Sistema de Evaluación Global Por Arce y Fariña (CGPJ)
Sistema de Evaluación Global Por Arce y Fariña (CGPJ)
Sistema de Evaluación Global Por Arce y Fariña (CGPJ)
NOTA: Esta investigación fue financiada por la Secretaría Xeral de Investigación e Desenvolvemento,
Xunta de Galicia, en el proyecto de Excelencia Investigadora Código PGIDIT03CS037401PR.
INTRODUCCIÓN
LA OBTENCIÓN DE LA DECLARACIÓN
Las herramientas fundamentales para la obtención de información de los testigos son los
interrogatorios y entrevistas. Es bien sabido que el éxito de dicha entrevista o interrogatorio va a
depender de factores tales como la pericia del entrevistador, el grado de colaboración del entrevistado,
el tiempo transcurrido desde el suceso, y, evidentemente, del tipo de entrevista (véase Memon y Bull,
1999). Los interrogatorios conforman el instrumento por excelencia de la obtención del testimonio en
las actuaciones policiales y judiciales, pero la declaración obtenida mediante éstos no es productiva para
la aplicación de los sistemas de análisis de la credibilidad basados en el contenido de las declaraciones.
Asimismo no todos los tipos de entrevitas son válidas para estos fines. De facto, las entrevistas dirigidas
o semidirigidas pueden introducir información engañosa en las narraciones de los eventos de personas
sinceras (p. e., Loftus, Korf y Schooler, 1988), de modo que las distoriones no serían fruto de la
mentira, sino de la información introducida por el entrevistador. En consecuencia, se precisa de
entrevistas en las que el entrevistador no mediatice la información a recuperar por el testigo. Las
entrevistas en formato narrativo de discurso libre, tal como la entrevista cognitiva, se ajustan estas
demandas. Sobre éstas, Köhnken, Milne, Memon y Bull (1999), tras una revisión de al literatura,
observaron que facilitaban una mayor tasa de recuperación de información, sobre todo correcta (36%),
pero también incorrecta (17,5%). Ahora bien, esto no significa que la exactitud global sea mayor en un
tipo de entrevista que en otro. De hecho, el porcentaje promedio de información correcta es en el
formato de entrevista policial (esto es, interrogativa) del 82%, en tanto en la entrevista cognitiva se cifra
en el 84%. En esta línea se han propuesto formatos de entrevista narrativa ajustados al contexto y a las
capacidades del entrevistado. A continuación revisamos brevemente cada uno de ellos.
LA ENTREVISTA COGNITIVA1 .
1
Las entrevistas han de grabarse para los posteriores análisis de contenido.
- Elementos secuenciales (v. gr., piensa en lo que estabas haciendo en ese momento).
- Características perceptuales (vbgr., retoma la imagen de la escena del crimen y haz un
dibujo de la habitación ¿A qué olía? ¿Qué oías?).
La razón que subyace a esta primera técnica es el principio de codificación específica de
Tulving, esto es, la información contextual de un suceso se codifica junto con el evento y se
conecta asociativamente (Tulving y Thompson, 1973). A su vez, la recuperación verbal del
suceso depende del grado en que los índices ambientales de la situación a recuperar se solapen
con propiedades previamente codificadas (Tulving, 1983). Esta primera técnica de la entrevista
cognitiva es similar a la usada por parte de jueces y policía, la llamada reconstrucción de los
hechos, con la salvedad de que la reconstrucción en la entrevista cognitiva se realiza de forma
mental.
