la
formación de nuevas instituciones a partir de esas situaciones de cambio.
La teoría de Dewey sobre el arte y la religión trataba de la creatividad co
lectiva en la constitución de valores ideales y sobre la creatividad indivi
dual en la especificación "abductiva", no deductiva, de esos valores como
fines de la acción, pues, de un modo completamente opuesto a esa errónea
comprensión instrumentalista del pragmatismo de la que hablábamos, lo
que resulta ser crucial en Dewey es la experiencia estética y no la técnica.
Entendía que en la experiencia estética se podía demostrar la posibilidad
de dotar de sentido la percepción de un mundo susceptible de significa
ción, mediante la apropiación creativa de las posibilidades de idealidad
contenidas en él. En suma; mientras en su crítica de la razón instrumental
los frankfurtianos anhelaban en vano una razón objetiva o se embrollaban
en la ambigüedad del concepto de razón contenido en una presunta dialéc
tica de la Ilustración, el pragmatismo americano, superando esas filosofías
de la historia basadas en la metafísica de la razón, se había desarrollado
hasta convertirse en una teoría de la constitución intersubjetiva de los va
lores que se experimentan como significativos y vinculantes.
Esta diferencia en la filosofía social tiene su paralelo en el plano de la
teoría política. En el caso de ésta, las interpretaciones fallidas que hacía de
América la Escuela de Frankfurt provenían de la comprensión marxista del
liberalismo y de la democracia. En los escritos publicados con anterioridad
a la emigración del instituto, resulta claro que los conciben según el mar
xismo ortodoxo: como superestructura del capitalismo. Así, entienden que
la transición del capitalismo liberal al monopolista va necesariamente acom
pañada por la emergencia del estado totalitario como un correlato necesa
rio del segundo: el fascismo sería la dominación del capitalismo monopo
lista. En el trabajo "La lucha contra el liberalismo en la concepción totalitaria
del Estado", de 1934, Marcuse propuso lo que en parte constituía una lúci
da crítica de las nacientes teorías nacionalsocialistas del derecho y del Es
tado; y, sin embargo, su argumento principal era, con sus propias palabras,
que el propio liberalismo "'engendraba' desde su interior el estado autori
tario totalitarista: como su perfección propia en una fase más avanzada de
d esarrollo".12 Todos los elementos de la democracia liberal, como la liber
tad de expresión y de prensa, la publicidad, la tolerancia, el parlamentaris
mo y la división de poderes, eran reducidos expresamente a componentes
funcionales del capitalismo competitivo. Durante su emigración, la Escue
12 H erbert M arcuse, "D er Kam pf gegen den Liberalism us in der totalitáren Staatsauffasim g",
Zeitschrift fü r Sozialforschmig, 3 (1934), pp. 161-195.
la de Frankfurt elaboró muy pocos análisis concretos de las tendencias del
desarrollo económico de las sociedades occidentales. Horkheim er y Ador
no hablaron, de un modo muy global, de un "estatism o in teg ral" en
autoformación y, más tarde, de una "sociedad adm inistrada". Sus puntos
de referencia originarios — la "econom ía planificada" y el "proletariado"—
fueron desechados con discreción. Se enterraron las esperanzas unidas a
ellos, y las alusiones a un sujeto de la historia y a un orden social racional
fueron sustituidas por la concepción hondamente pesimista de una domi
nación totalitaria persistente en la que, en especial, los judíos tendrían que
sufrir la sujeción com o objetos del poder. Tam bién en el ensayo de
Horkheimer de 1939, "Los judíos en Eu rop a",13 en el que su atención prin
cipal tomó este sesgo, se repitió el diagnóstico con una ferocidad cruda: el
totalitarismo era el resultado del capitalismo, que tenía que perder necesa
riamente su carácter liberal: "El nuevo antisemitismo es heraldo del orden
totalitario en el que se ha convertido el liberal. Es necesario retroceder ha
cia las tendencias del capital". Los que no habían abandonado la esperanza
de que "en algún lugar la reforma del capitalismo occidental tuviese lugar
de modo más suave que en A lem ania",14 fueron rechazados con escarnio.
Hasta las consecuencias más terroríficas del nacionalsocialismo fueron to
madas como pruebas de la inalterada validez de la crítica marxista del capi
talismo. Tal actitud contenía una encubierta tomada de bando político que
llevó a Marcuse, aun tras el final de la Segunda Guerra Mundial, a hablar de
la inminente fascinación de los Estados Unidos y de la necesidad de criticar la
socialdemocracia más duramente que la Unión Soviética.15 Estas indicacio
nes no pretenden ser una denuncia política ni un intento de tomar como una
bagatela los peligros de un autoritarismo occidental, ya sea latente o m ani
fiesto, sino que deben demostrar la incapacidad de la Teoría Crítica para
lograr una concepción idónea para hacerse cargo de la profunda crisis eco
nómica y social que en los años treinta se dio en el ámbito de las sociedades
democráticamente organizadas. Es verdad que también hubo otras voces;
Franz Neumann y Otto Kirchheimer diferían del núcleo íntimo de la es
cuela tanto en el análisis de las democracias occidentales como en su diag
nóstico del nacionalsocialismo. Fue Neumann sobre todo quien defendió
siempre la primacía política del mantenimiento de la dem ocracia.16 Al criti-
n M ax H orkheim er, "D ie Juden und E u ro p a", Zeitschrift fiir Sozinlforschimg, 8 (1939-1940),
16 Franz N eum ann, "D er Funktionswandel des Gesetzes im Recht der bürgerlichen Gesellschaft",
Zeitschrift fiir Sozialfarschimg, 6 (1 9 3 7 ), pp. 5 4 2 -5 9 6 . Sobre sus e x p erien cias en A m érica véase:
"Intellektuelle Em igralion und Sozialwiüsenschaft", en N eu m an n, Wirtschaft, Staat, Demoktnhe: Auffsatze
1930-1954 (com pilado por A lfonso Sbllner), Frankfurt, 1978, pp. 402-423.
car a Cari Schmitt se había percatado del carácter problemático de la inter
pretación marxista-funcionalista del parlamentarismo y del Estado de de
recho. Pero políticamente simpatizaba, sin duda, con la línea política ameri
cana que va de Wilson a Roosevelt. Por otra parte, en el ámbito teórico
nunca llegó a superar el funcionalismo, sino que apenas le añadió más que
proclamas sobre el intrínseco valor ético de las instituciones democráticas,
la separación de poderes y la independencia del poder judicial. Las fuentes
históricas y la lógica independiente de estas tradiciones no tuvieron conse
cuencia alguna sobre su crítica marxista del liberalismo. Nunca revisó sus
tesis sobre el cambio de la función de la ley.
Tal planteamiento marxista-funcionalista no podía hacer justicia a la
tradición de la democracia americana. Afirmar que el liberalismo y la de
mocracia son equivalentes al utilitarismo comporta, precisamente, de traer
del frente de batalla central donde, hoy como siempre, se libra recurren
temente la lucha de América por su propio autorreconocimiento. Desde el
siglo xvm ha existido, cuanto menos, tensión entre los polos utilitarista
y republicano normativista del pensamiento americano. En el curso de la
historia americana se renovaron una y otra vez las fuentes autóctonas a fin
de mantener dentro de límites razonables el individualismo posesivo. Po
dríamos tomar como ejemplo el populismo agrario posterior a la guerra
civil, las progresivas corrientes de reforma social anteriores a la Primera
Guerra Mundial y el New Deai. Teóricos sociales tan distintos como John
Dewey y Talcott Parsons forman juntos en esta batalla contra el utilitaris
mo. Los teóricos críticos no tomaron en cuenta ni la obra teórica de Parsons
que hizo historia, La estructura de la acción social,17 ni la filosofía política de
Dewey. Toda penetración de la teoría de la acción en la política tenía por
fuerza que colidir con sus supuestos marxistas-funcionalistas. Pero el pen
samiento político de Dewey partía precisamente de los procesos de acción
colectiva, no del Estado.’8 Según su argumentación, la acción se topa con
problemas y acarrea consecuencias no buscadas, o no anticipadas, que el
colectivo actuante tiene que procesar reflexivamente con posterioridad. La
comunicación entre todos los participantes desempeña un papel funda
mental en este proceso de interpretación y evaluación de las consecuen
cias. El programa político de Dewey mira a restablecer la amenazada esfe
ra política pública por medio de la revitalización de la vida comunitaria
incluso en las grandes ciudades, de la obstaculización del surgimiento de
una expertocracia, del dominio de la esfera pública (Ójfenlichkeit) sobre las
consecuencias no deseadas que producía la sociedad industrial, y median
17 Talcott Parsons (1937), The slructure of social aclion (N ueva York, 1937) [b i estructura de la
acción social, 2 vols., M adrid, G uadarram a, 1968).
'*Joh n Dewey, The pttblic and its problems, Nueva York, 1927.
te la publicidad (Publizitat) y libertad de investigación de las ciencias socia
les. No resulta posible en estas líneas entrar a evaluar este programa. Pero
lo que hay que sostener aquí con firmeza es que, al reducir la democracia a
capitalismo, la Escuela de Frankfurt sepultó uno de los temas más impor
tantes de )a presente discusión teórica en Oriente y Occidente, a saber, la cues
tión de la relación de afinidad o de tensión que pueda darse entre estas vías
del desarrollo social moderno.
También en el dominio de la psicología social chocaron violentamente
la tradición pragmatista americana y la Escuela de Frankfurt. Cooley, Mead
y Dewey inspiraron numerosos estudios en los que — por medio de los con
ceptos de "asunción de rol", de "sí-m ism o", de "otro generalizado" y de
"interacción mediada sim bólicam ente"— se mostró que el desarrollo del
yo resultaba de la interacción social. Estas investigaciones contrastaron
agudamente con el reduccionismo psicológico conductista y, a su vez, ins
piraron diversos intentos de integrar la psicología social interaccionista y el
psicoanálisis. Con una sola excepción, los frankfurtianos — marcados con
la impronta del psicoanálisis— reaccionaron contra este correlato socio-
psicológico de la tradición democrática americana, negándolo con la m a
yor contundencia. La excepción es, en este caso, Erich Fromm. Aunque tam
bién comenzara como marxista-funcionalista y hubiese intentado trazar las
fronteras entre las estructuras libidinosas y las sociales, fue volviéndose
paulatinamente más escéptico respecto a la teoría pulsional de Freud. Du
rante su etapa de emigración, Fromm intentó integrar la psiquiatría inter
personal de Harry Stack Sullivan con la antropología cultural de Ruth
Benedict y Edward Sapir. Aunque esto de ningún modo comportaba una
consecuente revisión de la teoría pulsional, Fromm al menos perdió el
funcionalismo marxista de sus amigos, lo que bastó para que fuera tachado
de revisionista. En 1936, Adorno le recomendó con mofa que leyese urgen
temente a Lenin, a fin de recuperar la familiaridad con el significado de la
vanguardia y la dictadura, y de resguardarse de los peligros del confor
m ism o.19 Horkheimer y Adorno entendían que el sesgo de Fromm, más
expresivista que interaccionista, indicaba su proclividad a conformarse tran
quilamente a un orden social que ellos veían necesitado de acción revolu
cionaria. Les resultaba forzoso pensar así, puesto que estaban ciegos para
los contenidos idealizantes de la democracia. La consecuencia de esto era
que sólo h u b ie ra n ad a p ta ció n y co n fo rm ism o en el á m b ito de la
intersubjetividad, y que esperaran cambios radicales procedentes de la fuer
za indom eñable de las pulsiones instintivas. Si durante la postguerra
Horkheimer volvió al pesimismo schopenhaueriano de sus primeros años,
19 C arta de A d om o a Horkheim er, de 21-3-1936 (cf. Rolf W iggershaus, Die Frankfurter Shule...,
op. c i t p. 184, y tambidn p. 299).
Marcuse radicalizó su freudismo, convirtiéndolo en una justificación de la
revolución basada en una metafísica, no ya de la razón sino de las pulsiones
instintivas. En su libro Eros y civilización, aparecido en 1955, polemizó des
de este punto de vista contra Sullivan y Fromm.20 Mientras Fromm consa
graba su atención al destino de la espontaneidad humana en la sociedad de
su tiempo, Horkheim er y Adorno sólo pudieron percibir la destrucción
de toda espontaneidad. En 1940 lo expresaban así: "Som os testigos de un
cambio que convierte a los hombres en simples centros pasivos de aten
ción, en sujetos de 'reflejos condicionados', porque no han conservado cen
tro alguno de espontaneidad, ninguna regla de conducta obligatoria, nada
que trascienda sus voluntades, necesidades y deseos más inm ediatos".21
Así, tomaron al conductismo por una descripción de hechos, pero conside
raron que la psicología de la creatividad y de la interpersonalidad era un
mero reflejo ideológico. ¡No cabía hacer un análisis más falso que ése! Erra
ba al menos en tres sentidos: en primer lugar, no hacía justicia a la realidad
de América pues, en palabras de Max Weber, "fue una característica de la
democracia específicamente americana el no ser un montón informe de in
dividuos; sino un tejido de asociaciones estrictamente exclusivas, pero vo
luntarias".22 En segundo lugar, tampoco trataba de modo adecuado la ten
dencia dominante de la posguerra, cuando cada vez más gente adoptó en
mayor grado una autocomprensión referida a la individualidad creativa.
Y, en tercer lugar, la celeridad y falsedad del diagnóstico revelan la caren
cia, en el seno de la Teoría Crítica, de una psicología social que pudiese
aspirar a algo más que a un simple mediar directamente entre leyes su
puestamente político-económicas y una individualidad irracional. Hasta
el importante estudio sobre la personalidad autoritaria resultó fallido, como
destacaría Herbert Blumer, porque en él los tipos psicológicos se corre
lacionaban únicamente con el comportamiento político, y ni siquiera la
posible emergencia de un movimiento social como el de los nazis era ana
lizada desde la teoría de la acción.23
50 H erbert M arcuse, Triebstriiktur und Geseltechnfl, Frankfurt, 1969 [Eros \j civilización, Barcelona,
Seix Barral, 1972].
21 B orrad or escrito por Adorno para una carta de H orkheim er a Robert Hutchins. C/. Rolf
W iggershaus, Die Frankfurter Scluile..., op. cit., p. 299. Para la interpretación de la relación de A dorno
con la cultura y la crítica de la cultura am ericanas es m uy valioso su artículo "Veblen attack on culture",
Zeitschrift fiir Sozialforschting, 9 (1941), pp. 389-413. Dicho trabajo apareció tam bién, algo abreviado,
en Prismen, Frankfurt, 1955, pp. 68-91.
22 M ax Weber, "Die Protestanlischen Sekten und der Geist des K apitalism us", Gcsninmcllc Aufshtze
zur Religionsoziologie, i, Tubínga, 1922, pp. 207-236, aquí, p. 215 [la cita se tom a de la versión española,
E>ism/os sobre sociología de la religión, i, M adrid, Taurus, 1992, pp. 203-231, concretam ente de las páginas
210- 211].
23 H erbert Blumer, "C ollective beh avior", en Joseph B. Gittler (com p ), Revii-w of Sociologtj, N u e
va York, 1957, pp. 127-158; aquí, p. 147.
Faltaban todos los recursos conceptuales necesarios para llevar a cabo
el análisis de procesos sociales en los que individuos de distintas estructu
ras de personalidad interactuasen y se uniesen para formar grupos u orga
nizaciones contingentes. Esta deficiencia también se daba en la teoría de la
socialización, en su sentido restringido de estudio de la formación de las
estructuras de la personalidad. Ha sido, sobre todo, la crítica feminista la
que ha mostrado en los últimos años la falsedad de los supuestos psico-
analíticos ortodoxos sobre la conexión entre el logro de la autonomía y la
obtención del rol de género. Pero estos supuestos formaron la base de las
explicaciones de la Escuela de Frankfurt sobre los peligros del debilitamiento
progresivo de la autoridad paterna y su reemplazo por la burocracia y la
industria de la cultura. Es en especial el "enfoque de las relaciones objetales"
— por volver a Sullivan— el que, por el contrario, subraya la importancia
de la percepción y el reconocimiento intersubjetivos en el desarrollo del
niño, y llega, por ello, a tesis completamente diferentes: la autoridad pater
na no se desintegra simplemente, sino que se transforma en una participa
ción mayor en la crianza del niño y en una mayor autonomía de la perso
nalidad maternal. "En cualquier caso, tanto el padre real como el padre
ideal que promueven los media están mucho más consagrados a las obliga
ciones paternas — de entrada, con el propio nacimiento del niño— que en
el pasado".24 De acuerdo con esto, no hay razón para hablar de un medio
familiar cada vez más frío, ni sobre niños cada vez más permeables a la
manipulación.
