Kipling Joseph Rudyard Precisamente Asi
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Kipling Joseph Rudyard Precisamente Asi
Precisamente así
Precisamente así Rudyard Kipling
ÍNDICE
Había una vez, mi niño querido, una ballena que vivía en el mar y comía peces. Comía
lubinas y sardinas, salmones y camarones, cangrejos y abadejos, a los meros y a sus
compañeros, comía jureles y verdeles y hasta a la en verdad retorcida y escurridiza
anguila se comía. A todos los peces que en el mar podía encontrar se los comía con la
boca -¡así! Hasta que al fin sólo quedó en el mar un pececillo, y era un pececillo astuto
que nadaba un poco por detrás de la oreja derecha de la ballena para no correr peligro.
Entonces la ballena se irguió sobre su cola y dijo:
-Tengo hambre.
Y el astuto pececillo dijo con astuta vocecita:
-Noble y generoso cetáceo, ¿has probado hombre alguna vez?
-No -respondió la ballena-. ¿A qué sabe?
-Rico -dijo el pececito astuto-. Está bueno, aunque correoso.
-Entonces tráeme algunos -dijo la ballena, y de un coletazo levantó una montaña de
espuma.
-Con uno cada vez es bastante -dijo el pez astuto-. Si nadas hasta la latitud de Cincuenta
Norte y la longitud de Cuarenta Oeste -es mágica- encontrarás, sentado sobre una balsa,
en medio del mar, llevando sólo unos pantalones de lona azul, unos tirantes -no has de
olvidar los tirantes, mi niño querido- y una navaja, a un marinero náufrago, que, he de
prevenirte, es hombre de sagacidad y recursos infinitos.
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Así que la ballena nadó y nadó, tan deprisa como pudo, hasta la latitud Cincuenta Norte
y longitud Cuarenta Oeste, y sobre una balsa, en medio del mar, llevando sólo unos
pantalones de lona azul, unos tirantes -has de recordar especialmente los tirantes, mi niño
querido- y una navaja, vio a un marinero solo, náufrago y solitario que, con los dedos de
los pies, iba haciendo surcos en el agua. (Tenía permiso de su mamá para ir a remar, o si
no jamás lo habría hecho, porque era un hombre de sagacidad y recursos infinitos).
Entonces la ballena abrió la boca más y más y más atrás hasta casi tocar la cola, y se
tragó al marinero náufrago, y la balsa sobre la que estaba sentado, y los tirantes -que no
debes olvidar- y la navaja. Se lo tragó todo y lo metió en sus armarios interiores, cálidos
y oscuros, luego se relamió los labios... así, y dio tres vueltas sobre la cola.
Pero tan pronto como el Marinero, que era hombre de sagacidad y recursos infinitos, se
encontró de verdad en los armarios interiores, cálidos y oscuros de la ballena, empezó a
pisotear y a saltar, a aporrear y a chocar, a brincar y a bailar, a golpear y a retumbar, y
golpeaba y mordisqueaba, saltaba y se arrastraba, merodeaba y aullaba, saltaba a la pata
coja y abajo se venía, gritaba y suspiraba, gateaba y vociferaba, andaba y brincaba, y
bailaba danzas marineras donde no debía, y la ballena se sintió muy mal de verdad (¿Has
olvidado los tirantes?)
Aquí está la ballena buscando al pececillo astuto que está escondido debajo del umbral
del ecuador. Se llama Pingle. Está escondido entre las raíces de las grandes algas que cre-
cen delante de las puertas del ecuador. He dibujado las puertas. Están cerradas. Siempre
lo están, porque una puerta debería estar siempre cerrada. Eso como una cuerda que cruza
es el propio Ecuador. Las cosas con aspecto de rocas son los dos gigantes Moar y Koar,
que mantienen el orden en el ecuador. Ellos dibujaron las imágenes sombreadas en las
puertas del ecuador, y tallaron esos peces retorcidos de debajo de las puertas. Los peces
con pico se llaman delfines picudos, y los otros peces de extrañas cabezas se llaman
tiburones de cabeza de martillo. La ballena no encontró al pececillo astuto hasta que se le
pasó el enfado y entonces volvieron a ser buenos amigos otra vez.
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Pues el marinero era, además, de la Hibernia. Y salió andando por los guijarros de la
playa y se fue a casa con su madre que le había dado permiso para hacer surcos en el
agua con los dedos de los pies, y se casó y vivió feliz desde entonces. También se casó y
fue feliz la ballena. Pero desde aquel día, la reja de la garganta, que no podía expulsar
tosiendo ni tragar, no le permitía comer más que pececillos muy, muy pequeños, y por
eso hoy día las ballenas no comen nunca hombres, niños ni niñas.
El pececillo astuto fue a ocultarse en el barro, bajo los umbrales del ecuador porque
tenía miedo de que la ballena estuviera enfadada con él.
El marinero se llevó a casa la navaja. Cuando salió y se puso a caminar por los
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guijarros de la playa llevaba puestos los pantalones de lona azul. Los tirantes, como
sabes, los dejó sujetando la reja. Y aquí se acaba el cuento.
Pues he aquí el cuento siguiente que refiere cómo le salió la gran joroba al camello.
Al principio de los tiempos cuando el mundo era tan nuevo-y-flamante y los animales
empezaban a trabajar para el hombre, había un camello que vivía en un desierto
espantoso porque no quería trabajar, y, además, él mismo era un espanto. Por eso comía
tallos, espinos, tamariscos, algodoncillos y pinchos, holgazaneando de la forma más
horrible, y cuando alguien le hablaba, decía: ¡Joroba!, sólo: ¡Joroba!, y nada más.
Al poco, el lunes por la mañana, se le acercó el caballo con una silla en el lomo y un
freno en la boca, y le dijo:
-Camello, ¡oh camello!, sal a trotar como hacemos los demás.
-¡Joroba!-respondió el camello, y el caballo marchó a contárselo al hombre.
Luego se le acercó el perro con un palo en la boca, y le dijo:
-Camello, ¡oh camello!, ven a buscar y llevar las cosas como los demás.
-Joroba! -respondió el camello, y el perro marchó a contárselo al hombre.
Después se le acercó el buey con el yugo al cuello, y le dijo:
-Camello, ¡oh camello!, ven a arar como los demás.
-Joroba! -respondió el camello, y el buey se marchó a contárselo al hombre.
Al final del día el hombre reunió al caballo, al perro y al buey y les dijo:
-¡Ay de vosotros tres!, qué pena me dais (con el mundo tan nuevo-y-flamante), pero ese
¡Joroba! del desierto no puede trabajar o ya estaría aquí, así que voy a dejarlo en paz y
vosotros tendréis que trabajar el doble para compensar.
Eso enfadó mucho a los tres (con el mundo tan nuevo-y-flamante) y mantuvieron una
conferencia, y un indaba, y un punchayet, y una discusión al borde del desierto. El
camello vino masticando algodoncillo, holgazaneando de la forma más horrible, y se rió
de ellos. Luego dijo: ¡Joroba! y se volvió a marchar.
Entonces llegó el genio que tiene a su cargo todos los desiertos rodando en una nube de
polvo (los genios siempre viajan de esa manera porque es mágica) y se detuvo a
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Éste es el dibujo del genio iniciando la magia que le trajo la joroba al camello. Primero
dibujó con el dedo una línea en el aire y se volvió sólida. Después hizo una nube, y luego
un huevo -puedes verlos en la parte de abajo del dibujo-, y después una calabaza mágica
que se convirtió en una gran llama blanca. Entonces el genio cogió su abanico mágico y
abanicó la llama hasta que la propia llama se volvió mágica. Fue una magia buena y muy
amable en realidad, a pesar de que tenía que jorobar al camello, porque era perezoso. El
genio que estaba a cargo de todos los desiertos era uno de los genios más amables, así
que no hacía nunca nada que fuera realmente malo.
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Éste es el dibujo del genio a cargo de todos los desiertos dirigiendo el encantamiento
con su abanico mágico. El camello está comiendo una ramita de acacia, y acaba de decir
¡Joroba! una vez más (el genio le dijo que lo hiciera) así que la joroba está apareciendo.
La cosa larga como una toalla que sale de eso que se parece a una cebolla es el
encantamiento, y puedes ver que lleva la joroba sobre el hombro. La joroba encaja en la
parte plana de la espalda del camello. Éste está demasiado ocupado contemplando su
propia belleza en el charco de agua para darse cuenta de lo que va a pasarle.
Debajo del dibujo propiamente dicho hay otro del mundo tan nuevo-y-flamante. En él
puedes ver dos volcanes humeantes, algunas otras montañas, unas piedras, un lago, una
isla negra, un río que serpentea y otras muchas cosas, así como un arca de Noé. No podía
dibujar todos los desiertos de los que está encargado el genio, por eso sólo dibujé uno,
pero es de lo más desértico.
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De la cama saltamos,
la cabeza helada, la voz enmarañada,
tiritamos, ceñudos, gruñimos y refunfuñamos
por el baño, las botas y los juguetes amontonados.
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Como tú la tengo
cuando poco quehacer tengo.
A todos nos sale la joroba,
la horrible joroba,
a los chicos y a los mayores también.
Había una vez, en una isla deshabitada frente a las costas del Mar Rojo, un parsi
cuyo sombrero reflejaba los rayos del sol con un esplendor-más-que-oriental. Vivía el
parsi junto al Mar Rojo con nada más que su sombrero, su cuchillo y un hornillo de esos
que debes tener mucho cuidado de no tocar nunca. Un día cogió harina, agua, pasas de
Corinto, ciruelas, azúcar y esas cosas y se hizo una torta de medio metro de ancha y un
metro de gruesa. Era, desde luego, un Comestible Superior (eso es magia) y la puso en el
hornillo, porque él tenía permiso para cocinar en aquel hornillo, y la coció y coció hasta
que estuvo toda dorada y olía que daba gusto. Pero justo cuando iba a comerla llegó a la
playa desde el Interior Completamente Deshabitado un rinoceronte con un cuerno en el
hocico, dos ojos de cerdo y pocos modales. En aquellos tiempos el rinoceronte tenía la
piel muy estirada. No aparecían arrugas por ninguna parte. Tenía exactamente el mismo
aspecto que el rinoceronte del Arca de Noé, pero era, desde luego, mucho más grande. De
todas formas, no tenía modales entonces, no los tiene ahora, ni los tendrá nunca. Dijo:
¡Auuu!, y el parsi dejó la torta y se subió a lo alto de una palmera sin llevar encima nada
más que el sombrero que reflejaba los rayos del sol con un resplandor-más-que-oriental.
El rinoceronte derribó el hornillo de aceite con el hocico, la torta rodó por la arena y él la
pinchó con el cuerno del hocico, se la comió y se marchó, moviendo el rabo, al desolado
Interior Completamente Deshabitado que linda con las islas de Mazanderan, Socotra y los
Promontorios del Equinoccio Mayor. Entonces el parsi bajó de la palmera, puso en pie el
hornillo y recitó el siguiente Sloka, que como no lo sabes, procederé a relatarte:
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vuelta a la cara dos veces. Luego bailó dando tres vueltas alrededor de la piel y
frotándose las manos. Después fue a su tienda y llenó el sombrero con migas de torta,
pues el parsi nunca comía más que torta y nunca barría la tienda. Cogió la piel, la
sacudió, la restregó, la frotó y la llenó con tantas migas de torta viejas, secas, rancias y de
las que pican cuantas cabían, y también con algunas pasas de Corinto requemadas.
Entonces se subió a lo alto de la palmera y esperó a que el rinoceronte saliera del agua y
se la pusiera.
Y el rinoceronte lo hizo. La abotonó con los tres botones y notó que picaba como
cuando hay migas de torta en la cama. Entonces quiso rascarse, pero eso lo empeoró.
Luego se tumbó en la arena y rodó, rodó y rodó, y, a cada vuelta que daba, las migas de la
torta le picaban más, más y más. Después corrió hasta la palmera y se frotó, frotó y frotó
contra ella. Tanto frotó y con tanta fuerza que se le hizo una gran arruga en la piel de los
hombros, y otra por debajo, donde solían estar los botones (que perdió con el
frotamiento), y algunas arrugas más sobre las patas.
Eso le agrió el carácter, pero no supuso ninguna diferencia para las migas de torta, que
tenía por dentro de la piel y le picaban. Así que se fue a casa, muy enfadado de veras y
con unos rasguños horribles. Y desde entonces hasta hoy todos los rinocerontes tienen
grandes arrugas en la piel y muy mal genio, todo por culpa de las migas de torta que
llevan dentro.
Éste es el dibujo del parsi empezando a comerse la torta en la Isla Deshabitada del Mar
Rojo en un día muy caluroso, y del rinoceronte que baja del Interior Completamente
Deshabitado, que, como verdaderamente puedes ver, es todo rocoso. La piel del
rinoceronte es muy lisa y los tres botones con los que se abotona están debajo, así que no
puedes verlos. Las cosas como garabatos del sombrero del parsi son los rayos del sol
reflejados con un esplendor-más-que-oriental, porque si hubiera dibujado rayos
verdaderos habrían llenado todo el dibujo. La torta tiene pasas de Corinto. La rueda sobre
la arena en la parte delantera del dibujo perteneció a uno de los carros del Faraón, cuando
intentaba cruzar el Mar Rojo. El parsi la encontró y se la quedó para jugar con ella. El
parsi se llamaba Pestonjee Bomonjee y el rinoceronte Strorks, porque respiraba por la
boca en lugar de hacerlo por la nariz. Yo que tú no haría ninguna pregunta sobre el
hornillo.
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En cambio el parsi se bajó de la palmera, llevando puesto el sombrero que reflejaba los
rayos del sol con un esplendor-más-que-oriental, empaquetó su hornillo y se marchó en
dirección a Orotavo, Amígdala, las Praderas Altas del Anantarivo y las Marismas de
Sonaput.
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amarillento de la Meseta Alta. Esto era desastroso para la jirafa, la cebra y los
demás animales, porque se tumbaba junto a una roca exclusivamente pardusca-grisáceo-
amarillenta o sobre una mata de hierba y cuando la jirafa o la cebra o el antílope o el
kudu o el guib o el gamo pasaban por allí terminaba por sorpresa con sus saltarinas vidas.
¡Claro que lo hacía! Y había, también, un etíope con arcos y flechas (un hombre
exclusivamente parduzco-grisáceo-amarillento era por entonces) que vivía en la Meseta
Alta con el leopardo. Los dos solían cazar juntos, -el etíope con sus arcos y sus flechas y
el leopardo exclusivamente con sus dientes y sus garras- hasta que, mi niño querido, la
jirafa, el antílope, el kudu y el cuaga ya no sabían por dónde saltar. ¡No, de verdad que no
lo sabían!
Al cabo de mucho tiempo -las cosas duraban tanto tiempo en aquella época-
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Éste es el dibujo dei leopardo y el etíope después de seguir el consejo del sabio
Baviaan. El leopardo se ha puesto otras manchas y el etíope se ha cambiado la piel. El
etíope era realmente un negro y, por tanto, se llamaba Sambo. El leopardo se llamaba
Manchas, y así se le ha llamado siempre desde entonces. Han salido a cazar al bosque
moteado-punteado y están buscando al señor-un-dos-tres-¿dónde-está-el-desayuno? Si
miras un poco verás que el señor-un-dos-tres no está muy lejos. El etíope se ha escondido
detrás de un árbol emborronado-manchado a juego con su piel y el leopardo está tumbado
junto a un montón de piedras moteadas-punteadas a tono con sus manchas. El señor-un-
dos-tres-¿dónde-está-el-desayuno? está de pie comiendo las hojas de un árbol alto. Se
trata de un verdadero dibujo-rompecabezas como en el juego de buscar al gato.
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-Te las haré con las puntas de los dedos -dijo el etíope-. Aún me queda mucho negro en
la piel. ¡Mira!