b. La segunda técnica, el recuerdo libre, consiste en pedirle al testigo que narre todo lo sucedido,
absolutamente de todo, incluyendo la información parcial e incluso detalles que considere
banales para la investigación, porque estos pueden llevar a otros, asociados entre sí en la
memoria, que sí sean relevantes. Esta estrategia se presenta especialmente importante a la hora
de combinar la información de diferentes testigos. Además, los pequeños detalles, en ciertos
casos, pueden producir buenas pistas. Con estas dos instrucciones, recuperación de la imagen
mental de los hechos e informar de todos los detalles accesibles, se obtiene una primera versión
de lo sucedido. Esta declaración, por tanto, es de tipo narrativo dejando al testigo hablar sin
interrupciones ni preguntas. Es preciso señalar que en todo momento ha de procurarse un
ambiente propicio para la concentración del testigo, sin ruidos ni personas que lo distraigan, y es
obvio que el entrevistador ha de ganarse la confianza del testigo para que su declaración sea lo
más sincera y productiva posible.
c. La tercera técnica, el cambio de perspectiva, trata de animar al testigo a que se ponga en el lugar
de la víctima, o de otro testigo del suceso, incluso del sospechoso, y que informe de lo que vio o
hubiera visto desde esa perspectiva, si estuviera ocupando el lugar de esa persona. Esta técnica
se apoya en los estudios de Bower (1967), quien advirtió que los sujetos, al imaginarse los
personajes de una historia, recordaban más detalles propios de la perspectiva del personaje con
quien se habían identificado, que de otros personajes. De esta manera se obtiene una segunda
versión de la entrevista, desde una perspectiva diferente.
d. El último componente es la instrucción que invita al recuerdo desde diferentes puntos de partida,
el recuerdo en orden inverso. En otras palabras, se pretende que el individuo narre los hechos
desde un orden diferente a como se desarrollaron (v. gr., desde el final al principio, desde el
medio hacia atrás) con el objetivo de recuperar pequeños detalles que puedan haberse perdido al
hacer una narración de los hechos siguiendo la secuencia temporal que éstos tuvieron. Esta
técnica intenta reducir los efectos que los conocimientos previos, las expectativas y los
esquemas producen en el recuerdo, y, además, puede ser efectiva para elicitar detalles
adicionales (Memon, Cronin, Eaves y Bull, 1993). No en vano, como señalan Bower y Morrow
(1990), tendemos a recordar el esquema o modelo mental que nos formamos de un evento más
que el evento mismo.
La aplicación de la entrevista cognitiva no está limitada a la reproducción de un suceso de
episodio único, ya que permite extender su utilización para recordar hechos que ocurren frecuentemente
de una manera similar (Mantwill, Köhnken y Ascherman, 1995). La entrevista cognitiva incluye, a su
vez, técnicas suplementarias tales como:
a. Gimnasia memorística para la recuperación de la apariencia física: ¿Te recordó el intruso a
alguien a quién conozcas? ¿Había algo inusual en su apariencia?
b. Nombres: Trata de recordar la primera letra del nombre, recorriendo una a una todas las letras
del alfabeto.
c. Objetos: Describe los objetos que había dentro y fuera de la habitación ¿Parecían pesados de
llevar?
d. Conversaciones y características del habla: ¿Se utilizaron palabras extranjeras o inusuales?
¿advertiste algún acento? ¿Tartamudeaba?
e. Número de matrículas de automóviles: ¿Te recordaron los números o las letras de la matrícula a
alguna cosa? ¿Los números eran altos o bajos?
Además de esta versión estándar de la entrevista cognitiva, Fisher y Geiselman (1992)
propusieron una versión mejorada. Ésta responde a una adaptación al contexto judicial. No obstante, la
efectividad y el procedimiento en términos cognitivos es el mismo. Las siguientes fases resumen la
estructura general mejorada de la misma.
Fase 1. Presentaciones y personalización de la entrevista (presentación, usar el nombre del
entrevistado).
Fase 2. Establecimiento de la comunicación (creación de atmósfera agradable, de confianza a través
de la formulación de preguntas neutras).
Fase 3. Explicación del propósito de la entrevista.
Fase 4. Reinstauración de contextos.
Fase 5. Recuerdo libre.
Fase 6. Preparación para el interrogatorio (pedirle que se concentre intensamente, que diga lo que se
le viene a la mente tal como llega, sin fabricarlo, que puede decir no comprendo, no sé, no
recuerdo, que active y contraste imágenes).
