Espacio, Paisaje, Región y Territorio
Espacio, Paisaje, Región y Territorio
Espacio, Paisaje, Región y Territorio
México, 2015
Ramírez Velázquez, Blanca Rebeca
Espacio, paisaje, región, territorio y lugar: la diversidad en el pensamiento con-
temporáneo / Blanca Rebeca Ramírez Velázquez, Liliana López Levi: -- México:
UNAM, Instituto de Geografía: UAM, Xochimilco, 2015.
205 p. : il. ; 22 cm. – (Geografía para el siglo XXI; Serie Textos Universitarios 17)
ISBN 970-32-2976-X (Obra completa)
ISBN 978-607-02-7615-6 (UNAM)
ISBN 978-607-28-0679-5 (UAM)
Ciudad Universitaria
Coyoacán, 04510
México, D. F.
Instituto de Geografía
www.unam.mx
www.igg.unam.mx
Introducción…………………………………………………………………… 9
Capítulo 1. Espacio…………………………………………………………… 17
Capítulo 2. Paisaje…………………………………………………………… 65
Capítulo 3. Región…………………………………………………………… 99
Bibliografía…………………………………………………………………… 191
Introducción
Los lectores de este libro se preguntarán ¿por qué el interés de las autoras por
definir conceptos que pueden ser del todo cotidianos pero también tan colo-
quialmente usados en el ámbito de las ciencias sociales, de las naturales y las del
diseño?, ¿de dónde surge esta afición por la aclaración? La respuesta tiene varios
senderos y responde a incógnitas plasmadas en ámbitos diversos. Un primer acer-
camiento es que como geógrafas, nuestro interés por el estudio del espacio, en
sus diferentes acepciones, nos ha acompañado desde estudiantes y a lo largo de
nuestra vida profesional, para reencontrarnos ahora en el ámbito de la docencia y
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desde la geografía. Sin embargo, no se trata de una geografía aislada de las otras
disciplinas del conocimiento humano, sino de una que es interdependiente del
debate epistemológico de los lugares donde se produce y del pensamiento occi-
dental de su tiempo.
De esta forma, partimos del hecho que durante el último siglo, el espacio ha
transitado de ser visto como una entidad existente en sí misma a ser una cons-
trucción social. De acuerdo con los pensadores que se han abocado a estudiarlo,
se ha planteado como una estructura con propiedades, ya sean absolutas o rela-
tivas, dependiendo del enfoque, y en función de ello puede considerársele como
algo objetivo o subjetivo.
El espacio implica una serie de relaciones de coexistencia explicadas desde
diferentes perspectivas, en donde se dan los vínculos, las relaciones e interaccio-
nes, que llevan a la construcción, transformación, percepción y representación de
la realidad. En geografía, todo ello se expresa a través de factores tales como la
localización, ubicación, distancia, superficies o zonas, dirección, rumbo, áreas de
influencia, responsabilidad, dominio, resistencia, forma, tamaño, posición (cen-
tro-periferia, interno-externo, cerca-lejos, norte-sur), distribución, vecindad, ac-
cesibilidad, procesos de aglomeración y dispersión, patrones, nodos, flujos y rutas.
El espacio y su representación son y han sido objeto central de muchas in-
vestigaciones; aunque en términos generales, los científicos no se ocupan de la
reflexión filosófica sobre su naturaleza, sino que la dan por sentado como una
de las variables que están presentes en los fenómenos que analizan. A pesar de lo
anterior, en este libro partimos de la premisa que las implicaciones de entender
al espacio de una manera u otra es relevante, pues conlleva consecuencias en lo
conceptual, lo ideológico y lo metodológico.
Tradicionalmente se parte de la idea básica de que el espacio es equivalente a
un área o porción de la superficie terrestre. Esta perspectiva implica considerar al
espacio como una especie de plataforma donde se ubican objetos, sujetos y fenó-
menos; una especie de contenedor de la materia presente sobre la Tierra. Desde el
punto de vista geográfico, implica en un primer nivel definir la localización, que
por los consensos científicos estaría dado por un lugar con coordenadas específi-
cas (latitud, longitud y altitud), y en donde la ubicación y la posición relativa son
importantes, es decir, su relación con los elementos que lo rodean. Sin embargo,
su existencia no depende de los objetos ni de los acontecimientos que alberga.
El espacio plano, por llamarlo de alguna manera, ha sido el sustento de mu-
chos trabajos en diversas disciplinas sociales. Destacan los modelos clásicos de la
economía espacial que parten del supuesto de un espacio homogéneo y estático.
De esta forma, en 1826, Von Thünen, desarrolla sus teorías de localización; en
Espacio . 19
1909, Alfred Weber modela la localización industrial con base en las nuevas téc-
nicas de producción y de transporte; en 1929 Hotteling establece las relaciones
entre los precios de bienes homologados, el tamaño del mercado y la localización
de los vendedores y en 1933 Christaller elabora la teoría de los lugares centrales
(Mignot, 2002; Ramírez, 2003a).
En la misma línea, la geografía de gran parte del siglo XX también consideró
al espacio como el escenario terrestre. La unidad geográfica, tal como la describe
Oliver Dollfus (1982) se conformaba a partir de la combinación de elementos y
procesos que distingue un lugar como algo único y lo hace diferente de los otros
que lo rodean. A partir de ello, diversos autores hablaron de unidades geográficas y
de integración regional; donde geología, suelos, vegetación, fauna, clima, organi-
zación social, actividades económicas y sociales están íntimamente relacionados.
Desde la física, también hay un espacio más simple y uno más complejo.
Cuando se afirma que la velocidad es igual a la distancia sobre el tiempo, se plan-
tean variables simples, que no presentan mayor problemática. No es necesario
filosofar sobre el significado de cada una de ellas para resolver un caso concreto.
Un poco más elaborado, pero manteniendo la idea de un espacio plano es la ex-
plicación que Einstein da a la gravedad.
Imaginemos, por ejemplo, una piedra colocada en una sábana estirada. Ob-
viamente la piedra se hundirá en la sábana, creando una ligera depresión. Una
pequeña canica lanzada sobre la sábana seguirá entonces un camino circular o
elíptico alrededor de la piedra. Alguien que mire desde cierta distancia a la ca-
nica que se mueve alrededor de la piedra puede decir que existe una ‘fuerza ins-
tantánea’ que emana de la piedra y altera el camino de la canica. Sin embargo,
examinándolo de cerca puede verse lo que está sucediendo realmente: la piedra
ha distorcionado la sábana y en consecuencia, el camino de la canica. Por ana-
logía, si los planetas giran alrededor del Sol, es debido a que se están moviendo
en un espacio que ha sido curvado por la presencia del Sol (Kaku, 1996:143).
El espacio en la física se volvió más complejo a lo largo del siglo XX, con la
teoría de las supercuerdas y la noción de un espacio multidimensional, que el
ser humano no alcanza a percibir. Sin embargo, es siempre un espacio existente
independientemente de la mente humana.
A partir de la segunda mitad del siglo XX, el espacio se convirtió en el con-
cepto teórico central para la geografía (Santos, 2000:71). En un sentido muy
amplio, este concepto se ha usado para designar a la epidermis de la Tierra, que
incluye la superficie de la Tierra y la biósfera, o el ekumene, que refiere a la tierra
20 . Blanca Rebeca Ramírez Velázquez y Liliana López Levi
Las posiciones de las partes del espacio en relación entre sí presuponen la región
según la cual (éstas) se ordenan …, y entendida del modo más abstracto la re-
gión no consiste en la relación que una cosa tiene con otra en el espacio (lo que
propiamente constituye el concepto de posición), sino en la relación del sistema
de estas posiciones en el espacio cósmico absoluto (Ibid.).
fico, dieron origen a una aparente pérdida de identidad del objetivo mismo de
conocimiento geográfico. Esto originó que si bien partes de la geografía fueran
objeto de estudio de otras ciencias, la importancia política que tenía el conoci-
miento de los espacios nacionales en reciente formación, reorienta el quehacer de
la geografía como una necesidad de integrar los elementos naturales y humanos
que se estaban desintegrando (Capel, 1981:314). Asimismo, la derrota del deter-
minismo geográfico y la aparición del posibilismo resultaron en la formación de
la visión regionalista de autores que, bajo el liderazgo de Vidal de la Blache, se
orientaron a la identificación de regiones, entendidas como espacios homogéneos
producto de la relación entre los elementos de la naturaleza y el quehacer social
humano, con base en la interpretación de los paisajes. En la opinión de Wallers-
tein (1996:29), este hecho le dio un nuevo suspiro al anacronismo en que había
caído la geografía por su tendencia generalista, sintetizadora y no analítica, y
pudo, a partir del nuevo estudio de regiones en países, ser un instrumento impor-
tante para la generación del conocimiento de las naciones en reciente formación
en el siglo XVIII y XIX.
A partir de este momento, el espacio ha tomado diferentes acepciones y
significados en diferentes momentos de la historia del pensamiento geográficos.
Por ejemplo, Hartshorne daba por sentado que el espacio (junto con el tiempo)
era una coordenada externa al ser humano, una red vacía sobre la cual existían
y ocurrían los objetos y los eventos (Gregory et al., 2009:708). Por su parte,
Dollfus (1982), basándose en la concepción de Tricart (1969), afirmaba que es
la epidermis de la Tierra (Dollfus, 1982:7), es decir, la superficie terrestre y la
biósfera. Pero también añade que es el espacio habitable o ecúmene (basado en
Sorré, 1967) y lo define de la manera siguiente: “el espacio geográfico es el espacio
accesible al hombre” (Dollfus, 1982:7-8). Se distingue, además, como algo único
y diferenciable de aquellos otros que lo rodean. Cada espacio es concebido como
homogéneo debido “a la repetición de determinado número de formas, de un
juego de combinaciones que se reproducen de manera parecida, aunque no per-
fectamente idéntica, en una determinada superficie” (Ibid.:10). Para este autor,
el espacio es localizable, lo que lo hace “trivial”, por lo tanto, es cartografiable
(Ibid.:9); es relacional con los elementos en los cuales se inscribe y forma parte;
es cambiante y diferenciado, tiene límites y su apariencia visible es el paisaje
(Ibid.:8). Estas constituyen sus características entre las cuales integra la idea de
área de extensión e incluye la de límite, que es inseparable y que ofrece distintos
grados de determinación, desde el límite lineal hasta la zona límite con sus franjas
de degradación (Ibid.:8).
24 . Blanca Rebeca Ramírez Velázquez y Liliana López Levi
precisos y comparables. Pero muchas veces los datos utilizados por los geógrafos
no se pueden cuantificar tan fácilmente como los que emplean los economistas,
y de ahí unas investigaciones que a menudo son más cualitativos que cuanti-
tativas. No obstante, parece vano comparar las ventajas de una investigación
cuantitativa con las de la investigación más cualitativa. No existe más que una
única y misma investigación, que puede perfeccionarse por medio de unos aná-
lisis que no son cuantificables, aunque algunos de cuyos resultados pueden ex-
ponerse más claramente gracias a una formulación cifrada, y de ahí la utilidad
del instrumental matemático.
En la visión primitiva, la tierra no es una cosa que pueda ser cortada en pedazos
y vendida en parcelas. La tierra no es un pedazo de espacio dentro de un sistema
espacial más grande. Por el contrario, esta es vista en términos de relaciones so-
ciales. La gente, como parte de la naturaleza, está ligada íntimamente a la tierra.
El pertenecer a un territorio o lugar es un concepto social que requiere primero
que nada la pertenencia a una unidad societal. La tierra misma es poseída por
un grupo, no está repartida privadamente y poseída. Además, en ella viven los
espíritus y la historia de la gente, y los lugares con los que cuenta son sagrados.
La segunda perspectiva que analiza el autor tiene que ver con la relación en-
tre espacio e historia. El cambio de las sociedades primitivas que integraban a la
sociedad, la naturaleza y espacio, a otras en donde la naturaleza transformada es
la importante en tanto que genera mercancías, abre una perspectiva para enten-
der cómo en la historia, las relaciones entre los elementos cambian generando una
Espacio . 35
Por otro lado, introduce el concepto de producción del espacio como parte
de la generación de mercancías en el sistema capitalista. En la medida en que el
objetivo fundamental del sistema es la producción de plusvalía, entonces una
cantidad de capital tiene que ser transformado en capital espacialmente fijo (vías
de comunicación, viviendas, rutas de transporte), que queda confinado en los
límites de los espacios nación. Esto produce diferencias entre los espacios, lo
que precede al desarrollo capitalista, que internaliza la producción de espacio
absoluto y relativo al interior de un “espacio de la economía capitalista misma”
(Ibid.:88), generando una dicotomía entre el capital “espacialmente fijo” y el
circulante como parte importante de las propiedades que el primero tiene. Se
generan así patrones contradictorios y tendencias hacia la fijación del capital y
otras hacia la diferenciación y homogeneización que emanan de la circulación del
mismo capitalismo. Esto resulta en patrones de desarrollo desigual como parte de
la manifestación de la producción del espacio en el capitalismo (Ibid.:90).
36 . Blanca Rebeca Ramírez Velázquez y Liliana López Levi
como uno de los geógrafos más relevantes de finales del siglo XX y principios del
XXI sino como uno de los más renombrados geógrafos marxistas urbanos.
Posteriormente, otros académicos empiezan a conformar escuela dentro del
pensamiento francés de la sociología hasta culminar con la propuesta de Castells
quien junto con otros autores como Lojkine y Topalov constituyen lo que se co-
noce como la escuela francesa de la sociología urbana (Lezama, 1993:233-296),
misma que tenía fuertes vínculos con el estructuralismo altusseriano y el euroco-
munismo de la época. De adscripción marxista, esta escuela fue definitoria para
desarrollar la escuela latinoamericana de la década de los años setenta del siglo XX
y posteriormente originó también que Coraggio (1987) y Pradilla (1984) desa-
rrollaran su crítica al concepto de espacio, derivada de la cual propusieron que se
sustituyera por el de territorio para darle mayor precisión; crítica que se abordará
más adelante, en el capítulo correspondiente al territorio.
La visión del espacio de Harvey tiene dos momentos, la primera como ele-
mento que consolidó la propuesta científica de la geografía cuantitativa a finales
de los años sesenta, abordada con anterioridad. La segunda posterior, cuando su
giro hacia el marxismo lo ubica como un crítico del espacio. Entonces, parte de
suponer que “no hay espacio absoluto ni contenedor ni relativo ni sólo relacional
pero puede ser uno o todos simultáneamente dependiendo de las circunstancias”
(Harvey, 1973:13), y a la pregunta de ¿qué es el espacio?, el autor responde que
tiene que ser remplazada por otra que es “¿cómo es que diferentes prácticas huma-
nas crean y hacen uso de conceptualizaciones tan distintas de espacio?” (Ibid.:13-
14). Con ello asume entonces que la naturaleza del espacio está en la práctica
humana. Desde esta época ya rechaza la existencia de espacio polarizado o en
binomio y le proporciona una dimensión de “momento activo” en los problemas
humanos (Castree, 2011: 237).
Con su inicio en el marxismo, su preocupación fundamental, que lo ha
acompañado a lo largo de su trayectoria académica, radica en la necesidad de
explicar la pobreza que genera el capitalismo en las ciudades y en los mecanismos
que la planeación urbana podría traer una sociedad urbana más justa en los paí-
ses de occidente (Ibid.:235), a partir de una conjunción entre la resolución de los
problemas sociales y urbanos.
Si el espacio es relativo y se construye, en su lectura del capitalismo hay tres
lógicas que inciden directamente en el espacio: la búsqueda de la acumulación y
la obtención de ganancias; la competencia entre los productores rivales peleando
el mercado y la innovación tecnológica en el proceso de producción de los pro-
ductos. Su trabajo consiste, precisamente, en la identificación de estos elementos
y cómo se fijan en el espacio a partir de sus diferentes contradicciones (Ibid.:238).
40 . Blanca Rebeca Ramírez Velázquez y Liliana López Levi
al Estado y por último la simbólica, que trata de manera marginal desde el punto
de vista de su forma espacial.