Así, los miembros de la Escuela de Frankfurt no concebían la m edia
ción de los requerimientos sociales y de la psique individual según catego
rías de la teoría sociológica de la acción. Usaron, en su lugar, una teoría de
la cultura expresada en términos aún más restringidos, y que pronto se
orientó únicamente hacia la obra de arte autónoma y, a menudo, esotéri
ca.25 Desde esta posición, la mirada crítica de sus miembros vino a parar a
los medios de comunicación y a los contenidos de la cultura de masas am e
ricana. Los juicios de Adorno sobre el jazz, sobre la recepción de la música
más seria de la radio, y sobre los grandes encuentros deportivos, fueron
Jessica Benjamín, "D e Antínom ien des patriarchalischen Denkens. K ritische T heorie und
P sych oan alyse", en W olfgang Bon3 y Axe) H onneth (com p s.), Socialforsclumg ais Kritik, Frankfurt,
1982, pp. 442-455; aquí p. 449.
25 Cf. Axel H onneth, Kritik der Machi {Frankfurt, 1985), pp. 11-111. Este texto es de gran im por
tancia para el cuestionam iento original de H orkheim er y sobre la "definitiva represión de lo social"
en A dorno. Lo m ism o se puede decir para la brillante elaboración de H onneth de una indicación de
Haberm as: Honneth (1987), "Kritsche Theorie. Vom Zentrum zur Peripherie einer D enktradition", Kolner
Zeitschrift fi'tr Soziologie, 41 (1989), pp. 1-32 ["Teoría C rítica", en A. Giddens, J. T um er y otros. La teoría
social hoy, op. cil., pp. 445-448]. Honneth exagera tanto las diferencias entre centro y periferia en la Escue
la de Frankfurt, que llega a reclamar com o posiciones de N eum ann y From m algunas que yo realmente
veo en sus escritos com o sim ples alusiones, pero no com o algo consecuen tem ente elaborado.
devastadores.26 Sólo alcanzó a ver en todo esto la condena de los receptores
a ser, por usar su término, "anfibios" pasivos e irreflexivos, así como la
prefiguración de un naciente totalitarismo. No pareció disturbarle el hecho
de que el totalitarismo tendiese a surgir antes donde la cultura de masas
moderna no se había extendido.27 La investigación empírica sobre la com u
nicación masiva y la sociología de la cultura apenas respaldó alguno de
sus análisis. No deseo desdeñar el conjunto de los posibles problemas de la
cultura de masas, pero lo importante aquí es descubrir que Adorno no los
demostró, sino que se limitó a prejuzgarlos teóricamente. La teoría social
de la Escuela de Frankfurt no admitía la posibilidad de que los nuevos
medios y la cultura popular tuviesen algún efecto positivo en una socie
dad democrática.
No hace falta compartir las desmedidas esperanzas de Walter Benjamin
respecto al potencial de cultura-revolucionaria de las nuevas formas de
arte tecnificado, para notar que el patrón de la crítica de Adorno era, en
cada caso, la alta cultura de una época pasada o la obra maestra singular
mente lograda, y no la cultura popular o de masas de estos tiempos.28 El
contraste con la crítica cultural propia de América se palpa cuando Adorno
no ve en los ataques polémicos de Veblen sobre el consumo ostentoso de la
íeisure class (clase ociosa) sino la envidia frente a las últimas posibilidades
de escape de las coacciones de la conformidad. El refinamiento de gran
burgués decidido a esperar la revolución que acabe con toda explotación
se enfrenta a un igualitarismo que es quizás ingenuo y a la adopción del
instinct o f zuorkmanship (instinto del trabajo eficaz) campesino y de la mano
de obra industrial, sin poder comprenderlos.
Así pues, la relación entre la Teoría Crítica y América y con las tradi
ciones intelectuales americanas resultó estéril en todos los ámbitos. Esta
circunstancia fue completamente diferente en los casos de los otros emi
grantes, desde Hannah Arendt a Alfred Schütz. Pero la justicia histórica
nos obliga a m encionar que la vuelta a Alem ania llevó a Horkheim er
y Adorno a un cambio de opinión como el que hubiese cabido esperar ya
de su em igración. En una especie de retrospectiva autobiográfica, en
30 Hans Joas, "D ie U ngiückliche Ehe von H erm eneutik und Fu nk tion alism us", en A. Honnef
no se puede decir que Habermas haya aclarado su postura básica ante el
pragmatismo. La laguna más chocante es, en este sentido, la relativa a la
obra de John Dewey, a quien apenas menciona. El tem prano libro de
Habermas, Strukturwandel der Óffentlichkeit, que tanto suena a Dewey, con
tiene, no obstante, la perspectiva del "mundo adm inistrado".31 Fue este
legado el que llevó a Habermas a su recepción (ciertamente crítica) de la
teoría de sistemas luhmaniana y a la adopción de la tesis de la existencia
de esferas de acción no sujetas a normas, como las que encontramos en su
obra principal, Teoría de la acción comunicativa. La crítica a los defectos de la
teoría de la acción de Habermas proviene de puntos de vista muy diversos.
Arnason, por ejemplo, opina que la teoría de la acción de Habermas, en su
forma actual, está restringida por su adaptación anticipativa a la teoría
de sistem as recibidas de Luhm ann.32 Por eso mismo, las revisiones de
Habermas en el campo de la teoría de la historia darían como resultado un
marco cuasiteleológico que reconocería solamente la interacción de lógicas
de sistemas, no la auténtica apertura de la historia. Alexander, por su parte,
añade la objeción de que Habermas no despliega realmente una teoría de
la sociedad sobre la base de un concepto no instrumentalista de la acción,
sino que genera en su teoría de la acción una categoría residual de acción
no comunicativa, a fin de proponer una amplia descripción no normativa
de la vida moderna al estilo de la Teoría Crítica.33 Antonio ve en Habermas
una conexión entre la búsqueda no pragmatista de una argumentación
normativa transhistórica y su tendencia al formalismo ético.34 Digamos, por
tanto, que Habermas únicamente emplea motivos del pragmatismo para
continuar al modo intersubjetivo las teorías weberiana y marxiana de la
racionalización.
El pragmatismo se correspondería, en cambio, con una teoría de la
creatividad de la acción y, mediante ella, sustituiría los debates sobre el
fin del individuo por la indagación de las formas de manifestación de la
creatividad individual. Y aquí hay que pensar en todo el arco que va de
la participación política y cultural, pasando por la creatividad "yuppifica-
da", hasta llegar a la violencia espontánea como manifestación de una ex
presividad sepultada. La revaloración ética de los vínculos primarios y la
31 Jürgen H ab erm as, Strukturwandel der Óffentlichkeit. Untersuclumgen zu ciner Kalcgorie der
bürgerlichen Gesellschaft, N euw ied-Berlín, Luchterhand, 1962 \Hi$loria y crítico de la opinión pública,
B arcelona, G u stavo Gilí, 1982]. En la introducción a la nueva edición de esta obra (Frankfurt, 1990,
p. 30), H ab erm as se autocrítica desde el punto de vista que apuntam os.
12 Johann Pall A m aso n , Praxis imd Interpretation, Frankfurt, 1988.
53 Jeffrey Alexander, "H ab erm as' nevv C ritica! Theory: its prom ise and problem s", American
Sociological Review, 91 (1985-1986), pp. 400-424-
M Robert J. Antonio, "T he norm ative foundations of Em ancipatory Theory: Evolutionary ver
sus pragm atics perspectives", American Sociological Review, 94 (1988-1989), pp. 721-748.
indagación empírica de los recursos formadores de comunidad — como la
que ha dirigido Robert Bellah— ocuparían el lugar del universalism o fo r
mal de la ética del discurso.35 Bellah es consciente del potencial que ofrecen
las tradiciones bíblica y republicana para superar el individualismo utilita
rista y expresivo de la vida americana en sus facetas privada y profesional,
comunitaria y nacional. Por nuestra parte, debemos buscar los equivalen
tes alemanes por medio del análisis comparativo y polémico con las tesis
— tan en boga— sobre la individuación, evaluando el alcance de esta po
tencialidad. La cuestión de hasta qué punto las sociedades hacen de su
propia diferenciación funcional el objeto de la formación de la voluntad
democrática vendría a sustituir la demarcación fija entre sistema y mundo
de la vida que plantea Habermas.36 En una época en la que la pregunta por
la naturaleza de la democracia se ha convertido en el eje fundamental de
los debates políticos de todo el mundo, resulta absurdo desatender los
medios teóricos y empíricos que podemos hallar en la historia y en el ac
tual momento de las ciencias sociales americanas. La profundidad de la.
huella que ha dejado en la identidad de los Estados Unidos la comprensión
de la propia realidad como una sociedad democrática no encuentra paran
gón en ningún otro país. En mi opinión, la historia de la repercusión de
tales recursos intelectuales está aún por llegar.
35 Robert N. Bellah et a l, Habits of the heort, Individualista and commitment in American life, Berkeley,
University of California Press, 1985 [Hábitos del corazón, M adrid, A lianza, 1988].
16 H ans Joas, “Die D em okratisierung der D ifferenzierungsfrage", Soziale Welt, 41 (1990), pp. 8-27.
C uarta P arte
Derroteros de la teoría sociológica
actual: Norbert Elias
NORBERT ELIAS
Ejes conceptuales
para la comprensión del proceso
civilizatorio en Occidente
Lidia Giróla
I n t r o d u c c ió n
1 Podem os entender "socialidad" en cualquiera de estas dos acepciones: "com o las relaciones
y actitudes de la gente en encuentros contingentes y ocasionales, que dependen de patrones aprendidos y
pragm áticam ente reprodu cidos" (cf. O'Donnell, 1984), o com o "las relaciones sociales m ás íntim as
y cotidianas que fundan, sustentan y a la vez se contraponen con 'lo social'" (cf. Maffesoli, 1990:141).
1 Existen interesantes sim ilitudes entre este concep to y el de "econ om ía m oral de la m ultitud"
de E. P. T hom pson, que se refiere a los valores y actitudes m orales de la clase obrera inglesa en los
com ienzos del industrialism o (cf. Thom pson, 1963).
cientes de expresión, satisfacción y control de las necesidades relacionadas
con las pulsiones humanas, en un entorno cultural determinado.
La economía afectiva" varía según los estratos y clases sociales; va
ría de una sociedad y de un grupo a otro; se configura históricamente y es
idiosincrásica y característica de las diferentes sociedades a través del
tiempo.
i También puede decirse que la economía afectiva de los estratos y cía-
I ses en una sociedad y época determinadas constituye un conjunto dinámi-
I co de actitudes y comportamientos, que va cambiando de manera inter-
dependiente respecto a otros conjuntos de relaciones sociales: de poder, de
lucha por el prestigio, de dominio económico, etcétera.
Hay que tener en cuenta además que para Elias el estudio de los cam
bios en ios comportamientos y en las "normas y umbrales de la sensibili
dad" se justifica porque son la expresión o síntoma de las modificaciones
en cuanto a lo que posteriormente otros autores han denominado "el ima
ginario social", o sea, la visión (más o menos idealizada) que las personas
y los grupos tienen de sí mismos y del mundo. La pormenorizada descrip
ción de las conductas en el tránsito de la sociedad medieval a la moderna
no responde a un mero afán ilustrativo, sino que puede constituir una cla
ve explicativa acerca de cómo se constituye, se modifica y en qué sentido
"evoluciona" una sociedad.
En cuanto a b), es pertinente señalar que para Elias la relación plantea
da por el pensamiento social decimonónico entre la idea de "evolución"
y la idea de "progreso" es totalmente espúrea; por esa misma razón, el con
cepto de evolución cayó en el mayor de los descréditos, ya que los sociólo
gos contemporáneos rechazaban los supuestos ideológicos y políticos que
estaban por detrás de los modelos teóricos del desarrollo a largo plazo vi
gentes durante el siglo xix.
Elias, precursor en ésta como en otras cuestiones, sostiene la necesi
dad de disociar la idea de evolución de la idea de progreso. Dice:
La v e rific a ció n d e las teo rías d e la e v o lu ció n del siglo xix a la lu z d e las e x p e
rie n c ia s m á s a m p lia s d e las g e n e ra cio n e s sig u ien tes, h izo q u e tod a u na serie
d e a s p e c to s d e los a n tig u o s m o d e lo s d e p ro c e s o s a p a re c ie ra n c o m o in cierto s
o, c u a n d o m e n o s , c o m o n e ce sita d o s d e rev isió n . M u ch o s d e los a rtíc u lo s de
fe, in d u b itab les p a ra los a d e la n ta d o s de la so cio lo g ía en el siglo xix, ya no
re su lta b a n a ce p ta b le s p a ra los re p re s e n ta n te s d e la m ism a d iscip lin a en el
siglo xx. E n tre é sto s se cu e n ta la creen cia d e q ue la e v o lu ció n d e la so cied ad
h a d e ser, n e ce s a ria m e n te , u na ev o lu ció n h acia lo m ejor, una tra n sfo rm a ció n
en la d ire cció n del p ro g re s o . En un e x a m e n re tro s p e c tiv o p u d o v e rse con
m a y o r c la rid a d q u e los viejos m o d elo s del d e sa rro llo e ra n una m ezcla de
e n u n c ia d o s o b jetivo s y d e c o n stru c cio n e s id e o ló g ica s [E lias, 1 987: 19],
Más adelante señala:
el b o s q u e jo d e u n a te o ría d e la c iv iliz a c ió n c o m p r e n d e ig u a lm e n te un m o
d e lo d e las re la c io n e s p o s ib le s e n tre el c a m b io a la rg o p la z o d e las e s t r u c
tu ra s in d iv id u a le s (p s ic o ló g ic a s ) d e lo s h o m b re s (en la d ir e c c ió n d e u n a
c o n s o lid a c ió n y d ife re n c ia c ió n d e los c o n tro le s e m o tiv o s ) y el c a m b io a
la rg o p la z o [...] en el s e n tid o d e u n a d ife re n c ia c ió n y p ro lo n g a c ió n d e las
lín e a s d e in te r d e p e n d e n c ia y d e u n a c o n s o lid a c ió n d e los " c o n tr o le s e s t a
ta le s " [E lia s , 1 9 8 7 : 11],
E je s c o n c e p t u a l e s
PARA EL ESTUDIO DEL PROCESO CIVIL1ZATORIO
Los ejes del proceso evolutivo cuyo resultado ha sido lo que Elias denomi
na "civilización occidental" son: A) el incremento en el autocontrol rela
cionado con la monopolización de la violencia física; B) un incremento en
la diferenciación de funciones sociales, y por lo tanto de la interdependen
cia de los agentes e instituciones sociales; C) las modificaciones en el proce
so de integración social que comporta lo que Elias llama "dualidad del pro
ceso civilizatorio" en el terreno de la consecuencias; D) los procesos de
racionalización, o sea de calculabilidad, previsión a largo plazo y reflexi-
vidad, que poco a poco van pasando de un grupo de la sociedad a otro
hasta generalizarse; y E) los procesos de psicologización creciente de las
relaciones interpersonales, entendidos como estudio del Otro, sus reaccio
nes y sus manifestaciones en la medida en que puedan revertirse y afectar
al individuo que observa e interactúa.
Trataré de esbozar brevemente las características de cada uno de estos
ejes conceptuales o focos de atención teórica en el texto de Elias El proceso
de la civilización.
