Salvacion-Los Vencedores Capítulo 7
Salvacion-Los Vencedores Capítulo 7
Salvacion-Los Vencedores Capítulo 7
LOS VENCEDORES
Y EL TRIBUNAL DE CRISTO
El tribunal de Cristo
De ninguna manera es nuestra intención alarmar a los hermanos creyentes que lean
este trabajo. Lejos está de nuestra parte ser portadores de un mensaje que les vaya a
causar tristeza y desazón, o que se vayan a escandalizar; ahí están las páginas de las
Escrituras, que son las que dan testimonio de toda verdad expuesta. Sólo queremos
ser fieles al Señor y a Su Palabra, declarando lo que nos advierte la Palabra de Dios
por Su Santo Espíritu; es decir, dando el sonido del atalaya cuando ve que se acerca
el peligro. Ya el Señor está a las puertas, y Su pueblo debe conocer todo lo
relacionado con esa preciosa venida, y una de esas cosas es que el Señor establecerá
su tribunal en los aires y juzgará a la Iglesia. Dice el apóstol Pablo por el Espíritu en 2
Corintios 5:10:
“Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo,
para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea
bueno o sea malo”.
Ese es el primero de todos los juicios, el de la Iglesia. Muchos rechazan esto, pero es
una declaración bíblica. Hermanos, el juicio de la Iglesia es necesario; recordemos
que las caras se ven pero los corazones, no. Pero el Señor sí que ve todo. Dice
Santiago 5:8,9: “8Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones;
porque la venida del Señor se acerca. 9Hermanos, no os quejéis unos contra otros,
para que no seáis condenados; he aquí, el juez está delante de la puerta”. Antes de
que el Señor venga como Novio, vendrá como juez; no olvidemos eso (Mateo 25:1-
13). Todo eso, tanto Su venida como el juicio de la Iglesia, debe llenarnos de alegría.
El Señor, todo lo que hace, lo hace para bien y en justicia.
En su calidad de administrador de los misterios de Dios, cada obrero debe ser hallado
fiel. Dice Pablo en 1 Corintios 4:4-5: “4Porque aunque de nada tengo mala
conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor. 5Así que, no
juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo
oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces
cada uno recibirá su alabanza de Dios”. En el tribunal de Cristo será manifiesto
públicamente nuestro carácter y motivación subjetiva y personal, por lo que seremos
juzgados uno por uno. El juicio comienza por la casa de Dios. Leemos en 1 Pedro
4:17: “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero
comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de
Dios?”
Dice el hermano Rick Joyner: “El Señor comienza el juicio por Su propia casa, porque
no puede juzgar al mundo si su pueblo vive en los mismos caminos de los malos.
Cuando llegue el juicio, habrá una distinción entre Su pueblo y el mundo, pero será
porque Su pueblo es diferente”. ( Rick Joyner. Liberación de la marca de la bestia.
The Morning Star. 1995.) La Iglesia no será juzgada ante el gran trono blanco, sino
mil años antes ante el tribunal de Cristo, cuando venga el Señor e inicie el reino
milenario, para castigo o recompensa, de acuerdo con la vida y obras de los
creyentes, los santos salvos, hijos de Dios. “10Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano?
O tú también, ¿por qué menosprecias a tu hermano? Porque todos compareceremos
ante el tribunal de Cristo. 11Porque escrito está: Vivo yo, dice el Señor, que ante mí
se doblará toda rodilla, y toda lengua confesará a Dios. 12De manera que cada uno
de nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Ro. 14:10-12). También Pablo en 2 Corintios
5:10 dice: “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal
de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el
cuerpo, sea bueno o sea malo”. Este juicio no se relaciona con la salvación eterna,
sino con nuestra conducta en nuestra condición de hijos de Dios.
