Bleichmar, Silvia - en Los Orígenes Del Sujeto Psíquico PDF
Bleichmar, Silvia - en Los Orígenes Del Sujeto Psíquico PDF
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Bleichmar, Silvia
En los orgenes del sujeto psquico. Del mito a la historia. - 2 ed. -
Buenos Aires :Amorrortu, 2008.
224 p .; 23x14 cm. - (Biblioteca de psicologa y psicoanlisis / dirigida
por Jorge Colapinto y David Maldavsky)
ISBN 978-950-518-131-5
1. Psicoanlisis. I. Ttulo.
CDD 150.195
Impreso en los Talleres Grficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, provincia de
Buenos Aires, en mayo de 2008.
Tirada de esta edicin: 1.500 ejemplares.
A Carlos,
viga de la noche y la esperanza.
Indice general
La historia de Andrs
Los padres se casaron siendo muy jvenes, despus de un
noviazgo de tres aos, y un ao y medio ms tarde naci An
drs, cuando la madre tena diecinueve aos y el padre veinti
cinco. En la mitad del noviazgo muri el padre de la madre, del
cual tomaron el nombre para el nio. El parto, previsto para
mediados de julio, se adelant veinte das, coincidiendo con el
tercer aniversario de la muerte del abuelo. La familia festej el
nacimiento de Andrs diciendo que haba vuelto a nacer mi
pap (palabras de la madre).
El desarrollo del nio durante los primeros tiempos fue nor
mal, sin datos significativos, salvo algunas dificultades en la
lactancia debidas a que a la madre le era incmodo darle el pe
cho y pas rpidamente a la alimentacin artificial. Pese a ello,
el nio se adapt pronto al bibern, comiendo con entusiasmo y
aumentando de peso rpidamente.
A los nueve meses, cuando le sali el primer diente, comen
zaron los trastornos: tuvo diarreas y vmitos a repeticin, llan
to continuo y algunos trastornos del sueo: se despertaba tres o
cuatro veces por la noche pidiendo jugo y, simultneamente,
rechaz la leche abandonando su ingestin por completo. Estos
trastorn os se mantuvieron hasta los dos aos, cuando complet
la denticin. Pese a ello, durante todo este perodo, el desarrollo
tanto intelectual como motor del nio fue excelente. A los nue
ve meses comenz a pararse y a los once ya caminaba. Al ao y
medio hablaba perfectamente y conoca los colores. Antes de los
dos aos y medio saba las letras y los nmeros. A raz de estos
conocimientos precoces, el padre, entre complacido y molesto,
deca a la madre que lo exhiba: Este nio es tu circo.
Las cosas se desenvolvan a tal punto alrededor de Andrs,
que la madre relata que le preguntaron a l si quera tener un
liermanito, y nicamente cuando el nio accedi tomaron la
'lecisin de tener un nuevo hijo. Yo estaba tan feliz con el nio
que no hubiera necesitado otro hijo, comenta la madre. En
cualidad, nos decidimos porque pensamos que l necesitaba
compaa, agrega el padre. De esta manera, a los dos aos y
once meses de edad de Andrs la madre qued embarazada, y
tuvo una nia que naci cuando su hermano contaba ya tres
aos y ocho meses de edad.
Por esta poca comenzaron nuevamente los trastornos. Al
tercer mes de embarazo materno, el nio se levant una noche,
angustiado: quera asegurarse de que los padres lo vean mien
tras dorma. Fue en ese momento cuando empez a exigir que
demostraran que lo vean, para lo cual el padre se levantaba
reiteradamente y, cada vez que iba a su habitacin, le pona un
cochecito sobre la almohada: a la maana siguiente el nio los
contaba, y as fue como lleg a contar nueve o diez cochecitos.
Simultneamente, reapareci el pedido de jugo, que haba
desaparecido a los dos aos.
Luego del nacimiento de su hermana, cuando Andrs tena
tres aos y nueve meses, un amiguito le habl por primera vez
de Drcula. Es en ese momento cuando se cristaliz la fobia cu
ya existencia llevara posteriormente a los padres a solicitar
una consulta psicoanaltica.
Acontecimiento
Recuerdo encubridor
Nio
Fantasmas relacionados con
su propia oralidad
5 En realidad, esta ltima pregunta, como ocurre siempre con las incgnitas
en un diagnstico, slo pudo ser respondida a lo largo del tratamiento. Un da
de tormenta, estimulado por el ruido de la lluvia, que en el interior del consul
torio produca una sensacin de intimidad y seguridad, Andrs me confes
que pocos meses antes de iniciar sus consultas es decir, en el momento en
que las crisis de angustia se hicieron intolerables haba tenido una serie de
juegos sexuales con un par de nios amigos (hermanitos entre s, nio y nia).
El haba sido el espectador pasivo de esos juegos en tanto voyeur, no menos
activo, y se senta horrorizado y complacido por el espectculo que relataba,
nvirtiendo en la sesin su rol al transformarme a m, mediante una reduplica
cin especular, en espectadora pasiva de sus relatos erticos.
Tiempos de constitucin de la fobia
a. Nueve meses: denticin y comienzo de la deambula
cin.
Trastornos: sueo intranquilo, rechazo de la leche y
abandono de su ingestin, diarreas y vmitos a repeticin.
Pedido nocturno del jugo.
b. Tres aos y dos meses: embarazo materno.
Trastornos: pedido a los padres de que lo vean mien
tras duerme, reaparicin del pedido de jugo que haba de
saparecido a los dos aos.
c. Tres aos y nueve meses: nacimiento de la hermana,
lactancia artificial de esta.
Sntoma: constitucin de la fobia a Drcula.
Hemos diferenciado entre trastornos y sntoma para marcar
el carcter absolutamente novedoso de este ltimo, que presen
ta ya las caractersticas, como dijimos antes, de una formacin
del inconsciente. A su vez, hemos incluido en los acontecimien
tos precipitantes del sntoma tanto el nacimiento de la herma
na como las caractersticas particulares de la lactancia de esta,
tomando en cuenta el material recogido en las entrevistas y ex
puesto anteriormente. Por supuesto, esta eleccin nos llevar a
poner en discusin el concepto de traumatismo con el cual nos
estamos manejando.
El problema de la memoria
El tema del olvido y sus relaciones con el recordar fue
planteado por el psicoanlisis desde sus orgenes, convirtindo
se incluso en el eje fundamenta] de la teora de la represin. El
trabajo con histricas haba puesto de manifiesto que, ms all
del carcter sintomtico de la conversin, algo se defina es
tructuralmente en el olvido que permita relacionar la memo
ria con la sexualidad. Posteriormente, Freud pudo retomar es
tas cuestiones cuando, al unlversalizar la represin y transfor
mar el fenmeno histrico de doble conciencia en algo atinente
al funcionamiento psquico en general (a travs del concepto de
inconsciente), dio razn del fenmeno de la amnesia infantil co
mo momento fundante del pasaje del polimorfismo perverso a
la sexualidad reglada.
