001 - Ana María Fernandez - El Orden Sexual Moderno
001 - Ana María Fernandez - El Orden Sexual Moderno
001 - Ana María Fernandez - El Orden Sexual Moderno
Con el advenimiento del siglo xxt han ido cobrando cada vez mayor
visibilidad diferentes modalidades amorosas, conyugales, eróticas y
parentales que —en su conjunto— estarían dando cuenta de profundas
transformaciones en los modos de subjetivación contemporáneos. Ya
en los 90 Gilles Deleuze señalaba el desfondamiento de laá institucio-
nes de la primera modernidad, las reformulaciones de lo público y lo
privado y la crisis generalizada de las familias, los lazos sociales, la
educación y el trabajo en el "pasaje de las sociedades disciplinarias a
las sociedades de control".1 Asimismo, otras y otros autores han ahon-
dado en la conceptualización de las mutaciones de los modos de sub-
jetivación-objetivación, trabajando las transformaciones actuales de
los disciplinamientoS de los cuerpos por la vía del control de la propia
producción de anhelos y deseos en la llamada "modernidad tardía"?
"Modernidad" es un término que suele usarse bastante indistin-
tamente para aludir a cuestiones un tanto dispares. En este escrito
se hace referéncia - a - lo- que Eduardo Grüner ha llamado "la lógica
cultural del capitalismo". 3 Siguiendo esa linea de pensamiento, pue-
de decirse que uno de los ejes de las lógicas culturales del capitalis mo
ha sido la configuración del orden sexual moderno o, en palabras de
Michel Foucault, el dispositivo de la sexualidad, 4 que hoy habría
entrado en aceleradas mutaciones. Se trataría de modalidades exis -
tenciales que desdisciplinan una articulación fundacional de la mo -
dernidad, cual fue su entramado de patriarcado y capitalismo.
Desde una mirada histórica muy general, puede decirse que, de
la mano del surgimiento .de la sociedad industrial, las democracias
representativas, el libre mercado y las colonias, la fa - misia nuclear
burguesa y el amor romántico formaron parte de la construcción de
los modos de subjetivación y objetivación —tanto hegemónicos como
subordinados— que se desplegaron desde el surgimiento del capita-
lismo. Es entonces, a partir del siglo xvm, cuando Foucault ubicó la
formación del dispositivo sociohistórico de la sexualida d. El propio
término "sexualidad" apareció tardíamente a principios del siglo xix,
según este autor.
En las sociedades occidentales la modernidad fue conformando
una ex periencia por la que los individuos iban reconociéndose su-
jetos de una "sexualidad". Pensar la sexualidad como experiencia
de dimensión sociohistórica implica poner en consideración la co -
rrelación dentro de una cultura entre los campos de saber que se
inauguran al respecto, los tipos de normatividad que se establecen,
las prácticas eróticas y amatorias que se visibilizan y las formas de
subjetividad que se construyen.
Tomar tal perspectiva implica desmarcarse de los criterios que
hacen de la sexualidad una invariable. Asimismo, significa sostener
la problemática del deseo como parte del campo sociohistórico, es
decir, tomar en consideración la complejidad y especificidad de sus
sucesivas transformaciones.
Considerar la sexualidad como una - experiencia- histórica implica
poner bajo análisis los tres ejes que la constituyen: la form ación de
los saberes que a ella se refieren, los sistemas de poder que regulan
sus prácticas y las formas según la cuales los individuos pueden y
deben reconocerse como sujetos de esa sexualidad. Supone trabajar
con un criterio histórico-genealógico que permita desesencializar
normatividades conceptuales y criterios morales; analizar las rela -
ciones entrela producción de saberes sobre la.sexualidad y las estra -
tegias de los poderes con respecto a ella; puntuar, en cada momento
5. Para un mayor despliegue de estas cuestiones véase A.M. Fernández, Las lógicas
sexuales. Amor, política y violencias, Buenos Aires, Nueva Visión, 2009.
6. Véase A.M. Fernández, S. Borakievich y C. Cabrera, "Diversidades amorosas,
eróticas, conyugales y parentales en los modos de subjetivación contemporánea",
Actas del rv. Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en
Psicología, Facultad de Psicología, UBA, 2012.
20 Ana María Fernández •
.10. Véase A.M. Fernández, La mujer de la ilusión. Pactos y contratos entre hombres y
mujeres, Buenos Aires, Paidós, 1993.
11. Véase A.M. Fernández, Las lógicas sexuales.
22 Ana María Fernández '
lizaciones con las que hasta ahora las psicologías y los psicoanAlisis
han abordado estas cuestiones.
