El Quinto y Sexto Sello

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El quinto y sexto sello - (Apocalipsis 6:9-17)

El quinto sello - Las almas de los mártires


(Ap 6:9-11) “Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían
sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y
clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas
y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se les dieron vestiduras
blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se
completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser
muertos como ellos.”
A diferencia de los cuatro sellos anteriores, en los que los acontecimientos tenían lugar en
la tierra, el quinto sello nos transporta nuevamente al cielo. Allí vamos a ver a aquellos
que habían sido muertos por causa de su testimonio y que todavía seguían clamando por
justicia.
1. ¿Quiénes son?
Nuestro texto dice que son los “muertos por causa de la palabra de Dios y por el
testimonio que tenían”. No especifica si son judíos o gentiles, ni tampoco si habían sido
muertos en una época concreta de la historia. Debemos ceñirnos a lo que nos dice el
texto y concluir que se trata de los creyentes de cualquier tiempo que por su fidelidad al
Señor han sido muertos de forma violenta.
El Señor Jesucristo no dejó ninguna duda en cuanto a los sufrimientos por los que
tendrían que pasar sus seguidores en este mundo hostil. En su sermón profético al que
antes nos hemos referido, él lo anunció con toda claridad: “os entregarán a tribulación, y
os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre” (Mt 24:9).
Y en otra parte dijo que llegaría el día en que aquellos que matasen a sus discípulos
creerían que estaban rindiendo un servicio a Dios (Jn 16:2).
Esto se ha cumplido con total exactitud a lo largo de toda la historia. Comenzando con el
mismo Señor Jesucristo, que fue condenado a morir en una cruz, sus apóstoles, y
también innumerables generaciones de creyentes en diferentes lugares de este mundo
hasta nuestros días, han sufrido y muerto por causa de su fe.
Siempre ha habido, y seguirá habiéndola hasta el fin de los tiempos, una tenaz hostilidad
contra los cristianos comprometidos (2 Ti 3:12). Este es uno de los temas sobresalientes
del libro de Apocalipsis. Más adelante veremos que la gran ramera es descrita como una
mujer embriagada por la sangre de los mártires que ella misma mató y persiguió (Ap
17:6).
Ahora los encontramos en el cielo esperando a que se haga justicia con ellos. Y la razón
para esta petición es porque su muerte fue injusta. Notemos que fueron muertos “por
causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían”. Es decir, por creer en la
Palabra de Dios, obedecerla, predicarla y negarse a rehusar de ella públicamente. Y
aunque esto pueda sorprender a algunos, sigue siendo una realidad en muchas partes de
este mundo que el ser cristiano es un crimen que es perseguido con diferentes grados de
dureza.
2. ¿Dónde estaban?
Estaban en el cielo “bajo el altar”. Y esto es interesante por varias razones.

