DOUGLAS HUSAK Sobrecriminalización
DOUGLAS HUSAK Sobrecriminalización
DOUGLAS HUSAK Sobrecriminalización
SOBRECRIMINALIZACIÓN
Los límites del Derecho penal
Traducción e introducción de
Rocío Lorca Ferreccio
Marcial Pons
MADRID | BARCELONA | BUENOS AIRES | SÃO PAULO
2013
Pág.
INTRODUCCIÓN............................................................................................. 9
PREFACIO A LA EDICIÓN EN CASTELLANO........................................ 27
PREFACIO......................................................................................................... 33
AGRADECIMIENTOS..................................................................................... 39
CAPÍTULO I
LA CANTIDAD DE DERECHO PENAL
CAPÍTULO II
LÍMITES INTERNOS A LA CRIMINALIZACIÓN
CAPÍTULO III
LÍMITES EXTERNOS A LA CRIMINALIZACIÓN
Pág.
2. EL DIABLO EN LOS DETALLES........................................................... 209
3. DELITOS DE PREVENCIÓN DE RIESGOS......................................... 244
CAPÍTULO IV
TEORÍAS ALTERNATIVAS DE CRIMINALIZACIÓN
BIBLIOGRAFÍA............................................................................................... 309
1
El trabajo de Husak en el contexto de la legalización del consumo de drogas es sin duda uno
de los elementos más destacados de su producción académica. Es a partir de dichas reflexiones de
donde obtiene la mayoría de las herramientas teóricas que le permitieron construir la teoría general
de la criminalización que presenta en este libro. Véase, por ejemplo, Husak, Douglas, y Marneffe,
Peter, The Legalization of Drugs (New York, Cambridge University Press, serie For & Against,
2005); Husak, Douglas, Legalize This! The Case for Decriminalizing Drugs (London, Verso, 2002),
traducido al español como ¡Legalización ya! (Madrid, Foca, 2003); Drugs and Rights (Cambridge
University Press, 1992), traducido al español como Drogas y Derechos (México, Fondo de Cultura
Económica, 2001).
2
Véase en este sentido una colección de sus artículos en su libro The Philosophy of Criminal
Law: Selected Essays (New York, Oxford University Press, 2010).
3
Véase su propia autoevaluación en la introducción a su colección de ensayos, ibid.,
pp. 1-14.
10
11
9
Véanse infra, pp. 138 y ss.
10
Véase en este sentido, Stuntz, William, The Collapse of American Criminal Justice (Cam-
bridge, Harvard University Press, 2011), en particular el capítulo 8.
11
Es algo injusto, sin embargo, sostener que no hay teorías de criminalización en la tradición
anglosajona. Quizás el mejor ejemplo en contrario es The Moral Limits of Criminal Law, la obra en
cuatro volúmenes de Joel Feinberg donde precisamente lo que se analiza es qué tipo de acciones
deben ser susceptibles de criminalización. Véase, Feinberg, Joel, Harm to Others (New York, Ox-
ford University Press, 1984); Offense to Others (New York, Oxford University Press, 1985); Harm
to Self (New York, Oxford University Press, 1986); Harmless Wrongdoing (New York, Oxford
University Press, 1988).
12
Donde el exceso está dado por que una gran proporción del castigo actualmente adminis-
trado es injusto, pues se impone frente a conductas que no debieron criminalizarse. Véase infra,
p. 41.
12
13
Véanse las estadísticas en www.prisonstudies.org/info/worldbrief/.
14
Un análisis sobre la especial vulnerabilidad de la política criminal frente a los intereses de la
clase política en Estados Unidos, dada la naturaleza altamente populista de su sistema democrático,
puede encontrarse en Garland, David, Peculiar Institution: America’s Death Penalty in an Age of
Abolition (Cambridge, Harvard University Press, 2010), pp. 162-171.
15
Véanse infra, pp. 56-57.
16
Véanse infra, pp. 64 y ss.
13
17
Véase infra, p. 71.
18
Véanse infra, pp. 72 y ss.
19
Véase infra, p. 75. Esta tendencia se ha vuelto especialmente evidente en el caso de Estados
Unidos, véase en este sentido Western, Bruce, Punishment and Inequality in America (New York,
Russell Sage Foundation, 2006), y Stuntz, William, The Collapse of American Criminal Justice,
op. cit., supra, nota 10.
20
Véase infra, p. 78.
14
21
Véase infra, p. 89.
