La Copia de Yeso
La Copia de Yeso
La Copia de Yeso
LA COPIA DE Y E S 0
1.
2.
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ta para encaramarme en aquella calesa a la d’aumnnf que conducia un
joven postillon. Se hacian acompafiar por una chaperona que resultaba
mas alocada que ellas. Es de este modo que me llevaron a conocer la
ciudad. Aqui se estilan 10s recorridos ociosos, sobre todo 10smatinales.
A1 parecer, el estallido repentino de la primavcra no solo deshiela 10s
techos, s i n 0 el coraz6n de 10s parisinos. Hay exuberantes puestos de
flores en cada esquina, y han retirado definitivamente unos grandes
braseros que, por la crudeza del invierno, se vieron obligados a encen-
der en las calles. Por alli se ven esos artefactos, arrinconados ya sin
objeto. (Luego continuo).
Vida mia, estoy poseido de tanta ansiedad que yo mismo me des-
conozco, y no si. como superar estos impulsos; contribuye a ello el
continuo asedio d e 10s muchos compatriotas nuestros que aqui viven.
Ellos toujours estan sedientos de programas, inventando actividades,
esperanzados en relacionarse con gente de aqui. No siempre lo consi-
guen, y entonces recurren al recien llegado para cumplir con ellos sus
frustrados planes. Lo que tambien me hace cavilar es lo que sucede con
mi origen, puesto que llevando un apellido franc&, soy tan forastero.
Pienso que si mi pobre papacito viviera, estaria escribiendome todos
10s dias, enviAndome a cuanta parte le era familiar. El, que nacio en
Paris, que no hubiera dado por tener la suerte de regresar a 10s lugares
de la infancia. En cambio a mi no me sucede lo mismo. Me acodo en
uno de 10s puentes y observando estas aguas que no sabe uno que di-
reccion toman, las encuentro ajenas. Leticia, es entonces que tengo tanta
necesidad de estrecharte, de regresar a Santiago, ciudad que me parece
una diminuta tajada de esta gran torta. Sus calles trazadas en damero,
no conocen las diagonales, corno estas, que de pronto se angostan en
una esquina, dejando una proa de vivienda.
Tengo nostalgia de nuestro ritmo tranquilo, aquel deambular
monotono de vendedores y vecinos. El tenue resonar de las acequias y
el tintinear de 10s Alamos, que para esta fecha han de estar perdiendo
su verdor. Nadic aqui espia tras las afiosas rejas, como lo hacen las
comadronas, envueltas en sus mantones, ni bajan la cabeza cuando tien-
den la mano. Aqui saludan impertinentes, erguido el rostro,
desprovistos d e remilgos, desterrado el pudor. Ni dice <(mandenla ser-
vidumbre, habituada &a a opinar frente a sus amos.
En el hotel en que me hospedo, en la calle Du Bac, hay una ma-
dama que no duerme de noche ni de dia, siempre en el ejercicio de la
vigilancia, experta en el asedio. Avida en saber si vuelves solo o acom-
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paiiado, si vienes en forma o algo alegre, si desciendes de un coche de
alquiler o de uno con insignias y escudo; en fin, en estas casas altas
con tanta gente viviendo encima y bajo tus pies, sin que ellos Sean de
tu parentela, uno echa de menos nuestras viviendas pesadas, que si
no presentan tanto frente, es porque todo el inter& lo tienen en el fon-
do, donde se dibujan 10s tres patios a 10s que convergen 10s cuartos.
Afioro esa vida como en sombra j 7 en silencio de nuestra ciudad
cordillerana, sus escasos faroles, que mAs que iluminar la noche, la
d enu ncian.
Anoche, sin ir mAs lejos, hub0 en este hotel des grandes Hommes
bastante jaleo. A1 parecer un inquilino que no conoce las severas reglas
de la concierge, madame Benoir, las trasgredi6, echando en el retrete
papel del grueso, porque la madama no dejaba de repetir: (<Ustedha
echado de gros papiev, de sros papiev ail gabineh. Tengo unos vecinos en
el mismo piso, que aparentemente pasan frio, ya que en medio de la
noche se levantan y brincan por el entablado. Tambih alguien cocina
fetideces a1 fondo del pasillo. He estado tentado de acudir hasta su
puerta ~7 ponerla sobre aviso, pero esta mujer me desconcierta, puesto
que en la misma palangana donde hierve esas coliflores hediondas,
enjuaga su ropa, y cuando uno se llena de pensamientos funestos refe-
rentes a su miseria, la ve salir a la calle tan elegante y perfumada que
Cree haberse equivocado de vecina. Con que distinci6n desciende 10s
peldaiios ruinosos de la escala de servicio. Adivina, tal vez, que tengo
en la punta de la lengua un justo reclamo, ya que para dejarme inactivo
y mudo, cuando se larga a la calle, exclama mirandome con picardia:
c<iVVi~ele Chili.'>>.
No deja de conmoverme s u astucia, o mas bien la audacia de esta
ciudadana que aparenta lo que no es ni tiene. Atraido estuve el domin-
go pasado de establecer conversacih con ella, per0 me arrepenti. LSa-
bes, Leticia, la razbn? Es que cuando le dices a alguien que vienes de
Chile, se imaginan tantas extravagancias que no hay paciencia para
escucharlas. Estan convencidos de que en Santiago tiembla a cada ins-
tante, que llueve caliente no s610 sobre nuestras modestas casas, sino
encima del lomo duro de cientos de cocodrilos que deambulan por las
calles. iNo hay valor!
Mafiana debo dar cuenta a1 ministro de lo que me han encomen-
dado, tc3 sabes a que me refiero. <<Hat? tiempo, Francisco Chabry, ha~7
tiempon, me ha dicho mi tio cuando le he querido hablar de lo que me
tiene en Francia. A primera hora me presentare en su gabinete, no sera
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Un fuerte contingente armado nos impedia acercarnos al edificio,
solo tenian acceso a 61 una docena de funcionarios, la mayoria pares de
Francia, vestidos con medias de seda, a la antigua usanza monarquica
como la etiqueta del regimen obliga. Es lamentable ver tanto anciano
vanidoso, temblAndoles las deshechas pantorrillas, toda la casaca bor-
dada, doblados de condecoraciones, mascullando frases que el venta-
rron les arrebata de la boca las revuelve todas, como esas sopas de
j 7
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4.
verguenza de recibir algo por ello. iNo te parece igual cosa a1 adquirir
cintas o pafios? Como se sobrepasa en centimetros la dependienta y la
tijera n o se resuelve nunca a separar el corte del resto de la pieza.
Ya ves como empiezo a quejarme de futilezas. Est0 sucede cuan-
do transcurre el tiempo, estas comparaciones JT quejas no son otra cosa
que afioranm velada, una encubierta manera de querer volver, no atre-
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vi6ndose uno a formular este deseo, aduciendo que ante la estrechez,
todo es mas holgado en el lugar de origen.
Voy a interrumpir aqui el escrito. Debo presentarme de inmedia-
to en casa de cierto conocido. A la vuelta continuo con el anuncio del
inicio. Total, s610 soy yo quien compondra esta carta en dos tiempos, tu
en cambio, la tcndras sin intermedios.
5.
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Como mis tias son recatadas y ensefiadas a la antigua, no encon-
traron nada mejor que bajar las persianas, y asi me halle absolutamen-
te a oscuras, ignorante de la direccion que s e p i a el vehiculo. Solo ati-
ne a mirar por el vidrio o ~ ade
l la cara posterior, y vi empequefiecerse
cada vez mas la figura alamada de la concieqe.
El ruido de 10s cascos Y las ruedas sobre el adoquinado se suma-
ban a las prepntas que a1 unison0 me hacian las dos tias patemas. q a l a
fuese solo eso, habia mas. No contentas con asediarme con interrogatorios,
me tocaban y pellizcaban el rostro, imaginandose tal vez rescatar gestos
y expresiones de su difunto hermano en 10smios. Verdad es que ambos
nos pareciamos mucho, aun cuando mi padre, como sabes, era rubio y
yo, en cambio, tome el color de mi madre (10s Pefiafiel son morenos).
En fin, es largo narrarte este encuentro y sus consecuencias.
Resumiendote, a1 cab0 de uncuarto de hora estabamos en un barrio de
10s suburbios, trepandonos esta vez en un viejo cabriol6 de campo, ti-
rad0 por un mulo. _-
Quiero dejarte con las ganas de conocer el resto de esta insolita
aventura, y para ello suspend0 aqui mi carta ~7 la envio sin demora.
iSabes, amor? Mas que transmitirte historias, necesito recibas
cuanto antes cste papel, sobre el que se ha deslizado mi mano, tarea
que reclama otra acci6n mas directa, m8s silenciosa, mas efectiva, cual
es tenerte contra mi corazon, entre mis brazos. Aqui va esta hoja, que
sigmfica ese deseo. Te amo.
