Literatura I
Literatura I
Literatura I
PUEBLA
PLANTEL 26
ORGANISMO PÚBLICO DESCENTRALIZADO
CADETE VICENTE SUAREZ
CAROLINA CANO GONZALEZ 3: A VESPERTINO
LITERATURA I
EVIDENCIAS
MTS: ARACELI MARTINEZ PARADA
20/01/2018
FABULAS
LA PULGA Y EL HOMBRE
- ¿Quién te crees que eres insignificante bicho, para estar picándome por
todo mi cuerpo y no dejarme disfrutar de mi merecido descanso?
- Lo siento pequeña pulga, pero no puedo hacer otra cosa que acabar con tu
vida para siempre, ya que no tengo ningún motivo para seguir aguantando
tus picaduras, no importa si es grande o pequeño que pueda ser el prejuicio
que me causes.
Moraleja: todo aquel que le hace daño a otra persona, debe estar dispuesto a
afrontar las consecuencias
3 PAJAROS EN LA CERCA
Quedaron 3 pájaros.
En un país muy lejano, donde la ciencia es muy importante para sus habitantes, había un
anciano astrónomo, le gustaba realizar el mismo recorrido todas las noches para observar
las estrellas.
Cerca del agujero pasaba un hombre, el cual se acercó hasta el agujero para ver lo que
sucedía; ya informado de lo que había ocurrido, le dijo al anciano:
"Te ayudaré a salir de ahí, pero ten mucho cuidado la próxima vez que salgas por un lugar
que desconoces, tienes que estar muy atento por donde caminas ya que te puedes
encontrar con cualquier cosa en el suelo."
Moraleja: Antes de lanzarse a la aventura, hay que conocer el lugar por el que se transita
EPOPEYA
POR TI SERE…
Por ti
seré
Gladiador
combatiendo
hasta la sangre
en al arena del tiempo
Navegante
rumbo a Itaca
en contra del viento
Argonauta
de la ilusión
pegada a tu sentimiento
Caballero
de armadura de acero
decapitando al dragón de
complicados cuentos
Luchador
en la épica leyenda
de aves de fuego
Guerrero jaguar
defendiendo el honor
de tu sagrado templo
Soldado
en la guerra del corazón
contra el pensamiento
Cruzado
en el divino pacto
de nuestro
romance eterno
Templario
dedicado al cáliz
sagrado de tu beso
Héroe
exponiendo la vida
contra monstruos mitológicos
y modernos
Pirata
descubriendo tesoros
en el caribe de tu cuerpo
Hidalgo
en la conquista
de tu continente de misterio
Espartano
sin miedo
avanzando hasta la profundidad
del deseo
Colonizador
de tu piel
con total esmero
Emperador del amor
en un reino que se engrandece
en el tiempo
por ti
seré…
hombre
que te lleve en brazos
a la cima del cielo…
MITO
LA MADRE DEL AGUA
Es una verdadera diosa de las aguas, aunque sus pies sean volteados hacia
atrás no deja de ser bella, la Madre de agua deja rastros a la dirección
contraria a la que se dirige.
La Avenida Lázaro Cárdenas, es una vialidad muy importante de Guadalajara, Jalisco. Conecta con
el poblado de Chápala, y es muy conocida por la gran cantidad de accidentes que suceden en ella.
Se puede contar al menos uno diario, algunos demasiado fuertes con consecuencias mortales
. Se identifica como la causa a una mujer que se aparece misteriosamente en medio del camino,
distrayendo a los conductores. Cuando estos intentan esquivarla sufren fatales percances y otros
tantos aseguran haberla atropellado.
Muchos testigos dicen que estos sucesos son causados por una presencia del más allá, que se
aparece a altas horas de la noche, en medio de la oscuridad, se cruza frente a los autos, causando
accidentes a diestra y siniestra. Es bien sabido que los lugares donde suceden muertes trágicas
conservan las energías de las personas que fallecieron ahí, algunas quedan tan impregnadas, que
permanecen vagando por
tiempo indefinido, repitiendo
su mortal desenlace una y
otra vez.
Se dice que al parecer ese lugar fue un paradero de camiones de carga, donde los choferes de las
unidades se paraban a descansar, tomar sus alimentos y en ocasiones contratar los servicios de
mujeres de la vida galante, se piensa que una de ellas fue estrangulada o asesinada, y ahora
sedienta de venganza, cruza frente a los automóviles causando accidentes.Leyenda del fantasma
de la Avenida
LAS OREJAS DEL CONEJO
Todos los animales del bosque vivían su vida como siempre, pero el conejito se encontraba muy
triste porque él era chiquito y no podía defenderse de los demás, le hubiera encantado ser un león
con sus garras, su cabello y su fuerza o un tigre con su rapidez y destreza; en vez de eso era un
conejo indefenso al que cualquiera podría lastimar. Un ave que pasó cerca del conejo lo vio
llorando y preguntó por qué tanta tristeza en su alma.
