02 - Ciudadanía Pública y Sociedad Civil Republicana
02 - Ciudadanía Pública y Sociedad Civil Republicana
02 - Ciudadanía Pública y Sociedad Civil Republicana
Salvador Giner
Socilogo, Catedrtico Emrito de la Universidad de Barcelona
Sumario
1. Las tres ciudadanas. 2. El ejercicio cvico de la fraternidad. 3. La sociedad abierta y sus
forasteros: Del multiculturalismo al pluralismo cultural. 4. Integracin social y ciudadana pblica
5. Los rostros de la exclusin. 6. Bibliografa.
RESUMEN
Este ensayo explora la condicin ciudadana como el mayor logro de toda politeya democrtica
avanzada. Sostiene que la medida de esa condicin es tambin la de la democracia misma. sta
no consiste slo en la dinmica de los partidos, la liza poltica, la participacin electoral y otros
componentes. Lo crucial es la presencia de una ciudadana proactiva capaz de ejercer la virtud
republicana frente a la pasividad y la indiferencia de muchos ciudadanos o la dominacin de las
clases dominantes sobre las subordinadas. Tal virtud se manifiesta a travs del altruismo, es de-
cir, mediante la expresin pblica y efectiva de la fraternidad o solidaridad por parte de los ciu-
dadanos. Por ello se sostiene que la calidad de una politeya democrtica depende no slo de la
existencia de una vigorosa oposicin legtima frente al gobierno y de una sociedad civil inde-
pendiente, sino tambin de la presencia de un sector solidario robusto y prspero. Para ello, se
argumenta, las variedades del multiculturalismo deben atenuarse en varios sentidos (como de-
ben atenuarse las desigualdades del privilegio y la clase.) Es menester un sustrato compartido
universalista para que las tendencias centrfugas y mutuamente hostiles de los comunitarismos
no den lugar a conflictos y fracturas. Es necesaria una cultura poltica universalista en combi-
nacin con una estructura comn de oportunidades que no excluya de la ciudadana efectiva a
ninguna colectividad, si lo que se pretende es consolidar una politeya republicana, es decir, una
sociedad decente.
ABSTRACT
This essay explores the condition of citizenship as the highest achievement of any advanced de-
mocratic polity. It holds that the measure of that condition is also the measure of democracy it-
self. The latter does not consist only in the dynamics of party politcs, political struggles and
electoral participation. What is crucial is the presence of a proactive citizenry, capable of exer-
cising republican virtue despite the passivity and indifference of many people. This virtue ma-
nifests itself through altruism, that is to say, through the public and effective expression of so-
lidarity (i.e. fraternity) on the part of private citizens and their voluntary associations. The
quality of a given polity does not only depend on the existence of a vigorous and legitimate op-
position to the government and on an independent civil society but also, very especially, on the
presence of a prosperous solidary sector. To make it possible, it is necessary to reduce the varie-
ties of certain expressions of multiculturalism, so that the centrifugal tendencies and mutually
hostile tendencies of communitarism do not breed confrontations and give rise to cleavages.
Sectarian communitarism is harmful to democracy, in the same manner that class and privile-
ge inequalities are inimical to the development of a cohesive society. A shared universalist po-
litical culture combined with a more egalitarian opportunity structure is necessary. Both sha-
red culture and real opportunities must not exclude any community from the polity. By the
same token, certain differences between communities must be eroded if a true republican polity,
a decent society, is to be established.
Monografa
La condicin de ciudadano es el mayor logro de la civilizacin moderna.
Todos los dems empalidecen ante l. Muchos otros, desde el acceso universal
a la educacin hasta la asistencia mdica y sanitaria a toda la poblacin, tienen
su fundamento moral y jurdico en la entronizacin de la ciudadana como
principio. La condicin ciudadana es la que permite a los humanos, sin distin-
cin, hacer valer su humanidad.