6.
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Habras notado el cariz nervioso que de continuo toma mi discur-
so, el atolondramiento de las irnagenes 9 las frases, siempre el redactar
ha tenido que verselas con mi vehemencia, y es que no respeto 10stiem-
pos ni las pausas, adelantandome en llegar al final, sin transitar despa-
cio el ccentremedio)>.Mas, ahora, criatura adorada, estoy obligado a fre-
nar esta deformacion, y a que el cabriole tirado por el mulo kizo aquel
camino tan relajado como debieran ser estos parrafos.
AI comienzo no entendia nada de nada, instalado en ese vetusto
carro, conducido por un campesino que me ignoro todo el trayecto,
apuntalado por ese par de viejecitas encantadoras, que no cesaban de
parlotear e indagar a cada instante. Lo unico que ambas hermanas tie-
nen de parecido es el atuendo, aquel riguroso luto que descansa un
tanto en las pecheras blancas, plisadas, tan duras de almidon como
petos de la guardia. Llcvan tambien lo que es comun en la provincia:
cofias llenas de pinzas y alfileres. La verdad es que mas parecen mon-
jas que ciudadanas, y eso que ambas estan casadas v llenas de hijos.
Tia Herminia es mas severa, mas corpulenta, m5s alta. Su voz,
por ende, es de contralto; sus ademanes, si bien espontaneos, un tanto
bruscos. Se suma a este desajuste una risa imprevista que desconcierta
no solo porque no se la espera en ese instante, sino porque proviene de
una boca casi sin labios, coronada por un bigotillo que supera a la mera
sombra, Y unos dientes largos y amarillos que dan ccuco>>.
La otra es la antitesis, jra te la imaginas, toda redondez y ruedo,
alambre bajo las faldas ~7 gran frontis sobre la cintura. ( N o me censures,
Leticia, ya se que volveras a decirme que sea menos liviano en mis
apreciaciones, porque ellas siempre transitan antes de llegar a tus ma-
nos por las de tu venerado padre; de e1 jamas ha venido el reproche.
i N o Crees que es cosa tuya y que a tu progenitor le agrada en el fondo
tener un futuro \Tern0 alegre?).
Bien. Tia Adela, obligada en realidad por su volumen,’debio sen-
tarse frente a nosotros dos, sospecho no le haciamos el peso: El mulo a1
parecer lo adivinaba, y a que era la oreja de ese lado la que constante-
mente plegaba contra el cuello.
Como toda explicacih me adelantaron que nos dirigiamos a
Saint’Ange le Vieux, que queda como a una hora de Paris, en pleno
campo. El camino resultaba un tanto arido, el rio se nos habia id0 ale-
jando, y solo enfrentabamos unos campos cansados, llenos de arbustos
castigados duramente por las heladas ~7 la nieve. Alli estaban de pie,
huecas esas varas, aguardando 10sbrotes que recien comenzaban a re-
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emplazarlas. Cuando divisamos el pueblito de Saint’Ange, el sol ~ 7 a
habia caido a ras del horizonte, y grande, insipid0 y descolorido dora-
ba todos esos barriales y aquel ramaje sin futuro.
Saint’Ange es un caserio enteramente de piedra, se ingresa a 151
por un arc0 antiguo, lleno de inscripciones de 10s siglos del medioevo.
Inmediatamente cruzamos un puente, tambien con arcos, bien perfec-
tos, como hechos a cornpas. Lo impresionante es que el pequeiio estero
es tan quedo que la redondez de 10s arcos se junta matematicamente
con 10s reflejados en el agua; tan limpia y diafana es alli la atmosfera
que aire JT liquido casi se confunden.
Los campos estan cuadriculados con la meticulosidad de un tra-
bajo a crochet o palillos. Parecen cosa de bastidor. Verdes rect5ngulos
que solo pierden su color para dejar serpentear un camino de grava. La
iglesia posee un campanario mas bien chato, pero se ennoblece con la
leyenda. Dentro, me explicaron, guarda una antigua campana de la
guerra de 10s cien afios.
La mairie, o sea la alcaldia, est5 retirada de las casas, frente a unos
galpones, muestra una hermosa escalinata de piedra, y casi siempre el
sefior Cadenol, el alcalde, esta posando sobre sus peldafios. Un alto
reloj deposita en el terraplkn de enfrente su sombra, 57 marca con mu-
cha mas precision las horas esa mancha movediza que 10s flojos punte-
ros de la esfera, que por lo general caminan a trastabillones.
Mis parientes tienen una casa muy semejante a las otras, apoya-
da mas que pareada con la del vecino. En algunas vemos que ha sido
necesario apuntalarlas con una estaca, que va desde las ventanas su-
periores hasta la calle. Sin mucho esfuerzo, uno asocia aquello con
narices.
Estas casas poseen jardincillo adelante y atras; el anterior es bas-
tante menguado, siendo el posterior el lugar de reunion de las familias.
Como estan circundados de altos muros, pueden gritar y desenvol-
verse con mas libertad. Para no fatigarte con todo este inventario,
debo agregar lo unico que resta: el cementerio. No lejos de la ciudad,
junto al caminillo, se ven unas cuantas cruces de hierro, y lozas con
sus inscripciones. Es la costumbre colocar sobre estos crucifijos cas-
cos militares, de quienes batiendose encontraron la muerte. Los hay
de todos 10s periodos, tan variados y de corta duracion, que ha teni-
do la Francia en lo que va de este siglo. Los que mas impresionan son
10s napoleonicos, 10s de la restauracion a mi poco me dicen, pero esto
debo guardarlo en secreto, ya que mi familia es ante todo monarqui-
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ca, y 10s que no murieron en el exilio, lo han hecho ultimamente en el
asunto de Argel.
Es adoration la que el esposo de tia Herminia profesaba por Car-
los X. Si supieras como me han narrado el viaje que emprendieron a
Reims para su coronacion. La caida del filtimo Borbon ha sido para
ellos el fin, a Luis Felipe lo encuentran, tanto por el pasado de su pa-
dre, como por sus postulados actuales, una persona vulgar. LTe imagi-
nas lo que pensarian si les dijera la secreta admiracion quc siento por el
emperador? Yo creo, habrian enganchado a la vieja berlina uno de 10s
gansos que deambulan por la cuadra, para enviarme volando de vuel-
ta a mi cuarto de la calle Du Bac.
Ya te hablari. del almuerzo con m i s tias y tio,primas y primos. Es
una situacion muy tensa, ya que cuando ellos callan, yo pregunto so-
bre mis ancestros, y a1 callar yo, ellos indagan sobre Chile. Cuanto les
interesa nuestra vida, las costumbres, apenas se imaginan nuestra rea-
lidad. iSabes, Leticia adorada? Lo que me tiene bien triste y desolado
es la total indiferencia que muestran respecto de mi madre. Les he mos-
trado el dije en que guardo su retrato, per0 he sentido que lo miraban
so10 por compromiso. Demuestran mas inter& por la altura de la cor-
dillera o la duracion de la travesia en la goleta que por la mujer que me
dio la vida. (<Lamujer no cuenta,>,me explico uno de mis primos a
quien he confidenciado estas cosas, y como para subrayar el asunto
agrego: (<TUeres uno de 10s nuestros,,. Lo que no es asi... esa actitud me
obliga a portarme reticente, asi, de alli en adelante no hice otra cosa
que aguardar con ansias que transcurriera esa noche para retomar a
Paris. Sin embargo, no habria de ser tan sencillo dejar a la familia de mi
padre. Se sucederian tres largos dias antes de lograrlo, jornadas en las
que hasta la sombra de la torre del reloj se comport6 perezosa e inefi-
caz, emulando a 10s oxidados punteros de la esfera.
7.
De todas las recepciones que me brindaron, solo una fue con in-
vitados de fuera; las otras en realidad se redujeron a sencillas comidas
en familia. Ellos acostumbran a merendar enla cocina, en verdad es el
lugar mas acogedor de la casa, puesto que coho no tienen comedor ese
recinto hace las veces de ambas cosas. Queda a un costado del primer
piso, bastante hundido respecto a1 nivel de la calle. Una mesa podero-
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sa enfrenta el fogon. Por todas partes alacenas y canastos grandes, reci-
pientes de loza y pequefias repisas JT consolas donde se expone la vaji-
Ila JT utensilios del hogar. Aquel, siempre encendido, acoge sobre las
llamas una rnarmita de hierro que cuelga de una cadena. Todo esto
muy tiznado.
Esta enorme chimenea tiene gradas, y asi las teteras y jarros de
cobre hiemen por el solo hecho de estar arrimadas a las llamas. Mas no
creas que todos 10s alimentos vienen del calor; la mayoria esta cuida-
dosamente guardada en l o s placards o aparadores con puertas
hermosamente decoradas con flores v animales. De alli sacan las
budineras cortan las tartas que reparten sobre 10s platos de barro.
