Practica, Clavicula y Testamento de Ramon Llull

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MAGIA NATURAL,PRACTICA,CLAVICULA Y TESTAMENTO DE RAMON LLULL

(Y APENDICE AL FINAL CON CITAS DE "ASCENSO Y DESCENSO DEL INTELECTO")

MAGIA NATURAL
del doctisimo y conocidisimo
filosofo Ramon Llull
Ram�n Llull

Empieza este compendio del Arte M�gica conforme al curso reformado de la


naturaleza, por cuya virtud, sin mediar distanciamiento ni extra�amiento de la
mente ni del cuerpo, est�s capacitado para observar aquellos esp�ritus que
adquieren figura en el aire y que se condensan en forma de monstruos y de diversos
animales, y de figuras humanas, que vagan por ac� y por all� alternativamente.
Pues bien, todo ello sucede seg�n los principios naturales, que se basan
manifiestamente en las virtudes m�sticas y que emanan de distintos actos naturales,
de los cuales surge de manera natural el Arte M�gica. Por ello, si quisieras
conocer sus instrumentos, en que se fijan, de que se forman y de donde pueden
emanar estos principios, ya que de una ciencia emana una nueva ciencia, aqu� tienes
la Magia Natural.
Y es que la presente ciencia posee sus propios instrumentos, entre los que se
hallan las virtudes de �ndole natural que a trav�s de su respectiva potencia
provocan multitud de hechos admirables, cuando son activadas en sus propios
contenidos por medio del Arte natural, sin necesidad de una acci�n en�rgica para
iniciar el proceso, que se cataloga de com�n, por raz�n de la naturaleza simple que
act�a en los elementos simples y compuestos, si supieras reducir �stos en aquellos.
COMPOSICI�N
Toma un l�quido negro mas negro que el negro y destila de �ste dieciocho partes en
un vaso de vidrio, y en la primera destilaci�n separa solo una parte, procediendo a
una nueva destilaci�n de la otra, de la que separar�s, pues, una cuarta parte; y
destila el l�quido una tercera vez, separando ahora dos partes; y en la cuarta
destilaci�n separa casi el total, y as� sucesivamente destila la parte restante,
hasta ocho o nueve veces, con que surgir� el elemento perfecto, que no ser�
enmendado si no es tras veintid�s destilaciones.
Separa de esta agua una cuarta parte de una libra y acr�cela destil�ndola con
vegetales como son el apio silvestre, la cebolla albarrana y otros semejantes de
los cuales se habl� anteriormente en el cap�tulo sobre el alma de la transmutaci�n,
al inicio. Posteriormente coloca el liquido resultante en un vaso circulatorio
junto con lodo especialmente caliente, o con orujo de uva, para la conservaci�n de
las especies, tal como posteriormente la pr�ctica demostrar�, o declarar�, pues
esta es una de aquellas cosas sin la cual nada se obtiene en el magisterio de este
Arte.
AGUA QUE CALCINA
TODOS LOS CUERPOS
Toma simientes de las sustancias capitales: de tierra, esto es, D, cinco onzas y
media; y de agua, esto es, C, dos onzas y media, la suma de las cuales ser� un peso
equivalente a ocho onzas de libra, y moler�s este compuesto finamente en un
molinillo de m�rmol. Tras ello, pondr�s la masa en una vasija de vidrio unida a un
alambique, en que destilar�s toda la materia, primero a fuego lento, con las
maderas serradas en dos, con dos libras de carb�n bajo o com�n y con un poco de
salvado seco.
Enciende, pues, el fuego y repudia todo aquello que en adelante se inflame por si
mismo, hasta que la masa se empiece a destilar, y desde este punto mantendr�s el
fuego constante hasta el duod�cimo punto, en que avivar�s el fuego con peque�os
le�os, para que las llamas se yergan rectas bajo la materia; y as� mant�n el fuego
hasta que remita al doceavo o quinceavo punto, o bien en un punto menor.
Y a continuaci�n mantendr�s compacto el fuego, y lo mantendr�s acorde al punto de
su destilaci�n, y posteriormente elevar�s de nuevo el fuego hasta un punto mayor,
que mantendr�s constante hasta que el alambique pierda su calor y no destile m�s
materia. Para entonces, evita que se enfr�e, recoge el agua y gu�rdala en un lugar
c�lido y h�medo, guard�ndote de que por ning�n medio pueda estar en contacto con el
aire.
Y acu�rdate de tener una compuerta en la parte cer�mica extrema del alambique, en
el cuello del recept�culo, para poder extraer, por ella de vez en cuando aquello
que no dejara un respiradero al recipiente. Pues a veces tal es el calor all�
acumulado, que el recipiente resulta incapaz de soportar aquel calor excesivo. As�
pues, cuando convenga, �brela, cuando no, ci�rrala. Ten en cuenta que el agua que
recogiste, provinente de materia vil, tiene la facultad de convertir los cuerpos en
su respectiva materia original, la cual, unida a la virtud vegetal, da origen a
muchas perfecciones, al punto que, tras ser destilada, necesita ser puesta en
acci�n, para que su esp�ritu, que es de naturaleza sutil y extra�a, no perezca en
el aire, supuesto que es en grado pleno obtenido de la destilaci�n.
DE LA CALCINACI�N NATURAL
Recoge dos partes de Luna per-fectamente purgada por una cabrilla o muy purificada
por constante incineraci�n, y haz con ella unas pocas partes, con unas pinzas, y
pon la mitad de �stas en un vaso de disoluci�n o licuaci�n, y c�brela con tres
lociones de agua calcinadora; y la otra mitad en otro vaso de disoluci�n,
cubri�ndola con tres lociones de agua calcinadora. Cierra perfectamente los vasos
con sus tapones, y sella sus junturas con harina y clara de huevo, poniendo a
continuaci�n ambos vasos al ba�o durante tres d�as naturales.
DE LA SEPARACI�N DE LA CAL
Y DEL AGUA CALCINADORA
Una vez tengas los metales calcinados en ambos vasos de disoluci�n, separa de �stos
el agua, col�ndola con sumo cuidado, para que la tierra no pueda de ning�n modo
ascender ni enturbiar el agua. Pon a continuaci�n el agua aparte, bien tapada en su
propio vaso, y recupera la tierra de la propia Luna calcinada con un poquito de su
humor, y ponla sobre cenizas ardientes, con el alambique y el recipiente, a un
fuego activo por un espacio de doce horas.
Destila el licor, y ten cuidado con el fuego ardiente, pues bajo el calor abrasante
del Sol de vez en cuando se produce �sta separaci�n, por lo que deja que el fuego
remita por si mismo, con lo que tendr�s Luna calcinada de manera �ptima.
DEL FUEGO CONTRA
LA NATURALEZA
Pon dos medidas de agua vegetal aguada en una botella de cuello largo, en el cual
habr�s puesto seis medidas de agua calcinada, y cubre la botella r�pidamente con su
tap�n, y s�llala con cera, y col�cala o som�tela a un ba�o de dos d�as naturales,
espacio de tiempo tras el cual la totalidad del vegetal se habr� convertido en agua
clara, tras lo cual podr�s retirar la disoluci�n.
DE LA OCULTACI�N POR LOS FIL�SOFOS
DE LA DISOLUCI�N DE LA LUNA
Tendr�s fuego vegetal disolvente en agua calcinadora. Y a�adir�s sal a ocho medidas
de agua, esto es, cuatro onzas, y dos medidas de cal de Luna, esto es una onza, y
lo pondr�s todo en un vaso de disoluci�n con una cubierta propia de cobre,
cuid�ndote de que lo que en �l introduzcas no sea expuesto a calor alguno sino al
que le proporcione su propia naturaleza; y cuando est� reposada la sustancia sella
perfectamente la juntura y pon aqu�lla al ba�o durante tres d�as naturales, tras
los cuales colar�s el agua y destilar�s el humor y calcinar�s la tierra tal como
ante-riormente hab�as hecho, repitiendo la acci�n hasta que toda la sustancia est�
disuelta en forma de licor. Pon aparte esta sustancia, tambi�n el licor disuelto
por obra de tu Arte, pues �sta es la sustancia del cuerpo depurada por obra del
Arte.
DE LA CONGELACI�N DE LOS
LICORES DE LA LUNA
Despu�s de que la Luna sea disuelta en licor en su recipiente, pon entonces dicho
licor en un vaso de doble circulaci�n, dividiendo el licor en dos porciones
iguales. Y pon en otro vaso cinco medidas del susodicho licor de Luna, y pon
encima, en cualquier otro vaso, siete medidas de agua b�sica de vida, manipulada, y
pon todo en un horno de dos brazos, donde un fuego templado pueda transmitirles su
calor.
Coloca all� tus vasos, y �nelos a las ca�as del alambique y col�cales alrededor
esponjas espesas que siempre tendr�s humedecidas con agua fr�a. Y cuando penetren
en las cuc�rbitas, aquellas medidas se contraer�n, y cuando noten el calor las
botellas, ver�s como de inmediato el fermento asciende con el agua, destil�ndose de
un vaso al otro alternativamente, y en cuanto ascienda en un vaso, en tanto se
destilar� y penetrar� en el otro. As� ver�s a qu� proporci�n calor�fica el esp�ritu
resulta purificado y a cual condensado por el fermento. Cuanto m�s bajo es el fuego
que produce tal destilaci�n, tan menor es la purificaci�n del esp�ritu y tanto m�s
engorda continuamente el fermento. Sigue, pues, este m�todo, hasta que no m�s
sustancia veas ascender, se fije con el fermento y se convierta en piedra, lo cual
suceder� al cabo de nueve o diez d�as.
DEL ELIXIR DE AGUA EN ACEITE
Extrae al mismo tiempo ambos vasos, cuando la materia est� ya congelada, y col�cala
en un horno o en el ba�o, y de nuevo se disolver� en dos d�as. Y cong�lala de
nuevo, reiterando esta acci�n tres veces o m�s, y ver�s como lo que no haya podido
ser congelado se distinguir� por su virtud y potencia, al punto que aceite parecer�
por su espesura.
DEL M�TODO PARA HACER ACEITE DE LUNA
Verdad es que el m�todo abreviado ahora descrito de inmenso valor es, pues en diez
d�as se solidifica sobre el fermento y con el fermento la quintaesencia, por el
hecho que la muy espesa materia terrestre tambi�n se halla estable en la Luna, pero
en �sta no tan r�pidamente se disuelve, tras complementar la solidificaci�n de la
quinta esencia, como en el Sol, en el cual, al llegar al final el acto de
complementaci�n, no se distingue, por culpa de su rapidez, el paso de la materia
por los estados blanco y r�beo.
La medicina que as� obtengas, si la unes a azufre de Saturno, o de J�piter,
favorece la transmutaci�n material, gracias al fermento que encierra. Por la gracia
de Dios que suficiente dijimos ya respecto al elemento blanco, ahora hablemos,
pues, del r�beo, ya que, de hecho, la operaci�n solar en sus pasos y medidas,
coincide con las operaciones lunares, en caso de que sepas operar filos�ficamente
con agua corrup-tible, que tiene como principal virtud la de disolver totalmente el
Sol y convertirlo en aire, hecho en que consiste nuestro secreto.
Toma, pues, en nombre de Dios, dos medidas del agua de Luna tratada y destilada
anteriormente por el alambique, y a��dele dos medidas de agua vegetal aguada;
vierte encima tu oro en un peso equivalente al del agua vegetal, y acaba poniendo
el concentrado al ba�o durante dos o cuatro d�as, tras los cuales hallar�s oro
negro parecido al carb�n. As� es como �ste se disuelve y se materializa, tal como
la Luna. A continuaci�n pon la totalidad del compuesto de Sol y agua en un vaso
circulatorio con doce partes de agua de vida rectificada, y cuando las botellas se
calienten ver�s de inmediato disolverse el cuerpo solar sin el fermento, y ver�s al
principio como el Sol se destila y al final se solidifica hasta convertirse en
piedra.
Toma a continuaci�n ambos vasos, retir�ndolos a la vez del horno, o del ba�o, y de
inmediato ver�s disolverse el oro, en una noche. Vu�lvelo a solidificar, y realiza
la acci�n una tercera vez, tal como hiciste con la Luna, y m�s ampliamente
resultar� exaltado por la virtud divina aquello que no pueda ser congelado, pues
parecer� tal aceite espeso. Y �ste es el m�s precioso proceder, y Dios lo crea para
que sea en sus efectos y virtudes y bondades, durante su ejecuci�n, el m�s noble y
exacto proceder. Por m�s que no posea aquellas propiedades del poderoso elixir que
afirman los fil�sofos que el elixir posee, con todo, si mezclases esta medicina con
el azufre debido, te apunto, sea el de Venus o el de Marte, mudar�a la forma de
�ste por la acci�n de este fermento.
No creas que esta medicina tiene su propio sistema de multiplicaci�n tal como
tienen el resto. Pues si con este Sol convenientemente disuelto pastases, mediante
una correcta mezcolanza, plata viva vulgar solidificada en siete ocasiones con
vitriolo, en una proporci�n de catorce medidas de plata viva por cada dos medidas
de Sol, y posteriormente solidificases la pasta resultante unas cuantas veces,
siempre reduciendo la masa solidificada sobre el sedimento, y de esta manera de
solidificar� el Mercurio en la medicina penetrante y tingente.
De igual forma otro hecho milagroso: si se aplican dos medidas de este Sol as�
disuelto a fuego lento durante ocho d�as con ocho libras y una cuarta parte de una
libra de Mercurio solidificado, el compuesto se convertir� en oro.
Milagros como �ste se hallan en la naturaleza, y ello ocurre porque el esp�ritu del
agua en una disoluci�n de oro con oro indivisiblemente se solidifica; y asimismo,
el aceite de la piedra de los fil�sofos, oculto a todos, a ti revelado, en un lugar
decidido anteriormente, hace a esta medicina penetrable y compatible y aplicable a
cualquier cuerpo, aumentando a la vez su eficacia, con un proceder del m�s all�,
que resulta el m�s secreto en el mundo.
Por ello, si supieras abreviar este proceder, o separar el elemento acuoso, y
trabajases bajo el proceso de mezcolanza ya descrito, podr�as en treinta d�as
obtener la piedra. As� mismo, si tras la cuarta destilaci�n del agua susodicha,
posterior-mente destilas en siete ocasiones el l�quido con cinabrio y vitriolo, en
una proporci�n id�ntica de uno y otro, siempre a�adiendo en todas las operaciones
nueva materia, y secando en toda destilaci�n la masa de piedra antes de a�adir
agua; al final podr�s poner junto con doce partes de la susodicha agua una parte
del fermento as� preparado de oro, y ver�s como �ste se solidifica en el vaso
circulatorio.
DE LA EVOCACI�N NATURAL
DE LOS CUERPOS POR SUS ESP�RITUS
Ya en los primeros cap�tulos demostramos de qu� manera los cuerpos perfectos pueden
disolverse, en el agua de la piedra de los fil�sofos, y de qu� manera pueden
purificarse y solidificarse. Y pues s�lo queda mostrar de qu� manera podemos de
cuerpos imperfectos extraer azufre natural, y hablar de la uni�n de ambos.
As� pues, en nombre de Cristo, Am�n. Toma la cal de cualquier cuerpo que quieras y
ponla en una botella que tenga un largo cuello, y c�brela con agua de vida
rectificada, que la sobrepase en cuatro dedos, y posteriormente pon encima cenizas,
dejando que hierva todo por un d�a, y tras la ebullici�n ponlo junto a lodo
caliente o a una estufa por un espacio de dos d�as naturales, para que mejor se
asiente y puedan separarse las partes de materia sutiles de las gruesas por raz�n
de su tama�o: hecha esta operaci�n, extrae la botella inclinada, para que puedas
extraer de ella con precauci�n el agua.
Coloca este agua clara en una calabaza y cu�date de que no se enturbie, para lo
cual inclinar�s el vaso y tapar�s la calabaza de paredes de cobre con su tap�n de
cobre, y la pondr�s junto a la estufa o a lodo tal como ya hiciste, bien tapada.
Una vez realizada la evacuaci�n, introduce m�s agua de propiedades similares a la
primera, que llegue a una altura de cuatro dedos, tal como anteriormente, y hazla
hervir en lodo, cuid�ndote de realizar tales operaciones hasta que todo cuerpo haya
desalojado sus esp�ritus. Y si el agua se te acaba, toma la cuc�rbita en que se
hallan todas las sustancias licuadas y ponle encima el alambique, destilando agua a
fuego lento, bien por medio del ba�o, hasta que aparezcan dos partes de sustancias
licuadas.
Pon entonces parte de este agua sobre la materia s�lida que hay en la botella, en
la cantidad anterior, es decir cuatro dedos, y reitera las operaciones anteriores
hasta que la tierra se evacue, hecho que as� comprobar�s: toma una porci�n de dicha
tierra, s�cala al Sol, y una vez seca pon la sobre una piedra abrasante; si
surgiese humo, reitera las susodichas operaciones hasta que no apareciese m�s humo,
y desde entonces conserva tus sustancias licuadas en un lugar h�medo y c�lido, pues
en �l mejor se conservar�n.
Cuando hayas completado perfecta-mente estas operaciones, y hayas recibido el signo
predicho, extrae de la botella tu materia acompa�ada de un poco de la susodicha
agua; ponla en la cuc�rbita y c�brela con el alambique, para que la materia se
deseque. Una vez seca, calcula su peso, y sabido �ste conserva el agua de vida
perfectamente rectificada en un vaso circulatorio, y ponle encima tres pesos, y de
inmediato el alambique, que sellar�s bien.
Una vez completada la destilaci�n, evita que se enfr�e, y, cuando veas que la
tierra est� seca, vuelve a poner el agua nueva a una temperatura similar de
rectificaci�n en relaci�n con el peso antedicho, separa todas aquellas aguas que
extrajiste de la tierra y ponlas en una botella bien cerrada; y repite todas estas
operaciones hasta cuando veas la tierra reducirse a un polvo sutil e impalpable.
DEL DESBORDAMIENTO
DE MERCURIO
Hablamos ya de la calcinaci�n o licuaci�n de los esp�ritus. Una vez, pues,
activados y preparados, toma el vaso en que se hallan todas las sustancias licuadas
y c�brelo con el alambique. Destila agua por el alambique por el m�todo del ba�o
hasta que se espese como la miel, y permite entonces que el ba�o se enfr�e. Una vez
est� fr�o, quita de este agua que extrajiste de la tierra toda aqu�lla que supere
un nivel de cuatro dedos, y pon el resto bajo lodo o junto a una estufa durante un
d�a natural, con el vaso perfectamente sellado. Tras ello, conecta el alambique,
destila el agua a un fuego muy d�bil y d�jala aparte. Una vez realizada dicha
destilaci�n y con el vaso enfriado, pon sobre la materia que quede el agua
anteriormente separada por superar el nivel de cuatro dedos, y ponlo todo bajo lodo
como antes, y vuelve a realizar la destilaci�n como antes, y repite indefinidamente
todas las operaciones descritas hasta ahora.
La materia que obtengas es aquella que se suele llamar plata viva desbordada o
l�grimas de doncella. Una vez completado el desbordamiento, calcula el peso del
antedicho polvo sutil y sum�rgelo en una cantidad de agua desbordada equivalente a
la mitad del peso del polvo. Pon todo bajo lodo caliente, del que se nutrir�
durante ocho d�as, y al cabo de los susodichos ocho d�as hallar�s tu materia
absolutamente h�meda. Ponle encima el alambique y dest�lala a fuego lent�simo,
recogiendo el agua. Una vez �sta secada con moderaci�n, calcula de nuevo su peso,
que anotar�s. Rep�n el agua que recuperaste, y a��dele aquel agua desbordada, en
una cantidad equivalente a la mitad de su peso.
Todas estas absorciones e inmersiones en lodo y calcinaciones las repetir�s en
tanto la tierra no haya absorbido cuatro partes de tal elemento h�medo, lo cual
sabr�s por tal signo: porque si pones la sustancia sobre una piedra ardiente deber�
surgir de �sta humo. Si as� no ocurre, insiste en la absorci�n, inmersi�n y
calcinaci�n, hasta conseguir el susodicho signo. Una vez conseguido �ste, pon la
materia sobre cenizas y apl�cale un fuego lento al principio, pero que
paulatinamente ir�s aumentando, hasta que toda la materia. ascienda a la parte
superior del vaso.
Cuando se haya elevado toda, se dice que se trata de un cuerpo elevado por su sal
admirable, que los fil�sofos llaman piedra y sulfuro de la naturaleza. La
incineraci�n de la susodicha sal o azufre as� se realiza. Toma la susodicha sal,
cualquiera que sea el metal del que se haya extra�do o la cantidad de que se trate,
y col�cala en un cruc�bulum, que situar�s sobre cenizas calientes. Y cuando est� un
poco caliente apl�cale un poco del anteriormente nombrado aceite, gota a gota,
hasta que se haya enfriado y convertido en una sustancia espesa como la miel. Saca
la sal entonces del fuego, y cuando est� fr�a toma un poco de ella y col�cala sobre
una piedra caliente. Si se funde lentamente, la operaci�n estar� ya hecha. Si no es
as�, reitera las anteriores operaciones, hasta que fluya lentamente a causa de la
fuga de Mercurio. Derrama entonces un peso de esta sal sobre cien pesos de Mercurio
crudo.
ACONTECE LA OPERACI�N DE
CAREST�A DE ACEITE DE LUNA
El aceite de Luna tiene virtud fijadora, y provoca una ligera fusi�n de toda la sal
producida. Encera, pues, sal de J�piter, una vez el azufre de J�piter hayas
obtenido, con aceite de Luna, hasta que resbale, y derrama un peso de ella sobre
cien de J�piter. Si la sal fuera de Saturno, derrama entonces un peso de sal sobre
cincuenta de Saturno. Ser� esta sin duda obra perfect�sima, superior a cualquier
obra natural. Si el aceite fuera de Sol, encera con �l sal de Venus o de Marte, y
derrama un peso sobre cien pesos de Venus.
As� se obtiene el agua de la vida: calcina madera de vi�as o de t�rtaro que sean
blancas. Empapa �stas con agua de vida y pon todo el agua rectificada y aguada en
un vaso circulatorio, donde la dejar�s pudrir por un per�odo de un d�a. Destila
entonces el agua a fuego lento y para acabar calcina la tierra, o la sal. Empapa la
sustancia y dest�lala y calc�nala como anteriormente hasta cuatro veces, y entonces
ponla a disolver por s� misma al ba�o. Una vez disuelta al ba�o la sustancia,
cong�lala, y realiza esta operaci�n cuatro veces Y obtendr�s la sal del Arte, a
saber, Mercurio Testamentario, sin el cual nada nace.
A la vista de todas nuestras medicinas ya nombradas no encontrar�s otro m�todo con
capacidad para llevar un cuerpo a la perfecci�n externa que supere al de la
fundici�n en cenizas, pues el esta�o parecer� esta�o como anterior-mente, pero ser�
algo m�s rompible y duro sin un esplendor manifiesto, siempre que sea purgado en
cenizas; y lo mismo con el metal saturnal, y similarmente con el de Venus. Y lo
mismo por lo que hace al metal de J�piter, que al ser sometido a la acci�n de las
cenizas puedes ver como se transforma en plata depurada.
Estas diversidades proceden mayormente de la [virtud...] de la piedra, seg�n si m�s
o menos se han sometido a preparaciones y sublimaciones. En efecto, la
caracter�stica mutativa del esp�ritu de los cuerpos carece de muchas virtudes en
sus partes gruesas, pues aqu�lla capacita, por sus propiedades, al cuerpo para
segregar los elementos ajenos a los metales, al transformarlos mediante su
esp�ritu, y sino por la ayuda de las ceniza. Y ello ocurre por la intervenci�n de
la sustancia gruesa medicinal, a la cual se halla unida la virtud que transforma y
que impide que se complete la acci�n �ntegra de su esp�ritu, consistente en separar
aquello que no se corresponde con la esencia natural y unir aquello que es por
naturaleza af�n a la naturaleza de la plata viva, que tras la operaci�n hallar�s
mutada en plata fina, que es superior al mineral.
Pero no insistas en querer poner plomo en sus cenizas, pues tan solo la medicina
realiza todas sus acciones con la ayuda de fuego de cenizas. As� que cuando dichas
medicinas son aplicadas con las cenizas a un cuerpo -y es que �ste no puede
soportar el fuego vivo- en el interior del cuerpo se funden las medicinas sino una
ignici�n determinada. Y ello es as� porque su naturaleza no posee el defecto de ser
materia indigesta, que son aquellas que se funden antes del tiempo en que deben de
incinerarse las sustancias consumidas, que ocupan en el cuerpo el sitio de la
sustancia flem�tica vaporal.
Ayuda pues a tu medicina y a sus virtudes por medio de la incineraci�n
(cineritium), y encontrar�s oro y plata, seg�n si estuvieran tus medicinas
encaminadas a ellos, sea por medio del elemento blanco, sea por medio del elemento
r�beo.
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LA PRACTICA
RAMON LLULL
La corrupci�n, as� como la depuraci�n [de los elementos] se produce despu�s de la
merma, sea de la materia, sea de la esencia corrupta. Quien esto sabe hacer lo sabe
tras conocimiento adquirido por una razonable percepci�n.
Por tanto, toma un cuerpo vol�til y �nelo a otro estable, de la bien conocida forma
que paso a relatarte: ponlos a temperatura moderada, hasta que el cuerpo estable
emerja con la ayuda del vol�til. Antes, pero, debes saber que la emersi�n se
produce a veces con anterioridad a la depuraci�n, sin que la parte corrupta est�
congelada. Por todo ello te recomiendo que consideres como una unidad intelectiva
de operaciones todos los cap�tulos de la primera parte.
As� pues, toma un cuerpo vol�til unas siete veces mayor que el cuerpo estable y
�nelo al estable durante nueve d�as bajo el efecto de un fuego mediano, que
provoque el cambio deseado por la naturaleza. Y la vasija donde sea dispuesta la
susodicha materia que sea colocada, para evitar los efectos del fuego, en agua, al
ba�o mar�a, pues ello protege, con el calor medio, las tinturas y mitiga su
combusti�n.
A continuaci�n tomar�s dos filtros, uno m�s fino que el otro y har�s pasar tu
materia por el mayor de tal manera que no separes del cuerpo toda la parte vol�til;
al contrario, debes colar el cuerpo inclinando el filtro para que toda la sustancia
del cuerpo disuelto mezclada con plata viva traspase dicho filtro. Cuidar�s
tambi�n, al inclinar el filtro, de que ni un �pice de la materia espesa del cuerpo
lo traspase, a no ser que sea col�ndola cuidadosamente. A continuaci�n toma el
filtro fino y todo aquello colado por el filtro grueso p�salo por el fino hasta que
percibas la diferencia existente entre la materia simple y la gruesa, que a su vez,
pondr�s en una vasija redonda de cuello largo con cinco partes de plata viva. A
continuaci�n, recoge tierra, que habr�s extra�do de cualquier compuesto, seg�n la
cautela debida que a continuaci�n relatamos.
PROCESO DE LA PRACTICA
Y PRIMERA RUEDA DE LA CORRUPCION
Toma el cuerpo grueso separado del simple y vierte en �l un cuerpo vol�til pasado
por el filtro, tal como se ha dicho, tanto como cinco veces, tal como con el
estable. A continuaci�n, vierte el cuerpo vol�til en el filtro m�s fino para
separar la tierra, que dejar�s aparte y pon dentro de un mortero hecho de le�a, el
fondo del cual sea m�s plano que c�ncavo y no muy profundo, el cuerpo grueso con su
plata viva adherida. Por tanto, vierte toda la materia girando el mortero, une las
tierras que son totalmente terrestres y repletas de una masa pesada p�rpura y ponlo
todo junto con el cuerpo disuelto y tamizado en la vasija redonda de cuello largo:
repite la operaci�n hasta que en el compuesto no quede m�s tierra que unir.
A continuaci�n vuelve al filtro fino en que se encuentra el cuerpo vol�til y
cu�lalo, inclinando a lo largo del filtro, hasta que surjan sus filones por todo el
filtro, por los cuales avanzar� la susodicha plata viva uniformemente, y cuando
llegue a su fin el dicho filtraje, a saber, la depuraci�n, ver�s un gran poso lleno
de tierra muerta y de plata viva por encima. Recoge la tierra, como arriba se dijo,
y ponla en otra vasija de cristal de cuello largo.
A continuaci�n vuelve al cuerpo grueso y cu�lalo, pero no de un solo impulso, sino
sutilmente, inclin�ndolo sobre el filtro m�s grueso y une la masa simple disuelta
con la masa vol�til, separando la gruesa. Tras lo cual pasa el cuerpo vol�til por
el filtro fino y al comenzar introd�celo en el cuerpo grueso que estar� bajo el
filtro por su peso.
Luego, ponlo junto a la plata viva en la vasija en que se encuentra la tierra,
despu�s mezcla la masa gruesa con la fina y vol�til colada por el filtro fino, pero
antes sustrae tanta cantidad como para que no haya de vol�til y fina mas que cinco
veces la cantidad de masa gruesa separada una vez separada la tierra, tal como
dijimos, repitiendo la acci�n con todas las prescripciones, hasta que veas aislado
aquel mundo de t�rrea inmundicia de forma visible por la fuerza de la primera
cocci�n.
Conviene repetir la cocci�n con las susodichas operaciones, hasta que el cuerpo
grueso resulte fino; y as� se completa la primera rueda para la conservaci�n de las
tinturas de todos los elementos.
SOBRE LA CORRUPCI�N POR
LA SEGUNDA RUEDA
Acontinuaci�n practica una segunda rueda circular sobre el cuerpo gr�cil pasado por
el filtro fino y en una cocci�n semejante a la primera, que es ahora cocci�n de
perfecci�n. Estas son las cuatro operaciones de que hablan los fil�sofos:
trituraci�n, absorci�n, cocci�n y diso-luci�n; las cuales se producen no por acci�n
humana sino por fuego de manera natural, a no ser que se separe el cuerpo grueso
del fino y la tierra de sus compuestos para acelerar el proceso. Y ello porque
cuando una masa repleta llena otra de vac�a impide que se consiga un proceso
perfecto. Por ello, refinaremos el cuerpo mediante bru�imiento y separaremos la
masa leve de la pesada, resultando la mutaci�n sin transgresi�n del l�mite de la
propia latitud, sino siguiendo las exigencias que la naturaleza exige, as� como el
recto orden de la operaci�n, sea cual sea el orden del cual queramos variar la
naturaleza perfecta.
PUTREFACCI�N DEL COMPUESTO
Tras lo dicho, pon de complemento en lodo todo el compuesto disuelto, tras haber
puesto el lodo en una vasija agujereada de tierra en una circunferencia, que
sobrepase el ba�o y est� el ba�o totalmente lleno de agua.
A esto se le llama propiamente Horno secreto de los Fil�sofos, en el que se esgrime
la materia anteriormente dicha, o sea, la materia disuelta y se mantiene al fuego
del modo susodicho por un espacio de cuarenta d�as, pues as� se cree que mejor la
esencia perfecta podr� separarse de la p�trida y elevarse en lo alto mediante
emersi�n, que despu�s nos llevar� al fermento perfecto.
SEPARACI�N DEL AGUA
Tras terminar tal acci�n recupera el compuesto y de �l separa el agua, que
propiamente surge de la tierra escasa y del aire espeso por destilaci�n en el ba�o
de Mar�a, y aplica el fuego uniformemente hasta que veas como el agua es destilada
por obra de dicho calor. Tambi�n esto te hacemos saber: que el humor que es
destilado por el calor del ba�o es agua pura gracias a la propiedad de su
naturaleza fr�a y de su efecto.
SEPARACI�N DE SU AIRE
Cuando veas que nada de agua puede ya ser contenida a trav�s del calor del ba�o,
ser� ello indicio de que debes separar a fuego m�s vivo el aire, que es el vapor
m�s caliente y de mayor perfecci�n, puesto que contiene una porci�n del cuerpo
estable unido por la uniformidad de la disoluci�n: por lo cual hay que dejar que el
fuego responda a su punto: Por tanto, separa el aire mediante el fuego, hecho
ejecutado a trav�s de las cenizas, tal como otrora te ense��. Aqu� encontrar�s el
fermento superior tan reputado de las dos naturalezas de que se compone la virtud
media, que est� entre la extrema virtud s�lida y la vol�til, de las cuales surge
artificialmente la sal.
SEPARACI�N DEL FUEGO.
EXTRACCI�N DE LOS ELEMENTOS
Una vez separado el aire hay que separar a continuaci�n el elemento fuego con las
cenizas, tal como el aire, si cabe con algo m�s de energ�a de modo que el agua
destilada en el ba�o se reponga sobre las heces y se soterre durante tres d�as, y a
continuaci�n se destile por las cenizas, a fuego constante, hasta que no quede nada
que destilar por aquel calor. Tras ello hay que poner agua por separado a destilar
en el ba�o y en este encender tras la destilaci�n del agua un fuego mas d�bil con
un poco de aire mezclado, que desecar�s sobre las cenizas, recuperando el aire,
como te he dicho.
[Nota aqu� de que modo tras la inhumaci�n se produce en primer lugar a trav�s de
las cenizas una destilaci�n, mientras en ocasiones otras se realiza primero a
trav�s del ba�o; pero as� sea aqu� la destilaci�n para que pueda el aire extraerse
de la tierra por medio del agua; aquel en si contiene fuego, debes tenerlo
presente].
RECTIFICACI�N DE LOS ELEMENTOS
As� separados los elementos los solidificar�s con cuidado, pues al rectificarlos en
una s�ptima destilaci�n se dividen con gran presteza. Y cuida, que de los elementos
h�medos se separan las partes que no son de la especie de su composici�n (de la
cual se separa la tierra, del aire el fuego), pues en el vientre de los h�medos o
propiamente de los acu�ticos se hallan las especies de nuestros esp�ritus, los
cuales a trav�s de la virtud del fuego se separan del cuerpo y en agua se mezclan:
despu�s se limpian bien y se lavan mediante una fuerte cocci�n, tal como se hizo
con aquellas que anteriormente te indicamos.
Y llegados hasta aqu� estamos preparados para revelarte y decirte mas cosas para
que las recuerdes, con tal de que puedas percibir el fin de su proceso, porque en
los escritos no quiero explicitar el total del proceso, que es redondo como la
manzana, puesto que en un c�rculo redondo se contiene todo el sentido del presente
Arte.
INTRODUCCI�N A LA REDUCCI�N QUE DEBE HACERSE POR MEDIO DE LA APLICACI�N DE UNA
SEGUNDA DIGESTI�N, POR LA TE�RICA
Una vez rectificados los elementos, agrega las partes del cuerpo estable (ora
tierra, ora fuego) desmenuzado tras calcinarlo con un cuerpo vol�til h�medo y
disuelto. Por ello te avisamos que observes y recuerdes nuestras doctrinas, que te
ofrecimos en la Te�rica: que el azufre no supere la perfecci�n mayor de la
uniformidad que procede de la plata viva y que recuerdes el principio de tu
reducci�n, que la naturaleza provocar� gracias a la disposici�n de tu noble
intelecto, porque un humo se alzar� de la susodicha tierra, que es la causa primera
de tu congelaci�n.
De ello sacar�s que hay algunas partes que son conjuntivas y otras divisivas: las
puras conjuntivas son de esencia pura de la verdad compuesta, pero porque las otras
no son de causa similar, por ello dividimos estas ultimas a�adi�ndoles naturalmente
las puras. Y esto lo realiza la Naturaleza de un solo modo: atrayendo con su
propiedad de atracci�n aquello que es de su misma esencia, y rehuyendo, vomit�ndolo
con su propiedad expulsiva, todo aquello que no pertenece a su compuesto.
Esta separaci�n jam�s podr�a realizarse de forma manual, como mucha gente lo cree,
sin la ayuda natural, y del modo debido propiamente aprehendido con gran
perspicacia, puesto que las partes puras y las impuras, que se consumen con el
fuego y se vierten en la tierra son de tan simple sutilidad, que la separaci�n no
puede ser llevada a cabo si no es con la intervenci�n de la naturaleza, que acepta
en su vientre cuanto es de su misma esencia y rehuye lo extra�o.
Ten por seguro que de esta manera quiere la Naturaleza arribar a su perfecci�n: as�
como cuando concibi� un cuerpo estable humo en su vientre lo convirti� en vol�til,
cuando posteriormente todo se separa por la causa oscura que mora oculta, tambi�n
debe todo volver a asentarse mediante sublimaci�n.
PR�CTICA DE LA CONGELACI�N
POR LA V�A DE LA REDUCCI�N
Si entendiste las dichas causas, podr�as ahora congelar el cuerpo seg�n tu deseo,
pues aquello que se disuelve, igualmente se congela si se aplica el proceso
contrario. Por tanto, toma el agua separada y con ella humedece la tierra en una
proporci�n justa (o sea, ni poco ni mucho) y tras una cocci�n constante en el Horno
secreto, al punto que la veas congelar, vuelve a repetir la humectaci�n, la cocci�n
y la congelaci�n, hasta que veas la tierra, tras pasar por muchos colores, vuelta
blanca.
El c�lculo de dicha congelaci�n y disoluci�n hecha por medio de la reducci�n no lo
podemos hacer de otro modo que nos permita conocer la naturaleza operante sino con
la ayuda de nuestra sensibilidad, por la cual percibimos la proporci�n existente
entre dos medidas prop�ncuas, la cual relaci�n no se aparta de su especie y como no
se separa de su especie, m�s r�pidamente se une a su complejo con una m�s poderosa
conexi�n, que es c�lida y h�meda: por ello se conserva por la manera segura y
conocida de congelarse, y despu�s de disolverse en consideraci�n a la proporci�n
conocida en tanto y cuanto nos es posible.
Y pues ruega a Dios, omnipotente gobernador de todo, para que te ayude a llegar por
la medida a la dicha proporci�n, puesto que El, que es propincuo, es quien juega un
papel mayor en la operaci�n. Por ello debes comprender que dicha congelaci�n sea
media y no extrema; pues si fuere extrema, la sustancia congelada del esp�ritu no
permanecer�a en el cuerpo vol�til h�medo.
Si de nuevo y de igual forma la disoluci�n, que es la operaci�n opuesta a aquella,
participase en su extremo, la producci�n del proceso de azufre se corromper�a en su
totalidad, y de hecho se sumergir�a en un abismo de satalia, puesto que se
generar�a calor y sequedad por la exposici�n de la sustancia h�meda en una medida
no adecuada seg�n el Arte de la Geometr�a. Por ello cuida no sea que una sequedad
nimia o una nimia humedad por culpa de una exposici�n hecha de improviso o una
excesiva administraci�n no corrompan la ense�anza. La forma de conservar la dicha
medida m�s cercana a la naturaleza para arribar a la dicha proporci�n en cuanto es
posible es que dicha cocci�n debe continuar sobre el compuesto en tanto en cuanto
su disoluci�n haya menester, y en tanto debe disolverse por imbibici�n cuanto se
exponga a cocci�n. De ello daremos ejemplo, para que mejor nos entiendas, en la
graduaci�n por un signo demostrable: se har� una figura de siete letras
considerando en ella las existencias contrarias y extremas, que son calor,
frigidez, sequedad, humedad, congelaci�n y disoluci�n para que quede evidente en la
