MONOGRAFIA
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“REVOLUCION FRANCESA”
Autores:
Colupú Espinoza Brandon Stewar
Díaz Silva Steffany Lisseth
Tume Valdiviezo Diego Antonio
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DEDICATORIA
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RESUMEN
La Revolución Francesa fue uno de los acontecimientos más importantes de la historia mundial,
ya que supuso el paso de la edad moderna a la edad contemporánea y el mayor cambio político-
social que se ha conocido en Europa y uno de los más relevantes en el mundo. Se llevó a cabo
en el año 1789, cuando gobernaba en Francia el rey Luis XVI y trajo muchas consecuencias
positivas que con el transcurso del tiempo tuvieron un impacto global: Abolición del
absolutismo, se llevó a cabo la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano,
nuevos sistemas políticos (Monarquía Constitucional y Republica), Soberanía Nacional,
sufragio censitario, inspiró otros movimientos revolucionarios e independentistas en otros
países del mundo. Dejando
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INDICE
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INTRODUCCIÓN
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CAPITULO I: ORIGEN DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
1. ANTECEDENTES
La Revolución Francesa fue un proceso social y político que se desarrolló en Francia entre
1789 y 1799 cuyas principales consecuencias fueron la abolición de la monarquía absoluta y la
proclamación de la República, eliminando las bases económicas y sociales del Antiguo
Régimen.
Este acontecimiento fue producto de muchos factores internos y externos que tuvieron
mucha importancia a la hora de la manifestación en general, que estos hechos fueron
provocados por el desequilibrio de la nación en cuanto a aspectos económicos, sociales y
culturales; ya que no todos estaban en condiciones de igualdad, sin embargo se ha establecido
que la actividad revolucionaria comenzó a gestarse cuando en el reinado de Luis XVI (1774-
1792) se produjo una crisis en las finanzas reales, debido al crecimiento de la deuda pública.
Francia tenía una estructura social conflictiva y un estado monárquico en crisis tornándose en
la causa principal de la crisis del campo y los levantamientos campesinos, además de la
existencia de una burguesía que había adquirido conciencia de su papel en cuanto a los cambios
que necesitaba la sociedad francesa de aquel entonces. Existía así también una oposición
generalizada contra reglas económicas y sociales que favorecían a grupos privilegiados a ello
se sumaba la situación del Estado francés, el cual padecía una grave crisis financiera; gastaba
mucho más de lo que ingresaba, en parte debido al apoyo económico enviado por el gobierno
a las 13 colonias inglesas en la guerra de independencia y por el costo elevado que representaba
la manutención de los grupos privilegiados. Durante el reinado de Luis XV y Luis XVI,
diferentes ministros, trataron sin éxito de reformar el sistema impositivo y convertirlo en un
sistema más justo y uniforme. Tales iniciativas encontraron fuerte oposición en la nobleza, se
determinaron que éstas no eran sostenibles y que se precisaba llevar a cabo reformas
importantes. Proponían un código tributario uniforme en lo concerniente a la tenencia de
tierras.
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pero éstas encontraron nuevamente una fuerte oposición, sobre todo por parte del Parlamento
de París. Se trató de proseguir con la reforma tributaria a pesar de los parlamentos, pero esto
ocasionó una masiva resistencia de los grupos pudientes que desembocó en el retiro de los
préstamos a corto plazo. Tales préstamos daban oxígeno y vida a la economía del estado francés
en aquel momento, por lo que esto indujo, prácticamente a una situación de bancarrota
nacional. Se consideran como parte de los antecedentes de la revolución la bancarrota en la que
se encontraba el Estado de Francia en 1778 y la negativa a convocar a los Estados Generales
por parte de Luis XVI, para aumentar los impuestos de manera igualitaria, es decir a toda la
población y se toma como comienzo de la revolución la convocatoria de los Estados Generales
el cinco de mayo de 1789, que se erigen en Cortes Constituyentes.
En términos generales fueron varios los factores que influyeron en la Revolución: un régimen
monárquico sucumbiendo a su propia rigidez en un mundo cambiante; el surgimiento de una
clase burguesa que cobraba cada vez mayor relevancia económica y el descontento de las clases
más bajas, junto con la expansión de las nuevas ideas liberales que surgieron en esta época y
que se ubican bajo la rúbrica de la Ilustración.