~7
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Esta vez lucian mis dos tias como reinas, elegantes, de gris oscuro,
con sus hermosos lazos tiesos de goma, rodeando unas pecheras con
camafeo grande y antiguo. Mi ti0 Phillipe, el esposo de Adela, no te olvi-
des que Herminia es viuda, con su levita de solapas de terciopelo fucsia,
chaleco bordado y la cadena dando todas las vueltas posibles sobre su
pequeiio vientre. Dicen las malas I e n p a s que tiene dos seiioras, la pro-
pia y la cuiiada, que vive en la casa. Maledicencias del vecindario.
Entre ambas han engendrado casi una docena de primos, hembras
y varones, todos mayores que yo, solo Arlette es menor. Una niiia encan-
tadora, un tanto colorina, llena de pecas y que no me quita sus claros y
tiernos ojos de encima. Se me sienta en todas las reuniones cnfrente, y es
tanta su cortedad de genio, que se limita a buscar mi mirada para encon-
trarla v enrojecer hasta las orejas. iQu6 bella y tiema es Arlette!, j a m a s ha
usado zapatos en toda su vida, calza zuecos, y es quien se encarga del
par de vacas y el buey de la cuadra. A1 parecer ha oido sobre America, le
apasionan las narraciones de viajes y las laminas de territorios exoticos,
que hoy cuelgan por todos lados. Tentada est6 de preguntarme de mi
tierra, per0 no se atreve, asi es que espera, como quien lo hace ante la
rueda de la loterfa. Es cuestion de paciencia, cada cierto tiempo le toca el
numero de su tema. Culpa de su timidez, que en su cas0 es de cuidado.
Pero m6s curiosos que mis parientes me resultan 10s vecinos, el
seiior alcalde y madame Cadenol, su mujer. Estos ultimos se dan infu-
las de figuracion, de continuo hablan con propiedad de la corte, son de
confianza del Rey, pero lo han sido antes del imperio. La cuestion es
que se las arreglan para disimular su pasado, amedrentando sutilmen-
te a 10s lugareiios, de quiehes en el fondo dependen.
Habia a la mesa una fulana vieja, escualida, y otra persona, las
que se sentaron mas a la punta. No tanto me divierte cada cual en su
papel v vestimenta estrafalaria, sino la manera en que debe tolerarse
gente que se conoce tanto cuando estan ante un afuerino como el que
te escribe. Muchas veces alguno de ellos coge la palabra e interviene
con un cuento bien sabido por 10s alli presentes; sin embargo, como
est6 destinado a 10s oidos del recien llegado, 10s demas han de hacerse
10s desentendidos y hasta celebrar la <drillada,,intervencion ajena.
Yo estaba cansado y no hallaba forma de conducir la atencion
hacia otro punto que no fuera mi persona, todo convergia sobre mi
presencia, y este peritaje, digno de un joyero, duro tres largas jornadas.
No todo, mi Leticia, fue miel sobre hojuelas. Hubo discusiones lar-
gas ~7 enconadas. Has de saber que por muV borbonica que sea mi paren-
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tela, es una familia de fuerte raigambre calvinista, 10s que aqui se llaman
hugonotes. Y son muy proclives al culto, 17 severos en un monton de
reglas, asi es que cuando averiguaron que 10s Pefiafiel obligaron a mi
padre a casarse por la Iglesia Catolica con mi madre, comprometihdolo
a bautizarse y a educarme a mi en ese credo, se abrio un aspero debate
en el que me conminaban a acudir a una capillita que se levanta en las
afueras del pueblo, alli permanecer en penitencia, abjurando de la fe
catolica para retomar a la que sin jushficacion abandon6 mi progenitor.
Sabes, Leticia, que cuando me hablaron de esos papas del Rena-
cimiento, segun ellos malos y mundanos, no supe qui. argument0 opo-
ne; solo recorde que el maestro Monvoisin 10sadoraba, ya que nos en-
sefi6 que a esos pontifices un tanto ligeros se debian las obras mas
grandes del arte.
Menos mal que 10s provincianos se recogen temprano y son tan
aficionados a 10s juegos de sobremesa, con fichas y algo de dinero. De no
tener yo la experiencia que poseo en el juego del besigue y las cartas ha-
bria terminado bautimdo de nuevo. Pero de estas discusiones antipati-
cas pasamos otra vez a la tabla de queso, y de alli nos sentamos en unas
cuantas mesas con tapete, donde me luci por mi buena disposicion a 10s
numeros, a 10s trucos, y por que no confesartelo a ti, que seras la compa-
fiera inseparable de mis dias, unpoquitin a la trampa inocente. Que cuesta
calcular las cifras ajenas que completan las tuyas, o mirar de reojo cuan-
do el sefior alcalde se abanica con la baraja. Es preferible perder unos
luises, en todo caso, que la respiracion, porque te prometo que alli el aire
es de cortarlo con el trinche con que tia Herminia troza el pavo, o las
tijeras que Arlette utiliza para formar 10s houquefs de rosas.
Son gente buena, viven desde la alcaldia a1 cementerio, del esta-
blo a la mesa. A mi padre, mas inquieto, le fue posible a1 menos con-
frontar ese mundo a1 otro, a1 amplio, al despoblado, saliendo de aquel
encierro, olor a muchas cosas, pudo respirar a pulmon pleno del Paci-
fico a 10s Andes, y yo desde todas esas corrientes soberanas vine a la
encerrona con la tranca y las tias.
8.
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Todo ha sido reproches y odio por aqui. En primer lugar, no bien
hube regresado de Saint’Ange me aguardaba la concierge, madame
Benoir, manos en jarra.
jDesvergonzado, me ha llamado, fugarse asi no con una, sino un
par de damas! En van0 he tratado de justificarme. A1 parecer, mis tias,
turbadas por su intromision solo sacaron la mano de la berlina y le
alargaron la esquela, evitando ser vistas. Me imagino la escena, un co-
che de alquiler, una manita con mitones y una misiva perfumada, re-
mitida a travks de la gobernanta a un joven de veintidos afios. iLa no-
vela completa! TU te has librado - gracias a la custodia de tu padre-
de leer las novelas que estan de moda. Todas narran esos amores des-
iguales entre mujeres mayores y jovenes que podrian ser sus hijos. Ima-
ginate, de esas madamas yo tenia duplicado.
A1 menos esta censura, si bien es injusta no es irreversible,
madame Benoir sabe bien a que me refiero, no es trig0 limpio la tal
sefiora. En mas de una ocasion, a1 regresar del teatro, o de alguna tertu-
lia, la he encontrado con 10s ojillos bien desviados de su centro, alegre
sin mayor motivo, y tratando de hacerme creer que ordenaba una es-
tanteria que tiene en ese sucucho desde donde nos vigila. No necesito
hurguetear el lomo de esos libracos que alli encierra para saber que
camuflan en el espacio que media hasta el fondo, la menta o el fuerte.
Leticia, mi vida, fue en la legacion en donde hube de recibir la
descarga mas nutrida. Ya sabes como es mi tio Mauricio, lo afectado y
sever0 que achia. A todos estos sefiores, con puestos de representacion,
les impresiona vivamente el crmodo Guizob, aquella especie de fun-
cionario de las pompas funebres, que transita 10s salones y la calle de
negro riguroso, lleno de remilgos y autocritica, y que se ha convertido
en el modelo de 10s hombres publicos de este periodo.
Mi tio, a1 verme -yo ya sabia que se encontraba en su despacho,
lo sefialaba el perfume que habia por todo el recibo, la escala y la salita
de espera -, me llamo simplemente cChabry,>,imaginate Leticia que
un primo hermano de tu madre te nomine asi. Y luego me grit6 de
manera estridente, haciendome ver mi falta de cconsideracion para con
mis mayores,; en fin, creo que durante mi ausencia el ordenanza de la
legacion aguardo junto a la puerta de la calle Du Bac dos dias enteros.
Cuando terminb de monologar en tan alterado estilo, timidamente
me excusk y narre con la voz entrecortada mi salida de Paris. Dificil me
fue contener las lhgrimas, todo el tiempo venia a mi memoria el par de
viejas insistentes, que sin decir agua va, me habia alejado de mi direc-
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cion. Como reliimpagos se presentaban a mi recuerdo imagenes de esas
comidas, verdaderas encerronas asfixiantes de queso y parentela, 10s
gansos con el alcalde, las aves con la viuda, las vacas a centimetros de
la mesa. jLe cozrsiri d’Amprique!, esa fue la frase que me hizo perder el
rumbo,
Para mi sorpresa, en tanto explicaba a Peiiafiel estas desventuras
vi que paulatinamente pasaba de la ira a la sorna. Y a medida de mis
aclaraciones, fue tenthdose de risa, terminando la escena con 10s pa-
peles cambiados: el en culpa y yo bastante molesto.
