Garcia Hoz - Madurez y Educación Sexual
Garcia Hoz - Madurez y Educación Sexual
Garcia Hoz - Madurez y Educación Sexual
SUMARIO
3. Ética sexual
Con fecha 29 de diciembre de 1975 la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó un
documento relativo a la sexualidad que despertó una serie de reacciones a favor y en contra, hecho
que pone de manifiesto la oportunidad del documento. La primera enseñanza que en él se ofrece está
contenida en el mismo título, ya que fue publicado como una Declaración acerca de ciertas
cuestiones de ética sexual . Es muy significativo hablar de ética para referirse a un fenómeno tan
complejo, aunque de origen biológico, como es la sexualidad del hombre.
Hablar de ética sexual significa tanto como afirmar de una manera clara, aunque implícita, que la
sexualidad es algo estrechamente vinculado con la dignidad del hombre. Es un fenómeno primaria-
mente biológico, pero inserto también en el plano ético, porque cualquier situación, tendencia o acto
del hombre, por analogable que sea a cualquier situación, tendencia o acto animal, no se comprende
sino en el marco de lo humano, situado en un nivel superior al de la pura naturaleza. En el primer
punto del documento se dice explícitamente: «A la verdad, en el sexo radican las notas características
que constituyen a las personas como hombres y mujeres en el plano biológico, psicológico y
espiritual, teniendo así mucha parte en su evolución individual y en su inserción en la sociedad». La
razón de ello está en que cualquier actividad del hombre puede ser sometida, y de hecho lo es, a
reflexión, con lo cual de ser consecuencia de una reacción primaria pasa a ser fruto de una reacción
secundaria, típica del ser humano.
Pero hay un miedo tremendo a reflexionar sobre la vida sexual, porque es mucho más fácil dejarse
llevar por la espontaneidad de las tendencias, ya que de otro modo el hombre, quiérase o no, se
encuentra comprometido por exigencias de orden superior. Wilhelm Reich, el gran teórico de la
llamada revolución sexual, escribe unas palabras muy expresivas: «Entender el deseo sexual como
orientación al servicio de la procreación es un medio de represión de la sexología conservadora. Es
una concepción finalista, y, por tanto, idealista. Presupone fines que deben ser necesariamente de
origen sobrenatural. Introduce un principio metafísico y por eso mismo pone de manifiesto un prejuicio
religioso o místico». En estas palabras se halla la consecuencia lógica de una reflexión sobre el
deseo sexual. Se tiene que rechazar el sentido inmediato que tiene la procreación, porque de otro
modo ha de aceptarse la existencia de un orden superior al hombre mismo. Mas, ¿se puede
honradamente desvincular el deseo sexual de la procreación?
En el fondo de toda «liberación» sexual actúa un factor oculto, el miedo al compromiso, junto al de-
seo patente de placer.
Estamos asistiendo a una trivialización de las tendencias sexuales presentándolas como impulsos
inocentes, en cuya satisfacción estaría la felicidad del hombre. Se presenta la satisfacción del
impulso sexual como una fuente de placer físico que se alcanza en una especial clase de retozo o
juego por el cual no hay que preocuparse. A esta idea responden movimientos como el de
«Playboy», que pretenden traer un mensaje de liberación. Pero en realidad alimentan la «existencia
de un temor represivo a encontrarse comprometido con mujeres». Y en la triste moda de las
relaciones sexuales prematrimoniales, ¿no hay una enorme, aunque escondida, cantidad de miedo a
comprometerse con una mujer o con un hombre?
El simple deseo de placer diluye la auténtica sexualidad, pretendiendo reducirla a algo accesorio, a
un mero entretenimiento. Pero la fuerza de la realidad se impone. Dejarse llevar por el estímulo se-
xual simplemente por alcanzar el placer de un camino de ansiedad creciente que no se acaba. Con
cada respuesta que se le da el estímulo va perdiendo fuerza, porque el umbral de la sexualidad se
eleva. Para seguir produciendo efecto el estímulo sexual ha de agrandarse, complicarse o cambiar de
forma. Lo que turbaba a los jóvenes hace cincuenta años ahora no despierta interés y no turba a
nadie. Ya no es suficiente la normalidad del sexo, se necesita el paroxismo del sexo, el sexo y la
violencia, el sexo y la droga, las perversiones del sexo. Y para acallar posibles preocupaciones se
echa mano de un psicoanálisis vulgarote: «los conceptos de neurosis, inhibición, complejo sustituyen
a los tradicionales de vicio, pudor, sentimiento de culpa».