La ciudadana es el espinazo del orden social democrtico de la moderni-
dad. Por esa misma razn, tambin confiere sentido a nuestra historia, a la
reciente. Dgolo sin temor ante la numerosa y creciente grey de quienes cre-
en saber a ciencia cierta que la historia carece de todo sentido. As, la supo-
sicin, empricamente constatable, de que desde las revoluciones laicas que
estallaron a entrambas orillas del Atlntico a fines del siglo XVIII, hasta hoy,
ha habido una corriente hacia la instauracin de la ciudadana, es sumamen-
te sensata. Anunciada y razonada en sus albores por Alexis de Tocqueville,
merece reconsideracin y renovado anlisis. l no pudo prever los altibajos,
descalabros y hasta catstrofes por los que estaba destinada a pasar esa co-
rriente civilizatoria. Tan grandes han sido stos, tanto sufrimiento, desola-
cin y dao han entraado, que uno comprende el escepticismo con el que
cualquier amigo de la democracia tiene que habrselas al sostener que, a pe-
sar de todo, tal corriente existe. Una corriente circunscrita, precaria y sujeta
sin duda a caducidad. Pero vitalmente importante. Constatarla no es, pues,
asumir grandiosidad histrica alguna, ni suponer el progreso indefinido e
irreversible de la humanidad. Es suponer tan slo que la lgica expansiva de
la ciudadana constituye un proceso histrico algo ms que episdico. Es el
caracterstico de toda una era, la de la modernizacin, en combate incesante
con contracorrientes y dificultades. Del resultado final nada sabemos. Sabe-
mos slo que, hoy por hoy, es bueno arrimar el hombro a cuanto pueda fo-
mentar la instauracin de una democracia cvica, de una repblica de gentes
libres.
Las reflexiones que siguen se fundamentan en tres supuestos. Primero, el
de que la ciudadana es posible, progresivamente posible, siempre que se con-
solide dentro de una politeya republicana. Otras formas de politeya democr-
tica, la liberal pura, por un lado, y la comunitarista, por otro, son incompati-
bles con la ciudadana universal, aunque no lo sean con una ciudadana ms o
menos restringida(1). Segundo, parto tambin del supuesto de que la teora re-
publicana de la ciudadana slo puede avanzar si indaga las condiciones so-
cioestructurales de la fraternidad en especial las que son adversas a una ple-
na ciudadana de todos y propone soluciones para mejorarlas. En otras pa-
labras: ni la filosofa poltica ni la filosofa moral del republicanismo, bastan.
Es menester hacerse tambin con una sociologa de la fraternidad. Y argumen-
tar desde esa sociologa. Tercero, para medrar, la ciudadana exige un nivel m-
nimo, una masa crtica, de homogeneidad jurdica y de afinidad cultural den-
tro de una misma sociedad. Un supuesto, ms general todava, que engloba a
estos tres criterios es el de que es la ciudadana activa es decir, participativa
en la esfera de lo pblico la que da una medida de la calidad democrtica
que posee un pas. La bondad y florecimiento de la res pblica de la ciudada-
na se calibra por la vitalidad y peso de la ciudadana en el conjunto del cuer-
po poltico. No slo cuentan, para la democracia, el imperio de la ley, la repre-
sentacin parlamentaria y las libertades garantizadas, sino que es necesaria
tambin una ciudadana proactiva. Espero poder dar cuenta y razn de estas
afirmaciones a lo largo de cuanto sigue.
Monografa
evitablemente genera(3) primero intramuralmente, despus tambin extramu-
ros. La produccin urbana de la ciudadana es el paso previo a la otra creacin
de la ciudad, la democracia. (Desgraciadamente, la segunda no siempre sigue
a la destribalizacin, pero ciertamente no hay democracia sin ese paso previo.)
Durante largo tiempo la ciudadana se dio slo en ciertas ciudades, democr-
tica o semidemocrticamente constituidas. Por su parte, la ciudadana moder-
na procede de la territorializacin de esa institucin, merced al apoyo de una
nueva institucin, el estado. La democracia resultante se fundamenta en la di-
cotoma entre gobernantes y administradores (con facultad ejecutiva) por un
lado y la ciudadana sin cargos, aunque con derecho a opinar, protestar o apro-
bar, asociarse y manifestarse colectivamente, por otro. (Un tercer elemento fue
el de la consolidacin de una leal oposicin al gobierno, plenamente legtima,
formada tambin por ciudadanos con cargo.) Desde ese instante, se plante la
cuestin, tan filosfica como prctica, del alcance de la actividad poltica, de la
participacin, de la ciudadana sin cargos.
