Talante Católico y Protestante
Talante Católico y Protestante
Talante Católico y Protestante
Cree pertinente que antes de volver a pensar a Aranguren es pertinente recordar a que
se refiere con talante. No debe de entenderse como aquella actitud que se "tiene", sino
que éste es condicionado y aun impuesto, al menos en cierta medida, por la época y sus
vicisitudes1. Es decir, es una condición intelectual, vital, etc que el individuo va
tomando sin conciencia propia en el medio en el que se desenvuelve. Por ejemplo, si
una persona nace en la china budista este tomará nociones y actitudes de su cultura
budista, sin que tenga que practicar el budismo necesariamente. Citando a Aranguren:
el modo de "encontrarse" un hombre (triste o alegre, esperanzado o desesperado,
acongojado o confiado) depende, mucho más que de su "carácter", del "mundo" en que
le ha correspondido vivir2.
Ahora bien, Aranguren en su libro tomara principalmente dos talentes que serán
determinantes para el mundo europeo: el talante católico y el talante protestante. No
podemos negar que ambas religiones han sido talantes de los artistas, literarios,
filósofos y científicos en el occidente moderno, y con esto no debemos de entender
solamente a los hombres que tienen una fe, sino también a aquellos que no tienen la fe
pero viven inmersos en los mundos hechos por estas talantes.
¿Qué pretendo llegar con esta tesis de este pequeño ensayo? En este pequeño escrito me
propongo a mostrar cómo es que ambos talantes son la raíz de dos trasfondos
espirituales que recorren toda la modernidad. Es decir, ambos talantes han creado dos
actitudes distintas de crear una cultura.
Hasta ahora habíamos venido considerando aquella frase luterana, nostrae vitae
tragoedia, como cifra del protestantismo frente al catolicismo. El talante luterano es de
conflicto, paradoja y temor ante una realidad (Dios) que esta más allá de lo que la razón
1
Jose Luis Aranguren, Catolicismo y Protestantismo como formas de existencia, Revista de Occidente,
Madrid, España, 1986, Pag. 212.
2
Ibid.
puede tratar, y por lo tanto, la brecha entre el hombre y Dios es infinita. Mientras que
para el talante católico la distancia entre el hombre y Dios a pesar de ser infinita, no
quiere decir que el hombre no pueda unirse con Dios, sino que mediante la gracia puede
hacerlo.
Por una parte, ciertamente, la distancia del hombre a Dios es infinita. La criatura es
polvo, miseria, nada. Y, sin embargo, ese polvo, esa miseria, esa nada es imagen de
Dios. Acaso nadie ha vivido más plena y hondamente que San Juan de la Cruz esta
síntesis de contrarios. Dios es inaccesible, pero el alma puede acceder a Él. Sólo que
este acceso sólo en una pequeña parte —vía activa— es obra del alma. La unión
propiamente dicha —vía pasiva— la hace Dios. La afirmación de la mística es una de
las notas esenciales del catolicismo, frente al protestantismo, de un lado, que abre un
abismo infranqueable entre la criatura y el Creador, y el panteísmo, de otro, que no
sabe distinguirlos. La relación católica del hombre con la Divinidad conjuga la idea de
Dios como lo "totalmente otro" con la posibilidad de la deificación por la mystica3.
No solo eso, sino que al concebirse a sí mismo como individuo sin relación con el Otro,
el hombre de talante protestante es un hombre de soledad y desesperación. Citando a
Aranguren: Decíamos que para Lutero, como para Kierkegaard, para el Barth de Der
Rómerhrief, para Reiner, etc., en primer lugar, la desesperación es el elemento inicial,
el "motor" de la fe4. Así, el hombre protestante pierde el sentido de comunidad que todo
3
Ibid. 28.
4
Ibid. 217.
ser humano tiene por naturaleza y se concibe como individuo aislado. Cada hombre es
su propio sacerdote. No puede acudir, como nosotros, cuando el peso del pecado nos
doblega, a ninguno porque la cura, el cuidado de sí, sólo a él incumbe. Religión sin
caridad, de hombres desolados, condenados a perpetuo aislamiento5. Entendiendo este
aislamiento del individuo del talante protestante se puede entender la teoría donde se
ubica el liberalismo como hija del protestante.