Los factores que influyeron en la Revolución se pueden abordar a partir de cuatro puntos de
vista:
El Clero: Era la primera clase social debido a su gran prestigio e influencia como a sus
cuantiosas riquezas. Sus extensas propiedades abarcaban precisamente la cuarta parte
de la superficie total de Francia, y, por otra parte, dicho patrimonio económico fue
creciendo considerablemente gracias a los diezmos que aportaban los fieles como a la
exoneración del pago de impuestos fijos de que disfrutaban. Se dividía en Alto y Bajo
Clero. La mayor parte de las riquezas beneficiaban solo al Alto Clero formado por
obispos y abades, quienes eran mayormente de origen noble y vivían en Versalles en la
corte del Rey. El bajo Clero, formado por curas y vicarios, ejercía su misión en
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provincias, eran de modesta condición económica y procedían del Estado Llano, debido
a ello, simpatizaron con la Revolución.
El Estado Llano Estaba constituido por la población más numerosa de Francia, pero,
a su vez, por la que menos privilegios y riquezas poseía. A la cabeza de esta clase social
se hallaba la burguesía, formada por industriales, comerciantes y profesionales; quienes
con el correr de los años, habían logrado conquistar una sólida situación económica y
una vasta preparación cultural, que hizo de ellos, precisamente, los promotores de la
revolución.
En grado inferior se hallaban los artesanos y los labriegos o campesinos, que
llevaban una vida verdaderamente miserable, pues tenían que soportar pesadas cargas
económicas impuestas por el gobierno, la iglesia y los nobles, tales como el pago de los
diezmos al clero, el del censo y de otros tributos a los señores y al estado, quedándose
con solo un 20 por ciento de la totalidad de sus ingresos. La burguesía fue la clase social
que hizo la revolución. Se calcula que de la población de Francia (1789), estimaba en
23 millones de habitantes, solo 300 mil pertenecían a las clases privilegiadas (Clero y
Nobleza).
1.2.2. ECONÓMICO: Desde el punto de vista económico, la inmanejable deuda del estado
fue exacerbada por un sistema de extrema desigualdad social y de altos impuestos que
los estamentos privilegiados, nobleza y clero, no tenían obligación de pagar, pero que
oprimía al resto de la sociedad. Hubo un aumento de los gastos del Estado y el descenso
de los beneficios para los terratenientes, hubo también una escasez de alimentos en los
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meses precedentes a la Revolución, todo lo anterior con el tiempo ayudó a la
agudización de las tensiones, tanto sociales como políticas, que se desataron cuando se
produjo una gran crisis económica a consecuencia de dos hechos puntuales: la
colaboración de Francia con la independencia estadounidense que ocasionó un
gigantesco déficit fiscal y la disminución de los precios agrícolas.
La situación de Francia presentaba las características siguientes:
Monopolio de las riquezas, sobre todo de la tierra, en beneficio solamente del Clero y
la Nobleza.
Pago de impuestos, como de otros gravámenes fiscales, exclusivamente por el tercer
estado o estado llano.
Decadencia del comercio e industria, debido a la falta de medios de producción como
a la existencia de trabas aduaneras internas que dificultaban el intercambio comercial.
Se unían a tales causas: los reducidos salarios, como la falta de libertad para la
agricultura, la industria y el comercio.
Excesivo derroche del dinero fiscal en el sostenimiento, principalmente, de la corte de
Versalles.
1.2.3. POLÍTICAS: Francia se hallaba regida por una monarquía absoluta que gobernó con
un poder ilimitado. El rey, que se creía designado por Dios para gobernar, procedía en
forma arbitraria, pues no daba cuenta de sus actos a nadie; gastaba como y cuando
quería las rentas del Estado; nombraba los funcionarios; declaraba la guerra y firmaba
la paz; dictaba leyes; creaba impuestos y hasta podía disponer de los bienes de sus
súbditos cuando así lo estimaba convenientemente. No había libertad individual, pues
el soberano podía ordenar la detención de cualquier ciudadano sin causa justificada;
tampoco existía libertad de conciencia y ningún libro ni periódico podía publicarse sino
bajo el control de censura. Por otra parte, las leyes, que eran diversas, no se aplicaban
por igual ni con el mismo rigor: así tenemos que por un mismo delito la pena no era la
misma tratándose de un noble y de un labriego.
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separación de poderes del Estado, todo ello fue rompiendo el prestigio de las
instituciones del Antiguo Régimen y ayudaron a su derrumbe.
1.2.5. LA ILUSTRACIÓN
La ilustración se difundió en la mayoría de los países europeos, pero alcanzó mayor fuerza
en Francia donde sus exponentes más destacados fueron Charles Louis de Secondat, barón de
Montesquieu, Francisco Marie Arouet mejor conocido como Voltaire y Jean Jacques Rousseau.