figura aqu� escrita que he omitido, lo que sea imperfecto e ininteligible con
algunas l�neas, hasta que un mejor ejemplar sea hallado, haya sido puesto por mi o
por otro.
Y as� queda claro como todos los extremos se transforman por los medios propios de
cada uno en una concordancia como nadie podr�a creerse ni ning�n hombre puede
entender sino es a trav�s de la ciencia de la sensibilidad, ciencia que no es
posible que adquiramos sino es a trav�s de la inteligencia que nos otorga el
esp�ritu sagrado, del cual una parte de su propia esencia tenemos en nuestra mente,
perfectamente enlazada con poderos�sima ligaz�n por los instrumentos propios que
nos permitieron entender y sentir la magna nobleza del tr�nsito de los medios,
puesto que como m�s se aproximan estos a su perfecci�n m�s se alejan de su
corrupci�n.
Posees ya, pues, la ciencia y el noble Arte infalible e insigne, las medidas
nombradas, en ciertos puntos pertene-cientes a la Geometr�a, que yo te he dado, si
es que te fueron concedidas por aquel que todo lo da y todo lo sustrae seg�n le
plazca. Por ello piensa si te quiso inspirar, escrutando la forma que tiene la
rueda perteneciente a la propia graduaci�n, porque nunca hubo hombre ni fil�sofo
que esta regla con tanta amplitud relatase y sin cautela, tal como nosotros
hicimos.
Si bien habr�s notado algunos puntos oscuros en nuestras explicaciones, con todo
habr�s comprendido la totalidad de acciones y toda la operaci�n de imbibici�n a
realizar. Incluso compren-der�s esto, que descubrimos en los escritos del profeta
Joel respecto a las medidas de que hablamos y respecto a todas las causas profundas
en los grados precisos de cada forma de la que te informamos, de manera sucinta
pero sin olvido de ning�n punto ni proceso para la concordancia de los contrarios.
El m�s secreto de todos los puntos del proceso es la manera de todas las
imbibiciones. Escucha pues lo que dice el �nclito doctor Bonellus: En esta agua se
halla el m�ximo olor, y ten por cierto que todo el conocimiento de los fil�sofos se
centra en la imbibici�n, pues si con agua sabes imbibir tambi�n sabr�s con una
medida cierta medir, porque es materia de nuestro quehacer el Agua de los Sabios y
el dominio de las operaciones, pues nuestra agua provoca la disoluci�n y la uni�n
de los cuerpos y que estos graciosamente se depuren. En el agua se halla todo
nuestro saber y nuestro secreto y el fin deseado. Por ello, en nombre de la ciencia
y con buena voluntad te dimos el Arte de medir, que extra�mos del Arte geom�trico,
y para que este acto completes perfectamente te anunciamos:
�Oh, medida de todas las imbibiciones,
como aplacas los cuerpos!
�Oh, medida del agua celeste,
sustancial eres para todo el mundo!
�Oh, medida, como atemperas los cuerpos!
�Oh, medida, como los conjuntas!
�Oh medida, de que modo conjugas el mundo y lo apartas de la corrupci�n!
�Oh, medida, como perpetuas los cuerpos y transformas en oro todo metal!
�Oh, medida, como sabes regir el mundo
y conservarlo y haces vivir y morir!
Con medida rige la naturaleza el mundo
y todo cuanto por la naturaleza es compuesto.
�Oh, medida, como congelas ahora
aquello que disolviste y lo conjuntas!
Por ello, afirmo que si no hubiera medida nunca podr�a salir provecho de una
piedra. Cuando quisieres, pues, una piedra bendecida, usa de singulares medios �ste
mismo, puesto que este medio y todas las naturalezas de aquellos no son otra cosa
sino medidas puras.
SOBRE LA SUBLIMACI�N DEL AZUFRE Y SU COMPLETA REDUCCI�N
Cuando tengas H congelado naturalmente en G y todos los colores hubieren sido
traspasados, coge la masa congelada y ponla bajo un fondo firme de tierra que
resista al fuego poderoso. Y coloca el fondo en un hornillo sin adherirlo a las
paredes del horno, sin ning�n aludel, de modo que penetre en un horno sin
superficie, y as� bien enlodado sobre el horno y bien colocado en el horno.
Pon, tras el susodicho fondo de tierra una gran cuc�rbita de vidrio el fondo de la
cual est� abierto de manera que tenga una abertura sin fondo equivalente a la
latitud y la amplitud del fondo de tierra, as� como de manera que se adhiera justa
y uniformemente al susodicho fondo de tierra cuando sea a �ste superpuesto, y a la
vez que sean ambas vasijas enlodadas y unidas cubri�ndolas con una tapa a trav�s
del orificio de la vasija de vidrio que tiene dos alambiques. A continuaci�n
enciende el fuego de unos carbones alrededor de la vasija enlodada por la parte
superior, hasta que la vasija de vidrio alcance una temperatura moderada, [creo que
esto se hace para secar el lodo, as� como para calentar primero el vidrio para que
la vasija, con el fuego y las llamas que deber�n producirse en el horno, que estar�
fr�a cuando reciba por encima aquel fuego, no se rompa].
Haz despu�s un fuego con llamas en el horno, y en ello toma precauciones, puesto
que has de hacer un fuego tan poderoso y grande como puedas hacer, porque no habr�
sublimaci�n si no es con un fuego intens�simo, porque est� entre el cuerpo estable
y el vol�til y ten por cierto que lo que est� entre un cuerpo estable y uno vol�til
solo se sublimar� con un fuego intens�simo. Por ello lo m�s estable siempre quedar�
en la parte m�s baja, no obstante se separe de sus heces, mientras que lo vol�til
siempre asciende hacia la parte alta seg�n tendencia promovida por la
correspondencia entre la graduaci�n del fuego y su propia naturaleza. Separa a
continuaci�n la masa que encuentres sublimada y congelada a ciertos grados sobre D,
G, puesto que esta es propiamente la sustancia de mercurio sublimada en
conservaci�n de su humedad, convi�rtela en azufre puro no quem�ndolo, creado y
producido de una sustancia inextinguible.
Esta es la sustancia media, esta es la virtud ponderada, esta es la forma mesurada
de que te hablamos en el cap�tulo sobre la materia noble que es la causa de la
mayor perfecci�n. Las heces de naturaleza B y C que encontrares en el fondo,
separadas de D, y que son antinaturales, des�chalas por in�tiles, pues no son sino
perturbaci�n y confusi�n. Hay otros autores que para mejor simplificar y unir dicha
sustancia noble la subliman una segunda vez: por ello, si quisieres sublimarla,
subl�mala sin las heces a un fuego apropiado seg�n las exigencias de sus
propiedades.
FIJACI�N DEL AGUA Y DEL AIRE
Tras conseguir la sustancia purificada y limpia de mercurio en una medida perfecta
mediante la sublimaci�n, debes estabilizarla con la operaci�n apropiada a su
propiedad, porque as� conviene que ocurra antes que resulte la perfecci�n completa
de todos los cuerpos mutables.
As� pues, cuando quieras esta-bilizarla, haz esto provocando la exuberancia
corporal. Toma pues una onza de plata pura amalgamada con dos partes de plata viva
depurada por sublimaci�n, lo que llamamos rectificaci�n [creo que se trata de la
destilaci�n por alambique, o el ba�o en este con sal y vinagre] y a esta amalgama
a��dele una d�cima parte de azufre sublimado, y ponlo todo en una calabaza con una
parte de su agua y ponlo a hervir al ba�o mar�a hasta que est� congelado.
Finalmente pon sobre las cenizas un fuego progresivamente vigorizado hasta que se
eleve aquello que fuera vol�til. Despu�s deja enfriar la vasija y todo aquello que
fuera sublimado, vu�lvelo a colocar sobre las heces que haya nobles y pulcras,
junto a la otra parte de la susodicha agua similar; despu�s cu�celo todo al ba�o
mar�a hasta que se congele. Despu�s ponlo a sublimar sobre las cenizas, como
anteriormente.
Y reitera esta operaci�n, ahora la soluci�n media, y la congelaci�n y despu�s la
sublimaci�n, siempre avivando el fuego hasta que se estabilice del agua al doble de
tierra. Porque debes saber que en cualquier reiteraci�n de la susodicha congelaci�n
en todo momento se estabiliza algo de la sustancia que mas propicia sea a
estabilizarse, porque a dicha materia se enlaza la causa vol�til, que es retenida
en la parte baja por tal propiedad que es que, cuando un cuerpo estable supera a
uno de vol�til siempre como por una punzada parece huir: pero habi�ndose contenido
la causa estable en sus propios dominios internos encadenada a la vol�til, nunca
despu�s podr� querer colmar lo suyo y si quieres saber la autentica diferencia que
hay discrepante entre la estabilizaci�n y la congelaci�n, existe tal discrepancia
porque hay una acci�n de eterna diferencia, que otorga el instrumento conque el
buen artista empieza el proceso de manipulaci�n, un fuego correctamente graduado,
puesto que sin el fuego de cenizas no hay posibilidad de estabilizaci�n total. Y si
no fuera por �ste la materia no ser�a separada.
La separaci�n se produce por sublimaci�n por parte de la causa vol�til, lo cual
abrevia la operaci�n de estabilizaci�n. Para que no te pesare esta separaci�n por
una gran demora de tiempo, la cual resulta inoportuna para esta operaci�n, recuerda
que podr�as estabilizar cuanta quisieras de dicha agua, pero nunca resultar�a al
final absolutamente estable. Interiormente siempre te dar�s cuenta de que la �ltima
congelaci�n menos ha ayudado a la estabilizaci�n que la anterior.
Si quieres en I y H estabilizar lo que es azufre, convendr�a entonces congelar el
cuerpo con un fuego de gran mutaci�n, tal como el que te describimos en el apartado
de la reducci�n. Y cuando consiguieras agua congelada en forma mesurada, a
continuaci�n deber�as poner a congelar igualmente L sobre K porque al igual que en
I, H se estabiliza a trav�s de K, de igual forma en I a trav�s de H todo K se
congela cuando en una disoluci�n de H, I fluye hacia K, y de igual forma a trav�s
de estos tres L posteriormente se congela y igual como L se congela, de igual forma
K se estabiliza en tal proporci�n que m�s resiste el fuego que no antes en su
congelaci�n. Y cuando L se congela, M se pone sobre L y as� M se congela: L se
coestabiliza tras su congelaci�n y K m�s poderosamente que L: y en consecuencia
similarmente L se estabiliza, pues M no surge si no es congelado, y as� evoluciona
la operaci�n de esta estabilizaci�n hasta respecto a G: por ello puedes en ti mismo
sentir como tras la congelaci�n de L este se estabiliza por las propiedades de
cocci�n e imbibici�n. Lo dicho respecto a K puedes aplicarlo a las dem�s letras.
Esta estabilizaci�n no podr�a ser hecha solo por asamiento, sino hubiere un acto de
disoluci�n. Y es que a causa de estas imbibiciones la naturaleza realiza todos sus
movimientos sobre la causa h�meda, de modo que tanto hace a este soportar que
provoca que su elemento h�medo se separe con la ayuda de nuestro asamiento. Y son
la causa inmediata de las mortificaciones, y resultan de los asamientos las
mortificaciones, que traspasan las verdaderas paradas: y para entender la figura
descrita encontrar�s que K es m�s estable que L y L m�s que M.
Y asimismo puedes entender el resto claramente, pero encontr� otra pr�ctica despu�s
que vi que a veces un cuerpo vol�til es tan sutil que se ve acompa�ado del estable
sino esta bien custodiado, cuando todo se manipula con el calor de un fuego
apropiado.
As� pues, tambi�n puede estabilizarse sin el fuego de las cenizas, pero a cambio de
un tiempo m�s largo y con paciencia, lo que mejora la operaci�n, puesto que por la
congelaci�n de todo lo sublimado el agua existente en su vientre, provoca la
armon�a de su estabilizaci�n y es armada por la naturaleza estable para reducirla
frecuentemente a fuego ardiente. Y cuando, por cualquiera de los dos modos deseados
hubieres estabilizado tu agua, de igual manera estabilizares las dos partes de
aire: y cuando �ste estuviese estabilizado y bien incerado, vierte una parte sobre
una mil�sima (otras cien) de mercurio, o de cualquier otro elemento que quisieres,
y tendr�s plata pura mejor que la del mineral, si quisieres probarla por las
razones precedentes por su propiedad seg�n el curso de la naturaleza.
Y observa como la virtud de multiplicaci�n llega al provocar la exuberancia en la
naturaleza de los medios (sea de los fermentos), pues la naturaleza del buen medio
(sea del azufre) se convierte en una naturaleza mejor (sea un fermento) por la
reiteraci�n de la disoluci�n y de la congelaci�n. Considera, pues, las condiciones
naturales de los medios, tal como te ha sido revelado. Asimismo, considera la causa
de la estabilizaci�n a trav�s de la contrariedad. Y observa como el cuerpo estable
siempre se retiene m�s y atrae la naturaleza del estable m�s que la del vol�til, y
se protege contra el fuego.
Y as� Geber en la �ltima preparaci�n de la piedra, ense�a que tras la separaci�n o
sublimaci�n hay que estabilizar, tras lo cual, disolver, y finalmente hay que
acceder a calcinar aquello que no puede ser disuelto, porque esta es la ultima
preparaci�n. Se causa as� una diferencia entre cuerpo y esp�ritu, o sea, entre
vol�til y estable. Esta diferencia tiene lugar tanto en el metal, como en el cuerpo
calcinado de cualquier estable, por m�s que el calcinado se retenga m�s que el
metal.
Por tanto, hay que hacer una peque�a extensi�n de estos dos g�neros contrarios para
que simult�nea-mente las causas representadas m�s lucidamente y mejor puedan
influir en tu intelecto: porque la causa de un solo contrario no puede ni descubrir
ni demostrar las otras, sino es en presencia de su contrario, porque as� lo quiere
la raz�n filos�fica dada por una autoridad que as� lo afirma: los opuestos
enfrentados mas se dilucidan: y porque rec�procamente se oponen son operaciones
contrarias porque el ultimo termino de la operaci�n consecuente e inmediata es la
volatilidad, y vol�til es propiamente la estabilizaci�n.
Hagamos pues la concordancia de contrarios a trav�s de una operaci�n artificial
para que de la pluralidad surja la verdadera unidad a trav�s de la mezcla de la
naturaleza alentando el medio natural: despu�s percibir�s la causa, pues mientras
tanto se estabiliza en la tierra. Un cuerpo vol�til llega a ser vol�til en ambos
correspondientes para un fin concreto, porque en cuanto esp�ritu se estabilizar�
por la recta naturaleza, en cuanto cuerpo se volver� vol�til por su naturaleza, la
volatilidad de la cual se corresponde con la medida de estabilizaci�n del esp�ritu,
y la estabilizaci�n del esp�ritu se corresponde con la medida de volatilidad de los
cuerpos, de tal manera que todo resulta estable y todo resulta vol�til.
As� observas a trav�s de la virtud de las diversas medidas como los Fil�sofos hacen
a un cuerpo estable m�s estable de lo que era cuando exist�a en su propia
naturaleza a trav�s de una naturaleza vol�til que recibe del esp�ritu.
Aqu� tienes, pues, la ciencia de los Fil�sofos para el descubrimiento de las
medidas, que llegan a conocer por las propias latitudes puntuadas por exigencia de
ciertos puntos provinentes de operaciones contrarias de estabilidad y volatilidad.
Y de este modo conseguimos a partir de la contrariedad la verdadera concordancia.
FORMAS DE MEZCOLANZAS
La forma de la mixtura que se obtiene tras la primera mixtura predispone los
cuerpos mezclados a recibir la forma del Elixir, que se obtiene tras una dife-
renciaci�n especial. Esta forma espec�fica, de la cual hablamos con la mejor
opini�n, consta en parte de la materia h�bil de la piedra preparada, as� como de
fermento preparado, de agua condensada y de aceite limitado. Y tambi�n resulta en
parte de la ultima mixtura por el modo de producirse la diferenciaci�n especial:
pues la tierra, el agua y el aceite en una sola reducci�n al mismo tiempo no se
mezclan, porque la sequedad de la tierra no solo mortificar�a el aceite, sino
tambi�n el humor h�medo y tambi�n mortificar�a el humor fr�o y har�a desaparecer en
forma de humo el humor c�lido o seco. Por ello, inteligentemente los Fil�sofos
aconsejaron que antes hay que fijar y condensar el agua reduciendo esta a la
categor�a del aceite, que es un cuerpo l�quido, y que este, posteriormente, tras la
ultima reducci�n, hay que sumergirlo en aceite, hasta que este mismo de manera
similar se convierta en el Elixir perfecto.
Tal es la mixtura de la naturaleza, pues es la naturaleza quien la produce y no el
Arte pues ello se produce de un modo condicionado por el calor com�n templado seg�n
la esencia natural. Por raz�n de esta mixtura dec�an los Fil�sofos que no es
nuestro magisterio una operaci�n vulgar y mec�nica: ciertamente es una operaci�n de
la naturaleza, tal como demuestra la mixtura natural.
Debes saber que por las virtudes de las mixturas susodichas sali� a la luz la causa
de los medios de este Arte, a trav�s de la naturaleza de la cual se acerca al
complemento de las distintas materias por medio de la naturaleza: y no hay otra
causa sino a trav�s de la mixtura, hecha por medio de vapor, de dos materiales
extremos existentes en la producci�n de una naturaleza met�lica licuable con un
movimiento adecuado y necesario provo-cado por la excitaci�n de un calor mesurado
seg�n la exigencia de la esencia de la naturaleza virtuosa met�lica. Y son estas
dos extremidades, azufre y plata viva, de los cuales surgen humores y vapores, de
quien, por medio de vapor con una progresiva y continuada manipulaci�n se crean los
metales de nuestro magisterio pasando sucesivamente de uno a otro de manera
natural. Pues la naturaleza, que por la cualidad de su materia debe ser
perfeccionada, gracias a su gran sapiencia y diligencia universal, -tal como afirm�
en la Filosof�a de este Arte-, no pasa de un extremo a otro sin la intervenci�n de
todos sus medios, la naturaleza de los cuales debes haber apreciado supremamente en
este magisterio, si quisieras hacer una transmutaci�n perfecta de cuerpos
met�licos.
Afirmamos, a�ado, que de mucha ciencia natural estas falto tu para imbuir del
conocimiento de dichos medios tu intelecto, pues de todos los que se esfuerzan en
convertir la esencia de un metal en esencia de otro no hay ninguno que no sea
filosofo, que son quienes investigaron las causas, a quien los resultados le
sonr�an.
CONJUNCI�N DE LAS TIERRAS
DEL SOL Y DE LA LUNA
El maestro Arnau de Vilanova revel� en su Rosario tras otros fil�sofos que el oro y
la plata se corresponden entre si por el s�mbolo de la naturaleza que en ellos es
notable, y que hay una gran participaci�n del uno en el otro en su naturaleza
met�lica, tal como el hombre y la mujer en su naturaleza humana.
Recuerda esto en la primera mixtura, que debe ser hecha entre estos elementos y por
la v�a de la reducci�n. Con ello los Fil�sofos revelaron esta correspondencia y
afinidad, para evitar la dificultad de la conjunci�n que el esp�ritu debe acometer
con el cuerpo: pues si con el cuerpo de plata quisieres de todas formas provocar la
colusi�n por medio de la reducci�n, la naturaleza seria exce-sivamente lejana en
cuanto a afinidad y en consecuencia seria demasiado dif�cil la colusi�n del cuerpo
lunar con el esp�ritu a causa de la gran sustancia terrestre evacuada por la
disoluci�n de su sustancia corruptible por efecto del Sol, y demasiado diferida y
separada de la naturaleza de la plata viva.
Porque un cuerpo cuanto mas se separa de la naturaleza de su plata viva, mas tarda
en adherirse a �sta, pues por afectuosa afinidad del medio espiritual, que debe
unirse con el cuerpo en una unidad fija, y s�lo por raz�n de la atractiva
composici�n se produce la conjunci�n de la plata viva con el cuerpo. Y por ello,
que mayor cantidad de plata viva hay en un compuesto de oro, y por consiguiente
menor es la corrupci�n, porque toda su materia resulta esencial e incorruptible,
los Fil�sofos lo pusieron en el lugar de la virtud agente y masculina, porque mas
cercano se adhiere a la naturaleza de la plata viva, por raz�n de la masa de plata
viva en si misma, pues lleva el s�mbolo y la afinidad en concordancia amorosa con
su naturaleza similar, que llamamos plata viva, porque el oro no puede soportar tan
fuerte corrupci�n que en su sustancia terrestre, que llamamos Grossities ignis, no
haya mas composici�n de plata viva incorruptible que de azufre corrupto: pues su
azufre es en toda materia pura esencial con respecto a la sustancia de plata, que
es mas gruesa e impura y menos estable, y por consiguiente mas corruptible.
Y por esto la plata viva tiene menor adherencia a la sustancia de plata que a la
sustancia de oro, por raz�n del mayor contenido natural existente entre la plata y
el oro, pues la sustancia de oro no se mezcla con una mixtura gruesa respecto del
cuerpo lunar: antes bien, seria mas posible una mixtura m�nima, por raz�n de las
partes esenciales menos sutiles, en tanto en cuanto que el propio oro esta solo, o
se sumerge en conjunto en Mercurio, y en la profundidad de su v�rtice se esconde
tal el fuego o el calor natural: y por esto se estabiliza el Mercurio, porque aqu�l
es el que digiere la sustancia de Mercurio, y se endurece con la ayuda de la
templanza recibida de la sustancia del cuerpo lunar, que es fundamento propio y
pr�ximo del origen de todas las cosas para endurecer el esp�ritu dispuesto por el
fuego de la naturaleza. Y por estas razones, para mas r�pidamente dar salida y
mejorar la conmixti�n, para que la preparaci�n no se perturbe y para que un
elemento reciba de otro la templanza seg�n mayor semejanza de naturaleza y
afinidad, afirmaron los honorables Fil�sofos que la plata viva con el Sol y la Luna
mas ligeramente hay que mezclarla, pues la plata viva con plata viva mas
r�pidamente se mezcla, pues en un mismo cuerpo mas f�cilmente se incluye el
principio de amigabilidad; y a continuaci�n, inmediatamente con el oro, y despu�s
con la plata, pues �ptimamente participan de su naturaleza, tal como se demuestra
en su reducci�n. Atiende, adem�s, a este secreto, que el oro mas que cualquier otro
cuerpo se sumerge pesadamente en Mercurio, tal como ya dije, pues el Mercurio sin
medida y libremente acepta aquello que es de su misma naturaleza pura, porque en
�sta acepta tanta sustracci�n que se unen inseparablemente: y as� de una mudaci�n
rehusa la causa remota.
Comprende por todas las causas ya dichas, que al principio de tu reducci�n, que es
el principio de la composici�n de la piedra, el oro y la plata convergen
naturalmente en la preparaci�n de los principios, o sea, azufre blanco y r�beo,
mediante agua blanca y r�bea con sus propios fermentos: y as� se lleva a cabo la
primera parte, pero en la segunda parte, o sea, en la composici�n del Elixir y de
la fermentaci�n, divergen, porque en el Elixir de la plata nada entra sino plata
pura con sus principios blancos; ni tampoco en el Elixir de oro, a no ser oro puro
con sus principios r�beos. Y as� se multiplica, por medio del fermento, la tintura.
RECAPITULACI�N DEL MAGISTERIO
EN UN RESUMEN ABREVIADO
Debes en tu interior reconocer que la virtud formativa existente en la materia
seminal est� introducida en el calor y en el esp�ritu tal como en la materia
simple. Y el calor con dicha virtud es el alma, pero no tal como un acto de un
cuerpo org�nico f�sico llevando en s� la potencia vital, sino como un artesano en
su taller fabricando su clavo o cualquier otra cosa siguiendo la forma de su
pensamiento. Y por ello se llama fabricatrix y formatrix de su elemento h�medo
pasivo, porque al fabricar es conducida por sigillatio y provoca la mutaci�n de los
diversos colores correspondientes seg�n su sentido e intelecto a las respectivas
acciones y operaciones, ordenando, dividiendo y condensando seg�n su propia
naturaleza.
Entonces tendr�s conocimiento de sus colores con todas sus causas. Y tu sabes por
indagaci�n natural los correspondientes movimientos a su naturaleza con la
administraci�n cient�fica del fuego com�n gobernado por Arte de la exigencia de la
esencia natural sin transgresi�n de la susodicha virtud formativa, la cual dirige
el calor secreto a la divisi�n de elemento h�medo espiritual, con el cual se une
por mutaci�n del color en un color mixto y despu�s en un color blanco y por �ltimo
en color r�beo.
Ello te ha de bastar respecto a la disposici�n de tu materia, pues la naturaleza en
s� admirablemente opera para su propia perfecci�n, los movimientos de la cual a s�
misma de tal manera se adaptan en una sola v�a y orden que ning�n hombre de mejor
manera ni m�s certera podr�a inventar.
PR�CTICA DE CUALQUIER MAGISTERIO AL USO GENERAL, QUE ES CAP�TULO �PTIMO Y PR�CTICO
La primera causa que debes tener presente es la de tener una gran cantidad de plata
viva en que debes lavar los cuerpos, cualesquiera que sean, reduci�ndolos a polvo,
imbibi�ndolos, coci�ndolos al ba�o Mar�a, y cuantas veces sea necesario
destil�ndolos por el filtro (o pa�o), y separando el elemento negro innatural, que
es de aquellos el primer envoltorio.
Reiterar�s la dicha operaci�n cuantas veces necesarias hasta que el cuerpo lunar
sea separado absolutamente del susodicho envoltorio, de manera que resulte blanco
al modo de la tierra blanca por su luminosidad met�lica. Esta tierra bebe y acepta
sin l�mite la plata viva pues no es sino toda su naturaleza el elemento h�medo
radical: y por esto debe ser disuelto por medio de una cocci�n continuada, tal como
mostraremos posteriormente, o sea, tras la separaci�n de su envoltorio.
Esta separaci�n la reconocer�s a trav�s de su calcinaci�n, bien poniendo el cuerpo
sobre carb�n breve y m�dicamente, bien sobre una l�mina encendida, y si aquel se
ennegrece y si no se convierte en blanco, es que aun conserva parte de su
envoltorio, el cual rehuye la recepci�n de plata viva en cuanto es extra�a a su
propia naturaleza. En caso que se volviera blanco, entonces t�malo, y repite tantas
veces la susodicha operaci�n hasta que traspase el filtro grueso tras haber
reiterado la calcinaci�n.
Entonces ver�s la plata viva disolverse en un color celeste y pondr�s cuanto fue
disuelto en el transcurso de la calcinaci�n en una vasija aparte: y as� sublima o
destila la acuosidad de Mercurio de la substancia terrestre, para que puedan ser
provocados en nuestra piedra la brillantez y el fulgor, seg�n nos demuestra la
naturaleza en el oro y la plata, el esplendor de los cuales no aflora si no es a
trav�s del agua sutil mercurial divisa y considerada en si misma.
Gracias a estos metales que poseen una humedad m�s sutil y mas pura y m�s densa,
surge mayor fulgencia y resplandor.. por esta causa el oro brilla por encima del
resto de metales, y a continuaci�n la plata. Y igualmente por ello el albor est�
presente en la materia de los metales, surgiendo del elemento h�medo mercurial
surgido y provocado por el elemento terrestre seco cocido sutil y constantemente.
Cuida, pues, y cu�date bien de tener una tierra bien sutil y bien dividida, pues si
bien dividida fuere, bien simple y bien sutil fuere hecha por cocci�n del calor
complexional, tanto m�s desecar� su elemento h�medo mercurial y m�s sutilmente
penetrar� en lo profundo, cuanto lo har�an las cenizas conseguidas por medios
vulgares y sacadas por medio de un fuego com�n por ignorancia.
Y cuando as� ser�n convertidos en materia simple, toma la materia disuelta
separando el polvo y haz pasar toda esta disoluci�n una vez m�s por el filtro para
mejor limpiarla: y si a la primera pas� por el filtro grueso, t�mala ahora y p�sala
por el filtro sutil y m�s simple, y as� habr�s separado el elemento sutil del
grueso: a continuaci�n toma el cuerpo grueso y calc�nalo tantas como una vez, si
quieres, y tras ello vu�lvelo a su r�gimen, haci�ndolo pasar por el filtro grueso,
hasta que todo haya pasado: y as� podr�as repetir cuantas veces quisieras, hasta
que todo resultase disuelto: pues cuantas veces es disuelta una cantidad grande,
as� mejor puedes percibirla en su justo peso en libras.
Con todo, hay much�simos que para abreviar este r�gimen tras volverse la tierra
blanca una vez, o dos veces disuelta, lo ponen todo a pudrir con la intenci�n de
separar las sustancias por sublimaci�n, pero al final tienen m�s trabajo en el
segundo r�gimen, cuando se llega a la separaci�n de las almas. Por ello te repito
que cuanto m�s repitas el primer r�gimen, mientras bien hecho y con correcci�n sin
la combusti�n de las tinturas, tanto m�s se abreviar� el segundo r�gimen por la m�s
leve separaci�n por raz�n de las esencias putrefactas y m�s desmenuzadas en el
primer r�gimen; cuanto menos, tanto menos.
Asimismo te digo que para la purificaci�n de los elementos las destilaciones son
bastante largas debido a la viscosidad del agua y del aire; y tambi�n que si
quisieras abreviar tus destilaciones, divide la materia en distintas partes (esto
es, en vasijas y cuc�rbitas), y cada parte ponla en su alambique, y dest�lala en su
ba�o, y conseguir�s una operaci�n abreviada, y pueden ser puestos todos los
elementos en un ba�o largo.
DE LOS TRES HUMORES HALLADOS
EN LA COMPOSICI�N DE LA PLATA VIVA
Por medio de cualquier propiedad de las dichas sustancias los Fil�sofos demuestran
efectivamente que en la composici�n de la plata viva, tal como se encuentra en su
propio mineral, se hallan los humores peculiares: en primer lugar hay el humor fr�o
y el flem�tico, que participan de la primera tierra, la cual s�lo humedece toda
esta materia, la cual en una larga disoluci�n es aumentada. En tercer lugar aparece
en �sta de manera sutil el humor untuoso que participa de la tercera sustancia
terrestre: �ste es quien causa la sutilidad de la sustancia, en la cual aparece sin
inflamaci�n.
El segundo es el humor mediano radical, cultivado y humedecido en las partes
inesenciales por la tierra propicia, la cual nunca se separa de s� misma: de estas
dos sustancias medias se compone la naturaleza inmediata mercuriosa en su
radicalidad pura, y nuestra plata viva vol�til, incombustible y a�rea, por la cual
todo aquello que germina y nace puede crecer y multiplicarse con su pura materia, y
la materia: y h�meda radical compuesta de dos sustancias, esto es de tierra mediana
y de agua media alternativamente simbolizadas en la naturaleza bien conteniendo los
cuatro elementos, de los cuales hay carencia conforme a la forma de su proporci�n,
y que son el azufre y la plata viva en las radicalidades propias de �stos creadas
en una vasija de naturaleza parecida por un lado a vitriolo y sal, pero por otro
lado constituida a partir de metal imperfecto, esto es con preparaci�n, con
Mercurio sublimado.
Separa pues esta preciosa sustancia del vitriolo y de la sal y de todos los humores
que en �stos participan y date cuenta al reducir el aire, tal como demuestra la
naturaleza, de c�mo, cuando dichas sustancias radicales de la susodicha plata viva
se juntan a trav�s de los cuatro elementos en su composicion, se observa que las
partes terrestres intermedias de naturaleza c�lidas y a�reas simbolizantes a trav�s
de una capacidad de ignici�n simple son por la propiedad de la sutileza tan ligadas
y conjuntadas que ninguna de sus partes puede separarse de las dem�s: antes bien,
cualquiera se disuelve en cualquier otra similar a s� misma por su composici�n
homog�nea, o cualquiera se estabiliza con cualquier otra por medio de una uni�n
fuerte o por coalici�n, que poseen bien por propiedad de las partes m�nimas bien de
las partes unidas o ligadas con un calor igualmente hollado, multiplic�ndose ini-
gualmente en vasijas minerales seg�n su naturaleza debido a la exigencia de su
propia esencia.
Y por raz�n de dichas sustancias acu�ticas puedes provocar por ti mismo una nueva
extensi�n: y nota que el tercer humor untuoso a trav�s de la sublimaci�n natural se
disuelve en tierra negra fuera de la especie de la naturaleza met�lica: pero la
flema innatural oportuna de �sta a veces por accidente se convierte en un radical
h�medo, que posteriormente se convierte a la especie del metal m�s refulgente.
DE LA COMPOSICI�N DEL MERCURIO
Y DE SU NATURALEZA REAL
Y DE SUS PARTES EXTREMAS SEPARABLES
En primer lugar, debes comprender y asimilar en tu intelecto que en este Arte Real
no debes inquirir respecto de sus propiedades, sino de sus causas que hay en la
latitud de la naturaleza met�lica. haremos saber a tu intelecto que la plata viva
es tal en cuanto que principal licuable y que primer elemento met�lico.
Y para mejor entendimiento de la diferencia del azufre y de la plata viva a trav�s
de las sustancias separadas referidas a sus composiciones, te haremos saber que la
plata viva contiene su propio azufre c�lido y agudo: y despu�s el azufre contiene
su plata viva, que es tal aire y fuego sagrado, pues dicha plata viva en su ra�z es
por �ndole natural en primer lugar tierra blanca, sutil, sulf�rica, c�lida y a�rea,
mixta y recogida en agua clara, hasta que se convierte en sustancia homog�nea de
naturaleza met�lica con mesura de proporci�n veraz clara y elemental con la
cooperaci�n de la influencia estel�fera, que es la virtud de la forma metal�fica
por la gran concordancia de dicha materia como causa divina y digna, por la cual se
completa la individualidad de la plata viva, en la cual se detiene primeramente la
forma de naturaleza met�lica de tal modo que lo seco es atemperado por lo h�medo y
lo h�medo por lo seco sin la separaci�n de uno u otro.
Con esta definici�n puedes entender que es por raz�n de un compuesto fuerte de una
mixtura fuerte de h�medo y seco en su ra�z, tal como te dijimos respecto de estas
dos sustancias separadas, a saber, de la tierra y del agua, por las cuales te ha
sido dado entender que cuando decimos azufre o plata viva entonces se confunde el
intelecto, pues todo proviene de una sola composici�n: pero cuando decimos azufre
exterminable entiende esto por la propiedad del elemento terrestre: pero cuando
decimos plata viva vulgar, entiende agua por su vivacidad (extra�da de vitriolo y
sal p�trea) seg�n la virtud y la raz�n que su sujeto demande por extrema y media
con las sustancias separadas por sublimaci�n natural concordante y simbolizante en
la naturaleza, aunque haya azufre en todos los elementos, no obstante �ste nunca
sea exterminable pues no es m�s que vapor y acci�n a�rea y fuego.
De ello depende nuestro gran secreto, por el cual cualquier radical h�medo es
sublimado, cuando hubiera sido abstra�do de la ra�z bajo tierra sin el exterminio o
la combusti�n de su cara tintura, que recibi� exterminio por virtud del elemento
terrestre. pero cuando repetidamente revierte, no es exterminable a causa de la
propiedad que recibe de su humedad: as� pues, cuando quisieras procurarte esto de
la tierra, debes tomarlo en su propio recept�culo, hasta con el agua, que es plata
viva, el protector com�n de su combusti�n.
A continuaci�n te indicamos que en la susodicha tierra por la virtud elemental se
hallan las tres sustancias de la tierra: la primera es la sutil para la
sensibilidad humana, (vitriolo) pero de hecho se encuentra gruesa, grave, oscura y
tenebrosa, que impide la claridad luminosa y que sea traspasado el cuerpo: esta se
encuentra en la cualidad seca y fr�a, de la naturaleza del vidrio.
La segunda (de la piedra salina) es en balde sutil a la sensibilidad humana, pero
de hecho se halla en forma de holl�n lejos de la perfecci�n por causa de su
cualidad extrema, que es c�lida y seca en una gran quema: y esta sustancia
participa de los sulfuros que queman por todas partes, y son estas dos sustancias
en la propia vasija aquellas entre las cuales la plata viva crece, a saber aquella
de la cual hablamos en la obra de la naturaleza y que es como un feto en una
matriz.
La tercera sustancia terrestre es la tierra intermedia c�lida y h�meda a�rea y
sutil y para la sensibilidad media humana no es propiamente tierra, sino vapor
extra�do de aquellas dos anteriores y de hecho se encuentra en gran perfecci�n,
pues es la naturaleza pura y el radical h�medo de la cual nuestra piedra recibi�
gradualmente su nacimiento inmaculado con su propiedad met�lica: por ello dijeron
los Fil�sofos que esta sustancia la debes separar por sublimaci�n de las susodichas
otras sustancias que son el vitriolo y la sal.
Manifiestamente te advierte Morienus que si quieres hallar la perfecci�n debes
extraer la sustancia pura de Mercurio del vientre de los vasos de vidrio (�sta es
la sublimaci�n del Mercurio), pues de esta sustancia consta nuestra piedra.
Aprende, pues, el verdadero lenguaje de los Fil�sofos, dispuesto para el
conocimiento de las propiedades de las sustancias naturales: si �stas no las
considerases como sustancias separadas nunca realmente entender�as sus propiedades
en el verdadero lenguaje. Y es que los Fil�sofos hablan claramente de ellas en su
filosof�a, sobretodo de su naturaleza, porque la filosof�a no es m�s que la
revelaci�n de los secretos de la naturaleza en un lenguaje natural apropiado, sin
el cual las sustancias de la naturaleza no pueden ser dadas a conocer, tal como
cualquier otra causa o animal o planta, si no llevasen nombre, o efecto, que
generalmente da noticia de una causa habida.
Diversos fueron los lenguajes inventados por los diversos Fil�sofos para la
naturaleza. Por ello cada cual en su filosof�a habl� lo m�s claro posible siguiendo
el curso de la naturaleza, cuid�ndose de la idoneidad de sus figuras, aunque un
lenguaje sea m�s claro y m�s propio que otro seg�n si su autor fue mejor expositor
respecto a las propiedades la naturaleza de las cuales demuestra los efectos para
cualquier bien natural inteligente con mayor realismo.

