Cuentos de Ciclismo

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Cuentos y escritos de ciclismo

Seccin dedicada a la literatura y el ciclismo. A continuacin unos minirelatos,


escritos, y poesa de varios amigos importantes escritores y amantes del ciclismo,
quienes gentilmente nos han compartido sus letras.

RUEDA CONTRA RUEDA

Como en toda buena bicicleta, Rueda de Delante tena en su poder la capacidad de


elegir la marcha en la que se haba de hacer el avance, su direccin y, como no, el
momento en el cual disminuir o frenar por completo el movimiento del aparato,
mientras que Rueda de Atrs, se resignaba a ejercer nicamente el influjo mecnico
que haca que el ciclo cobrase vida.

Segn pasaba el tiempo, Rueda de Atrs observaba como Rueda de Delante


dejaba paulatinamente de consultar la direccin del viaje. Al principio, Rueda de
Atrs no le daba importancia cmo y por dnde se fuese, pues ella, como buena
rueda de atrs, saba que su trabajo era simplemente transmitir la energa necesaria
al mecanismo para que, ya ms tarde, Rueda de Delante, tomase el camino. Rueda
de atrs an era joven y ni se planteaba que quizs, al formar parte esencial del
funcionamiento, poda escoger tambin qu senda prefera. Pasaba el tiempo y
Rueda de Atrs, cada da se senta ms y ms cansada: haba momentos en los
que apenas poda mantener una liviana marcha. An as, Rueda de Delante,
dirigente indiscutible del aparto, disfrutaba subiendo empinadas cuestas, vadeando
ros e incluso atajando por dunas de arena. Las quejas de su compaera le
importaban bien poco.
Un da que la bicicleta llevaba toda la jornada subiendo una empinada cumbre,
Rueda de Atrs casi no poda ni con las tuercas. En ese momento de dolor
inaguantable en pleno ascenso, cay en la cuenta de que sin su movimiento, su
hermana sera tan intil como una piedra. As pues, en ese mismo instante, la
cansada rueda dej de funcionar, y el ciclo par en su subida, para que casi al
instante, tras quedarse efmeramente quieta, comenzase a descender. Rueda de
Delante, se quejaba, intentando dirigir la difcil marcha atrs, pero Rueda de Atrs
saba que si haca caso al llanto de su compaera, otra vez caera en aquella
insufrible situacin anterior. En la aparatosa bajada, Rueda de Delante primero le
prometi colaboracin, luego suplic sin razn y tirndose de los radios, para ms
tarde acabar amenazando penosamente a su anloga. Nada serva para que Rueda
de Atrs volviera a marchar. De este modo acab la bicicleta en el valle, parada y
machacada y con sus dos ruedas mirndose una a la otra. Fue ah donde Rueda de
Delante tuve que entender que sin la otra mitad del engranaje no iba a ningn lado.

Desde entonces se dice que Rueda de Atrs es feliz, pues nunca ms tuvo que
enfrentarse a una cuesta sin su propio consentimiento, y si en cualquier momento
empezaba a cansarse poda pedirle a su hermana que la llevara a mojarse a un
charquito, para as luego, retomar la marcha y poder continuar su viaje juntas.

Manuel Atila Atienza, Madrid, enero 2014


.

Manuel Atienza (Alcal de Henares, 1996) Compagina sus estudios filosficos con su inclinacin por
la literatura, escribiendo en secreto desde muy pequeo. Este es su primer relato pblico.

PAP, INDURAIN EXISTE?


Ocurri durante una de tantas crisis econmicas. Por entonces, me hallaba
sumido en la ingente tarea de sacar adelante a mi recin constituida familia y la cosa
no me iba precisamente bien; aadir que la familia la componamos mi compaera,
nuestras dos pequeas hijas, una gata y yo. Soy de esa generacin de espaoles
(a lo peor demasiados espaoles somos de esa generacin), a la que le toc en
suerte buscarse el sustento cuando peor pintaba la cosa, o como mnimo, cuando
la cosa pintaba mal, bastante mal, pintaba tan mal como lo han sido, pintados, nunca
mejor dicho, esos cuadros abstractos cuyo autor nos exige ver lo que slo l ve, o
lo que los dems no somos capaces de ver, que para el caso es lo mismo.

