El Valle de Los Reyes
El Valle de Los Reyes
El Valle de Los Reyes
«El Valle de los Reyes… ¡Cómo hace soñar ese simple nombre!
—escribe Howard Carter, el descubridor de la tumba de
Tutankamón—; de todas las maravillas de Egipto, no hay una
sola que impresione tanto la imaginación. Aquí, lejos de los ruid-
os de la vida, en este valle desértico, dominado por la “cima”,
como por una pirámide natural, yace una treintena de reyes.»
El más célebre y visitado paraje del Egipto faraónico, el Valle
de los Reyes, sigue siendo misterioso; subsisten numerosos
enigmas.
El descubrimiento de las tumbas fue una verdadera epopeya
que merece ser contada; aventureros, buscadores de tesoros y
sabios se ilustraron de distintos modos, por lo general con una
pasión que sólo un paraje de tanto poderío podía inspirar. A lo
largo de esta obra encontraremos sorprendentes personalidades
que ofrecieron al Valle una parte esencial de su existencia,
buscando los secretos de los reyes de Egipto. ¡Cuántos golpes de
teatro, locas esperanzas, decepciones, indescriptibles alegrías! Ex-
cavar, encontrar un faraón más o menos conocido por los textos y
los objetos, seguir la pista de un fantasma que, de pronto, se con-
vierte en realidad, cavar en una tierra milenaria para penetrar en
una sepultura, intacta tal vez a través de los siglos, admirar pin-
turas y relieves de inefable belleza, leer textos que revelan las
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de él, su pueblo. En este lugar, del que ningún visitante sale in-
diferente, se celebra el juego de la vida y de la muerte. El Valle es
un lugar de vida porque las moradas de los faraones, en vez de re-
ducirse a sepulturas, son libros de enseñanzas, gracias a los
jeroglíficos y a la imagen.
Como escribió Forbin, director de los museos de la Res-
tauración, al visitar «el valle sagrado», «todo a mi alrededor
decía que el hombre sólo es algo por su alma; rey por el
pensamiento, frágil átomo por su envoltura, sólo la esperanza de
otra vida puede hacerle vencedor en esta continua lucha entre
las miserias de su existencia y el sentimiento de su origen celesti-
al… En estos lugares de tinieblas, me creía bajo el poder de
Aladino, bajo un hechizo mágico; me parecía estar guiado por la
luz de la lámpara maravillosa, y a punto de ser iniciado a algún
gran misterio».
Este mundo cerrado, tan estéril en apariencia, tenía un
nombre extraordinario: sekhet aat, ¡«la gran pradera»! Este
simple detalle muestra la distancia que existe entre la visión egip-
cia de la muerte y la nuestra. Las piedras del Valle y sus tumbas
son la traducción sensible de un paraíso celeste; para la mirada
atenta, es la pradera maravillosa donde Faraón, tras haber super-
ado las últimas pruebas, pasa una eternidad serena.
2 - ¿SOBREVIVIRÁ EL VALLE?
EL INNOVADOR, AMENHOTEP I
EL ENIGMA DE TUTMOSIS II
vez se halle en otra parte. ¿Ese misterioso faraón quebró tal vez la
tradición inaugurada por Tutmosis I eligiendo otro paraje, tal vez
Deir el-Bahari? En este campo, nos haremos más preguntas que
respuestas daremos.
¿CUÁNTAS TUMBAS?
había proclamado ya, poniendo fin al papel del Valle como necró-
polis real.
MUERTE DE UN FARAÓN
EL SARCÓFAGO
¿TUMBAS INCONCLUSAS?
CASAS Y TUMBAS
UN BARCO Y SU TRIPULACIÓN
PROBLEMAS DE ILUMINACIÓN
TURISTAS ANTIGUOS
tumba de granito elevada cuatro pies; por encima hay una es-
pecie de imperial que la cubre y da un verdadero aire de gran-
deza a todos los demás ornamentos que la acompañan. Salas,
cámaras, todo está pintado de arriba abajo. La variedad de
colores, que son casi tan vivos como el primer día, hace un efecto
admirable.» El padre Sicard visitó diez tumbas, cinco correcta-
mente conservadas y cinco medio derruidas; al no poder descifrar
los jeroglíficos, no pudo indicar los nombres de sus ocupantes.
Leyendo con atención su relato, se adivina que se sintió particu-
larmente impresionado por el colosal sarcófago de Ramsés IV; ad-
miró también la extraordinaria frescura de los colores que le
produjo la sensación de que el pintor acababa de concluir su obra.
¡Feliz jesuita que contempló lo que nuestros ojos ya nunca verán!