Voltaire criticó la vida política, las costumbres, las prácticas religiosas y la autoridad de los
poderosos de la época. En sus escritos lanzó duros ataques contra el despotismo de los
monarcas y proclamó que todos los ciudadanos sin excepción, debían obedecer las leyes
elaboradas por ellos mismos.
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Rousseau afirmó que la soberanía, origen del poder, proviene de la voluntad de los
ciudadanos, representa la autoridad y el poder supremo e inviolable; la soberanía popular, En
su obra El Contrato Social sostuvo que la voluntad general debe imponerse a la de unos cuantos.
Todas esas ideas hicieron eco en la sociedad francesa que estaba pasando por problemas de
carácter financiero, político y social.
A mediados del Siglo XVIII, gran parte del continente americano se hallaba en poder de
cuatro países europeos: España, Portugal, Gran Bretaña y Francia. Las posesiones de la corona
británica se ubicaban en la costa oriental de América del Norte, donde se formaron trece
colonias que años mas tarde dieron origen a Estados Unidos de América.
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Por ello los ingleses declararon la guerra a los franceses lo cual provocó que España se aliara
a Francia y en consecuencia con las colonias norteamericanas.
El apoyo de las dos naciones alentó la lucha libertadora. En 1781 las tropas norteamericanas
derrocaron a los ingleses. De ese modo Estados Unidos de América se convirtió en la primera
nación que puso en práctica el modelo de democracia propuesto por los pensadores ilustrados,
sirviendo este hecho histórico de inspiración para la Revolución Francesa y se torna en una
causa que debilita al antiguo régimen dado que el apoyo que Francia dio a las colonias
norteamericanas para alcanzar su independencia comprometió más su devastada economía.
En el siglo XII surgen los Burgos, ciudades en donde apareció la burguesía como nueva
clase social. Los burgueses estaban totalmente fuera del sistema feudal, porque no eran ni
señores feudales, ni campesinos, ni hombre de iglesia, sino comerciantes quienes podían
radicar en las ciudades, tenían todo un nuevo mundo de oportunidades que explotar.
En los Burgos surgieron muchas instituciones sociales nuevas. El desarrollo del comercio
llevó aparejado consigo el del sistema financiero y la contabilidad. Los artesanos se unieron en
asociaciones llamadas gremios, ligas, corporaciones, cofradías, o artes, según el lugar
geográfico. Surgió también el trabajo asalariado, economía monetaria, surgimiento de la banca:
crédito, préstamos, letras de cambio algo virtualmente desconocido en el mundo feudal y el
cual origina un incipiente capitalismo. También aparecen las Universidades como respuesta de
los gremios de educadores.
Así surgió la burguesía en Europa y en Francia jugó un papel importante pues fue el grupo
social que dirigió la revolución francesa. En ese sentido la burguesía aprovechando la situación
económica tan comprometida del Estado de Francia, logro que se reunieran los Estados
Generales donde esta toma el control y comenzó a sesionar como una Asamblea Nacional. El
14 de julio de 1789 la burguesía se vio apoyada por un gran sector explotado por la nobleza:
los campesinos, que en medio de una agitada multitud revolucionaria que saturados de
injusticias y de hambre, toman la bastilla, la cual era el símbolo de poder del régimen
absolutista que provoca el desplazamiento del poder de los nobles y los partidarios del
absolutismo, lo cual favorece a la burguesía interesada en la implementación de un nuevo
sistema social, político y económico.
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1.2.8. EL ANTIGUO RÉGIMEN DE FRANCIA
Este sistema, que se había desarrollado en Europa desde el Renacimiento, comenzó a ser
cuestionado durante el siglo XVIII por las ideas de la Ilustración, que se difundieron sobre todo
entre la burguesía, que aspiraban a la implantación de gobiernos verdaderamente
representativos, basados en dos derechos fundamentales: libertad, para expresar las opiniones,
e igualdad de todos los hombres ante la ley. En los países católicos se lucharía también por
apartar a la Iglesia de la intervención en la vida política y en la enseñanza. A finales del siglo
XVIII estas ideas fructificarían primero en América, con la independencia de las Trece
Colonias inglesas de América del Norte 1776, y después en Europa, con la Revolución francesa
de 1789.
En los orígenes de este sistema, solo se podía acceder a los estamentos privilegiados por
nacimiento; sin embargo el desarrollo comercial propició la prosperidad de la burguesía y su
ascenso social mediante el matrimonio con personas de la nobleza o la compra de títulos
nobiliarios.
Influida por las ideas de la ilustración la burguesía estaba en contra del poder absoluto de
los monarcas y los privilegios de la nobleza y el clero. Los miembros de la burguesía
consideraban injustos esos privilegios y defendían la idea de la soberanía nacional, según la
cual el poder reside en el pueblo y éste lo delega en representantes elegidos.