La postura de Castells ha sido retomada por múltiples académicos lati-
noamericanos asumiendo su postura marxista y en ocasiones sin reconocer los
problemas que la visión estructuralista genera. Las visiones críticas de Coraggio
(1987) y Pradilla (1984), que se analizarán en el capítulo de territorio, tratan de
resolver los problemas que en ella existen.
subjetiva del espacio, para abordar al espacio vinculado con los sentimientos y
las emociones.
Una de las aportaciones que más éxito tuvo fue el abordaje de la repre-
sentación cartográfica en torno al concepto de mapas mentales, acuñado por
Peter Gould en 1962 y después apropiado y desarrollado por otros autores. “La
reflexión sobre mapas mentales parece haber sido mucho más fructífera que las
investigaciones orientadas por este enfoque. De cualquier modo, la indagación
del papel de la subjetividad en las formas de ‘mapear’ el espacio contribuyó a
socavar la tradicional asociación del espacio euclidiano del mapa con el espacio
geográfico” (Quintero, 2006:565).
Según lo afirma Yi Fu Tuan (1979:388), “el estudio del espacio, desde la
perspectiva humanista, es el estudio de los sentimientos espaciales de la gente y
de las ideas en el ámbito de la experiencia”, ya que conocemos el mundo a través
de dicha experiencia, de las sensaciones, de la percepción y las concepciones. Es
decir, a partir de lo individual y del cuerpo. Con ello, los humanistas pusieron én-
fasis en la singularidad, pues la dimensión subjetiva nos aleja de la generalización.
Con base en la idea de que el concepto de espacio es abstracto, muchas veces
matemático, y que se aleja de la experiencia cotidiana, los geógrafos humanistas
de los años setenta, entre ellos Yi Fu-Tuan (Ibid.:387-427) decidieron orientar su
quehacer hacia el concepto de lugar, como una alternativa para abordar la singu-
laridad, concepto que se analizará en el capítulo 5 de este texto.
Hasta aquí, las visiones expuestas se desarrollaron o bien para explicar el espacio
de la modernidad, en sus diferentes visiones o bien para modificarlo y planearlo.
Pero también y sobre todo en relación con la teoría marxista, lo que se quería era
explicar, de diferentes maneras, la forma como el espacio se modificaba y creaba a
partir del modo de producción capitalista, evidenciado las diferencias regionales
y espaciales que generaba y sobre todo con el incremento de la pobreza que le es
característico. A partir de la década de los años ochenta, se planteó un cuestiona-
miento fuerte en relación con la promesa de transformación y liberación que la
modernidad capitalista ofreció y no cumplió. Por el contrario, la homogeneidad
social esperada redundó en desigualdades nacionales y regionales que se presen-
taban en todos los países, desarrollados y subdesarrollados.
Hubo cambios radicales en las propuestas pues se enfatizó que el espacio
se había subsumido al tiempo, ya que las generalizaciones habían impedido el
Espacio . 43
Los ejemplos con los que ilustra su conceptualización de las heterotopías son
muchos. Están las heterotopías de desviación, donde se colocan los individuos
con un comportamiento fuera de la norma aceptada, como las cárceles y las
clínicas psiquiátricas. Los cementerios ejemplifican el tratamiento diferenciado
del lugar de los muertos, donde hasta el siglo XVIII se les colocaba en el corazón
de la ciudad, en la iglesia y después se les envió a las afueras de la ciudad. El
escenario del teatro y la pantalla del cine son ejemplos de heterotopías que yux-
taponen lugares discordantes. Los museos, los archivos y las bibliotecas, donde se
acumula el tiempo, reflejan heterotopías y heterocronías, donde se busca abarcar
la memoria, en cambio las fiestas y las ferias las reflejan en su vertiente pasajera
y fútil. Los moteles, guardan los vínculos entre lo permeable y lo impermeable y,
por último, para explicar las heterotopías que tienen una función con el espacio
restante, Foucault alude a las primeras colonias de Jesuitas en el Paraguay.
De acuerdo con Silvina Quintero, Foucault tuvo una gran influencia en los
geógrafos franceses liderados por Yves Lacoste, donde la mirada sobre la espacia-
lización del poder influyó en la conceptualización que se le daba a los mapas. Al
respecto dice (p. 566):
La deconstrucción nos insta a leer entre las líneas del mapa, en los márgenes del
texto, y a través de sus tropos, para descubrir los silencios y las contradicciones
que desafían la aparente honestidad de la imagen. Comenzamos por aprender
que los hechos cartográficos son solo hechos en el marco de una perspectiva
cultural específica (Ibid.:425-426).
46 . Blanca Rebeca Ramírez Velázquez y Liliana López Levi
Este giro es sin duda importante pues al aparecer como elemento definitorio
de los procesos la cultura, la percepción y el simbolismo, parecería que queda sin
contexto cualquier proceso que se desarrolle en el espacio y solo puede hablarse
de lo que se percibe, se simboliza, se siente sobre el mismo. Evidentemente que al-
gunas como la de Lefebvre sobre la producción del espacio que tienen una fuerte
orientación marxista la integran en su visión, pero adscribiéndole una dimensión
material económica, que no cae ya en la sobredeterminación, pero en donde se
integra como un agregado más que es preciso evidenciar.
Asimismo, esta orientación va a permear la manera como se usan en la ac-
tualidad categorías como las de territorio y lugar, en donde el elemento cultural
y la identidad que la define, ha sido un factor fundamental para orientar las
visiones que en la actualidad se desarrollan como se analizara posteriormente en
los capítulos respectivos.
Es preciso mencionar que hay una fuerte critica a la manera como este giro
culturalista sin contexto se ha extendido como “la manera” como se realiza el
estudio del espacio en el posmodernismo, negándole total vinculación con al-
gún tipo de contexto, sea éste económico o de cualquier tipo, o bien manejado
como un elemento en donde lo particular es lo único que prevalece y en donde
la fragmentación del conocimiento sobre el espacio erige procesos sin dirección,
y por supuestos cargados de una neutralidad que dista mucho de ser la realidad
que vincula lo general con lo particular, como metodológicamente se adscribe el
estudio del espacio aun en la geografía más tradicional (Ramírez, 2003a).
Espacio de flujos
Con el surgimiento de la crisis de los paradigmas en la última década del siglo XX,
aunado a los cambios tecnológicos y productivos que venían ya gestando desde
la década de los años setenta, se expandió el uso de la categoría de espacio de
flujos basado en la necesidad de explicar el movimiento acelerado que tomaron
los procesos económicos, los movimientos migratorios internacionales que se in-
crementaron, la diversidad del intercambio cultural que dichas transformaciones
originaron, y la importancia creciente y el interés por entender la subjetividad que
el desarrollo económico, político, social y cultural generó a nivel global. Entre
otros, han sido dos los trabajos que han incidido directamente en la expansión
de este concepto, y otros muchos los que lo han reproducido: el de Saskia Sassen
sobre La Ciudad Global (1991) y el de Manuel Castells sobre la Era de la Infor-
mación (1996 {1999}).
Ambos resaltan cuatro nuevas funciones estratégicas que se concentran en
algunos centros urbanos: los puntos de comando de la organización de la eco-
Espacio . 49
nomía mundial; las localizaciones clave para los servicios financieros y las firmas
altamente especializadas en ellos que han remplazado a los sectores económicos
líderes de la producción manufacturera; la existencia de sitios clave de produc-
ción de innovaciones en la producción de industrias líderes en estos productos
y la alta concentración de los mercados de productos y servicios resultantes de
dichas innovaciones (Sassen, 1991:4).
Con ello, se acepta la aparición de una nueva lógica que requiere ser ex-
plicada a partir de nuevos conceptos, al que agregamos el de espacio de flujos,
que permite explicar las interacciones que se dan entre las zonas productoras de
bienes financieros y de servicios y de las generadas por las telecomunicaciones y
la telefonía inalámbrica a partir de una lógica que analice el movimiento que se
caracteriza como flujo.
Castells (1999:409-444) retoma algunos de los supuestos de esta autora,
para analizar la sociedad de la información y los cambios culturales que genera
en el espacio. El autor parte de asumir que espacio y tiempo se relacionan, y
que existe la posibilidad de contar con un hiperespacio que puede tener hasta
diez dimensiones (Ibid.:409), pero no los desarrolla. El autor argumenta que el
“espacio es la expresión de la sociedad” (Ibid.:444) pero, requiere nuevamente
de conjuntarlos para explicarlos, argumenta sobre la necesidad de hablar de la
simultaneidad, diferenciándola de la noción de contigüidad, como se explica-
ba anteriormente; se trata de una simultaneidad basada en flujos (de capital, de
información, de tecnología, de interacción organizativa de imágenes, sonidos y
símbolos), en tanto que la “expresión de los procesos que dominan nuestra vida
económica, política y simbólica” (Ibid.:445) y que llevan a la existencia de proce-
sos que se vinculan en tiempo real.
Castells define al el espacio de los flujos como “la organización material de
las prácticas sociales en tiempo compartido que funcionan a través de los flujos”
(Ibid.) lo que sugiere que todas las prácticas sociales siguen un comportamiento
en flujo. Éstos son “las secuencias de intercambio e interacción determinadas,
repetitivas y programables entre las posiciones físicamente inconexas que man-
tienen los actores sociales en las estructuras económicas, políticas y simbólicas de
la sociedad” (Ibid.:445) que desempeñan un papel importante en las estructuras
sociales estratégicas; pueden describirse más que definirse (Ibid.:446) y se con-
forman por al menos de tres capas de soportes materiales que juntos lo constitu-
yen: un circuito de impulsos electrónicos (microelectrónica, telecomunicación, y
sistemas de soportes de alta velocidad); sus nodos y ejes que los conforman y en
donde se afirma que éstos no carecen de lugar, “aunque su lógica estructural sí”
(Ibid.:446), y tercera y última capa, refiere a la organización espacial de las élites
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gestoras dominantes (más que a las clases) que “ejercen las funciones directrices
en torno a las que ese espacio se articula (Ibid.:448). En estas tres capas se inte-
gran todos los aspectos fundamentales en los que se imbrica la sociedad contem-
poránea, que a su vez se diferencia entre “las élites que son cosmopolitas y la gente
que es local” la primera ahistórica y la segunda con cultura e historia. Y agrega
que entre las tres capas se conforma el llamado espacio de flujos, a partir de su
conjunción y articulación. Asimismo, la conjunción entre ellos genera comunida-
des simbólicamente atrincheradas y aisladas detrás de sus lógicas inmobiliarias de
reproducción: casas, hoteles, formas de diversión y de hacer turismo; generando
un estilo de vida que se reproducen similarmente en todo el mundo (Ibid.:449-
450). Esto resulta en una cultura internacional-global con identidad particular
que vincula a una sociedad específica que se reproduce en esa escala.
Esta diferenciación cultural entre los espacios posibilita el hablar de los es-
pacios de flujos y los espacios de lugares. El primero es el de la élite inmersa en
la sociedad de flujos y el segundo es el de la gente que se reproduce en lugares,
definiendo el lugar como “una localidad cuya forma, función y significado se
contienen dentro de las fronteras de la contigüidad física (Ibid.:457), que re-
sulta en una conjunción-diferenciación poco clara entre espacio y lugar ya que:
“no todos los lugares son socialmente interactivos y ricos en espacio. Para él,
espacio y lugar representando dos lógicas espaciales que al fragmentarse en la
actualidad y contar con experiencias simbólicas diversas, se presenta “una es-
quizofrenia estructural” entre ellas que amenazan con “romper los canales de
comunicación de la sociedad (Ibid.:461) en una lógica de espacios segmentados
y cada vez menos relacionados de acuerdo con la postura estructuralista que los
fundamenta.
Este espacio de flujos se caracteriza por contar con un tiempo atemporal, es
decir, la simultaneidad de los procesos es parte de su existencia fundamental, lo
que hace que se segmente también de la lógica de los lugares que son históricos y
por lo tanto temporales (Ibid.:500). Con esta segmentación entre espacio-lugar,
temporalidad y atemporalidad de los procesos, es que el autor concluye en la
conformación de una sociedad red, es decir, la manera cómo se organiza la in-
formación, generando, desde su perspectiva, una nueva morfología social que
modifica la operación y resultado de los procesos de producción, la experiencia,
el poder y la cultura (Ibid.:505). Se argumenta que las redes pueden generar tipo-
logías determinando que la distancia (o intensidad y frecuencia de la interacción)
entre dos puntos o posiciones sociales sea más corta (o más frecuente o intensa) si
ambos son nodos de una red que sí pertenece a otra. Y así, clasifica a la distancia
como física, social, económica, política o cultural sin que explicite que se entien-
Espacio . 51
Milton Santos en Brasil y Doreen Massey en Inglaterra son dos autores que le
dan una gran importancia a la discusión epistemológica del espacio, evidencian-
do en sus trabajos los fundamentos y los métodos que organizan su quehacer
Espacio . 53
científico, más que discutir solamente sobre su definición o las relaciones que
se generan entre los grupos o los elementos que lo componen. Evidentemente
que parten de posturas y supuestos diferentes, aunque ambos vienen de visiones
críticas que los hacen particularmente importantes para el tema que aquí nos
ocupa. Por corresponder a un orden cronológico, se expondrá primero la visión
de Milton Santos desarrollada en su texto publicado en 1996 en portugués y en
2000 en español titulado La naturaleza del espacio, mismo que es una recapitula-
ción de muchos temas que trató con anterioridad en otros textos. En un segundo
momento se integra la visión de Doreen Massey, quien desde la década de los
noventa articuló una serie de supuestos que concluyen en 2005 con la edición de
su libro for space. A pesar de ser propuestas muy diferentes, con orígenes también
diversos –el uno latinoamericano y la otra anglosajona– comparten su interés por
hacer una discusión epistemológica del espacio que difícilmente se encuentra en
otros autores, razón por la cual nos atrevimos a tratarlos en el mismo apartado,
aunque se desarrollará su postura en forma particular.
Los elementos fijos, fijados en cada lugar, permiten acciones que modifican el
propio lugar, flujos nuevos o renovados que recrean las condiciones ambientales
y las condiciones sociales, y redefinen cada lugar. Los flujos son un resultado
directo o indirecto de las acciones y atraviesan o se instalan en los fijos, mo-
dificando su significación y su valor, al mismo tiempo que ellos también se
modifican (Ibid.:54).
Sistemas de
Sistemas de objetos
acciones
(materialidad)
(socialización)
Unión indisoluble
Acción racional o no
Figura 2. Articulación de
GLOBAL
escalas
Horizontalidades
Mercado Geografía de la
producción y
sociedad civil
58 . Blanca Rebeca Ramírez Velázquez y Liliana López Levi
Santos construyó esta postura a lo largo de varios años hasta dejarla acabada e
integrada tal y como lo hemos expuesto en las líneas anteriores. Ella ha tenido
una gran influencia en América del Sur, sin embargo, por largos años se mantuvo
fuera de escena en la geografía mexicana, por un lado por su visión crítica de la
geografía tradicional, pero también por el otro, debido a la postura política que
con esta orientación marcó al autor como parte del marxismo latinoamericano,
en el campo de la geografía.
Tecnósfera
Esfera de la
acción
Sede
resistencia
Mundo de objetos generados
por la técnica
Unidad
local
Naturales, artificiales o
híbridos
Interacción
Unión horizontal
ciales, los cambios en las relaciones sociales, en las identidades y en las prácticas;
a estudiar a geografías virtuales, cibergeografía, ciberlugares, ciberciudades, am-
bientes virtuales, Geografía de la sociedad de la información, cespacio, mapas del
ciberespacio y cibercartografía, comunidades digitales, mundos virtuales (López,
2006, 2010a) y paisajes cibernéticos (López y Méndez, 2015). Ejemplo de ello
son autores como Dodge y Kitchin (2001, 2002) y Buzai (2004a y b) que ana-
lizan la naturaleza espacial de las redes de comunicación, los espacios existentes
entre las pantallas de las computadoras y la representación gráfica o cartográfica
de dichos espacios.