No sin ansiedad, Claude Sicard se hundió en las profundid-
ades de la tierra, iluminándose con una antorcha; la magnitud de
las tumbas ramésidas le sorprendió y manifestó un real respeto
ante el genio de los constructores. Pero el jesuita no comprendió
el objetivo y el significado de las moradas de eternidad; creyó que
los bajorrelieves eran anecdóticos y narraban la vida, las victorias
y los triunfos temporales de los reyes de Egipto.
POCOCKE EL CLÉRIGO
UN ESCOCÉS INDOMABLE
UN EXTRAÑO TESTIMONIO
SOLDADOS Y SABIOS
EL TITÁN DE PADUA
futuro Ramsés era un anciano visir que había pasado sus días sir-
viendo a Faraón y esperaba pasar una vejez feliz en una villa aco-
modada, disfrutando el suave viento del norte bajo su emparrado
y celebrando el culto de Maat, la Regla divina, que había inspirado
su conducta y su trabajo.
El gran Horemheb, reconociendo en él excepcionales cualid-
ades, destrozó aquel hermoso sueño asociándole al trono y prefir-
iéndole a hombres más jóvenes; cuando regresó a la luz, Ramsés I
subió al trono. Llevó los nombres de «El que confirma la Regla
(Maat) a través de las Dos Tierras», «La luz divina (Ra) lo ha
puesto en el mundo», «Estable es el poder de la luz divina», «El
elegido del principio creador (Atum)». ¿No es ésta la prueba de
que se veía en él al fundador de una dinastía, la XIX y de un lina-
je, el de los Ramsés?
«Hijo de Ra» se casa con Satre, «La hija de Ra», de acuerdo
con una coherencia muy egipcia; vela por el equilibrio, político y
religioso del país, sin beneficiar a Tebas la meridional a expensas
de Menfis, la septentrional. Además, su dios protector es Ra y no
Amón, señor de Tebas. Aunque sus maestros de obras trabajan en
Karnak, el rey hace erigir, sobre todo, un templo en Abydos, el
lugar de los misterios de Osiris. Envía expediciones al Sinaí para
explotar de nuevo las minas y, gracias a su experiencia en asuntos
de Estado, preserva la paz y la prosperidad. El reinado del
primero de los Ramsés, cuya fuerte personalidad se presiente, fue
por desgracia muy corto, menos de dos años (1295-1294). Los
artesanos de Deir el-Medineh dispusieron pues de poco tiempo
para decorar la tumba; por ello su corredor es el más corto de las
tumbas reales del Valle y su cámara funeraria es de restringido
volumen.
Belzoni descubre la sepultura el 10 de octubre y penetra en ella
el 11. No deja de maravillarse ante los cálidos colores de las
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una sala con cuatro pilares, un camino que se detiene en una sala
con dos pilares, otro que prosigue por una nueva escalera, un
nuevo corredor, una sala pequeña, una sala con seis pilares flan-
queada por dos capillas, la cámara funeraria con bóveda de cañón
que da, a la izquierda, a una sala con dos pilares y, a la derecha, a
una pequeña estancia para el mobiliario funerario y, finalmente,
una sala oblonga con cuatro pilares.
El buscador de tesoros se siente decepcionado: un cuerpo de
toro, fragmentos de estatuillas momiformes y de distintas estatu-
as, restos de jarras, pero el Belzoni enamorado de la grandeza de
Egipto queda fascinado por la inmensa cámara funeraria, la
morada del oro, cuyo techo está cubierto de signos astrológicos y
astronómicos. Aquí, el faraón descansa en el cuerpo perpetua-
mente regenerado de su madre, el cielo. El alma del rey vive en
compañía de las estrellas imperecederas, las circumpolares, y de
las estrellas infatigables, los planetas. Faraón se convierte en la
gran estrella al oriente del cielo que crea las horas del día y las
horas de la noche, y atraviesa para siempre tiempos y espacios.
La tumba de Seti I es, también, el conservatorio de los grandes
textos simbólicos e iniciáticos que Faraón debe conocer para cruz-
ar las puertas del más allá y vivir en eternidad: Libro de la cá-
mara oculta (Amduat), Ritual de la apertura de la boca, Libro de
las puertas, Letanías de Ra, Libro de la vaca celestial. Son las se-
guras guías que contienen las fórmulas indispensables de
conocimiento.
Aquí, Faraón es «el gran dios, dotado de vida»; guiado por la
Regla, sigue el camino de Occidente, unido a la luz creadora. Hace
ofrendas a todas las divinidades encontradas y su ser regenerado
se convierte en el conjunto de las fuerzas divinas. Por sí sola, la
tumba de Seti I merecería una larga obra de descripción, traduc-
ción y comentarios; ciento setenta y cinco años después de su
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SETI I EL ADMIRABLE
EL SUEÑO REALIZADO
CHAMPOLLION EL VISIONARIO
UN VIAJE PRECIPITADO
EL INTERMEDIO LEFÉBURE
MASPERO DESENVUELVE
que había creado aquel monumento para sus padres, los dioses
del espacio de regeneración, la duat; les concedía así un nuevo
título de propiedad relativo a Egipto, para que los nombres divi-
nos se vieran renovados.
