Literatura Victoriana
Literatura Victoriana
Literatura Victoriana
Literatura victoriana
Se denomina Literatura victoriana a la literatura producida en el Reino Unido durante el reinado de Victoria I
(1837–1901). La denominada era victoriana constituye en la historia de Inglaterra y en la de Europa una etapa
cultural importantísima. Es el gran momento de Inglaterra, si bien no alcanza el brillante esplendor del período
isabelino y jacobino ―la muerte de Lord Byron señala el ocaso de una edad heroica―.[1]
Las características esenciales de aquella época son: una indiscutible preocupación por la decencia, con la
consiguiente elevación del nivel moral; un creciente interés por las mejoras sociales y el despertar de un fuerte
espíritu humanitario; cierta satisfacción derivada del incremento de riquezas, de la prosperidad nacional y del
inmenso desarrollo industrial y científico; conciencia de la rectitud, y un sentido extraordinario del deber;
indiscutible aceptación de la autoridad y de la ortodoxia; notable carencia de humor. La era victoriana es época de
transformaciones políticas y sociales, inquietudes religiosas, firme trabazón moral, expansión rapidísima del
comercio inglés y culminación de la revolución industrial.[2]
En líneas generales, la literatura británica, a diferencia de la francesa, consta, ante todo, de individuos y no de
escuelas.[3]
En literatura, el largo reinado de Victoria es uno de los más gloriosos de la historia inglesa.[4] La era victoriana cubre
prácticamente desde el Romanticismo hasta finales de siglo, y representa literariamente un cambio de estilo en un
sentido realista. La fecha fronteriza entre el Romanticismo y la era victoriana es el año 1832. En realidad, Victoria
no ascendió al trono hasta 1837, pero en 1832 moría Walter Scott; Keats, Shelley, Byron y Hazlitt ya no existían;
Coleridge y Lamb estaban llegando al fin de sus días, y Wordsworth, aunque viviría aún bastantes años, había escrito
ya lo mejor de su producción. A la vez, aparecían los primeros volúmenes de Tennyson, el futuro poeta laureado
representante de la poesía victoriana. Aunque de hecho perduraba el Romanticismo, su energía creadora estaba
agotada, y la literatura buscaba otras fuentes de inspiración. En las alternancias rítmicas del fenómeno literario, la
reacción psicológica contra los excesos del Romanticismo inclinaba el gusto hacia la concreción y el orden. Después
del reinado de la emoción y de los sueños y las tempestades del alma romántica, empezaba a manifestarse una época
razonadora y realista, que emparentaba mejor con la actitud mental del siglo XVIII (el siglo de las luces). La nota
predominante era la racionalización del impulso literario. Ante los postulados del Romanticismo, los escritores
victorianos consideraron la verdad concreta como uno de los motivos esenciales de la creación literaria. En
consecuencia, su tono de expresión general fue el realismo; y, en conjunto, se preocuparon más que sus antecesores
románticos por la perfección estilística y la organización formal de la obra de arte.
Brillante en poesía y rico en pensamiento, el victoriano es un período en que la novela aparece en su máximo
esplendor, floreciendo también en él un grupo de eminentes mujeres novelistas. Además, hacia 1860, el teatro
experimenta una renovación saludable. Más adelante, a partir de 1875, las influencias francesas fueron
preponderantes en el esteticismo del ensayista Walter Pater y, sobre todo, en la obra poética, narrativa y dramática de
Oscar Wilde. Por su parte, la poesía del novelista Thomas Hardy habría de esperar al siglo XX para ser valorada en
su justa medida. En la novelística, destacarían en ese último período victoriano los nombres de Samuel Butler,
George Meredith y, sobre todo, Robert Louis Stevenson, Arthur Conan Doyle y Bram Stoker, maestros
respectivamente de los géneros de aventuras, policíaco y de terror.
Poesía
Diez años separan la muerte de Shelley de los primeros versos de Tennyson, y otros diez median entre la última
novela de Scott y la consagración definitiva de Tennyson como poeta. En esos estrechos límites temporales había
dado comienzo una época nueva, aunque sin señal ninguna de rebelión. Keats y Tennyson, Shelley y Browning,
Wordsworth y Matthew Arnold guardan entre sí relaciones de maestros a discípulos respectivamente.[5] Browning
fue discípulo de Shelley, si Tennyson lo fue de Keats. También lo fue Swinburne.[6] Los poetas victorianos no
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reaccionan contra los representantes de la poesía romántica. Más bien se puede decir que siguen en la misma
corriente. Pero, si aquéllos experimentaron, éstos pulen y perfeccionan; si aquéllos se dejaron arrebatar por su
inspirado impulso, a veces genial, éstos se caracterizan por la armonía de su obra, por su mayor perfección
estructural y penetración psicológica.
En la poesía de la época victoriana pueden distinguirse dos tendencias. La primera, más característicamente
victoriana, está dominada por las figuras de Tennyson, de gran virtuosismo formal, y Browning, de marcado carácter
psicologizante, y se interesa por la objetividad, el equilibrio y la precisión de las ideas. La segunda tendencia, la del
movimiento prerrafaelita, presidido por Rossetti, tiende a una reacción idealista de ansiedades emotivas, busca el
culto a la belleza, siente inclinación al ensueño y a la visión, combina la imaginación con la sensibilidad. A la
entrada de la era victoriana se encuentran las personalidades, hasta cierto punto complementarias, de Tennyson y
Browning, ambos interesados en mantener el nivel que la poesía había alcanzado con Byron y Walter Scott, los
autores más leídos hacia 1830. La inquietud de Arnold forma un punto de transición a la abstracción estética de los
prerrafaelistas y al radicalismo revolucionario de Swinburne.[7] A partir de 1850, el grupo prerrafaelista infundiría un
tono de melancolía gótica y de languidez a la poesía y a la pintura de esa fase de la época victoriana.[8] Por último,
cabrá destacar a una serie de poetas del tramo final del período victoriano (último tercio del siglo XIX) que se
caracterizaron por sus inquietudes religiosas y sus anhelos de espiritualidad.
Había publicado a comienzos de la década de 1830 un par de volúmenes de poesía: Poemas principalmente líricos y
Poemas. De las composiciones contenidas en el primero de ellos, cabe señalar que si existe huella alguna de
influencia inconsciente de algún maestro poético en dichos poemas, es la de Keats y Coleridge. Sin embargo, los
amantes de la poesía contemporánea no se sintieron atraídos por el libro. En cuanto al segundo, comprende la obra
poética de los años 1830-1833: poemas aún reconocidos entre los más nobles e imaginativos de su obra. En 1833
falleció su gran amigo Arthur Hallam, y Tennyson comenzó In Memoriam y escribió Las dos voces[19] (1834).
Tennyson se mantuvo en silencio hasta 1842, cuando reeditó Poemas en dos volúmenes, logrando al fin el
reconocimiento completo como un gran poeta.[20] Esta edición (la tercera), contiene algunas de sus mejores
composiciones, como el monólogo dramático Ulises. En esta obra, Tennyson combinó todo lo positivo de sus
comienzos poéticos con un tema que simboliza la concepción romántica del espíritu heroico. Es a partir de 1842 que
debe datarse la fama universal de Tennyson; desde el momento de la publicación de esos dos volúmenes dejó de ser
una curiosidad, o el favorito de una camarilla de adelantados, y ocupó su lugar como el principal poeta de su época
en Inglaterra.
En 1850 publicaría, al fin, su obra magna, In Memoriam, su poema más sincero e intenso. Su autenticidad lo
convirtió en el gran poema de su tiempo.[21] Se trata de una extensa elegía filosófica que refiere los diversos estados
de ánimo de un hombre desesperado por la muerte de alguien muy querido. El poema, escrito en estanzas de cuatro
versos, había ido creciendo hasta su versión definitiva durante un período de diecisiete años tras la muerte de Arthur
Hallam. El público, a cuyas creencias y pesares más profundos y por tanto más comunes apelaba el poema, lo acogió
de inmediato. Los críticos no fueron tan rápidos en su reconocimiento. A algunos de ellos el poema les parecía
desesperadamente oscuro.
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El genio de Tennyson se adaptaba perfectamente al poema narrativo breve de carácter lírico. Pero su ambición le
indujo a dedicarse al poema épico, línea en la que trabajó, a intervalos, durante toda su vida. Escribió composiciones
muy notables, algunas de gran extensión, como los Idilios del rey (1859; 1869; 1889). La primera serie de esta tríada,
gracias a la cual Tennyson alcanzó un éxito popular superior al experimentado antes por cualquiera de los poetas
ingleses, salvo quizás Byron y Scott, puso el nombre de Tennyson en los labios de todos sus contemporáneos. Es un
extenso conjunto de poemas ―pintorescos, románticos, alegóricos y didácticos― que utilizan como argumentos
distintos momentos de la tradición artúrica.[22] Tennyson redujo el modelo de los relatos artúricos al marco de las
necesidades de la moralidad victoriana.[23] Así como los Idilios son la poesía del poeta laureado, In Memoriam es la
poesía del propio poeta, y, desde el mismo momento en que es tan auténticamente suya, se convierte al mismo
tiempo en el gran poema de su época. Desde la publicación de los primeros Idilios hasta el final de la vida del poeta
su fama y su popularidad siguieron imparables.
"Enoch Arden" (1862) no aparecería hasta 1864, en un volumen que también contenía "Sea Dreams", "Aylmer's
Field" y, sobre todo, "El granjero del norte", la primera y mejor de las notables composiciones de Tennyson en el
dialecto de North Lincolnshire. El volumen se convirtió, a juicio de su hijo, en la más popular de todas las obras de
Tennyson, con la única excepción de In Memoriam. Baladas y otros poemas (1880) es una colección de poemas
líricos que contenía el sombrío y magnífico "Rizpah", mientras que Deméter y otros poemas (1889) apareció casi
simultáneamente a la muerte de Browning, un suceso que dejó de facto a Tennyson como figura única en la literatura
poética.
Tennyson consiguió un público muy amplio y tuvo numerosos imitadores. Es por tanto bastante natural que haya
generado oposición a su poesía, oposición que llegaría a ser muy fuerte.[24] Con su lírica realizó una descripción de
un mundo bello y antiguo, como si cerrara los ojos deliberadamente a la sucia industrialización de su propio siglo. La
poesía concebida de esta manera no sería una interpretación de la vida, sino una ilusión cautivadora y distante.
Al contrario de los grandes románticos, el ilustre laureado no tenía mensaje concreto que dar a sus contemporáneos;
su obra se cimenta especialmente en su dominio de la lengua y en la musicalidad de la palabra. La poesía de
Tennyson se caracteriza por una amplia perspectiva; por su intensa simpatía con los sentimientos y las aspiraciones
de la humanidad; por su profunda comprensión de los problemas de la vida y el pensamiento; por un noble
patriotismo que encuentra su expresión en poemas tales como La venganza, La carga de la brigada ligera o la Oda a
la muerte del duque de Wellington; por su exquisito sentido de la belleza; por su maravilloso poder de descripción
vívida y minuciosa, logrado en ocasiones por medio de una sola y afortunada frase y a menudo reforzado por la
perfecta correspondencia entre sentido y sonido; y por una grandiosidad y una pureza de tono generales. Ningún
poeta lo ha superado en precisión y delicadeza del lenguaje y en integridad de la expresión. Como poeta lírico no
tiene, tal vez, quien le aventaje, y únicamente dos o tres le igualan en la poesía inglesa. Cuando se tienen en
consideración el volumen, la variedad, el acabado y la duración de su obra, así como la influencia que ejerció en su
época, se le debe asignar un lugar único entre los poetas de su país.[25]
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Browning no se interesaba tanto por los conflictos en un grupo de personajes, cuanto por la suerte de un individuo
único, y para conseguir este objetivo desarrollaría el monólogo dramático; de esta manera compondría sus obras más
conocidas.[30] La aparición de estos trabajos en una serie de volúmenes entre los que se incluyen Dramatic Lyrics,
Hombres y mujeres y Dramatis Personæ, le proporcionaría en la segunda mitad del siglo una reputación solo
aventajada por la de Tennyson. Hoy día siguen siendo sus trabajos más notables.
En su momento, sin embargo, para la gran mayoría de los lectores, probablemente, Browning fue mejor conocido por
algunos de sus poemas breves. Sus temas a menudo resultaban recónditos y quedaban fuera de la comprensión y de
la simpatía de la gran mayoría de los lectores; y debido, en parte, a los sutiles vínculos de conexión entre las ideas, y
en parte a su expresión a menudo extremadamente condensada y áspera, el tratamiento de los mismos rara vez dejaba
de resultar dificultoso y oscuro. En consecuencia, durante mucho tiempo el autor apeló a un muy reducido círculo.
Con el paso del tiempo, sin embargo, y obra tras obra, el círculo fue ampliándose, y la maravillosa profundidad y
variedad de pensamiento y la intensidad de sentimiento experimentaron una fuerza creciente. Comenzaron a
formarse sociedades para el estudio de la obra del poeta. Las críticas se tornaron cada vez más elogiosas, y el autor al
fin recogió la cosecha de admiración y honor que merecía.
Lo más selecto de la obra de Browning fue escrito entre 1840 y 1870, si bien ni siquiera en la última etapa de su vida
dejaría de ser un poeta espontáneo y sutil.[31] En 1840 apareció la más compleja y oscura de sus obras, Sordello;
pero, salvo para unos pocos, esta obra contribuyó poco a aumentar su reputación. Browning mostraba en ella un
conocimiento de la Italia medieval en el que utilizaba alusiones que ningún lector podía tener la esperanza de
entender.