En el plano de las prácticas sexuales encontramos hoy, particu-
larmente en las muchachas más jóvenes, un gusto en ubicar un modo
más activo én la "conquista" del partenaire, disfrutar de varones ob-
jeto de deseo y cada vez con mayor frecuencia realizar experiencias
amorosas y/o eróticas con otras mujeres, sin que estas prácticas les
interroguen sobre su identidad sexual, ni consideren que pueden ser
ubicadas en un universo lesbiano. Son experiencias que alternan
con relaciones con varones.
En un mismo sentido, pueden encontrarse transformaciones en
el mundo masculino joven con relación a sus prácticas sexuales. El
mundo gay opera múltiples transformaciones. El afeminado "moder-
no" va dando paso a un estilo homosexual viril, de gran cuidado esté -
tico por el propio cuerpo y en quienes parecería dificil encontrar ras -
gos "homosexuales" de generaciones anteriores. A los más jóvenes
les resulta inimaginable que sus prácticas sexuales pudieran tener
que circunscribirse a la clandestinidad, suelen infor mar temprana-
mente a sus familias, se asombran frente al frecuente desasosiego
de sus padres y comienzan a plantear que no se interesan en circu lar
por los ámbitos de militancia y/o de diversión gay, expresan que les
resultan guetos, y si bien su vida sexual o amorosa se despliega entre
hombres, suelen rechazar que se los denomine homosexuales. «
¿Qué rechazan? Rechazan el propio acto de realizar nomenclatu-
ras. Dicen que se sienten cómodos con su sexualidad, que parece no
estar atravesada por culpas y desgarros de las generaciones anterio-
res. Al decir de un analizante: "¿Por qué voy a aceptar que me definan
por una característica más entre tantas de mi personaWor qué es
más importante con quién me acuesto que qué carrera estudio?".
Rechazan la iáeó de construir identidad sexual, rechazan hacer del
rasgo totalidad identitaria y suelen ver, en esa totalización, totali -
tarismo.
Estos modos de subjetivación coexisten con aquellos de los mili -
tantes del orgullo gay y con las vidas clandestinas más sufrientes,
pero puede decirse que ha comenzado en muy distintas esferas un
rechazo a las capturas identitarias en las que, como ya he planteado,
en el mismo movimiento en que se distingue "la diferencia" se ins -
tituye la desigualación. Rechazan constituir diferencia o, mejor di -
cho, rechazan hacer de la diferencia referencia identitaria. Sin duda
esto es posible porque las generaciones anteriores la constituyeron
y dieron importantes batallas legales, politicas y subjetivas contra
la discriminación que produjeron afirmación de sí, orgullo y permi -
24 Ana-María Fernández
Lo monstruoso
ción que insistieron en casi todos los talleres. Una linea de significa -
ción inicial, en las primeras capas de la cebolla, como diría Sigmund
Freud, fue la preocupación por sostener sus producciones dentro de
lo politicamente correcto, disculparse cuando componían un perso -
naje homosexual o travesti dándole características est ereotipadas,
etc. Sin duda, esto no es poco en un país donde los prejuicios, los
desconocimientos e intolerancias frente a las diversidades son tan
preocupantes. Pero, avanzando en la elucidación. de lo producido en
los talleres, se ponía de manifiesto con una insistencia muy marcada
un otro plano de este universo de sentido que de distintos modos,
metafóricos o explícitos, daban cuenta de significaciones que aludían
a lo monstruoso.
¿Qué es lo monstruoso? Si tomamos su acepción griega, se refiere
a lo intermedio, lo mezclado, lo ambivalente, lo desordenado, lo ho -
rrible y fascinante a la vez. Desde su acepción latina, algo es mons -
truoso en tanto muestra: muestra aquello que no debe advertirse.
Mostrar lo monstruoso es desocultar aquello que en una cultura
debe permanecer invisible. Sería aquello que no puede ser empla -
zado en las taxonomías establecidas, que genera miedo, morbo y/o
violencia. Ya en mis palabras, configura un otro de la diferencia que,
como decía, sólo puede ser pensado como anomalia
Que en nuestros estudiantes esta figuración de lo monstruoso
estuviera antecedida de la preocupación por lo políticamente co -
rrecto frente a las minorías sexuales, no es un dato menor. Ha -
bla, posiblemente, al enfrentarse a sus propios estereotipos, de
una voluntad de hacer frente a sus prejuicios y desconocimientos
y abre condiciones de posibilidad para pensar, conocer y encontrar
las modalidades de entendimiento de mundos en principio ajenos,
pero en los que se inscriben personas que el día de mañana pueden
consultar por eventuales padecimientos.
Muy distinta ha sido la experiencia en las instituciones psicoana -
liticas, de distintas orientaciones, que enteradas de la investigación
que estoy dirigiendo" me invitan a hablar sobre esta temática. El
interés y la curiosidad, sin duda genuinos, han propiciado muy bue nas
convocatorias. Sin embargo, los a priori binarios, la dificultad de pensar
más allá de "son personas que no han aceptado la castración" o •"no
habría por qué pensar que todos los homosexuales son perver -