Pero como deca, por aquellos aos mis dos hijas eran muy pequeas, la menor
apenas un beb, y la otra, que fue precoz en eso de cobrar conciencia del lugar que
se ocupa en el mundo, una parlanchina, que no haca ms que interrogarme acerca
de la veracidad de ciertas noticias, que pillaba al vuelo en los informativos, en lo que
oa hablar a sus mayores, en el colegio Vamos, lo comn cuando los horizontes
de la infancia, se nos abren de pronto hacia todas partes de manera incontrolable.
Ella, mi hija mayor, posea incipientes algunas de las caractersticas ms singulares
de nuestra especie, como lo son la curiosidad, el tesn y la capacidad de ilusionarse.
Mi pareja y yo, intentbamos procurar coherencia y estabilidad econmica al
conjunto familiar, que era lo que estimbamos bsico para la correcta formacin de
nuestros retoos.

Ni que decir tiene, que agarrarme a cualquier trabajo guardaba estrecha relacin
con lo sealado anteriormente. El trabajo estable era mi caballo de batalla; no
olvidemos que, como deca ms arriba, el tiempo al que me refiero discurra bajo
los condicionantes de una crisis econmica.
De los estudios completados en la universidad, los mos, ni rastro; quiero decir,
que cuando me enfrentaba a una posible oferta laboral, mejor no sealar que lo era,
universitario. En ms de una ocasin, se me haba dicho que no me daban el puesto
de turno, porque con semejante nivel acadmico si me sala una cosa mejor Pues
eso, servidor chitn. De primeras, cuanto ms roma dibujase mi formacin ms
posibilidades tena. Creo que en la actualidad, dicha estrategia ha quedado
obsoleta; los tiempos cambian y las crisis econmicas se adaptan al ciclo de turno;
atenazan ms. Resulta que ahora, muchos desempleados son universitarios, saben
idiomas, poseen cursos de postgrado...

El caso es que yo, por entonces al menos tena algo, un puestecito de supervisor
en una empresa de servicios y un sueldo que viene a ser lo que hoy definira el
neologismo: un mileurista de perfil bajo; un desastre de la poca, vamos.

Pero llegaron aquellos primeros aos de los noventa y a nuestra jodienda de


patria, a nuestra espaolidad despilfarradora de genio mal entendido, de gestas
desproporcionadas, y mal entendidas, de xitos, mal entendidos, y de un largo
etctera de malos entendimientos y sometimiento del paisanaje, acudi en su auxilio
el que, para m, ha sido el mejor ciclista de todos los tiempos, con el permiso de los
mejores ciclistas de todos los tiempos. Me estoy refiriendo a Miguel Indurain, aquel
navarro grande, soseras y callado que as, como el que no quiere la cosa, nos rob
siestas que compens con ilusiones, las tardes de aquellos veranos en que se
empeaba en subir cuestas, al ritmo de la cabeza tractora del triler al que siempre
me record, precediendo a la estela de los saltamontes escaladores que, hasta
entonces, eran los primeros ciclistas que solan superar las grandes etapas de
montaa del Tour de Francia, que es la ms importante carrera ciclista del mundo,
a pesar de los pesares, que acumula unos cuantos.

El caso es que el mocetn Indurain, a un servidor le impresionaba y admiraba


a partes iguales. Como ciclista era un fenmeno, pero un fenmeno natural; quiero
decir con esto, que en cualquier terreno, en cualquier circunstancia y cuando le
convena, l pedaleaba, pedaleaba y los dems se iban quedando atrs, as de
simple. Eso, de la manera en que Indurain lo haca, no lo ha hecho nadie en el
mundo del ciclismo, que yo sepa, y si el gran navarro no se prodig ms en
semejante despliegue de clase, fue, creo, por una razn muy simple y es que
Indurain no era un competidor egosta, que viene a ser como decir que no
representaba al perfil del campen, y afino un poco ms, no nos representaba como
espaoles, estos tipos rudos, pueteros, fanfarrones y despilfarradores de sus
logros, que con frecuencia hemos sido la gente que pulula a lo largo y ancho de la
antigua provincia de Roma.