22
No es novedad que el Derecho penal no sólo es una respuesta frente al delito sino también
una herramienta para gobernar a determinados grupos sociales, en el sentido de que constituye uno
de los mecanismos centrales a través de los cuales el Estado determina la forma de vida que llevarán
determinados grupos sociales. Un ejemplo muy paradigmático de esta función del Derecho penal lo
constituye la regulación penal que surgió luego de la abolición de la esclavitud en Estados Unidos
y que estaba orientada de manera prácticamente explícita a mantener la dominación racial que
hasta entonces existía, véanse en este sentido los denominados «códigos negros» que se dictaron
en algunos estados del sur de Estados Unidos, luego de la abolición de la esclavitud. La idea de
esta legislación era mantener la estratificación racial hasta entonces vigente mediante el estableci-
miento de delitos especiales para ciudadanos afroamericanos y sanciones penales que operaban
como una manera de mantener las relaciones laborales propias de la esclavitud. Un buen ejemplo
puede encontrarse en el South Carolina Black Code, de 21 de diciembre de 1865. Véase también,
Haney López, Ian, «Post-Racial Racism: Racial Stratification and Massive Incarceration in the Age
of Obama», California Law Review, 98, 2010, pp. 1023 y ss.; Western, Bruce, Punishment and In-
equality in America (New York, Russell Sage Foundation, 2006); y Garland, David, «The Meaning
of Mass Imprisonment», Punishment and Society, 3, 2001, pp. 5-7. En términos más generales véase
por todos, Garland, David, Castigo y Sociedad Moderna (Madrid, Siglo XXI, 1999), capítulos 4,
5 y 6; y Rusche, Georg, y Kircheimer, Otto, Punishment and Social Structure (New York, Russell
& Russell, 1968).
23
Véase infra, p. 87.
15
16
les que limitan el poder del Estado para crear delitos. Los primeros cuatro
principios son internos al Derecho penal, pues se derivan de las condiciones
generales para que un Estado legítimo pueda recurrir a una sanción penal:
1) la restricción del mal o daño no trivial; 2) la restricción de impermisibi-
lidad; 3) la restricción de merecimiento, y 4) la restricción de la carga de la
prueba. Los siguientes tres principios serán construidos a partir del Derecho
constitucional y establecen que: 5) sólo es posible establecer delitos cuando
estos promueven intereses estatales sustanciales; 6) la criminalización de una
conducta debe promover dichos intereses de manera directa, y 7) las prohi-
biciones penales no deben ser más extensivas de lo necesario para alcanzar
dicha finalidad.
Para elaborar las primeras cuatro restricciones, la estrategia de Husak es
encontrar principios de criminalización «dentro de las fronteras de la teoría
del Derecho penal dada la forma en que está actualmente conceptualizada»,
aun cuando dichos principios no se hayan formulado con este propósito 24.
Luego, desde la parte general del Derecho penal, Husak extrae los primeros
dos principios de criminalización. El principio de daño no trivial se encon-
traría implícito en la regulación de ciertas causas de justificación 25, así como
en la regulación del juicio de culpabilidad 26. La restricción de impermisibili-
dad, en tanto, es derivada de la regulación de las causas de excusa 27 y de las
doctrinas de responsabilidad penal objetiva 28.
Desde las teorías de la pena, Husak formulará los siguientes dos prin-
cipios de criminalización: la restricción de merecimiento y la restricción
de la carga de la prueba. En vez de alinearse con alguna teoría de la pena,
Husak elabora estos principios sobre la base de lo que él considera como
premisas necesarias de cualquier teoría aceptable de la pena: que la pena
precisa justificación y que el castigo debe ser merecido. En consecuencia,
para defender el principio de que sólo pueden criminalizarse conductas
que puedan dar base a un juicio de merecimiento, Husak no nos ofrecerá
una teoría del merecimiento, sino que descansará en ideas generales que
emanarían de intuiciones compartidas por la gran mayoría de los teóricos
del Derecho 29.
24
Véase infra, p. 112.
25
Husak sostiene que al menos tres causas de justificación sólo son inteligibles si las leyes
penales deben estar diseñadas para prevenir un daño no trivial: el estado de necesidad, el consenti-
miento del ofendido y la justificación de minimis. Véase infra, p. 125.
26
Según quedaría especialmente ilustrado por los casos que Husak identifica como acciones
de intencionalidad condicional. Véase infra, p. 128.
27
El argumento es básicamente que la sola existencia de las causas de excusa aboga por la
existencia de esta restricción, pues sólo en un contexto de impermisibilidad sería plausible hablar
de «excusas». Véanse infra, pp. 131-132.
28
La idea es que, aun cuando la legitimidad de este tipo de imputación es dudosa, nadie
estaría dispuesto a defenderla en relación con acciones que ni siquiera son impermisibles. Véanse
infra, pp. 133-134.
29
Véanse infra, pp. 137 y ss.
17
30
Véase infra, p. 130.
31
Véase infra, p. 131.
32
Véanse infra, pp. 157 y ss.
33
Thomson, Judith Jarvis, «A Defense of Abortion», Philosophy & Public Affairs, 1971,
pp. 47 y ss.
18
una violación de este derecho 34. Pero dado que una pena siempre va a su-
poner una infracción del derecho a no ser castigados (además de un riesgo
importante de violación del mismo), es posible formular una cuarta restric-
ción a la criminalización: la carga de la prueba acerca de la justificación de
la afectación del derecho a no ser castigado se encuentra en su potencial
violador: el Estado 35.