Fase 7. Interrogatorio compatible con el testigo (cada testigo tiene una secuencia de memoria
distinta del evento debiendo el entrevistador ajustarse a esa secuencia).
Fase 8. Recuerdo desde diferentes perspectivas.
Fase 9. Recuerdo en orden inverso.
Fase 10. Resumen (realizado por el entrevistador en función de lo que el entrevistado ha
informado).
Fase 11. Cierre (desactivación emocional y de tensiones en el entrevistado).
Cuando los testigos son niños, el uso del procedimiento de la entrevista cognitiva merece ciertas
consideraciones. Primera, uno de los hallazgos más consistentes respecto a la memoria de los niños se
relaciona con el rendimiento. Sucintamente, en tareas de recuerdo libre los niños recuperan
significativamente menos información que los adultos; esto es, el nivel de detalles y exactitud con el
que se recuerda un suceso se incrementa con la edad (Davies, Tarrant y Flin,, 1989). Segunda, cuando la
tarea de recuerdo está relacionada con un contexto significativo y familiar, las habilidades de memoria
que exhiben los menores son superiores a cuando se trata de un contexto desconocido y vacío de
significado (Bauer y Mandler, 1990). En otras palabras, en estos contextos la información que restauran
no es necesariamente menos productiva y exacta. Ya que el principal objetivo de la entrevista cognitiva
es aumentar la información recuperada, éste es el procedimiento más indicado para utilizar con niños
(Memon y Bull, 1991). No obstante, se han de modificar las instrucciones para que el niño comprenda
lo que se le está pidiendo y adaptar las demandas de la tarea a las capacidades mentales del mismo.
Con el propósito de adaptar la entrevista cognitiva a niños, el Ministerio de Interior y el
Departamento de Salud Británicos (Home Office and The Department of Health, 1992; en castellano
puede encontrarse desarrollado en Bull, 1997) encargaron a los profesores Diane Birch y Ray Bull la
concreción de un protocolo de actuación para la obtención de la declaración de menores testigos. Sobre
la base del borrador elaborado por estos profesores, junto con un foro de discusión con técnicos, se creó
un protocolo de actuación específico para menores. Previamente a la entrevista en sí, recomiendan
recabar información sobre el estado evolutivo del niño, nivel de lenguaje, y maduración física, social y
sexual. Dicho protocolo consta de cuatro fases que debe completar el entrevistador por este orden
específico: entendimiento y compenetración, recuerdo libre, interrogatorio y conclusión. La primera
fase, entendimiento y compenetración con el menor, es de una importancia trascendental para la
obtención del testimonio. De no conseguirse que el niño se relaje y sienta cómodo, no se obtendrá un
buen flujo comunicativo. Así, ha de tenerse presente que los niños generalmente están educados para no
hablar con extraños. Por ello, se recomienda iniciar la tarea hablando de acontecimientos neutros tal
como aficiones, amigos o colegio. El entrevistador también ha de mostrar un cuidado especial con los
niños que puedan sentirse culpables o creer que han hecho algo malo. Por todo ello, es necesario insistir
y dejar muy clara la necesidad de que digan la verdad. Por último, esta primera fase tiene por objeto
informar al niño de lo que se espera que haga a partir de ese momento. En la segunda fase, el recuerdo
libre, se les pide que cuenten todo lo acontecido (v. gr., ¿hay algo que te gustaría contarme? ¿sabes por
qué estamos aquí?). El entrevistador puede actuar como facilitador pero nunca formular preguntas
específicas. Una atención especial merecen las posibles cogniciones del niño. De hecho, con cierta
frecuencia creen que los adultos ya saben lo que ocurrió, o entienden que no deben informar sobre los
hechos (como ya hemos advertido previamente, los niños generalmente están instruidos para no hablar
con desconocidos). Por todo ello, es preciso insistir en que tienen que contarlo todo. A lo largo de la
entrevista, el entrevistador debe adoptar una postura de escucha activa, esto es, controlarse de intervenir
en las pausas y silencios largos. La tercera fase, el interrogatorio, presenta el siguiente orden de
prelación en la formulación de las cuestiones: preguntas abiertas, preguntas específicas pero no
sugestivas, preguntas cerradas y preguntas profundas. Una vez el entrevistador esté totalmente seguro
que el recuerdo libre ha terminado puede formular, en su caso, preguntas abiertas a fin de que el menor
proporcione más información sobre algunos puntos no aclarados. Ahora bien, es preciso tener presente
que las preguntas con el formato ¿por qué? pueden originar en el niño un sentimiento de culpabilidad.
