La Boina Roja PDF
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1.1
.--~ 6I-
MINISTERIO
EDUCACION
Portada de
CARLOS ARBOLEDA
ROGELIO SINAN
LA BOINA ROJA
(cuentos)
PANAMA
1961
LA BOINA ROJA
--Mire, doctor Paul Ecker, su silencio no corres-
ponde en nada a la buena voluntad que hemos tenido
en su caso . Debe usted comprender que la justicia
requiere hechos concretos . No me puedo explicar la
pertinacia que pone en su mutismo .
Pan] Ecker clava sus ojos verdes en el vacío . Siente
calor . Transpira. Las pausas isocrónicas de un
gran ventilador le envían a ratos un airecillo tenue-
que juguetea un instante con las rojizas hebras de
su barba .
( . . .Allá en la islita no hacía t anto calor . Era
agradable sentarse en los peñascos a la orilla del
mar . . . Hundir los ojos en la vasta movilidad oceáni-
ca . . . Ver cómo se divierten los raudos tiburones . . .
Y sentir la caricia del viento que te echa al rostro la
espuma de las olas . . .)
-Hemos tenido, doctor, no sólo en cuenta el mere-
cido prestigio de que goza como biólogo y médico
sino también las múltiples demandas de clemencia
enviadas por hombres celebérrimos, por universida-
des, academias, museos . . . !Vea qué arsenal de car-
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tas! . . . De Londres, Buenos Aires, Estocolmo, París . . .
Esta de Francia nos hace recordar que dos años antes
tuvo usted el honor de presidir el Gran Congreso
Mundial de Ictiología que se reunió en la Sorbonne . . .
¿Recuerda? . . . Menos mal que sonríe .
(¡La Sorbonne! . . . Sí, allí la conoció . . . Tenía el
aspecto de una inocente colegiala pero ¡qué embru-
jadora! . . . Lo que más lo sedujo fue su faldita corta
azul marino y aquella boina roja levemente ladeada
sobre una sien . . . "Sólo quiero su autógrafo --le di-
jo- . Yo me llamo Linda Olsen y estudio en La Sor
.-onMaeitrslcenia Quisiera hacer pro-
digios como Madame Carie . . . ¿De qué Estado es
usted? Yo soy de Atlanta") .
Paul Ecker se estremece sin saber definir si es por
el aire de los ventiladores o por otras mil causas que
procura olvidar sin conseguirlo .
El funcionario prosigue :
-En estas cartas nos ruegan ser clementes . . . Nos
mencionan sus recientes estudios sobre diversos te-
mas de ictiología, y, asimismo, como dice John Ha-
milton, por la gran importancia de su "Memoria so-
bre la vida erótica de los peces", en la cual relaciona
con las fases lunares los cambios de color que, du-
rante el desove, sufren ciertas especies .
( . . .Por culpa de John Hamilton se la encontró de
nuevo en Pensilvania . . . "¿No me recuerda ya? ¡Soy
Linda Olsen, la de la boina roja! . . . ¡Qué memoria
la suya, doctor Ecker! Claro, como no llevo mi cas-
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Pensó en las consecuencias y, aterrado, ya no quiso
acercárseme . . . Me huía . . . Yo, en cambio, lo desea-
ba sin compromiso alguno . . . Quería saciar mi sed,
pues ya era tarde para frenar mi impulso . Y, decidi-
rla a dominar sus temores, dispuse darle celos coque-
teando con Joe. No he de negar que, aunque siento
repudio contra los negros, no probé desagrado sino
más bien placer . . .- Me causaban deleite las piruetas
y las in¡[ ocurrencias de Joe Ward . . . Joven, fuerte,
radiante, tenía los dientes blancos y reía con una risa
atractiva . . . La atmósfera de la isla y la fragancia
(le la brisa yodada me lo hicieron mirar embellecido
como un Apolo negro . . . Comencé a darme cuenta
de que estaba en peligro de entregarme, pues ya me le
insinuaba con insistencia . . . El, viéndose deseado, fue
cayendo en la urdimbre decoradora . . . . Una tarde
(Ben Parker lo esperaba en la lancha, pero Joe prefi-
rió jugar conmigo) yo le tiraba frutas desde un ár-
bol cuando (le pronto me zumbó un abejorro . . . Asus-
tada, quise bajar dei tronco y resbalé . . . Joe, acer-
cándose, me recibió en sus brazos y me besó en la bo-
ca . . . Sentí como una especie de vórtice que me arras-
traba . . . Ya a punto de caer, lancé va grito y huí
aterrorizada . . . Cuando tú, Peral, saliste, tuse ver-
güenza de parecerte una chiquilla -ridícula, irreflexi-
blemente grité como una histérica : "¡Socarro! ¡Me
ha violado!" . . . ¡Pobre Joe! . . . Sobrecogido (le pá-
nico, se tiró cuesta abajo y, embarcándose, puso rum-
bo a la liase en compañía de Ben Parker . . . Luego,
puestos de acuerdo, no quisieron volver . . . El negro
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dijo que había visto fantasmas en la isla . . . Segura-
mente lo que sí presintió fue la horca y el espectro
de Lynch . . . La premura que tú pusiste en mi defen-
sa y tus prolijos cuidados, aparte de tu oferta de ma-
trimonio (que yo no comprendí a primera vista), me
hicieron acercarme a tu vida, a tus estudios . . . Lue-
go, al notar que iba a ser madre, me apresuré a acep-
tar tu propuesta matrimonial . . . Que el niño era de
Parker, no había duda ; pero eso qué importaba . . .