Cuando escuchó el problema notó que nadie lo podría ayudar, pero le aconsejó visitar la cima de
la montaña en donde se encontraba un Dios que tal vez tendría una respuesta para darle o una
ayuda con su problema. Si a una persona le cuesta subir una montaña, imagínense cuanto le
cuesta a un conejito pequeño, aun así se animó y lo logró, pero al llegar encontró al Dios
durmiendo y lo despertó rápido para hacerle su pedido.
Luego de escuchar al conejo largo rato, el Dios le dijo que lo convertiría en alguien más grande si a
cambio le presentaba una piel de cocodrilo, de serpiente y de mono. Esto pensó el Dios que le
llevaría tal vez toda la vida de conseguir o simplemente que no lo lograría, por ello volvió a dormir.
El conejo valiente e inteligente le pidió a sus amigos del bosque que se quiten la piel por un rato
hasta que se las presente al Dios y luego se las devolvería, por eso las tuvo en cuestión de horas
solamente.
Subió nuevamente la
montaña, ahora con las
pieles encima y cuando llegó
con el Dios este cumplió su
petición, pero no hizo
exactamente lo que le pidió.
Era tan bueno el conejito
adorable y pequeño que
todos sus amigos lo querían
ayudar, por eso es que lo
dejaría tal cual estaba,
solamente que le pondría
unas orejas largas y caídas
para escuchar a sus enemigos
en la distancia y que nadie lo
pueda tomar de improviso.
CUENTOS
La montaña
-¡Papá, papá!
El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente ,
se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía
sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello,
Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.
Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos
de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando
despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que
hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la
mañana siguiente se había suicidado.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó
que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.
Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió la calle con el propósito de lucir su nueva y completa
vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e
inmediatamente estalló en risotadas . Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su
presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: “Pobre
Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y saludable”.
El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del
esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica
melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.
LA ROSA
Ante el estudiante, un coche pasó rápidamente, pero él pudo entrever en su interior un bellísimo
rostro femenino. Al día siguiente, a la misma hora, volvió a cruzar ante él y también atisbó la
sombra clara del rostro entre los pliegues oscuros de un velo. El estudiante se preguntó quién era.
Esperó al otro día, atento en el borde de la acera, y vio avanzar el coche con su caballo al trote y
esta vez distinguió mejor a la mujer de grandes ojos claros que posaron en él su mirada.
Cada día el estudiante aguardaba el coche, intrigado y presa de la esperanza: cada vez la mujer le
parecía más bella. Y, desde el fondo del coche, le sonrió y él tembló de pasión y todo ya perdió
importancia, clases y profesores: sólo esperaría aquella hora en la que el coche cruzaba ante su
puerta.
Y al fin vio lo que anhelaba: la mujer le saludó con un movimiento de la mano que apareció un
instante a la altura de la boca sonriente, y entonces él siguió al coche, andando muy deprisa,
yendo detrás por calles y plazas, sin perder de vista su caja bamboleante que se ocultaba al doblar
una esquina y reaparecía al cruzar un puente.
Anduvo mucho tiempo y a veces sentía un gran cansancio, o bien, muy animoso, planeaba la
conversación que sostendría con ella. Le pareció que pasaba por los mismos sitios, las mismas
avenidas con nieblas, con sol o lluvias, de día o de noche, pero él seguía obstinado, seguro de
alcanzarla, indiferente a inviernos o veranos.
Únicamente vio sobre el asiento de hule una rosa encarnada, húmeda y fresca. La cogió con su
mano sarmentosa y aspiró el tenue aroma de la ilusión nunca conseguida.
TESOROS
Impedían ir a cazar jilgueros con cimbel, liga y cardo. En la marginación había Algo no marchaba bien, y Ana
lo sabía. Hasta aquella tarde de agosto -Gabriel y Andrés estaban lejos, de vacaciones inglesas- sus padres la
habían mantenido al margen de los acontecimientos familiares que al final del verano adquirieron el cariz de
lo inapelable, igual que se barrunta la tormenta en la humedad del viento levantado: las llamadas
telefónicas a medianoche, la venta urgente de la casa, las conversaciones de sus padres en el comedor del
abuelo, las visitas del abogado… fueron indicios suficientes para que Ana, pequeña aún, relegada al espacio
límbico de la infancia, supiera que los hechos se precipitarían sobre todos ellos con la contundencia de lo
inevitable.