Cultivó los monólogos dramáticos; personajes imaginarios o reales, Napoleón III o Calibán, se muestran y se
justifican. En este género triunfó plenamente, como demuestra su obra Pippa Passes (1841), incluida en la colección
Campanas y granadas. Siguiendo la línea marcada por Pippa Passes, aparece el volumen de Dramatic Lyrics
(1842), en el que Browning se revela ―en la misma fecha que Tennyson― como un poeta de primer orden. Esta
colección y la de Dramatic Romances (1845) contienen algunos monólogos, más o menos extensos, y buen número
de composiciones, de carácter lírico narrativo o descriptivo, que, incluso las más sencillas, presentan un fondo
dramático.[32] En 1850 escribió Víspera de Navidad y día de Pascua, y en 1855 apareció Hombres y mujeres, que
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comprende no pocos monólogos dramáticos. Los mejores poemas de Browning se escribieron entre 1845, año en que
conoció a Elizabeth Barrett, y la muerte de ésta en 1861, si bien la influencia de Elizabeth todavía se hace sentir en
sus Dramatis Personæ (1864). Con esta última termina esta serie de poemas y monólogos, que son probablemente lo
mejor del arte y del pensamiento de Browning.[33]
Pero donde el esfuerzo de Browning aparece con magnitudes casi titánicas es en El anillo y el libro (1868-69), en el
que se entrelazan toda una serie de monólogos dramáticos hasta conseguir uno de los poemas más extensos de la
literatura inglesa. Diez personas distintas, entre las cuales están los protagonistas, el asesino y la asesinada, el
presunto amante, el fiscal, el abogado defensor y el Papa, narran minuciosamente la historia de un crimen. Los
hechos son idénticos, pero cada protagonista cree que sus acciones han sido justas.[34]
El fuego poético no está apagado, sin embargo, y aún le quedan energías para producir algo selecto, como lo
demuestran sus Idilios dramáticos (1879-80).[35] Asolando (1889) apareció el mismo día de su muerte. La facilidad
con que discurre su lírica nos demuestra que fue un maestro del verso, pero, en sus últimas obras, los efectos
especiales, aunque concedían realismo a los poemas, los ponían en peligro de convertirlos en manieristas. Sus
poemas serían recopilados en dos volúmenes en el año 1896. También serían publicados algunos volúmenes de su
correspondencia con la señora Browning.[36]
Su filosofía de la vida se basaba en unas cuantas grandes verdades que repitió con toda clase de variantes: Dios,
inmortalidad, optimismo, amor al mundo y a la vida. Se le ha llamado el poeta del hombre, y quizá sería más propio
designarlo como el poeta de los hombres, pues su interés por la humanidad era, en el fondo, interés por la
individualidad de la persona. Si Browning no hubiera elegido el verso, sería un gran cuentista, no inferior a Conrad o
a Henry James.
El matrimonio compuesto por Browning y Elizabeth Barrett (1806-1861) se profesaba una profunda y recíproca
admiración literaria. Durante los primeros años de matrimonio, Barrett era mucho más popular como poeta que
Browning.[26] La obra de Barrett es esencialmente amorosa. Tanto ella como su marido fueron, en el sentido más
elevado, poetas del amor.[37]
Los poemas de Elizabeth Barrett pueden dividirse en religiosos, sociales, políticos, íntimos y narrativos.[38] En 1838
apareció Los serafines y otros poemas (que incluía "La tumba de Cowper").[39] La publicación, en torno a 1841, de
El llanto de los niños le dio un gran impulso[40] a su fama. En 1844 publicó dos volúmenes de Poemas, que
comprendían "El drama del exilio", "Visión de los poetas" y "El cortejo de Lady Geraldine". Lo mejor de sus poesías
íntimas está en los Sonetos de la portuguesa (1850), el relato de su propia historia de amor, apenas disimulado por el
título. En Florencia escribió Las ventanas de la Casa Guidi (1851) ―considerada por muchos como su obra más
sólida―, bajo la inspiración de la lucha por la libertad de la Toscana. La obra más ambiciosa de Barrett, Aurora
Leigh, el más extenso y, tal vez, el más popular de sus poemas largos, apareció en 1856. Se trata de una especie de
"novela" sociológica de asunto moderno, y se desarrolla a lo largo de nueve libros, en unos 11.000 versos blancos.
En 1860 publicó una recopilación de poemas bajo el título Poems before Congress. Barrett es generalmente
considerada como la más grande poetisa inglesa. Sus obras están llenas de pensamientos tiernos y delicados, pero
también fuertes y profundos. Sus propios padecimientos, combinados con su fuerza moral e intelectual, la
convirtieron en adalid de sufridores y oprimidos allá donde los hallase. Su talento fue esencialmente lírico, si bien
gran parte de su trabajo no se encuadra en este género. Sus puntos débiles son una difícil comprensión, un
manierismo ocasionalmente un tanto molesto, y errores frecuentes tanto en el metro como en la rima. Si bien no es
equiparable a su esposo en cuanto a la fuerza intelectual y a las cualidades poéticas superiores, su obra tuvo, como
era de esperar dada una comparación de sus respectivos temas y estilos, una aceptación muy anterior y más amplia
entre el público en general.
Conviene tener en cuenta la poetización de las experiencias religiosas de Arthur Hugh Clough, John Keble, John
Henry Newman y demás miembros del Movimiento de Oxford.[41][42] Clough estuvo inicialmente bajo la influencia
de Newman, pero posteriormente se convirtió en un escéptico.[43] En 1848 publicó su poema The Bothie of
Tober-na-Vuolich, escrito en hexámetros. En 1849 aparecieron Amours de Voyage, una novela corta en verso, y su
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obra más seria, Dipsychus. Sus poemas, aunque llenos de delicado y sutil pensamiento, son, a excepción de algunos
breves poemas líricos, deficientes en su forma, y los hexámetros que empleó en The Bothie… resultan a menudo
toscos. John Keble (1792-1866) fue clérigo, poeta y teólogo. En 1833, su famoso sermón sobre "La apostasía
nacional" dio el primer impulso al Movimiento de Oxford, del que fue considerado, junto con Pusey y tras la marcha
de Newman a la Iglesia de Roma (1845), como su líder, y en conexión con el cual aportó varios de los más
importantes tratados, en los que hizo valer "la profunda sumisión a la autoridad, el respeto implícito a la tradición
católica, la firme creencia en las prerrogativas divinas del sacerdocio, la verdadera naturaleza de los sacramentos,
y el peligro de la especulación independiente".[44] En 1846 publicó otro libro de poemas, Lyra Innocentium. Tras su
muerte aparecieron Cartas de consejo espiritual y doce volúmenes de Sermones parroquiales. La posición literaria
de Keble debe descansar principalmente en The Christian Year (1827), Pensamientos en verso para el domingo y
Vacaciones durante todo el año, cuyo objetivo era, según lo descrito por el autor, hacer que los pensamientos y
sentimientos del lector fueran al unísono con los ejemplificados en el libro de oración. Los poemas, si bien en modo
alguno poseen idéntico mérito literario, se caracterizan generalmente por su delicado y auténtico sentimiento poético,
y por su lenguaje refinado y a menudo extremadamente alegre; y resulta ser una prueba de la fidelidad a la naturaleza
con la que sus temas son tratados el hecho de que el libro se ha convertido en un clásico religioso con lectores muy
alejados del punto de vista eclesiástico del autor y de su línea general de pensamiento. Keble ejerció una enorme
influencia espiritual sobre su generación. En cuanto a la obra poética de Newman, durante una gira por Europa
escribió la mayoría de sus poemas breves, entre ellos "Lead Kindly Light", que fueron publicados en 1834 bajo el
título de Lyra Apostolica.[45] Escribió ocho volúmenes de sermones (Oxford Sermons, 1828-1853),[46] que le sitúan
en primera fila entre los predicadores ingleses, y el poema El sueño de Geroncio (1865).
Henry Alford (1810-1871) publicó, en febrero de 1833, su obra lírica inaugural, Poemas y fragmentos poéticos.
Además de una edición de las obras de John Donne, publicó varios volúmenes de poemas propios: La escuela del
corazón (1835), El abad de Munchelnaye (1841) y una colección de Salmos e himnos (1844). En momentos
puntuales hizo buena su reivindicación de ser considerado como uno de los más sutiles y tiernos de entre los poetas
religiosos menores de Inglaterra.
Bajo el título de El año de la plegaria, Alford publicó en 1866 un libro de devoción familiar, y en 1867, una
colección de himnos originales titulada El año de la alabanza, obras poco pretenciosas pero que popularizaron
ampliamente el nombre del autor. Su última efusión poética de considerable extensión fue Los niños de la oración
del Señor, que apareció en 1869.
Richard Monckton Milnes (Lord Houghton) (1809-1885) fue político, poeta y un influyente mecenas literario. Se
dijo de él que "conocía a todo el mundo a quien merecía la pena conocer en su país y en el extranjero".[47] Publicó
numerosos libros de poesía, entre los cuales se cuentan Poesía para el pueblo (1840) y Hojas de palma (1844).
También escribió una biografía de Keats[48] y varios libros de viajes.[49] A pesar de que no poseía la profundidad de
pensamiento o la intensidad de sentimiento que hacen a un gran poeta, sus versos son la obra de un hombre de vasta
cultura, elegante y refinado, y algunos de sus poemas más breves ―tales como "El latido de mi corazón" y "Extraños
a pesar de todo"― dieron con la tecla que les otorgó una amplia aceptación.
En Thomas B. Macaulay encontramos cierta incapacidad para la poesía. Sus Lays of Ancient Rome (Lais de la
antigua Roma) y su Armada los conocen todos los niños de las escuelas por su vigorosa retórica y su habilidad
prosódica, pero no enriquecen en nada la imaginación.[50] Las Lais se publicaron en 1842.[51]
William Barnes (1801-1886) fue el poeta de Dorsetshire. Si bien sus estudios principales se desarrollaron en el
ámbito de la filología, ya en 1833 dio comienzo a sus Poemas en dialecto de Dorset, entre ellos las dos églogas "The
Lotments" y "A Bit o' Sly Coorten", en las páginas de un periódico local. La obra sería editada por separado en
1844,[52] bajo el título Poemas de la vida rural en dialecto de Dorset. La segunda serie de poemas dialectales,
Hwomely Rhymes, apareció en 1859. Hwomely Rhymes contiene algunas de sus composiciones más conocidas. Una
nueva serie de Poemas de la vida rural en dialecto de Dorset apareció en 1862, y en 1868 el autor fue persuadido de
publicar una serie de Poemas de la vida rural en inglés común, que obtuvo menos éxito que sus poemas dialectales.
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pesar de la exquisita obra que Arnold ha dejado tras de sí, algunos críticos han llegado a la conclusión de que su
impulso primario de expresión era el de un prosista de mentalidad poética más que el de un poeta nato. Y esto ha
sido dicho por algunos que, no obstante, admiran profundamente poemas como "El gitano erudito", "Thyrsis", "El
tritón abandonado", "La playa de Dover", "La tumba de Heine", "La capilla de Rugby", "La Grande Chartreuse",
"Sohrab y Rustum", "El rey enfermo en Bujará", "Tristán e Isolda", etc.
Si hay un poema suyo en el que uno esperaría encontrar la aceptación gozosa de la vida al margen de
cuestionamientos acerca de la civilización en la que el poeta se encuentra situado ―sus esperanzas, sus miedos, sus
aspiraciones y sus fracasos (en resumen, cuestionamientos semejantes a aquellos que siempre afligieron el alma de
Arnold)―, ese poema sería "El gitano erudito". Su más famoso adagio crítico es que "la poesía es una crítica de la
vida". Lo que parece haber querido decir Arnold es que la poesía es la guinda de una crítica de la vida; que del
mismo modo que los efectos métricos del poeta son y deben ser el resultado de un sinfín de generalizaciones
semiconscientes sobre las leyes de causa y efecto en el arte métrico, así las cosas bellas que aquél dice acerca de la
vida y las bellas imágenes de la vida que pinta son el resultado de sus generalizaciones sobre la vida tal y como él la
recorre, y en consecuencia el valor de su poesía consiste en la belleza y la verdad de sus generalizaciones. Las obras
de Arnold sirvieron de inspiración temática para algunos de los poetas posteriores. La primera edición completa de
los poemas de Arnold fue publicada en 1869 en dos volúmenes, el primero consistente en poemas narrativos y
elegíacos, y el segundo en poemas dramáticos y líricos.
William Allingham (1824-1889) conoció a Carlyle y otros hombres de letras, y en 1850 publicó un libro de Poemas,
que fue seguido por Canciones del día y la noche (1854),[59] un volumen que contiene muchas encantadoras
canciones. Allingham mantuvo una estrecha amistad con Dante Gabriel Rossetti, quien contribuyó a la ilustración de
sus Canciones…. Muy notables resultan Laurence Bloomfield en Irlanda (1864), su obra más ambiciosa, aunque no
la de mayor éxito, un poema narrativo ilustrativo de cuestiones sociales irlandesas, y Poemas selectos (en seis
volúmenes, 1888-93). También editó El libro de las baladas para la serie «Tesoros Dorados», en 1864. Su poesía es
clara, fresca y elegante. A pesar de trabajar en una escala nada ostentosa, Allingham produjo una gran cantidad de
excelente poesía lírica y descriptiva, y sus mejores composiciones son totalmente nacionales en espíritu y colorido
local. Otras obras suyas son: Cincuenta poemas modernos (1865), Canciones, poemas y baladas (1877), Evil May
Day (1883), Blackberries (1884), Canciones y poemas irlandeses (1887) y Variedades en prosa (1893).
De Edward FitzGerald (1809-1883) podría decirse que fue un gran poeta menor.[34] Tiene un lugar entre los
mayores poetas de aquel tiempo por virtud de una traducción: el Rubáiyát de Omar Khayyam.[60] Traductor e
hispanista, dedicó su vida al estudio de las lenguas española y persa y de sus correspondientes literaturas. Publicó un
volumen de poemas escogidos (1849); Eufranor, un diálogo sobre la juventud (1851); y Polonio, una colección de
sabias sentencias y modernos "exemplum" (1852).[61] A sus estudios de lengua y literatura españolas se debe la
traducción de ocho dramas de Calderón, versiones muy libres escritas en prosa o en verso blanco. En 1853 apareció
el volumen Six Dramas of Calderón ―que contenía seis dramas menores―, y en 1865 se publicaron las
traducciones de El mágico prodigioso y La vida es sueño.[62] En 1859 publicó anónimamente la breve obra que le
daría fama imperecedera,[63] anteriormente referida. Omar Khayyam fue un distinguido astrónomo persa del siglo XI
que, al margen de su obra matemática, dejó un centenar de coplas sueltas. FitzGerald hizo con ellas un poema,
traduciéndolas libremente y poniendo al principio las estrofas que se refieren a la mañana, a la primavera y al vino y,
al fin, las que hablan de la noche, de la desesperación y la muerte.[64] Pocas veces en la literatura inglesa una
traducción ha merecido, como en este caso, las consideraciones de una obra original.[65] La suave melancolía que se
desprende de las estrofas y el estilo romántico fueron los elementos que FitzGerald añadiría al original. Trató con
tanta libertad al poeta persa medieval, y puso en los versos aquel sentimiento de tristeza que su siglo tan bien
conocía, que, aunque se trate de una traducción, el autor debe ser considerado como un artista, y uno de los más
estimables, entre las figuras de su siglo.[66] De momento, el tomito de los Rubáiyát of Omar Khayyám, de
FitzGerald,[65] fue publicado en su primera edición con 75 poemas. También publicó traducciones del Agamenón de
Esquilo, y de Edipo Rey y Edipo en Colono, ambas de Sófocles. En sus traducciones, FitzGerald no pretendía tanto
una mera reproducción literal del sentido del texto original como la reproducción de su efecto en el lector, y en esto
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Poetas espasmódicos
Philip James Bailey (1816-1902) fue un poeta de vida singularmente tranquila.[67] Dedicó todas sus energías a la
poesía. Su primer poema, Festus (1839), es, por la audacia de su tema y el poder imaginativo y la altura moral que
muestra, uno de los más notables de su siglo; como obra casi infantil, resulta ser un prodigio de precocidad
intelectual. Junto con sus grandes cualidades, tiene numerosos defectos de ejecución, y su lugar definitivo dentro de
la literatura queda por determinar.[68] Fue publicada anónimamente, y obtuvo gran éxito, pero ha caído en un
inmerecido, aunque quizás temporal olvido. Entre sus mayores admiradores se contaba Tennyson. Los poemas
posteriores de Bailey, The Angel World (1850), The Mystic (1855), The Age (1858) y The Universal Hymn (1867),
fueron un fracaso, y el autor adoptó el desafortunado recurso de procurar sacar dichas composiciones a flote
mediante la incorporación de amplios extractos en las ediciones posteriores de Festus, con el único efecto del
hundimiento de ésta última, que finalmente acabaría extendiéndose a más de 40.000 versos.[69]
Sydney Thompson Dobell (1824-1874) fue un poeta precoz. En 1850 apareció su primera obra, The Roman, y
obtuvo gran popularidad. Siguieron Balder, primera parte (1854); Sonetos de guerra (1855), escrita conjuntamente
con Alexander Smith; e Inglaterra en tiempo de guerra (1856).[70] Los poemas de Dobell exhiben fantasía y
brillantez en el lenguaje, pero requieren simplicidad y, en ocasiones, tropiezan en su grandilocuencia y otros defectos
de la denominada escuela espasmódica, a la que perteneció.[71]
Gerald Massey (1828-1907) fue auspiciado en sus inicios por Maurice y Kingsley. Su primer libro fue publicado en
1851, pero atraería primero la atención por Babe Christabel (1854). Éste fue seguido por La guerra espera, El
castillo de Craigcrook y La marcha de Havelock. Una selección de éstos fue publicada en 1889, bajo el título de Mi
vida lírica. Más tarde escribió e impartió conferencias sobre espiritismo, y produjo obras en prosa sobre el origen de
los mitos y misterios (El libro de los comienzos, 1881; El Génesis natural, 1883; y El Antiguo Egipto: la luz del
mundo, 1907).[72] Massey poseía una verdadera vena lírica, pero aunque musical a menudo, él a veces resultaba
áspero y tosco, y no prestó suficiente atención a la forma y al acabado.[73]
El escocés Alexander Smith (1830-1867) se dio pronto a conocer como un poeta prometedor.[74] Publicó A Life
Drama (1853), que fue objeto de admiración. Posteriormente aparecieron Sonetos de guerra (en colaboración con S.