Entonces el etíope juntó bien los cinco dedos (todavía le quedaba mucho negro en la
piel nueva) y los fue apretando por toda la piel del leopardo, y donde quiera que tocaban
los cinco dedos dejaban cinco marquitas negras, todas muy cerca unas de otras, mi niño
querido. Algunas veces los dedos resbalaban y las marcas quedaban un poco borrosas,
pero si miras detenidamente a cualquier leopardo, verás que siempre hay cinco manchas...
de cinco huellas digitales gordas y negras.
-¡Ahora sí que eres una belleza! -exclamó el etíope-. Te puedes tumbar en el desnudo
suelo y parecer un montón de guijarros. Te puedes tumbar en las rocas y parecer un trozo
de piedra de pudinga. Puedes tumbarte en una rama con hojas y parecer luz del sol
tamizada por la hojas. Puedes tumbarte en pleno medio de un sendero y no parecer nada
especial. ¡Piénsalo y ronronea!
-Pero si soy todo eso -preguntó el leopardo-, ¿por qué no te pusiste manchas tú
también?
-¡Oh!, el simple negro es lo mejor para un negro -contestó el etíope-. Ahora vamos a
ver si no conseguimos ajustarle las cuentas al señor-un-dos-tres¿dónde-está-vuestro
desayuno?
Así que se marcharon y vivieron felices desde entonces, mi niño querido. Y eso es todo.
¡Oh!, de vez en cuando oirás decir a los adultos:
-¿Pero es que puede un etíope cambiar de piel o un leopardo de manchas?
Yo creo que ni los adultos seguirían diciendo semejante tontería si el leopardo y el
etíope no lo hubieran hecho una vez... ¿verdad? Pero no volverán a hacerlo, mi niño
querido. Están muy contentos de ser así.
Si tú me llevas, puedo ir, a la nana no le importa. Sí, vamos a las pocilgas, a sentarnos
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en la cerca del corral, a hablar con los conejos y verles la cola menear.
¡Oh, papá, hagamos... lo que sea, con tal de juntos los dos ir
a explorar de verdad y hasta la merienda no regresar.
Aquí tienes las botas (yo las traje), la gorra y el bastón, y aquí la pipa y el tabaco.
¡Oh!, salgamos rápido de aquí.
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Fue desde la ciudad de Graham hasta Kimberley, desde Kimberley hasta la región de
Khama, y desde la región de Khama se dirigió al este-por-norte, comiendo melones todo
el tiempo, hasta que por fin llegó a las orillas del verdigrís, grasiento y gran río Limpopo,
todo lleno de árboles de la fiebre, precisamente como había dicho el pájaro Kolokolo.
Ahora has de saber y comprender, mi niño querido, que hasta esa misma semana, día,
hora y minuto, esta insaciable cría de elefante no había visto jamás un cocodrilo y no
sabía cómo era. Todo se debía a su curiosidad insaciable.
Lo primero que encontró fue una serpiente pitón bicolor de las rocas que estaba
enroscada en una roca.
-Perdone -preguntó el hijo del elefante de la manera más educada-, ¿pero ha visto algo
así como un cocodrilo por estos promiscuos lugares?
-¿Que si he visto un cocodrilo? -dijo con voz terriblemente burlona la serpiente pitón
bicolor de las rocas-. ¿Qué me vas a preguntar a continuación?
-Perdone -dijo el hijo del elefante-, pero ¿sería tan amable de decirme qué es lo que
come?
Entonces la serpiente pitón bicolor de las rocas se desenroscó muy deprisa de la roca y
zurró al hijo del elefante con su cola escamosa y azotadora.
-Es curioso -dijo el hijo del elefante-, porque mi padre y mi madre, mi tío y mi tía, por
no mencionar a mi otra tía, la hipopótama, ni a mi otro tío, el mandril, todos me han
zurrado por mi curiosidad insaciable... y supongo que aquí ocurre lo mismo.
Así que se despidió muy educadamente de la serpiente pitón bicolor de las rocas, la
ayudó a enroscarse de nuevo en la roca y continuó su camino, un poco acalorado, pero en
absoluto sorprendido, comiendo melones y tirando la corteza por allí porque no podía
recogerla, hasta que pisó lo que creyó que era un tronco en la mismísima orilla del
verdigrís, grasiento y gran río Limpopo, todo lleno de árboles de la fiebre.
Pero en realidad era el cocodrilo, mi niño querido, y el cocodrilo guiñó un ojo... ¡así!
-Perdone -preguntó el hijo del elefante con la mayor educación-, ¿pero ha visto por
casualidad un cocodrilo por estos promiscuos lugares?
Entonces el cocodrilo guiñó el otro ojo y levantó del barro la mitad de la cola, y el hijo
del elefante dio un paso atrás con la mayor educación porque no quería que le zurraran
otra vez.
-Acércate, pequeño -dijo el cocodrilo-. ¿Por qué preguntas esas cosas?
-Perdone -dijo el hijo del elefante con la mayor educación-, pero me ha zurrado mi
padre, me ha zurrado mi madre, por no mencionar a mi alta tía, el avestruz, ni a mi alto
tío, la jirafa, que siempre cocea tan fuerte, así como a mi gorda tía, la hipopótama y a mi
peludo tío, el mandril e incluyendo a la serpiente pitón bicolor de las rocas con la cola
escamosa y azotadora, justo orilla arriba, que zurra más fuerte que ninguno, así que, si no
le importa, no quiero que me zurren más.
-Acércate, pequeño -dijo el cocodrilo-, porque yo soy el cocodrilo.
Y derramó lágrimas de cocodrilo para demostrar que era absolutamente cierto.
Entonces se quedó sin aliento, jadeó, cayó de rodillas en la orilla y dijo:
-Usted es precisamente la persona que he estado buscando todos estos días. ¿Sería tan
amable de decirme qué come?
-Acércate, pequeño -dijo el cocodrilo-, y te lo susurraré al oído.
Entonces el hijo del elefante bajó la cabeza aproximándola a las colmilludas fauces
almizcleñas del cocodrilo, y el cocodrilo le cogió por su naricita que hasta esa misma
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semana, día, hora y minuto no había sido más grande que una bota, aunque mucho más
útil.
-Creo -dijo el cocodrilo, y lo dijo entre dientes, así-: ¡crrreo que hoy empezaré con hijo
de elefante!
Esto, mi niño querido, al hijo del elefante le molestó mucho y, hablando de nariz, así,
dijo:
-¡Suéltame! ¡Me haces daño!
Entonces la serpiente pitón bicolor de las rocas bajó arrastrándose por la orilla y dijo:
-Mi joven amigo, si ahora mismo, de inmediato y al instante, no tiras con todas tus
fuerzas, en mi opinión, tu amigo con el abrigo de cuero a cuadros grandes (se refería al
cocodrilo) te arrastrará a la límpida corriente de allá antes de que puedas decir amén.
Así es como hablan siempre las serpientes pitón bicolores de las rocas.
Entonces el hijo del elefante se sentó sobre sus pequeñas patas traseras y tiró y tiró y
tiró, y su nariz empezó a estirarse. El cocodrilo se revolcó en el agua volviéndola toda de
color crema con los grandes meneos de su cola, y tiró, y tiró, y tiró.
La nariz del hijo del elefante seguía estirándose y el hijo del elefante extendió las cuatro
patitas y tiró, y tiró, y tiró, y su nariz siguió estirándose. Y el cocodrilo golpeaba con la
cola como si fuera un remo, y tiró y tiró y tiró, y a cada tirón la nariz del hijo del elefante
se alargaba más y más... ¡y cómo dolía!
Entonces el hijo del elefante notó que le resbalaban las patas, y, hablando de nariz, que
ahora medía casi metro y medio, dijo:
-¡Esto es mmasiado para mí!
La serpiente pitón bicolor de las rocas bajó entonces desde la orilla, se enroscó con un
nudo doble alrededor de las patas traseras del hijo de elefante y dijo:
-Temerario e inexperto viajero ahora nos dedicaremos seriamente a un poco de alta
tensión, porque si no lo hacemos, tengo la impresión de que ese buque de guerra
autopropulsado con la cubierta superior blindada (con esto, mi niño querido, se refería al
cocodrilo) arruinará para siempre tu futura carrera.
Así es como hablan siempre las serpientes pitones bicolores de las rocas.
De manera que tiró, y tiró y el cocodrilo tiró, pero el hijo del elefante y la serpiente
pitón bicolor de las rocas tiraron más fuerte y al fin el cocodrilo soltó la nariz del hijo del
elefante con un ¡plafl que se pudo oír por todo el Limpopo, arriba y abajo.
Entonces el hijo del elefante se quedó sentado de la manera más dura y repentina, pero
primero tuvo mucho cuidado en darle las gracias a la serpiente pitón bicolor de las rocas,
y a continuación se ocupó con esmero de su pobre nariz estirada, envolviéndola en hojas
de plátano frescas y poniéndola a enfriar en el verdigrís, grasiento y gran río Limpopo.
-¿Para qué haces eso? -preguntó la serpiente pitón bicolor de las rocas.
-Perdone -respondió el hijo del elefante-, pero mi nariz está completamente deformada
y estoy esperando a que encoja.
-Pues vas a tener que esperar mucho tiempo -aseguró la serpiente pitón bicolor de las
rocas-. Hay gente que no sabe lo que le conviene.
El hijo del elefante estuvo allí sentado durante tres días esperando a que le encogiera la
nariz. Pero no encogió nada y, además, le hacía bizquear. Pues verás y comprenderás, mi
niño querido, que el cocodrilo, a fuerza de tirar, se la había convertido en una auténtica y
verdadera trompa, igual a la de los elefantes de hoy.
Al final del tercer día vino una mosca y le picó en el hombro, pero antes de que supiera
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lo que estaba haciendo levantó la trompa y con el extremo le asestó un golpe mortal.
Éste es el hijo del elefante con el cocodrilo tirándole de la nariz. Está muy sorprendido,
perplejo y dolido, y, hablando de nariz, dice: «¡Suéltame! ¡Me haces daño!» Está tirando
con mucha fuerza y lo mismo el cocodrilo, pero la serpiente pitón bicolor de las rocas se
apresura por el agua en ayuda del hijo del elefante. Todo eso negro son las orillas del
verdigrís, grasiento, gran río Limpopo (pero no me permiten colorear estos dibujos) y el
árbol en forma de botella con las raíces retorcidas y las ocho hojas es uno de los árboles
de la fiebre que crecen por allí.
Debajo del dibujo propiamente dicho hay sombras de animales africanos entrando en un
Arca africana. Hay dos leones, dos avestruces, dos bueyes, dos camellos, dos ovejas y
otras dos cosas que parecen ratas, pero que creo que son damanes de las rocas. No
significan nada. Los puse porque pensé que parecían bonitos. Parecerían muy lindos si
me dejaran colorearlos.
-¡Ventaja número uno! -dijo la serpiente pitón bicolor de las rocas-. No podrías haber
hecho eso con una pura porquería de nariz. Ahora trata de comer un poco.
Antes de saber lo que estaba haciendo, el hijo del elefante extendió la trompa y cogió
un gran manojo de hierba, lo limpió sacudiéndolo contra las patas delanteras y se lo metió
en la boca.
-¡Ventaja número dos! -dijo la serpiente pitón bicolor de las rocas-. No podrías haber
hecho eso con una pura porquería de nariz. ¿No te parece que el sol es aquí muy
caluroso?
-Sí que lo es -dijo el hijo del elefante, y antes de que supiera lo que estaba haciendo
cogió un trozo de barro de las orillas del verdigrís, grasiento y gran Limpopo y se lo
encasquetó en la cabeza donde se convirtió en una gorra de barro, refrescante y pegajosa,
que chorreaba por detrás de las orejas.
-¡Ventaja número tres! -dijo la serpiente pitón bicolor de las rocas-. No podrías haber
hecho eso con una pura porquería de nariz. Y ahora, ¿qué te parecería que te zurraran otra
vez?
-Perdone -respondió el hijo del elefante-, pero no me gustaría lo más mínimo.
-¿Te gustaría mucho zurrar a alguien? -le preguntó la serpiente pitón bicolor de las
rocas.
-Eso me gustaría muchísimo, desde luego -respondió el hijo del elefante.
-Bueno -aseguró la serpiente pitón bicolor de las rocas-, pues verás que esa nueva nariz
tuya es muy útil para zurrar a alguien con ella.
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-Muchas gracias -agradeció-. No lo olvidaré. Y ahora creo que iré a casa a probarla con
todos mis queridos familiares.
Así pues, el hijo del elefante cruzó África, de vuelta a casa, retozando y moviendo con
rapidez la trompa. Cuando quería comer fruta la bajaba del árbol tirando de ella en lugar
de esperar a que cayera como antes. Cuando quería hierba la arrancaba del suelo, en lugar
de ponerse de rodillas como antes. Cuando le picaban las moscas arrancaba la rama de un
árbol y la utilizaba de espantamoscas, y se hacía una nueva gorra de barro, fresca y
chorreante, siempre que calentaba mucho el sol. Cuando, atravesando África, se sentía
solo cantaba para sí con la trompa y hacía un ruido más estrepitoso que el de varias
charangas. Se tomó especialmente la molestia de encontrar a una hipopótama gorda (ésta
no era pariente suya) y la zurró mucho, para asegurarse de que la serpiente pitón bicolor
de las rocas le había dicho la verdad sobre su nueva trompa. Durante el resto del tiempo
recogió las cortezas de melón que había tirado de camino al Limpopo... pues era un
paquidermo pulcro y ordenado.
Un cerrado anochecer volvió junto a sus queridos familiares, enrolló la trompa y dijo:
-¿Cómo están ustedes?
Ellos se alegraron mucho de verlo e inmediatamente dijeron:
-Ven a que te zurremos por tu curiosidad insaciable.
-¡Bah! -exclamó-. No creo que sepan mucho de zurras, en cambio yo sí que sé y se lo
demostraré.
Entonces desenrolló la trompa y golpeó a dos de sus queridos hermanos de los pies a la
cabeza.
-¡Oh, plátanos! -exclamaron ellos- ¿Dónde aprendiste ese truco? ¿Y qué le has hecho a
tu nariz?
-Me consiguió una nueva el cocodrilo de las orillas del verdigrís, grasiento y gran río
Limpopo -respondió el hijo del elefante-. Le pregunté qué comía y me la dio de recuerdo.
-Tiene un aspecto feísimo -dijo su peludo tío, el mandril.
-Sí que lo tiene -aseguró el hijo del elefante-. Pero es muy útil. Y cogió a su peludo tío,
el mandril, por una peluda pata y lo tiró en un nido de avispas.
Éste es sólo un dibujo del hijo del elefante yendo a coger plátanos de una platanera
después de conseguir su nueva, larga y hermosa trompa. No creo que sea un dibujo muy
bonito, pero no pude hacerlo mejor, porque los elefantes y los plátanos son muy difíciles
de dibujar. Las cosas rayadas detrás del hijo del elefante representan una región chapoteo-
pantanosa en alguna parte de África. El hijo del elefante hacía la mayoría de sus tartas de
barro con el lodo que encontraba por allí. Creo que quedaría mejor si pintaras a la
platanera de verde y al hijo del elefante de rojo.
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Precisamente así Rudyard Kipling
Luego aquel travieso hijo del elefante zurró a todos sus queridos familiares durante un
buen rato hasta que estuvieron muy acalorados y extraordinariamente asombrados. Le
sacó las plumas de la cola a su alta tía, el avestruz; cogió a su alto tío, la jirafa, por las
patas traseras y lo arrastró por un espino. Le gritó al oído y le metió burbujas por él a su
gorda tía, la hipopótama, cuando dormía en el agua después de comer. Pero nunca
permitió que nadie tocara al pájaro Kolokolo.
Al fin las cosas se pusieron tan emocionantes que todos sus queridos familiares se
fueron, a toda prisa y de uno en uno, a las orillas del verdigrís, grasiento y gran río
Limpopo, todo lleno de árboles de la fiebre, a que el cocodrilo les prestara narices
nuevas. Cuando regresaron, nadie volvió a zurrar a nadie, y, desde entonces, mi niño
querido, todos los elefantes que veas, lo mismo que los que nunca verás, tienen trompas
exactamente iguales a la trompa del insaciable hijo del elefante.
