Capitulo 8
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POSGRADO EN AUTISMO
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consideración del niño autista como una persona educable y no sólo como un
problema psiquiátrico. Por todo ello, es explicable el entusiasmo mantenido
durante diez o quince años, que recientemente está atemperándose por una
actitud más prudente y crítica ( vid. Wilcox y Thompson, 1981, o Howlin, 1981, por
ejemplo).
Aparte de sus implicaciones terapéuticas, los trabajos de análisis funciona
y control operante de ciertas conductas de los niños autistas tenían una gran
importancia explicativa. La razón es que los niños autistas presentan
característicamente una conducta que resulta extraña e inexplicable para las
personas que les rodean, aparentemente impredictible y desconectada del
medio: tienden a permanecer aislados y evitan el contacto social, para el que son
extremadamente incompetentes, repiten una y otra vez unas mismas conductas
rituales o estereotipadas, frecuentemente se autoagreden, presentan serias
dificultades para emplear símbolos o comunicarse mediante el lenguaje,
desatienden estímulos del medio importante para otras personas y se fijan en
otros, nimios poco significativos, ríen o lloran sin causa aparente, etc. Es decir, no
aparece, a primera vista, una relación clara entre su conducta y los estímulos del
medio físico o social. Sin embargo, los estudio citados demostraban que esas
conductas, aparentemente impredictibles y erráticas, sí están condicionadas por
los estímulos y contingencias del medio y responden a las mismas leyes generales
que otras conductas operantes. Así, el análisis funcional de comportamientos tan
«inexplicables» en apariencia como las autoagresiones, estereotipias y respuestas
de evitación y aislamiento social, introducía una cierta idea de legalidad y orden en
conductas definidas tradicionalmente como «psicóticas», «raras», «extrañas»,
«bizarras», «impredictibies», «incontrolables», etc. La demostración de que
comportamientos tan inexplicables como el de golpearse a sí mismo o realizar
continuos movimientos estereotipados, sin funcionalidad aparente, son
controlados y controlables por los estímulos del medio y de que los niños autistas
son capaces de aprender tareas de discriminación, imitación o lenguaje, mediante
procedimientos operantes, establecía una línea de continuidad entre las conductas
autistas y las «normales» desde el punto de vista de sus relaciones con el
ambiente.
Si muchas alteraciones de conducta de los niños autistas dependen, en
frecuencia e intensidad, de las contingencias de refuerzo del medio (por ejemplo,
muchas rabietas y autoagresiones, incrementadas y mantenidas por la atención,
aparentemente natural e inevitable, de los padres) resultaba tentador pensar que
el propio síndrome de autismo, globalmente considerado, podría ser resultado de
un «mal aprendizaje», relacionando los procesos de aprendizaje (sobre todo, de
carácter operante) con la «causa» del autismo. En realidad, la hipótesis del «mal
aprendizaje» como causa fue anterior a la constatación del carácter operante de
una parte de la patología autista y constituyó el punto de partida teórico de los
primeros trabajos experimentales de Ferster y DeMyer. En 1961, Ferster publicó
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filogenética de ciertas especies, hay asociaciones que no están preparadas por las
condiciones patológicas de ciertos organismos. Aquí el concepto de «preparación»
se emplea en sentido metafórico, pero puede resultar útil para expresar lo que
queremos decir: que el desconocimiento de la estructura psicológica con la que
trabajamos, de su funcionamiento y estados internos, puede conducir a fracasos
terapéuticos. Los resultados limitados (vid., por ejemplo, Schuler, 1981; Howlin,
1981) de los procedimientos de construcción de lenguaje en niños autistas, por
ejemplo, pueden relacionarse con esa relativa desatención hacia los estados y
disposiciones subyacentes a las conductas con que trabajamos. El terapeuta del
autismo debe conocer no sólo las sutilezas y matices de los métodos de
modificación de conducta, sino también las sutilezas y matices del niño autista, las
peculiaridades de su motivaciones y formas de procesar, elaborar y almacenar los
estímulos del medio. No es preciso el conocimiento de las «causas» del autismo
para que nuestros procedimientos sean eficaces, pero es importante la
consideración de los mecanismos psicológicos subyacentes. En este sentido, hay
que señalar que el empleo de procedimientos de modificación de conducta no
implique la aceptación de enfoques ambientalistas ni la fe en una filosofía
conductista. Lo esencial de estos procedimientos es que implican el control de las
variables del medio, empíricamente definidas y relacionadas funcionalmente con la
conducta de la persona tratada, con el objetivo de cambiar cuantitativa o
cualitativamente esa conducta de forma demostrable y a través de procesos de
aprendizaje. Naturalmente, el control de las variables del medio sería tanto más
eficaz cuanto más se atenga a las posibilidades de elaboración de éstas por parte
del organismo. Debemos referirnos entonces, a aquellas características de los
autistas que exigen una adaptación de los procedimientos de modificación de
conducta.