La madurez emotiva no se alcanza, porque la madurez sexual, que es uno de sus elementos, no
consiste en la mera capacidad biológica de reproducirse, sino que más bien es un estado de
evolución armónica de funciones en el cual las tendencias sexuales están al servicio del amor
auténtico, fenómeno sentimental y operación de voluntad a la vez.
Enlazar la sexualidad con el amor en tanto que éste es operación de voluntad equivale a volver a
poner de relieve de una manera explícita la relación entre las tendencias sexuales y los valores
éticos. Mas para que los valores éticos no se queden en una vaporosa realidad se han de proyectar
en virtudes. Hay también una virtud que ennoblece la sexualidad del hombre; se llama castidad, y en
tanto que virtud, significa la fuerza que mantiene la limpieza del cuerpo y del alma. Ciertamente no
estamos en tiempos en los que la castidad tenga buena prensa, ni siquiera sea bien entendida; por
eso mismo vale la pena repetir que la castidad es una virtud, una fuerza, para todos los tiempos y
para todas las situaciones. La castidad en el joven es limpieza de cuerpo y de pensamiento para
entregarlos íntegros a la persona amada. En quienes tienen vocación más alta es limpieza de cuerpo
y de pensamiento para entregarlos a Dios. El olvido de que la castidad es la fortaleza del amor, ¿no
será la -causa de que haya quienes ni entienden el celibato sacerdotal ni entienden la permanencia
del amor en el matrimonio?
Es posible que al oír hablar de castidad alguien tuerza el gesto viendo en la simple mención de una
virtud la muestra de cómo las tendencias sexuales han sido reprimidas constantemente por «supersti-
ciones religiosas». Es ésta otra manifestación de )a corta mirada propia de muchos hombres de
nuestro tiempo. El sexo es un hecho biológico, de nuevo hay que decirlo; pero en el marco del amor
humano expresa el deseo de lo absoluto. Es una manifestación de amor mediante la cual el hombre
se prolonga más allá en su propia vida. El profundo deseo humano de paternidad está inserto en la
sexualidad. Y el amor, a poca entidad que tenga, aspira a perpetuarse en el tiempo. Cuando se habla
del amor
sin límite de tiempo, de prolongación de la vida personal, se está haciendo referencia a realidades
que están más allá de la experiencia. Nada tiene de extraño que el hombre haya considerado el sexo
como algo sagrado, algo que le pone frente al misterio, frente al misterio de la vida y frente al misterio
del más allá.
4. Educación sexual. Inteligencia y voluntad
La idea que ha venido operando en los renglones anteriores es la de que la sexualidad es un
elemento de la persona humana y no puede ser considerada fuera del marco de las relaciones que
tiene con cualquier otra manifestación de la existencia del hombre. De aquí se infiere con claridad que
la educación sexual no es un tipo de educación que puede realizarse con independencia de los otros
aspectos educativos.
La educación es un proceso único porque única es cada persona y en cada acto, por nimio que pa-
rezca, se proyecta la personalidad entera del sujeto que obra. Así como la persona es una realidad
compleja con muchas manifestaciones, la educación presenta distintos aspectos: intelectual, social,
moral... La educación sexual es uno de los aspectos o contenidos de la educación en el que influyen
todos los demás. Puede ser definida como proceso de perfeccionamiento del hombre en virtud del
cual llegue a ser capaz de conocer, valorar y ordenar la sexualidad en el marco de la vida y la
dignidad humana.
También de la educación sexual se puede pensar que se manifiesta en dos aspectos: como
iluminación de la inteligencia y como fortalecimiento de la voluntad. De aquí la necesidad de una
enseñanza y también de una actuación de la voluntad.