Desde los estudios culturales también se han analizado conceptos como ci-
bercultura, cibersubculturas, ciberfeminismos, cibersexualidades, cibercuerpos,
post (ciber) cuerpos, ciborgs, ciberespacio y cibercolonización (Bell y Kennedy,
2000); homo cibersapiens (Tirso de Andrés, 2002). Desde las ciencias de la com-
putación y la geomática se habla de realidad virtual (Woolley, 1992; Burdea,
Grigore; Coiffet, Philippe, 1996), de cibernética (Wiener, 1950), inteligencia ar-
tificial (Tirso de Andrés, 2002) y de realidad aumentada (Ruiz, 2011).
Los avances tecnológicos replantean la naturaleza misma del ser humano, lo
que es real y lo que es ficticio; así como la conceptualización del espacio, de los
vínculos sociales, los territorios y paisajes producidos.
Reflexiones finales
Sin duda que hablar del concepto de espacio nos remite a una amplia gama de
visiones y posturas que se han desarrollado a lo largo de los años, especialmente
en el siglo XX, pero sobre todo, a cambios importantes en sus postulados que se
explicitan y se diversifican desde el inicio de la posmodernidad. A nuestro modo
de ver persisten tres aspectos importantes que es preciso considerar: primero,
la manera como las visiones tradicionales y filosóficas de Aristóteles, Platón y
otros persisten como fundamentos de la discusión sobre el espacio y solamente
se reorganizan en función del contexto socioeconómico y político en el cual se
desarrollan, por lo que se puede afirmar que persisten aún en la actualidad. En-
tre ellas la visión el espacio como morfología, como geometría y como proceso,
sigue estando presente en las posturas diversas de los autores que toman una u
otra para desarrollar sus trabajos. Segundo, en esta persistencia, aparecen otras
visiones nuevas, sobre todo de corte social y fuertemente influenciadas por el
marxismo que abren el abanico de posibilidades teóricas para visualizarse y que
co-existen con las modernas desarrolladas por filósofos, economistas y geógrafos.
64 . Blanca Rebeca Ramírez Velázquez y Liliana López Levi
Dentro de esta perspectiva sobresale una tendencia fuerte para tomar pos-
turas de filósofos como Lefebvre que son introducidas a la geografía junto con
el marxismo y que redimensionan la manera como el espacio es concebido a
partir de su producción. Pero llama todavía más la atención cómo esta postura se
reconstruye aún en el posmodernismo, cuando Soja en un ejercicio de reconside-
ración importante lo junta con el marxismo lefebvreano o existen autores que lo
trabajan de otra manera y se deslindan de él como en el caso de Massey.
Tercero, es de destacar también la manera como otras ciencias incursionan
en los últimos años en las discusiones sobre el espacio y la geografía como son
los urbanistas y los filósofos que no dejan de tenerlo como parte fundamental de
su interés profesional ¿será el espacio un concepto filosófico más que geográfico?
Responder esta pregunta requiere sin duda de una reflexión mucho más amplia
que la presente para responderla.
Capítulo 2. Paisaje
Sin embargo, el paisaje pintado refleja no solo el lugar que se quiere captar,
sino implícita y en ocasiones hasta explícitamente, a la sociedad en la que el
pintor se encuentra inmerso. Por eso, no es casual que en distintos momentos
el ojo del artista haya elegido plasmar escenas diversas, ya sean religiosas, de la
naturaleza o de la sociedad. En el caso de México, durante el porfiriato el gran
Paisaje . 71
maestro era Velazco y su objeto el paisaje natural en la parte central del país. Por
el contrario, en el periodo posrevolucionario se difundió más la obra de los gran-
des muralistas que retomaban la lucha social en un momento en donde el impac-
to de la revolución mexicana tenía una necesidad imperiosa por conformar una
nación homogénea, en donde quedaran plasmados los principios revolucionarios
que dieron origen a la naciente patria que se requería consolidar. Sin duda que la
representación artística fue un instrumento que permitió hacerlo.
En el análisis de un cuadro, el pintor no es un individuo aislado o una mente
creativa independiente de su entorno; sino que es el depositario de una cultura y
a través de su obra refleja las estructuras socio-espaciales en las que está inmerso.
Todo lo que plasma con su técnica tiene un referente en la vida, en la tierra, en el
mundo. Incluso cuando se trata de lugares inexistentes, aunque sean inventados
por el artista, manejan el lenguaje, los imaginarios sociales, los valores y los refe-
rentes de una sociedad concreta. Diversos intereses y fenómenos sociales dejan su
huella por la historia de la pintura, la luz eléctrica quedó reflejada en un cambio
en la luminosidad; la fotografía desplazó el valor de los retratos y la sociedad de
consumo cambió motivaciones.
Los elementos que plasman los artistas son decodificados en un contexto
histórico-geográfico determinado y en este sentido, el espectador cambia sus pa-
rámetros con el tiempo. Por ejemplo, ha disminuido su acervo para entender las
alegorías y ha cambiado la forma en que valora un objeto. Una chimenea con
humo no tiene el mismo significado hoy que hace cien años; un león, un águila
o un caballo no transmiten lo mismo que para los habitantes del renacimiento.
Incluso, lo que hoy en día consideramos como real no concuerda con lo de hace
quinientos años.
Cada sociedad construye sus códigos de interpretación, sus valores y sus
tradiciones. De esta forma, se ha asociado, entre otras cosas, la luz y la belleza
con lo positivo, el miedo con lo obscuro y lo feo o el peligro con ciertos anima-
les. Los elementos representados, independientemente de su existencia aluden al
conocimiento del espectador y evocan sentimientos que aprendió a rememorar.
La obra artística entra en un contexto social y se percibe y convierte en un objeto
apropiado culturalmente por una comunidad específica.
El paisaje artístico no solo capta lo que se ve, sino lo que se siente. En cambio,
el paisaje geográfico no recupera las emociones con la misma fuerza. El cuerpo de
conocimientos que lo sostiene teoriza poco en torno a los sentimientos porque los
supuestos de donde parte no los incluye, sino por el contrario los niega. Solo es
científicamente aceptable lo que es comprobable por el método de la ciencia. Los
sentimientos no lo son, por lo tanto son excluidos de esta representación, aunque
72 . Blanca Rebeca Ramírez Velázquez y Liliana López Levi
corren en medio del desierto en donde el paisaje dista mucho de ser abundante
en vegetación exuberante, tal y como se reporta en algunas representaciones de
esta ciudad. Algunas fuentes argumentan que esta construcción idílica de algu-
nos parajes, aun en el desierto como el mencionado, es parte de un imaginario
construido por la humanidad y tiene que ver con la manera como la idea de un
lugar paradisíaco en las culturas primitivas y también en las grecorromanas se
concretaba. Con el tiempo esta percepción de la ciudad paraíso ganó perfil y los
Jardines Colgantes de Babilonia han llegado a incluirse en el grupo de las mara-
villas del mundo antiguo, a pesar de los cuestionamientos que se han hecho sobre
su existencia, ya que árboles de hasta 3.5 m de diámetro y de metros de alto no
podrían por ningún motivo existir en los parajes del Medio Oriente o cercanos a
Persia, en donde predomina la sequía y el desierto (Kluckert, 2000:12).
Es así que en algún momento de la historia se pasa a una idealización de la
naturaleza que se transforma en jardín, en donde la magnificencia y la perfección
del espacio permiten la recreación de los dioses, generando una diferenciación
entre el espacio de reproducción material de la humanidad de aquel en donde
la materialización de quienes los crearon. Un ejemplo de ellos son los jardines
griegos y los romanos, que según Homero en La Odisea muestra el lugar de los
Dioses con árboles y plantas inagotables que florecen y están cargados de flores y
frutos (Ibid.:10), y se constituyen también en paisaje.
Según Kluckert, los conceptos de jardín y paraíso tienen una raíz etimoló-
gica común, ya que, pairi-dae-za en la tradición persa, refiere a parque cercado,
como jardín de recreo del rey, mientras que el de jardín, que tiene una radical
indogermánica (ghordho) refiere a un patio o recinto cercado. Desde esta perspec-
tiva entonces, comparten el concepto de delimitación, cerca o zona acotada de un
paisaje determinado, es un lugar separado y oculto y en ocasiones cercado y con
ríos (Ibid.:8-9) que difiere del resto de la naturaleza que no es tocada y que por lo
tanto no es acotada o delimitada. La belleza del paisaje tocado entonces, al igual
que posteriormente el concepto de región, se relaciona también con delimitación
que la separa de aquélla que no es bella pues no ha sido transformada y porque
no representa los ideales de perfección que el paraíso prometía. La Biblia refiere
al paraíso como un jardín idílico de abundancia en donde el hombre (y la mujer,
agregaríamos ahora) pasa su vida eterna en la bienaventuranza privilegiado por
la naturaleza de donde puede tomar todos los frutos deliciosos de cada estación
(Ibid.:10), y en donde la abundancia del paisaje no tiene límite.
Pero cabe preguntarse ¿en qué medida estos ideales clásicos del jardín y del
paraíso pudieron haber influido en la creación y en la forma de los jardines pai-
Paisaje . 75
sajísticos de la modernidad del siglo XVIII y XIX? En la opinión del autor antes
mencionado, fueron tres las tradiciones que influyeron en ellos:
De esta manera el paisaje bucólico generado por los clásicos representa una
“vegetación silvestre dispuesta de manera artificial por donde corrían riachuelos
sinuosos y se extendían estanques con peces y animales” (Ibid.). En lugares como
Roma se acompañaban de esculturas y obras artísticas que fueron copiadas pos-
teriormente por los jardines románticos de la Europa del siglo XVIII. Hasta aquí,
el paisaje no es más que la naturaleza que sirve como escenario de representación
de una visión idílica de lo que rodea a la humanidad o sirve para escenificar la
búsqueda de un paraíso que nos es terrenal, pero del cual es necesario hacer alu-
sión desde ahora a partir de la búsqueda de la perfección en y de la naturaleza.3
Cuando el cristianismo se convirtió en la tradición hegemónica, la pintura
clásica que estuvo dominada por siglos por la Iglesia, tendía o bien a representar
los cielos o el paraíso terrenal perdido representado a partir de plácidos lugares
donde los jardines son recuperados como paisajes en los lienzos, o bien se re-
producen los jardines griegos y romanos que sirven para representar su propia
mitología. Esta tendencia, con sus variantes, persiste durante siglos, hasta que en
el XVI, a pesar de que en el Renacimiento Leonardo Da Vinci (1452-1519) pinta
dos paisajes que distan mucho de ser los que al momento se hacían y Giorgione
(1490-1510) pinta un primer lienzo que puede considerarse como paisaje al care-
cer de imágenes religiosas como se acostumbraba todavía en la época.
La hipótesis que nos mueve a reflexionar sobre estos supuestos, es que tam-
bién se divide el afuera y el adentro pues los hallazgos y las tendencias de la cien-
cia y el paisaje quedaban plasmados en la diferente manera de ver lo que sucedía
en las transformación de la sociedad como lo hicieron los impresionistas y los
románticos. Pero hubo también quien se interesó por plasmar lo que esta realidad
generaba en el adentro de la sociedad y sus agentes. Esto requería de representar
los sentimientos, la fealdad, la mezquindad del capitalismo como lo hizo el sim-
bolismo. Este cambio en la representación sin duda incluye en la manera como el
paisaje y la naturaleza se expresan en la pintura.
Por otro lado, cuando se generaron las ciudades y empezó a haber ya una
diferenciación entre los grupos que acumulaban y los que trabajaban, la nece-
sidad de contar con una vivienda que integrara los elementos de la naturaleza
transformados y “cuidados”, que eliminara del escenario las zonas productoras,
las naturales sin cuidar o sobre todo la de los pobres, fueron necesarias para con-
tender con las condiciones de habitabilidad de las grupos pudientes.
Pero cabe entonces preguntarse ¿de qué manera se representa el paisaje en
las corrientes pictóricas de la modernidad? Sin pretender ser exhaustivas, se reto-
man algunos elementos genéricos de aquéllas que fueron las más importantes que
retomaron el paisaje como elemento fundamental para la representación, funda-
mentalmente el Romanticismo, el Impresionismo y el Simbolismo. Si bien éstas
no son las únicas, para los efectos que aquí nos ocupan, sí se podrían considerar
como las más representativas.
Paisaje . 79
4 Escuela que dictaba los lineamientos que marcaban las pautas aceptadas o no del arte en
su momento, y por donde pasaban todas las exposiciones de los artistas aceptados en el mo-
mento.
80 . Blanca Rebeca Ramírez Velázquez y Liliana López Levi
sición para quienes no eran aceptados en la Academia,5 las galerías para exponer
y el arte salió a las escuelas en donde se empezó a impartir artes plásticas. Se
abrieron también los museos como el Louvre en donde cualquiera podía asistir a
copiar las grandes obras ahí expuestas (Ibid.:1974-1976).
Este periodo se caracteriza, entre otras cosas, porque realizaba una cons-
tante problematización del presente y de las revoluciones profundas del espíritu
(Ibid.:183); basado en el evolucionismo e historicismo como elementos funda-
mentales para entender la realidad de la naturaleza humana y la sociedad, asu-
miendo que no hay nada estático con una liga fundamental como los factores
materiales y espirituales (Ibid.:186-187). Estos elementos tienen sin duda im-
portancia en el desarrollo de las artes ya que…”el arte se convierte para ellos en
una persecución del “tiempo perdido”, de la vida inabarcable y siempre fluyente”
(Ibid.:2236).
El esteticismo es el rasgo característico de la concepción romántica del
mundo (Ibid.:194) y la nostalgia la toma como medida natural de la humanidad
(Ibid.:193). Así, se convierte en una visión idílica de lo que fue la naturaleza que se
representa en una forma idealizada; con ello, el paisaje es un elemento fundamen-
tal que se desarrolla con este movimiento, que se utiliza como proyección de las
emociones psíquicas del momento, tal y como lo manifiesta Friedrich en su obra.
El objeto de representación cambia y así, al entrar en un momento de revo-
lución y de transformación incesantes, la naturaleza, a través del paisaje se con-
vierte en un elemento fundamental de la representación artística. Se considera a
las ciudades industriales feas debido a las fábricas, por lo tanto se desarrolla una
idealización de la naturaleza en la pintura, sea como naturaleza o bien como las
ruinas que quedan de ella. Aparecen otros temas que tienen que ver también con
la representación de los espacios cambiantes del momento como son: el campo
contra la ciudad, el costumbrismo popular y de género, lo exótico como lo orien-
tal y lo africano, los marginados en donde se incluye a las locas, los bandidos o
los asesinos, entre otros. Al respecto Hauser comenta que: “Las épocas del natu-
ralismo sin concesiones no son los siglos en los que se cree dominar la realidad
de manera firme y segura, sino aquéllos en los que se teme perderla; por esto es el
siglo XIX el siglo clásico del naturalismo” (Ibid.:236). Si en la Ilustración brillaba
la luz, en el Romanticismo nos abruman las tinieblas, mismas que esconden el
grito de la libertad por obtenerse.
Constabile es considerado el primer paisajista moderno quien logró apar-
tarse del interés pictórico por representar al humano y ubicarse en la naturaleza
los paisajes de la vida cotidiana que les interesaba mostrar y lo harán tratando de
jugar con las transformaciones de la luz en un solo día o en una estación. Esta es
la causa por la cual un mismo paisaje es pintado por el mismo autor a diferentes
horas o en situaciones diversas del año.
El Impresionismo surge simultáneamente al Realismo. Es un movimiento
de arte ciudadano por excelencia y no solo porque descubre a la ciudad como
paisaje y devuelve la pintura desde el campo a la ciudad, sino también porque
ve al mundo con ojos de ciudadano y reacciona ante las impresiones exteriores
con los nervios sobreexcitados de la humanidad técnica moderna. Es un estilo
ciudadano porque describe la versatilidad, el ritmo nervioso, las impresionas sú-
bitas y agudas, pero siempre efímeras, de la vida cotidiana de la industrialización
(Ibid.:421).
