Historia Roseta de Tenerife
Historia Roseta de Tenerife
Historia Roseta de Tenerife
Resumen
La roseta es un tipo de encaje de aguja representativo de las Islas Canarias cuyo antecedente
directo son los trabajos de deshilados que se hacan en algunas zonas de la pennsula como
Cceres, Astorga, Salamanca y que en la actualidad pervive en Adeje, Arona, La Laguna,
La Orotava, Granadilla y Vilaflor, tras haber desaparecido de otras zonas de Tenerife donde
se elaboraban a finales del siglo xix y principios del xx. La emigracin canaria fue la res-
ponsable de su extensin por otros pases de Amrica, Asia y Europa, donde se mantiene su
realizacin y reciben diferentes nombres dependiendo del lugar donde se elabora.
Palabras clave: roseta, encaje de Tenerife, artesana.
Abstract
Teneriffe Lace. The rosette is a type of lace representative needle of the Canary Islands
whose direct antecedent is the work of openwork that were made in some areas of the pen-
insula as Caceres, Astorga, Salamanca and now survives in Adeje, Arona, La Laguna the La
Orotava, Granadilla and Vilaflor, having disappeared from other areas of Tenerife which
were produced in the late nineteenth and early twentieth centuries. Canary emigration
INTRODUCCIN
El arte del encaje de aguja se remonta al siglo xvi, cuando por primera vez
se usa la palabra encaje para designar este tipo de labor que aparece descrita en docu-
mentos e inventarios del momento. A partir de ah, su manufactura empez a tener
un mayor desarrollo en los pases europeos, sobre todo en Italia, Flandes y Espaa,
llegndose a insinuar que a nuestro pas lleg con la invasin de los rabes a Granada
y Crdoba. Aparte de los documentos donde se utiliza este vocablo, tambin queda
Revista de Historia Canaria, 198; abril 2016, pp. 167-178; ISSN: 0213-9472
reflejada su importancia en diferentes obras pictricas donde se muestra el gusto
por la ornamentacin, tanto en el vestir como en el ajuar domstico y eclesistico1.
Una vez que Canarias se incorpora a la Corona de Castilla, los aborgenes
fueron asimilando progresivamente la forma de vida de los habitantes venidos de
Castilla, Andaluca, Extremadura y Portugal, de modo que poco a poco compar-
tieron sus usos y costumbres. Gaspar Fructuoso, que visit las Islas en el siglo xvi,
indica que bordan bien, pero casi no saben ni hilar ni tejer, cosas que dejan para los
portugueses...2. En este sentido, las mujeres canarias comenzaron a especializarse en
dos grandes ramas textiles: el calado y la roseta. Ambas modalidades se practicaron
en el Archipilago desde hace siglos, convirtindose con el paso de los aos en una
de las artesanas ms relevantes de las Islas.
La documentacin escrita sobre este tema es escasa, a excepcin de algn
artculo de revista y/o antiguos libros de trabajos de aguja. Es por lo que el resto del
material hemos tenido que estudiarlo directamente, partiendo de las piezas antiguas
o recogiendo informacin de boca de las artesanas del lugar, superando muchas de
ellas los setenta aos de edad.
1
lvarez Moro, M.a de las Nieves Concepcin. Resea histrica del encaje. Los ante-
cedentes de la roseta en el marco de los encajes de aguja. i Jornadas Internacionales del Encaje: La
Roseta. 14 al 16 de octubre de 2009. Adeje. Tenerife. p. 1.
2
Fructuoso, Gaspar. Descripcin de las Islas Canarias. Bilbao. 2004. p. 93.
3
Gonzlez Mena, Mara de los ngeles. Artes textiles canarias. Narria, n. 18. Madrid.
1975. pp. 11- 16.
conocida como pique, a la que se le han colocado una serie de alfileres equidistantes
4
Fernndez del Castillo, Sixto. Gua de la Artesana de Santa Cruz de Tenerife. Direc-
cin de la Pequea y Mediana Industria. Seccin de Artesana. Cabildo Insular de Tenerife. Santa
Cruz de Tenerife. 1982. p. 64. Cuando se finaliza esta etapa, con la ayuda de la aguja e hilo de igual
o diferente color al de la base, se van agrupando los hilos que tenemos sobre el pique, segn el diseo
de la pieza deseada.