La existencia de este derecho también explica por qué el problema de la
criminalización no descansa sólo en la afectación de las libertades o derechos
específicos que los tipos penales pueden restringir al criminalizar una con-
ducta. Como ejemplo Husak propone que imaginemos un Estado que de-
cide criminalizar el consumo de pasteles con el fin de controlar la obesidad.
Dado que la libertad de comer pasteles no es tan valiosa, uno podría suponer
que la prohibición de esta conducta no precisa tanta justificación. Sin em-
bargo, nuestras intuiciones parecen sugerir lo contrario, y esto es así porque
«las personas no sólo tienen un interés en comer pasteles, sino también un
interés en no ser castigados si infringen dicha prohibición» 36.
La elaboración de este derecho, a mi parecer, es más valiosa para la teoría
de Husak de lo que él mismo parece asumir, pues este constituye un límite
sustantivo más claro a la expansión del Derecho penal que las primeras tres
restricciones de su teoría de la criminalización. Adicionalmente, es la exis-
tencia de este derecho lo que le permitirá elaborar los restantes principios
de su teoría.
Hacia el final de este capítulo, Husak reflexiona en torno a la utilidad
de las primeras cuatro restricciones, analizando el caso de los denomina-
dos delitos mala prohibita 37. Quizás lo más interesante de esta discusión es
que Husak está dispuesto a conceder que muchas de estas prohibiciones no
podrían satisfacer la restricción de impermisibilidad que su teoría plantea y
estarían por ello injustificadas, de modo tal que una reducción de la cantidad
de delitos mala prohibita «representaría un gran avance hacia la consecución
de un Derecho penal mínimo» 38.
Pero, en atención a lo que he venido sugiriendo, estas conclusiones po-
drían ser algo precipitadas. Más allá de las prevenciones que he presentado
en torno a la eficacia limitativa de ideas como el daño no trivial, la imper-
misibilidad y el merecimiento, existe además un problema teórico propio
de la tradición analítica a la que el autor pertenece, que no es abordado
por Husak, esto es, el excesivo rol que se le otorga a la apelación a nuestras
34
Véanse infra, pp. 162-165.
35
Véase infra, p. 167.
36
Véase infra, p. 170.
37
Husak ofrece una definición bastante estándar de los delitos mala prohibita, según la cual
un delito pertenece a esta clase «cuando la conducta prescrita no es impermisible con anterioridad
o independencia de la ley». Véase infra, p. 173.
38
Véase infra, p. 192.
19
39
Quizás la respuesta sea entonces una cuestión de teoría del delito (excusas o justificaciones)
o de teoría de la pena, más que de teoría de la criminalización. Véase, en este sentido, la recensión a
este libro de Green, Stuart P., «Is There Too Much Criminal Law?», Ohio State Journal of Criminal
Law, 6, 2009, pp. 737 y ss.
40
Básicamente, sociedades democráticas occidentales.
41
Waldron, Jeremy, Law and Disagreement (New York, Oxford University Press, 1999),
pp. 164-187. Hay trad. cast.: Derecho y desacuerdos, Madrid, Marcial Pons, 2005.
20
42
Véanse en este sentido los comentarios de Garland en torno a la relación entre estructura
política y Derecho penal, op. cit., nota 14.
43
En palabras de Husak, bajo esta teoría «es sólo una pequeña exageración decir que el Esta-
do puede criminalizar prácticamente todo». Véase infra, p. 198.
44
Los casos más emblemáticos de este tipo de derechos son el derecho a la no discriminación
de género y el derecho a la libertad de expresión comercial. Véase infra, p. 204.
21
45
Véase infra, p. 208.
22
casi paradójico que el mismo Husak, que es tan crítico con la labor que ha
tenido el legislador en esta área, decida dejar la eficacia del derecho a no ser
castigado en manos de esta misma institución.
46
Véase infra, p. 247.
47
Véanse infra, pp. 247-248.
48
De acuerdo a Husak, estaríamos frente a un delito sobreinclusivo «cuando las razones
que lo justifican se aplican a algunas pero no a todas las conductas que prohíbe; es infrainclusivo
cuando su racionalidad de justificación se aplica a más conductas de las que prohíbe». Véase
infra, p. 237.
23
49
Véanse infra, pp. 263-266. Por ejemplo, si lo que la prohibición de la posesión de armas bus-
ca prevenir es el incremento del riesgo de que se produzca el daño X, el tipo penal debe exigir que
el autor sea culpable, al menos por negligencia, respecto del incremento de este riesgo. En palabras
de Husak: «Las personas no deberían ser castigadas por una acción que no produce ningún daño si
no son por lo menos negligentes acerca de si ésta podría conducirlos a realizar acciones posteriores
que podrían producir el daño que se busca evitar». Véase infra, p. 265.