El in d iv id u o se ve o b lig ad o a o rg a n iz a r su c o m p o rta m ie n to d e m o d o c a d a
v e z m á s re g u la r y m ás estab le. [...] Ya sea co n scie n te o in co n scie n te m e n te ,
la o rie n ta c ió n d e esta tra n sfo rm a ció n del c o m p o rta m ie n to en el sen tid o de
u n a re g u la c ió n c a d a v e z m á s d iferen ciad a del co n ju n to del a p a ra to p síq u ico
está d e te rm in a d a p o r la o rie n ta c ió n de la d iferen ciació n so cial, p o r la p ro
g r e s iv a d if e r e n c ia c ió n d e fu n c io n e s y la a m p lia c ió n d e las c a d e n a s d e
in te rd e p e n d e n c ia s... [E lias, 1987: 4 5 1 -4 5 2 ).
Por esa razón, Elias habla del carácter dual del movimiento de expan
sión de la civilización occidental. Por un lado se difunden progresivam en
te las características de las clases dominantes que les permiten imponerse a
los demás (el autocontrol, la previsión a largo plazo, la reflexividad); por
otro, esta difusión lleva progresivam ente a la reducción de contrastes
y diferencias en el comportamiento y las pautas de vida entre clases domi
nantes y clases dominadas.
La integración social basada en la diferencia y el privilegio, propia de
la Edad Media, se transforma en una integración cualitativamente diferen
te surgida de la progresiva nivelación e igualación en los comportamientos
y patrones de vida.
Según Elias,
3 Form ulaciones com o ésta han hecho ver a varios autores un esbozo tem prano en Elias de lo
que ahora se denom ina "glob alización " (c/. Zabludovsky, 1992).
4 De ahí que algunos autores hablen de las sociedad es com o culturalm ente híbridas (cf. García
Canclinj, 1990).
c o rte s a n o y b u rg u é s en los d istin to s p aíses d e O ccid e n te .[Y ] los o ccid e n ta le s
c o n v ie rte n en d e p e n d ie n te s a a m p lias z o n a s d e la tierra, p ero en c o n s o n a n
cia c o n las le y e s ob jetivas de la p ro g re s iv a d iv isió n del trab ajo, ellos m ism o s
d e p e n d e n d e su s d e p e n d e n c ia s [E lias, 1 9 8 7 : 470].
5 Esta posición parece ser parte del horizonte cultural alem án de la ép o ca, ya que es posible
encon trar form ulaciones sem ejantes, o por lo m enos en ciertos aspectos cercan as, en filósofos com o
H eidegger o W ittgenstein, y en sociólogos com o Alfred Schutz.
6 "L a racionalización no es otra cosa {...] que una expresión del sentido en que se trasform a la
m odelación de los seres hum anos en ciertas form aciones sociales... Los cam bios de este tipo no tienen
su origen en uno u otro orden social, sino que surgen en corresponden cia con las tensiones entre los
diversos grup os funcionales de un ám bito social, y entre los seres hu m an os que com piten dentro de
ellos. Bajo la presión de las tensiones de este tipo que penetran en todo el en tram ad o social se trans
form a la estructura de éste durante una determ inada fase en el sentido de una cen tralización crecien
te de los ám bitos de dom inación y de una especialización m ás rica, así com o de una integración m ás
sólida de las personas. Y con esta transform ación de la totalidad del ám bito social va tran sform án d o
se la estructura de las funciones sociales y psíquicas hacia una m ayor racionalización " (Elias, 1987:
497-498). Este párrafo sintetiza adm irablem ente la p ostura de Elias en cuan to a la im bricación de los
diferentes procesos que por razones de clarificación analítica hem os presentad o sep arad am en te, h as
ta ah o ra, com o "ejes del proceso civiliza torio".
p o rq u e la v ig ila n cia d e u n o m ism o y la o b s e rv a c ió n p e rm a n e n te d e los d e
m á s se c o n ta b a n en tre los p re s u p u e s to s e lem en tales d e co n se rv a c ió n d e la
p o sició n so cial [E lias, 1 987: 4 8 5 -4 8 6 ].
BIBLIOGRAFÍA
Norbert Elias
\ . ,
m edio año se conocía al menos a veinte por ciento de los usuarios h abi
tuales. Recuerdo, por ejem plo, un viejo sacerdote católico, bastante obe
so, que visitaba la biblioteca con tanta regularidad como yo y escribía
un léxico del catolicism o, algo que iba de la A a la 2 , día a día. Acababa
de llegar a la L.
C u a n d o l l e g a b a a l l í , e l e m p l e a d o d e la b i b l i o t e c a m e t r a í a a la m e s a a l
c a b o d e d i e z m i n u t o s la p i l a d e l i b r o s q u e h a b í a h e c h o r e s e r v a r y com en za
b a e l p la c e r d e h o je a r lo s ; e n c u a n to e n c o n tr a b a e n a lg u n a n o ta a p ie d e
p á g in a u n a re f e re n c ia b ib lio g rá fic a d e p o s ib le in te ré s , a c u d ía d e in m e d ia to
y e n c a r g a b a e l lib ro .
al c a tá lo g o
Aunque en la sala de lectura se sentaban alrededor de 150 personas,
reinaba una atmósfera callada; trabajar allí durante años constituyó un dis
frute intenso. Acabado el libro, continué con la misma actividad. En rea
lidad, he acudido al Museo Británico hasta mi partida de Inglaterra. En
El proceso de la civilización trabajé exactamente durante tres años.
¿Hizo algo más, al margen de esa obra, o se centró totalmente en el libro?
No hice ninguna otra cosa.
¿Fue una época hermosa?
Bueno, tenía, naturalmente, todo tipo de preocupaciones. Fue el pe
riodo en que, por ejemplo, empeoró la situación en Alemania y sentía un
enorme miedo por mis padres. Mi propio futuro aparecía totalmente a os
curas. Había encontrado un editor en Breslau, pero, mientras escribía el
libro, se vio obligado a abandonar el país por ser judío. Tuve, pues, que
buscar un nuevo editor y mi padre hubo de rescatar de la imprenta las
galeradas del primer volumen. Había, por tanto, un cúmulo de preocupa
ciones creciente; pero en el Museo Británico me era posible concentrarme
plenamente en el trabajo. A pesar de todas las inquietudes.
¿Y le siguieron pagando su dinero, sin límite de tiempo?
Sí, no se me había fijado ninguna fecha de finalización. Cada medio
año mantenía una conversación con una persona del comité de refugiados,
que me preguntaba cómo avanzaba y cuándo estaría listo el libro. Cuando
concluí el primer volumen, tuve que decirle que ya estaba escribiendo el
segundo. "Bien — fue su respuesta— , bien; si le parece que han de ser dos
volúmenes, entonces hagamos dos volúmenes".
Al realizar este trabajo, ¿se vio influido por su experiencia del modo de vida
inglés?
Sospecho que sí, pero apenas tuve conciencia de ello. Seguramente,
las diferencias entre las normas de comportamiento inglesas y alemanas
debieron de llamarme la atención muy pronto... Escribí, pues, el libro sin
pensar para nada en que carecía de cualquier interés para otras personas.
En cuanto a mí, el tema me pareció sumamente interesante.
¿Por qué tomó Francia como modelo para exponer algo sobre las sociedades
en general cuando conocía mucho mejor la sociedad alemana?
En aquel momento sabía en realidad muchísimo acerca de la sociedad
francesa. Y la primera parte de El proceso de la civilización trata también de
Alemania, del desarrollo de la oposición entre "cultura" y "civilización",
que comparo con el concepto francés de civilización. Inglaterra era un país
por el que me había preocupado muy poco.
Francia y Alemania son enemigos antiguos. ¿Tuvo esto algo que ver en su
elección ?
Eso es también para m í objeto de conjetura..., sólo mi psicoanalista
podía saberlo. No tengo ni idea. Lo único que puedo decir es que, ya desde
muy temprano, sentí una gran predilección por la cultura francesa, a pesar
de identificarme muy intensamente con la tradición alemana.
El haber combatido en la guerra contra los franceses no perturbó nun
ca mucho mi conciencia. Es curioso: jam ás me interesó el enemigo, nunca
tuve este sentimiento.
¿Deseaba explicar algo sobre la sociedad alemana tomando como ejemplo a
Francia?
Sí. Pensaba, y sigo pensando, que con la primera parte de mi libro
sobre El proceso de la civilización, donde expongo la valoración de la "cultu
ra" por parte alemana y de la "civilización" por parte francesa, había con
tribuido de manera importante a la clarificación de un problema que justa
mente ahora está muy en boga: el problema de las mentalidades nacionales.
Así lo hice ya entonces. No me limito a constatarlo, sino que explico por qué
la mentalidad nacional de los alemanes es diferente de la de los franceses.
Fue el primer paso hacia una constatación que considero una de las
más importantes hechas por mí: que la estructura de las sociedades, como
la de las mentalidades, sólo puede descubrirse mediante una comparación
sistemática.
¿Qué aspecto de la mentalidad nacional alemana pretendía explicar?
Una de las características decisivas de la evolución alemana es que las
barreras entre nobleza y burguesía eran mucho más altas que en Francia,
incluso en la corte. En Alemania, la aristocracia cortesana hablaba francés
y las clases medias tenían su propia élite, que tomaba pocas cosas de las
maneras civilizadas de la nobleza. Esto tiene repercusiones hasta hoy Hace
poco estuve en la radio; allí se puede decir, en plena emisión: "Sie sitzen
dann auf ihrem nackten Arsch". [Está usted sentado sobre su culo desnu
do.] No creo que una cosa así sea posible en Francia o en Inglaterra. En
alemán se puede ser mucho más grosero que en inglés o francés; esto nace
del hecho de que las clases medias alemanas nunca han asumido modelos
de comportamiento de la corte, o sólo lo han hecho en forma muy peculiar.
La cultura y la civilización francesas han conservado hasta el día de
hoy algo de la elegancia de la corte; en el flujo sonoro de la lengua francesa
se puede seguir oyendo todavía el eco de una sociedad cortesana. Si nos
fijam os en las fórm ulas finales de una carta... je vous prie de croire, cher
Monsieur, etc., mientras que en alemán aparece un pedante y burocrático
Mit vorzüglicher Hochachtung; y hasta esta misma muletilla ha desapareci
do en la actualidad.
Con su exposición histórica, ¿pretendía también decir algo sobre la Alemania
de la década de 1930?
Sí..., un poco, sí. Siempre tuve la impresión de que la extrema des
inhibición de que se es capaz en Alemania depende, entre otras cosas, de
que la cultura de las clases medias y bajas estuvo muy poco marcada en el
proceso de civilización por una etapa que fue muy importante en Inglate
rra y Francia: la etapa aristocrática. Aún no sé en qué medida el patriciado
urbano ejerció en Holanda una influencia civilizadora.
Sin embargo, Alemania contaba también con una aristocracia.
Sin duda, pero estaba repartida en muchas cortes pequeñas y algunas
pocas más grandes, sin una corte central. La relación general con la bur
guesía era diferente. Por poner un ejemplo; Goethe describe en el Werther
cómo el protagonista aparece por descuido en una reunión social de su
protector, el conde, y éste lo lleva aparte y le da a entender muy cortésmen-
te el disgusto causado por la presencia de un burgués; Werther se vio obli
gado a retirarse. Por tanto, mientras en Francia e Inglaterra se producía
una fusión entre la moral burguesa y las buenas maneras de la aristocracia,
en Alemania la barrera entre ambos grupos fue mucho más alta; el carácter
nacional alemán estuvo marcado más bien por las clases medias.
El superego y el ego ideal alemán fueron dejando a las clases medias
y bajas y al campesinado más y más posibilidades de estallidos de violen
cia que en el modelo inglés o francés.
En el fon do lo que usted intentaba era, al parecer, explicar la violencia de
Alemania, el hecho de que fuera un país peligroso.
No, nunca habría dicho tal cosa. Pero sí que había una peligrosa ener
gía disponible. Este potencial existía, sin duda.
A sí pues, el libro El proceso de la civilización corresponde también a la
época en que se publicó. No es sólo un libro sobre la Francia del siglo xvui, sino
también un libro escrito en Londres por un refugiado alemán en vísperas de ¡a
Segunda Guerra Mundial.
Todo está relacionado, sin duda. El problema global de la civilización
se había agravado entonces considerablemente. Pero ai mismo tiempo, te
nía la sensación de que sería infiel a mi tarea científica si no la expusiera
con total distanciamiento. Quería desarrollar una teoría cuyo alcance so
brepasara la explicación de los acontecimientos actuales. Ciertamente, m
misión no era acusar; quería, más bien, mostrar que como sociólogo pue
den darse explicaciones válidas y duraderas.
¿Cómo aplicaría sus propias teorías a los acontecimientos de Alemania entn
1930 y 1940, por poner un caso? En la república de Weimar aparecen los ejércitoi
privados, el monopolio del Estado en el ejercicio de la violencia se debilita progresi
vamente y las personas se comportan unas con otras de form a cada vez menoi
civilizada, Luego, los nacionalsocialistas llegan al poder; el Estado se fortalece mát
y más y aumenta su carácter uniforme, y en Alemania vuelve a imperar una situa
ción de orden. Al mismo tiempo, los seres humanos adoptan comportamientos mát
bárbaros que nunca. Con otras palabras: ¿qué relación existe entre el proceso d(
civilización y el Estado totalitario?
Por lo que respecta a Alemania... Los alemanes, a diferencia de lo¿
franceses, los holandeses o los ingleses de los siglos xvi y xvu, vivieron in in
terrumpidamente, hasta la Primera Guerra Mundial, bajo un régim en ab
solutista. Los príncipes estaban muy presentes ya durante el Imperio; aun
que existían los parlamentos, eran ellos quienes nombraban a los ministros
Luego, las antiguas autoridades fueron barridas por la derrota de 191É
y, tras la llamada Revolución, hubo de pronto una estructura de personali
dad amoldada a la obediencia y la autodisciplina ante un gobernante fuer
te en un Estado en el que — exagero un poco— había desaparecido la parte
externa del superego. Ocurrió, pues, que en la república de Weimar m u
chos alemanes comenzaron a clamar por un hombre fuerte, el hombre fuer
te que les diera de nuevo la posibilidad de dominarse a sí mismos. Nc
habían aprendido a hacerlo por su cuenta. Vuelvo a exagerar, pero este
mismo puede observarse hoy en día entre los rusos: los rusos tenían un zai
y estaban acostumbrados al látigo; ahora tienen un zar rojo que, si no obe
decen, utiliza de nuevo la coerción externa.
Este tipo de régimen no lleva a la construcción de un superego; o, poi
mejor decirlo, lleva sólo a la construcción de ese superego en determinados
sectores. Por tanto, habrá que com plem entar el concepto freudiano de
superego y añadir que el superego puede ser irregular o incompleto. Pue
de ser, por ejemplo, muy fuerte en lo referente a la familia, la sexualidad,
etc., y al mismo tiempo faltar en el ámbito político. Así sucedió, realmente,
en Alemania.
Por otra parte, había que contar, naturalmente, con la lucha de clases,
el modelo marxista es en este punto plenamente acertado. El final de la
guerra, en 1918, supuso un aumento del poder de la clase obrera insoporta
ble para la masa de la pequeña burguesía, la clase media y la nobleza ale
manas; este aumento de poder les arrebató su seguridad. Esto se sumó,
además, a la especial estructura de una conciencia que era muy vigorosa er
más de un aspecto de la moral, pero apenas estaba desarrollado política
mente. Así, por ejemplo, el Parlamento se calificaba de "barraca de charla
tanes" y la palabra "com prom iso" constituía en Alemania un insulto.
Y finalm ente obtuvieron su hombre fuerte.
Exacto.
¿Cree que un gobernante absolutista es bueno para un proceso de civilización?