Empecemos por decir que si toda educación tiene su punto de apoyo en una enseñanza, la
enseñanza no es nunca una educación completa. Necesita ser completada por el esfuerzo personal,
por la lucha. Esto es especialmente cierto en lo relativo a la llamada educación sexual. La ordenación
de la sexualidad no se realiza sin esfuerzo, sin un esfuerzo que a veces tiene que ser heroico. Esto
vale principalmente para la juventud, en la cual la fuerza de las tendencias sexuales y la poca
madurez de la personalidad del joven exigen una lucha más rigurosa. Por otra parte, la juventud es
también la época más adecuada para entender la vida como lucha, para despreciar la comodidad.
Fortalecer en la juventud la conciencia de que una vida humana sólo se realiza a través de la lucha es
poner uno de los fundamentos más firmes para la educación en el aspecto sexual. Los jóvenes
también pueden vivir la alegría de sentirse fuertes.
En cuanto a la enseñanza, conviene distinguir los diferentes sentidos que tiene de acuerdo con las
diferentes necesidades humanas para no caer en el error de pensar que la información resuelve
todos los problemas.
El hombre necesita de una enseñanza para saber utilizar sus capacidades mentales y volitivas. Pero
su capacidad de realizar actos biológicos se va desarrollando espontáneamente dentro del proceso
de su madurez física. Así nadie necesita aprender a respirar, a mirar, a comer, a andar, porque son
actos instintivos que el ser humano va realizando poco a poco a medida que desarrolla su organismo.
El lector asentirá fácilmente a mi afirmación de que para realizar actos sexuales no es necesaria
ninguna enseñanza especial. La enseñanza se necesita precisamente para hacerse cargo de la
trascendencia social, moral, religiosa, de la sexualidad.
Claro está que así como no hay razón para una enseñanza especial, tampoco hay razón ninguna
para que se considere un tabú esta materia y se tome la actitud de no hablar jamás de estas
cuestiones. Aquí, como en tantos otros terrenos, la naturalidad es el mejor de los criterios.
Pero hay que entender bien la naturaleza. La naturalidad es lo que es conforme a naturaleza, de
donde podemos inferir que habrá tantas naturalidades cuantas naturalezas existan. Una cosa es lo
natural, por ejemplo, respecto del perro y otra cosa es lo natural respecto del hombre. Porque la natu-
raleza perruna no es la naturaleza humana. Esto vale tanto como decir que si la sexualidad es un
elemento de la naturaleza humana, no hay por qué considerarla como un tabú; y, simultáneamente, si
el pudor es algo propio de la naturaleza humana, no hay por qué destruirlo.
Digamos también que es propio de la naturaleza humana aspirar a la verdad; el niño, por pequeño
que sea, tiene derecho a ella, con lo cual está dicho que los cuentos de los nenes viniendo de París o
traídos por la cigüeña deben ser desterrados absolutamente, porque los niños y quienes no lo son
tienen derecho a la verdad. Sin entrar en normas concretas, cosa que de algún modo se hará en el
capítulo siguiente, se puede establecer como criterio que todas cuantas preguntas hagan los niños
pueden y deben ser contestadas de tal manera que las respuestas sean suficientes, pero, según diría
un castizo de nuestros días, sin pasarse; no es menester entrar en detalles que a los niños no les
interesan.
Dije que no es menester un programa de enseñanza especial para la educación en el aspecto se-
xual. Efectivamente, la enseñanza de las Ciencias Naturales, las enseñanzas históricas, la
enseñanza moral y religiosa incluyen temas relacionados necesariamente con el uso y el abuso de la
sexualidad. Claro está que llega un momento en la vida del ser humano en el cual éste deja de ser
niño y en el que necesita una ayuda especial para orientarse en el mundo de nuevas tendencias que,
unidas al rápido desarrollo biológico, pueden llevarle a confusión. En esa época, los padres, los
padres precisamente, han de hablar con los hijos sobre el sentido de :a sexualidad enmarcado en el
amor, sobre el sentido humano y sobrenatural del amor entre un hombre y una mujer, sobre el sentido
de la castidad como entrega a Dios. En este marco se podrán entender la delicadeza exigida por toda
relación amorosa y la liberación de los escrúpulos que nacen de considerar cualquier movimiento de
la sexualidad como pecado. Interesa formar en los jóvenes una conciencia delicada, pero no
escrupulosa. Situadas en el plano del amor, natural y sobrenatural, las conversaciones entre padres e
hijos sobre los aspectos sexuales de la vida son más fáciles y los jóvenes las reciben con
agradecimiento.