Dobell), Poemas de la ciudad (1857) y Edwin de Deira (1861). En prosa escribió Dreamthorpe (ensayos), Un verano
en Skye y dos novelas, El hogar de Alfred Hagart y La señorita Dona M'Quarrie. Sus poemas estaban escritos en un
estilo rico y brillante, pero según algunos buenos críticos habían sido compuestos para demostrar fantasía más que
imaginación.
George Gilfillan (1813-1878), poeta y crítico, fue un autor prolífico. Entre sus escritos están Galería de retratos
literarios, y una serie sobre poetas británicos en 48 volúmenes con introducciones y notas. También escribió las
biografías de Burns, Scott y otros, y Noche (1867), un poema en nueve libros. Su estilo era un tanto ampuloso, y su
crítica resultaba más amable que profunda.[75]
El movimiento prerrafaelita
En 1850 aparece una nueva tendencia en la poesía victoriana: la del movimiento prerrafaelita, surgida, a su vez, de la
acción de la Hermandad Prerrafaelita, una asociación de pintores, poetas y críticos ingleses fundada en 1848 en
Londres. La concepción artística de la Hermandad Prerrafaelita se expresó en la efímera revista The Germ: Thoughts
towards Nature in Poetry, Literature and Art (El Germen: Reflexiones en torno a la Naturaleza en la poesía, la
literatura y el arte).[76] El prerrafaelismo representó una reacción idealista ―medievalista― frente a la concepción
―más realista y clásica― del arte de los primeros victorianos, y tiende a una expresión más emotiva, busca
cualidades imaginativas más internas y una nueva sensibilidad basada en el verdadero culto a la belleza. La
inclinación de los prerrafaelistas al ensueño y su inspiración medieval los acerca a los románticos.[77]
Literatura victoriana 11
No había la misma exquisitez en William Morris (1834-1896) amigo íntimo del desventurado Rossetti, que muchas
veces (en realidad lo es normalmente) resulta prolijo, pero tenía mayor fuerza creadora. Aportó el sentido de los
grupos en las escenas de los poemas épicos y el colorido ricamente sugestivo; pero los perfiles son menos puros que
en Rossetti. Su vocabulario es sencillo y selecto, lleno de lánguidos ritmos yámbicos, pero su estilo no es llano.
Precisamente por falta de un estilo llano, Morris fue incapaz para la tragedia. En el último libro de Vida y muerte de
Jasón trata el mismo asunto que Eurípides en la Medea, y maravilla ver cuánto más "moderno" resulta el griego, más
moderno sencillamente porque es más veraz.[83]
La primera colección de poemas de Morris, Defensa de la reina Ginebra y otros poemas (1858), fue el manifiesto
más temprano del que a veces se ha llamado segundo romanticismo.[84] Probablemente nada representa mejor a
Morris[85] que esta su primera obra importante, la cual nos muestra al autor siguiendo la estela de Rossetti en un
mundo medieval y, tomando a Malory y a Froissart como guías, escribe poemas que son humanos y tensos o
simplemente bellos sueños líricos sin fuerza ni argumento.[86] Sus sugestiones rítmicas, aunque no se aprecian de
inmediato, se combinan con una lejanía artística del autor para hacer de ésta una obra sumamente característica.
Nueve años después apareció Vida y muerte de Jasón, larga y lenta epopeya que refiere, con acopio de invenciones
circunstanciales y de finos rasgos patéticos, la empresa de los argonautas y el amor de Medea.[87] En su obra más
extensa, El paraíso terrenal (1868-70), regresa a la manera chauceriana de utilizar el verso para contar historias. Le
falta la humanidad de Chaucer, y tampoco posee ni su destreza en el uso del lenguaje ni la vívida presentación de los
personajes.
Literatura victoriana 12
En 1875 llevó a cabo una traducción en verso de la Eneida de Virgilio. Sus viajes a Islandia le inspiraron la
redacción de sus Tres historias de amor nórdicas y la epopeya de Sigurd el vikingo (1876),[88] versión
extraordinariamente ambiciosa de la saga escandinava de este tema. Publicó también una valiosa Biblioteca de
Sagas.[89] Su traducción de la Odisea en verso apareció en 1887.
Tal vez pueda ser considerado como el principal exponente de la escuela romántica moderna, inspirada en el amor a
la belleza por sí misma; su poesía es rica y musical, y posee un poder descriptivo que hace que sus imágenes vivan y
brillen, pero su narrativa en ocasiones adolece de extensión y lentitud de movimiento.[90] No obstante, pese a la
lentitud que algunos críticos le reprochan, fue un gran poeta.
Hay otros dos poetas relacionados con el nombre de Rossetti, aunque su manera de entender la existencia se
diferencia ampliamente de la de éste. Su hermana Christina Rossetti (1830-1894), que, aunque admiradora de
aquél, llevó una vida devota y religiosa cuyos valores él nunca entendería.[91] Con respecto a su hermano, poseía un
talento más limitado, pero de gran pureza dentro de sus límites. Menos ambiciosa en sus propósitos que Elizabeth
Barrett Browning, y de producción más reducida, su poesía es la expresión perfecta de la sencillez de su
personalidad. A diferencia de su hermano, cuyo interés por la religión era puramente estético, Christina Rossetti
estaba dotada de un temperamento auténticamente religioso, y su fe absoluta y vivencial en los misterios del
cristianismo se hallaba en patente contraste con el escepticismo de un amplio sector de la intelectualidad de su
tiempo.[92] Los primeros poemas de Christina Rossetti aparecieron en The Germ en 1850; algunos de ellos son ya
ejemplos de lo que va a ser su poesía: musical, íntima, soñadora, meditativa y sencilla. Su lenguaje es cristalino, y
sus canciones religiosas son tiernas y sencillas. Entre sus obras destaca su primer poemario publicado, El mercado de
los duendes y otros poemas (1862), obra que indica una imaginación rica y colorista, que se iría posteriormente a
medida que aumentaba su fe religiosa. Sus publicaciones posteriores fueron El progreso del príncipe (1866), Un
desfile y otros poemas (1881) y Versos (1893). Nuevos Poemas (1896) apareció tras su muerte.[93] Su poesía se
caracteriza por su poder imaginativo, su exquisita expresión, y por su sencillez y profundidad reflexiva. Rara vez
imitó a algún precursor, y se inspiró en sus propias experiencias de pensamiento y sentimiento. Muchos de sus
poemas son sin duda religiosos en su forma; más son los están profundamente imbuidos de sentimiento y motivación
religiosos. Con toda su personalidad y su genio innegable, Christina Rossetti estuvo lejos de la rebeldía y del afán de
notoriedad de otras escritoras de menos talla. De todo el grupo, fue quien se atuvo mejor a las normas del credo
inicial prerrafaelista.[94]
La situación es diferente en el caso de Coventry Patmore (1823-1896), pues en él sería el incremento del
sentimiento religioso y espiritual el que le conduciría a un aumento de la capacidad poética. Patmore es interesante y
desigual, y cantó los placeres de la vida doméstica feliz.[95] Amigo de Tennyson y de Ruskin, se relacionó con el
grupo prerrafaelita y colaboró en The Germ.[96] Es sobre todo el poeta del idilio de la vida familiar, del matrimonio
santificado por la ternura y por el respeto a las convenciones de una sociedad organizada. Buena muestra de ello es
su creación más destacada, la tetralogía Angel in the House (El ángel del hogar) (1854-62), una apoteosis del amor
conyugal. En esta obra, que fue su éxito más popular, El autor tiene el atrevimiento de utilizar la poesía como algo
cotidiano al mismo tiempo que usa efectos realistas. Las partes más filosóficas del poema revelaban ya el misticismo
de Patmore, patente en sus obras posteriores. En efecto, la muerte de su esposa tras una prolongada enfermedad
(1862) y su posterior conversión al catolicismo (1864), orientaron su poesía hacia el misticismo apasionado que
impregna las obras de su segunda etapa poética. Así lo atestiguan composiciones como las del volumen Eros
desconocido (1877), conjunto de odas sobre temas elevados, muy alejados de la intimidad familiar de sus poemas
anteriores.[97] En ellas, Patmore volvería a desarrollar ese mismo tema, con una enorme osadía en el lenguaje, y con
gran capacidad para poner en verso complejos pensamientos.
Sus obras están llenas de reflexión elegante y sugerente, pero de vez en cuando adolecen de excesiva extensión y
discursividad.[98]
Al círculo de Morris y de Rossetti perteneció el gran poeta erótico Algernon Charles Swinburne (1837-1909), que
trajo al idioma inglés una nueva música. Su poesía es, aún más que la de Tennyson, intraducible.[99] Con su obra
Literatura victoriana 13
brillantemente subversiva, Swinburne fue, por encima de todo, un melodista. El efecto que producen sus versos al
conocerlos por primera vez es irresistible; con su pasión y su rapidez, enciende el alma del lector. Las aliteraciones y
los ecos aumentan la fuerza del hechizo, que se ejerce a través de estrofas de estructura nueva. Su mayor debilidad
reside en que el verdadero pensamiento falta con frecuencia, habiéndose perdido en una sugestión aliterativa o
rítmica.[100] A consecuencia de su estrecha vinculación con los prerrafaelitas, Swinburne se sometió sucesivamente a
la influencia clásica y a la romántica, y mostró las huellas de ambas en sus obras.[101] Ningún poeta, excepto quizá
Lord Byron, sorprendió tanto al público inglés. Su obra, espectacular y revolucionaria, causó, como la del gran poeta
romántico, admiración y extrañeza.[102] Tras casi un siglo de indiferencia, Swinburne fue el primer poeta inglés que
tuvo conocimiento de las novedades que habían tenido lugar en la Europa continental. Tomó a Victor Hugo por
maestro y por héroe; a Victor Hugo, a quien miraba con recelo la Inglaterra victoriana por impío y poco respetable.
Nadie puede lanzar acusaciones más torrenciales que Swinburne. Cuando se excita su odio, ya sea en verso, ya sea
en prosa crítica, desencadena un ataque irresistible; y es casi tan eficaz en la alabanza de lo que le agrada, aunque
muchas veces se muestre parcial. La aparición en 1865 del drama lírico Atalanta en Calidón determinó su
reconocimiento inmediato como poeta de primer orden. El "Himno a Artemisa" incluido en Atalanta es sin duda uno
de los más espléndidos ejemplos del poder de la métrica en el lenguaje. Tanto Atalanta como sus Poemas y baladas
(1866), obra violentamente atacada por inmoral, tuvieron tanto éxito como el Childe Harold de Byron, y provocaron
tanta indignación como los primeros cantos del Don Juan byroniano. Los Poemas y baladas contienen pruebas de
sus diversos entusiasmos: por Safo y los griegos, por Hugo y Baudelaire, por las baladas trágicas. La sensualidad que
impregna su obra, que algunas veces llega a la animalidad, se encuentra pujante en la primera serie[103] de esta obra,
la cual creó una profunda sensación, tanto entre los críticos como entre el común de los lectores, por su audaz
ruptura con las normas establecidas, políticas y morales, y originó una prolongada y amarga controversia. Swinburne
extrajo un placer exquisitamente decadente de la desesperanza ("Laus veneris"), del pecado ("Fedra") y de la lascivia
cruel ("Anactoria"), mientras que en el "Himno a Proserpina" exaltó el antiguo paganismo apolíneo. La poesía
victoriana había mantenido sus temas, y Swinburne, deliberadamente rebelde, escribió sobre un amor apasionado,
cruel, en ocasiones pervertido y sádico. En lugar de sentimientos delicados y de veneración por el otro, en él
encontramos desvarío, crueldad y hastío.[104] Las tres series de composiciones, con su rebeldía contra el puritanismo
y la honorabilidad, abrieron en la literatura victoriana una brecha que permitió el paso de la corriente que llevó al
decadentismo.[105]
Algunas de sus composiciones fueron seriamente censuradas por su desenfadado desprecio de la tradición y espíritu
pagano.[106] Una nueva fuerza parece surgir en algunos de sus volúmenes postreros, como en Cantos antes del alba
(1867-1871), elogio de la independencia italiana.[107] Pero cuando posteriormente se dedicó a escribir sobre temas
más amplios y más normales, su poesía se convertiría en pura retórica, y las palabras vacilarían en medio de
melodías laberínticas en las que la sonoridad excedería el significado. Volviendo a los modelos griegos que había
seguido con tanto éxito en Atalanta en Calidón produjo Erecteo (1876), cuyo extraordinario poder métrico causó
admiración general. Poemas y baladas se completó con dos series más, en 1878 y 1889. Swinburne dio nueva
flexibilidad al dístico heroico en su Tristán de Leonís (1882), revisión del mito de Tristán e Isolda, pero pervive
sobre todo por sus poesías líricas. En la brillantez de su ejecución revelaba Swinburne la vacuidad de muchas obras
victorianas. Derribó los viejos valores con resonante estrépito, pero no estableció otros nuevos o sólidos. Puso fin a
una época y anunció otra nueva, una época nueva de gran confusión, de tendencias múltiples y sin realizaciones
seguras.