Yo sabía que tú estabas embebecido . . . Me casaría
contigo, y la criatura tendría un padre más digno
que el rubio marinero . . . Cuando me puse grave . . .
Recuerdo que esa noche llovía terriblemente . . . Bri-
llaban mil relámpagos . . . Y me atemorizaban los
truenos y el estruendo del mar . . . Después, no supe
más . . . Al despertarme, ya era de madrugada . . .
Pensé en mi hija . . . No sé por qué pensaba que era
una niña, con su carita linda y sus bracitos que yo
le besaría . . . ¿Sería idéntica a Ben? . . . Abrí los
ojos . . . Me vi sola en la estancia . . . Pensé : "¿Qué
será de Paul Ecker y de mi niña? . . ." Llamé. No
hubo respuesta. De pronto oí tus pasos . Esperé an-
siosa . Entraste . . . ¿Qué te pasaba? Te noté preocu-
pado, las ropas húmedas, el semblante sombrío . "¡Po-
bre!" -pensé- "seguramente se ha fatigado mucho".
Te acercaste a mi cuerpo con dulzura infinita ; me
besaste las sienes ; me hablaste de tu oferta de matri-
monio y aun me dijiste que ya faltaba poco para el
viaje de vuelta a Filadelfia . . . Yo, desde luego, sólo
insistía en mi anhelo de ver a la criatura, pero no me
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hacías caso . . . Seguías hablando como si nada . . .
Cuando, ya recelosa, te insté a mostrármela, te vi tar-
tamudear . Adujiste primero que'hicieste lo imposible
por salvarla. Después, compadecido, me dijiste que
era una niña negra . . . Aquel infundio me iluminó .
Tuve la clara percepción del crimen . . . Vi en seguida
que habías matado a mi hija por celos de Ben Parker .
Bien sabías que era de él . . . ¡Asesinaste a mi niña,
a mi pequeña criatura hermosa y bella! . . . ¡Asesino,
asesino! . . .)
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prueba alguna que aquel raro prodigio no fue ilusión
de sus sentidos? Paul Ecker sabe bien que si declara
la verdad que él conoce, traerán a un alienista para
que lo examine. Sin embargo, sólo piensa en aque-
llo . . . Esa noche, mientras la tempestad ponía su
infierno de luces y de ruidos, él, deseando conocer la
verdad y ya cansado de ver sufrir a Linda, resolvió
adormecerla . . . En ese instante surgió el raro mis-
terio . . . Vió una carita fina, muy tierna, sonrosada,
y unos bracitos tersos impecables . . . Sintió un júbilo
tal que estuvo a punto de descuidar el parto . . . Y ya
anhelaba recibir en sus manos a la criatura para sen-
tirla suya, perfecta y sana, cuando aquello saltó, dió
un coletazo y rebotó sobre el lecho . . . Quedó parali-
zado, con la esperanza en éxtasis como si de su gesto
dependiera la paz del mundo . . . Lo que bullía frente
a él, sobre las sábanas, era un mito viviente : un pez
rosado como un hermoso barbo, pero con torso hu-
mano, con bracitos inquietos y con una carita de que-
rubín . . . Aquella cosa de rasgos femeninos tenía to-
do el aspecto de una sirena . . . El las había admirado
en obras de arte, en poemas . . . Todavía recordaba
los divinos hexámetros de la "Odisea" ; pero jamás
pensó ni por asomo que una hija suya . . . ¡cáspita! . . .
¿Qué misterioso génesis la originaba? . . . Recordó
que, al marcharse Ben y Joe, es decir, cuando Linda
recuperó a su lado la afición al estudio, una mañana,
con las primeras luces, iban a darse un baño entre
las rocas, cuando ella lo llamó haciéndole señas desde
un pretil . . . La inquietud de sus gestos le hizo entre-
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importancia que aquel hecho científico. Su nombre
volaría en alas del triunfo, de la fama, del genio . . .