A partir de vivir momentos fugaces, el Impresionismo es un perpetuo mo-
vimiento que representa un equilibrio inestable que transforma y da a la realidad
su carácter de imperfecto y de no terminado a través de la manifestación de la
luz y del color en forma de manchas muy densas o bien a través de puntos, lo que
da origen a una de sus corrientes que es el Puntillismo (Ibid.:422). El Impresio-
nismo mantiene una actitud estética de contemplación de la realidad con énfasis
en el momento y lo irrepetible que se manifiesta como una conquista naturalista
(Ibid.:423). Un mismo lugar es pintado y representado a diferentes horas con
diferente luz analizando su movimiento, pintándose en ese momento: un cuadro
tenía que terminarse en ese día y en el lugar en donde se pintaba. Hauser define
a la naturaleza en los impresionistas de la manera siguiente:
En el siglo XIX el concepto de paisaje pasa del mundo de las artes al de la ciencia y
se inserta en la geografía como una categoría que conjunta y devela elementos na-
turales y humanos. Entonces, se dan las primeras reflexiones orientadas a consi-
derarlo como un método geográfico para el estudio de las regiones de la superficie
terrestre, por lo que, desde su surgimiento, es una categoría que en la Academia
está muy ligada con la de región. De acuerdo con Troll (2007:71), las primeras
apariciones del concepto paisaje (landschaft) en la literatura académica se dan en
1884 y 1885, con los alemanes Oppel y Wimmer. Posteriormente, Carl Sauer le
da un gran impulso a través de su texto de 1925, La Morfología del Paisaje.
El paisaje en la modernidad, desde el punto de vista académico, tiene vín-
culos profundos con el Romanticismo y hereda las visiones artísticas que de él
emanan. De acuerdo con Nicolás Ortega (2009:27) este enfoque se inicia a prin-
cipios del siglo XIX promovido por Humboldt y después es retomado por otros
geógrafos notables entre los que destacan Reclus y Vidal de la Blache. La idea
es que el paisaje refleja un orden geográfico donde naturaleza y cultura quedan
comprendidas: “El paisaje expresa fisonómicamente una organización, el resulta-
do unitario, integrador, de un conjunto de combinaciones y relaciones entre sus
componentes” (Ibid.). Fue sin duda una categoría que sirvió para que los viajeros
que descubrieron los recursos de los “nuevos mundos” pudieran reportar sus ha-
llazgos y sistematizarlos.
En países como Rusia, la disciplina de la época se enfocaba en la necesidad
de estudiar vastas extensiones de territorios poco habitados. Ahí la geografía “se
desarrolló bajo la fuerte presión de la necesidad de colonizar vastos espacios o
paisajes, a la vez próximos y marginales, tales como Siberia, los Urales, el Cáu-
caso, etc., teniendo en el centro de este dispositivo la conquista de la naturaleza”
(Frolova, 2001).
86 . Blanca Rebeca Ramírez Velázquez y Liliana López Levi
entonces, con base en las prácticas de significación que se van plasmando al mis-
mo tiempo que se van leyendo.
Tomado algunas de las ideas de Yi-Fu Tuan (1975) y de Carl Sauer (1925)
de la escuela de Berkley, el inglés Crosgrove (1998:13-15) tomó la categoría de
paisaje a inicios de 1980, con una orientación que fue radical en la época ya que
exploraba el papel que el paisaje desempeña en el imaginario de quienes ahí vi-
ven a diferencia de quienes estaban preocupados por reconstruirlos en mapas. El
autor comentaba que el paisaje no es solo el mundo que vemos, sino que es una
construcción, o una composición del mismo, por lo que fue definido como “un
concepto ideológico.
Keith analiza el propósito de Cosgrove a partir de identificar dos orientacio-
nes fundamentales en su trabajo: una que localiza al paisaje dentro de lo que lla-
ma una “historiografía crítica” que lo teoriza dentro de una concepción marxista
amplia vinculando cultura y sociedad; y la otra que la extiende y abre más allá
del “estrecho foco de diseño y gusto” (Lilley, 2011:121). Desde su primer texto
Crosgrove (1998) argumenta que la categoría de paisaje es “una forma de ver” que
es burgués, individual y relacionado con el ejercicio del poder por lo cual es un
instrumento que permite ver la composición y estructura del mundo, que puede
ser apropiado por un espectador individual (Ibid.:122). Como puede ser apropia-
do es a partir de su captura y el control de la tierra a partir de las representaciones
en mapas y las pinturas y cambiando su imagen con la arquitectura y el diseño.
Desde esta perspectiva, se puede argumentar que el paisaje más allá de ser neutral
o inerte, tiene significados y simbolismos sociales y culturales y una iconografía,
lo que constituye lo más relevante de su trabajo. Resalta la importancia que tiene
su trabajo como parte de lo que se conoce como una nueva geografía cultural crí-
tica, reconocida por otros autores como una forma de contender con la “crisis de
la representación geográfica” y agregando que las estructuras de representación
están implícitas en el discurso político y moral contemporáneo (Ibid.:123).
El impacto que el trabajo de Crosgrove ha tenido en diseño y otras áreas del
conocimiento es relevante, ya que el moverse más allá de la representación en sí
misma como un objeto real y palpable, ha influido en su manera de moverse más
allá del paisaje como texto, y lo ha abierto al paisaje como “performance” (Wylie,
2007, citado en Lilley, 2011:124).
A diferencia de la transformación por la que transitó el concepto del paisaje
desde el ámbito social, desde la geografía física y la geomorfología, el paisaje se
ha mantenido esencialmente como una herramienta metodológica que, desde un
enfoque holístico, permite darle sentido y explicar la integración de los elementos
geográficos de un lugar determinado. Desde este ámbito se ha definido como una
Paisaje . 91
En los últimos años, el paisaje ha sido retomado por otras ciencias además de la
geografía, entre las que se encuentran la arquitectura, el urbanismo y la biología
y otras afines. En estos ámbitos podemos identificar el uso del concepto en dos
sentidos que en ocasiones pueden ser considerados diferentes, pero que en algu-
nos casos se entremezclan y hasta se difunden. Primero, con la implantación del
paradigma de la sustentabilidad como parte de la utopía capitalista de la globa-
lización (Ramírez, 2003b:11), se argumenta que la apertura comercial y cultu-
ral de la globalización contemporánea pasa por quienes, adoptando una postura
ecológica, insisten en producir solo bajo formas que aseguren la existencia de
los recursos suficientes para salvaguardar a las generaciones futuras y quienes la
critican. En ambos casos, el concepto de paisaje ha jugado un papel fundamental
en el discurso que proponen, en la medida que permite integrar a la ciudad con
su entorno natural, en un intento por recuperar los recursos que le son propios o
bien que requiere para su reproducción.
94 . Blanca Rebeca Ramírez Velázquez y Liliana López Levi
Parecería entonces es que en esta visión el paisaje todavía esta por construirse
y es a través de la sustentabilidad que esto se lograría.
Reflexiones finales
Durante la primera mitad del siglo XX, en el marco de la escuela regional fran-
cesa, se desarrolló la idea de la región como un lugar único, una porción espe-
cífica de la superficie terrestre que posee una individualidad geográfica y que es
diferenciable del espacio que la rodea. En este sentido, se destacaban sus parti-
cularidades y se relacionaban los elementos humanos y ambientales. Asimismo,
se definían fronteras y se establecían las diferencias esenciales entre las regiones,
considerando tanto las características físicas como el entorno social.
En sus inicios, el concepto de región se plantea bajo una conceptualización
determinista, en la cual se consideraba que el medio ambiente ejercía un dominio
sobre las actividades y desarrollo de la sociedad. Metodológicamente se trataba
de unir los factores locales que, a su vez, influyeran en las diferencias espaciales
entre diversas sociedades. En contra de este tipo de explicaciones, L. Fébvre con-
cibió en 1922 el término “posibilismo” que básicamente pretendía cambiar la
idea de una sociedad explicada solo a partir de leyes naturales por la idea de que
estas últimas únicamente influyen y moldean las formas de vida humanas, pero
siempre hay una posibilidad de elección en función de una cultura. Desde esta
perspectiva las regiones no existen como “unidades morfológica y físicamente
constituidas, sino como resultado del trabajo humano en determinado ambiente”
(Da Costa, 1998:52).
El principal exponente en este periodo fue Vidal de la Blache quien en 1903
escribió su libro Tableau de la géographie de la France, en el cual presentaba una
102 . Blanca Rebeca Ramírez Velázquez y Liliana López Levi
división regional en la que se veía la influencia de los geólogos del siglo XIX. La
región, según Vidal de la Blache
ción de la superficie terrestre que se inscribe en un marco natural que puede ser
homogéneo o bien diversificado, que ha sido ordenado por unas colectividades
unidas entre sí, por relaciones de complementariedad, y que se organizan alrede-
dor de uno o de varios centros, pero que dependen de un conjunto más vasto. Así,
entre los estados centralizados, la región se nos presenta como un intermediario
entre el poder nacional y las colectividades locales municipales (Ibid.:107).
Algunos autores le han dado a la región una dimensión evolucionista otor-
gándole un carácter de organismo que nace, se desarrolla y hasta muere, corres-
pondiéndole “una determinada organización del espacio”, que permite conocer
su grado de coherencia interna y sus límites. La individualidad del espacio y los
mecanismos de proceso que les son propios permiten identificar estas condiciones
de evolución que se le adscriben a las regiones (Ibid.:108). De acuerdo con el mis-
mo autor, los estudios regionales no solo se desarrollaron como monografías sino
se adscribieron a una definición de proceso que consiste en ubicar el fenómeno
en diferentes niveles o escalas para ver las articulaciones y combinaciones que
existen (Ibid.:109).
geométrica del espacio. En un segundo nivel, existe una jerarquía con ciudades
que tienen un mayor tamaño o especialización y que por lo tanto tienen un área
de influencia mayor, que a su vez contiene en su interior a la estructura de primer
nivel (Ávila, 1993:14-15 y 39-52). Con ello se dio inicio a la conceptualización de
la región nodal, en la cual se definieron áreas geográficas con su polo de atracción
y con relaciones funcionales hacía otras áreas de jerarquía superior o inferior.
La teoría de Christaller fue retomada posteriormente por economistas que
aplicaron estos conceptos a su propia disciplina. August Lösch, por ejemplo, de-
terminaba localizaciones óptimas con la finalidad de maximizar ganancias. En
1954 desarrolló su teoría, en la cual afirmaba que la región está conformada por
elementos económicos que se articulan en un espacio teóricamente homogéneo
para desarrollar diversas actividades productivas. Los límites se conforman por
la dinámica de fuerzas en cada una de las regiones. Por su parte, en 1960 Walter
Isard relaciona localizaciones ideales con costos de transporte para llegar a un
espacio económico compuesto por una red jerarquizada de puntos con diversos
niveles de influencia sobre el territorio y unidos por vías de comunicación (Ávila,
1993:14-15).
Durante los años sesenta, la escuela francesa de principios del siglo XX fue
criticada por la comunidad académica debido a que la descripción de áreas únicas
y homogéneas distaba mucho de un análisis científico de la realidad. En este sen-
tido se afirmaba que la unicidad era una característica de cualquier objeto y que
el papel del científico estaba en ver más allá y encontrar los patrones generales
a los que se adscribía. Entonces, surgió un grupo de académicos que orientó sus
esfuerzos a sistematizar el conocimiento en geografía y crear un cuerpo teórico
que diera contenido científico a sus propuestas.
La búsqueda de la unidad de la ciencia a través de un lenguaje y méto-
dos comunes, llevó a la utilización de modelos desarrollados por otras ciencias.
Como se mencionó en el capítulo anterior, Surgió así la geografía cuantitativa
que utilizó la matemática y la estadística para explicar los fenómenos regionales.
Lo que resulta interesante es que la categoría región se pudo adaptar al modelo
descriptivo del paisaje, al geométrico de Lösch y Christaller y a la información
cuantitativa como lo trabajaba Chorley, contando con una categoría que podía
adaptarse de una manera más adinámica a tres diferentes tipos de espacio y que
en el fondo intentaba conformar áreas homogéneas denominadas como región.
La geografía cuantitativa, que después se convirtió en la escuela de análisis
espacial, trabajó en la sistematización de los fenómenos y procesos espaciales y
buscó la creación de un cuerpo teórico que le diera solidez a la disciplina y que le
permitiera vincularse con un ámbito científico más amplio. En su relación con las
Región . 105
como un sistema funcional complejo que evoluciona de acuerdo con los condicio-
namientos internos y externos y a las influencias recíprocas de componentes tanto
físicos como sociales (Ortega, 2000:483). Con ello, la regionalización implica
en un primer momento identificar elementos, procesos y patrones del territorio
para, posteriormente, clasificarlos en un espacio determinado. Tradicionalmente
se han utilizado variables físico-ambientales, económicas, sociales, culturales o
políticas, y se ha tomado como base espacial a ciertos elementos naturales, fisio-
gráficos y a las unidades político administrativas.
En muchas ocasiones, tanto en la época moderna como en la posmoderna,
región y regionalización han sido conceptos que se sobreponen y frecuentemente
se confunden el uno con el otro. Autores como Ramírez han hecho énfasis en
la diferenciación de ambos. En este sentido, afirma que la región se refiere más
a un instrumento que permite identificar zonas homogéneas naturales o de in-
tegración natural-social-cultural, mientras que la regionalización es un recurso
técnico usado como herramienta para hacer diferentes tipologías de regiones,
necesarias para trabajos de planeación o de comprensión de diferenciaciones re-
gionales en una zona específica (Ramírez, 2003a). Hasta aquí se puede argumen-
tar que se cuenta con un pensamiento clásico de la región, que en la opinión de
Ramírez, se orienta alrededor de cuatro conceptos de región que interactúan en
las visiones de los autores:
Si bien el análisis espacial se acercó a las ciencias básicas para el análisis y confi-
guración de regiones, el marxismo llevó la problemática al ámbito de las ciencias
Región . 109
marxismo es muy basto y complejo y pasa por varias visiones que sería importan-
te rescatar y diferenciar. En un intento por sintetizar y organizar las discusiones,
se podría decir que el análisis de las regiones en el marxismo es visto desde la dé-
cada de 1980 del siglo XX, a partir de seis perspectivas diferenciales: la estructu-
ralista que las forma a partir de articulación de modos de producción generando
estructuras sociales de espacios diferenciados, en donde los regionales son uno de
ellos (Lipietz, 1979: 35-36; la división espacial (regional) del trabajo desarrollada
por Harvey (1985) y por Doreen Massey (1979); el desarrollo regional desigual
(Smith, 1984); la existencia de monopolios y transnacionales y su vinculación
con la explotación y la inversión en su localización (y por último la explicación a
la intervención estatal y la planeación del territorio (Carney et al., 1980:15-27, en
Ramírez, 2007:122). Cabe mencionar que la dimensión política es, en casi todos
los casos, un elemento fundamental para definir o modificar las tendencias del
desarrollo regional en el marxismo.
Este enfoque marxista implicaba que la especificidad cultural de la región se
sustentaba en la economía política y consideraba las implicaciones espaciales del
fenómeno. Aunque se seguía aceptando una cierta particularidad de la región, la
perspectiva cambió del punto de vista tradicional en el cual se hacía una relación
hombre-medio a uno en el cual la sociedad es el principal agente conformador
de la región. En este sentido, podemos citar la definición de región de Oliveira
(1977:31), quien desde América Latina afirmaba que:
tar los beneficios. Esta forma de responder a los desequilibrios geográficos varía
tanto entre sectores como con las cambiantes condiciones de producción, en el
contexto de cualquier sector determinado (Ibid.:67).