En consecuencia, estas cuestiones han de formularse con ciertas cautelas. Además, tanto la
reformulación de preguntas como la solicitud de repetición de una respuesta deben evitarse sobre la
base de que pueden interpretarlas como una crítica o una respuesta incorrecta, respectivamente. Las
preguntas específicas tendrán como objeto la aclaración de algunos contenidos obtenidos previamente.
Pero, ha de ejercerse un control efectivo sobre la sugestión inherente a este tipo de preguntas, esto es, la
pregunta no llevará implícita la respuesta. Del mismo modo, las preguntas con dos alternativas de
respuesta bipolares (por ejemplo, sí vs. no) tampoco tienen cabida en este momento de la entrevista. En
todo caso, los contenidos de las preguntas estarán mediados por el nivel de desarrollo del niño. Las
preguntas cerradas, por su parte, tendrán lugar si los modos anteriores no han dado los resultados
apetecidos. Las preguntas con sólo dos alternativas de respuesta han evitarse en la medida de lo posible,
dado que los menores presentan una tendencia a dar la primera alternativa disponible, especialmente si
es un sí, por lo que, de considerarse imprescindibles, se ha de proporcionar una salida de escape como
no sé o no recuerdo. Finalmente, el entrevistador puede formular preguntas profundas que son aquellas
que llevan implícita la respuesta. En desacuerdo con el protocolo original, desaconsejamos que se
pregunte sobre la identidad del autor del delito por dos motivos. Primero, no es tarea del perito
identificar al autor, sino emitir un dictamen sobre la fiabilidad de los hechos descritos. Segundo, sería
muy aventurado dar nombres, porque nuestros procedimientos de estimación de la realidad son para
hechos, con lo que la transposición o cambio intencionado de personas no podría ser detectado por
nuestros medios. La cuarta fase, el cierre de la entrevista, consiste en una recapitulación en la que se
indaga, usando un lenguaje adaptado a la evolución del niño, sobre si lo obtenido en la entrevista es
correcto; y una clausura, en la que se pretende establecer un nivel de angustia y tensión normalizados (al
igual que al inicio de la entrevista se introducen cuestiones neutras, se le agradece la colaboración y se
le hace saber que ha respondido adecuadamente).