Las universidades le brindarían honores y condecora-
ciones . . : Y ya veía su nombre en los carteles, anun-
ciando la gloria de PAUL ECKER, cuando notó que
la sirena perdía vitalidad y retardaba sus saltos po-
co a poco como lo hacen los peces sobre la playa . . .
Comprendió que, siendo el mar su elemento, no tarda-
ría en morir fuera de él . . . Ya apenas susultaba y
abría la boca, agonizante, poseída de asfixia, en un es-
fuerzo final de vida o muerte . . . Oh, en ese instante,
todo lo hubiera dado por salvarla . . . La recogió en
sus brazos con el mayor esmero y, apresuradamente,
corrió hacia el mar . . . Ya las primeras luces anuncia-
ban la aurora y el huracán había cesado . . . Sólo se-
guía cayendo una llovizna suave, persistente . . . Se
hundió en el agua casi hasta la cintura y en ella su-
mergió a la sirena con la ritualidad de quien impone
el bautismo . . . Poco a poco la notó revivir. Y, al ver
que ya su cola abanicaba las aguas lánguidamente, la
dejó rebullirse para ver si nadaba . ¡Fue una absurda
locura! . . . Nunca debió intentarlo . . . La sirena dió
un coletazo fuerte, hizo un esguince y, aunque él qui-
so evitarlo, sumergióse fugaz . . . Aun percibió un ins-
tante sus relumbres entre la transparencia y, al per-
derla definitivamente, se quedó como en babia . . . Ha-
bía dejado huir de entre sus manos la gloria, y había
ocurrido todo con tal celeridad que aún Paut Ecker
se imaginaba aquello cual jirones de nieblas entre el
sueño . . . ¿Cómo explicarle a Linda aquel misterio?
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¿Cómo hacerle creer lo que ya él mismo condenaba
a la duda?)
El juez insiste :
-Si había ocurrido todo ¿por qué desafió usted
la tempestad en esa frágil chalupa con Miss Olsen?
¿No quiso resignarse a aceptar la realidad de los he-
chos?
-Pareció que en efecto se resignaba, que creía
a pie juntillas lo que le dije . . . Yo me mostré solíci-
to con ella e hice venir a la haitiana para que la cui-
dara . . . Había quedado muy débil y fue preciso res-
taurarla con tónicos y caldos . . . Cuando ya se sintió
fortalecida, la acompañé unos días en sus paseos, y,
como ya las lluvias iban cesando, proseguí mis estu-
dios entre los arrecifes . . . Fue entonces cuando noté
en Linda los trastornos que me pusieron en estado de
alerta . . . Linda sufría una angustia cuyas causas no
me sabía explicar . . . Le asediaban los fantasmas del
mar en pesadillas nocturnas con sobresaltos . . . El
mundo de los sueños era para ella un antro de tor-
mentos del que se liberaba despertándose con alaridos
de terror . . . No se atrevía a dormirse, pues se veía
rodeada por monstruos pisciformes que danzaban en
una extraña ronda de risas, cantos, espumas y coleta-
zos . . . ; una especie de carrusel proteico con ritmo
acelerado en cuyo vórtice le parecía caer hasta ir
hundiéndose en viscosas sustancias de frialdad tan in-
tensa que le paralizaba las piernas . . . Yo tenía que
frotárselas porque se le dormían y alegaba que eran
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un solo témpano de hielo . . . La vieja haitiana diag-
nosticaba que eso era de índole reumática debido a
que Linda Olsen pasábase las horas sumergida en el
mar, no tan sólo por el goce del baño sino que había
insistido en su nauseante costumbre de alimentarse
con moluscos vivientes . . . Esta rara manía que an-
tes supuse antojo de gravidez llego a acentuarse al
punto de serme intolerable . . . Su gran voracidad no
hacía distingos entre algas y babosas . . . La vi en-
gullir medusas a mordiscos con la fruición de quien de-
glute moldes (le gelatina . . .
El funcionario no logra reprimir un gesto de' asco .
Confundido, no sabe qué decir y explica :
-Por lo que veo tratábase de una extraña psico-
sis . . . Afortunadamente el psicoanálisis . . .
1o hay remedio mejor que el sol, el mar y- el
aire! . . . Lo grave es que el conflicto fue agudizán-
dose con manifestaciones de terror . . .
-Motivado . . .
Por un poder ignoto . . . Ella explicaba que se
sentía atraída por un abismo (le deleitables transpa-
rencias . . . Ese augurio de goces con posibilidades
de agonía la ponía en trances contradictorios de re-
pulsión y simpatía como ocurre con la inexperta ado-
lescente que, sintiendo la seducción erótica, frena el
deseo por miedo de la culpa . . . Esa idea nebulosa
de su trastorno adquiría a veces la seductora forma
(le tritones que la inhibían cantando obscenidades
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fermedades las hemos inventado los médicos . . . En
el caso de Linda me apasionó el complejo de Glauco
a tal extremo que sólo hablaba (le él . A lo mejor todo
ello fue contraproducente .