También desde los piases anglosajones hubo críticas al concepto desde el de-
sarrollo regional como las realizadas por Stöhr y Taylor (1981) quienes discuten
las teorías de desarrollo regional, a las cuales dividen en dos vertientes: aquéllas
que lo enfocan “desde arriba” y las que tienen una visión “desde abajo”. Las pri-
meras han dominado las teorías de planeación regional y su práctica; se basan en
el análisis de las manifestaciones espaciales a partir de la teoría económica neo-
clásica y su hipótesis básica es que el desarrollo es guiado tanto por la demanda
externa, como por los impulsos de innovación y que a partir de algunos cúmulos
o polos de desarrollo y de sectores dinámicos, el desarrollo tiende a desparramar-
se hacia el resto del sistema. Dichas estrategias, con su enfoque hacia el exterior,
han tendido a concentrarse en el ámbito urbano, específicamente en el industrial,
en el de capital intensivo y en aquél dominado por una alta tecnología y un enfo-
que de grandes proyectos (Ibid.:l).
Por su parte, el desarrollo desde abajo es una estrategia más reciente y refleja
las ideas cambiantes sobre la naturaleza y propósitos del desarrollo en sí mismo.
Desde esta perspectiva, se considera que el desarrollo se basa primordialmente en
una maximización de los recursos naturales, humanos e institucionales de cada
área, para servir a la población de menores recursos o a las regiones consideradas
en desventaja. Las políticas de desarrollo deben orientarse directamente hacia los
problemas de pobreza, así como estar motivadas e inicialmente controladas desde
abajo. Existe una desconfianza en la idea de que el desarrollo se desparrama a su
alrededor. En el desarrollo desde abajo, las estrategias se enfocan en las necesi-
dades básicas, en la fuerza de trabajo, en los recursos regionales y muy frecuen-
temente se centra en el ámbito rural y busca el uso de la tecnología apropiada,
más que la tecnología de punta. Estas estrategias han recibido un amplio apoyo
intelectual pero no hay muchas aplicaciones concretas (Ibid.:1-2) a pesar de que,
en la actualidad, es uno de los aportes fundamentales que hace la propuesta
latinoamericana para el desarrollo regional para implementarlo, tal y como se
analizará más adelante.
Por último, hay algunos autores de la corriente neomarxista que han adopta-
do la visión de producción del espacio como referente para hacer sus propuestas
como Neil Smith (1984), en donde la dimensión regional queda solo como una
escala más que éste adopta en su proceso de producción pero no como una es-
pecificación concreta. Su concreción la da la dimensión de la localización indus-
trial, que es la que tiene en su haber, esta escala en la actualidad.
114 . Blanca Rebeca Ramírez Velázquez y Liliana López Levi
Región y regionalismos
La región hoy en día tiene múltiples acepciones y muchas variantes, donde que-
dan reflejadas tanto las conceptualizaciones tradicionales, como los enfoques
emergentes. La diversidad en las formas de abordar los problemas regionales y de
regionalización cambian también a partir del ámbito desde donde se abordan, sea
éste el educativo, la perspectiva académica o desde el enfoque de la planeación.
La región, en el sentido tradicional, sigue utilizándose para un espacio de-
terminado, delimitado y diferenciado en relación con otros. Lo anterior se hace
normalmente como una forma didáctica para mostrar las características de una
zona específica o de las regiones mundiales. También se utiliza desde el punto
de vista de análisis y gestión medioambiental como una cuenca hidrológica que
integra a la sociedad que la habita o a las regiones naturales que la caracteri-
zan; en el sentido más clásico del término, se basa en los recursos naturales que
contiene.
Las visiones actuales en relación con el concepto de región se han movido
sustancialmente, percibiéndose una diferenciación clara entre los aportes que se
dieron a finales del siglo XX y los que empiezan a expandirse en la primera década
del siglo XXI. En relación con los primeros, están aquéllos como el de Gilbert
en donde la investigación regional contemporánea se ocupa de las relaciones so-
ciales, así como de la interacción entre los actores sociales y el medio ambiente.
Una cantidad de estudios, cada vez mayor, se enfocan en la doble característica
de la región, la cual es a la vez el proceso y el resultado. Esta visión de la región
como una estructura espacial se ha diseminado, es un todo que no puede ser
reducido a sus partes, pues se basa más en la relación entre las partes que en las
partes mismas. Las relaciones dependen del todo y el todo no existe sin ellas. “Las
relaciones sociales en la región se desarrollan debido a la forma específica en que
los individuos y grupos se relacionan en un espacio regional específico” (Gilbert,
1988:215).
La escuela de análisis espacial es un ámbito donde la región que sigue tenien-
do una gran importancia, vinculado con la geomática y apoyada fuertemente en
la tecnología. Desde este enfoque, la región se considera principalmente como un
proceso de clasificación, en el cual se señalan la presencia o ausencia de caracterís-
ticas distintivas (ya sean físicas o humanas) o se utilizan rutas y flujos espaciales
entre los centros y sus periferias (o regiones funcionales), como formas para des-
cribir y analizar diversos procesos de índole geográfico (Agnew et al., 2001:371).
122 . Blanca Rebeca Ramírez Velázquez y Liliana López Levi
8Llamamos espacial en el sentido más general del término, pero sin duda que se adscribe sin
duda a la dimensión regional y local del termino en su dimensión de escala.
Región . 123
Reflexiones finales
parece ser que el mundo se está volviendo cada vez más homogéneo a través de la
modernización; las diferencias regionales no se han esfumado. La persistencia de
esta diversidad es un presupuesto que subyace al análisis regional.
Se hace también evidente que a la luz de dichos cambios mundiales y de las
repercusiones de las nuevas tecnologías, es difícil reducir el análisis de la región
únicamente hacia el interior de un espacio delimitado. Es importante considerar
que las relaciones con el resto del mundo, a diversas escalas, moldean los resul-
tados concretos. Por lo anterior, las regiones, además de entenderse como ho-
mogéneas, nodales o polarizadas, deben analizarse como espacios cada vez más
abiertos y con una cantidad creciente de relaciones hacia otras áreas de diversas
jerarquías. En este sentido, es necesario que además de las estructuras regionales
llamadas homogéneas y nodales, se conceptualice en torno a regiones abiertas y
dinámicas, entendidas como unidades en las cuales las relaciones se dan no solo
al interior, sino que generan vínculos con otros espacios y a diversas escalas.
En una dimensión jerarquizada del concepto de región es evidente que con
esta categoría se identifica a la llamada triada que reconoce tres regiones en el
mundo que es la norteamericana que incluye a Estados Unidos, Canadá y Méxi-
co; la europea alrededor del Euro y el Mercado Común que los aglutina, o bien la
asiática, integrando a lo que se llamó los tigres de oriente. Pero nos preguntamos
entonces: ¿son regiones o regionalismos? ¿O son dimensiones que pretenden ser
regionalismos para que los agentes sociales que le son propios demanden su ads-
cripción a esta definición o es ésta de antemano real para la sociedad civil que le
es propia? Esto sin duda da lugar a la definición de otro espacio que puede adscri-
birse a una dimensión muy micro, pero también a la del comercio internacional
o de la cultura compartida que pasa por dimensiones más macro en el proceso.
Capítulo 4. Territorio
En los últimos años ha habido una tendencia por parte de investigadores y hasta
planificadores, sobre todo en América Latina, por utilizar la categoría de terri-
torio sobre la de espacio o región; pero también se ha incrementado su uso re-
currentemente para sustituirla por la de lugar. Además de la tendencia a evitar
cacofonías que ya se ha explicado (López y Ramírez, 2012). Hay también autores
que lo hacen para deslindarse de los conceptos tradicionales, tratando de tomar
una postura teórica y epistemológica que tienda a aclarar conceptos y buscar
mejores formas de identificar nuevos procesos que la transformación del mundo
impone, como se analizará más adelante.
A diferencia de las categorías de espacio o región, la de territorio no tiene
una tradición histórica de trabajo en la filosofía o de referencias conceptuales y
se restringen a las proporcionadas oficialmente por dos fuentes: los diccionarios
o los trabajos de la geografía política o de la política que lo integran. En relación
con las primeras, el diccionario de la lengua lo define como una “porción de la
superficie terrestre perteneciente a una nación, región o provincia […] circuito
o término que comprende una jurisdicción, un cometido oficial u otra función
análoga” (RAE, 2001:2165). Por esta afirmación se puede aceptar que está defini-
do por la existencia de fronteras estatales o nacionales, lo que inmediatamente le
da un carácter de corte político.
No es sino hasta la última década del siglo XX en que autores Como Deleuze
y Guattari (1998) refieren al territorio como una noción más amplia, incluso
128 . Blanca Rebeca Ramírez Velázquez y Liliana López Levi
aceptando que es una de las categorías clave de la filosofía, “en dimensiones que
van de lo físico a lo mental, de lo social a lo psicológico” y de escalas diversas
(citado en Haesbaert, 2011:34). Sin embargo, son ellos quienes desde 1972 ha-
blan ya de la existencia de procesos de desterritorialización categoría que se ex-
pande por visiones diversas a partir de la ruptura de los paradigmas de la moder-
nidad en la última década del siglo XX y del inicio del modelo de globalización
neoliberal en el mundo.
A partir de estos elementos contextuales y otros que han sido ampliamente
desarrollados en diversos trabajos, en este capítulo se analizará las formas como
el concepto de territorio es utilizado en diferentes tradiciones, haciendo una dis-
tinción entre las usadas en las latitudes del Norte, sobre todo las anglosajonas y
la tradición francesa, y la desarrollada en América Latina por geógrafos y, desde
la década de 1980, por sociólogos y urbanistas, incluyendo también la que se ha
expandido en los últimos años a partir de las reivindicaciones de los llamados
grupos originarios en el continente, quienes lo utilizan en un sentido muy parti-
cular de recuperación de identidades culturales que tienen que ver con una estre-
cha vinculación con la tierra y sus recursos. Con estas precisiones intentaremos
dar un poco de claridad a un debate que se ha desarrollado en los últimos años
en relación con la manera como se están, aparentemente, desterritorializando los
procesos y las nuevas propuestas que usa la dimensión postestructuralista para
explicarlas, y que en sí mismo es complejo y en ocasiones hasta confuso.
Partiendo del hecho de que los animales necesitan espacio para su reproduc-
ción, el Oxford Dictionary of Geography considera que el territorio es el espacio
de vida de un animal. De ahí extrae recursos alimentarios, encuentra parejas
para la reproducción y es el ámbito para la crianza. Por ende, lo defenderá como
suyo ante otros animales. En términos humanos se asume algo semejante y se
le relaciona con la densidad de población, bajo el principio de que si ésta es
alta, el espacio se encuentra saturado. En el mismo sentido, la territorialidad
sería la necesidad de un individuo o grupo social de establecerse y tener tierra
(Mayhew, 1997:414-45).
El Dictionary of Human Geography de Gregory et al. (2009:476) define al
territorio como la organización y ejercicio del poder, independientemente de si es
legítimo o no, en grupos de habitantes organizados espacialmente. En este senti-
do, enfoca su conceptualización en un uso estratégico del territorio con fines ad-
Territorio . 129
En este sentido, se trata de una categoría mucho más concreta y particular que
la de espacio; al mismo tiempo, es más especializada ya que vincula a la sociedad
con la tierra y por supuesto a la naturaleza, pero no desde su apariencia o repre-
sentación, sino desde su apropiación, uso o transformación y alude tanto a una
perspectiva política, como a una cultural, según sea el enfoque.
Haesbaert (2011:154) caracteriza al discurso sobre el tema como complejo
y ambiguo, incluso al interior de una misma perspectiva como la que privilegia
la dimensión económica de la sociedad, que por otro lado, es la acepción menos
usual del término. Evidentemente que con la claridad y la destreza con la que él
deshilvana las diferentes perspectivas que manejan el concepto, consideramos
que esta caracterización va mucho más allá de lo antes enunciado, pues en oca-
siones parece que las diferentes posturas que la manejan caen en la perturbación
de algunos autores al tratar de interpretar una realidad cambiante o bien en la
imprecisión de lo indecible que ocurre cuando quieren decir algo nuevo y dife-
rente tratando de ganarle a la originalidad en la generación del conocimiento
(Ramírez, 2013).
De una primera clasificación de las concepciones de territorio, destaca la
propuesta por Haesbaert, quien hace una distinción entre la que lo adscribe a una
realidad existente realmente en el sentido ontológico del ser, más que en el epis-
temológico o conceptual, formulado previamente por el investigador. Esta visión
la divide en la que presenta la realidad como una dimensión físico-material de la
misma, o para quienes en una realidad “ideal” que refiere al mundo de las ideas,
adscrita a autores que defienden la definición del territorio más que por la dimen-
sión natural que integra, por un sentido nivel de “conciencia” o por el “valor”
territorial que tiene en un sentido meramente simbólico (Haesbaert, 2011:37).9
En un intento por facilitar esta concepción se integrarán las diferentes visio-
nes para clasificar las concepciones de territorio en donde la visión materialista
se explicitará a partir de las visiones que hemos llamado naturalista, la de base
económica y la política; la cultural se adscribiría a una dimensión más idealista
del territorio, a partir del legado que autores de países norteños han hecho de este
tema.
ambiental o geográfico que la hace todavía más compleja. Pero tampoco explica
la hibridización de lo natural y lo social que algunos autores proponen, por lo que
sugiere la necesidad de desarrollar instrumentos conceptuales para repensar estos
nuevos procesos y entenderlos.
ción y las naciones debían gobernar con soberanía plena sobre el mismo. Se esta-
bleció el principio de que los Estados debían decidir sobre lo que ocurría sobre sus
tierras, y los conflictos internacionales debían resolverse con los mecanismos de la
comunidad internacional y dieron origen al concepto de fronteras entre naciones
(Agnew y Oslender, 2010:195; Giménez, 2001:8).
Antes de la Paz de Westfalia los Estados no tenían bien definidas sus fronteras
ni el monopolio sobre el uso de la fuerza (…) Por el contrario, después de la
Paz de Westfalia los Estados se componen de un territorio definido, una pobla-
ción estable y una soberanía que les otorga autoridad exclusiva que no permite
ninguna interferencia externa en la esfera de su jurisdicción territorial. Esta
soberanía les permite el uso de la fuerza en la defensa de sus intereses (Blanco y
Romero, 2008:105).
prisión, que sin duda viene del trabajo con Foucault, pero también la del trabajo,
en tanto que “segmento mínimo y original definido por las dos dimensiones de
la energía y la información”.
Por otro lado, Sack tiene una concepción un poco más limitada de territorio,
ya que usando la categoría de territorialidad la define de la manera siguiente:
Ambos autores ponen énfasis en el análisis del control y del poder en rela-
ción con el territorio. Sin embargo, utilizan la noción de territorialidad, que ad-
quiere una dimensión muy importante en el sentido de la influencia, afectación
y control que se pueda tener de personas, fenómenos y relaciones; y en donde, la
delimitación, sigue siendo un factor importante para definirla (Sack, 1986:6; en
Haesbaert, 2011:74). Esta visión es ampliada por Raffestin al considerarla como
“el conjunto de relaciones establecidas por el hombre en tanto que pertenencia a
una sociedad, como la exterioridad y la alteridad a través del auxilio de mediados
o instrumentos (Haesbaert, 2011:74).
En general, esta concepción de territorialidad, sobre todo en la visión de
Sack, remite a lo que posteriormente Haesbaert definirá como territorio zona,
y en donde el autor reconoce tres relaciones interdependientes contenidas en la
definición del autor:
fortalecen la idea de patria y la de nación que está al interior de los conceptos aquí
tratados (Ibid.:76-77).
El autor concluye en relación con la revisión sobre el término que se
contraponen dos lecturas posibles:
La visión latinoamericana
Ecuador y otros países del Cono Sur; la dimensión cultural de las representacio-
nes sociales y los imaginarios que han desarrollado tradiciones importantes en
México con Gilberto Giménez (2004) y en Colombia con Armando Silva (1992),
y por último, una que se ha extendido entre los grupos originarios tanto indíge-
nas como indio-africanos en el continente y que no tiene fronteras ni está maneja
por el Estado (Porto Gonçalves, 2001; Rodríguez, 2010; Rodríguez et al., 2010)
y de ahí reproducidos por algunos académicos que tienen interés por el estudio
de zonas rurales o relacionadas con estas realidades.
