Lo Bueno y Lo Malo de La Teología de Karl Barth
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Karl Barth, nacido en Suiza, fue posiblemente el teólogo de mayor renombre del siglo XX.
Hasta el día de hoy, sin embargo, sigue siendo bastante desconocido dentro del campo
evangélico hispanohablante. En este artículo vamos a resumir el pensamiento de Barth en diez
puntos para que lo conozcamos mejor.
Después de los horrores de la primera guerra mundial (1914-18), el joven Barth reaccionó
contra la escuela teológica en la cual había sido instruido, a saber, la teología liberal. Barth
recriminó a sus maestros liberales tales como Wilhelm Herrmann (1846-1922) y Adolfo von
Harnack (1851-1930) por bautizar la cultura alemana en el nombre del reino de Dios.
En vez de defender la continuidad liberal entre la cultura y la fe, la experiencia religiosa humana
y Dios, el tiempo y la eternidad, Barth resaltó su discontinuidad radical, recalcando que la
verdad de la fe cristiana no depende de la naturaleza humana sino de la naturaleza divina
(como creía Anselmo). En palabras de Barth, los teólogos liberales no eran sino antropólogos.
Opinó Barth que cuando Friedrich Schleiermacher (el padre de la teología liberal) se refería a
Dios, en realidad estaba aludiendo al hombre. La teología tiene que empezar desde la Palabra
de Dios, no desde el hombre moderno. “Si la teología quisiera invertir su relación, y en lugar de
relacionar al hombre con Dios relacionara a Dios con el hombre, entonces se entregaría a sí
misma a una nueva cautividad babilónica”.1
Donde la teología liberal había rechazado la doctrina de la Trinidad, Barth arraigó su teología
en la confesión del Dios trino. ¿Por qué? Por dos razones.
Primero, Barth encontró la doctrina claramente enseñada en las Escrituras. Segundo, Barth usó
la Trinidad para explicar su teología de la Palabra/revelación. El Padre, el cual es velado, toma la
iniciativa en darse a conocer al ser humano a través de la “develación” del Hijo y la
comunicación del Espíritu. “Si la palabra forma parte del ser de Dios, esto implica: un sujeto de
la Revelación, el Revelador de quien procede toda la iniciativa: el Padre; el hecho de la
Revelación misma, la Palabra: el Hijo; y la comunicación de esa Palabra y esa Revelación: el
Espíritu que genera en nosotros la fe como acogida, pues la Palabra dejaría de serlo si fuera
solo pronunciada y no llegara a ser escuchada”.2
En esta línea Barth discrepó públicamente con su colega neo-ortodoxo Emil Brunner (1889-
1966) en 1934, ya que este seguía creyendo en la posibilidad de la revelación en la creación, y
aun de su tan admirado “maestro”, Juan Calvino. Barth también condenó la doctrina católico
romana de la analogía del ser —fundamentada en el conocimiento natural de Dios— como
“una invención del anticristo”.
Una de las propuestas más originales (y criticadas) de Barth fue su reformulación de la doctrina
de la elección. Aunque Barth compartía el enfoque reformado en la soberanía divina, no aceptó
la doble predestinación de Calvino en la cual hay un decreto eterno de Dios según el cual
algunos están destinados al infierno y otros al cielo. El eje cristológico de Barth le llevó a
aseverar que Jesucristo es a la vez el Dios elector por un lado, y el hombre elegido y reprobado
por el otro. Puesto que Jesús ha sido reprobado por amor a la humanidad, nadie más puede
ser rechazado.
Barth atacó las típicas visiones del juicio final que han representado los grandes pintores tales
como Miguel Ángel en la capilla Sixtina. “Cristo se presenta con los puños apretados separando
a los hombres a derecha e izquierda; y la mirada queda fija en los condenados. Los pintores
han imaginado, en parte, con voluptuosidad cómo se hunden los condenados en el lago
ardiente infernal. Decididamente [el juicio final] no se trata de eso”.4
Si Cristo es el único reprobado en la teología de Barth, es lógico que no haya nadie que sea
condenado. Creyó que la tarea misionera de la iglesia consistía en decir a los no cristianos que
ya habían sido aceptados por Dios.
Barth es famoso por oponerse al führer, Adolf Hitler (1889-1945). Formó parte de la federación
de las iglesias confesantes alemanas, la cual se opuso a los errores de los cristianos alemanes
por abrazar el nazismo con celo mesiánico. El suizo redactó la Declaración de Barmen (1934) en
la cual confesó que: “Jesucristo, según el testimonio que de Él tenemos en la Sagrada Escritura,
es la única palabra de Dios. A ella sola debemos escuchar, en ella sola debemos confiar y
obedecerla en vida y en la muerte”.5
Un año más tarde Barth tuvo que salir de Alemania después de perder su puesto en la
universidad de Bonn por rehusar jurar lealtad a Hitler. Encontró trabajo en la universidad de
Basilea, su ciudad natal, donde enseñaría hasta su jubilación en el 1962.