Un gobernante absolutista puede ser bueno para la civilización de una
élite; depende del estadio de desarrollo de la sociedad. En el siglo xvu el
gobernante absolutista tuvo una gran influencia en el desarrollo de la
autodisciplina de los cortesanos, pues obligó a la nobleza a convertirse de
guerreros en hombres de corte; y la vida de la corte requería un elevado
grado de autodisciplina.
En Alemania, en cambio, las personas no tuvieron la oportunidad de
solucionar los conflictos sin violencia; cualquier conflicto se regulaba des
de arriba mediante una orden. Pero el parlamentarismo es en esencia una
forma de regulación de conflictos sin el empleo de la violencia, y esto es
algo que los alemanes nunca aprendieron. Requiere un enorme autodomi
nio. Bajo un régimen absolutista no pueden desarrollarse las técnicas nece
sarias para ello.
Si se comparan entre sí los dos regímenes absolutistas, ¿no fu e el Imperio más
civilizado que el Reich de Hitler?
Sí, en términos relativos lo fue, sin duda. Comparado con el Imperio,
el Tercer Reich fue una vulgarización.
En tal caso, quizás habría sido mejor para los alemanes que el emperador
hubiera continuado en el poder.
Sí, eso creo yo también. Es probable que entonces Hitler no hubiese
llegado nunca, aunque no se puede estar seguro de ello: en Italia fue el rey
quien buscó a Mussolini. Además, el príncipe heredero alemán era, por
desgracia, un necio.
Por otra parte, es muy característico de la propensión de la conciencia
alemana hacia una coerción externa que Ebert, el socialdemócrata, se de
clarara dispuesto a aceptar en el trono a un hijo del príncipe heredero o a
otro de los hijos del emperador con tal de que éste y el heredero, tan impo
pular, renunciaran al trono. De ese modo, si las cosas hubieran sucedido
según quería Ebert, Alemania habría conservado un emperador. ¡Y eso que
en aquel momento era el dirigente del partido político más fuerte!
A sí se ensamblan las distintas piezas del cuadro: usted escribía sobre Luis XIV
en tiempos de Hitler y esto guardaba relación, en cierto sentido, con el emperador.
Todas estas experiencias entraron en la obra. Pero, no deberían olvi
dar, por supuesto, que también estaba interesado en elaborar una teoría
científica para asuntos que hasta entonces habían permanecido baldíos.
Y en 1939 apareció el libro El proceso de la civilización.
Sí, tuve una suerte increíble. En primer lugar, desapareció el editor sir
haber pagado al impresor — mi padre hubo de correr con los costes— . Lúe
go, se privó a mi padre progresivamente, como a todos los judíos, de \¿
disposición de sus bienes; tuvo que solicitar de las autoridades un permisc
para poder pagar de su cuenta la impresión del segundo volumen. Y cuandc
éste estuvo también listo, conseguí encontrar un editor en Suiza dispues
to a publicar el libro si se le enviaban las galeradas. Así, mi pobre padre
hubo de acudir a las autoridades nazis y solicitarles una licencia de expor
tación para el impresor. Aún pudo lograr todo ello. Sin la ayuda de mií
padres, no habría podido publicar el libro. Pienso a menudo que se salve
por los pelos.
Creo que el primer volumen apareció en 1938 y el segundo en 1939
No sé ya a cuántos ejemplares ascendió la tirada. Pero cuando, acabada le
guerra, visité al editor, me dijo: "Vea usted, tengo el sótano lleno; ¿no le
podríamos liquidar? Nadie quiere com prarlo".
¿Recuerda el comienzo de la Segunda Guerra M undial?
Me acuerdo aún de la vuelta de Chamberlain de Munich: peace, peace,
me acuerdo de ello y de la magnífica primavera de 1940, cuando comenzó
la ofensiva occidental. En ese momento tenía un puesto en la London Schoo]
of Economics, con la que fui evacuado a Cambridge. Allí llevamos una vida
de lo más pacífica; navegábamos por el río empujando la barca con la pér
tiga — un deporte especial de Cambridge llamado punting— y luego bebía
mos café y té en algún pueblo de los alrededores. Era una "guerra ficticia"
extraordinariamente pacífica.
Perm anecí en Cambridge algunos meses, hasta ser internado cor
otros alem anes y llevado a la isla de Man. Mi periodo de internamiento,
que duró ocho m eses, fue para m í muy fecundo, en cierto sentido, pues
entonces pude recibir clases de inglés. En el cam pam ento residían otras
personas de la l s e . C. P. Snow, el escritor, y el sociólogo Ginsberg me
ayudaron a salir de allí.
A mi regreso a Cambridge encontré progresivamente mejor acogida
en los ingleses y la sociedad inglesa. De ese modo trabé amistad con C. P
Snow, que daba una recepción semanal en el Christ College. También esta
ban en Cambridge los Glucksmann, amigos de otros tiempos. Fue la fase
en que recibí mis primeras impresiones fuertes de la cultura y la civiliza
ción inglesa.
¿Cuánto tiempo permaneció en Inglaterra?
Creo que hasta cerca de 1970. El alejamiento fue muy lento y suave.
En la práctica viví allí de 1935 a 1975, es decir, 40 años, interrumpidos
tan sólo por un periodo en Ghana. Por eso, no tiene nada de extraño que la
tradición y la civilización inglesas hayan dejado huellas profundas en mi
pensamiento.
¿Se sintió alguna vez inglés?
No, completamente imposible. Me sentí ciudadano británico, pero eso
es algo distinto. Ningún inglés diría que yo lo sea. Un inglés es alguien
nacido en Inglaterra.
¿Tiene pasaporte británico?
Sí, poseo la nacionalidad británica. Pero nunca podría calificarme de
inglés,
¿Tiene también la nacionalidad, alemana?
No. Aunque podría tenerla cuando quisiera.
En aquel entonces hubo en Inglaterra muchos intelectuales alemanes que
habían emigrado, como usted; Mannheim, por ejemplo. ¿Mantenía contacto con
ellos?
Siempre estuve en buena relación con Mannheim, pero nuestro con
tacto ya no era estrecho. Cuando lo vi por última vez acababa de obtener
una nueva cátedra, creada especialmente para él, como profesor de socio
logía de la educación. Fue el fundamento sobre el que se asentó todo este
campo de estudio en Inglaterra.
Un buen amigo mío fue el psicoanalista Fuchs, que luego se llamaría
Foulkes, y a quien yo conocía ya de Frankfurt. Durante tres o cuatro años
tuvimos en su casa un pequeño círculo de trabajo y preparamos, por así
decirlo, el movimiento del psicoanálisis grupal, que quería poner en mar
cha. Yo era el único sociólogo del círculo; todos los demás eran psiquiatras.
Pero, probablemente, esto ocurrió ya después de la guerra.
¿Tuvo también algo que ver con ello Maxwell Jones, de la Comunidad Tera
péutica?
Lo conocía, pero pertenecía a otra tendencia. Entonces experimentaba
con una comunidad autogestionada formada, creo, por pequeños delin
cuentes. Visité su hogar una o dos veces para observar un psicodrama; fue
muy impresionante.
Estaba, además, el grupo de la clínica de Tavistock, Bion, etc. La gen
te de Tavistock era de orientación más kleiniana, si es que esto les dice
algo. M elanie Klein era, en efecto, la madre del psicoanálisis inglés, pues
fueron m uchos los analistas ingleses psicoanalizados por ella. Fuchs se
hallaba más cerca de Anna Freud que de M elanie Klein; entre ambas
m ujeres existía una fuerte rivalidad, aunque no llegara quizás a conver
tirse en com petencia.
Fuchs consiguió fundar una escuela de psicoanálisis grupal, es decir,
consiguió trasladar a los grupos el psicoanálisis individual. Para un pro
yecto así era de la máxima importancia una estrecha colaboración con so
ciólogos, y el sociólogo en cuestión fui yo. Fuchs expresa su agradecimien
to hacia mí en la primera edición de su libro sobre análisis grupal. Creo qu
ejercí una importante influencia sobre la teoría de este tipo de terapia d'
grupo. Aún hoy pertenezco a la Group Analytical Society como uno de su
miembros fundadores y recibo todo su material sin pagar cuotas.
¿En qué consistió exactamente su influencia sobre Foulkes?
Un punto central de mi pensamiento, que le transmití y que él tom<
para la técnica del análisis de grupos, fue la observación de que es imposi
ble separar individuo y sociedad; de que constituyen, simplemente, do
niveles diferentes de observación. Los procesos grupales tienen propieda
des precisas, diferentes de las de los procesos individuales, pero siempre s<
han de considerar ambos niveles. .
En aquel tiempo había escrito ya un segundo librito, La sociedad de lo
individuos, donde intentaba explicar que una sociedad se compone, sin duda
de individuos, pero que los planos sociales poseen sus propias regulari
dades que no pueden atribuirse sin más a los individuos. Éstas fueron la;
ideas que trasladé al análisis grupal.
Algo después dirigí yo mismo terapias de grupo. Me formé para e
psicoanálisis de grupo y asistí aproximadamente un año a uno de los gru
pos didácticos de Fuchs.
¿Hizo también un psicoanálisis individual?
Sí, por aquella misma época, después de la guerra. Para m í fue mu;
difícil, pues no tenía suficiente dinero. Sin embargo fui aceptado por uní
buena psicoanalista freudiana ortodoxa — más bien de la corriente de Ann¡
Freud— . Realmente avancé un buen trecho en la tradición ortodoxa.
¿Puede decirnos por qué quiso acudir al psicoanálisis?
Bueno... El motivo inmediato era mi gran lentitud para escribir. Sufrí;
por no ser más productivo, a pesar de tener tantas ideas.
El psicoanálisis se prolongó durante varios años; he olvidado el tiem
po exacto. Hubo también algunas pausas, cuando no podía pagar las sesio
nes. La más larga duró aproximadamente medio año y poco después mu
rió mi analista. Eso, ciertamente, no me ayudó mucho.
¿Mejoraron sus trastornos mediante el psicoanálisis?
No tengo conciencia de que mi vida haya cambiado por él. Pero quiz;
el mayor éxito del psicoanálisis consista en salir del mismo con la sensa
ción de que no ha servido para nada, de que uno podría haberlo hech<
todo por sí mismo.
No sé qué efectos tuvo en mí. Sólo puedo decir que la muerte de m
psicoanalista me resultó muy traumática, una repetición del trauma de 1;
muerte de mi madre. Pero desde entonces he salido adelante yo solo. Ten
go también el convencimiento de que el psicoanálisis constituye una grai
ayuda y a veces es completamente indispensable; pero, en la medida de lo
posible, uno debe valerse por sí mismo.
¿Por qué dejó Londres?
Fue en 1954. Entonces trabajaba desde hacía algunos años en la for
mación de adultos. En ese momento recibí dos ofertas para un lectureshíp
en sociología, una de Leicester y otra de Leeds. Como era característico,
ambas provenían de refugiados como yo, pero más jóvenes, y que por tan
to se habían formado en una universidad inglesa. Me decidí por Leicester,
donde se hallaba Neustadt, originario de Odessa. Era uno de los nuevos
departamentos de sociología creados entonces en Inglaterra y yo contribuí
a su organización.
¿Le dio pena tener que abandonar Londres?
Sí, sin duda; pero Leicester era una ciudad media hermosa y limpia y,
además, tenía la ventaja de que se podía ir a Londres y volver en el día.
Y allí organizó entonces un departamento. .
Sí, en gran parte. Tenía buenas relaciones con los estudiantes e impartí
muy gustoso la introducción a la sociología. Constituye una de las mayo
res decepciones de mi vida el haber desarrollado un excelente curso de
introducción para primero de universidad, del que me encargué durante
unos diez años, y luego, cuando me marché de allí, el curso se fue desvane
ciendo progresivamente hasta desaparecer.
He procurado también que sólo trabajaran como ayudantes personas
realmente dotadas, lo cual llevó al curiosísimo resultado de que Leicester
fuera, después de Londres, el principal suministrador de profesores de so
ciología en Inglaterra. Muchas de las personas que trabajaron con nosotros
como ayudantes ocupan ahora una cátedra. Sin embargo, me parece triste
que casi ninguno de ellos haya continuado mis teorías. La mayoría consi
deraba mi pensamiento respecto a los procesos a largo plazo una postura
marginal; y de hecho no les faltaba razón, pues, si se hubieran adherido a
ella, quizá habrían arruinado su carrera. En sociología no estaba nada de
moda pensar en procesos a largo plazo.
En cuanto a usted, ¿no pensaba hacer carrera?
No tuve ninguna oportunidad.
¿Por qué no?
Bueno, me considero bastante innovador en sociología y, entonces,
todas esas innovaciones no eran aceptables por principio. Siempre que en
una de mis ponencias anuales ante los colaboradores del seminario expo
nía una idea inusual, la consecuencia era un enfrentamiento muy hostil
con la generación más joven.
¿Puede citar un ejemplo?
Sí. Una de esas ponencias trataba de los pronombres personales. En
aquella ocasión dije que como sociólogo había que contemplar las cosas
desde la perspectiva del yo, desde la del él/ ella, desde la del nosotros
y desde la de la tercera persona del plural, y, además, desde todas sim ultá
neamente. Creo que se trata de una buena concepción, pero una cosa así no
encontraba ningún eco; en la tradición inglesa hay una veta fuertemente
conservadora.
Los jóvenes del departamento consideraban probablemente mis ideas
innovadoras manías continentales, sin caer por eso nunca en la desconsi
deración. Me contradecían con vehemencia: apenas concluía de hablar se
desataba el conflicto y todos los colaboradores del seminario se escindían
en dos campos hostiles. Aún recuerdo que sucedió exactamente así tras
una ponencia mía sobre Popper. Había atacado a Popper, al gran Popper y,
naturalm ente, aquello resultaba inaudito viniendo de alguien tan poco
conocido como yo.
Popper, por otro lado, es una de las personas de origen continental
firmemente asentadas en Inglaterra. Pero para lograrlo, hay que ser social
mente aceptado también por el establishment inglés y yo jam ás me he pre
ocupado de ello. Mi único contacto en este terreno era mi relación con C P.
Snow, que se apagó cuando me mudé de Londres a Leicester. Por tanto,
continué siendo una persona de tercera fila. Quizá debería añadir que
podía soportarlo sin consecuencias traumáticas profundas, simplemente
gracias a cierta resistencia correosa que, al parecer, poseo en el fondo. Nun
ca he perdido la fe en mí, la fe en que podía producir algo relativamente
importante. Esta fe no se ha visto perturbada por nada.
¿De dónde le viene?
Esa pregunta no tiene respuesta. Si ustedes quieren, siempre conservé
la seguridad que me dieron mis padres.
Nunca llegué a rendirme. El seminario de colaboradores era siempre el
foco de todo; después de cada uno de aquellos choques agresivos, volvía a
presentar al año siguiente algo nuevo y entonces se manifestaba esto o lo otro.
Lo que no comprendo bien de todo ello es que nunca planeé mi vida.
He pasado por ella como el jinete sobre el lago de Constanza, sin miedo a
que pudiera romperse el hielo. Éste es mi sentimiento ante la vida.
En la década de 1950 era usted una figura sin importancia. ¿Cuándo cambia
ron las cosas?
Yo era un marginal y esto no cambió hasta haber dejado Inglaterra.
Por lo demás, tampoco este paso había sido planeado —no decidí un buen
día marcharme de Inglaterra, sino que me vi impulsado a hacerlo— . Fui
invitado a Holanda a dar algunas clases y luego me invitaron a Alemania;
de ese modo, muy poco a poco y al cabo de muchos años, ocurrió que vivía
más en Alemania que en Inglaterra. Finalmente dejé mi casa de Leicester.
Pero antes vivió también en Ghana. ¿Cuándo fue?
Eso debió de ser en 1962. Neustadt tenía algunas relaciones con Ghana
y desde allí le pidieron informes, pues necesitaban a alguien que pudiera
encargarse de la cátedra de sociología durante dos o tres años. Me mostró
la carta y le dije: "Lo haré yo". Muchos de mis amigos me tuvieron por
loco; al fin y al cabo tenía ya más de 60 años. Pero siento una inmensa cu
riosidad por lo desconocido, así que me fui a Ghana.