Lo que interesa destacar aquí es que las personas con estas alteraciones
presentan problemas especiales, que exigen adaptar a sus peculiaridades los
procedimienios de modificación de conducta:
1. En primer lugar, están sus dificultades de interacción, que afectan tanto a
la competencia de interacción (Riviere, 1983) como a la motivación para
relacionarse con las personas, y que se expresan en diversas alteraciones y
carencias específicas, como la falta de valor de los reforzadores sociales, falta de
contacto ocular y evitación de la mirada, desatención o rechazo de los brazos y
mimos, ignorancia de las personas o aumento de la excitación en el contacto con
ellas, falta de desarrollo de las pautas de comunicación intencional, etc. Estas
dificultades de interacción plantean importantes limitaciones en las situaciones
educativas y terapéuticas y la exigencia de que el propio terapeuta (o educador)
tenga un valor positivo para el niño, como condición previa para un tratamiento
eficaz. Entre otras razones. porque el valor de los reforzadores dispensados entre
humanos (especialmente lo de carácter social) depende del valor interpersonal de
Ia persona que los dispensa. Debemos recordar que la situación educativa o
terapéutica es una situación interpersonal, que puede ser analizada en términos
de intercambio (vid. Hamblin et al., 1971) y es necesario lograr primero que se
produzca realmente ese intercambio y luego que sea positivo para el desarrollo y
el aprendizaje del niño. En el caso de los autistas, el intercambio debe cumplir, en
general, los requisitos de ser estructurado y claro, de límites comprensibles,
adaptado a la competencia de interacción del niño, con un «ritmo» asimilable,
contingente y con estímulos relevantes fácilente discriminables. Además, es
precisa la asociación sistemática de estímulos sociales con reforzadores para que
los primeros adquieran el valor de tales. Por otra parte, es necesario tratar
sistemáticamente objetivos de carácter social, que han sido relativamente
descuidados hasta ahora por los enfoques conductuales del autismo (Riviere,
1983).
2. Una segunda clase de dificultades es la relacionada con el nivel
evolutivo de los niños autistas. Aunque los primeros investigadores pensaron que
los niños autistas tienen una inteligencia normal (Kanner, 1943), hoy se admite
universalmente que el autismo suele asociarse a deficiencia mental (Rutter, 1977).
En el caso de muchos niños autistas, se dan niveles evolutivos muy bajos o
disarmónicos junto con una fisonomía inteligente. Este hecho puede ser muy
equívoco para el educador que, si no parte de una determinación cuidadosa de los
niveles evolutivos del niño, planteará objetivos excesivamente alejados de sus
posibilidades reales. Sin embargo, la evaluación de niveles de desarrollo y
aplicación de pruebas psicométricas puede resultar extremadamente difícil en
niños con dificultades muy severas de lenguaje y comunicación (Riviere et al.,
1983). A pesar de ello, el empleo de escalas de desarrollo, sistemas de
evaluación, etc.. puede ser más importante en los niños autistas, precisamente por
las «claves equívocas» que proporcionan (como la apariencia inteligente, falta de
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sugiera lo que hay que hacer en cada momento, pueden ser actitudes no sólo
ineficaces, sino positivamente perjudiciales. Por desgracia, los niños autistas
suelen beneficiarse poco de las condiciones que favorecen formas de aprendizaje
incidental, y resulta necesario establecer de forma insistente, condiciones de
aprendizaje «intencional» (al menos, por parte del educador), puesto que, en
términos generales, los autistas tienden a aprender sólo aquello que se les enseña
positivamente, y presentan extremadas dificultades para aprender o desarrollarse
«por sí solos». Así, las prescripciones de estimular sistemáticamente la actividad
funcional y el aprendizaje, desde una perspectiva relativamente directiva, tienen
una gran importancia.
5. Sin embargo, los niños autistas o con alteraciones semejantes
presentan, con frecuencia, dificultades generalizadas para aprender – incluso en
condiciones de aprendizaje «intencional». Las formas de aprendizaje por
imitación, que juegan un papel decisivo en los procesos de humanización, son
deficitarias hasta tal punto que algunos investigadores han considerado que éste
es uno de los síntomas primarios y criteriales del autismo (por ejemplo, DeMyer,
1982 Hermelin y O’Connor, 1970). La mayor parte de los enfoques conductuales
parten de la premisa de que la adquisición de la imitación, a través de procesos
operantes, es la «llave» para el desarrollo de la conducta funcional, las pautas
sociales, el lenguaje y las funciones cognitivas. Sin embargo, el establecimiento de
respuestas de imitación y sobre todo, el paso de las «tareas» de imitación a una
imitación generalizada y espontánea pueden ser muy difíciles. Probablemente,
estas dificultades de imitación se relacionan con los problemas de transferencia
intermodal (Hermelin y O’Connor, 1970: Hermelin, 1979) y de identidad como
humanos (Riviere. 1983). En cualquier caso, y prescindiendo de su origen, la
prescripción de desarrollar la imitación (más deficitario) a través de procedimientos
operantes (más eficaces, en principio) es una de las bases del empleo de los
procedimientos de conducta en la educación del niño autista.