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Precisamente así Rudyard Kipling
No fue siempre el canguro como lo vemos ahora, sino un animal diferente con cuatro
patas cortas. Era gris, era lanudo, era de un orgullo desmedido: bailó sobre una cresta en
medio de Australia y fue a ver al pequeño dios Nqa.
Fue a Nqa a las seis, antes del desayuno, y le dijo:
-Hazme diferente de todos los demás animales para las cinco de la tarde.
Nqa saltó de su asiento sobre la planicie de arena y gritó:
-¡Lárgate!
Era gris, era lanudo, era de un orgullo desmedido: bailó sobre un saliente rocoso en
medio de Australia y fue a ver al mediano dios Nquing.
Fue a Nquing a las ocho, después del desayuno, y dijo:
-Hazme diferente de todos los demás animales, hazme también extraordinariamente
popular para las cinco de la tarde.
Nquing saltó de su madriguera en la hierba australiana y gritó:
-¡Lárgate!
Era gris, era lanudo, era de un orgullo desmedido: bailó en un banco de arena en el
medio de Australia y fue a ver al gran dios Nqong.
Fue a Nqong a las diez antes de la comida, y dijo:
-Hazme diferente de todos los demás animales, hazme popular y extraordinariamente
seguido para las cinco de la tarde.
Éste es un dibujo del viejo canguro cuando era un animal diferente con cuatro patas
cortas. Lo he dibujado gris y lanudo y puedes ver que es muy orgulloso porque lleva una
guirnalda de flores en la cabeza. Está bailando en una cresta (esto quiere decir un saliente
rocoso) en medio de Australia a las seis en punto antes del desayuno. Puedes ver que son
las seis en punto porque el sol está empezando a salir. Esa cosa con orejas y la boca
abierta es el pequeño dios Nqa. Nqa está muy sorprendido, porque no ha visto nunca a un
canguro bailar así. El pequeño dios Nqa está justo diciendo: ¡Lárgate!, pero el canguro
está tan atareado con su baile que aún no le ha oído.
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Precisamente así Rudyard Kipling
El canguro no tiene ningún nombre verdadero salvo el de cangurón. Lo perdió por ser tan
orgulloso.
Éste es el dibujo del viejo canguro a las cinco de la tarde, cuando había conseguido sus
hermosas patas traseras tal como le había prometido el gran dios Nqong. Puedes ver que
son las cinco en punto porque así lo dice el reloj mascota domesticado del gran dios
Nqong. Nqong es el que está en el baño, sacando los pies. El viejo canguro está siendo
descortés con el perro-amarillo dingo. El perro-amarillo dingo ha estado tratando de
coger al canguro por toda Australia. Puedes ver las huellas de las nuevas patas grandes
del canguro perdiéndose en la lejanía de las colinas peladas. El perro-amarillo dingo está
dibujado en negro porque no me dejan colorear estos dibujos con los colores reales de la
caja de pinturas, además, el perro-amarillo dingo se había puesto terriblemente negro y
polvoriento después de correr por las astillas y las carbonillas.
No sé los nombres de las flores que crecen en torno del baño de Nqong. Las dos cosas
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Precisamente así Rudyard Kipling
achaparradas que se ven en el desierto son los otros dos dioses con los que habló el viejo
canguro por la mañana temprano. Eso con letras encima es la bolsa del canguro. Tenía
que tener bolsa, al igual que tenía que tener patas.
-¡Dingo! ¡Despierta, dingo! ¿Ves a ese caballero que baila en las cenizas? Quiere ser
popular y que de veras corran tras él. ¡Dingo, haz que lo sea!
Allá saltó dingo, el perro-amarillo dingo, y dijo:
-¿Qué, ese conejo gatuno?
Allá corrió dingo, el perro-amarillo dingo, siempre hambriento, como un cubo de
carbón que enseñara los dientes, en persecución del canguro.
Y allá se fue el orgulloso canguro corriendo con sus cuatro patitas como un conejito.
¡Y aquí termina, mi niño querido, la primera parte del cuento!
Corrió por el desierto, corrió por las montañas, corrió por las salinas, corrió por los
juncales, corrió por los gomeros azules, corrió por la hierba australiana, corrió hasta que
las patas delanteras le dolían.
¡Tenía que hacerlo!
Dingo seguía corriendo, el perro-amarillo dingo, siempre hambriento, enseñando los
dientes como una ratonera, sin acercarse ni alejarse, seguía corriendo tras el canguro.
¡Tenía que hacerlo!
Seguía corriendo el canguro... el viejo canguro. Atravesó los terrenos de los árboles Ti,
atravesó las tierras de hierba rala y baja, atravesó los herbazales altos, atravesó los
herbazales bajos, atravesó los trópicos de Cáncer y de Capricornio, y corrió hasta que le
dolían las patas traseras.
¡Tenía que hacerlo!
Dingo seguía corriendo, el perro-amarillo dingo, cada vez más hambriento, enseñando
los dientes como un collar de caballo, sin acercarse ni alejarse, y llegaron al río
Wollgong.
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Ahora bien, allí no había ningún puente, ni trasbordador, y el canguro no sabía cómo
atravesarlo, así que se irguió sobre sus patas traseras y saltó.
¡Tenía que hacerlo!
Saltó por las astillas, saltó por las carbonillas, saltó por los desiertos del centro de
Australia. Saltó como un canguro.
Primero saltó un metro, luego saltó tres metros, después saltó cinco metros. Las patas se
le iban fortaleciendo y haciendo más largas. No tenía tiempo para descansar ni refrescarse
aunque era lo que más necesitaba.
Seguía corriendo dingo, el perro-amarillo dingo, muy desconcertado, muy hambriento y
preguntándose qué diablos hacía el viejo canguro para saltar.
Porque saltaba como un grillo, como un guisante en la sartén, o como una nueva pelota
de goma en el cuarto de los niños.
¡Tenía que hacerlo!
Se arremangaba las patas delanteras, saltaba sobre las traseras, extendía la cola para
equilibrar el peso por detrás y saltaba las colinas de Darling.
¡Tenía que hacerlo!
Seguía corriendo dingo, el perro-cansado dingo, cada vez más hambriento, muy
desconcertado y preguntándose cuándo diablos se pararía el viejo canguro.
Entonces Nqong salió de su baño en la salina y dijo:
-Son las cinco en punto.
Se sentó dingo, el pobre-perro dingo, siempre hambriento, polvoriento bajo el sol, sacó
la lengua y aulló.
Se sentó el canguro, el viejo canguro, extendió la cola por detrás como si fuera un
taburete de ordeñar, y dijo:
-¡Gracias a Dios que se ha acabado esto!
Luego Nqong, que es siempre un caballero, dijo:
-¿Por qué no le estás agradecido al perro-amarillo dingo? ¿Por qué no le das las gracias
por todo lo que ha hecho por ti?
Respondió entonces el canguro, el viejo canguro cansado:
-Me ha perseguido echándome de los lugares donde pasé mi infancia, dejándome sin
comer a mis horas, alterándome tanto la forma que nunca recuperaré la que tenía, y
maltratándome diabólicamente las patas.
A lo que Nqong replicó:
-Quizá esté equivocado, ¿pero no me pediste que te hiciera diferente de todos los demás
animales y que te siguieran de verdad? Y ahora son las cinco en punto.
-Sí -aclaró el canguro-. Ojalá no se lo hubiera pedido. Pensaba que lo haría mediante
hechizos y encantamientos, pero esto es una broma pesada.
-¡Broma pesada! -exclamó Nqont desde su baño en las gomas azules-. Vuelve a decir
eso y le doy un silbido a dingo para que te deje sin patas traseras a fuerza de correr.
-No -rectificó el canguro-. Tengo que disculparme. Las patas son las patas, y por lo que
a mí me concierne no hace falta que las cambie. Sólo pretendía explicar a Su Señoría que
no he comido nada desde esta mañana y estoy, en verdad, muy vacío.
-Sí -corroboró dingo, el perro-amarillo dingo-. A mí me pasa lo mismo. Lo he hecho
diferente de todos los demás animales, pero ¿qué puedo merendar?
A lo que Nqong desde su baño en la salina respondió:
-Ven a preguntármelo mañana, porque ahora voy a lavarme.
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Pero además en esa misma época de tiempos pasados y remotísimos había un jaguar
pintado que vivía también en las orillas del turbio Amazonas y que comía todo lo que
podía agarrar. Cuando no lograba cazar ciervos o monos comía ranas y escarabajos, y
cuando no conseguía cazar ranas y escarabajos iba a su mamá jaguar, quien le decía cómo
se comían los erizos y las tortugas.
Cuántas y cuántas veces le diría, meneando graciosamente la cola:
-Hijo mío, cuando encuentres un erizo debes echarlo al agua y se desenroscará, y
cuando caces una tortuga debes sacarla de su caparazón utilizando la garra como si fuera
una cuchara.
Y todo, mi niño querido, iba muy bien.
Éste es un interesante mapa del turbio Amazonas dibujado en rojo y negro. No tiene nada
que ver con el cuento salvo que aparecen dos armadillos... arriba en la parte superior. La
parte interesante son las aventuras que vivieron los hombres que fueron por el camino
marcado en rojo. Cuando empecé el mapa tenía pensado dibujar armadillos, manatíes,
monos con cola de araña, grandes serpientes y muchos jaguares, pero era más interesante
hacer el mapa y las azarosas aventuras en rojo. Comienzas en la esquina inferior
izquierda y sigues las flechitas hasta que, dando toda la vuelta, llegas al lugar donde las
audaces personas embarcaron en el Royal Tiger para volver a casa. Es un dibujo de lo
más audaz, y todas las aventuras están indicadas por escrito de manera que puedas
distinguir muy bien lo que es una aventura de lo que es un árbol o un barco.
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Una hermosa noche, en las orillas del turbio Amazonas, el jaguar pintado se encontró al
erizo, espinudo-testarudo, y a la tortuga, sólida-lenta, sentados debajo del tronco de un
árbol caído. No podían escapar, así que espinudo-testarudo, como era un erizo, se enroscó
convirtiéndose en una bola, y la tortuga sólidalenta, como era una tortuga, metió la
cabeza y las patas todo lo que pudo dentro del caparazón. Y todo, mi niño querido, iba
muy bien. ¿Comprendes?
-Ahora prestadme atención -dijo el jaguar pintado-, porque se trata de algo muy
importante. Mi mamá me dijo que cuando encontrara un erizo tenía que tirarlo al agua
para que se desenroscara, y que cuando encontrara una tortuga tenía que sacarla del
caparazón con la garra. ¿Cuál de vosotros es el erizo y cuál la tortuga? ¡Por mis manchas
que no sabría decirlo!
-¿Estás seguro de lo que te dijo tu mamá? -preguntó el erizo, espinudo-testarudo-.
¿Estás completamente seguro? Quizá te dijera que para desenroscar una tortuga tenías
que sacarla del agua con una cuchara y que cuando agarraras a un erizo tenías que tirarlo
al caparazón.
-¿Estás seguro de lo que te dijo tu mamá? -le preguntó la tortuga, sólida-lenta-. ¿Estás
completamente seguro? Quizá te dijera que cuando agües a un erizo debes echarlo en tu
garra y que cuando encuentres una tortuga debes descascararla hasta que se desenrosque.
-No creo que dijera nada de eso en absoluto –dijo el jaguar pintado un poco confundido-,
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-Como vuelvas a decir otra palabra sobre lo que dijo mi mamá... -contestó el jaguar,
pero antes de que hubiera terminado la frase la tortuga se zambullía sigilosamente en el
turbio Amazonas, nadaba bajo el agua un largo trecho y salía por la orilla en que
espinudo-testarudo la estaba esperando.
-Escapamos por los pelos -dijo espinudo-testarudo-. No me gusta ese jaguar pintado.
¿Qué le dijiste que eras?
-Le dije de verdad que era una verdadera tortuga, pero no me creía y me hizo saltar al
río para ver si lo era, y como lo era, está muy sorprendido. Ahora ha ido a contárselo a su
mamá. ¡Escucha!
Podían oír al jaguar pintado rugiendo de acá para allá entre los árboles y los matorrales
a la vera del turbio Amazonas hasta que llegó su madre.
-¡Hijo mío, hijo mío! -repitió su mamá muchas veces, meneando graciosamente la
cola-, ¿qué has estado haciendo que no deberías haber hecho?
-Traté de sacar algo que decía que quería que lo sacaran de su caparazón utilizando la
garra como una cuchara, y tengo la garra llena de púas -dijo el jaguar pintado.
-¡Hijo mío, hijo mío! -repitió su mamá muchas veces meneando graciosamente la cola-,
por las púas de tu almohadillada garra veo que debe de haber sido un erizo. Debiste
tirarlo al agua.
-Eso se lo hice al otro. Dijo que era una tortuga, pero no le creí y era totalmente cierto,
y se zambulló en el turbio Amazonas y volvió a subir, y no tengo nada que comer y creo
que sería mejor que nos fuéramos a vivir a otro sitio. ¡En el turbio Amazonas son de-
masiado listos para mí!
-¡Hijo mío, hijo mío! -repitió su mamá muchas veces meneando graciosamente la cola-,
ahora préstame atención y recuerda lo que te digo. Un erizo se enrosca convirtiéndose en
una bola y sus púas apuntan de inmediato en todas las direcciones. Así reconocerás al
erizo.
-Esta vieja dama no me gusta un pelo -comentó espinudo-testarudo a la sombra de una
hoja enorme-. A saber qué más sabrá...
-Una tortuga no puede enroscarse -continuó mamá jaguar repitiéndolo muchas veces
mientras meneaba graciosamente la cola-. Sólo mete la cabeza y las patas dentro del
caparazón. Así reconocerás a la tortuga.
-Esta vieja dama no me gusta nada, nada en absoluto -dijo sólida-lenta la tortuga-. Ni
jaguar pintado puede olvidar unas instrucciones como ésas. Es una pena que no sepas
nadar, espinudo-testarudo.
-No me hables -dijo espinudo-testarudo-. Imagínate cuánto mejor sería si pudieras
enroscarte. ¡Menudo lío! Escucha a jaguar pintado.
Jaguar pintado estaba sentado en las orillas del turbio Amazonas quitándose las púas
con la boca y repitiendo para sí:
-No lo olvidará hasta que las ranas críen pelo -comentó espinudo-testarudo-. Sujétame
la barbilla, sólida-lenta. Voy a intentar aprender a nadar. Puede que resulte útil.
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Éste es un dibujo de la historia del jaguar, el erizo, la tortuga y el armadillo toda entera en
un ovillo. Parece bastante igual le vuelvas por donde le vuelvas. La tortuga está en el
medio aprendiendo a doblarse que es por lo que las placas del caparazón de su espalda
están tan separadas. Se encuentra sobre el erizo que está esperando para aprender a nadar.
El erizo es japonés, porque no pude encontrar los nuestros en el jardín cuando quise
dibujarlos (era de día y se habían ido a acostar bajo las dalias). Jaguar moteado está
mirando desde el borde, con su garra almohadillada cuidadosamente vendada por su
mamá, pues se la pinchó utilizándola como una cuchara para sacar al erizo. Está muy
sorprendido viendo lo que hace la tortuga y la garra le duele. La cosa como un hocico con
un ojo pequeño sobre la que trata de subir Jaguar moteado es el armadillo en que se
convertirán la tortuga y el erizo cuando hayan terminado de doblarse y de nadar. Es un
dibujo completamente mágico y ésa es una de las razones por las que no he dibujado los
bigotes del jaguar. La otra razón fue que es tan joven que todavía no le han salido los
bigotes. El nombre cariñoso con que le llamaba su mamá era el de Doffles.
-Está muy bien, gracias -respondió jaguar pintado-, pero tienes que perdonarme que en
este preciso momento no recuerde tu nombre.
-Eso es muy poco amable por tu parte -dijo espinudo-testarudo- teniendo en cuenta que
ayer a estas horas trataste de sacarme del caparazón utilizando tu garra como una
cuchara.