Hasta esa tarde, la habían entretenido con largos paseos por la playa, por el espigón del puerto o tomando
la barca de la isla hacia la posibilidad de un día atrapando cangrejos entre las rocas y bebiendo limonada en
el embarcadero. Y Ana, silenciosa y amable, se había dejado convencer por el decorado de la normalidad,
anulando en sus padres un nuevo frente de temor. Y así lo hizo, esbozando una sonrisa con los ojos, cuando
aquella tarde la auparon sobre la grupa de un caballito, en medio de la feria. Hasta ese instante -sus padres
seguían detrás, cogidos de la mano, los pasos del caballo de Ana- su vida había transcurrido con cierta y
engañosa placidez en el pueblo. Sus hermanos, modelos a imitar entonces, se tornaban poco a poco en
sombras: Andrés, lejano en edad con un pie ya en la adolescencia, y Gabriel, su cómplice en ocasiones, su
enemigo en otras.
Ana tenía una mancha cárdena en medio de la palidez de la frente, mácula de los rigores de un parto difícil,
que se encendía con el fulgor de la ira cuando sus hermanos la excluían de los juegos, especialmente de los
torneos medievales organizados en la cochera y que con el paso de la tarde degeneraban en un combate
paleolítico y sin reglas de honor…o cuando lecultivado el silencio.
Acaso esta infancia transcurrida bajo el influjo lúdico de la masculinidad, explique el hecho de que Ana
expresara, ante el horror materno, su deseo de hacer la primera comunión vestida de Sandokán, con un
sable malayo en el cinto y el tatuaje de la Perla de Labuán en el virginal hombro, o que durante mucho
tiempo, su ideal de hombre fuera un trampero del Canadá o un leñador de los Pirineos con quien compartía
una cabaña construida con troncos recios de haya en lo más profundo del bosque y un perro mastín que
vigilara frente a la chimenea sus sueños de amazona en las noches de invierno…
Cuando acabó el paseo, la bajaron del pony, los tres tomaron una ración de churros y un fotógrafo los
retrató de espaldas a la bahía. Luego su padre
desapareció en un taxi.
Cierto día una anciano sacerdote se detuvo en una posada situada a un lado de la carretera. Una
vez en ella extendió su esterilla y se sentó poniendo a su lado las alforjas que llevaba.
Poco después llegó también a la posada un muchacho joven de la vecindad. Era labrador y llevaba
un traje corto, no una túnica, como los sacerdotes o los hombres entregados al estudio. Se sentó a
corta distancia del sacerdote y a los pocos instantes estaban los dos charlando y riéndose
alegremente.
De vez en cuando el joven dirigía una mirada a su pobre traje y, al fin, dando un suspiro, exclamó:
-Sin embargo – contestó el sacerdote –, me parece que eres un muchacho sano y bien alimentado.
¿Por qué, en medio de nuestra agradable charla, te quejas de ser un pobre miserable?
Nada le contestó el sacerdote y la conversación cesó entre ambos. Luego el joven comenzó a
sentir sueño y, en tanto que el posadero preparaba un plato de gachas de mijo, el sacerdote tomó
una almohada que llevaba en sus alforjas y le dijo al joven:
Aquella almohada era de porcelana, redonda como un tubo y abierta por cada uno de sus dos
extremos. En cuanto el joven hubo acercado su cabeza a ella, empezó a soñar: una de las
aberturas le pareció tan grande y brillante por su parte inferior, que se metió por allí, y en breve,
se vio en su propia casa.
Transcurrió algún tiempo y el joven se casó con una hermosa doncella. No tardó en ganar cada día
más dinero, de modo que podía darse el placer de llevar hermosos trajes y de pasar largas horas
estudiando. Al año siguiente se examinó y lo nombraron magistrado.
Dos o tres años más tarde y siempre progresando en su carrera, alcanzó el cargo de primer
ministro del Rey. Durante mucho tiempo el monarca depositó en él toda su confianza, pero un día
aciago se vio en una situación desagradable, pues lo acusaron de traición, lo juzgaron y fue
condenado a muerte. En compañía de otros varios criminales lo llevaron al lugar fijado para la
ejecución. Allí le hicieron arrodillarse y el verdugo se acercó a él para darle muerte.
De pronto, aterrado por el golpe mortal que esperaba, abrió los ojos y, con gran sombro por su
parte, se encontró en la posada. El sacerdote estaba a su lado, con la cabeza apoyada en la alforja,
y el posadero aún estaba removiendo las gachas cuya cocción aún no había terminado.
El joven guardó silencio, comió sin pronunciar una palabra y luego se puso en pie, hizo una
reverencia al sacerdote y le dijo:
-Os doy muchas gracias por la lección que me habéis dado. Ahora ya sé lo que significa ser un gran
hombre.
Y dicho esto, se despidió y, satisfecho, volvió a su trabajo, que ya no le parecía tan miserable como
antes.