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Las concepciones de los pensadores ilustrados influyeron en el estallido de la revolución y
sirvieron de base para denunciar la desigualdad social. La burguesía y algunos grupos
populares, marginados de la vida política fueron campo propicio para la penetración de las
ideas de libertad e igualdad.
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CAPITULO II: PROCESO DE LA REVOLUCION FRACESA
Enfrentado a una situación insostenible, Luis XVI aceptó al fin (5 de julio de 1788) la
reunión de los Estados Generales para primeros de mayo de 1789 y la dimisión de Loménie de
Brienne; Jacques Necker, puesto otra vez al frente del ministerio de finanzas, se convertía en
el nuevo hombre fuerte de la situación. Aparentemente, con la convocatoria de los Estados
Generales, la llamada «revuelta de los privilegiados» se había anotado una victoria; en realidad,
era el principio de una nueva etapa caracterizada por el exclusivo protagonismo de la burguesía.
Si los poderosos pretendían aprovechar los Estados Generales para perpetuar sus privilegios,
los burgueses perseguían acabar con ellos; de ahí que sus primeros objetivos fueran conseguir
para el Tercer Estado una representación similar en cifras a la nobleza y clero juntos, y que se
votase por cabeza y no por estamentos.
El decreto que organizaba los comicios (27 de diciembre de 1788) estableció el modo en
que cada estamento elegiría a sus representantes en los Estados Generales, pero sin hacer
referencia a la importante cuestión del voto, verdadero caballo de batalla de los dirigentes de
la burguesía. La libertad que, en la práctica, concedía la normativa electoral favoreció a los
distintos aspirantes a liderar el Tercer Estado, que pudieron difundir sin cortapisas sus ideas y
proyectos políticos, asumidos por un importante sector de la sociedad francesa, como quedó
reflejado en los cuadernos de quejas (cahiers de doléances) enviados al rey por instituciones y
grupos ciudadanos.
Una vez efectuadas las votaciones, el 5 de mayo de 1789 tuvo lugar la apertura de los
Estados Generales con un discurso de Luis XVI, donde dejaba entrever la exclusiva misión de
solucionar el problema financiero que se asignaba a la institución, sin aludir en ningún
momento a las peticiones de los portavoces del estamento popular. El Tercer Estado pidió que
las votaciones se llevasen a cabo individualmente y no por estamento, ya que en caso contrario
el voto conjunto de la nobleza y el clero prevalecería siempre sobre el de los plebeyos. La
propuesta difícilmente podía prosperar: si se votaba individualmente, el Tercer Estado, que
disponía de mayoría de representantes, pasaría a controlar los Estados Generales.
Tras varias semanas de discusiones estériles, el Tercer Estado acordó abandonar tanto su
denominación como su condición de organismo representativo de tan sólo un estamento, y,
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sobre la base de sus miembros, se constituyó en Asamblea Nacional, autoproclamándose
auténtica representación de la nación e invitando a los demás estamentos a unirse a sus
deliberaciones (17 de junio). El rey respondió privándoles del salón donde se reunían; bajo el
liderazgo de Honoré Gabriel Riqueti, conde de Mirabeau, y del abate Emmanuel Joseph Sieyès,
la Asamblea Nacional se trasladó a un edificio público utilizado como frontón para el juego de
pelota, y, en medio del entusiasmo general, pronunció el 20 de junio el célebre Juramento del
Juego de Pelota: no separarse hasta que hubiesen dotado a Francia de una Constitución.
Numerosos representantes del bajo clero y otros nobles liberales se unieron a la Asamblea. Luis
XVI hubo de ceder: el 27 de junio reconoció la Asamblea Nacional y ordenó al clero y a la
nobleza que se incorporaran a la misma, lo que suponía una aceptación de hecho, por parte del
rey, del principio de soberanía nacional.
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Siguiendo el ejemplo americano, el 26 de agosto de 1789 los miembros de la Asamblea
Constituyente aprobaron una relación de derechos del ciudadano que había de servir de
preámbulo a la constitución. La Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano (con
una visión más universalista que su homónima americana) establecía los principios de libertad,
igualdad, inviolabilidad de la propiedad y resistencia a la opresión, que iban a constituir la base
de toda la legislación revolucionaria. El rey no la aceptó hasta el mes de octubre; después, se
trasladó a París y se alojó en el Palacio de las Tullerías. La Asamblea se trasladó también a la
capital y se dispuso a continuar allí su labor.
La burguesía moderada era el grupo que contaba con mayor representación en la Asamblea;
considerando la configuración de la cámara, sostenían posturas centristas: eran partidarios de
una monarquía constitucional con poderes limitados que pusiese remedio a los males sociales.