A este protocolo general, nosotros le hemos añadido unos procedimientos complementarios de
actuación para casos específicos. Primero, cuando nos proporciona información sobre conceptos que el
menor aún no ha operativizado adecuadamente, tal como la estimación de tiempos, longitudes u otros,
acudimos a comparaciones con otros referentes bien establecidos. Así, si queremos conocer la extensión
temporal de un determinado evento lo podemos comparar con un recreo (p. e., ¿fue más corto, más
largo o igual que un recreo? Si la respuesta fuera más corto, ésta nos indicaría que muy probablemente
duró menos de media hora). Segundo, procedemos con otros lenguajes complementarios para aquellos
casos en que el nivel de desarrollo lingüístico del menor así lo aconseja; esto es, en ocasiones el menor
tiene las imágenes de los hechos, pero no las destrezas lingüísticas suficientes para transformar algunas
imágenes mentales en palabras, o la falta de habilidades es tal que la declaración es muy corta y, por
tanto, no es productiva para nuestros propósitos. En estos casos, el recurso a otros procedimientos de
comunicación con el menor, no sólo son adecuados, sino también convenientes. Los sistemas de
comunicación a los que recurrimos son los trazos de dibujos, la representación de los hechos o el uso de
utensilios, tales como bolígrafos, con los que se les pide que ejecuten una determinada imagen mental
que poseen. Obviamente, estos lenguajes son complementarios y no deben usarse en aislado, porque
pueden inducir fácilmente a un error de interpretación. Pero, cuando describen o intentan describir
hechos que no comprenden y su vocabulario no está formado pueden dibujarlo, señalarlo en un modelo
o en sí mismos, hacer una representación de los mismos o reproducir la acción con objetos. Ha de
tenerse presente que entre los objetos no es aconsejable que se usen muñecos anatómicamente
correctos, ya que conllevan una alta probabilidad de error en las interpretaciones del perito (Dammeyer,
1998), al tiempo que la memoria elicitada vía estos muñecos también incrementa el número de
respuestas incorrectas entre los más niños (Goodman y otros, 1997). En todo caso, recordamos que la
información obtenida por estos medios ha de ser únicamente aclaratoria o de investigación, y nunca por
sí sola prueba de acusación.
¿Cómo saber qué procedimiento seguir para recurrir a la entrevista cognitiva o al protocolo de
menores? La diferencia básica de ambos procedimientos está en las habilidades cognitivas que se le
exigen al menor. La entrevista cognitiva requiere de capacidad de empatía para, por ejemplo, el cambio
de perspectiva. Así, si ésta se adquiere de forma gradual a partir de los 8-9 años (Vrij y Winkel,
1996), es aconsejable recurrir al protocolo de niños con edades anteriores a éstas. En todo caso, los
menores de 7 años tienen dificultades para seguir las técnicas comprendidas en la entrevista
cognitiva (Memon, Cronin, Eaves y Bull, 1996). Si bien, la entrevista cognitiva puede ser efectiva en
menores de edades superiores a 7 años, se corren determinados riesgos tal como que las respuestas
estén mediatizadas por las características de la demanda (Memon, Wark, Bull, y Köhnken, 1997). En
los otros casos, es recomendable iniciar con el protocolo de entrevista cognitiva y de observarse falta
de destrezas cognitivas en el entrevistado cambiar al protocolo de menores. Nosotros hemos
comprobado que este sistema es factible en la práctica, no dando lugar a distorsiones.
LA ENTREVISTA CLÍNICO-FORENSE.
LA FIABILIDAD DE LA DECLARACIÓN.
Se entiende por victimación el hecho de haber sido objeto de un delito pero también la
amalgama de consecuencias de este acto. Éstas pueden ser de muy diversos tipos: físicas,
económicas, sociales o psíquicas. La huella psíquica, al igual que la huella de memoria, puede en
una evaluación pericial convertirse en prueba de cargo. Pero, en un contexto como el que nos ocupa,
el medicolegal, no es suficiente con diagnosticar un trastorno o trastornos, sino que ha de
sospecharse simulación (American Psychiatric Association, 2002). Para este doble objetivo, el
diagnóstico clínico y control de la simulación, no es efectiva la evaluación clínica ordinaria. De
hecho, la evaluación clínica tradicional nunca ha informado de simulación (i.e., Rogers, 1997). Para
la medida de la huella psíquica y el control de la simulación (hipótesis a contrastar en la medida de
la huella psíquica de un delito), Arce, Fariña y Pampillón (2002) han creado y validado un protocolo
de actuación en función de las respuestas y estrategias seguidas por los simuladores. Éste parte de la
