GONZÁLEZ, El Problema de Dios en Kant

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UNIVERSIDAD CENTROAMERICANA

“JOSÉ SIMEÓN CAÑAS”

EL PROBLEMA DE DIOS EN LA FILOSOFÍA DE I. KANT

TRABAJO MONOGRÁFICO DE GRADUACIÓN


PREPARADO PARA LA FACULTAD DE CIENCIAS DEL
HOMBRE Y DE LA NATURALEZA

PARA OPTAR AL GRADO DE:


LICENCIADO EN FILOSOFÍA

PRESENTADO POR:
JULIÁN GONZÁLEZ TORRES

SAN SALVADOR, MARZO DE 2005


1

RECTOR:

LIC. JOSÉ MARÍA TOJEIRA PELAYO

SECRETARIO GENERAL:

LIC. RENÉ ALBERTO ZELAYA

DECANA DE LA FACULTAD DE CIENCIAS DEL HOMBRE Y DE LA

NATURALEZA:

LICDA. SILVIA DE FERNÁNDEZ

DIRECTOR DEL TRABAJO

DR. HÉCTOR SAMOUR


2

A mi familia (mis padres: Armando y Deysi; mis hermanos: Saúl, Daniel, Lázaro, Fátima,
Benjamín y Sofía—“mi Fiona”—): porque en ella descubrí la sonrisa y el llanto; porque en ella
aprendí a luchar con esperanza, a ser solidario y a compartir el pan.
3

ÍNDICE

Introducción ……………………………………………………………………………….4

I Incognoscibilidad de Dios………………………………………………………........7

1. Introducción a la teoría kantiana del conocimiento……………………………….7


2. Formas puras de la sensibilidad: espacio y tiempo…………………………........10
3. Categorías a priori del entendimiento………………………………………........13
4. Incognoscibilidad de Dios desde la facultad de conocer………………………...18

II Dios como problema metafísico………………………………………………........20

1. Las ideas trascendentales: Alma, Mundo, Dios………………………………….21


2. Destrucción de las pruebas de la existencia de Dios……………………………..24
3. Uso regulativo de las ideas……………………………………………………….29

III Dios y la Moral……………………………………………………………………...33

1. La conciencia moral, ámbito de la razón práctica………………………………..34


2. El imperativo categórico……………………………………………………........38
3. Autonomía de la voluntad………………………………………………………..43
4. Dios como postulado de la razón práctica………………………………………..46

IV Moral y Religión……………………………………………………………………52

1. Religión natural y Religión revelada……………………………………………..52


2. Teísmo moral kantiano…………………………………………………………...57

Conclusiones…………………………………………………………………………........61

Bibliografía………………………………………………………………………………..66
4

INTRODUCCIÓN

El tema de Dios ha sido uno de lo más discutidos a lo largo de la tradición filosófica

occidental. En este sentido, los grandes filósofos no han sido la excepción en cuanto a

enfrentarse a tan honda cuestión. En este breve trabajo se pretende incursionar en la

filosofía de I. Kant con el objetivo de desentrañar cómo aborda él el problema de Dios y, al

mismo tiempo, qué respuesta da al respecto. En pocas palabras, las páginas que conforman

esta monografía intentan responder esta pregunta: ¿cuál es la respuesta de I. Kant al

problema de Dios?

Este trabajo que hoy se presenta es el resultado de dos motivos fundamentales. En

primer lugar, responde a unos nuevos lineamientos del Departamento de Filosofía de la

UCA con respecto a los egresados de la carrera de Licenciatura en Filosofía. Es decir, ahora

dicho Departamento promueve la realización de trabajos monográficos de graduación sobre

autores clásicos. De ahí que para mí fue una intensa satisfacción el decidirme a leer algunas

obras de Kant. En segundo lugar, y este es el motivo primordial, el autor de este trabajo

quedó suficientemente entusiasmado con aquella conocida sentencia kantiana: la razón no

puede llegar a conocer a Dios, pero en el núcleo mismo de esta razón nace un viejo afán

humano por alcanzar lo absolutamente incondicionado, o sea, Dios. De ahí que la razón

kantiana no es una razón escéptica, ni agnóstica, sino que se trata de una razón finita,

limitada. Estos dos grandes motivos me impulsaron a ahondar con un poco de claridad

sobre el problema de Dios en la filosofía de I. Kant. Al mismo tiempo, considero que este

trabajo puede ser una buena guía para aquellos estudiantes egresados que, bajo los nuevos
5

lineamientos del Departamento de Filosofía, se decidan a profundizar más sobre el

pensamiento del gran filósofo de Königsberg.

Para alcanzar el gran objetivo planteado, en el primer capítulo incursionamos en aquello

que Kant llama uso teórico de la razón, es decir, la facultad humana de conocer. Allí se

analizan los fundamentos que constituyen la teoría kantiana del conocimiento. Como hemos

escuchado en repetidas ocasiones, Kant realiza una síntesis epistemológica en cuanto que

su teoría recoge los mejores aportes del racionalismo y del empirismo. El conocimiento es

el resultado del encuentro entre datos empíricos y estructuras a priori del sujeto

cognoscente. En términos más estrictos, los elementos a priori del sujeto ordenan las

impresiones sensibles. Pero la idea central radica justamente en afirmar que objeto de

conocimiento únicamente es aquello que se constituye a partir de datos empíricos y de

estructuras a priori. En este sentido, pues, Dios resulta incognoscible, puesto que no

podemos obtener de él ningún elemento empírico.

En el segundo capítulo nos adentramos en la «Dialéctica trascendental» de la Crítica de

la razón pura. Allí Kant nos muestra que la razón siempre está tentada a traspasar los

límites del conocimiento. Es decir, frente a todo lo que logramos conocer en nuestro mundo

de la experiencia la razón queda insatisfecha. De ahí que ella vaya en busca de lo

absolutamente incondicionado. Pero es justamente en la dinámica de esta búsqueda donde

se abandonan los límites de todo conocimiento posible. A pesar de ello, la razón logra dar

con tres ideas que representan lo incondicionado: el alma y su inmortalidad, la libertad de la

voluntad y Dios. Kant se detiene a analizar los procesos en que incurre la razón para

establecer dichas ideas. Atendiendo a la razón principal de este trabajo aquí únicamente se

han señalado aquellos razonamientos que conducen a la idea de Dios. Y dado que estas
6

ideas no representan objetos de conocimiento Kant les asigna un papel regulador para el

conocimiento.

En el capítulo tercero se aborda la moral kantiana. En este apartado, a mi modo de ver,

se encuentra la respuesta definitiva del filósofo de Königsberg al problema de Dios. Desde

una moral plenamente autónoma Kant señala que solamente el cumplimiento de la ley

moral, inscrita a priori en nuestra conciencia, puede llevarnos a postular la existencia de

Dios. Él señala que la ley moral manda realizar el supremo bien; aquí convergen virtud y

felicidad. Pero para poder alcanzar ese supremo bien es racional y coherente admitir la

existencia de Dios. Así como, también, admitir la inmortalidad del alma y la libertad del

sujeto humano. En esto consiste el uso práctico de la razón o facultad superior de desear.

En este sentido, aquellas ideas que en el uso teórico de la razón sólo podían pensarse ahora,

en su uso práctico, revisten realidad.

En el último capítulo no se hace más que profundizar en lo expuesto en el tercero. Se

explicita el teísmo moral kantiano. Kant hace de su sistema moral una religión. En este

sentido, la religión moral o natural consiste en cumplir la ley moral por sí misma, el deber

por el deber, y no porque sea un mandato de Dios. En Kant, Dios existe porque la moral lo

exige. De ahí que se diga que el Dios de Kant es un Dios moral. A diferencia de la religión

natural, que es universal, la religión revelada es histórica. Nuestro autor afirma que, en

términos estrictos, religión sólo hay una: la religión moral. A su criterio, sólo hay una

religión histórica que coincide con la religión moral: se trata del cristianismo.

Las obras de Kant que sustentan este trabajo son las siguientes: Crítica de la razón pura;

Crítica de la razón práctica; Fundamentación de la metafísica de las costumbres y La

religión dentro de los límites de la mera razón.


7

INCOGNOSCIBILIDAD DE DIOS

Para que la exposición de nuestro tema sea clara y ordenada es necesario que

abordemos, en primer lugar, los elementos fundamentales que están a la base de la teoría

del conocimiento de Kant. En este sentido, el objetivo de este primer capítulo consiste en

demostrar el modo en que Kant establece la incognoscibilidad de Dios a partir de su teoría

del conocimiento estructurada en la Crítica de la razón pura. Se inicia de esta manera

nuestro tema debido a dos razones básicas. Primera, porque solamente comprendiendo,

primero, la incapacidad del uso teórico de la razón para conocer a Dios, se entenderá, más

tarde, la posibilidad de acceder a Dios desde el uso práctico de la razón. Segunda, la más

obvia, porque la filosofía crítica de Kant inicia con su teoría del conocimiento.

1. Introducción a la teoría kantiana del conocimiento

Al iniciar Kant su Crítica de la razón pura parte de dos constataciones fundamentales.

En primer lugar, la matemática y la física han logrado constituirse como ciencias, es decir,

el conocimiento que ambas establecen posee las características de universalidad y

necesidad. En otras palabras, se trata de un conocimiento objetivo. En segundo lugar, la

metafísica, que sobresale por su antigüedad, puesta a la par de dichas ciencias no ha

realizado más que un papel risible. Esta —según Kant— “no ha tenido hasta ahora la
8

suerte de poder tomar el camino seguro de la ciencia”1. Por el contrario, se ha convertido

en un campo de batalla de interminables disputas. Frente a estas dos constataciones

emprende este filósofo su magna obra: someter a juicio a la razón pura. Un juicio en el que

coinciden juez y acusado: la razón pura.

La pregunta medular que Kant se propone responder en la primera obra de su período

crítico queda enunciada de la siguiente manera: ¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a

priori?2. La matemática y la física trabajan con este tipo de juicios; la metafísica, por su

parte, también echa mano de ellos. En este sentido, García Morente señala que “todo el

libro de Kant, la Crítica de la Razón Pura, está dispuesto en sus setecientas páginas para

contestar a estas tres preguntas: ¿Cómo son posibles los juicios sintéticos “a priori” en la

matemática? ¿Cómo son posibles los juicios sintéticos “a priori” en la física? ¿Son

1
I. Kant, Crítica de la razón pura. Traducción de Pedro Rivas, Alfaguara, Madrid, 1978, p. 19. En adelante:
CRP.
2
Kant parte de la distinción entre los juicios analíticos y los sintéticos. Analíticos son aquellos juicios en los
cuales el predicado del juicio está contenido en el concepto del sujeto, es decir, aquellos en los cuales lo que
el predicado establece respecto del concepto del sujeto es algo que ya está contenido previamente en el
concepto del sujeto. El ejemplo que Kant pone es el siguiente: “Todos los cuerpos son extensos”.
Efectivamente, basta con pensar el concepto cuerpo para darme cuenta de su extensión. El fundamento que
legitima este tipo de juicios es el principio de identidad. En este sentido, los juicios analíticos son a priori, es
decir, su legitimidad no estriba en la experiencia. Por eso decimos que son verdaderos, universales y
necesarios. Sin embargo, con este tipo de juicios no avanza el conocimiento, puesto que en todo juicio
analítico el predicado no hace otra cosa que señalar algo que ya estaba contenido en el concepto del sujeto.
Los juicios sintéticos, por su parte, son aquellos en los cuales el predicado del juicio no está contenido en
el concepto del sujeto, es decir, aquellos en los cuales lo que el predicado establece respecto del concepto del
sujeto es algo nuevo que no estaba contenido en éste. Tal es el caso de este juicio: “Todos los cuerpos son
pesados”. Kant afirma que “el predicado constituye algo completamente distinto de lo que pienso en el simple
concepto de cuerpo en general. Consiguientemente, de la adición de semejante predicado surge un juicio
sintético”. En este sentido, la fuente de estos juicios la encontramos en la experiencia, es decir, son juicios a
posteriori. Es gracias a la experiencia que en el juicio el predicado dice algo nuevo del sujeto. Pero tampoco
con este tipo de juicios avanza el conocimiento, puesto que tales juicios al depender de la experiencia son
particulares y contingentes. En otras palabras, carecen de necesidad y de universalidad. Y estas son
características esenciales del conocimiento científico.
Entonces, ni los juicios analíticos (a priori) ni los juicios sintéticos (a posteriori) nos conducen a un
conocimiento científico. Dichas ciencias son posibles debido a que operan con juicios sintéticos a priori; este
tipo de juicios híbridos poseen el carácter de aumentar el conocimiento (son sintéticos), pero no tienen su
fuente en la experiencia, sino que son a priori. La obra kantiana, pues, tiene que investigar las condiciones del
sujeto cognoscente que hacen posible la formulación de dichos juicios.
9

posibles los juicios sintéticos “a priori”en la metafísica?”3. El cómo son posibles en el

caso de la matemática y de la física se traduce por cuáles son las condiciones del sujeto

cognoscente que hacen posible tales juicios. Mientras que en el caso de la metafísica,

justamente se trata de averiguar si posee legitimidad o no para formular ese tipo de juicios.

Para contestar esa pregunta medular Kant cree necesario someter a la razón humana a un

tribunal. Y como él mismo afirma: “Semejante tribunal no es otro que la misma Crítica de

la razón pura”4.

En concreto, en dicha obra Kant se propone someter a juicio el uso teórico de la razón

pura, es decir, la facultad humana de conocer. Esta facultad comprende: la sensibilidad, el

entendimiento y la razón; y de acuerdo al estudio de G. Deleuze está regida por el

entendimiento5. Es éste quien lleva las riendas.

Muy bien, el conocimiento científico es el resultado de la articulación de sensibilidad y

entendimiento. Es decir, sólo de la unión de ambos pueden surgir juicios sintéticos a priori.

El análisis de la sensibilidad lleva por título «Estética trascendental»; mientras que al

análisis del entendimiento Kant lo denomina «Analítica trascendental». En ambas partes

tiene como objetivo mostrar y demostrar las estructuras a priori del sujeto cognoscente que

hacen posible el conocimiento. De manera breve, pues, señalaremos aquellos elementos

fundamentales que constituyen la facultad de conocer, a fin de constatar la

incognoscibilidad de Dios desde dicha facultad.

3
M. García Morente, Lecciones preliminares de filosofía. Porrúa, México, 1964, p. 241.
4
CRP, p. 9.
5
Cfr. G. Deleuze, La filosofía crítica de Kant. Cátedra, Madrid, 1963. En esta obra Deleuze define dos
sentidos del término kantiano de facultad. Él aclara entre un «Primer sentido de la palabra facultad» y un
«Segundo sentido de la palabra facultad». Pues bien, nosotros estamos usando el término en su primer
sentido. Así lo expresa él: “Toda representación está en relación con algo distinto de ella, objeto y sujeto.
Distingamos tantas facultades del espíritu como tipos de relación. En primer lugar, una representación puede
referirse al objeto desde el punto de vista de la concordancia o de la conformidad: este caso, el más simple,
define la facultad de conocer. En segundo lugar […]”. En este sentido, pues, empleamos nosotros dicho
término.
10

Pero antes de proceder a desarrollar tal objetivo es necesario que se aclare el término

trascendental. Kant denomina filosofía trascendental a su investigación sobre las

condiciones a priori del sujeto cognoscente que hacen posible la realidad del conocimiento

científico. Él lo expresa de la siguiente manera: “Llamo trascendental todo conocimiento

que se ocupa, no tanto de los objetos, cuanto de nuestro modo de conocerlos, en cuanto

que tal modo ha de ser posible a priori”6. Es decir, la filosofía trascendental kantiana se

ocupa de nuestro modo humano a priori de conocer.