Los trabajos inaugurales de la metapsicologa, de Freud,
pusieron enjuego el hecho de que si la represin trae como efec
to el olvido, ella es tambin la condicin de la memoria. En el
captulo VII de La interpretacin de los sueos distingue el polo
perceptivo (que debe estar siempre abierto al ingreso de est
mulos), de los engramas mnsicos, capaces de conservar hue
llas permanentes, y en la Nota sobre la pizarra mgica se
pregunta cmo conserva el aparato las huellas mnsicas sin
saturar su capacidad de recepcin. Y se plantea: Se excluyen
mutuamente la capacidad ilimitada de recepcin y la conserva
cin de huellas duraderas? Es preciso renovar la superficie re
ceptora o hay que aniquilar los signos registrados?2
Estas dos posibilidades la de saturacin, por un lado, o la
de borrar lo ya inscripto, por otro se pueden comparar a dos
2 S. Freud, Nota sobre la pizarra mgica, en Obras completas, Buenos
Aires: Amorrortu editores, vol. XIX, 1979.
tipos de escritura distinta: la que hacemos sobre una hoja de
papel con tinta imborrable, o la que hacemos sobre una piza
rra, con tiza, y cuyos caracteres pueden ser destruidos apenas
dejan de interesarnos (la desventaja de este ltimo procedi
miento es que no se puede obtener ninguna huella duradera).
A diferencia de estos sistemas de inscripciones, el aparato
psquico, tal como fue descripto en distintos momentos de la
obra, sera ilimitadamente receptivo para percepciones siem
pre nuevas, a la vez que procurara huellas mnsicas durade
ras. Ya en La interpretacin d los sueos (1900) formul la
conjetura de que esta inslita capacidad deba atribuirse a la
operacin de dos sistemas diferentes. (...) Poseeramos un sis
tema P-Cc que recoge las percepciones, pero no conserva nin
guna huella duradera de ellas, de suerte que puede comportar
se como una hoja no escrita respecto de cada percepcin nue
va.3 El modelo, entonces, no es el de la hoja escrita ni el de la
pizarra, sino el de un nuevo adminculo que acaba de aparecer
en el comercio con el nombre de pizarra mgica. La caracte
rstica fundamental de la pizarra mgica es que consta de dos
estratos que pueden separarse entre s, salvo en ambos mrge
nes transversales. El de arriba es una lmina transparente de
celuloide, y el de abajo, un delgado papel encerado, tambin
transparente. La accin de escribir sobre ella no consiste en
aportar material a la superficie receptora, sino que mediante
un punzn agudo se roza la superficie que, presionada, hace
que la cara inferior del papel encerado oprima la tablilla de ce
ra, y que estos surcos se vuelvan visibles, como rasgos de tono
oscuro. Si, estando escrita la pizarra mgica, se separa con
cuidado la lmina de celuloide del papel encerado, se ver el es
crito con igual nitidez sobre la superficie del segundo, y acaso
se pregunte para qu se necesita de la lmina de celuloide de la
hoja de cubierta. El experimento mostrar enseguida que el
delgado papel se arrugara o desgarrara fcilmente si se escri
biese directamente sobre l con el punzn. La hoja de celuloide
es entonces una cubierta que protege al papel encerado, apar
tando los influjos dainos provenientes de afuera. El celuloide
es una proteccin antiestmulo; el estrato genuinamente recep
tor es el papel.4
En la pizarra mgica, el escrito desaparece cada vez que se
interrumpe el contacto ntimo entre el papel que recibe el est
3 Ibid., pg. 244.
4 Ibid., pg. 245 (las bastardillas son nuestras).
mulo y la tablilla de cera que conserva la impresin; y sigue
Freud: no me parece demasiado osado poner en correspon
dencia la hoja de cubierta, compuesta de celuloide y papel en
cerado, con el sistema P-Cc y su proteccin antiestmulo; la ta
blilla de cera, con el inconsciente tras aquel, y el devenir-visible
desde lo escrito y su desaparecer, con la iluminacin y extincin
de la conciencia a raz de la percepcin.5
Podemos concluir: ninguno de los sistemas en s mismo da
razn de la memoria como fenmeno alcanzable por la concien
cia, sino que se necesita la conjugacin de ambos para que esta
sea posible. Dos capas, entonces, cuya caracterstica principal
es la de no estar totalmente adheridas, sino por los bordes; dos
sistemas en contacto, diferenciados y a la vez comunicables. Si
no hay contacto entre ambos, si la hoja no puede ponerse en
contacto con la tablilla de celuloide, en mi opinin estamos ante
el modelo del olvido neurtico.
Algo fuerza la separacin entre los campos, como para que
aquello que se inscribe no pueda aparecer en la superficie. Si se
han soldado - - o mejor an, pensando en un modelo constituti
vo de la represin originaria, si no se ha producido la separa
cin necesaria que permita la constitucin de las dos capas, la
laminilla de celuloide quedar abrochada a la hoja escrita, im
pidiendo de este modo toda nueva inscripcin y haciendo resal
tar a la vez los caracteres ya inscriptos, en otros tiempos, para
siempre.
Inhibicin y represin
No ha dejado nunca de llamarme la atencin que en el Dic
cionario de psicoanlisis, de Laplanche y Pontalis, no aparezca
el trmino inhibicin, siendo uno de los componentes del ttulo
mismo de un trabajo freudiano tan importante como Inhibi
cin, sntoma y angustia, y constituyendo tanto el sntoma co
mo la angustia dos conceptos claves para la comprensin de la
psicopatologa psicoanaltica. Me parece importante situar la
inhibicin en el marco de la segunda tpica, cuya constitucin
definitiva es alcanzada en 1923 en El yo y el ello, siendo Inhibi
cin, sntoma y angustia un trabajo de 1926, es decir, escrito en
el marco de esta teorizacin.
5Ibid., pg. 246.
La inhibicin, dice Freud, se liga conceptualmente de ma
nera estrecha a la funcin y, en tal sentido, expresa una limi
tacin funcional del yo, que a su vez puede tener muy diversas
causas (no todas ellas patolgicas). Pero esta inhibicin, esta
limitacin funcional del yo, es efecto del interjuego entre an
gustia, yo y represin: la inhibicin es el producto de la contra
carga del yo hacia el ello o el lee en el ejercicio de la represin a
fin de evitar un conflicto. De este modo, la inhibicin no es sino
un resultado, el producto observable, fenomnico, de la pecu
liar forma en que la transaccin entre los sistemas se organiza
a fin de que no aparezca la angustia.
En su seminario sobre la angustia,6 Laplanche propone al
gunos ejes introductores para leer Inhibicin, sntoma y angus
tia. En primer lugar es necesario, para Freud, resituar la an
gustia en relacin con el proceso defensivo. Y, en el proceso de
fensivo agrega, con relacin a una cuestin que ya est pre
sente en el texto sobre La represin, de 1915, es necesario
un motivo para la represin. Y qu mejor motivo para la re
presin, o para la defensa en general, que la angustia? (pg.