50
El exceso de determinación del tipo sugerido por Husak no sólo puede plantearse en el sen-
tido de acercarse hacia un Derecho penal de la peligrosidad que sería contrario al principio liberal
de culpabilidad como límite al Derecho penal, sino que también puede formularse en términos de
la interacción apropiada que una sociedad liberal debería establecer entre el ciudadano y la ley. En
este sentido, el principio de legalidad puede entenderse más bien como un requisito de claridad
frente a las reglas del juego de un modo tal que el ciudadano pueda utilizar su capacidad reflexiva
de planificación y toma de decisiones autónomas. En este sentido véase Moore, Michael, Act and
crime: the philosophy of action and its implications for criminal law (New York, Oxford University
Press, 1993), 239-244. Véase también Waldron, Jeremy, «Vagueness in Law and Language: Some
Philosophical Issues», California Law Review, 82, 1994, pp. 509 y ss., y del mismo: «Vagueness and
the Guidance of Action», NYU School of Law, Public Law Research Paper, 2010, pp. 10-81.
51
Véase infra, p. 270.
24
La discusión que lleva a cabo en esta parte esclarece aun más las ideas
de Husak en torno al problema de la criminalización y adicionalmente nos
acerca a las ideas que tiene el autor frente al problema de la justificación de
la pena. El análisis económico del Derecho es rechazado de manera bastante
radical, no tanto por su falta de organicidad como teoría, sino principalmen-
te por su incapacidad de proporcionar un argumento moral para infringir el
derecho a no ser castigado 52.
En relación con el utilitarismo Husak se muestra favorable hacia una
utilización selectiva del mismo, siguiendo la distinción formulada primero
por H. L. A. Hart y luego por John Rawls, entre la justificación del castigo
como una práctica social y la justificación de instancias particulares dentro
de dicha práctica. Sin embargo, Husak considera que la tendencia a pensar
que el utilitarismo es menos problemático en el ámbito de la criminalización
que en el ámbito de la justificación de la pena es una tendencia errada. Bási-
camente, la crítica de que el utilitarismo permite castigar a personas a pesar
de su falta de merecimiento sería plenamente extensible al utilitarismo como
teoría de la criminalización, lo que unido a objeciones más generales, lo lle-
van a concluir que el utilitarismo es inferior a su propia teoría 53.
Finalmente, Husak analiza el caso del moralismo jurídico, centrándo-
se en las formulaciones teóricas de Michael Moore, quien básicamente sos-
tiene que, con ciertas limitaciones, toda acción moralmente impermisible y
culpable puede ser criminalizada 54. ¿En qué se diferencia esta teoría de la
propuesta en el presente libro? Quizás una de las diferencias que primero
salta a la vista es que el moralismo jurídico no se encuentra comprometido
con la restricción de daño o mal no trivial, ni con las restricciones externas
que se identifican en el tercer capítulo de Sobrecriminalización. Pero Husak
se muestra contrario al moralismo jurídico principalmente por tres razones
de principio: 1) porque diluye la distinción entre infracciones públicas y
privadas, pavimentando el camino a un Derecho penal inevitablemente ex-
pansivo; 2) porque supone un principio retributivo positivo, esto es, que las
penas justificadas no sólo no son malas sino que son intrínsecamente buenas,
y 3) porque no es capaz de explicar por qué sólo el Estado puede imponer
las penas justificadas. De acuerdo a Husak, su teoría no es vulnerable a nin-
guno de estos tres problemas. Si el autor está en lo cierto, sin embargo, es
una cuestión que ahora le corresponde juzgar al lector.
52
En este sentido, véase Greene, Stuart, «Is There Too Much Criminal Law?», op. cit.,
nota 38.
53
Véanse infra, pp. 281-292.
54
Véase infra, p. 293.
