Castro Gómez
Castro Gómez
Castro Gómez
Edgardo Lander
(Compilador)
Santiago Castro-Gómez
Fernando Coronil
Enrique Dussel
Arturo Escobar
Edgardo Lander
Francisco López Segrera
Walter D. Mignolo
Alejandro Moreno
Aníbal Quijano
Consejo Latinoamericano Unidad Regional de Ciencias Sociales y
de Ciencias Sociales Humanas para América Latina y el Caribe
Secretario Ejecutivo:
Dr. Atilio A. Boron
Diseño y composición electrónica:
Jorge A. Fraga
Coordinador Area de Difusión CLACSO
Corrección:
Florencia Enghel
Impresión:
Gráficas y Servicios
Primera edición:
La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales.
Perspectivas latinoamericanas
(Buenos Aires: CLACSO, julio de 2000)
Arte de tapa e interior:
Sur. 501 años cabeza abajo. Realizado por “Proyecto Sur”,
República Dominicana, febrero, 1993.
Contenido
Prefacio 7
Presentación 9
Edgardo Lander
Ciencias sociales:
saberes coloniales y eurocéntricos 11
Enrique Dussel
Europa, modernidad y eurocentrismo 41
Walter D. Mignolo
La colonialidad a lo largo y a lo ancho:
el hemisferio occidental en el horizonte colonial de la modernidad 55
Fernando Coronil
Naturaleza del poscolonialismo:
del eurocentrismo al globocentrismo 87
Arturo Escobar
El lugar de la naturaleza y la naturaleza del lugar:
¿globalización o postdesarrollo? 113
Santiago Castro-Gómez
Ciencias sociales, violencia epistémica y el
problema de la “invención del otro” 145
Alejandro Moreno
Superar la exclusión, conquistar la equidad:
reformas, políticas y capacidades en el ámbito social 163
Aníbal Quijano
Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina 201
Ciencias sociales, violencia epistémica y el
problema de la “invención del otro”
Santiago Castro-Gómez 1
D urante las últimas dos décadas del siglo XX, la filosofía posmoderna y los
estudios culturales se constituyeron en importantes corrientes teóricas que,
adentro y afuera de los recintos académicos, impulsaron una fuerte crítica a las
patologías de la occidentalización. A pesar de todas sus diferencias, las dos co-
rrientes coinciden en señalar que tales patologías se deben al carácter dualista y
excluyente que asumen las relaciones modernas de poder. La modernidad es una
máquina generadora de alteridades que, en nombre de la razón y el humanismo,
excluye de su imaginario la hibridez, la multiplicidad, la ambigüedad y la contin-
gencia de las formas de vida concretas. La crisis actual de la modernidad es vis-
ta por la filosofía posmoderna y los estudios culturales como la gran oportunidad
histórica para la emergencia de esas diferencias largamente reprimidas.
A continuación mostraré que el anunciado “fin” de la modernidad implica
ciertamente la crisis de un dispositivo de poder que construía al “otro” mediante
una lógica binaria que reprimía las diferencias. Con todo, quisiera defender la te-
sis de que esta crisis no conlleva el debilitamiento de la estructura mundial al in-
terior de la cual operaba tal dispositivo. Lo que aquí denominaré el “fin de la mo-
dernidad” es tan solo la crisis de una configuración histórica del poder en el mar-
co del sistema-mundo capitalista, que sin embargo ha tomado otras formas en
tiempos de globalización, sin que ello implique la desaparición de ese mismo sis-
tema-mundo. Argumentaré que la actual reorganización global de la economía ca-
pitalista se sustenta sobre la producción de las diferencias y que, por tanto, la afir-
1. Instituto de Estudios Sociales y Culturales PENSAR, de la Pontificia Universidad Javeriana - Bogotá.
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1. El proyecto de la gubernamentabilidad
¿Qué queremos decir cuando hablamos del “proyecto de la modernidad”? En
primer lugar, y de manera general, nos referimos al intento fáustico de someter la
vida entera al control absoluto del hombre bajo la guía segura del conocimiento.