143). Pero Laplanche marca la contradiccin que Freud mismo
ya se ha planteado: si pensbamos que la angustia era conse
cuencia de la represin pues justamente en la medida en que
una pulsin est reprimida, el afecto correspondiente se trans
forma en angustia, la angustia no puede ser consecuencia de
la represin y ser invocada a la vez como causa. Hay que
elegir, o se puede hallar un resorte en la contradiccin misma?
Dos son las cuestiones que se abren en este momento en re
lacin con el tema que es nuestro objeto de trabajo. Si la angus
tia es consecuencia de la represin, lo es en la medida en que
hay dos sistemas en conflicto (ya hemos desarrollado la hipte
sis del ello atacante, el yo atacado, en captulos anteriores); pe
ro una vez que hay un yo que emite seales de alarma frente al
ataque del ello, la represin tiene como objeto evitar la angus
tia. Es evidente que estamos hablando de dos tipos de repre
sin diferente: la represin originaria, organizadora de la dife
rencia entre los sistemas y por lo tanto capaz de permitir la
produccin de ese afecto llamado angustia, y la represin se
cundaria, que tiene por objeto evitar su aparicin.
El otro aspecto que nos concierne es el hecho de que pode
mos considerar la angustia en general como un efecto de la re
6 J. Laplanche, Langoisse. Problmatiques I, Pars: PUF, 1980. La angustia,
Buenos Aires: Amorrortu editores, 1988.
presin originaria, pero la emergencia de angustia no es sino el
producto de la singular inscripcin del sistema de representa
ciones que el sujeto posee en su aparato psquico. Volvemos as
al interrogante que dejamos abierto con la intencin de encon
trar una respuesta: la inhibicin, como empobrecimiento fun
cional efecto de la contracarga del yo, no es un proceso origi
nario, sino secundario neurtico a la represin originaria,
y producto de la represin secundaria.
A partir de ello, para hablar de una curiosidad intelectual
inhibida, hay que haber definido, primero, si el proceso de cu
riosidad intelectual se ha constituido verdaderamente, y si su
no aparicin es, por consecuencia, efecto de la inhibicin deri
vada de la represin; o si, por el contrario, esta curiosidad no se
ha constituido, es decir no se ha estructurado la pulsin episte-
moflica.
No puedo dejar de sealar, a esta altura de mi trabajo, que
tengo dudas acerca de la correccin de situar la aptitud para el
conocimiento en trminos de pulsin epistemoflica. No apare
ce en esta ninguno de los componentes que tomamos como pun
to de partida para la definicin de pulsin: no se apuntala en la
necesidad ni, por lo tanto, se desprende de ella; no parece remi
tirse al placer de rgano, y cuando lo hace es por desplazamien
to y apoyada en otra pulsin: conocimiento masturbatorio, re
tencin anal, imposibilidad de retener como vmito ligado a la
oralidad, incorporacin canibalstica tambin relacionada con
esta, etc. Parecera que forma parte de un proceso psquico ms
amplio, que se encuentra vinculado, por un lado, con la subli
macin y, por otro, con el dominio de la alteridad, efecto de la
castracin en el sentido que Lacan le da a esta: corte del objeto
primordial, separacin que implica la aparicin del tercero y de
la falta por referencia a la posicin flica inicial. Y en tal sen
tido es llamativo que haya sido Melanie Klein como expon
dremos en las pginas que siguen la que plante este proceso
y sus consecuencias en el plano de la clnica de nios, mientras
que los psicoanalistas lacanianos se dejaron abrochar a la for
mulacin de conocimiento paranoico, que remite a la es-
pecularidad y a la constitucin del narcisismo, sin ver en la
propuesta de Lacan acerca del arte y la ciencia como intentos
de dominio de lo real, el margen terico que se abra para una
teorizacin ms productiva acerca de la constitucin de la alte
ridad como prerrequisito de la constitucin de la inteligencia.
La propuesta de Melanie Klein
Las primeras observaciones detalladas acerca del desarro
llo intelectual de un nio, desde el punto de vista del psicoan
lisis, son las presentadas por Melanie Klein ante la Sociedad
Psicoanaltica Hngara en julio de 1919.7 En ellas se postula la
hiptesis de que el origen de la inhibicin intelectual debe bus
carse en el orden de la represin, represin sexual que lleva a
la anulacin de toda curiosidad cientfica. Su mrito mayor fue
poner a prueba, en el campo de la observacin del nio, que la
disociacin entre lo afectivo y lo cognitivo con la cual la
vieja psicologa se manejaba hasta entonces era fcilmente re
batible a condicin de reubicar los conceptos de afectivo y cog
nitivo en un orden de cientificidad que los incluyera. Freud ya
haba mostrado en sucesivas ocasiones (en 1900, con el cap
tulo VII de La interpretacin de los sueos; en 1915, con la Me
tapsicologa; o aun antes, desde los trabajos sobre la histeria y
en el Proyecto) que el famoso afecto de la psicologa tema que
ser comprendido en trminos de quantum de afecto, de carga, y
que haba algo que corresponda al sistema de la simbolizacin
que era del orden de la representacin. Sistema de cargas y sis
tema de representaciones aparecan entonces ntimamente li
gados (o patolgicamente disociados) en el interior de un siste
ma cuya regulacin haca posible un funcionamiento ms o
menos organizado de ambos: el aparato psquico.
Lo que llam la atencin de Melanie Klein en el pequeo
Fritz (cuyo desarrollo explora en el trabajo citado) fue que sien
do un nio fuerte, sano y mentalmente normal, hubiera tenido
tal grado de lentitud en su evolucin como para convertirse en
preocupante para el observador: no habl hasta los dos aos y
slo pudo expresarse con fluidez a los tres y medio, con cierta
pobreza expresiva y simblica; slo adquiri lentamente unas
pocas ideas propias y tena ms de cuatro aos cuando apren
di a distinguir los colores y cuatro y medio cuando pudo dife
renciar las nociones de temporalidad de ayer, hoy y maana.
En cosas prcticas, dice Melanie Klein, estaba ms atrasado
que otros nios de su edad, siendo llamativo que, a pesar de que
a menudo lo llevaban de compras, le resultara incomprensible
que la gente no regalara sus pertenencias, y no entenda que
deba pagarse por ellas y a diferentes precios segn su valor.
7 M. Klein, El desarrollo de un nio, en Contribuciones al psicoanlisis,
Buenos Aires: Horm, 1964.
Por supuesto, es difcil para quienes leemos hoy el texto
evaluar los criterios mediante los cuales se juzgaba, en 1919 y
en Europa central, un retraso intelectual. Hay, en cada cultu
ra, elementos de ordenamiento que slo pueden ser comprendi
dos por referencia a esa cultura misma (problema de la estan
darizacin cultural o tnica, al cual se dirige la aplicacin de
tests), pero dos elementos llaman nuestra atencin: la pobreza
de simbolizacin del nio a quien la autora hace referencia, y
su dificultad para la comprensin del cdigo social, el hecho de
que no entienda una norma social predominante en su cultura,
la del dinero.