¿Qué le pareció aquello?
Fue una experiencia grandiosa y gracias a ella he llegado a sentir un
profundo afecto por la cultura africana.
Siempre había tenido la idea de que nuestra comprensión de la civili
zación griega, conocida por mí a través del bachillerato de humanidades,
está enturbiada porque en realidad no tenemos claro que se trata de una
sociedad, no querría decir primitiva, pero sí en otro estadio evolutivo. Así,
sabemos que los griegos ofrecían toros a sus dioses. Esto es para nosotros
literatura, y la imagen del toro llevado al altar y sacrificado la contempla
mos en el friso del Partenón. Pero yo quería ver todo eso alguna vez con
mis propios ojos: las entrañas que se derraman, la sangre que salpica. Pien
so que es una experiencia que, como hombres civilizados, no podemos re
producir ya en nuestro estadio de civilización; captar estas cosas sólo como
metáforas literarias es una total falsedad.
Sabía que en Ghana podría ver actividades mágicas, que vería sacrifi
cios de anim ales en vivo y, en efecto, presencié allí muchas cosas que
empalidecen la experiencia en las sociedades más desarrolladas. Natural
mente, esto tenía que ver con mi teoría de los procesos de la civilización:
las emociones eran más vigorosas e inmediatas.
¿Dónde vivió en Ghana?
En el campus universitario, a tres cuartos de hora de la capital de Akkra
por carretera. La universidad estaba organizada siguiendo el modelo de
Oxford y Cambridge. Se vestía la toga — también los estudiantes—, y los
profesores comían en la mesa alta. Tenía mi propio coche con chofer y mi
cocinero — todo con más estilo de lo que era habitual en Leicester.
¿Y dónde encontró la cultura primitiva que buscaba?
Yo no emplearía la palabra"prim itivo", no me gusta; "m ás sencilla" es
la expresión correcta, en el sentido de "menos diferenciada".
Pero, bien... Realicé muchos trabajos de campo con mis estudiantes.
Comencé a coleccionar arte africano y algunos de mis estudiantes me lle
varon de visita a sus casas. Allí tuve que aprender hasta qué punto está
formalizada y ritualizada la vida ghanesa: el estudiante se colocaba tras la
silla de su padre y se comportaba con él casi como un sirviente. La autori
dad familiar de corte antiguo sigue siendo en Ghana muy vigorosa.
Aún recuerdo cómo marchaba con mi chofer por la selva tropical has
ta que — en medio de ella— llegamos a un pueblo grande. Allí vi por pri
mera vez qué significaba disponer de luz eléctrica; en vez de ella había
cientos de pequeñas llamas de lamparillas que cada uno portaba consigo.
La gente estaba todavía en la calle; en ella ocurrían muchas cosas. "¡Ha
venido un hombre blanco!" ...Y a continuación me rodearon y preguntaron
de dónde venía y dónde estaba mi mujer. Eran siempre las primeras pre
guntas: "¿Dónde ha dejado a su mujer? ¿Dónde están sus hijos?". Les re
sultaba incomprensible, inimaginable, que no tuviera mujer.
Una de mis experiencias más impresionantes la viví en relación con la
planificación de la nueva central eléctrica en el Volta. El gobierno debía
hacer a un conjunto de lugareños a la idea de que sus aldeas desaparece
rían bajo el gran embalse que iba a surgir. Así fui de aldea en aldea, durante
casi una semana, con el director del departamento social de Ghana, quien
convocaba una asamblea y explicaba a la gente que el agua llegaría e inun
daría su aldea y que el gobierno les ofrecería otra tierra. Nunca olvidaré
esta situación, a veces de noche, ante la casa del jefe de la aldea. Sobre todo
las encendidas discusiones: "¿Qué será de nuestros antepasados? ¿Qué ocu
rrirá con los dioses del lugar?" "N o pasará nada", decían, "no puede pasar
nada; las aguas nunca han subido tanto; estamos situados a mucha altura".
No podían comprender qué era una presa hidroeléctrica. Luego, los jóvenes
opinaban: "¡D a igual; vayámonos!" Se sentaban en la zona más exterior del
círculo — el círculo interior estaba formado por los ancianos— ; luego, el
jefe dijo: "¡N o nos m archarem os!" Al final se acordó un com promiso:
el gobierno les enviaría tres bueyes que podrían ofrecer a los antepasados
para calmarlos y a ellos les daría tierras tan fértiles como las actuales.
He de decir en favor de N krum ah que tres años antes del aconteci
m iento envió a un alto representante del gobierno por las aldeas afecta
das a fin de preparar a la gente m ediante largos debates para lo que iba
a ocurrir.
¿Q uéaprendió en Ghana sobre ¡os seres humanos y su convivencia?
Mucho, muchísimo. Casi me atrevería a decir que fue una experiencia
inolvidable para una persona como yo. Por ejemplo, siempre fui de la opi
nión que habría que desarrollar la teoría dejada por Freud. Pensaba que la
formación del superego y la del ego es diferente en sociedades m ás sencillas
y en la nuestra, y esta hipótesis quedó plenamente confirmada en Ghana.
Creo que... para el autodominio no basta sim plem ente con confiarse a
la propia voz interior. Los seres humanos no pueden sobrevivir si no se
imponen desde muy pronto una autodisciplina; pero para eso deben ha
cerse a la idea de que fuera de ellos hay seres que les obligan a hacer esto o
lo otro. Se ve por todas partes cuando se va a un país así. Uno encuentra en
la playa una concha de formación rara; la toma para sí y se convierte en su
fetiche personal, al que puede solicitar ayuda.
En este estadio el ser humano vive en una inseguridad muy superior
a la nuestra. Están expuestos a peligros mucho mayores; por ejemplo, de
enfermedad; lo inesperado puede sobrevenirles mucho más a menudo que
a nosotros y, por tanto, necesitan una protección que sólo los dioses o los
espíritus son capaces de darles. Así, una aldea puede tener cincuenta dio
ses distintos y, además, cada hogar tendrá los suyos particulares. Si trans
ferimos esto a la estructura de la personalidad, habremos de concluir que
el superego está formado diferentemente de nuestro caso, pues todos estos
dioses y espíritus son representantes del superego.
La estructura del ego es aún mucho más permeable a los impulsos del
ello, y los límites entre fantasía y realidad no son tan nítidos y firmes como
entre nosotros.
Mucho de cuanto dice sobre África hace pensar en los niños.
Pero, en tal caso, ustedes pasarán por alto lo distinto que es... Frente a
una experiencia así hay dos actitudes que considero falsas. Según la prime
ra — la actitud colonial habitual—, nosotros somos más racionales, más avan
zados y ellos son, sencillamente, más irracionales, más infantiles. En una
palabra, nosotros somos mejores. La segunda actitud, igualmente falsa, in
siste en cuánto mejor es dar vía libre a los propios sentimientos y afectos.
En realidad es más colorista y de un fácil romanticismo.
Mi propia actitud se diferencia, creo, de ambas. Veo con total claridad
que nuestra forma de vida sólo es posible porque nuestra seguridad física
es incomparablemente mayor que la suya. Si viviéramos en una inseguri
dad similar, buscaríamos igualmente la ayuda de fuerzas invisibles, pues
el ser humano no puede sobrevivir si siempre y en cada momento está ex
puesto a peligros que es incapaz de controlar.
Naturalmente, estoy trazando aquí una imagen unilateral. Hay, sin
duda, muchos ghaneses situados en el mismo nivel intelectual que noso
tros — una capa superior no menos instruida y autocontrolada— . Pero, si
pienso en la masa de la población, sigo viendo aún ante mí los altarcillos
por todas las casas. O recuerdo cómo, en cierta ocasión, en el curso de una
investigación de campo, pregunté al jefe de la aldea qué debíamos hacer,
y su consejo fue: "Acuda primero a la adivina para solicitarle su bendi
ción". Así lo hicimos, tres estudiantes y yo. Los fetiches se hallaban sobre la
mesa de aquella mujer, que invocó a los hombrecillos de la selva para que
nos bendijeran a nosotros y nuestro trabajo.
¿Cambió su visión de la religión por este tipo de experiencias?
No, ni lo más mínimo. No siento ni he sentido desprecio ilustrado por
la religión ni nostalgia romántica de ella. Siempre supe que el ser humano
puede tener necesidad de religión en determinadas circunstancias, pero no
es mi caso.
¿Nunca la tuvo?
Sí, de niño... Creo que la línea divisoria fue la Prim era Guerra M un
dial. De todo cuanto vi allí volví con la com prensión de que sólo el ser
hum ano puede ayudar al ser hum ano y sólo yo puedo ayudarm e a mí
mismo.
¿Le gustaba el arte africano ya antes de ir a Ghana?
No, sólo allí aprendí a estimarlo correctamente. Con el paso del tiem
po hube de aprender a distinguir una buena pieza de la que no lo era.
¿Puede decir algo más exactamente que le fascinó en él?
En el fondo, lo mismo que en Picasso. Seguramente conocerán la rela
ción entre el arte africano y la evolución del arte en Europa.
Siento una gran afinidad con la pintura y la escultura contemporáneas,
que aún se hizo más profunda al descubrir el arte africano. Este arte se
dirige a las emociones con mucha más fuerza y de manera más directa que
el arte tradicional del siglo xix o del Renacimiento. Esto encaja con mucha
exactitud con toda mi teoría de los procesos de la civilización; en efecto, en
el Renacimiento se produjo un enorme impulso civilizatorio que se m ani
festó en buena parte en el intento de realizar pinturas y esculturas con el
mayor realismo posible. En el siglo xx surgió una reacción en contra. Se
puede relacionar también con Freud: lo sucedido en el psicoanálisis, el he
cho de poder permitirse una mayor expresión de lo afectivo en un nuevo
plano, se muestra igualmente en el arte no naturalista, que es mucho más
similar a los sueños. Las esculturas africanas poseen idéntica calidad. Hay
máscaras terroríficas y máscaras amables, pero todas se dirigen de manera
más directa al inconsciente, si me permiten hablar así.
Desde Ghana regresó a Leicester.
Sí, debió de ser en 1964. Mi puesto allí se prorrogaba de año en año.
Y luego llegó el éxito
No lo sé; nunca lo he visto así y apenas si lo veo hoy en día. N atural
mente, sé claramente que a partir de entonces soy muy estimado en Ale
mania y Holanda...
Permítanme formularlo así: comienzo a creer que podría estar cerca
de un estadio en el que ya no existe el peligro de que se pierda lo que inten
to hacer. Pero no estoy absolutamente seguro de encontrarme ya en la cima
de la montaña. Como pueden ver, sigo trabajando aún duramente y lo hago
con la conciencia de que debo crear una situación en la que mi obra se
convierta realmente en parte de la tradición sociológica. Sigo trabajando
todavía considerablemente por alcanzar este estadio.
¿Cuándo se notaron los primeros atisbos de este cambio?
No lo sé. Hasta hoy no tengo todavía la sensación de ser comprendido
del todo. Hay en mis escritos tantos temas que no han sido abordados... No
tengo aún la impresión de haber cumplido mi trabajo.
El simple dato de que el tipo de teoría que intento desarrollar sea dife
rente de lo que tradicionalmente se considera una teoría, según los mode
los físicos, crea enormes equívocos. Pero, realmente, opino que los futuros
modelos de las ciencias del hombre se situarán más en la dirección em
prendida por mí que en la de los modelos físicos. Sigo, pues, esperando
tener tiempo para escribir más a fin de hacerme comprender mejor.
Puesto que hablan de éxito, les diré que, por supuesto, estoy contento
de haber recibido el premio Adorno y el doctorado honoris causa de la uni
versidad de Bieiefeld: todo ello son signos satisfactorios de que ahora en
cuentro más audiencia. Sin embargo, hace ya mucho tiempo que no consi
go liberarme de una fantasía: estoy hablando por teléfono y la voz del otro
lado me dice: "¿Puede hablar algo más alto? No le oigo", y entonces co
mienzo a gritar y la otra voz sigue diciéndome: "Hable más alto; no consi
go oírle".
¿De cuándo proviene esa fantasía?
Creo que de mi época en Leicester. Es cierto que en la actualidad la
voz del otro lado me dice: "Ahora puedo oírle mejor, un poco m ejor". Pero
todavía no me oye bien. Así que debo hablar con más claridad.
La voz de su fantasía, ¿habla alemán o inglés?
¿Cómo podría distinguirlo? No creo haber sido entendido del todo
tampoco en Alemania. Por decirlo de otra manera: la pregunta sobre si ha
bla inglés, alemán u holandés no es correcta... ¡Soy un viajero! Soy ambas
cosas o ninguna de las dos.
¿Cuándo regresó a Alemania?
No puedo decir realmente que hubiera "regresado" a Alemania, pues
fue un proceso muy lento. Estuve en Münster como profesor invitado
y luego volví por un breve tiempo a Inglaterra; luego, durante un año, ocu
pé un puesto de profesor invitado en Constanza e igualm ente volví a
Inglaterra; de ese modo, estas actividades acabaron convirtiéndose muy
lentamente en algo permanente. Es decir, no puedo dar una fecha en la que
hubiera regresado a Alemania como resultado de una resolución precisa.
Me deslicé suavemente hacia ello. A>sí fue siempre mi vida.
Si he de ser honrado, el ZiF de Bieiefeld contribuyó más que nada a
que me quedara en Alemania: la piscina, el bosque, la atmósfera intelec
tual... Siempre me habría gustado vivir en un collége, pero en Inglaterra
nunca me lo ofrecieron.
Alem ania es, a fin de cuentas, algo así como su patria, más que cualquier
otro país.
Es difícil decirlo; desde el punto de vista de la cultura sí soy un alemán.
¿Y desde qué punto de vista no lo es?
Bueno... estoy desde luego, muy preocupado por el potencial de hos
tilidad frente a los extranjeros, que en Alemania sigue siendo grande, aun
que hoy en día no se dirige contra los judíos sino contra los trabajadores
inmigrantes. Por eso es muy bueno para m í tener una casa en Holanda. En
el fondo, soy un europeo.
Permítame añadir que nunca he compartido la idea de que uno pueda
o deba identificarse con un único país. Es evidente que quieren encasillarme,
que quieren fijarme a esto o aquello, y eso no funciona conmigo. Es ver
dad que me produce cierta satisfacción ser considerado un sociólogo ale
mán, pero, naturalmente, soy más que eso. .
Si se preguntara a alguien por la sociología alemana, por los cuatro
sociólogos alemanes más conocidos, respondería de dos maneras y así es
posible oírlo: que soy uno de ellos y que soy un perfecto advenedizo. Esto
último vale también para la sociología norteam ericana, inglesa o francesa.
Mis ideas son reconocidas y aceptadas en círculos muy reducidos.
¿Considera su trabajo, sus escritos y pensamientos como la parte más impor
tante de sí mismo?
La palabra "parte" no da en el blanco: mi trabajo es el centro de lo que
considero razonable para mí. Esto estaba ya claro desde mi época escolar
— deseaba investigar, ser un científico de una u otra especie e ingresar en la
universidad— . Lo supe ya desde muy pronto.
¿Le ha gustado trabajar a lo largo de toda su vida?
Esta afirmación es demasiado simple, pues aprender a trabajar es un
trabajo duro. Me entrego al trabajo, lo cual es una difícil lucha y no algo
que se dé por sí solo. Siempre he tenido que volver a la lucha, y aún hoy
debo hacerlo.
Me gustaría mucho que las cosas fueran más fáciles. A menudo tengo
que escribir ocho veces lo mismo.
¿Y cuál es la satisfacción que hay en ello?
Que salga bien. En tal caso sé que realmente es algo bueno y ésa es la
única recompensa a mi esfuerzo.