Puesto que la teología liberal, siguiendo los pasos del optimismo progresista de Kant y Hegel,
había confundido la evolución de la historia con el Reino de Dios, Barth optó por olvidarse de
la historia en su teología de la Palabra. Barth mantuvo viva la distinción neokantiana
entre historie (historia literal) y geschichte (historia existencial), haciendo hincapié
en geschichte como la única esfera de la revelación. Por lo tanto, el suizo estuvo más interesado
en el significado de los eventos salvíficos registrados en las Escrituras que en su literalidad
histórica. El tiempo histórico no puede tener nada que ver con Dios. La temporalidad
cronológica, según Barth, conduce a la nada. El relato de Génesis 1-3, por ejemplo, es
simplemente un cuento o una leyenda teológica. No hubo tal huerto de Edén. Adán, por su
parte, es un símbolo de la raza humana.
Hablando sobre la venida del Señor, escribe Barth: “¿Qué traerá el futuro? No un nuevo cambio
histórico, por cierto, sino la revelación de lo que ya es. El futuro es verdadero futuro, pero este
futuro es el de aquello de lo que la Iglesia recuerda, aquello que sucedió de una vez para
siempre. El Alfa y la Omega son lo mismo”.7
La parousía de Cristo, entonces, no es algo que sucederá en el futuro, sino algo que se puede
experimentar ahora. La segunda venida y la presencia de Cristo son la misma realidad. Hay que
dejar de pensar en el futuro como algo cronológico para verlo como realmente es: la distinción
cualitativa entre el tiempo y la eternidad. En este sentido Barth sería fuertemente criticado por
uno de sus alumnos más famosos, Jürgen Moltmann (1926-).
Barth propuso una triple división en cuanto a su doctrina de la Palabra de Dios. Por un lado
está la palabra escrita, a saber, las Sagradas Escrituras. La Biblia es el testimonio profético y
apostólico tocante al unigénito Hijo de Dios, Jesucristo. Por otro lado está la palabra predicada,
o sea, el sermón dominical. En este sentido Barth seguía la Segunda Confesión Helvética, la
cual estipula: “Si hoy en día es anunciada dicha Palabra de Dios en la iglesia por predicadores
debidamente autorizados, creemos que la Palabra de Dios misma es anunciada y escuchada
por los creyentes; pero igualmente creemos que no debe inventarse ninguna otra palabra de
Dios o esperar que vaya a venir del cielo. Por otra parte, hemos de poner la atención en la
Palabra de Dios misma más que en el predicador; porque incluso si se tratase de un hombre
malvado y pecador, la Palabra de Dios permanece verdadera y buena”.8
Pero por encima de la palabra escrita y la palabra predicada está la Palabra de palabras, esto
es, el Señor Jesucristo. Él es la Palabra en el sentido superlativo. Tanto la palabra escrita y la
predicada dan testimonio de Él. Jesucristo es la revelación de Dios.
Como evangélicos reconocemos el gran valor de la obra de Barth en rescatar varias doctrinas
que el liberalismo teológico había descartado, por ejemplo, la Trinidad, la soberanía de Dios, la
distinción cualitativa entre el Creador y la creación, la cruda realidad del pecado humano, y una
teología y una predicación centradas en la revelación divina. Apreciamos su preocupación por
seguir el modelo de los reformadores y de Schleiermacher en colocar a Cristo en el centro del
quehacer teológico. Y a nivel político, no podemos sino admirar su valentía en denunciar el
partido nazi en términos bíblicos.
No obstante, en obediencia al mandato apostólico: “examínenlo todo cuidadosamente,
retengan lo bueno”, los protestantes conservadores discrepamos con el pensador suizo en
varios puntos clave sobre todo en cuanto a su falta de seriedad exegética en reformular la
doctrina de la elección junto con sus implicaciones universalistas y misiológicas. Otro paso
problemático es su duda tocante a la infalibilidad bíblica. Si la Biblia contiene errores, ¿cómo
podemos confiar en ella? ¿Quién determina qué partes de la Escritura son correctas o
erróneas? El desinterés kantiano de Barth en los hechos históricos literales tocantes a la
revelación también nos incomoda, además de su reducción de la escatología al “momento
eterno”. En cuanto a su punto de vista sobre la utilidad de la apologética, las opiniones dentro
del campo evangélico están divididas.
