Que Hay de Nuevo en Las Formas de Exclusion Educativa
Que Hay de Nuevo en Las Formas de Exclusion Educativa
Que Hay de Nuevo en Las Formas de Exclusion Educativa
Pablo Gentili
Artículo publicado en la Revista EDUCAÇÃO & REALIDADE, v.20, n.1, enero - junio
de 1995, Universidade do Estado do Rio Grande do Sul, Porto Alegre.
La tragedia y la farsa
Tal reduccionismo plantea un doble problema teórico y estratégico que dificulta las
posibilidades de construcción de una política y un discurso alternativos a las
perspectivas hegemónicas. Ocurre que la historia, en efecto, se repite; pero, como
sostuvo Marx, lo hace primero como tragedia y luego como farsa. Se trata de dos
géneros que, en su diversidad, transforman la dialéctica de la historia en un proceso
original y al mismo tiempo repetitivo. Reconocer esta dinámica donde se combinan
cambio y permanencia es fundamental para una comprensión teóricamente rigurosa de
las lógicas de dominación existentes en nuestras sociedades y para la construcción de
una práctica política radicalmente democrática orientada a una superación de la
sociedad de clases.
En efecto, fue la teoría del capital humano quien estableció de forma precisa y
unidireccional la relación entre educación y desarrollo económico en el contexto
histórico de un capitalismo cuyo modo de regulación fordista gozaba, por aquel
entonces, de buena salud. Desde esta perspectiva, los conocimientos que aumentan la
capacidad de trabajo constituyen un capital que, como factor de producción, garantiza el
crecimiento económico de modo general y, de manera particular, contribuye a
incrementar los ingresos individuales de quien lo "posee" (Schultz, 1973). Tal enfoque
fue oportunamente sometido a una rigurosa crítica (Frigotto, 1984).
De cualquier forma, aun cuando el discurso neoliberal apela a este mismo argumento, lo
hace sobre una base material claramente diferente a la que motivaba las reflexiones de
los padres de la economía de la educación allá por los años 50 y 60. Para estos últimos,
entender que la educación constituye una garantía para el crecimiento implicaba
reconocer que ella debía ser considerada una inversión (individual y social) y,
consecuentemente, que debía estar sometida a una rigurosa planificación centralizada.
La promesa que formulaba esta perspectiva era que el mercado conseguiría dar
respuesta a las demandas individuales y que, al mismo tiempo, el propio crecimiento
económico iría a generar una multiplicación de la oferta de empleos y un aumento
general de la riqueza que resultarían en un incremento progresivo de los ingresos
individuales. El mercado se expandía y en él había lugar para todos... o para casi todos.
Para evitar confusiones digamos que los teóricos del capital humano no eran,
precisamente, férreos defensores del "perverso estatismo" que hoy rechazan de manera
decidida sus colegas neoliberales. El propio Mark Blaug (1970) simpatizaba con la
propuesta de los "bonos-escuela" (vouchers) que formulara el incansable Milton
Friedman a comienzos de los años 60 (aunque, en rigor, la primera defensa
friedmaniana del sistema de bonos data de 1955; Friedman, 1955). Algunos de ellos
inclusive eran partidarios de posiciones claramente privatistas (West, 1965). De
cualquier forma, en términos generales, aceptaban que el protagonismo estatal era
importante, sobre todo, porque la propia expansión del mercado de trabajo y las
crecientes necesidades de mano de obra así lo imponían. El problema político consistía
en discutir quien pagaba, de hecho, la expansión del sistema escolar y, en un sentido
prescriptivo, quien era el actor central que debía pagarla en una sociedad planificada.
En suma, la cuestión central consistía en saber cuánto invertían en educación el sector
público y las familias y cuánto deberían invertir para poder responder a los desafíos de
un mercado cuyos beneficios (al menos hipotéticamente) tenderían a universalizarse
(Moura Castro, 1980).
De esta forma se atribuía al Estado un doble papel como agente de inversión y como
mecanismo de regulación del conflicto social. Contrariamente, la crítica monetarista que
brinda sentido y coherencia a las perspectivas neoliberales de la educación rechaza tales
concepciones, enfatizando la necesidad de reformular el propio rol del Estado y las
lógicas de inversión mediante las cuales se financia el sistema escolar.
Ahora bien, descartar la centralidad del Estado en las políticas sociales y mantener
inmune el carácter económico que justifica la inversión educativa supuso
indefectiblemente transferir a la esfera del mercado las decisiones de inversión y los
conflictos a ellas vinculados. Dicha cuestión constituirá una de las grandes operaciones
políticas del neoliberalismo (y en esto radicará parte de su originalidad): la educación
sólo se justifica en términos económicos, pero la decisión de inversión en educación es
una opción individual que se juega en el mercado.
Dado que el mercado estaba en expansión, la preocupación de los tecnócratas del capital
humano consistía en relevar y determinar con precisión cuales serían las necesidades de
mano de obra y cuales los criterios más eficientes de planificación de los recursos
humanos. Tal cuestión era fundamental ya que el diseño de toda política educativa
dependía de los resultados de estos relevamientos (Parnes, 1963; Tinbergen, 1963). Por
otro lado, en la perspectiva neoliberal, ya no se trata de formar individuos que se
desempeñen productivamente en un mercado de trabajo en permanente e ilimitada
expansión. El desafío es formar para la competencia en un mercado de trabajo cada vez
más restringido (Therborn, 1989) y donde sólo los "mejores" conseguirán tener éxito
(Cancio, 1992).