La atencin recibida por sta no ha sido poca desde el alba de la democra-
cia hasta hoy. Abunda la literatura dedicada a la participacin de la ciudada-
na o falta de ella as como a la manipulacin de los ciudadanos y a la dema-
gogia y sus lmites. La teora poltica democrtica no ha ignorado el cuerpo de
los ciudadanos. Pero tal atencin no es comparable por la recibida desde siem-
pre por la clase poltica. Lo decisivo para tal teora era y es esclarecer la con-
currencia entre lites, la dinmica entre facciones o partidos, las tendencias oli-
grquicas dentro de cada uno de ellos, y as sucesivamente. Conocer la natu-
raleza y dinmica de la ciudadana no dedicada a la poltica ni detentadora de
funciones pblicas tena menor inters.
De hecho abundantes observadores han ignorado el peso de la ciudadana,
la han tenido como algo secundario en la vida de una politeya democrtica.
Algunos, sin embargo, se han planteado la vida poltica activa de la ciudada-
na ordinaria como algo crucial para la democracia. Con ello asuman que sta
slo existe de veras en el marco de una poblacin dotada de un mnimo de ac-
tividad pblica. Ese mnimo de ciudadana deba ser muy superior, no obstante,
a la mera participacin ciudadana en las elecciones u otras consultas popula-
res propias de toda democracia.
No es posible determinar a ciencia cierta el nivel participativo que caracte-
riza a la ciudadana que cumple ese mnimo. Podemos, eso s, bosquejar algu-
nos de sus rasgos. Por lo pronto, sabemos que la ciudadana a la que, desde
una perspectiva poltica cvica, es menester prestar atencin no es necesariamen-
(3) Tal y como demostr en su da Fustel de Coulanges en su estudio clsico sobre la ciudad antigua.
Monografa
Analticamente, pues, cabe distinguir tres categoras de ciudadanos segn
el modo e intensidad de su participacin en la politeya democrtica. Los pol-
ticos son los ciudadanos con cargo, en el gobierno o la oposicin, as como en
la administracin de la cosa pblica, para quienes la poltica o su aplicacin
son parte esencial de su ocupacin o profesin. Los ciudadanos pasivos son
aquellos que se limitan a cumplir con un mnimo de obligaciones, aunque en
momentos efmeros de emocin colectiva puedan manifestarse pblicamente.
Para ellos el ejercicio de la virtud cvica consiste en la obediencia rutinaria a la
autoridad legtima, es decir, el pago de contribuciones sin evasin fiscal detec-
table, el relativo buen comportamiento en la va pblica, y dems expresiones
de buena conducta cvica aceptable, amn de su presencia en las urnas. Los
ciudadanos activos, por su parte, son aquellos que, sin ser profesionales de la
poltica, intervienen en la esfera pblica para mejorar las condiciones de la vi-
da democrtica, ejercer su propia libertad y, sobre todo, cultivar la virtud su-
prema de la repblica, la fraternidad. Los ciudadanos activos son, esencial-
mente, proactivos, es decir, toman iniciativas para cumplir estos fines, al mar-
gen o ms all de situaciones que les hayan perjudicado o daado. En otras
palabras, las frecuentes protestas ciudadanas contra decisiones gubernamenta-
les, que llegan a ser altamente movilizadoras, no estn compuestas necesaria-
mente por ciudadanos activos en sentido estricto. As, la construccin de un
presidio en un barrio que provoca la airada respuesta de las gentes que lo ha-
bitan no hace de ellas ciudadanos activos, o proactivos. Prueba de ello es que,
al mismo tiempo, esperan del gobierno una mayor represin contra la delin-
cuencia y la ampliacin de las instituciones carcelarias(5). La ciudadana pasiva,
cuando es meramente reactiva, por mucho que se agite, no entra en la catego-
ra de la proactiva (sta requiere tenacidad, continuidad y voluntad de pre-
sencia en el espacio pblico, ms all de cualquier agravio especfico o inters
circunscrito a defender). Otra cosa es que, en ciertos casos, una reaccin de-
fensiva original desencadene ulteriormente una metamorfosis del movimiento
en el que se encarna en direccin altruista proactiva.