As y con todo, uno, o sea yo, procuraba no perderme cada sobremesa las
gestas de mi dolo, aunque a posteriori, semejante empacho de campeonsimo,
provocase que regresara del trabajo, con la conciencia de ser una especie de
gregario ciclista, que es ese seor que se infla a dar pedales como el que ms, pero
que siempre llega el ltimo, y en ocasiones incluso fuera de control.
En justicia, he de sealar que Indurain no era el culpable de mi frustracin;
entonces, como ahora (creo que los espaoles hemos avanzado poco, en aquello
que afecta a la parte ms negativa de nuestro carcter aludido ms arriba), era
frecuente andar sometidos a un jefe con una formacin, en todos los aspectos, no
muy por encima de la nuestra (en bastantes ocasiones muy por debajo), pero con
ms mala uva y, eso s, con una decidida vocacin por el garrotazo y tente tieso;
otra de las singularidades que definen la espaolidad.

Raro era el da, que regresaba del trabajo sin la sensacin agarrada a la tripa,
de que aqul haba sido el ltimo como privilegiado asalariado y por lo tanto, con la
incertidumbre de no poder afrontar en un futuro cercano, las deudas que
menoscababan mi pauprrima cuenta del banco. Y lo que todava era peor, con el
regusto maligno de la amenazadora espada de Damocles en forma de jefe de turno,
aquel mismo que, desde primera hora de la maana, porfiaba con la cantinela de
que como aquello no comenzara a enderezarse, muy pronto ms de uno nos iramos
a la calle. Yo, por supuesto, me esforzaba para que aquello se enderezase, o al
menos no se torciera ms, que vena a ser igual; o puede que no, pero da lo mismo.

Un da, cuando nuestro campen haba ganado todo lo que se poda ganar,
pero por partida doble, triple y ms; nada que ver con los anteriores campeones
hispanos, los del hachazo, el demarraje, los descensos a tumba abierta, o las
paradas de leyenda para tomarse un descanso; un da como digo, ese da en que
el gran Miguel Indurain pas de ser un campen ms, a cohabitar con los grandes
hroes del Olimpo, y dijo de la manera ms sencilla y natural que hasta all haba
llegado, que se volva a casa, mi hija mayor, que de ciclismo saba lo que me haba
odo a m y poco ms, o sea no mucho, me plante la gran cuestin. Acababa de
recogerla de la escuela infantil (por cierto que stas y al paso que vamos tambin
pronto sern leyenda), cuando me solt a bocajarro la siguiente pregunta: Pap,
Indurain existe?

De primeras me qued un tanto desconcertado. Luego, toda vez que mi hija


continu insistiendo con su pregunta, procur armar una respuesta convincente.
Claro!; dije. Es qu no lo has visto en la tele? Y entonces apostill vehemente,
que Indurain no slo exista, sino que era un gran ciclista, el mejor y, aunque no lo
conoca personalmente, seguro que una gran persona.

Mi hija se qued pensativa y como no deca nada, quise indagar acerca de su


repentino inters por mi dolo en el deporte de las dos ruedas. Me interes en el
porqu de su pregunta. Su contestacin fue categrica: es que en mi cole, los
mayores dicen que ese que vemos por la tele no puede ser de verdad, que Indurain
no existe, que es demasiado perfecto, como un juego de la play o la peesepe

Me dej perplejo. Junt algunos cabos y luego reflexion:

Al bueno de Indurain, se le haba apodado de una manera que quiz fuese la


causa de que, tal y como yo lo entenda, al llegar a sus odos, al asociarlo mi hija
con la imagen televisiva del ciclista y a los comentarios que haba captado aqu y
all, hubiesen actuado deformando la realidad de su perspectiva infantil. En otra
dimensin; conclu, les vena sucediendo a tantos otros espaolitos, que a fuerza
de escuchar el sonsonete de turno, acaban por creerse lo que se les quiera hacer
que se crean.

Aclarar, que en el mundillo ciclista, a Indurain se le tildaba de extraterrestre y


marciano. Definicin, a priori, tan alejada de su inmensa humanidad, como
identificada pareca estarlo con aquellos eptetos que lo emparentaban con lo
quimrico y sobrenatural; seas de identidad tan pacatas como efectivas, cuando
se trata de plantar oposicin a lo real, a lo terrenal, o cuando lo real no convence o
simplemente incomoda porque vende poco. Y es que nuestra idiosincrasia es as,
tendente a encomendarse al milagro y la superchera, y restadora de los genuinos
mritos de lo autntico, del esfuerzo, ya sea colectivo o personal, que acaece sobre
el suelo que pisamos cada da.