Teólogo, Ramsés V hizo abrir de nuevo las canteras de piedra
de Gebel el-Silsileh y las minas del Sinaí con la intención de
emprender un vasto programa de construcciones; la muerte le
impidió llevarlo a cabo.
Ramsés VI, que reinó durante ocho años (1144-1136), era uno
de los hijos de Ramsés III; su momia, de 1,70 m, está por desgra-
cia mutilada; se hallaba en el ataúd de un tal Re, primer profeta
de Amón en el templo de Tutmosis III. Llevaba los nombres de
«La luz divina (Ra) es el dueño de la Regla (Maat), amado por
Amón, nacido de la luz divina, Amón posee su espada, el dios, el
regente de Heliópolis». Se advierte la insistencia en el tema de la
luz cuyas mutaciones se evocarán, precisamente, en la magnífica
tumba que edificó desarrollando la de su predecesor.
¿Por qué lo hizo así en vez de excavar su propia morada de
eternidad? Lo ignoramos. Lo cierto es que Ramsés VI quiso vincu-
lar su destino de ultratumba al de Ramsés V, sin duda a causa de
una filiación espiritual.
Ramsés VI, que es el último faraón cuyo nombre consta en el
Sinaí, hizo que la comunidad de Deir el-Medineh tuviera de nuevo
sesenta artistas; no sólo se acercaba el fin del Valle y de la dinastía
ramésida sino que Egipto sufría, también, una crisis económica y
un debilitamiento del poder central. Lamentablemente, la docu-
mentación no es abundante ni explícita.
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la emprendieron con los dibujos y los textos; para ellos, aquel te-
soro no tenía valor alguno.
La inscripción de un escriba de la XX dinastía es difícil de in-
terpretar; tal vez se trate de la señal de un informe de inspección.
En la dinastía XXVI un alto dignatario, llamado Hapimon, copió
el sarcófago de Tutmosis III, soberano que había llevado hasta su
más alto grado el ideal faraónico.
18 - AMENHOTEP II (NÚM. 35) O EL
SEGUNDO ESCONDRIJO REAL
hallaba en una tina con el nombre de Ramsés III, cubierta por una
tapa de Seti II.
Pinedjem I dispuso ese escondrijo mientras Pinedjem II con-
struyó el de Deir el-Bahari; por lo tanto, desde la XXI dinastía,
poco tiempo después de que se dejaran de excavar tumbas en el
Valle, los sumos sacerdotes de Amón consideraron que las momi-
as reales no estaban ya seguras en sus sarcófagos y decidieron
trasladarlas.
SUBSISTEN MISTERIOS
(sin duda tras uno de los Abd el-Rassul de los siglos precedentes)
en penetrar después de tres mil trescientos años de olvido.
Fascinante evidencia, ¡tras la apertura de aquel segundo
escondrijo, faltaban muchas tumbas reales en la lista! Esta vez era
seguro que el Valle no había entregado todavía todos sus secretos
y que era preciso emprender nuevas excavaciones sondeando zo-
nas inexploradas aún.
EL PODER DE AMENHOTEP II
LA SUERTE DURA
¿TUTMOSIS I EL FUNDADOR?
EL INTERMEDIO QUIBELL
FRICCIONES DE ARQUEÓLOGOS
ANIMALES REALES
A finales del año 1905, Ayrton excavó en la parte sur del bar-
ranco, en las proximidades de la tumba de Amenhotep II. Super-
visó grandes limpiezas, de acuerdo con las instrucciones de Davis,
y no terminó con las manos vacías.
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¿De dónde procedía y por qué había sido escondida allí? Fue im-
posible responder a esas preguntas. Ayrton y Davis las olvidaron.
EL MATERIAL DE EMBALSAMAMIENTO DE
TUTANKAMÓN
UN FARAÓN CALUMNIADO
LA TUMBA DE AMENHOTEP I
CARTER EL LOCO
PRIMERA CAMPAÑA
SEGUNDA CAMPAÑA
EL JESUITA Y EL ARQUEÓLOGO
EL CIELO SE CUBRE
LA ENTREVISTA DE HIGHCLERE
EL ESPÍRITU DE EQUIPO
LA TUMBA HABLA
LA TERCERA PUERTA
DUDAS Y CONFLICTOS
SOLEDAD DE UN EGIPTÓLOGO
LA CÁMARA FUNERARIA
agotado, Carter abandonó Egipto para dar una gira como confer-
enciante por Estados Unidos, ignorando si volvería algún día al
Valle de los Reyes y podría concluir su trabajo.
