Hegel Amo y Esclavo
Hegel Amo y Esclavo
Hegel Amo y Esclavo
ISSN: 1666-485X
revistatopicos@hotmail.com
Universidad Católica de Santa Fé
Argentina
Abstract: In this paper we attempt a reconstruction of the meaning that presents for
Hegel the phenomenon of desire in the context of the exposition of the figure of
"self-consciousness” in the Phenomenology of Spirit. We defend the thesis that the
desire itself represents the negative essence of self-consciousness, and it is as desirous
as it aims to achieve self-assertion in a –natural and human– world lacking of
independence and own sense. To this end, we determine the dialectic nature that
characterizes the desiring subject against otherness and we differentiate three key
moments in the structure of desire, from the most immediate or natural experiences
to the most elaborate or spiritualized, which are resolved in the desire for recognition
as the desire not of an “object” but another “self”.
5 Sobre este tópico véase el exhaustivo análisis que lleva a cabo R. Pippin en su
estudio: Hegel on selfconsciousness. Desire and Death in the Phenomenology of Spirit, Princeton
University Press, 2011, especialmente capítulo 1, pp. 6-53.
6 Cf. Bowman. “Kraft und Verstand. Hegels Übergang zum Selbstbewusstsein in der
Phänomenologie des Geistes”, en: Vieweg, Klaus/ Welsch, Wolfgang (eds), Hegels
Phänomenologie des Geistes. Ein kooperativer Kommentar zu einem Schlüsselwerk der Moderne.
Frankfurt, Suhrkamp, 2008
autoconciencia…”.7 La unidad de la autoconciencia consigo misma es, pues,
“ahora”, “la verdad” de aquella oposición.
Es en este contexto donde nos encontramos, de manera un tanto
intempestiva, con la definición de la autoconciencia como “deseo en general”:
tras afirmar que la “unidad [consigo misma] tiene que llegar a ser esencial a la
autoconciencia”, Hegel añade a continuación: “es decir, ella es deseo en
general” [“Begierde überhaupt”].8 ¿Quiere decir ello que el deseo es la conciencia
misma (o el sentimiento) de la unidad como lo propiamente esencial al sujeto
deseante? Tal es, en efecto, el sentido que parece desprenderse de la frase con
que Hegel concluye el pasaje: Hegel da a entender que lo que define a la
autoconciencia como autoconciencia es la conciencia de la unidad consigo
como lo esencial de ella y –así se desprende del giro “es decir”– llama a esta
conciencia “deseo”, más concretamente, “deseo en general”. En esta
caracterización no se trata, sin embargo, meramente de una descripción del
deseo como un predicado o cualidad de la autoconciencia: en ella se apunta al
hecho de que la autoconciencia es, en sí misma, deseo, pues es bajo esta
forma como se comporta en toda relación u “oposición” que establece con lo
otro de ella. Dicho de otra manera: dado que en toda relación u oposición lo
esencial para ella “tiene que ser” la unidad consigo ella es, “en general”,
deseo.
Sobre el trasfondo de este contexto puede caracterizarse entonces el
comportamiento que la autoconciencia asumirá ante el objeto deseado. Tal
comportamiento implica de entrada dos variaciones fundamentales: por un
lado, el cambio de significado del objeto para la autoconciencia: el objeto no
es ya para ella, como lo era en cuanto conciencia, la “verdad” de su “saber”,
sino algo que ella, en palabras de Hegel, “marca” con “el carácter de lo
negativo”:9 en cuanto tal, o, lo que es lo mismo, en cuanto objeto del deseo,
es algo destinado a la “aniquilación”; por otro lado, el sujeto no se comporta
ya frente al objeto como frente a algo dado, ya no es el sujeto meramente
receptor de la conciencia sensible, sino, en cuanto sujeto deseante, es un
II.
Una vez delimitado el significado de la caracterización de la
autoconciencia como “deseo en general”, es preciso entrar ahora a determinar
las formas particulares en que la autoconciencia se comporta como deseante
o, lo que es lo mismo, las diferentes experiencias del deseo en que ella intenta
afirmarse como ser para sí.