25
1
Véase Gardner, John, «Douglas Husak, Overcriminalization», Notre Dame Philosophy Re-
views, 2008; Soccia, Danny, «Douglas Husak: Overcriminalization (review)», Ethics, 2008, p. 189;
Ramsay, Peter, «Overcriminalization as Vulnerable Citizenship», Modern Law Review, 13(2), 2010,
p. 262; Moore, Michael S., «A Tale of Two Theories», Criminal Justice Ethics, 28, 2009, p. 27;
Hurd, Heidi M., «Paternalism on Pain of Punishment», Criminal Justice, 28, 2009, p. 49; Tadros,
Victor, «The Architecture of Criminalization», Criminal Justice Ethics, 28, 2009, p. 74; Simester,
A. P., y von Hirsch, Andrew, «Remote Harms and Non-constitutive Crimes», Criminal Justice
Ethics, 28, 2009, p. 89; Young, Robert, «Douglas Husak on Dispensing With the malum prohi-
bitum Offense of Money Laundering», Criminal Justice Ethics, 28, 2009, p. 108; Brown, Darryl
K., «Can Criminal Law Be Controlled?», Michigan Law Review, 108, 2010, p. 971; Green, Stuart,
«Is There Too Much Criminal Law?», Ohio State Journal of Criminal Law, 6, 2009 p. 737; Munro,
Vanessa E., «Overcriminalization: The Limits of the Criminal Law», New Criminal Law Review,
27
12, 2009, p. 323; Donoso M., Alfonso, «Douglas Husak: Overcriminalization: The Limits of the
Criminal Law (review)», Criminal Law and Philosophy, 4, 2010; Horder, Jeremy, «Douglas Hu-
sak: Overcriminalization: The Limits of the Criminal Law (review)», Social Theory & Practice, 35,
2009, p. 483; Segev, Re’em, «Is the Criminal Law So Special», Jerusalem Review of Legal Studies,
1, 20120, p. 3; Gur-Ayre, Miriam, «Douglas Husak: Overcriminalization», Jerusalem Review of
Legal Studies, 1, 2010, p. 21; Yaffe, Gideon, «Harmfulness, Wrongfulness, Lesser Evils and Risk-
Creation: A Comment on Douglas Husak’s Overcriminalization», Jerusalem Review of Legal Studies,
1, 2010, p. 35.
2
Véase Husak, Douglas, «Convergent Ends, Divergent Means: A Response to My Critics»,
Criminal Justice Ethics, 28, 2009, p. 119; Husak, Douglas, «Repaying the Scholar’s Compliment»,
Jerusalem Review of Legal Studies, 1, 2010, p. 70.
3
En el mundo anglo-americano, estos libros incluyen la serie de cuatro volúmenes editada
por Duff, R. A.; Farmer, Lindsay; Marshall, S. E.; Renzo, Massimo, y Tadros, Victor, The
Boundaries of the Criminal Law, Oxford, Oxford University Press, 2010; The Structures of the
Criminal Law, Oxford, Oxford University Press, 2011; The Constitution of the Criminal Law,
Oxford, Oxford University Press, 2013; y The Realm of the Criminal Law, en prensa, 2013. Otras
contribuciones notables incluyen, Simester, A. P., y von Hirsch, Andrew, Crimes, Harms, and
Wrongs: On the Principles of Criminalisation, Oxford, Hart Pub. Co., 2011; y Baker, Dennis
J., The Right Not to be Criminalized: Demarcating Criminal Law’s Authority, London, Ashgate,
2011. También han aparecido un gran número de libros excelentes sobre aspectos específicos de
la criminalización de determinados delitos como el homicidio, el robo, la violación y la tenta
tiva.
28
Mis críticos apuntan tres defectos en mi teoría que reconozco como pro-
blemáticos, y que espero haber rectificado con algo más de detalle. Primero,
mi foco se encuentra situado exclusivamente en los límites del Derecho pe-
nal, que defino como las conductas que tornan vulnerable a una persona al
castigo estatal. Aun cuando todavía pienso que el Derecho penal tiene una
significación especial, la frontera entre los modos de control social penales y
no penales es sutil y probablemente deba ser presentada como una cuestión
de grado más que como una distinción de tipo. Avanzaremos poco si reduci-
mos el tamaño y alcance del Derecho penal a la vez que expandimos formas
no penales de control social para que ocupen su lugar. Aquellos autores que
restringen su foco de manera exclusiva a la sanción penal deben permanecer
alerta para asegurarse de que los espacios que la retracción del Derecho
penal ha dejado disponibles no sean meramente ocupados por medios no
penales de coerción.
Un segundo punto que está relacionado con lo anterior es que cada vez
se exige más al Estado que prevenga riesgos de peligros futuros en adición a
castigar los ilícitos culpables que ya han tenido lugar. Montones de filósofos
del Derecho se han mostrado fascinados por los problemas normativos que
plantean los sistemas de detención preventiva. Muchos, y quizás la mayo-
ría de estos académicos, piensan que estos sistemas representan un dudoso
compromiso entre la justicia penal (diseñada para el castigo de quienes son
malos e imputables) y las medidas terapéuticas (diseñadas para incapacitar
a quienes son inimputables y peligrosos). Mi inclinación, sin embargo, es
intentar alejar lo más posible los sistemas de justicia preventiva del ámbito
de la justicia penal 4. El principal objetivo de esta asimilación es extender a
los sistemas de protección preventiva las garantías sustantivas y procesales
que han estado siempre disponibles a quienes han sido acusados de cometer
un delito. Mi principal preocupación, sin embargo, es que esta asimilación
termine por debilitar dichas garantías y corromper aún más al propio Dere-
cho penal.