Esta constitucin psquica parece ser abordada desde los
cuatro aos y medio por Melanie Klein, quien registra minucio
samente la aparicin de la curiosidad sexual supuestamente
inhibida. Parte para ello de una hiptesis que gua todo su
trabajo: la curiosidad (sexual-intelectual) es natural; u no
aparicin, por ende, no puede ser sino efecto de una coartacin,
de una represin que aparece manifiestamente como inhibi
cin. A partir de la deteccin del problema, y de su consecuente
propuesta de resolucin contestar siempre al nio con la ver
dad absoluta y, cuando sea necesario, con una explicacin cien
tfica adaptada a su entendimiento, tan breve como sea posible;
no hacer nunca referencia a las preguntas que ya se le han
contestado, ni tampoco introducir un nuevo tema a menos que
l mismo lo traiga o comience espontneamente una nueva
pregunta, la curiosidad intelectual de Fritz se despliega en
mltiples direcciones que Melanie Klein ordena en algunos ru
bros: preguntas sobre el nacimiento, sobre la existencia de
Dios, sobre la existencia en general y afirmaciones sobre el ser,
que llama preguntas y certidumbres obvias: Me pregunt c
mo se llamaba eso que se usaba para cocinar y que estaba en la
cocina (se le haba escapado la palabra). Cuando se lo dije, ma
nifest: Se llama homalla porque es una hornalla. Yo me llamo
Fritz porque soy Fritz. A ti te llaman ta porque eres ta. Se
produjo en el nio, afirma, un desarrollo del principio de reali
dad que no podemos dejar de relacionar con el desarrollo del
Juicio de existencia y una disminucin de sus sentimientos
jmnipotentes.
Tres son, a nuestro juicio, los elementos remarcables del
trabajo de Melanie Klein: en primer lugar, la fina observacin
(desde una perspectiva profundamente analtica), que correla
ciona la aparicin de la curiosidad acerca de la existencia del
jujeto, con la curiosidad intelectual en general; segundo, la de
teccin intuitiva de las relaciones entre la constitucin del
principio de realidad y la instauracin del juicio de existencia;
por ltimo, la relacin existente entre la salida de una posicin
omnipotente infantil y la constitucin del juicio de realidad,
ligado a la instauracin del supery y la pregunta acerca del lu
gar del padre (existencia-inexistencia de Dios).
La conclusin a la cual llega en su trabajo es la siguiente:
Es la tendencia a la represin el mayor peligro que afecta al
pensamiento, o sea, el retiro de la energa pulsional con la cual
va parte de la sublimacin, y la concurrente represin de aso
ciaciones conectadas con los complejos reprimidos, con lo que
queda destruida la secuencia del pensamiento.8 Es un presu
puesto terico que gua todo el trabajo kleiniano el que impone
el hecho de que el inconsciente no es un efecto de la represin
que produce la separacin entre los sistemas Icc/Prcc-Cc, sino
un existente originario; entonces, slo se puede llegar a con
cluir que todo aquello que d origen a perturbaciones del proce
so secundario no es sino un efecto de la represin o de las defen
sas del psiquismo frente a este inconsciente. No es esta una
conclusin que podamos compartir; en efecto, entendemos que
el sistema preconsciente, y por ende el pensamiento, son efecto
de los mismos movimientos que fundan al inconsciente, es de
cir, de la represin originaria. Y si bien nos parece adecuado
respetar esta conclusin (as como la de Freud en Inhibicin,
sntoma y angustia) para las inhibiciones neurticas, como
efecto de la represin secundaria, pensamos que lo que se pone
en juego en las llamadas inhibiciones primarias aquellas
que afectan la constitucin del simbolismo desde los orgenes
es del orden de la falla de la represin originaria, un efecto de
las dificultades para su instauracin.
No es pequeo mrito de Melanie Klein haber detectado tan
precozmente en la historia del psicoanlisis las relaciones en
tre inhibicin intelectual y contracarga del preconsciente por
referencia a los fantasmas de la sexualidad; pero la represin
no ataca una curiosidad natural y un impulso a la indagacin
sobre lo desconocido dado desde los orgenes en el sujeto psqui
co. Esta curiosidad misma es un producto del movimiento que
instituye, en un mismo proceso, tanto al inconsciente como al
objeto libidinal en su condicin de objeto externo, separado del
yo. En este marco, justamente, nos parece necesario volver a
someter a discusin, en la teora y la clnica de nios, las condi-
s Ibid., pg. 34.
ciones de aparicin de la curiosidad intelectual, en su relacin
con la constitucin del inconsciente y la alteridad del objeto li-
bidinal primario.
Melanie Klein misma, en La importancia de la formacin
de smbolos en el desarrollo del yo,9 propuso elementos para
cercar esta problemtica, sin que extrajera de ellos derivacio
nes pertinentes para la teorizacin del dficit intelectual. Este
texto est destinado a mostrar dos factores princeps en los or
genes del simbolismo: la constitucin de ecuaciones simblicas
por desplazamiento del deseo fantaseado de ataque al cuerpo
materno, y la angustia como motor de este desplazamiento.
Edipo y angustia, entonces, en los orgenes del simbolismo: es
el sadismo efecto del Edipo temprano que predomina en esta
fase lo que instaura las primitivas phantasies propulsoras de
angustia y desplazamiento; es el fantasma de un cuerpo mater
no repleto de objetos valiosos (heces, nios, penes), lo que im
pulsa al nio a intentar apropiarse sdicamente de este; es la
angustia frente a su propio sadismo, lo que lo detiene. Un mito
de madre flica es constitutivo del Edipo temprano. El inters
por el secreto materno, aquello del orden de la sexualidad de la
madre que el nio desconoce, se pone en juego impulsando su
curiosidad desplazada hacia los objetos del mundo.
Invirtamos los trminos que Melanie Klein propone y en
contraremos una nueva perspectiva: la aparicin de la triangu
lacin del Edipo proporciona los elementos que permiten la
emergencia de angustia masiva, as como la inquietud intelec
tual a partir del intento de dominio del sujeto sobre el objeto fa
miliar que ha devenido extrao, el Unheimlich freudiano, la in
quietante extraeza, de la cual el nio quiere apropiarse, en
tenderla, es lo que da origen a todas las curiosidades. Y en
nuestra experiencia clnica, repensable hoy desde los ele
mentos tericos que estamos en vas de desarrollar, tanto el sa
dismo como la curiosidad (que hemos encontrado transferen-
cialmente jugada en tratamientos psicoanalticos de adultos en
los cuales el proceso de discriminacin-separacin comienza a
operar) son un efecto de la diferencia que la inclusin del terce
ro imprime al psiquismo, dando origen de este modo tanto a la
aprehensin del otro en tanto otro, como a la inquietud por
aprender, desplazada hacia el mundo.
