CUENTOS JOAQUIN (Ñurka Karina Rondinel Guillen)
CUENTOS JOAQUIN (Ñurka Karina Rondinel Guillen)
CUENTOS JOAQUIN (Ñurka Karina Rondinel Guillen)
¡A Garbancito no piséis!”
Sin poder creer que lo habían encontrado y aún seguía vivo, los padres
se acercaron al buey e intentaron hacerle cosquillas para que lo dejara
salir. El animal no pudo resistir y con un gran estornudo lanzó a
Garbancito hacia afuera, quien abrazó a sus padres con inmensa alegría.
Luego de los abrazos y los besos, los tres regresaron a la casa celebrando
y cantando al unísono:
Había una vez, una rata muy laboriosa y dedicada, cuya hija se pasaba
todo el día de haragana jactándose frente al espejo. “¡Qué bella soy!”
repetía por el día, por las tardes y por las noches.
Entonces sucedió que un buen día, la mamá rata descubrió una pepita de
oro mientras regresaba a casa. Al momento, la rata imaginó cuántas cosas
no podría comprar con aquella pepita de oro tan brillante, pero lo más
importante para ella, era su propia hija, por lo que decidió regalársela sin
dudarlo.
La zorra se aseguró de hablar bien alto para que el león la oyera y él, que
era bueno e ingenuo, cayó en la trampa. Se concentró y sin mover ni un
pelo de los bigotes, se tiró tres enormes y apestosos pedos.
– ¡Ay, león, mucho tienes que espabilar para poder coger a una zorrita
lista como yo!
El felino tuvo que admitirlo: ¡esa granuja era difícil de atrapar y no le
quedaba otra que perfilar un plan mejor!
– ¡Soy viejo pero no tan tonto como tú te crees! ¡Ten por seguro que
algún día te atraparé!
Una cálida tarde de verano, cuando estaba a punto de ponerse el sol, una
mujer salió al jardín de su casa con una gran jarra de agua entre las manos
para regar las flores ¡Adoraba las plantas y nada le gustaba más que
cuidarlas con esmero!
Mientras contemplaba sus hermosas begonias observó que tres ancianos
de barba blanca como la nieve traspasaban la valla de su propiedad y se
sentaban sobre la hierba. Extrañada, dejó la jarra sobre el banco de piedra
que tenía en la entrada y se acercó a hablar con ellos.
– Es usted muy amable pero no podemos ser invitados a una casa los tres
juntos.
La mujer se quedó estupefacta.
– Perdone pero no entiendo lo que me dice ¿Qué quieren decir con que
no pueden entrar los tres juntos? Mi casa no es muy grande pero hay sitio
para todos.
Por un momento la mujer pensó que esos tipos tan extraños le estaban
tomando el pelo pero antes de que pudiera decir nada, Riqueza siguió
hablando.
– Solo uno de nosotros podrá cenar con ustedes, pues debe elegir entre
la riqueza, el éxito o el amor. No se preocupe, esperaremos aquí mientras
lo decide con su familia.
La mujer asintió con la cabeza y entró corriendo en la casa. Su esposo
estaba tumbado en la cama, muy concentrado en la lectura del libro que
tenía entre las manos; su hija, una linda niña de diez años, sentadita sobre
el suelo de madera peinaba a su muñeca favorita.
– No, no, te aseguro que dicen la verdad ¡Sé reconocer cuando alguien
miente descaradamente y estos tres caballeros parecen muy sinceros!
– ¡Uy, no sé, no sé!… No lo tengo nada claro ¿No sería mejor invitar a
Éxito? Seríamos admirados por todo el mundo y la gente nos trataría de
manera especial ¡Siempre he deseado ser una persona famosa e
importante!
Descalzo como estaba salió al jardín y vio a los tres ancianos esperando
en silencio, tal y como habían prometido.
– Señores, nos gustaría muchísimo que pasaran los tres, pero como solo
podemos escoger a uno hemos decidido que con mucho gusto invitamos
a Amor. Si es tan amable, acompáñeme, por favor.
El anciano sonrió y tomó asiento. En ese mismo instante, los otros dos
se presentaron en el comedor. La familia se miró desconcertada y la
mujer se acercó a ellos con amabilidad.
– Verá, buena mujer, todo tiene una fácil explicación: si hubiera escogido
el éxito o la riqueza los otros dos nos habríamos quedado afuera, pero
me han elegido a mí, y a donde yo voy ellos van, pues donde hay amor,
siempre hay éxito y riqueza.