Si, como lo afirma Hegel, la unidad consigo es lo esencial a la
autoconciencia y ésta, por ello mismo, es deseo, entonces el objeto inmediato
del deseo del sujeto autoconsciente no puede ser otro que él mismo, su
propio yo. Decir que la autoconciencia es inmediatamente o en su aparición,
deseo de sí, es afirmar que el yo se autoconstituye en el “objeto” exclusivo de
todos los esfuerzos o tendencias que le permiten afirmarse como tal yo. Esto
significa que la afirmación de sí no se da en forma de una simple
representación de sí mismo como tal yo, o del reconocimiento de su
identidad en sus diversos estados mentales, sino en la forma de una actividad
15 Idem.
16 Ya en el Sistema de la Eticidad (1802-1803), al exponer la naturaleza del “sentimiento
práctico” o “goce” en el contexto de la “eticidad natural”, Hegel hacía resaltar el
carácter negativo del mismo: el goce (Genuss), decía allí, “tiende a la absoluta
singularidad del individuo y, por ende, a la destrucción de lo objetivo y lo universal”;
en él, el objeto “es completamente aniquilado” y, por lo mismo, es goce “puramente
sensible”(Hegel, System der Sittlichkeit, Hamburg, Meiner, 2002. p. 7). Lo que llama la
atención en esta reflexión precedente es el hecho de que ya allí el goce es visto en la
perspectiva de un comportamiento que, si bien provee al sujeto satisfecho la
“unidad” o el “sentimiento de sí”, no obstante se muestra en sí mismo como
necesitado de superación, toda vez que de goce “sensible” ha de convertirse en goce
“ético” o “racional”, lo cual supone un cambio en el comportamiento del sujeto
frente al objeto (comportamiento que en el Sistema de la Eticidad se expresa en el
“trabajo”, el “producto y la posesión” y la “herramienta”). Esta necesidad de
que es la experiencia de la misma lo que constituye, en rigor, la experiencia
paradigmática del deseo, en la medida en que es esta experiencia la que torna
verdadera la certeza inherente al sujeto deseante, la certeza de que lo
propiamente esencial, es el yo que desea, y no el objeto deseado.17
Ahora bien, esta suerte de prelación o dominio del yo deseante sobre
el objeto se explicaría por esa especie de supremacía ontológico-epistémica
que el yo se atribuye a sí mismo en su relación u oposición con el objeto, en
la medida en que, por un lado, la “verdad” de esta oposición es, como se vio
antes, la “unidad de la autoconciencia consigo misma”, y por otro, esta
verdad es la “esencia” de la autoconciencia; tal supremacía, por lo demás, se
corresponde enteramente con aquella nulidad ontológica que encarna el
objeto para el sujeto deseante. Lo que constituye, por tanto, el propósito
esencial, consciente de sí, del sujeto deseante en la satisfacción del deseo es la
conservación de esta supremacía como condición de su autoaseguramiento
como sí mismo “independiente”. ¿Quiere decir ello que la satisfacción del
deseo representa el momento culminante de la experiencia de la
“independencia” de la autoconciencia, de esa independencia que, en efecto,
es constitutiva de su concepto y bajo la cual ella aparece y se relaciona con el
ser-otro?