Literatura victoriana 14
Narrativa
El reinado de la reina Victoria fue la Edad de Oro de la novela inglesa. Fueron varios los escritores cualificados para
pretender la supremacía artística a base de méritos muy diferentes.[108] El sentido social, las esencias culturales
producidas por el choque con esa realidad que llamamos vida, y los frutos del esfuerzo que los ingleses del siglo XIX
hicieron para ser lo que tenían que ser, sí aparecen claramente en las obras escritas por los novelistas de la época.
Pero como ninguna transformación de la vida deja de ir acompañada por el sufrimiento, tampoco se libró de él esta
etapa, y la dirección de las energías y propósitos de los victorianos, por muy constructivos que fueran sobre todo en
su aspecto externo, fomentó la agresividad y el afán de dominio, y supeditó el trabajo humano a fines no siempre
honrosos. Charles Dickens fue el novelista que acusó con singular eficacia crítica las grietas y defectos del edificio
aparentemente compacto de la sociedad victoriana.[109]
La variedad y el vigor excepcional de la novela inglesa de mediados del siglo XIX se debió al interés con que los
escritores se aplicaron a dar forma artística a los modos de vida, distintos y cambiantes, de la sociedad en que vivían.
Quizá sus obras no parezcan bien acabadas, debido a la costumbre generalizada de publicarlas por entregas; pero su
espontaneidad creadora y su alcance son comparables a la explosión dramática del período isabelino. Por primera
vez en la historia, la novela se convierte en el género literario dominante en Inglaterra, y el hecho de que fuera el
vehículo más adecuado para el estudio psicológico y sociológico de las realidades humanas atrajo a muchos de los
grandes creadores de la época.[110]
Así pues, la época victoriana fue, sobre todo, la del auge y expansión de la novelística inglesa. Su mayor
representante, y uno de los autores más célebres de la literatura universal, fue Charles Dickens, a cuyo nombre hay
que sumar los de otros autores no menos destacados como William Thackeray, Anthony Trollope, George Eliot o
Wilkie Collins. Un brote original y diferenciado, más afín al temperamento romántico, surgió en las novelas de las
hermanas Brontë. La novela social estuvo representada por Elizabeth Gaskell y Charles Kingsley, y la narrativa
histórica por las últimas obras del barón Edward Bulwer-Lytton.
Dickens y Thackeray fueron amigos personales, si prescindimos de una desgraciada incomprensión; los dos eran
humoristas, sentimentales, reformadores y de la misma clase social: la clase media. Pero el humorismo de Thackeray
se inclinaba a los juegos de ingenio, y el de Dickens a la farsa; el sentimentalismo de Thackeray estaba refrenado por
su "cinismo", mientras que el de Dickens rebosaba; Thackeray usaba la ironía contra las cosas malas, pero Dickens
enronquecía de gritarles; Thackeray puso en sus libros a gentes que conoció, pero Dickens descubrió al cockney.[111]
La Inglaterra del siglo XIX fue prolífica en mujeres novelistas, algunas de las cuales hicieron aportaciones de
importancia cardinal para el arte.[112] Las Brontë con su interpretación de las pasiones, y George Eliot con su
penetración psicológica, trajeron al arte dos factores nuevos que han seguido predominando.
Literatura victoriana 15
posteriores del autor se manifiesta un mayor dominio estructural y una unidad temática más sólida. Con Oliver Twist
(1837-1839) y Nicholas Nickleby (1838-1839), Dickens se orienta hacia problemas sociales y humanitarios,
basándose en recuerdos sórdidos o desagradables de su infancia. En la primera de ellas, el sentimiento comienza a
imponerse al humor, y Dickens, aterrorizado por la crueldad imperante en su época, comienza a sentir el deber de
comunicar un mensaje a través de la ficción a su insensible generación. Por su parte, en Nicholas Nickleby el
argumento va adquiriendo importancia y Dickens muestra su talento para lo melodramático.[120] En el período
central de su vida (1840-1857), Dickens escribió ocho novelas, empezando por La tienda de antigüedades
(1840-1841), que presenta de un modo muy efectivo el lado sentimental[121] del autor, y Barnaby Rudge (1841), su
primera novela de ambientación histórica (la acción transcurre en pleno siglo XVIII), en la que el argumento va
adquiriendo una importancia cada vez mayor. Dickens odiaba el sistema social en el que había nacido, y en muchas
de sus novelas se proponía atacar directamente la corrupción de su época. Sin embargo, esa misma época le exigiría
su tributo al imponerle que, si quería que sus novelas fuesen populares, debían respetar las convenciones de la clase
media en lo referente a moralidad y a vocabulario. En Dombey e hijo (1846-1847), en la que arremete contra el
mercantilismo como objetivo único de la vida, Dickens comenzó a alcanzar su plenitud como novelista. David
Copperfield (1849-1850), por su parte, es la historia novelada de varias fases de la vida del propio autor. En esta,
considerada por muchos como su obra cumbre, Dickens llevaría hasta sus últimas consecuencias la primera fase de
su novelística en una historia que posee un fuerte elemento autobiográfico y con personajes muy logrados. Casa
desolada (1852-1853), la novela más consciente y profundamente planificada de toda la obra de Dickens, tiene otras
características: encierra en su interesante y complicada trama una violenta censura de los abusos de la justicia de la
época.[122] Aunque a lo largo de toda su obra Dickens se dedicaría a atacar las condiciones sociales de su época,[123]
en Tiempos difíciles (1854) insiste especialmente en ello. En esta obra, Dickens protesta duramente contra los
sistemas educativos basados en hechos y estadísticas a costa de la formación de la conciencia y del desarrollo de los
afectos y de la imaginación. La novela muestra, mejor que algunas obras históricas, la vida en las ciudades
industriales inglesas de mediados del siglo XIX, y satiriza completamente el sistema del laissez-faire de la Escuela
de Manchester. Un prejuicio social sería también el hilo conductor de La pequeña Dorrit (1855-1857), última novela
de este período medio de la vida de Dickens, en la que el autor ataca los métodos de la burocracia. La descripción de
la vida carcelaria se convierte en un tema serio a través del retrato que Dickens hace de la cárcel para deudores de
Marshalsea (Londres), en la que había estado recluido el propio padre del autor.[124] En su época postrera, Dickens
escribió cuatro novelas ―una de las cuales quedó sin terminar―, en las que experimentó una progresiva tendencia
hacia temas más oscuros y hacia un realismo más riguroso y descarnado. Historia de dos ciudades (1859) es una
narración vigorosa, escrita probablemente bajo el influjo de Thomas Carlyle.[125] Con la época de la Revolución
francesa y el período del Terror como trasfondo histórico, la novela revela las atrocidades, contradicciones y
heroísmos de que es capaz el hombre, individual y colectivamente, en momentos de exaltación y de grandes crisis.
Esta obra dio una nueva estructura a la novela histórica: el asunto pertenecía al pasado y, sin embargo, no es el
pasado lo que interesa, sino el carácter de valor permanente.[126] Grandes esperanzas (1860-1861) constituye una
síntesis de las cualidades del autor y manifiesta una orientación de Dickens en un sentido más realista, acaso de
acercamiento a Thackeray.[127] Entre tantas creaciones simpáticas de Dickens, pocas ofrecen las amables cualidades
de algunos de los personajes de Nuestro común amigo (1864-1865), crítica implacable de la obsesión de la sociedad
por el materialismo y el consumismo. La última novela de Dickens es la enigmática El misterio de Edwin Drood
(1869-1870), que dejó inconclusa a su muerte. No se puede terminar una semblanza de Dickens sin detenerse en sus
cuentos navideños: Canción de Navidad (1843), Las campanas (1844) y El grillo del hogar (1845).[128] El primero
de estos relatos, quizá la más peculiar de todas sus obras, muestra su creencia en la bondad humana llevada casi
hasta el misticismo. Cualquiera de estos cuentos constituye una admirable introducción al estudio de las
posibilidades de Dickens como novelista: su calidad poética, su estilo y los principales elementos de su ideología. Lo
mismo que el resto de los grandes artistas, Dickens contemplaba el mundo como si se tratase de una experiencia
enteramente nueva vista por vez primera, y poseía una extraordinaria versatilidad en el lenguaje, dominando desde la
creación cómica hasta la gran elocuencia. Creó personajes y situaciones tan diversos como nunca había conseguido
Literatura victoriana 17
nadie desde Shakespeare e influyó de manera muy profunda en su público hasta el punto de que la concepción del
mundo que encontramos en sus novelas ha pasado a formar parte de la tradición inglesa.[129] Dickens marcó un antes
y un después en la literatura inglesa: la posterior a su muerte (1870) es notablemente diferente de la producida en los
inicios de la época victoriana.
Novela de aventuras
Frederick Marryat (1792-1848), marino y novelista inglés, fue contemporáneo y amigo de Charles Dickens, y
destacó por ser uno de los primeros autores de novelas de ambiente marinero. Sirvió en la Royal Navy durante un
cuarto de siglo (1806-30), y volcó su madura experiencia y su irreprochable vivacidad a su obra cuando comenzó a
escribir novelas. Frank Mildmay, o el oficial de la Marina,[130]</ref> se publicó en 1829. La brillante y realista
narración de aventuras navales, la mayor parte de las cuales había presenciado o experimentado, tomó al público por
asalto; el libro fue un éxito literario y comercial. Ya tenía escrita The King's Own (Propiedad del Rey), que fue
publicada en 1830. Las novelas del capitán de navío se ganaron de inmediato el favor del público. La frescura del
nuevo campo que se abría a la imaginación ―tan lleno de luces y sombras, alegre diversión, agobiantes
sufrimientos, emocionantes aventuras, acción heroica, afectuosas amistades, odios amargos― estaba en estimulante
contraste con el mundo del narrador histórico y el novelista de moda, a los que la mente del común lector estaba
entregada en aquella época. The King's Own supuso una gran mejora, en lo referente a construcción, con respecto a
Frank Mildmay; y, asentándose en su nueva profesión literaria, produjo con asombrosa rapidez una trepidante
sucesión de historias: Newton Forster (1832), Peter Simple (1834), Jacob Faithful (1834), El pachá de muchos
cuentos (1835), Japhet en busca de un padre (1836), El guardiamarina Easy (1836), El pirata y los tres cúter
(1836), hasta alcanzar su más alta cota de habilidad constructiva en El perro diabólico (1837). Marryat poseía un don
admirable para la narrativa lúcida y directa, y un fondo inagotable de episodios, y de humor, en ocasiones rayano en
la farsa. De todos sus retratos de marineros aventureros, el Gentleman Chucks de Peter Simple y el Equality Jack de
El guardiamarina Easy son los más famosos, pero creó otros muchos personajes que adquirieron categoría entre las
figuras características de la ficción inglesa. Entre sus restantes obras destacan El buque fantasma (1839); Diario de
América (1839); Olla podrida (1840), una colección de textos misceláneos; Poor Jack (1840); Joseph Rushbrook
(1841); Percival Keene (1842); Monsieur Violet (1843); The Privateer's Man (El corsario) (1844); La misión, o
escenas de África (1845); El pequeño salvaje (1848-49), publicada póstumamente; y Valerie, inconclusa (1849). Sus
novelas constituyen un importante vínculo entre Smollett y Fielding, y Charles Dickens.
La escritura de novelas no fue su única labor literaria. Entre 1832 y 1835 dirigió el The Metropolitan Magazine, y en
dicha publicación aparecieron algunos de sus mejores relatos. Visitó los Estados Unidos en 1837, y dejó un
despectivo reporte de las instituciones estadounidenses en un Diario publicado a su regreso a Inglaterra. Estando en
Nueva York escribió una obra de teatro, The Ocean Waif, or Canal Outlaw, que llegó a representarse y ha sido
olvidada.
Como escritor, Marryat ha sido juzgado de forma diversa, pero su sitio como narrador está asegurado. Extrajo de su
experiencia profesional y de sus conocimientos el material para sus historias; por ejemplo, el terrible naufragio en
Propiedad del rey es una versión adornada de la pérdida del «Droits de l'homme», y Mr. Chucks aún era conocido en
carne y hueso por la generación posterior a Marryat. Como relato de aventuras navales, Frank Mildmay era
manifiestamente autobiográfica. Marryat ha hecho que sus marineros cobren vida, y ha dotado a sus episodios de una
existencia real y absoluta. Es ahí, y en el jovial sentido del divertimiento y el humor que impregna todo el conjunto,
donde reside el secreto de su éxito; porque sus tramas, a excepción tal vez de Propiedad del rey, resultan pobres.
Marryat es el príncipe de los narradores del mar; su conocimiento del mar, su vigorosa definición de personajes y su
humor campechano y honesto, si bien algo grueso, nunca dejan de complacer.[131] Su hija, Florence Marryat,
también novelista, publicó su Life and Letters (Vida y correspondencia) en 1872.
Literatura victoriana 18
Novela histórica
William Harrison Ainsworth (1805-1882), un prolífico escritor tan oscuro en la actualidad como famoso llegó a ser
en su tiempo, reinventó la novela de ambiente gótico en un entorno inglés, una revisión radical del modelo scottiano
de novela histórica y un antecedente del gótico urbano contemporáneo de Dickens y Reynolds. La zona residencial
de Manchester en la que creció ―en un ambiente histórico y romántico de estilo georgiano― y sus lecturas de
infancia (obras románticas repletas de aventuras o temas sobrenaturales) influyeron notablemente en su ingente obra
posterior. Desde mediada la década de 1830 continuó produciendo hasta el año 1881 un torrente de novelas, hasta
llegar a 39,[132] de las cuales cabe destacar La Torre de Londres (1840); Old St. Paul's: A Tale of the Plague and the
Fire (1841) y El alguacil de la torre (1861). Sus novelas del ciclo de Lancashire abarcan por completo un período de
cuatro siglos de historia de Inglaterra e incluyen los siguientes títulos: Las brujas de Lancashire (1847), su mejor
obra y la última de sus novelas góticas "originales"; Vida y aventuras de Mervyn Clitheroe (1857-58) y The Leaguer
of Lathom (1876). Otras novelas suyas, ambientadas en diferentes épocas de la historia de Gran Bretaña, son: Guy
Fawkes o la traición de la pólvora (1840), La hija del avaro (1842), El castillo de Windsor (1843) y Saint James's o
la corte de la reina Ana: un romance histórico (1844). La inconclusa Auriol o el elixir de la vida, una de sus mejores
novelas, fue parcialmente publicada por entregas entre 1844 y 1845. En una visión de conjunto, la obra narrativa de
Ainsworth dependía de sus efectos sobre situaciones sorprendentes y descripciones poderosas: en él hay escaso
humor o capacidad para definir caracteres. Ainsworth fue muy popular en su tiempo y sus novelas se vendieron en
gran número, pero su reputación no ha resistido el paso del tiempo.