Tercero, algunos de mis críticos dudan que el Derecho penal debiera ocu-
parse exclusivamente de los que he denominado ilícitos públicos. En cambio,
creen que el Derecho penal tiene, prima facie, una razón para prohibir todo
tipo de ilícito (incluso aquellos que he denominado ilícitos privados). Sostu-
ve que sería muy difícil explicar por qué el Derecho penal y el castigo deben
concernir al Estado si la sanción penal no se limita a aquellas acciones que
además de violar derechos de las víctimas afectan intereses legítimos de toda
la comunidad. Mis adversarios me han desafiado a ofrecer una teoría sobre
4
Véase Husak, Douglas, «Lifting the Cloak: Preventive Detention as Punishment», San Diego
Law Review, 48, 1173 (2011); Husak, Douglas, «Preventive Detention as Punishment? Some Pos-
sible Reservations», en Ashworth, Andrew; Zedner, Lucia, y Tomlin, Patrick (eds.), Prevention
and the Limits of the Criminal Law, Oxford, Oxford University Press, 2002, p. 178.
29
Véase Husak, Douglas, Drugs and Rights, Cambridge, Cambridge University Press, 1992.
5
Véase Husak, Douglas, «Drugs, Crime, and Public Health: A Lesson from Criminology»,
6
en Viens, A. M.; Coggon, John, y Kessel, Anthony (eds.), Criminal Law, Philosophy, and Public
Health Practice, Cambridge, Cambridge University Press, en prensa, 2013.
30
pequeño crédito por estos desarrollos. Sin embargo, sabemos que algunas
ideas importantes se han escurrido desde estas torres de marfil. Cada uno de
nosotros debería hacer lo que puede para combatir la masiva injusticia que
acarrea la sobrecriminalización.
Douglas Husak
Rutgers University
28 de febrero de 2013
31
* N. de la T.: El autor distingue entre retribución y disuasión, una distinción que no calza
completamente con la división tradicional en la filosofía del Derecho penal continental, que opone
a la tradición retributiva la tradición preventiva.
33
34
que realice un juicio y estas respuestas luego son usadas para confirmar o
rechazar principios abstractos o teorías. Este mecanismo es difícil de evitar
y, ocasionalmente, yo lo utilizaré. Sin embargo, evitaré casos hipotéticos que
sean incontroladamente extravagantes y poco familiares del tipo que ha con-
tribuido a la mala reputación que la filosofía goza entre los académicos del
Derecho. Dudo que deba otorgarse demasiada credibilidad a las reacciones
que tienen las personas que son interpeladas por estos casos extravagantes.
Más aún, no me involucro en la megateorización: en la búsqueda de una
tesis unitaria acerca de la función o fines del Derecho penal 1. Aun cuando
frecuentemente paso de lo muy general a lo muy particular, me resisto a uti-
lizar los ismos en general y en particular, en sus más comunes utilizaciones.
Me refiero a mi teoría como minimalismo penal, pero uso este término más
como un eslogan que como el nombre de una tesis unitaria acerca del Dere-
cho penal. La teoría de la criminalización que desarrollo se basa tanto en la
tradición retributiva como en la consecuencialista y no emana de una pers-
pectiva liberal ni de una conservadora. Creo que el persistente uso de estas
vagas etiquetas obstaculiza el debate político y jurídico, y aspiro a producir
un argumento en contra de la sobrecriminalización que sea persuasivo para
autores de todo el espectro político. Lectores de todas las ideologías son
bienvenidos a basarse en mi teoría de la manera que mejor les parezca. Final-
mente, no parto de una presunción de veracidad de ninguna aproximación
a la moral en particular. Más allá de que rechazo el utilitarismo, permanezco
neutral frente los detalles o fundamentos de una teoría moral.
A pesar de que frecuentemente se ha escrito acerca de un «giro hacia la
práctica» de la filosofía, luego de estudiar el panorama me he convencido
de que la mayoría de la producción académica sigue siendo decididamente
impráctica. Esta tendencia es especialmente desafortunada en el caso de los
filósofos del Derecho, cuya especialidad provee una perspectiva ideal para
identificar la injusticia. La mayoría de los debates jurídicos a los que hemos
contribuido los filósofos del Derecho tienen una aplicación abstracta y re-
mota a los problemas del mundo real. Los interminables refinamientos a las
varias formas de positivismo son quizás el mejor ejemplo de este fenómeno.
No estoy apelando a un retorno a los tiempos en que los académicos se en-
contraban más envueltos en la política partidista. Pero nuestras investigacio-
nes deberían ser más sensibles a las injusticias que nos rodean.
Parte importante del impulso para escribir este libro fue el resultado de
mis trabajos previos sobre la justificación de la ilegalización de la droga. A
lo largo de los años me he esforzado mucho por entender por qué el Estado
tendría una justificación para castigar a personas que consumen drogas con
1
Para un análisis de la «megateorización» y los académicos que aspiran a ella, véase Duff,
R. A., «Theorising Criminal Law: A 25th Anniversary Essay», Oxford Journal of Legal Studies, 25,
2005, pp. 353 y ss.