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manera que tienen de denominar a las rosetas en el sur de Tenerife, pues algunas
artesanas las llaman rosas, mientras que en otros pases de Iberoamrica optan por
la denominacin de sol, por su parecido con los rayos solares: soles de Maracaibo,
soles de Brasil o soles de Naranjito son algunos de esos ejemplos. En las muestras de
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trabajos de rosetas, abundan las de tipos simtricos porque son las menos complicadas
de hacer; para las piezas asimtricas se crean bases siguiendo el modelo del proyecto
y desde el punto de vista de la tcnica son ms difciles de elaborar.
El color tpico en Tenerife es el blanco y el beige, o la combinacin de ambos
para crear rosetas matizadas, mientras que en la isla de Lanzarote y fuera de nuestras
fronteras se juega con la variedad de tonos. En este ltimo caso existe una gama
variada de rojos, verdes, azules, violetas, encontrndose adems la combinacin de
dos colores y matizadas.
Los emigrantes canarios son los responsables de llevar la roseta a Amrica,
Europa y Filipinas. Su tcnica se expande por diferentes zonas del mundo, donde
fue adoptando las costumbres y modelos del lugar. Al mismo tiempo cambia de
nombre, de modo que en Paraguay se la conoce como andut; en Brasil, Mxico,
Venezuela y Puerto Rico como soles y en los pases de lengua inglesa se les denominan
Teneriffe Lace. En la actualidad este tipo de encaje se sigue elaborando siguiendo los
modelos y tcnica del pasado, y hasta tal punto es valorado que en Paraguay o en
Maracaibo (Venezuela) se le considera el smbolo nacional. A pesar de que, como ya
hemos mencionado, los motivos y la base de apoyo son diferentes a los utilizados en
Tenerife, los escritos del momento hablan de su procedencia de las Islas Canarias.
Josefina Pl opina que
es encaje de Tenerife [rosetas] tanto por sus esquemas bsicos como por su logotipo
solo que al llegar a un nuevo territorio sufre las modificaciones tcnicas y ecolgicas
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del lugar5.
Osvaldo Salerno, por su parte, seala que el origen del anduti proviene de
la versin criolla del encaje de Tenerife (Canarias) realizada en hilo fino e hilos de
seda6 . Mientras que Azucena Millares lo considera el resultado de la unin entre
Amrica y Espaa, tratndose de
un tejido que asombra por su infinita delicadeza y por su fortaleza sutil: el andut:
hilos de Espaa (Tenerife) y Amrica se entrelazan en el tiempo acogiendo nuevas
modalidades y colores que rejuvenecen una antigua tradicin7.
piezas trabajadas en hilo muy fino, difciles de hacer y por ello su precio es elevado,
ya que dependen de la cantidad que llevan, de si estn aplicadas a la tela y de las
medidas del trabajo9.
8
Nava, Marlene. Un encaje llamado sol de Maracaibo. Caracas. 1996.
9
Mexican and Indian Souvenirs and Curiosities. Mexican drawnwork, n. 61, Ciudad de
Mxico y Jurez, 1906-1907.
De igual modo conocemos la existencia de rosetas en Estados Unidos,
concretamente en Luisiana, donde un grupo de mujeres descendientes directas
de los ms de dos mil canarios que fueron trasladados a la zona por mandato de
Carlosiii se renen desde hace mucho tiempo para hacer rosetas en una antigua
casa construida alrededor de 1840 por un descendiente canario, Vicente Nez,
que la cedi para fundar el Museo de los Isleos10.
En Europa encontramos trabajos parecidos en Croacia, cuya actividad ha sido
declarada por la UNESCO Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Son dos los
lugares donde se elaboran siguiendo la tcnica tradicional islea: en la isla de Hvar,
dentro del recinto del monasterio de las monjas benedictinas fundado en el siglo xvi,
y en el condado de Brod Posavina, en Eslavonia. La peculiaridad del encaje hecho
en la isla de Hvar es por el tipo de hilo utilizado. Se trata de una hebra obtenida
del aloe, de color blanco, muy fino y resistente, con la que se dibujan los motivos
geomtricos nicos, que solo conocen y elaboran las monjas del convento, que son
las responsables de mantener la tradicin. Estos trabajos son de tipo decorativo y se
colocan entre dos cristales para su conservacin, dado que el hilo es muy delicado
y no se pueden dejar sin proteccin.