Tras haber escrito dos novelas históricas de tema romano e inspiración scottiana (Rienzi, el último tribuno y Los
últimos días de Pompeya) y haber hecho su propia contribución a la novela de terror con Zanoni (1842),[133] en la
época victoriana Edward Bulwer-Lytton (1803-1873) continuó su labor literaria con una energía casi inagotable
hasta el final de su vida.[134] El marco de sus relatos históricos volvió a ser Inglaterra, concretamente la Inglaterra de
la conquista normanda (1066) y la de la Guerra de las Dos Rosas (siglo XV). El último barón (1843) pretende ser
una interpretación filosófica de los cambios sociales de un período, y su argumento se centra en la fase final de la
citada guerra. Harold, el último rey sajón (1848) sigue la pauta histórica de la conquista normanda, con una idea
distinta de la de Scott: si éste se servía de la historia para escribir novelas, Bulwer-Lytton se vale de su capacidad
novelística para realzar la historia.
William Henry Giles Kingston, más reconocido como W. H. G. Kingston (1814-1880) y más célebre por sus
novelas juveniles de aventuras, viajó y vivió más experiencias que la mayoría de los hombres de su tiempo. Sus
numerosos artículos periodísticos sobre Portugal, donde residió, fueron traducidos al portugués y por ellos se le
otorgó una pensión del Gobierno. Su primer libro, El jefe circasiano, apareció en 1844.[135] Viviendo aún en Oporto
escribió la novela histórica El primer ministro (1844) y los Esbozos lusitanos, un conjunto de descripciones con
datos históricos de sus viajes a Portugal. Ya en Inglaterra, se interesó por el fenómeno emigratorio y sus raíces
históricas. En los últimos años de su carrera escribió numerosos relatos históricos ambientados en diversas épocas y
países, como Eldol el druida (1874) o Joviniano, una historia de los primeros días de la Roma de los papas
(publicada póstumamente).
La producción literaria de Charles Kingsley (1819-1875), co-fundador del grupo de los Socialistas Cristianos,
presenta tres tendencias: novelas de carácter político-social, novelas históricas y cuentos y fantasías para niños. Más
éxito que con sus novelas de orientación social y moral (véanse) obtuvo Kingsley con sus tres novelas históricas:
Hypatia o nuevos enemigos con viejo rostro (1853), Westward Ho! (¡Rumbo a Poniente!) (1855) y Hereward the
Wake (1866), aunque no todas ellas son igualmente objetivas ante los hechos históricos que les sirven de base.[136]
Hypatia transcurre en la Alejandría de los tiempos del Imperio romano de Oriente, y encierra una crítica al
escepticismo como actitud intelectual y al fanatismo de los cristianos ortodoxos de aquel período frente al paganismo
neoplatónico; en esta obra, Kingsley explotó inteligentemente el contraste entre la Roma decadente y los bárbaros,
salvajes pero emprendedores.[137] Siguiendo con el género histórico, apeló con éxito a prejuicios inveterados en su
Westward Ho! (¡Rumbo a Poniente!), con galantes lobos de mar isabelinos y siniestros españoles de cliché. El relato
Literatura victoriana 19
avanza sin una pausa, y no carece de viveza y de energía. ¡Rumbo a Poniente! es la novela más popular de Kingsley,
que ha sido leída por la mayoría de los ingleses, y la que más ha influido en la opinión de éstos sobre la España del
siglo XVI. Es obra de exaltación patriótica, de aventuras y empresas navales en la época de Isabel I de
Inglaterra.[138] Hereward the Wake (Hereward el Proscrito) es otro extracto de la historia de la Inglaterra de John
Bull. En ella se describe la personalidad y las aventuras del personaje que da nombre a la propia novela,[139] su
matrimonio con la culta y encantadora Torfrida, y su levantamiento, en 1070, contra Guillermo el Conquistador.
Siguiendo la trayectoria de la novela histórica es preciso mencionar al cardenal Nicholas Wiseman (1802-1865),
autor de Fabiola, o la Iglesia de las catacumbas (1854), recreación novelada de la vida y el espíritu de los cristianos
en la Roma de los primeros tiempos de nuestra era.[140] La obra tuvo una notable difusión en su momento y fue
traducida a varios idiomas.
R. D. Blackmore (1825-1900), poeta y novelista, descubrió pronto que la ficción, y no la poesía, era su verdadera
vocación,[141] y aplicó sus facultades poéticas al presentar escenas naturales en su prosa. Comenzando con Clara
Vaughan en 1864, produjo quince novelas, todas meritorias, y dos o tres de ellas de un mérito excepcional. Su obra
más apreciada, y la más conocida por los lectores ingleses, es Lorna Doone (1869), novela romántica de ambiente
histórico situada en la época de Carlos II y Jacobo II, en el último tercio del siglo XVII. Durante generaciones, esta
novela ha sido muy leída por los escolares ingleses en su adolescencia. Destacan también La criada de Sker (1872),
la favorita del autor, y Springhaven (1887). Una de las características más notables de las obras de Blackmore es su
maravillosa capacidad de observación de la naturaleza y su simpatía por la misma. Se puede decir que hizo por
Devonshire lo que Scott había hecho por las Tierras Altas de Escocia.
Novela realista
La novela victoriana de carácter realista deriva de Richardson, Fielding y Jane Austen, sobre todo de los dos últimos,
y en su primera etapa está representada por Thackeray y Trollope, novelistas tan notables, que en ciertos aspectos se
pueden equiparar con Dickens.[142]
William Makepeace Thackeray (1811-1863) fue en
su momento el gran rival literario de Dickens.
Reconocido por su estilo satírico, acerado y mordaz en
el retrato de los personajes, y poseedor de un humor
irónico y corrosivo y de un estilo realista y hábil en la
estructura argumental, para diferenciarse de Dickens
tendía a representar situaciones más de clase media que
las características de su gran competidor. La
producción de Thackeray es voluminosa. Pero el
auténtico Thackeray, el verdadero novelista, puede
reducirse a media docena de títulos, tres o cuatro de los
cuales dan la medida de sus posibilidades.[143] En 1837
comenzó a colaborar en el Fraser's Magazine, en el que
aparecieron The Yellowplush Papers, The Great
Hoggarty Diamond, Catherine y Barry Lyndon, la
historia de un estafador irlandés, que constituye una de
sus mejores obras.[144] Publicada por entregas en 1844,
esta novela picaresca narra la vida y aventuras de un
burgués bravo, despreocupado y ambicioso, que, de
soldado y jugador pendenciero, se convierte en un William M. Thackeray
Literatura victoriana 20
afortunado hombre de mundo. Su trabajo en el Fraser's, si bien fue apreciado en su justo valor por un selecto círculo,
no le proporcionó un muy amplio reconocimiento: fueron sus contribuciones al Punch ―El libro de los esnobs y El
diario de Jeames― las primeras que captaron la atención de un público más amplio. El libro de los esnobs
―inicialmente publicado por entregas entre 1846 y 1847 bajo el título Los esnobs de Inglaterra, según uno de
ellos― consta de una serie de esbozos satíricos llenos de crítica despiadada hacia la hipocresía social de la clase
media; si bien interesan más desde el punto de vista social y de la actitud personal del autor ante el fenómeno que
desde el estrictamente literario, su éxito propició que fueran recopilados en formato de libro en 1848.
El punto de inflexión en su carrera, sin embargo, fue la publicación por entregas mensuales de La feria de las
vanidades (1847-1848), la gran novela de Thackeray, obra importantísima de la literatura inglesa y universal, que vio
la luz también en Punch. Es la primera de la serie de grandes novelas, y tiene méritos para que se la considere la
mejor. Abarca un campo desacostumbradamente extenso de la naturaleza humana, y el personaje de Becky Sharp es
verdaderamente notable.[145] Subtitulada Una novela sin héroe, se trata de un fresco satírico de la vida londinense
durante la primera mitad del siglo XIX. El criterio de Thackeray era realista, y su novela se apartaba de la
ambientación romántica para reflejar de un modo más auténtico las realidades de la vida. Thackeray se propuso,
pues, trazar un cuadro realista de la sociedad inglesa de su tiempo, preocupándose menos por presentar una solución
moral que por evocar una imagen de la vida tal como él la veía.[146] Esta extraordinaria obra le otorgó
inmediatamente un lugar junto a Fielding a la cabeza de los novelistas ingleses, quedando sin ningún competidor
vivo, a excepción de Dickens.
Si en La feria de las vanidades Thackeray nos presenta un amplio cuadro social del mundo de su época, en La
historia de Pendennis (1849-1850) se propone describir la historia de un joven, sus momentos afortunados y sus
desaciertos y, según manifiesta el propio novelista, «sus enemigos y su mayor enemigo», que es el protagonista
mismo. Esta obra emula el Tom Jones, de Fielding, y su protagonista es un trasunto del propio Thackeray,
adecuadamente adaptado.[147] La novela mantuvo por completo la reputación del autor.
El defecto en cuanto a estructura de que adolecen otras de sus novelas anteriores lo corregiría Thackeray en La
historia de Henry Esmond (1852), una novela realista de ambientación histórica, situada en la Inglaterra de la reina
Ana (principios del siglo XVIII) y centrada en los avatares de una familia de aristócratas católicos partidarios de la
rama jacobina de los Estuardo. En Esmond prodigó Thackeray su incomparable conocimiento de la literatura y la
vida inglesas de la época de Marlborough y de Addison. La impresión de la Inglaterra de la reina Ana es viva y
perfecta.[148] Esta obra constituye un caso aparte entre las novelas de Thackeray: si no es la mejor, es la más perfecta
en estructura y estilo, y una de las novelas históricas inglesas más valiosas.[149] En ella, Thackeray nos ofrece una
vivísima pintura de la sociedad inglesa de principios del siglo XVIII.[150] La novela tendría continuación en Los
virginianos: un relato del siglo pasado, escrita después de los viajes de Thackeray a Norteamérica. Esta obra, que,
pese a contener un buen trabajo, se ha considerado generalmente que muestra un declive en comparación con sus dos
inmediatas predecesoras, vio la luz entre 1857 y 1859.
Con The Newcomes (1854-1855), Thackeray vuelve al campo de La feria de las vanidades, que es el suyo, y crea
una tragicomedia de carácter social que es una poderosa descripción de la clase media, en la que el autor despliega
una incomparable maestría.[151] La historia de Pendennis y The Newcomes tienen demasiadas digresiones largas
como para alcanzar la fuerza de los planteamientos que aparecen en La feria de las vanidades, pero en ellas
Thackeray continúa demostrándonos su arte en la presentación de las escenas y de ciertos personajes. Durante sus
últimos años, su quebrantada salud, y una susceptibilidad que le hacía profundamente sensible a las críticas,
favorecieron, sin duda, la tendencia a lo que a menudo se ha llamado superficialmente su visión cínica de la vida.
Poseía una ironía inimitable y una capacidad para el sarcasmo que podía quemar como un rayo, pero esto último iba
casi invariablemente dirigido contra lo que es inferior y aborrecible. Con respecto a la debilidad humana es
indulgente y a menudo tierno, e incluso cuando la debilidad deriva en maldad, se muestra justo y compasivo. Más
delicado que Dickens en la exposición de los sentimientos, Thackeray es un novelista cuya profunda sensibilidad se
oculta bajo su ironía; su método reflexivo, en el que sigue la línea de Fielding, es un realismo intelectual que aplica a
Literatura victoriana 21
su interpretación artística de la vida.[152] La tragedia está fuera de su órbita, pero es un maestro del pathos, uno de
cuyos ejemplos más hermosos en todas las literaturas es el relato del fin del buen coronel Newcome.[153] Los
capítulos de sus novelas empiezan muchas veces con reflexiones formuladas en un tono de sabiduría mundana, que a
unos lectores les molestan y a otros les resultan aburridas. Observó la naturaleza humana "de manera constante y en
su totalidad", y la retrató con pulso ligero pero seguro. Fue maestro de un estilo de gran distinción e individualidad,
y ocupa un lugar entre los más grandes novelistas ingleses.
En la trayectoria realista de Thackeray, y con matices de visión e interpretación semejantes a los de Jane Austen,
aparece Anthony Trollope (1815-1882), el más fecundo y menos romántico de los grandes novelistas
victorianos.[154] Podemos asignar a Anthony Trollope el papel de lugarteniente de Thackeray. Fue muy grande la
admiración que sintió por su contemporáneo, y compartió la misma afiliación respecto de la manera realista de
Fielding. Pero había tenido una formación diferente y su estilo fue más cuidado. Trollope llevó a la literatura los
métodos de un buen funcionario público, y trabajó con regularidad, limpieza, deseo de agradar y silencio ante las
críticas.[155] Escribió sus primeras novelas para explotar su conocimiento de los irlandeses, pero no tuvo éxito hasta
que empezó la «serie de Barchester». Como resultado de sus quince años de estancia en Irlanda, Trollope escribió
tres narraciones: Los Macdermot de Ballycloran (1847), Los Kelly y los O'Kelly (1848) y Castle Richmond (1860);
esta última es la mejor, y está ambientada en los años de la Gran Hambruna irlandesa (1846-1849), de los que
Trollope fue testigo presencial. Estas obras de tema irlandés no tuvieron el esperado éxito que Trollope sí cosecharía
en otros campos: en la interpretación de la sociedad de la época y en la problemática de dos importantes ámbitos de
actividad de la vida inglesa: el eclesiástico y el político. En primer lugar, dos grandes ciclos narrativos aparecen en la
novelística de Trollope: el constituido por las «Novelas de Barsetshire» (1855-1867), serie de seis novelas que
describen los quehaceres de la vida eclesiástica, catedralicia y parroquial del aparentemente ficticio condado de
Barset; y el de las «Novelas políticas» (o «Novelas de Palliser»), otras seis novelas, centradas en el escenario de la
política inglesa.