El filósofo alemán Hans Blumemberg ha mostrado que este proyecto demanda-
ba, a nivel conceptual, elevar al hombre al rango de principio ordenador de todas
las cosas2.Ya no es la voluntad inescrutable de Dios quien decide sobre los acon-
tecimientos de la vida individual y social, sino que es el hombre mismo quien, sir-
viéndose de la razón, es capaz de descifrar las leyes inherentes a la naturaleza pa-
ra colocarlas a su servicio. Esta rehabilitación del hombre viene de la mano con
la idea del dominio sobre la naturaleza mediante la ciencia y la técnica, cuyo ver-
dadero profeta fue Bacon. De hecho, la naturaleza es presentada por Bacon como
el gran “adversario” del hombre, como el enemigo al que hay que vencer para do-
mesticar las contingencias de la vida y establecer el Regnum hominis sobre la tie-
rra3. Y la mejor táctica para ganar esta guerra es conocer el interior del enemigo,
oscultar sus secretos más íntimos, para luego, con sus propias armas, someterlo a
la voluntad humana. El papel de la razón científico-técnica es precisamente acce-
der a los secretos más ocultos y remotos de la naturaleza con el fin de obligarla a
obedecer nuestros imperativos de control. La inseguridad ontológica sólo podrá
ser eliminada en la medida en que se aumenten los mecanismos de control sobre
2. Cf. H. Blumemberg, Die Legitimität der Neuzeit, Suhrkamp, Frankfurt 197, parte II.
3. Cf. F. Bacon, Novum Organum # 1-33; 129.
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Ciencias sociales, violencia epistémica y el problema de la “invención del otro”
las fuerzas mágicas o misteriosas de la naturaleza y sobre todo aquello que no po-
demos reducir a la calculabilidad. Max Weber habló en este sentido de la racio-
nalización de occidente como un proceso de “desencantamiento” del mundo.
Quisiera mostrar que cuando hablamos de la modernidad como “proyecto”
nos estamos refiriendo también, y principalmente, a la existencia de una instan -
cia central a partir de la cual son dispensados y coordinados los mecanismos de
control sobre el mundo natural y social. Esa instancia central es el Estado, garan-
te de la organización racional de la vida humana. “Organización racional” signi-
fica, en este contexto, que los procesos de desencantamiento y desmagicalización
del mundo a los que se refieren Weber y Blumemberg empiezan a quedar regla-
mentados por la acción directriz del Estado. El Estado es entendido como la es-
fera en donde todos los intereses encontrados de la sociedad pueden llegar una
“síntesis”, esto es, como el locus capaz de formular metas colectivas, válidas pa-
ra todos. Para ello se requiere la aplicación estricta de “criterios racionales” que
permitan al Estado canalizar los deseos, los intereses y las emociones de los ciu-
dadanos hacia las metas definidas por él mismo. Esto significa que el Estado mo-
derno no solamente adquiere el monopolio de la violencia, sino que usa de ella
para “dirigir” racionalmente las actividades de los ciudadanos, de acuerdo a cri-
terios establecidos científicamente de antemano.
El filósofo social norteamericano Immanuel Wallerstein ha mostrado cómo
las ciencias sociales se convirtieron en una pieza fundamental para este proyecto
de organización y control de la vida humana4. El nacimiento de las ciencias so-
ciales no es un fenómeno aditivo a los marcos de organización política definidos
por el Estado-nación, sino constitutivo de los mismos. Era necesario generar una
plataforma de observación científica sobre el mundo social que se quería gober-
nar5. Sin el concurso de las ciencias sociales, el Estado moderno no se hallaría en
la capacidad de ejercer control sobre la vida de las personas, definir metas colec-
tivas a largo y a corto plazo, ni de construir y asignar a los ciudadanos una “iden-
tidad” cultural6. No solo la reestructuración de la economía de acuerdo a las nue-
vas exigencias del capitalismo internacional, sino también la redefinición de la le-
gitimidad política, e incluso la identificación del carácter y los valores peculiares
de cada nación, demandaban una representación científicamente avalada sobre el
modo en que “funcionaba” la realidad social. Solamente sobre la base de esta in-
formación era posible realizar y ejecutar programas gubernamentales.
4. Cf. I. Wallerstein, Unthinking Social Science. The Limits of Nineteenth-Century Paradigms . Polity Press, Lon -
dres, 1991.