Las tres ciudadanas son manifestaciones de una nica categora bsica,
la de la ciudadana, que a las tres une y legitima. Son tan distintas, empero,
que merecen tratarse como tales para comprenderlas. Representan otros tantos
tipos ideales de insercin en la politeya. Cada una pivota sobre un elemento po-
ltico distinto. (a) La autoridad es propia del cargo, la representacin y la habi-
litacin para el ejercicio del poder, de acuerdo con la ley, sobre los dems ciu-
dadanos. (b) El derecho a la existencia digna es propio de la mera ciudadana, e
incluye protecciones legales, garantas de libertad, subsidios y servicios, as
(5) Huelgan las referencias a la vasta literatura sobre los nimbos (not in my back yard) y su ambivalente lugar en la vida demo-
crtica.
Monografa
ninguna de ellas ha sabido habrselas satisfactoriamente con la cuestin de la
ciudadana activa (o proactiva) y su peso y funcin, nada marginal, en el seno
de la vida republicana.
Las tres suertes de ciudadana no son, del todo, abstracciones. As, es obvio
que en las democracias liberales hallamos ciudadanos que, individualmente,
se encuentran situados en cada una de las tres categoras. Los ciudadanos ac-
tivos independientes de todo grupo son muy numerosos. Van desde el intelec-
tual crtico hasta el cargo pblico al que se accede por cooptacin, dadas las re-
ales o presuntas cualidades del nombrado, pasando por los muchos ciudada-
nos que, por su cuenta, entran en la esfera proactiva, especficamente para la
promocin de una causa determinada, sin integrarse establemente en movi-
miento social alguno.
Sin negar, sino al contrario, la vital importancia que tienen estos ciudada-
nos flotantes(6) aunque no precisamente a la deriva para la prosperidad
de una buena repblica, lo cierto es que la textura de la democracia hay que
buscarla muy especialmente en su red asociativa. Ella es la esencia de la socie-
dad civil. Su presencia es tan crucial como la de la esfera pblica organizada
en partidos, sindicatos, agencias oficiales e instituciones de derecho pblico.
Su importancia para la calidad de la democracia es de igual alcance que la de
esta ltima. Las democracias que carecen de sociedades civiles vigorosas que
alberguen a ciudadanas con una mnima densidad cvica asociativa y un n-
mero sustancial de ciudadanos individuales proactivos son democracias indi-
gentes.
Para establecer la naturaleza de la urdimbre de una politeya hay que con-
siderar, no slo cuntas, sino cmo son sus asociaciones cvicas. La politeya se
define tanto por la calidad de su vida poltica como por la densidad cvica, en
especial por aquel sector dentro de ella dedicado al altruismo. Por s sola, la
suerte de gobierno que posee una determinada sociedad, no da la medida jus-
ta de la calidad de su democracia. Las asociaciones voluntarias cubren el m-
bito de las establecidas para la promocin de los intereses propios de cada co-
lectividad contribuyen a establecer la bondad de un cuerpo poltico, pero no
bastan. (Muchas de ellas se establecen para defender intereses srdidos o per-
niciosos.) Las cruciales son las vinculadas al cultivo de la fraternidad cvica, es
(6) Flotante por analoga a freischwebend (como en la expresin sociolgica freischwebende Intelligenz) sin ignorar los problemas
conceptuales a que est sujeta la expresin.
(7) Para una consideracin de la sostenibilidad como cuarto principio fundamental junto a los de libertad, igualdad y fraternidad, cf.
S. GINER y J. D. TBARA (2004). No obstante, el principio de sostenibilidad podra considerarse subsumible a la fraternidad, redefinida,
por lo menos en el presente contexto.
(8) Para un anlisis ms detallado del asunto, cf. el Captulo final de S. GINER y S. SARASA (1997).
(9) H. BJAR (2001).
(10) Obviar aqu la filosfica discusin en torno a las posibles races ltimas (egostas) de todo altruismo, as como toda referencia
a sus conocidas fuentes bibliogrficas.
(11) P. ej. H. BERKING (1999).
Monografa
recan conspirar, juntas, en la destruccin definitiva de la democracia liberal
tradicional, socavando sus sociedades civiles, y masificando su estructura.
