Cuestión 94
Cuestión 94
Cuestión 94
Artículo primero
Segunda conclusión: la ley natural puede ser llamado hábito de cierto modo, por cuanto el
hábito versa sobre ello y porque es contenido virtualmente en el hábito. Se prueba,
porque acerca de lo que versa la fe, a veces es llamado fe; por lo tanto, por similitud,
acerca de lo cual versa el hábito puede llamarse ‘hábito’ de algún modo. Lo cual también
se muestra porque en las cosas especulativas aquellos primeros principios se llaman
hábitos, en cuanto que el hábito del intelecto versa sobre ellos.
Que no se distinguen parece confirmarse por la autoridad de algunos santos, que llaman
‘ley natural’ a la sindéresis y a la conciencia, como es patente por s. Basilio, a quien cita s.
Tomás en el segundo argumento. Y se prueba por Pablo (Rom 2, 14-15): los gentiles –dice-
hacen naturalmente aquellas cosas que pertenecen a la ley, y añade: dando testimonio su
misma conciencia.
Como explicación hay que advertir que la ley natural suele ser resuelta y empleada de tres
modos por los doctores y santos. En un primer modo, la ley natural se toma de modo que
abarque los juicios o dictámenes de la razón acerca de los primeros principios morales, ya
sean primeros simples y comunísimos, ya sean primeros en cierta materia, como en la
materia de la fortaleza, la temperancia, etc. Y esta acepción de ley natural parece ser
propia máximamente. Y a veces se toma ley natural como abarcando no sólo los primeros
principios del conocimiento, sino también las conclusiones que se deducen
necesariamente de éstos. Pero esta acepción ya es menos propia. En tercer modo la ley
natural puede ser llamada hábito mismo por el cual nos inclinamos a asentir a los
primeros principios morales, y también las conclusiones. De este modo la ley natural
apenas es utilizada.
Y en efecto, en aquellas cosas que pertenecen a la ley natural no existe ningún disenso
entre los doctores. Pero en lo que respecta a la sindéresis y a la conciencia muchas veces
discrepan entre sí, como es patente por aquellas cosas que suelen notar los doctores
sobre el Maestro (en el Libro Segundo de las Sentencias, dist. 39), donde esta materia es
tratada abundantemente por muchos. Santo Tomás (Primera parte, q. 79, art. 12 y 13)
consideran que la sindéresis no es la misma potencia intelectual, sino que consiste en un
hábito de la razón práctica, por el cual asentimos a los primeros principios morales,
mientras que la conciencia es la ciencia actual de las conclusiones morales que se deducen
a partir de los primeros principios morales según que se aplican a las cosas agibles
particulares.
Pero San Buenaventura (in Secundum, dist. 39, art. 2, quaest. 1), aunque sobre esto
propone diversas opiniones, con todo, en esta sentencia parece determinar que la
conciencia es el intelecto de los juzgadores según que dicta algo que hacer o evitar, ya sea
de un hábito adquirido, ya sea una potencia de juzgar acerca de los primeros principios, ya
sea acerca de las conclusiones en particular; pero la sindéresis es una inclinación que está
naturalmente en la voluntad para seguir el bien honesto y rehuir el mal.
Este modo de hablar Durando lo considera no sólo más fácil de comprensión, sino
también como más probable de creer, por lo que suelen decir en común los santos sobre
la sindéresis y la conciencia. Pero dado que casi toda la controversia es más bien de
términos que de contenido, no debemos quedarnos más tiempo en la explicación, sobre
todo cuando el nombre de sindéresis y conciencia se suele utilizar tan diversamente, que
casi todas las opiniones de los doctores pueden convenir en alguna acepción.
Sin embargo, el modo más común y acostumbrado de hablar parece ser el que siguió
Santo Tomás, y aquel modo nos conceda <para> llamar a la sindéresis no sólo hábito de
los principios morales, el cual –afirma él- es distinto de la luz natural del intelecto, sino
que también a la misma luz del intelecto según que, sin ningún hábito sobreañadido,
inclina al asentimiento de los mismos principios. Pero no sólo debe ser dicha de la ciencia
actual de las conclusiones aplicada a las cosas agibles particulares, sino también la ciencia
misma habitual de las mismas conclusiones. Pero también aquella luz del intelecto según
que inclina a veces mediadamente al asentimiento de las mismas conclusiones.
Así las cosas, será fácil explicar de qué modo la sindéresis y la conciencia se distinguen de
la ley natural. En efecto, si la sindéresis se toma, con Santo Tomás, como el hábito por el
cual asentimos a los primeros principios morales, entonces es evidente que la sindéresis
se distingue [de la ley natural] como el hábito se distingue de su acto. Si el hombre de
sindéresis se extiende a la misma luz del intelecto, entonces se distingue de la ley natural
como la potencia del acto. Sin embargo, la sindéresis puede llamarse ley natural en la
tercera acepción de ley natural en cuanto el hábito mismo, por el cual nos inclinamos al
asentimiento de los principios morales, suele llamarse ley natural, como dijimos antes. Y
<esto> afirma santo Tomás en la solución del segundo argumento.
Pero si se toma la conciencia actualmente, como santo Tomás piensa que debe tomarse,
difiere de la ley natural como la conclusión de su principio, del cual se sigue. Sin embargo,
puede ser llamada ley natural en la segunda acepción de la ley natural, por la cual no sólo
abrazamos los dictámenes del intelecto acerca de los primeros principios, sino también
acerca de las conclusiones particulares. Pero si se toma la conciencia habitualmente, es
bastante evidente la distinción entre ella y la ley natural. A partir de lo dicho es claro que
hay que decir a los autores, los cuales [al comienzo] pensaban que mostraban que la
conciencia y la sindéresis no se distinguían en nada de la ley natural.
ARTÍCULO SEGUNDO
ARTÍCULO TERCERO
En el tercer artículo santo Tomás enseña que todos los actos de las virtudes, según que
merecen el nombre de virtud, son de ley natural. Esto hay que entenderlo no sólo en
cuanto entran bajo la razón común de virtud, sino también en cuanto tienen razón de
virtud especial. De este modo el acto de la temperancia no sólo en cuanto es acto de
virtud, sino también en cuanto es acto de la temperancia, es de ley natural.
En segundo lugar enseña que el acto de las virtudes, considerados en sí o materialmente
en orden a su objeto, no son todos propiamente de ley natural. De este tipo son los actos
de virtudes que se establecen en el género de la virtud a causa de alguna ley humana.