De todos modos era preferible esta vuelta de manos; sin embar-
go, est0 sucedio solo con mi tio Mauricio, ya que al querer repetir la
pieza ante el general Borgoiio, me encontrk con que su falta de humor
nunca lo haria posible. Es mas, cometi ante este general, tan amigo del
ministro IrarrAzaval, una torpeza que empeoro las cosas. Me habia di-
cho mi madre que a este funcionario le agradaba de sobremanera el
cccharqui,). Asi es que meti en mi valija un paquete considerable de esta
carne, que navego conmigo. Como no habia encontrado aun la ocasion
de obsequiArselo, pense que era llegado el momento, y puse sobre el
escritorio del general tan apetecido causeo.
- iQue es esto? me pregunto.
-Charqui, mi seiior -expliquk-, se lo mucho que a usted le
gusta, asi es que me he tornado la libertad de trakrselo.
-iCharqui? Como te atreves - exclam6-. iEn la Legacion chi-
lena en Paris, un paquete de algo tan indecente!
Leticia, crei que el piso me fallaba, otra vez mi mala estrella: triQue
no sabes que estamos en la capital del mundob repetia sin cesar. Lo
curioso, es que en tanto vociferaba, sus dedos enguantados no dejaban
de palpar el paquete, y no precisamente con disgusto, sin0 como reco-
nociendo el tamaiio.
Atravese nuevamente el vestibulo en direccion a la puerta, muy
desconcertado. Alli estaba el perfume rondando ese espacio, nunca de
alli se evade, menos aun de la esclavina del gaban de mi tio, lugar en
donde es resucitado a diario.
9.
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cion, puesto que a punta de no coincidir con nada ni nadie, estaba en
peligro de perder mi propia identidad, fragil, lo reconozco, per0 que
tiene un destino, un recorrido que realizar, y el autor de esa tarea, ese
soy yo.
Asi es que me encamin6 sin mucha convicci6n hacia la Plaza de
la Concordia. Atravest su arida explanada, descendi por el muelle de
las Tullerias, y una vez en el Pabellon de Flora, entre por el arco, doble
a la izquierda, e iba a comenzar a trepar 10s escalones, cuando una voz
vigorosa me Ham6 por mi nombre. La reconoci de inmediato, era mi tio
Mauricio, quien preocupado por mis desventuras, habiame seguido a
corta distancia, previendo mi estado de animo, miedoso que en mi tur-
bacion cometiera yo alguna locura.
Fue como si me volviera el alma a1 cuerpo. hTopuedo ocultarte a
ti, a quien todo transmito, la enorme emocion que me embargo, y la
manera tierna y efusiva con que nos estrechamos.
-Yo no pertenezco a ninguna parte -fue lo que escapo de mi
pecho sin pensarlo siquiera. Frase que hizo sonreir al viejo diplomati-
co, que cogiendome por 10s hombros, me obligo a deshacer todo el
camino, explichdome el craso error en que me debatia. Asi me acorn-
pafio a casa, y aprovecho para entregarme un elegante billete para una
velada de opera que tendria lugar en el antiguo teatro de las Tullerias.
lmaginate, Leticia, acudira el Rev en persona y toda la familia
real, amen de nobles, pares de Francia, la alta burguesia ... Menos mal
que tengo el frac en forma, el chaleco, la corbata y 10szapatos adecua-
dos. Solo me faltan 10s gemelos, 10s que mi tio me hara llegar mafiana.
Est0 me tiene nervioso, quiero demostrar ante el general BorgoRo y
10s demas compatriotas que y o tambien represento a mi patria con
esmero.
Piensa el tiempo que no me reuno con el padre Bromo ni con el
seiior Peralta, amigos personales de don Andres, y el grupo de 10s ar-
gentinos notables que residen en Chile.
Es a Borgoiio a quien mas temo, figtirate, Leticia, que cuando se
refiere a1 seiior presidente d e la Republica, no dice don Manuel Bulnes,
sin0 simplemente <csuexcelencia, el mariscal de Ancash,,. AI comienzo,
~ 7 me
0 conhndia, creyendo se trataba de algun ministro o alto dignata-
rio extranjero.
En fin, esta post-data la agrego a mi carta patetica algo dcliran-
~7
te, para tranquilizarte y hacerte ver que las cosas tienen dos caras. Es-
toy contento y repuesto, la comedida actitud de mi tio me ha reconfor-
270
tado, y hasta he creido ver en la expresion de madame Benoir cierta
bonhomia.
Navegare hacia ti, entre 10s pliegues de esta misiva. Pocas veces
te he extraiiado tanto como en esta primavera. Este hemisferio renace,
en tanto en el que tu permaneces se marchita, dos panoramas opuestos
que por mi historia ... en fin, divago, estoy excitado, nervioso, y a la vez
insomne, intentare el sueiio, aunque tengo la visita de una luna gigan-
tesca pegada a 10s vidrios de la mansarda. Te amo.
10.
271
y legitima, se han presentado antiguos combatientes de tiempos
napoleonicos. Mariscales de campo, con sus casacas levantadas en el
cuello, recamadas enteramente de or0 oxidado, llenas de visos, lustro-
sas por el uso. Sobrevivientes de Austerlitz y Wagram; mi ti0 que 10s
conoce a todos, me soplaba sus conspicuos nombres: el conde de... el
seiior duque de... Y o s610 veia sus entorchados, la vieja banda deshe-
cha de la Legion de Honor, el sombrero empenachado, aquel manojo
de plumas blancas, que antes solo habia apreciado en las malas copias
a sanguina de la Coronacion de David.
El Rey se ha asomado puntual a su palco. Es la segunda vez que
lo veo, ya me es familiar. Vestia de frac, y se mostraba muy atento con
madame Adelaida, la reina, que tiene un aire inquieto y estaba todo el
tiempo volviendo la cabeza para dirigirse a alguna de las princesas,
esposas de sus cuatro hijos, que impecables en sus trajes ocupaban di-
ferentes apartados.
Mi tio ha hecho mucho hncapit? en que observe a M. Thiers que
es un tribuno insigne que se present0 con corbata negra, produciendo
gran revuelo en la sala. AI parecer, representa a la oposicion en la Ca-
mara, y es persona conflictiva. AI sefialarlo, yo he cometido el descui-
do de hacerlo con el dedo, falta que ha pasado inadvertida, ya que con
gran disimulo y energia me han corregido.
Los cantantes son italianos, y una tal Persiani se disputaba la glo-
ria con Tagliafico. Es dificil saber cual es superior, ya que no es adecua-
do aplaudir despues de cada aria como estamos acostumbrados noso-
tros. Aca nadie exterioriza sus emociones.
Durante el entreacto, nos hemos mezclado todos en el foyer. Una
amplia sala rodeada de columnas Y arcos que circundan un piso cua-
driculado de marmol. Teniamos sobre nuestras cabezas decenas de lam-
paras duplicadas a1 infinito ante 10s limpidos espejos. Mi tio v la mayo-
ria de nuestros compatriotas son muy bien considerados, se nos realza
en todo instante y yo sentia el brazo dormido de tanto alargarlo a sefio-
res y sefioras resplandecientes de hermosos atuendos. Uno debe incli-
narse a cada momento y volver de inmediato a la posicion erecta, tan
firme como la de un soldado.
Gran expectacion suscito el novelista y poeta Victor Hugo, quien
en compaiiia de un tal Nodier, h e llevado a traves de ese recinto hasta
la camara del Rey. Es muy popular aca en Paris v me ha dicho mi tio
que no solo se dedica a la composicion de libros, sin0 que ademas com-
bina estas actividades imaginativas con otras mAs concretas, ya que es
272
miembro del Senado. Seguido de kste, la mujer de uno de 10s tenores se
hizo presente tambien ante 10s reyes, sin que se le permitiera a1 cantan-
te la misma gracia. Est0 motivo comentarios, toda la culpa se la echa-
ron a uno de 10s hijos del Rey, quien aparentemente hace ostentacion
de esta relaci6n fortuita.
En este entreacto, nos encontrabamos esperando reingresar a la
sala, cuando se abrio la puerta del palco real y madame Adelaida, y
Luis Felipe de Orleans se presentaron entre el publico. El Rey daba el
brazo a la Reina, y el otro a la sefiora duquesa de Montpensieur, que es
hermosisima, tocada de diamantes, deslizando sobre aquellas baldo-
sas su majestuoso porte.
Inmediatamente se sumaron a1 grupo M. de Joinville, tres otros
urincipes y M. de Montpensieur que se distinguia del resto porque lle-
vaba sobre el pecho el toison de oro.