distinción operativa entre criterios positivos, que validan el protocolo, y negativos, que invalidan o
mitigan la validez del protocolo, de la simulación. Los criterios positivos serían aquellos que no se
detectan en los protocolos de los simuladores y éstos fueron la no evitación de respuestas y la
deseabilidad social. En concreto, aquellos sujetos que sean evaluados por las escalas de control del
MMPI en el sentido de que se abstienen significativamente de dar respuestas (Escala de
Interrogantes) y que tiendan a dar respuestas de deseabilidad social, no siguen las estrategias típicas
de simulación, lo que debe interpretarse más como indicio de veracidad del protocolo que un intento
de simulación. Es preciso tener en mente que la ausencia de colaboración con la evaluación (no
respuestas) se había propuesto como un indicador fiable de simulación (v. gr., Rogers, 1992; Lewis y
Saarni, 1993; Bagby y otros, 1997), pero esta contingencia nunca fue observada entre los
simuladores en una evaluación forense. Los criterios negativos, esto es, observados en los protocolos
de los simuladores, fueron: 1) los sistemas de medición, MMPI, entrevista u otros, no detectan, en
protocolos válidos, enfermedad mental (en otras palabras, si los instrumentos de medida no detectan
enfermedad mnetal alguna no se puede sostener la misma en el contexto legal); 2) las escalas de
control de validez del MMPI y sus combinaciones detectan simulación; 3) la detección de alguna
estrategia de simulación en la entrevista; y 4) la ausencia de concordancia inter-medidas. El primer
criterio es eliminatorio, o sea, si la enfermedad mental no es medible, no se puede sostener una
huella psíquica en la victimación. Los restantes, en sí mismos, no son determinantes, con lo que se
requerirá, cuando menos, la complementación de dos criterios y el estudio de las hipótesis
alternativas para concluir en relación a la simulación de la huella psíquica. Para estos últimos
indicios de no validez es para los que formulamos el concepto de invalidez convergente que requiere
de, al menos, dos indicios totalmente independientes de invalidez para desestimar un protocolo como
inválido. En función de estos criterios se formuló la siguiente propuesta de protocolo de actuación:
a) Recurso a sistemas de medida complementarios y concordantes, que presupongan la ejecución de
tareas distintas y que contengan sistemas de control de la validez. Así, se propone someter al
sujeto a una evaluación psicométrica, que implica una tarea de reconocimiento de síntomas, y a
una medida mediante una tarea de conocimiento, la Entrevista Clínico-Forense. En relación al
instrumento psicométrico a utilizar, el MMPI es el instrumento de referencia para la evaluación
de daño psíquico en la práctica forense (Butcher y Miller, 1999), pero requiere de un alto nivel
de comprensión por parte del evaluado. Cuando éste presenta dificultades para cumplimentar el
MMPI, el checklist SCL-90-R permite superar ese inconveniente al tiempo que cuenta con
medidas de control de la validez del protocolo. Por ello, recomendamos este instrumento como
sustituto del MMPI o, en caso de duda, como complementario. La primera medida a tomar ha de
ser a través de la entrevista para controlar el efecto del aprendizaje de la tarea psicométrica en la
tarea de conocimiento. En lo referente a la concordancia inter-medidas debe tenerse presente que
ésta no va a ser total. No se nos debe escapar que incluso las medidas test-retest distan mucho de
la perfección.
b) Análisis de la consistencia interna de las medidas: escalas de control de los instrumentos
psicométricos, y, en la entrevista, análisis de contenido en busca de las estrategias habituales de
simulación. Las escalas de control de validez del MMPI-2 (Hathaway y Mckinley, 1999) con
implicaciones para el estudio de la simulaciones según este protocolo son las escalas originales
de validez (escalas de no respuestas, L, F y K), los indicadores adicionales de validez del
protocolo (F posterior, TRIN, VRIN), así como los índices que se han mostrado efectivos en la
detección de la simulación de trastornos, el índice F-K, y el perfil en V invertida (Duckworth y
Anderson, 1995). Si la evaluación psicométrica se obtiene a través del SCL-90-R (Derogatis,
2002), las escalas de validez serían la PST, PSI, GSI y PSDI. Por su parte, las entrevistas se
someten a un análisis de contenido tomando como categorías las estrategias que siguen los
simuladores en las entrevistas: evitación de respuestas, síntomas raros, combinación de síntomas,
síntomas obvios, consistencia de síntomas, síntomas improbables, agrupación indiscriminada de
síntomas y severidad de síntomas.