Enmarcada en el amor y en la educación total del hombre, la educación de la sexualidad adquiere
un carácter ético; es verdaderamente educación porque, vale la pena repetirlo, la llamada educación
sexual o es educación ética o no es tal educación.
Es posible que las haya, pero yo no conozco investigaciones que merezcan crédito científico sobre
los resultados de tales programas. Tengo incluso razones, apoyadas en investigaciones sobre hechos
semejantes, que vienen a confirmar, desde la experiencia, el efecto negativo de una información insis-
tente. Me refiero a algunas investigaciones que se han hecho en el campo de las drogas, tan ligado a
veces al de la sexualidad. Vale la pena traer a cuento los trabajos realizados en América por R. H.
Blum y los de R. S. Wierner en Inglaterra, en los que se pone de manifiesto que los programas
escolares de información detallada, en la que también influye la demasiada publicidad, constituyen un
incentivo que desata la curiosidad y la tendencia a realizar los actos que deben prevenir. Más eficaz
que la pura información resulta la educación entendida como desarollo de valores humanos,
religiosos, morales, en los que se haga referencia a los problemas concretos de la juventud: ¿Será
aventurado suponer que otro tanto ocurre con los llamados programas de educación sexual?
Sospecho que será muy difícil mostrar evidencia científica contra la tesis de que la insistencia
inoportuna y exclusiva en la información convierte de hecho la llamada educación sexual en incitación
sexual.
Ciertamente, la enseñanza es un elemento necesario en la educación sexual. La misma virtud mara-
villosa de la castidad se entendería mal si se pensara que consiste únicamente en omitir toda palabra
referida a la vida sexual y en desconocer todo cuanto se refiere a la relación entre hombre y mujer.
Difícilmente se puede aspirar a que los jóvenes tengan ideas rectas y hábitos adecuados cuando un
velo de silencio se ha echado sobre todo lo sexual convirtiéndolo en tabú. Hemos de hacernos cargo,
por el contrario, de que el sexo tiene un lugar en la vida natural y en la vida cristiana del hombre. De
nuevo cobran su profundo significado las palabras de Clemente de Alejandría: «No debemos
avergonzarnos nosotros de nombrar aquello que Dios no se avergonzó a crear».
Las anteriores afirmaciones no deben llevarnos a una extrema actitud de naturalismo desechando
como anticuada la recomendación de San Pablo: «Que no sea necesario ni nombrar entre vosotros la
lujuria, la impureza o el desorden de cualquier clase; y tampoco las groserías, ni las bromas o
chabacanerías inconvenientes». Precisamente para evitar ideas desviadas, actitudes incorrectas y
caídas deprimentes es menester plantearse con claridad el problema de la educación sexual. Porque
también en este terreno niños y jóvenes tienen derecho a la verdad y a la orientación y ayuda de los
mayores.
Espero que las anteriores reflexiones sirvan para adquirir o fortalecer en los padres una conciencia
clara de la necesidad de proporcionar a los hijos una educación en la que no se eluda el tema sexual,
sin caer en el extremismo de considerarlo el quicio de toda educación. Ya se dijo antes que en épocas
cercanas a la nuestra todo lo que hacía referencia a la sexualidad estaba envuelto por un aire de
secreto que contribuía a crear un clima malsano en la educación de los hijos. La causa de este
fenómeno hay que atribuirla a una idea equivocada del lugar que la sexualidad ocupa en el hombre.
7. Situación y ambiente
Vale la pena repetir una y otra vez que la educación sexual como cualquier otro tipo de educación
particular, ha de ser considerada en el contexto completo de la educación. Cuando otros problemas
educativos, tales como la sinceridad y la mentira, el orden y el desorden, los hábitos de trabajo y la
holgazanería, la generosidad y el egoísmo, están descuidados, el de la educación sexual se convierte
como ellos en un problema difícil de resolver. Pero si en la familia y en la escuela hay un ambiente de
sinceridad, de confianza, de alegría, entonces el problema de la educación sexual, como cualquier
otro aspecto de la evolución del muchacho, se resuelve con facilidad.