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En primer lugar notamos que el alma sobrevive después de la muerte del cuerpo físico y
que va al cielo mientras espera la resurrección. Pero mientras eso llega, vemos que el
alma está en un estado de completa consciencia. Esto lo confirma también el apóstol
Pablo:
(Fil 1:21-23) “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Mas si el vivir
en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger.
Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar
con Cristo, lo cual es muchísimo mejor.”
En segundo lugar, observamos que el lugar en el que están en el cielo es “bajo el altar”.
Ellos habían sido fieles en la tierra entregando su vida al Señor sin importarles las
consecuencias y ahora se encuentran en el santuario celestial en la proximidad de Dios.
En cuanto a este altar celestial, la idea no es nueva, porque cuando Moisés hizo el
tabernáculo en el desierto, lo hizo siguiendo el modelo del verdadero tabernáculo celestial
que le fue mostrado en visión (Ex 25:40) (Nm 8:4) (He 8:5). Esto quiere decir que el
tabernáculo terrenal reflejaba a cierta escala las realidades espirituales del templo
celestial. Y a lo largo del libro de Apocalipsis veremos otras referencias a distintos
muebles del tabernáculo (Ap 8:5) (Ap 9:13) (Ap 14:18) (Ap 16:7).
Ahora bien, en el tabernáculo había dos altares, el del holocausto y el del incienso. ¿A
cuál de los dos se refiere aquí? Lo cierto es que no es fácil decidirse por uno o por otro.
• En un sentido armoniza bien con el altar del incienso, que como recordaremos
estaba colocado justo al lado del lugar santísimo y era desde donde los sacerdotes
hacían sus oraciones mientras quemaban el incienso (He 9:3-4). Y en el contexto de
Apocalipsis, estos mártires están orando pidiendo a Dios justicia.
• Pero en otro sentido, también armoniza bien con el altar de bronce que había a la
entrada del tabernáculo, y en el que eran quemados los animales sacrificados
después de que su sangre hubiera sido derramada a los pies de ese altar (Lv 4:7).
Ahora vemos que los creyentes que han derramado su sangre están debajo del
altar. Y el apóstol Pablo expresó en varias ocasiones la idea de que la vida del
creyente debe ser ofrecida continuamente a Dios en sacrificio vivo (Ro 12:1), y él
mismo lo hacía, estando dispuesto a entregar su vida de una forma literal como un
sacrificio agradable a Dios (Fil 2:17) (2 Ti 4:6).
En todo caso, hay aquí una verdad muy alentadora: cada vida que se ofrece al Señor en
este mundo, aunque para muchos puede parecer una gran tragedia y un desperdicio, Dios
la recoge en el cielo y la considera una ofrenda hecha en su honor.
Este tipo de hombres dedicados y comprometidos, que mantuvieron su testimonio por
encima del apego a su propia vida no sólo son agradables al Señor, sino también muy
necesarios en este mundo. En muchos países donde en la actualidad los cristianos son
libres de vivir y expresar su fe, hay poca inclinación a sacrificarse por el evangelio, y
mucho menos a morir por él. Pero mientras no surja una generación de cristianos
radicalmente comprometidos por el Señor, dispuestos a perderlo todo por amor a su
Nombre, este mundo no llegará a estar correctamente evangelizado.
Y dicho sea de paso, esta es una gran diferencia entre las posturas más radicales del
cristianismo y el islam. Mientras que un radical musulmán estará dispuesto a
autoinmolarse para matar al mayor número posible de infieles, un cristiano no busca
perder su vida, pero estará dispuesto a ello si de ese modo puede llevar a la vida a un
mayor número de personas inconversas.

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3. ¿Cuál es su petición?
Estos mártires “clamaban a gran voz diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero,
no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?”.
Estos mártires fueron condenados injustamente a muerte por tribunales humanos, ahora
esperan su vindicación de parte del tribunal de Dios. Por lo tanto, lo que ellos están
pidiendo es un juicio justo.
Este es un clamor muy antiguo que es recogido en los salmos imprecatorios:
(Sal 79:10-13) “Porque dirán las gentes: ¿Dónde está su Dios? Sea notoria en las
gentes, delante de nuestros ojos, la venganza de la sangre de tus siervos que fue
derramada. Llegue delante de ti el gemido de los presos; conforme a la grandeza de
tu brazo preserva a los sentenciados a muerte, y devuelve a nuestros vecinos en su
seno siete tantos de su infamia, con que te han deshonrado, oh Jehová. Y nosotros,
pueblo tuyo, y ovejas de tu prado, te alabaremos para siempre; de generación en
generación cantaremos tus alabanzas.”
Por supuesto, el cristiano no debe vengarse a sí mismo:
(Ro 12:19) “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira
de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.”
Cuando el creyente perdona a sus enemigos, lo que significa es que renuncia a toda idea
de venganza personal y que deja su causa en las manos de Dios. Y por supuesto, espera
también que se produzca en la persona un arrepentimiento que le libre del juicio final.
Pero esto no es incompatible con el deseo de que la justicia de Dios sea manifestada y
que aquellos que sufren injustamente sean vindicados (Lc 18:7). Es por lo tanto un clamor
por el establecimiento de la justicia como un paso previo para el establecimiento del reino
de Dios en este mundo. Notemos que ellos reclaman un juicio junto “para los que moran
en la tierra”, es decir, aquellos enemigos de Dios que persiguen y matan a los cristianos.
Esto será una demostración del justo juicio de Dios:
(2 Ts 1:5-10) “Esto es demostración del justo juicio de Dios, para que seáis tenidos
por dignos del reino de Dios, por el cual asimismo padecéis. Porque es justo delante
de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan, y a vosotros que sois
atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde
el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los
que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los
cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la
gloria de su poder, cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y
ser admirado en todos los que creyeron (por cuanto nuestro testimonio ha sido
creído entre vosotros).”
4. La respuesta del Señor
¿Hasta cuando va a permitir Dios que los incrédulos hagan sufrir a los creyentes y los
maten? Ellos no dudan de la aparente inactividad de Dios, porque saben que él
intervendrá finalmente para vindicar a los justos. Pero, ¿cuándo lo hará? La contestación
del Señor tiene varias partes.
En primer lugar, aunque la vindicación que ellos esperan no iba a ocurrir inmediatamente,
sin embargo el Señor les consuela y recompensa por sus sufrimientos inmediatamente:
“Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de
tiempo”. Estas “vestiduras blancas” son un regalo del Señor que sirven para manifestar
públicamente la aprobación divinas. Y también el color blanco puede ser asociado con la