c) Es aconsejable que dos evaluadores, por separado, lleven a cabo la evaluación, con lo que se
podrá contrastar la consistencia inter-evaluador. Sucintamente, esta salvaguarda sirve para
controlar posibles sesgos de medida e interpretación en el evaluador.
d) Estudio de la fiabilidad de la evaluación: consistencia interna, inter-medidas, inter-contextos
(antecedentes, pruebas documentales, etc.), e inter-evaluadores (Wicker, 1975).
e) Control de falsos positivos, esto es, enfermos reales, a través de un estudio de los antecedentes e
historia general del sujeto, de las hipótesis alternativas en cada indicador de no validez (véase
Roig Fusté, 1993, Graham, 1992), y del cumplimento de los criterios del Modelo de Decisión
Clínica para el establecimiento de la simulación (Cunnien, 1997).
f) Anamnesis o estudio de los antecedentes. Con éste se pretende, en su caso, reforzar la evaluación
con los antecedentes del sujeto, datos del entorno, un estudio de su comportamiento, el
recabamiento de pruebas documentales, otros testimonios, etc.
g) Estudio psicológico de la huella psíquica. Las medidas clínicas proporcionan datos respecto a lo
que legalmente se denomina evaluación biológica, pero ésta requiere, también según la demanda
legal, de lo que llaman evaluación psicológica en la que se clarifique la relación entre la huella
psíquica medida y la huella psíquica esperada para ese caso.
h) Finalmente, también se puede poner a prueba la validez discriminante. En otras palabras, realizar
una medida no relacionada con el caso, tal como de valores o personalidad (16-PF, SIV),
esperando que no presente relación alguna con la evaluación objetivo y se descarte un intento de
manipulación de la imagen, tanto en positivo como en negativo.
La impresión resultante sobre la simulación se ha de ajustar a las siguientes categorías:
probablemente simulador o probablemente no simulador. Es importante dejar a un lado la intención
de establecer la certeza (por ejemplo, situar la impresión en una escala de varios puntos) porque crea
confusión a los decidores (p. e., sentencia del TS de 29 de octubre de 1981, RA 3902), al tiempo que
es importante utilizar términos probabilísticos puesto que la evaluación psicológica está sujeta a
error.
CONSIDERACIONES FINALES
La fiabilidad de todo el procedimiento recae, en última instancia, en el
entrevistador/evaluador. Es por ello que se hace preciso que la intervención se realice por
profesionales con alta formación y experiencia así como con una alta capacidad de objetividad
(Alonso-Quecuty, 1993). Por eso, es imprescindible un entrenamiento exhaustivo. Éste debe incluir:
a) entrenamiento en los modos de obtención de la información en todas sus modalidades (un
procedimiento puede verse en Fisher y otros, 1987); b) entrenamiento en análisis de las
declaraciones [un programa estructurado puede verse en Köhnken, 1999)]; c) entrenamiento en
evaluación de la personalidad y la huella psíquica, no con fines clínicos, sino forenses (véase; Arce,
Fariña y Freire, 2002; Arce, Fariña y Pampillón; Echeburúa, Corral y Amor, 2002; Rogers, 1997); d)
entrenamiento en la detección de la simulación (véase en Arce, Fariña y Pampillón, 2002 los pasos a
seguir); y e) ejecución de las primeras evaluaciones forenses en compañía de un perito con
experiencia. Finalmente, nuestra experiencia nos dice que el material de entrenamiento en análisis de
contenido y evaluación clínica ha de ser real y no simulaciones pues la tarea ejecutada en estos
contextos es distinta y la eficacia del procedimiento también (Vrij, 2000). La Unidad de Psicología
Forense de la Universidad de Santiago de Compostela organiza periódicamente cursos de
entrenamiento en estas técnicas.
REFERENCIAS