Por otra parte, los problema de aprendizaje no se limitan a la imitación.
Otros procesos están también alterados. Anthony (1958) señala una extremada
dificultad de condicionamiento clásico. Rimland (1964) formula la hipótesis de que
los autistas establecen, con muchas diticultades, las asociaciones que configuran
las estructuras de memoria. Boucher y Warrinton (1976) llegan a comparar al
autismo con la amnesia. Los procesos de aprendizaje simbólico y de abstracción
están, por definición, severamente afectados, y también los de “aprendizaje
vicarios” (es decir, a través de la observación de la conducta de modelos y sus
consecuencias) y observacional (Bandura, 1982), que tienen tanta influencia en la
adquisición de las pautas sociales en los niños normales. Así, el empleo de
procedimientos operantes, en condiciones muy estructurada, y con reforzadores
poderosos (aunque, en principio, «poco naturales») viene prácticamente impuesto
por las limitaciones de los niños autistas en Ias formas más complejas de
aprendizaje.
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Ayudas
Es evidente que, si queremos producir un aprendizaje sin errores, será
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primeras son las que suponen añadir una clave externa a la dimensión de
aprendizaje, las segundas consisten en acentuar la discriminabilidad de ésta.
Mientras que las ayudas extraestimulares pueden «bloquear» el aprendizaje de los
niños con hiperselectividad estimular, las intraestimulares lo facilitan. Constituyen,
por tanto, un recurso muy valioso para la enseñanza de los niños autistas. Sin
embargo, no siempre es posible emplear ayudas intraestimulares (por ejemplo, no
lo es cuando tratamos de enseñar una discriminación basada en varias
dimensiones de los estímulos y no en una sola). Además, el empleo de esta clase
de ayudas no resuelve, en realidad, el problema de la hiperselectividad, sino que
lo evita. Koegel y Schreibman (l977) han demostrado que algunos niños autistas
pueden aprender, en ciertas condiciones, a realizar discriminaciones basadas en
claves múltiptes. Además, después de adquirir varias, de estas discriminaciones,
los niños autistas, con los que trabajaban, dejaron de ser hiperselectivos en
nuevas tareas. Este resultado sugiere Ia posibilidad de tratar indirectamente el
problema de la hiperselectividad (mediante el aprendizaje de discriminaciones
basadas en claves múltiples) como recurso para hacer que puedan ser funcionales
las ayudas extraestimulares, que se emplean habitualmente en los procedimientos
operantes. Sin embargo, la facilidad de adquisición de dicriminaciones basadas en
claves múltiples puede ser muy variable en los niños autistas. Riviere et al. (1981)
han demostrado que la facilidad con que los niños autistas adquieren una
operante de discriminación receptiva tiene una alta correlación con su nivel de
desarrollo cognitivo. Sin embargo, el problema de Ia hiperselectividad (y, por tanto,
de los efectos perjudiciales de las ayudas extraestimulares) parece referirse, sobre
todo, a los autistas de nivel cognitivo bajo y no lo altos (Duverglas, 1979; Wilhelm
y Lovaas, 1976; Schover y Newson, 1976; Eimas, 1969, Fischer y Zeaman, 1973;
Litrownick, Mclnnis, Wetzel-Pritchard y Filipelli. 1978), y aunque no está clara la
especificidad de esta alteración como característica del autismo (Duverglas, 1979).
Intervalo interensayos
Ya hemos señalado el principio de que «cada ensayo debe tener un
principio y un final claros y ser precedido y seguido por un intervalo interensayos».
Este principio, de nuevo, facilita la percepción de contingencias y el aprendizaje,
pero configura condiciones relativamente artificiales. En una interesante
investigación de Koegel, Dunlap y Dyer (1980) se analizó la influencia de la
duración del intervalo interensayos en los procesos de aprendizaje de tres niños
autistas. Emplearon condiciones de intervalo breve (1 segundo entre el
reforzamiento anterior y la presentación del E4 del siguiente ensayo) y largo (4
segundos o más). El resultado de interés era que los intervalos breves producían,
en todos los casos, niveles más altos de respuestas concretas y una tendencia a
mejorar la adquisición y acelerar los procesos de aprendizaje en comparación con
los intervalos largos. Este resultado podría relacionarse con las posibles
deficiencias de memoria a corto plazo de los niños autistas, sugeridas por diversos
autores como Hingtgen y Benson (1972), pero cuyos detalles precisos, como
tantos aspectos del «mundo interno» de lo niños autistas aún no son bien
conocidos y requieren de una investigación sistemática que redundará, sin duda,
en el desarrollo de procedimientos educativos cada vez más eficaces.
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