Roma Hispanica
Roma Hispanica
Roma Hispanica
E l lector que se asome a este libro encontrará en sus páginas un intento, más o menos
acertado, de reconstruir uno de los aspectos fundamentales de la cultura de la Edad
Moderna: la fiesta. Soy consciente de que el nombre del objeto de estudio no incita a
pensar en una investigación particularmente seria, pero, pese a buscarlo de manera
insistente, no he encontrado un sustituto que me convenza. He empleado cultura festiva
en el título con la intención de transmitir que el asunto fue mucho más allá de la simple
celebración de un hecho o una efeméride y que implicó el empleo de todos los recur-
sos culturales que el Barroco ofrecía. El tema, el qué, se acota mediante un quién y
un dónde. El quién es España, una España entendida igual que en el siglo xvii, como un
conglomerado de naciones que se mantenían unidas por dos elementos: la obediencia a
un mismo rey y un credo compartido, el catolicismo, gracias al cual el dónde, Roma,
cobra sentido. Fue en esta ciudad –en la que se aquilataron muchos de los recursos
ideológicos, artísticos, políticos y hasta comportamentales de la Edad Moderna– donde
la fiesta de la Monarquía Hispánica adquirió un valor y un desarrollo sin precedentes.
España y los españoles desplegaron en Roma, verdadero microcosmos del mundo, una
actividad ceremonial y festiva inagotable, tanto como lo fueron las relaciones políticas,
ideológicas o diplomáticas entre el Papado y los reinos de España. Y esta intensa rela-
ción, teatralizada a través del ritual y la fiesta, es la que intentaré exponer e interpre-
tar en las siguientes páginas.
La Monarquía Hispánica tuvo una casi enfermiza necesidad de la sanción
papal, y los sucesivos pontífices necesitaron igualmente de la potencia económica y
militar de España. Los numerosos agentes de la Corona en Roma articularon una
intensa acción diplomática y, al mismo tiempo, fundaron o dotaron gran cantidad de
edificios, capillas y conjuntos decorativos cuya función fue establecer una presencia
hispánica en la ciudad. En este volumen se estudia la fiesta hispánica en Roma como
uno de los elementos fundamentales que articularon la relación Papado-España duran-
te la Edad Moderna, y para ello se analizan en primer lugar las coordenadas que la
definieron. A continuación, he intentado acotar la geografía hispana en Roma,
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I
Roma y España
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Roma hispánica
de España en Roma durante la Edad Moderna, llevaron hace unos años a Thomas
J. Dandelet a acuñar el término Roma española para definir el carácter de la ciudad duran-
te los siglos xvi y xvii4. Partiendo de la potencia del Imperio español y de la actitud
expansiva de los reinados de Carlos V y Felipe II se consolidaba una línea de investiga-
ción que, basándose en la documentada presencia de infinidad de súbditos españoles y
agentes de la Corona en Roma, así como en la densa red de instituciones, patronazgos
y redes clientelares al servicio de la corte hispana, acotaba la situación de la Roma del
Renacimiento y el Barroco casi como si de una colonia oficiosa de los Habsburgo se tra-
tara. El mismo autor hacía extensivo el planteamiento poco después al resto de Italia,
refiriéndose ya a los territorios políticamente dominados por los Austrias españoles5.
La validez del paradigma de una España dominante y una Roma sometida a sus
designios –es decir, la efectiva existencia de una Roma española– ha sido puesta en duda por
estudiosos italianos como Maria Antonietta Visceglia6. La historiadora, recogiendo las apor-
taciones realizadas en ámbito español e italiano, ha puesto de relieve la dificultad de aplicar
una definición homogénea al larguísimo periodo de la Edad Moderna y, aún más, de definir
de manera unívoca las relaciones entre España y Papado o entre monarca y pontífice.
El juego de relaciones se presenta rico y complicado: las situaciones son cam-
biantes; las filias y las fobias políticas, volubles; los pactos, frágiles. Sin duda, como se
verá en las páginas siguientes, Roma fue importante para España y España lo fue para
Roma (fig. 1). Los españoles fueron allí numerosísimos durante la Edad Moderna, y sus
maneras de conservar la propia identidad dentro de una ciudad plurinacional, muy
variadas. La ligazón religiosa que unía a la más católica de las naciones con su pastor fue
muy fuerte, y las cofradías, las congregaciones y los religiosos hispanos –pero también
los santos españoles elevados a los altares– cuajaron el devenir de la capital del Papado
durante estos siglos. La actividad de los embajadores fue frenética, en tiempos de guerra
y en tiempos de paz, y su papel como propagadores de la imagen de la Monarquía His-
pánica resultó muy eficaz. Todo ello es cierto, probablemente más en el caso español que
en el de ninguna otra nación.