El advenimiento de la presunta y destructiva sociedad de masa con su po-
ltica y cultura de masas junto al auge de la corporatizacin, el corporati-
vismo y la burocratizacin del mundo, de haber ocurrido como sus tericos
pretendieron, no hubieran permitido la considerable revitalizacin contempo-
rnea de la sociedad. La hubieran arrasado. Sin embargo, algunos de los pro-
blemas engendrados por esas corrientes son constatables. La concepcin de la
sociedad moderna como sociedad masa est slo parcialmente equivocada,
aunque sus errores no sean menores. Ni ella, ni la concepcin rival que otrora
predeca una vasta revuelta proletaria que impondra un nuevo orden, iguali-
tario, libre y radicalmente democrtico, han suministrado una versin acerta-
da de lo que acaece.
Lo cierto es que, que, en condiciones que en no poca medida supo descri-
bir la teora de la masificacin de la sociedad moderna se produce hoy un
auge constatable de las asociaciones cvicas solidarias o altruistas. Por lo pron-
to, ello significa que la potencia avasalladora que se atribua a las fuerzas ma-
sificadoras no ha sido tanta. Y tambin, como columbro, que ha tenido lugar
algo muy distinto de lo esperado por la teora. En efecto, han sido precisa-
mente la relativa masificacin y burocratizacin del mundo, el incremento del
poder estatal y la distancia entre ste y la ciudadana, adems de la invasin
meditica de la cultura popular, los factores que han estimulado la constatable
reaccin cvica hacia la recuperacin privada de la vida pblica. El republica-
nismo intuitivo de una ciudadana impaciente que recobra parcial pero signi-
ficativamente el protagonismo es ms deudora de la profesionalizacin de la
poltica, la gerencia administrativa y annima de la cosa pblica y la coloniza-
cin meditica de la cultura popular de lo que pueda parecer a primera vis-
ta(12). En otras palabras, la participacin ciudadana constituye una rebelin pa-
cfica contra los abusos de estas fuerzas antidemocrticas.
(13) Cf. de nuevo S. GINER (1979) para una descripcin de este episodio en la teora social contempornea.
(14) L. MORENO (2000).
Monografa
compartido por todos y cada uno de los miembros plenos de la ciudad o del
cuerpo poltico general pero reconocido de hecho muy precariamente, cuando
no ignorado, por gran parte de la poblacin. Su fuerza, por lo tanto, es consti-
tuir un principio inspirador de conductas conducentes a su puesta en vigor, a
veces bajo el imperio de la ley constitucional. Otras veces, el mero civismo,
aunque no est apoyado en una conviccin profunda, sino en la de que la bue-
na educacin es ventajosa para la convivencia, pala eficazmente las inclina-
ciones discriminatorias que pueda sentir una parte sustancial de las gentes. No
son civismo y la civilidad aspectos menores de la convivencia ni algo que no
deba tomar en serio la ciencia social o la poltica cvica de las autoridades, en
especial las urbanas(15).
La debilidad de ese principio universal de ciudadana, en cambio, procede
de la existencia de intensas relaciones sociales (tribales, comunitarias, de des-
igualdad) y credenciales (prejuicios, concepciones particularistas, lealtades
fundamentalistas) que la frenan o, abiertamente, la excluyen. Es crucial reco-
nocer aqu que no slo el prejuicio de una ciudadana circundante asla y ca-
pitidisminuye la puesta en vigor de la plena ciudadana de los miembros de
las comunidades distintas insertas en ella, sino que tambin la natural incli-
nacin aislacionista de toda comunidad minoritaria y diferente contribuye a de-
bilitar la aplicacin del principio de ciudadana plena y universal(16). Socieda-
des que poseen, como en el caso de Mxico, importantes comunidades indge-
nas en su territorio saben que, en ellas, los costes de la inclusin a travs de
la incorporacin a la ciudadana plena entraa la erosin de ciertas diferen-
cias. Pretender lo contrario es escamotear ciertas verdades contundentes.