Desde la geografía
Milton Santos y Rogério Haesbaert usan el concepto, adscribiéndolo como sinó-
nimo de espacio, o en una transición poco clara entre un concepto y otro. Milton
Santos, en uno de sus textos de los años setenta, al igual que las posturas de los
politólogos, argumenta que: “Un Estado Nación está formado esencialmente de
tres elementos: a) un territorio, b) un pueblo y c) una soberanía. La utilización del
territorio por un pueblo crea un espacio. La relaciones entre pueblo y su espacio y
las relaciones entre diversos territorios nacionales son reguladas por la función de
la soberanía” (Santos, 2004:232-233). El énfasis que le da al territorio como una
dimensión política es importante al admitir que sus límites son inmutables y que
en un momento dado representa un elemento fijo. Su ocupación efectiva por un
pueblo le da dinamismo en la historia y argumenta que:
El territorio es un lugar en el que desembocan todas las acciones, todas las prác-
ticas, todos los poderes, todas las fuerzas, esto es, donde la historia del hombre
se realiza plenamente a partir de las manifestaciones de su existencia. La Geo-
grafía se vuelve la disciplina más capaz de mostrar los dramas del mundo, la
nación del lugar (Ibid.:9).
Por otro lado, se percibe que la influencia de Sack y Raffestin sobre todo para
quienes han tenido la influencia de la escuela geográfica francesa o la brasileña
con la cercanía con Haesbaert, es sin duda importante, ya que autores como Pu-
lido y Rojas (2011, mimeo) afirman que cuando el espacio geográfico es delimita-
do y controlado por actores sociales diversos, se convierte en territorio, generando
formas variadas de territorialización de procesos sociales diferenciados.
Pero también hay quien adoptando una visión relacional en donde el te-
rritorio no es solamente el sustrato en donde se reproduce la sociedad sino un
conjunto de relaciones sociales, criticaron a Raffestin por no haber explorado
suficientemente el abordaje relacional (Haesbaert, 2011:69).
Territorio . 143
Esta diferenciación se hace pertinente para entender por qué, sobre todo en la
literatura anglosajona, no se usa ni se entiende la categoría territorio en el sentido
que la usamos en América Latina: para dimensionar las transformaciones parti-
culares que se desarrollan en un espacio determinado o bien como un elemento
de crítica epistemológica para el uso indiscriminado del concepto de espacio.
Esta diferenciación tiene también una explicación de tipo teórica. En la dé-
cada de 1970, cuando había necesidad de deslindar los estudios urbano-regiona-
les de las teorías espacialistas de corte económico y la cuantitativa con incidencia
numérica, las reflexiones de Pradilla y Coraggio, relacionadas con el significado
que tenía hablar de espacio y la justificación de por qué había que hablar de te-
rritorio, fue de vital importancia para la generación de una dimensión concreta
que, trabajada en conjunto con la teoría marxista, podía explicar, de manera más
concreta, los resultados de su uso, apropiación y transformación, por parte de
agentes diversos, manifiestos en el territorio. El vínculo agente-espacio, resulta
de la particularidad del estudio del territorio. Pero ¿en su época cuáles fueron las
características fundamentales de este debate?
Desde el urbanismo, como parte de las ciencias sociales, la crítica de Pradilla
(1984:29) al concepto de espacio se ubica en el contexto de la discusión sobre
cómo éste es utilizado para explicar las relaciones sociales que se generan en los
procesos de producción urbana. A partir de la forma en que Castells lo integra
en su discurso con base en elementos estructuralistas, Pradilla argumenta que
este autor cae en una concepción ideológica, en lugar de hacer una construc-
ción teórica sobre cómo insertar la categoría de espacio en los procesos de pro-
ducción de relaciones concretas (Ibid.:31-34). Como objeto ideológico, argumen-
ta, el “espacio” (entrecomillado de Pradilla) tiene varias características: es un con-
cepto vulgarizado pues está ampliamente integrado en el lenguaje común, por
lo que cuestiona la posibilidad de usarlo como concepto científico (Ibid.:34-35);
carece de significado propio pues para usarlo hay que añadirle adjetivos: espacio
arquitectónico, escultórico, económico, geográfico, etc., por lo que no constituye
un concepto general de las ciencias sociales (Ibid.:36-37). Además, agrega que
es un concepto indefinido o definido tautológica o ideológicamente, ya que se
define en sí mismo o bien remite al ámbito de las esencias de la filosofía, lo que
dificulta su definición en el ámbito del materialismo histórico (Ibid.:37-40); es
un concepto traspuesto de la geometría, por lo que cuestiona su validez para ex-
plicar procesos de las ciencias sociales (Ibid.:41-42) y, por último, es un concepto
que une a idealistas y materialistas; es decir, aparece en todas las investigacio-
144 . Blanca Rebeca Ramírez Velázquez y Liliana López Levi
Territorio
Tierra Organización territorial: proceso social
Inf. Territorial
Ámbito
Configuraciones espaciales Sistema social territorial
sistema natural-organización Forma espacial --------
espacialidad Espacialidad social Ámbito
espacial
Economía
Espacio Política
Social
[...] el territorio puede ser considerado zona de refugio, como medio de sub-
sistencia, como fuente de recursos, como área geopolíticamente estratégica,
como circunscripción político –administrativa, etc.; pero también como pai-
saje, como belleza natural, como entorno ecológico privilegiado, como objeto
de apego afectivo, como tierra natal, como lugar de inscripción de un pasado
histórico y de una memoria colectiva y, en fin, como “geosímbolo”.
Silva (1992:51-53) señala que el territorio es algo físico al mismo tiempo que
mental. Se trata de “espacios de autorrealización de sujetos identificados por prác-
ticas similares que en tal sentido son impregnados y caracterizados” (Ibid.:72).
Las fronteras se marcan a partir de elementos físico concretos, tales como los
ríos, montañas o barrancos y de otros humanos como los muros, barricadas y
trincheras. Sin embargo, no siempre se trata de objetos materiales, en ocasiones
son inmateriales, imprecisos, pero existentes. Son bordes sociales, muchas veces
visuales y otras se expresan en el habitar, con el uso social del lugar, en donde se
“marcan los bordes dentro de los cuales los usuarios familiarizados se auto reco-
nocen y por fuera de los cuales se ubica al extranjero o, en otras palabras, al que
no pertenece al territorio”. Bajo esta perspectiva, los territorios parecerían ser hi-
tos que demarcan la acción cotidiana de los agentes sociales independientemente
de que éstos sean de carácter natural o social.
El autor también lo caracteriza como el lugar…
... donde habitamos con los nuestros, donde el recuerdo del antepasado y la
evolución del futuro permiten reverenciarlo como un lugar que aquel nombró
con ciertos límites geográficos y simbólicos. Nombrar el territorio es asumirlo
como una extensión lingüística e imaginaria; en tanto que recorrerlo, pisándo-
lo, marcándolo en una u otra forma, es darle entidad física que se conjuga, por
supuesto, con el acto denominativo (Ibid.:48).
Manuel Delgado (1999:30, citado por Fuentes, 2005) considera que se trata
de un espacio de “identificación de los actores con un área que interpretan como
propia y que ha de ser defendida de intrusiones, violaciones o contaminaciones”.
Gilberto Giménez (2004:315), afirma que el territorio es “el espacio apropiado
por un grupo social para asegurar su reproducción y la satisfacción de sus necesi-
dades vitales, que pueden ser materiales o simbólicas”.
Por su parte, Linck y Casabianca (2006) afirman que el territorio es:
como las instituciones, los valores sociales y las representaciones, que condicio-
nan su aprovechamiento en un ámbito social dado.
Así, a partir del seguimiento que se hace de los movimientos étnicos, indíge-
nas y afroamericanos del continente, se percibe un cambio importante que tiene
una doble redireccionalización: por un lado, deja de ser solamente una lucha por
150 . Blanca Rebeca Ramírez Velázquez y Liliana López Levi
la tierra, sino que se convierte en una por el territorio en su conjunto y por el otro,
es una lucha por el mantenimiento de una civilización que ha sido desvalorada,
negada y destruida a lo largo de los siglos, y que los grupos quieren revivir. Así
nos dice el autor:
La lucha que los campesinos y los pueblos originarios vienen trabajando, ad-
quiere un sentido más amplio y de respeto a toda la humanidad y los destinos de
la vida del planeta ya no sólo por las luchas históricas contra la desterritorializa-
ción/expropiación, sino también por la defensa de las culturas en su diversidad,
puestos que esas luchas implican una defensa de las condiciones naturales de
existencia con las cuales de desarrollan valores que dan sentido a sus prácticas,
… No olvidemos que la crisis ambiental desde una perspectiva de esas pobla-
ción es también una crisis de civilización reconfigurando de este modo el debate
epistemológico político (Ibid.:49).
13 www.georaizal.org
Territorio . 151
Los territorios culturales o simbólicos que estudiamos son los que habitan los
grupos etnolingüísticos, de ahí que los llamemos etnoterritorios, entendidos
como el territorio histórico, cultural e identitario que cada grupo reconoce
como propio, ya que en él encuentra no sólo habitación, sustento y reproduc-
ción como grupo, sino también oportunidad de reproducir cultura y prácticas
sociales con el transcurso del tiempo (Ibid.:25).
control del territorio con fines políticos, sociales y económicos”; son formas que
cambian a partir de los contextos sociales, históricos y geográficos específicos.
El territorio en su sentido tradicional, implica contigüidad. De manera tal
que ante la globalización y los avances tecnológicos, las barreras físicas y la dis-
tancia son cada vez menos evidentes y pueden sortearse fácilmente. La interac-
ción social y la comunicación son posibles a través de redes, flujos y nodos; de
sistemas que no dependen de la proximidad. Esto cambia la naturaleza de los
territorios que existen en forma relacional y no necesariamente se excluyen. Sin
embargo, aunque los Estados naciones han perdido poder sobre el ámbito local,
todavía tienen gran capacidad de control y de gobierno. La soberanía sigue siendo
un factor central para el orden internacional (Gregory et al., 2009:476).
En concordancia con lo anterior, la desterritorialización surge como un con-
cepto asociado a los procesos de globalización y a los avances tecnológicos, a la
creación de comunidades mediadas a través del ciberespacio. Como ejemplos,
Haesbaert (2011) retoma autores tales como Appadurai (1996), Levi (1997),
Canclini (1990), Negri y Hardt (2000), Omahae (1990) y Badie (1995), quienes
aíslan la dimensión social de la territorial cuando consideran que con la tecnolo-
gía el espacio y el tiempo desaparecen, se borran las fronteras en el marco de la
globalización o se genera una cultura homogénea posmoderna y se difuminan las
diferencias entre diversos lugares del mundo.
Desde estos enfoques, el espacio deja de ser importante, se reduce por el
simple hecho de que su materialización se difumina. Lo anterior responde a una
visión tradicional del espacio, concibiéndolo como un escenario donde ocurren
los fenómenos. En cambio, si partimos de una visión más moderna en la cual, el
espacio es producto de las relaciones sociales, entonces transformación no impli-
ca desaparición. Desde nuestra perspectiva, dichos enfoques están muy ligados
con la supuesta existencia de un espacio de flujos en donde todo corre en un apa-
rente vacío que destruye a los territorios y es considerado por el autor como un
concepto eurocéntrico y primermundista (Haesbaert, 2011:29) que dista mucho
de dar cuenta de la realidad de entornos como el de América Latina.
Como concepto, la desterritorialización, se introduce en el debate de las
ciencias sociales a partir de los trabajos de Deleuze y Guattari (1985), en par-
ticular, con su libro El Antiedipo: capitalismo y esquizofrenia, donde los autores
afirman que el capital tiene el mayor poder desterritorializador y decodificador,
que vincula al Estado con el ser humano, entendido como una máquina desean-
te. El concepto, de acuerdo con Haesbaert (2011), transitó desde los años sesenta
cuando su construcción estaba asociada al psicoanálisis lacaniano, a los años
setenta donde se vinculaba al análisis de la producción de deseos del capitalis-
Territorio . 153
La multiterritorialidad de Haesbaert
Pero ¿cómo es que el autor construye esta dimensión múltiple del territorio?
En primer lugar, es preciso resaltar que la incluye a partir de la posibilidad de
entender al territorio como una dimensión procesual que integra a la desterrito-
rialización como parte de la transformación que sufre en su devenir en el tiempo
en donde la reterritorialización es parte también de su proceso. Es evidente que
toman una postura postestrucutalista al afirmar que asume y resalta “el aspecto
temporal, dinámica y en red que el territorio también asume… en que la “inte-
gración” de sus múltiples dimensiones es vista a través de las relaciones conjuntas
de dominación y apropiación, o sea, de relaciones de poder en sentido amplio
(Ibid.:281).
Es aquí en donde el carácter del proceso se integra de una manera muy frag-
mentada, característica del estructuralismo, en donde las partes que lo compo-
nen se desintegran para posteriormente “integrarse” parcialmente en un devenir
alternado de lo que se controla o se apropia, luego se descontrola o desapropia
(desterritorialización) para volverse a recontrolar o reapropiar.
Es en esta disociación, que parecería que al territorializar se está hablando
de un tipo de espacio específico –¿fijo podríamos llamarle?– que sería diferen-
te al que tiene la desterritorialización, en donde la noción de espacio de flujos
y la movilidad se integran para luego, reterritorializarse y volver a hacerse fijo,
aceptando el concepto de espacio de fijos y flujos de Milton Santos (2000) y de
Castells (1999), (véase capítulo 1). De esta manera estamos ante un proceso que
tiene un soporte territorial cuando es territorio, se convierte en flujo cuando se
desterritorializa, sin que se considere la existencia de una base material, y regresa
a su estado territorial cuando se reterritorializa.
Asumimos que al fragmentar la territorialidad y dejarla sin continuidad, el
proceso se hace discontinuo, y sustituye la circulación por el flujo, ante una apa-
rente deslocalización que carece de soportes materiales que articulen el proceso
territorio inicial (sea éste económico, social, político o simbólico) con el de la
156 . Blanca Rebeca Ramírez Velázquez y Liliana López Levi
dencia entre los territorios parecería que no es fruto de procesos articulados que
de alguna manera se vieron o conjuntaron elementos que los vinculan. Otras
zonas como los basureros o las zonas de residuos nucleares, las Áreas Naturales
Protegidas (ANP) y otras, son el resultado de la manera como se percibe el carácter
de un territorio en el sistema de control dominante. En este tema también me
parece que la visión estructuralista en lugar de integrar la visión, como es el obje-
tivo, el autor desarticula y las hace aparecer como independientes del proceso de
producción más que formando parte del desarrollo integral del territorio.
Reflexiones finales
El territorio alude a una visión mucho más amplia que la adscrita a otras catego-
rías. Por una parte, está muy ligada con la definición política que la vincula con el
poder y el Estado y por otra una dimensión cultural que integra la naturaleza, la
producción y reproducción social de los grupos y al significado que esto tiene en
su vida cotidiana, cuestiones que aparentemente son divergentes y sin embargo,
son difíciles de separar al interior de esta categoría. En otras palabras, el territo-
rio, como concepto, da cuenta de lo estrecha que es la relación entre el ámbito
político y el cultural en la vida humana. Su predominancia en relación al Estado,
la delimitación política y la dimensión del poder constituyen la versión de corte
eurocentrista del término, que sin duda ha influenciado a estudios de geografía
política, y de política pública para su definición. La dimensión cultural y simbó-
lica se adscribe a una propuesta eminentemente latinoamericana, de corte rural y
centrada en los movimientos ambientalistas del continente que acentúan todavía
más la dimensión política que la categoría presenta.
Aunque el concepto tiene una larga trayectoria en la academia europea, ha
sido un recurso importante y significativo para el análisis de la realidad latinoa-
mericana, sobreponiéndose muchas veces a los otros conceptos. El territorio, des-
de el punto de vista teórico y metodológico abre, sin duda una nueva dimensión
del ámbito espacial, a través del concepto mismo y de aquellos que derivan de él,
como el de desterritorialización o reterritorialización.