35
36
37
Tengo una enorme deuda con la legión de teóricos del Derecho penal
que han influido y modificado mis ideas. Tres merecen ser mencionados con
nombre y apellido. George Fletcher despertó mi interés en la filosofía del
Derecho penal. Sigo creyendo que su obra maestra Rethinking Criminal Law
es el mejor libro en teoría del Derecho penal que se ha escrito en el último
siglo. Es tan sólo una pequeña exageración decir que toda mi carrera se
ha dedicado a confrontar los problemas que encontré por vez primera en
Rethinking. Mi más reciente deuda, tanto personal como profesional, se la
debo a los dos mejores teóricos del Derecho penal angloamericano, uno a
cada lado del atlántico. Michael Moore siempre tiene algo extraordinaria-
mente sofisticado y reflexivo que decir frente a virtualmente todos los pro-
blemas de la filosofía del Derecho penal y su influencia se extiende a casi
todas las ideas que defiendo aquí. A mayor abundamiento, el contagioso
entusiasmo de Moore por la discusión filosófica se expresa en su disposición
a organizar mesas redondas en muchos de los lugares más encantadores de
Estados Unidos, incluida su propia casa. He tenido el privilegio de asistir a
muchas de estas maravillosas sesiones, donde muchos de mis argumentos
fueron puestos a prueba y refinados. Reservo una mención especial para
Antony Duff. Aun una lectura superficial de este libro muestra la medida en
que mi trabajo depende de su profunda y humana contribución a la teoría
del Derecho penal y a la filosofía del castigo. Más aún, fue Duff quien pri-
mero sugirió que reuniera mis desordenadas ideas sobre criminalización en
un libro (idealmente) coherente. Sin su estímulo no habría llevado a cabo
este esfuerzo. Finalmente, Duff ha sido instrumental mediante la organiza-
ción de coloquios en los que teóricos del Derecho penal de todo el mundo
se reúnen para intercambiar ideas. El más valioso de estos coloquios (para
mí) se celebró en la Universidad de Stirling en octubre de 2006, donde Duff
invitó a más de una docena de distinguidos académicos a leer y comentar
una versión anterior de este manuscrito. Respuestas por escrito fueron pre-
sentadas por Sandra Marshall, Scott Veich, James Chalmers, Bob Sullivan,
Rowan Cruft, Victor Tadros y Bjarke Viskum. Como era de esperar, las ideas
más importantes en el coloquio, tanto orales como escritas, fueron ofrecidas
por el propio Duff. Es difícil imaginar a un autor que estuviera más en deuda
con un colega (y amigo).
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Recibí gran ayuda de los siguientes autores, cada uno de los cuales gene-
rosamente leyó versiones completas del manuscrito: Hugh LaFollette, Roger
Shiner, Andrew von Hirsch, Antony Duff (de nuevo), Kim Ferzan, Kevin
Michaels y Ken Levy. Los últimos dos académicos fueron excepcionalmente
rigurosos, llamando mi atención sobre errores grandes y también pequeños.
Espero que estos lectores reconozcan aquellos lugares en los que su contri-
bución marcó una diferencia para la versión final. Recibí valiosas sugerencias
de muchos académicos para ciertas partes del manuscrito, incluyendo a Saul
Smilansky y Don Regan. Chris Clarkson y Kimberley Brownlee prepararon
comentarios escritos en una versión del capítulo I presentada a la British
Academy en Londres en enero de 2007. J. J. Prescott elaboró una respuesta
a una versión que presenté en la Escuela de Derecho de la Universidad de
Michigan. La influencia del ya fallecido Joel Feinberg debería ser evidente
en mi estilo de exposición y mi reticencia a involucrarme en una teorización
muy profunda. También agradezco a las audiencias de las numerosas uni-
versidades en las que presenté borradores de este libro, así como a los estu-
diantes de mis seminarios de teoría del Derecho penal en el Departamento
de Filosofía de la Universidad de Rutgers y en la Facultad de Derecho de la
Universidad de Michigan.
Finalmente, agradezco el apoyo y paciencia de Linda, el amor de mi vida.
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En los últimos años las dos características más distintivas del sistema de
justicia penal federal y estatal de Estados Unidos son la dramática expansión
de su Derecho penal sustantivo y el extraordinario incremento en el uso
del castigo penal. Mi interés principal en este libro se restringe a la primera
de estas características: el crecimiento explosivo en el tamaño y alcance del
Derecho penal. Dicho de manera concisa, el problema más urgente del De-
recho penal actual es que tenemos demasiado. Mi ambición es formular una
teoría de la criminalización, esto es, un marco normativo que permita distin-
guir aquellas leyes penales que se encuentran justificadas de aquellas que no.