-Pero si no tenías ningún caparazón. Eran todo púas -dijo jaguar pintado-. Lo sé
perfectamente. ¡Mira mi garra!
-A mí me dijiste que me tirara al turbio Amazonas y que me ahogara -dijo sólida-lenta-.
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Luego los dos se enroscaron y rodaron y rodaron alrededor de jaguar pintado hasta que
sus ojos le daban vueltas en la cabeza como verdaderas ruedas de carro.
Entonces se fue a ver a su madre.
-Mamá -dijo-, hoy hay dos animales nuevos en el bosque, y el que decías que no podía
nadar, nada, y el que decías que no podía enroscarse, se enrosca, y creo que se han
repartido las púas entre los dos, porque los dos tienen escamas por todas partes en lugar
de ser uno liso y estar el otro lleno de púas, y, además, ruedan y ruedan en círculo, y yo no
me siento nada a gusto.
-¡Hijo mío, hijo mío! -repitió mamá jaguar muchas veces meneando graciosamente la
cola-, un erizo es un erizo y no puede ser más que un erizo, y una tortuga es una tortuga y
no puede ser nada más.
-Pero ése no es un erizo ni una tortuga, sino un poco de los dos. Y no sé su nombre
propio.
-¡Tonterías! -dijo mamá jaguar-. Todo tiene su nombre propio. Le llamaremos
Armadillo hasta que descubramos su nombre real. Y yo lo dejaría tranquilo.
Jaguar pintado hizo lo que le dijo su mamá, especialmente lo de dejarle tranquilo, pero
lo curioso, mi niño querido, es que desde ese día nadie en las orillas del turbio Amazonas
ha llamado a espinudo-testarudo y a sólida-lenta otra cosa que armadillo. Desde luego
que hay erizos y tortugas en otros lugares (tenemos algunos en el jardín), pero la
auténtica vieja y astuta especie con las escamas superponiéndose unas sobre otras como
las de una piña y que vivió en las orillas del turbio Amazonas desde remotísimos tiempos
pasados, se han llamado siempre armadillos por lo astutos que fueron.
Así que todo, mi i niño querido, está bien, ¿comprendes?
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ocultándose en su armadura,
y creo que jamás andaré tan listo.
Había una vez, en un tiempo de lo más remoto, un hombre neolítico que no era juto ni
anglo, ni siquiera dravídico, lo que bien pudiera haber sido, mi niño querido, pero no te
preocupes de por qué. Era un primitivo que vivía cavernícolamente en una cueva, se
vestía con muy poca ropa, no sabía leer ni sabía escribir ni quería hacerlo, y, salvo
cuando tenía hambre, era muy feliz. Se llamaba Tegumai Bopsulai que significa el-
hombre que-no-adelanta-el-pie-precipitadamente, pero para abreviar, mi niño querido, le
llamaremos Tegumai. Su mujer se llamaba Teshumai Tewindrow, que significa la-dama-
que-hace-muchísimas-preguntas, pero, para abreviar, mi niño querido, la llamaremos
Teshumai. Y su hijita se llamaba Taffimai Metallumai que significa pequeña-sin-
modales-a-la-que-habría-que-zurrar, pero la voy a llamar Taffy. Era lo que más quería
Tegumai Bopsulai y lo que más quería su mamá así que no la zurraban ni la mitad de lo
que le convenía, y los tres eran muy felices. Tan pronto como pudo correr por ahí iba a
todas partes con papá Tegumai. A veces no volvían a la cueva hasta que tenían hambre, y
entonces Teshumai Tewindrow les decía:
-¿Dónde narices habéis estado para venir tan espantosamente sucios? Realmente,
querido Tegumai, no eres mejor que Taffy.
¡Y ahora prestadme atención y escuchad!
Un día Tegumai Bopsulai bajó por el pantano de los castores hasta el río Wagai a coger
carpas con el arpón para cenar, y también fue Taffy. El arpón de Tegumai estaba hecho
de madera con dientes de tiburón en la punta, pero antes de coger un solo pez lo partió
accidentalmente por pincharlo demasiado fuerte contra el fondo del río. Estaban a
kilómetros y kilómetros de casa (por supuesto habían llevado la comida en una bolsita), y
a Tegumai se le había olvidado llevar más arpones.
-¡En buen lío estamos metidos! -exclamó Tegumai-. Me llevará medio día arreglar esto.
-En casa está tu arpón grande y negro -dijo Taffy-. Déjame volver corriendo a la cueva
y pedírsela a mamá.
-Está demasiado lejos para tus piernecitas regordetas -dijo Tegumai-. Además podrías
caerte en el pantano de los castores y ahogarte. Tenemos que arreglárnoslas como
podamos. Se sentó y sacó una bolsita de cuero para hacer reparaciones, llena de tendones
de reno, tiras de cuero, trozos de cera de abeja y de resina y empezó a reparar el arpón.
Taffy también se sentó, y, con los dedos de los pies en el agua y la barbilla en la mano,
pensó muy seriamente. Luego dijo:
-Oye, papá, es un fastidio horroroso que ni tú ni yo sepamos escribir, ¿no? Si
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levantadas como hacen algunos en el suelo del salón cuando quieren dibujar, y dijo:
-¡Ahora te haré unos dibujos preciosos! Puedes mirar por encima del hombro, pero no
debes moverme. Primero dibujaré a papá pescando. No se le parece mucho, pero mamá le
conocerá, porque le he dibujado con el arpón todo roto. Bueno, ahora dibujaré el otro
arpón que quiere, el de mango negro. Parece como si se le estuviera clavando a papá en la
espalda, pero es que el diente de tiburón se me resbaló y el trozo de corteza no es bastante
grande. Ése es el arpón que quiero que vayas a buscar, por eso me dibujaré a mí misma
explicándotelo. No tengo el pelo tan en punta como lo he dibujado, pero es más fácil
hacerlo así. Ahora te dibujaré a ti. Creo que eres muy agradable de verdad, pero no sé
hacerte guapo en el dibujo así que no debes ofenderte. ¿Te has ofendido?
El forastero (que era un tewara) sonrió. Pensó: «Debe de ir a tener lugar una gran
batalla en alguna parte, y esta niña extraordinaria, que coge mi diente de tiburón mágico
y no se hincha ni explota, me está diciendo que vaya a llamar a toda la tribu del gran jefe
para que le ayuden. Es un gran jefe o si no se habría fijado en mí».
-Mira -dijo Taffy dibujando con mucha fuerza, pero con garabatos-. Ahora te he
dibujado a ti, te he puesto en la mano el arpón que quiere papá para que te acuerdes de
que tienes que traerlo. Ahora te enseñaré cómo encontrar el lugar en que vive mi mamá.
Vas seguido hasta que llegas a dos árboles (ésos son árboles), luego subes una colina
(esto es una colina), después llegas a un pantano de castores que está todo lleno de
castores. No les he dibujado enteros, porque no sé dibujar castores, pero he dibujado sus
cabezas que es todo lo que verás cuando cruces el pantano. ¡Ten cuidado de no caerte!
Luego nuestra cueva está justo detrás del pantano. No es tan alta como las colinas en
realidad, pero no sé dibujar cosas muy pequeñas. Ésa que está fuera es mi mamá. Es muy
guapa. Es la más guapísima de todas las mamás, pero no se ofenderá cuando vea que la
he dibujado tan vulgar. Estará muy orgullosa de mí porque sé dibujar. Aquí, por si se te
olvida, he dibujado el arpón que quiere papá fuera de la cueva. En realidad está dentro,
pero tú enseñas el dibujo a mi mamá y ella te lo dará. La he dibujado con las manos en
alto porque sé que estará encantada de verte. ¿Verdad que es un dibujo bonito? ¿Lo has
entendido bien, o te lo explico otra vez?
El forastero (que era un tewara) miró el dibujo y asintió con fuerza. Pensó para sí:
«Como no traiga a la tribu de este gran jefe para que le ayuden, sus enemigos, que vienen
por todas partes con arpones, le matarán. ¡Ahora comprendo por qué el gran Jefe
pretendía no verme! Temía que sus enemigos se escondieran en los arbustos y le vieran
entregarme un mensaje. Por eso me dio la espalda y dejó que esta sabia y sorprendente
niña hiciera este terrible dibujo mostrándome sus dificultades. Iré a conseguirle ayuda de
su tribu». Ni siquiera le preguntó a Taffy el camino, sino que se metió en los arbustos
corriendo como el viento, con la corteza de abedul en la mano, y Taffy se sentó
contentísima.
¡Pues aquí tenéis el dibujo que le hizo Taffy!
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-Taffy, ¿qué has estado haciendo? -preguntó Tegumai que había arreglado el arpón y lo
ondeaba con cuidado de un lado a otro.
-Es un arreglito mío, querido papá -respondió Taffy-. Si no me haces preguntas lo
sabrás dentro de un rato y te sorprenderá. ¡No sabes lo que te va a sorprender, papá! Te
prometo que te sorprenderás.
-Muy bien -dijo Tegumai y siguió pescando.
El forastero, ¿sabías que era un tewara?, se apresuró con el dibujo y recorrió algunos
kilómetros hasta que por pura casualidad encontró a Teshumai Tewindrow en la puerta de
su cueva charlando con otras señoras neolíticas que habían venido a tomar una comida
primitiva. Taffy se parecía mucho a Teshumai, sobre todo en la parte superior de la cara y
en los ojos de manera que el forastero, siempre un auténtico tewara, sonrió cortésmente y
le dio la corteza de abedul. Había corrido tanto que jadeaba y tenía las piernas arañadas
por las zarzas, pero aun así trataba de ser cortés.
Tan pronto como vio el dibujo dio un grito y se lanzó contra el forastero. Las otras
señoras neolíticas le derribaron de inmediato y se sentaron sobre él en una larga línea de
seis, mientras Teshumai le tiraba del pelo.
-Está tan claro como la nariz en la cara del forastero -dijo Teshumai-. Ha acribillado
con el arpón a mi Tegumai y asustado a la pobre Taffy que por eso tiene los pelos de
punta, y no contento con eso me trae un horrible dibujo de cómo lo hizo. ¡Mirad! Enseñó
el dibujo a las señoras neolíticas que estaban sentadas pacientemente encima del
forastero.
-Aquí está mi Tegumai con el brazo roto, aquí está el arpón clavado en su espalda, aquí
un hombre listo para arrojar el arpón, aquí otro hombre arrojando el arpón desde una
cueva, y aquí todo un tropel de gente (en realidad eran los castores de Taffy, pero
parecían más bien personas) aproximándose a Tegumai por detrás. ¿No es horrible?
-¡Verdaderamente horrible! -dijeron las señoras neolíticas, que se pusieron a llenar de
barro el pelo del forastero (lo que le sorprendió), a tocar los tambores reverberantes de la
tribu y a reunir a todos los jefes de la tribu de Tegumai, con sus comandantes y sus húsa-
res, todos sus reyezuelos, y los pámpanos y archipámpanos de la organización, además de
los hechiceros, nigromantes, oráculos, bonzos y demás, quienes decidieron que, antes de
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cortarle la cabeza al forastero, éste debía llevarlos de inmediato al río y mostrarles dónde
había escondido a la pobre Taffy.
Por entonces el forastero (a pesar de ser un tewara) estaba realmente enfadado. Le
habían convertido el pelo en una masa compacta de barro. Le habían hecho dar vueltas
arriba y abajo sobre guijarros irregulares. Se le habían sentado encima en una larga línea
de seis. Le habían aporreado y zarandeado hasta que apenas si podía respirar. Y, aunque
no entendía su lengua, estaba casi seguro de que los nombres que le aplicaban las señoras
neolíticas no eran nada finos. Sin embargo no dijo nada hasta que toda la tribu de
Tegumai estuvo reunida. Entonces les llevó a la orilla del río Wagai, donde encontraron a
Taffy haciendo guirnaldas de margaritas y a Tegumai atravesando cuidadosamente
pequeñas carpas con su arpón arreglado.
-¡Pues sí que has sido rápido! -dijo Taffy-. Pero ¿por qué has traído tanta gente?
Querido papá, ésta es mi sorpresa. ¿Estás sorprendido, papá?
-Mucho -dijo Tegumai-, aunque me has arruinado la pesca por hoy. Pero bueno, Taffy,
¿no está aquí toda la querida, amable, agradable, limpiay tranquila tribu?
Y efectivamente allí estaban todos. En primer lugar venían Teshumai Tewindrow y las
señoras neolíticas sujetando bien al forastero que tenía el pelo lleno de barro (aunque era
un tewara). Tras ellas llegaban el gran jefe, el vicejefe, los jefes suplentes y ayudantes
(todos armados hasta los dientes superiores), los comandantes y jefes de centuria, los
jefes de pelotón con sus pelotones, los húsares con sus destacamentos, los reyezuelo, los
pámpanos y los archipámpanos (también armados hasta los dientes). Detrás de ellos venía
la tribu en orden jerárquico, desde los dueños de cuatro cuevas (una para cada estación),
un corral de renos - y dos saltos de agua con salmones hasta los villanos prognatos
dependientes del señor feudal, con un medio derecho a media piel de oso en las noches de
invierno a siete metros del fuego y los siervos de la gleba que no tenían derecho más que
al usufructo de roídos huesos con tuétano que, a su muerte, volverían a ser propiedad de
su señor. (¿No te parecen unas palabras hermosas, mi niño querido?) Allí estaban todos,
saltando y gritando de forma que asustaron a todos los peces en veinte kilómetros, lo que
les agradeció Tegumai en un fluido discurso neolítico.
Entonces Teshumai Tewindrow corrió a besar y abrazar a Taffy con todas sus fuerzas,
pero el gran jefe de la tribu de Tegumai cogió a Tegumai por las plumas del moño y le
sacudió con fuerza.
-¡Explicad! ¡Explicad! ¡Explicad! -gritó toda la tribu de Tegumai.
-¡Por todos los santos vivos! -exclamó Tegumai-. Suéltame el moño. ¿Es que no se le
puede romper a uno el arpón de las carpas sin que caiga sobre él todo el país? Sois una
gente muy entrometida.
-Creo que no habéis traído el arpón de mango negro de mi papá después de todo -dijo
Taffy-. ¿Y qué estáis haciendo a mi buen forastero?
Le estaban zumbando por parejas, por tríos y por decenas hasta que los ojos le daban
vueltas y más vueltas. No podía hacer más que jadear y señalar a Taffy.
-Querido -dijo Teshumai Tewindrow-, ¿dónde están los malvados que te clavaron el
arpón?
-No ha habido ninguno -respondió Tegumai-. Mi único visitante esta mañana ha sido el
pobre hombre al que estáis tratando de ahogar. ¿No estás bien o estás mal, oh tribu de
Tegumai?
-Vino con un dibujo horrible -dijo el gran jefeUn dibujo en el que estabas acribillado
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Precisamente así Rudyard Kipling
con arpones.
-¡Ehhh... hummm...! Quizá sería mejor que os explicara que yo le di ese dibujo -dijo
Taffy, que no se encontraba muy a gusto.
-¡Tú! -exclamó toda la tribu de Tegumai al unísono-. ¡Pequeña-sin-modales-a-la-que-
habría-que-zurrar! ¡Tú!
-Taffy, querida, me temo que tenemos problemas -dijo su papá estrechándola con el
brazo para que no se preocupara.
-¡Explicad! ¡Explicad! ¡Explicad! -dijo el gran jefe de la tribu de Tegumai saltando a la
pata coja.
-Yo quería que el forastero trajera el arpón de papá, así que la dibujé -explicó Taffy-.
No había muchos arpones. Sólo había uno. Lo dibujé tres veces para mayor seguridad.
No pude evitar que pareciera que estaba clavada en la cabeza de papá... porque no había
espacio en la corteza de abedul. Y eso que mamá llama malvados son mis castores. Los
dibujé para indicarle el camino por el pantano, y dibujé a mamá en la boca de la cueva
con aspecto complacido porque es un forastero agradable, y creo que sois la gente más
estúpida del mundo. Él es un hombre muy agradable. ¿Por qué le habéis llenado el pelo
de barro? ¡Lavadle!