En suma, si bien las categorías de espacio, región y paisaje, al venir directa-
mente de la tradición geográfica, la de territorio tiene una adscripción más rela-
cionada con otras ciencias sociales de corte crítico, donde se usa para diferenciar
y tomar distancia del significado que ésta tiene en las teorías espacialistas clásicas
de la geografía y del espacio.
Capítulo 5. Lugar
Si bien las categorías de espacio, paisaje y región tienen una tradición amplia
dentro de la historia de la geografía pre-moderna y moderna, por el contrario
la de lugar, en tanto que concepto académico, es de muy reciente creación por
lo que su definición adquiere condiciones más complejas para su identificación.
Sin embargo, Cresswell (2008:1) argumenta que la geografía humana, además
de otras cosas, es el estudio de los lugares, a pesar de considerar que hay poca
comprensión de lo que la palabra significa, ya que parecería que habla por sí
misma. Sin embargo, reconoce que “espacio es un concepto más abstracto que
el de lugar” (Ibid.:8) y parafraseando a Relph argumenta que siendo amorfo e
intangible requiere para poder ser analizado directamente del lugar para darle
particularidad, y significado (Ibid.:21).
Para autores como Smith, la diferencia entre espacio y lugar tiene que ver
con el desarrollo del capitalismo, es decir, cuando se separa el espacio de la ex-
periencia en las comunidades primitivas y de la naturaleza. Antes de esta sepa-
ración, nos dice, no había una distinción entre la especificidad del lugar con la
abstracción que representa el concepto de espacio en general. Al respecto dice;
160 . Blanca Rebeca Ramírez Velázquez y Liliana López Levi
antes del desarrollo capitalista ... “la abstracción de lugares específicos a espacio
en general, no era un hecho todavía” (Smith, 1984:69).
El diccionario de filosofía explica que la primera concepción del espacio
es como lugar, es decir, como posición de un cuerpo entre los demás cuerpos
(Abbagnano, 2004:397) o bien como sentido de posición en una jerarquía social
(Ibid.). Para hablar de lugar se utilizan también las categorías de locus en latín,
place en inglés, lieu en francés. Aunado a ello, existen dos doctrinas filosóficas
que explican la situación de un cuerpo en el espacio: por un lado, la aristotélica,
“según la cual el lugar es el límite que circunda al cuerpo y es, por lo tanto, una
realidad por sí misma; y la moderna, según la cual es una determinada relación
de un cuerpo con otros” (Ibid.:673). Esta es una categoría que originó entre los
griegos una amplia discusión, y que en la actualidad ha sido retomada por la geo-
grafía humanista y por autores como Harvey (1996), Massey (2005), Cresswell,
(2008) entre otros, para apoyar posturas de identidad que generan relaciones
entre los agentes, las cuales definen procesos espaciales específicos.
Un antecedente importante en la conceptualización del lugar ha sido el pen-
samiento utópico, donde desde los clásicos del renacimiento hasta los socialistas
y los anarquistas del siglo XIX, se han imaginado y propuesto la creación de
comunidades concretas, que propiciaban la integración de la vida social y eco-
nómica de un grupo social poco extendido. En este sentido, no se trata de una
conceptualización filosófica sobre el término, sino su recuperación en términos
prácticos. Lo que los autores utópicos planteaban, desde Tomás Moro, Bacon
y Campanella, en los siglos XVI y XVII hasta las utopías del siglo XIX, partía de
una crítica a las sociedades de la época, para construir alternativas para las del
futuro. Ellas podían variar en sus posturas, pero se incluían desde las de corte
socialista que se encuentran las propuestas Saint Simon, Charles Fourier, Robert
Owen, Etienne Cabet y Louis Blanc (Fernández, 2007:155) y otras que variaban
en posturas y propuestas. La idea era construir comunidades locales que hacían
más factible una organización comunitaria, justa y funcional que resolviera la
problemática social de la época.
Desde el punto de vista de las ciencias sociales, el lugar ha sido un concepto
central para la geografía cultural, aunque su interés desde la geografía económica
se ha renovado, a partir del análisis de la economía global, enfatizando en la ne-
cesidad de los procesos económicos de anclarse a localidades específicas, del cual
se dice, tienen impacto local. Esto puede tener confusiones pues, como se verá
más adelante, los conceptos de local y lugar no necesariamente son sinónimos o
refieren a los mismos procesos, lo cual es preciso aclarar.
Lugar . 161
sentido del lugar (2008:7). Pero también se le confunde con paisaje, a pesar de
que éste contiene una fuerte carga de idea visual, sobre todo cuando se le adscribe
el concepto de villa o pueblo como paisaje que donde se engloba una dosis de
lugar vivido y sentido (Ibid.:10).
La categoría puede usarse desde diferentes perspectivas: para crear lugares en
un mundo móvil, que puede adscribirse tanto a la escala de la casa, como lo ar-
gumenta Pratts (1999) o al mundo global, tal y como lo maneja Escobar (2001),
quien lo adscribe a la generación de espacios y la memoria, considerándola so-
cial, quedando plasmada en la que originan los monumentos, museos, y áreas de
preservación, entre otros, tal y como lo define Casey desde 1987. Para este autor,
la vinculación lugar-memoria es la habilidad de hacer que el lugar reviva en el
presente el pasado, contribuyendo a la producción y reproducción de la memoria
social (Cresswell, 2008:86-87). Asimismo lo adscribe a los “lindos lugares para
vivir” (Ibid.:93-99), pero también a los que desde la geografía política o económi-
ca, y con una connotación fuerte de escala denominan regiones o naciones como
lugares (Ibid.:99-102).
Por último, Cresswell agrega, a todas estas posturas a las que se adscribe el
concepto que lugar, que éste no es solo una cosa en el orbe, pero que sirve para
entenderlo, ya que: “cuando vemos al mundo como un planeta de lugares, vemos
diferentes cosas … apegos y conseciones entre gentes y lugares. Vemos un mundo
de significados y experiencias” (Ibid.:11).
Como se puede apreciar, la amplitud del tema y del debate en la actualidad
ameritan una discusión vasta sobre su significado y adscripción a diferentes au-
tores y visiones, no solo para diferenciarlo de otros conceptos como los que han
precedido a este capítulo, sino con otros de los cuales es preciso clarificar su uso
y racionalizar su aplicación a los estudios territoriales.
A continuación se señalan las principales visiones que se han generado del
concepto, mismas que van desde la geografía moderna, la geografía humanista,
el debate dentro de la teoría marxista, la teoría de la estructuración, desde la glo-
balización y desde el desarrollo local, principalmente.
momento se daba por sentado como objeto de estudio pasó a ser cuestionado. En
1951, Kimble afirmó que “ya no estamos lidiando con un mundo de entidades
bien articuladas … sospechamos … que los geógrafos están tratando de poner
fronteras que no existen alrededor de áreas que no importan” (citado por Castree,
2003:169).
Por otro lado, la revolución cuantitativa en geografía, que se desarrolló a
partir de los años cincuenta, llevó a que el término de lugar quedara desplazado
durante casi tres décadas. Entre las razones más importantes se encuentra que
durante este periodo, se hizo más grande la separación entre la geografía física
y la humana, los estudios fueron más especializados en alguna rama de éstas y
también porque la búsqueda de leyes y teorías que pudieran contrastarse con la
realidad, dejaba de lado el interés por lo único, lo particular y lo diferente, como
por los significados, las percepciones y la cultura. Así, a partir de la discusión que
se da entre la sociología y la filosofía con la geografía en 1970, se cuestionó esta
manera de hacer geografía por dos vertientes: la de la geografía humanista y la
marxista, cada una de las cuales transformó de manera particular al concepto de
lugar.
estos autores, el lugar está íntimamente relacionado con la búsqueda del signi-
ficado. En este ámbito, la experiencia, las percepciones, las interpretaciones, las
sensaciones y la memoria son constitutivas del lugar (Gregory, 2009: 539).
Tuan (1974a:223) equipara el concepto de espacio al de lugar, adscribiéndo-
les dos significados: el de posición en la sociedad entendida a partir de los usos y
significados simbólicos que se obtienen de localizaciones específicas, y el de loca-
lización espacial que se origina con el vivir en y con su asociación en el espacio.
En su opinión, el lugar tiene un espíritu y personalidad que se manifiestan por las
expresiones de carga emocional adquiridas por su localización o por su función
de nodo; pero al mismo tiempo, se tiene un sentido del lugar cuando, a pesar de
adquirir sus caras únicas, los humanos, al expresar sus discernimientos morales
y estéticos, dan a los sitios percepción a través de sus sentidos, a partir de gustos,
preferencias y sentimientos (Ibid.:234). Tuan usa el término de lugar como sinó-
nimo de región sin ninguna adscripción a una escala geográfica en específico; sin
embargo, al menos en la tradición anglosajona, se liga con lo de pequeño, local o
micro. Según Cresswell, este autor liga el concepto de espacio al de movimiento
y el de lugar al que se fija en un espacio determinado y denota los largos estadíos
de permanencia que implican las pausas-altos que se hacen a lo largo del camino
(Cresswell, 2008:8).
Tuan (1974a:445-446) afirma que el lugar tiene dos significados: el que
vincula a una persona con una posición social (materia de la sociología) y el
que la vincula con una localización espacial específica (ámbito de la geografía).
Sin embargo, no se trata de dos dimensiones independientes, sino de situaciones
que se yuxtaponen y que corresponden a los principales elementos que le dan
significado al lugar y que son del espíritu y la personalidad que se hacen paten-
tes cuando la población se expresa sentimentalmente con respecto a un sitio. El
espíritu tiene que ver con su esencia y la personalidad con aquello que los hace
únicos y diferentes. Desde este enfoque, la personalidad se configura a partir de
las características naturales del lugar y de la forma en que el ser humano las ha
moldeado. Los lugares generan efectos o temores, como ocurre en el caso de los
lugares sagrados de ciertas formaciones espectaculares de la naturaleza o de la
tierra natal de un individuo o grupo social. Ahora bien, según su opinión, los
lugares tienen espíritu y personalidad, pero las personas tienen sentido de lugar
y lo demuestran cuando le aplican una conceptualización ética y estética a la
superficie de la Tierra. La sensibilidad que permite identificar al genio del lugar,
afirma Tuan, es una característica que el hombre moderno ha perdido, a causa de
un ethos orientado al dominio humano (Ibid.:446). Así como el lugar remite al
arraigo, la movilidad y la migración pueden llevar a la ausencia de un sentimiento
166 . Blanca Rebeca Ramírez Velázquez y Liliana López Levi
Los marxistas establecieron una polémica con los humanistas, pues si bien, acep-
taban la importancia de analizar el significado de los lugares, consideraban que la
tarea era muy problemática, pues se aproximaban a los lugares de manera aislada,
enfatizando en detalles mínimos que pudieran explicar el arraigo y la experien-
cia local y no establecían los vínculos entre ellos. El marxismo coincidía con
la escuela de análisis espacial en el sentido que había que estudiar las leyes que
explicaran eventos particulares, considerando que éstas se adscribían al proceso
de desarrollo del capitalismo en general. Es decir, desde la perspectiva marxista;
no era la singularidad y la unicidad de los lugares lo que era relevante, sino la
forma en que se vinculaban con otros lugares, la forma como se producían las
interconexiones globales y la interdependencia, en el marco del desarrollo del
capitalismo contemporáneo. Con ello, los marxistas iniciaron el análisis de lo
local, en relación con lo global. Ejemplo de estos trabajos fueron los que desa-
rrolló Doreen Massey en diversas ciudades y pueblos británicos para explicar la
forma en que las fuerzas globales tenían efectos globales (Castree, 2003:171-172).
Pero también derivaron en la apertura del espacio a múltiples dimensiones de
sus interrelaciones que confluyeron en la discusión sobre las escalas, que fue am-
pliamente debatida entre los geógrafos críticos (Smith, 1996; Harvey, 1993, un
resumen de este debate está en Ramírez, 2010).
Con el tiempo, y sobre todo después de la llegada de la globalización y el
posmodernismo a la discusión geográfica, se desarrolló un debate importante en-
tre David Harvey y Doreen Massey, planteando cada uno su postura en relación
con el concepto de lugar. La manera como el primero lo retoma en el capítulo
titulado Del espacio al lugar y de regreso (From Space to Place and Back again) de su
texto de 1996, donde adopta a la fenomenología de Heidegger (como Tuan pero
bajo otro concepto) para su desarrollo, es muy diferente a la forma como Doreen
Massey en 1991 lo desarrolla en dos trabajos titulados El sentido global del lugar
y The political place of locality studies. Ambos textos, el de Harvey y el de Massey,
se reproducen en 2003, en un libro de Bird y Curtis et al. Posteriormente los de
Massey (con excepción del último) fueron traducidos en Albet y Benach (2012),
por lo cual ahora también están disponibles en español. Pero cabría preguntarse,
¿cuáles son los principales elementos y aportes que constituyen este debate? Las
cuestiones comunes pueden resumirse en tres puntos.
168 . Blanca Rebeca Ramírez Velázquez y Liliana López Levi
física relativa de los estructuras físicas y sociales de la tierra que las generan al
interior del flujo de la circulación del capital (1996:295); b) pero también de las
tensiones que resultan entre la inversión especulativa en el desarrollo de un lugar
y de la movilidad geográfica de otras formas de capital (Ibid.:296).
En el desarrollo desigual del capitalismo en la producción del espacio, in-
serta el autor el concepto de lugar, a partir de una interacción con Heidegger
que lo considera el “locus del ser” y de la habitabilidad (morada, casa, vivienda)
(Ibid.:299). Citando al autor dice: “la habitabilidad es la capacidad de alcanzar
una unidad espiritual entre los humanos y las cosas. De ahí lo que sigue es que
“solo si somos capaces de habitar, solo ahí podemos construir” (Ibid.:301). Agre-
ga que es ir a las raíces que se establecen a partir de la patria que nos las propor-
ciona, por lo que, “la construcción del lugar tiene que ver con recobrar las raíces,
(es decir) recobrar el arte de habitar” (1996:301). En su visión, “la autenticidad
del habitar y del enraizamiento puede ser destruido por la ampliación de la tec-
nología, el racionalismo, la producción en masa y los valores en masa. El lugar
puede entonces destruirse, ser inauténtico o aún desaparecer” (Ibid.).
El lugar, agrega, es el locus de la memoria colectiva que permite generar el
sentido de comunidad y de identidad entre las generaciones (Ibid.:304), y a través
de la memoria se pude construir y preservar el sentido de lugar que es definido
como “un momento activo en el pasaje de la memoria a la esperanza, del pasado
al futuro” (Ibid.:306). Por otro lado, y en relación con la construcción del lugar,
genera el concepto de genius loci, que identifica como “la determinación de la
identidad del lugar y su interpretación en nuevas formas” (Ibid.) que le permite
posteriormente argumentar que el lugar es también el “locus de la comunidad”.
Al respecto dice: “Las prácticas y el discurso práctico del “confinamiento” del
espacio y la creación de permanencias de lugares particulares es igualmente un
asunto colectivo dentro del cual toda clase de prácticas de disputas adminis-
trativas, militares y sociales ocurren” (Ibid.:310). Define al lugar entonces de la
manera siguiente:
... el trabajo … nos muestra como el lugar se constituye a través de una práctica
social reiterativa –el lugar se hace y rehace diariamente. El lugar provee un tem-
plete para la práctica– un escenario para el performance. Reflexionar el lugar
como escenario y práctica puede ayudarnos a pensarlo en formas radicalmente
abiertas y no-esencialistas donde está constantemente disputado y reimaginado
en formas más prácticas. El lugar es la materia prima para una creativa produc-
Lugar . 171
Estar fuera de lugar es un término coloquial que alude al contrario del lugar. Sin
embargo, la oposición no implica una ausencia espacial, en tanto que es difícil
hablar de procesos sociales independientes de las dimensiones espacio-tempora-
les. Dicha oposición ha sido concebida a partir de la necesidad de explicar con
estos términos algunos procesos que no son necesariamente ausentes de la idea
de lugar, pero que por la especificidad que tienen es preciso denominarlos de otra
manera. Así se destacan algunas propuestas que hablan de los no lugares, los anti
lugares y los sin lugar. De todos modos, en estas posturas también está presente
la caracterización del lugar en función de un ámbito de identidad relacional e
histórica.