--¿Qué insinúa usted con eso?
-No sé . . . Suposiciones . . . Tal vez fue mi insis-
tencia lo que la hizo pensar que era posible transfor-
marse en sirena .
-Siga usted .
En efecto, vi presentarse en ella síntomas pare-
cidos a los de Glauco . . . Por ejemplo, noté que lo de
la parálisis de sus piernas era, hasta cierto punto,
ficticio, ya que podía moverlas . . . Se las imaginaba,
eso sí, unidas como si algo invisible les impidiera su
ritmo individual . . . A cada rato se las palpaba in-
quieta, pues tenía la impresión de que su piel iba
adquiriendo características viscosas . . . No había du-
ela de que el mal avanzaba sin que yo hubiera hallado
su mejoría . . .
Meditando sobre las causas que motivaron su do-
lencia, recordé que en la noche del parto lo que más
la afectó fue el explosivo fragor del huracán . Los true-
nos y relámpagos, el bramido del mar y los silbidos del
viento le infundieron la idea de un cataclismo final en
el que todo se hundía . . . No era difícil, pues, imaginar
que una impresión parecida podía serle benéfica . . . Por
eso yo esperaba con verdadera vehemencia la borras-
ca . . . No sé por qué tardaba . . . Ya usted sabe que
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-Desde luego, doctor .
Paul Ecker bebe .
-Entonces . . .
-El viento había cambiado, y el mar, ligeramen-
te picado, era un seguro anuncio de que ya estaban
próximas las lluvias . . . Parece que la atmósfera,
cargada de corrientes magnéticas, excitó en esas no-
ches a Linda Olsen hasta el punto de enfurecerla a
cada instante . Quería salir a todo trance . "¡Tengo
una cita con el mar!" -gritaba- . . . Yo estaba ya
cansado y llamé a la haitiana para que me ayudara
a cuidarla . . . Y así andaban las cosas cuando ocu-
rrió la noche del vendaval . . . La lluvia se anunció
con estruendosa demostración de truenos y relámpa-
gos . Los silbidos del viento se mezclaban con los tra-
llazos de las olas . . . Todo hacía suponer que se
acercaba un pavoroso huracán . . . Yo observaba a
Linda Olsen para ver los efectos que el fragor atmos-
férico le causaba . . . Y pude confirmar que mi diag-
nóstico no estaba equivocado porque la vi calmarse y
hasta pude observar que había olvidado lo de la rigi-
dez de sus piernas . . . Al notarla dormida, consideré
que había pasado la crisis, y viendo que la haitiana
quería marcharse me atreví a licenciarla . "No hay
peligro" -le dije-, "puedes irte" . La haitiana me
explicó que su deseo de marcharse era porque la lan-
cha se le estaba golpeando entre las rocas y deseaba
sacarla de entre los arrecifes . Cuando cerró la puer-
ta, me sentí tan cansado que me estiré en la hamaca
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Empuñé los remos e hice avanzar la lancha mar
afuera . Luchando rudamente con el viento y la fu-
ria de las olas me fui acercando al sitio en que creía
divisarla . La luz de los relámpagos me la hacía ver
a ratos flotando en la corriente y a veces la perdía .
Pero ahora me doy cuenta de que acaso no pude ver-
la nunca ni escuché su alarido desgarrador . Tal vez
fue sólo ilusión de mis sentidos . En efecto, cuando
me parecía que iba acercándomele, la veía más dis-
tante . Hasta que hubo m: momento en que, agota-
das mis fuerzas, perdí el sentido (le las cosas . No re-
cuerdo haber izado la vela ni si fue la corriente la que
me hizo estrellar contra las rocas de la isla próxima .
Tampoco hago memoria del momento en que me puse
la boina en la cabeza . Tal vez fue en el instante de
salir del bohío . Lo que no olvido nunca es que debi-
do al loco pavor de que fui presa o al ruido (le la llu-
via, no dejé de escuchar un solo instante el doloroso
alarido de Miss Olsen y un misterioso canto .
. . .¿Cómo llegué a la playa? No lo sé . A lo me-
jor anduve perdido entre las rocas hasta caer rendido
sobre la arena . Lo cierto es que al volver de mi co-
lapso ya el alba despuntaba y había amainado la tor-
menta, pero yo seguía oyendo dentro de mí el eco le-
jano de aquel canto mezclado a la honda resonancia
del mar como si mi alma entera se hubiese transfor-
mado en un gigantesco caracol . . .
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