La almohada maravillosa
– ¿Y por qué no eres feliz? Eres un chico guapo, estás sano, y gracias a
tu trabajo en el campo siempre tienes comida que llevarte a la boca ¿No
te parecen suficientes motivos para sentirte dichoso?
– ¡Pues está muy claro! Tener dinero para vestir como un señor,
comprarme una bonita casa y comer lo que me apetezca, pero por
desgracia, los sueños nunca se hacen realidad.
El sueño fue muy largo y lo vivió como si fuera absolutamente real. Tan
largo fue que hasta pasó el tiempo y conoció a una mujer bellísima de la
que se enamoró perdidamente. Por suerte fue correspondido, se casaron
y tuvieron cuatro hijos.
Su vida era increíble, pero se convirtió en perfecta cuando el rey en
persona le nombró su consejero principal. Empezó a rodearse de gente
importante que se pasaba el día haciéndole la pelota y obsequiándole con
fabulosos regalos ¡Ahora sí que había conseguido todo y se consideraba
el tipo más afortunado de la tierra!
Así fue hasta que un día las cosas se torcieron. Sucedió algo terrible: un
ministro del rey, que le tenía mucha envidia, le acusó de ser un traidor.
No era cierto, pero no pudo demostrarlo y fue llevado ante un tribunal.
Con las manos atadas, tuvo que escuchar el veredicto del juez.
La ratita atrevida
Adaptación del cuento popular de España
Érase una vez una linda ratita llamada Flor que vivía en un molino. El
lugar era seguro, cómodo y calentito, pero lo mejor de todo era que en él
siempre había abundante comida disponible. Todas las mañanas los
molineros aparecían con unos cuantos kilos de grano para moler, y
cuando se iban, ella hurgaba en los sacos y se ponía morada de trigo y
maíz.
– No, no lo soy, así que ¿sabéis qué os digo? ¡Pues que me voy a la
aventura, a vivir nuevas experiencias! Necesito visitar lugares exóticos,
conocer otras especies de animales y saborear comidas de culturas
diferentes ¡Ni siquiera he probado el queso y eso que soy una ratita!
Sus amigas la escuchaban boquiabiertas y las palabras de la sensata Anita
no sirvieron de nada. ¡Flor estaba empeñada en llevar a cabo su alocado
plan! Dando unos saltitos se fue a la puerta y desde allí, se despidió:
– ¡Adiós, chicas, me voy a recorrer el mundo y ya volveré algún día!
¡Qué feliz se sentía Flor! Por primera vez en su vida era libre y podía
escoger qué hacer y el lugar al que ir sin dar explicaciones a nadie.
– A ver, a ver… Sí, creo que iré hacia el norte, camino de Francia… ¡Oh
là là, París espérame que allá voy!
– Este camino va hacia el norte atravesando una pradera ¡No hay duda
de que voy bien!
Muy resuelta y segura de sí misma echó a andar sobre los adoquines. De
repente, un carruaje pasó por su lado a toda velocidad y un caballo le
pisó una patita.
– ¡Ay, ay, qué dolor! ¿Qué voy a hacer ahora? ¡Me cuesta mucho andar!
– ¿Y por qué estás tan triste con lo bonita que eres, pequeña?
El hada sonrió:
– Me alegra tu decisión, Flor. El mundo está lleno de lugares
maravillosos y es normal que quieras explorarlos, pero para eso tienes
que formarte, aprender y madurar. Estoy convencida de que algún día,
cuando estés preparada, tendrás esa oportunidad. Anda, ven, súbete a mi
hombro que te llevo a casa. No te preocupes que con una venda
enseguida te curarás.
El hada buena la llevó de vuelta al lugar donde había nacido, al lugar que
le correspondía y donde lo tenía todo para ser dichosa. Por supuesto la
recibieron con los brazos abiertos y ni que decir tiene que ese día el grano
del molino le supo más delicioso que nunca.
LA BOLSA DE MONEDAS
Hace mucho tiempo, en una ciudad de Oriente, vivía un hombre muy
avaro que odiaba compartir sus bienes con nadie y no sabía lo que era la
generosidad.
En una ocasión, paseando por la plaza principal, perdió una bolsa en la
que llevaba quinientas monedas de oro. Cuando reparó en ello se puso
muy nervioso y quiso recuperarla a toda costa.