En tanto no se establezca un derecho universal de ciudadana en toda la
Tierra, es decir, hasta cuando se haya producido la mundializacin de la insti-
tucin, y por lo tanto de la sociedad civil(17), si es que algn da se alcanza, los
distintos de cada lugar o sociedad no entrarn en todas partes y del todo en
la categora de ciudadanos plenos. La generalizacin del orden civil universal
que acarre consigo la modernidad poltica y jurdica en cada estado plante
pronto serias dificultades para entender jurdicamente a los extranjeros que en
ellos se encontraban. Todas las sociedades son permeables y todas contienen
individuos que forman comunidades, de algn modo distintas a la mayora o
a la colectividad que posee hegemona dentro de la politeya. Estas comunida-
des suelen estar formadas por forasteros o gentes que han dejado de serlo (as,
pueden llevar varias generaciones morando en un pas dado), pero que son
percibidos como tales por el sector socialmente hegemnico. (En la clebre ex-
presin de Simmel, el forastero no es el que viene de fuera, sino el que viene
de fuera y permanece.) A menudo, la sociedad anfitriona por usar un lugar
comn algo dudoso, pues con el paso del tiempo, una sociedad deja de serlo,
del mismo modo en que el Gastarbeiter deja de ser Gast! se permite el lujo de
no extender la ciudadana a los forasteros o extraos apoyndose en el he-
cho de que, si bien toda colectividad presente en una sociedad necesita inte-
grarse en ella como hecho estructural, ste no es moral, ni jurdico ms que
como principio (lo que no es poco). Mientras sea un extrao, el inmigrante ser
un forastero. Y lo sern si continan sindolo, su prole y sus descendientes.
Ms all de prejuicios intercomunitarios, ello es as porque en una politeya
determinada la forzosa integracin sistmica que acarrea toda convivencia en
una misma economa, no entraa integracin social, como ensea la muy til y
clsica distincin sociolgica(18). Desde la formacin de guetos hasta la consoli-
dacin de clases parias o intocables, pasando por la del reconocimiento del
status especial de los metecos, la humanidad ha ido encontrando a travs de
su historia sus modos de habrselas con el imperativo de relegamiento cultural o
jurdico al que obliga la estructura misma del orden poltico, de desigualdad y
privilegio de cada sociedad, que simultanea con el imperativo de incorporacin
econmica. La forzosa insercin en el mercado de trabajo o en la divisin so-
cial de las tareas (integracin sistmica) se acompaa as con una falta de in-
sercin en los otros campos de la vida (integracin social). La concesin de de-
rechos polticos, sanitarios, educativos y fiscales al forastero o sus descendien-
tes incrementa la integracin sistmica que ya suministra la entrada en la
economa pero no as la social. sta, cuando ocurre, va en zaga a la primera, y
mantiene por lo tanto una distancia tensa, que slo el paso del tiempo acorta
y la cultura cvica, si es potente, va erosionando.
Para ahondar ms en este asunto es imperativo contemplar primero la es-
tructura misma de la sociedad en la que surge. Cuando se estudia la cuestin
de la llamada inclusin o exclusin social de quienes no son ciudadanos los
inmigrantes, por ejemplo es menester tener en cuenta esta cuestin crucial,
a menudo olvidada. La concepcin multiculturalista de la desigualdad invi-
ta a no percibirla. Invita a entender una sociedad compleja como si de un mo-
saico ms o menos variopinto se tratara, en el que la nica poltica social ne-
cesaria para establecer una buena democracia consistira a exhortar a todos a
respetarse mutuamente y permanecer lo ms distintos posibles, en nombre de
una metafsica dentidad siempre indefinible. Todo esto olvida una de las
ms slidas tradiciones del anlisis sociolgico de la desigualdad social.