Nadie dijo nada durante mucho tiempo, hasta que el gran jefe se echó a reír, entonces el
forastero (que era como mínimo un tewara) se echó a reír, luego Tegumai se rió a
carcajadas hasta caer cuan largo era sobre la orilla, después toda la tribu se rió más y peor
y más alto. Las únicas que no se reían eran Teshumai
Tewindrow y las señoras neolíticas. Ellas eran muy educadas con todos sus maridos y
les llamaban a menudo ¡idiotas!
Entonces el gran jefe de la tribu de Tegumai gritó, dijo y cantó:
-¡Oh, pequeña-sin-modales-a-la-que-habría-quezurrar, has dado con un gran invento!
-No lo pretendía. Sólo quería el arpón de mango negro de papá -dijo Taffy.
-No importa. Es un gran invento, y algún día los hombres lo llamarán escritura. De
momento son sólo dibujos, y, como hemos visto hoy, los dibujos no son siempre
adecuadamente comprendidos. Pero llegará el día, ¡oh niña de Tegumai!, en que haremos
letras, veintiséis letras, y en que sabremos leer y también escribir y entonces diremos
siempre exactamente lo que queremos sin errores. ¡Que las señoras neolíticas laven el
barro del pelo del forastero!
-Eso me gustará -dijo Taffy-, porque después de todo, aunque has traído todos los
arpones habidos y por haber en la tribu de Tegumai, has olvidado el arpón de mango
negro de mi papá.
Entonces el gran jefe gritó, dijo y cantó:
-Querida Taffy, la próxima vez que escribas una carta-dibujo será mejor que la envíes
con un hombre que sepa hablar nuestra lengua para que explique lo que significa. A mí
no me importa porque soy un gran jefe, pero es muy molesto para el resto de la tribu de
Tegumai y, como puedes ver, sorprende al forastero.
Entonces adoptaron en la tribu de Tegumai al forastero (un auténtico tewara de Tewar)
por haber sido un caballero y no haber armado ningún alboroto por el barro que las
señoras neolíticas le habían puesto en el pelo. Pero desde ese día hasta hoy (me imagino
que es todo por culpa de Taffy) a muy pocas niñas pequeñas les ha gustado aprender a
leer o escribir. La mayoría prefiere hacer dibujos y jugar con sus papás... igual que Taffy.
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Precisamente así Rudyard Kipling
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Una semana después de que Taffimai Metallumai (la seguiremos llamando Taffy, mi
niño querido) cometiera aquel pequeño error con el arpón de su papá, el forastero, la
carta-dibujo y todo eso, volvió a ir a pescar carpas con su papá. Su mamá quería que se
quedara en casa para ayudarla a colgar pieles a secar en los grandes palos del secadero en
la parte exterior de su cueva neolítica, pero Taffy madrugó, se escabulló con su papá y
pescaron. Al poco empezó con risitas, y su papá le dijo:
-Niña, no hagas tonterías.
-¿Verdad que fue emocionante? -dijo Taffy-. ¿Te acuerdas de cómo el gran jefe
hinchaba los carrillos y lo gracioso que estaba el bueno del forastero con el barro en el
pelo?
-Pues claro -respondió Tegumai-. Tuve que pagar dos pieles de ciervo, de las suaves
con festones, al forastero por lo que le hicimos.
-Nosotros no hicimos nada -dijo Taffy-. Fue mamá y las otras señoras neolíticas y... el
barro.
-No hablemos de eso -dijo su papá-. Comamos.
Taffy cogió un hueso con tuétano y se quedó sentada callada como un ratón durante
diez minutos completos, mientras su papá rayaba garabatos en trozos de corteza de
abedul con un diente de tiburón. Luego dijo:
-Papá, he pensado una sorpresa secreta. Haz un sonido... cualquier sonido.
-¡Ah! -dijo Tegumai-. ¿Vale ése para empezar?
-Sí -aseguró Taffy-. Pareces una carpa con la boca abierta. Dilo otra vez, por favor.
-¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! -repitió su papá-. No seas pesada, hija mía.
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-No quiero serlo, de verdad de la buena -dijo Taffy-. Forma parte de mi idea-secreta-
sorpresa. Papá, di ah manteniendo la boca abierta al final y déjame ese diente. Voy a
dibujar una boca de carpa completamente abierta.
-¿Para qué? -preguntó su papá.
-¿No lo entiendes? -dijo Taffy haciendo garabatos en la corteza-. Eso será nuestra
sorpresita secreta. Cuando dibuje una carpa con la boca abierta en la parte ahumada al
fondo de nuestra cueva -si a mamá no le importa-, eso te recordará este sonido de ah.
Entonces podremos jugar a que yo saltaba de la oscuridad y te sorprendía con ese
sonido... como hice el invierno pasado en el pantano de los castores.
-¿De verdad? -dijo su papá en el tono que utilizan los adultos cuando realmente están
prestando atención-. Continúa, Taffy.
-¡Oh, vaya! -se quejó-. No puedo dibujar una carpa entera, pero sí que puedo dibujar
algo que signifique una boca de carpa. ¿No sabes cómo se ponen de cabeza hozando en el
barro? Bueno, pues aquí tenemos una carpa fingida (podemos imaginar que el resto está
dibujado). Ésta es justo la boca y eso significa ah.
Y dibujó esto (1).
-No está mal -indicó Tegumai y lo rasguñó en su propia corteza-, pero has olvidado el
palpo que le cuelga de la boca.
-Pero no sé dibujarlo, papá.
-No hace falta que dibujes más que la boca abierta y el palpo a través. Así sabremos
que es una carpa, porque las percas y las truchas no tienen palpos. Mira, Taffy.
Y dibujó esto (2).
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Su papá, que tenía los ojos brillantes de excitación, asintió con la cabeza.
-Es hermoso -dijo ella-. Ahora, haz otro sonido, papá.
-¡Oh! -dijo su papá, muy alto.
-Eso es muy fácil -dijo Taffy-. Pones la boca toda redonda, como un huevo o una
piedra. Así que un huevo o una piedra valdrán para eso.
-No siempre se encuentran huevos o piedras. Tendremos que rasguñar algo redondo
como si fuera uno.
Y dibujó esto (6).
-¡Caramba! -dijo Taffy-. ¡Cuántos dibujos de sonidos hemos hecho... boca de carpa,
cola de carpa y huevo! Ahora haz otro sonido, papá.
-¡Ssh! -dijo su papá frunciendo el entrecejo, pero Taffy estaba demasiado excitada para
notarlo.
-Ése es muy fácil -dijo rasguñando en la corteza.
-¿Eh? ¿Qué? -dijo su papá-. Quiero decir que estaba pensando y no quería que me
molestaran.
-Es un sonido, de todas formas. Es el sonido que hace una serpiente, papá, cuando está
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pensando y no quiere que la molesten. Dibujemos el ruido ssh como una serpiente.
¿Valdrá esto?
Y dibujó esto (7).
-Ahí tienes -dijo ella-. Es otro secreto sorpresa. Cuando dibujes una serpiente silbando
junto a la puerta de tu pequeño rincón en la trasera de la cueva donde arreglas los
arpones, sabré que estás pensando profundamente y entraré con el sigilo de un ratón. Y si
lo dibujas en un árbol junto al río cuando estés pescando sabré que quieres que camine
con todo el sigilo de un ratón para que no retumbe la orilla.
-Muy bien -dijo Tegumai-. En este juego hay mucho más de lo que te piensas. Taffy,
querida, tengo la impresión de que la hija de tu papá ha dado con la cosa más sutil desde
que la tribu de Tegumai empezó a utilizar dientes de tiburón en lugar de pedernales en las
puntas de sus arpones. Creo que hemos descubierto el gran secreto del mundo.
-¿Por qué? -preguntó Taffy con los ojos brillando de excitación.
-Te lo explicaré -dijo su papá-. ¿Cómo decimos agua en la lengua tgumai?
-Ya, desde luego, y también significa río... como Wagai ya, el río Wagai.
-¿Y cómo decimos agua mala que te da fiebre si la bebes... el agua negra... el agua de
pantano?
-Yo, desde luego.
-Pues mira -dijo su papá-. Imagínate que ves esto garrapateado junto a una charca del
pantano de los castores.
Y dibujó esto (8).
-Cola de carpa y huevo redondo. ¡Dos sonidos mezclados! Yo, agua mala -dijo Taffy-.
Por supuesto que no bebería de esa agua porque sabría que tú decías que era mala.
-Pero no tendría que estar cerca del agua para nada. Podría estar cazando a kilómetros
de distancia, y aun así...
-Y aun así sería igual que si estuvieras allí diciendo: Márchate, Taffy, o cogerás la
fiebre. ¡Todo eso con una cola de carpa y un huevo redondo! ¡Oh, papá, tenemos que
decírselo a mamá, enseguida! -y Taffy se puso a bailar en torno a su papá.
-Aún no -dijo Tegumai-, no hasta que hayas ido un poco más lejos. Veamos. Yo es agua
mala, pero so es comida cocinada al fuego, ¿verdad?
Y dibujó esto (9).
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-Sí. Serpiente y huevo –dijo Taffy-. Eso significa que la comida está preparada. Si lo
vieras dibujado en un árbol sabrías que era hora de volver a la cueva. Y eso es lo que
haría yo.
-¡Caramba! -dijo Tegumai-. Eso también es verdad. Pero espera un momento. Veo una
dificultad. So significa ven a comer, pero sho son los palos en los que ponemos nuestras
pieles a secar.
-¡Los horribles palos de secar! -exclamó Taffy-. Odio ayudar a mamá a colgar en ellos
esas pieles pesadas, calientes y peludas. Si dibujaras la serpiente y el huevo, pensaría que
significaba comida, vendría del bosque y me encontraría con que significaba que tenía
que ayudar a mamá a colgar las pieles en los palos de secar, y ¿qué haría?
-Te enfadarías. Y mamá se enfadaría contigo. Tenemos que hacer un dibujo nuevo para
sho. Debemos dibujar una serpiente moteada que silbe sh-sh, y supondremos que la
serpiente común sólo silba ssss.
-No sabría cómo dibujar las motas -dijo Taffy-. Y puede que si un día tuvieras prisa no
las pusieras, y yo creería que decía so cuando era sho y entonces mamá me cazaría de
todas formas. ¡Ni hablar! Creo que sería mejor hacer un dibujo de los mismísimos palos
de secar, altos y horribles, para estar bien seguros. Los pondré inmediatamente después
de la serpiente silbando. ¡Mira!
Y dibujó esto (10).
-Quizá sea lo más seguro. En todo caso se parece mucho a nuestros palos de secar -dijo
su papá riendo-. Ahora haré un sonido nuevo con los sonidos de la serpiente y de los
palos de secar. Diré shi. En tegumai significa arpón, Taffi.
Y se echó a reír.
-No te burles de mí -dijo Taffy, pensando en su carta-dibujo y en el barro en la cabeza
del forastero-. Dibújalo tú, papá.
-Esta vez no pondremos castores ni colinas, ¿eh?-dijo su papá-. Sólo pondré una línea
recta que represente mi arpón.
Y dibujó esto (11).
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-Tenemos que hacer un dibujo nuevo para ese sonido final, ¿verdad?
-¡Shu-shu-u-u-u!-dijo su papá-. Anda, si es como el sonido del huevo redondo, pero
adelgazado.
-Entonces supón que dibujamos un huevo redondo y delgado y nos imaginamos que es
una rana que lleva años sin comer nada.
-No, no -dijo su papá-. Si lo dibujáramos con prisas podríamos confundirlo con el
propio huevo redondo. ¡Shu-shu-shu! Te diré lo que haremos. Abriremos un pequeño
agujero en la parte de arriba del huevo para indicar que el ruido de O se vuelve más
delgado, ooo-oo-oo. Así.
Y dibujó esto (12).
-¡Oh, es un encanto! Mucho mejor que una rana delgada. Sigue -dijo Taffy utilizando
su diente de tiburón.
Su papá continuó dibujando. La mano le temblaba de excitación. Siguió dibujando
hasta que hubo hecho esto (13).
-No quites la vista del dibujo, Taffy -dijo su papá-. Intenta averiguar lo que significa en
lengua tegumai. Si lo consigues, habremos descubierto el secreto.
-Serpiente... palo de secar... huevo roto... cola de carpa y boca de carpa -dijo Taffy-.
Shu-ya, agua del cielo (lluvia). -Justo en aquel momento le cayó una gota en la mano,
porque el día se había puesto nublado-. Anda, papá, está lloviendo. ¿Era eso lo que que-
rías decirme?
-Claro -dijo su papá-. Y te lo he dicho sin utilizar una sola palabra, ¿no?
-Bueno, creo que lo habría adivinado en un minuto, pero esa gota me hizo estar
completamente segura. No se me olvidará nunca. Shu ya significa lluvia o va a llover.
¡Fantástico, papá! -se levantó y se puso a bailar alrededor de su papá-. Imagínate que
sales antes de que me despierte y dibujas shu ya en la parte ahumada de la pared, yo
sabría que iba a llover y me pondría la capucha de piel de castor. ¡Lo que se sorprenderá
mamá!
Tegumai se levantó y bailó (a los papás de entonces no les importaba hacer esas cosas).
-¡Más! ¡Todavía más! -dijo su papá-. Supón que quería decirte que no iba a llover
mucho y que debías bajar al río, ¿qué dibujaríamos? Di las palabras primero en lengua
tegumai.
-Shu ya-las, ya maru (agua del cielo terminar, río venir). ¡Cuántos sonidos nuevos! No
sé cómo vamos a dibujarlos.
-¡Pero yo sí... yo sí! -dijo Tegumai-. Presta atención un minuto, Taffy, y ya no haremos
más hoy. Ya tenemos shu ya, ¿no?, pero ese las es un fastidio. ¡La-la-la! -exclamó
Tegumai ondeando el diente de tiburón.
-Tenemos la serpiente silbando al final y la boca de carpa delante de la serpiente: as-as-
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-Justo lo que queríamos -dijo Tegumai-. Eso sí que es la de pies a cabeza. Y además no
se parece a ninguno de los otros dibujos.
Y dibujó esto (15).
-Ahora ya. ¡Oh!, eso ya lo hicimos. Entonces maru. Mum-mum-mum. Mum, hay que
cerrar la boca, ¿no? Dibujaremos una boca cerrada como ésta.
Y la dibujó (16).
-Luego viene la boca de carpa abierta. Eso hace ¡Ma-ma-ma! Pero, ¿qué hacemos con
esa rrrrr, Taffy?
-Suena toda áspera y cortante como tu sierra de dientes de tiburón cuando cortas una
tabla para la canoa -dijo Taffy.
-¿Quieres decir con las puntas afiladas, como esto?
Y lo dibujó (17).
-Exacto -respondió Taffy-. Pero no necesitamos todos esos dientes. Pon sólo dos.
-Pondré sólo uno -dijo Tegumai-. Si este juego nuestro va a valer para lo que creo que
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valdrá, cuanto más fáciles hagamos los dibujos de los sonidos mejor para todos.
Y lo dibujó (18).
-Ya lo tenemos -dijo Tegumai poniéndose sobre una pierna-. Los dibujaré todos en una
cuerda como al pescado.
-¿No será mejor que pongamos un palito o algo entre cada palabra para que no se rocen
y se junten, lo mismo que si fueran carpas?
-¡Oh!, dejaré un espacio para eso -dijo su papá. Y muy excitado las dibujó todas en un
gran trozo nuevo de corteza de abedul sin detenerse (19).
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Muchos de los otros dibujos eran demasiado bonitos al comienzo, especialmente antes
de comer, pero según los iban haciendo una y otra vez en la corteza de abedul se volvían
más sencillos y fáciles, hasta que al final incluso Tegumai dijo que no les encontraba nin-
gún defecto. Dieron la vuelta a la serpiente silbando
para el sonido de la Z, indicando que se silbaba hacia atrás de un modo suave y delicado
(23). Para la E hicieron sólo un nudo, porque salía muy a menudo (24). Para el sonido de
la B hicieron dibujos del castor sagrado de los tegumais (25,26, 27 y 28), y para la N,
como tenía un desagradable sonido nasal, dibujaron narices hasta que se cansaron (29).