¿Sabes qué hizo? Decidió llenar la plaza de carteles en los que había
escrito que quien encontrara su bolsa y se la devolviera, recibiría una
buena recompensa.
Quiso la casualidad que quien se tropezó con ella no fue un ladrón, sino
un joven vecino del barrio que leyó el anuncio, anotó la dirección y se
dirigió a casa del avaro.
Al llegar llamó a la puerta y muy sonriente le dijo:
– ¡Buenos días! Encontré su bolsa tirada una esquina de la plaza ayer por
la tarde ¡Tenga, aquí la tiene!
El avaro, que también era muy desconfiado, la observó por fuera y vio
que era igualita a la suya.
– ¿Malentendido? ¡Aquí había mil monedas de oro así que lo siento pero
no te daré ninguna recompensa! ¡Ahora vete, te acompaño a la puerta!
El tacaño respondió:
– ¡No hay más que hablar! Si tú perdiste una bolsa con mil monedas y
ésta tiene sólo quinientas, significa que no es tu bolsa. Dásela a él, pues
no tiene dueño y es quien la ha encontrado.
– Sí, así es. Tu única opción es esperar a que un día de estos aparezca la
tuya.
Y así fue cómo, gracias a la sabiduría del rabino, el avaro pagó sus
mentiras y sus calumnias quedándose sin su propia bolsa.
LA VIEJA Y LA GALLINA
En un pueblecito del Tíbet vivía una anciana que adoraba cenar un huevo
todos los días. No quería asados, ni verduras, ni dulces ¡Sólo un único
huevo antes de acostarse!
La gallina se sintió muy agradecida desde el primer día pues vivía como
una reina. Para corresponder a la anciana se esforzaba mucho en poner
cada mañana el mejor huevo que era capaz. Nada más salir el sol, la
mujer lo recogía con entusiasmo y siempre le daba las gracias por el
regalo.
– Gallinita, gallinita, sé buena y dame hoy seis huevos para cenar, por
favor.
No había nada que hacer. Para la gallina era una misión imposible, algo
que iba en contra de su naturaleza. Desconcertada, miraba a la anciana
con cara de circunstancias tratando de hacerle entender la situación.
– ¡Vaya metedura de pata! ¡Las gallinas ponen un sólo huevo al día! ¡Por
no pensar bien las cosas a partir de mañana no tendrás ni una cosa ni
otra!
Los dos amigos ignoraron los agudos chillidos del pájaro y continuaron
conversando, pero enseguida les interrumpió otra vez.
– ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!
Durante toda la tarde, el loro siguió gritando como un loco. Cuando llegó
hora la de despedirse, el anfitrión, muy cortésmente, acompañó a su
invitado hasta la puerta. El hombre se alejó a paso rápido, pero parecía
que los alaridos del loro le perseguían por el camino, tan fuertes que eran.
Decidió que al día siguiente iría de incógnito a la casa del viejo. Una vez
allí, esperaría a que se fuera a hacer la compra diaria al mercado y, en
cuanto se ausentara, entraría y liberaría al loro.
– A este lorito miedoso le pasa lo mismo que a los seres humanos; hay
muchas personas que tienen deseos de libertad, de ver mundo, de hacer
cosas que siempre soñaron, pero están tan acostumbrados a las
comodidades y a la seguridad del hogar que, a la hora de la verdad, se
aferran a lo conocido y no tienen la valentía de probar.
Cerró de nuevo la pequeña puerta de la jaula y se fue por donde había
venido, contento al menos de haberle dado la oportunidad de ser libre.
– Así que se cree mejor que yo ¿eh?… Muy bien, pues si quiere hacemos
una apuesta. Le reto a correr, pero para que sea más emocionante, lo
haremos bajo tierra. Si gana usted, le entregaré mi flauta, pero si gano
yo, tendrá que regalarme su casa, que según he oído por ahí, es bastante
confortable.
El ratón se echó a reír pensando que el sapo era un ser bastante tonto e
inconsciente.
– ¿Es usted mago o algo así? ¡Si no lo veo, no lo creo! Está bien: haremos
una nueva carrera, esta vez el camino contrario, de aquí a la roca.
El ratón tuvo que asumir que había perdido. Cabizbajo, le dio las llaves
y se alejó en busca de un nuevo hogar. El exceso de confianza en sí
mismo le había jugado una mala pasada. Se prometió que, a partir de
entonces, sería más humilde y no despreciaría a aquellos que, en
principio, parecen más débiles.