Monografa
Por lo pronto, recordemos que la propia estructura de la desigualdad de un
pas dado posee sus criterios establecidos de cierre social, discriminacin, mar-
ginacin y acceso a cada clase, elite, colectividad. Por ello, una masa muy vas-
ta de literatura o discurso contemporneo que habla de exclusin o de in-
tegracin sociales, entre otras expresiones, lo hace con una espectacular me-
dida de irresponsabilidad al ignorar inexplicablemente el hecho de que la
sociedad receptora misma posee sus propios y a veces frreos criterios de des-
igualdad. Es decir, para invocar a Weber, sus criterios especficos de cierre so-
cial. Por qu habra de integrar socialmente a sus forasteros una sociedad que
no integra a sus propias clases subordinadas? O qu lo hace de modo ate-
nuado, o discriminatoriamente sutil? Por qu en las clases subordinadas no
habran de repetir con los recin venidos, o con aquellos que retienen por lar-
go tiempo su condicin forastera, los mismos criterios de discriminacin y su-
praordenacin, usando de nuevo una expresin simmeliana, que a ellos los
mantiene en posicin subalterna? Por qu quien posee posicin subalterna no
gana con poseer sus propias capas o grupos subalternos?(19)
El forastero el indgena, el aborigen, o sus equivalentes morales entra,
al integrarse (sistmicamente, no socialmente) ante todo, en una sociedad de
clases, aunque salga de otra cuyas pautas de desigualdad son ms agudas,
crueles e incomparables a las que encuentra. Al margen del alivio que pueda
sentir al comparar las condiciones de las que escapa con las posiblemente ms
llevaderas de las que encuentra, el forastero tiene que hallar su lugar en ella.
sta no es ms que en apariencia una sociedad compacta, homognea, dotada
de una movilidad social ptima. Adems, el inmigrante no se inserta en una
clase subordinada, sino que encuentra, dadas sus caractersticas ocupaciona-
les, lingsticas, raciales, religiosas, u otras, su lugar aparte dentro de ella. Un
lugar a menudo subordinado.
Pero no siempre. Las comunidades forneas de clase media profesional,
por ejemplo, son capaces de insertarse en los niveles correspondientes en la es-
tructura de la desigualdad, y de iniciar pronto a la integracin social y hasta la
fusin con la sociedad receptora (el caso de los emigrantes exilados espaoles
tras la Guerra Civil en 1939, en las Amricas, es buena prueba de ello.) Si eso
no acaece como en el caso con la prspera dispora china en muchos pases
del Sudeste asitico se forman y persisten poderosas minoras tnicocultura-
les socialmente excluidas (o autoexcluidas), econmicamente privilegiadas.
Un fenmeno al que la crtica presta demasiada poca atencin, a pesar de que
su presencia es fuente de vastos movimientos populares intermitentes de per-
(19) No es menester citar la vasta literatura emprica sobre estratificacin social en el sistema de castas del subcontinente hind, o
sobre la dimensin clasista de la discriminacin racial en lugares como los Estados Unidos para sustanciar este aserto.
Monografa
miento cultural y poltico de las colectividades o comunidades forasteras.
Naturalmente, sin que ello sea bice para su incorporacin econmica y ocu-
pacional. Es ms, esta ltima se estimula, sobre todo cuando as lo exige el
mercado de trabajo.
El resentimiento (disfrazado de prejuicio social) del que suelen sufrir las
comunidades forneas o simplemente distintas, pero dotadas de buenos
recursos econmicos o profesionales, no es menos intenso que el que las
clases subordinadas de las sociedades receptoras sienten hacia las minoras
dominantes y no integradas. Sin embargo, en las sociedades occidentales
stas tienen abundantes recursos para paliarlo. Sobre todo confundindose
con las clases privilegiadas y atenuando su distincin tnica. En todo caso
el resentimiento, esa nocin clave que la sociologa hered de Nietzsche a
travs de la formulacin de Weber, se intensifica a base de nociones perfec-
tamente errneas, empezando por la de que los forasteros vienen a qui-
tarnos nuestro trabajo y acabando por la de que son sucios, desarrapados,
torpes en el uso de la lengua oficial o predominante y hasta delincuentes en
ciernes.
La consolidacin de la integracin sistmica frente a la social es, contra lo
que reza la teora predominante de la llamada exclusin social, fruto de varias
tendencias complementarias y esencialmente distintas. El mercado de trabajo
ofrece integracin sistmica: mano de obra no especializada si las condiciones
son favorables, oficios y comercios muy especializados a veces con buenos
sueldos o ingresos altos y dems fuentes de insercin. La dimensin clasis-
ta, la comunitaria y la cultura, en cambio, coinciden en la consolidacin en for-
ma de mosaico de toda la sociedad. Y sta, como he insinuado ya ms arriba,
no slo se refuerza a travs de la discriminacin que le dedica cada clase o co-
lectividad social de la sociedad receptora, ya fundida en gran medida, a lo lar-
go de batallas histricas sin cuento, en una sola politeya de ciudadanos distin-
tos y desiguales pero acomodados en una comunidad cvica compartida. Se re-
fuerza tambin por su propia insistencia en reconstruirse a s misma como
comunidad de paisanos, poseedores de un carisma compartido, intransferible,
al que se atribuye una cualidad numinosa, la de la identidad(23). Uno de los cos-
tes de esa resistencia natural a la fusin es el mantenimiento de la diferencia y,
por lo tanto, de la desigualdad.