Trollope fue realmente un artista notable y creador de un condado en la Inglaterra espiritual: el de Barsetshire, que
tiene su centro en la catedral y el atrio de Barchester.[156] El custodio (1855), primera novela del ciclo, trajo a la vida
ese lugar; es un intento de dar forma artística a uno de tantos escándalos nacionales, reales o supuestos:[157] la
relación de cierto sector del clero con determinadas actividades económicas poco éticas. El custodio es como la
antesala de Las torres de Barchester (1857), la gran novela de la serie. En El doctor Thorne (1858) la acción se
traslada de la ciudad catedralicia de Barchester a la vecina villa de Greshamsbury, y en La parroquia de Framley
(1861), a los alrededores del condado de Barset. En La casita de Allington (1864), Trollope se centra en los asuntos
matrimoniales de los habitantes de Courcy Castle; finalmente, con La última crónica de Barset (1867), se cierra el
ciclo de novelas eclesiásticas. El método de Trollope implica una cuidadosa observación de la realidad; su visión de
conjunto es cíclica, y se desarrolla paulatinamente en torno a un núcleo central.[158]
El mundo de la política ofrecía a Trollope posibilidades parecidas a las del sector eclesiástico; le permitía presentar
un nuevo aspecto de la clase dirigente y ampliar el cuadro de la sociedad inglesa victoriana.[159] Las novelas del
«ciclo de Palliser» no son políticas en el sentido en que lo son las de Disraeli; no presentan, como las de éste, una
filosofía política o un programa de gobierno. ¿Puedes perdonarla? (1864-1865), primera novela del ciclo, se centra
en el drama matrimonial de la pareja protagonista, drama que, por su interés íntimo y por la realidad de sus
personajes, atrae especialmente la atención del lector. Phineas Finn (1869) y Phineas Redux (1873) narran las
peripecias de un pintoresco abogado dublinés empeñado en hacer carrera parlamentaria en Londres, mientras que Los
diamantes de Eustace (1872) es un relato de fondo detectivesco. El Primer Ministro (1875) y Los hijos del duque
(1880) tratan especialmente de los asuntos políticos y personales de la pareja protagonista de la primera novela del
ciclo; la primera es una obra muy notable que muestra de modo convincente la actitud y la evolución mental de un
gran aristócrata y político del siglo XIX.[160] Las novelas políticas de Trollope presentan importantes escenas
parlamentarias y de caza, despliegan numerosos acontecimientos sociales, y se distinguen sobre todo por los retratos
de los personajes y su caracterización.
Literatura victoriana 22
Una de las grandes novelas aisladas de Trollope es Los Clavering (1866-1867); entrar en ella significa encontrarse en
el corazón de la vida rural inglesa de mediados del siglo XIX.
Trollope no es un novelista tan logrado como Jane Austen, a pesar de que el volumen de su producción es ocho o
diez veces mayor[161] (escribió cerca de cincuenta novelas)[162] En ocasiones se parece extraordinariamente a
aquélla, especialmente en el diseño de algunos caracteres femeninos. Pero, en conjunto Trollope carece de la ironía,
vivacidad y perfección de Jane Austen. Tampoco tiene la originalidad de Thackeray; pero su intuición y disciplinada
maestría le convierten en un gran novelista. Poseía una gran facilidad para la narración sin pretensiones, una fértil
imaginación, un estilo capaz de ganarse al lector sin esfuerzo,[163] y un talento desbordante para crear personajes y
episodios. Aunque los personajes nacían en la mente de Trollope para encarnar las situaciones que quería producir,
parecían tan vivos, que constantemente se le pedía que desvelase quiénes habían sido sus modelos. Las acciones se
desenvuelven con rapidez, claridad e interés, con un poco de sátira social y poco sermoneo a lo "thackerayano"; pero
contenían también implicaciones más profundas que quizá se pasen por alto.
Sus novelas son de tacto ligero, agradables, divertidas y completamente sanas. No hacen ningún intento de sondear
en la profundidad de caracteres o bien de proponer o resolver problemas. Tuvo el mérito de proveer de sano
entretenimiento a toda una generación, y gozó de una gran popularidad. Lo único que le faltó a Trollope, que poseía
un talento descriptivo notable, es cierta luminosidad con la que hubiera podido transfigurar su naturalismo.
El desarrollo de la novelística inglesa a partir de
Thackeray avanza hacia una pintura cada vez más
realista y acabada de la vida interior. En este punto, las
novelas de las hermanas Brontë marcan un jalón
importante y aportan un elemento subjetivo de primer
orden. Se trata de la presencia del yo romántico en la
novela inglesa.[164] Las novelas de las hermanas Brontë
son como un grito de libertad emotiva y espiritual de la
mujer en el seno de la sociedad victoriana.[165]
Su talento literario es más difuso que el de sus hermanas, pero lo conservó en varias novelas. En ellas une escenas de
su propia vida, en Yorkshire y en la escuela de Bruselas, con las experiencias mucho más ricas y más románticas que
ella misma imaginaba. De esta manera, puede muy bien afirmarse que su obra posee una base real, pero va mucho
más allá de ello, hasta alcanzar el mundo de los deseos.[167] El profesor fue su primera novela escrita, si bien no se
Literatura victoriana 23
publicó hasta después de la muerte de la novelista (1857). Terminada en 1846, es un intento primario de someter a
forma artística sus experiencias en el pensionado de señoritas de Madame Héger de Bruselas.[168] El tema de esta
novela también sería tratado con gran maestría en Villette (1853).
La primera novela que publicó Charlotte Brontë fue Jane Eyre (1847), obra desigual y melodramática, con páginas
de gran calidad y de intimidad profunda; tuvo un éxito inmediato. La novela, que tiene aspectos estructurales
dickensianos, constituye una revelación del carácter y la personalidad de la escritora[169] y presenta los elementos
que determinaron su concepción del mundo.
Shirley (1849), su segunda novela, ofrece aspectos del ambiente social y económico del condado de York alrededor
de los años 1810-1815. En esta obra vemos contrapesada la pasión verdadera y su simulacro, encarnadas en un grupo
de personajes bien concebidos que se destacan sobre un fondo muy exacto del Yorkshire.[170] La protagonista,
Shirley, es el retrato de Emily Brontë vista por Charlotte, un retrato que habría sido veraz si Emily se hubiera
encontrado en las circunstancias de Shirley, lo cual no sucedió nunca ni remotamente.
Villette (1853) es una interpretación imaginativa de los años que pasó Charlotte en el pensionado de Bruselas y de
sus ilusiones y fracasos sentimentales. Es una novela de realismo subjetivo, caracterización y pasión. Mejor
estructurada que Jane Eyre, no tiene los chispazos de ésta, pero presenta mayor madurez y profundidad.
En su única novela, Cumbres borrascosas (1847), fruto en buena medida de su propia imaginación, Emily Brontë
(1818-1848) creó un mundo violento y apasionado, que en ocasiones recuerda las turbulentas escenas de El rey Lear.
Es un libro extraño y escabroso, perverso y elemental. Presenta pasiones retorcidas y explosivas, acrimonia y
voluntariedad. Hay un intento del explotar el motivo del horror misterioso y de crear un personaje masculino
byroniano.[171] Emily Brontë, con honda intuición, muestra hasta dónde puede conducir una pasión contrariada y el
desencadenamiento de emociones mal dirigidas. Obra apasionada, escrita en lenguaje exaltado y tenso, está llena del
doble misterio representado por las ansiedades metafísicas de sus personajes principales y por los simbolismos
incorporados[172] en las dos mansiones en que se desarrolla la historia. La novela muestra una atmósfera
particularmente violenta, enfermiza y sobrenaturalmente emotiva, y a unos personajes dominados por pasiones
arrebatadoras.
El propósito de Emily Brontë en Cumbres borrascosas, aparte el primer objetivo que subyace en la volcánica
explosión de una pasión reprimida, consiste en potenciar la libertad emotiva de una mujer ante una sociedad
opresora, y fomentar la capacidad de la vida civilizada para absorber unas fuerzas aparentemente salvajes, pero al fin
humanas, que son las que pueden transformarla, proporcionándole la energía renovadora. La influencia de Byron y
de la novela gótica en Cumbres borrascosas es evidente.[173]
Anne Brontë (1820-1849), la hermana menor de Charlotte y Emily, no tenía la fuerza intelectual de sus
hermanas.[174] Es autora de las novelas Agnes Grey (1847) y La inquilina de Wildfell Hall (1848). Aunque no
pueden compararse con las novelas de sus hermanas, amplían la visión de la vida enclaustrada que las Brontë
llevaron en los rústicos parajes del condado de York donde estaba enclavada la rectoría de Haworth.
Tras siete años (1837-1844) dedicado de lleno a la labor parlamentaria, Disraeli comenzó su período literario más
fructífero. Lo más importante de su producción literaria lo constituyen las novelas de su famosa trilogía de la
«Young England» («Joven Inglaterra»), exposición clara de su idealismo político: Coningsby o la nueva generación
(1844), ambientada en los acontecimientos políticos ocurridos entre la promulgación de la Ley de Reforma de la
Representación Parlamentaria (1832) y la caída del Primer Ministro Lord Melbourne (1841); Sybil o las dos
naciones (1845), novela de ambientación realista y tono romántico centrada en denunciar la miseria y las
degradantes condiciones en que vivían los desheredados de la Inglaterra victoriana; y Tancred o la nueva cruzada
(1847), en la que el autor aborda la cuestión de las relaciones entre la religión y el Estado. Estas novelas presentan,
en forma articulada y artística, un programa político para la solución de los problemas de Inglaterra, consistente en
un conservadurismo reformado[178] y en una nueva concepción de la nacionalidad.[179]
Las dos novelas de sus últimos años son Lothair (1870) y Endymion (1880). Lothair, también de carácter biográfico,
contiene muchas referencias a la política y a la religión, aunque no propone, como Coningsby, por ejemplo, un
programa político concreto. Endymion, su novela postrera, es una mezcla de fantasía y realidad; relata la vida de
aventuras amorosas y éxitos sociales del protagonista, que consigue triunfar influido por admirables mujeres que se
identifican con sus ideales e intereses.[180]
Como escritor, Disraeli resulta generalmente interesante, y sus libros están repletos de ideas sorprendentes,
perspicaces máximas y frases brillantes que se graban en la memoria. Por otro lado, a menudo es artificial,
extravagante y exagerado, y su posición literaria final resulta difícil de predecir.[181]
Elizabeth Gaskell (1810-1865) está asociada a las
hermanas Brontë por su Vida de Charlotte Brontë y
también por el sabor norteño de sus obras. Ella y su
marido, William Gaskell, idearon una especie de
crónica de la crueldad del sistema industrial sobre las
clases humildes de la ciudad de Manchester, siguiendo
la tendencia realista de George Crabbe. Este proyecto
cuajó en Mary Barton (1848), la primera novela de
Mrs. Gaskell,[182] en la que la vida y los sentimientos
de la clase obrera fabril se representan con mucho
poder y simpatía.[183] El fondo de inquietud industrial
que vemos en Shirley se convierte en el asunto
principal de Mary Barton. La obra tiene dos aspectos:
el social y el rural o idílico-humorístico. Mary Barton
es una novela inquietante, que describe la vida tal como
la vio la escritora en los barrios industriales de
Manchester durante sus primeros años de matrimonio,
y resulta más atractiva porque no se propone enfrentar
hostilmente a los diversos estratos sociales, sino
describir y, en lo posible, incluso conciliar realidades. Elizabeth Gaskell
La novela causó mucho revuelo en su tiempo, y todavía
resulta un libro interesante porque describe con realismo los horrores y desequilibrios sociales de la Inglaterra de la
década de 1840. A pesar de alguna inverosimilitud, es uno de los mejores estudios de la vida industrial victoriana en
el momento en que empezaba a entablarse en Inglaterra la lucha de clases.[184] Gaskell combinó con talento la crítica
social y el melodrama, aunque sus cualidades no se reducirían a ese tipo de novelas de protesta social.
Debido al éxito de Mary Barton, Mrs. Gaskell escribió para Household Words, el periódico dirigido por Dickens, su
obra más popular, Cranford (1851-53), novela que sigue la tradición de Jane Austen.[185] La obra, que describe con
delicadeza la vida y el ambiente rural de un pueblo inglés ―Cranford, el equivalente al Knutsford (Cheshire) donde
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la escritora pasó su infancia y juventud― cuyos habitantes son casi todos mujeres, está impregnada de tierno
humorismo, de ironía suave, y transforma en aceptadora comedia los fracasos y desilusiones de la vida.
Ruth (1853) sigue una trayectoria parecida a Cranford, si bien en ella se abordan decidida y claramente problemas
morales que estaban ausentes en el marco de esta última novela. Pero en Norte y Sur (1854-55) Gaskell vuelve a la
novela social del estilo de Mary Barton, aunque proyectada desde otro ángulo.[186] Como aquélla y Tiempos difíciles,
de Dickens, esta novela, en la que Gaskell compara la situación en las dos mitades de Inglaterra, se propone infiltrar
los valores humanos en el formidable dique del mundo industrial de mediados del siglo XIX.
En Los amantes de Sylvia (1863) expone retrospectivamente la lucha de clases mediante una historia de enredos
periodísticos. Es una novela de conflicto familiar y carácter romántico, ambientada en la zona costera del condado de
York; y La prima Phillis (1864), un delicioso relato de desilusión amorosa.[187] Su última obra fue Esposas e hijas
(1865), que apareció en The Cornhill Magazine y quedó inconclusa.[188] En ella volvemos a encontrar el humorismo
de Cranford, aquí más suavizado, y debemos reconocer que consigue describir con naturalidad más realista ciertos
aspectos duros y conflictivos de la vida, que en sus novelas sociales pudieran parecer un tanto melodramáticos. En
todas estas obras revela la autora gran talento para retratar las clases y las comunidades bajo la reveladora tensión de
la Revolución Industrial.
Tenía gran intuición para someter a forma artística el material conflictivo tanto en el aspecto moral como en el
social, y con ello prestó un servicio notabilísimo a la novelística inglesa de su tiempo. En el dibujo de caracteres
procede con ojos de observador, más simpatizante y menos perspicaz que Jane Austen, y sus dotes dan de sí el
máximo en el idílico Cranford. Mrs. Gaskell tenía algunas de las características de Austen, y si bien su estilo y
delineación de personajes son menos minuciosamente perfectos, están, por otra parte, imbuidos de un sentido más
profundo de los sentimientos.[189]
Como escritor político-social ―más social y humanitario que político―, Charles Kingsley abordó temas semejantes
a los estudiados por Disraeli: los campesinos, los obreros de las ciudades, los terratenientes, los propietarios
industriales.[190] Kingsley puso todo su empeño en la lucha por la mejora de las condiciones higiénicas y sanitarias
de la población más desfavorecida. Sus ideas en esta tendencia y, en definitiva, su doctrina social se encuentran en
las novelas propagandísticas Yeast (Levadura) (1848) y Alton Locke, sastre y poeta (1850), en las que se ocupa de
cuestiones sociales como las que afectan a la clase trabajadora agrícola y al trabajador de la ciudad,
respectivamente.[191] Tanto estas dos novelas como Hace dos años (1857) son interesantes por la información que
ofrecen y por las aspiraciones a que apuntan, aunque de escaso valor artístico. Constituyen una trilogía de
orientación social y moral, en la que se descubren las causas del movimiento obrero inglés. Kingsley había llegado a
estar profundamente interesado en este tipo de cuestiones, y se lanzó en cuerpo y alma, en colaboración con F. D.