Con todo, creemos que la relevancia de Barth para nuestros días en la península ibérica, al igual
que en los países hispanos, reside en su teología teocéntrica. Y por eso podemos estar bien
agradecidos a Dios por los escritos de Barth aunque no estemos de acuerdo con varias
carencias doctrinales en su pensamiento.
IMAGEN: WIKIPEDIA.
Casado con Agota, Will Graham sirve como predicador itinerante en España y es profesor de
Pneumatología, Apologética y Teología contemporánea en la Facultad de Teología (Córdoba).
Escribe semanalmente en sus blogs 'Brisa fresca' en Protestante Digital y 'Fresh Breeze'
en Evangelical Focus. Puedes encontrarlo en Facebook.
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7 hábitos de pastores
experimentados
23 MAYO, 2017 | Thom Rainer
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Han estado en su iglesia actual por lo menos diez años, y a menudo, por mucho más tiempo.
He estado siguiendo a estos pastores de larga duración durante años. Y he visto constantemente siete
patrones o hábitos en sus vidas. Sin duda, estos hábitos no son exclusivos de los pastores
experimentados. Pero parecen ser más consistentes entre pastores que han estado en una iglesia durante
al menos diez años.
1. No dejan de pasar un día sin orar o leer la Palabra. Son realmente pastores según Hechos 6:4. Se
niegan a sucumbir a la tiranía de lo urgente. Tienen la oración y la lectura de la Biblia como una
prioridad en sus agendas. Por lo general, temprano en la mañana. Son capaces de seguir adelante ya que
están alimentados todos los días.
2. Saben que los mosquitos son mosquitos. Así que son capaces de mirar más allá de las críticas
momentáneas y de las pequeñas molestias.
3. Oran por sabiduría. Me sorprende y anima descubrir cuántos pastores experimentados incluyen la
oración de Santiago 1:5 en su vida de oración.
4. Sueñan en grande. Son pastores que no están satisfechos con el status quo. Realmente creen que
sirven a un Dios que tiene planes más grandes de lo que pueden imaginar en sus propias fuerzas.
5. Buscan intencionalmente ver lo bueno en sus propias iglesias. Eso les ayuda a no caer en la trampa
de creer que lo mejor siempre está en la próxima iglesia.
6. Mantienen un enfoque hacia el exterior. Los pastores que difícilmente están satisfechos son
pastores miserables o pastores que van de salida. Los pastores experimentados toman la amonestación de
Pablo a Timoteo en serio. Hacen trabajo de evangelista (2 Tim. 4:5).
7. Se encargan de sus familias. Saben que sus familias son lo primero en el ministerio. De hecho,
captan claramente que no pueden liderar a sus iglesias a largo plazo a menos que se ocupen de sus
familias (1 Tim. 3:5).
El pastor a largo plazo camina en la dirección correcta hacia un ministerio saludable y fructífero.
IMAGEN: LIGHTSTOCK.
Thom S. Rainer es el presidente y CEO de LifeWay Christian Resources. Antes de LifeWay, sirvió en
el Seminario Teológico Bautista del Sur durante 12 años, donde fue decano fundador de la Escuela de
Misiones y Evangelismo Billy Graham.
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Muchas iglesias son un desastre. Son indiferentes a la teología, están confundidas, o peligrosamente
equivocadas. Litúrgicamente están cautivas a las modas superficiales. Moralmente viven vidas que no se
distinguen del mundo. A menudo tienen mucha gente, dinero, y actividades. Pero ¿son realmente
iglesias, o se han degenerado a ser clubes sociales?
¿Qué es lo que ha salido mal? En el centro de este desastre hay un fenómeno simple: las iglesias parecen
haber perdido el amor y confianza en la Palabra de Dios. Todavía andan con Biblias, y declaran la
autoridad de las Escrituras. Aún tienen sermones basados en versículos de la Biblia, y tienen estudios
bíblicos. Pero en realidad, no mucho de la Biblia se lee en sus servicios. Sus sermones y estudios
generalmente no examinan la Biblia para ver lo que esta piensa acerca de lo que es importante para el
pueblo de Dios. Cada vez más tratan a la Biblia como un pedazo de inspiración poética, de psicología
popular, o de consejos de autoayuda. Las congregaciones donde la Biblia es ignorada o abusada están en
el más grave peligro. Las iglesias que se apartan de la Palabra pronto encontrarán que Dios se ha
apartado de ellos.