En el condado de Brod Posavina, las mujeres, sobre todo de las zonas
rurales, realizan este encaje para incorporarlo a sus prendas de vestir, menaje del
hogar y religioso. Estamos ante autnticas filigranas hechas con hebras de hilo
blanco, elaboradas sobre marcos de madera de diferentes formas y tamaos. Esta
tradicin artesanal est ligada a uno de los ritos populares del condado, como es la
presentacin de ofrendas el Sbado de Pascua. Estas ofrendas se envuelven en paos
adornados con rosetas de creacin propia, llamados otarcic. Los paos se colocan en
unas cestas que llevan del brazo las mujeres del lugar durante la procesin, camino
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10
Segn cuentan las seoras del lugar, esta tradicin se haba perdido, pero un da encon-
traron en un tico una pequea cesta con un rtulo que, entre otras cosas, deca: Tenerife y que
contena todos los elementos necesarios para hacer este tipo de encaje: aguja, hilos y piques. Como no
saban qu hacer con aquello, se pusieron en contacto con el Gobierno de Canarias, que los invit a
venir y estuvieron en el Cabildo Insular de Tenerife. Una vez en la Isla, pudieron aprender la tcnica
olvidada y hoy en da la roseta se ha convertido en uno de sus trabajos ms interesantes. Muchas de
sus mujeres han creado nuevos modelos, algunos muy complicados y de una belleza extraordinaria, de
los que se puede disfrutar en las exposiciones de artesana que se celebran cada ao en torno a marzo
en la Fiesta de los Isleos. Resultado de sus posteriores visitas a Tenerife es la muestra de roseta que
nos han enviado al Museo de Artesana Iberoamericana de La Orotava.
No obstante, para comprender la gran importancia que tuvo en la sociedad
del Archipilago la roseta, se hace necesario hacer hincapi en la ltima dcada del
siglo xix y principios del xx, cuando se convierte segn los cronistas del momento
en una autntica y prspera industria, responsable de generar ingresos a un numeroso
grupo de familias humildes. Era una actividad que ocupaba a mujeres de todas las
edades, pertenecientes a comunidades agrcolas y que, independientemente de su
estado civil, tenan que ingenirselas para sacar adelante sus hogares. Adems, dicha
actividad solo les exiga ocuparse de su realizacin, ya que la materia prima y su
comercializacin estaban en manos de los intermediarios, verdaderos conocedores
del tema. En el proceso de produccin, tambin intervenan los especialistas que se
encargaban de unir y montar las rosetas para formar los manteles, colchas y dems
productos, que quedaban listos para su venta.
Al principio los trabajos eran solo para el consumo familiar y se extenda
por La Orotava, Los Realejos, Puerto de la Cruz y La Laguna, mientras que en la
zona sur lo haca por Adeje, Arona, Granadilla y Vilaflor. El oficio se transmita de
generacin en geneacin, de madres a hijas, casi siempre por lnea materna. Tampoco
se necesitaba un taller, ni maquinara especializada, bastaba con una aguja, hilo,
alfileres, tijeras, dedal y un rinconcito en el hogar iluminado, que poda estar cerca
de una ventana o en el propio patio de la casa, donde se podan reunir y compartir
el momento con las vecinas de la zona. Sin embargo, a finales del siglo xix este tipo
de produccin familiar cambia, pues se pasa a trabajar a gran escala debido a la
creciente demanda del producto por parte de las casas comerciales afincadas en el
Puerto de la Cruz, que son las responsables de su exportacin a otros pases.
Durante los primeros aos del siglo xx, su distribucin y venta no dej de
crecer a la vez que se iban incorporando nuevos diseos e ideas. La documentacin
11
Martn Hernndez, Ulises. La artesana del calado en Canarias y Madeira. Breves
apuntes para su estudio entre 1880-1914. Actas del i Congreso Cultura Popular Canaria. 1986. p. 3.
convirtieron en sus mayores consumidores. Las piezas se vendan en los almacenes
ms importantes bajo el epgrafe de Obras de manos de los Salvajes de Canarias12.
Pero tambin el Reino Unido se convirti en el mximo responsable de la
importacin de la materia prima. El hilo y el lienzo procedan de Irlanda y una vez
en la Isla se reparta entre las artesanas, momento que se aprovechaba para la recogida
del producto terminado. Las firmas extranjeras fueron las que establecieron las con-
diciones y precios tanto de la materia prima como del producto final, lo que provoc
que la prensa islea, hacia 1909, tachase de monopolio esta relacin, comenzando
una campaa contra las casas comerciales, a las que acusan de acaparadores y de
imponer su ley a los productores.