2. Formas puras de la sensibilidad: espacio y tiempo

En la «Estética trascendental» Kant se propone demostrar aquellas condiciones a priori

del sujeto cognoscente que han hecho posible que la matemática se constituya como

ciencia, es decir, un conocimiento universal y necesario. En otras palabras, aquí establece

los fundamentos de los juicios sintéticos a priori que emplea la matemática.

En la Introducción de la Crítica de la razón pura afirma que “existen dos troncos del

conocimiento humano, los cuales proceden acaso de una raíz común, pero desconocida

para nosotros: la sensibilidad y el entendimiento. A través de la primera se nos dan los

objetos. A través de la segunda los pensamos”7.

Pues bien, en este apartado se expondrán las condiciones a priori de la facultad de la

sensibilidad, es decir, la facultad cuyo papel central estriba en la recepción de impresiones

o representaciones8. Tal variedad de impresiones puede ser recibida por el sujeto

6
CRP, p. 58.
7
CRP, pp. 60-61.
8
Aquí empleamos el «Segundo sentido de la palabra facultad». Así lo expresa Deleuze: “Pero en un segundo
sentido, «facultad» designa una fuente específica de representaciones. Se distinguirá, pues, tantas facultades
como especies de representación” (Ibídem, pp.21-22). Efectivamente, de acuerdo a este segundo sentido,
nosotros poseemos una facultad receptiva (sensibilidad) y tres facultades activas (imaginación, entendimiento
y razón). Como se verá, las representaciones, intuiciones puras, de la sensibilidad son el espacio y el tiempo.
11

cognoscente únicamente a través de dos intuiciones puras o formas puras: espacio y tiempo.

Espacio y tiempo son, entonces, las condiciones a priori de la sensibilidad que hacen

posible la formulación de juicios sintéticos a priori en la matemática, específicamente en la

geometría y en la aritmética. En seguida se señalará de modo sucinto la explicación que da

Kant al respecto.

La argumentación kantiana se puede sintetizar en tres aserciones esenciales:1) espacio

y tiempo son representaciones a priori, es decir, su fuente no es la experiencia; 2) espacio y

tiempo no son conceptos de cosas reales, son intuiciones; 3) espacio y tiempo, en tanto que

intuiciones puras son, efectivamente, el fundamento de la posibilidad del conocimiento

matemático9. La demostración de las dos primeras se conoce como exposición metafísica;

mientras que la demostración de la tercera Kant le adjudica el nombre de exposición

trascendental. Desarrollaremos esta argumentación primero en torno al espacio y luego en

torno al tiempo.

Espacio. 1. Que el espacio es a priori quiere decir que no es algo derivado de la

experiencia, sino que se presenta como la condición misma de la experiencia. Al ser

afectada la sensibilidad por impresiones, éstas se le presentan unas respecto de otras; es

decir, el espacio es el supuesto mismo de las percepciones. El espacio, pues, no es el

resultado de la experiencia, sino que ésta supone a aquel. Además, podemos perfectamente

pensar el espacio sin objetos, pero nos es imposible pensar los objetos sin espacio. 2.

Espacio no es un concepto, sino una intuición pura. Cuando estamos ante un concepto

estamos ante una “unidad mental —según García Morente— dentro de la cual están

comprendidos un número indefinido de seres y cosas. [...] En cambio, intuición es la

operación, el acto del espíritu que toma conocimiento directamente de una

9
Cfr. M. García Morente, op. cit., p. 248.
12

individualidad”10. La idea acá es que el espacio es una intuición pura de la sensibilidad e

intuición es, según Kant, intuición de un objeto singular. Tenemos, pues, un único espacio,

no varios espacios. 3. La exposición trascendental demuestra que el espacio, en tanto que

intuición pura, es la condición de cognoscibilidad de los fenómenos que se dan en la

sensibilidad; es por el espacio por el que los fenómenos dados en la sensibilidad son objetos

de conocimiento. El espacio como forma pura de la facultad sensible hace posible este tipo

de juicios en la geometría: “La línea recta es la más corta entre dos puntos”.

Tiempo. La argumentación en torno al tiempo es similar a la desarrollada con respecto

al espacio. 1. El tiempo es a priori, es decir, totalmente independiente de la experiencia.

Esto quiere decir que en el sujeto se dan percepciones sensibles en forma de vivencias, es

decir, vivencias que acontecen, que se suceden, y estas, en efecto, suponen el tiempo como

intuición pura. Además, similar a como señalábamos respecto del espacio, puede darse el

caso de que pensemos el tiempo sin acontecimientos, pero es imposible pensar

acontecimientos sin el tiempo. 2. El tiempo es, pues, intuición pura, no es un concepto. Ya

se señaló que hablar de concepto es hablar de una unidad mental que subsume una

multiplicidad de cosas. El tiempo, por el contrario, es un objeto único, singular, es una

intuición pura de la sensibilidad. 3. El tiempo, pues, en tanto que forma a priori de la

sensibilidad es la condición de cognoscibilidad de los fenómenos dados en la sensibilidad;

por el tiempo los fenómenos pueden sernos objetos de conocimiento. Tiempo es la

condición de posibilidad de los juicios sintéticos a priori en la aritmética. El ejemplo

clásico de Kant es este: “7 + 5 = 12”.

10
M. García Morente, op. cit., p. 251.
13

Kant concluye, pues, que espacio y tiempo son las formas puras de la sensibilidad,

entendiendo por sensibilidad la facultad de tener percepciones o la facultad de ser afectado

por impresiones sensibles. El espacio es la forma de las percepciones externas, mientras

que el tiempo es la forma tanto de las percepciones externas como internas.

En síntesis, pues, todo objeto para ser objeto de conocimiento tiene que ser dado en la

sensibilidad en forma de percepción sensible, en forma de fenómeno. Para efectos de

nuestra temática central, esta afirmación no debe perderse de vista. Pero para que haya

conocimiento en términos estrictos no basta con las formas puras de la sensibilidad, hace

falta aún la facultad del entendimiento11. En qué consiste ésta y cómo se articula con las

intuiciones a priori (espacio y tiempo) es lo que se expondrá en el siguiente apartado.

3. Categorías a priori del entendimiento

Kant ya mostró y demostró que espacio y tiempo, formas puras de la sensibilidad, son

las condiciones a priori de las recepción de impresiones del sujeto cognoscente. Ahora bien,

la sola recepción de fenómenos no constituye el conocimiento. Para él, lo dado en la

sensibilidad tiene que ser pensado por el entendimiento, sólo de esta manera se construye el

conocimiento. En la «Analítica trascendental», pues, se propone mostrar y demostrar cuáles

son las condiciones a priori del entendimiento puro por las que el sujeto es capaz de pensar

los fenómenos, es decir, de conocer los fenómenos. Veamos un texto clásico de Kant:

Si llamamos sensibilidad a la receptividad que nuestro psiquismo posee, siempre que sea
afectado de alguna manera, en orden a recibir representaciones, llamaremos entendimiento a la
capacidad de producirlas por sí mismo, es decir, a la espontaneidad del conocimiento. Nuestra
naturaleza conlleva el que la intuición sólo puede ser sensible, es decir, que no contenga sino el

11
De nuevo, aquí empleamos el «Segundo sentido de la palabra facultad», según el estudio de G. Deleuze
(Cfr. pp. 21-24).
14

modo según el cual somos afectados por objetos. La capacidad de pensar el objeto de la
intuición es, en cambio, el entendimiento. Ninguna de estas propiedades es preferible a la otra:
sin sensibilidad ningún objeto nos sería dado y, sin entendimiento, ninguno sería pensado. Los
pensamientos sin contenido son vacíos; las intuiciones sin conceptos son ciegas. […] Las dos
facultades o capacidades no pueden intercambiar sus funciones. Ni el entendimiento puede
intuir nada, ni los sentidos pueden pensar nada. El conocimiento únicamente puede surgir de la
unión de ambos.12

Lo que aquí interesa dejar claro es la manera como se articulan ambas facultades, es

decir, el modo como se construye el conocimiento científico. Veámoslo de manera muy

breve.

Para Kant, la facultad de pensar no es otra cosa que el empleo o uso de conceptos, es

decir, la elaboración de juicios. Por esto llama al entendimiento la facultad de juzgar, o sea,

la facultad de hacer juicios por medio de conceptos.

Pero Kant está buscando las condiciones a priori del entendimiento que hacen

cognoscibles las representaciones de la sensibilidad. En otras palabras, está interesado en

mostrar y demostrar los conceptos puros y los principios del entendimiento puro. La

«Analítica trascendental» él la define como “la parte de la lógica trascendental que trata

de los elementos del conocimiento puro del entendimiento y de los principios sin los cuales

ningún objeto puede ser pensado […]”13.

Por lo tanto, si el entendimiento es la facultad de elaborar juicios por medio de

conceptos, es posible descubrir los conceptos fundamentales del entendimiento

(condiciones a priori o categorías puras) a través de un análisis de la forma de los juicios.

Es decir, Kant cree que en la estructura lógica o forma de los juicios se encuentran

plasmados los conceptos puros del entendimiento.

12
CRP, p. 93.
13
CRP, p. 100.
15

Pues bien, según Kant, es posible establecer cuatro formas distintas de juicios y en cada

una de estas formas se dan tres tipos de juicios diferentes. Él afirma que “[…] la función

del pensamiento, dentro del juicio, puede reducirse a cuatro títulos, cada uno de los cuales

incluye tres momentos”14. La tabla de los juicios quedaría así:

1. Según la cantidad
Universales
Particulares
Singulares

2. Según la cualidad 3. Según la relación


Afirmativos Categóricos
Negativos Hipotéticos
Infinitos Disyuntivos

2. Según la modalidad
Problemáticos
Asertóricos
Apodícticos

Establecido esto, Kant ya tiene la guía para el descubrimiento de esos conceptos puros

del entendimiento. De ahí que en base a la tabla anterior de los juicios establece la siguiente

tabla de conceptos puros o categorías.

1. Según la cantidad
Unidad
Pluralidad
Totalidad

2. Según la cualidad 3. Según la relación


Realidad Sustancia
Negación Causalidad
Limitación Comunidad o
Acción recíproca

14
CRP, pp. 106-7.
16

4. Según la modalidad
Posibilidad-Imposibilidad
Existencia-No existencia
Necesidad-Contingencia

Pues bien, estas doce categorías son las condiciones a priori del entendimiento en virtud

de las cuales los fenómenos se hacen cognoscibles. A continuación se explicará el modo (lo

que Kant llama «Deducción trascendental») en que dichos conceptos puros son aplicados a

los fenómenos.

Nuestro filósofo afirma que la experiencia empírica constituye una multiplicidad de

impresiones sensibles. Ahora bien, para que haya conocimiento en sentido estricto, esa

variedad de impresiones sensibles tiene que ser combinada de manera que se establezca una

unidad, una síntesis. Si esto no sucede, entonces dichas impresiones no son otra cosa más

que meras impresiones subjetivas de algún sujeto en particular. Pero en la construcción del

conocimiento dichas impresiones revisten objetividad en tanto que constituyen una unidad.

Esta unidad es la unidad sintética del entendimiento. Se trata, pues, de una unidad sintética

a priori. En pocas palabras, la facultad del entendimiento posee la capacidad de juntar o

combinar impresiones. Pero la función del entendimiento no es solamente reunir

impresiones, sino atribuirlas a un objeto.

El entendimiento supone un objeto cualquiera al cual va referida la unidad de las

impresiones. García Morente lo expresa de esta manera: “La actividad de mi conciencia,

que supone una x, un algo como substrato de las impresiones por mí recibidas, sirve para

dos cosas: primero, para referir cada impresión a ese algo, a ese substrato x, y segundo:

para que, mediante esa referencia, las impresiones no sean simplemente sucesivas en mi
17

conciencia, sino enlazadas objetivamente entre sí”15. Esa x, ese algo o substrato es lo que

Kant llama objeto trascendental. Se trata de un objeto supuesto por el entendimiento, no se

trata, en absoluto, de un objeto empírico. Como afirma García Morente: “no es nada más

que un punto de reunión ideal, una noción previa, desprovista de toda concreción; es el

objeto antes de toda determinación, o, como dice Kant, el concepto de un objeto en

general”16. En definitiva, pues, ese concepto de objeto en general es lo que ya hemos

llamado unidad sintética a priori17. Y esta unidad sintética a priori se sostiene o está

fundada en un “yo pienso”, en un yo trascendental. En este sentido, las categorías no son

otra cosa que las diversas modalidades de la síntesis pura, es decir, los modos distintos en

que las impresiones sensibles son subsumidas por el entendimiento. Con esto, Kant ha

respondido a la interrogante sobre la posibilidad de los juicios sintéticos a priori.

En resumen, la facultad del entendimiento, mediante la unidad sintética pura, construye

los fenómenos como objetos de conocimiento; las categorías puras son esas distintas

modalidades de la unidad sintética a priori en virtud de las cuales los fenómenos se hacen

objetos cognoscibles. Por eso afirma Kant que las categorías puras son condiciones a priori

de la posibilidad del conocimiento y son al mismo tiempo las condiciones de posibilidad de

los objetos mismos. Ahora bien, la totalidad del proceso cognoscitivo está fundada en un

“yo pienso”, no empírico, sino trascendental. Este yo trascendental es la condición

fundamental de todo conocimiento.

Deleuze lo resume de modo claro: “Las representaciones son mías en la medida en que

están unidas en la unidad de una conciencia, de tal manera que las acompañe el «yo

15
M. García Morente, La filosofía de Kant. Espasa-Calpe, Madrid, 1917, p. 82.
16
Ibídem, p. 84.
17
Cfr. Ibídem, pp. 80-93.
18

pienso». Pero las representaciones no se unen de esta suerte en una conciencia si lo

diverso que las mismas sintetizan no se relaciona a su vez con un objeto cualquiera. […] El

objeto cualquiera es el correlato del yo pienso o de la unidad de la conciencia, es la

expresión del Cogito, su objetivación formal”18.

En definitiva, el filósofo alemán, con su teoría del conocimiento ha establecido los

límites de todo conocimiento posible. Conocimiento es solamente aquel tipo de saber que

logra articular, en el núcleo de sí mismo, estructuras a priori e impresiones sensibles. En

otras palabras, Kant ha encontrado las condiciones de posibilidad del conocimiento

científico

4. Incognoscibilidad de Dios desde la facultad de conocer

Kant ha establecido su teoría del conocimiento. El conocimiento científico es el

resultado de la síntesis, realizada por el entendimiento como facultad de conocer, entre las

estructuras a priori del sujeto (espacio y tiempo, intuiciones puras, y categorías puras) y los

datos sensibles dados en él. Es decir, ni las solas impresiones, por sí mismas, ni las solas

categorías, por sí mismas, constituyen el conocimiento.

Por lo tanto, Dios, pensado como ser absoluto e incondicionado resulta ser realmente

incognoscible. Dicho de otra manera, puesto que Dios no es ningún tipo de impresión

sensible, ningún tipo de fenómeno dado en la sensibilidad, de tal manera que pueda ser

subsumido por las categorías del entendimiento, no puede llegar a ser objeto de

conocimiento.

18
G. Deleuze, op. cit., p. 34.
19

En conclusión, si Dios existe (y, ¿cómo lo conocemos?) o Dios no existe es algo que

queda absolutamente fuera de la facultad humana de conocer.