La aplicación de esta teoría proporciona una estructura de principios para
revertir la tendencia a la aprobación de demasiadas leyes penales. La sobre-
criminalización es perjudicial por diversas razones que mencionaré breve-
mente, la más importante de las cuales requiere una discusión de la segunda
de las evoluciones mencionadas: la expansión masiva de la pena estatal. Des-
de mi punto de vista, la sobrecriminalización es objetable fundamentalmente
porque produce demasiado castigo. El problema central con el castigo es
análogo al problema central del Derecho penal: tenemos demasiado. Infligi-
mos demasiado castigo porque muchas de estas penas son injustas. La pena
puede ser injusta por diversas razones. La mayoría de los autores están de
acuerdo con que la mayoría de los castigos impuestos en Estados Unidos
hoy, son injustos porque son excesivos, aun si son impuestos por conductas
que, de acuerdo a cualquier persona razonable, deberían estar prohibidas
por nuestras leyes penales. Pero también tenemos una gran cantidad de cas-
tigos injustos por una razón más básica. Una cantidad sustancial de castigos
contemporáneos son injustos porque son impuestos en razón de conductas
que no deberían encontrarse criminalizadas. O, al menos, eso sostendré.
Este capítulo contiene cuatro apartados que muestran por qué una teo-
ría de la criminalización es necesaria. En el primer apartado discuto cada
una de estas características distintivas de nuestra justicia penal. Tenemos
grandes cantidades de castigo y grandes cantidades de Derecho penal. Pero
aun cuando tengamos grandes cantidades de ambos, no podremos decir si
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acaso tenemos demasiado castigo o Derecho penal sin una teoría normativa
que nos señale qué castigos y leyes penales se encuentran justificados. En
los capítulos II y III, defenderé una teoría que nos permitirá decidir sobre
esas materias. Por ahora, defenderé mi tesis de manera presunta e intuitiva
mostrando que tenemos más castigo y leyes penales de lo razonable (y más
de las que hemos tenido en otros tiempos y lugares). En la segunda sección
examino la compleja relación entre estos dos fenómenos. La expansión de
las leyes penales incrementa los niveles de castigo de manera bastante obvia:
anexando una pena a conductas previamente permitidas. Pero el proceso
mediante el cual más leyes penales se traducen en más castigo no siempre es
evidente. Más Derecho penal causa más castigo debido a realidades del pro-
ceso penal que los filósofos del Derecho suelen ignorar. En el tercer apartado
proporciono ejemplos de leyes penales de dudosa validez y realizo una clasi-
ficación aproximada de algunos de los nuevos tipos de legislación penal que
se han establecido. A menos que una teoría de la criminalización se pretenda
aplicar a cada ley penal, necesitamos entender qué tipos de ley son aquellos a
los cuáles se aplicará esta teoría. En el cuarto y último apartado, me concen-
tro en detalle en un ejemplo específico de cómo más Derecho penal produ-
ce más castigo. Ningún caso puede ser perfectamente representativo de las
tendencias que discuto, pero el caso que he seleccionado contiene muchas
de las características que nos deberían persuadir acerca de la injusticia que
conlleva la sobrecriminalización. Este capítulo contiene relativamente poco
contenido normativo. Pero si los argumentos de este capítulo son consisten-
tes, habré sentado las bases para el análisis normativo que sigue mediante
la demostración de que una teoría de la criminalización es necesaria para
ayudar a revertir nuestra tendencia a dictar demasiadas leyes penales y de
castigar a demasiadas personas.
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1
Estos datos fueron obtenidos del U. S. Department of Justice, Bureau of Justice Statistics:
Sourcebook of Criminal Justice Statistics (2005), tablas 6.13 y 6.29.
2
Para un resumen del impacto racial de las políticas de justicia penal, véase Tonry, Michael,
Malign Neglect: Race, Crime, and Punishment in America, Nueva York, Oxford University Press, 1995.
3
Sourcebook, op. cit., en nota 1, tabla 6.1.
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4
Ciertamente, una explicación para nuestra tasa de encarcelamiento, históricamente alta, es el
hecho de que el internamiento de los enfermos mentales es mucho menos rutinario que en periodos
anteriores. Véase Harcourt, B. E., «From the Asylum to the Prison: Rethinking the Incarceration
Revolution», Texas Law Review, 84, 2006, pp. 1751 y ss.
5
Para un intento, véase Whitman, James Q., Harsh Justice: Criminal Punishment and the
Widening Divide between America and Europe, Oxford, Oxford University Press, 2003.
6
Véase Sigler, Mary, «By the Light of Virtue: Prison Rape and the Corruption of Character»,
Iowa Law Review, 2006, pp. 561 y ss.
7
Véase Kramer, Donald T., et al. (eds.), Rights of Prisoners, 2.ª ed., Colorado Springs,
McGraw-Hill, 1993.
8
El fiscal general de California, Bill Lockyer, bromeó abiertamente diciendo que «adoraría
escoltar personalmente a Kenneth Lay [gerente general de Enron] a una celda de diez por ocho
que podría compartir con un tipo tatuado que le dijera: “Hola cariño, mi nombre es Spike”». Véase
«Investigating Enron», Wall Street Journal, 30 de noviembre de 2001, p. A14.
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