Como el propio Dandelet constata, la actividad española en la ciudad fue inin-
terrumpida y multiforme, y el empeño de los representantes del Rey Católico por llegar
a ser y mantenerse como la potencia con mayor presencia en el trazado de la ciudad,
continuo. Sin embargo, fue precisamente la imposibilidad de definir una relación clara
y estable entre la corte española y la papal lo que hizo que la actividad diplomática y
las relaciones entre ambos Estados fueran de enorme intensidad. Estas relaciones, ejer-
cidas a través de variadísimos agentes, encontraron en el ceremonial una de sus mani-
festaciones más felices. La fiesta, el rito y la ceremonia desplegados por los españoles en
Roma –ambivalentes en sus fuentes y configuración al beber, por una parte, de la eti-
queta española y, por otra, de la organización de la ciudad ritual– se erigió como uno
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Roma y España
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II
Los espacios de la nación española
D urante los siglos de la Edad Moderna, la ciudad de Roma se configuró como ver-
dadero teatro del mundo, donde las diferentes potencias europeas desplegaron una
intensa actividad diplomática y propagandística ante la cabeza visible de la Iglesia, el
papa. Los medios para apuntalar la presencia de las distintas nacionalidades en la capital
de los Estados Pontificios fueron múltiples y encontraron su plasmación más clara en la
presencia de embajadas estables y en la construcción de las llamadas «iglesias naciona-
les»2. Así, los templos de franceses, españoles, alemanes, portugueses o napolitanos se
apiñaron en la llamada curva del Tíber, porción de la ciudad que se abre frente a San
Pedro y el Castel Sant’Angelo, mientras que otros, como los de los lombardos, sicilianos,
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10. Capilla de Santiago en la iglesia homónima de la nación española en Roma (hoy Nostra
Signora del Sacro Cuore), de Antonio da Sangallo (arquitectura), Pellegrino da Modena
(pintura) y Jacopo Sansovino (escultura, copia del original hoy en Santa Maria di Monserrato).
Hacia 1525. Roma, Bibliotheca Hertziana – Max-Planck-Institut für Kunstgeschichte.
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Los espacios de la nación española
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Roma hispánica
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III
La fiesta política
C ada una de las ceremonias, fiestas y ritos de los que se trata en este libro podría
incluirse bajo el amplio manto de la denominación fiesta política. No hubo en la
Edad Moderna una procesión, canonización o funeral que no estuviera impregnado
hasta la médula de intencionalidad política, deseos de autoexaltación, veladas críticas al
adversario o sibilinas luchas de poder. Hablaré aquí, sin embargo, de las fiestas que
también oficialmente fueron políticas, es decir, aquellas orquestadas por orden expresa
del poder real o como medio para promocionarlo.
Como dijimos, fundamental para entender la fiesta política y su gran desarrollo
en Roma, sobre todo durante los siglos xvi y xvii, es el hecho de que durante estos años
política y religión fueran indivisibles, aunque papa y rey católico no siempre estuvieran
de acuerdo2. Carlos V, Felipe II, Felipe III, Felipe IV y Carlos II hicieron de la religión
católica parte integrante de su concepción de la Monarquía Hispánica y, al mismo tiem-
po, justificación de sus acciones políticas, siendo el punto culminante de esta tendencia
el periodo de la guerra de los Treinta Años (1618-1648). Este enfrentamiento bélico se
presenta, de hecho, como catalizador de conflictos latentes de muy diversa índole. El
primero de los esgrimidos es el de la religión, resultado de la poco satisfactoria solución
que la Paz de Augusta había dado al problema de la Reforma protestante en los principa
dos alemanes. Sin embargo, velado pero poderoso, rivalizó en importancia el conflicto
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Roma hispánica
Por otro lado, a la hora de valorar las posibilidades celebraticias del tributo de la
Chinea, deben considerarse dos puntos: en primer lugar, las limitaciones ceremoniales
a las que los representantes de las distintas naciones estaban sometidos por el estricto
control del protocolo pontificio y por la supuesta neutralidad del papado; en segundo,
el peso que aún durante los siglos xvii y xviii poseía el mito imperial en el subconscien-
te colectivo romano. Por eso, la posibilidad de desarrollar una procesión celebraticia de
la Monarquía que atravesara el centro de Roma desde el palacio de España hasta el
Vaticano siguiendo el recorrido de la via triumphalis o via papalis era una ocasión que
ningún embajador español podía desaprovechar. Pocas veces este itinerario sacralizado
era recorrido para celebrar a un monarca temporal, por lo que la actualización del triun-
fo romano, ahora convertido en triunfo hispano, fue siempre buscada por los agentes de
la Corona. Adventus y Chinea, unidos a las celebraciones extraordinarias, se configura-
ban así como soportes excepcionales de la exaltación regia y como tales fueron emplea-
dos de manera asidua por los embajadores.
Monarquía y representación
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33. Anónimo, Segunda máquina pirotécnica alzada por voluntad de Cornelius Henricus Motman en
la Piazza Madama para celebrar la coronación de Fernando III. Grabado en Relatione delle feste fatte in
Roma per l’elettione del re’ de romani..., de Theodor Meyden (Roma, Lodovico Grignani, 1637, in-fol.).