Sí, entonces estoy contento y siento que no me dejo corromper. Hace
poco — y es cosa que me disgusta mucho— leí en una recensión en inglés
que era el último representante de la sociología clásica, alguien que inten
taba elaborar grandes síntesis, etc. Me sentí muy disgustado, pues habría
preferido ser alguien que abre nuevos caminos. Me espanta una y otra vez
que, hoy en día, sean tantas las personas que se desaniman, como si nada
mereciera la pena. Y, sin embargo, hay tanto que hacer y son tantos los
hombres que hacen tonterías o están intelectualmente corrompidos... Mi
experiencia me dice de manera progresiva que veo cosas nuevas que des
conocía, y con eso doy un ejemplo: se puede hacer y merece la pena.
Considero terrible ese desánimo, ese nihilismo.
Durante toda su vida ha tenido una notable seguridad en sí mismo.
No sé si es notable, pero nunca he dudado de mis asuntos.
Sí es notable que alguien tenga la seguridad de que lo que va a decir
es importante. Sí, esa seguridad me ha acompañado siempre, incluso cuan
do nadaba contra corriente, contra todos cuantos tenían poder. Si he de
atribuirme algo favorable, sería el no haberme dejado corromper por nin
guna moda. Nunca me permití decir nada porque estuviera de moda.
Actualmente me siento de verdad un tanto orgulloso por no haber
cedido jam ás — a pesar de que resultó muy difícil— . Siempre tuve claro
que las opiniones dominantes son un embuste. En Inglaterra podría haber
tenido una vida mucho más fácil sí hubiese aceptado las ideas predomi
nantes, pero no acepté compromiso alguno. Era incapaz de hacerlo.
Quizá la f e en las propias ideas sea simplemente cuestión de optimismo.
No, no es una cuestión de optimismo. Es la forma normal en que tra
baja el científico. Se plantea un problema y, cierto día, se sabe uno en pose
sión de la solución. Esa solución no se elucubra; se tiene. Consideren el
ejemplo de Freud: ¿De dónde le venía su seguridad? También él nadó con
tra corriente; no es ninguna rareza, en absoluto.
Pero usted debió esperar mucho tiempo hasta lograr el éxito.
Bueno, fui muy obstinado. Realmente. Pero también Freud se topó
con una hostilidad directa, mucho más que yo.
Pero es más fácil luchar contra ella que contra el silencio.
Sí, eso es muy cierto. Pero sé que veo correlaciones que muchas otras
personas no ven, y por eso tengo el deber de expresarlas.
Antes se daba más por supuesto que ahora, que mediante el trabajo
intelectual se podía descubrir realmente algo. En la actualidad, esta actitud
parece insólita, pues el nihilismo está muy en alza; en otros tiempos era
distinto. En ese sentido soy un fósil de tiempos pretéritos.
No hay que perder de vista que la religión fue el centro del sentido de
la vida humana durante milenios. Hoy aparece en su lugar un gran vacío
para muchos y nosotros no les ofrecemos un sustitutivo. En esta situación
quisiera mostrar que también sin religión se puede llevar una vida plena
de sentido. Quizá suene a trivialidad por el hecho de resumirlo en tan po
cas palabras, pero siento que es una de nuestras principales tareas del m o
mento no mentir y no crear en el cielo nuevas figuras paternales o mater
nales. Lo considero un paso adelante en el crecimiento de la humanidad
hacia la vida adulta; el nihilismo es para mí una postura de seres humanos
que no quieren crecer. Me gustaría concederme un poco más de reposo,
pero de momento me parece muy urgente recordar que se trata de los dolo
res de crecimiento de la humanidad, de que algún día saldremos adelante
sin figuras paternales o maternales imaginarias y, a pesar de ello, habre
mos de construirnos como sociedad una vida con sentido pleno.
Dicho así, su obra aparece como la expresión de una lucha por la independencia.
Pueden rebajarlo a la categoría de problema psicológico. Si es eso lo
que piensan, deberé contradecirles. En este caso se trata de una tarea so
cial. Me habrán entendido de manera totalmente equivocada si refieren al
individuo esta imponente tarea de superar el vacío de sentido dejado por
la religión.
No somos independientes; nadie lo es, y por eso no utilizo tal palabra.
Somos interdependientes.
Siempre ha puesto usted su trabajo por encima de la llamada vida "personal".
¿Nunca deseó casarse, tener hijos?
Verán, me di cuenta muy pronto de que estas dos cosas: hacer lo que
deseaba y estar casado, no funcionan juntas. Siempre existe una rivalidad.
¿Fue una decisión difícil?
Dudo de que sea correcta la suposición de su pregunta. Parece siempre,
como si este tipo de cosas estuvieran muy bien meditadas, pero en realidad no
hubo nada meditado. La vida transcurre de otra manera. Quizás haya perso
nas que viven así y se deciden por uno u otro camino conscientemente; yo, al
menos, no lo he hecho. En mi caso no se trató de una decisión.
Pero, ¿no ha lamentado a veces no haber sido padre?
No; no seriamente. Creo que siempre me ha gustado mucho enseñar a
los estudiantes y si ustedes quieren, pueden llamarlo un sucedáneo. La
enseñanza tiene en sí algo de paternal.
Nos gustaría volver una vez más a Alemania. Seguramente habría experi
mentado allí sentimientos muy desfavorables. A fin de cuentas, el país le hizo mu
cho mal.
Sí, ciertamente, pero no responde a mi manera de ser pagar al antise
mitismo con la misma moneda. Considero erróneo e injusto condenar a
todo un grupo de seres humanos. Es cosa que se ha hecho durante mucho
tiempo con los judíos y yo no estoy dispuesto a hacer otro tanto, sea con
quien fuere. No condenaré a todo un pueblo por el periodo nazi, sobre
todo después de dos o tres generaciones.
Pero su madre fu e asesinada y su carrera arruinada.
Y, sin embargo, cuando veo a un alemán, no digo que sea el asesino de
mi madre. No sería en absoluto realista.
Quizá no lo sea, pero ¿hay en usted algo parecido al odio?
Bueno, cómo podría decirlo... Aquí, en el ZiF trabaja, por ejemplo, un
antiguo nazi que al principio se comportó conmigo de una manera muy
divertida, intentando exagerar por el otro lado. Yo mantuve una neutrali
dad y una distancia totales. Este profundo sentimiento antialemán que us
tedes parecen tener es equivocado.
Considera, evidentemente, un deber moral pasar por encima de todo ello.
No, también es una cuestión sentimental. No tengo esos sentimientos,
ese sentimiento de odio.
Pero, no obstante, tuvo que haber odiado a los nacionalsocialistas.
Sí, los odié, pero al mismo tiempo m antuve la suficiente distancia
com o para acudir a una asam blea con Hitler. Sentía una gran curiosidad
por hacerlo.
Lo peor estaba aún por llegar.
Eso es cierto, y lo que ha quedado es el duelo... No consigo, sencilla
mente, liberarme de la imagen de mi madre en la cámara de gas. No puedo
pasar por encima de eso. Guardo aún las últimas cartas que me escribió a
través de la Cruz Roja, cuando estaba en el primer campo de concentra
ción. Desde allí aún se podía enviar correspondencia. Se permitía escribir
diez palabras, ni una más. Conservo mis sentimientos, y son muy fuertes;
al cabo de cuarenta años no puedo eludirlos. Pero, ¿qué le voy a hacer?
¿Qué creen ustedes que podría hacer, si, por ejemplo, me encontrara con
aquella persona? ¿Debería dirigirme a él y decir: "Es usted un canalla; ase
sinó a mi m adre"?
Me gustaría escribir sobre toda esta historia de los nazis; hay aún mu
chos puntos no aclarados.
¿Sigue considerándose judío?
Sí... es decir, soy Judío, un judío alemán por toda mi manera de ser
y también por mi aspecto. Según plantean ustedes la pregunta, suena como
si tuviera alguna elección. Pero mi única respuesta posible es: no tengo
elección, soy judío, haga lo que haga o diga lo que diga.
Esto me recuerda una ingeniosa observación judía: ya que soy judío,
nada me impide sentirme orgulloso de ello. Pero no quiero decir eso. Lo
que quiero decir es que no soy judío por querer serlo sino porque lo soy
¿Es también alemán de la misma manera?
Un judío alemán, así es. Si dijera simplemente alemán, no sería del
todo correcto.
Propiamente debería decir: soy un judío alemán que ha vivido treinta
años en Inglaterra. Todo ello ha dejado una impronta en mi carácter y todo
eso es lo que soy.
Una última pregunta: ¿hay algún lugar donde preferiría morir?
No, el lugar no me importa; sólo me gustaría una muerte indolora.
Cuando esté postrado y no sea ya útil para nadie, querría desaparecer. Pero
me es indiferente el lugar donde eso ocurra.
¿Y dónde preferiría ser enterrado?
Entonces ya no seré "yo".
Pero, a veces, las personas tienen deseos muy precisos sobre este punto.
Yo no; nunca he pensado en ello. M e preocupan los problem as de
los vivos y, de hecho, he escrito en algún lugar: "Los muertos no tienen
problem as".
LOS CAMBIOS DE CONDUCTA
EN LAS CLASES ALTAS DEL MUNDO
OCCIDENTAL*
Norbert Elias
P r im e r a P a r t e
Sociogénesis de la oposición
entre "cultura" y "civilización"en Alemania
I. I n t r o d u c c ió n
III. E je m p l o s d e l a s a c t it u d e s c o r t e s a n a s e n A l e m a n ia
IV . L a c l a s e m e d ia y l a n o b l e z a c o r t e s a n a e n A l e m a n ia
13. Tarea distinta — y, por cierto, de las más atractivas— sería la de mostrar
cómo la tragedia clásica francesa, aquella que Federico el Grande contra
ponía como modelo a las de Shakespeare y al Gótz, de hecho expresaba la
situación espiritual y los ideales específicos de una sociedad cortesano-ab
solutista. La tragedia clásica expresa del modo más nítido la importancia
de las buenas formas, signo distintivo de toda society auténtica; la m odera
ción de las pasiones individuales mediante la razón, cuestión vital para
cada cortesano, el comedimiento en la conducta y la exclusión de toda ex
presión vulgar, símbolos específicos de cierta fase en el camino hacia la
"civilización". Todo lo que hay que ocultar en la vida de la corte, todos los
sentimientos y actitudes vulgares, todo aquello de lo que no "se" habla,
tampoco aparece en la tragedia. Las personas de baja extracción (Jo que
para esta clase significa, asim ism o, baja m entalidad) no tienen nada
que hacer en la tragedia. La forma de ésta es clara, transparente, estricta
mente regulada, como la etiqueta y todo lo demás en la vida de la corte;
muestra a los cortesanos como éstos quisieran ser y, al mismo tiempo, como
el príncipe absoluto quisiera verlos. Y quien quiera vivir en la estela de esta
situación social, ya sea inglés, prusiano o francés, ha de orientar su gusto
siempre en el mismo sentido. También Dryden, quien, junto a Pope, es el
poeta cortesano más conocido de Inglaterra, opina de modo muy similar a
Federico el Grande y Voltaire sobre el drama inglés antiguo en su epílogo
a La conquista de Granada: Una época tan refinada y educada, cuyos modelos
son un rey galante y una corte tan brillante e ingeniosa, ya no puede admirar
sin reservas la cruda aspereza de los antiguos autores trágicos ingleses".
En este juicio sobre el gusto resulta especialmente visible la corres
pondencia con la situación social. También Federico el Grande se opone a
la falta de gusto que supone mezclar en escena la "grandeur tragique des
Princes et Reines" con la "bassesse des crocheteurs et des fossoyeurs". Era, pues,
im posible que comprendiera y apreciara una producción literaria cuyo
meollo era, precisamente, la lucha contra las diferencias estamentales, una
producción que trataba de mostrar que también los sufrimientos de las
gentes de extracción humilde tienen su grandeza y su tragedia, y no sola
mente los de los príncipes y los reyes, los de la aristocracia cortesana.
Los círculos burgueses van enriqueciéndose poco a poco en Alem a
nia. El rey de Prusia constata este enriquecimiento y se promete a su cuen
ta un despertar de las artes y de las ciencias, una "revolución feliz". Pero
esta burguesía habla un lenguaje distinto al del rey. Los ideales y el gusto
de la juventud burguesa, así como los modelos que siguen en su com porta
miento, son casi los contrarios a los del monarca.
"Estábamos en Estrasburgo — escribe Goethe en Dichtung und Wahrheit
(libro 9o.)— , en la frontera francesa, liberados de la influencia directa del
espíritu francés. Nos parecía que su forma era demasiado rígida y aristo
crática; su poesía, fría; su crítica, destructiva; su filosofía, abstrusa e insufi
ciente."
En este ánimo escribió Goethe el Gótz. ¿Cómo hubiera podido compren
derle Federico el Grande, el hombre del absolutismo ilustrado y racional, del
gusto aristocrático-cortesano? ¿Cómo hubiera podido el rey aprobar los dra
mas y teorías de Lessing, quien alaba en Shakespeare precisamente lo que él
le reprocha: que expresa mucho más que los clásicos franceses el gusto del
pueblo?
"Si nos hubieran traducido las obras maestras de Shakespeare, de se
guro que los alemanes hubieran obtenido mayor provecho que del conoci
miento de Corneille y Racine. Desde luego, el pueblo habría encontrado en
las primeras mucho más gusto del que puede encontrar en los segundos."
Esto era lo que escribía Lessing en 1759 en sus Briefen die neueste Literatur
betreffend (Cartas sobre la literatura más reciente) (parte 1, carta 17a) y, con
secuentem ente con el reciente despertar de una autoconciencia de las
clases burguesas, reclama y escribe dramas burgueses, ya que los cortesa
nos no son los únicos que tienen el privilegio de ser grandes. "La naturale
za — dice— no conoce esas divisiones odiosas que establecen los seres hu
manos entre ellos y reparte las buenas cualidades del alma sin dar un trato
de favor a los nobles o a los ricos."
Todo el movimiento literario de la segunda mitad del siglo xvui está
animado por una clase social y, en consecuencia, por unos ideales de buen
gusto contrapuestos a la disposición social y a las reglas del buen gusto de
Federico el Grande. Por este motivo, el movimiento no le dice nada, ignora
todas las fuerzas vivas que han comenzado a alentar en torno suyo y con
dena aquello que no puede ignorar, como el Gótz.
Este movimiento literario alemán no es un movimiento político. Sus
representantes más característicos son Klopstock, Herder, Lessing, los poe
tas del Sturm und Drang, de la escuela de la sensibilidad, de la liga de los
bosques, el joven Goethe, el joven Schiller y muchos otros. Descontando
algunas raras excepciones, hasta 1789 no se encuentra en A lem ania
idea alguna de una acción política concreta; nada que pueda recordar a un
partido político o a un programa político. Todo lo que se encuentra en la
adm inistración pública prusiana son propuestas de reformas y hasta co
mienzos de éstas, en el sentido del absolutismo ilustrado. En algunos fi
lósofos, como Kant, aparecen formulaciones de principios generales que están
en contradicción completa con las circunstancias reinantes. En los escritos
de la joven generación de la liga de los bosques (Hainbund) se encuentran
manifestaciones de un odio salvaje contra los príncipes, las cortes, los aris
tócratas, contra los afrancesados, la inmoralidad cortesana y la frialdad
egoísta del cálculo. Por doquier se manifiestan sueños vagos de una Ale
mania unificada y de una vida natural entre la juventud de la clase media;
vida "natural" por contraposición a la "artificialidad" de la vida social cor
tesana. Común es también la alegría irresistible que produce la propia exal
tación sentimental.
Ideas, sentimientos, nada que pudiera conducir en ningún sentido a
una acción política concreta. La constitución de los pequeños estados
absolutistas de aquella sociedad no ofrecía oportunidad alguna para tal
actividad política. Los elementos burgueses adquirían cada vez mayor con
ciencia; sin embargo, la red de los estados absolutos no se conmovía. Los
elementos burgueses estaban excluidos de la participación política; todo lo
más que podían hacer de modo autónomo era "pensar y escribir poesía",
pero no actuar En esta situación, la actividad literaria venía a ser una espe
cie de sustitutivo de la acción política. En ella se expresan de modo más o
menos oculto los nuevos sentimientos, así como el descontento con la si
tuación existente. En este ámbito que, hasta cierto punto, dejaba en liber
tad al Estado absoluto, la nueva generación de clase media, provista de sus
nuevos sueños y de sus ideales opositores, se enfrentó a los ideales cortesa
nos, y lo hizo en idioma alemán.