Yo, que siempre he andado peleado con la aludida mentalidad (y puede que
excesivo), entenda que cuando a Indurain se le llamaba de aqullas y otras
maneras parecidas, de alguna forma se nos estaba negando al conjunto de los
espaolitos la capacidad de ilusionarnos por lo verdadero, por lo que existe, por lo
material si se prefiere, por todo aquello en definitiva que es de este mundo, por lo
que podemos llegar a alcanzar con el tesn bien entendido... Vamos, que intua que
en el caso aludido, como en tantos, se nos estaba dando el cambiazo, que para los
que manejan el cotarro no vala un tipo normal, que el meritorio tena que ser un
extraterrestre, o lo que es igual, una especie de muequito virtual manifestndose
en la piel de un deportista.

Pues no, no y no! Los hroes virtuales, algunos hroes virtuales no existen... O
s?

Pobres nosotros, los atvicos, los rudos, los pueteros, fanfarrones y


despilfarradores de nuestros propios logros; me dije.

Estoy seguro, de que Indurain jams pretendi aquello, lo de ser un


extraterrestre y menos que se le considerase un hroe virtual, un ser fantstico;
pero resulta que acceder al Olimpo conlleva ciertos inconvenientes; al menos si se
es espaol.

Por fin, intent explicar a mi hija lo que debera argumentar a cuantos le dijesen
que Indurain no exista, pero como me di cuenta de que mis torpes explicaciones
acabaran confundindola un poco ms, acab por, valindome de una pequea
treta, dejarle claro que Indurain s exista.

A ver querida hijita; dije, t tienes ilusiones, verdad? Claro pap, tengo
muchas ilusiones! Respondi. Lo ves, pues lo mismo que t, las ha tenido Indurain;
sin ilusiones jams hubiese ganado lo que ha ganado. Sin ilusiones y con mucho
esfuerzo -subray esto ltimo-. Lo que pasa, y esto es la prueba de su existencia,
de que es alguien como t y como yo, es que un da se sinti tan satisfecho, que
decidi que en adelante le tocaba disfrutar de sus logros. Puede que a partir de ah
algunos no lo entendiesen y por eso lo confunden con un juego virtual. Pero a ti te
parece correcto que alguien quiera disfrutar de sus xitos, verdad?...

La mente de mi hija, era lo bastante maleable, como para que la pequea


abstraccin le resultase suficiente. Espero, no obstante, que ya de mayor y cada
vez que se le plantee un dilema parecido, a su vez se responda con la reflexin
correcta, que en el presente caso, vendra a afirmar algo as como que jams se
debe renunciar a las aspiraciones personales, si stas son lcitas, que merece la
pena fijarse metas, que ello nos obligar a esforzarnos, que el esfuerzo y el tesn
son puntales de la esencia de la vida; esencia de la que es lcito y debemos aprender
a disfrutar, y que algunos, los que no entienden de esencias, los menos sutiles,
ignoran su existencia. Debemos porfiar para que esto no nos suceda.

Enrique Javier de Lara 5-12-2012

ENRIQUE JAVIER DE LARA FERNNDEZ

Su vocacin viene desde la infancia (Madrid 1957) y continu bajo la tutela de su padre gracias a la

ayuda en el oficio paterno del diseo grfico e ilustracin de libros. Al da de hoy rene varias novelas

largas y breves, as como colecciones de relatos y poemarios como: Ex socios y ex amigos recogido

en una antologa de textos de escritores espaoles, la novela corta el Fotgrafo en 2006, Amaluba

en 2009, texto incluido en Relatos Solidarios Juan Bonald, obras seleccionadas en prosa y fotografa

Cruce de Caminos en el 2009 y el relato A otro hombre en el 2013, relato publicado en la revista

Barcarola. En el 2010 obtuvo el premio FELIPE TRIGO con la novela corta CEREZAS, que ha sido

publicada por Algaida en 2012. De Lara es licenciado en geografa por la Universidad de Alcal y

actualmente trabaja en la Concejala de Cultura de la misma ciudad.