René Descartes, como sabemos, inaugura la modernidad filosófica con el ya conocido

giro antropológico. Su duda metódica lo lleva a establecer el cogito como el fundamento

del conocimiento. Pero la epistemología cartesiana no logra desgajarse por completo de la

idea de Dios. Frente a la posibilidad de que exista un genio maligno que nos haga creer lo

falso como verdadero, Descartes recurre a Dios. Este es el único absolutamente bueno y

absolutamente verdadero; por lo tanto, no puede permitir ni que alguien nos engañe ni que

nuestra propia inteligencia nos engañe. En otras palabras, Descartes ve aún en Dios el

fundamento de la realidad y de los conocimientos anclados en el cogito. Resulta, entonces,

que el giro antropológico no es del todo radical.

Kant, por su parte, viene a radicalizar, en términos ontológicos y epistemológicos, la

autonomía del sujeto, pues, como ya vimos, Dios no solamente queda totalmente fuera de la

estructuración del conocimiento humano, sino que, además, nuestra facultad de conocer no

puede dar cuenta de él como objeto de conocimiento. Los límites de todo conocimiento

posible han quedado establecidos en la Crítica de la razón pura y resulta que el problema

de Dios trasciende esos límites.

Ahora bien, Kant reconoce que en la misma estructura de la razón subyace la necesidad

de querer dar cuenta de eso que llamamos Dios. Dicha necesidad es una ilusión en tanto

que, desde la facultad de conocer, Dios es algo imposible de conocer. Pero se trata de una

ilusión legítima, en tanto que tiene su raíz en el núcleo mismo de la razón humana. A pesar

de sus límites, la razón se propone, se ilusiona, teorizar sobre Dios. El capítulo siguiente,

entonces, abordaremos esa ilusión propia de la razón.


20

II

DIOS COMO PROBLEMA METAFÍSICO

En este capítulo nos proponemos abordar el tratamiento que de Dios realiza Kant en la

segunda parte de la Lógica trascendental de la Crítica de la razón pura, es decir, Dios en

tanto que problema metafísico. Efectivamente, en la «Dialéctica trascendental» se propone

demostrar la posibilidad o la imposibilidad de la metafísica como ciencia. De ahí que la

idea de Dios constituya un referente fundamental en dicha cuestión, puesto que uno de los

grandes problemas de la metafísica tradicional ha radicado justamente en la discusión sobre

la existencia o no existencia de Dios. En este capítulo, pues, estudiaremos el problema de

Dios a la luz de la Dialéctica trascendental kantiana. Pero antes de pasar a desarrollar

nuestra temática es necesario aclarar tres cosas. 1. Kant afirma que la Dialéctica

trascendental es aquella parte de su Lógica trascendental que investiga el empleo del

pensamiento puro más allá de los límites de toda experiencia posible. 2. Le llama dialéctica

porque considera que es un uso ilegítimo, sofístico, del pensamiento. 3. Pero es

trascendental porque la incursión de la razón más allá de las fronteras de la experiencia

tiene su fundamento en la estructura a priori del pensamiento mismo. A partir de estas

ideas Kant dejará en claro lo siguiente: a) la ilusión de conocer a Dios es una pretensión

legítima, es decir, anclada en la estructura a priori de la misma razón; b) Dios como

totalidad absoluta, como ideal de unidad absoluta, desempeña un papel regulador para el

entendimiento humano. A continuación, pues, recorreremos el camino que traza la crítica

kantiana para demostrar la legitimidad de Dios como mero ideal de la razón pura.
21

1. Las ideas trascendentales: Alma, Mundo, Dios

Kant ha establecido ya las leyes del entendimiento puro, ha establecido los límites de

todo conocimiento posible. Él afirma que el “territorio” del conocimiento objetivo es una

isla, la cual está rodeada “por un océano ancho y borrascoso, verdadera patria de la

ilusión”. Ese océano no es otra cosa que la razón. Y la razón es la sede de una ilusión

trascendental, en tanto que conculca las leyes del entendimiento puro y pretende conocer

más allá de éstas. Es decir, la ilusión de la razón radica en su pretensión de conocer

incursionando más allá de las fronteras del conocimiento objetivo. A continuación, pues,

nos ocuparemos del modo en que Kant desentraña dicha ilusión.

Para obtener las categorías puras del entendimiento, el pensamiento kantiano tomó como

punto de partida el uso lógico de aquél: elaboración de juicios, es decir, juzgar. De modo

similar, para encontrar las ideas trascendentales de la razón pura Kant parte del uso lógico

de ésta: elaboración de razonamientos, o sea, razonar. “De momento podemos esperar —

afirma—, en virtud de la analogía con los conceptos del entendimiento, que el concepto

lógico nos dé también la clave del trascendental y que la tabla de funciones del primero

nos proporcione igualmente el árbol genealógico de los conceptos de razón”19. Aquí debe

quedar claro, pues, que Kant se interesa por el uso meramente lógico de la razón

únicamente en la medida en que le sirve de base para dar con las ideas puras de la razón. Lo

que a él le interesa analizar es la razón en su uso trascendental, es decir, en tanto en cuanto

produce a priori sus propios conceptos.

Antes de continuar hay que señalar que estamos ante la razón como facultad, pero según

el segundo sentido de la palabra, de acuerdo a la clasificación que hace G. Deleuze. En este

sentido, la razón en tanto que facultad constituye una fuente específica de representaciones:

19
CRP, p. 301.
22

las ideas trascendentales. Estas ideas son los elementos a priori de la razón en tanto que

facultad.

Continuando con lo anterior, se trata de ir al uso lógico de la razón para dar con la raíz

de las ideas trascendentales. Kant afirma que “el procedimiento formal y lógico de la razón

en los silogismos nos indica suficientemente en qué fundamento se apoyará el principio

trascendental de la misma razón en el conocimiento sintético obtenido por medio de la

razón pura”20. El uso lógico de la razón estriba en el raciocinio, es decir, el proceder

deductivo de la razón en tanto que conlleva a concluir mediatamente. El ejemplo clásico es

el silogismo.

En todo silogismo se tiene como punto de partida una proposición y, a través de otra

intermedia, se deduce o se infiere una tercera, que es la conclusión. Tomemos el ejemplo

que emplea Kant: Todos los hombres son mortales. Todos los sabios son hombres. Luego,

todos los sabios son mortales. Como vemos, la conclusión se ha extraído de la premisa

mayor mediante la intervención de la premisa menor. Con respecto a este ejemplo se puede

afirmar que la razón ha procedido de arriba a abajo; pero también puede proceder al revés,

de abajo a arriba, es decir, se puede buscar la verdad de la premisa mayor presentándola

como conclusión de un prosilogismo. Quedaría de la siguiente manera: Todos los animales

son mortales; todos los hombres son animales; luego, todos los hombres son mortales. En

este proceder de la razón encontramos dos cosas. Kant lo indica con las siguientes palabras:

En primer lugar, el silogismo no se refiere a intuiciones con objeto de someterlas a reglas


(como hace el entendimiento con sus categorías), sino a conceptos y juicios.
Consiguientemente, aunque la razón pura se refiera también a objetos, no se refiere a éstos ni a
su intuición de modo inmediato, sino sólo al entendimiento y a sus juicios […] En segundo
lugar, la razón busca en su uso lógico la condición general de su juicio (de la conclusión). El
mismo silogismo no es más que un juicio obtenido mediante la subsunción de su condición bajo
una regla general (mayor). Ahora bien, si se tiene en cuenta que esta regla se halla, a su vez,

20
CRP, p. 305.
23

expuesta al mismo esfuerzo de la razón y que, por tanto, hay que buscar la condición de la
condición (por medio de un prosilogismo) mientras ello sea factible, se comprende que el
genuino principio de la razón en general (en su uso lógico) es éste: encontrar lo incondicionado
del conocimiento condicionado del entendimiento, aquello con lo que la unidad de éste queda
completada21.

La razón, pues, en su uso lógico siempre va en busca de lo incondicionado, o sea, la

totalidad incondicionada de las condiciones. En este sentido, las ideas de la razón no son

otra cosa que el concepto puro de:

[…] la totalidad de las condiciones de un condicionado dado. Teniendo en cuenta que sólo lo
incondicionado hace posible la totalidad de las condiciones y, a la inversa, la totalidad de las
condiciones es siempre incondicionada, podemos explicar el concepto puro de razón como
concepto de lo incondicionado, en el sentido de que contiene un fundamento de la síntesis de lo
condicionado22.

Pues bien, y ¿cuáles son esas ideas trascendentales? ¿Cómo aparecen esas ideas de la
razón? Para dar con esas ideas el filósofo de Königsberg solamente tiene que llevar a
término el supuesto del que ha partido: que el análisis del uso lógico de la razón nos dará la
clave de su uso puro. Kant afirma que:
Los conceptos de razón pura serán tantos cuantas sean las clases de relación que el
entendimiento se representa por medio de las categorías. Consiguientemente, habrá que buscar:
en primer lugar, un incondicionado de la síntesis categórica en un sujeto; en segundo lugar, un
incondicionado de la síntesis hipotética de los miembros de una serie; en tercer lugar, un
incondicionado de la síntesis disyuntiva de las partes en un sistema23.

Más adelante, continúa:

Todos los conceptos puros tienen que ver con la unidad sintética de las representaciones, pero
los conceptos de la razón pura (las ideas trascendentales) tienen que ver con la unidad sintética
incondicionada de todas las condiciones. Consiguientemente, todas las ideas trascendentales
podrán reducirse a tres clases: la primera de ellas incluirá la unidad absoluta (incondicionada)
del sujeto pensante; la segunda, la unidad absoluta de la serie de las condiciones del fenómeno;
la tercera, la unidad absoluta de la condición de todos los objetos del pensamiento en general24.

21
CRP, p. 305-6.
22
CRP, p. 315.
23
CRP, p. 315.
24
CRP, p. 322-3.
24

Dicho con otras palabras, hay tres clases de silogismos (categórico, hipotético y disyuntivo)

que corresponden a las tres categorías de relación del entendimiento (sustancia, causalidad

y reciprocidad). Pues bien, en cada uno de estos silogismos la razón se propone llegar hasta

lo absolutamente incondicionado. Así, por ejemplo, en el silogismo categórico la razón se

propone arribar hasta un incondicionado que sería la unidad absoluta del sujeto pensante. A

mi modo de ver, las siguientes palabras de M. García Morente sintetizan lo abordado:

[…] este afán de la razón de pasar de una condición a otra y a otra y a otra, revela que la razón
aspira en el fondo de sí misma a llegar a lo incondicionado. Lo incondicionado no se da jamás
en nuestra experiencia; pero la razón quiere lo incondicionado. Entonces, en vez de ir de
condición en condición, en un proceso infinito, en una serie infinita, salta sobre la serie, toma la
totalidad de la serie, la sintetiza en una idea y estatuye el alma, el universo y Dios, precisamente
como las unidades incondicionadas de esas series infinitas condicionadas, como lo absoluto en
la serie relativa de cada una de las vivencias y de cada uno de los fenómenos físicos25.

Estas son, pues, las ideas de la razón pura, estas son las que han constituido el objeto de

la metafísica tradicional: Alma, Mundo y Dios. Hay que tener en cuenta que Kant llega a

afirmar que los grandes problemas de la metafísica se reducen a estos tres: la inmortalidad

del alma, la libertad de la voluntad y la existencia de Dios. Ya en la Introducción de su

primera Crítica nos dice que “Dios, la libertad y la inmortalidad” son los “inevitables

problemas” que la metafísica se propone resolver26. Como podrá ver el lector, aquí Kant

muestra una enorme deuda con el pensamiento de Wolf.

2. Destrucción de las pruebas de la existencia de Dios

En la búsqueda de lo absolutamente incondicionado la razón kantiana ha formulado tres

ideas: alma, mundo y Dios. Alma se presenta como la totalidad incondicionada de la

experiencia interna del sujeto; la idea mundo representa la totalidad incondicionada de la

25
M. García Morente, Lecciones preliminares de filosofía… op. cit., p. 298. El subrayado es nuestro.
26
CRP, p. 45.
25

experiencia externa; mientras que la idea de Dios constituye la absoluta unidad

incondicionada de toda la experiencia, tanto la interna como la externa. Kant deja claro que

la producción de dichas ideas no constituye un mero capricho de la razón, sino que es un

proceso inherente a la razón misma. Son auténticas ideas trascendentales en tanto en cuanto

la razón las produce enteramente a priori. Nuestro autor escribe extensas páginas donde

expone los distintos silogismos que conducen a la instauración de dichas ideas. Pero

atendiendo al problema medular de este trabajo, aquí nos detendremos únicamente en el

proceso que desencadena la razón para establecer la idea de Dios. Este apartado de la

Crítica se denomina «El ideal de la razón pura». Nuestra exposición cumplirá dos

objetivos: exponer las tradicionales pruebas de la existencia de Dios, a la vez que

desarrollar la férrea crítica kantiana a dichas pruebas.

Kant afirma que los intentos de demostrar la existencia de Dios pueden reducirse a tres

pruebas: la prueba físico-teológica, la cosmológica y la ontológica.

La prueba ontológica. Esta fue fundada por San Anselmo y luego fue retomada por

Descartes. El filósofo de Königsberg la sintetiza de esta manera:

Así, pues, el modo natural de proceder de la razón humana es éste. Primero llega al
convencimiento de que existe algún ser necesario. En éste reconoce una existencia
incondicionada. Luego busca el concepto de lo que es independiente de toda condición y lo
encuentra en aquello que constituye, a su vez, la condición suficiente de todo lo demás, es decir,
en aquello que contiene toda realidad. Pero el todo ilimitado es una unidad absoluta, e implica
el concepto de un ser particular, es decir, el concepto del ser supremo. De ello infiere que éste,
en cuanto fundamento primario de todas las cosas, existe de un modo absolutamente
necesario27.

El significado de este argumento puede reducirse a lo siguiente: Dios es el ser

absolutamente perfecto. Este ser existe necesariamente, puesto que si careciera de la


27
CRP, p. 497.
26

existencia dejaría de ser el ser infinitamente perfecto. En breves palabras, Dios es

infinitamente perfecto, por lo tanto, Dios existe.

Ahí tenemos, pues, el argumento ontológico. Ahora bien, Kant será lo suficientemente

enfático al señalar que no es lo mismo la necesidad de un juicio y la necesidad de una cosa.

Afirma que si suprimimos el predicado de un juicio analítico a la vez que conservamos el

sujeto, entonces cometemos contradicción. Pero si al mismo tiempo prescindimos de sujeto

y predicado, entonces desaparece todo tipo de contradicción. De ahí que:

Es contradictorio poner un triángulo y suprimir sus tres ángulos. Pero no lo es el suprimir el


triángulo y los tres ángulos a la vez. Exactamente lo mismo ocurre con el concepto de un ser
absolutamente necesario. Si suprimimos su existencia, suprimimos la cosa misma con todos sus
predicados. […]. «Dios es omnipotente» constituye un juicio necesario. No podemos suprimir
la omnipotencia si ponemos una divinidad, es decir, un ser infinito, ya que el concepto de lo
uno es idéntico al de lo otro. Pero si decimos que Dios no existe no se da ni omnipotencia ni
ninguno de sus predicados restantes, ya que todos han quedado eliminados juntamente con el
sujeto, por lo cual no aparece en este pensamiento contradicción ninguna28.