LA PRACTICA
RAMON LLULL

La corrupci�n, as� como la depuraci�n [de los elementos] se produce despu�s de la


merma, sea de la materia, sea de la esencia corrupta. Quien esto sabe hacer lo sabe
tras conocimiento adquirido por una razonable percepci�n.
Por tanto, toma un cuerpo vol�til y �nelo a otro estable, de la bien conocida forma
que paso a relatarte: ponlos a temperatura moderada, hasta que el cuerpo estable
emerja con la ayuda del vol�til. Antes, pero, debes saber que la emersi�n se
produce a veces con anterioridad a la depuraci�n, sin que la parte corrupta est�
congelada. Por todo ello te recomiendo que consideres como una unidad intelectiva
de operaciones todos los cap�tulos de la primera parte.
As� pues, toma un cuerpo vol�til unas siete veces mayor que el cuerpo estable y
�nelo al estable durante nueve d�as bajo el efecto de un fuego mediano, que
provoque el cambio deseado por la naturaleza. Y la vasija donde sea dispuesta la
susodicha materia que sea colocada, para evitar los efectos del fuego, en agua, al
ba�o mar�a, pues ello protege, con el calor medio, las tinturas y mitiga su
combusti�n.
A continuaci�n tomar�s dos filtros, uno m�s fino que el otro y har�s pasar tu
materia por el mayor de tal manera que no separes del cuerpo toda la parte vol�til;
al contrario, debes colar el cuerpo inclinando el filtro para que toda la sustancia
del cuerpo disuelto mezclada con plata viva traspase dicho filtro. Cuidar�s
tambi�n, al inclinar el filtro, de que ni un �pice de la materia espesa del cuerpo
lo traspase, a no ser que sea col�ndola cuidadosamente. A continuaci�n toma el
filtro fino y todo aquello colado por el filtro grueso p�salo por el fino hasta que
percibas la diferencia existente entre la materia simple y la gruesa, que a su vez,
pondr�s en una vasija redonda de cuello largo con cinco partes de plata viva. A
continuaci�n, recoge tierra, que habr�s extra�do de cualquier compuesto, seg�n la
cautela debida que a continuaci�n relatamos.
PROCESO DE LA PRACTICA
Y PRIMERA RUEDA DE LA CORRUPCION
Toma el cuerpo grueso separado del simple y vierte en �l un cuerpo vol�til pasado
por el filtro, tal como se ha dicho, tanto como cinco veces, tal como con el
estable. A continuaci�n, vierte el cuerpo vol�til en el filtro m�s fino para
separar la tierra, que dejar�s aparte y pon dentro de un mortero hecho de le�a, el
fondo del cual sea m�s plano que c�ncavo y no muy profundo, el cuerpo grueso con su
plata viva adherida. Por tanto, vierte toda la materia girando el mortero, une las
tierras que son totalmente terrestres y repletas de una masa pesada p�rpura y ponlo
todo junto con el cuerpo disuelto y tamizado en la vasija redonda de cuello largo:
repite la operaci�n hasta que en el compuesto no quede m�s tierra que unir.
A continuaci�n vuelve al filtro fino en que se encuentra el cuerpo vol�til y
cu�lalo, inclinando a lo largo del filtro, hasta que surjan sus filones por todo el
filtro, por los cuales avanzar� la susodicha plata viva uniformemente, y cuando
llegue a su fin el dicho filtraje, a saber, la depuraci�n, ver�s un gran poso lleno
de tierra muerta y de plata viva por encima. Recoge la tierra, como arriba se dijo,
y ponla en otra vasija de cristal de cuello largo.
A continuaci�n vuelve al cuerpo grueso y cu�lalo, pero no de un solo impulso, sino
sutilmente, inclin�ndolo sobre el filtro m�s grueso y une la masa simple disuelta
con la masa vol�til, separando la gruesa. Tras lo cual pasa el cuerpo vol�til por
el filtro fino y al comenzar introd�celo en el cuerpo grueso que estar� bajo el
filtro por su peso.
Luego, ponlo junto a la plata viva en la vasija en que se encuentra la tierra,
despu�s mezcla la masa gruesa con la fina y vol�til colada por el filtro fino, pero
antes sustrae tanta cantidad como para que no haya de vol�til y fina mas que cinco
veces la cantidad de masa gruesa separada una vez separada la tierra, tal como
dijimos, repitiendo la acci�n con todas las prescripciones, hasta que veas aislado
aquel mundo de t�rrea inmundicia de forma visible por la fuerza de la primera
cocci�n.
Conviene repetir la cocci�n con las susodichas operaciones, hasta que el cuerpo
grueso resulte fino; y as� se completa la primera rueda para la conservaci�n de las
tinturas de todos los elementos.
SOBRE LA CORRUPCI�N POR
LA SEGUNDA RUEDA
Acontinuaci�n practica una segunda rueda circular sobre el cuerpo gr�cil pasado por
el filtro fino y en una cocci�n semejante a la primera, que es ahora cocci�n de
perfecci�n. Estas son las cuatro operaciones de que hablan los fil�sofos:
trituraci�n, absorci�n, cocci�n y diso-luci�n; las cuales se producen no por acci�n
humana sino por fuego de manera natural, a no ser que se separe el cuerpo grueso
del fino y la tierra de sus compuestos para acelerar el proceso. Y ello porque
cuando una masa repleta llena otra de vac�a impide que se consiga un proceso
perfecto. Por ello, refinaremos el cuerpo mediante bru�imiento y separaremos la
masa leve de la pesada, resultando la mutaci�n sin transgresi�n del l�mite de la
propia latitud, sino siguiendo las exigencias que la naturaleza exige, as� como el
recto orden de la operaci�n, sea cual sea el orden del cual queramos variar la
naturaleza perfecta.
PUTREFACCI�N DEL COMPUESTO
Tras lo dicho, pon de complemento en lodo todo el compuesto disuelto, tras haber
puesto el lodo en una vasija agujereada de tierra en una circunferencia, que
sobrepase el ba�o y est� el ba�o totalmente lleno de agua.
A esto se le llama propiamente Horno secreto de los Fil�sofos, en el que se esgrime
la materia anteriormente dicha, o sea, la materia disuelta y se mantiene al fuego
del modo susodicho por un espacio de cuarenta d�as, pues as� se cree que mejor la
esencia perfecta podr� separarse de la p�trida y elevarse en lo alto mediante
emersi�n, que despu�s nos llevar� al fermento perfecto.
SEPARACI�N DEL AGUA
Tras terminar tal acci�n recupera el compuesto y de �l separa el agua, que
propiamente surge de la tierra escasa y del aire espeso por destilaci�n en el ba�o
de Mar�a, y aplica el fuego uniformemente hasta que veas como el agua es destilada
por obra de dicho calor. Tambi�n esto te hacemos saber: que el humor que es
destilado por el calor del ba�o es agua pura gracias a la propiedad de su
naturaleza fr�a y de su efecto.
SEPARACI�N DE SU AIRE
Cuando veas que nada de agua puede ya ser contenida a trav�s del calor del ba�o,
ser� ello indicio de que debes separar a fuego m�s vivo el aire, que es el vapor
m�s caliente y de mayor perfecci�n, puesto que contiene una porci�n del cuerpo
estable unido por la uniformidad de la disoluci�n: por lo cual hay que dejar que el
fuego responda a su punto: Por tanto, separa el aire mediante el fuego, hecho
ejecutado a trav�s de las cenizas, tal como otrora te ense��. Aqu� encontrar�s el
fermento superior tan reputado de las dos naturalezas de que se compone la virtud
media, que est� entre la extrema virtud s�lida y la vol�til, de las cuales surge
artificialmente la sal.
SEPARACI�N DEL FUEGO.
EXTRACCI�N DE LOS ELEMENTOS
Una vez separado el aire hay que separar a continuaci�n el elemento fuego con las
cenizas, tal como el aire, si cabe con algo m�s de energ�a de modo que el agua
destilada en el ba�o se reponga sobre las heces y se soterre durante tres d�as, y a
continuaci�n se destile por las cenizas, a fuego constante, hasta que no quede nada
que destilar por aquel calor. Tras ello hay que poner agua por separado a destilar
en el ba�o y en este encender tras la destilaci�n del agua un fuego mas d�bil con
un poco de aire mezclado, que desecar�s sobre las cenizas, recuperando el aire,
como te he dicho.
[Nota aqu� de que modo tras la inhumaci�n se produce en primer lugar a trav�s de
las cenizas una destilaci�n, mientras en ocasiones otras se realiza primero a
trav�s del ba�o; pero as� sea aqu� la destilaci�n para que pueda el aire extraerse
de la tierra por medio del agua; aquel en si contiene fuego, debes tenerlo
presente].
RECTIFICACI�N DE LOS ELEMENTOS
As� separados los elementos los solidificar�s con cuidado, pues al rectificarlos en
una s�ptima destilaci�n se dividen con gran presteza. Y cuida, que de los elementos
h�medos se separan las partes que no son de la especie de su composici�n (de la
cual se separa la tierra, del aire el fuego), pues en el vientre de los h�medos o
propiamente de los acu�ticos se hallan las especies de nuestros esp�ritus, los
cuales a trav�s de la virtud del fuego se separan del cuerpo y en agua se mezclan:
despu�s se limpian bien y se lavan mediante una fuerte cocci�n, tal como se hizo
con aquellas que anteriormente te indicamos.
Y llegados hasta aqu� estamos preparados para revelarte y decirte mas cosas para
que las recuerdes, con tal de que puedas percibir el fin de su proceso, porque en
los escritos no quiero explicitar el total del proceso, que es redondo como la
manzana, puesto que en un c�rculo redondo se contiene todo el sentido del presente
Arte.
INTRODUCCI�N A LA REDUCCI�N QUE DEBE HACERSE POR MEDIO DE LA APLICACI�N DE UNA
SEGUNDA DIGESTI�N, POR LA TE�RICA
Una vez rectificados los elementos, agrega las partes del cuerpo estable (ora
tierra, ora fuego) desmenuzado tras calcinarlo con un cuerpo vol�til h�medo y
disuelto. Por ello te avisamos que observes y recuerdes nuestras doctrinas, que te
ofrecimos en la Te�rica: que el azufre no supere la perfecci�n mayor de la
uniformidad que procede de la plata viva y que recuerdes el principio de tu
reducci�n, que la naturaleza provocar� gracias a la disposici�n de tu noble
intelecto, porque un humo se alzar� de la susodicha tierra, que es la causa primera
de tu congelaci�n.
De ello sacar�s que hay algunas partes que son conjuntivas y otras divisivas: las
puras conjuntivas son de esencia pura de la verdad compuesta, pero porque las otras
no son de causa similar, por ello dividimos estas ultimas a�adi�ndoles naturalmente
las puras. Y esto lo realiza la Naturaleza de un solo modo: atrayendo con su
propiedad de atracci�n aquello que es de su misma esencia, y rehuyendo, vomit�ndolo
con su propiedad expulsiva, todo aquello que no pertenece a su compuesto.
Esta separaci�n jam�s podr�a realizarse de forma manual, como mucha gente lo cree,
sin la ayuda natural, y del modo debido propiamente aprehendido con gran
perspicacia, puesto que las partes puras y las impuras, que se consumen con el
fuego y se vierten en la tierra son de tan simple sutilidad, que la separaci�n no
puede ser llevada a cabo si no es con la intervenci�n de la naturaleza, que acepta
en su vientre cuanto es de su misma esencia y rehuye lo extra�o.
Ten por seguro que de esta manera quiere la Naturaleza arribar a su perfecci�n: as�
como cuando concibi� un cuerpo estable humo en su vientre lo convirti� en vol�til,
cuando posteriormente todo se separa por la causa oscura que mora oculta, tambi�n
debe todo volver a asentarse mediante sublimaci�n.
PR�CTICA DE LA CONGELACI�N
POR LA V�A DE LA REDUCCI�N
Si entendiste las dichas causas, podr�as ahora congelar el cuerpo seg�n tu deseo,
pues aquello que se disuelve, igualmente se congela si se aplica el proceso
contrario. Por tanto, toma el agua separada y con ella humedece la tierra en una
proporci�n justa (o sea, ni poco ni mucho) y tras una cocci�n constante en el Horno
secreto, al punto que la veas congelar, vuelve a repetir la humectaci�n, la cocci�n
y la congelaci�n, hasta que veas la tierra, tras pasar por muchos colores, vuelta
blanca.
El c�lculo de dicha congelaci�n y disoluci�n hecha por medio de la reducci�n no lo
podemos hacer de otro modo que nos permita conocer la naturaleza operante sino con
la ayuda de nuestra sensibilidad, por la cual percibimos la proporci�n existente
entre dos medidas prop�ncuas, la cual relaci�n no se aparta de su especie y como no
se separa de su especie, m�s r�pidamente se une a su complejo con una m�s poderosa
conexi�n, que es c�lida y h�meda: por ello se conserva por la manera segura y
conocida de congelarse, y despu�s de disolverse en consideraci�n a la proporci�n
conocida en tanto y cuanto nos es posible.
Y pues ruega a Dios, omnipotente gobernador de todo, para que te ayude a llegar por
la medida a la dicha proporci�n, puesto que El, que es propincuo, es quien juega un
papel mayor en la operaci�n. Por ello debes comprender que dicha congelaci�n sea
media y no extrema; pues si fuere extrema, la sustancia congelada del esp�ritu no
permanecer�a en el cuerpo vol�til h�medo.
Si de nuevo y de igual forma la disoluci�n, que es la operaci�n opuesta a aquella,
participase en su extremo, la producci�n del proceso de azufre se corromper�a en su
totalidad, y de hecho se sumergir�a en un abismo de satalia, puesto que se
generar�a calor y sequedad por la exposici�n de la sustancia h�meda en una medida
no adecuada seg�n el Arte de la Geometr�a. Por ello cuida no sea que una sequedad
nimia o una nimia humedad por culpa de una exposici�n hecha de improviso o una
excesiva administraci�n no corrompan la ense�anza. La forma de conservar la dicha
medida m�s cercana a la naturaleza para arribar a la dicha proporci�n en cuanto es
posible es que dicha cocci�n debe continuar sobre el compuesto en tanto en cuanto
su disoluci�n haya menester, y en tanto debe disolverse por imbibici�n cuanto se
exponga a cocci�n. De ello daremos ejemplo, para que mejor nos entiendas, en la
graduaci�n por un signo demostrable: se har� una figura de siete letras
considerando en ella las existencias contrarias y extremas, que son calor,
frigidez, sequedad, humedad, congelaci�n y disoluci�n para que quede evidente en la
figura aqu� escrita que he omitido, lo que sea imperfecto e ininteligible con
algunas l�neas, hasta que un mejor ejemplar sea hallado, haya sido puesto por mi o
por otro.
Y as� queda claro como todos los extremos se transforman por los medios propios de
cada uno en una concordancia como nadie podr�a creerse ni ning�n hombre puede
entender sino es a trav�s de la ciencia de la sensibilidad, ciencia que no es
posible que adquiramos sino es a trav�s de la inteligencia que nos otorga el
esp�ritu sagrado, del cual una parte de su propia esencia tenemos en nuestra mente,
perfectamente enlazada con poderos�sima ligaz�n por los instrumentos propios que
nos permitieron entender y sentir la magna nobleza del tr�nsito de los medios,
puesto que como m�s se aproximan estos a su perfecci�n m�s se alejan de su
corrupci�n.
Posees ya, pues, la ciencia y el noble Arte infalible e insigne, las medidas
nombradas, en ciertos puntos pertene-cientes a la Geometr�a, que yo te he dado, si
es que te fueron concedidas por aquel que todo lo da y todo lo sustrae seg�n le
plazca. Por ello piensa si te quiso inspirar, escrutando la forma que tiene la
rueda perteneciente a la propia graduaci�n, porque nunca hubo hombre ni fil�sofo
que esta regla con tanta amplitud relatase y sin cautela, tal como nosotros
hicimos.
Si bien habr�s notado algunos puntos oscuros en nuestras explicaciones, con todo
habr�s comprendido la totalidad de acciones y toda la operaci�n de imbibici�n a
realizar. Incluso compren-der�s esto, que descubrimos en los escritos del profeta
Joel respecto a las medidas de que hablamos y respecto a todas las causas profundas
en los grados precisos de cada forma de la que te informamos, de manera sucinta
pero sin olvido de ning�n punto ni proceso para la concordancia de los contrarios.
El m�s secreto de todos los puntos del proceso es la manera de todas las
imbibiciones. Escucha pues lo que dice el �nclito doctor Bonellus: En esta agua se
halla el m�ximo olor, y ten por cierto que todo el conocimiento de los fil�sofos se
centra en la imbibici�n, pues si con agua sabes imbibir tambi�n sabr�s con una
medida cierta medir, porque es materia de nuestro quehacer el Agua de los Sabios y
el dominio de las operaciones, pues nuestra agua provoca la disoluci�n y la uni�n
de los cuerpos y que estos graciosamente se depuren. En el agua se halla todo
nuestro saber y nuestro secreto y el fin deseado. Por ello, en nombre de la ciencia
y con buena voluntad te dimos el Arte de medir, que extra�mos del Arte geom�trico,
y para que este acto completes perfectamente te anunciamos:
�Oh, medida de todas las imbibiciones,
como aplacas los cuerpos!
�Oh, medida del agua celeste,
sustancial eres para todo el mundo!
�Oh, medida, como atemperas los cuerpos!
�Oh, medida, como los conjuntas!
�Oh medida, de que modo conjugas el mundo y lo apartas de la corrupci�n!
�Oh, medida, como perpetuas los cuerpos y transformas en oro todo metal!
�Oh, medida, como sabes regir el mundo
y conservarlo y haces vivir y morir!
Con medida rige la naturaleza el mundo
y todo cuanto por la naturaleza es compuesto.
�Oh, medida, como congelas ahora
aquello que disolviste y lo conjuntas!
Por ello, afirmo que si no hubiera medida nunca podr�a salir provecho de una
piedra. Cuando quisieres, pues, una piedra bendecida, usa de singulares medios �ste
mismo, puesto que este medio y todas las naturalezas de aquellos no son otra cosa
sino medidas puras.
SOBRE LA SUBLIMACI�N DEL AZUFRE Y SU COMPLETA REDUCCI�N
Cuando tengas H congelado naturalmente en G y todos los colores hubieren sido
traspasados, coge la masa congelada y ponla bajo un fondo firme de tierra que
resista al fuego poderoso. Y coloca el fondo en un hornillo sin adherirlo a las
paredes del horno, sin ning�n aludel, de modo que penetre en un horno sin
superficie, y as� bien enlodado sobre el horno y bien colocado en el horno.
Pon, tras el susodicho fondo de tierra una gran cuc�rbita de vidrio el fondo de la
cual est� abierto de manera que tenga una abertura sin fondo equivalente a la
latitud y la amplitud del fondo de tierra, as� como de manera que se adhiera justa
y uniformemente al susodicho fondo de tierra cuando sea a �ste superpuesto, y a la
vez que sean ambas vasijas enlodadas y unidas cubri�ndolas con una tapa a trav�s
del orificio de la vasija de vidrio que tiene dos alambiques. A continuaci�n
enciende el fuego de unos carbones alrededor de la vasija enlodada por la parte
superior, hasta que la vasija de vidrio alcance una temperatura moderada, [creo que
esto se hace para secar el lodo, as� como para calentar primero el vidrio para que
la vasija, con el fuego y las llamas que deber�n producirse en el horno, que estar�
fr�a cuando reciba por encima aquel fuego, no se rompa].
Haz despu�s un fuego con llamas en el horno, y en ello toma precauciones, puesto
que has de hacer un fuego tan poderoso y grande como puedas hacer, porque no habr�
sublimaci�n si no es con un fuego intens�simo, porque est� entre el cuerpo estable
y el vol�til y ten por cierto que lo que est� entre un cuerpo estable y uno vol�til
solo se sublimar� con un fuego intens�simo. Por ello lo m�s estable siempre quedar�
en la parte m�s baja, no obstante se separe de sus heces, mientras que lo vol�til
siempre asciende hacia la parte alta seg�n tendencia promovida por la
correspondencia entre la graduaci�n del fuego y su propia naturaleza. Separa a
continuaci�n la masa que encuentres sublimada y congelada a ciertos grados sobre D,
G, puesto que esta es propiamente la sustancia de mercurio sublimada en
conservaci�n de su humedad, convi�rtela en azufre puro no quem�ndolo, creado y
producido de una sustancia inextinguible.
Esta es la sustancia media, esta es la virtud ponderada, esta es la forma mesurada
de que te hablamos en el cap�tulo sobre la materia noble que es la causa de la
mayor perfecci�n. Las heces de naturaleza B y C que encontrares en el fondo,
separadas de D, y que son antinaturales, des�chalas por in�tiles, pues no son sino
perturbaci�n y confusi�n. Hay otros autores que para mejor simplificar y unir dicha
sustancia noble la subliman una segunda vez: por ello, si quisieres sublimarla,
subl�mala sin las heces a un fuego apropiado seg�n las exigencias de sus
propiedades.
FIJACI�N DEL AGUA Y DEL AIRE
Tras conseguir la sustancia purificada y limpia de mercurio en una medida perfecta
mediante la sublimaci�n, debes estabilizarla con la operaci�n apropiada a su
propiedad, porque as� conviene que ocurra antes que resulte la perfecci�n completa
de todos los cuerpos mutables.
As� pues, cuando quieras esta-bilizarla, haz esto provocando la exuberancia
corporal. Toma pues una onza de plata pura amalgamada con dos partes de plata viva
depurada por sublimaci�n, lo que llamamos rectificaci�n [creo que se trata de la
destilaci�n por alambique, o el ba�o en este con sal y vinagre] y a esta amalgama
a��dele una d�cima parte de azufre sublimado, y ponlo todo en una calabaza con una
parte de su agua y ponlo a hervir al ba�o mar�a hasta que est� congelado.
Finalmente pon sobre las cenizas un fuego progresivamente vigorizado hasta que se
eleve aquello que fuera vol�til. Despu�s deja enfriar la vasija y todo aquello que
fuera sublimado, vu�lvelo a colocar sobre las heces que haya nobles y pulcras,
junto a la otra parte de la susodicha agua similar; despu�s cu�celo todo al ba�o
mar�a hasta que se congele. Despu�s ponlo a sublimar sobre las cenizas, como
anteriormente.
Y reitera esta operaci�n, ahora la soluci�n media, y la congelaci�n y despu�s la
sublimaci�n, siempre avivando el fuego hasta que se estabilice del agua al doble de
tierra. Porque debes saber que en cualquier reiteraci�n de la susodicha congelaci�n
en todo momento se estabiliza algo de la sustancia que mas propicia sea a
estabilizarse, porque a dicha materia se enlaza la causa vol�til, que es retenida
en la parte baja por tal propiedad que es que, cuando un cuerpo estable supera a
uno de vol�til siempre como por una punzada parece huir: pero habi�ndose contenido
la causa estable en sus propios dominios internos encadenada a la vol�til, nunca
despu�s podr� querer colmar lo suyo y si quieres saber la autentica diferencia que
hay discrepante entre la estabilizaci�n y la congelaci�n, existe tal discrepancia
porque hay una acci�n de eterna diferencia, que otorga el instrumento conque el
buen artista empieza el proceso de manipulaci�n, un fuego correctamente graduado,
puesto que sin el fuego de cenizas no hay posibilidad de estabilizaci�n total. Y si
no fuera por �ste la materia no ser�a separada.
La separaci�n se produce por sublimaci�n por parte de la causa vol�til, lo cual
abrevia la operaci�n de estabilizaci�n. Para que no te pesare esta separaci�n por
una gran demora de tiempo, la cual resulta inoportuna para esta operaci�n, recuerda
que podr�as estabilizar cuanta quisieras de dicha agua, pero nunca resultar�a al
final absolutamente estable. Interiormente siempre te dar�s cuenta de que la �ltima
congelaci�n menos ha ayudado a la estabilizaci�n que la anterior.
Si quieres en I y H estabilizar lo que es azufre, convendr�a entonces congelar el
cuerpo con un fuego de gran mutaci�n, tal como el que te describimos en el apartado
de la reducci�n. Y cuando consiguieras agua congelada en forma mesurada, a
continuaci�n deber�as poner a congelar igualmente L sobre K porque al igual que en
I, H se estabiliza a trav�s de K, de igual forma en I a trav�s de H todo K se
congela cuando en una disoluci�n de H, I fluye hacia K, y de igual forma a trav�s
de estos tres L posteriormente se congela y igual como L se congela, de igual forma
K se estabiliza en tal proporci�n que m�s resiste el fuego que no antes en su
congelaci�n. Y cuando L se congela, M se pone sobre L y as� M se congela: L se
coestabiliza tras su congelaci�n y K m�s poderosamente que L: y en consecuencia
similarmente L se estabiliza, pues M no surge si no es congelado, y as� evoluciona
la operaci�n de esta estabilizaci�n hasta respecto a G: por ello puedes en ti mismo
sentir como tras la congelaci�n de L este se estabiliza por las propiedades de
cocci�n e imbibici�n. Lo dicho respecto a K puedes aplicarlo a las dem�s letras.
Esta estabilizaci�n no podr�a ser hecha solo por asamiento, sino hubiere un acto de
disoluci�n. Y es que a causa de estas imbibiciones la naturaleza realiza todos sus
movimientos sobre la causa h�meda, de modo que tanto hace a este soportar que
provoca que su elemento h�medo se separe con la ayuda de nuestro asamiento. Y son
la causa inmediata de las mortificaciones, y resultan de los asamientos las
mortificaciones, que traspasan las verdaderas paradas: y para entender la figura
descrita encontrar�s que K es m�s estable que L y L m�s que M.
Y asimismo puedes entender el resto claramente, pero encontr� otra pr�ctica despu�s
que vi que a veces un cuerpo vol�til es tan sutil que se ve acompa�ado del estable
sino esta bien custodiado, cuando todo se manipula con el calor de un fuego
apropiado.
As� pues, tambi�n puede estabilizarse sin el fuego de las cenizas, pero a cambio de
un tiempo m�s largo y con paciencia, lo que mejora la operaci�n, puesto que por la
congelaci�n de todo lo sublimado el agua existente en su vientre, provoca la
armon�a de su estabilizaci�n y es armada por la naturaleza estable para reducirla
frecuentemente a fuego ardiente. Y cuando, por cualquiera de los dos modos deseados
hubieres estabilizado tu agua, de igual manera estabilizares las dos partes de
aire: y cuando �ste estuviese estabilizado y bien incerado, vierte una parte sobre
una mil�sima (otras cien) de mercurio, o de cualquier otro elemento que quisieres,
y tendr�s plata pura mejor que la del mineral, si quisieres probarla por las
razones precedentes por su propiedad seg�n el curso de la naturaleza.
Y observa como la virtud de multiplicaci�n llega al provocar la exuberancia en la
naturaleza de los medios (sea de los fermentos), pues la naturaleza del buen medio
(sea del azufre) se convierte en una naturaleza mejor (sea un fermento) por la