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37. Claudio de Lorena, Primera máquina pirotécnica patrocinada por el marqués de Castel Rodrigo
para celebrar la coronación de Fernando III. Grabado en Relatione delle feste fatte in Roma
per l’elettione del re de’ romani..., de Theodor Meyden (Roma, Lodovico Grignani, 1637, in-fol.).
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La fiesta política
42. Anónimo, Fiesta ante el palacio de la Embajada de España por el nacimiento del príncipe Carlos.
1662. Óleo sobre lienzo, 41 × 74 cm. Viena, Gemäldegalerie der Akademie der bildenden Künste.
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Roma hispánica
46. Pietro da Cortona, Entrega del tributo de la Chinea a Urbano VIII en San Pedro. 1624.
Lápiz, acuarela y realces de albayalde, 505 × 458 mm. Derbyshire, Chatsworth House.
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La fiesta política
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54. Alessandro Piazza, Llegada a Nápoles del cardenal Carlo Barberini, legado de Clemente XI
ante Felipe V en junio de 1702. 1703. Óleo sobre lienzo, 201 × 264,5 cm. Museo di Roma.
55. Alessandro Piazza, Llegada al palacio del Quirinale del cardenal Carlo Barberini, legado
de Clemente XI ante Felipe V. 1703. Óleo sobre lienzo, 193 × 268,5 cm. Museo di Roma.
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IV
La fiesta religiosa
S i hay un elemento que caracterizó a Roma durante la Edad Moderna fue su condi-
ción de ciudad santa. A ello contribuyó no sólo el hecho de que fuera la residencia
estable del sumo sacerdote de la Iglesia católica, sino su carácter de urbe sacralizada,
urna y contenedor de reliquias, y destino prioritario de peregrinaciones 2. Sin olvidar
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Roma hispánica
La fiesta de la Resurrección
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V
Los funerales regios
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101. Teresa del Po según Giovanni Francesco Grimaldi, Fachada principal
de San Giacomo degli Spagnoli decorada para las exequias de Felipe IV. Grabado
en Funeral hecho en Roma en la Iglesia de Santiago de los Españoles … a la gloriosa
memoria del Rei Católico de las Españas nuestro Señor D. Felipe Quarto…,
de Antonio Pérez de la Rúa (Roma, Giacomo Dragondelli, 1666, in-fol.).
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108. Domenico de’ Rossi, Catafalco erigido en la basílica de Santa Maria Maggiore para
las exequias de Carlos II. 1700. Tinta sepia sobre papel, 453 × 320 mm. Museo di Roma.
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VI
A modo de telón:
la muerte de la fiesta
E n 1819 se celebraron en Roma las exequias por las reinas María Isabel de Braganza y
María Luisa de Parma, esposa y madre del rey reinante en Madrid, Fernando VII. Sus
funerales, orquestados con el mayor empeño por el embajador español, fueron, como trataré
de explicar, el punto y final de la fiesta patrocinada por la Monarquía Hispánica en la ciudad de
los papas. Es difícil decidir cuándo se debe bajar el telón o, lo que es lo mismo, comprender
cuál es la cronología exacta en la que la fiesta barroca, protagonista de este estudio, dejó de
ser fiesta y barroca en respuesta a los cambios en el pensamiento, la estética y hasta los pro-
tagonistas. Por ello, se ha elegido como mutis un doble acontecimiento festivo que, en 1819
y siempre desde el punto de vista del que escribe, transmite de manera clara el derrumbe de
un sistema artístico, de una institución política y de una manera de entender el poder.
En 1808 había comenzado en España una crisis aún mayor que la que había pade-
cido la institución monárquica en 1700 al morir sin descendencia Carlos II: Carlos IV abdi-
có, su hijo Fernando intentó hacerse con el poder y, mientras tanto, las tropas de Napoleón,
que asolaban Europa, entraron en la Península Ibérica y sentaron a José Bonaparte en el
trono de Madrid. Fernando volvería a entrar triunfante en la capital en 1814, pero la crisis
política no se resolvió, y numerosas sacudidas siguieron haciendo tambalearse a la Monarquía
Hispánica. Poco después del retorno del rey, América se encaminaría hacia su independencia
y España quedaría reducida a sus territorios en la Península Ibérica y a un puñado de islas
esparcidas por los océanos. El reinado de Fernando VII supuso el final del Imperio español
y marcó la entrada, no sin dificultades, de España en la Edad Contemporánea.
Los dobles funerales de 1819 fueron el final de una larga serie de exequias reales
femeninas en Roma, frecuentes pero con un impacto mucho menor que el de los reyes en
la política propagandística de la Monarquía Hispánica, un sistema eminentemente mas-
culino en el que la figura de la reina y su imagen se vieron instrumentalizadas en beneficio
del rey. La primera gran ceremonia funeral por una reina española fue la dedicada a la
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