Dice Mateo 16:26-27: “26Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el
mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su
alma? 27Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y
entonces pagará a cada uno conforme a sus obras”. Aquí habla de recompensas para
los seguidores del Señor en Su venida; pero esas recompensas dependerán de la
perdición o salvación de sí mismos, es decir, de su vida natural. Después de
exhortarles a que lleven a la práctica ciertas cosas, el apóstol Pedro le dice a los
hermanos: “Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en
el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pe. 1:11). Cuando el Señor
venga, muchos creyentes reinarán con Él y otros no; de modo que la principal
recompensa es participar con el Señor en Su reino; y de acuerdo con el contexto,
esto dependerá de que hayan perdido o no su alma. En este juicio, el Señor
determinará quiénes de entre los santos son dignos de galardones y recompensas, y
quiénes merecen y necesitan más disciplina. Todo vencedor tiene premio en el reino
milenario, pues el reino será una recompensa para los creyentes vencedores. Dice 2
Timoteo 2:12a: “Si sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, él también
nos negará”.
Dice el Salmo 66:18: “Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no
me habría escuchado”. En el corazón es donde residen nuestras emociones,
motivaciones, inclinaciones, afectos, pasiones, deseos, odio y amor. El corazón debe
ser renovado. Allí podemos guardar pecados no confesados y de los cuales no nos
hayamos arrepentido, no hayan sido eliminados, ni resueltos de una vez por todas
bajo la sangre del Señor Jesús. A veces se suele perdonar en apariencia, y en nuestro
corazón no nos hemos olvidado, sigue allí latente; entonces ese problema con
alguien, en realidad no ha sido resuelto convenientemente, y seguimos guardando
iniquidad. Todo pecado que no ha sido borrado, volverá a nosotros en el tribunal de
Cristo. Una cosa es que nuestros pecados sean borrados, y otra diferente es que sea
borrada en nosotros toda mancha de pecado.
En el tribunal de Cristo no se estará juzgando la salvación, sino que las obras del
creyente son sometidas a juicio. Por ejemplo, Romanos 8:1, dice: “Ahora, pues,
ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan
conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”. El andar del creyente vencedor es
conforme la vida del Espíritu dentro de su espíritu; pero el derrotado es carnal; no
anda conforme al Espíritu. En el tribunal de Cristo, el santo no vencedor no pierde su
salvación; si anda conforme a la carne, tiene motivo de juicio en el tribunal de Cristo.
Dice Juan 5:24: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me
envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a
vida”. También 1 Juan 4:17 dice: “En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros,
para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros
en este mundo”. Nótese que esta declaración es muy seria y encierra un gran
compromiso. Si somos imagen de Cristo, no tenemos motivos para ser disciplinados.
Personas juzgadas
¿Quiénes serán convocados para el juicio de la Iglesia? Este juicio será sólo para los
creyentes. De acuerdo con el contexto del capítulo 5 de la segunda carta a los
Corintios, se trata de la Iglesia, tanto vencedores como vencidos. Comienza el
capítulo hablando del anhelo de la redención del cuerpo y de ser revestidos de la
habitación celestial, a fin de no ser hallados desnudos. Ahora vivimos en esta tierra
como peregrinos, ausentes del Señor; pero desde ya debemos serle agradables; y
entonces es cuando el versículo 10, con toda claridad nos dice que “es necesario que
todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo”. De conformidad con el
contexto de 1 Corintios 3:12-15, allí el juicio es para todos los creyentes con relación
a la obra de cada uno; de cómo haya sobreedificado sobre el único fundamento,
Jesucristo. Si construyeron con materiales diferentes de los de Dios, el resultado será
un edificio extraño, que se quemará, y esos constructores sufrirán pérdida; serán
castigados, aunque no perderán su salvación. También lo confirma 1 Corintios 9:24-
27, como lo hemos comentado.
Pensemos, aunque sea por un momento, la vergüenza que sentiríamos en aquel día,
al contemplar la mirada del Señor sobre nosotros, sobre la indiferencia con que le
tuvimos en poco a Él, el que murió por nosotros en la cruz y derramó Su propia vida
por unos seres tan ruines e ingratos. También pensemos en los millones de testigos
que nos rodearán, donde nadie tendrá la oportunidad de ocultar nada.
La séptima promesa
“Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido,
y me he sentado con mi Padre en su trono” (Ap. 3:21).