reiteraci�n de la disoluci�n y de la congelaci�n. Considera, pues, las condiciones
naturales de los medios, tal como te ha sido revelado. Asimismo, considera la causa
de la estabilizaci�n a trav�s de la contrariedad. Y observa como el cuerpo estable
siempre se retiene m�s y atrae la naturaleza del estable m�s que la del vol�til, y
se protege contra el fuego.
Y as� Geber en la �ltima preparaci�n de la piedra, ense�a que tras la separaci�n o
sublimaci�n hay que estabilizar, tras lo cual, disolver, y finalmente hay que
acceder a calcinar aquello que no puede ser disuelto, porque esta es la ultima
preparaci�n. Se causa as� una diferencia entre cuerpo y esp�ritu, o sea, entre
vol�til y estable. Esta diferencia tiene lugar tanto en el metal, como en el cuerpo
calcinado de cualquier estable, por m�s que el calcinado se retenga m�s que el
metal.
Por tanto, hay que hacer una peque�a extensi�n de estos dos g�neros contrarios para
que simult�nea-mente las causas representadas m�s lucidamente y mejor puedan
influir en tu intelecto: porque la causa de un solo contrario no puede ni descubrir
ni demostrar las otras, sino es en presencia de su contrario, porque as� lo quiere
la raz�n filos�fica dada por una autoridad que as� lo afirma: los opuestos
enfrentados mas se dilucidan: y porque rec�procamente se oponen son operaciones
contrarias porque el ultimo termino de la operaci�n consecuente e inmediata es la
volatilidad, y vol�til es propiamente la estabilizaci�n.
Hagamos pues la concordancia de contrarios a trav�s de una operaci�n artificial
para que de la pluralidad surja la verdadera unidad a trav�s de la mezcla de la
naturaleza alentando el medio natural: despu�s percibir�s la causa, pues mientras
tanto se estabiliza en la tierra. Un cuerpo vol�til llega a ser vol�til en ambos
correspondientes para un fin concreto, porque en cuanto esp�ritu se estabilizar�
por la recta naturaleza, en cuanto cuerpo se volver� vol�til por su naturaleza, la
volatilidad de la cual se corresponde con la medida de estabilizaci�n del esp�ritu,
y la estabilizaci�n del esp�ritu se corresponde con la medida de volatilidad de los
cuerpos, de tal manera que todo resulta estable y todo resulta vol�til.
As� observas a trav�s de la virtud de las diversas medidas como los Fil�sofos hacen
a un cuerpo estable m�s estable de lo que era cuando exist�a en su propia
naturaleza a trav�s de una naturaleza vol�til que recibe del esp�ritu.
Aqu� tienes, pues, la ciencia de los Fil�sofos para el descubrimiento de las
medidas, que llegan a conocer por las propias latitudes puntuadas por exigencia de
ciertos puntos provinentes de operaciones contrarias de estabilidad y volatilidad.
Y de este modo conseguimos a partir de la contrariedad la verdadera concordancia.
FORMAS DE MEZCOLANZAS
La forma de la mixtura que se obtiene tras la primera mixtura predispone los
cuerpos mezclados a recibir la forma del Elixir, que se obtiene tras una dife-
renciaci�n especial. Esta forma espec�fica, de la cual hablamos con la mejor
opini�n, consta en parte de la materia h�bil de la piedra preparada, as� como de
fermento preparado, de agua condensada y de aceite limitado. Y tambi�n resulta en
parte de la ultima mixtura por el modo de producirse la diferenciaci�n especial:
pues la tierra, el agua y el aceite en una sola reducci�n al mismo tiempo no se
mezclan, porque la sequedad de la tierra no solo mortificar�a el aceite, sino
tambi�n el humor h�medo y tambi�n mortificar�a el humor fr�o y har�a desaparecer en
forma de humo el humor c�lido o seco. Por ello, inteligentemente los Fil�sofos
aconsejaron que antes hay que fijar y condensar el agua reduciendo esta a la
categor�a del aceite, que es un cuerpo l�quido, y que este, posteriormente, tras la
ultima reducci�n, hay que sumergirlo en aceite, hasta que este mismo de manera
similar se convierta en el Elixir perfecto.
Tal es la mixtura de la naturaleza, pues es la naturaleza quien la produce y no el
Arte pues ello se produce de un modo condicionado por el calor com�n templado seg�n
la esencia natural. Por raz�n de esta mixtura dec�an los Fil�sofos que no es
nuestro magisterio una operaci�n vulgar y mec�nica: ciertamente es una operaci�n de
la naturaleza, tal como demuestra la mixtura natural.
Debes saber que por las virtudes de las mixturas susodichas sali� a la luz la causa
de los medios de este Arte, a trav�s de la naturaleza de la cual se acerca al
complemento de las distintas materias por medio de la naturaleza: y no hay otra
causa sino a trav�s de la mixtura, hecha por medio de vapor, de dos materiales
extremos existentes en la producci�n de una naturaleza met�lica licuable con un
movimiento adecuado y necesario provo-cado por la excitaci�n de un calor mesurado
seg�n la exigencia de la esencia de la naturaleza virtuosa met�lica. Y son estas
dos extremidades, azufre y plata viva, de los cuales surgen humores y vapores, de
quien, por medio de vapor con una progresiva y continuada manipulaci�n se crean los
metales de nuestro magisterio pasando sucesivamente de uno a otro de manera
natural. Pues la naturaleza, que por la cualidad de su materia debe ser
perfeccionada, gracias a su gran sapiencia y diligencia universal, -tal como afirm�
en la Filosof�a de este Arte-, no pasa de un extremo a otro sin la intervenci�n de
todos sus medios, la naturaleza de los cuales debes haber apreciado supremamente en
este magisterio, si quisieras hacer una transmutaci�n perfecta de cuerpos
met�licos.
Afirmamos, a�ado, que de mucha ciencia natural estas falto tu para imbuir del
conocimiento de dichos medios tu intelecto, pues de todos los que se esfuerzan en
convertir la esencia de un metal en esencia de otro no hay ninguno que no sea
filosofo, que son quienes investigaron las causas, a quien los resultados le
sonr�an.
CONJUNCI�N DE LAS TIERRAS
DEL SOL Y DE LA LUNA
El maestro Arnau de Vilanova revel� en su Rosario tras otros fil�sofos que el oro y
la plata se corresponden entre si por el s�mbolo de la naturaleza que en ellos es
notable, y que hay una gran participaci�n del uno en el otro en su naturaleza
met�lica, tal como el hombre y la mujer en su naturaleza humana.
Recuerda esto en la primera mixtura, que debe ser hecha entre estos elementos y por
la v�a de la reducci�n. Con ello los Fil�sofos revelaron esta correspondencia y
afinidad, para evitar la dificultad de la conjunci�n que el esp�ritu debe acometer
con el cuerpo: pues si con el cuerpo de plata quisieres de todas formas provocar la
colusi�n por medio de la reducci�n, la naturaleza seria exce-sivamente lejana en
cuanto a afinidad y en consecuencia seria demasiado dif�cil la colusi�n del cuerpo
lunar con el esp�ritu a causa de la gran sustancia terrestre evacuada por la
disoluci�n de su sustancia corruptible por efecto del Sol, y demasiado diferida y
separada de la naturaleza de la plata viva.
Porque un cuerpo cuanto mas se separa de la naturaleza de su plata viva, mas tarda
en adherirse a �sta, pues por afectuosa afinidad del medio espiritual, que debe
unirse con el cuerpo en una unidad fija, y s�lo por raz�n de la atractiva
composici�n se produce la conjunci�n de la plata viva con el cuerpo. Y por ello,
que mayor cantidad de plata viva hay en un compuesto de oro, y por consiguiente
menor es la corrupci�n, porque toda su materia resulta esencial e incorruptible,
los Fil�sofos lo pusieron en el lugar de la virtud agente y masculina, porque mas
cercano se adhiere a la naturaleza de la plata viva, por raz�n de la masa de plata
viva en si misma, pues lleva el s�mbolo y la afinidad en concordancia amorosa con
su naturaleza similar, que llamamos plata viva, porque el oro no puede soportar tan
fuerte corrupci�n que en su sustancia terrestre, que llamamos Grossities ignis, no
haya mas composici�n de plata viva incorruptible que de azufre corrupto: pues su
azufre es en toda materia pura esencial con respecto a la sustancia de plata, que
es mas gruesa e impura y menos estable, y por consiguiente mas corruptible.
Y por esto la plata viva tiene menor adherencia a la sustancia de plata que a la
sustancia de oro, por raz�n del mayor contenido natural existente entre la plata y
el oro, pues la sustancia de oro no se mezcla con una mixtura gruesa respecto del
cuerpo lunar: antes bien, seria mas posible una mixtura m�nima, por raz�n de las
partes esenciales menos sutiles, en tanto en cuanto que el propio oro esta solo, o
se sumerge en conjunto en Mercurio, y en la profundidad de su v�rtice se esconde
tal el fuego o el calor natural: y por esto se estabiliza el Mercurio, porque aqu�l
es el que digiere la sustancia de Mercurio, y se endurece con la ayuda de la
templanza recibida de la sustancia del cuerpo lunar, que es fundamento propio y
pr�ximo del origen de todas las cosas para endurecer el esp�ritu dispuesto por el
fuego de la naturaleza. Y por estas razones, para mas r�pidamente dar salida y
mejorar la conmixti�n, para que la preparaci�n no se perturbe y para que un
elemento reciba de otro la templanza seg�n mayor semejanza de naturaleza y
afinidad, afirmaron los honorables Fil�sofos que la plata viva con el Sol y la Luna
mas ligeramente hay que mezclarla, pues la plata viva con plata viva mas
r�pidamente se mezcla, pues en un mismo cuerpo mas f�cilmente se incluye el
principio de amigabilidad; y a continuaci�n, inmediatamente con el oro, y despu�s
con la plata, pues �ptimamente participan de su naturaleza, tal como se demuestra
en su reducci�n. Atiende, adem�s, a este secreto, que el oro mas que cualquier otro
cuerpo se sumerge pesadamente en Mercurio, tal como ya dije, pues el Mercurio sin
medida y libremente acepta aquello que es de su misma naturaleza pura, porque en
�sta acepta tanta sustracci�n que se unen inseparablemente: y as� de una mudaci�n
rehusa la causa remota.
Comprende por todas las causas ya dichas, que al principio de tu reducci�n, que es
el principio de la composici�n de la piedra, el oro y la plata convergen
naturalmente en la preparaci�n de los principios, o sea, azufre blanco y r�beo,
mediante agua blanca y r�bea con sus propios fermentos: y as� se lleva a cabo la
primera parte, pero en la segunda parte, o sea, en la composici�n del Elixir y de
la fermentaci�n, divergen, porque en el Elixir de la plata nada entra sino plata
pura con sus principios blancos; ni tampoco en el Elixir de oro, a no ser oro puro
con sus principios r�beos. Y as� se multiplica, por medio del fermento, la tintura.
RECAPITULACI�N DEL MAGISTERIO
EN UN RESUMEN ABREVIADO
Debes en tu interior reconocer que la virtud formativa existente en la materia
seminal est� introducida en el calor y en el esp�ritu tal como en la materia
simple. Y el calor con dicha virtud es el alma, pero no tal como un acto de un
cuerpo org�nico f�sico llevando en s� la potencia vital, sino como un artesano en
su taller fabricando su clavo o cualquier otra cosa siguiendo la forma de su
pensamiento. Y por ello se llama fabricatrix y formatrix de su elemento h�medo
pasivo, porque al fabricar es conducida por sigillatio y provoca la mutaci�n de los
diversos colores correspondientes seg�n su sentido e intelecto a las respectivas
acciones y operaciones, ordenando, dividiendo y condensando seg�n su propia
naturaleza.
Entonces tendr�s conocimiento de sus colores con todas sus causas. Y tu sabes por
indagaci�n natural los correspondientes movimientos a su naturaleza con la
administraci�n cient�fica del fuego com�n gobernado por Arte de la exigencia de la
esencia natural sin transgresi�n de la susodicha virtud formativa, la cual dirige
el calor secreto a la divisi�n de elemento h�medo espiritual, con el cual se une
por mutaci�n del color en un color mixto y despu�s en un color blanco y por �ltimo
en color r�beo.
Ello te ha de bastar respecto a la disposici�n de tu materia, pues la naturaleza en
s� admirablemente opera para su propia perfecci�n, los movimientos de la cual a s�
misma de tal manera se adaptan en una sola v�a y orden que ning�n hombre de mejor
manera ni m�s certera podr�a inventar.
PR�CTICA DE CUALQUIER MAGISTERIO AL USO GENERAL, QUE ES CAP�TULO �PTIMO Y PR�CTICO
La primera causa que debes tener presente es la de tener una gran cantidad de plata
viva en que debes lavar los cuerpos, cualesquiera que sean, reduci�ndolos a polvo,
imbibi�ndolos, coci�ndolos al ba�o Mar�a, y cuantas veces sea necesario
destil�ndolos por el filtro (o pa�o), y separando el elemento negro innatural, que
es de aquellos el primer envoltorio.
Reiterar�s la dicha operaci�n cuantas veces necesarias hasta que el cuerpo lunar
sea separado absolutamente del susodicho envoltorio, de manera que resulte blanco
al modo de la tierra blanca por su luminosidad met�lica. Esta tierra bebe y acepta
sin l�mite la plata viva pues no es sino toda su naturaleza el elemento h�medo
radical: y por esto debe ser disuelto por medio de una cocci�n continuada, tal como
mostraremos posteriormente, o sea, tras la separaci�n de su envoltorio.
Esta separaci�n la reconocer�s a trav�s de su calcinaci�n, bien poniendo el cuerpo
sobre carb�n breve y m�dicamente, bien sobre una l�mina encendida, y si aquel se
ennegrece y si no se convierte en blanco, es que aun conserva parte de su
envoltorio, el cual rehuye la recepci�n de plata viva en cuanto es extra�a a su
propia naturaleza. En caso que se volviera blanco, entonces t�malo, y repite tantas
veces la susodicha operaci�n hasta que traspase el filtro grueso tras haber
reiterado la calcinaci�n.
Entonces ver�s la plata viva disolverse en un color celeste y pondr�s cuanto fue
disuelto en el transcurso de la calcinaci�n en una vasija aparte: y as� sublima o
destila la acuosidad de Mercurio de la substancia terrestre, para que puedan ser
provocados en nuestra piedra la brillantez y el fulgor, seg�n nos demuestra la
naturaleza en el oro y la plata, el esplendor de los cuales no aflora si no es a
trav�s del agua sutil mercurial divisa y considerada en si misma.
Gracias a estos metales que poseen una humedad m�s sutil y mas pura y m�s densa,
surge mayor fulgencia y resplandor.. por esta causa el oro brilla por encima del
resto de metales, y a continuaci�n la plata. Y igualmente por ello el albor est�
presente en la materia de los metales, surgiendo del elemento h�medo mercurial
surgido y provocado por el elemento terrestre seco cocido sutil y constantemente.
Cuida, pues, y cu�date bien de tener una tierra bien sutil y bien dividida, pues si
bien dividida fuere, bien simple y bien sutil fuere hecha por cocci�n del calor
complexional, tanto m�s desecar� su elemento h�medo mercurial y m�s sutilmente
penetrar� en lo profundo, cuanto lo har�an las cenizas conseguidas por medios
vulgares y sacadas por medio de un fuego com�n por ignorancia.
Y cuando as� ser�n convertidos en materia simple, toma la materia disuelta
separando el polvo y haz pasar toda esta disoluci�n una vez m�s por el filtro para
mejor limpiarla: y si a la primera pas� por el filtro grueso, t�mala ahora y p�sala
por el filtro sutil y m�s simple, y as� habr�s separado el elemento sutil del
grueso: a continuaci�n toma el cuerpo grueso y calc�nalo tantas como una vez, si
quieres, y tras ello vu�lvelo a su r�gimen, haci�ndolo pasar por el filtro grueso,
hasta que todo haya pasado: y as� podr�as repetir cuantas veces quisieras, hasta
que todo resultase disuelto: pues cuantas veces es disuelta una cantidad grande,
as� mejor puedes percibirla en su justo peso en libras.
Con todo, hay much�simos que para abreviar este r�gimen tras volverse la tierra
blanca una vez, o dos veces disuelta, lo ponen todo a pudrir con la intenci�n de
separar las sustancias por sublimaci�n, pero al final tienen m�s trabajo en el
segundo r�gimen, cuando se llega a la separaci�n de las almas. Por ello te repito
que cuanto m�s repitas el primer r�gimen, mientras bien hecho y con correcci�n sin
la combusti�n de las tinturas, tanto m�s se abreviar� el segundo r�gimen por la m�s
leve separaci�n por raz�n de las esencias putrefactas y m�s desmenuzadas en el
primer r�gimen; cuanto menos, tanto menos.
Asimismo te digo que para la purificaci�n de los elementos las destilaciones son
bastante largas debido a la viscosidad del agua y del aire; y tambi�n que si
quisieras abreviar tus destilaciones, divide la materia en distintas partes (esto
es, en vasijas y cuc�rbitas), y cada parte ponla en su alambique, y dest�lala en su
ba�o, y conseguir�s una operaci�n abreviada, y pueden ser puestos todos los
elementos en un ba�o largo.
DE LOS TRES HUMORES HALLADOS
EN LA COMPOSICI�N DE LA PLATA VIVA
Por medio de cualquier propiedad de las dichas sustancias los Fil�sofos demuestran
efectivamente que en la composici�n de la plata viva, tal como se encuentra en su
propio mineral, se hallan los humores peculiares: en primer lugar hay el humor fr�o
y el flem�tico, que participan de la primera tierra, la cual s�lo humedece toda
esta materia, la cual en una larga disoluci�n es aumentada. En tercer lugar aparece
en �sta de manera sutil el humor untuoso que participa de la tercera sustancia
terrestre: �ste es quien causa la sutilidad de la sustancia, en la cual aparece sin
inflamaci�n.
El segundo es el humor mediano radical, cultivado y humedecido en las partes
inesenciales por la tierra propicia, la cual nunca se separa de s� misma: de estas
dos sustancias medias se compone la naturaleza inmediata mercuriosa en su
radicalidad pura, y nuestra plata viva vol�til, incombustible y a�rea, por la cual
todo aquello que germina y nace puede crecer y multiplicarse con su pura materia, y
la materia: y h�meda radical compuesta de dos sustancias, esto es de tierra mediana
y de agua media alternativamente simbolizadas en la naturaleza bien conteniendo los
cuatro elementos, de los cuales hay carencia conforme a la forma de su proporci�n,
y que son el azufre y la plata viva en las radicalidades propias de �stos creadas
en una vasija de naturaleza parecida por un lado a vitriolo y sal, pero por otro
lado constituida a partir de metal imperfecto, esto es con preparaci�n, con
Mercurio sublimado.
Separa pues esta preciosa sustancia del vitriolo y de la sal y de todos los humores
que en �stos participan y date cuenta al reducir el aire, tal como demuestra la
naturaleza, de c�mo, cuando dichas sustancias radicales de la susodicha plata viva
se juntan a trav�s de los cuatro elementos en su composicion, se observa que las
partes terrestres intermedias de naturaleza c�lidas y a�reas simbolizantes a trav�s
de una capacidad de ignici�n simple son por la propiedad de la sutileza tan ligadas
y conjuntadas que ninguna de sus partes puede separarse de las dem�s: antes bien,
cualquiera se disuelve en cualquier otra similar a s� misma por su composici�n
homog�nea, o cualquiera se estabiliza con cualquier otra por medio de una uni�n
fuerte o por coalici�n, que poseen bien por propiedad de las partes m�nimas bien de
las partes unidas o ligadas con un calor igualmente hollado, multiplic�ndose ini-
gualmente en vasijas minerales seg�n su naturaleza debido a la exigencia de su
propia esencia.
Y por raz�n de dichas sustancias acu�ticas puedes provocar por ti mismo una nueva
extensi�n: y nota que el tercer humor untuoso a trav�s de la sublimaci�n natural se
disuelve en tierra negra fuera de la especie de la naturaleza met�lica: pero la
flema innatural oportuna de �sta a veces por accidente se convierte en un radical
h�medo, que posteriormente se convierte a la especie del metal m�s refulgente.
DE LA COMPOSICI�N DEL MERCURIO
Y DE SU NATURALEZA REAL
Y DE SUS PARTES EXTREMAS SEPARABLES
En primer lugar, debes comprender y asimilar en tu intelecto que en este Arte Real
no debes inquirir respecto de sus propiedades, sino de sus causas que hay en la
latitud de la naturaleza met�lica. haremos saber a tu intelecto que la plata viva
es tal en cuanto que principal licuable y que primer elemento met�lico.
Y para mejor entendimiento de la diferencia del azufre y de la plata viva a trav�s
de las sustancias separadas referidas a sus composiciones, te haremos saber que la
plata viva contiene su propio azufre c�lido y agudo: y despu�s el azufre contiene
su plata viva, que es tal aire y fuego sagrado, pues dicha plata viva en su ra�z es
por �ndole natural en primer lugar tierra blanca, sutil, sulf�rica, c�lida y a�rea,
mixta y recogida en agua clara, hasta que se convierte en sustancia homog�nea de
naturaleza met�lica con mesura de proporci�n veraz clara y elemental con la
cooperaci�n de la influencia estel�fera, que es la virtud de la forma metal�fica
por la gran concordancia de dicha materia como causa divina y digna, por la cual se
completa la individualidad de la plata viva, en la cual se detiene primeramente la
forma de naturaleza met�lica de tal modo que lo seco es atemperado por lo h�medo y
lo h�medo por lo seco sin la separaci�n de uno u otro.
Con esta definici�n puedes entender que es por raz�n de un compuesto fuerte de una
mixtura fuerte de h�medo y seco en su ra�z, tal como te dijimos respecto de estas
dos sustancias separadas, a saber, de la tierra y del agua, por las cuales te ha
sido dado entender que cuando decimos azufre o plata viva entonces se confunde el
intelecto, pues todo proviene de una sola composici�n: pero cuando decimos azufre
exterminable entiende esto por la propiedad del elemento terrestre: pero cuando
decimos plata viva vulgar, entiende agua por su vivacidad (extra�da de vitriolo y
sal p�trea) seg�n la virtud y la raz�n que su sujeto demande por extrema y media
con las sustancias separadas por sublimaci�n natural concordante y simbolizante en
la naturaleza, aunque haya azufre en todos los elementos, no obstante �ste nunca
sea exterminable pues no es m�s que vapor y acci�n a�rea y fuego.
De ello depende nuestro gran secreto, por el cual cualquier radical h�medo es
sublimado, cuando hubiera sido abstra�do de la ra�z bajo tierra sin el exterminio o
la combusti�n de su cara tintura, que recibi� exterminio por virtud del elemento
terrestre. pero cuando repetidamente revierte, no es exterminable a causa de la
propiedad que recibe de su humedad: as� pues, cuando quisieras procurarte esto de
la tierra, debes tomarlo en su propio recept�culo, hasta con el agua, que es plata
viva, el protector com�n de su combusti�n.
A continuaci�n te indicamos que en la susodicha tierra por la virtud elemental se
hallan las tres sustancias de la tierra: la primera es la sutil para la
sensibilidad humana, (vitriolo) pero de hecho se encuentra gruesa, grave, oscura y
tenebrosa, que impide la claridad luminosa y que sea traspasado el cuerpo: esta se
encuentra en la cualidad seca y fr�a, de la naturaleza del vidrio.
La segunda (de la piedra salina) es en balde sutil a la sensibilidad humana, pero
de hecho se halla en forma de holl�n lejos de la perfecci�n por causa de su
cualidad extrema, que es c�lida y seca en una gran quema: y esta sustancia
participa de los sulfuros que queman por todas partes, y son estas dos sustancias
en la propia vasija aquellas entre las cuales la plata viva crece, a saber aquella
de la cual hablamos en la obra de la naturaleza y que es como un feto en una
matriz.
La tercera sustancia terrestre es la tierra intermedia c�lida y h�meda a�rea y
sutil y para la sensibilidad media humana no es propiamente tierra, sino vapor
extra�do de aquellas dos anteriores y de hecho se encuentra en gran perfecci�n,
pues es la naturaleza pura y el radical h�medo de la cual nuestra piedra recibi�
gradualmente su nacimiento inmaculado con su propiedad met�lica: por ello dijeron
los Fil�sofos que esta sustancia la debes separar por sublimaci�n de las susodichas
otras sustancias que son el vitriolo y la sal.
Manifiestamente te advierte Morienus que si quieres hallar la perfecci�n debes
extraer la sustancia pura de Mercurio del vientre de los vasos de vidrio (�sta es
la sublimaci�n del Mercurio), pues de esta sustancia consta nuestra piedra.
Aprende, pues, el verdadero lenguaje de los Fil�sofos, dispuesto para el
conocimiento de las propiedades de las sustancias naturales: si �stas no las
considerases como sustancias separadas nunca realmente entender�as sus propiedades
en el verdadero lenguaje. Y es que los Fil�sofos hablan claramente de ellas en su
filosof�a, sobretodo de su naturaleza, porque la filosof�a no es m�s que la
revelaci�n de los secretos de la naturaleza en un lenguaje natural apropiado, sin
el cual las sustancias de la naturaleza no pueden ser dadas a conocer, tal como
cualquier otra causa o animal o planta, si no llevasen nombre, o efecto, que
generalmente da noticia de una causa habida.
Diversos fueron los lenguajes inventados por los diversos Fil�sofos para la
naturaleza. Por ello cada cual en su filosof�a habl� lo m�s claro posible siguiendo
el curso de la naturaleza, cuid�ndose de la idoneidad de sus figuras, aunque un
lenguaje sea m�s claro y m�s propio que otro seg�n si su autor fue mejor expositor
respecto a las propiedades la naturaleza de las cuales demuestra los efectos para
cualquier bien natural inteligente con mayor realismo.
Y no debes creer que los santos y buenos Fil�sofos en su filosof�a te ocultaron su
sentido, pues no ser�a parte de la verdadera filosof�a, porque su propiedad y
exigencia m�xima consiste en la revelaci�n adecuada y con claro prop�sito y radiosa
claridad de la causa oculta y la pura manifestaci�n sin ocultaci�n, de la cual
interiormente en una perfecta locuci�n restablecen al puro intelecto hecho e
introducido por el Dios celestial, en el cual se examina y se depura la virtud del
contrario tal como hace el oro en su propio horno.