3 La totalidad englobante que simboliza tanto la mente como las partes del
cuerpo es representada muy claramente por algunas culturas indgenas, en
las cuales debe ser constantemente preservado el mantenimiento de los trozos
del individuo (indiviso). Entre los tzotziles, pueblo que habita en el estado ds
Chiapas, Mxico, una serie de rituales preservan al sujeto del posible despreit^
dimiento de sus partes. Por ejemplo: la madre corta a su hijo, con los dientesj
las uas de pies y manos y se traga las roeduras despus de reducirlas a
fragmentos casi invisibles, hasta que el nio gatea o comienza a caminar, trai
lo cual usa cuchillo o tijeras. A partir de ese momento las roeduras de las ual
se guardan en un pedacito de tela limpia, como proteccin contra la huida dol
alma. Esta costumbre de conservarlas contina durante toda la vida de una
persona. Lo mismo se hace respecto del pelo que se desprende al peinarse, o
que se corta. Estas precauciones se toman en favor del alma que, de otra ma
nera, se fatigara despus de la muerte buscando esas partes del cuerpo haatl
quedar exhausta; es el todo lo que debe irse al Ms All. Cf. C. Guiteras Hol*
mes, Los peligros del alma, Mxico: Fondo de Cultura Econmica, 1965.
Una historia en dos tiempos
Martn es el segundo de dos hermanos: Anbal, de cinco
aos, y l, de dos aos y diez meses en el momento en que se
realiza la primera entrevista.
Su historia puede ser dividida en dos partes. De la primera
tenemos datos muy precarios, debido a las circunstancias en
las cuales su crianza se produjo. Quince das antes de su naci
miento, la abuela materna, residente en el extranjero, lleg a
Mxico y se hizo cargo del nio desde el nacimiento hasta que
tuvo diecisis meses, momento en que regres a su pas de ori
gen. En esta poca menos del ao y medio Martn ya cami
naba, corra, deca palabras. A partir de ello se detuvo el desa
rrollo del lenguaje y algunas de las palabras adquiridas desa
parecieron; cuando esto ocurri, el nio ya haba dejado el bibe
rn y el chupete y los retom posteriormente. La madre relata
Dibujo 4.
: V'
Dibujo 5.
cin de la diferenciacin entre dos sistemas que se caracterizan
por diversos modos de funcionamiento.
Desde esta perspectiva es que nos hemos visto obligados a
revisar los momentos que instalan la represin originaria, pa
sando de su ubicacin como movimientos mticos a su puesta a
prueba en el proceso histrico de organizacin del aparato ps
quico y dejando de lado, al mismo tiempo, un geneticismo lineal
en el cual este se constituyera desde s mismo.
Esta definicin de opciones tericas nos impulsa a conside
rar tambin, en el caso del tema que abordamos en este captu
lo, que la vertiente que Freud mismo denomin psicologa ge
ntica en formulacin no es la ms fructfera cuando se trata
de poner a trabajar el principio de realidad y su concomitante
prueba de realidad. El principio de realidad, considerado desde
una perspectiva geneticista, es inseparable de las pulsiones de
autoconservacin (entendiendo que el principio de placer rige
para las pulsiones sexuales, y el principio de realidad para las
pulsiones del yo) tal como lo define l mismo en el texto citado.
No abundaremos en ello, porque ya en el captulo 2 desarrolla
mos nuestra posicin sobre este tema. Pero tenemos que subra
yar, para la coherencia de nuestra propuesta, y basados en La
interpretacin de los sueos y el Proyecto, que no es una prueba
lo que decide sobre la realidad de lo que se representa, sino un
modo de funcionamiento del aparato psquico: el que corres
ponde a la posibilidad del proceso secundario (o de los procesos
de ligazn) de inhibir la tendencia a la descarga inmediata me
diante la constitucin de sistemas de demora que posibilitan
los rodeos pertinentes para que el aparato pase de la identidad
de percepcin a la identidad de pensamiento.
La cuestin planteada en el Proyecto de 1895, respecto de
que en su origen el aparato psquico no dispone de un criterio
para distinguir entre una representacin fuertemente investi
da del objeto satisfactorio y la percepcin de este, es retomada
en el Complemento metapsicolgico a la doctrina de los sue
os, cuando Freud observa que la prueba de realidad se define
como un dispositivo que permite efectuar una discriminacin
entre las excitaciones externas (que pueden ser controladas
por la accin motriz), y las excitaciones internas que esta prue
ba de realidad no puede suprimir. Si volviramos a la diferen
ciacin establecida en Pulsiones y destinos de pulsin, vera
mos que a lo que conduce, en ltima instancia, la prosecucin
de esta lnea de pensamiento es a sealar que el principio de
realidad deriva de la diferenciacin entre dos campos, ambos
ajenos al sujeto, y que este debe aprender a discernir, uno ex-
terno-intemo y el otro externo-exterior.
De este modo, no basta con la distincin en la cual hemos
venido trabajando, cuando, en funcin de marcar los lmites in
ternos al aparato que la represin originaria instaura, hemos
abordado las diferenciaciones de los primeros internos-
externos que sealan la inscripcin de los representantes pul-
sionales de los orgenes (cf. el cap. 3). Diversos hechos clnicos
nos ponen frente al problema de que la existencia de las forma
ciones del inconsciente no implica en los orgenes la anulacin
del pasaje a la motricidad, sino que son frecuentemente acom
paadas por este pasaje. Ello parece refirmar nuestra hipte
sis acerca de que la represin no inaugura en un solo movi
miento el acceso al funcionamiento psquico normal, sino que
parece que hacen falta varios tiempos para su constitucin.
Intentar seguir desplegando en este captulo estos movi
mientos que ya he empezado a cercar en otros textos a par
tir del anlisis del material clnico de un nio de doce aos cuyo
proceso analtico tuve oportunidad de conducir. Cuando Isaac
tena seis aos fue dejado solo por su madre durante algunos
momentos, acompaando a su hermanito menor, quien, para
esa poca, contaba un ao y tres meses. El pequeo empez a
llorar e Isaac, intuyendo que podra tener hambre, decidi ha
cerse cargo de la tarea materna y darle el alimento requerido.
Sin embargo se le plante un problema: cmo ofrecerle comida
sin transgredir la prohibicin de la cual haba sido objeto, es
decir, sin prender el fuego necesario para calentarla? La reso
lucin fue fcil. Puso leche en una cacerolita, la coloc sobre la
hornalla apagada, la dej durante unos minutos sobre el fuego
imaginario, la verti luego en el bibern y se la dio a su herma
no, quien la bebi con placer; al volver su madre le relat lo ocu
rrido. En ningn momento Isaac sinti que hubiera engaado
a su hermano, l haba participado del campo de ilusin que los
inclua a ambos.
Me fue contada esta situacin en la entrevista madre-hijo
que realic para tomar la historia de Isaac cuando este tena
doce aos, luego de serias dificultades para que el nio acepta
ra la consulta psicoanaltica. El motivo de esta consulta era la
irrupcin de una serie de conductas absolutamente desconcer
tantes para quienes lo rodeaban, a partir de la migracin efec
tuada un ao antes, momento en el cual haba llegado transito
riamente, acompaado por su familia, a Mxico. Se lo vea
aptico, hipocondraco, no haba hecho ningn amigo (l, que
siempre haba sido aparentemente tan sociable), aislado en el
colegio y sin inters por el estudio, y estaba a punto de perder el
ao. A ello se sumaban las dificultades de la lengua ya que, aun
cuando hablaba el castellano desde su primera infancia (len
gua materna de sus padres), no se expresaba en este con la flui
dez con que lo haca en hebreo, idioma en el cual se haba rea
lizado toda su socializacin.