PROSIGUE EL TRABAJO
ÚLTIMOS TESOROS
INGRATITUD
Howard Carter fue, sin duda alguna, el autor del más espectac-
ular descubrimiento arqueológico de todos los tiempos. Era de es-
perar que se le concedieran grandes distinciones y siguiera ejer-
ciendo sus aptitudes en otras excavaciones.
La realidad fue muy distinta. Carter, detestado, despreciado y
víctima de los celos, cayó en una especie de clandestinidad. Poco
interesado en obtener los favores del establishment y del mundo
llamado «científico», había olvidado ser un trepador. Trabajador
encarnizado, nunca comprendió que obtener un puesto oficial y
ciertos honores exigía algunos compromisos.
Carter regresó varias veces a Egipto, pero no volvió a excavar.
Inglaterra no le concedió la menor distinción. Murió en Londres,
solitario, en 1939. Como suele suceder, la humanidad sólo había
ofrecido ingratitud a uno de sus genios.
36 - EL ENIGMA TUTANKAMÓN
DESPUÉS DE TUTANKAMÓN
LA REGLA DIVINA
EL MISTERIO DE OSIRIS
CONCLUSIÓN
IMPERIO NUEVO
1552-1069: 483 años
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KV 2, Ramsés IV
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HORNUNG, E., op. cit.
KV 4, Ramsés XI
REEVES, C. N, op. cit., 121-123.
La tumba será publicada por John Romer.
KV 6, Ramsés IX
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KV 7, Ramsés II
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KV 9, Ramsés IX
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KV 17,Seti I
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KV 20, Hatshepsut
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KV 23, Ay
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KV 35, Amenhotep II
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KV 43, Tutmosis IV
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KV 47, Siptah
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KV 62, Tutankamón
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324/343
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NOTAS
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1
Véase Christian Jack, Karnak et Louxor. <<
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2
Véase Romer, Valley of the Kings, pp. 279 y ss. <<
329/343
3
Hemos evocado este dramático período en Pour l’amour de
Philae. 58 <<
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4
Le Pharaon triomphant, 1985, pp. 287-288. <<
331/343
5
Su nombre se transcribe a menudo, erróneamente, en la forma
«Amenofis»; Amen-hotep significa: «el (dios) oculto está en plen-
itud». <<
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El nombre del rey, Neb-Maat-Ra, «La luz divina (Ra) es la dueña
de la Regla», fue reinterpretada fonéticamente como «Memnon»,
confundiéndose la palabra con el nombre del héroe griego Mem-
non, hijo de la aurora y víctima de Aquiles; se sabe que ambos co-
losos, a causa de las fisuras, emitían al amanecer una especie de
canto. El emperador romano Septimio Severo, al hacerlo restaur-
ar, los condenó al silencio. <<
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El Instituto Ramsés procedió a un inventario fotográfico en col-
or. <<
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Narramos esta epopeya en nuestra novela Champollion
l’Egyptien. <<
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Tal vez la de Inhapy, esposa de Ahmosis, Una inscripción nos da
a conocer los nombres de quienes procedieron a los funerales de
Pinedjem I, hacia 997 a. de C., y deben ser incluidos en el número
de los salvadores de las momias reales: Nespekeshuty, «Divino
padre» de Anión, escriba del ejército, alcalde de Tebas: Unnefer,
«Divino padre» de Amón: Bekenmut, escriba real en Deir el-Med-
ineh, el último que realizó esta función antes de que la comunidad
se dispersara; Amenmosis, jefe de los artesanos; Pediamon,
«Divino padre» de Amón y jefe de los secretos. <<
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Sobre su insólita aventura, véase Christian Jacq, En busca de
Tutankamón, Ediciones Martínez Roca, Barcelona, 1992. <<
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Véase Christian Jacq, Nefertiti y Akenatón, Ediciones Martínez
Roca, Barcelona, 1992. <<
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Véase R. Krauss, Zum archäologischen Befund im thebanis-
chen Königsgrab N. 62, pp. 165-181. <<
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Hemos contado su historia y su leyenda, al tiempo que pro-
poníamos una nueva interpretación de su acción política, en La
Reina Sol, Ediciones Martínez Roca, Barcelona, 1991. <<
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Véase Maurice Bucalle, «A propos de la momie de
Toutankhamon», La Revue administrative 44, núm. 243, 1988,
pp. 250-254, y «Mummies of the Pharaons», Modern Medical In-
vestigations, Nueva York. <<
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Estudiaremos su contenido y su iconografía en nuestro álbum
consagrado al Valle de los Reyes, de próxima aparición. <<
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Hay que advertir, sin embargo, que existió una copia del Amdu-
at en la tumba del visir User. <<
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