LA CLAVICULA
Ram�n Llull
Tratado conocido tambi�n con el nombre de Clave universal, en el cual se hallar�
claramente indicado todo lo que es necesario para completar la Gran Obra.
Hemos llamado Clav�cula a esta obra, porque sin ella es imposible comprender los
dem�s libros nuestros, cuyo conjunto abarca el Arte entero, porque nuestras
palabras son oscuras para los ignorantes.
He escrito muchos tratados, muy extensos, pero divididos y oscuros, como puede
verse por el Testamentum, donde hablo de los principios, de la naturaleza y de todo
lo que se relaciona con el arte; pero el texto ha sido sometido al martillo de la
Filosof�a. Lo mismo sucede con m�. libro Del Mercurio de los fil�sofos, en el
segundo cap�tulo: "De la fecundidad de las canteras f�sicas", e igual con mi libro
De la Quintaesencia del oro y de la plata, lo mismo, en fin, con todas mis otras
obras donde el arte est� tratado de un modo incompleto, salvo que siempre ocult� el
secreto principal. Ahora bien, sin ese secreto, nadie puede entrar en las minas de
los fil�sofos y hacer algo �til, por eso, con la ayuda y permiso del Muy Alto, al
que plugo revelarme La Gran Obra, hablar� aqu� del Arte sin ninguna ficci�n. Pero
cuidaos de revelar este secreto a los malos; no lo comuniqu�is sino a vuestros
amigos �ntimos, aunque no debierais revelarlo a nadie, porque es un don de Dios que
con �l hace un presente a quien le parece bueno. El que le posea, tendr� un tesoro
eterno.
Por ende, aprended a purificar lo perfecto por lo imperfecto. El Sol es el padre de
todos los metales y la Luna es su madre; aunque la Luna reciba su luz del Sol. De
estos dos astros depende todo el Magisterio.
Seg�n Avicenna, los metales no pueden ser transmutados sino despu�s de haber sido
llevados a su materia prima, lo cual es cierto. De modo que necesitar�s reducir
primeramente los metales a Mercurio; pero no hablo aqu� del mercurio corriente,
vol�til, hablo del Mercurio fijo; porque el Mercurio vulgar es vol�til, lleno de
una frialdad flem�tica; es indispensable que sea reducido por el Mercurio fijo, m�s
c�lido, m�s seco, dotado de cualidades contrarias a las del mercurio vulgar.
Por esto os aconsejo, �oh, amigos m�os!, que no obr�is con el Sol y la Luna, sino
despu�s de haberlos llevado a su materia prima, que es el Azufre y el Mercurio de
los fil�sofos.
� Oh, hijos m�os!, aprended a serviros de esa materia venerable, porque, os lo
advierto, bajo la fe del juramento si no sac�is el Mercurio de esos dos metales,
trabajar�is como ciegos, en la oscuridad y en la duda. Por eso, �oh, hijos m�os!,
os conjuro a que march�is hacia la luz, con los ojos abiertos, y no caig�is como
ciegos en el abismo de perdici�n.
DIFERENCIAS DEL MERCURIO VULGAR Y DEL
MERCURIO F�SICO