Frente a esta dura crítica kantiana, los defensores de la prueba arguyen que el caso de

Dios es único. Afirman que se puede negar la existencia de cualquier cosa sin caer en

contradicción, pero negar la existencia de Dios sí es contradictorio, puesto que la existencia

está incluida en el concepto mismo. Por lo tanto, es suficiente que el concepto de Dios sea

posible para afirmar que en verdad existe. La refutación kantiana al respecto señala que

introducir previamente la existencia en el concepto de una cosa para deducir luego que esa

cosa existe no es más que una mera tautología. Es decir, lo que se hace es afirmar que una

cosa existente existe. Este proceder de la razón es tautológico. Frente a ello, según

Colomer, los partidarios de la prueba contestarán que:

Los juicios de existencia son sintéticos, menos en un sólo caso: el del concepto de Dios o del
ser absolutamente necesario. Pues en este caso y sólo en él la existencia está contenida en el
concepto del sujeto. Y, en consecuencia, se puede obtener por mero análisis, sin que se cometa

28
CRP, p. 501-2.
27

ninguna tautología. La existencia no le ha sido introducida subrepticiamente, como sucede en


concepto de cualquier otra cosa. Estaba ya necesariamente allí29.

Pues bien, y finalmente, Kant refutará de la siguiente manera:

Evidentemente, «ser» no es un predicado real, es decir, el concepto de algo que pueda añadirse
al concepto de una cosa. Es simplemente la posición de una cosa o de ciertas determinaciones
en sí. En su uso lógico no es más que la cópula de un juicio. La proposición «Dios es
omnipotente» contiene dos conceptos que poseen sus objetos: «Dios» y «omnipotencia». La
partícula «es» no es un predicado más, sino aquello que relaciona sujeto y predicado. Si tomo
el sujeto («Dios») con todos sus predicados (entre los que se halla también la «omnipotencia»)
y digo «Dios es», o «Hay un Dios», no añado nada nuevo al concepto de Dios, sino que pongo
el sujeto en sí mismo con todos sus predicados, y lo hago relacionando el objeto con mi
concepto. Ambos deben poseer exactamente el mismo contenido. Nada puede añadirse, pues, al
concepto, que sólo expresa la posibilidad, por el hecho de concebir su objeto (mediante la
expresión «él es») como absolutamente dado30.

En definitiva, pues, se puede pensar muy bien a Dios como el ser absolutamente

necesario, absolutamente completo en cuanto a su contenido. La cuestión estriba en que, a

pesar de ello, aún falta averiguar si este ser existe o no existe. Es decir, falta averiguar si es

posible conocerlo a posteriori. En el fondo, pues, estamos ante un salto indebido: pasar de

la necesidad lógica al plano de la realidad.

Prueba cosmológica. Kant, asumiendo la herencia leibniziana, resume esta prueba de la

siguiente manera: “si algo existe, tiene que existir también un ser absolutamente necesario.

Ahora bien, existo al menos yo. Por consiguiente, existe un ser absolutamente necesario”31.

Pero la crítica kantiana encuentra fallos en esta nueva prueba. En primer lugar, se hace un

uso indebido (trascendente) del principio de causalidad, al llevarlo fuera del campo de la

experiencia pierde sentido legítimo. En segundo lugar, la argumentación salta hasta un

primer incondicionado, sin recorrer la totalidad de las condiciones. Pero la crítica central a

este argumento consiste en que aparenta partir de la experiencia, pero en realidad termina
29
E. Colomer, op. cit., p. 177.
30
CRP, p. 504.
31
CRP, p. 507.
28

apoyándose en el argumento ontológico. Al respecto, J. A. Estrada señala que: “El

argumento cosmológico parte de la existencia de algo para acabar con el ser necesario,

pero ese ser no tiene por qué ser Dios (puede ser el mundo en cuanto totalidad). Sólo

llegaríamos a Dios si identificamos al ser necesario con el ser perfecto e infinito, que ya no

podría ser el mundo, pero entonces caeríamos en el argumento ontológico que pasa de la

necesidad lógica a la realidad (a la existencia). Si pasamos de lo necesariamente existente

a lo infinito, ya abandonamos el campo de lo empírico para recaer en el argumento

ontológico”32.

Prueba físicoteológica. Kant no oculta su simpatía ante esta prueba: “Esta demostración

merece ser mencionada siempre con respeto. Es la más antigua, la más clara y la más

apropiada a la razón ordinaria”33. Esta prueba se basa en el «orden, proporción y belleza»

que encontramos en las cosas del mundo. En la naturaleza observamos que las cosas se

disponen según una teleología, observamos un orden conforme a ciertos fines. De ahí que la

existencia de esos seres bien organizados, la armonía que descubrimos en la naturaleza, nos

conducen a la idea de un organizador inteligente, de una providencia máxima y

omnipotente. Es decir, Dios. Ahora bien, la refutación kantiana a esta otra prueba se centra

en el siguiente argumento:

Lo más que podría, pues, demostrar la prueba sería, no un creador del mundo, a cuya idea todo
estuviera sometido, sino un arquitecto del mundo que estaría siempre muy condicionado por la
aptitud de la materia que trabajara. Este resultado está muy lejos de cumplir el gran objetivo
perseguido, es decir, el demostrar un primer ser omnisuficiente34.

32
J. A. Estrada, Dios en las tradiciones filosóficas. 1. Aporías y problemas de la teología natural. Trotta,
Madrid, 1994, p. 131.
33
CRP, p. 519.
34
CRP, p. 521.
29

Con esta demostración, además, si partimos del orden y de lo bello de la naturaleza para

arribar a la idea de un ser supremo, creador y omnipotente, entonces, de nuevo, estaríamos

deslizándonos hacia el argumento ontológico.

En resumen, para el pensamiento kantiano la razón no puede esgrimir una prueba teórica

válida de la existencia de Dios. El ser supremo, el ens realissimum, no constituye para la

razón una realidad comprobada, sino únicamente un ideal. Pero se trata de un ideal que no

es el resultado de un mero capricho de los hombres, sino que se trata de una idea a la cual

tiende la misma estructura de la razón. El ideal de Dios se presenta, pues, como unidad

absoluta y suprema condición de posibilidad de la totalidad de objetos del pensamiento.

Ahora bien, Kant señala una cosa muy importante: la demostración de la imposibilidad de

comprobar la existencia de Dios demuestra, al mismo tiempo, la imposibilidad de

comprobar su no existencia.

Aquí concluimos, pues, la exposición de las pruebas de la existencia de Dios y la

refutación que de ellas hace Kant. En el siguiente apartado nos detendremos a explicar qué

quiere decir nuestro autor cuando habla del uso regulativo de las ideas de la razón.

3. Uso regulativo de la ideas

Resumamos lo visto hasta el momento. Kant se propone investigar el uso del

pensamiento puro más allá de lo límites de toda experiencia posible, es decir, la dialéctica

trascendental de la razón. Aquí constatamos que en su búsqueda de lo absolutamente

incondicionado la razón desemboca necesariamente en la formulación de tres ideas, las

ideas trascendentales: alma (inmortalidad), mundo (libertad), Dios. Hemos desentrañado los
30

errores de la razón en los argumentos que pretenden demostrar la existencia de Dios. Pero

al mismo tiempo, según Kant, ha quedado demostrada la imposibilidad de afirmar la

inexistencia de Dios. A partir de esto concluíamos que Dios constituye un mero ideal de la

razón humana, pero no un ideal producto del capricho humano, sino producto de la misma

estructura de la racionalidad humana.

En realidad, la imposibilidad de conocer a Dios ya había quedado establecida con el

desarrollo de nuestro capítulo primero. Ahí se establecieron los límites del conocimiento

humano. Sin embargo, en este capítulo segundo queda plenamente claro que la búsqueda de

una unidad absoluta e incondicionada es una tarea inherente a la razón; además, hemos

constatado las contradicciones, los sofismas en que incurre la razón cuando abandona las

condiciones que hacen posible la experiencia humana. Somos fieles testigos, pues, de una

razón impotente que quiere conocer lo absolutamente incondicionado a partir de nuestro

mundo condicionado: la experiencia. Los siguientes autores sintetizan esa contradicción

inherente a la razón kantiana:

Se trata de una razón insatisfecha que quiere traspasar lo fenomenológico pero no puede, que
está tentada de alargarse hasta el Dios principio y fundamento pero no le alcanza. […] Se trata,
por consiguiente, de una razón desgarrada ante la conciencia de sus límites, a los que quiere
traspasar, y en última instancia de una razón desfondada, ya que no puede dar un soporte
ontológico a su constitución del mundo, por su reducción fenomenológica35.

Mientras que Colomer afirma que:

El orden en que se mueve su pensamiento no es el ontológico, sino el fenomenológico y desde


él no puede ahora reganar el ontológico. En la idea de Dios no se trata, pues, de una necesidad
de la realidad, sino del pensamiento. Dios es sólo una hipótmsis necesaria para aquietar la
razón36.

35
J. A. Estrada, op. cit., p. 124.
36
E. Colomer, op. cit., p. 175.
31

A pesar de esas necesarias conclusiones del pensamiento kantiano, antes de afandonar la

Dialéctica Trascendental nos habla del «uso reguladoz de las ideas de la razón pura».

Veamos lo que dice al respecto:

El resultado de todas las tentativas dialécticas de la razón pura no sólo confirma lo que ya
demostramos en la analítica, que todas las inferencias que pretenden rebasar el campo de la
experiencia posible son falaces y carentes de fundamento, sino que nos enseña, a la vez, lo
siguiente: que la razón humana posee una tendencia natural a sobrepasar ese campo; que las
ideas trascendentales son tan naturales a la razón como las gategoríis al entendimiento, si bien
con la diferencia de que, mientras las últimas nos conducen a la verdad, es decir, a la
concordancia de nuestros conceptos con su objeto, las primeras producen una simple ilusión,
pero una ilusión que es irresistible y apenas neutralizable por medio de la crítica más severa37.

Efectivamente, por medio de las ideas no conocemos ningún objeto, no se pueden aplicar

a ninguna intuición sensible. En la producción del conocimiento, pues, las ideas no tienen

un uso constitutivo (que sí lo tienen las categorías). Mucho menos podemos darles un uso

trascendente, puesto que ya hemos constatado las falacias en que incurre la razón al

abandonar los límites de la experiencia. Pero Kant ya ha afirmado que dichas ideas son

necesarias a la razón. De ahí que ellas tendrían un uso en relación con la experiencia, pero

sin que conozcamos a través de ellas nuevos objetos. Su función estriba en integrar en una

unidad sistemática los elementos del entendimiento puro. Las ideas trascendentales, pues,

cumplen un uso regulador de la experiencia. Así lo expresa Kant:

Sostengo, pues, que las ideas trascendentales nunca son de uso constitutivo, de suerte que se
den en virtud de ellas los conceptos de ciertos objetos; entendidas así, no son más que
conceptos sofísticos (dialécticos). Tienen, por el contrario, un destacado uso regulador,
indispensablemente necesario, a saber: dirigir el entendimiento a un objetivo determinado en el
que convergen las líneas directrices de todas sus reglas. Este punto de convergencia, aunque no
sea más que una idea (focus imaginarius), es decir, un punto del que no parten realmente los
conceptos del entendimiento, ya que se halla totalmente fuera de los límites de las experiencia,
sirve para dar a esos conceptos la mayor unidad, a la vez que la mayor amplitud38.

37
CRP, p. 530.
38
CRP, p. 531-2.
32

En pocas palabras, las ideas son un tipo de «reglas heurísticas» que guían al

conocimiento humano hacia una unidad sistemática que ellas mismas representan. De ahí

que el entendimiento constituya un objeto de la razón, así como la sensibilidad es un objeto

para el entendimiento. Si éste establece la unidad de los fenómenos mediante las categorías,

la razón pretende someter la actividad del entendimiento a la unidad sistemática constituida

por las ideas. En este sentido, según J. A. Estrada, “la referencia a Dios tiene un valor

trascendental y heurístico, con una función metaobjetiva (metaempírica) que consiste en

comparar todo objeto con la totalidad objetual que se vincula a la incondicionalidad de

Dios”39 .

Pero el filósofo de Konigsberg dará un paso más, es decir, el problema de Dios en su

filosofía no quedará reducido a un mero principio heurístico del conocimiento humano.

Kant volverá a abordar el problema de Dios, incluso con una profundidad aún mayor. Pero

ese otro abordaje lo hará desde otro campo, desde otro “lugar”. Se trata, pues, del

tratamiento de Dios a partir del uso práctico de la razón. De eso nos ocuparemos en el

capítulo siguiente.

39
J. A. Estrada, op. cit., p. 122.
33

III

DIOS Y LA MORAL

En la Crítica de la razón pura Kant ha establecido las fronteras de todo conocimiento

posible, al mismo tiempo ha mostrado que en la estructura de la razón humana subyace la

búsqueda de lo absolutamente incondicionado, esto a costa de abandonar los límites del

conocimiento. De este análisis kantiano aprendimos que Dios constituye un “objeto”

incognoscible para el entendimiento humano, pero también constatamos que Dios, como

unidad absoluta e incondicionada, se erige como idea regulativa de la razón; ésta, mediante

el uso de esa idea trascendental, pretende dar unidad sistemática a los conocimientos del

entendimiento. Todo esto, dicho brevemente, es el resultado de la crítica kantiana al uso

teórico de la razón pura. Pero resulta que también hay uso práctico de ella.

Haber investigado el uso teórico o teorético de la razón pura es, en otras palabras, haber

establecido los límites de la facultad de conocer. Ahora Kant se propone estudiar el uso

práctico de la razón, es decir, la facultad de desear. Si recordamos un poco, la facultad de

conocer está presidida por el entendimiento puro, es a éste a quien le corresponde legislar.

Y en el capítulo anterior veíamos, según el estudio de G. Deleuze, que la razón pura fungía

como facultad pero en tanto que es ella fuente de representaciones: las ideas

trascendentales. Dicho con otras palabras, en la facultad de conocer la razón delega al

entendimiento la “presidencia” de dicha facultad. Pues bien, a la luz de lo anterior, al hablar

ahora de la facultad de desear hay que aclarar las siguientes cuestiones. En primer lugar,
34

estamos ante un uso distinto de la razón pura, se trata justamente de su uso práctico. En

segundo lugar, volvemos a utilizar el «Primer sentido de la palabra facultad»40. En tercer

lugar, si en el conocimiento teórico es el entendimiento el que preside (el que lleva las

riendas), en la facultad de desear es la misma razón pura quien preside, es decir, es a ella a

quien le corresponde legislar. En cuarto lugar, se trata de la facultad superior de desear en

tanto que tiene su fundamento en la misma razón pura, no en principios empíricos.

En este capítulo, pues, nos proponemos estudiar el uso práctico de la razón a fin de

exponer la conexión que establece el pensamiento kantiano entre este nuevo empleo de la

razón y el problema de Dios. Como constataremos en su momento, Kant funda una moral

autónoma que hace razonable postular la existencia de Dios. De ahí que se afirme que Dios

existe porque la moral lo exige, Dios es gracias a que hay una ley moral. Para desarrollar

esto explicaremos, en primer lugar, en qué consiste la moral kantiana; luego se expondrá el

imperativo categórico. En un tercer momento se abordará la cuestión de la voluntad

autónoma y libre. Y, finalmente, se abordará el problema de Dios en tanto que postulado de

la razón práctica.