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idea de dignidad (Ap 3:4) y victoria (Ap 3:5). Y en su nueva situación se les dijo “que
descansasen”. Debían disfrutar de la presencia del Señor teniendo la seguridad de que en
el momento oportuno él hará justicia.
En segundo lugar, ellos tendrían que esperar “hasta que se completara el número de sus
consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos”. Cuando
Juan escribía el Apocalipsis el numero de los fieles que debían sufrir todavía no se había
completado. Es verdad que ya han pasado casi dos mil años desde entonces, aunque el
Señor les había dicho que sólo tendrían que descansar “un poco de tiempo”. Esto nos
recuerda una vez más que la perspectiva del tiempo cambia mucho cuando se ve desde
la eternidad. Pensamos también que aquellos mártires no estarían impacientes por ello,
puesto que al fin y al cabo disfrutaban ya de una comunión envidiable con el Señor y
tenían la plena certeza de que él está sentado en el trono y hará lo correcto en el
momento adecuado.
Ahora bien, para entender la razón por la que el Señor permite que otros creyentes sufran
injustamente sin que él intervenga, nos ayudará recordar otro caso similar del Antiguo
Testamento. Por ejemplo, Dios no permitió que Israel poseyera la Tierra Prometida hasta
que la maldad de los cananeos llegó a su colmo. Y es verdad que mientras que eso
ocurría Israel tuvo que pasar varios siglos de esclavitud en Egipto (Gn 15:13-16). Por lo
tanto, una de las razones que movían a Dios a retrasar su juicio era dar oportunidad de
arrepentimiento a aquellas personas. Y en otro sentido, los creyentes perseguidos
tendrían numerosas oportunidades para dar testimonio del Señor (Mt 24:9-14). Con
frecuencia se ha recordado que la sangre de los santos es la semilla de la iglesia.
Seguramente nunca ha crecido tanto la iglesia como en las épocas en las que ha
enfrentado una dura oposición.
Pero finalmente el clamor de los mártires será contestado. Esto lo veremos más adelante
cuando al derramar la tercera copa el agua de las fuentes y los ríos es convertida en
sangre y dada a beber a aquellos que habían perseguido a los creyentes (Ap 16:4-7). Y
también la gran ramera será juzgada por la sangre de los siervos de Dios (Ap 19:2).

El sexto sello
(Ap 6:12-17) “Miré cuando abrió el sexto sello, y he aquí hubo un gran terremoto; y
el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre; y las
estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos
cuando es sacudida por un fuerte viento. Y el cielo se desvaneció como un
pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. Y los
reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo
y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían
a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel
que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira
ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?”
El sexto sello describe el juicio final de este mundo: “porque el gran día de su ira ha
llegado”. Por lo tanto, mientras que los cuatro primeros sellos hacían referencia a
diferentes juicios que caracterizarían el periodo de ausencia del Señor y que irán ganando
en intensidad según se acerca su Segunda Venida, ahora nos encontramos con la
manifestación final de la ira de Dios sobre la humanidad rebelde.
Se trata, por lo tanto, de un juicio único e irrepetible que consiste en la disolución de los
cielos y el reconocimiento final por parte del mundo rebelde de la autoridad del Cordero.