5. Las ciencias sociales son, como bien lo muestra Giddens, “sistemas reflexivos”, pues su función es observar el
mundo social desde el que ellas mismas son producidas. Cf. A. Giddens, Consecuencias de la modernidad. Alianza
Editorial, Madrid, 1999, p. 23 ss.
6. Sobre este problema de la identidad cultural como un constructo estatal me he ocupado en el artículo “Fin de la
modernidad nacional y transformaciones de la cultura en tiempos de globalización”, en: J. Martín-Barbero, F. Ló-
pez de la Roche, Jaime E. Jaramillo (eds.), Cultura y Globalización. CES - Universidad Nacional de Colombia,
1999, pp. 78-102.
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bieron manuales para ser buen campesino, buen indio, buen negro o buen gaucho,
ya que todos estos tipos humanos eran vistos como pertenecientes al ámbito de la
barbarie. Los manuales se escribieron para ser “buen ciudadano”; para formar
parte de la civitas, del espacio legal en donde habitan los sujetos epistemológicos,
morales y estéticos que necesita la modernidad. Por eso, el manual de Carreño ad-
vierte que “sin la observacia de estas reglas, más o menos perfectas, según el gra-
do de civilización de cada país [...] no habrá medio de cultivar la sociabilidad, que
es el principio de la conservación y el progreso de los pueblos y la existencia de
toda sociedad bien ordenada”11.
Los manuales de urbanidad se convierten en la nueva biblia que indicará al
ciudadano cuál debe ser su comportamiento en las más diversas situaciones de la
vida, pues de la obediencia fiel a tales normas dependerá su mayor o menor éxi-
to en la civitas terrena, en el reino material de la civilización. La “entrada” en el
banquete de la modernidad demandaba el cumplimiento de un recetario normati-
vo que servía para distinguir a los miembros de la nueva clase urbana que empe-
zaba a emerger en toda Latinoamérica durante la segunda mitad del siglo XIX.
Ese “nosotros” al que hace referencia el manual es, entonces, el ciudadano bur-
gués, el mismo al que se dirigen las constituciones republicanas; el que sabe có-
mo hablar, comer, utilizar los cubiertos, sonarse las narices, tratar a los sirvientes,
conducirse en sociedad. Es el sujeto que conoce perfectamente “el teatro de la eti-
queta, la rigidez de la apariencia, la máscara de la contención”12. En este sentido,
las observaciones de González Stephan coinciden con las de Max Weber y Nor-
bert Elias, para quienes la constitución del sujeto moderno viene de la mano con
la exigencia del autocontrol y la represión de los instintos, con el fin de hacer más
visible la diferencia social. El “proceso de la civilización” arrastra consigo un cre-
cimiento del umbral de la vergüenza, porque se hacía necesario distinguirse cla-
ramente de todos aquellos estamentos sociales que no pertenecían al ámbito de la
civitas que intelectuales latinoamericanos como Sarmiento venían identificando
como paradigma de la modernidad. La “urbanidad” y la “educación cívica” juga-
ron, entonces, como taxonomías pedagógicas que separaban el frac de la ruana,
la pulcritud de la suciedad, la capital de las provincias, la república de la colonia,
la civilización de la barbarie.
En este proceso taxonómico jugaron también un papel fundamental las gramá-
ticas de la lengua. González Stephan menciona en particular la Gramática de la
Lengua Castellana destinada al uso de los americanos, publicada por Andrés Be-
llo en 1847. El proyecto de construcción de la nación requería de la estabilización
lingüística para una adecuada implementación de las leyes y para facilitar, además,
las transacciones comerciales. Existe, pues, una relación directa entre lengua y ciu-