Nosotros decimos: el mercurio vulgar no puede ser el Mercurio de los Fil�sofos, por
ning�n artificio con que haya sido preparado; porque el mercurio vulgar no puede
soportar el fuego m�s que con ayuda de un Mercurio diferente a �l, corporal, que
sea c�lido, seco y m�s digerido que �l. Por eso digo que nuestro Mercurio f�sico es
de una naturaleza m�s c�lida, y m�s fija que el mercurio vulgar. Nuestro Mercurio
corporal se convierte en mercurio fluido, que no moja los dedos; cuando se le pone
con el mercurio, vulgar, se une y penetran tan bien, con ayuda de un lazo de amor,
que es imposible separarlos el uno del otro, como sucede con el agua mezclada con
agua. Tal es la ley de la Naturaleza. Nuestro Mercurio penetra al mercurio vulgar y
se mezcla a �l desecando su humedad flem�tica, quit�ndole su frialdad, lo cual le
vuelve negro como carb�n y finalmente le hace caer en polvo.
F�jate bien que el mercurio vulgar no puede ser empleado en lugar de nuestro
Mercurio f�sico, el cual posee el calor natural en el grado debido; por eso mismo
nuestro Mercurio comunica su propia naturaleza al mercurio vulgar.
Adem�s, nuestro, Mercurio, despu�s de su transmutaci�n, cambia los metales en metal
puro, es decir, en Sol y en Luna, como lo hemos demostrado en la segunda parte de
nuestra Pr�ctica. Pero hace algo m�s notable a�n, cambia al mercurio vulgar en
Medicina, que puede transmutar los metales imperfectos en perfectos. Cambia el
mercurio vulgar en verdadero Sol y verdadera Luna mejores que los que salen de la
mina. Fijaos tambi�n en que nuestro Mercurio f�sico puede transmutar cien marcos y
m�s, hasta el infinito, todo lo que se posea, de mercurio ordinario, a menos que
�ste falte.
Tambi�n deseo que sep�is otra cosa, el Mercurio no se mezcla f�cilmente y jam�s
perfectamente, con otros cuerpos, si �stos no han sido previamente llegados a su
especie natural. Por esto, cuando deseares unir el Mercurio al Sol o a la Luna del
vulgo, necesitar�s, ante todo, llevar esos metales a su especie natural, que es el
mercurio ordinario, y esto con ayuda del lazo de amor natural; entonces el macho
se, une a la hembra.
As� mismo, nuestro Mercurio es activo, c�lido y seco mientras que el Mercurio
vulgar es fr�o, h�medo y pasivo como la hembra que permanece en la casa en un calor
moderado hasta la obumbraci�n. Entonces, esos dos mercurios se vuelven negros como
el carb�n; ah� est� el secreto de la verdadera disoluci�n. Despu�s se unen entre s�
de tal modo que es ya casi imposible separarlos. Se presentan entonces bajo la
forma de un polvo muy blanco, y engendran hijos machos y hembras por el verdadero
lazo del amor. Esos hijos se multiplicar�n hasta el infinito, seg�n su especie;
porque de una onza de ese polvo, polvo de proyecci�n, elixir blanco o rojo, har�s
Soles en n�mero infinito, y transmutar�s en Luna toda clase de metal salido de una
mina.
EXTRACCI�N DEL MERCURIO DEL CUERPO PERFECTO

Toma una onza de cal de Luna copelada, calc�nala seg�n el modo descrito al final de
nuestra obra sobre el Magisterio. Esta cal ser� reducida enseguida a polvo fino
sobre una plancha de p�rfido. Embeber�s este polvo dos, tres, cuatro veces al d�a
con buen aceite de t�rtaro y preparado del modo descrito al final de esta obra;
despu�s har�s secar al sol. Continuar�s as� hasta que dicha cal haya absorbido
cuatro o cinco partes de aceite, tomando por unidad la cantidad de cal;
pulverizar�s el polvo sobre el p�rfido como se ha dicho, despu�s de haberlo
desecado, porque entonces se reduce m�s f�cilmente a polvo. Cuando haya sido bien
porfirizada, se le introducir� en un matraz de cuello largo.
Agregar�is nuestro menstruo hediondo hecho con dos partes de vitriolo rojo y una
parte de salitre; de antemano habr�is destilado ese menstruo siete veces y le
habr�is rectificado bien, separ�ndolo de sus impurezas terrosas, de manera que, al
�ltimo, dicho menstruo sea completamente esencial.
Entonces se cerrar� perfectamente el matraz, y se le pondr� al fuego de cenizas,
con algunos carbones, hasta que se vea hervir la materia y disolverse. Finalmente
se destilara sobre las cenizas hasta que todo el menstruo haya pasado, y se
aguardar� a que la materia est� fr�a.
Cuando el recipiente est� completamente fr�o, se le abrir�, y la materia se
colocar� en otro vaso bien limpio, provisto de su capitel perfectamente cerrado. Se
coloca todo sobre cenizas en un horno. En cuanto la masilla del cierre est� seca,
se calentar�, primero suavemente hasta que toda el agua de la materia sobre la cual
se opera haya pasado al recipiente. Despu�s se aumenta el fuego para desecar por
completo la materia y exaltar los esp�ritus hediondos que pasar�n al capitel y de
all� al recipiente. Cuando ver�is llegar la operaci�n a este punto, dejar�is
enfriar el vaso disminuyendo poco a poco el fuego. Ya fr�o el matraz, retirar�is de
�l la materia y la reducir�is a polvo sutil en el p�rfiro. Pondr�is el polvo
impalpable as� obtenido, en una vasija de tierra bien cocida y cuidadosamente
vidriada. Despu�s le verter�is encima agua corriente hirviendo, removiendo con un
palo limpio hasta que la mezcla sea espesa como mostaza. Removed bien con la
varilla hasta que ve�is aparecer algunos gl�bulos de mercurio en la materia; pronto
habr� una cantidad bastante grande de �l, seg�n la que hay�is empleado de cuerpo
perfecto, es decir, de Luna. Y hasta que teng�is una gran cantidad, echadle de
tiempo en tiempo agua hirviendo y removed hasta que toda la materia se reduzca a un
cuerpo semejante al mercurio vulgar. Se quitar�n las impurezas terrosas con agua
fr�a, se secar� sobre un lienzo y se pasar� a trav�s de una piel de gamuza. Y
entonces ver�is cosas admirables.
DE LA MULTIPLICACI�N DE NUESTRO MERCURIO
En nombre del Se�or. Am�n.
Tomad tres gros de Luna pura en l�minas tenues: haced una amalgama con ellos y
cuatro gros de mercurio vulgar bien lavado. Cuando est� hecha la amalgama, la
pondr�is en un peque�o matraz que tenga un cuello de pie y medio de largo.
Tomad enseguida nuestro Mercurio extra�do antes del cuerpo lunar y ponedlo sobre la
amalgama hecha con el cuerpo perfecto y el mercurio vulgar; cerrad el recipiente
con la mejor pasta que sea posible y haced secar. Hecho esto, agitad fuertemente el
matraz para mezclar bien la amalgama y el mercurio. Despu�s colocad el vaso donde
se halla la materia, en un peque�o hornillo sobre un fuego de algunos pocos
carbones; el calor del fuego no debe ser superior al del sol cuando se encuentra en
el signo del Le�n. Un calor m�s fuerte destruir�a vuestra materia; continuad as�
ese grado de fuego hasta que la materia se ponga negra como el carb�n y espesa como
la papilla. Mantened la misma temperatura hasta el momento en que la materia tome
un color gris sombr�o; cuando aparezca el gris se aumentar� en un grado de fuego y
ser� dos veces m�s fuerte; se le mantendr� as� hasta que la materia comience a
blanquear y se ponga de una blancura esplendorosa. Se aumentar� el fuego en un
grado y se le mantendr� en este tercer grado hasta que la materia se vuelva m�s
blanca que la nieve y quede reducida a polvo m�s blanco y m�s puro que la ceniza.
Entonces tendr�is la Cal viva de los Fil�sofos y su cantera sulfurosa, que los
-Fil�sofos han ocultado tan bien.
PROPRIEDAD DE LA CAL DE LOS FIL�SOFOS
Esta Cal convierte una cantidad infinita de mercurio vulgar en un polvo muy blanco
que puede ser reducido a plata verdadera cuando se le une a cualquier otro cuerpo
como la Luna.
MULTIPLICACI�N DE LA CAL DE LOS FIL�SOFOS
Toma el recipiente con la materia, agr�gale dos onzas de mercurio vulgar bien
lavado y seco; obtura cuidadosamente con pasta, y pon de nuevo el recipiente donde
antes estaba. Regla y gobierna el fuego seg�n los grados uno, dos y tres, como
antes se explic�, hasta que todo quede reducido a un polvo muy blanco; as� podr�s
aumentar tu Cal hasta el infinito.
REDUCCI�N DE CAL VIVA A VERDADERA LUNA
Habiendo preparado as� una gran cantidad de nuestra Cal viva o cantera, toma un
crisol nuevo, sin su tapa; pon en �l una onza de Luna pura y cuando est� fundida le
agregas cuatro onzas de tu polvo aglomerado en p�ldoras. Las bolitas pesar�n cada
una el cuarto de una onza. Se les echa una a una sobre la Luna en fusi�n,
continuando un fuego violento hasta que todas las p�ldoras est�n fundidas; se
aumenta m�s el fuego para que todo se mezcle perfectamente; finalmente se vierte en
una rielera.
De ese modo tendr�s cinco onzas de plata fina, m�s pura que la natural; podr�s
multiplicar tu cantera f�sica seg�n tu deseo.
DE NUESTRA GRAN OBRA AL BLANCO Y AL ROJO
Reducid a Mercurio, como se ha dicho mas arriba, vuestra Cal viva sacada de la
Luna. Ese es nuestro Mercurio secreto. Tomad cuatro onzas de nuestra cal, extraed
el Mercurio de la Luna como lo hab�is hecho antes. Recoger�is por lo menos tres
onzas de Mercurio, que pondr�is en un peque�o matraz de cuello largo como se
indic�.
Haced despu�s una amalgama de una onza de verdadero Sol con tres onzas de mercurio
vulgar y ponedla sobre el Mercurio de la Luna. Agitad fuertemente para mezclar
bien. Tapad el recipiente con pasta y ponedlo en el hornillo, regulando el fuego en
el primero, el segundo y el tercer grado.
En el grado primero, la materia supondr� negra como el carb�n; entonces se dice que
hay eclipse de Sol y de Luna. Es la verdadera conjunci�n que produce un hijo, el
Azufre, lleno de una sangre moderada.
Despu�s de esta primera operaci�n, se prosigue con el fuego del segundo grado hasta
que la materia est� gris. Despu�s se pasa al tercer grado hasta el momento en que
la materia aparezca perfectamente blanca. Se aumenta entonces el fuego hasta que la
materia se ponga roja como cinabrio y quede reducida a cenizas rojas. Podr�s
reducir esta Cal a Sol muy puro, haciendo las mismas operaciones que para la Luna.
DE LA MANERA DE CAMBIAR LA MENCIONADA PIEDRA EN UNA MEDICINA QUE TRANSMUTA TODA
CLASE DE METAL EN VERDADERO SOL Y VERDADERA LUNA Y SOBRE TODO EL MERCURIO VULGAR EN
METAL M�S PURO QUE EL QUE SALE DE LAS MINAS
Despu�s de su primera resoluci�n, nuestra Piedra multiplica cien partes de materia
preparada, y despu�s de la segunda mil. Se multiplica; disolviendo, coagulando,
sublimando y fijando nuestra materia, que de ese modo puede acrecentarse
indefinidamente en cantidad y en calidad.
Coged un poco de nuestra cantera blanca, disolvedla en nuestro menstruo hediondo,
que es llamado vinagre blanco en nuestro Testamentum, en el cap�tulo en que
decimos: "Toma un poco de buen vino bien seco, pon all� la Luna, es decir, el Agua
verde y C., o sea Salitre..." Pero no nos apartemos; tomad cuatro onzas de nuestra
Cal viva y hacedlas disolver en nuestro menstruo; la ver�is convertirse en agua
verde. Aparte, en trece onzas del mismo menstruo hediondo disolver�is cuatro onzas
de mercurio vulgar bien lavado, y en cuanto est� terminada la disoluci�n, la
mezclar�is con la disoluci�n anterior; las pon�is en un recipiente herm�ticamente
cerrado y har�is digerir en esti�rcol de caballo durante treinta d�as, destilando
despu�s al ba�o de Mar�a hasta que no pase m�s nada. Volved a destilar a fuego de
carb�n a fin de extraer el aceite, y entonces, la materia que quedar� ser� negra.
Tomad �sta y destilad durante dos horas sobre cenizas, en un peque�o hornillo.
Cuando el recipiente est� fr�o, abridle y echadle el agua que fue antes destilada
al ba�o de Mar�a. Lavad bien la materia con esa agua. Destilad despu�s el menstruo
al ba�o de Mar�a; recoged toda el agua que pase, unidla al aceite y destilad sobre
las cenizas, como se ha dicho. Repetid esta operaci�n hasta el momento en que la
materia quede en el fondo del matraz negra como el carb�n.
Hijo de la ciencia, entonces tendr�s la Cabeza de cuervo que los Fil�sofos han
buscado tanto, sin la cual no puede existir el Magisterio. Por eso, �oh, hijo m�o!,
recuerda la divina Cena de Nuestro Se�or Jesucristo que muri�, fue sepultado, y el
tercer d�a volvi� a la luz en la tierra eterna. Aprende oh, hijo m�o!, que nadie
puede vivir si antes no ha muerto. Toma, por tanto, tu cuerpo negro, calc�nalo en
el mismo matraz durante tres d�as y deja despu�s enfriar.
�brele y encontrar�s una tierra esponjosa y muerta, que conservar�s hasta que sea
necesario unir el cuerpo al alma.
Tomar�s el agua que fue destilada al ba�o de Mar�a y la destilar�s varias veces
seguidas, hasta que se encuentre bien purificada y reducida a materia cristalina.
Empapa entonces tu cuerpo, que es la Tierra negra, con su propia agua, reg�ndola
poco a poco y calentando todo, hasta que el cuerpo se vuelva blanco y
resplandeciente. El agua que vivifica y clarifica ha penetrado en el cuerpo. Tapado
el matraz con masilla especial, calentar�n violentamente durante doce horas, como
si quisieras sublimar el mercurio vulgar. Enfriado el recipiente, le abrir�s y
hallar�s en �l tu materia sublimada, blanca; es nuestra Tierra Sellada, es nuestro
cuerpo sublimado, elevado a una alta dignidad, es nuestro Azufre, nuestro Mercurio,
nuestro Ars�nico, con el cual volver�s a calentar nuestro Oro; es nuestro fermento,
nuestra cal viva, y engendra en s� al Hijo del fuego que es el Amor de los
fil�sofos.
MULTIPLICACI�N DEL ARRIBA MENCIONADO AZUFRE
Pon esta materia en un matraz fuerte y vi�rtele encima una amalgama hecha con la
Cal viva de la primera operaci�n, la que reduj�ramos a plata. Esa amalgama se hace
con tres partes de mercurio vulgar y una parte de nuestra Cal; mezclar�is y
calentar�is sobre las cenizas. Ver�is que la materia se agita; aumentar�is entonces
el fuego y a las cuatro horas la materia se volver� sulfurosa y muy blanca. Cuando
haya sido fijada, coagular� y fijar� al Mercurio; una onza de materia convertir�
cien onzas de Mercurio en verdadera Medicina; enseguida actuar� sobre mil onzas, y
as� sucesivamente hasta el infinito.
FIJACI�N DEL AZUFRE MULTIPLICADO
Se coger� el Azufre multiplicado, se le pondr� en un matraz y se verter� encima el
aceite que se apart� cuando la separaci�n de los elementos.
Se verter� aceite hasta que el Azufre quede blando. Despu�s se pondr� a fundir
sobre las cenizas, calentando en segundo y tercer grados, hasta la blancura
inclusive. Entonces se abrir� el recipiente y se hallar� una placa cristalina y
blanca. Para probarla, pon un fragmento sobre una l�mina caliente, y si corre sin
producir humo, est� bien. Entonces proyecta una parte de ella sobre mil de mercurio
y �ste ser� completamente transmutado en Plata. Mas si la Medicina hubiese sido
infusible y no hubiese corrido, ponla en un crisol y vi�rtele aceite encima, gota a
gota, hasta que la Medicina corra como la cera, y entonces ser� perfecta y
transmutar� mil partes de mercurio y m�s hasta el infinito.
REDUCCI�N DE LA MEDICINA BLANCA A ELIXIR ROJO
En nombre del Se�or, toma cuatro onzas de la l�mina antes mencionada, disu�lvela en
el Agua de la Piedra, que has conservado. Cuando est� concluida la disoluci�n, pon
a fermentar al ba�o de Mar�a durante nueve d�as. Entonces toma dos partes en peso
de nuestra Cal roja y agr�galas en el matraz; pondr�s a fermentar de nuevo durante
nueve d�as. En seguida destilar�s al ba�o de Mar�a en un alambique; despu�s sobre
las cenizas, regulando el fuego en el primer grado hasta el momento en que la
materia se ponga negra. Esa es nuestra segunda disoluci�n y nuestro segundo eclipse
de Sol con la Luna: �se es el signo de la verdadera disoluci�n y de la conjunci�n
del mucho con la hembra
Aumenta el fuego hasta el segundo grado, de modo que la materia se ponga amarilla.
Enseguida se elevar� el fuego al cuarto grado hasta que la materia se funda como la
cera y tome un color jacinto.
Entonces es una materia noble y una medicina real que prontamente cura todas las
enfermedades; transmuta toda clase de metal en oro puro, mejor que el oro natural.
Ahora, demos gracias al Salvador glorioso que en la gloria de los cielos reina uno
y tres en la eternidad.
RESUMEN DEL MAGISTERIO
Hemos demostrado que todo lo que encierra este tratado es verdadero, porque hemos
visto con nuestros propios ojos, hemos operado nosotros mismos y hemos tocado con
nuestras propias manos. Vamos ahora, sin alegr�as y brevemente, a resumir nuestra
Obra.
De manera que tomamos la Piedra que hemos dicho, la sublimamos con ayuda de la
naturaleza y del arte, y la reducimos a Mercurio. A este Mercurio se agrega el
Cuerpo blanco que es de una naturaleza semejante, y se cuece hasta que se haya
preparado en verdadera cantera.
Esta cantera se multiplicar� a vuestro deseo. La materia ser� reducida de nuevo a
Mercurio, que disolver�is en nuestro Menstruo hasta que la Piedra se haga vol�til y
separada de todos sus elementos. Finalmente, se purificar� perfectamente el cuerpo
y el alma. Un calor moderado y natural permitir� a continuaci�n obtener la
conjunci�n del cuerpo y del alma. La Piedra se convertir� en cantera: se continuar�
el fuego hasta que la materia se ponga blanca: entonces la denominamos Azufre y
Mercurio de los Fil�sofos; entonces es cuando, por la violencia del fuego, lo fijo
se hace vol�til, mientras lo vol�til se habr� despojado de sus principios groseros
y se habr� sublimado m�s blanco que la nieve. Se tirar� lo que como residuo qued�
en el fondo del recipiente, porque no sirve para nada. En seguida tomad nuestro
Azufre, que es el aceite del cual ya se habl�, y le multiplicar�is en el alambique
hasta qu� sea reducido a un polvo m�s blanco que la nieve. Se fijar�n los polvos
multiplicados por la naturaleza y el arte con Agua hasta que ensayados al fuego, se
fundan como cera sin humo.
Entonces hay que a�adir el agua de la primera disoluci�n; una vez disueltos, se
agregar� algo amarillo, que es el oro, se unir� y se destilar� todo el esp�ritu.
Finalmente, se calentar� en el primero, segundo, tercero y cuarto grados, hasta que
el calor haga aparecer el verdadero color jacinto, y que la materia fija sea
fusible. Proyectar�s esta materia sobre mil partes de mercurio vulgar y ser�
transmutado en oro fino.
CALCINACI�N DE LA LUNA PARA LA OBRA
Tomad una onza de Luna fina, copelada, y tres onzas de mercurio. Amalgamad,
calentando primeramente la plata en l�minas en un crisol y agregando enseguida el
mercurio; removed con una varilla, siempre calentando bien. Enseguida se pondr�
esta amalgama en vinagre con sal; se moler� todo con una moleta en un mortero de
madera, lavando y quitando las impurezas. Se suspender� cuando la amalgama sea
perfecta. Despu�s se lavar� con agua ordinaria caliente y limpia, y finalmente se
pasar� a trav�s de un lienzo bien limpio.
Lo que quede en el trapo ser� la parte m�s esencial del cuerpo, y se le mezclar�
con tres partes de sal, moli�ndolo bien y lav�ndolo. Despu�s se calcinar� durante
doce horas. Se moler� de nuevo con sal, y esto por tres veces, renovando cada vez
la sal. Entonces se pulverizar� la materia en forma que se obtenga un polvo
impalpable; se lavar� con agua caliente hasta que haya desaparecido todo sabor
salado. Finalmente, se filtrar� por un filtro de algod�n, se desecar�, y se tendr�
la Cal blanca.
Se la pondr� aparte, para servirse de ella cuando haga falta, por temor de que la
humedad la altere.
PROCEDIMIENTO PARA PREPARAR EL ACEITE DE T�RTARO
Tomad buen t�rtaro, cuya factura sea brillante, calcinadle en el hornillo de
reverbero durante diez horas; enseguida le pondr�is sobre una plancha de m�rmol,
despu�s de haberlo pulverizado, y le dejar�is en un lugar h�medo, y se convertir�
en un l�quido aceitoso.
Cuando est� completamente licuado, se le pasar� a trav�s de un filtro de algod�n.
Le conservar�is cuidadosamente; os servir� para hacer la imbibici�n de vuestra cal.
MENSTRUO HEDIONDO PARA REDUCIR NUESTRA CAL VIVA A MERCURIO, DESPU�S DE HABERLA
DISUELTO, LO QUE HAYA SIDO EMBEBIDA CON ACEITE DE T�RTARO
Tomad dos libras de vitriolo, una libra de salitre y tres onzas de cinabrio. Se
enrojece el vitriolo, se le pulveriza, despu�s se agrega el salitre y el cinabrio;
se muelen juntas todas estas materias y se ponen en un aparato destilador bien
cerrado.
Primeramente se destila a fuego lento, lo cual es imprescindible, como lo saben
quienes han hecho esta operaci�n.
El agua destilar�, abandonando sus impurezas, que permanecer�n en el fondo de la
cuc�rbita, y tendr�is as� un excelente menstruo.
OTRO MENSTRUO PARA SERVIR DE DISOLVENTE A LA PIEDRA
Tomad tres libras de vitriolo romano rojo, una libra de salitre y tres onzas de
cinabrio; moled todas esas materias juntas en el m�rmol. Ponedlas despu�s en un
matraz grande y s�lido, agregadle Aguardiente rectificado siete veces, cerrad
despu�s herm�ticamente el recipiente y metedlo durante quince d�as en esti�rcol de
caballo.
A continuaci�n se destilar� suavemente para que toda el agua pase al recipiente.
Despu�s se aumentar� el fuego hasta que el capitel se ponga rojo blanco; se dejar�
enfriar. Se retirar� el recipiente, se cierra perfectamente con cera y se guarda.
Observad que este menstruo deber� ser rectificado siete veces, arrojando cada vez
el residuo. S�lo despu�s de eso ser� �til para la Obra.