De pronto el Rev se desentendio de todo el conjunto y se afano
en dejar en su lugar 10s dedos de uno de sus guantes, que, a1 parecer,
estaban en desorden. Me dio la impresi6n de que olvida de momento
la funci6n en que lo ha puesto el destino. Es meticuloso en cualquier
detalle, y 10s cuida en medio de cualquier circunstancia. Una vez que
todos 10s dedos de cabritilla estuvieron esperando 10s suyos, se relajo,
y la sonrisa volvio a encender ese rostro un tanto descolorido, como
aquellos muros que se resistian a servir de marco a esta farandula.
De estas cavilaciones un tanto partidistas me sac6 la voz de mi
tio, quien me susurro apremiante: <<iInclina te, Francisco, est& delante
de su majestad el Rey!n. Yo, sin constatar siquiera el mandato, me incli-
ne respetuoso lo mejor que pude. AI incorporarme, tenia a Luis Felipe
de Orleans a cortos centimetros:
-Sefior, lo veo a usted con gusto. iQue piensa usted de todo
esto? -me pregunto.
-Es magnifico, sire -respondi, per0 mis palabras no le alcanza-
ron, porque 3721 estaba frente a otros invitados, repitiendo una frase si
no identica, a1 menos muy parecida.
Y eso ha sido todo, Leticia, humo, fugacidad, ilusion de esta vida.
Cuando apoye la mano en la baranda desvencijada que conduce hasta
mi cuarto, la mire sorprendido, era la m i s m a que por unos breves se-
gundos habia tenido entre sus dedos, la fragil, resguardada, regia dies-
tra de un monarca.
Antes de quitarme estas ropas, he querido sentarme a1 escritorio
y untar la pluma. No debo olvidar ningun detalle. Asi mafiana amane-
273
nos aun mal trazados en el pol170 de esos cerros, el entarimado, 10s
edificios de la aduana, la Matriz, siempre amenazada por las olas hasta
sus escalas, y la casa del almirante, que se divisa hacia el final.
Luego viene la consabida prueba a que nos somete el mar frente
a Antofagasta, un remolino inmenso que intenta hacer zozobrar a cual-
quier navio que se le atraviese; el nuestro no escapo a1 aprieto, y nos
bamboleamos de babor a estribor, de proa a popa, sus buenas horas.
Lejos saltaron 10s toneles ]I’ las vituallas; una de las velas arremangadas
se solto, y con aquella especie de estandarte sin control, estuvimos a
punto de hundirnos. De alli, una vez fuera del circulo infernal, todo se
volvio manso JT m5s regular, a tal punto que no sin verguenza debo
confesarte que el miserable puerto de Paita no se d6nde ubicarlo, si
antes o despues del Callao; tan a gusto nos hallabamos alejados com-
pletamente del temor a la cathstrofe.
En el mencionado puerto de Paita, la noche vuelve una verdade-
ra esmeralda esas azules aguas, y la profundidad queda expuesta como
de dia: la luna penetra esas distancias liquidas y revela toda aquella
fauna y flora, vida en otro tiempo que el nuestro, que alli abajo se des-
pIaza silenciosa, con leyes de convivencia feroz para quien no las res-
peta o transgrede. Eso se nota en la rapidez y la voracidad con que
aquellos peces y plantas se atacan y defienden, extendiendo tentaculos
o desparramando liquidos que por rnomentos borran zonas enteras ...
y cuando llevas horas de bruces indagando la aventura de esas hondu-
ras, sigilosamente se acercan a1 barco frAgiles embarcaciones de indi-
genas costeros, tan delicadas, en aguas tan transparentes, que mas que
navegar parece que vuelan. Y es entonces que comienza todo aquel
contrabando a escondidas, asaz penando en nuestros dias.
A 10s capitanes extranjeros que surcan esas latitudes les importa
un bledo estas prohibiciones locales, y hasta hacen ostentacion de aquel
intercambio insano que rompe todo tip0 de surgimiento para nosotros.
A altas horas de la madrugada, el barco simula uno de esos bu-
ques fantasmas de las leyendas, ya que su cubierta se repleta de gente
sigilosa que comercia a hurtadillas. Saben, tal cual aparecen, escurrirse
de golpe, y est0 es lo que impresiona. En un momento no cabe un alfi-
ler, de tanto que todo lo repletan, cierras 10sojos y a1 abrirlos se 10s ha
tragado el mar, ni la presencia de 10s faluchos se encuentra.
Mi estada en Lima la reservo para narrartela con mas tranquili-
dad que la que impone una carta. Ya sabes, Leticia mia, Io tanto que
amo a esa ciudad de historia y hermosura. Esta vez mi mision me impi-
275
dio e n t r e g m e so10 a la contemplacion de sus palacios y templos. El
maestro Monvoisin, que esta lleno de trabajo, rodeado de ayudantes y
aprendices, me retuvo casi todo el tiempo. Antes no me habia referido a
estos detalles de mi viaje, en parte porque comence a escribirte en cuan-
to llegue a Paris, y como esta ciudad me impresiono tanto, me referi
solo a ella, dejando para mas adelante 10s avatares de Lima y 10s demas
pueblos costeros. En parte tambien porque todo lo que concierne a mi
relacion con el pintor R. de Monvoisin he querido guardarlo en reserva,
puesto que no deja de ser complejo ese encargo. No olvides, Leticia, que
en este asunto estA involucrado el Ministerio de Relaciones Exteriores,
sobre todo don Luis, que tanto esmero ha puesto en lo concerniente a
las artes. Desde luego se ha complicado mi intervencih en todo esto,
porque el maestro tuvo que dejar nuestra patria para pasar a Peru, en
donde cumple compromisos.Esta ausencia no sera definitiva, Monvoisin
tiene forzosamente que retomar a Chjle no solo par lo de la escuela y el
taller, sino tambien debido a unas tierras que pretende adquirir en el
valle central. Antes de su regreso, tiene proyectado venir a reunirse con
nosotros aca en Francia, amen de tomar contact0 con parte de sus fami-
liares, que no han querido compartir su estancia en America.
En fin, Leticia mia, asi retrocedo en mi cronologia de viaje, diva-
go, suefio, recuerdo, porque por vez primera, la vida me impide conti-
nuar con el entusiasmo con que inicie mi skjour, como aqui se dice; tal
vez este contagiado de la enfermedad conocida como le mal du pays.
Que mejor que convalecer retrocediendo, es como intentar llegar aqui
de nuevo, quizas con mas cautela y tino que la primera vez, que de una
altura desmesurada de euforia, resbale por la pendiente hasta el feo
estado del desgano y el tedio.
El gato de madame Benoir aparece de pronto en el recodo de la
mansarda, y distrae mi escrito. Y o lo he bautizado como Olimpio, la
verdad es que nunca he puesto atencion a1 nombre en frances que tie-
ne. Es plomo y blanco, con ojos muy verdes, 10s que casi nunca muestra.
Como 10s buhos, rechaza la luz diurna.
Es mi compafiero inseparable desde que le acarreo trozos de ga-
lletas y otros restos que envuelvo en 10srestaurantes. Debe preguntarse
la madame por qu6 su micifuz no duerme de continuo con ella. No creo
que sospeche de mi, porque el recorrido desde el primer piso hasta acA
arriba lo emprende no por la escala, sino por el vecindario, para atra-
vesar 10s tejados y asomarse contra el vidrio, desde donde exige ser
admitido.
276
No creas que en cuanto le abro brinca hacia el interior, la mayo-
ria de las veces que lo hago permanece impavido, girando incluso la
cabeza en direccion opuesta a1 cuarto. Es cuando debo tomarlo en vilo
e introducirlo hasta mi cama, de la que con gran propiedad toma pose-
sion, enrollhdose a 10s pies, impidiendome muchas veces moverme
con libertad. Pero me enternece tanto su caracter indiferente y hosco,
que le he tomado un gran afecto, y le permito me arrebate la mitad del
lecho.
Lo molesto es que no soporta lo largo de la noche, y antes del
amanecer, exige le abra nuevamente la mansarda; frente a esta maBlla
fuerte y reclama esa libertad, la que finalmente concedo, jurandome no
conmoverme nunca mas y no dejarlo entrar la proxima vez que
plafiideramente me lo pida. Todo el tiempo lo ocupa en el sueiio y el
asco. Con que meticulosidad cuida su prestancia, jamas obedece a mis
requerimientos, el afecto solo el lo administra. Es cuando de improviso
salta sobre mi pecho, se tiende en el y ronronea.
Cuantos sinsabores nos ahorrariamos si aprendieramos esta ma-
nera de sobrevivir, jamas obligandonos a nada sino cuando realmente
lo sintieramos. jHasta seriamos mas limpios!
Leticia, no vayas a creer que hago alusion a nuestro enlace; muy
por el contrario, cuando analizo lo del gato, pienso en otros aspectos
de 1as relaciones humanas: la amistad, la politica, a esos cornpromisos
me refiero, 10s que excusando el amor, deberiamos manejar con la sa-
gacidad del felino.