Maurice y otros, en pos del bienestar social, que apoyaron bajo el nombre de socialismo cristiano. Influido por
Coleridge, que insistía en que el cristianismo debía comprometerse en la reforma de la sociedad, Kingsley trató de
impulsar a la Iglesia anglicana para que realizara esta transformación. Su tipo de religión, alegre y robusto, fue
definido como «cristianismo muscular».
Thomas Hughes (1822-1896), miembro activo del grupo de los Socialistas Cristianos, reduce la historia a una
combinación de biografía y descripción de su propia experiencia escolar en Tom Brown's School Days (1857).[192]
Esta novela de propósito didáctico-social alcanzó una enorme popularidad[193] y resultó muy útil: además de ser una
obra clásica en su género, influyó en gran medida en la idea de lo que debían ser los colegios elitistas privados
ingleses. En su idioma, tal vez siga constituyendo el mejor cuadro de la vida en las escuelas públicas inglesas. Su
secuela, Tom Brown en Oxford (1861), fue un relativo fracaso, pero su The Scouring of the White Horse trata de su
propia tierra de un modo encantador.
De todas las novelistas del siglo XIX, George Eliot (Mary Ann Evans, 1819-1880) fue, sin duda, la más ilustrada, y
la más adulta por lo que se refiere a sus obras.[194] La obra de esta mujer tiene cierta calidad shakespeariana. George
Eliot resolvió el problema que había desconcertado a Cervantes: el de narrar un asunto largo sin acudir a cosas ajenas
al mismo y sin aburrir.[195] Con George Eliot la unidad del asunto y la cohesión del mismo se convirtieron en los
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rasgos principales de la construcción novelesca. Trabaja partiendo de los caracteres. En sus novelas sociales, Eliot
seguiría otro rumbo distinto al realismo de las hermanas Brontë; aseguradas las conquistas de éstas y de Elizabeth
Gaskell, Eliot se basará en el positivismo de Comte y tratará de convertir la novela en un fiel estudio de la vida y en
un análisis lo más completo posible de las reacciones psicológicas y de las motivaciones humanas. Describió sobre
todo la Inglaterra de los pequeños propietarios, que estaba a punto de desaparecer por la absorción que de los
campesinos hizo la ciudad, y por el paso de la pequeña propiedad a los grandes industriales.[196] Las escuelas en las
que se educó Mary Ann Evans dejaron en ella un substrato puritano de religiosidad que jamás se desvaneció del
todo. En contacto con prohombres como John Chapman, Herbert Spencer y especialmente George H. Lewes, bajo la
influencia de sus lecturas, y dotada de un temperamento similar al de ellos, George Eliot difícilmente podía
orientarse en otro género de novela que no fuera el filosófico.[197]
Su producción novelística se divide en dos etapas condicionadas, hasta cierto punto, por el predominio de las
experiencias vividas, vertebradas por la inspiración, la primera etapa, y por la observación metódica, la
profundización del carácter de los personajes y el análisis filosófico de la vida, la segunda. Las obras del primer ciclo
son cuatro, y vienen a ilustrar su positivismo en un aspecto psicológico y profundamente ético, en un marco
campestre o de pequeñas comunidades rurales.[198]
No fue sino hasta que frisaba ya los cuarenta cuando la escritora parece haber descubierto la verdadera naturaleza de
su genio; porque no fue hasta 1857 cuando Los infortunios del reverendo Amos Barton apareció en el Blackwood's
Magazine, anunciando el surgimiento de un nuevo escritor de singular energía.[199] Fue Lewes quien consiguió que
el editor del Blackwood's publicara ―ya bajo la firma de George Eliot― esta novela corta que supuso el primer
trabajo literario de Evans. La misma revista publicó también las dos novelitas que, junto con Amos Barton (sin duda,
la mejor del conjunto), componían las Escenas de la vida clerical (1857-58), que alcanzaron un éxito inmediato. Este
fue el inicio de un ciclo de cuatro años (1858-61) en el que la escritora compuso sus cuatro mejores obras. Tras ese
primer éxito, George Eliot comenzó a trabajar en su primera obra extensa, Adam Bede (1859), novela de ambiente
rural en la que la escritora pone de relieve toda su capacidad creadora. Es una novela de seducción, crimen y
remordimiento, cuyas consecuencias sufren tanto los culpables como los inocentes.[200] A partir de entonces el
dilema ante el que siempre se encontraría Eliot en tanto que novelista consistiría en determinar si sus historias
estarían guiadas por la intuición o por la racionalidad. Su siguiente novela, El molino del Floss (1860), cuyos
primeros capítulos son en gran parte autobiográficos, muestra ese dilema de forma más clara.[201] Ambientada
también en un escenario provinciano, se trata de una dramatización de la vida interpretada con firme trazo realista, y
en ella el lenguaje ordinario de la gente del campo se reproduce tan fielmente como en Adam Bede.[202] La plenitud
creativa de Eliot continuó en la novela rural Silas Marner (1861), quizás el más artísticamente elaborado de sus
libros, y, sin duda, la mejor y más equilibrada obra de este primer período, que revela la culminación de las
posibilidades creadoras de la novelista. Aunque en el espacio y el tiempo su argumento esté situado en una pequeña
comunidad rural y a principios del siglo XIX, la obra recoge, dentro de las posibilidades artísticas del género, las
direcciones más importantes de la problemática de la época. A ésta siguieron dos obras menores: Romola (1863) es
un intento fallido de escribir una novela histórica ambientada en la Florencia renacentista, y Felix Holt, el radical
(1866) estudia, con un argumento muy elaborado, las condiciones en que vivían las clases obreras después de la Ley
de Reforma (1832), así como las actividades de los políticos radicales para encontrar vías de superación.[203]
Cuando, hacia finales de la década de 1830, la soltura con la que Frederick Marryat había producido novelas sobre
la vida en el mar a un ritmo de dos o tres por año comenzó a fallar, encontró una nueva fuente de beneficios en sus
populares libros infantiles. De hecho, sus mejores libros posteriores a 1837[205] son los escritos expresamente para
niños. A ellos se dedicaría principalmente durante sus últimos ocho años. La serie se inició con Masterman Ready, o
el naufragio del «Pacific» (1841), y continuó con Narración de los viajes y aventuras de Monsieur Violet en
California, Sonora y el oeste de Texas (1843); Los colonos del Canadá (1844); La misión, o escenas de África
(1845); Los chicos de New Forest (1847); y El pequeño salvaje, publicado después de su muerte, en 2 partes
(1848-49).
Teatro
El siglo XIX fue una de las épocas más
pobres en la historia del teatro
inglés.[206] En conjunto, la situación
del teatro de comienzos del siglo XIX
era deplorable.[207] No obstante, la
decadencia del teatro no puede
achacarse a una causa única. Sin
embargo, la aprobación del Acta del
Teatro de 1843 para regular el sector
acabó con el monopolio que mantenían
hasta entonces las dos grandes
empresas teatrales, la del Covent
Garden y la del Drury Lane, las únicas
autorizadas para representar dramas
dialogados en Londres.[208] Esto
permitió a teatros más pequeños
El auditorio del Covent Garden Theatre, tras su reconstrucción de 1809
producir obras en igualdad de
condiciones con las dos empresas
privilegiadas. Como resultado de esa nueva situación, en la década de 1860 se construirían en Londres numerosos
teatros. A partir de entonces, la situación del teatro inglés fue mejorando, aunque solo de manera modesta.[209]
Por encima de todo, el principal peligro que sufrió el teatro del siglo XIX fue el de situarse al margen de la vida de la
época. Los cambios en la estructura de la sociedad modificaron hasta tal punto la propia personalidad humana que se
imponía una nueva interpretación. En la Inglaterra del siglo XIX, el intento más decidido de acercar el teatro a la
vida lo encontramos en la obra de T. W. Robertson. Sus comedias naturalistas fueron un rayo de luz. Únicamente el
último decenio vio aclararse un poco las tinieblas, cuando la eficacia técnica de Sir Arthur Pinero y de Henry Arthur
Jones preparó el camino a la sinceridad y la libertad nuevas que traerían al teatro Ibsen y George Bernard Shaw.
Hasta que aparecieron estos dramaturgos, el mundo del teatro había estado totalmente divorciado de la vida tal como
nosotros la conocemos.
Ya bien entrada la era victoriana, hacia mediados del siglo XIX, emerge en Inglaterra una forma dramática de
tendencia realista que, apoyada por la influencia del dramatrugo noruego Ibsen, lleva a un resurgimiento del teatro
inglés con obras que desarrollan problemas familiares o presentan contenidos sociales. Sin embargo, hay que
reconocer que el teatro victoriano no está a la altura de otros brillantes períodos de la historia de la escena
inglesa.[210]
La diferencia social entre el Londres de la primera mitad del siglo XIX y el de los años 1850-1900 es enorme, y
condiciona en gran parte el desarrollo externo y la evolución interna del teatro. En primer lugar, la población de tres
Literatura victoriana 28
millones que Londres tenía en 1850 se dobló en la segunda parte del siglo, y la facilidad y la economía del transporte
hicieron que los veinte teatros que existían en 1850 se triplicaran en la segunda mitad del siglo. El enorme
crecimiento de la población y la comodidad de los desplazamientos favorecen a los teatros londinenses, y al
organizarse el sistema del tanto por ciento de los ingresos, la prosperidad de la empresa beneficia al autor. La afición
por el teatro aumenta de tal modo, que Nuestro primo americano (1861), de Tom Taylor, alcanza casi las
cuatrocientas representaciones, y, con los años, otras obras sobrepasarán las mil. Por otra parte, el control que los
actores adquieren en los ensayos y estrenos, y la responsabilidad de los directores y primeros actores en la
conjunción de todos los aspectos de la realización dramática, mejora inmensamente la calidad de las
representaciones. La frecuente asistencia de la reina Victoria a las funciones teatrales estimuló a la aristocracia y a la
clase media, de modo que su afición redundó en la promoción social de los autores y del teatro en general. Hacia
1880 concurren al teatro todas las capas de la sociedad inglesa.[211]
El realismo familiar y local y el de los problemas sentimentales y ambientales ahogan la posibilidad del género
trágico. Sin embargo, se siguen escribiendo algunas obras versificadas. Tom Taylor estrena su drama histórico en
verso Joan of Arc (Juana de Arco) (1871), y Tennyson compone Becket (estrenada en 1893). Pero la producción en
esta línea es escasa debido a la tendencia al drama realista, que es el que domina en esta época. Por supuesto, hay
que tener en cuenta las muchas adaptaciones dramáticas de novelas de Dickens que aparecen en los escenarios
victorianos, y en los teatros populares del East End continúa la afición al melodrama marino y a otras obras que
respondían a la tradición romántica; pero en las carteleras del West End predominaban de modo absoluto los
dramas.[212]
Los dramaturgos más interesantes de este período son Robertson, Jones, Pinero y Oscar Wilde. Pero hay otros, como
Boucicault y Taylor, que, sin ser tan importantes, fueron extraordinariamente prolíficos y gozaron en su día de
mucha fama.[213]
Período de decadencia
Sir Henry Taylor (1800-1886) escribió cuatro tragedias;[214] también una comedia romántica, La viuda virgen, que
rebautizó como Un verano siciliano, y La víspera de la conquista y otros poemas (1847). De entre todas sus obras
Philip van Artevelde, un elaborado drama poético, cuyo tema había sido recomendado al autor por Southey y que
apareció en junio de 1834 tras seis años de preparación, fue tal vez la más exitosa. Con la ayuda de una crítica
elogiosa salida de la pluma de Lockhart en la Quarterly Review, alcanzó un extraordinario éxito. Su gran
superioridad sobre otras obras de Taylor se puede explicar por el hecho de ser en gran medida el vehículo de sus
propias ideas y sentimientos. Las primeras experiencias amorosas de Artevelde reproducen y transfiguran las suyas
propias. Edwin el justo (1842) fue recibida menos calurosamente; pero su personaje de Dunstán, el eclesiástico
estadista, constituye un primoroso estudio psicológico, y la obra está llena de interés histórico.
Philip van Artevelde fue llevada a escena por Macready en 1847, y dejó de representarse después de seis noches. A
pesar de ese fracaso, se trata de la obra por la cual Taylor ha obtenido un lugar permanente en la literatura. El estilo
se caracteriza por su gran dignidad y refinamiento, y ofrece las reflexiones sobre la vida de una mente poseedora a la
vez de una gran sensibilidad poética y de una cercana familiaridad con el funcionamiento real de la sociedad. El
Artevelde de Taylor no deja de impresionar a los que lo leen como la obra de un poeta de gran distinción. Un
experimento de comedia romántica, La viuda virgen, posteriormente titulada Un verano siciliano, fue publicado en
1850. "La obra más agradable que yo había escrito", dijo el autor; "y nunca llegué a entender por qué a la gente no
le gustaba". Su última obra dramática fue Víspera de San Clemente, publicada en 1862.
Taylor fue un hombre de gran capacidad y distinción, pero sus dramas, aun con muchas de las cualidades de la buena
poesía, carecen del toque final de un genio. Sus obras fueron recopiladas en cinco volúmenes en 1877-78.
D. W. Jerrold (1803-1857), dramaturgo y escritor[215] autodidacta, fue contratado a los dieciocho años por el
Coburg Theatre como escritor de piezas dramáticas breves. En 1829 había obtenido un gran éxito con su drama
Susan la de ojos negros. Pero fue 1835 su año dramático más exitoso. Escribió varias piezas para el Teatro Strand;
Literatura victoriana 29
en 1836 Jerrold escribió su única tragedia, El pintor de Gante, y él mismo apareció en el papel protagonista, sin
ningún éxito considerable.
Entre 1842 y 1845 no escribió ninguna obra, pero el 26 de abril de 1845 se estrenó en Haymarket Time Works
Wonders, una comedia en cinco actos, repleta de epigramas, que se mantuvo en cartel durante noventa noches. Su
habilidad en la construcción y su dominio del epigrama y del diálogo brillante están bien ejemplificados en esta obra.
Continuaría escribiendo brillantes comedias hasta 1854, fecha de su última pieza, El corazón de oro.
Renunció a escribir para el teatro en 1854. Como dramaturgo fue muy popular, aunque sus obras no se han
mantenido en escena. Se ocupó de las más humildes formas de la vida social en mayor medida de lo que
comúnmente se había representado sobre las tablas. Fue uno de los primeros y sin duda uno de los más exitosos de
aquellos que en defensa del teatro inglés autóctono se esforzaron por contener la marea de traducciones del francés,
que amenazó a principios del siglo XIX con asfixiar por completo el talento nativo original. Las historias y piezas
breves que forman el grueso de las obras completas de Jerrold varían mucho en destreza e interés; pero, pese a que
hay en ellas rastros evidentes de haber sido compuestas de una semana a otra, están siempre marcadas por la aguda
observación satírica y el punzante ingenio. Sus ensayos brillantemente escritos compensan siempre su lectura
concienzuda, pero sus obras no han ocupado los escenarios, y sus novelas apenas son leídas.