Para el glotón sonido Ga hicieron dibujos de la boca del gran lucio de la laguna (30), y
volvieron a dibujar la boca del lucio con un arpón por detrás para el sonido áspero e
hiriente de la K (31). Para el agradable, serpenteante y ventoso
sonido Wa hicieron dibujos de un trocito del serpenteante río Wagai (32 y 33) y así
siguieron y siguieron hasta que hubieron hecho todos los dibujos de sonidos que querían
y tuvieron el alfabeto todo completo.
Y después de miles y miles y miles de años, y después de los jeroglíficos y de la
escritura demótica, y la nilótica y la críptica y la cúfica y la rúnica y la dórica y la jónica,
después de todo tipo de trucos y retorcimientos (porque los reyezuelos, caciques y
archipámpanos y todos los depositarios de la tradición nunca dejan en paz algo bueno
cuando lo ven), el viejo, bueno, fácil y comprensible alfabeto, el de A, B, C, D, E y las
demás letras, recuperó de nuevo su forma auténtica para que lo aprendan todos los niños
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Una de las primeras cosas que hizo Tegumai Bopsulai después de haber terminado el
alfabeto con su hija Taffy, fue elaborar un collar alfabético mágico con todas las letras
para que se pudiera poner en el Templo de tegumai y se guardara para siempre. Todos los
miembros de la tribu tegumai trajeron sus cuentas más preciosas y los objetos más bellos,
y Taffy y Tegumai emplearon cinco años enteros en poner el collar en orden. Éste es el
dibujo del mágico collar-alfabeto. El cordón se hizo con los tendones de reno más finos y
fuertes y lo rodearon con delgado alambre de cobre.
Empezando por arriba, la primera es una vieja cuenta de plata que pertenecía al sumo
sacerdote de la tribu de Tegumai. Luego vienen tres perlas negras de molusco. Después
una cuenta de arcilla (azul y gris). A continuación una pepita de oro enviada como regalo
por una tribu que la consiguió en África (aunque debe de ser de la India en realidad). La
siguiente es una cuenta de vidrio larga y de lados planos procedente de África (la tribu de
Tegumai la obtuvo en una lucha). Luego vienen dos cuentas de arcilla (blanca y verde),
una con puntos, y la otra con puntos y rayas. Después hay tres cuentas de ámbar bastante
desconchadas. Luego tres de arcilla (roja y blanca) dos con puntos, y la grande del centro
con un motivo dentado. Ahí empiezan las letras, y entre cada letra hay una pequeña
cuenta de arcilla blanquecina con la letra repetida en pequeño. Aquí están las letras:
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Antes de los tiempos pasados y remotísimos, mi niño querido, fue el tiempo de los
mismísimos comienzos, en los días en que el más antiguo de los magos estaba ter-
minando las cosas. Primero tuvo lista la Tierra, luego el Mar, y entonces dijo a todos los
animales que podían salir a jugar. Y los animales dijeron:
-¡Oh!, el más antiguo de los magos, ¿a qué jugaremos?
Y él les respondió:
-Yo os enseñaré.
Tomó al elefante, el-único-elefante-que-había, y le dijo:
-Juega a ser un elefante -y el-único-elefante-que había jugó.
Tomó al castor, el-único-castor-que-había, y le dijo:
-Juega a ser un castor -y el-único- castor-que-había jugó.
Tomó a la vaca, la-única-vaca-que-había, y le dijo:
-Juega a ser una vaca -y la-única-vaca-que-había jugó.
Tomó a la tortuga, la-única-tortuga-que-había, y le dijo:
-Juega a ser una tortuga -y la-única-tortuga-quehabía jugó.
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Tomó, uno por uno, a todos los animales, los pájaros y los peces y les dijo cómo jugar.
Pero al atardecer, cuando las personas y las cosas se vuelven inquietas y cansadas,
apareció el hombre (¿con su propia hijita?)... Sí, con su queridísima hijita sentada en su
hombro, y dijo:
-¿Qué juego es éste, oh, el más antiguo de los magos?
Y el más antiguo de los magos respondió:
-¡Oh, hijo de Adán!, éste es el juego de los mismísimos comienzos, pero tú eres
demasiado sabio para este juego.
El hombre le saludó y dijo:
-Sí, soy demasiado sabio para este juego, pero procura que todos los animales me
obedezcan.
Pues bien, mientras los dos hablaban, Pau Amma, el cangrejo, que era el siguiente para
jugar, se escabulló de soslayo y se metió en el mar diciendo para sí:
-Jugaré mi juego yo solo en las aguas profundas y no obedeceré nunca a este hijo de
Adán.
Nadie le vio marcharse salvo la hijita sentada en el hombro de su papá. El juego
continuó hasta que no quedó ningún animal sin recibir sus órdenes, y el más antiguo de
los magos se sacudió el fino polvo de las manos y paseó por el mundo para ver cómo
jugaban los animales.
Fue al Norte, mi niño querido, y encontró al-único-elefante-que-había, escarbando con
los colmillos y dando pisotones con las patas a la bonita y limpia tierra nueva que le
habían preparado.
-¿Kun?-preguntó el-único-elefante-que-había, lo que significaba: ¿lo hago bien?
-Payah kun -respondió el más antiguo de los magos, lo que significaba: perfectamente.
Y sopló a las grandes rocas y terrones de tierra lanzados por el-único-elefanteque-había y
se convirtieron en las grandes montañas del Himalaya que puedes ver en cualquier mapa.
Fue al Este, y encontró a la-única-vaca-que-había, pastando en el campo que le habían
preparado, y con la lengua lamía un bosque entero de una vez, lo tragaba y se sentaba a
rumiarlo.
-¿Kun? -preguntó la única vaca que había.
-Payah kun -respondió el más antiguo de los magos, y sopló sobre el pelado prado que
había comido la vaca y sobre el sitio en que había estado sentada, y el primero se
convirtió en el gran desierto índico y el segundo en el desierto del Sáhara que puedes ver
en el mapa.
Fue al Oeste, y encontró al-único-castor-que-había haciendo una presa de castor en las
desembocaduras de los anchos ríos que le habían preparado.
-¿Kun?-preguntó el-único-castor-que-había.
-Payah kun -respondió el más antiguo de los magos, y sopló a los árboles caídos y el
agua estancada y se convirtieron en los Everglades de Florida que puedes ver en el mapa.
Luego fue al Sur y encontró a la única tortuga que había escarbando con sus aletas en la
arena que le habían preparado, y la arena y las rocas salían lanzadas por el aire y caían
lejos en el mar.
-¿Kun? -preguntó la-única-tortuga-que-había.
-Payah kun -respondió el más antiguo de los magos y sopló a la arena y a las rocas
donde habían caído en el mar y se convirtieron en las hermosísimas islas de Borneo,
Célebes, Sumatra, Java y el resto del archipiélago malayo que puedes ver en el mapa.
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Al poco tiempo el más antiguo de los magos encontró al hombre en las orillas del río
Perak, y dijo:
-¡Hola, hijo de Adán! ¿Te obedecen todos los animales?
-Sí -respondió el hombre.
-¿Te obedece toda la Tierra?
-Sí -respondió el hombre.
-¿Te obedece todo el Mar?
-No -respondió el hombre-. Una vez por el día y una vez por la noche el mar sube por el
río Perak y empuja al agua dulce al bosque con lo que humedece mi casa. Una vez por el
día y una vez por la noche hace bajar al río arrastrando toda el agua tras él de forma que
no deja más que barro y me vuelca la canoa ¿Es ése el juego que le dijiste que jugara?
-No -respondió el más antiguo de los magos-. Ése es un juego nuevo y malo.
-¡Mira! -dijo el hombre, y al decirlo el gran mar subía por el río Perak, empujando al río
hacia atrás hasta que inundaba todos los oscuros bosques en kilómetros y kilómetros, y
anegaba la casa del hombre.
-Esto no está bien. Saca tu canoa y descubriremos quién está jugando con el mar-dijo el
más antiguo de los magos.
Subieron a la canoa. La hijita iba con ellos. Y el hombre cogió su kris... una daga curva
y ondulante con una hoja semejante a una llama, y salieron navegando por el río Perak.
Entonces el mar empezó a arrastrar con fuerza hacia atrás y la canoa fue aspirada,
sacándola de la desembocadura del río Perak, pasando Selangor, pasando Malaca,
pasando Singapur y adentrándose en el mar hasta la isla de Bintang como si hubieran
tirado de ella con una cuerda. Entonces el más antiguo de los magos se levantó y gritó:
-¡Eh!, animales, aves y peces que tomé entre mis manos en el mismísimo comienzo y
enseñé el juego que debías jugar, ¿quién de vosotros está jugando con el mar?
Y todos los animales, aves y peces respondieron juntos:
-¡Oh el más antiguo de los magos!, nosotros jugamos a los juegos que nos enseñaste a
jugar.. nosotros y los hijos de nuestros hijos. Pero ninguno de nosotros juega con el mar.
Luego la luna se elevó, grande y llena, sobre el agua, y el más antiguo de los magos
dijo al viejo jorobado que está sentado en la luna hilando un sedal con el que espera
atrapar al mundo un día:
-¡Eh!, pescador de la luna, ¿estás tú jugando con el mar?
-No -respondió el pescador-, estoy hilando un sedal con el que algún día atraparé al
mundo, pero yo no juego con el mar -y continuó hilando su sedal.
Pero en la luna hay también una rata que muerde el sedal del pescador con la misma
rapidez que él lo hila, y el más antiguo de los magos le dijo:
-¡Eh!, rata de la luna, ¿estás tú jugando con el mar?
Y la rata respondió:
-Estoy demasiado ocupada mordiendo el sedal que hila este viejo pescador. Yo no
juego con el mar -y siguió mordiendo el sedal.
Entonces la hijita levantó los suaves bracitos morenos con hermosos brazaletes de
concha blanca y dijo:
-¡Oh el más antiguo de los magos! Cuando mi padre habló contigo aquí en el
mismísimo comienzo y yo me sentaba sobre su hombro mientras enseñabas a jugar a los
animales hubo uno que se marchó con malicia al mar antes de que le enseñaras su juego.
Y el más antiguo de los magos dijo: «¡Qué sabios son los niños que ven y guardan
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Éste es el dibujo de Pau Amma, el cangrejo, escapando mientras el más antiguo de los
magos habla con el hombre y su hijita. El más antiguo de los magos está sentado en su
trono mágico y envuelto en su nube mágica. Las tres flores que tiene delante son las tres
Flores Mágicas. En la parte de arriba de la colina puedes ver al-único-elefante-que-había,
la-únicavaca-que-había y la-única-tortuga-que-había, que van a jugar como les dijo el
mago. La vaca tiene una giba, porque como era la-única-vaca-que-había, tenía que tener
todo lo que había para todas las vacas que vinieran después. Bajo la colina hay animales a
los que han enseñado el juego al que tenían que jugar. Puedes ver al-único-tigre-que-
había que está sonriendo a los-únicos-huesos-que-había, y puedes ver al-únicoalce-que-
había, al-único-loro-que-había y a los-únicos-conejitos-que-había. Los demás animales
están al otro lado de la colina, así que no los he dibujado. La casita que hay colina arriba
era la-única-casa-que-había. La construyó el más antiguo de los magos para enseñar al
hombre a hacer casas cuando quisiera. La serpiente que hay alrededor del picudo
montículo es la-única-serpiente-que-había. Está hablando con el-único-mono-que-había,
el cual está siendo grosero con la serpiente, la cual está siendo grosera con el mono. El
hombre está muy ocupado hablando con el más antiguo de los magos. La hijita está
mirando cómo escapa Pau Amma. Esa especie de montecillo en la parte de delante, en el
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agua, es Pau Amma. En aquellos tiempos no era un cangrejo común. Era un cangrejo rey.
Por eso tiene un aspecto diferente. Eso que parecen ladrillos, donde está el hombre, es el
Gran Laberinto Miz. Cuando el hombre haya terminado de hablar con el más antiguo de
los magos, caminará por el Gran Laberinto Miz, porque es lo que tiene que hacer. La
señal que hay en la piedra debajo del pie del hombre es una marca mágica. Y debajo he
dibujado las tres Flores Mágicas, mezclándolas con la Nube Mágica. Todo el dibujo es
Gran Medicina y Poderosa Magia.
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Precisamente así Rudyard Kipling
-Ahora -dijo el mago-, Pau Amma, haznos algo de magia para demostrarnos que eres de
verdad importante.
Pau Amma hizo dar vueltas a sus ojos y movió las patas, pero sólo pudo agitar el mar,
porque, aunque era un rey cangrejo no era más que un cangrejo, y el más antiguo de los
magos se echó a reír.
-Después de todo no eres tan importante, Pau Aroma-dijo el mago-. Ahora déjame
intentarlo a mí. -Entonces hizo una magia con la mano izquierda... sólo con el dedo
meñique de la mano izquierda... y he aquí, mi niño querido, que el duro caparazón negro-
verde-azulado de Pau Amma se le cayó como se desprende la cáscara de un coco,
quedando Pau Amma todo blando... tan blando, mi niño querido, como los cangrejos
pequeños que encuentras a veces en la playa.
-Pues sí que eres importante -dijo el más antiguo de los magos-. ¿Le pido al hombre
que te corte con su kris? ¿Mando venir a Rajah Moyang Kabang, el rey de los elefantes
para que te perfore con sus colmillos? ¿O llamo a Rajah Abdullah, el rey de los
cocodrilos para que te muerda?
Y Pan Amma respondió:
-¡Estoy avergonzado! Devuélveme mi duro caparazón y déjame volver a Pusat Tasek, y
sólo me moveré una vez por el día y una vez por la noche para conseguir mi comida.
El mago más antiguo le dijo:
-No, Pau Amma, no te devolveré el caparazón porque te harías más grande, más fuerte
y más orgulloso y puede que te olvidaras de tu promesa y volvieras a jugar con el mar.
Entonces Pau Amma contestó:
-¿Qué puedo hacer? Soy tan grande que sólo me puedo esconder en Pusat Tasek, y si
voy a cualquier otro sitio todo blando como estoy ahora, los tiburones y los cazones me
comerán. Y si voy a Pusat Tasek, todo blando como estoy ahora, aunque esté seguro,
nunca podré salir a buscar mi comida, así que moriré -y después agitó las patas y se
lamentó.
-Escucha, Pan Amma -dijo el más antiguo de los magos-. No puedo hacer que juegues
al juego que deberías jugar porque te me escapaste en el mismísimo comienzo, pero si tú
quieres puedo hacer que cada piedra, cada agujero y cada manojo de algas de todos los
mares sean un seguro Pusat Tasek para ti y para tus hijos por siempre.
A lo que Pau Amma contestó:
-Eso está bien, pero no acepto aún. ¡Mira! Ahí está aquel hombre que hablaba contigo
en el mismísimo comienzo. Si él no hubiera acaparado tu atención yo no me habría
cansado de esperar y no me habría escapado, y todo esto no habría sucedido nunca. ¿Qué
hará él por mí?
Y el hombre respondió:
-Si aceptas haré una magia para que tanto las aguas profundas como la tierra seca sean
un hogar para ti y para tus hijos... así te podrás esconder tanto en la tierra como en el mar.
Y Pan Amma contestó:
-No acepto aún. ¡Mira! ahí está la niña que me vio escapar en el mismísimo comienzo.
Si hubiera hablado entonces el más antiguo de los magos me habría llamado y todo esto
no habría sucedido nunca. ¿Qué hará ella por mí?
Entonces la hijita respondió:
-Estoy comiendo un buen coco. Si aceptas, haré una magia y te daré estas tijeras, muy
fuertes y afiladas, para que tú y tus hijos podáis comer cocos como éste durante todo el
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día cuando subáis del mar a la tierra, o puedes escarbar tu propio Pusat Tasek con tus
tijeras cuando no haya cerca ninguna piedra ni agujero, y cuando la tierra esté muy dura,
con ayuda de estas mismas tijeras podrás subirte a un árbol.