Tan accidentada que resulta esta carta, primer0 por mis melindres,
luego asediado por hechos ya pasados y finalmente por Olimpio, el
que exige dedicacion exclusiva, cuando recorta su silueta contra la ven-
tana. Ha trepado a la cama, y estirandose a todo lo ancho, se ha queda-
do inmovil como muerto.
Para terminar mi interrumpida navegacion por el Pacifico, falta
la parte del istrno de Panama, tan costoso de atravesar todo ese recorri-
do a lomo de mula por la jungla, desafiando cuanta alimaiia te imagi-
nes, abrikndonos paso a golpes de machete la mayoria de las veces,
porque la selva restaura en menos que canta un gallo cualquier averia
que le hagas para despejar la ruta.
Si en estos tiempos nuestros este trhsito se nos hace dificultoso,
me puse a meditar como habra sido para 10s conquistadores espafioles,
que lo emprendian por primera vez. Aquel Balboa, hombre al que ad-
miro sin reservas. Viene a mi mente el cuadro completo: lo veo
277
habitando su redondel de tierra, all.5 en Santa Maria la Antigua, en el
Darien, con sus casas gachas de totora, 10s indios domeiiados de 10s
alrededores v un puiiado de descalificados colonos. Aquello antes de
la llegada de Pedrnrias DAvila, el malvado gobernador que a la postre le
envid asesinar. iSabias, Leticia, que Pedrarias tenia un pasado harto
pintoresco? Atacado de una enfermedad misteriosa, lo dieron por
muerto, enterrandolo vivo. Solo sus alarmados gritos desde el fondo
de la cripta le salvaron de la muerte definitiva. Se decia de el que habia
conocido el infierno.
A este sujeto debio solicitar permiso Balboa para cruzar el istmo.
Me 10s figuro macheteando la selva putrida de pantanos y temperatu-
ras horribles, cefiidos por calor con petos y cascos de genero, acarrean-
do las piezas desarmadas de sus rudimentarios barquichuelos.
Una vez que salen a la claridad, Balboa se adelanta espada en
mano, se asoma desde la gigantesca duna sobre el oceano innominado,
y gritando de euforia se deja caer a la carrera, tropezando, dando vuel-
tas de campana, hasta llegar a la orilla del mar, y en aquel ruedo de
espuma, agitado por las ggantescas olas, blande la espada, bendicien-
do toda esa enorme cantidad de agua para 10s reyes de Espafia.
iQue emocih, Leticia, n o sospechas como es todo alli en esas
latitudes, de extremo y peregrino! En uno de esos recorridos, rodearon
a1 descubridor del Pacific0 y por la espalda le dieron, como a Cesar:
<(iTraicionno!>,,exclamo Reno de orgullo, y se desplomo entre 10s dos
grandes oceanos.
Cuando uno recuerda esa epopeya, nuestro domestic0 viaje nos
parece una muy mediocre replica.
AI mirar estas carillas, las que suman bastantes, constat0 que me
queda tan solo media pagina de la ultima. La llenaria de caricias, y es
mucho mas lo que mereces. Imitarb a Olimpio, aparentare indiferen-
cia, completAndotela con mi relato, lo hago por tu interes, me parece
no tengo derecho a dejarte a medio camino.
Lo que resta, vida mia, es el tramo desde alli hasta Burdeos. Esta
vez la navegacion fue normal, con unos quince dias en que la falta de
viento nos dejo estacionados en aquella zona que llaman Mar de 10s
Sargazos, entorpecimiento que parece infranqueable, pero que el retor-
no del soplo soluciona sobremanera, y que a la postre no representa
ningtin riesgo para la travesia. Remontamos finalmente el Gerona, y
desde Burdeos tome la diligencia pesada y fatigosa que me condujo a1
lugar desde el que te escribo. Pude demorar unos dias en Burdeos, en
278
casa de un compafiero de viaje que vivia en Arcachon, per0 desisti de
tan gentil ofrecimiento, aduciendo que debia presentarme en Paris ha-
cia j7a tiempo.
A1 releer esta carta, cosa que no debiera hacerse nunca, ya que
entran deseos de no enviarla por tanta imperfeccion; advierto que te
he narrado la odisea de Balboa omitiendo tantas cosas, entre otras que
con Pedrarias venia a Santa Maria la Antigua el mismo Almagro, nues-
tro descubridor de Chile, personaje tambien de mi predileccion, en con-
traposicidn a Valdivia, a quien tantos meritos de sobra le ha otorgado
la historia en desmedro del primero. Que junto a ellos estaba Pizarro, y
que Balboa tenia un perro rojo como el fuego.
Ya te he divertido en demasia, hablarte de cosas pasadas me re-
conforta, pienso saltar de esta cama e ir a depositar la carta esta misma
noche.
Con ella en la mano restablezco el nexo que me devuelve la vida.
Te amo apasionadamente, te adoro y respeto. jVuelo!
12.
279
La astuta mujer se hospeda en un hotel de la calle Lafitte, con su
marido, un hombre rico, a quien gobierna, y sus tres hijas, todas mayo-
res. Est0 sin contar la servidumbre, que, desde luego, es chilena.
Llena de ademanes aprendidos y afectados, se daba infulas ante
mi y el ordenanza, que no le prestaba mayor atencion. No es que yo
menosprecie a mis compatriotas, ya que 10s hay muy distinguidos y
puestos en su lugar, per0 estos arribistas son dignos de la critica a que
ellos mismos se exponen.
La dama tenia un modo bastante arcaico, por decir lo menos, de
tomar asiento, usando el abanico con un desorden y falta de compas
que verdaderamente impactaba:
-Si el sefior ministro supiera quien es la que espera ... yo le ase-
guro que esa puerta se abriria en un santiamh -exclamo, y luego,
mientras continuaba el mon6logo, se torci6 enteramente en el silloncito,
para hurguetearse algo en el refajo, obligandonos a continuar escuchan-
dola con la vista baja.
- Porque no me discutirA usted que... - y luego interrumpi6 para
espetarme, mirhndome fijo a 10s ojos:
-Joven, ies usted chancho que da manteca? - frase que coinci-
did con la sonajera de las hojas de la puerta, indicando que podia pasar
a la oficina de mi tio.
Recogio un montbn de adminiculos, un bolso de disefio estriden-
te, una sombrilla que le hacia juego, 10s guantes, y restregandose la
manga con disimulo por las narices, sin despedirse, ignorandonos com-
pletamente ingreso a1 gabinete.
Esta dama, segun supe, tiene problemas con la duefia del hotel
donde se hospeda, ya que le ha dado por cambiar 10s muebles origina-
les de las piezas y la suite que ocupan, por otros propios. Es tanto su
dinero que desea instalarse de por vida en ese lugar de paso, y est0 le
ha traido una discusion con la hotelera, que ha terminado en 10s tribu-
nales.
AI parecer, no le ha ido como ella deseaba, ya que 10s gritos de mi
tio y 10s de la fulana confiiguraban un duo de verdad espectacular. AI
fin, ella sali6 dando un portazo horrible, a1 momento que exclamaba: ]e
me amarchen ... que en frances no significa nada. Es c o m h oirle decir
rcrnoi tamhiin,,, crmoi tamhiin>),lo que tampoco es correcto. Cuando atra-
veso el vestl'bulo me dio sus seiias, y para ser mds grhfica, exclamo: &us
la penduew, en vez de asous la p e n d u h , o sea ((bajola ahorcadm, querien-
do decir el reloj de pared, que existe adosado a1 frontis de su hotel.
280
-L'sted deberia acompaiiarme hasta la calle, - exclamo, clavan-
dome 10s mismos ojos con que me habia mirado minutos antes. Aun
cuando estaba apurado, la tom6 cuidadoso de un brazo y la conduje
afuera.
Alli detuvo un coche de alquiler y trepo. Aliviado, lo vi alejarse,
pero no bien habia rodado unos metros, este se detuvo. Acudi entonces
a investigar la causa. Fue el cochero quien desde el pescante me grito
mo1esto:cc que dice &a? iY0 no le entiendo nada!,,.
Varios aiios lleva esta dama en Paris, per0 a mi entender su oido,
el que ha sido docil a las perlas grandes y vistosas, no lo ha sido igual-
mente con esta lengua latina, prima hermana de la nuestra. He conoci-
do muchos miis especimenes de este cardumen, al menos esta sefiora
parece inofensiva, porque en el fondo toda su extravagancia se resume
en ]as frases que reproduce a cada instante: c(iParis, Paris! iOh, le coins
de Paris! 0,iy que me dicen ustedes de 10s vitrales de la cl~anchapel>,?
En ciertos circulos, cuando la reciben, lo hacen por diversion. Me con-
taba mi tio que en una recepcion donde madame de ..., una benefactora
muy influyente, asidua de la corte, mujer de gran intelecto que ha diri-
gido en el pasado incluso un salon literario, nuestra compatriota, a1
momento de retirarse hizo gran aspaviento por dirigirse a la puerta,
abriendo ella por su cuenta la de uno de 10s dormitorios de la casa,
equivocacion que obligo a incorporarse a la madre de mndarne, quien
en ese momento se encontraba bastante resentida de salud.