Algunos propietarios de esas casas comerciales tambin se preocuparon por
alcanzar un mayor perfeccionamiento tcnico y esttico en el diseo de los modelos,
que al principio eran muy simples. Apostaron por otros ms complicados que se pu-
blicaban en las revistas de moda, y al mismo tiempo fueron tambin los responsables
de la creacin de soportes rgidos, diferentes a los piques hechos en madera o metal
de formas convexas, cuadradas o circulares. Surgen empresas especializadas en la
comercializacin y difusin de los nuevos soportes como la Proctor Patent Wheel
and Square. Con estas nuevas superficies, el proceso de produccin se aceleraba
permitiendo hacer varias rosetas a la vez con la mnima dificultad.
A partir de 1903 la produccin de rosetas comienza a declinar. Los moti-
vos son diversos, aunque dos son los principales: baja calidad por el deseo de los
comerciantes de reducir los costes de produccin y aparicin de trabajos orientales
(conocidos popularmente como chinos), que se convierten en una dura competen-
cia al ser sus precios ms bajos. Las consecuencias negativas fueron inmediatas y la
economa de las clases populares vio cmo se reducan sus entradas, redundando
12
Las Canarias, 20-5-1902. Cfr. Martn Hernandez, U. Op. cit., p. 3.
todos los artesanos para protegerlos y valorar la produccin13. Las labores femeninas,
que forman parte de esos oficios, cobraron tambin el auge y dignificacin que no
haban tenido hasta entonces. Ser de la mano de la Obra Sindical de Artesana
cuando se produzca un fuerte impulso de cara a la comercializacin artesanal,
organizando talleres donde se ensearon las formas y estilos de cada zona y puede
que de no haber sido por esto, las rosetas al igual que otros oficios tradicionales,
se hubiesen perdido para siempre. En Vilaflor, por citar un ejemplo, se llevaron a
cabo diversos talleres de introduccin y perfeccionamiento de rosetas, as como del
denominado encaje de Vilaflor.
Hay que destacar tambin la labor del llamado Canal de Exportacin que
tena montado este organismo, controlado desde Madrid. Ellos eran los responsa-
bles de recoger toda la produccin de los grupos de trabajo repartidos por las Islas.
Se comprometieron a mantener su calidad, as como a efectuar una remuneracin
adecuada, eliminando rigurosamente cualquier intermediario, a base de repartir y
recoger los trabajos directamente en los pueblos14.
En torno a los aos ochenta del siglo pasado, el fomento de los oficios arte-
sanos qued en manos del Ministerio de Cultura y otras entidades cuya iniciativa
se decant por organizar cursos de diseo, exposiciones, ferias y congresos, publi-
caciones, premios de investigacin, aperturas de centros de venta y museos. Hay
que destacar la labor llevada a cabo por los Cabildos Insulares, Ayuntamientos y
Consejera de Industria de Canarias. Un ejemplo de esta labor de rescate la llev a
cabo el Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, organizando talleres de formacin y
exposicin de los trabajos fruto del aprendizaje de las alumnas que participaron. En
el taller de la roseta se contrat a una profesora que vena directamente de Vilaflor,
encargada de transmitir todos sus conocimientos.
REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 198; 2016, PP. 167-178 176
Recibido: 3-3-2016
Aceptado: 17-3-2016
13
Segn el Gobierno, la artesana espaola posee una limpia y esplndida tradicin. Los
artesanos espaoles han heredado esa tradicin y la cultivan con amor y fidelidad. Los artesanos
espaoles han demostrado, asimismo, una capacidad de creacin fuera de lo comn. La obra de los
artesanos espaoles, en definitiva, se distingue por la fuerza y la originalidad de sus diseos, de su
dibujo, de sus colores. Al Servicio de la Artesana Espaola. Empresa Nacional de Artesana. Madrid.
1970. p. 9.
14
Mesa Martn, Jos Mara. La imagen del Artesano y los oficios tradicionales a travs
de la prensa escrita. 1879-1960. El Pajar. Cuadernos de etnografa, n. 11. Tenerife. 2002. pp. 15-16.