1. La conciencia moral, ámbito de la razón práctica

Hablar del uso práctico de la razón pura es, según Kant, hablar del ámbito de la

moralidad humana. En la primera Crítica el tribunal de la razón somete a juicio al

40
Para efectos de claridad, reproduciremos aquí el texto completo de G. Deleuze que habla sobre el «Primer
sentido de la palabra facultad» —puesto que anteriormente solo expusimos un fragmento—: “Toda
representación está en relación con algo distinto de ella, objeto y sujeto. Distinguimos tantas facultades del
espíritu como tipos de relación. En primer lugar, una representación puede referirse al objeto desde el punto
de vista de la concordancia o de la conformidad: este caso, el más simple, define la facultad de conocer. En
segundo lugar, la representación puede entrar en relación de causalidad con su objeto. Es el caso de la
facultad de desear: «facultad de ser, con sus representaciones, causa de la realidad de los objetos de tales
representaciones»” (Ibídem, pp. 14-15).
35

conocimiento teórico en tanto que éste versa sobre las cosas como son, es decir, en tanto

que objetos de conocimiento en virtud de las impresiones sensibles y de las estructuras a

priori del sujeto cognoscente. La razón teórica habla de las cosas tal como son en el mundo

de la experiencia. Ahora bien, en la segunda Crítica, Kant se propone establecer los

fundamentos de la moralidad humana. Pero cuando la razón incursiona en el campo de la

moralidad resulta que no se encuentra con objetos de experiencia, sino con mandatos que

exigen una acción determinada. “El conocimiento teórico —afirma M. García Morente—

es conocimiento de lo que es. El conocimiento práctico es conocimiento de lo que debe

ser”41.

Efectivamente, la forma típica de todo conocimiento teórico es el juicio, en éste se da

una síntesis entre un concepto sujeto y un concepto predicado. Dicha síntesis queda

expresada en la cópula es. Mientras que la cópula de un juicio moral o práctico no dice es,

sino debe ser. He aquí dos ejemplos para aclarar la cuestión. “Los seres humanos son

mortales”, constituye un juicio teórico; “los seres humanos deben ser veraces”, constituye

un juicio práctico.

Hablar de la conciencia moral, entonces, es hablar de un conjunto de principios en

virtud de los cuales los humanos rigen su conducta. Ajustan sus vidas a dichos principios y,

a la vez, tienen en dichos principios criterios para formular juicios morales acerca de sí

mismos y del mundo en que viven. El análisis crítico de las condiciones de posibilidad del

conocimiento teorético tenía como punto de partida un hecho fundamental: la física y la

matemática. De modo similar, Kant se propone estudiar las condiciones a priori que hacen

posible el conocimiento práctico a partir de un hecho fundamental: la conciencia moral. La

praxis ética, según él, está en el núcleo de la vida misma.

41
M. García Morente, La filosofía de Kant... op. cit., p. 144.
36

Pues bien, en adelante se tratará de aclarar en qué consiste el hecho moral. Pero antes de

ello conviene que se aclare primero qué entiende Kant por uso práctico de la razón pura.

Así lo expresa:

Con el uso práctico de la razón ocurre ya algo distinto. En éste, ocúpase la razón con
fundamentos de determinación de la voluntad, que es una facultad, o de producir objetos que
correspondan a las representaciones, o por lo menos de determinarse a sí misma a la realización
de esos objetos (sea o no suficiente para ello la facultad física), es decir, de determinar su
causalidad42.

Ahora precisemos más acerca de ese hecho fundamental del que parte la moral kantiana.

La moral que el filósofo de Königsberg nos propone no se apoya en ningún principio

teórico (tampoco en la sensibilidad humana, como ya se verá), sino que tiene como punto

de partida un faktum, esto es, un hecho de la pura razón. Un hecho de la pura razón que

determina la voluntad humana. Este faktum no es otra cosa que un imperativo moral, es la

ley moral. Kant afirma que:

[…] La ley moral, si bien no visión (Aussicht) alguna, proporciona, sin embargo, un hecho, que
los datos todos del mundo sensible y nuestro uso teórico de la razón, en toda su extensión, no
alcanza a explicar, un hecho que anuncia un mundo puro del entendimiento, hasta lo determina
positivamente y nos da a conocer algo de él, a saber, una ley43.

En tanto que hecho puro de la razón, la ley moral no es el resultado de una deducción

teórica, tampoco puede ser comprobada mediante la experiencia. Ella se impone por sí

misma a la voluntad. Nuestro pensador sostiene que:

[…] La ley moral es dada, por decirlo así, como un hecho de la razón pura, del cual nosotros, a
priori, tenemos conciencia, y que es cierto apodícticamente, aun suponiendo que no se pueda
encontrar en la experiencia ejemplo alguno de que se haya seguido exactamente. Así, pues, la
realidad objetiva de la ley moral no puede ser demostrada por ninguna deducción, por ningún
esfuerzo de la razón teórica, especulativa o apoyada empíricamente, y, por tanto, aun si se
quiere renunciar a la certidumbre apodíctica, no puede tampoco ser confirmada por la
experiencia, y demostrada así a posteriori; sin embargo, se mantiene firme sobre sí misma44.

42
I. Kant, Crítica de la razón práctica. Traducción de Emilio Miñana y Villagrasa y Manuel García Morente,
Espasa-Calpe, Madrid, 1913, p. 27. En adelante: CRPr.
43
CRPr, p. 67-68.
44
CRPr, p. 73.
37

La ley moral, pues, determina la voluntad al acto, y el elemento fundamental de esta ley

lo constituye la conciencia del deber. “El deber —afirma Kant— es la necesidad de una

acción por respeto a la ley”45. Son célebres aquellas palabras con las que inicia la

Fundamentación de la metafísica de las costumbres: “Ni en el mundo ni, en general, fuera

de él es posible pensar nada que pueda ser considerado bueno sin restricción excepto una

buena voluntad”46. Y, más adelante, en el desarrollo de esa misma obra, afirma que:

La buena voluntad no es buena por lo que efectúe o realice ni por su aptitud para alcanzar algún
determinado fin propuesto previamente, sino que sólo es buena por el querer, es decir, en sí
misma, y considerada por sí misma es, sin comparación, muchísima más valiosa que todo lo
que por medio de ella pudiéramos realizar en provecho de alguna inclinación y, si se quiere, de
la suma de todas las inclinaciones. […] para desarrollar este concepto [buena voluntad] que se
halla en la cúspide de toda la estimación que tenemos de nuestras acciones y que es la condición
de todo lo demás, vamos a considerar el concepto del deber47.

El deber, pues, es la expresión de la ley moral en tanto que impone a la voluntad la

obligación de actuar siempre cumpliendo dicha ley. Se trata, afirma Kant, de cumplir con la

ley moral simplemente por el puro deber, esto es, al margen de mis intenciones e

inclinaciones. Solamente aquella voluntad que se somete a la ley por puro deber está en

camino de llegar a ser una buena voluntad. Veamos el fragmento de otro texto para

convencernos de la centralidad del deber en la moral kantiana:

¡Deber! Nombre sublime y grande, tú que no encierras nada amable que lleve consigo
insinuante lisonja, sino que pides sumisión, sin amenazar, sin embargo, con nada que despierte
aversión natural en el ánimo y lo asuste para mover la voluntad, tú que sólo exiges una ley que
halla por sí misma acceso en el ánimo, y que se conquista, sin embargo, y aun contra nuestra
voluntad, veneración por sí misma (aunque no siempre observancia); tú, ante quien todas las
inclinaciones enmudecen, aun cuando en secreto obran contra ti […]48.

45
I. Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Edición y traducción de Luis Martínez de
Velasco, Espasa-Calpe, Madrid, p. 63. En adelante: FMC.
46
FMC, p. 54.
47
FMC, p. 54-55 y 58.
48
CRPr, p. 126.
38

La conciencia moral, entonces, es el ámbito propio de la razón pura práctica, ésta

impone una ley a la voluntad, una ley que se presenta como un faktum. De ahí que el papel

central del deber en la voluntad consiste justamente en cumplir la ley no por conquistar mi

propia felicidad o la de los otros, sino simplemente por puro deber, por mor del deber,

como dice el filósofo. En esto consiste la moralidad kantiana

2. El imperativo categórico

Con la siguiente definición inicia Kant el capítulo primero de la Crítica de la razón

práctica: “Principios prácticos son proposiciones que encierran un determinación

universal de la voluntad a cuya determinación se subordinan diversas reglas prácticas”49.

Enseguida aclara que estos principios pueden ser subjetivos u objetivos. A los principios

subjetivos los llama máximas, mientras que a los objetivos los denomina leyes. La máxima

es una norma de conducta que el sujeto se da a sí mismo y que es válida sólo para su

voluntad. “Por ejemplo —afirma Kant— alguien puede adoptar la máxima de no aguantar

ofensa alguna sin vengarla, y, sin embargo, comprender al mismo tiempo que ella no es

ninguna ley práctica, sino sólo su máxima […]”50. El caso de las leyes es distinto. En este

caso la norma de conducta es objetiva, es decir, válida para todo ser racional, para todo el

mundo. En este caso la razón decreta un imperativo, una regla que impone “[…] un deber

ser (ein Sollen) que expresa la compulsión (Nötigung) objetiva de la acción y significa que

si la razón determinase la voluntad totalmente, la acción ocurriría indefectiblemente según

esa regla”51. Esta ley universal y necesaria es un imperativo.

49
CRPr, p. 33.
50
CRPr, p. 34.
51
CRPr, p. 34.
39

Ahora bien, sucede que los imperativos pueden ser incondicionados, en tanto que

determinan única y exclusivamente a la sola voluntad; mientras que son condicionados

cuando determinan a la voluntad sólo en vistas de un determinado efecto. El imperativo que

manda una acción a la voluntad porque es buena en sí misma es un imperativo categórico;

mientras que aquel imperativo que manda una acción no porque es buena en sí misma, sino

porque es buena como medio para conseguir otra cosa («un efecto apetecido»), entonces

estamos frente a un imperativo hipotético. A partir de esto Kant señala que las máximas son

principios pero no imperativos, y los imperativos hipotéticos son preceptos prácticos pero

no leyes. He aquí un texto que ilustra esta cuestión:

Decid a alguien, por ejemplo, que debe trabajar y ahorrar en la juventud para no sufrir de la
miseria en la vejez; éste es un precepto práctico de la voluntad, exacto y al mismo tiempo
importante. Pero pronto se ve que aquí la voluntad es referida a alguna otra cosa que se supone
desea […] Ahora bien; decid a alguien que nunca debe hacer falsas promesas: ésa es una regla
que sólo se refiere a su voluntad, sean o no las intenciones que el hombre puede tener,
realizables por esa voluntad; el mero querer es lo que debe ser determinado completamente a
priori por aquella regla52.

Los únicos imperativos verdaderamente morales, pues, son los imperativos categóricos,

estos son reglas de acción con carácter de necesidad y universalidad, con validez absoluta

para todo el mundo y para cualquier circunstancia. De ahí que las máximas sean solo

consejos de sagacidad, válidos sólo para un sujeto en particular; los imperativos hipotéticos,

reglas de habilidad o prudencia, cuya validez radica en proponer determinados medios para

obtener ciertos fines. Sólo el imperativo categórico tiene el carácter de ley universal y

necesaria.

La determinación (universal y necesaria) de la voluntad por parte del imperativo

categórico radica justamente en su indeterminación (objetiva). En otras palabras, para que

el imperativo pueda mandar necesaria y universalmente tiene que ser estrictamente formal,
52
CRPr, pp. 35 y 36.
40

es decir, libre de contenidos, de materia. Aclararemos brevemente en qué consiste la

materia y la forma en la moral kantiana.

Kant formula dos teoremas, a partir de los cuales se deduce una conclusión. El primer

teorema dice así: “Todos los principios prácticos que suponen un objeto (materia) de la

facultad de desear como fundamento de determinación de la voluntad, son todos ellos

empíricos y no pueden proporcionar ley práctica alguna”53.

Cuando hablamos de materia de la facultad de desear nos estamos refiriendo a un objeto

cuya realidad es apetecida; siempre que el deseo de un objeto preceda y funde una acción,

entonces estaremos en presencia de un principio empírico. El siguiente teorema dice así:

“Todos los principios prácticos materiales son, como tales, sin excepción, de una y la

misma clase, y pertenecen al principio universal del amor a sí mismo o felicidad propia”54.

Efectivamente, según Kant, toda acción o conducta humana que se guía según el deseo de

objetos con tal de conseguir placer tiene como fin último alcanzar la felicidad. Pero sucede

que el deseo de felicidad es incompatible con la universalidad de la ley; lo que para alguno

puede ser causa de felicidad, para algotro puede ser causa de infelicidad. Y aun suponiendo

que todos los sujetos se pusiesen de acuerdo sobre lo que les produciría felicidad, siempre

estaríamos ante un principio empírico en tanto que no procede de la razón pura práctica,

sino de la experiencia. De los dos teoremas anteriores el filosofó de Königsberg deduce esta

consecuencia: “Todas las reglas practicas materiales ponen el fundamento de

determinación de la voluntad, en la facultad inferior del desear, y si no hubiese ley alguna

meramente formal de la voluntad, que la determinase suficientemente, no podría admitirse

53
CRPr, p. 36.
54
CRPr, p. 37.
41

tampoco facultad alguna superior de desear”55. En la facultad inferior de desear la voluntad

es determinada a posteriori (a través del placer y el displacer); mientras que en la facultad

superior de desear la voluntad es determinada a priori por la razón pura. No importa que las

representaciones que están enlazadas con el sentimiento del placer provengan de los

sentidos o del entendimiento, en ambos casos la voluntad estará sometida por la facultad

inferior de desear. Kant afirma que:

El principio de la propia felicidad, por mucho que se use en él del entendimiento y de la razón,
no contendría, pues, para la voluntad, ningunos otros fundamentos de determinación que los
que son conformes con la facultad inferior de desear, y entonces, o no hay facultad superior
alguna de desear, o la razón pura tiene que ser por sí sola práctica, es decir, tiene que poder
determinar la voluntad mediante la mera forma de la regla práctica […]56.

Todo lo señalado anteriormente, pues, nos conduce al siguiente teorema: “Si un ser

racional debe pensar sus máximas como leyes prácticas universales, puede sólo pensarlas

como principios tales que contengan el fundamento de determinación de la voluntad, no

según la materia, sino sólo según la forma”57. Acá estamos, pues, a un paso del imperativo

categórico, éste no determina la voluntad en base a un contenido material, sino desde su

mera formalidad, a priori. Así lo expresa Kant: “Obra de tal modo, que la máxima de tu

voluntad pueda valer siempre, al mismo tiempo, como principio de una legislación

universal”58. Este es el imperativo kantiano, ésta es su ley moral.

Ahora conviene recordar el concepto de buena voluntad abordado en el apartado

anterior. La buena voluntad se hace tal porque cumple la ley por deber, por mor del deber,

como dice Kant. Incluso, no basta con actuar conforme al deber, la acción auténticamente

55
CRPr, p. 38.
56
CRPr, p. 41.
57
CRPr, p. 45.
58
CRPr, p. 50.
42

moral, verdaderamente moral, cumple con la ley simplemente por deber, por el querer

mismo. De ahí que aquel que actúa a la espera de los resultados de su acción, aquel que

persigue estos y aquellos fines, posee una mala voluntad. Dicho con otras palabras, la

moralidad del acto no reside en el acto físico mismo, sino en la voluntad que lo puso en

marcha. Si esta voluntad cumple la ley moral por deber entonces está en camino de

constituirse en una buena voluntad. Si yo, por ejemplo, me encuentro en un apuro

económico y procedo a prestarle dinero a alguien prometiéndole, a la vez, cancelarle la

deuda; cuando en realidad sé, desde mi fuero interno, que no voy a pagarle. Entonces debo

preguntarme si mi máxima debo prestar dinero haciendo una falsa promesa de cancelarlo

quiero que se convierta en una ley universal. Kant afirma que:

Con el objeto de saber lo que he de hacer para que mi querer sea moralmente bueno no necesito
ir a buscar muy lejos una especial penetración. Inexperto en lo que se refiere al curso del
mundo, incapaz de estar preparado para todos los sucesos que en él ocurren, me basta con
preguntar: ¿puedes querer que tu máxima se convierta en ley universal? Si no, es una máxima
reprobable, y no por algún perjuicio que pueda ocasionarte a ti o algún otro, sino porque no
puede incluirse como principio en una legislación universal posible59.