ELUCIDACION DEL TESTAMENTO DE RAMON LLULL POR EL MISMO


Ram�n Llull.
"Biblioteca de los Fil�sofos Qu�micos" de Guillaume Salmon, 1741.

Aunque hayamos compuesto varios libros sobre las diversas operaciones de nuestro
arte filos�fico, este peque�o tratado, que es el �ltimo, lo preferimos a todos los
dem�s, por lo que, justamente, merece ser titulado "La Elucidaci�n de nuestro
Testamento". En verdad aquello que hemos escondido en nuestro Testamento y en
nuestro Codicilo por medio de largos discursos referidos a los escritos de los
fil�sofos, aqu� lo esclarecemos netamente y en muy pocas palabras, a fin de no
tener necesidad de componer otros libros; puesto que la composici�n no es ni
consiste en otra cosa que en la sutilidad de un esp�ritu noble para cubrir y
esconder nuestro arte. Lo que ha sido declarado abundantemente en nuestros libros
sale ahora de su oscuridad, y es expuesto con una luz agradable, lo que es una
empresa que ning�n fil�sofo ha osado realizar jam�s.
Vamos a dividir este libro en seis cap�tulos, en los que es esclarecido todo el
misterio de este arte con palabras muy claras. De estos cap�tulos el primero trata
de la materia de la piedra; el segundo sobre el vaso; el tercero sobre el horno; el
cuarto sobre el fuego; el quinto sobre la decoci�n y el sexto sobre la tintura y la
multiplicaci�n de la piedra.
CAPITULO PRIMERO
Sobre la Materia de la Piedra
En primer lugar empecemos dando a conocer la materia de nuestra piedra, ya que en
nuestro magisterio hemos utilizado cosas ajenas debido a sus similitudes; sin
embargo, nuestra piedra est� compuesta de una sola cosa, trina respecto a su
esencia y principio, a la que no a�adimos ni quitamos nada. Tambi�n hemos descrito
tres piedras, la mineral, la vegetal y la animal, aunque �nicamente existe una
piedra en nuestro arte. Queremos significaros, �Oh, hijos de la doctrina!, que este
compuesto consta de tres cosas, a saber: alma, esp�ritu y cuerpo. Es llamada
mineral porque es una minera, animal porque posee un alma y vegetal porque crece y
es multiplicada; y en esto se esconde todo el secreto de nuestro magisterio, que es
el sol, la luna y el agua de vida. Este agua de vida, mediante el cual es
vivificada nuestra piedra, es el alma y la vida de los cuerpos. Por ello le
llamamos cielo, quintaesencia incombustible y otros infinitos nombres; ya que ella
es casi incorruptible, como lo es el cielo en la continua circulaci�n de su
movimiento. As�, mediante esta clara explicaci�n, pose�is la materia de nuestra
piedra en toda su extensi�n.
CAPITULO SEGUNDO
Sobre el Vaso
Hemos resuelto hablar ahora de nuestro vaso. �Oh, vosotros, hijos de la doctrina,
agudizad bien vuestros o�dos, a fin de que comprend�is nuestro sentimiento y
nuestro esp�ritu!. Aunque os hayamos descubierto varios tipos de vasos, que est�n
descritos de forma enigm�tica en nuestros libros, nuestra opini�n no es, sin
embargo, la de servirnos de varios vasos, sino de solo de uno; el cual mostraremos
aqu� por medio de visibles y sensibles explicaciones. Nuestra obra es realizada en
dicho vaso desde el principio y hasta el final del magisterio. La disposici�n de
nuestro vaso es la siguiente: hay dos vasos con sus respectivos alambiques, de
igual tama�o, cabida y altura, donde la nariz de uno penetra en el vientre del otro
a fin de que, por la acci�n del calor, lo que est� en una y otra parte ascienda a
la cabeza del vaso y, despu�s, por la acci�n del fr�o, descienda al vientre. �Oh,
hijos de la doctrina!, si no sois duros de mollera ten�is el conocimiento de
nuestro vaso.
CAPITULO TERCERO
Sobre el Horno
Hablaremos ahora de nuestro horno, pero nos ser� muy enojoso referir aqu� su
secreto, que tanto han escondido los antiguos fil�sofos, pues hemos descrito varios
tipos de hornos en nuestros libros. Empero, os confieso sinceramente que no nos
servimos m�s que de uno llamado Atanor, que significa tanto como fuego inmortal,
puesto que da siempre un fuego igual y continuo en un mismo grado, vivificando y
alimentando nuestro compuesto desde el comienzo al fin de nuestra piedra. �Oh,
hijos de la doctrina!, escuchad nuestras palabras y entended: nuestro horno est�
compuesto de dos partes, las cuales deben estar bien cerradas en todas las junturas
de su cerco. He aqu� como es la naturaleza de este horno: que el horno sea hecho
grande o peque�o seg�n la cantidad de la materia, pues la grande pide un horno
grande, y la peque�a uno peque�o. Es necesario que sea construido como un horno
para destilar, con su tapa bien cerrada y ajustada. As�, una vez compuesto el horno
con su tapa, haced de forma que haya un respiradero al fondo, a fin de que el calor
del fuego ascendido pueda all� respirar. Como horno esta naturaleza de fuego
demanda y requiere s�lo este horno y no otro . El cierre de las junturas de nuestro
horno es llamado el Sello de Hermes, ya que s�lo ha sido conocido por los sabios, y
en ning�n lugar ha sido manifestado por los fil�sofos, pues est� reservado a la
sapiencia, en tanto que ella lo guarda por una potestad com�n.
CAPITULO CUARTO
Sobre el Fuego
Aunque en nuestros libros hayamos tratado perfectamente tres clases de fuego, a
saber: del natural, del connatural y del contra-natura, y a�n de otras diversas
formas de nuestro fuego, queremos, sin embargo, mostraros un fuego compuesto de
varias cosas. Es un gran secreto llegar al conocimiento de este fuego, ya que no es
humano sino ang�lico. Hay que revelaros este don celeste, pero por miedo de que la
maldici�n y la execraci�n de los fil�sofos, la cual ha confiado a los que vinieron
despu�s de ellos, caiga sobre nosotros, roguemos a Dios, a fin de que el tesoro de
nuestro fuego secreto no pueda pasar y llegar m�s que a manos de los sabios y no de
ning�n otro. �Oh, hijos de la sabidur�a!, aguzad vuestros o�dos para bien
comprender y percibir nuestro fuego compuesto, que lo ser� de dos cosas. Sabed que
el Creador de todas las cosas ha creado dos cosas apropiadas para este fuego, a
saber: el excremento de caballo y la cal viva, cuya reuni�n causa nuestro fuego, y
cuya naturaleza es la siguiente: tomad el vientre de caballo, es decir, una parte
del esti�rcol bien digerido, y otra parte de cal viva pura. Compuestas estas cosas,
amasadas conjuntamente y puestas en un horno, con nuestro vaso situado en el centro
conteniendo la materia de nuestra piedra y teniendo el horno bien cerrado por todas
partes, tendr�is entonces el fuego divino colocado en su horno sin carb�n ni luz;
lo que no puede ser de otra manera si se tiene todo lo que es necesario. Pero este
esti�rcol y esta cal son filos�ficos, y se avienen a nuestra materia, la cual posee
su fuego interno y divino, pues nuestro fuego artificial es el d�bil calor
producido por el fuego de la l�mpara.
CAPITULO QUINTO
Sobre la Decocci�n
Hay tambi�n varias maneras de preparar nuestra piedra en nuestro Testamento, que ya
han sido manifestadas en nuestros dem�s tratados, a saber: la soluci�n, la
coagulaci�n, la sublimaci�n, la destilaci�n, la calcinaci�n, la separaci�n, la
fusi�n, la inceraci�n, la imbici�n, la fijaci�n, etc.... El significado de todas
estas operaciones s�lo es la simple decoci�n, en la que se cumplen todas estas
formas de operar. Pero la naturaleza de nuestra decocci�n consiste en poner la
materia del compuesto seg�n la medida en su vaso, su horno y su fuego de decocci�n
continua; en esto consiste toda nuestra obra seg�n los fil�sofos. Por medio de esta
cocci�n lineal, lenta y untuosa al principio, la materia llega a su perfecta
madurez en diez meses filos�ficos desde el principio hasta el fin de todo el
magisterio, y sin ning�n trabajo manual. Queremos mediante estas maneras y estas
operaciones as� descritas haceros conocer la excelencia y lo sublime de nuestro
arte, y c�mo el esp�ritu de los sabios lo ha rodeado de un tenebroso velo, por
miedo de que llegue hasta la cima de la monta�a de nuestro secreto aqu�l que es
indigno de nuestro arte, y para que persista en su error hasta que el sol y la luna
sean ensamblada en un globo, lo que es imposible de hacer si no es por el mandato
de Dios.
CAPITULO SEXTO
Sobre la Tintura y la Multiplicaci�n de nuestra Piedra
En �ltimo lugar hablaremos sobre la tintura y sobre la multiplicaci�n que es el fin
y la terminaci�n de todo el magisterio. Ya hemos mostrado en nuestros dem�s libros
varias formas y maneras de proyecci�n de nuestra tintura. No obstante, diremos que
nuestra tintura no es diferente a nuestra multiplicaci�n, y que una no puede ser
realizada sin serlo a su vez la otra. Es preciso que nuestra piedra sea primero
te�ida, y cuando est� te�ida su cantidad puede ser multiplicada. �Oh, hijos de la
doctrina!, rechazad las tinieblas y las oscuridades de vuestro esp�ritu para
entender el secreto de los secretos que se encuentra escondido en nuestros libros
por una admirable labor; secreto que abandona aqu� el abismo para salir a la luz.
Oid y comprended que nuestra multiplicaci�n no es otra cosa que la reiteraci�n del
compuesto de la obra primordial compuesta; ya que en la primera reiteraci�n una
parte de nuestra piedra ti�e tres partes del cuerpo imperfecto, siendo, en otras
tantas partes, multiplicado y crecido en cantidad; en la segunda reiteraci�n una
parte ti�e siete partes; en la tercera, una parte ti�a quince; en la cuarta, una
parte ti�e treinta y una; en la quinta, una parte ti�e sesenta y tres; en la sexta,
una parte ti�e ciento veintisiete; ysiempre ella es multiplicada y aumentada en
otras tantas partes, procediendo as� hasta el infinito.

EPILOGO
He aqu� �oh, hijos de la doctrina!, c�mo nuestros escritos, que estaban escondidos
hasta el presente bajo par�bolas, son descubiertos y son esclarecidos contra el
precepto de los fil�sofos; pero queremos excusarnos de sus reprimendas y reproches
por miedo a caer, mediante el permiso divino en su maldici�n y execraci�n. Sin
embargo es por esto que ponemos las palabras de este peque�o tratado bajo la
custodia de Dios Todopoderoso, que da toda ciencia y don perfecto a quien quiere, y
lo quita a quien la place, a fin de que sean devueltas a la potestad de su
divinidad y, tambi�n. de que no permita que sean encontradas por imp�os y malvados.
Ahora, �oh, hijos de la doctrina!, dad gracias a Dios que por su divina ilustraci�n
abre y cierra el entendimiento humano. Que el santo nombre de Dios sea bendito por
los siglos de los siglos. As� sea.

Distinci�n II, extraido del libro "Del ascenso y descenso del intelecto".
Ram�n Llull
DISTINCION II: QUE TRATA DE LA PIEDRA DEL ACTO DE LA PIEDRA
1. Hay cinco sentidos (como es notorio); �stos son la vista, el o�do, el olfato, el
gusto y el tacto: a �stos a�adimos otro que nuevamente hemos conocido y
descubierto, el cual es el afato, y sin el cual no puede haber perfecta ciencia ni
tenerse de las cosas.

2. De los seis expresados sentidos, tiene los cuatro su propio acto en la piedra,
porque la vista la ve, el o�do la oye, el afato la nombra y el tacto la toca, no
teniendo el gusto ni el olfato actos semejantes en ella, respecto de no ser ente
gustable ni odorable.

3. Luego que los sentidos acaban la operaci�n de sus actos en la piedra, la


imaginaci�n abstrae de ellos las semejanzas que han percibido de ella y las hace
imaginables en su misma esencia y naturaleza, las que despu�s de imaginadas abstrae
el entendimiento de la imaginaci�n, y en su esencia y naturaleza las hace
inteligibles o entendidas: en que se manifiesta el modo que tiene el entendimiento
para ascender de lo sensible a lo inteligible, sin dudar ni creer, porque la
experiencia no se lo permite.
DE LA PASION DE LA PIEDRA
1. Es la piedra un ente pasivo, bajo del sentido como queda dicho; pero no
generalmente de todos ellos, porque por no ser gustable, ni odorable, no pueden
tener en ella sus actos el gusto, ni el olfato.

2. Percibe la vista en la piedra color y figura, y por medio de la misma potencia


visiva, comprende el entendimiento el color y la figura de la misma piedra, sin
duda ni credulidad, y sin que la imaginaci�n tenga acci�n, porque la presencia de
la piedra y el acto actual de la potencia visiva no lo permiten, como tambi�n,
porque la imaginaci�n no puede tener acto sin especie: en lo que se manifiesta que
el entendimiento con solo el acto de la vista, y sin concurrencia de la imaginaci�n
puede entender, como cualquiera puede experimentar en s� mismo.

3. El hombre, cerrados los ojos, no ve la piedra, pero la imaginaci�n la imagina si


antes por medio de la vista recibi� la especie; y as� por medio de ella, y sin la
vista en acto actual, el entendimiento entiende que la piedra tiene color y figura,
y que la misma piedra tiene pasi�n bajo los actos de la imaginaci�n y del
entendimiento, sin concurrencia de la vista entonces, como cualquiera puede
experimentar: de lo que el entendimiento hace ciencia.

4. Tiene la piedra pasiones bajo las potencias activa y auditiva, porque el afato
la nombra hacienda de ella unas veces sujeto y otras predicado: v.g.: diciendo, la
piedra es coloreada; el zafiro es piedra, y por el acto de o�rlo la potencia
auditiva tiene tambi�n pasi�n en la piedra, y as� la piedra en un mismo instante es
dos veces pasiva, cuyas pasiones recoge la imaginaci�n, y de ella el entendimiento,
haci�ndola por este medio inteligibles; en que se manifiesta que la piedra es
paciente bajo el sentido de imaginaci�n y el entendimiento.

5. El hombre que tiene en la mano una piedra siente en ella pasiones por medio del
tacto, que siente su dureza, frialdad, peso, ligereza y aspereza sin sucesi�n.
Estas pasiones recoge del tacto la imaginaci�n, pero no lo puede hacer sin sucesi�n
de tiempo, y lo mismo es del entendimiento, quien sucesivamente las saca y recoge
de la imaginaci�n, por lo que �ste se admira de que siendo la imaginativa m�s noble
potencia que la sensitiva, y siendo �l m�s que la sensitiva e imaginativa, el tacto
perciba sin sucesi�n muchas pasiones en la piedra, y el mismo entendimiento y la
imaginaci�n no puedan percibirlas, sino con ella y una despu�s de otra. Pero
descendiendo a la potencia tactiva, considera que as� como ella a un mismo tiempo
es general para percibir muchas pasiones, as� �l y la imaginativa son generales
para comprenderlas juntas, cuando las tiene en h�bito por medio del afato y el
o�do: pero que por causa de que por ellos las perciben sucesivamente ni pueden usar
de ellas sin sucesi�n, si antecedentemente no las tienen recogidas y habituadas;
mas la potencia tactiva sin sucesi�n las percibe, por no percibirlas mediante el
afato, o�do y vista; y en este caso se manifiesta de qu� modo el entendimiento es
pr�ctico y general: pr�ctico por la sucesi�n; te�rico y general por el h�bito.

6. Vuelve a descender el entendimiento a la piedra, y por medio del tacto e


imaginaci�n, considera que su frialdad es una cualidad y su dureza otra, y que no
siendo �stas propias pasiones suyas, sino es apropiadas (por ser inseparables del
sujeto que las sustenta), conoce que en la piedra hay agua y tierra, porque la
frialdad es propia e inseparable cualidad del agua, y la dureza de la tierra, y
conoce tambi�n que en la piedra est�n los elementos: pero la potencia sensitiva no
puede percibirlos si no es mediante el afato y el o�do, pues aunque por el tacto
perciba frialdad, y dureza en la piedra, �stas no son los elementos, sino es sus
cualidades.

7. En tanto que el entendimiento por este medio conoce que en la piedra est�n los
elementos de agua y tierra, se admira c�mo no percibe el aire y el fuego, siendo
as� que la piedra es un compuesto de los cuatro elementos, y entonces vuelve a
descender y por medio de la potencia visiva, que ve salir fuego del pedernal herido
con el hierro, alcanza que en la piedra hay fuego y se mueve a inquirir de nuevo si
en ella est� el aire, y percibiendo diafanidad por medio de la misma potencia en el
zafiro, esmeralda y rub�, y que cuando son intensos en el color, colorean el aire,
del cual es propio color, la diafanidad alcanza que el aire est� en la piedra y
conoce tambi�n que lo que no puede percibir por medio de un sentido particular, lo
percibe por medio de otro.

8. Es la piedra movible con movimiento violento y natural: violento cuando se


arroja con impulso al aire, y natural cuando desciendo, pues entonces se mueve con
su gravedad, cuyos movimientos son sensible por la vista, imaginables por la
imaginaci�n e inteligibles por el entendimiento, sin duda ni credulidad, por causa
de las sensuales experiencias.

9. En tanto que el entendimiento as� las conoce, considera d�nde se coligen y


caracterizan y halla que en el sensible, que es propia pasi�n del sentido com�n, y
extr�nseca de la esencia de al piedra, respecto de que ella por s� no siente, sino
que es sentida por otro, que no es de su esencia, y distingui�ndose el sentido
com�n esencialmente de la piedra, de la imaginaci�n y del entendimiento; y estando
en �l la potencia sensitiva activa, con la cual como eficiente, obra y colige las
pasiones de la piedra, haci�ndolas sensibles, se manifiesta que lo sensible, lo
sensitivo y el sentir son partes esenciales y connaturales del sentido com�n, de
las cuales consta est� constituida.
DE LA ACCION DE LA PIEDRA
1. Percibiendo el tacto la piedra fr�a, y despu�s caliente si se ha puesto al
fuego, o calentado, por medio de �l la imaginaci�n y el entendimiento conocen las
acciones de la piedra; pero �ste se admira e inquiere d�nde se fue la frialdad que
primera percibi� en la piedra, y halla que la frialdad que primero estaba en acto
en ella, con el calor se redujo en potencia y el calor que estaba en potencia en
ella misma qued� puesto en acto, y como la frialdad sea inseparable del agua, que
es su propio sujeto, y el calor del fuego, que tambi�n lo es suyo, vuelve de nuevo
a comprender y a cerciorarse de que en la piedra est�n los elementos; mas de nuevo
vuelve a dudar si �stos est�n en la piedra en acto o en potencia, y ayud�ndose con
el sentido e imaginaci�n, y con su propia raz�n y naturaleza, conoce que
necesariamente est�n los elementos realmente en la piedra, pues de otra forma su
frialdad, que qued� reducida de acto en potencia cuando la piedra se calent�, no
volver�a a recuperarse cuando se enfri�, por no tener sujeto propio en que
sustentarse, y as� quedar�a siempre reducida a la potencia, respecto de que la
cualidad activa existente en acto, no podr�a sustentarse en un elemento existente
s�lo en potencia.

2. Aplicado el jaspe a las venas abiertas las restri�e y cierra, no dejando salir
la sangre, d que tenemos experiencia por la vista; cuyo acto representado de la
potencia sensitiva a la imaginativa, y de �sta al entendimiento, �ste, admirado de
la causa de esta acci�n virtuosa, se vale de la vista y tacto para hallar la raz�n
y por la vista conoce que la piedra es del g�nero de la tierra, del cual tambi�n
son los nervios, de cuyo g�nero son las venas; y por el tacto, que la tierra es
seca y fr�a, siendo la sangre caliente y h�meda, y el jaspe intensamente seco y
fr�o, con su frialdad contradice al calor de la sangre y con su sequedad a su
humedad, por lo que el jaspe cierra las venas y la sangre se detiene y retira, no
osando salir por la parte que est� el jaspe, por ser su opuesto y enemigo.

3. El rub� es piedra que tiene el color rojo y di�fano, y tiene virtud de alegrar
el coraz�n del hombre que le ve, pero no el de la gallina u otra ave, antes si �sta
ve un grano de trigo u otra simiente se alegra, no haciendo caso de la piedra, y
eligiendo el grano: lo que admira el entendimiento, por haber cre�do que el objeto
mov�a la potencia, lo que la vista en este caso le manifiesta ser falso, pues si no
lo fuese, la vista del rub� causar�a alegr�a al coraz�n de la gallina, como la
causa al del hombre; y experiment�ndose lo contrario (pues eligiendo el grano no
hace caso de la piedra), conoce el entendimiento, que por raz�n del fin la potencia
se mueve con el objeto y que por esto el hombre con el fin de adquirir riquezas se
alegra objetando el rub�; y la gallina con el fin de vivir, que para ella es el
principal, se alegra obteniendo el grano de trigo: y en este p�rrafo se manifiesta
tambi�n de qu� modo el entendimiento asciende a adquirir las ciencias, no la
gallina ni otro animal.

4. El cristal es piedra que en el transcurso de muchos siglos se form� del agua


helada o congelada: �ste, puesto sobre el corro encarnado le recibe, y lo mismo
sobre el verde y otro cualquiera; colore�ndose de los colores sobre que se pone, lo
que experimentamos por la potencia visiva; y en vista de ello, pasa el
entendimiento a inquirir cuya es aquella acci�n en la recepci�n del color, s del
cristal o del sujeto en que el color se sustenta; y conoce que el color no deja el
sujeto en que est� sustentado, por ser accidente inseparable de �l; pero como el
cristal es di�fano mediante el aire recibe la semejanza del color, inquiere adem�s
el entendimiento si el sujeto en que el color se sustenta, influye por modo de
acci�n la similitud del color, o si el cristal la saca y atrae, y entonces se
acuerda haberse explicado en el cap�tulo de la pasi�n de la piedra, que el sentido
atrae las pasiones de ella, poni�ndolas en su sensible; en lo que conoce que el
cristal tiene potencia activa, atractiva y potencia pasiva en que recibe el color
de que se reviste y colorea; y conoce tambi�n que en el cristal hay acci�n por su
forma y pasi�n por su materia, de las cuales est� compuesto.
5. Ve la vista que el im�n atrae al hierro, y que el hierro tocado con �l se vuelve
y dirige a buscar el norte o tramontana; de cuyas dos acciones desea saber la causa
el entendimiento; y halla que como el hierro es un cuerpo trabajando y sacado
artificialmente por el hombre por medio del fuego, siendo su materia una piedra
fr�a y h�meda, y el fuego para atraerle, mortific� y despoj� el agua de su cualidad
y vigor, la que con el apetito natural de poderla recobrar y sustentar, apetece
unirse al im�n, que es cuerpo intensamente fr�o y h�medo, atrayendo mediante este
apetito el im�n a s� al hierro, como lo perfecto atrae a s� a lo imperfecto, para
que tenga en s� su quietud y descanso; del mismo modo se vuelve la aguja tocada al
im�n a buscar el norte, porque como esta regi�n es fr�a y h�meda y el im�n lo es
tambi�n, apetece y se dirige a ella como lo menos perfecto a lo m�s perfecto en su
cualidad, de forma que el im�n atrae al hierro por tener en s� las cualidades fr�a
y humera (de que el hierro tambi�n participa), m�s exaltadas y simples, y se deja
atraer o dirigir de la tramontana o septentri�n por hallarse en esta regi�n las
mismas cualidades m�s simples y activas que en el mismo im�n.
DE LA NATURALEZA DE LA PIEDRA
1. En viendo el hombre la piedra conoce que el color y la figura son sus
accidentes, y viendo tambi�n que el jaspe tiene virtud de restri�ir la sangre, el
zafiro de curar los ojos, el im�n de atraer el hierro; por medio de la imaginaci�n
y el entendimiento, conoce que la piedra en general tiene naturaleza, porque si no,
al vista no pudiera percibir en las antecedentes tan distintas acciones: mas,. No
obstante, se admira por no alcanzar en qu� puede consistir que las expresadas u
otras piedras preciosas tenga mejores virtudes que las vulgares o campestres, hasta
que ayudado de su mismo entendimiento que es potencia que usa de raz�n y reflecta
sobre si, conoce que as� como el sentido com�n tiene naturaleza de juzgar de los
objetos de los sentidos particulares y de sus diferencias, as� la piedra tiene
naturaleza en la cual y con la cual tiene muchas formas espec�ficas por medio de
las cuales tiene su modo de obrar, y as� obra u opera por medio del jaspe con la
forma espec�fica de restri�ir la sangre; con la del zafiro, con la de sanar los
ojos; y con la del im�n, con la de atraer el hierro y as� de las dem�s.