El cuadro que se me presentaba no era muy diverso del que
haba visto en otros nios trasladados bruscamente de sus pa
ses de origen, pero las caractersticas estaban agudizadas en
alto grado, y ms si se tena en cuenta que a diferencia de
aquellos otros nios su residencia en Mxico implicaba el en
cuentro con una extensa familia de abuelos, tos y primos, de la
cual sus padres se haban separado en el momento de emigrar
a Israel.
Acept hacer un diagnstico situacional, es decir un estudio
de las condiciones en las cuales la estructura psquica del nio,
inmersa en un desencadenamiento sintomal, pudiera ser ex
plorada en el .contexto de las condiciones histricas determi
nantes. En un corte sincrnico del funcionamiento psquico ac
tual, quera encontrar los determinantes histricos producto
res de los constituyentes sintomticos a los cuales mi paciente
se vea enfrentado.
Isaac entr solo a la primera entrevista; su angustia era tan
intensa que a los quince minutos de comenzar se levant de la
silla y luego de detenerse unos instantes en el centro del con
sultorio trat de conseguir mi asentimiento para irse, huyendo
prcticamente, sin darme posibilidad de un sealamiento o in
terpretacin que pudiera aliviar el estado de desesperacin en
que se encontraba. Durante el breve lapso que permaneci con
migo hizo algunos intentos por reconocer el entorno mirando
de reojo, moviendo apenas la cabeza para ambos lados y mani
festando que nada de lo que vea le gustaba; todo era antiguo,
los techos altos se le hacan insoportables y se negaba a buscar
alguna explicacin del porqu. Responda, simplemente, no
me gusta.
Recib al da siguiente la llamada telefnica de la madre,
desconcertada, contndome que el nio haba salido de la frus
trada entrevista sin decir una palabra y negndose a hablar,
posteriormente, de la situacin. Quera que le explicara cmo
conducirse, dadas las circunstancias, y dudaba acerca de si de
ba insistir ante su hijo acerca de la posibilidad de realizar otra
consulta. Respond que pese a lo breve del encuentro interrum
pido bruscamente por Isaac, me haba dado cuenta de que su
hijo atravesaba por un sufrimiento muy intenso, que el monto
de angustia desplegado nos indicaba que deba ser considerada
la situacin con toda seriedad, y que aun cuando fuera apresu
rado de mi parte darle una opinin sin ms datos que los obte
nidos, pensaba que era necesario ofrecer una ayuda teraputi
ca inmediata. Agregu que yo estaba dispuesta a brindrsela,
pero que ellos, los padres, deban lograr que volviera a mi con
sultorio. Aad: Si Isaac se hubiera fracturado un brazo y no
quisiera ir al mdico, ustedes se encargaran de llevarlo. Bien,
esa es la cuestin: l requiere que ustedes puedan ayudarlo a
enfrentarse a un tratamiento.
Qued a la espera de una respuesta mientras haca jugar en
mi cabeza las pocas ideas que esta situacin me haba permiti
do pensar. En primer lugar, el rechazo a lo antiguo, representa
do por algunos objetos del consultorio espacio que se caracte
riza, sin embargo, por la diversidad de colores y objetos que lo
habitan y en los cuales apareca depositado algo viejo que el
nio senta agobiante, en un interior que no apareca aun cla
ramente delimitado. En segundo lugar, el horror a los techos
altos, techos coloniales que podran propiciar, en su desnudez
blanca, el sentimiento de pequeez humana que toda una
poca impone desde la arquitectura misma.
Me preguntaba, al mismo tiempo, acerca de m misma. Por
qu le haba dicho a la madre que esto deba ser tratado como
un traumatismo, siendo muchas las metforas peditricas que
me he visto obligada a utilizar en conversaciones con los padres
para explicar una situacin particular en un nio? Una fractu
ra en un miembro, la idea de una ortopedia teraputica (tan
cuestionada desde mis propias convicciones psicoanalticas)
moviendo mi pensamiento por el campo en el cual se empezaba
a instalar la situacin analtica.
A la semana recib el llamado pidiendo una nueva entrevis
ta. Haba preparado algn material grfico: un cuaderno de
dibujo, lpices negros y de color, plastilina. Isaac entr y per
maneci unos minutos en silencio, temeroso; le hice un seala
miento alusivo a mi comprensin acerca de lo difcil que poda
resultarle la situacin de entrevista, luego le dije que me haba
quedado pensando en aquello de lo que me haba hablado: los
techos altos y el horror a lo antiguo; agregu que tal vez esos
techos lo hacan sentir muy pequeo, y que posiblemente ese
no fuera un sentimiento nuevo, quiz lo que ocurra hoy estu
viera relacionado con cosas muy antiguas de su vida.
A partir de esto, Isaac abri el cuaderno y pregunt si poda
dibujar. El dibujo tena en primer plano un enorme monstruo
cuya cabeza, constituida por puntas salientes, lanzaba rayos
hacia una ciudad lejana, ubicada en segundo plano, que repre
sentaba presumiblemente a Nueva York, con su Estatua
de la Libertad. El cuerpo del monstruo estaba medio sumer
gido en el agua, surcados torso y brazos por nervios o heridas
rojas. Los rayos partan de la cabeza imida al tronco sin lnea
de separacin, y se dirigan tanto a los edificios de la ciudad
como a una nave que segn dijo intentaba atacarlo. Haba un
pjaro antediluviano sobrevolando la ciudad y encima, en el
cielo puntuado de estrellas, un planeta cuyo relevamiento inte
rior daba cuenta de los accidentes geogrficos (dibujo 1).
Dijo que el monstruo haba sido muy lastimado (me mostr
los nervios o heridas) y que se senta desesperado y por eso ata
caba la ciudad. Como vena de otro lado, los habitantes se ha
ban defendido de l, por lo cual estaba dispuesto a destruir to
do. Le seal el pjaro del pasado y el monstruo, estableciendo
la relacin que haba entre el dibujo y su sentimiento de extra
amiento, de estar herido... cmo los tiempos se mezclaban.
Tal vez dije esto que ests viviendo ahora es como si algo
muy antiguo se hubiera despertado dentro de ti y lo sientes ex
trao, como monstruoso.
Se qued en silencio unos minutos mientras me miraba algo
ruborizado, luego sonri y dijo: Voy a hacer otro dibujo. Di
buj esta vez un enorme vampiro con su capa (al cual puso Dr-
cula de nombre), en el interior del cuerpo del vampiro dibuj
una cabeza de hombre con anteojos, la denomin Beguin (di
bujo 2) y cont la siguiente historia: Beguin va de vacaciones a
Transilvania porque haba descubierto en las montaas un
castillo. El estaba ansioso de ir al castillo pero no poda, no
saba qu haba, y vio... entr al castillo y oy voces y vio de
repente un atad y varios sarcfagos con muertos. Abri el
atad y haba un hombre y abri los ojos rpido y por haberlo
despertado de su sueo, que durmi dos mil aos, lo mordi en
el cuello y Beguin se convirti en uno de l. Y para conquistar al
mundo Drcula us a Beguin para que l dirija; como era el
presidente poda hacer lo que quera, y as empez a convertir a
todos en vampiros.