Por la brevedad de esta investigación, no nos detendremos acá en las explicaciones que

ofrece Kant respecto a cuando una máxima no procede para ley universal.

Antes de pasar al siguiente apartado hace falta mencionar otra formulación del

imperativo categórico. Esta nueva formulación tiene como fundamento el hecho de que

toda“naturaleza racional existe como fin en sí misma”. Aquellos seres cuya existencia no

depende de la voluntad, sino de la naturaleza (y si no son racionales) tienen únicamente el

valor de medios, por eso se les llama cosas. Pero sucede que los seres racionales en tanto

que personas constituyen en sí mismas un fin, de modo tal que no pueden subordinarse al

arbitrio de cualquier otra voluntad. El ser humano, pues, es un ser cuya existencia es por sí

59
FMC, p. 67.
43

misma un fin. De ahí que el imperativo categórico queda como sigue: “Obra de tal modo

que te relaciones con la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro,

siempre como un fin, y nunca sólo como un medio”60. Según la mayoría de estudiosos de

Kant, esta segunda formulación del imperativo categórico es la continuación del primero en

tanto que a la base de ambas formulaciones tenemos el mismo sujeto moral kantiano: un ser

racional que se da a sí mismo sus propias leyes. Cabe mencionar aquí lo que sostiene J. A.

Estrada: “Precisamente porque el hombre es por naturaleza un fin en sí mismo es posible

pasar en el imperativo categórico de la universalidad de la ley, que el hombre se propone

como máxima, a la obligación absoluta de respetar la dignidad de la persona humana. El

obrar con máximas universales y desde el respeto al hombre son las dos caras de la

moneda de la conciencia moral”61.

3. Autonomía de la voluntad

La moral se funda en una voluntad autónoma: es el sujeto quien se impone a sí mismo la

ley. Si la voluntad pura no se dictase a sí misma la ley moral, sino que se sometiera a las

apetencias de la sensibilidad, entonces no sería autónoma, sino una voluntad heterónoma.

Pero la moral kantiana tiene su fundamento en la autolegislación del sujeto humano. De ahí

que para Kant voluntad libre y voluntad sumisa a la ley moral que se ha impuesto son una y

la misma cosa. Aclaremos en seguida el papel de la libertad. Kant sostiene que:

Por voluntad se entiende una especie de causalidad de los seres vivos en cuanto que son
racionales, y libertad sería la propiedad de esta causalidad por la cual puede ser eficiente
independientemente de causas ajenas que la determinen […] ¿Qué puede ser entonces la
libertad de la voluntad sino autonomía, es decir, propiedad de la voluntad de ser una ley para sí
misma? Ahora bien, la proposición la voluntad es, en todas sus acciones, una ley para sí misma
caracteriza únicamente el principio de actuar sólo según aquella máxima que pueda presentarse

60
FMC, p. 104.
61
J. A. Estrada, Dios en las tradiciones filosóficas. 2. De la muerte de Dios a la crisis del sujeto. Trotta,
Madrid, 1994, p. 106.
44

como una ley universal. Justamente ésta es la fórmula del imperativo categórico y el principio
de la moralidad. En consecuencia, voluntad libre y voluntad sometida a leyes morales son la
misma cosa62.

Más adelante, en la Crítica de la razón práctica, sostiene que:

La libertad es sin duda la ratio essendi de la ley moral, pero la ley moral es la ratio cognoscendi
de la libertad. Pues si la ley moral no estuviese, en nuestra razón, pensada anteriormente con
claridad, no podríamos nunca considerarnos como autorizados para admitir algo así como lo
que la libertad es (aun cuando ésta no se contradice). Pero si no hubiera libertad alguna, no
podría de ningún modo encontrarse la ley moral en nosotros63.

Constatamos aquí, entonces, que aquella idea pensable de la razón pura ha revestido

realidad en el campo moral: la libertad64. El filósofo de Konigsberg sostiene que “a todo

ser racional poseedor de voluntad debemos atribuirle necesariamente la idea de la libertad

bajo la que obra”65. La ley moral, pues, es un hecho que se impone, una realidad que

necesita de otra realidad: la libertad.

Ahora bien, vistas así las cosas emerge ante nosotros un problema: suponer que hay

sujetos que actúan por libertad es ir en contra de las leyes del mundo empírico, aquí todo

sucede por necesidad natural. Esta es la problemática entre necesidad y libertad. De

acuerdo a la necesidad natural:

Resulta que todo acontecimiento y, por consiguiente, también toda acción, que sucede en un
punto del tiempo, es necesaria bajo la condición de lo que fue en el tiempo precedente. Ahora
bien, como el tiempo pasado no está ya en mi poder, tiene que ser necesaria toda acción, que yo
ejercito, por fundamentos determinantes, que no están en mi poder, es decir, que en el momento
en que obro nunca soy libre66.

Para resolver esa contradicción entre libertad y necesidad Kant nos remite a su

distinción entre fenómenos y noúmenos. En este sentido, la ley de la causalidad es válida

62
FMC, pp. 129 y 130.
63
CRPr, p. 12.
64
En la Crítica de la razón pura Kant llega a afirmar que “la meta final a la que en definitiva apunta la
especulación de la razón en su uso trascendental se refiere a tres objetos: la libertad de la voluntad, la
inmortalidad del alma y la existencia de Dios” (p. 626).
65
FMC, p. 132.
66
CRPr, p. 136.
45

para todo aquello (seres y cosas) en cuanto que su existencia está determinada en el tiempo,

es decir, en tanto que fenómenos. Mientras que la libertad es propia de un tipo especial de

seres: el sujeto humano en tanto que noúmeno. No quiere esto decir que el ser humano

pierda su carácter fenoménico, lo que quiere decir es que la moralidad compete al sujeto

únicamente en tanto que noúmeno o cosa en sí. Kant expresa esto de la siguiente manera:

Por consiguiente, si se le quiere aún salvar [la libertad], no queda más camino que atribuir la
existencia de una cosa en cuanto es determinable en el tiempo, y, por tanto, también la
causalidad según la ley de la necesidad natural, sólo al fenómeno; la libertad empero atribuirla
a un mismo ser como cosa en sí misma67.

En tanto que noúmeno, cosa en sí misma, el ser humano es un ser libre; pero no se trata

de una libertad empírica o psicológica, sostener esto significaría echar por tierra todo el

edificio moral montado en la voluntad pura autónoma. Se trata, pues, de la libertad

inteligible o trascendental; ésta es pensada como la capacidad de comenzar por sí misma,

absolutamente independiente de todo contenido empírico. Sucede aquí, pues, que la

causalidad natural no es eliminada, sino puesta a las ordenes de la libertad. Como señala

Colomer: “el hombre nouménico es, en definitiva, el responsable del hombre

fenoménico”68.

Llegados a este punto, pues, no resulta más que hermoso leer un escrito de H.-G.

Gadamer en el que afirma que sigue siendo vigente la distinción kantiana, puesto que “[…]

somos ciudadanos de dos mundos. Estamos situados no sólo en el lugar físico, sino

también en el ‘lugar trascendental’ de la libertad […]”69. Dicho esto, en el próximo

apartado desarrollaremos la conexión de la moral kantiana con el problema de Dios.

67
CRPr, p. 137.
68
E. Colomer, op. cit., p. 228.
69
“Ciudadano de dos mundos (1985)”, en H.-G. Gadamer, El giro hermenéutico. Cátedra, Madrid, 2001, p.
182.
46

4. Dios como postulado de la razón práctica

Hemos llegado a un momento decisivo en nuestra exposición. Cuando la razón humana

trasciende los límites de la facultad de conocer piensa lo absolutamente incondicionado;

eso absolutamente incondicionado se traduce en las tres ideas trascendentales de la razón

pura: Inmortalidad, libertad y Dios70. Éstas, pues, no constituyen objetos de conocimiento,

sino que tan sólo son ideas pensables y cumplen un uso regulador para el entendimiento.

Pero resulta que la razón en su uso práctico convierte aquellas ideas pensables en

realidades, condiciones que hacen posible el desarrollo de la moralidad. Ahora bien, en el

apartado anterior quedó demostrado que la libertad trascendental es una realidad

fundamental para el desarrollo moral. Kant insiste en que el ser humano en tanto que

noúmeno es una persona libre que se desgaja de las leyes de la naturaleza. En este sentido,

después de hacer una breve mención sobre la inmortalidad del alma, en este apartado nos

centraremos exclusivamente en el lugar que ocupa Dios en la moral kantiana.

Kant afirma que la completa adecuación de la voluntad a la ley moral constituye la

santidad. Ahora bien, tal santidad resulta inalcanzable por “ningún ser racional en el

mundo sensible en ningún momento de su existencia”. De ahí que sea posible alcanzar la

santidad únicamente mediante un progreso que va al infinito, pero para ello es necesario

postular la inmortalidad del alma. “Este progreso infinito es, empero, sólo posible, bajo el

supuesto de una existencia y personalidad duradera en lo infinito del mismo ser racional

(que se llama la inmortalidad del alma)”71. Vemos, pues, que en el ámbito de la moralidad

la inmortalidad del sujeto deja de ser una idea pensable y se constituye en una condición

real para la voluntad.

70
Ver nota Nº 64, p. 37.
71
CRPr, p. 172.
47

Ahora sí nos ocuparemos propiamente de cómo resuelve Kant el problema de Dios en el

uso práctico de la razón. Sucede que también la razón práctica va en busca de la totalidad

incondicionada. Y en esa búsqueda se le presenta una antinomia, se trata de la antinomia

del supremo bien. En un pasaje de la segunda Crítica encontramos lo siguiente:

Que la virtud (como dignidad de ser feliz) sea la más elevada condición de todo lo que nos
pueda parecer sólo apetecible, por consiguiente, también de toda nuestra busca de la felicidad;
que ella sea, por tanto, el bien más elevado, ha sido mostrado en la analítica [primera parte de la
Crítica de la razón práctica]. Pero no por eso es aún el bien completo y acabado como objeto
de la facultad de desear de seres racionales finitos, pues para serlo se requiere también felicidad
[…] Ahora bien, en cuanto la virtud y la felicidad conjuntamente constituyen la posesión del
supremo bien en una persona, y en cuanto además, estando la felicidad repartida exactamente en
proporción a la moralidad (como valor de la persona y de su dignidad para ser feliz),
constituyen ambas el supremo bien de un mundo posible […]72.

Efectivamente, para el gran filósofo de Königsberg el objeto de la ley moral lo constituye el

supremo bien; sólo en éste se da el enlace entre virtud y felicidad. Y es en este enlace

donde estriba la antinomia de la razón práctica, puesto que nosotros ya sabemos que el

fundamento de la virtud es la autonomía, mientras que el fundamento de la felicidad es la

heteronomía. ¿Cómo es posible, entonces, conjugar virtud y felicidad en el supremo bien?

En esta pregunta está formulada la antinomia de la razón práctica. Kant sostiene que dado

que “las máximas de la virtud y las de la propia felicidad son, con respecto a su principio

superior práctico, totalmente heterogéneas”, sucede entonces que “cómo es prácticamente

posible el supremo bien, sigue siempre siendo un problema sin resolver”73.

Pues bien, a criterio de Kant, sólo hay dos salidas posibles: el enlace entre virtud y

felicidad o es analítico o es sintético. “O el esfuerzo por ser virtuoso —afirma Colomer—

y la búsqueda racional de la felicidad son dos acciones idénticas o son dos acciones

72
CRPr, pp. 157 y 158.
73
CRPr, p. 160.
48

distintas, pero de suerte que la una produzca la otra”74. Los epicúreos creían que era la

búsqueda de la felicidad la que conducía a la virtud; mientras que los estoicos sostenían que

el temple de la virtud traía la felicidad. Ambas escuelas, empero, “solucionaban” el

problema en términos de identidad, y en esto radica su error. Dicho enlace es un enlace

sintético. Así argumenta el autor de la Crítica de la razón práctica:

Así, pues, o el apetito de felicidad tiene que ser la causa motriz de las máximas de la virtud, o la
máxima de la virtud tiene que ser la causa eficiente de la felicidad […] La primera de las dos
proposiciones, a saber, que la tendencia a la felicidad produce un fundamento de disposición de
ánimo virtuosa, es absolutamente falsa; pero la segunda, que la disposición virtuosa produzca
necesariamente felicidad, no lo es absolutamente, sino sólo mientras ella sea considerada como
la forma de la causalidad en el mundo sensible y, por consiguiente, si admito la existencia en el
mismo, como el único modo de existencia del ser racional; es, pues, falsa sólo de modo
condicionado. Pero como no sólo estoy facultado para pensar mi existencia también como
noúmeno en un mundo del entendimiento, sino que hasta tengo en la ley moral un fundamento
puramente intelectual de determinación de mi causalidad (en el mundo sensible), no es, pues,
imposible que la moralidad de la disposición de ánimo tenga una conexión, si no inmediata, sin
embargo, mediata (por medio de un autor inteligible∗ de la naturaleza), y a la verdad necesaria,
como causa, con la felicidad, como efecto, en el mundo sensible […]75.

Sucede, pues, que la ley moral manda al ser humano que produzca el bien supremo; el

ser humano en tanto que persona libre se sitúa en un mundo inteligible, racional, en donde

virtud y felicidad se enlazan gracias a un Ser Supremo. Dios, entonces, es un postulado

necesario para la moralidad humana en tanto que sólo por él el ser humano puede ser digno

de felicidad. Dios es una realidad necesaria porque la ley moral lo exige. Dice Kant:

Así, pues, la causa suprema de la naturaleza, en cuanto ella ha de ser presupuesta para el
supremo bien, es un ser que por razón y voluntad es la causa (por consiguiente, el autor) de la
naturaleza, es decir, Dios. Por consiguiente, el postulado de la posibilidad del bien supremo
derivado (el mejor del mundo) es al mismo tiempo el postulado de la realidad de un bien
supremo originario, esto es, de la existencia de Dios. Ahora bien, era un deber para nosotros
fomentar el supremo bien; por consiguiente, no sólo era derecho, sino también necesidad unida
con el deber, como exigencia, presuponer la posibilidad de este bien supremo, lo cual, no
ocurriendo más que bajo la condición de la existencia de Dios, enlaza inseparablemente la

74
E. Colomer, op. cit., p. 232.

Éste subrayado es nuestro.
75
CRPr, pp. 161 y 162-63.
49

presuposición del mismo con el deber, es decir, que es moralmente necesario admitir la
existencia de Dios76.

El fundamento de la moral kantiana es una voluntad pura autónoma; ésta en tanto que

poseedora de una libertad trascendental (no empírica ni psicológica) se autolegisla, de ahí

que voluntad libre y voluntad sometida a su ley sean lo mismo. El cumplimiento de esa ley

por el puro deber, el deber por el deber, hace de la voluntad una voluntad buena, y ésta

puede alcanzar la santidad únicamente si postulamos la existencia de un alma inmortal.

