Derrida, Jacques - La Literatura Segregada PDF
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mente ante mí, en un cara a cara, sin terceras personas; ya has ju
rado, te has comprometido a guardar entre nosotros el secreto de
nuestra alianza, de esa llamada y de esa co-responsabilidad. El pri
mer perjurio consistiría en traicionar ese secreto.
Pero esperemos un poco para ver cómo esta prueba del secreto
pasa por el sacrificio de lo más querido, el mayor amor del mundo,
lo único del amor mismo, lo único contra lo único, lo único para lo
único. Porque el secreto del secreto del que vamos a hablar no
consiste en esconder algo, en no revelar su verdad, sino en respetar
la singularidad absoluta, la separación infinita de lo que me une
con o me expone a lo único, tanto al uno como al otro, tanto al
Uno como al Otro):
«“Toma pues a tu hijo, el único que tienes, el que amas, Isaac,
al país de Moriah, y allí ofrécelo en holocausto sobre el monte que
te indicaré.” Abraham se levantó muy temprano, aparejó su asno,
tomó consigo a dos criados y a su hijo Isaac, partió la leña para el
holocausto, ascendió y marchó hacia el lugar que Elohim le había
indicado.»2
Otra traducción: «Y tras estas palabras: “Elohim pone a prueba
a Abraham. /Le dice: ¡Abraham! Le responde: Heme aquí. /Le dice:
Toma pues a tu hijo, el único, el que amas, Isaac, /ve por ti mismo
a la tierra de Moriah y, una vez allí, haz que suba a un monte que
te indicaré”./ Abraham se levanta por la mañana temprano y apa
reja su asno./ Toma consigo a sus dos mozos y a su hijo Isaac./ Atra
viesa los bosques de subida. Asciende y va hacia el lugar que le in
dica Elohim».3
Kierkegaard escribió inagotablemente sobre el silencio de
Abraham. La insistencia de Temor y temblor responde por consi
guiente a una estrategia que merecería por sí misma un estudio
largo y minucioso. Especialmente en lo que concierne a las poten
tes invenciones conceptuales y léxicas de lo «poético» y de lo «filo
sófico», de lo «estético», de lo «ético», de lo «teleológico» y de lo
«religioso». En torno a ese silencio se conciertan sobre todo lo que
denominaría algunos movimientos, en sentido musical. Cuatro
movimientos líricos de la narración ficticia, que son otros tantos
mensajes a Regina, abren en efecto el libro. Dichas fábulas perte
necen a lo que sin duda tenemos derecho a llamar literatura. Éstas
relatan o interpretan a su manera la narración bíblica. Subraye
mos las palabras que acompasan el retumbante eco de esos silen-
6. K ierk e g aard , S., Temor y temblor, op. cit., págs. 116-117 (tra d . ca st.: págs.
15-16).
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2. E l Padre, el H ijo y la L it e r a t u r a
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LA LITERATURA SEGREGADA 123
El lector se busca. Se busca buscando descifrar una frase que,
fragmentaria o no (ambas hipótesis son igualmente verosímiles),
bien podría estarle dirigida también a él puesto que, llegado al
punto de perplejidad en el que se encuentra, a su vez el lector ha
bría podido dirigirse esa cuasi frase a sí mismo. De todos modos,
dicha frase también le está dirigida, también a él, desde el momen
to en que, hasta cierto punto, puede leerla u oírla. No puede ex
cluir que esa cuasi frase, ese espectro de frase que él repite y puede
ahora citar indefinidamente: «Perdón por no querer decir...», sea
ya algo fingido, una ficción, o incluso literatura. Esa frase visible
mente hace referencia. Es una referencia. El lector comprende las
palabras y el orden sintáctico de la misma. El movimiento de la re
ferencia es ahí irrefutable o irreductible, pero nada permite fijar,
con vistas a una determinación plena y segura, el origen y el final
de dicho ruego. No se nos dice nada de la identidad del firmante,
del destinatario ni del referente. La ausencia de contexto plena
mente determinante predispone esa frase al secreto y a la vez, con
juntamente, de acuerdo con la conjunción que aquí nos importa, a
su devenir-literario: cualquier texto confiado al espacio público,
relativamente legible o inteligible, pero cuyo contenido, cuyo sen
tido, firmante y destinatario no son realidades plenamente deter
minadles, realidades a la vez no-ficticias o libres de toda ficción, rea
lidades entregadas, como tales, por una intuición, a algún juicio
determinante, puede convertirse en una cosa literaria.