La extensin de la ciudadana topa pues a un tiempo con la tendencia cen-
trpeta de la comunidad existente de ciudadanos a no incluir quienes se perci-
ben como esencialmente extraos a ella y con la tendencia centrfuga de cada
comunidad a permanecer fuera del ncleo cvico hegemnico.
(23) Cf. S. GINER (2003) y E. SHILS (1970).
(24) Cf. al respecto la amplia literatura en torno al feminismo de la diferencia; si bien no toda ella es muy consciente de que tras
toda diferencia acecha el coste de la desigualdad. Para una matizacin de este aserto cf. mi argumentacin al final de este mismo en-
sayo.
(25) Cf. S. GINER (1998).
Monografa
dad moderna en nuestra encrucijada histrica(26), sino que adems tambin se
crean comunidades neotnicas, neoreligiosas, neoideolgicas basadas en
afinidades electivas o subculturas que cobran independencia poco a poco. A
ello se debe en gran parte el relativo retorno de lo tribal en el seno de lo que
algn autor sigue todava llamando sociedad masa(27). Mas las corrientes se-
cundarias o reactivas, por potentes que sean, no deben obnubilar la visin cr-
tica general.
La ciudadana requiere una cultura moral y poltica nica. Con el necesa-
rio tacto y debido respeto por la diversidad, ciudadanos y autoridades repu-
blicanos (es decir, laicos, racionalistas, y sobre todo proactivos, es decir, soli-
darios) deben saber que la creacin de ese espacio pblico comn, ese pa-
lenque republicano es una condicin necesaria para el ejercicio de la virtud p-
blica, es decir, de la fraternidad y el buen gobierno democrticos. Por eso la
educacin de la poblacin en el espritu de la ciudadana, la enseanza de
la ciudadana, debe ser un objetivo prioritario en toda politeya democrtica y
avanzada(28).
Este ejercicio de fusin respetuosa e indolora en la politeya republicana se
ejerce, sobre todo, en y desde la ciudad. Es el mejor mbito, en trminos prc-
ticos, para la conducta cvica proactiva. Sin quitar al gobierno nacional (o su-
pranacional en el caso europeo) su misin de desempear su funcin decisiva
e insustituible en la creacin de la ciudadana pblica: la educacin estatal sue-
le depender de l, as como las leyes cuya soberana (y no la de los ciudadanos
con sus intereses diversos) ha de ser suprema por encima de la voluntad de
cada cual, segn reza un crucial principio de todo republicanismo.
No se trata de socavar de ningn modo, directamente, la diferencia ni los
mbitos de cada comunidad. Al contrario: la politeya, estatal o urbana, debe
proteger y hasta fomentar la lengua minoritaria, las fiestas sacras, la indumen-
taria, la educacin cultural, de cada comunidad. Mas debe tambin darles ac-
ceso al mbito de lo compartido, al mbito de la ciudadana pblica.
Hay una muy buena razn para que ello deba ser as: retornando a un
tema nuclear de este ensayo, la ciudadana proactiva es posible en cualquier
mbito de una sociedad medianamente libre y democrtica. (Y hasta lo es bajo
ciertas dictaduras, que estimulan la indignacin moral de las gentes decentes.)
No obstante, el mundo de las tribus o de las neotribus, el de las comunidades
tnicas, religiosas o ideolgicas no es muy favorable a la proactividad cvica,
(26) Para una comparacin entre los sincretismos del final de la Antigedad y los nuestros, cf. el locus classicus J. FERRATER MORA
(1952).
(27) M. MAFFESOLI (1988).
(28) J. RUBIO CARRACEDO, et al. (2003).
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