Pero resulta que es el bien supremo («el mejor del mundo») la aspiración suprema del

sujeto humano en este mundo. Es en el bien supremo donde se conjugan virtud y felicidad.

Y para que se dé este bien supremo es necesario que exista el Ser Supremo, el Absoluto, es

decir, Dios. Es la misma ley moral, pues, la que fomenta el supremo bien; de ahí que

postular (inteligir) la existencia de Dios es una conclusión de la ley moral. Dios es

necesario no como fundamento de la moralidad kantiana, sino como condición de

posibilidad (exigida por la ley misma) para desarrollar la moral. Para llevar a cabo un buen

desempeño moral en la vida es razonable y necesario creer que hay un Dios que hace real el

bien supremo en la persona. Kant afirma que el bien supremo es el objeto de la ley moral.

Zubiri nos pone en guardia cuando nos dice que no se puede «caricaturizar» o

«desnaturalizar» el pensamiento de Kant diciendo “sin más que Kant no admite el

conocimiento de Dios”77. El capítulo primero de este trabajo se tituló «Incognoscibilidad de

Dios»; efectivamente, Kant niega que Dios sea un objeto cognoscible para la razón

teorética, es decir, para la ciencia. Dios no es una intuición subsumida bajo un concepto.

76
CRPr, p. 176.
77
X. Zubiri, Cinco lecciones de filosofía. Alianza Editorial, Madrid, 1985, p. 103.
50

Pero el sabio de Königsberg afirma contundentemente que para la razón práctica Dios es

una realidad inteligible aunque no demostrable. Sucede, pues, que la razón práctica

conduce a afirmar la realidad de Dios sin poder explicarse cómo es esa realidad. Por el

imperativo moral, sostiene Zubiri, “el entendimiento intelige que hay una realidad en sí, la

realidad de Dios, cuya causalidad está por encima de la causalidad entera de la naturaleza

(entendida como sistema de objetos), sin que podamos explicarnos ese tipo de entidad y

causalidad […] Lo único que nos dice [Kant] es que no podemos comprender

teoréticamente, explicar en el sentido de ciencia, el cómo de esa realidad. Nada más. Es

una intelección de Dios por la vía de la razón práctica en el orden de las cosas en sí. Esta

razón es la misma que la razón pura, pero en la línea de la praxis”78.

Para Kant, pues, Dios existe, pero el punto de partida es el faktum moral que se impone

al sujeto humano en tanto que noúmeno, cosa en sí. J. A. Estrada afirma que: “el punto de

partida es por lo tanto la ley moral, como «hecho» de la razón: se trata de una ley que se

nos impone con obligatoriedad, que está inscrita en las mismas estructuras de la

racionalidad y que nos hace exigir la libertad como su presupuesto necesario para

defender la autonomía del hombre. Desde ahí podemos abrirnos al problema de Dios: Dios

existe porque sabemos que el deber existe, encontramos a Dios en la dinámica de nuestra

conciencia de obligatoriedad”79.

Hemos intentado, pues, exponer el lugar que ocupa el problema de Dios en la filosofía

kantiana. Y es sólo a partir de la moral autónoma que Dios se hace presente como una

78
Ibídem, p. 101.
79
J. A. Estrada, Dios en las tradiciones filosóficas. 2. De la muerte de Dios… op. cit., p. 113.
51

realidad en sí necesaria, aunque inexplicable. La realidad del faktum moral exige que Dios

exista.

Valga decir, a modo de conclusión, que Kant no nos habla de dos razones, sino que se

trata siempre de una y la misma razón: ya sea en su uso práctico o en su uso teorético. El

gran filósofo de de Königsberg afirma que en el enlace de la razón teórica con la práctica

la primacía corresponde a la segunda. Sostiene que el interés más profundo de la razón pura

es en último término práctico, de ahí que el mismo interés teórico es sólo condicionado y

solamente en el uso práctico está completo. Esta completud no debe entenderse en el

sentido de que el uso práctico amplía el conocimiento teórico, sino en el sentido de que éste

se subordina a aquél.
52

IV

MORAL Y RELIGIÓN

En realidad, este capítulo es una especie de continuación del capítulo anterior. En

concreto, se trata de abordar lo que Kant denomina religión natural y en qué se diferencia

respecto de la religión revelada. Pero, en definitiva, se pretende culminar la exposición del

capítulo anterior en lo que se conoce como teísmo moral kantiano. De ahí que, en un primer

momento se hablará de las características puntuales de ambas religiones y, en un segundo

momento, se abordará esa fe racional hacia la cual nos empuja la moral.

1. Religión natural y religión revelada80

Comenzaremos la temática de este capitulo con dos textos, de obras distintas, de Kant.

En El conflicto de las facultades sostiene que: “las proposiciones de fe, que se han de ver a

la vez como mandamientos divinos, pueden ser de dos tipos: puramente estatutarias, es

decir, doctrinas reveladas y sólo casuales para nosotros; o morales, es decir, unidas a la

conciencia de su necesidad y cognoscibles a priori, doctrinas racionales de la fe. El

concepto de las primeras constituye la fe eclesiástica, mientras que el de las otras

constituye la fe de la Religión”81 . Mientras que en la obra La religión dentro de los límites

de la mera razón Kant afirma lo siguiente: “Pero todas las religiones pueden dividirse en:

80
Cfr. Enrique M. Ureña, La crítica kantiana de la sociedad y de la religión. Tecnos, Madrid, 1979, p. 73. En
una nota a pie de página, Ureña señala las distintas denominaciones que utiliza Kant para los dos tipos de
religión.
81
Citado por Enrique M. Ureña, op. cit., p. 71.
53

la Religión de la petición de favor (del mero culto) y la Religión moral, esto es: la Religión

de la buena conducta de vida”82.

Antes de continuar, solamente se quiere señalar que aquí no nos detendremos en un

análisis minucioso sobre ambos tipos de religiones. Lo que se pretende es ofrecer algunas

características principales de ambas religiones, bajo la cuestión central que domina este

trabajo: el problema de Dios.

Conviene recordar aquí la autonomía de la moral kantiana. En el Prólogo de la primera

edición de La religión dentro de los límites de la mera razón leemos lo siguiente:

La Moral, en cuanto que está fundada sobre el concepto del hombre como un ser libre que por
el hecho mismo de ser libre se liga él mismo por su Razón a leyes incondicionadas, no necesita
ni de la idea de otro ser por encima del hombre para conocer el deber propio, ni de otro motivo
impulsor que la ley misma para observarlo83.

Y es que, efectivamente, como bien apunta J. A. Estrada84, Kant funda la moral no sólo

completamente al margen de las inclinaciones de la sensibilidad humana, sino también

descontaminada de todo contexto social. De ahí que se le acuse de un completo apriorismo,

de un profundo formalismo. Pero no es éste el momento para las críticas.

Pero para ir entrando en el núcleo de la cuestión, sucede que la filosofía kantiana

establece un vínculo entre moral y religión. Al respecto, nuestro filósofo afirma que la ley

moral conduce:

[…] por el concepto del supremo bien, como objeto y fin de la razón pura práctica, a la religión,
esto es, al conocimiento de todos los deberes como mandatos divinos, no como sanciones, es
decir, órdenes arbitrarias y por sí mismas contingentes de una voluntad extraña, sino como
leyes esenciales de toda voluntad libre por sí misma, que, sin embargo, tienen que ser

82
I. Kant, La religión dentro de los límites de la mera razón. Traducción de Felipe Martínez Marzoa, Alianza
Editorial, Madrid, 1969, p. 60. En adelante: RLMR.
83
RLMR, p. 19.
84
Cfr. J. A. Estrada, Dios en las tradiciones filosóficas. 2. De la muerte de Dios… op. cit., pp. 119-120.
54

consideradas como mandatos del ser supremo, porque nosotros no podemos esperar el supremo
bien, que la ley moral nos hace un deber de ponernos como objeto de nuestro esfuerzo, más que
de una voluntad moralmente perfecta (santa y buena), y al mismo tiempo todopoderosa, y, por
consiguiente, mediante una concordancia con esa voluntad85.

La cuestión que de inmediato hay que resolver queda expresada en la siguiente pregunta:

¿a qué tipo de religión nos conduce la ley moral? ¿Nos conduce a una religión natural o

una religión revelada? En adelante, pues, se intentará responder estas preguntas, a la vez

que se indicarán los rasgos esenciales de cada una de las religiones.

La religión revelada es histórica, es estatutaria. Para llegar a los hombres se presenta por

medio de una Escritura, a la vez que requiere de gente erudita, para poder perdurar en la

praxis humana. Si nos atenemos al análisis de Colomer, hay que decir que las religiones

históricas se caracterizan por hacerles creer a sus seguidores que la buena conducta se

alcanza solamente cumpliendo la moralidad como un servicio a Dios86. La historicidad de

tales religiones está acompañada de estamentos (Religión estatutaria) que mandan obrar

bien pero porque Dios así lo exige. Kant sostiene que “La Religión en la que yo he de saber

de antemano que algo es un mandamiento divino para reconocerlo como deber mío es la

Religión revelada (o necesitada de una revelación); por el contrario, aquella en la que he

de saber primero que algo es deber, antes de que pueda conocerlo como mandamiento

divino, es la Religión natural”87.

Y es que aquí está en juego la autonomía de la ley moral. Si tenemos como punto de

partida un faktum de la razón pura no podemos arribar a un tipo de religión en la cual no se

cumple con el deber por sí mismo, sino porque antes constituye un mandamiento divino. Es

decir, el cumplimiento del deber kantiano nos conduce a una religión natural y no a una

85
CRPr, p. 181.
86
Cfr. E. Colomer, op. cit., p. 272.
87
RLMR, p. 150.
55

religión revelada. La praxis moral en Kant nos conduce, pues, a un tipo de religión

circunscrita a los límites de la mera razón. De ahí que Kant señale, entre otras cosas, que

los milagros no son algo que atañe a la religión racional pura. La auténtica praxis religiosa

radica en el cumplimiento del deber por el deber. Y sólo en base a este cumplimiento puede

encontrar el hombre el favor de Dios. Así establece nuestro filósofo este principio: “todo lo

que, aparte de la buena conducta de vida, se figura el hombre poder hacer para hacerse

agradable a Dios es mera ilusión religiosa y falso servicio de Dios”88.

La verdadera religión, es decir, la religión natural “es (considerada subjetivamente) el

conocimiento de todos nuestros deberes como mandamientos divinos”89. Por eso es que el

filósofo de Königsberg afirma que:

Sólo hay una (verdadera) Religión; pero puede haber múltiples modos de creencia. Se puede
añadir que en las iglesias diversas, que se separan unas de otras por la diversidad de sus modos
de creencia, puede encontrarse sin embargo una y la misma verdadera Religión. Es, pues, más
conveniente (como también efectivamente más usual) decir: este hombre es de esta o aquella
creencia (judía, mahometana, cristiana, católica, luterana), que decir: es de esta o aquella
Religión90.

La religión natural, pues, está anclada en la misma razón; se trata de una religión

universal. En ella tiene cabida toda la humanidad en tanto que todos los seres humanos

disponen de la ley moral en su interior. Valga decir, a modo de comentario, que Kant, como

buen ilustrado, creía en una transición histórica de las religiones reveladas hacia la religión

natural o moral. Dicha transición sólo puede ocurrir en una época de ilustración, que es la

época de Kant.

88
RLMR, p. 166.
89
RLMR, p. 150.
90
RLMR, p. 109.
56

No podemos concluir este apartado sin decir algo sobre la importancia que adquiere la

religión cristiana en el pensamiento de I. Kant. Nuestro autor le concede un lugar

privilegiado al afirmar que la religión cristiana es la única que coincide con la religión

natural. El argumento kantiano al respecto consiste en afirmar que aquélla es la única

religión histórica que aparece ya en palabras del primer Maestro no como una religión

estatutaria, sino moral. A la luz de este privilegio de que goza el Cristianismo Kant hace su

propia lectura, entre otras cosas, del pecado original, la encarnación y la redención. Aquí

no nos detendremos en esos elementos. Baste con decir que Kant entiende el pecado

original en términos de mal radical; éste consiste en el hecho de reconocer interiormente la

ley moral y, sin embargo, en la praxis, subordinarla al motivo de la felicidad o del amor a

sí mismo. Este mal radical o mal moral no debe pensarse como anclado en una disposición

natural de tipo biológico-psicológico. Tampoco debe pensarse como una maldad moral

absoluta. Kant señala que lo primero convertiría al ser humano en un animal, mientras que

lo segundo, en un demonio. La inclinación al mal es una característica propia de todo el

género humano, algo que tiene su raíz en la misma humanidad. Pero el hecho de que

conociendo la ley moral el hombre no la cumple es algo inexplicable para la razón kantiana.

Para que el hombre pueda salir del mal moral en que se encuentra, Kant echa mano del

Hijo de Dios como «ideal de la humanidad agradable a Dios». Este ideal es de gran utilidad

para que el sujeto reoriente su camino hacia el bien moral. Y es que el ser humano necesita

de dicho ideal para reponerse y elevarse al ideal de la santidad. Nuestro filósofo nos habla

de una «fe práctica en este Hijo de Dios». Y es en esta fe donde se revela la ayuda de Dios;

pero se trata de una ayuda que no anula la autonomía del sujeto. Esta cuestión del socorro

divino para salir del mal moral, Ureña lo resume de la siguiente manera:
57

El hombre ha de poder convertirse a la moralidad. Como está corrompido en su disposición


moral, no puede hacerlo por sus propias fuerzas. Por tanto, sólo podrá convertirse al bien moral
con la ayuda de Dios. Pero, por otro lado, esa conversión ha de ser también producto de su
libertad, ya que de lo contrario no sería imputable y no sería conversión moral. Por lo tanto el
hombre ha de hacerse digno, con su comportamiento libre, de la ayuda de Dios. Y sólo podrá
hacerse digno mediante el intento de llevar una vida moralmente buena (Religión moral o de la
razón) y no mediante rezos o profesiones de fe (Religiones históricas o de la conquista del
favor divino). Ciertamente, Kant vuelve a confesar honradamente, es incomprensible e
insondable para nuestra razón en qué consiste esa «ayuda de Dios», por más que no tengamos
más remedio que suponerla si no queremos renunciar a esa misma razón; pero en realidad
tampoco necesitamos saber en qué consiste exactamente esa ayuda divina; nos basta con saber
qué es lo que tenemos que hacer nosotros para hacernos dignos de ella: y eso nos lo dicta la
razón moral innata al ser humano en cuanto tal (autonomía de la Moral respecto de la
Religión)91.