Tampoco estará de más advertir que, frente al abandono en que se ha tenido este problema, con-
viene no dejarse llevar de un movimiento de balancín y considerar que lo único importante de la edu-
cación es la educación sexual. En ésta, como en otras cuestiones educativas, es menester un criterio
claro para no infravalorar, mas tampoco desorbitar, el problema de la educación sexual.
Si se quisiera caracterizar el ambiente en que la educación sexual debe desarrollarse, podría
decirse que ha de ser un ambiente de verdad, de decorosa naturalidad, de adecuación a la capacidad
de niños y adolescentes y en conexión con la marcha total de la educación.
Ambiente de verdad quiere decir que de ningún modo puede tolerarse afirmaciones, aun cuando es-
tén difundidas, como la de la cigüeña o la venida de París.
La decorosa naturalidad pide que ni se rehuyan ni mucho menos se prohíban, las preguntas (le los
niños, ni se haga ambiente de misterio en torno de estas cuestiones. No se ha de olvidar que los
niños preguntan por una realidad encuadrada en el plan divino de la Creación. Despreciar o prohibir
estas preguntas es empujar a los niños a que busquen la información que desean en medios y
ocasiones poco apropiados. Por otra parte, la naturalidad no excluye el respeto al pudor, que incluso
debe justificarse
ante el niño y ante el muchacho. La curiosidad de los niños por el proceso de la vida es tan natural
como su curiosidad por cualquier otro fenómeno de los que le rodean. Los padres han de compren-
derlo y pensar que lo mejor que puede ocurrir es justamente que les hagan a ellos las preguntas, en
lugar de ir a satisfacer su curiosidad ante extraños.
El ambiente de naturalidad, la disposición abierta del padre para responder a las preguntas de los
hijos no sólo cumplen una misión en la educación sexual, sino-que constituyen un vínculo entrañable
que une fuertemente a padres e hijos. Es significativa la anécdota de una excelente directora de un
colegio que cuando se dio cuenta de que una niña necesitaba determinadas aclaraciones llamó a la
madre que se resistía a dárselas y le preguntó que si quería que ella, la directora, suplantara su
papel, el de la madre, en la vida y en la confianza de su hija; la madre se decidió y el resultado
compensó con creces el esfuerzo que tuvo que hacer para ello.
También la educación sexual, como cualquier tipo de enseñanza y formación, para que sea eficaz,
ha de estar adaptada a la capacidad de los niños. Como sería desproporcionada la pretensión de
enseñar Álgebra o Filosofía a un niño de seis u ocho años, porque a esta edad lo único que puede
hacerse es enseñarle algunas ideas básicas, así sería inútil, incluso nocivo, pretender dar una
instrucción completa en el terreno de lo sexual apenas un niño hace una pregunta. No se trata de una
mera información repentina y completa, sino una enseñanza y una formación que irían
desenvolviéndose gradualmente de acuerdo con los problemas que al niño y al adolescente se le van
presentando.
Por último, se ha de tener presente que, aun cuando se dedique un tiempo, algún rato, a la
enseñanza y formación en el terreno de la sexualidad, otra enseñanza y ocasiones contribuyen de
hecho al desarrollo normal del escolar; así, las clases de Religión, las de Historia, las de Biología, sin
que con esto quiera decirse que los ejemplos de fecundación de plantas sean lo más adecuado para
una instrucción sexual correcta.
Ya se ha dicho repetidamente que la información sobre los fenómenos sexuales de la vida debe
irse dando paulatinamente a lo largo de la niñez y de la adolescencia.
La enseñanza se hará en particular a través de conversaciones adecuadas.
Por supuesto que la información necesariamente tiene que referirse a fenómenos biológicos; pero
la instrucción será verdaderamente educativa cuando la conversación sobre estos temas se
enmarque en una visión amplia, ética y religiosa, que abarque la vida entera del hombre. Y vaya por
delante que tales amplias enseñanzas deben empezar antes de la edad propiamente escolar. El niño
de cuatro o cinco años observa, escucha y pregunta, ofreciendo una magnífica ocasión para que la
madre hable de cómo ella cuida a los hijos mientras el padre trabaja para ellos y cómo Dios ha
dispuesto estas cosas tan bien y con tanto cariño.