El énfasis del enfoque del capital humano estaba puesto en las razones que explicaban la
expansión educacional y en la justificación (política, cultural o económica) de aquellos
mecanismos que impedían una democratización real del acceso de las masas al aparato
escolar. La eficiencia del sistema se medía a partir de ciertos indicadores cuyos
parámetros de evaluación eran los propios criterios de planificación ya mencionados
anteriormente. Para esta perspectiva, sin una expansión del sistema educativo no era
posible garantizar el crecimiento económico. Entretanto, la simple expansión de la
matrícula, sin una planificación de la oferta de los recursos humanos, generaría una
lógica improductiva e ineficiente al interior de las instituciones escolares.
Con cierto grado de razón podría decirse que no existe en esta perspectiva ninguna
originalidad, y que, en última instancia, el neoliberalismo apela a la vieja y ya conocida
ideología meritocrática que de forma recurrente atraviesa la historia misma de la
sociedad burguesa (Bowles & Gintis, 1981). Esto es parcialmente correcto. Sin
embargo, la perspectiva educacional neo-economicista agrega un nuevo matiz a partir
del cual se descarta de una vez y para siempre una de las promesas sobre las cuales se
fundaban las políticas del bienestar en el modo de regulación fordista: la posibilidad de
existencia de una esfera de derechos sociales y económicos que, complementando los
derechos civiles y políticos, definen la amplia dimensión de la ciudadanía en una
sociedad moderna. Esta era la visión evolucionista y confiante de T. H. Marshall.
Obviamente, en nuestras sociedades latinoamericanas, esta perspectiva optimista chocó
siempre con el muro de miseria y exclusión detrás del cual se encuentra la gran mayoría
de la población "no-ciudadanizada". Aun así, la idea y la posibilidad política de la
existencia de un conjunto de derechos sociales (poseídos por pocos) fue tomando cuenta
del imaginario social, lo cual motivó un número nada despreciable de luchas populares
a lo largo de esta segunda mitad del siglo. Más allá de las razones que el capital ha
tenido para expandir los derechos sociales y económicos, estas luchas populares y
democráticas son las que nos permiten explicar, en gran medida, la existencia de un
conjunto de instituciones públicas donde tales derechos deberían (al menos
hipotéticamente) materializarse. La escuela pública es algo más que una simple y
conspirativa trampa del capital para extender su poder sobre las masas. Este es uno de
los núcleos de sentido que el neoliberalismo pretende desintegrar: la propia idea de los
derechos sociales y la necesidad de una red de instituciones públicas destinadas a
materializarlos. En la interpretación meritocrática del neo-economicismo, los individuos
se realizan a sí mismos, en tanto propietarios, como consumidores racionales. Hay que
esforzarse, trabajar y competir para ser un consumidor racional, responsable y
emprendedor. En síntesis, lo que Guiomar Namo de Mello (1993) llama, no sin cierta
cuota de cinismo: la nueva ciudadanía.
De boa vontade deixo para os fanáticos, ou seja para aqueles que desejan a
catástrofe, e para os insensatos, ou seja, para aqueles que pensan que no fim tudo
se acomoda, o prazer de serem otimistas. O pessimismo hoje, seja-me permitida
mais esta expressão impolítica, é um dever civil. Um dever civil porque só um
pesismismo radical da razão pode despertar com uma sacudidela aqueles que, de
um lado ou de outro, mostram que ainda não se deram conta que o sono da razão
gera monstros.
Esta macrovisión orienta hoy gran parte de los discursos y de las decisiones de política
educacional que los gobiernos neoliberales formulan en nuestros países. Siendo así
veremos intensificarse, trágicamente, las desigualdades sociales, la exclusión, los
privilegios de las minorías y, sobre todo, la violencia que supone desintegrar la sociedad
mediante la imposición de la lógica del mercado en todas las esferas de la vida humana.
Las nuestras son sociedades estructuralmente dualizadas, divididas. Y lo seguirán
siendo mientras continúen triunfando las políticas de la Nueva (y de la Vieja) Derecha.
Nuestros gobiernos neoliberales no están solos en esta tarea. Ellos cuentan con la
aprobación complaciente de una élite intelectual que, cómodamente, ha aceptado el
dogma pragmático de los nuevos tiempos: "si no puedes (ni quieres) vencerlos, únete a
ellos".
El triunfo del neoliberalismo no será eterno, nunca lo fue ningún proyecto hegemónico.
Sin embargo, las contradicciones del sistema no resolverán por sí solas y de forma
redentora la crisis del capitalismo. Hoy precisamos de nuevas armas de lucha. El
pesimismo radical de la inteligencia puede ser una de ellas. Simplemente, para no ser
derrotados por el pragmatismo y por la complacencia irresponsable; para mantener
intacto el optimismo de la voluntad. Simplemente, porque como nos recuerda Norberto
Bobbio: el adormecimiento de la razón genera monstruos.
Bibliografía
BORON, A. A sociedade civil depois do diluvio neoliberal. In: E. Sader & P. Gentili,
op. cit., 1995.
FRIEDMAN, M. & R. FRIEDMAN. La tiranía del status quo. Barcelona, Ariel, 1984.
SEGRE, M., L. TANGUY & F. LORTIC. Una nueva ideología de la educación. In:
Labarca, G. Economía política de la educación. México, Nueva Imagen, 1979.
SUAREZ, D. O principio educativo da Nova Direita. In: P. Gentili (Ed.), op. cit., 1995.
THERBORN, G. Por que en algunos países hay más paro que en otros. Valencia,
Edicions Alfons El Magnanim, 1989.