A la derecha se encontraban los aristócratas, partido que aglutinaba los elementos más
conservadores, defensores del absolutismo. En la izquierda se situaban los republicanos, entre
los que figuraba Maximilien de Robespierre. Al margen de la pluralidad ideológica surgida en
la cámara y fuera de ella (clubes de opinión y tertulias políticas: fuldenses, jacobinos,
cistercienses, franciscanos), los principales dirigentes del proceso revolucionario acordaron
llevar a la práctica una experiencia política de carácter monárquico y parlamentario, fruto de
un compromiso entre la corona y la revolución.
Aparte de la obra constituyente, la Asamblea desplegó también una ingente tarea legislativa.
En primer lugar, se diseñó una descentralización y racionalización administrativa, por la que
Francia quedaba dividida en 83 departamentos, en los que coincidían las diversas jurisdicciones
administrativas con consejos de gobierno y autoridades locales elegidas por los habitantes de
cada circunscripción. Otro hecho importante fue la reordenación de la administración de
justicia, al establecer, según la nueva división territorial, distintas instituciones judiciales
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(juzgados de paz, tribunales civiles y tribunales de lo criminal), a cuyos cargos se accedía por
elección.
Las acuciantes necesidades financieras del Estado, agravadas por la propia revolución,
contribuyeron a que la Asamblea Nacional Constituyente determinara la nacionalización del
patrimonio eclesiástico para enjugar con su venta el déficit público. Minadas sus posibilidades
de subsistencia, la Iglesia católica pasó a depender del Estado, el cual, a través de la
Constitución Civil del Clero (12 de julio de 1790), impuso una reorganización drástica de sus
tradicionales estructuras y normas de funcionamiento interno, adaptándolas a la nueva filosofía
revolucionaria (reducción de los 134 obispados existentes a 83, uno por departamento;
provisión de cargos religiosos -párrocos, vicarios, obispos y arzobispos- por elección, como
cualquier empleo público).
Impulsado tal vez por sus escrúpulos al haber sancionado la controvertida legislación
religiosa, Luis XVI acabó de convencerse de que el radicalismo de la Revolución sólo podía
detenerse con la intervención de las potencias absolutistas. El monarca ya había negociado en
secreto con soberanos extranjeros mientras fingía aceptar las reformas, y esperando
convencerlos emprendió con su familia la huida del país. La fuga del monarca, sin embargo,
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fue abortada al ser reconocido y detenido en Varennes por el maestro de postas Drouet, el 21
de junio de 1791.
La noticia de la huida fallida del rey incitó a la emigración masiva de aristócratas y clérigos.
Simultáneamente, la agitación campesina volvió a recrudecerse y una oleada de sentimiento
antimonárquico comenzó a extenderse por toda Francia. En París, los clubes y periódicos
radicales exigían que fuera la nación, y no la Asamblea Constituyente, la que decidiera la suerte
del monarca. La declaración de inocencia adoptada por la Asamblea y el consiguiente
restablecimiento de Luis XVI en el trono consumó la ruptura entre la burguesía moderada y los
republicanos.
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2.3. ASAMBLEA CONSTITUYENTE
En medio de este clima, la burguesía comienza a construir los cimientos del nuevo orden.
Su obra legislativa queda marcada por tres aspectos fundamentales:
La Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano 1789
La Constitución Civil del Clero 1790 y
La Constitución de 1791
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En ella se reconoce la igualdad, como derecho inalienable, y la soberanía nacional. Pero
también hay contradicciones: la igualdad es sólo civil. Se admiten las libertades de prensa y
opinión pero no se menciona la de asociación, la ley de Le Chapelier de 14 de junio de 1791 la
prohibirá expresamente. Con todo, se trata de un texto de carácter universal que todavía hoy
sigue vigente. Se destaca que el reconocimiento de la soberanía nacional sentó las bases de
una futura Monarquía constitucional, a pesar del lógico disgusto del rey que no tuvo más
remedio que aceptarla.
Mientras la Asamblea deliberaba, la hambrienta población de París, irritada por los rumores
de conspiraciones monárquicas, reclamaba alimentos y soluciones. El 5 y el 6 de octubre, la
población parisina, especialmente sus mujeres, marcharon hacia Versalles y sitió a Luis XVI y
su familia fue rescatada por La Fayette, quien les escoltó hasta París a petición del pueblo. Tras
este suceso, algunos miembros conservadores de la Asamblea Constituyente, que acompañaron
al rey a París, presentaron su dimisión. En la capital, la presión de los ciudadanos ejercía una
influencia cada vez mayor en la corte y la Asamblea.