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Estas señales en el cielo y en la tierra son las mismas de las que el Señor habló en su
sermón profético y que precederían a su venida en gloria:
(Mt 24:29-30) “E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol
se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las
potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces aparecerá la señal del Hijo del
Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al
Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria.”
Pero no sólo el Señor o el libro de Apocalipsis hablan en este lenguaje de estos
acontecimientos futuros; también los profetas del Antiguo Testamento describieron con
frecuencia estos mismos acontecimientos que precederían a la venida en gloria del Señor
(Is 13:10-13) (Is 34:4) (Ez 32:7) (Ez 38:19) (Am 8:8-9) (Jl 2:10) (Jl 2:31).
El cuadro final que todas estas porciones bíblicas nos dibujan es realmente aterrador. Es
probable que el lenguaje simbólico y literal estén entretejidos con la finalidad de darnos
una impresión lo más vívida posible de lo que ocurrirá al final del tiempo de este mundo
tal como lo conocemos ahora bajo el dominio del hombre.
Quizá el terremoto en toda la tierra al que se refiere provoque tremendas erupciones
volcánicas, arrojando enormes cantidades de polvo, humo y gases hacia la atmósfera que
haga que el sol se oscurezca y que la luna parezca roja como la sangre. También
podemos pensar que la referencia a las estrellas que cayeron del cielo se puede referir a
una lluvia de meteoritos. Y el cielo que como un pergamino se enrolla y es quitado de en
medio no debemos entenderlo en sentido literal. El caos resultante es de tales
dimensiones que ya no es posible reconocer la superficie de la tierra; las montañas y las
islas habrán desaparecido de su lugar.
El caos producido por estos cataclismos hacen que el hombre llegue al convencimiento
interior de que se enfrenta con su propia destrucción. Todo esto anticipa la inminente
venida de Cristo en juicio contra todas las naciones, que como ya hemos visto, había sido
profetizada ampliamente por el Antiguo Testamento.
Y en ese día de la ira de Dios, los hombres se darán cuenta de que este no es su mundo.
Ahora el hombre se muestra orgulloso y hace lo que quiere, sin tener en cuenta a Dios en
ningún momento. Pero sólo será necesario que Dios empiece a sacudir un poco el mundo
para que todos los hombres se den cuenta de que este no es su mundo, sino que están
aquí con el permiso de Dios.
Pero esto tiene también un mensaje para los creyentes. Nos recuerda que este mundo tal
y como lo conocemos va a desaparecer:
(He 12:25-29) “Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon
aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros,
si desecháremos al que amonesta desde los cielos. La voz del cual conmovió
entonces la tierra, pero ahora ha prometido, diciendo: Aún una vez, y conmoveré no
solamente la tierra, sino también el cielo. Y esta frase: Aún una vez, indica la
remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las
inconmovibles. Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos
gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia;
porque nuestro Dios es fuego consumidor.”
Este mundo no es permanente y va a desaparecer. Lo único que quedará entonces es el
reino eterno de Dios. Por lo tanto, sólo podremos llevarnos aquello que hemos invertido
aquí en el reino de Dios, bien sea un nuestro propio carácter, tiempo o recursos; todo lo
demás desaparecerá.