10. Las preguntas de los niños. Verdad y educación
Los padres se sienten a veces desconcertados, y aun turbados, por las preguntas que les hacen
sus hijos. Vale la pena, con el fin de tomar la actitud adecuada, considerar que las preguntas que los
niños, refiriéndose a fenómenos de orden sexual, «cómo es que aparecen en casa», etc., en realidad
ellos las hacen sin ninguna carga sexual. Preguntan por estas cosas con la misma naturalidad con
que preguntan, por qué vuelan los aviones o por qué el cartero tiene uniforme gris; dejan de hacer
esas preguntas cuando perciben en sus padres una actitud recelosa, esquiva o de enfado.
En el campo de la educación sexual las preguntas cumplen el mismo cometido que en cualquier
otro
terreno de la educación. Es el medio de que los niños se valen para incorporar a su vida las expe-
riencias de los mayores. Y así como no tiene sentido dejar de contestar a las preguntas «corrientes»
que hacen los niños, tampoco tiene sentido dejar de contestar las que se refiere a los problemas de
la transmisión de la vida.
En cuanto a las limitaciones de la pura instrucción vale la pena tener en cuenta lo que se dijo en
páginas anteriores bajo el epígrafe «Información obsesiva y educación sexual».
De nuevo se ha de recordar que en las contestaciones que se den a los niños de ningún modo se
debe hacer uso de mentiras tontas que, si pueden satisfacer momentáneamente la curiosidad de los
niños, son la mejor base para que éstos lleguen a encontrarse después en situaciones desairadas.
Otros niños mayores se van a reír de ellos porque no saben nada de estas cosas y, lo que es más
triste, van a descubrir que sus padres les engañaron, con lo cual se provoca una reacción de
apartamiento.
Por otra parte, la capacidad de los niños es limitada, por lo que ni necesitan ni comprenden al prin-
cipio explicaciones detalladas que tendrán su hora propicia cuando el hijo va a entrar en la adoles-
cencia.
Decir que los niños los manda Dios y que al principio están en una especie de cunita que las
madres tienen en su cuerpo es una radical verdad que satisfará la curiosidad de los niños de cuatro
a seis años y que constituirá un punto de arranque para conversaciones en las que se vaya dando
cuenta del cariño de sus padres.
Más adelante, entre los seis y los diez años, se puede hablar de la participación del padre como po-
seedor de una fuerza que es como el camino que Dios utiliza para la formación de los hombres. La
idea del matrimonio puede ser fácilmente explicada a los niños, desarrollando en ellos también el
conocimiento de que sólo dentro del matrimonio se pueden unir hombre y mujer para tener hijos.
Cuando un hombre se va con otra mujer rompe el matrimonio y ofende a la mujer, a los hijos y a
Dios.
A partir de los diez años conviene cuidar especialmente la relación de los hijos con el fin de dar en
el momento oportuno la información necesaria sobre la significación de los posibles cambios
biológicos y la atracción de las personas del otro sexo.
De doce años en adelante, lo que hasta entonces ha sido pura información debe transformarse en
una orientación para el combate de la pureza, presentándola principalmente con carácter positivo,
como resultado del verdadero amor, de la fortaleza y de la dignidad humana.
«Desde la primera instrucción sexual -dice Tilmmann- el niño tiene que captar cuán bella y recta-
mente lo creó Dios todo. El muchacho ha de entender con claridad meridiana que todo lo sexual
está, por su misma esencia, ordenado al fin último del matrimonio y de la familia, que todas las
fuerzas sexuales deben estar subordinadas al amor. El joven tiene que comprender la grandeza del
don que ha sido depositado en las potencias sexuales, en las propias como en las del prójimo; que
solamente él se desarrollará recta y plenamente en la castidad y que ésta da la verdadera
satisfacción y pacificación de lo más íntimo de su ser. Solamente así será íntegro el hombre,
solamente así será colmada en verdad su vida, ya de soltero, ya de esposo o esposa, de madre o
padre. Solamente así podrá también madurar».
En síntesis toda educación en el aspecto sexual tiene que apoyarse en la formación de una
conciencia clara en la que se vea, con la mayor nitidez posible, la parte de Dios en nuestra vida.