dadanía, entre las gramáticas y los manuales de urbanidad: en todos estos casos,
11. Ibid., p. 436.
12. Ibid., p. 439.
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mayoría de los teóricos sociales de los siglos XVII y XVIII (Hobbes, Bossuet,
Turgot, Condorcet) coincidían en que la “especie humana” sale poco a poco de la
ignorancia y va atravesando diferentes “estadios” de perfeccionamiento hasta, fi-
nalmente, obtener la “mayoría de edad” a la que han llegado las sociedades mo-
dernas europeas 19. El referente empírico utilizado por este modelo heurístico pa-
ra definir cuál es el primer “estadio”, el más bajo en la escala del desarrollo hu-
mano, es el de las sociedades indígenas americanas tal como éstas eran descritas
por viajeros, cronistas y navegantes europeos. La característica de este primer es-
tadio es el salvajismo, la barbarie, la ausencia completa de arte, ciencia y escritu-
ra. “Al comienzo todo era América”, es decir, todo era superstición, primitivis-
mo, lucha de todos contra todos, “estado de naturaleza”. El último estadio del
progreso humano, el alcanzado ya por las sociedades europeas, es construido, en
cambio, como “lo otro” absoluto del primero y desde su contraluz. Allí reina la
civilidad, el Estado de derecho, el cultivo de la ciencia y de las artes. El hombre
ha llegado allí a un estado de “ilustración” en el que, al decir de Kant, puede au-
tolegislarse y hacer uso autónomo de su razón. Europa ha marcado el camino ci-
vilizatorio por el que deberán transitar todas las naciones del planeta.
No resulta difícil ver cómo el aparato conceptual con el que nacen las cien-
cias sociales en los siglos XVII y XVIII se halla sostenido por un imaginario co-
lonial de carácter ideológico. Conceptos binarios tales como barbarie y civiliza-
ción, tradición y modernidad, comunidad y sociedad, mito y ciencia, infancia y
madurez, solidaridad orgánica y solidaridad mecánica, pobreza y desarrollo, en-
tre otros muchos, han permeado por completo los modelos analíticos de las cien-
cias sociales. El imaginario del progreso según el cual todas las sociedades evo-
lucionan en el tiempo según leyes universales inherentes a la naturaleza o al es-
píritu humano, aparece así como un producto ideológico construido desde el dis-
positivo de poder moderno/colonial. Las ciencias sociales funcionan estructural-
mente como un “aparato ideológico” que, de puertas para adentro, legitimaba la
exclusión y el disciplinamiento de aquellas personas que no se ajustaban a los
perfiles de subjetividad que necesitaba el Estado para implementar sus políticas
de modernización; de puertas para afuera, en cambio, las ciencias sociales legiti-
maban la división internacional del trabajo y la desigualdad de los términos de in-
tercambio y comercio entre el centro y la periferia, es decir, los grandes benefi-
cios sociales y económicos que las potencias europeas estaban obteniendo del do-
minio sobre sus colonias. La producción de la alteridad hacia adentro y la produc-
ción de la alteridad hacia afuera formaban parte de un mismo dispositivo de po-
der. La colonialidad del poder y la colonialidad del saber se encuentraban em-
plazadas en una misma matriz genética.
19. Cf. R. Meek, Los orígenes de la ciencia social. El desarrollo de la teoría de los cuatro estadios. Siglo XXI, Ma-
drid, 1981.
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tes “juegos de lenguaje”. Cada juego de lenguaje define sus propias reglas, que
ya no necesitan ser legitimadas por un tribunal superior de la razón. Ni el héroe
epistemológico de Descartes ni el héroe moral de Kant funcionan ya como ins-
tancias transcendentales desde donde se definen las reglas universales que debe-
rán jugar todos los jugadores, independientemente de la diversidad de juegos en
los cuales participen. Para Lyotard, en la “condición posmoderna” son los juga-
dores mismos quienes construyen las reglas del juego que desean jugar. No exis-
ten reglas definidas de antemano22.
El problema con Lyotard no es que haya declarado el final de un proyecto
que, en opinión de Habermas, todavía se encuentra “inconcluso”23. El problema
radica, más bien, en el nuevo relato que propone. Pues afirmar que ya no existen
reglas definidas de antemano equivale a invisibilizar – es decir, enmascarar - al
sistema-mundo que produce las diferencias en base a reglas definidas para todos
los jugadores del planeta. Entendámonos: la muerte de los metarelatos de legiti-
mación del sistema-mundo no equivale a la muerte del sistema-mundo Equivale,
más bien, a un cambio de las relaciones de poder al interior del sistema-mundo,
lo cual genera nuevos relatos de legitimación como el propuesto por Lyotard. Só-
lo que la estrategia de legitimación es diferente: ya no se trata de metarelatos que
muestran al sistema, proyectándolo ideológicamente en un macrosujeto episte-
mológico, histórico y moral, sino de microrelatos que lo dejan por fuera de la re -
presentación, es decir, que lo invisibilizan.