El movimiento literario de la segunda mitad del siglo xvm no es, repe
timos, un movimiento político, pero es la expresión de un movimiento so
cial y de una transformación de la sociedad en el sentido más eminente del
término. En este movimiento, por supuesto, todavía no se expresaba la
burguesía como una totalidad, sino que, en un principio, sólo se expresaba
una especie de vanguardia burguesa, es decir, lo que aquí hemos llamado
la intelectualidad de la clase media, una multitud de individuos disemina
dos por todo el país, que se encontraban en una situación igual y tenían
una extracción social parecida; individuos que se entendían entre sí preci
samente porque estaban en la misma situación. Sólo de modo ocasional se
reúnen, por un periodo mayor o menor, algunos individuos de esta van
guardia, para formar un círculo. A menudo viven aislados y solos, consti
tuyendo una élite a los ojos del pueblo y unos seres hum anos de segunda
categoría a los de la aristocracia cortesana.
La correspondencia entre esta situación social y los ideales de que
hablan (el amor a la naturaleza y a la libertad, el éxtasis solitario, la entrega
al enardecimiento del propio espíritu sin el obstáculo de la "fría razón") se
manifiesta siempre en las obras de esta generación. Por lo demás, esto es lo
que se afirma de modo perfectamente rotundo en el Werther, cuyo éxito
muestra qué propia de esta generación era una tal sensibilidad.
En la fecha del 24 de diciembre de 1771 leemos en Werther: "La miseria
brillante que veo, el tedio que reina entre esta gente tosca, esa manía de
clases que les hace acechar y espiar la ocasión de elevarse unos sobre otros,
fútiles y menguadas pasiones que se presentan al desnudo".
El 8 de enero: "¡Qué pobres hombres son los que dedican toda su alma
a ios cumplimientos, y cuya única ambición es ocupar la silla más visible
de la m esa!".
El 15 de marzo de 1772: "Estoy furioso... El conde de C. me aprecia [...]
Ayer com í en su casa [...] y después de com er estuve p aseánd om e
y charlando con el conde en el gran salón [...] y, por fin, insensiblemente,
sonó la hora de la tertulia. ¡Bien sabe Dios que no pensaba en ello!" Werther
se queda y la sociedad nobiliaria llega. Las mujeres murmuran; la noticia
circula entre los hombres. Finalmente, el conde, algo apurado, le ruega que
se retire. La sociedad aristocrática se siente herida de encontrar un burgués
en su compañía.
"H e observado —dice el conde— que la tertulia en masa está descon
tenta de veros aquí [...] Me escurrí pausadamente y, fuera ya de la augusta
asamblea, subí a mi birlocho y fui a M. para ver desde la colina la puesta de
sol, leyendo el magnífico canto en que refiere Homero cómo Ulises fue hos
pedado por uno que guardaba puercos."
De un lado la superficialidad, la ceremonia, la conversación banal y,
del otro, la interioridad, la profundidad de los sentimientos, la absorción
en la lectura, la educación de la propia personalidad; es la misma oposición
que se expresa en Kant en la antítesis entre cultura y civilización, pero refe
rida a una situación social muy determinada.
Y, al propio tiempo, Goethe muestra en Werther de modo especial
mente claro, los dos frentes en los que vive esta clase: "Lo que más me irrita
—leemos el 24 de diciembre de 1771— son las miserables distinciones so
ciales. Sé como cualquiera cuán necesaria es la diferencia de clases, y co
nozco sus ventajas, de las que yo mismo me aprovecho, pero no quisiera
que viniesen a estorbarme el paso...".
Nada es más característico de la conciencia de la clase media que esta
afirmación: las puertas de abajo tienen que seguir cerradas. Las puertas de
arriba han de abrirse. Y, al igual que todas las clases medias, también ésta
se encontraba apresada en una curiosa paradoja: no se atrevía a derrumbar
los muros que cerraban el camino hacia arriba, por miedo a que, en la con
moción, también cayeran los muros que la separaban del pueblo.
Todo esto fue un movimiento de elementos ascensionales: el bisabue
lo de Goethe fue herrero; su abuelo fue sastre y, luego, hospedero, con una
clientela cortesana y de trato burgués con un título, mientras que la madre
es la hija de una familia patricia de Frankfurt.
El padre de Shiller fue cirujano y, luego, comandante médico mal paga
do, mientras que su abuelo, bisabuelo y tatarabuelo fueron panaderos. De
similar extracción social, a veces más alta, a veces más baja, pero siempre en
tomo a la artesanía y al funcionariado medio, procedían Schubart, Bürger,
Winkelmann, Herder, Kant, Friedrich August Wolff, Fichte y muchos otros
miembros de este movimiento.
14. En Francia se produjo un movimiento similar. También allí surgió
toda una serie de hombres importantes, procedentes de un cambio social
similar en los círculos de la clase media. Voltaire y Diderot se cuentan entre
ellos. Pero, en Francia, estos talentos fueron recibidos y asimilados sin pro
blem as por la amplia sociedad cortesana, por la society parisina. En Alema
nia, por el contrario, los hijos de la clase media ascendente, dotados de
talento y de ingenio, quedaron excluidos, en su mayoría, de la vida corte
sana aristocrática. Algunos de ellos, como Goethe, consiguieron una espe
cie de reconocimiento en este círculo cortesano. Pero, dejando al margen el
hecho de que la corte de Sajonia-Weimar era pequeña y relativamente po
bre, Goethe se cuenta entre las excepciones. En su conjunto, y comparados
con los de los otros países occidentales, los muros que separaban a la
intelectualidad de la clase media de la clase superior aristocrática siguie
ron siendo muy altos. En 1740 observa el francés Mauvillon, en relación
con las circunstancias alemanas: "En el hidalgo alemán pueden observarse
esos aires altaneros y orgullosos, que llegan hasta la brusquedad. Engreí
dos de su alcurnia, que están siempre dispuestos a probar, desprecian todo
cuanto no tiene la misma condición". "Raram ente — prosigue— realizan
matrimonios desiguales, pero aún es más raro verlos tratar simple y llana
mente con los burgueses. E, igual que rechazan el connibium con estos bur
gueses, tampoco hacen nada por buscar su compañía, sean cuales sean los
merecimientos de estos últimos."
La distancia social especialmente pronunciada entre la nobleza y la
burguesía, documentada con innúmeros testimonios, estaba condiciona
da, sin duda alguna, por las relativas estrecheces y el escaso bienestar de
ambos sectores. Estas circunstancias son las que explican que la nobleza
recurriera a una actitud pronunciadamente excluyente y a las pruebas de
pureza de linaje como los instrumentos más importantes para el m anteni
miento de su existencia social privilegiada; al propio tiempo, también blo
quearon a la burguesía alemana el camino principal por el que en los otros
países occidentales se produjo el ascenso de los elem entos burgueses, el
connibium y la recepción por la aristocracia, esto es, el camino del dinero.
Cualesquiera que sean las razones, sin duda muy complicadas, para
esta separación especialmente acusada, la escasa mezcla de los modelos
cortesano-aristocráticos y de los "valores del ser" con los modelos burgue
ses y los valores del rendimiento, producida por esta separación, ha deter
minado decisivamente durante largos periodos ese fenómeno que suele
aceptarse como carácter nacional de los alemanes. A esto se debe el hecho
de que la corriente principal del idioma alemán, el alemán culto, así como
casi toda la nueva tradición espiritual, cristalizada en la literatura, recibie
ra el impulso decisivo y el carácter de un sector intelectual de clase media
que era más puro y más específicamente de clase media que la capa inte
lectual francesa correspondiente e, incluso, que la inglesa, que, en cierto
modo, ocupa una posición intermedia entre las otras dos.
Los signos de la exclusividad, la acentuación de lo específico y de lo
diferenciador, que ya se mostraron en la comparación entre el concepto
alemán de cultura y el occidental de civilización, se encuentran aquí de
nuevo, como carácter propio del desarrollo alemán.
Comparada con Alemania, Francia tuvo una expansión y una política
colonizadora exterior relativamente tempranas. Pero también hacia el inte
rior pueden observarse movimientos similares en el curso de la Edad M o
derna. Especialmente importante en este contexto es el movimiento de di
fusión de los buenos modales cortesano-aristocráticos y la tendencia de la
aristocracia cortesana a asimilarse elementos de otras clases, esto es, por
decirlo así, a colonizarlos. El orgullo estamental de la aristocracia francesa
sigue siendo considerable y también continúa acentuando las diferencias
estamentales. Pero los muros de los que se rodea tienen m ás puertas de
acceso que en Alemania, y este acceso, así como la asimilación de otros
grupos, también tienen mayor importancia.
Por el contrario, la expansión mayor del Imperio alemán se produce en
la Edad Media. Desde esta época, lo único que hace el Imperio es disminuir
paulatinamente de extensión. Ya antes de la Guerra de los Treinta Años
y mucho más pronunciadamente después, los territorios alemanes disminu
yen por doquier y casi todas las fronteras han de soportar fuertes presiones.
En consecuencia con esto, en el interior del país la lucha entre los distintos
grupos sociales para conseguir las escasas oportunidades que hay y para
autoafírmarse es más fuerte que en los otros estados occidentales en proceso
de expansión, y también más fuerte la tendencia a diferenciarse y a excluirse
mutuamente. La desmembración del territorio alemán en una serie de esta
dos soberanos, al igual que la exclusión relativamente pronunciada de las
capas medias alemanas por parte de la mayoría de la nobleza, son los fenó
menos que han impedido la constitución de una society unitaria, modélica
y central que en los otros países ha tenido gran importancia, a] menos como
estación intermedia en el proceso de la construcción nacional (Nationsbildung),
habiendo influido de modo determinante en varias etapas en el lenguaje, en
las artes, en la constitución afectiva y en los modales.
V. E je m p l o s l it e r a r io s d e l a s r e l a c io n e s
e n t r e l a in t e l e c t u a l id a d a l e m a n a d e c l a s e m e d ia V lo s c o r t esa n o s
15. Los libros de las clases medias que alcanzan mayor éxito de público a
partir de mediados del siglo xvm, esto es, a partir de la época en que estas
clases aumentan su bienestar y su conciencia de sí mismas, señalan clara
mente con qué intensidad se percibía la diferencia con las otras clases. Al
propio tiempo dem uestran que las diferencias estructurales y vitales en
tre las clases medias de un lado y la clase alta cortesana del otro, eran
diferencias en la estructura del com portamiento de la vida sentimental,
de los deseos y de la moral. Estos libros muestran, de modo necesariamen
te unilateral, por supuesto, cómo se veían estas diferencias desde el punto
de vista de la clase media.
Un buen ejemplo de todo ello nos lo ofrece la conocida novela de Sophie
de la Roche, Das Fraulein von Sternheím, que convirtió a su autora en una de
las mujeres más célebres de su época. "Constituye todo mi ideal de lo que
debe ser una m ujer", escribe Caroline Flachsland a Herder, tras haber leído
Das Fraulein von Sternheim, "delicada, dulce, bondadosa, orgullosa, virtuo
sa y engañada. He pasado horas deliciosas leyéndola. ¡Ah! Cuán alejada
estoy todavía de mi ideal, de mí misma".
Lo paradójico en todo esto es el hecho de que Caroline Flachsland,
com o m uchas otras m ujeres de su condición social, ame su propio do
lor, esto es, que entre los rasgos de la heroína ideal a la que pretenden
parecerse, junto a la bondad, al orgullo y la virtud, cuente la condición
de engañada, lo cual no es escasam ente significativo en cuanto a la si
tuación sentim ental de la intelectualidad de clase m edia, especialm ente
de sus m ujeres en la edad de la mayor sensibilidad. La heroína de clase
media es engañada por el cortesano aristócrata. La prevención, el m ie
do ante el "sed u cto r" socíalm ente superior, con el que la muchacha no
puede casarse debido a la distancia social que entre ellos m edia; el de
seo secreto de que el seductor se acerque; la tentación que se m uestra en
la idea de que es posible tener acceso a un círculo cerrado y peligroso;
finalm ente, la com pasión identificadora con la engañada; todo ello nos
proporciona un ejem plo de la am bivalencia específica en la que está
aprisionada la vida sentim ental de la clase m edia — y no sólo de sus
m ujeres— en relación con la aristocracia. A este respecto, Das Fraulein
von Sternheim constituye, en cierto m odo, la contrapartida fem enina del
W erther; am bos describen vínculos específicos de su clase que se expre
san en sentim entalism o, sensibilidad y m atices afectivos sim ilares.
He aquí la trama de la novela: una hermosa doncella procedente de
la pequeña nobleza rural, de una familia burguesa encumbrada, llega a la
corte. El príncipe, su pariente materno de más alcurnia, pretende conver
tirla en amante suya. Acorralada, la muchacha busca refugio en el "m alo"
de la novela, un lord inglés que vive en la corte y que en todo momento se
expresa justamente como los círculos de clase media se han imaginado siem
pre al "seductor aristócrata", al "infam e m alvado" y quien resulta tan
cómico precisamente porque expresa como pensamientos propios los re
proches de la clase media contra su clase. También frente a él conserva la
doncella su virtud, su superioridad moral, en compensación por su infe
rioridad estamental, y muere.
Así es como habla la heroína, la señorita de Sternheim, la hija de un
coronel ennoblecido:
"Estoy convencida, querida tía — dice, tras haber pasado algunos días
en la corte— , de que la vida cortesana no es adecuada para mí. Mis gustos,
mis inclinaciones, son absolutamente distintos. Y os confieso que me iría
de aquí con mayor alegría que vine."
"Queridísima Sophie — le contesta la tía—, realmente eres una de las
muchachas más encantadoras que hay, pero el viejo párroco te ha inculcado
una gran cantidad de ideas pedantes. Trata de olvidarlas de vez en cuando."
Y en otro lugar escribe Sophie: "H ace poco me vi envuelta en una
conversación debido a mi amor por Alemania, en la que yo trataba de de
fender los merecimientos de mi patria y jo hice con verdadero celo y des
pués, mi tía me dijo que había dado buena prueba de ser la nieta de un
profesor. Este reproche me irritó; era una ofensa a la memoria de mi padre
y de mi abuelo".
El párroco y el profesor son, de hecho, los dos representantes más cla
ros de esta intelectualidad de funcionarios de clase media; dos figuras so
ciales que han tenido la participación más decisiva en la difusión y en la
formación del nuevo idioma culto. En el ejemplo anterior puede verse cómo
el sentimiento nacional, vago, espiritualizado y apolítico de estos círculos,
le resultaba burgués a la aristocracia pequeño-cortesana. Al propio tiempo,
tanto el cura como el profesor remiten a la universidad como lugar social
que constituía el centro de formación y difusión más importante de la cul
tura alemana de clase media. Generaciones enteras de estudiantes univer
sitarios, convertidos en maestros, párrocos y funcionarios medios, difun
dieron la imagen de un mundo ideal y de unos ideales determinados. En
cierto modo, la universidad alemana era la contrapartida de la clase media
frente a la corte.
En la imaginación de la clase media, el malvado cortesano se expresa
con las palabras con las que el párroco le combate desde el pulpito:
VI. R e t r o c e s o d e l a o p o s ic ió n s o c ia l e in t e n s if ic a c ió n d e l a n a c io n a l
EN LA CONTRAPOSICIÓN ENTRE "C U L T U R A " Y "C IV IL IZ A C IÓ N "
In g la te rra y A lem an ia se c o m p o r ta n re c íp ro c a m e n te c o m o la fo rm a y el c o n
ten id o , c o m o el p a re c e r y el ser. A u n q u e en In g la te rra h a y c o s a s c u y a ese n cia
d e p e n d e fu n d a m e n ta lm e n te d e la p u re z a d e su c o n te n id o , m á s q u e en c u a l
q u ie r o tro p a ís, allí lo d e cisiv o p a ra los h o m b re s es la p u ra fo rm a , las a p a
rie n cia s m á s e x te rn a s . N o es p re ciso q u e seas u n gentlem an , b a s ta c o n q u e
te n g a s los m e d io s n e ce s a rio s p a ra p a re c e rlo y lo se rá s . N o es p re c iso q u e ten
g a s d e re c h o , b a sta c o n que te m u e v a s d e n tro d e las fo rm a s le g a le s y te n d rá s
d e re c h o ... P o r to d a s p a rte s la a p a rie n cia . E n n in g ú n o tro lu g a r se e n cu e n tra
g e n te tan p ro p e n sa a e n tre g a rse al b rillo y a la p o m p a d e u n n o m b re .