Una idea básica para la educación en el aspecto sexual es que no puede considerarse normal ni
natural lo que se opone a la ley de Dios. Así como sin Dios no hay explicación posible para el mundo,
sin referencia a la ley de Dios las leyes o normas de la vida no tienen sentido; son insensatas en la
radical significación de la palabra.
Sobre la base de lo que es esta participación de Dios en la vida de cada uno de nosotros, todo lo
que de enseñanza haya en la educación sexual ha de ir encaminado a la formación de una
conciencia delicada, capaz de entender la sexualidad en el marco, amplio y profundo, del amor en el
que se inscribe una esencial ordenación a la procreación. Completando lo que antes se dijo de que
en el hombre nada hay exclusivamente biológico o natural, ahora podemos decir que en el hombre
tampoco hay nada puramente espiritual. El amor, esa tendencia a la unidad con otras personas, tiene
una realización particular en el plano sexual dando entrada a la corporeidad en la realización del
amor.
En este marco se podrá entender la delicadeza exigida por toda relación amorosa y la liberación de
los escrúpulos que nacen de considerar cualquier movimiento de la sexualidad como pecado.
Interesa formar en los jóvenes una conciencia delicada, pero no escrupulosa. Encuadradas en el
plano del amor, natural y sobrenatural, las conversaciones entre padres e hijos sobre los aspectos
sexuales de la vida son más fáciles incluso, y recibidas con agradecimiento por los jóvenes.
11. Lucha ascética personal
Pero si toda educación tiene su punto de apoyo en una enseñanza, la enseñanza no es nunca una
educación completa. Ha de ser complementada por el esfuerzo personal, por la lucha. Esto es
especialmente cierto en lo relativo a la educación sexual. El uso cristiano de la sexualidad no se
realiza sin esfuerzo, sin un esfuerzo que a veces tiene que ser heroico. Esto vale principalmente para
la juventud, en la cual la fuerza de las tendencias sexuales y la poca madurez de la personalidad del
joven exigen una lucha más rigurosa. Por otra parte,, la juventud es tambiénn la época más
adecuada para entender la vida como lucha, para despreciar la comodidad. Fortalecer en la juventud
la conciencia de que una vida humana sólo se realiza a través de la lucha, es poner uno de los
fundamentos más firmes para la educación en el aspecto sexual.
12. El pudor
Incluida en la educación sexual, comoo una parte no despreciable de ella, se ha de considerar la
educación del pudor, que viene a ser el contrapeso de una actitud puramente naturalista frente al
hecho de la sexualidad.
Propiamente la castidad no es problema hasta la aparición del impulso sexual, cosa que no ocurre
hasta la pubertad. Pero ya desde las primeras conversaciones, acerca del fenómeno sexual, el niño
puede ir desarrollando el sentimiento del pudor.
Frente al exhibicionismo sexual, que tan intencionadamente se propaga y con tanta insistencia lo
practica y lo acepta la gente, es menester recordar que son tan necesario hoy como siempre el pudor
y la modestia. Giambattista Torelló sintetiza con acierto las ideas de Max Scheler sobre el pudor en
las siguientes palabras: «Max Scheler, en su excelente opúsculo sobre el pudor, enseñaba que la
unidad de la existencia humana, que el amor fundamental, está protegida por nuestra misma
naturaleza. Este sentimiento vital, tan fácilmente ridiculizado, se distingue radicalmente del miedo, de
la vergüenza, de la ignorancia y de la coquetería que lo caricaturiza, El pudor es el área de seguridad
del individuo -el indivisibley de sus valores específicos, delimita el ámbito del amor, al no permitir que
se desencadene la sexualidad cuando la unidad interna del amor no haya nacido aún. El pudor no
sólo da forma humana a la sexualidad, sino que favorece además su armónico desarrollo. Las
caricias de los amantes, la exquisita sensibilidad de los verdaderos señores nada tienen que ver con
la brutalidad y la grosería de los primitivos e ignorantes. La finura del verdadero pudor mana de altos
pensamientos y fuertes pasiones; no de mentes cerradas, embotadas por prejuicios contra todo lo
que sea carnal».