Pero la emisión de estos fue tan grande que acabaron funcionando como papel moneda,
depreciándose rápidamente y originando una fuerte inflación. Aunque con la venta de los
bienes de la Iglesia habían surgido nuevos propietarios dispuestos a no perder lo garantizado
por la Revolución, la inflación galopante introdujo un factor de inestabilidad social que
acabaría pasando factura.
Al perder sus bienes y suprimirse los diezmos, la Iglesia francesa pasó a depender
económicamente del Estado. Por esta razón la Asamblea Constituyente hubo de emprender una
reforma y racionalización de la organización eclesiástica que se concretó en la Constitución
civil del clero. Mediante esta norma jurídica, la Iglesia francesa pasaba a tener un carácter más
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nacional, alejándose de la dependencia del Papa. Se reducía el número de obispos, se cambiaba
el sistema de nombramientos y se exigía prestar juramento constitucional a todos los miembros
del estamento eclesiástico. Esta medida originó la división del clero francés en juramentado o
refractario, según jurase o no, aportando un elemento más de discordia al asentamiento de la
Revolución.
Con respecto a la institución que establecía requisitos de propiedad para acceder al voto,
sufragio censitario, la Constitución disponía que el electorado quedara limitado a las clases
altas y media. El nuevo estatuto confería el poder legislativo a la Asamblea Nacional,
compuesta por 745 miembros elegidos por un sistema de votación indirecto. Aunque el rey
seguía ejerciendo el poder ejecutivo, se le impusieron estrictas limitaciones. Su poder de veto
tenía un carácter meramente suspensivo, y era la Asamblea quien tenía el control efectivo de
la dirección de la política exterior. El poder judicial sería desempeñado por jueces elegidos por
el pueblo. Quedaba abolido el absolutismo, estableciéndose un régimen de monarquía
constitucional, claramente favorable a los intereses de la nueva clase emergente: la burguesía
adinerada.
Los dirigentes de la Asamblea Constituyente creían, sin embargo, que la situación política
se había normalizado a principios de otoño de 1791, y que, cumplida su misión, debía
procederse a la disolución de la cámara y a la convocatoria de elecciones legislativas de acuerdo
con la Constitución, que había sido aprobada en su texto definitivo el 3 de septiembre de 1791.
Sometida a la extrema presión de las convulsiones internas y de la amenaza exterior, la recién
instaurada monarquía constitucional no llegaría a cumplir un año.
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Una vez efectuadas las elecciones, el 1 de octubre inauguraba sus sesiones la Asamblea
Legislativa, compuestas por 745 diputados pertenecientes en su totalidad a los distintos sectores
de la burguesía francesa. Las tendencias ideológicas que tomaban asiento en la nueva cámara
pueden agruparse en tres bloques. La derecha estaba ahora integrada por unos 260 diputados
que apoyaban la monarquía constitucional; los antiguos aristócratas, valedores del absolutismo,
habían desaparecido.
En la izquierda se situaban los jacobinos, así llamados porque muchos de ellos procedían
de un club que se había instalado en el antiguo convento de los jacobinos, en la rue Saint-
Honoré de la capital francesa. No pasaban de 150 diputados y entre ellos destacaban los
representantes de la región de la Gironda, que por este motivo eran llamados girondinos; todos
ellos eran republicanos y se oponían claramente al régimen monárquico. La izquierda también
contaba con representantes que, frente al sistema censitario establecido en la Constitución,
defendían el sufragio universal y gozaban de gran influencia sobre las clases bajas, privadas
del derecho a voto. En el centro, unos 350 diputados inclinaban sus apoyos indistintamente
hacia la izquierda o a la derecha según las circunstancias o los intereses del momento; formaban
tal grupo personas identificadas con la revolución, pero sin definirse de forma tajante en cuanto
a la forma de Estado.
Pero esas medidas no sirvieron para tranquilizar a los grupos exaltados que pugnaban
abiertamente por la instauración de la República; la izquierda más radical acusaba al rey de
traicionar la revolución y de mantener compromisos secretos con sus enemigos (los emigrados
y los monarcas extranjeros). La influencia de los aristócratas que habían huido de la Francia
revolucionaria se había dejado sentir en la ya citada declaración de Pillnitz (agosto de 1791) de
Leopoldo II de Austria y Federico Guillermo II de Prusia, en la que se manifestaba que la causa
de Luis XVI era común para todas las monarquías.