VIAREGGIO, EL CENTAURO

El farol, todava encendido, comenzaba a ser intil en el inminente amanecer. El


nio haba apenas dormitado; pas las horas nocturnas enumerando proezas,
vagas y recurrentes, sin decidirse. En el entresueo era capaz del herosmo, como
si la leve capa de oscuridad le permitiera lo que la luz plena le negaba.
Cuando abri los ojos lo atrajo la creciente claridad, brillante del otro lado de
la ventana. Se visti sin mucha precisin. Bostezando, se calz la gorra y sali al
descansillo de la casa. La calle estaba vaca; de algn lugar cercano le llegaba, con
metlica tenuidad, la voz de una radio. Se restreg los ojos y acarici el manubrio
de su bicicleta, apoyada contra la reja de la medianera. Sonri como confesndole
un secreto.
Con pereza, por la calle polvorienta, una tropilla era arriada hacia el sur, hacia
el ro cercano. El nio levant una mano, para saludar y protegerse del polvo, y
persigui a los potrillos con la mirada hasta que desaparecieron entre la polvareda.
El sur, y ms all del ro y del monte, el desierto. Y ms lejos, quin sabe.
El ultramar del cuadro se le antojaba al nio un cielo puro; e imaginaba las
dos ruedas como nubes de la maana, plateadas y con la frondosidad del infinito.
Acarici la bicicleta como a un gato, susurrndole vaya uno a saber qu cosa en su
idioma de nio. Se detuvo brevemente en la palabra Viareggio, que cruzaba la parte
superior del cuadro, y volvi a preguntarse, como tantas veces, qu significado
tendra esa extraa palabra.
Pedaleando con solemne equilibrio se alej de su casa. Cruz las vas
abandonadas del ferrocarril y se adentr en la avenida. Iba silbando, arte que supo
aprender de su abuelo, con la brisa hmeda acaricindole las mejillas. Reconoci,
como siempre, el casero claro, pintado a la cal, del barrio obrero. En la bajada del
frigorfico se dej arrastrar, liviano, como si condujera el ltimo tren que vio pasar
por el pueblo.
Ensimismado en pensamientos que le costaba ordenar, se descubri
atravesando los galpones y barracas de las viejas fbricas de los arrabales,
fantstico laberinto de cemento y matorrales. Lleg hasta las chimeneas de los
hornos de ladrillo, enormes naves piratas que siempre so tripular, y apur a
Viareggio, su noble corcel azul. Sin embargo, antes del abordaje, consider
necesario, por honor y por cansancio, detenerse ante el enorme castillo. El puente
estaba bajo, por lo que pedale al trote hasta llegar a la fuente central.
Recobr el aliento y avist el horizonte. Las naves parecan haberse
detenido. Acarici a Viareggio y volvi a montarlo; parti a toda prisa. Ya no era un
nio, sino un centauro cuyo destino era conquistar tierras y mares lejanos. Se alej,
feliz y excitado, hacia los inmensos mstiles. En la carrera not el peso de la carga
a sus espaldas, sus brazos sudados, el cabello revuelto debajo de la gorra.
Acarici el freno. Pos sus manos en la opacidad del manubrio y continu
repartiendo los peridicos.

Riobamba, 20 de junio de 2013.

Pedro Luciano Colangelo (La Plata, 1970). Periodista y Licenciado en


Comunicacin Social. Magster en Planificacin y Gestin de Procesos
Comunicacionales (Universidad Nacional de La Plata, Argentina). Ha publicado tres
libros de poemas y sus trabajos han aparecido en varias antologas. Docente en
Universidades ecuatorianas, escribe adems sobre temas de sociologa y
comunicacin. Algunos de sus escritos pueden leerse en el blog ARTEFACTO.