Subrayo en esta historia la frase y abri los ojos rpido
porque en ella se condensa, al modo del proceso primario, la
confusin entre el objeto y el sujeto. Como en los sueos, o en
los cuentos maravillosos, el primer personaje, que no puede ver,
es visto, luego, por el otro; volvemos a encontrar el mecanismo
de vuelta sobre s mismo tal como lo hemos descripto en el cap
tulo 3, mantenindose no slo en las formaciones del incons
ciente clsicamente conocidas, sino tambin en las formas del
relato.
A partir de esta historia, que ms ac de las precoces opinio
nes polticas de Isaac pona en evidencia su reconocimiento de
una profunda e insoportable transformacin en s mismo, un
retorno del pasado sobre el presente, la presencia de lo sinies
tro y la compulsin a la repeticin, mi paciente y yo sellamos
nuestro propio pacto teraputico.
El tratamiento se deslizaba incesantemente sobre el proble
ma de las relaciones entre el pasado y el presente. En una se
sin el nio manifest su deseo de ser arquelogo. Dibuj una
caverna subterrnea; en ella haba tesoros escondidos, colum
nas cadas, un esqueleto humano, vasijas y viviendas mezcla
das (dibujo 3). Luego que seal la similitud entre lo que est
bamos haciendo y la bsqueda y reconstruccin arqueolgica
del pasado, un nuevo dibujo reacomod todos los elementos tal
como se encontraban en los orgenes. El esqueleto mismo se
transform en un ser humano parado entre dos columnas; cada
uno de los elementos dispersos del dibujo anterior encontr un
lugar ordenadamente (dibujo 4). Me preguntaba en estas cir
cunstancias cmo ubicar este movimiento: se trataba de la
desarticulacin, en su vida, de algo armado previamente? De
ba leer estos dibujos como Freud propona hacerlo con el re
cuerdo histrico: comenzar por la primera escena como si fuera
la segunda, luego la segunda en el relato como primera en el
tiempo? O tal vez, en este caso, aun cuando se tratara de un re
surgimiento del pasado en el presente, no se poda afirmar la
anterioridad de ninguna escena, sino su simultaneidad, englo
bando una a la otra, dando cuenta en el interjuego que se pro
duca entre ambas que lo que apareca como articulado en un
lugar y desarticulado en otro, como un espejo refractario, es
taba presente no slo a partir del tratamiento, sino que lo ha
ba estado siempre (hiptesis corroborable posiblemente por el
hecho de que ambas, incluso la segunda, aquella que podra
haber estado histricamente no sepultada en los orgenes, se
encontraba bordeada de un lmite englobante que marcaba un
orden en el interior de otro orden).
Tal vez se podra alegar que de esto se trata en psicoanli
sis, de sacar a la luz lo que siempre ha estado vigente, dndole
un nuevo ordenamiento, produciendo una resignificacin, una
resimbo nacin. Sin embargo, los elementos antes expuestos:
lmite englobante, carcter idntico de ambas escenas (articu
lados los elementos en una, desarticulados en la otra) me impo
nan pensar en otra posibilidad. A saber: que al mismo tiempo
que tena que enfrentarme al develamiento del inconsciente,
como puede ocurrir en todo anlisis, algo pasaba en la estruc
tura misma del yo que se pona en juego en el proceso analtico
y que estaba vinculado a aspectos fallidos en la constitucin de
la tpica psquica.
Lo que me llamaba especialmente la atencin era la identi
dad de elementos de ambas escenas, aun cuando su composi
cin fuera distinta, y creo que en esto operaba la eleccin de un
orden terico en la apreciacin de los contenidos del inconscien
te. He sealado en otros momentos que, desde la perspectiva
con la cual abordo el proceso de constitucin del aparato psqui
co, partiendo de que la represin instaura, a la vez que dos sis
temas, dos modos de funcionamiento y contenidos diversos, lo
reprimido no puede ser del mismo orden que lo manifiesto, sino
radicalmente diferente. Parto para ello del realismo del incons
ciente, recuperado por Laplanche para reubicar en medio de
una discusin enfrentada a propuestas fenomenolgicas el
carcter especfico que sostiene al inconsciente.
Si tomramos, por ejemplo, el seminario de La carta roba
da de Lacan podramos formularnos las dos escenas como dos
versiones distintas de un mismo drama, donde la insistencia
significante de los mismos elementos pone en evidencia la com
pulsin a la repeticin que define la persistencia del incons
ciente, considerando as a cada uno de los elementos despla
zndose entre ambas escenas y determinada su significancia
por el lugar que vienen a ocupar como significantes puros. En
tal sentido, el inconsciente no sera sino aquello que siempre
estuvo a la vista, pero debido a la ceguera intersubjetiva con la
cual Isaac se enfrent no encontr jams la ubicacin que posi
bilitara la formulacin optimista de Lacan cuando, al terminar
la primera parte de dicho texto, escribiera. As, lo que quiere
decir La carta robada, incluso en sufrimiento, es que una
carta llega siempre a destino.1
Sin embargo, desde la perspectiva con la cual desarrollo mi
trabajo, el inconsciente no es lo que slo necesita una mirada
distinta para hacer evidente lo que siempre ha estado a la vis
1 J. Lacan, Ecrits, Pars: Seuil, pg. 41. Escritos, Mxico: Siglo XXI, vol. 2,
1975, pg. 41.
ta, sino que es aquello que en su totalidad resulta sustrado al
sistema preconsciente-consciente por la represin. Decir que el
inconsciente se sustrae al sistema preconsciente no es una sim
ple diferencia de formulacin, sino que marca la distancia fun
damental entre una concepcin prefreudiana que centrara en
la iluminacin del campo por parte de la conciencia el carcter
del inconsciente, y otra que considera la especificidad de este
inconsciente.
De modo que mi preocupacin, en relacin con este pacien
te, estaba centrada en la bsqueda de la constitucin tpica
que me permitiera hallar los movimientos constituyentes de
estas escenas graficadas en el tratamiento y, antes de interpre
tar los contenidos especficos, vislumbrar su ubicacin meta-
psicolgica.