Este es el máximo galardón que el Señor puede otorgarle a vencedor alguno. La
Iglesia le ha fallado al Señor; entonces el Señor está a la puerta, llamando a quien le
quiera abrir. La gran multitud de los creyentes son niños carnales, entretenidos en
sus propios deleites y diversiones, en las falsas doctrinas de prosperidad; se han
llenado de riquezas materiales, y orgullo; se ufanan de los muchos conocimientos
que han adquirido, de sus posiciones ante al Estado y las esferas sociales; ya no
necesitan de Dios. Pero el Señor recurre a los vencedores, al que le escuche y le
obedezca, al que le abra e intimide con Él; al que esté dispuesto a ponerse de
acuerdo con Él. Ya el tiempo está pronto para cumplirse; ya la era de la gracia va a
terminar, y viene la del reino milenario; se aproxima el juicio de la Iglesia ante el
tribunal de Cristo; entonces el Señor, a cambio de los “tronos” fabricados por los
hombres, ofrece la máxima posición de gloria, sentarse con el Señor en Su trono.
¿Por qué precisamente a esta iglesia del tibio período de Laodicea?
Aunque la Iglesia esté ocupada en sus propios intereses y glorias terrenales, entre los
vencedores ya existe la expectativa de la venida del Señor. Ellos saben que ese
glorioso día está a las puertas; lo esperan ansiosos y aman el regreso del Señor. Los
vencedores que reciban este galardón de sentarse con el Señor en Su trono, han de
participar de la autoridad del Señor, en su calidad de reyes, gobernando con Él sobre
toda la tierra durante el reino milenario de Cristo. Pero antes los vencedores han
comprado de Dios oro puro refinado por el fuego.
Aquí el que vence lo hace sobre la tibieza de la iglesia degradada, generada por el
orgullo del conocimiento de mucha doctrina, pero sin el Señor. Aquí el vencedor es el
que paga el precio para comprar el oro refinado en las pruebas de fuego, las
vestiduras blancas de su andar en Cristo y el colirio de la unción y la luz del Espíritu
Santo. Al vencedor le toca vencer no sólo la hostilidad del mundo y de su propio yo,
sino también, y lo que es peor, la infidelidad, ceguera, prepotencia y desviación de la
Iglesia misma. La Iglesia está llena de otras glorias ajenas a la verdadera gloria del
Señor; la Iglesia se embriaga de los potentes imanes del progreso material, y se ha
olvidado de la verdadera gloria del reino, el cual se gana con la cruz, negándose a sí
mismo. Todo creyente que se ocupe hoy en exaltarse a sí mismo y a su ministerio,
atropellando a las ovejas del Señor, llegará ese día en que sufra la más dolorosa
humillación. En la Iglesia se ha generalizado el concepto de que el Señor sólo nos
salvó del infierno; ya no tenemos que ir al infierno, pues no hay idea de cuál es el
plan de Dios para la Iglesia; y además nos salvó para que vivamos en esta tierra
colmados de bienes materiales y felicidad temporal. Pero viene el juicio de Dios, y el
juicio comienza por Su propia casa. Hermano, deja que el Señor juzgue ahora tu
andar; permite que el Señor juzgue cada pensamiento; somete al juicio del Señor
cada acto tuyo, cada paso que des; acostúmbrate a vivir bajo el juicio de la Palabra
de Dios, del Espíritu Santo por tu conciencia, de la voz del Señor dentro de ti. Júzgate
a ti mismo usando las herramientas que el Señor te ha dado. Si eso llega a ser tu
realidad cotidiana, el día que el Señor juzgue a Su pueblo, para ti será un día de
gloria.
¿Todo vencedor estará reinando en el milenio a un mismo nivel que los demás? De
acuerdo con la parábola de las minas de Lucas 19:11-26, cada creyente ejercerá en el
reino un servicio de acuerdo con el uso que hayamos hecho aquí de los dones que
nos ha otorgado el Espíritu Santo, puestos al servicio de Dios. No todos tendremos la
misma posición en el reino de los cielos, ni los mismos privilegios, ni disfrutar al
Señor en el mismo grado de cercanía. El Señor es justo y obra con justicia. En la tierra
medimos los rangos y las posiciones de manera diferente a como se miden en el
cielo.
BIBLIOGRAFÍA
de LOS VENCEDORES Y EL REINO MILENIAL