LA BICICLETA
(Mecnica aplicada)
.
La pregunta, siempre que veo una bicicleta, es: "alcanzar la rueda de detrs a la
rueda de delante?" Y la respuesta es: s. Cada vez que la rueda de detrs pise por
donde la otra haya pisado, la alcanza en ese instante. La bicicleta es la materia
donde el razonamiento coge velocidad y se dispara. A setenta kilmetros por hora,
el cerebro que monta en bicicleta tiene la sensacin de ir ms deprisa. Eso por
qu? Porque va ms deprisa realmente. Ello sucede por la especial disposicin de
los piones y el cuidado diseo de la mquina. Pongamos que una rueda girara en
una direccin y otra, en la otra. Que la traccin sobre cada una de las ruedas se
ejerciera en sentidos opuestos. Qu pasara entonces? Habramos usado de
nuestra inteligencia para nada. La Ley de la Palanca y el principio de la transmisin
de la potencia se habran formulado intilmente. Pensemos, al contrario, que una
rueda girara, y la otra no. Asistiramos a la generacin del crculo infinito. Que, en la
prctica, no lleva a parte alguna. Se ha resuelto el problema disponiendo el conjunto
en orden a su objeto. De esa forma, una rueda va detrs de la otra y las dos en el
sentido de la marcha y a la velocidad que el impulso ejercido determina.

Federico Volpini
Naci en Bogot en 1952 y se traslad a Madrid un ao despus, si bien pas gran
parte de su infancia en Suecia y Blgica. En 1977 comenz a trabajar en Radio
Nacional de Espaa, donde fue director de Radio 3 desde 1999 hasta 2003.
Reconocido por sus seriales radiofnicos, su trabajo Herederos del tiempo fue
obsequiado en 1998 con el ms importante galardn europeo, el Premio Italia. Fue
profesor de guin y realizacin radiofnica entre 1989 y 2009 del Master de Radio
de Radio Nacional de Espaa y Universidad Complutense. Ha publicado libros sobre
radio como Diseo de programas en radio (1995), junto con M. A. Ortiz; novelas
como El enigma del caballero en el espejo (1996) ,cuentos Las horas del gato y
otras horas (1986), y Panta rei ( 1992); Con el seudnimo El Soso Custico, relatos
en Ciencia y ficcin en el Mono Temtico y Trelatos, su ltima obra es la novela
juvenil La noche de los lobos (2011)

COLGADA EN LA PARED

A Abraham Gonzlez Garca y su abuelo, Antonio Garca Zapata.

En Cartagena, en casa de mis abuelos, hay una bicicleta de competicin colgada


en la pared, una Massi modelo Prestige. Recuerdo el da en que fuimos a
comprarla a Ciclos Curr, una tienda cerca del faro, al otro lado de la ciudad, que
haca esquina, y que por fuera y de refiln pareca ms una joyera que un lugar
donde vendiesen bicicletas. 50.000 pesetas de aquellas, 50.000 pesetas de
absoluta felicidad. Cambios de manillar, una lnea fina y roja que adornaba las
cubiertas y el cuadro. La recuerdo encima del cap del coche, como un Pegaso,
como una hermosa ave de metal atada a la baca del Opel Corsa de mis abuelos.
Por el camino, una de las correas de delante se desat debido a la fuerza del
viento y la bicicleta pareca ir haciendo un caballito atravesando la autopista. Yo
rezaba nervioso para que no le pasara nada, mirndola a travs de la luna
delantera del coche.

Cuando me fui a Berln tena dieciocho aos. Recuerdo la fecha con exactitud
porque para m fue el ltimo verano. El ltimo verano que corr con la Pea de los
Amigos de los Alczares, el ltimo verano en que yo era el chico de las pulseras.
No he podido sacar de mi memoria las sentidas lgrimas del Abuelo el da que nos
despedimos. l, el corredor ms longevo del equipo, se encari conmigo desde
el primer momento, la diferencia de edad nos haca semejantes. El ltimo verano,
el ltimo en que no fui de visita como ahora. Alguien pag el uniforme del equipo.
Como yo pesaba poco se me daba bien la montaa, me crea Pantani con el
maillot de puntos rojos subiendo los puertos, era mi momento, atacaba en las
escaladas y pona distancia entre ellos y yo. Oa sus voces de nimo y admiracin
apagndose tras mi espalda, el mstico silencio del que va a la cabeza, vea en mi
sombra el balanceo del escalador sobre la rampa, el perfil de mi cuerpo de pie
sobre los pedales. Luego me volvan a coger en las bajadas, tambin debido a mi
poca envergadura, pero ya no me importaba, haba vuelto a ser yo, en los
descansos se hablara de m, caas de cerveza en mano.