El a le m á n v iv e p a ra v iv ir; el in glés v iv e p a ra re p re s e n ta r. E l a le m á n
Quizá sea necesario observar en qué medida coincide este último pen
samiento con la antítesis entre Eckermann y Goethe: "Yo expreso abierta
mente mis inclinaciones y aversiones personales", dice Eckermann. "Es
preciso tratar de armonizar con los demás, incluso aunque a uno no le gus-
‘ Entrevista a N orbert Elias aparecida en Der Spicgi’t el 21 de noviem bre de 1988. Traducción de
Luis Felipe Segura.
lo que usted llama civilización, a todos los constreñimientos de la vergüen
za, a los del entrenamiento del aseo, a todas las muchas inhibiciones?
E. Los modelos de control de los instintos o del placer se transforman
de sociedad a sociedad. Pero no existe una sociedad en la que no estén
presentes. Y, por lo demás, una sociedad de tal tipo no podría sobrevivir
sin esos modelos.
Sólo hay sociedades en las que los instintos y los impulsos afectivos se
han logrado regular; todas las demás han sucumbido.
P. Se trataría de una especie de selección natural según el lema: civili
zarse o morir.
E. El etólogo Konrad Lorenz, por ejemplo, ha descrito un mecanismo
de autorregulación innato entre los lobos. Cuando dos lobos tienen un con
flicto y el más débil muestra al más fuerte su cuello, la tendencia a morder
al adversario se desconecta biológicamente. La manada correría el peligro
de destruirse a sí misma.
Entre los seres hum anos no existen tales m ecanism os innatos de
autorregulación. Venimos al mundo con instintos salvajes y no limitados.
Si nos convirtiéramos en adultos en el estado de unos niños gritones, no
habría sociedad, no habría seres humanos. Debemos habituarnos a los
modelos de limitación de los instintos, al control de los instintos.
P. Se ha dicho que precisamente nuestra sociedad se encuentra bajo la
amaneza de extinción porque en ella ya no se está dispuesto a renunciar a
los instintos.
E. Eso es una gran exageración. No ha existido nunca una sociedad en
la que se dediquen tantos años a incorporar, a disciplinar a los jóvenes.
Desde pequeños se inculca a los niños a comportarse correctamente.
P. ¿Sucede esto más rápido en sociedades menos complicadas?
E. Sí. En ese tipo de sociedades se da el ritual de iniciación, gracias al
cual se adoptan ciertas obligaciones socialmente necesarias.
Por medio de una experiencia de shock, se im plantan estos constre
ñimientos civilizatorios en los jóvenes. ¿Y qué es, en realidad, una escuela
en nuestros días? Un niño de seis años no tiene en absoluto el impulso de
sentarse en un pupitre y escuchar luego, sin moverse, al maestro.
P. ¿Cuál es entonces el curso que sigue el proceso de civilización?
E. Tiene dos direcciones. Hay avances y hay retrocesos. Los impulsos
civilizatorios van acompañados de impulsos descivilizatorios. El problema
consiste en saber en qué medida una de las dos direcciones resulta dominante.
P Avances y retrocesos. Usted ha estudiado el juego de fútbol, ha des
crito la manera en la que, al llegarse a un número intolerable de fracturas
— como ocurrió en el siglo xvi— , fueron introducidas en él reglas de juego
que disminuyeran su peligrosidad.
Sin embargo, en la actualidad hay retrocesos visibles. El mejor ejem
plo de ello son los brutales desórdenes en el estadio Heysel de Bruselas,
que tuvieron un costo de 39 muertos.
E. Ciertamente se trata de.rupturas en el proceso de civilización, de
retrocesos. De acuerdo con mi teoría, es precisamente en una sociedad en la
que la acción violenta se encuentra severamente reprimida, donde la nece
sidad de luchas miméticas es particularmente grande. El fútbol nos perm i
te participar en luchas, nos perm ite saborear el placer, la alegría de las
luchas sin que surja un peligro auténtico para los jugadores. Todo esto tie
ne un efecto catártico. El fútbol es, a pesar de todos los desmanes, una for
ma bastante civilizada de gozar una lucha.
P. ¿La palabra "m im ético" significa en su terminología que quien goza
con las batallas en el campo de fútbol, quien imita configuraciones sociales
conflictivas, tolera mejor esas tensiones?
E. Como el fútbol, la asistencia a discotecas, todo ese tipo de estimu
lantes miméticos tiene un efecto resolutorio, ascéptico. No se trata de lujos,
sino de necesidades vitales, de significación creciente en la sociedad con
temporánea.
P. ¿Existen diferentes grados de civilización dentro de nuestras socie
dades avanzadas?
E. En alguna ocasión me di el gusto de examinar la situación de los
accidentes de tránsito. Me sorprendió el número tan elevado de accidentes
después de la guerra tanto en Japón como en Alemania.
P. ¿Cómo se lo explica?
E. Los modelos de autocontrol personal se encontraban en un estado
de confusión absoluta debido a las experiencias de la guerra. Eran socieda
des atemorizadas en las que el autocontrol personal había sido perturbado.
No es sino hasta la normalización de la vida que las cifras de accidentes
disminuyen en estos dos países. En los países en vías de desarrollo — como
decimos, no sin vergüenza— el número de accidentes de tránsito es nota
blemente superior al de los países altamente industrializados.
El tráfico de vehículos es un buen ejemplo del indispensable equilibro
entre regulación heterónom a y autorregulación. Si los conductores de
autos no poseen un alto grado de autorregulación, de nada sirven las re
glas de tránsito, ni siquiera las mejores.
P. ¿Cree usted que en la actualidad los hombres son más libres que en
sociedades anteriores? ■
E. Ningún hombre es libre. Libre, eso es lo que suena tan bonito cuan
do se realizan los preparativos para las elecciones en los Estados Unidos: el
país de la libertad... Pero, ¿qué significa libertad para un empresario? En el
mejor de los casos, que el Estado no lo moleste demasiado. Pero eso no
quiere decir que se encuentre libre de constreñimientos; por ejemplo, del
de la competencia.
P. ¿No podría considerarse que el proceso de em ancipación de las
mujeres es un desarrollo hacia una mayor autonomía?
E. Sin duda. Pero esos procesos duran mucho. Debemos ser conscien
tes de qué corto es, en realidad, el tiempo en el que las mujeres se han
vuelto más libres.
P. ¿Ha habido en épocas anteriores desarrollos similares?
E. En la antigua Roma, en la última República y en el primer Imperio
se daba en el patriciado, en la aristocracia, una situación en la cual tanto la
mujer como el hombre podían exigir el divorcio. Cada uno tenía bienes
propios y, con ello, la mujer tenía, de hecho, los mismos derechos que el
hombre. Todo esto resulta particularmente interesante porque, por otra
parte, tenemos suficientes noticias acerca de la humillación de la mujer en
la antigua Roma. Se la trataba como mercancía, se la intercambiaba entre
familias como a cualquier bien.
P. ¿Cuánto tiempo duró este proceso que va desde la mujer com pleta
mente sometida hasta la mujer que tema casi los mismos derechos que el
hombre?
E. Un tiempo relativamente corto, digamos unos 500 años. En el dere
cho canónico quedan todavía huellas de ello. Por ejemplo, las mujeres no
pueden ser casadas sin su consentimiento.
P. ¿Cómo es que en este desarrollo hubo finalmente una regresión?
E. Eso ocurrió más rápidamente, en tres o cuatro siglos, hasta que la
autoridad del Estado se diluyó. Cuando una sociedad se vuelve feudal,
cuando no existe una autoridad central que proteja a las mujeres de los
hombres, eso no puede funcionar más.
P. ¿Existe en la actualidad el peligro de que el proceso hacia una m a
yor autonomía de la mujer se interrumpa nuevamente?
E. No lo creo. Tan sólo los avances en la técnica del control de la nata
lidad tienen mucho que ver con la posición que la mujer ocupa actualmen
te. No creo que todo esto pueda ser anulado. Por otra parte, este desarrollo
no debe ideologizarse creyendo que los hombres se han vuelto, de pronto,
más razonables.
P. ¿Existe una tendencia decreciente hacia la agresión en nuestra so
ciedad civilizada?
E. No me gusta mucho el concepto de agresión. Prefiero hablar de
conflictos entre grupos. La proximidad de los seres humanos entre sí hace
más bien que esos conflictos se incrementen.
P ¿Aumentan también a causa del acercamiento entre los estados, por
ejemplo, con la integración política de Europa?
E. Mayor integración significa mayor tensión. De pronto, los campesi
nos franceses se ven obligados a preocuparse de lo que dice la primera
ministra inglesa.
Debemos tener claro que las tensiones y los conflictos son parte cons
titutiva de una mayor integración.
P. Sin embargo, los medios para solucionar los conflictos han cambia
do mucho.
E. Es en verdad sorprendente la paciencia con la que las controversias
se dirimen. En Europa ya nadie amenaza con la guerra. Eso lo tenemos que
ver como una ganancia. Hemos aprendido nuestra lección.
P. Por ejemplo, en la política de la distensión.
E. Hay señales de esto. Pero no confío en ellas. Por ejemplo, los esfuer
zos para una distensión entre la Unión Soviética y los Estados Unidos...
P. ...Que unánimemente son considerados un gran paso hacia adelante.
E. Pero este proceso es frágil; Gorbachov podría perder mañana m is
mo la mayoría que tiene en el politburó, y allí acabaría todo.
No debemos confundir nuestros análisis con nuestros deseos. En caso
de que Gorbachov fracasara con sus reformas — y no hay que olvidar que
una buena parte del pueblo ruso está en contra de estos cambios— tendría
mos por lo menos, otra vez, la guerra fría.
Por ningún motivo debe representarse el desarrollo de la humanidad
como si todo en él fuera producto de la voluntad y los planes de los hom
bres. A partir de algo que se entrecruza, las intenciones de muchos hombres,
surge algo que puede diferir por completo de lo que se quería.
Reagan quería una política conservadora y anticomunista enérgica;
quería, de ser posible, la humillación o hasta la destrucción del comunismo
ruso. El nacimiento de Israel es producto del idealismo de los judíos que se
sentían incómodos a causa del antisemitismo de los europeos. El resultado
es un Estado con una legalidad y constreñimientos, tan ingentes estos últi
mos, que todo ese gran idealismo desaparece.
P. Lo que usted hace no es juicio de valor, sino limitarse a una pura
constatación.
E. Así es. Tenemos que aprender, como científicos — y digo esto con
titubeos— , que existe en ello cierta analogía con los procesos de la natura
leza. Por supuesto que uno puede lamentar que haya habido un terremoto,
pero uno debe investigar la realidad, es decir, preguntarse por qué ha ocu
rrido tal cosa. De igual manera tiene que investigarse la realidad de los
procesos de civilización y los de formación de los estados, independiente
mente de que a uno le parezcan algo bueno o algo malo.
Es cierto, hay toda una gama de indicios de una creciente hum a
nización.
P. ¿Es esto también válido en relación con la sociedad? Consideremos
el caso del sida. En la actualidad esta mortal enfermedad sexual es estig
matizada como un castigo divino.
E. Eso es algo que antes estaba mucho más difundido que en nuestros
días. Tomemos el caso de la sífilis. En aquel entonces, las clases alta y baja
disponían de tratamientos distintos. El que se aplicaba a enfermos que per
tenecían a esta última era mucho más doloroso. Pero, al mismo tiempo,
esto tenía el significado de que el dolor contribuía en cierta manera a ami
norar la culpa de los hombres.
P ¿Considera usted, entonces, que la reacción de nuestra sociedad fren
te a la enfermedad del sida no es un retroceso civilizatorio?
E. Más bien me sorprende lo humano que somos. El sida no ha con
ducido a estallidos de violencia en relación con los homosexuales ni a una
cacería de brujas en lo que atañe a las relaciones sexuales de carácter extra-
marital.
En realidad, todo se ha manejado con gran prudencia y de una m ane
ra bastante humana. La mismísima señora Thatcher ha advertido que no
debemos pasar por alto que se trata de seres humanos que sufren.
P. ¿Eso quiere decir que hemos avanzado bastante en el proceso de
civilización?
E. No soy en absoluto de la opinión de que en nuestros días se ha
alcanzado la cima de la civilización. Nada de eso. Nos encontramos en la
era primaria, o, dicho de otra manera: somos los bárbaros tardíos. A nues
tros descendientes en 300 o 400 años les serán absolutamente incomprensi
bles las razones por las que nos preparamos para la guerra con arsenales
nucleares. Uno de los desaciertos más sorprendentes es el de hacer esto
para satisfacer una necesidad de seguridad.
P. ¿Cree usted que la juventud será capaz de resolver los problemas de
la sociedad?
E. Para el futuro de la nación europea — y no sólo de ésta— sería de
suma importancia que la juventud se educara en una perspectiva que am
pliara sus horizontes, que se educara en la perspectiva de un horizonte
mundial. La juventud debería también aprender del laboratorio de la his
toria, por ejemplo. Debería tener un conocimiento que fuera, en general, lo
más amplio posible. En la competencia entre las naciones, las mejores opor
tunidades son para las que poseen una juventud que dispone de un cono
cimiento vasto y sólido, un conocimiento no centrado exclusivamente en la
economía.
Sin embargo, lo que ocurre es lo contrario. Se trabaja con miras a estre
char el horizonte, con miras a una especialización. Puedo imaginarme muy
bien que los jóvenes se encuentren un poco irritados por todo ello.
P. Las razones para la especialización en la escuela son con frecuencia
de índole pragmática. Los mismos estudiantes esperan prepararse mejor de
esa manera para su futuro trabajo profesional.
E. Tal vez eso sea correcto. Pero en el trasfondo de todas estas cuestio
nes acecha la siguiente pregunta, que hoy en día se formula con mayor
conciencia que nunca: ¿para qué vivo realmente?
P. ¿Puede darse, en absoluto, alguna respuesta a esta pregunta?
E. Sí, con tal de que uno no espere demasiado.
P. ¿Qué le diría usted a su nieto, por ejemplo?
E. Te he puesto un ejemplo. Estoy completamente satisfecho con mí
vida.
Nunca he dejado de trabajar e hice algo con lo que una naturaleza
ímpredecible me ha dado.
No es una respuesta metafísica, pero sí una respuesta práctica.
ÍNDICE
P r im e r a P a r t e
E n torno al concepto de Teoría Crítica
Segunda P a r te
La tradición, de la Teoría Crítica
C u a rta P a r te
D erroteros de la teoría sociológica actual: N orbert Elias
N o rb e rt E lias: ejes c o n ce p tu a le s p a ra la c o m p re n s ió n d e p ro c e s o
civ iliz a to río en O ccid e n te , Lidia G ir ó la ........................................................................... 331
E n tre v is ta b io g rá fica c o n N o rb e rt E lias, N orbert E lia s .................................................... 345
L o s c a m b io s de c o n d u c ta en las clases altas
d el m u n d o o c c id e n ta l, N orbert E l i a s ................................................................................ 379
S o m o s los b á rb a ro s tard ío s: ace rca del p ro c e s o d e c iv iliz a ció n
y el co n tro l d e los in stin to s, N orbert E lia s ...................................................................... 411
Cultura y civilización:
d pensamiento crítico alemán contemporáneo
se terminó de imprim ir en enero de 2003
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