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La grave conflictividad interna y la actitud amenazante de las potencias extranjeras hicieron
creer a las autoridades de la Asamblea que la revolución sólo podría salvarse adelantándose a
declarar la guerra a los enemigos exteriores. La burguesía conservadora esperaba una victoria
de la que saldría reforzado el sistema monárquico. Al mismo Luis XVI le convenía la idea;
incluso en caso de derrota, la intervención extranjera restablecería el absolutismo. Frente a los
partidarios de emplear la fuerza, la izquierda jacobina, conocedora de la debilidad militar de
Francia por las defecciones de sus mandos, auguraba y temía una derrota que pondría fin a la
revolución.
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retirada en las colinas de Valmy a las tropas prusianas del duque de Brunswick. París y la
revolución se habían salvado. En palabras de Goethe, testigo de excepción en la batalla, "ese
día comenzaba una nueva era en la historia del Mundo".
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Los católicos, indignados con la constitución civil del clero, se sublevaron en algunas
regiones de Francia.
Los mismos revolucionarios estaban divididos.
Por el otro lado se tenía a los diputados llamados girondinos, se convirtieron en dirigentes
de la Asamblea Legislativa, que querían llegar a un acuerdo con la monarquía, deseaban la
instauración de una monarquía constitucional, es decir tenían una actitud moderada en torno a
los cambios políticos, sin embargo desarrollo una política cada vez más violenta en contra
Luís XVI. Para desenmascarar al rey, y con la ilusión de extender por Europa los principios
revolucionarios, los girondinos propiciaron la guerra, convencidos de que con ella unificarían
a los patriotas frente a enemigos comunes.
El monarca Luis XVI fue enviado a prisión acusado de conspirar contra la revolución.
Se disolvió la Asamblea Legislativa y se convocó a comicios para elegir a los miembros
de una Convención Nacional.
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nuevo reducidos a tres. Los 160 diputados girondinos, de extracción alto burguesa, promovían
una república descentralizada y conservadora. En la «montaña», sector de izquierda y extrema
izquierda, se integraban 140 diputados «montañeses», pertenecientes a la pequeña y mediana
burguesía, identificados con una república democrática y un programa de gobierno de
contenido social (Robespierre, Danton, Marat). Entre ambas tendencias se ubicaba la «llanura»
o el «pantano», contingente de centro (350-400 escaños) que, aparte de su fe republicana, no
ofrecía posiciones ideológicas definidas.
Las potencias absolutistas europeas, espoleadas por la muerte del monarca, cerraron filas en
una gran alianza antifrancesa: la Primera Coalición, formada por Austria, Prusia, España,
Inglaterra, Holanda, Portugal y la mayor parte de los estados italianos y alemanes. La Coalición
frenó el avance de las tropas de la Convención después de la traición del general Dumouriez,
que se pasó a las filas de los austriacos tras su derrota en Neerwinden (marzo de 1793). La
guerra civil en que habían degenerado las rebeliones internas y la amenaza de una inminente
invasión extranjera crearon una situación insostenible que desató la lucha por el poder.
En el verano de 1793, con el apoyo de las masas parisinas (los sans-culottes), los diputados
montañeses expulsaron del gobierno a la derecha girondina, tras acusar de traición y ejecutar a
sus principales dirigentes (junio-julio de 1793). El nuevo gobierno quedó progresivamente
encarnado en la figura de Robespierre y en la acción expeditiva e implacable de unas
instituciones a las que los jacobinos otorgaron poderes de excepción (el Comité de Salvación
Pública, verdadero poder ejecutivo pronto dominado por Robespierre, el Comité de Seguridad
General y el Tribunal Revolucionario).
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Desde ellas se pusieron en práctica una serie de medidas, cuyos resultados no se hicieron
esperar. En agosto de 1793 se decretaba la leva en masa, con lo que todos los recursos
materiales y humanos de la nación se ponían al servicio de la guerra revolucionaria; el ejército
francés acabaría contando con más de un millón de hombres. En septiembre de 1793, la «ley
del máximum general» fijaba un control riguroso de precios y salarios, dictando durísimas
sanciones para los infractores; previamente una ley había establecido la pena de muerte para
los acaparadores. Este fuerte intervencionismo económico permitió alimentar la población y
abastecer el ejército, pero suscitó el rechazo de la burguesía moderada, defensora de la libertad
económica.
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Superada la crisis, el frente jacobino comenzó a fraccionarse. El sector radical exigía la
abolición de la gran propiedad y la aplicación de la política de terror a los ricos y poderosos.