Para remediar tal torpeza, nuestra amiga dio mil disculpas a la
dueiia de casa, en tanto forcejeaba otra manija, esta vez la de la sala de
bafio, en donde monsieur, completamente desnudo, se disponia a in-
gresar en la tina.
Le ha costado aprender que debe dejarse conducir hasta la puer-
ta de entrada de las casas, y no acceder a ellas por las de servicio,
como tambien es su costumbre. Dificil le resulta superar su afan dadi-
voso de dejar regalos insdlitos a 10s que Cree sus amigos, en la porteria.
Encontro que era original repartir una imagen piadosa de la CCVirgen
que llora)>,de un feo material y con 10s detalles pintados. Por esta
mania se la llamo jocosamente <<lavieja dama de la caridad>>, apelati-
vo sarcastico que aqui en Paris es s i p 0 de mediocridad. De mAs esta
decirte, Leticia, la sonajera que emite al ingerir la sopa, ~7 c6mo se suelta
las ligas en la mesa. Estos pormenores sacan de quicio a mi tio, y a 10s
seiiores de la legacion, cuando e s t h obligados por las circunstancias
a compartir un compromiso con ella. Asi son estos nuevos ricos, que
281
sueiian con echar a correr sus coches por 10s bulevares, y sin darse
cuenta van envejeciendo en sitios y circunstancias a donde nunca fue-
ron invitados.
Muy luego, Leticia mia, te tendre a1 corriente del comienzo de
mis trajines, puesto que ya creo llegado el momento de emprender-
10s. Espero te hayas divertido con esta carta un tanto frivola y viru-
lenta.
Que si por ella me juzgas, hazlo lo mhs distante de tu corazon
que puedas, mira que el mio, a pesar de la inmensa distancia, sabria
inmediatamente que lo has puesto en duda, motivo de sobra para que
deje de palpitar. Un abrazo emocionado, tuyo. Vale.
13.
282
quien pus0 sobre aviso a mi tio, llamandolo de otro modo, oficialmen-
te a1 orden si asi se puede decir.
- Sefior embajador, -argumente- ,hace m8s de un mes que me
siento ante este escritorio y aun no tengo la oportunidad de explicar a
usted la razon por la que me encuentro aqui.
Estas fueron, Leticia, mis palabras textuales, me mir6 por encima
de unos cristales que utiliza para leer de cerca, y sin responderme una
sola palabra, extrajo del cajcin una carpeta prolijamente encintada de
rojo, azul y blanco.
- Sefior Chabry -me respond% a su vez, abriendo aquel carta-
pacio -, para su conocimiento y tranquilidad dos semanas antes de que
usted arribara a esta ciudad, yo ya tenia en mi poder, por via de valija
diplomatica, las instrucciones precisas de su mision. Asi es que veamos.
Palideci de impresion, per0 me senti feliz. Se me iba a prestar la
atenci6n debida.
- En esta carta fechada a principios de aiio, se me comunica que
usted sera portador de un valioso embalaje de las mAs variadas copias
de esculturas en yeso, y replicas de grabados, cuadros, implementos
de trabajo para talleres, materiales, libros, textos de estudio; en fin, una
variedad bastante grande de necesidades para la nueva academia de
Bellas Artes, que segun entiendo da sus primeros pasos en Santiago.
Pues bien, t a m b i h se me informa que no remitamos estos encargos a
Chile hasta que el maestro Monvoisin 10sacepte y corrija. Como el pin-
tor ni siquiera aun ha salido de Lima, considere prematuro recordarle
a usted que empezara a satisfacer estas obligaciones. Pero a1 notar la
vehemencia con que asiduamente me visita, he resuclto poner manos a
la obra. Oficialmente, seiior Chabry, le ordeno a usted que desde ma-
fiana comience a visitar 10s lugares, ya sea tiendas o ntelieus de artistas
que podran orientarlo en tal sentido. Aqui tiene un pagan2 en blanco,
que usted llenara sc@n estos gastos. El gobierno en ello ha sido bien
claro: no le impone a usted restriccion alguna, conociendo su alto sen-
tido de responsabilidad y la absoluta honradez en su proceder. Saben
las autoridades que pondr5 el mejor ernpeAo y tino en ajustarse a la
realidad del pais y a la del establecimiento que se inicia.
Y con estas palabras me entrego el dinero y las listas de articulos
que yo debia adquirir, embalar ji hacer llegar a la legaci6n para que les
diem visto bueno el maestro.
AI salir apretk contra el pecho estos documentos. No sabes, amor
mio, lo ansioso que me sentia por iniciar mis tramites.
283
Sin pensarlo siquiera me dirigi a mi hotel con la intencion de des-
glosar las listas y ordenar por rubros 10s pedidos. Tom6 un coche Simon
e indique el trayecto. De pronto a1 llegar a la Concordia, un espectacu-
lo inesperado nos hizo detener en un principio la marcha y luego ace-
lerarla otra vez lo m6s que le dio el tranco a1 viejo jamelgo.
Unos individuos notoriamente enfurecidos y fuera de si, habian
volcado y prendido fuego a una de las carrozas reales, produciendo
estupor no solo en la muchedumbre que se agolpaba, sin0 en 10s caba-
110s que encabritados corrian, como el lacayo vestido de rojo, por 10s
jardines de las Tullerias. Aquella pira despedia una gruesa humareda
pesada y gris, la que de momento envolvia y hacia desaparecer a 10s
revoltosos; me hizo recordar el asunto de 10s diarios, articulos que mi
tio me habia dado a leer no hacia mucho. No me atrevia a indagar si
aquel vehiculo transitaba desocupado o en el iba algtin dignatario.
Aquel lacayo que se internaba entre 10s arboles era el unico que de ello
nos podia informar. Preguntarle resultaba imposible a un hombre que
tanta gente perseguia para asesinar.
Un presagio adverso me inundd, presenti malos tiempos quizas
para <<elrey ciudadano,,, ojala yerre en ello. No puede a Francia ocu-
rrirle siempre lo mismo, otra vez barricadas como las que en 1830 lle-
varon a Carlos X de Saint Cloud a Escocia. No’podia acontecer nueva-
mente. Las cosas no se repiten tan facilmente, ya veras, vida mia, que
este Orleans ha de morir en el trono como es de esperar.
Asi la imagen del carruaje volteado envuelto en llamaradas no
solo se fue desfigurando en la distancia fisica, sino en mi recuerdo.
Mas he aqui, Leticia, que otra sorpresa me aguardaba a1 llegar a1
hotel. Este dia estuvo marcado con puros hechos relevantes. A que no
te imaginas quien pacientemente aguardaba sentada a 10s escalones de
la puerta. Nada menos que la prima Arlette, la pequeiia jovencita sur-
cada de pecas y con el pelo tan en llamas como las del atentado de las
Tullerias.
En un principio me dieron ganas de ordenar a1 cochero que si-
guiera de largo frente a mi puerta, per0 no teniendo sentido tal estrata-
gema, descendi y me acerque a la joven. En cuanto me vi0 se abalanzo
rodeAndome con sus brazos, adherida a mipecho con una vehemencia
tremenda. Su cabeza hundida en mi chaleco no queria retomar de alli,
ahogada por un llanto conmovedor del que no pudo reaccionar. Extra-
je mi inmaculado pafiuelo y con 61 intent6 acallar esos sollozos que me
partian el a h a .
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Como no emitia palabra, me vi en la obligacion de hacerla cami-
nar, conduciendola a traves del puente hasta el Teatro Frances para
buscar un cafe que existe a un costado del Palacio Real, o de 10s Orleans
como aun se llama. Sentada frente a una mesa, cuya cubierta cuadricu-
laba un alegre mantel, me mir6 con tanta devocion que me hizo sonro-
jar. Afortunadamente no habia otros parroquianos en el lugar. Ordene
dos confituras de fresa y crema, o gateaux como 10sllaman aqui. Recien
entonces me narro abiertamente sus propositos, sus inauditas razones
para cncontrarse a mi puerta en pleno dia.
Rubor me asedia el mancillar las intenciones de Arlette. En ver-
dad, amor de mi vida, me resulta en mi condition varonil harto
engorroso transcribir este asunto. Pero en el convencimiento y la obli-
gacion,,que nuestro amor nos demanda, nada creo debo obviar ni
disimdlar por embarazoso que ello sea. Dejando de lado mi vanidad,
que como todas es inevitable en estos casos, creeme que esta historia
no suscito esta mala hierba. jAl grano, Chabry! Arlette huyo de su casa
movida por amor hacia mi, dejo en Saint’Ange una carta explicativa y
a pie ha hecho el trayecto para confesarme tal equivocacion. iTe pue-
des imaginar que incauta! iLa insensatez que contornos puede alcanzar!