Algo similar ocurre con los llamados estudios culturales, uno de los paradig-
mas más innovadores de las humanidades y las ciencias sociales hacia finales del
siglo XX24. Ciertamente, los estudios culturales han contruibuido a flexibilizar las
rígidas fronteras disciplinarias que hicieron de nuestros departamentos de socia-
les y humanidades un puñado de “feudos epistemológicos” inconmensurables. La
vocación transdisciplinaria de los estudios culturales ha sido altamente saludable
para unas instituciones académicas que, por lo menos en Latinoamérica, se ha-
bían acostumbrado a “vigilar y administrar” el canon de cada una de las discipli-
nas25. Es en este sentido que el informe de la comisión Gulbenkian señala cómo
los estudios culturales han empezado a tender puentes entre los tres grandes islo-
tes en que la modernidad había repartido el conocimiento científico26.
22. Cf. J.-F. Lyotard. La condición postmoderna. Informe sobre el saber. Rei, México, 1990.
23. Cf. J. Habermas, Die Moderne – Ein Unvollendetes Projekt . Reclam, Leipzig, 1990, p. 32-54.
24. Para una introducción a los estudios culturales anglosajones, véase: B. Agger, Cultural Studies as Critical
Theory. The Falmer Press, London / New York, 1992. Para el caso de los estudios culturales en América Latina, la
mejor introducción sigue siendo el libro de W. Rowe / V. Schelling, Memoria y Modernidad. Cultura Popular en
América Latina. Grijalbo, México, 1993.
25. Es preciso establecer aquí una diferencia en el significado político que han tenido los estudios culturales en la
universidad norteamericana y latinoamericana respectivamente. Mientras que en los Estados Unidos los estudios
culturales se han convertido en un vehículo idóneo para el rápido “carrerismo” académico en un ámbito estructu-
ralmente flexible, en América Latina han servido para combatir la desesperante osificación y el parroquialismo de
las estructuras universitarias.
26. Cf. I. Wallerstein, et.al, Open the Social Sciences. Report of the Gulbenkian Commission on the Restructuring
of the Social Sciences . Stanford University Press, Stanford, 1996, p. 64-66.
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La tarea de una teoría crítica de la sociedad es, entonces, hacer visibles los
nuevos mecanismos de producción de las diferencias en tiempos de globaliza-
ción. Para el caso latinoamericano, el desafío mayor radica en una “descoloniza-
ción” las ciencias sociales y la filosofía. Y aunque éste no es un programa nuevo
entre nosotros, de lo que se trata ahora es de desmarcarse de toda una serie de ca -
tegorías binarias con las que trabajaron en el pasado las teorías de la dependen-
cia y las filosofías de la liberación (colonizador vesus colonizado, centro versus
periferia, Europa versus América Latina, desarrollo versus subdesarrollo, opresor
versus orpimido, etc.), entendiendo que ya no es posible conceptualizar las nue-
vas configuraciones del poder con ayuda de ese instrumental teórico27. Desde es-
te punto de vista, las nuevas agendas de los estudios poscoloniales podrían con-
tribuir a revitalizar la tradición de la teoría crítica en nuestro medio28.
27. Para una crítica de las categorías binarias con las que trabajó el pensamiento latinoamericano del siglo XX, véa-
se mi libro Crítica de la razón latinoamericana, Puvill Libros, Barcelona, 1996.
28. S. Castro-Gómez, O. Guardiola-Rivera, C. Millán de Benavides, “Introducción”, en: Id. (eds.), Pensar (en) los
intersticios. Teoría y práctica de la crítica poscolonial. CEJA, Santafé de Bogotá, 1999.
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Referencias bibliográficas
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Blumemberg, Hans: Die Legitimität der Neuzeit, Suhrkamp, Frankfurt, 1997.
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Habermas, Jürgen: Die Moderne – Ein Unvollendetes Projekt. Reclam, Leip-
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Lyotard, Jean-Francois: La condición postmoderna. Informe sobre el saber.
Rei, México, 1990.
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