2. Teísmo moral kantiano.

Ha llegado el momento de concluir nuestro trabajo. Como ya señalábamos al inicio de

este capítulo, se trata de culminar la exposición sobre la moral fundada por I. Kant. En este

sentido, hay que decir, y en esto consiste la tesis central de este apartado, que el filósofo de

Königsberg funda una Religión moral. Es decir, la praxis de la moral kantiana constituye

una práctica religiosa, pero se trata de una vivencia estrictamente racional, de una religión

natural, como se indicó anteriormente. Se trata de una fe racional pura práctica que tiene

su fundamento en la ley moral. Esta ley ordena, de modo objetivo, que se realice el supremo

bien, enlace entre virtud y felicidad. Pero para poder llevar a cabo el supremo bien, que es

el objeto de la ley moral, es necesario que mi conciencia crea, subjetivamente, en la

existencia de los postulados que hacen posible el desarrollo de la moralidad (inmortalidad

del alma, libertad de la voluntad y Dios). E. Colomer señala esto del modo siguiente: “El

mandato de fomentar el bien supremo y la posibilidad del mismo en general son necesarios

objetivamente en sentido práctico. Pero el modo como nosotros hemos de representarnos

esta posibilidad es sólo una condición subjetiva de nuestra razón. El supremo bien no es

91
Enrique M. Ureña, op. cit., p. 89.
58

«pensable» ni «concebible» para la razón, sino bajo el supuesto de Dios y del futuro

mundo inteligible. La necesidad moral de los postulados es, pues, subjetiva, no objetiva.

Fomentar el bien supremo es una ley objetiva del deber. Creer en los presupuestos teóricos

de la posibilidad del bien supremo es una necesidad subjetiva de la razón”92. Ahora bien,

este querer subjetivamente no debe interpretarse voluntarísticamente, no “como un querer

que crea su objeto, sino más bien como un querer admitir la existencia de determinados

objetos. El asentimiento a los postulados constituye así una fe racional pura práctica. Una

fe originada en la disposición moral de ánimo, pero fundada legítimamente en la necesidad

objetiva de la ley moral y en la necesidad subjetiva de la razón93. Kant afirma que “una vez

reconocido que la ley moral pura obliga a cada cual irremisiblemente como mandato (no

como regla de prudencia), puede decir bien el hombre honrado: yo quiero que exista un

Dios, quiero que mi existencia en este mundo sea también, fuera del enlace natural, una

existencia en un mundo racional puro; quiero, finalmente, que mi duración sea infinita,

persisto en ello y no me dejo arrebatar en esa fe […]”94.

De ahí que en la dinámica misma de la praxis moral los hombres pueden hacer real el

reino de Dios en la tierra. Un reino en el que todos los hombres se traten como fines en sí

mismos. Un reino en el que todos son al mismo tiempo autolegisladores y en el que hasta el

mismo Dios respeta la autonomía de los hombres.

En su esmero por hacer real el supremo bien el sujeto cumple con el deber moral (es un

hombre virtuoso) y solo en base a ese cumplimiento puede convertirse en una persona

digna de felicidad; puesto que como ya se explicó antes, el cumplimiento de la ley moral es

92
E. Colomer, op. cit., p. 240.
93
Ibídem, p. 241.
94
CRPr, p. 199.
59

el fundamento radical del supremo bien, de tal manera que aun cuando el enlace entre

virtud y felicidad constituye el supremo bien, únicamente al llevar una vida virtuosa puedo

hacerme digno de felicidad. De ahí que nuestro autor afirme que:

[…] cuando se pregunta por el último fin de Dios en la creación del mundo, no ha de decirse la
felicidad de los seres racionales en él, sino el supremo bien, el cual añade a aquel deseo de los
seres racionales aún una condición, a saber, la de ser dignos de la felicidad, es decir, la
moralidad de esos mismos seres racionales, que contiene la única medida, según la cual ellos
pueden esperar llegar a ser partícipes de la felicidad por la mano de un creador sabio […] Pues
nada honra más a Dios que lo más apreciable en el mundo, el respeto por su mandato, la
observancia del santo deber que nos impone su ley, cuando viene a añadirse su magnífica
disposición de coronar tan hermoso orden con la adecuada felicidad95.

En esto, pues, radica el honor de Dios: que el hombre se haga digno de felicidad con el

cumplimiento del deber moral. Como dice Colomer, el Dios de Kant es un Dios moral, un

Dios que está sometido a su sistema moral. Nuestro autor señala que en tanto que el ser

humano es un fin en sí mismo no puede ser utilizado (sólo) como medio ni por el mismo Ser

Supremo.

Que el Dios kantiano es un Dios a la medida de su moral queda bien señalado cuando

afirma que “hay, sin embargo, tres [propiedades] que, exclusivamente y sin adición alguna

de grandeza, son atribuidas a Dios, y las tres son morales: Él es el único santo, único

bienaventurado y único sabio, porque estos conceptos llevan ya consigo la ilimitación.

Según el orden de los mismos es Él también el santo legislador (y el creador), el bondadoso

gobernante (y conservador) y el justo juez, tres cualidades que encierran en sí, todo lo que

hace de Dios el objeto de la religión […]”96.

Hemos concluido, pues, lo que nos ha llegado como teísmo moral kantiano. La religión

moral se circunscribe a los estrechos límites de la razón. Es la razón pura práctica, por la

95
CRPr, pp. 182-183
96
CRPr, p. 183.
60

vía del faktum moral, la que hace posible inteligir a Dios como ser real. Ciertamente, Dios

no pude ser un objeto de conocimiento, pero la praxis moral nos concede una fe, una fe

moral que postula la existencia de Dios como condición de posibilidad para alcanzar el

bien supremo. Nótese que se habla de Dios como condición de posibilidad, no como

fundamento; puesto que el fundamento del bien supremo se sitúa en la mera razón pura

práctica.
61

CONCLUSIONES

Iniciamos esta investigación con la introducción a la teoría kantiana del conocimiento.

Analizando la «Estética trascendental», veíamos cómo Kant establece el espacio y el

tiempo como formas puras o intuiciones puras de la sensibilidad. El papel fundamental de

esta facultad consiste en recibir las intuiciones empíricas. En seguida veíamos que los

objetos de conocimiento se constituyen a partir de los datos empíricos recibidos y de las

estructuras a priori del sujeto, es decir, en tanto que los datos empíricos, ordenados

temporal y espacialmente, son sometidos a las categorías puras del entendimiento. Dicha

tarea corre por cuenta del «yo trascendental», que dice Kant. En esto constituye, pues, la

facultad humana de conocer. A partir de esto, constatábamos algo que caía por su propio

peso: en tanto que Dios trasciende los límites kantianos del conocimiento la razón debe

desistir de su pretensión por querer conocerlo. Dios no puede ser ni es objeto de

conocimiento. En este sentido, señalábamos la radicalidad kantiana respecto del giro

antropológico cartesiano. Descartes aún recurre a Dios para establecer el puente entre el

orden de lo real y el orden del conocimiento. Mientras que Kant no sólo declara la

incognoscibilidad de Dios, sino que funda un sujeto epistemológico plenamente autónomo:

la realidad es la realidad del sujeto trascendental.

Pero resulta que la razón siempre quiere romper los límites del conocimiento humano, la

razón quiere trascender las fronteras de nuestro mundo de la experiencia para arribar a lo

absolutamente incondicionado. Según Kant, cuando la razón insiste en esto, entonces ha

incursionado en la metafísica. Aquí Kant pone en evidencia su herencia wolfiana, puesto


62

que afirma que los tres grandes problemas de la metafísica tradicional se reducen a tres: la

idea de Alma, la idea de Mundo y la idea de Dios. El apartado donde Kant se detiene a

analizar el procedimiento en que incurre la razón para establecer dichas ideas lo denomina

«Dialéctica trascendental». Dialéctica, porque al hacer eso la razón cae en sofismas, puesto

que ha abandonado ya los limites del conocimiento. Trascendental, por que el afán de la

razón por buscar lo absolutamente incondicionado no es un mero capricho, sino que es un

afán anclado en la estructura misma de la razón humana. Pues bien, en esa búsqueda

humana de lo absolutamente incondicionado la razón arriba a tres ideas: el alma y su

inmortalidad, la libertad de la voluntad humana y Dios. En el capitulo titulado «El ideal de

la razón pura» de la Crítica de la razón pura, Kant analiza (y destruye) tres pruebas

clásicas que presumen de demostrar la existencia de Dios. Se trata de la prueba ontológica,

cosmológica y físico-teológica. En general, Kant sostiene que las tres se reducen a una sola:

la prueba ontológica. Esta reza más o menos así: Dios es el ser absolutamente perfecto (el

ens realissimum), por lo tanto, Dios existe, puesto que si careciera de la existencia entonces

no sería el ser absolutamente perfecto. En el fondo, el grave error de este intento de prueba

consiste en que hace un salto indebido desde el plano lógico hasta el plano ontológico. Pero

a pesar de que la razón sea incapaz de demostrar la existencia o inexistencia de Dios, Kant

sostiene que en tanto que idea de la razón pura juega un papel regulador para el

entendimiento humano. Kant afirma, pues, que la idea de Dios es una especie de regla

heurística que guía al conocimiento hacia una unidad sistemática, algo así como una unidad

sistemática de los conocimientos del entendimiento. Dios, pues, es sólo una idea pensable

que tiene un uso regulador para el entendimiento.

Luego nos adentramos en lo que, a mi modo de ver, constituye la respuesta definitiva de

Kant al problema de Dios. Efectivamente, desde la facultad de conocer o desde el uso


63

teórico de la razón, Dios resulta ser incognoscible. Pero resulta que también hay un uso

práctico de la razón (facultad superior de desear). Estamos, en otras palabras, ante la

conciencia moral; ésta es el ámbito propio de la razón práctica. Y los fundamentos de la

moral, según Kant, se encuentran en la estructura misma de la razón humana. La ley moral,

dirá este filósofo, está inscrita en la conciencia de cada sujeto. La ley moral es un faktum de

la razón pura práctica, es un imperativo categórico que se impone por sí mismo a la

conciencia. En este sentido, persona moral es aquella que cumple con la ley moral porque

la ley es buena en sí misma, por sí misma, y no por sus consecuencias. En esto, pues,

consiste la autonomía de la voluntad humana. La moral no está fundada en un contexto

social ni en los deseos de las personas; la moral esta fundada a priori en la conciencia del

sujeto. La ley moral dice así: «Obra de tal modo, que la máxima de tu voluntad pueda valer

siempre, al mismo tiempo, como principio de una legislación universal». Sólo el

cumplimiento del deber por el deber puede llevarnos a creer de un modo racional y

coherente que Dios existe. Por la moral, las meras ideas de la razón teórica revisten

realidad. La razón práctica presupone como real un alma inmortal, una persona libre y un

Dios que nos garantizará la felicidad en tanto que nosotros cumplamos con nuestro deber

moral, es decir, en tanto que nos hagamos dignos de felicidad. Por eso Kant afirma que el

objeto de la ley moral es el supremo bien, es decir, el enlace entre virtud y felicidad. Pero

solamente aceptando la existencia del Ser Supremo la moralidad puede alcanzar su

plenitud, es decir, el hombre que ha vivido virtuosamente (cumpliendo la ley moral) se hace

digno de felicidad y es Dios mismo quien garantiza esa felicidad. Por eso dice Kant que el

fin último de Dios para con los hombres no consiste en que éstos sean felices, sino en que

se hagan dignos de felicidad: cumpliendo el deber moral. En definitiva, se trata de un “Dios

moral”.
64

Por último, Kant hace de la praxis moral una religión. De ahí que la religión verdadera

es aquella que está fundada en la conciencia moral; esto la hace universal, en tanto que la

ley moral está inscrita en todo sujeto con uso de razón. Las religiones reveladas son

históricas y se apoyan en estamentos, son religiones estatutarias. Las religiones históricas se

fundan en creencias, mientras que la religión natural o moral está fundada en el imperativo

categórico. En la religión revelada se cumple con la moral porque Dios lo exige; mientras

que en la religión natural se cumple con el deber moral porque está dado a priori por la

razón.

Finalmente, a partir de la respuesta kantiana al problema de Dios, podemos anotar cuatro

conclusiones fundamentales. En primer lugar, Kant es un auténtico hijo de su época.

Situado en el centro de una época no ilustrada, pero sí de ilustración, como él mismo

señala, apuesta por la consolidación de un ser humano autónomo y libre en el pensar. Kant

exige al ser humano que se libere de la tutela del otro y que asuma, por sí mismo, la tarea

de pensar. De ahí su profundo empeño por ofrecernos una religión universal: la religión

moral; anclada ésta en la estructura racional de todo sujeto humano. Se trata de una religión

fundada en una persona libre y autónoma. En segundo lugar, una de las debilidades de la

moral kantiana reside justamente en su pretensión de universalidad. Es decir, Kant

construye una religión moral donde tendrían cabida todos los seres humanos, pero al mismo

tiempo se trata de una moral en extremo formalista. En ella no hay cabida ni para la

sensibilidad y los sentimientos ni para el contexto socio-histórico donde el ser humano hace

su vida. En pocas palabras, el precio a pagar por una moral universal es justamente la

marginación de la cotidianidad “material” en la que se desarrolla la vida de las personas. En

tercer lugar, el llamado de Kant a asumir la “mayoría de edad” en materia religiosa permite

una mayor criticidad hacia los dogmas y hacia la autoridad de la Iglesia. J. A. Estrada llama
65

a Kant “el gran maestro de la Ilustración que pone punto final a una religión de

autoridades”. En cuarto lugar, el Dios de Kant es un Dios sometido a la razón humana. Se

trata de un Dios que pende de una moral que tiene su fundamento último en una voluntad

autónoma y libre. En este sentido, el conocimiento de Dios como un ser amoroso y

misericordioso (de la tradición judeocristiana) queda excluido de la religión moral kantiana.

La compasión es un lenguaje extraño al Dios kantiano, éste es todo razón, razón

legisladora, razón moral.

A partir de esas cuatro conclusiones, considero que la parte más rescatable de la

respuesta kantiana al problema de Dios quedaría expresada de la siguiente manera: Dios

resulta ser “algo” incognoscible para la razón humana, pero en el núcleo mismo de ella

pervive un viejo afán por acceder a lo Incondicionado, a lo Absoluto, a Dios. Se trata de un

afán intrínseco a nuestra razón finita, es decir, un afán legítimo. Kant cree haber resuelto

esa inquietud humana con el uso práctico de la razón, el problema estriba en que el Dios

que postula es un Dios producto de la razón misma.

Para concluir, me gustaría animar a futuros egresados de la carrera de Filosofía a que

profundicen un poco sobre el pensamiento de I. Kant. De más está señalar la grandeza de su

sistema filosófico. Además, hay que tener en cuenta que el pensamiento de algunos

filósofos actuales asume con seriedad algunos elementos de la filosofía kantiana. Tal es el

caso, por ejemplo, de K. Otto Apel y J. Habermas.


66

BIBLIOGRAFÍA

OBRAS DE KANT:

_ Crítica de la razón práctica. Traducción de Emilio Miñana y Villagrasa y Manuel García


Morente, Espasa-Calpe, Madrid, 1913.

_Crítica de la razón pura. Traducción de Pedro Ribas, Alfaguara, Madrid, 1978.

_Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Edición de Luis Martínez de


Velasco, Espasa-Calpe, Madrid, 1999.

_La Religión dentro de los límites de la mera Razón. Traducción de Felipe Martínez
Marzoa, Alianza Editorial, Madrid, 1969.

OBRAS EN GENERAL:

_Colomer, E., El pensamiento alemán. De Kant a Heidegger. I. La filosofía trascendental:


Kant. Herder, Barcelona, 1986.

_Deleuze, G., Filosofía crítica de Kant. Cátedra, Madrid, 1963.

_Estrada, J. A., Dios en las tradiciones filosóficas. 1. Aporías y problemas de la teología


natural. Trotta, Madrid, 1994; Dios en las tradiciones filosóficas. 2. De la muerte de Dios a
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_Gadamer, H.-H., El giro hermenéutico. Cátedra, Madrid, 2001

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_Menéndez U., E., La crítica kantiana de la sociedad y de la religión. Tecnos, Madrid1979.

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