Mientras que la unidad que el católico siente con Dios hace que se concibe como un ser
que se relaciona con el Otro, y por lo tanto su sentido de comunidad está inmerso en su
talante. El católico no es nunca arrastrado por ciegas fatalidades, al modo del hombre
antiguo. Tampoco oprimido por el peso de su destino. La Iglesia le ayuda,
benignamente, a llevarle: comunión de los santos, intercesión por las almas del
Purgatorio, indulgencias... La misma fe es fe mediata, recibida de la Iglesia, al revés
que en el luteranismo. Cada católico comparte de alguna manera los pecados, pero
también las gracias de los demás, en hermosa solidaridad de salvación6.
5
Ibid. 30.
6
¿Cuál es el error de Watson que, al quererlo corregir, sus dos continuadores repiten
inconscientemente? ¿Sobre qué "patas de ágil e instintivo gato" caen esos dos muy
modernos intelectuales que han tomado la consciente y lúcida decisión de ir de
espaldas al error de su predecesor, si se me permite la imagen? Dicho de otro
modo: ¿Qué idea tienen estos ilustrados profesores e investigadores de las
relaciones armoniosas entre la razón y la fe?
Desde el ya citado trabajo de Gouhier (que recoge los resultados de los del abate
Emery, de principios del siglo XIX, y de Espinas, Blanchet, Dimier y Chevalier, de
los primeros años del siglo XX), el asunto apenas y se ha estudiado, y desde luego
no con la profundidad y el detenimiento que merece.
El reciente libro (2007) del ha poco desaparecido (2009) Leszek Kolakowski, Las
preguntas de los filósofos, nos permite tomarle el pulso a esta cuestión en el
terreno de la discusión filosófica viva:
En las más de las historias de la filosofía que conozco [observa don Miguel] se nos
presenta a los sistemas como originándose los unos de los otros, y sus autores, los
filósofos, apenas aparecen sino como meros pretextos. La íntima biografía de los
filósofos, de los hombres que filosofaron, ocupa un lugar secundario. Y es ella sin
embargo, esa íntima biografía, la que más cosas nos explica. (Unamuno, 2005: 97)
¿Qué hombre era ese que engendraba a Dios en la penumbra holandesa mientras
tallaba pacientemente los cristales de su Ética? —Nos sugiere Unamuno que nos
preguntemos—. ¿Y cuál era su talante espiritual? Y lo mismo se plantea con
respecto al Padre de la Filosofía Moderna:
¿Cuál era el talante espiritual, entonces, de ese francés encerrado en una estufa
alemana quien, sin querer hurgar demasiado en las disputas de la teología, y
distanciándose sobre todo de un trasfondo de guerras de religión, pretendía, como
los demás, ganar el cielo y no morirse del todo cuando se muriera?
Con la filosofía, con la buena filosofía [escribe Aranguren], acontece [...] que
reposa sobre un talante determinado y, a la vez, termina suscitándolo [...] [Y
agrega un poco más adelante:] El que de veras quiere conocer la realidad, debe
verla a través de todos los colores, a todas sus luces, a la del sol, en la penumbra y
hasta en la oscuridad. No hay, pues, un único estado de ánimo apto para el
conocimiento. Pero hay, sí, una jerarquía de estados de ánimo, y en lo alto de ella,
están —buen talante— la esperanza, la confianza, la fe, la paz. (Aranguren, 1988:
14 y 16)
Si pensamos tan sólo en la aguda crítica que los citados pensadores de talante
espiritual protestante hacen de esa duda cartesiana que no desespera, y de la
primera de las reglas de la moral provisional, caeremos en la rigurosa cuenta de
que el catolicismo de Descartes, con frecuencia negado o desdeñado, o deslindado
de su filosofía como tal, se manifiesta como la pieza clave del talante espiritual que
subyace a su sistema y a su concepción misma de la filosofía como tarea de la pura
razón o, como él dice, de la "luz natural de la razón". Sin esto no se puede resolver
el problema de la coincidencia —radicalmente problemática, como hemos visto,
para la lectura fideísta de las meditaciones cartesianas— entre la duda en lo
especulativo y la serenidad existencial o práctica en el punto de partida de su
arriesgada —y harto rica en consecuencias, eso sí— aventura espiritual e
intelectual.