S que mi abuelo cuida todava de mi bicicleta, le hincha las ruedas de vez en


cuando, comprueba los frenos y el recorrido de la cadena, y vuelve a colgarla en la
pared. Las cmaras tienen que estar, sospecho con extraa melancola a miles de
kilmetros de all, mientras caen blandamente las primeras nevadas de diciembre,
picadsimas por dentro por la inactividad y el paso del tiempo. S que algn da,
puede que nunca, volver a Cartagena a descolgar mi juventud de aquella pared,
a escaparme de nuevo, subiendo un puerto de segunda hasta escuchar el silencio
sobre el inmenso azul del cielo y del verano, y las voces se apaguen tras mi
espalda.

Fernando Palacios Len (1984-)

Escritor espaol. Licenciado en Filologa Alemana en la especialidad de Literatura


y Mster en enseanza de la lengua alemana por la U. Complutense de Madrid.
En la actualidad lector de espaol en la Universidad de Bamberg, Alemania, donde
imparte, entre otros, cursos de Cultura y Civilizacin espaola y Traduccin y
versin parafrsica de textos literarios del alemn al espaol. Public en 2009 su
primera novela Estrella y el olvido, cuyos beneficios se destinan ntegramente a
la lucha contra el cncer. Ha colaborado activamente, en campaas solidarias en
la lucha contra la pobreza en Brasil y tambin publica en la pgina web argentina
Encuentos.com. En el ao 2011 con motivo del 75 aniversario del asesinato de
Garca Lorca se represent en los teatros de Madrid su monlogo Noche de amor
oscura. En 2012 ha publicado dos microrrelatos en las respectivas antologas de
los certmenes On the road dedicado a la generacin Beat y Novela Negra
organizados por la editorial madrilea Artgerust. Desde el ao 2010 mantiene su
blog: http://lascadenasdeandromeda.blogspot.com

LA BICI ROSA

Rosa y con cesta. As quera Estrellita su bici, toda rosa, con lacitos en el manillar y
una cesta delantera donde ir guardando sus tesoros en bolsitas de plstico. Ya se
imaginaba ella pedaleando por el camino del cementerio, el ms arreglado del
pueblo, tocando su timbre para apartar a los gatos curiosos, saludando a sus
amigas, con la sonrisa del triunfo reflejada en su carita de nia buena, que dira:
sta bici es ma, slo ma . Pero todos pensaban que no mereca la pena y la bici
nunca lleg.

Hasta hoy.

Quince aos despus.

Estrella Dorado Luna, primera mujer medallista en velocidad pasea su bici rosa por
las pistas de los estadios. No tiene cesta, ni timbre, pero s un lacito, rosa tambin,
el que adorna con un bonito trenzado su pierna ortopdica.

Cabezona , la estrellita.

Anika Jimenez
Escritora secreta que recin comienza a hacer pblico sus microrelatos, llenos de
magia y de inocencia. Esta escritora vasca representa lo mejor de la literatura oculta
que se dice, pero no se publica. Anika Jimenez es la voz de la literatura que no se
lee, pero se presiente. Incluso para ella la literatura es algo desconocido que no le
pertenece, pero no tal. Las bicicletas de Anika demuestran que las bcicletas no slo
son para el verano.

A TROMPADAS
Mi padre intent ensearme a montar en bicicleta cuando era pequeo. Me compr
una BH azul, con dos ruedas atornilladas atrs, que poco a poco iba subiendo para
que me acostumbrase a ir sin ellas y, finalmente, aprender a montar en bici a dos
ruedas. Por desgracia, por muchas veces que bajbamos al parque y a una
pequea plazoleta que haba debajo de mi casa, nunca se produjo ese mgico
momento, un tanto de pelcula, que mi padre buscaba: se en el que su mano me
soltase del asiento de atrs y yo saliese disparado y raudo hacia adelante, sujeto
slo por mi propio equilibrio, sin la ayuda de las dos ruedas de atrs.

Unos aos despus, cuando mi padre ya no estaba, volv a coger la misma bici, y
como me daba vergenza que mis amigos me viesen montando con las dos ruedas
de atrs, decid quitarlas y aprender a montar solo. Los golpes y cadas se iban
sucediendo inexorablemente, uno tras otro: me estrellaba contra coches aparcados,
bocas de riego y contenedores de basura, hasta que as, solo, a base de trompadas,
aprend a montar en bici. Y en el fondo, esa es la nica manera que he tenido de
aprender las cosas.