El fenmeno de la ilusin
En el ao 1963, Octave Mannoni present ante la Sociedad
Francesa de Psicoanlisis un texto dedicado al problema de la
creencia.2 En l, luego de marcar las relaciones con el pensa
miento mgico y el teatro, pona de relieve el hecho de que el
trmino creencia no figura en los ndices de ninguna edicin
de las obras de Freud, pese a ser un problema que la teora psi-
coanaltica nunca perdi de vista. Tal vez la razn de ello la da
el mismo Mannoni cuando, al final de su artculo, propone dos
axiomas: No hay creencia inconsciente, La creencia supone
el soporte del otro. La creencia y sus transformaciones, as co
mo la Verleugnung, proponen un punto de partida, pero no po
sibilitan el esclarecimiento del punto de llegada. La intencin
del autor es mostrar el modo en que un mecanismo constitutivo
del psiquismo la creencia tiene origen comn con una
derivacin que soporta una entidad patolgica: la Verleugnung
y el fetichismo como entidad soportada. El fetichista, a diferen
cia del impostor, no necesita de la credulidad del otro: este lu
gar se encuentra ocupado por el fetiche. Despus de la insti
tucin de un fetiche dice, el campo de la creencia se pierde
de vista: ya no sabemos qu ha sido del problema, y se dira que
el propsito del fetichista es escaparle. Si con la Verleugnung
2 O. Mannoni, Ya lo s, pero aun as, en La otra escena. Claves de lo imagi
Fractura en el
lmite con lo real
A partir de la historia del paciente podemos encontrar algu
nos elementos para entender por qu no se ha producido el pa
saje que permitiera consolidar las instancias superyoicas, al
mismo tiempo que el nio qued sometido a un movimiento de
no resolucin del narcisismo originario y de esta manera pa
radjicamente el yo no encontr un lugar definitivo en la t
pica de su aparato psquico. Durante los primeros tiempos de
su vida desde aproximadamente el ao hasta los tres aos
el padre estuvo ausente por causa del servicio militar, lo cual
haba permitido a Isaac permanecer solo con la madre, quien,
por otra parte, senta que ambos se pertenecan absoluta
mente. Haba hecho un desarrollo precozmente maduro tal
vez seudomaduro con adquisiciones muy tempranas y una
necesidad permanentemente estimulada de crecimiento acele
rado. Al ao de volver el padre, cuando la madre se embaraz
del ms pequeo, Isaac asumi de entrada el rol paterno, cola
bor en todo lo que pudo y se hizo cargo, a partir del nacimien
to, de cuidados no correspondientes para su edad. No manifes
t celos en ningn momento, y su actitud responsable conmo
va profundamente a los adultos que lo rodeaban, ya que era un
nio inteligente que saba darse un lugar. Tal vez este sea el
origen de todo: el lugar que se dio no fue nunca un lugar para s
mismo, y lo que podran ser identificaciones, en apariencia, se
cundarias, no dejaron nunca de ser primarias y masivas, sin
que hubiera pasado por los conflictos de rivalidad y celos ed-
picos propios de la edad.
Creci as en una cscara, un interior desgarrado encapsu-
lado en una envoltura rigidizada, que hizo eclosin cuando, en
el momento de su migracin, se produjo un retorno del pasado
sobre el presente y las prdidas precoces revivieron. Actu as
ambos aspectos de su estructura en lo manifiesto: el encapsula-
miento del interior se convirti en encapsulamiento global ha
cia el mundo, y las breves conexiones establecidas con el exte
rior tomaron el carcter querulante y explosivo que en sus des
bordes de angustia propiciaban el pasaje al acto inmediato.
Envuelto en una piel que le quedaba grande, los techos al
tos simbolizaban para l la marca de su pequeez y el riesgo de
la locura. Si la tpica que hemos dibujado se caracteriza por
una zona de fractura de la represin originaria y, a partir de
ello, con lo real, Isaac haba estado protegido en el interior de s
mismo durante aos.
Es posible que el caso clnico que describimos y del cual sa
camos las conclusiones tericas que nos parecen pertinentes
pueda ser pensado en relacin con una entidad psicopatolgica
descripta por Masud Khan en el coloquio de psicoanalistas de
lengua inglesa realizado en Londres en 1970.15 En l este
autor aluda a una estructura en la cual el yo del nio ha crea
do una organizacin intrapsquica de la misma naturaleza que
la neurosis infantil, que es una falsa organizacin del self, y
que, en consecuencia, lo llevar a organizar un modo de vida
clivado y rgido y a una utilizacin defensiva de los instintos
pregenitales, al mismo tiempo que a un funcionamiento men
tal arcaico. El yo del nio dice Masud Khan ha dominado,
prematura y precozmente, los traumatismos de la primera
infancia mediante la omnipotencia, creando esta estructura
que es el falso self.
En mi experiencia clnica agrega he comprobado que,
en esos casos de estructuracin rgida, prematurada de objetos
primarios internalizados y fantasmas, hay una actitud negati
va respecto de toda experiencia o relacin de objeto nueva. De
tal manera que en el curso de la adolescencia estas personas
realizan pocas experiencias que las abran o las enriquezcan, y
viven en un mundo cerrado o irreal, de su propia fabricacin.
Lo que las aliena, no slo de los otros, sino de s mismas.16
Desde nuestro punto de vista, la omnipotencia mediante la
cual el nio domina los traumatismos de la primera infancia no
es, sin embargo, patrimonio de las estructuras que desembo
can en la constitucin de un seudo self S es caracterstica de
un momento de la constitucin del yo narcisista, y slo se re
pliega a partir de la instauracin del supery. De ah que en la
hiptesis que estamos desarrollando propongamos que al cliva-
je originario que organiza dos campos el del ello y el del yo, o
el del inconsciente y el preconsciente, deba luego seguirse la
constitucin de las instancias ideales para que el yo encuentre
una posicin intrapsquica definitiva. Si esto no ocurre el peli
gro es inminente, debido a que el embate pulsional lo acosa per
manentemente y las instancias protectoras que deberan po
nerse al servicio de la defensa no pueden ejercer su funcin y,
paradjicamente, ese yo narcisista omnipotente queda sumer
gido en su propia fragilidad para hacerle frente. En el caso de
nuestro paciente, el encapsulamiento que Masud Khan descri
bira como patrimonio del seudo self no es sino una medida
15 M. Khan, La nvrose infantile fausse organisation du self, en La psy-
chiatrie de lenfant, vol. 15, 1972.
16Ibid., pg. 33.
protectora extrema frente a los peligros de desintegracin
constante al cual se halla expuesto.
Por supuesto, no compartimos la propuesta terica de un
seudo self como una formacin opuesta a un selfverdadero, pe
ro nos parece que la posibilidad de estructuracin de una
instancia definida por su posicin tpica entre el ello y el super-
y es garanta de la neurosis infantil; en ello radica la diferen
cia entre la permanencia del moi y las posibilidades de varia
cin en el plano del discurso, aquello que Lacan ha llamado je.
Las variaciones de los enunciados acerca del sujeto slo son po
sibles en la medida en que esta enunciacin no ponga en riesgo
de naufragio al yo (moi). De ah que el yo (je), tal como se nos
presenta en la experiencia psicoanaltica, debe ser considerado
como lo que es: fragmentos de discurso que el sujeto emite acer
ca de s mismo, pero que en su desmantelamiento y correlacin
simblica permiten la permanencia de un ncleo estable que
marca un lugar intrapsquico representacional de la totalidad
imaginaria que constituye.
El yo (moi), entonces, imaginario, alienado, especularmente
constituido, es no slo una matriz simblica, sino tambin la
garanta de permanencia en la neurosis mientras el incons
ciente se devela.
8. Del lado de la madre