En el lado opuesto, cada vez eran más numerosas las voces que clamaban por una
normalización de la vida pública que hiciera efectiva la Constitución democrática elaborada y
aprobada en junio de 1793, que no había llegado a entrar en vigor. A partir de marzo de 1794,
Robespierre acusó de traicionar a la revolución a los dirigentes de ambas tendencias (Jacques
Hébert, Camille Desmoulins, Georges-Jacques Danton, que terminaron en el patíbulo), sin
darse cuenta de que estaba preparando con ello el camino hacia el final de su dictadura.
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desde su nueva posición dominante, restableció la libertad de precios y, cuando la carestía
empeoró de nuevo la situación de las clases populares, no tuvo escrúpulos en formar frente
común con el ejército para reprimir toda intentona subversiva. Sus objetivos inmediatos eran
continuar la guerra en el exterior y liquidar la obra revolucionaria elaborando un nuevo texto
constitucional que sustituyera, por sus excesos democráticos, al aprobado en junio de 1793.
El nuevo ordenamiento, por otra parte, ponía fin a la participación democrática popular del
periodo anterior al eliminar el sufragio universal, y salvaguardaba los intereses de la burguesía
adinerada volviendo al principio de capacidad económica como condición previa al ejercicio
de los derechos políticos. El Directorio comenzó su andadura en octubre de 1795, manteniendo
una línea continuista respecto al último año de vida de la Convención y priorizando la
estabilidad y el orden internos para consolidar una república conservadora erigida en la primera
potencia de Europa.
Los grandes objetivos del régimen tropezaron, sin embargo, con graves dificultades internas
que condicionaron de forma determinante sus cinco años de vida. La crisis económica desatada
a raíz de la supresión del control de los salarios y los precios abrió un proceso inflacionista
(depreciación de los "asignados": papel moneda emitido para la compra de bienes nacionales),
que repercutió negativamente en las clases populares y en las arcas de la República, cada vez
más dependientes de los botines de guerra.
Si bien la crisis económica constituyó el principal problema del régimen, no hay que olvidar
la inestabilidad política y social que siempre le afectó al tener que combatir por igual los
intentos de subversión conservadora (insurrecciones realistas en la Vendée y Bretaña, marzo
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de 1796) y las conspiraciones de carácter radical («Conjura de los Iguales» de Babeuf, mayo
de 1797). La Constitución de 1795, al configurar el Directorio como un sistema republicano y
censitario (sin sufragio universal), parecía haber excluido de la vida política tanto a los
monárquicos como a las clases populares, pero realistas y jacobinos ganaron posiciones en las
elecciones de 1797 y 1798.
La faceta más brillante del Directorio fue su política exterior, basada en la actuación
victoriosa de sus ejércitos contra la Primera Coalición. Las brillantes campañas de generales
como Moreau, Jourdan, Pichegru y Hoche culminaron en el rotundo triunfo de Napoleón sobre
el ejército austriaco en Italia. Las paces de Tolentino y Campoformio (1797) convertían al
militar corso en el hombre más admirado de Francia, a cuyo gobierno había proporcionado
inmensos recursos procedentes de los territorios ocupados.La estrella de los militares -y en
especial del joven Bonaparte- comenzaba a brillar con luz propia en un panorama político
inestable y corrupto como el que ofrecía el Directorio a finales de siglo. Ante los avances de
una Segunda Coalición internacional contra Francia (formada en diciembre de 1798 por
Inglaterra, Austria, Rusia, Turquía y el rey de Nápoles refugiado en Sicilia) y el peligro de
escoramiento que suponían las presiones de jacobinos y realistas, la burguesía republicana
comenzó a identificarse cada vez más con una solución militar que apuntalase sus intereses.
La coyuntura fue aprovechada por el general más audaz, Napoleón Bonaparte. Enviado en
1798 a Egipto para asestar un golpe al poderío colonial británico cuando se estaba organizando
la Segunda Coalición antifrancesa, Napoleón acudió a la llamada de dos miembros del
Directorio (Emmanuel Joseph Sieyès y Roger Ducos) y encabezó el golpe de Estado del 18 de
Brumario (9 de noviembre de 1799), que acabó con el régimen por la fuerza de las armas y
labró sobre su persona el nuevo destino de Francia.
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Sin embargo, Napoleón consolidó algunas realizaciones revolucionarias (destrucción de las
estructuras feudales, superación de la sociedad estamental, estabilización del liberalismo
económico y ascenso de la burguesía como clase social dominante) y dotó a Francia de unas
estructuras de poder sólidas y estables con las que se ponía fin al caos político precedente.
Aunque por el camino se perdieron los ideales de igualdad social y democracia política, la
restauración del Antiguo Régimen iba a resultar imposible y, en muchos aspectos importantes,
los logros de la Revolución Francesa habían de perdurar y extenderse por Europa con las
conquistas napoleónicas.
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CAPITULO III
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