ALEJANDRO PALACIOS

Joven poeta espaol de alto calado, que representa en estos momentos a lo mejor
de la poesa ltima espaola, ha publicado "Desposesin" en Ed. Mingaseda, ao
2002 y est en prensa su ltima obra "Carne de luna", que se editar a comienzos
de ao. De profesin economista, compagina esta actividad con la literaria, en la
que predomina su gusto por los clsicos barrocos espaoles y la modernidad ms
acendrada.
OCAA CONTRA OCAA

Le quisieron francs a Luis Ocaa,


pero conquense es quien nace en Priego.
A pesar del gabacho y de su ego,
Ocaa no es francs, es pura Espaa.

La muerte le seg con su guadaa,


un muerto elemental, sangre de riego,
xenfobo tambin, que no lo niego,
y ciclista mundial, tanta su maa.

Hasta el propio Eddy Merckx le tuvo miedo.


Un tour le arrebat, ahora me acuerdo.
Con l plant su nico viedo.

Por loco le tasaron siendo cuerdo,


pues de tanto caerse era un remedo.
Luis Ocaa, el suicida, en el recuerdo.

PEDRO ATIENZA
Poeta y escritor espaol

MS ALL DE LAS NUBES


"EL GUILA DE TOLEDO"
Hay pedaleos picos y los hay lricos. El suyo era pico. La bicicleta pareca un
artefacto mareado entre sus piernas, balanceada como un pndulo en un esforzado
ritmo matemtico por sus poderosos muslos, en pie sobre ella, sin resuello casi,
respirando como un fuelle bronqutico, pulmonar, que nunca se paraba.

Corra 1959, y se corra el Tour de Francia. En los precipicios ms grandes de los


Pirineos ya haba dado lo suyo a Anquetil, a Poulidor y a Van Impe, sus enconados
enemigos. Los dejaba tirados en las primeras rampas pirenaicas, cuando su "bici" y
l parecan un barco ebrio subiendo encabritados a travs de aquel oleaje rocoso.
Demarraba, daba tirones de titn, y los dems slo podan vislumbrar su espalda,
mientras l, sudoroso y tensado, absorto, recordaba las calles empinadas y
medievales de su ciudad, engrupando a su primera compaera, ms pesada que
l, con las llantas enroscadas a su torso, menudo y vaciado en su esfuerzo por subir,
siempre subiendo.

Ya en la cima, coronado el puerto, esperaba al pelotn comindose un helado,


apoyado en su yegua metlica, pues le daba pavor bajar solo a su suerte aquellos
riscos vertiginosos. As hizo una y otra vez, una forma como otra cualquiera de
perder una carrera. Era un ave rapaz que no se tiraba en picado sobre su presa.
Era el guila de Toledo. Era Federico Martin Bahamontes, en su segundo apellido
llevaba incorporados los espacios siderales por donde le gustaba acampar.
Y ahora tocaba ascender el Puy de Dome, el mtico y majestuoso puerto, la puerta
hacia la victoria, si sacaba a Anquetil el tiempo suficiente para poder luego naufragar
en el llano. Aquella crono escalada se convirti en el delirio de toda Espaa, que
por entonces estaba gobernada por un dictadorzuelo de voz atiplada llamado
Francisco Franco. Todos los odos y todos los ojos del pas, estaban all arriba, en
la mgica montaa que nos separaba de Europa, del mundo entero. Las piernas de
Federico eran la voz de Espaa, enmudecida hasta entonces por la guerra civil y el
desamparo.

En una lucha contra el crono, se consuma la soledad del corredor de fondo.


Bahamontes, ms slo que la una, mir hacia arriba y no vio nada, pero en sus
sienes le palpitaba un pueblo que le deca "sube Federico sube" y el guila cogi
vuelo. El mentn apretado, la mirada vidriosa y el pedaleo airado, guerrillero.
Federico se ech al monte para devorarlo, para comrselo a trechos en cada
recodo, en cada curva, en cada rampa. En sta ocasin la victoria estaba en lo alto
y nadie se la robara. Luego podra comerse su postre favorito: un helado. Y ms
tarde, en un pas llamado Espaa, mirando ms all de las nubes todos sus
paisanos diran: "mirad, all vuela el guila de Toledo. Jams tendr ya que
aterrizar de su alto vuelo ".

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