¿Qué solución nos enseña la Biblia para esta triste situación? La corta pero profunda respuesta la da
Pablo en Colosenses 3:16, “Que la palabra de Cristo habite en abundancia en ustedes, con toda sabiduría
enseñándose y amonestándose unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a
Dios con acción de gracias en sus corazones”. Necesitamos que la Palabra habite en nosotros
abundantemente para que conozcamos las verdades que Dios considera que son más importantes, y así
poder conocer sus propósitos y prioridades. Tenemos que estar menos preocupados por “las necesidades
percibidas” y más por las necesidades reales que tienen los pecadores perdidos, como se enseña en la
Biblia.
Pablo no solo nos llama aquí a que la Palabra more ricamente en nosotros, sino que también nos muestra
cómo luce esa rica experiencia de la Palabra. Él nos muestra eso en tres puntos. (Pablo era un
predicador, después de todo).
En primer lugar, nos llama a ser educados por la Palabra, la cual nos llevará a la sabiduría cada
vez más rica a través de la enseñanza y exhortación mutua. Pablo nos recuerda que la Palabra debe
ser enseñada y aplicada en nuestra vida, como resultado de que ella habite en abundancia en nosotros. La
iglesia debe fomentar y facilitar este tipo de enseñanza, ya sea por medio de la predicación, estudios
bíblicos, lectura, o conversaciones. Debemos estar creciendo en la Palabra.
Sin embargo, no debemos acumular solo información de la Palabra. Debemos estar creciendo en el
conocimiento de la voluntad de Dios para con nosotros: “Por esta razón, también nosotros, desde el día
que lo supimos, no hemos cesado de orar por ustedes, pidiendo que sean llenos del conocimiento de Su
voluntad en toda sabiduría y comprensión espiritual” (Col. 1:9). El conocer la voluntad de Dios nos hará
sabios, y en esa sabiduría seremos renovados a la imagen de nuestro Creador, una imagen muy dañada
por el pecado: “y se han vestido del nuevo hombre, el cual se va renovando hacia un verdadero
conocimiento, conforme a la imagen de Aquél que lo creó” (3:10).
Esta sabiduría también reordenará nuestras prioridades y propósitos de lo que es mundano a lo que es
celestial: “a causa de la esperanza reservada para ustedes en los cielos. De esta esperanza ustedes oyeron
antes en la palabra de verdad, el evangelio” (1:5). Cuando la Palabra mora en nosotros abundantemente,
podemos estar seguros de que sabemos la plena voluntad de Dios: “De esta iglesia fui hecho ministro
conforme a la administración de Dios que me fue dada para beneficio de ustedes, a fin de llevar a cabo la
predicación de la palabra de Dios” (1:25). De la Biblia sabemos todo lo que necesitamos para tener la
salvación y ser santos.
En segundo lugar, Pablo nos llama a, con corazones renovados, expresar la Palabra en canto.
Curiosamente, Pablo conecta la Palabra que habita en nosotros abundantemente con el canto. Nos
recuerda que el canto es un medio invaluable para colocar la verdad de Dios profundamente en nuestras
mentes y corazones. He conocido a cristianos de edad muy avanzada con la enfermedad de Alzheimer
que pueden todavía cantar canciones de alabanza a Dios. El canto también ayuda a conectar la verdad
con nuestras emociones. Nos ayuda a experimentar la motivación y la seguridad de nuestra fe: “Espero
que con esto sean alentados sus corazones, y unidos en amor, alcancen todas las riquezas que proceden
de una plena seguridad de comprensión, resultando en un verdadero conocimiento del misterio de Dios,
es decir, de Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (2:2-
3).
La importancia del canto, por supuesto, hace que el contenido de nuestras canciones sea vital. Si
cantamos canciones superficiales y repetitivas, no estaremos colocando mucho de la Palabra en nuestros
corazones. Pero si cantamos la Palabra misma en su plenitud y riqueza, en verdad nos haremos ricos.
Debemos recordar que Dios nos ha dado un libro de canciones, el salterio, para ayudarnos en nuestro
canto.
En tercer lugar, Pablo nos llama a recordar el efecto que tiene la Palabra para hacernos un pueblo
siempre dispuesto a “dar gracias”. Tres veces en Colosenses 3:15-17 Pablo nos llama a agradecer.
Cuando la “palabra de Cristo” habita en nosotros abundantemente, seremos guiados a una vida de
agradecimiento. A medida que aprendemos y contemplamos todo lo que Dios ha hecho por nosotros en
la creación, providencia, y redención, estaremos llenos de acciones de gracias. Al recordar sus promesas
de perdón, renovación, preservación, y gloria, viviremos como un pueblo verdaderamente agradecido.
Necesitamos que la Palabra de Cristo more abundantemente en nosotros hoy más que nunca. Solo así,
las iglesias podrán escapar de ser un desastre, y en lugar de ello convertirse en el radiante cuerpo de
Cristo que Dios quiere que sea.
IMAGEN: LIGHSTOCK.
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