El lector siente entonces que la literatura viene por la vía secre
ta de ese secreto, un secreto a la vez guardado y expuesto, celosa
mente precintado y abierto como una carta robada. El lector pre
siente la literatura. No puede excluir la eventualidad de su propia
parálisis hipnotizada ante esas palabras: tal vez no pueda respon
der jamás a la cuestión, ni siquiera responder de ese enjambre de
cuestiones: ¿quién dice qué a quién exactamente?, ¿quién parece
pedir perdón por no...?, por no querer decir, pero ¿qué?, ¿qué quie
re decir eso? Y ¿por qué exactamente ese «perdón»?
El investigador se ve entonces, por lo tanto, en una situación
que no sería ya la de un intérprete, ni la de un arqueólogo, ni la de
un hermeneuta, ni la de un simple lector, en suma, sea cual fuere
el estatuto que se le pueda reconocer al mismo: exégeta de textos
sagrados, detective, archivero, mecánico de la máquina de trata
miento de texto, etc. Puede ser que se convierta ya, además de en
todo eso, en una especie de crítico literario, incluso de teórico de
la literatura, en todo caso un lector que está preso de la literatura,
que es vulnerable a la cuestión que atormenta a todo cuerpo y a
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La requisitoria del padre (hablándole al hijo por voz del hijo que
se habla por voz del padre) había desarrollado ampliamente con
anterioridad este argumento del parasitismo o del vampirismo.
Distinguiendo entre el combate caballeresco y el combate de la
chusma de parásitos (den Kampf des Ungeziefers) que chupa la san-
gre de los demás, la voz del padre se alza contra un hijo que es no
sólo «incapaz de vivir» (Lébensuntüchtig) sino indiferente a dicha
incapacidad, insensible a esa dependencia heteronómica, poco pre
ocupado por la autonomía puesto que hace que sea el padre el que
cargue con esa responsabilidad (Verantwortung). ¡Sé autónomo de
una vez! parece ordenarle el intratable padre. Ejemplo: el matrimo
nio imposible del que se habla en la carta. El hijo no se quiere ca
sar, pero acusa al padre de prohibirle el matrimonio, a «causa de la
“vergüenza” (Schande) que recaería en mi nombre», dice el padre
con la pluma del hijo. Es, por consiguiente, en nombre del nombre
del padre, un nombre embargado, parasitado, varnpirizado por la
cuasi literatura del hijo, en nombre de quien se escribe así esta in
creíble escena: como escena imposible del perdón imposible. Del
matrimonio imposible. Pero el secreto de esta carta, como lo suge
rimos con motivo del Todtnauberg de Celan, es que lo imposible, el
perdón imposible, la alianza o el matrimonio im-posible tal vez tie
nen lugar lo mismo que esta misma carta, en la locura poética de
ese acontecimiento denominado La carta al padre.
La literatura habrá sido meteórica. Como el secreto. Se deno
mina meteoro un fenómeno, aquello mismo que aparece en el res
plandor o el phainesthai de una luz, aquello que se produce en la
atmósfera. Como una especie de arco iris. (Nunca he creído dema
siado en lo que se dice que quiere decir el arco iris pero no pude
permanecer insensible, hace menos de tres días, al arco iris que se
desplegó sobre el aeropuerto de Tel Aviv cuando volvía yo de Pales
tina primero, y después de Jerusalén, unos momentos antes de que
esa ciudad quedase, de forma absolutamente excepcional, hasta
un extremo en que no suele ocurrir, sepultada bajo una nieve casi
diluviana y aislada del resto del mundo.) El secreto del meteorito:
se toma luminoso al entrar, como suele decirse, en la atmósfera,
procedente de no se sabe dónde —pero, en todo caso, de otro cuer
po del que se habría separado—. Además, lo que es meteórico debe
ser breve, rápido, pasajero. Furtivo, es decir, en su paso de relám
pago, tal vez tan culpable y clandestino como un ladrón. Tan bre
ve como nuestra frase que todavía está en el aire («Perdón por
no querer decir...»). Cuestión de tiempo. Al borde de un instante.
La vida de un meteorito habrá sido siempre demasiado corta: el
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¿Seperdonaeso?
Si hablamos castellano y si, sin otro contexto, nos preguntam os
lo que quiere decir «perdonarse», y si ello es posible, retenemos
entonces en la equivocidad de esa gramática, en la locución «per-
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Para lo que aquí nos interesa, quiero recordar sólo, sin leerla
extensamente, que la traducción de Chouraqui dice «lamento» y
«he lamentado» en lugar de «se arrepintió» y de «me arrepiento»
—pero conserva la misma palabra «gracia» para la suerte que se le
reservó a Noé.
14. G én esis VI, 5-8.
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