-No acepto aún -contestó Pau Amma-, porque con todo lo blando que soy ahora, esos
regalos no me servirían de nada. Devuélveme mi caparazón, ¡oh el más antiguo de los
magos!, y jugaré tu juego.
-Te lo devolveré, Pau Amma -respondió el más antiguo de los magos-, durante once
meses al año, pero el duodécimo mes de cada año se te pondrá blando de nuevo para
recordarte a ti y a tus hijos que sé hacer magia y seáis humildes, Pau Amma, porque veo
que si puedes correr tanto bajo el agua como por tierra, te volverás muy osado, y si
puedes subir a los árboles y abrir cocos y cavar agujeros con tus tijeras te volverás
demasiado glotón, Pau Amma.
Entonces Pau Amma pensó un poco y dijo:
-Ya he elegido. Me quedaré con todos los regalos.
Luego, el más antiguo de los magos hizo una magia con la mano derecha, con los cinco
dedos de la mano derecha, y he aquí, mi niño querido, que Pau Amma se volvió más y
más y más pequeño hasta que al final sólo fue un pequeño cangrejo verde que nadaba
junto a la canoa gritando en voz muy baja: ¡dame las tijeras!
La hija lo cogió sobre la palma de su morena manecita y lo aposentó en el fondo de la
canoa y le dio las tijeras, y él las ondeó en sus bracitos, las abrió, las cerró, las chasqueó,
y dijo:
-Puedo comer cocos. Puedo cascar conchas. Puedo cavar agujeros. Puedo subir a los
árboles. Puedo respirar aire seco, puedo encontrar un Pusat Tasek seguro debajo de cada
piedra. No sabía que fuera tan importante. ¿Kun? (¿lo hago bien?)
-Payah kun -respondió el más antiguo de los magos, y se echó a reír y le dio su
bendición. El pequeño Pau Amma se escabulló hasta el agua por el costado de la canoa.
Era tan pequeño que podía haberse escondido bajo la sombra de una hoja seca en tierra o
debajo de una concha vacía en el fondo del mar.
-¿Lo hemos hecho bien? -preguntó el más antiguo de los magos.
-Sí -respondió el hombre-, pero ahora tenemos que regresar a Perak, y es un viaje muy
pesado para hacerlo remando. Si hubiéramos esperado a que Pau Amma hubiera salido de
Pusat Tasek para ir a casa, el agua nos habría llevado hasta allí ella sola.
-Eres perezoso -dijo el más antiguo de los magos-, así que tus hijos lo serán también.
Serán las personas más perezosas del mundo. Les llamarán los masvagos... los hombres
más vagos -y levantando el dedo hacia la luna, dijo-: ¡Oh, pescador!, este hombre es de-
masiado perezoso para volver a casa remando. Tira de la canoa hasta casa con tu sedal,
pescador.
-No -dijo el hombre-. Si voy a ser perezoso toda mi vida, que el mar trabaje para mí dos
veces al día por siempre. Así no tendré que remar.
El más antiguo de los magos se rió y dijo:
-Payah kun (eso está bien).
Y la rata de la luna dejó de morder el sedal, el pescador dejó caer el sedal hasta que
tocó el mar y tiró a lo largo de todo el mar profundo, pasando la isla de Bintang, pasando
Singapur, Malaca, Selangor hasta que la canoa entraba rápidamente en la desembocadura
del río Perak de nuevo.
-¿Kun? -preguntó el pescador de la luna.
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-Payah kun -respondió el más antiguo de los magos-. En adelante encárgate de tirar del
mar dos veces al día y dos veces por noche por siempre para que lospescadores masvagos
no tengan que remar. Pero ten cuidado de no hacerlo demasiado fuerte, pues te haré una
magia como la que hice con Pau Amma.
Éste es el dibujo de Pau Amma, el cangrejo, surgiendo del mar tan alto como el humo de
tres volcanes. Como Pau Amma era tan grande no he dibujado los tres volcanes. Pau
Amma está tratando de hacer una magia, pero como no es más que un viejo y estúpido
cangrejo rey, no puede hacer nada. Como puedes ver es todo patas, pinzas y hueco y
vacío caparazón. La canoa es aquella en la que navegaron desde el río Perak el hombre,
su hija y el más antiguo de los magos. El mar está todo negro y agitado, pues Pau Amma
acaba de salir de Pusat Tasek. Pusat Pasek está debajo, por eso no lo he dibujado. El
hombre está blandiendo su curvo kris contra Pau Amma. La hijita está tranquilamente
sentada en medio de la canoa, pues sabe que con su papá está absolutamente a salvo. El
más antiguo de los magos está de pie en el otro extremo de la canoa, empezando a hacer
una magia. Ha dejado el trono mágico en la playa, se ha quitado la ropa para que no se le
moje, y también se dejó la nube mágica, para que no volcara la canoa. Eso que parece
otra canoa pequeña por fuera de la canoa auténtica se llama balancín. Es una pieza de
madera atada a unos palos que impide que la canoa vuelque. La canoa está hecha de una
sola pieza de madera, y en uno de sus extremos hay un remo.
Entonces, mi niño querido, subieron todos por el río Perak y fueron a acostarse.
-¡Ahora escucha y presta atención!
Desde aquel día hasta hoy la luna ha tirado siempre de la tierra hacia arriba y hacia
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abajo, produciendo lo que llamamos las mareas. A veces el pescador del mar tira un poco
demasiado fuerte, y entonces tenemos las mareas vivas, a veces tira un poco demasiado
suave, y entonces tenemos lo que se llaman mareas muertas, pero casi siempre tira con
mucho cuidado a causa del mago más antiguo.
¿Y Pau Amma? Cuando vayas a la playa puedes ver cómo todas las crías de Pau Amma
se hacen sus pequeños Pusat Tasek debajo de cada piedra y de cada manojo de algas de la
arena, puedes ver cómo ondean sus tij eritas, y en algunas partes del mundo viven
realmente en tierra firme, suben a los cocoteros y comen los cocos tal como les prometió
la niña. Pero una vez al año todos los Pau Amma tienen que quitarse la dura armadura y
quedarse blandos... para que recuerden lo que podría hacer el más antiguo de los magos.
Por tanto no es justo matar o cazar a las crías de Pau Amma sólo porque el viejo Pau
Amma fuera estúpidamente grosero hace muchísimo tiempo.
¡Ah, sí! Las crías de Pau Amma detestan que las saquen de sus pequeños Pusat Tasek y
las lleven a casa en tarros de conservas. Por eso es por lo que te pellizcan con sus tijeras...
¡y te está bien empleado!
Y si no puedes esperar hasta entonces, diles que te dejen la portada de The Times,
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Oye, escucha y presta atención, pues esto ocurrió, sucedió y aconteció, y fue, mi niño
querido, cuando los animales domésticos eran salvajes. Era salvaje el perro, era salvaje el
caballo, era salvaje la vaca, y salvaje era la oveja y salvaje era el cerdo... tan salvajes
cuanto podían... y andaban por los húmedos bosques silvestres a solas con su salvaje
soledad. Pero el más salvaje de todos era el gato. Iba siempre a su aire, y para él todos los
lugares eran iguales.
Por supuesto, el hombre también era salvaje. Terriblemente salvaje. No empezó a
domesticarse hasta que conoció a la mujer que le dijo que no le gustaba vivir de esa
forma salvaje. Ella escogió una cueva seca y agradable para tumbarse, en lugar de un
montón de hojas húmedas. Esparció por el suelo arena limpia. Encendió un buen fuego de
leña al fondo de la cueva y colgó de la entrada una piel seca de caballo salvaje con la cola
para abajo y dijo:
-Sacúdete los pies al entrar, cariño, que ahora tenemos que cuidar de la casa.
Aquella noche, mi niño querido, comieron oveja salvaje asada sobre las piedras
calientes y condimentada con ajo y pimienta silvestres, pato salvaje relleno de arroz,
fenogreco y cilantro silvestres, tuétanos de buey salvaje, y cerezas y granadillas silvestres.
Luego el hombre, absolutamente feliz, se durmió delante del fuego, en cambio la mujer
se incorporó y se puso a peinarse. Cogió un hueso de paletilla de cordero, ese hueso
grande, plano y afilado, contempló las maravillosas marcas que había en él, echó más
leña al fuego e hizo una magia. Fue la primera canción mágica del mundo.
Fuera, en los húmedos bosques silvestres, todos los animales se juntaron donde podían
ver la luz del fuego desde muy lejos, preguntándose qué significaba.
Entonces Caballo Salvaje pateó con su casco salvaje y dijo:
-¡Oh amigos y enemigos míos!, ¿por qué han hecho el hombre y la mujer esa gran luz
en esa gran cueva? y ¿qué daño nos acarreará?
Perro Salvaje levantó su hocico salvaje, olfateó el olor del cordero asado, y dijo:
-Me acercaré a ver y mirar, y os contaré, porque creo que es bueno. Gato, ven conmigo.
-¡Ni hablar! -dijo el gato-. Yo soy el gato que va a su aire y para mí todos los lugares
son iguales. No iré.
-Entonces no volveremos a ser amigos -le dijo Perro Salvaje, y corrió hacia la cueva.
Pero cuando el perro había recorrido un trecho, el gato se dijo para sí: «Todos los lugares
son iguales para mí. ¿Por qué no habría de ir también a ver y a mirar y marchar cuando
me plazca?» Así que se deslizó tras Perro Salvaje suave, muy suavemente, y se escondió
en un sitio donde podía oírlo todo.
Cuando Perro Salvaje llegó a la boca de la cueva levantó con el hocico la piel de
caballo, ya seca, y olfateó el espléndido olor del cordero asado. La mujer, contemplando
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-¡Ah! -dijo el gato que estaba escuchando-. Ese perro es muy estúpido -y volvió a los
húmedos bosques silvestres meneando la cola salvaje y caminando solo con su salvaje
soledad, pero sin contarle nada a nadie.
Cuando el hombre se despertó, preguntó:
-¿Qué hace aquí Perro Salvaje?
Y la mujer respondió:
-Ya no se llama Perro Salvaje, sino Mejor Amigo, porque será nuestro amigo para
siempre jamás. Llévale contigo cuando salgas de caza.
La noche siguiente la mujer cortó grandes brazadas verdes de hierba fresca de los
húmedos prados, la secó junto al fuego para que oliera como heno recién segado, se sentó
en la boca de la cueva y trenzó un ronzal con la piel de caballo, luego contempló la
paletilla de cordero, la grande y ancha hoja de hueso, e hizo una magia. Fue la segunda
canción mágica del mundo.
Fuera, en el bosque silvestre, todos los animales se preguntaban qué le habría pasado a
Perro Salvaje y, al fin, Caballo Salvaje pateó el suelo con su pata y dijo:
-Iré a ver y os contaré por qué no ha vuelto Perro Salvaje. Gato, ven conmigo.
-Ni hablar -respondió el gato-. Yo soy el gato que va a su aire y para mí todos los
lugares son iguales. No iré. -Pero, de todas formas, siguió al caballo salvaje suavemente,
muy suavemente, y se escondió donde podía oírlo todo.
Cuando la mujer oyó a Caballo Salvaje tropezando y dando traspiés con su larga crin,
se rió y dijo:
-Aquí viene el segundo. Ser salvaje que sales de los bosques silvestres, ¿qué quieres?
-¡Oh, enemiga mía y esposa de mi enemigo! -preguntó Caballo Salvaje-, ¿dónde está
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Perro Salvaje?
La mujer se rió, cogió la paletilla, la miró y dijo:
-Ser salvaje que sales de los bosques silvestres, tú no viniste aquí por el perro salvaje,
sino por esta buena hierba.
Y Caballo Salvaje, tropezando y dando traspiés con su larga crin respondió:
-Es verdad. Dámela para comer.
Y la mujer respondió:
-Ser salvaje que sales de los bosques silvestres dobla tu cabeza salvaje y ponte lo que te
doy, y comerás esa hierba maravillosa tres veces al día.
-¡Ah! -dijo el gato, que estaba escuchando-. Esta mujer es lista, pero no tan lista como
yo.
Caballo Salvaje inclinó la cabeza salvaje y la mujer le colocó el ronzal trenzado de piel.
Caballo Salvaje piafó a los pies de la mujer y dijo:
-¡Oh, dueña mía y esposa de mi dueño!, seré tu sirviente por esa maravillosa hierba.
-¡Ah! -dijo el gato, que estaba escuchando-. Ese caballo es muy estúpido -y volvió a los
húmedos bosques silvestres meneando su salvaje cola y caminando solo con su salvaje
soledad, pero sin decirle nada a nadie.
Cuando el hombre y el perro volvieron de cazar, el hombre preguntó:
-¿Qué hace aquí Caballo Salvaje?
-Ya no se llama Caballo Salvaje, sino Mejor Sirviente -respondió la mujer-, pues nos
llevará de un lugar a otro por siempre jamás. Monta en su lomo cuando vayas de caza.
Al día siguiente, con la cabeza salvaje bien alta para que los cuernos salvajes no se
engancharan en los árboles silvestres, Vaca Salvaje fue a la cueva, y el gato la siguió y se
escondió igual que antes, y todo sucedió lo mismo que antes, y el gato dijo lo mismo que
antes, y cuando Vaca Salvaje prometió a la mujer que le daría su leche todos los días a
cambio de la hierba maravillosa, el gato volvió a los húmedos bosques silvestres me-
neando la cola salvaje y caminando solo con su salvaje soledad lo mismo que antes, pero
no le contó nada a nadie. Cuando el hombre, el caballo y el perro volvieron de la caza y
el hombre hizo las mismas preguntas que antes, la mujer respondió:
-Ya no se llama Vaca Salvaje, sino Donante de Buen Alimento. Nos dará la blanca
leche templada por siempre jamás y yo cuidaré de ella mientras tú, Mejor Amigo y Mejor
Sirviente vais de caza.
Al día siguiente el gato esperó a ver si algún otro ser salvaje iba a la cueva, pero nadie
se movió en los húmedos bosques silvestres así que el gato anduvo por allí a su aire. Vio
a la mujer ordeñando a la vaca, vio la luz del fuego en la cueva y olfateó el olor de la
blanca leche templada.
-¡Oh, enemiga mía y esposa de mi enemigo! -dijo el gato-, ¿adónde ha ido Vaca
Salvaje?
La mujer se rió y dijo:
-Ser salvaje que sales de los húmedos bosques silvestres, vuelve a los bosques porque
me he trenzado el pelo, he guardado el hueso mágico y ya no necesito más amigos ni
sirvientes en la cueva.
-No soy un amigo ni soy un sirviente –respondió el gato-. Soy el gato que va a su aire y
deseo entrar en tu cueva.
-Entonces -preguntó la mujer-, ¿por qué no viniste con Mejor Amigo la primera noche?
El gato se enfadó muchísimo y dijo:
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Éste es el dibujo del gato que iba a su aire, caminando solo por el húmedo bosque
salvaje y meneando la cola. No hay nada más en el dibujo, salvo unas cuantas setas.
Tenían que crecer allí, al ser el bosque tan húmedo. El bulto que hay en la rama baja no
es un pájaro. Es musgo que creció allí por ser el bosque salvaje tan húmedo.
Debajo del dibujo propiamente dicho está dibujada la cueva acogedora a la que fueron
el hombre y la mujer después de llegar el bebé. Era su cueva de verano y plantaron trigo
delante. El hombre va en el caballo a buscar a la vaca y traerla a la cueva para ordeñarla.
Levanta la mano para llamar al perro, que ha cruzado el río a nado en busca de conejos.
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subiéndose de un salto al escabel de delante del fuego y trenzándose el pelo a toda prisa
por miedo a que el ratoncillo se le subiera por él.
-¡Ah! -dijo el gato que estaba observando-. ¿Entonces el ratón no me hará ningún daño
si me lo como?
-No -dijo la mujer, trenzándose el pelo-. Cómetelo enseguida y te estaré siempre
agradecida.