Esta cuestión nos conduce a la paradoja esencia que advierte Hegel
en la naturaleza del humano en general. Expresada en sus palabras, esta
21 Cf. Idem.
la medida en que se trata de una “negación de sí”, se trata de un objeto
dotado de reflexión, es decir, de un yo, una “conciencia”. Por consiguiente, el
que la satisfacción de la autoconciencia deseante se halle sujeta a la condición
expresa de que el objeto deseado, es decir, el otro yo, cumpla en sí mismo el
movimiento de negación propio del deseo, significa que toda relación entre
sujetos autoconscientes es posible sólo bajo la condición de que cada uno
sirva al otro como medio de la autorrealización anhelada.22 La negación de sí
haría alusión no sólo, como lo afirma Honneth a un “acto de autolimitación
por medio del cual se le revela al sujeto su “dependencia ‘ontológica’”,23 sino
que alude también, y quizá de manera más radical, a una superación del tipo
de relación prerreflexiva que encarna el deseo, en virtud de las limitaciones
que le son inherentes para efectos del establecimiento de relaciones
intersubjetivas logradas o, más concretamente, de reconocimiento. Sólo tras
el abandono de la estrategia propia del deseo, a saber, la afirmación de sí
mismo a costa de la exclusión o aniquilación de lo otro-deseado, puede darse
el paso hacia relaciones o actitudes entre los sujetos erigidas sobre supuestos
esencialmente diferentes a los que mueven a las relaciones de índole
pragmático-instrumental. Tal es la condición sobre la que Hegel erige el
postulado con el que da paso a la nueva figura del deseo, el postulado según
el cual, “la autoconciencia sólo alcanza su satisfacción en otra
autoconciencia.”24
Este postulado, que marca el tránsito hacia el movimiento del
reconocimiento, apuntaría precisamente a lo que es la condición, ya aludida,
de esta nueva fase del deseo: la de que la satisfacción de la autoconciencia
sólo es posible en la medida en que la otra autoconciencia se niegue en sí
misma como aquello que, de otra manera, es un obstáculo a la satisfacción del
deseo “en general” (no sólo del deseo de otro yo), es decir, que se niegue
22 En este sentido anota Pinkard: “The objects of the world that are not self-
consciuos have no projects; they cannot certify for the subject that his own projects
are indeed authoritative. Only another agent with his own projects can do it”:
Pinkard, Terry, Hegel’s Phenomenology.The Sociality of Reason, Cambridge University Press,
1996, p. 53.
23 Cf. Honneth, “Von der Begierde zur Anerkennung. Hegels Begründung von
25 Véase para ello Ludwig Siep, Praktische Philosophie im Deutschen Idealismus, Frankfurt,
Suhrkamp, 1992, pp. 172 y ss.
26 Hegel, Phänomenologie des Geistes, p. 133; v. cast. p. 118.
27 Cf. también para ello Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas, §§ 435-436, en donde
Hegel expone, precisamente en la figura del siervo, el valor ético que tiene la
negación de sí para efectos de la conformación de la libertad absoluta del ser
humano: la experiencia de la conciencia servil representa el “comienzo” de la vida
ética.
manera tal que no sólo restituyese al siervo su condición de autoconciencia,
sino que intuya que sólo en una autoconciencia libre puede acceder a la
verdadera experiencia de su libertad.28
La realización cabal de esta relación entre sujetos libres, que supone
la superación de la lucha como forma de su ser-reconocido, y, por ende,
significa en Hegel la aparición del Estado,29 es condición para la constitución
de un tipo de comunidad de sujetos autoconscientes caracterizada por el
mutuo intuirse de los mismos en sus respectivas singularidades o sí mismos
independientes. Por eso Hegel dirá, ya al final de la exposición de la figura del
deseo, justamente antes de la exposición de la dialéctica del reconocimiento,
que en este ser de una autoconciencia para otra “está presente ya para
nosotros el concepto del espíritu”30 . Pues el “concepto del espíritu” no es
otro que “esta sustancia absoluta, que, en la perfecta libertad e independencia
de su contraposición, es decir, de distintas conciencias de sí que son para sí,
es la unidad de las mismas”.31
La dialéctica del deseo tiene así, en su momento culminante, la
aparición del “concepto del espíritu”, su justificación esencial en el marco
experiencial de la figura de autoconciencia. Que el deseo de reconocimiento
sea sólo la aparición de este concepto, del mundo ético propiamente dicho,
evidencia el carácter conflictivo que caracterizará su propio proceso, en la
medida en que éste, en su inmediatez, se dará en términos de lucha a muerte
por el reconocimiento. Pero evidencia, asimismo, que es con la superación de
tal proceso, superación que Hegel entiende en términos de “autonegación” de
la singularidad hundida en el deseo, como, acaso paradójicamente, se
aseguraría la satisfacción de tal deseo: éste, en efecto, no sería ya el pathos de