Desde la antropología, uno de los libros que ha tenido más resonancia en la
temática que nos ocupa es el de los No lugares de Marc Augé (2000:87). Se trata
Lugar . 173
A la par que se desarrollaba el debate entre los humanistas y los marxistas, otros
autores incursionaban en dos aspectos fundamentales del desarrollo sobre el
tema: uno referido a diferentes tipos de visiones sobre la identidad para el caso de
sociedades con una fuerte movilidad cotidiana y otros que trataban de diferen-
ciar la discusión entre lo local, localidad y lugar como conceptos diferentes, en
tanto que nombran aspectos varios de lo concreto y particular.
En el primer caso, se cuentan las visiones de autores como David Seamon,
quien en la década de 1980, basado también en la fenomenología, desarrolló no-
ciones de lugar basadas en la movilidad más que en el enraizamiento y la autenti-
cidad. Él argumenta que los movimientos diarios toman la forma de los hábitos,
convirtiéndose en costumbres, en acciones mecánicas y automáticas, que en su
rutinización de tiempo y espacio, generan un fuerte “sentido de lugar”. “Las mo-
vilidades de los cuerpos conminadas en espacio y tiempo producen una interio-
Lugar . 175
las fronteras, gracias, sobre todo, a la existencia ahora del espacio de flujos (véase
capítulo 1). Sin embargo, hay cada vez un mayor acuerdo en el hecho de que el
lugar sigue siendo fundamental y que no existe la negación o la integración en la
oposición lugar-global (Gregory et al., 2009:40), pero lo que sí creemos es que se
trata de relaciones que se dan en automático o sin la existencia de mediaciones o
tensiones que las generen y que por lo tanto deben de ser construidas de una ma-
nera menos inmediatista y más analítica, alejándose de posturas que las integran
simplista y automáticamente.
De lo expresado anteriormente, resulta un conjunto de confusiones semánti-
cas que es preciso elucidar y analizar. En primera instancia parecería que hay una
diferencia clara al hablar de local, locale, localidad y lugar, pero que en muchas
ocasiones se confunden pues se usan como sinónimos. Lo local es una connota-
ción de escala geográfica que refiere a lo pequeño y concreto, que en ocasiones se
opone a lo global o general, es decir, se aísla de estas dos dimensiones o bien
se vincula sobre todo con la primera sin mediaciones que establezca los puentes y
las relaciones que permitan hacerlo. Por otro lado, y como se vio anteriormente,
locale no necesariamente es local, sino que puede también aludir a otras escalas
de relaciones, de forma que el vínculo entre lo local-global se construye a partir
de las diferencias que se generaran entre la escala espacial del proceso y otros
agentes o procesos que indicen diferencialmente en ese mismo espacio pero que
no están presentes en el mismo lugar, problema que es en ocasiones ignorado
(Massey, 1991a:269). La globalización y los procesos económicos, sociales y cul-
turales que genera tienen formas importantes y diferenciales de insertarse en lo
local, mismas que es preciso reconocer, y que no es posible hacerlo exclusivamen-
te con la generalización que se establece al decir que lo global es a la vez local.
Por otro lado, parecería que al considerarse sinónimos localidad y lugar, estas dos
acepciones son siempre locales, cuestión que podría ser, pero que no necesaria-
mente se pueden trabajar siempre como sinónimos.
Castree (2003:175) explica lo anterior a partir de cuatro hechos, el primero
es que aunque la accesibilidad (en términos de espacio y tiempo) entre los lugares
se ha facilitado, la distancia persiste; al mismo tiempo, la globalización vincula
lugares no a partir de la homogeneidad que hay entre ellos, sino por sus diferen-
cias, es decir, por la especialización diferencial que presentan. Es preciso agregar
también que aunque las fuerzas globales sean las mismas, la respuesta local, aun
a un mismo hecho, difiere, lo que genera particularidades específicas en lo local
y en su relación con lo global. A lo anterior hay que agregar que a pesar de todo,
la mayor parte de las relaciones sociales no tienen un alcance global sino por el
contrario, podrían ser mayoritariamente locales, y que la inequidad que existe
Lugar . 177
Reflexiones finales
Después de una larga travesía por los caminos intrincados que ofrecen las múl-
tiples lecturas en las que se abordan los conceptos de espacio, paisaje, región,
territorio y lugar, así como la problemática social y ambiental con esa perspectiva,
llegamos a la conclusión que este libro nos ha permitido reconocer las múltiples
dimensiones que se abren a partir del análisis de estos conceptos y la gran riqueza
teórica y metodológica que sustenta las diversas posturas, enfoques y tradiciones,
no solo de la geografía, sino de las ciencias sociales, y el urbanismo entre otras
que los utilizan como herramienta teórico metodológica para sus estudios.
Esperamos que el documento resultante no confluya en un final, sino que
sea el inicio de otras muchas reflexiones y discusiones que generen su edición y
publicación. Hemos hecho el intento por separar cinco de las categorías funda-
mentales que nos sirven para analizar los procesos sociales que se desarrollan
sobre la superficie terrestre, sean de índole geográfica, urbana, social, histórica,
antropológica o pertenecientes a otras ciencias sociales interesadas en el tema.
Nos deslindamos de las preocupaciones relacionadas con la psicología o la lin-
güística que en ocasiones, y para efectos muy particulares, usan categorías como
espacio mental o regiones mentales; espacios lingüísticos u otros para designar
aspectos específicos que conciernen a su objeto de estudio, que traspasan nuestra
reflexión. Sin duda que esto podría quedar como una asignatura pendiente a
realizar en trabajos futuros.
Asimismo, se hizo el intento de tratar las categorías separadamente, aun en
autores que las trabajan simultáneamente, con el fin de dar claridad a sus signifi-
cados y contenido específico, que en caso contrario pueden quedar como vagos y
carentes de un sustento científico que garantice su posibilidad de discusión en el
ámbito de las ciencias, sean éstas naturales, sociales o del diseño.
Nuestra intención fue la de enfatizar que la cercanía de estos conceptos,
podía implicar una sobreposición, más no su uso indiscriminado como sinó-
nimos, en la forma como se hace constantemente. En un inicio nos avocamos
a argumentar en torno a las diferencias implícitas cuando se habla de espacio,
paisaje, región, territorio y lugar. Una de las primeras sorpresas que tuvimos al
184 . Blanca Rebeca Ramírez Velázquez y Liliana López Levi
grafía crítica, en la década de 1990. Sin embargo, en términos del análisis que
aquí nos ocupa, pareciera ser que aún entre los geógrafos que la desarrollaron,
se descuidó la conceptualización de las categorías que fueron abordadas por
este libro. Parecería que cada una de las anteriores tiene una escala determina-
da, salvo la de territorio que, en la literatura anglosajona y francesa, se refiere
más a un tema de índole político administrativo que de dimensión del espacio,
región o lugar.
Las relaciones socio-territoriales tienen una dimensión que se ha concebi-
do a partir de las escalas. Existen vínculos al interior de ámbitos específicos y
también otros que atraviesan distintos niveles, que van de lo macro a lo micro
y viceversa. La escala es una cuestión que va más allá de los conceptos analizados
ni existe una relación biunívoca con ellos. Por ejemplo, en el caso de las regiones,
éstas pueden estar al interior de un país, como es el caso de ciertas zonificaciones
que se hacen con criterios administrativos o áreas que responden a un criterio de
identidad. La región también puede pertenecer al ámbito internacional, donde
ahora la conjunción de países a través de tratados o adscripciones internacionales,
forman regiones de influencia que dividen al mundo. Lo local, concebido como
la base de las relaciones cotidianas no es igual para el que vive en un pequeño
poblado que para el habitante de una zona metropolitana y la necesidad de esta-
blecer territorios también depende de la sociedad y de la cantidad de recursos que
usa para su subsistencia. El problema de la escala es, pues, un camino que se abre
a partir de las reflexiones aquí planteadas.
En otras palabras, las categorías de espacio, paisaje, región, territorio y lu-
gar no siempre se abordan claramente. Las visiones aquí desarrolladas abrieron
nuevos caminos y confluyeron en otros. Desde algunos enfoques, los conceptos
de región y de unidades de paisaje sirven para referirse a un mismo tipo de áreas; de
acuerdo con ciertos autores marxistas, espacio y territorio se toman como sinóni-
mos; desde los humanistas espacio y lugar pueden corresponder a lo mismo. Sin
embargo, en un escrutinio mayor, las diferencias saltan a la luz.
La modernidad priorizó la categoría espacio pero no porque fuera funda-
mental en su concepción, sino que la tomó como un resultado de las transforma-
ciones económicas y sociales de su momento y estuvo supeditada al concepto de
tiempo como elemento que prioriza la visión del cambio, la transformación y lo
que tiene que llegar a ser en el futuro. En ocasiones, la región fue un elemento
importante que tiene diferentes acepciones: una es la de síntesis de los elementos
diversos, naturales y sociales que la conforman; la segunda es la conjunción de
una o varias características homogéneas que la hacen diferente a las otras, y la ter-
cera acepción en función de una polaridad que tiende a demostrar lo que no es re-
186 . Blanca Rebeca Ramírez Velázquez y Liliana López Levi
gión, pero que sería motivo de intervención para transformarla. Por el contrario,
la posmodernidad prioriza primero la dimensión del espacio pero visto como el
aquí y el ahora del ser, donde destaca lo específico del lugar, otra de las categorías
analizadas, pero en donde lo particular queda por sobre cualquier contexto y sin
dimensión diferente más allá de la del lugar, que es lo único que existe.
Desde el humanismo se abren las puertas hacia las artes, lo que nos per-
mite reflexionar en torno a esta supuesta separación de campos aparentemen-
te divergentes del conocimiento, pero que responden ante una misma realidad.
Las críticas y representaciones resultantes vinculan las dinámicas sociales des-
de las perspectivas espaciales con el sujeto que se ocupa de éstas. El humanis-
mo, también prioriza la categoría de lugar como elemento de identidad del
ser con su entorno inmediato que condiciona los vínculos afectivos que tiene
con su soporte.
Pero si se analizan desde las diferentes áreas del conocimiento, el uso de las
categorías también cambia. A pesar de todos los intentos que hubo por integrar la
ciencia social y la geografía, es preciso enfatizar la diferencia que le corresponde
a una y a la otra, enfatizando el contexto en el cual se usan las categorías, a pesar
de que éstas se traslapen.
La economía reconoce y usa sobre todo dos: la de espacio pero también la
de región. La primera cuando refiere a la generación de los modelos espaciales,
que pueden ser desde los geométricos hasta los matemáticos; y la segunda más
enfocada a la posibilidad de generación de estrategias de cambio, pero sobre todo,
para la implementación del desarrollo en regiones específicas de países dados.
Desde el urbanismo o la sociología urbana se prioriza también la de espacio,
calificado como urbano, o usando la de territorio cuando hace una crítica a la
ambigüedad del término. La antropología y la sociología usan la de territorio
cuando se trata de la visión latinoamericana, pero usan la de lugar, sobre todo
por la prioridad que dan a la vinculación entre la identidad y el entorno de don-
de parte o se desarrolla que enfatiza lugar como categoría de análisis. Desde la
geografía, los franceses equiparan esto último al espacio vivido, que en un sen-
tido muy diferente tiene sus paralelismos en el tercer espacio (posmoderno) de
Edward Soja.
A pesar de lo anterior, el espacio desde la geografía suele ser el concepto más
abstracto y que engloba a los otros. Para la geografía, entonces, la categoría es la
de espacio, ya que por desde mediados del siglo XX se ha erigido como el para-
digma central, el objeto mismo de trabajo de esta ciencia. Sin embargo, y dada
la evolución de la disciplina, en diferentes tiempos y lugares, trabajos específicos
intercalan constantemente el uso de la de región y la regionalización como obje-
A manera de epílogo . 187
de gran importancia, y sin duda muy necesaria para el análisis de los procesos
contemporáneos y para la geografía en su conjunto.
Asimismo, consideramos que hay una similitud entre lo que se denomina
como regionalismos, espacialismos y territorio, en donde la vinculación del arrai-
go y la política demanda una mayor claridad en su uso y en su utilización tanto
en la geopolítica regional o estudios territoriales, como en otros que se centran
en localismos.
Por otro lado, parecería que si tomamos la propuesta de Smith y Har-
vey sobre la producción del espacio de Lefebvre, la inserción de las catego-
rías ahí quedan inmersas en otra dimensión, ya que se eliminan las de paisa-
je y territorio, la de espacio se adscribe al ser de la reproducción capitalista y
las de región y lugar quedan como escalas en las que se desarrolla dicho pro-
ceso. De ser así, la desaparición de dos en el discurso que presentan y la ads-
cripción de escala a las otras dos reposiciona la de espacio como la central
para ejemplificar la forma geográfica que adquiere y en donde se desarrolla el
capitalismo contemporáneo.
Desde el humanismo, donde el trabajo de Yi Fu Tuan fue central, y como
se dijo anteriormente, la investigación geográfica se enfocó en el lugar como ele-
mento de identidad del ser con su entorno inmediato, que condiciona los vínculos
afectivos, que tiene con su soporte. Entonces, espacio y lugar se manejaron casi
como sinónimos para darle sentido a las experiencias humanas, a su percepción
y a las emociones. Si bien paisaje es una categoría fuertemente vinculada a las
anteriores, fue poco desarrollada desde esta perspectiva, que descuidó también a
la región y al territorio. Si bien no se trata de un olvido, si es una asignatura pen-
diente. La región, a lo largo de la reflexión sobre el quehacer geográfico, estuvo
siempre fuertemente vinculada al concepto de identidad y en México, el concep-
to de geosímbolo, propuesto por Gilberto Giménez, se utiliza en el marco de los
estudios territoriales, desde el ámbito sociológico y antropológico.
El posmodernismo le dio un vuelco a la discusión y aportó nuevas visiones
que poco a poco se han ido incorporando en la reflexión y en la discusión que
desde la geografía, el urbanismo, las artes, la sociología y demás ciencias sociales.
Sin embargo, después de un auge en la última década del siglo XX, no ha genera-
do nuevas propuestas que hayan destacado, en términos de la discusión que nos
atañe.
En síntesis y para concluir, es importante remarcar que si sometemos una
misma realidad social, por separado, a cada uno de los conceptos que hemos de-
sarrollado en las páginas anteriores, desde los enfoques diversos, el resultado sería
seguramente de una gran riqueza y con posibilidad a una gran divergencia, pues
A manera de epílogo . 189
por su parte, cada uno enfatiza en aspectos específicos, traza caminos nuevos e
incorpora elementos a veces oponentes, otras convergentes, pero que le imprimen
su propia huella y dan lugar a seguir con la discusión.
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pensamiento contemporáneo , editado por el Instituto de Geografía,
se terminó de imprimir el 22 de marzo de 2016, en los talleres de
Impresos Herman, S.A. de C.V., San Jerónimo, no. 2259, Pueblo
Nuevo Alto, Del. Magdalena Conteras, México, D.F.
El tiraje consta de 500 ejemplares impresos en offset sobre papel
cultural de 90 gramos para interiores y couché de 250 gramos para
los forros. Para la formación de galeras se usó la fuente tipográfica
Adobe Garamond Pro, en 9.5/10, 10/12, 11.2/12.7 y 16/19 puntos.
Edición realizada a cargo de la Sección Editorial del Instituto
de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Revisión y corrección de estilo: Martha Pavón. Diseño y formación
de galeras: Diana Chávez González.
Foto de portada: Esteban Robles Ramírez.