El gato dio un salto y capturó al ratoncillo. Y la mujer dijo:
-Mil gracias. Ni el mejor amigo es tan rápido para cazar un ratoncillo como tú lo has
hecho. Debes de ser muy sabio.
En ese mismísimo momento, mi niño querido, el puchero de la leche que estaba junto al
fuego se partió en dos, ¡pafl, porque recordó el trato que la mujer había hecho con el gato.
Y cuando la mujer se bajó del escabel, hete aquí que el gato estaba lamiendo la blanca
leche templada que había en uno de los trozos rotos.
-¡Oh enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo! -dijo el gato-, soy
yo, pues has dicho tres palabras en mi elogio y ahora podré beber la blanca leche
templada tres veces al día por siempre jamás. Pero sigo siendo el gato que va a su aire y
para el que todos los lugares son iguales.
Entonces la mujer se echó a reír, le puso al gato un tazón de blanca leche templada y
dijo:
-¡Oh gato!, eres tan listo como un hombre, pero recuerda que no hiciste tu trato con el
hombre o el perro, y no sé qué harán cuando vuelvan a casa.
-¿Y a mí qué me importa? -dijo el gato-. Mientras tenga mi sitio en la cueva junto al
fuego y mi blanca leche templada tres veces al día no me importa lo que hagan el hombre
o el perro.
Aquella noche, cuando el hombre y el perro entraron en la cueva, la mujer les contó
toda la historia del trato, mientras el gato sonreía sentado junto al fuego. Luego el hombre
dijo:
-Sí, pero no ha hecho ningún trato conmigo ni con todos los hombres de verdad que
vengan después de mí.
A continuación se quitó las dos botas de cuero, cogió la pequeña hacha de piedra
(hacen tres) y fue por un leño y por un destral (hacen cinco en total), lo puso todo en fila
y dijo:
-Ahora haremos nuestro trato. Si no cazas ratones cuando estés en la cueva por siempre
jamás, te tiraré estas cinco cosas siempre que te vea y así lo harán todos los hombres de
verdad después de mí.
-¡Ah! -dijo la mujer que estaba escuchando-, es un gato muy listo, pero no tan listo
como mi hombre.
El gato contó las cinco cosas (todas ellas muy abultadas) y dijo:
-Cazaré ratones cuando esté en la cueva por siempre jamás, pero sigo siendo el gato que
va a su aire y para el que todos los lugares son iguales.
-No cuando yo esté cerca -dijo el hombre-. Si no hubieras dicho eso último habría
retirado todas estas cosas por siempre jamás, pero ahora voy a tirarte las dos botas y el
hacha pequeña de piedra (eso hacen tres) siempre que te vea. ¡Y así lo harán todos los
hombres de verdad después de mí!
-Espera un momento -dijo entonces el perro-. No has hecho un trato conmigo ni con
todos los perros de verdad después de mí -y enseñando los dientes continuó-: Si no eres
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amable con el bebé mientras yo esté en la cueva por siempre jamás te perseguiré hasta
atraparte, y cuando te coja te morderé. Y así lo harán todos los perros de verdad después
de mí.
-¡Ah! -dijo la mujer que estaba escuchando-, es un gato muy listo, pero no es tan listo
como el perro.
El gato contó los dientes del perro (que parecían muy afilados) y dijo:
-Seré amable con el bebé mientras esté en la cueva por siempre jamás siempre que no
me tire de la cola demasiado fuerte. Pero sigo siendo el gato que va a su aire y para el que
todos los lugares son iguales.
-No cuando yo esté cerca -dijo el perro-. Si no hubieras dicho eso último habría cerrado
mi boca para siempre jamás, pero ahora voy a perseguirte hasta que te subas a un árbol
siempre que te vea. Y así lo harán todos los perros de verdad después de mí.
Entonces el hombre le tiró al gato las dos botas y el hacha pequeña de piedra (eso hacen
tres), y el gato salió corriendo de la cueva y el perro le persiguió hasta que subió a un
árbol. Y desde ese día hasta hoy, mi niño querido, tres hombres de verdad de cada cinco
tiran cosas a un gato siempre que lo ven, y todos los perros de verdad le persiguen hasta
que se sube a un árbol. Pero el gato también mantiene su parte del trato. Mata ratones y es
amable con los bebés cuando está en casa siempre que no le tiren demasiado fuerte de la
cola. Pero cuando lo ha hecho, entre una vez y la siguiente, y cuando sale la luna y llega
la noche sigue siendo el gato que va a su aire y para el que todos los lugares son iguales.
Entonces se marcha a los húmedos bosques silvestres o a los húmedos tejados salvajes
meneando la cola salvaje a solas con su salvaje soledad.
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Éste es el dibujo del animal que salió del mar y se comió la comida que había preparado
Solimán-ben-Daoud para todos los animales del mundo. En realidad era un animal muy
agradable, y su mamá le quería mucho, a él y a sus veintinueve mil novecientos noventa y
nueve hermanos, que vivían en el fondo del mar. Ya sabes que era el más pequeño de
todos, y por eso se llamaba Pagrito. Se comió todas esas cajas, paquetes, balas y cosas
que habían preparado para todos los animales sin siquiera levantar las tapas ni desatar las
cuerdas, pero no le hizo ningún daño. Los mástiles que sobresalen por detrás de las cajas
de alimentos pertenecen a los barcos de Solimán-ben-Daoud. Estaban atareados trayendo
más comida cuando Pagrito apareció en la costa. Pagrito no se comió los barcos. Dejaron
de descargar los alimentos y al instante se alejaron mar adentro hasta que Pagrito
terminara de comer. Junto al hombro de Pagrito puedes ver algunos de los barcos que
empiezan a hacerse a la mar. No he dibujado a Solimánben-Daoud, pero está justo fuera
del dibujo, muy asombrado. El fardo que cuelga del mástil del barco de la esquina es en
realidad un paquete de dátiles frescos para los loros. No sé los nombres de los barcos. Y
eso es todo lo que hay en el dibujo.
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Algunas de las esposas eran agradables, pero otras eran simplemente inaguantables, y
las inaguantables se peleaban con las agradables y las volvían inaguantables, y todas se
peleaban con Solimán-ben-Daoud, lo que le resultaba inaguantable. Pero Balkis, la
hermosísima, no se peleaba nunca con Solimán-ben-Daoud. Le amaba demasiado. Se
quedaba sentada en sus aposentos del Palacio Dorado, o paseaba por el jardín del palacio,
y sentía verdadera pena de él.
Desde luego que si hubiera querido dar una vuelta al anillo del dedo, habría convocado
a los genios y espíritus malignos que habrían hechizado a las novecientas noventa y
nueve esposas pendencieras, convirtiéndolas en mulas blancas del desierto, o en galgos o
en semillas de granada, pero Solimán-ben-Daoud pensaba que eso sería ostentoso. Por
eso, cuando se peleaban demasiado, lo único que hacía era ir a pasear solo a una zona de
los hermosos jardines de palacio deseando no haber nacido.
Un día, cuando las novecientas noventa y nueve mujeres -todas a la vez- llevaban tres
semanas peleándose, Solimán-ben-Daoud salió, como de costumbre, en busca de paz y
silencio, y, entre los naranjos, encontró a Balkis, la hermosísima, muy apenada porque
Solimán-ben-Daoud estaba tan preocupado. Y le dijo:
-¡Oh señor mío y luz de mis ojos! Da una vuelta a tu anillo y demuestra a estas reinas
de Egipto, de Mesopotamia, de Persia y de China que eres el rey grande y terrible.
Pero Solimán-ben-Daoud negó con la cabeza y dijo:
-¡Oh señora mía y alegría de mi vida!, acuérdate del animal que salió del mar y me
avergonzó ante todos los animales del mundo por ser jactancioso. Pues bien, si hiciera
ostentación ante estas reinas de Persia, de Egipto, de Abisinia y de China, sólo porque me
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Daoud le corrían lágrimas por la mejilla de la risa que le daba el descaro de la pequeña y
pícara mariposa.
Balkis, la hermosísima, que estaba detrás del árbol entre los lirios rojos, se sonrió
porque lo había oído todo. Pensó:
-Si actúo con sabiduría, aún puedo salvar a mi señor de las persecuciones de estas
pendencieras reinas. -Apuntó con el dedo y susurró suavemente a la mujer de la
mariposa-: Ven aquí, pequeña.
La mariposa echó a volar, muy asustada, y se posó sobre la blanca mano de Balkis. Ésta
inclinó su hermosa cabeza y preguntó:
-Pequeña, ¿te has creído lo que te acaba de decir tu marido?
La mujer de la mariposa miró a Balkis y vio que los ojos de la hermosísima reina
brillaban como lagunas profundas a la luz de las estrellas, se armó de valor con ambas
alas, y respondió:
-¡Oh reina, que seas siempre encantadora! Tú sabes cómo son los hombres.
La reina Balkis, la sabia Balkis de Saba, se llevó la mano a los labios para ocultar una
sonrisa y dijo: -Sí, vaya si lo sé, hermanita.
-Se enfadan por nada- dijo la mariposa-, pero hemos de seguirles la corriente, ¡oh reina!
No creen nunca ni la mitad de lo que dicen. Pero si a mi esposo le gusta creer que yo creo
que puede hacer desaparecer el palacio de Solimán-ben-Daoud pateando con su pata, a
mí no me importa en absoluto. Mañana lo habrá olvidado todo.
-Tienes toda la razón, hermanita -dijo Balkis-, pero la próxima vez que empiece con sus
fanfarronadas, tómale la palabra. Pídele que patee y veamos lo que sucede. Sabemos
cómo son los hombres, ¿no? Se quedará muy avergonzado.
La mariposa voló junto a su marido, y a los cinco minutos estaban riñendo peor que
nunca.
-¡Recuerda! -dijo el marido-. ¡Recuerda lo que puedo hacer si pateo con mi pata!
-No te creo nada de nada -respondió la mariposa-. Me encantaría ver cómo lo haces.
Supón que pateas ahora mismo.
-Le prometí a Solimán-ben-Daoud que no lo haría -respondió el marido-, y no quiero
faltar a mi promesa.
-No importaría nada que lo hicieras -dijo la mariposa-. Con tu pateo no podrías doblar
ni una brizna de hierba. Te desafío a que lo hagas: ¡Patea! ¡Patea! ¡Patea!
Solimán-ben-Daoud, que estaba sentado bajo el alcanforero, lo había oído todo, y rió
como no había reído en su vida. Se olvidó completamente de sus reinas, se olvidó del
animal que salió del mar, se olvidó de la ostentación. Simplemente reía de alegría, y
Balkis, al otro lado del árbol, sonrió al ver tan alegre al amor de su vida.
Pronto el marido de la mariposa, muy acalorado e hinchado, volvió dando vueltas hasta
la sombra del alcanforero y le dijo a Solimán-ben-Daoud:
-¡Quiere que patee! ¡Quiere ver qué sucede, oh Solimán-ben-Daoud! Tú sabes que no
puedo hacerlo, y ahora no creerá una sola palabra de lo que le diga. ¡Se reirá de mí hasta
el fin de mis días!
-No, hermanito -le tranquilizó Solimán-benDaoud-. No volverá a reírse de ti nunca más
-y dio una vuelta al anillo de su dedo -sólo por el bien de la pequeña mariposa, no para
hacer ostentación-, y ¡hete aquí que surgieron de la tierra cuatro enormes genios!
-Esclavos -ordenó Sulaiman-ben-Daoud-, cuando este caballero que está sobre mi dedo
(pues allí estaba sentada la descarada mariposa) patee una vez el suelo con su pata
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Precisamente así Rudyard Kipling
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-¿Que qué nos preocupa? Estábamos viviendo pacíficamente en nuestro palacio dorado,
como de costumbre, cuando, de repente, el palacio desapareció y nos quedamos sentadas
en una espesa y ruidosa oscuridad, y tronó, ¡y los genios y los espíritus se movían en la
oscuridad! Ésa es nuestra preocupación, oh reina favorita, y estamos de lo más
preocupadas a causa de esa preocupación, pues es una preocupación preocupante muy
distinta de las preocupaciones que conocemos.
Entonces Balkis, la hermosísima reina, la más querida de Solimán-ben-Daoud, reina
que fue de Saba y de Subu, y de los ríos de oro del sur, desde el desierto de Zinn a las
torres de Zimbawue, Balkis, casi tan sabia como el sapientísimo Solimán-ben-Daoud, les
dijo:
-¡No es nada, oh reinas! El marido de una mariposa ha presentado una queja contra su
mujer porque reñía con él, y nuestro señor Solimán-ben-Daoud ha tenido a bien darle una
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lección de humildad y de hablar en voz baja, pues eso es considerado una virtud entre las
mujeres de las mariposas.
Luego se levantó una reina egipcia, hija de un faraón, y dijo:
-Nuestro palacio no puede ser arrancado de raíz como un puerro por un pequeño
insecto. ¡Ni hablar! Solimán-ben-Daoud ha debido de morir y lo que hemos visto y oído
ha sido a la tierra tronando y entenebreciéndose ante la noticia.
Entonces Balkis le hizo una señal a la osada reina, sin siquiera mirarla, y le dijo a ella y
a las otras: Venid a ver.
Bajaron los escalones de mármol, de cien al frente, y vieron, debajo de su alcanforero,
aún debilitado por la risa, balanceándose hacia adelante y hacia atrás con una mariposa en
cada mano, al sapientísimo Solimánben-Daoud, al que oyeron decir:
-Oh esposa de mi hermano del aire, acuérdate después de esto de complacer a tu esposo
en todo, para que no lo provoques y vuelva a patear el suelo, pues ha dicho que está
acostumbrado a esta magia, y es un mago eminentísimo... ya que puede hacer desaparecer
hasta el palacio del mismísimo Solimán-ben-Daoud. ¡Id en paz, pequeños!
Les besó en las alas, y se alejaron volando.
Entonces todas las reinas salvo Balkis -la hermosísima y espléndida Balkis, que estaba
a parte, sonriendo-, cayeron de bruces al suelo diciéndose:
-Si suceden estas cosas cuando una mariposa está disgustada con su mujer, qué nos
harán a nosotras que llevamos tantos días molestando a nuestro rey con nuestras voces y
nuestras riñas?
Luego se cubrieron la cabeza con el velo, se llevaron las manos a la boca y regresaron
al palacio de puntillas con todo el sigilo de un ratón..
Entonces Balkis -la hermosísima y excelente Balkis-, avanzó a través de los lirios rojos
para llegar hasta la sombra del alcanforero, puso la mano sobre el hombro de Solimán-
ben-Daoud y le dijo:
-¡Oh señor mío, tesoro de mi alma, alégrate, pues hemos dado una lección grande y
memorable a las reinas de Egipto, de Etiopía, de Abisinia, de Persia, de la India y de la
China!
Y Solimán-ben-Daoud, todavía contemplando cómo jugaban las mariposas a la luz del
sol, preguntó:
-¡Oh mi señora!, la joya de mi felicidad, ¿cuándo sucedió eso? Porque yo he estado
bromeando con una mariposa desde que llegué al jardín -y le contó a Balkis lo que había
hecho.
Balkis -la tierna y preciosísima Balkis-, le respondió:
-¡Oh mi señor y guía de mi existencia!, me escondí detrás del alcanforero y lo vi todo.
Fui yo quien le dije a la mujer de la mariposa que le pidiera a su marido que pateara, pues
esperaba que, en broma, mi señor haría una gran magia, y las reinas la verían y se asusta-
rían -y le contó lo que las reinas habían dicho, visto y pensado.
Entonces Solimán-ben-Daoud se levantó de su asiento bajo el alcanforero, extendió los
brazos, se alegró y dijo:
-¡Oh mi señora y dulzura de mis días!, sabías que si yo hubiera hecho magia contra mis
reinas por orgullo o cólera, como cuando preparé la fiesta para todos los animales
ciertamente me habrían avergonzado. Pero gracias a tu sabiduría hice la magia por broma
y por una pequeña mariposa... ¡y hete aquí que eso me ha librado también de las
molestias de mis molestas esposas! Dime, pues, ¡oh mi señora y corazón de mi corazón!,
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