2. En tanto que el entendimiento as� elevado discurre sobre la naturaleza de las


piedras y sus virtudes y de d�nde dimanan, considera que los cuerpos celestes son
principalmente las causas naturales de ellas, como Saturno, que siendo seco y fr�o,
efectivamente causa en el jaspe la misma sequedad y frialdad, con las cuales tiene
naturaleza de restri�ir la sangre, y as� de las otras cosas semejantes a �stas.

3. Vuelve a dudar el entendimiento cu�l sea el medio que entre el jaspe y Saturno
est� separado del g�nero de sequedad y frialdad, y cree que este medio es natural
bondad, natural grandeza, y natural virtud, etc., de Saturno y del jaspe, mediante
las cuales Saturno influye en �l la natural bondad, natural grandeza y natural
virtud de restri�ir la sangre que dejo expresada; y al causa de creer y no
entenderlo bien es porque de ello no tiene experiencia por los sentidos.

4. Teniendo el hombre en la mano una piedra siente el tacto su frialdad, dureza y


gravedad, y esto lo percibe en instante el sentido com�n, pero la imaginaci�n no
puede percibirlo sino sucesivamente y cada cosa de por s�, no el entendimiento con
ser potencia m�s perfecta, de lo que admirado considera la naturaleza del tacto y
de la piedra, y halla que la piedra y el tacto tienen en un instante muchas
acciones como muchos actos �l, la imaginaci�n, el afato y el o�do, aunque todos
sucesivos, y sin poder tenerlos en instante como e tacto. De que admirando vuelve a
bajar a lo sensible y conoce que la piedra por el contacto est� contigua con la
mano, y que entre la piedra y la mano hay un medio com�n, aunque confuso, el cual
ni es de la esencia de la piedra, ni de la mano, pero se comunican por �l, y por su
contacto; en cuyo acto de parte del tacto no hay sino un tocar o sentir
indeterminado (confuso) y compuesto de la frialdad, dureza y gravedad; por cuya
composici�n e indeterminaci�n no puede la imaginaci�n percibir juntamente todas
aquellas cosas (y lo mismo le sucede al entendimiento), pues as� como el punto es
indivisible, lo es tambi�n para el tacto aquel indeterminado medio, y por eso
percibe las cosas juntas; pero siendo �stas divisible a la imaginaci�n, �sta las
distingue y percibe sucesiva y distintamente, como tambi�n lo hace el
entendimiento, afato y o�do, y en este lugar se manifiesta c�mo para adquirir
perfecto conocimiento de las cosas confusas e indeterminadas se han de distinguir y
separar sus accidentes o cualidades.

5. Queda explicado c�mo la piedra tiene actos, pasiones y acciones naturales. En lo


que el entendimiento conoce que la piedra tiene naturaleza, sin la cual no podr�a
tenerlas, y por consecuencia conoce tambi�n que en la naturaleza de la piedra hay
movimiento, sin el cual no podr�a tener actos, pasiones, ni acciones naturales.
Pero no obstante, inquiere d�nde percibe aquel movimiento, si intr�nseca o
extr�nsecamente en la piedra o en otra cosa: y descendiendo al tacto, halla que el
agua tiene acci�n, pues enfr�a la mano, y tambi�n la tierra, pues con su gravedad y
peso la ofende, y as� de los dem�s elementos; y asimismo halla que el jaspe mueve
la sangre para que huya y se retire de �l, y que el im�n mueve al hierro
atray�ndole, y la gravedad a la piedra para que descienda: en todo lo cual conoce
que en la piedra hay propio natural movimiento por el cual tiene en s� natural
movente, natural movible y natural mover; esto es una simple naturaleza, natural
virtud activa, natural virtud pasiva y natural virtud conexiva, sin los cuales no
pudiera moverse a los referidos actos, pasiones y acciones.

DE LA SUSTANCIA Y ACCIDENTE DE LA PIEDRA


1. Ve el hombre la piedra coloreada y figurada, y el entendimiento sin el acto de
la imaginaci�n conoce estos accidentes sustentados en la piedra y cerrado despu�s
los ojos, por medio del acto de la imaginaci�n, entiende los mismos accidentes; en
lo que se manifiesta que el entendimiento puede entender por medio de la
imaginaci�n y puede entender sin ella, s�lo por medio de los sentidos.

2. Despu�s que el entendimiento ha alcanzado y entendido todo esto vuelve a


descender a los sentidos por medio del o�do, que oye decir al afato que ning�n
accidente existe por s�, sino por la sustancia, conoce que la piedra es sustancia,
y que la proposici�n que el afato pronuncia diciendo, ning�n accidente existe sin
sustancia, es tan verdadera como decir el hombre es animal; y conoce tambi�n que
los antiguos y modernos fil�sofos han hecho al afato una gran injuria por no
haberle reconocido por uno de los sentidos, siendo �l tan necesario, y a�n m�s para
adquirir las ciencias que los otros sentidos, porque privado el afato se privar�a
la locuci�n, con lo que no pudiera el o�do causar la ciencia oyendo, y sin la
ciencia no tendr�amos noticia de las cosas pasadas, ni futuras, ni de Dios
glorioso, pues solamente tendr�amos noticia de lo presente.

3. El que tiene una piedra cristalina en la mano percibe por el tacto su frialdad y
dureza, que son sus accidentes, los que conoce el entendimiento que se distinguen
en especie, y porque le es notorio que los accidentes no existen sin la sustancia,
entiende que la piedra es una sustancia en que los accidentes se sustentan, y por
ello pasa a conocer tambi�n que en la piedra hay m�s de una sustancia, pues
distingui�ndose en ella la frialdad y al dureza, y pronunciando el afato que la
frialdad es propia pasi�n del agua y su accidente inseparable, y que la dureza es
propia pasi�n de la tierra y su accidente inseparable, es preciso que en la piedra
existan el agua y la tierra; y por medio de la vista alcanza tambi�n que existen en
la misma piedra el aire y el fuego, pues la diafanidad que �sta ve en el cristal es
propia pasi�n del aire, y la lucidez que hay en el mismo lo es del fuego, y as� por
medio de la vista conoce el entendimiento existir en el cristal los elementos de
fuego y aire, y por medio del tacto los de agua y tierra.

4. No obstante esto, le queda al entendimiento alguna duda porque como la vista no


ve en la piedra si no es una figura y un sujeto revestido de color y el tacto no
toca si no es aquel mismo sujeto, no puede persuadirse que en la piedra haya cuatro
sustancias diferentes, hasta que ayud�ndose con la memoria su hermana (que es el
archivo de las especies que �l adquiere), conoce y se cerciora de que la piedra es
compuesta de cuatro sustancias, las que aunque no puede ver la vista por ser
invisibles, ni tocar el tacto por ser intangibles, las puede nombrar el afato, y
o�r el o�do, como antecedentemente queda explicado.

5. A�n duda el entendimiento considerando que si e fuego estuviera actual y


sustancialmente en la piedra la quemara; cuya duda le ocasiona la vista cuando ve
que el fuego que sale de la piedra quema el le�o y las dem�s cosas a que se aplica,
y derrite y funde el oro y dem�s metales; pero por medio de la misma vista sale de
la duda considerando que el fuego no quema la olla o vaso puesto sobre las brasas
encendidas si est� lleno de agua, a causa de que el agua con su natural frialdad
resiste a la acci�n del fuego; y el afato ayuda al entendimiento para salir de esta
duda y comprender la verdad, diciendo: El fuego no quema sino mediante la llama
existente en acto; en la piedra no est� la llama en acto, sino en potencia; luego
el fuego no puede quemar la piedra.

6. Cae el entendimiento en otra duda considerando que as� como muchos cuerpos no
pueden a un tiempo estar en un cuerpo, de modo que el uno exista en el otro; as�
muchas sustancias no pueden a un tiempo estar en una, como es la piedra: pero
ayud�ndose con el afato, o�do y vista, alcanza y comprende la verdad porque el
afato dice que si se hace un tri�ngulo de plata que tenga los tres �ngulos agudos,
y un cuadr�ngulo de oro que tenga los cuatro �ngulos rectos, en tanto que estas dos
figuras existan no se puede de ellas formar una por no permitirlo su situaci�n,
habituaci�n y n�mero; pero que si se ponen en un vaso al fuego, �ste las funde,
derrite y separa; y deshace los �ngulos, habitudes, n�meros y situaciones que las
compon�an, mezclando la plata y el oro sin destruir las esencias d estos metales,
pero s� las dichas figuras; y que as� de un modo en algo semejante obra el agente
natural o Dios, poniendo por modo de misi�n en una piedra muchas sustancias,
apartando de cada una su situaci�n, habituaci�n y figuraci�n, y no sus naturales
esencias, ni propias pasiones; y de esta forma por lo que el afato dice, oye el
o�do y ve la vista, sale el entendimiento de su duda, y queda quieta y asertivo; y
nosotros hemos dado bastante doctrina y ejemplos, con los que hemos puesto, no s�lo
para hacer objeciones, sino es para dar las correspondientes soluciones a estos y
otros argumentos, en �stos y otros asuntos.

DE LA SIMPLICIDAD Y COMPOSICION DE LA PIEDRA


1. Teniendo el hombre una piedra en la mano la ve simple en n�mero, aunque contiene
en s� muchas simplicidades, como son el color y la figura que se distinguen en
especie, lo que pronuncia el afato, lo oye el o�do y la vista lo percibe, en lo que
el entendimiento conoce muchas cosas simples diferentes en n�mero.

2. Ve la vista que si se mezclan una cosa blanca o coloreada de la blancura (como


la cal), y una negra o coloreada de la negrura (como el carb�n), resulta u color
medio compuesto de ambos y porque en realidad es esto as�, y el afato en realidad
lo pronuncia, el o�do lo oye, la imaginaci�n y el entendimiento lo perciben; y est
tr�nsito y paso de lo sensible a l imaginable e inteligible es lo que llamamos
ascenso del entendimiento.

3. Teniendo el hombre en la mano un pedazo de cristal, siente por el tacto que esta
piedra es fr�a y dura, y as� percibe unas simples formas; y en tanto que el
entendimiento considera que �stas no pueden existir sin sustancia, percibe las
simples sustancias, en que est�n sustentadas estas accidentales formas, esto es, la
frialdad en el agua y al dureza en la tierra, en lo que conoce que est�n all� el
agua y la tierra y en la diafanidad de la misma piedra, que est� all� el aire, y en
la lucidez, que est� all� tambi�n el fuego, por ser cualidades propias e
inseparable de estos elementos.

4. Conocidas de este modo por el entendimiento las simples sustancias, desciende el


tacto, el cual percibe la composici�n de las mismas sustancias, por sentir en
instante sus cualidades, aunque se admira, por ignorar el como existen, hasta que
por medio del o�do oye del afato estas verdaderas palabras: el fuego calienta al
aire d�ndole su calidez, la que no se separa de su propio sujeto, y as� cuando la
calidez entra en el aire, entra tambi�n el mismo fuego; y lo mismo es del aire que
humedece el agua, y del agua que de su frialdad enfr�a a la tierra, y de la tierra
que de su sequedad habit�a y viste al fuego; y por esta circulaci�n entran en
mixi�n los elementos, y componen la misma piedra.

5. Conoce el entendimiento que en el fuego y en los dem�s elementos ha y una


sustancia simple, en cuanto (por ejemplo) la sustancia del fuego por su esencia
est� exenta de todo accidente, pero compuesta de su propia forma y propia materia;
y as� de los dem�s elementos.

6. A�n duda el entendimiento el modo como la piedra est� compuesta de dichas


sustancias y accidentes , por lo que recurre al afato, el que verdaderamente dice
que los cuatro elementos componi�ndose entre s� mismos, componen la sustancia de la
piedra, y su composici�n causa la composici�n de los accidentes de la piedra, y de
esta suerte la piedra es un cuerpo compuesto de sustancia y accidentes.

7. Duda adem�s el entendimiento si en la misma piedra est�n las sustancias simples


existentes por s�, como el fuego simple, el aire simple, el agua simple y la tierra
simple, y el afato por medio del o�do le saca de la duda, publicando que si porque
seg�n su ser no incluyen accidentes, y por su esencia est�n desnudos de ellos,
llamando a estas simples sustancias, sustancias primeras, las que seg�n su ser no
son visibles ni palpables, sino es afables, o�bles e imaginables indeterminada y
confusamente, pero inteligibles por el entendimiento, con distinci�n y claridad.

8. Considera adem�s el entendimiento que la piedra es sustancia que no existe por


s� sola en su simplicidad por no poder existir sin accidentes, y luego el afato
llama a esta sustancia segunda, por ser compuesta de sustancias y accidentes y m�s
inmediata a la vista y al tacto que la primera (y por esto �sta se toca y ve, y
aqu�lla no), y la imaginaci�n comprende m�s �sta que aqu�lla y tambi�n el
entendimiento.

DE LA INDIVIDUALIDAD DE LA PIEDRA
1. El que tiene en la mano una piedra cristalina, la ve coloreada y figurada, lo
que el afato publica y oye el o�do, y teniendo los ojos abiertos, la entiende sin
imaginarla, y as� el afato, o�do y entendimiento, seg�n su ciencia, individ�an esta
piedra con este pronombre �sta, en lo que el entendimiento conoce que la piedra
est� individuada por ellos y por �l; pero se admira e inquiere la causa de la
natural individuaci�n de la misma piedra, y ayud�ndose de la memoria, su hermana
(de la cual se sirve para memorar �l; como el afato el o�do para o�r), se acuerda
del cap�tulo de la simplicidad y composici�n de la piedra, en donde se dice que las
segundas sustancias no existen simplemente por s� solas, por estar compuestas de
las sustancias simples, y de sus propios accidentes, por los que naturalmente se
individ�an; pero a�n duda e inquiere cu�l es la causa o causas de la individuaci�n
de las simples sustancias y accidentes de que est� compuesta la piedra y cree que
el agente natural o Dios son las causas; crey�ndolo solamente sin entenderlo,
porque las causas de la individuaci�n de los entes son insensibles e inimaginables,
en lo que se manifiesta el modo que tiene el entendimiento de ascender al grado de
la credulidad.

2. Teniendo el hombre en la mano una piedra cristalina ve que es un cuerpo di�fano,


y que de ella se saca fuego, por lo que el afato pronuncia que donde hay diafanidad
necesariamente hay aire; y que donde hay lucidez necesariamente hay fuego; y por
cuanto es verdad lo que dice el afato, oye el o�do y ve la vista, en este caso
conoce el entendimiento que en la piedra hay dos sustancias individuadas en especia
distintas, que son el fuego y el aire.

3. Siente el tacto en la piedra frialdad y dureza, por lo que pronuncia el afato


que en la piedra hay agua existente, por ser la frialdad su accidente inseparable y
sintiendo tambi�n dureza, dice que en aquella piedra hay tierra, por ser la dureza
accidente inseparable de la tierra y respecto de ser verdad lo que el afato dice,
oye el o�do y toca el tacto, conoce el entendimiento que en dicha piedra est�n
tambi�n individuadas las dos sustancias de agua y tierra.

4. En tanto que el entendimiento considera de esta suerte y entiende que en la


piedra est�n individualizadas las cuatro expresadas sustancias; conoce tambi�n que
de ellas est� compuesta, e individualizada la misma piedra con los mismos
accidentes individualizados y sustentados en ella, como son su propia cantidad,
calidad, relaci�n, acci�n, pasi�n, habituaci�n, situaci�n y lugar; respecto de
estar colocada y temporificada, por ser movible y haber tenido principio.

DE LA ESPECIE DE LA PIEDRA
1. Considera el entendimiento en la piedra dos g�neros de especies, es a saber,
reales e intencionales; de este modo, el hombre, teniendo una piedra cristalina en
la mano, ve que aquella y otra u otras piedras cristalinas est�n contenidas bajo
una misma especie; esto la potencia visiva lo ve, el afato lo dice, el o�do lo oye
y la imaginaci�n lo imagina, todos con realidad y verdad; por lo que con la misma
ascienda el entendimiento a comprender las especies de las piedras reales e
intencionales, y mediante las intencionales adquiere ciencia de unas y otras.

2. Percibe el tacto la frialdad de una piedra cristalina, la potencia visiva ve al


mismo tiempo otra piedra cristalina separada de aqu�lla, y ve otra piedra marm�rea
separada de las dos, y toc�ndolas el hombre a un mismo tiempo o tom�ndolas en las
manos siente en ellas dos frialdades diferentes en n�mero, las que juzga estar
contenidas bajo una misma especie; pero la potencia visiva que ve en ellas tan
distintos colores y figuras, las distingue y diferencia, percibiendo ser la una
m�rmol y la otra cristal, y respecto de que estas dos potencias verdaderamente han
juzgado (porque el tacto tambi�n verdaderamente percibi� las dos especias de
frialdad o una frialdad distinguida en dos especies, esto es, en las distintas
piedras), el afato verdaderamente lo publica, el o�do lo oye y la imaginaci�n lo
imagina, y el entendimiento, conducido de otras estas verdades que percibe por los
sentidos e imaginaci�n, conoce las distintas especies de las piedras y de ello
adquiere verdadera y segura ciencia.

3. Ve la potencia visiva que el im�n atrae al hierro, y que la esmeralda (que tiene
el color intenso) reviste o colora de su propio color al aire; por lo que el afato
pronuncia que el aire es un elemento receptivo del color que se le aplica, y el
afato llama aquel color especie de la piedra por ser su semejanza, de lo que
ascienda a tener conocimiento el entendimiento por medio del afato, o�do, vista e
imaginaci�n; mas se admira de que el im�n no preste o d� color al aire que est� en
medio de el y del hierro; lo que le hace creer que entre el hierro y el im�n no hay
especia por medio de la cual �ste atraiga a aqu�l; pero descendiendo a la potencia
visiva experimenta lo contrario, y el afato pronuncia que el im�n sin especie no
pudiera atraer al hierro, lo que obliga al entendimiento a volver a descender a la
potencia visiva, y por ella sale de la duda, advirtiendo que el im�n y el hierro
son cuerpos opacos, y no di�fanos y que por esto no pueden colorear el aire, en lo
que llega a conocer que entre el hierro y el im�n hay especie; pero que �sta es
invisible e imperceptible a la vista, pero perceptible al o�do por medio del afato.

4. Percibe el tacto la frialdad, dureza y gravedad de la piedra; por lo que el


afato pronuncia, el o�do oye y la imaginaci�n imagina que entre la piedra y el
tacto hay un por medio, el cual percibe estos accidentes y que �ste es especie; lo
que verdaderamente mediante ellos comprende el entendimiento, y adquiere de ello
verdadera y cierta ciencia.

DEL GENERO DE LA PIEDRA


1. Teniendo el hombre en la mano una piedra cristalina, la potencia visiva ve que
la misma piedra, y otra cualquiera piedra campestre o mineral, convienen en un
g�nero, porque cada una es un cuerpo de piedra, de suerte que cuando el afato
absolutamente sin a�adir alg�n signo particular o pronombre demostrativo nombra
piedra, el o�do oye piedra, y as� entrambos hacen de ella g�nero el que la
imaginaci�n imagina y el entendimiento entiende; pero como es invisible, se admira
no pudiendo comprender d�nde existe y est� colocado, hasta que recuerda lo que se
ha dicho en los cap�tulos de la especie, individualidad, simplicidad y composici�n
de la misma piedra, y entonces el afato dice que el g�nero existe tan realmente en
las distintas especias de las piedras como las especies realmente existen de sus
individuos; conociendo entonces el entendimiento que el afato pronuncia la verdad:
en lo que se manifiesta que el afato participa m�s con el entendimiento que
cualquier otro sentido por cuya raz�n es m�s alto y m�s noble que los dem�s
sentidos.

2. La potencia tactiva toca en un tiempo una piedra y en otro otra, y sucesivamente


muchas, percibiendo en todas una cualidades generales, como son: pesadez, dureza y
frialdad, y entonces dice el afato que estas cualidades generales son en la piedra
diferentes en n�mero una de otras, las que el o�do verdaderamente oye y la
imaginaci�n verdaderamente imagina; de donde ascienda el entendimiento a conocer
las generales pasiones de al piedra, sustentadas en un mismo sujeto; pero se admira
y duda d�nde existe aquel sujeto general invisible, hasta que memorando los
cap�tulos pr�ximamente citados, pronuncia el afato que este g�nero, por modo de
ciencia existe en el mismo entendimiento, por modo de voz en el mismo afato, en el
o�do por modo de acto y por consiguiente en la imaginaci�n.

DE LA ENTIDAD DE LA PIEDRA
1. La potencia visiva ve que la piedra es un ente revestido de color y de figura el
tacto que la toca siente que es un ente fr�o y pesado; en lo que conoce el
entendimiento que la piedra es un ente natural, por que lo dice al afato, lo oye el
o�do, y la imaginaci�n lo imagina.

2. En tanto que de esta suerte considera e entendimiento que la piedra es un ente


natural, considera tambi�n que en ella hay ente sustancial y accidental, como
largamente queda dicho en el cap�tulo de la simplicidad y composici�n de la piedra,
y el mismo entendimiento compone este mismo ente, que es la piedra de sustancia y
accidente y considera que en ella es un ente corp�reo compuesto de ente sustancial
y accidental, y el afato lo nombra ente corp�reo, como queda dicho en el expresado
cap�tulo.

3. La potencia visiva ve esta piedra cristalina que es un ente, y la tactiva la


toca, y entonces el afato afirma que esta piedra es un ente, y no es el ente de
otra piedra cristalina, ni es el ente de otra piedra de m�rmol, ni menos es el ente
de aquella planta; y entonces considera el entendimiento en cu�l de estas cosas que
el afato ha pronunciado ha dicho mayor verdad, si en las que afirma, o en las que
niega; y descendiendo al tacto que en la piedra toca pesadez y frialdad, y no en
las otras cosas: conoce que al afato es m�s verdadero en lo que afirma que en lo
que niega.

4. Vuelve a pronunciar el afato que esta piedra cristalina no es aquella otra


piedra cristalina, ni aquella otra piedra de m�rmol, ni menos es aquella planta; y
entonces considera en cu�l de estas negaciones es el afato m�s verdadero; y
descendiendo a la potencia visiva, por medio de ella alcanza y conoce que esta
piedra cristalina no es aquella otra piedra cristalina, lo que es verdad; pero que
lo es mayor cuando dice que esta piedra cristalina no es aquella piedra marm�rea,
porque la cristalina y al de m�rmol difieren en especie, y las dos cristalinas no;
en lo que se manifiesta el superior modo que tiene el entendimiento para conocer
los entes naturales m�s por la afirmaci�n que por la negaci�n, y m�s por una
negaci�n que por otra negaci�n.
5. Estando as� el entendimiento elevado en el conocimiento del ente natural,
considera e inquiere si en la piedra se convierten el ente y la entidad, y
descendiendo a lo sensible, halla que la vista ve la piedra coloreada y que el
tacto la toca fr�a y pesada, sin que por tanto pueda percibir que la piedreidad o
esencia de la piedra sea coloreada, ni fr�a; y entonces el afato pronuncia que en
la piedra el ser y la esencia no son una misma cosa, lo que entiende el
entendimiento.

6. Estando �ste satisfecho de su ascenso al conocimiento de la piedra por medio de


aquellas cosas que le son naturales, desea alcanzar el conocimiento del ente
metaf�sico, y descendiendo a lo sensible, conoce que por los sentidos ni por la
imaginaci�n no puede alcanzarle, por ser insensible e inimaginable, y s�lo propio
del mismo entendimiento (como potencia m�s noble en poder y virtud), ascender al
conocimiento de que el ente metaf�sico tiene ser, pero dudando si su ser es ente
real, o si s�lo le tiene en el alma, desciende para m�s poder ascender, y
acord�ndose de los cap�tulos en que e trata de la sustancia y accidente, de la
simplicidad y composici�n, y de la especie y el g�nero de la piedra; y ayud�ndose
del o�do, pronuncia el afato que as� como el cuerpo natural y real es compuesto de
sustancia y accidente, as� el ente metaf�sico es un ente real que existe por el
mismo entendimiento sobre la sustancia y accidente y as� en cuanto asimismo es
natural y superior, como el cuerpo natural compuesto de sustancia y accidente, lo
es sobre las cosas de que se compone y se dice que es ente natural, porque es
compuesto de su simple forma y materia, y en cuanto a su esencia esta desnudo de
todo accidente, por cuya raz�n se le nombra ente metaf�sico separado de la
naturaleza del cuerpo.

7. Percibiendo el entendimiento mediante el o�do lo que pronuncia el afato, duda si


es discurso verdadero o no, y volviendo a descender a la vista, o�do e imaginaci�n,
vuelve a hallar que �stos no pueden ascender a tener por objeto la ente metaf�sico
ni a darle noticia alguna de �l; pero al mismo tiempo halla tambi�n que no se la
pueden dar ni informarle de nada en contrario, ni que repugne a lo que el afato ha
proferido; en lo que conoce que el afato ha dicho la verdad, y de ella saca el
entendimiento especies abstractas del ente metaf�sico, con las cuales le conoce y
hace de �l real ciencia.

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