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(2 P 3:11-14) “Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no
debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y
apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose,
serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! Pero nosotros
esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la
justicia. Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con
diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz.”
En aquel día el terror se apoderará de todos los hombres:
(Sof 1:14) “Cercano está el día grande de Jehová, cercano y muy próximo; es
amarga la voz del día de Jehová; gritará allí el valiente.”
Y entonces la gente dirá a los montes que caigan sobre ellos para esconderlos de la ira
del Cordero: “Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los
poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de
los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del
rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero”.
En ese día todo el mundo estará aterrado, el dolor y la angustia se apoderará de ellos
como de la mujer de parto. Aunque lo que más terror le producirá al hombre no serán los
disturbios físicos en el cielo y en la tierra, ni tampoco la misma muerte, sino la visión de
Cristo viniendo a juzgarles.
(Is 13:5-8) “Aullad, porque cerca está el día de Jehová; vendrá como asolamiento
del Todopoderoso. Por tanto, toda mano se debilitará, y desfallecerá todo corazón de
hombre, y se llenarán de terror; angustias y dolores se apoderarán de ellos; tendrán
dolores como mujer de parto; se asombrará cada cual al mirar a su compañero; sus
rostros, rostros de llamas. He aquí el día de Jehová viene, terrible, y de indignación y
ardor de ira, para convertir la tierra en soledad, y raer de ella a sus pecadores.”
En aquellos momentos de terror no sabrán a dónde huir. En vano se esconderán en las
cuevas esperando que caigan sobre ellos y así sean librados del juicio que se avecina
sobre ellos. Pero no habrá lugar en el que ocultarse de Dios.
Además, este juicio será universal. Aquí se menciona a los reyes, los grandes, los ricos,
los capitanes, los poderosos, los siervos y los libres. Nadie estará exento del juicio de
Dios: gobernantes, políticos, militares, personas influyentes, los oprimidos, o las personas
corrientes. Ni las riquezas, ni el valor, ni la fuerza les podrán sostener en aquel momento.
No hay refugio en el que librarse del verdadero Rey de este mundo cuando venga a
juzgarlo.
El único lugar en el que podrían haber encontrado un refugio seguro habría sido en la
misericordia del Cordero, pero eso lo rechazaron, así que ahora suplican a las cuevas y a
los montes que caigan sobre ellos. A pesar de la magnitud de su calamidad, los hombres
siguen sin humillarse delante de Dios. En ningún momento se escucha un clamor de
arrepentimiento en medio de las atemorizadas multitudes.
La conciencia le dice a los hombres que sin duda el juicio de Dios ha de venir sobre este
mundo, sin embargo, viven como si eso nunca fuera a ocurrir. En nuestros días, la
indiferencia humana por el día del juicio final es comparable a la de los días en que Dios
juzgó a la humanidad por medio del diluvio (Mt 24:37-39). Pero cuando el momento
llegue, el terror y el pánico se apoderan de ellos. Una sensación de impotencia les
sobrecogerá y su orgullo se desplomará. Sus conciencias les acusan, saben que son
culpables y buscan desesperadamente cómo ocultase del Cordero que viene a juzgar el
mundo. Entonces descubrirán que el Salvador del mundo es también su Juez. Aquel a

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quien el mundo a ignorado y perseguido, ahora es el Juez supremo ante el que tienen que
rendir cuentas. Es el momento en que toda rodilla se doblará ante él.
Lo curioso es que la gente huirá de la “ira del Cordero”. ¡Qué difícil es imaginar un cordero
iracundo! El cordero es un animal que normalmente asociamos con la ternura o la
benignidad, pero nunca con la ira. Pero la revelación bíblica nos quiere recordar que quien
en ese momento manifestará la ira de Dios es el mismo que antes ha expresado todo su
amor. Es el Cordero de Dios que fue sacrificado por los pecados de los hombres,
expresando el infinito amor que Dios tiene por este mundo (Jn 3:16). Pero el Cordero
también tiene “siete cuernos” (Ap 5:6), que nos recuerdan su poder.
En este punto, Apocalipsis se hace eco de las palabras de los profetas de la antigüedad:
(Ap 6:17) “porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en
pie?”
(Nah 1:6) “¿Quién permanecerá delante de su ira? ¿y quién quedará en pie en el
ardor de su enojo? Su ira se derrama como fuego, y por él se hienden las peñas.”
(Mal 3:2) “¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿o quién podrá estar en
pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de
lavadores.”
Las catástrofes que los cuatro primeros sellos anuncian son el preludio para el día de “la
ira del Cordero”, un día de juicio sobre toda la humanidad. Y queda la pregunta: “¿Y quién
podrá sostenerse en pie?”. La respuesta la encontramos en el siguiente capítulo, cuando
veremos a ciento cuarenta y cuatro mil de todas las tribus de Israel y a una multitud que
nadie podía contar de todas naciones y tribus delante del Cordero. Estos son los
creyentes que son librados de la “ira venidera” (1 Ts 1:10).

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