A I oir su confesidn, aparte la silla con violencia e inmediatamente me
puse a la tarea de reintegrar a aquella muchacha a su lugar de origen.
Pero no fue tan facil como te imaginas. No se me apartaba ni un instan-
te como dispuesta a todo. Habia en sus ojos una expresion inalterable,
cual ficha jugada, pAgina escrita, musica ejecutada. Quiero explicarte
que intentar persuadirla de un retroceso era inconcebible.
En lugar de provocar en mi ternura o emocion, desperto un sen-
timiento horrendo de rencor tan violento y peligroso, que hube de do-
minarme para no faltar a la cordura.
El dia terminaba, 10s faroles agravaban la situacion, idonde acu-
dir? Regresar a Saint’Ange a esas horas resultaba imposible. Mi tio
Mauricio no habria comprendido nada, sobre todo que no hacia ni doce
horas que me habia otorgado aquel m o n t h de dinero para 10s encar-
gos de la academia. Me dio por pensar que relacionaria ambas cosas.
Amigos en quien confiar no tenia, fueron asi descartadas todas las po-
sibilidades aqui expuestas, no quedhdome mas alternativa que intentar
llevarla a casa. i Y madame Benoir?, me dije, siempre atenta 4 faron
de la entrada. Le explique a Arlette que aquella noche pernoctaria en
mi cuarto, pero para ello era necesario distraer la vigilancia de la porte-
ra. Convinimos que se pusiera mi levita, que le quedo inmensa. Casi
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arrastraba 10s faldones por la vereda. Mi sombrero en cambio, gracias
a su abundante cabellera, se sostuvo como es debido. Asi, convertida
en un camarada pas6 frente a1 ventanuco adversario. Si el disfraz no
era del todo convincente, rectificaron sus errores y carencias 10s temi-
dos y despiadados ojillos de madame Benoir que esta vez, como sucedia
de continuo, estaban suavizados, alegres, condescendientes, chispean-
tes y fuera de su ejc. Una vez en el dormitorio, como te imaginarh,
amor mio, la situacion me fue altamente incomoda; alojar en aquellas
circunstancias no se lo doy a cualquiera.
Sobre todo tratandose de un forastero como yo y de una mucha-
cha de provincia. Imaginate como complotaban contra esa escena to-
dos nuestros principios, amen de estrictos y severos, sumados 10s unos
con 10s otros, volviendo la atmosfera de ese recinto irrespirable.
Le ofreci gentilmente la butaca de lectura que se ubica junto a1
lavabo, y alli arrebuiada en mi capa, lade6 la cabeza en direccicin opuesta
a1 lecho y permanecio como una estatua, traicionada esa postura
hierAtica por repentinas lagrimas que de subito arribaban a sus ojos.
El problema fui yo, no atreviendome a disponer del lecho, opte
por sentarme a1 escritorio y hundir la cabeza entre 10s brazos, intentan-
do el sueno como un escolar de la ultima fila. Como supondras, Leticia,
el sueiio no fue la tonica de esa noche, y yo no hacia otra cosa que
erpirme a cada instante y vigilar a Arlette, quien despierta con esos
ojos que miraban en otro tiempo, tampoco dormia. Fue entonces que me
conmovid aquella nifia. Senti una gran tranquilidad a1 observarla, ya no
estuve mas posesionado porha ira que me asedio en el cafe del Palais
Royal; ahora por el contrar+, senti una cierta emoci6n a1 presentir su
renuncia, eso era lo que aquella postura, aquellos ademanes, esos ojos
perdidos me transmitian. Sabia con certeza que a1 rayar el dia no opon-
dria ninguna resistencia y mansamente se dejaria conducir hasta su pue-
blo. No se, me lo avisaba un halito maravilloso que irradiaba su resigna-
cion. Y por que no confesartelo, Leticia mia, me conmovio tanto su
perdida en pos de mi tranquilidad que si no hubieras estado tu en ese
instante habi tando mi corazon, me habria precipitado en sus brazos,
acariciandola, impidiendole volver. Nada hay que me enternezca tanto
corno una renuncia o un perdedor, malsana mania mia que en vez de
treparme a la ilusion por la admiracion, lo hago por el arrevesado sen-
der0 de la pena.
Como para coronar la dificil situacion, Olimpio aparecio de im-
proviso maullando en el marc0 de la lucarna. Insistente, se sento sobre
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el laton JT luego de repasar su pelaje minuciosamente, nos enfoco con
sus ojos de lechuza, sorprendido mas que nadie -y no era para me-
nos-, al constatar el lecho vacio.
Me negu4 a abrirle, me pareci6 excesivo ofrendarle al felino mi
cama, preferi que como nosotros dos se limitara a guardarle distancia.
Y asi amanecieron esas sabanas estiradas, ni la mas leve huella
sobre 10s cobertores j 7 almohadas.
14.
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sion apovan el antebrazo en firmes tientos para no desviar la linea que
debe contornear con exactitud 10s escorzos y gestos. La sanguina y el
sfurnatto le dan a cstas alegorias toda la ambientacion requerida. Es
fascinante esta verdadera industria de 10s cuadros y las esculturas. Tanto
asi que muchas veces me distraigo en demasia en estas sesiones de
pintura.
Mi mision, en cambio, es dedicarme a la seccion de vaciado y
fundicion. Es alli que emergen de 10s moldes las copias que debo ad-
quirir: 10s Apolos arcaicos y 10s otros cl5sicos, la Diana cazadora, la
Venus del bafio y el Hermes, el Galo herido, 10s luchadores y 10s escla-
vos inconclusos de Miguel Angel, la dama iizconue, el discobolo,
balaustres y frontispicios gGticos, romhnicos y renacentistas, timpanos
completos, capiteles corintios, jonicos y doricos, figuras geometricas,
esferas, piramides, conos y cilindros, mascaras, cabezas, gargolas, ma-
nos, pies, cuerpos desollados, esqueletos, mapas con nervios, laminas
de plantas, todo el mundo vegetal conocido y el animal. Es como para
reflexionar, Leticia, el recuento de todas estas piezas de reproduccio-
nes en materiales ligeros. Constat0 que en un punto el arte y la ciencia
empalman. iNo es lo que se advierte en 10s cartapacios de Leonardo?
Una sublime disciplina de traducir en arte la naturaleza para indagar
sin tergiversaciones, con solo esta pregunta, su orden, su misterio.
A1 embalar estas replicas en sus cajas y envoltorios, siento que
con mi mision yo tambien contribuyo a algo parecido. Llevar estas
mascarillas del arte que aqui tienen su asiento a1nuevo continente para
que su contenido y su secret0...
NOTA
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El afio 1962 con ocasion de cumplir una beca que el gobierno
frances gentilmente me otorgara, tome contact0 con el primer secreta-
rio sefior R.M.C. de nuestra embajada quien sospechando que aquel
fdrrago de correspondencia tenia algo que ver conmigo, me las ensefi6.
Sorprendidos se mostraron no so10 el sefior secretario, sino el mismo
senor embajador cuando les demostre que se trataba de mi antepasado
directo. Luego de consultas a1 Ministerio en Santiago y a la Biblioteca
Nacional se vieron en la obligation de entregarmelas.
Yo por mi parte me comprometi a publicarlas algun dia. Aclara-
do el asunto de la permanencia y descubrimiento de las cartas, me asal-
tan dos incognitas que me cuesta resolver y que quizas el lector mzis
suspicaz que el descendiente pueda esclarecer. La primera es por que
Francisco Chabry jamas se refiere a1 contenido de las cartas rcspuestas
a las suyas que constantemente se supone recibia de su amada; y la
segunda, que fue de aquel enlace sentimental o cornpromiso. iVoIvi6 a
ver a la tan ofuscada Leticia, victima tal vez de 10s estrictos consejos de
su padre? Lo que si puedo asegurar es que Francisco Chabry no se cas0
con ninguna Leticia. Ese no era el nornbre d e mi lejana abuela. Una
ultima duda me acecha, la mas patetica de todas: jexistio realmente
ella?
Cartagena, 1988.
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Addfo Cnuve
Nar rativa Completa
Adolfo Couve va en camino hacia la leyenda. A su alrededor se tejen
y desatan fantasias de muchos tipos. Su bella figura, solitaria,
contradictoria, fkagil, mil veces fotografiada en su antigua casa
sobre el mar; su traigico final; la exposici6n retrospectiva de su
pintura en el Museo de Bellas Artes, contribuyen a mantenerlo
presente en un imaginario colectivo. Temo que la brocha gorda de
ese imaginario - c a d a vez mas gorda, cada vez mas basta y mis
medihtica- termine por arrasar del todo con 10s muchos matices
de su obra, para dejar apenas un icono del ((consumo cultural)),
como pasa en estos dias con Frida Kahlo o con Virginia Woolf.