Iniciadores
En 1841, el dramaturgo Dion Boucicault (1820-1890), de origen franco-irlandés, alcanzó un gran éxito con London
Assurance, drama representado en el Covent Garden. Autor y actor de gran sagacidad e intuición de lo que esperaba
el público, supo aprovechar hábilmente las corrientes y posibilidades dramáticas que se hallaban en el ambiente y,
adoptando y adaptando escenas, situaciones y frases de dramaturgos o novelistas franceses e ingleses, tuvo el acierto
de proporcionar a sus oyentes algo brillante con visos de originalidad. Se le atribuyen 145 dramas, entre los cuales
destacan Los hermanos corsos (1852), Luis XI, rey de Francia (1855), Rip Van Winkle, o un sueño de veinte años
(1865) y otros, de tema irlandés, como La doncella pura (1860) y The Shaughraun (1874), que influyeron en autores
posteriores.
Tom Taylor (1817-1880) fue, junto con Boucicault,
uno de los dramaturgos más celebrados de su tiempo:
en su obra se sintetizan todas las corrientes teatrales
contemporáneas. Su variada producción dramática
asciende a unas ochenta obras, entre las que se
encuentran farsas y brillantes entretenimientos; la
comedia Still Waters Run Deep (1855), sobre la misión
del marido en la familia victoriana; el apretado
melodrama Retribution (1856); un drama ambientado
en la Inglaterra del período Tudor, escrito en verso
blanco, como Entre el hacha y la corona (1870); Juana
de Arco (1871). Pero su drama más significativo es En
libertad provisional (1863), obra que gozó de gran
popularidad durante todo el siglo XIX, y fue incluso
representada en los años cincuenta y sesenta del XX.
En libertad provisional alcanzó más de cuatrocientas
representaciones en 1863-1864. Taylor persistió en el
drama de matiz social, y en La mujer de Arkwright
(1873) lleva a las tablas los problemas de la
Tom Taylor, retratado por Lewis Carroll (1863) mecanización y del progreso industrial.[216]
Literatura victoriana 30
Otros autores
El dramaturgo escocés Edmund Yates (1831-1894) empezó a escribir para el Court Journal, contribuyendo
fundamentalmente con críticas teatrales. Fue colaborador del Household Words, y a principios de 1857 fue estrenada
en el Teatro Adelphi Una noche en Notting Hill, de Nicolas Herbert Harrington y Yates, que es descrita por este
último como "una desenfrenada y ridícula pero extremadamente divertida farsa". Fue seguida por Mi amigo de
Leatherhead, representada en el Lyceum el 23 de febrero de 1857. En colaboración con Harrington escribió tres
farsas más: Your Likeness - One Shilling, representada en el Teatro Strand en abril de 1858; Double Dummy
(Lyceum, 3 de marzo de 1858), y ¡Golpéale, no tiene amigos! (Strand, 17 de septiembre de 1860). En 1871 escribió,
en colaboración con A. W. Dubourg, un drama en tres actos, Sin amor, para el Teatro Olympic. Hizo mucha labor
periodística, principalmente como escritor dramático, y escribió numerosas piezas teatrales.[217]
En 1865, Algernon Charles Swinburne publicó Chastelard, una tragedia, la primera parte de una trilogía
relacionada con la figura de María, reina de Escocia; las otras dos partes son Bothwell (1874) y María Estuardo
(1881).[101] También fue autor de otros seis dramas en verso: La reina madre y Rosamond (ambas de 1860), Marino
Faliero (1885), Locrine (1887), Las hermanas (1892) y Rosamund, reina de los lombardos (1899).
Renovadores
El primero, o el que podríamos llamar el reformador
dramático más importante de la segunda mitad del siglo
XIX, es Thomas William Robertson (1829-1871).[218]
Perteneciente a una famosa familia de actores,[219]
Robertson comenzó a escribir en una fecha tan
temprana como 1845, pero había muy pocos elementos
que distinguieran su obra de la de sus contemporáneos
hasta que puso en escena David Garrick (1864), basada
en una novela también suya. Esa obra, que poseía ya
elementos realistas, se haría muy popular. Él fue quien
modificó el drama de un modo más evidente, tratando
temas realistas contemporáneos en un estilo natural y
nuevo. Estas cualidades, que empiezan a manifestarse
ya en sus primeras obras, adquieren una definición
perfecta en Caste (1867), Play (1868) y School (1869).
Su mejor obra es Caste, que si no promete demasiado
en la lectura, en la representación demuestra verdadera
calidad dramática. La comedia cobra importancia desde
el momento en que incorpora al sentimiento y al valor
intrínseco de una buena obra dramática un fuerte tema
central basado en ideas y diferencias sociales. Thomas W. Robertson
Uno de los méritos principales de Robertson es su empeño en llevar a la escena la vida real de su época,
desentendiéndose de los gastados argumentos sobre la joven abandonada, el villano corrompido y corruptor y el
héroe aureolado con las más nobles cualidades, y acercarse a la realidad cotidiana evitando todo partidismo
doctrinal.[220] Robertson instaura virtualmente en el teatro inglés el drama en tres actos.
Siguió a Robertson el fecundo dramaturgo Henry Arthur Jones (1851-1929), autor con iniciativa y grandes
cualidades melodramáticas, pero a quien los historiadores literarios acaso han elogiado en demasía. Enérgico y
Literatura victoriana 31
pertinaz, Jones consiguió convencer al público de la necesidad de establecer un drama que tratara los problemas
serios de la vida. Con ello impulsó la creación de un teatro de vanguardia que intelectualmente rebasó pronto su
propia línea conceptual. En 1882 alcanzó en Londres la celebridad con The Silver King, una obra bien construida, de
intención seria y de sello melodramático.
El estilo de sus obras posteriores puede resultar desigual. No es que descienda su nivel dramático; pero el tono es a
veces pretencioso y solemne, quizá demasiado insistente y retórico en las situaciones serias. En Santos y pecadores
(1884) y Michael y su ángel perdido (1896) Jones puso su mayor esfuerzo en abordar el tema social y religioso. La
audacia de Jones al llevar a la escena temas de religión ―confesión y conciencia― levantó no pocas críticas, que le
obligaron a adoptar un tono menos comprometido. En Los mentirosos (1897) adopta una actitud más conservadora:
expone las dificultades de la vida matrimonial, y las intrigas amorosas.[221]
El drama más importante de Jones es, sin duda, La defensa de la señora Dane (1900). Es un drama fuerte, en el que
aparece el triángulo convencional constituido por un matrimonio de mediana edad y la joven y bella institutriz de sus
hijos, de la cual se enamora el marido.[222] Otras obras de Jones son: Un error administrativo (1879), El
intermediario (1889), El caso de la rebelde Susan (1894) y Los hipócritas (1906).[223]
Más conocido como poeta, novelista y crítico, Robert Buchanan fue también autor de muchas exitosas obras, entre
las que cabe mencionar Lady Clare, estrenada en 1883; Sophia (1886), una adaptación del Tom Jones; La sombra de
un hombre (1890), y El charlatán (1894). Entre sus dramas se cuentan Una reina de nueve días, Un príncipe
atolondrado y Solo en Londres,[224] este último escrito en colaboración con Harriett Jay.
Otra figura interesante del teatro de esta época es Arthur W. Pinero (1855-1934), cuya larga carrera dramática va
desde 1877 hasta 1932. Sus amplias posibilidades abarcan la farsa, la comedia sentimental y el drama fuerte. Al
género de la farsa pertenecen The Magistrate (1885), The Schoolmistress (1886) y Dandy Dick (1887); esta última,
posiblemente la mejor de todas.[225]
Indudablemente, la comedia sentimental más representativa de Pinero es Sweet Lavender (Dulce espliego) (1888).
Constituye una ingeniosa réplica contra los seguidores de Zola y del naturalismo, que consideraban que si un drama
no presenta ambientes sórdidos carece de valor. Más importante que ésta y las anteriores resulta Trelawny of the
«Wells» (1898), drama de la escuela de Robertson, que a pesar de su sentimentalismo ―el sentimentalismo genuino
no puede rechazarse por sistema― posee auténticas cualidades humanas.
Pero el mayor éxito de Pinero se debe al drama de tema grave, que presenta problemas sociales y particulares, como
The Second Mrs. Tanqueray (La segunda señora Tanqueray) (1893). Pinero sigue aquí a Ibsen y nos muestra lo que
un dramaturgo alertado pudo conseguir aprovechando la técnica "ibseniana": el desarrollo de un tema moderno con
el movimiento natural de los personajes, dentro de una trama bien construida, sin apartes ni excesivas entradas y
salidas. Esta técnica hace de The Second Mrs. Tanqueray uno de los mejores dramas sociales del siglo XIX.[226] En
esta obra, con el anticuado lenguaje de la escena, Pinero había empleado una situación central que suscitó una
tempestad de discusiones.[227] Otras obras de Pinero son: El libertino, El sexo débil, Lady Bountiful, La célebre
señora Ebbsmith, El beneficio de la duda, La princesa y la mariposa, El jovial Lord Quex, Su casa en orden, Mid
Channel, etc.[228]
La ópera cómica
La vuelta a la agudeza intelectual en el teatro inglés aparece claramente en las óperas cómicas de Gilbert y Sullivan.
Ellos son quienes, entroncando con las comedias mitológicas y las «masques» del período renacentista, y pasando
por The Beggar's Opera,[229] parecen preparar al público para la comedia paradójica de Wilde y Shaw.[230] William
S. Gilbert (1836-1911), hijo del escritor William Gilbert, es un dramaturgo ingenioso y fecundo, que emprende
caminos distintos de los de Jones y Pinero, y, apartándose del drama que enfocaba problemas contemporáneos, busca
en otro campo una nueva posibilidad de expresión, una dirección moderna de originalidad. Gilbert, con sus farsas,
empezó su carrera dramática en la línea burlesca, y en ella desarrolló el tipo original de comedia satírica representada
por The Palace of Truth (El palacio de la verdad) (1870). The Palace of Truth tuvo fuertes repercusiones en el
Literatura victoriana 32
drama, y el propio autor volvió a repetir el ensayo, aunque algo más indirectamente, en Engaged (Prometidos)
(1877). Parece evidente que Gilbert no hubiera sobresalido de permanecer en la trayectoria dramática tradicional;
pero acertó a descubrir un nuevo método, en el que su talento encajaba perfectamente: la ópera cómica. En 1875
empezó con Trial by Jury (Juicio ante jurado), y en adelante colaboró con el músico Arthur Sullivan (1842-1900)
en este género. El ingenio y la brillantez de las llamadas «Savoy Operas» ―porque desde 1881 se representaban en
el Teatro Savoy― dieron a entender a los dramaturgos contemporáneos que, si querían competir, tenían que
perfeccionar su estilo y su agilidad verbal. Otras obras de Gilbert son: Baladas de Bab (1869-73), La tierra feliz
(1873), El hechicero (1877), Pinafore (1878), Los piratas de Penzance (1879-80), Princess Ida (1884), Mikado
(1885), Ruddigore (1887), Yeomen of the Guard (1888), Utopía limitada (1893), El gran duque (1896).[231]
Patience, or Bunthorne's Bride (1881) fue la primera de las «Savoy Operas», aunque se estrenó en la Opera Comique
de Londres. Esta comedia se propone ridiculizar el movimiento esteticista personificado en Swinburne, Whisler y
Oscar Wilde.
Si en Patience satiriza Gilbert la tendencia esteticista del último cuarto del siglo XIX, en Iolanthe, or The Peer and
the Peri (1882) convierte en humorístico blanco a los encopetados miembros de la Cámara de los Lores.[232]
Otro gran título de Gilbert y Sullivan fue el de The Gondoliers, or The King of Barataria (Los gondoleros o el rey de
Barataria) (1889). Es una ópera cómica de enredo, en la que aparece un trasfondo humorístico a través del cual se
vislumbran Italia, España y, paradójicamente, la monarquía unitaria en general.
Las «Savoy Operas» de Gilbert y Sullivan son algo muy especial, que tiene una entidad propia, a mitad de camino
entre la comedia traviesa y chispeante de la Restauración y The Beggar's Opera, y la opereta y la revista modernas.
Estas obras han tenido y tienen gran popularidad, signo de vitalidad y energía auténticas. Sus características son el
brillante cinismo de la comedia de la Restauración, humorísticamente envuelto en cierta ternura y pintoresquismo;
tendencia a la extravagancia y a la dislocación de lo racional; orientación decidida por la parodia y lo burlesco, y una
delicada y extraña fantasía poética.[233]
Nuevo estilo
En el último decenio del XIX aparece un brillante
dramaturgo que con su original cambio de estilo cierra el
siglo anterior, inaugurando el siglo XX: Oscar Wilde
(1854-1900) Por encima de la poesía, el poema en prosa,
el cuento, la narración novelada y el ensayo, el género en
el que Oscar Wilde tenía que sobresalir era el drama, ya
que en él era donde su chispeante ingenio y dominio del
diálogo ofrecía más posibilidades de expresión. La
originalidad intrínseca no la encontraremos en sus obras;
pero la facilidad expresiva, la fluidez del diálogo y el
derroche de ingenio verbal brillan en ellas como no lo
habían hecho en la escena inglesa desde Sheridan. Tres
son sus vertientes dramáticas: el drama bíblico de
ambientación poética, la comedia de salón de tendencia
sentimental y la comedia de salón de carácter paradójico
y chispeante.[236] A la primera vertiente corresponde
Salomé, drama escrito en francés en 1891 y traducido al
inglés por Alfred Douglas en 1894. Salomé es una pieza
breve, más bien un poema en prosa dramatizado que una
obra propiamente dramática. De estructura y
terminología sencillísima, su decadentismo se evidencia
en el tratamiento y en la fraseología sensual y ondulante
del tema religioso de la muerte de San Juan Bautista.
Oscar Wilde
Una mujer sin importancia (1893) y Un marido ideal (1895) siguen la trayectoria de El abanico de Lady
Windermere, basándose en situaciones sentimentales y hasta patéticas. Sin embargo, Wilde redime estas obras del
sentimentalismo, a menudo morboso, que condujo a la decadencia de la comedia de costumbres[241] en el siglo
XVIII.
En una tercera dirección, la más característicamente suya, se halla La importancia de llamarse Ernesto (1895),
comedia burlesca muy pulida e ingeniosa, rica en excelentes situaciones cómicas;[242] en ella ya no existe el
problema propiamente dicho, y el sentimiento se esconde y aun se ridiculiza. Aquí la brillantez festiva, los alegres
meandros de la paradoja y las agudas ocurrencias verbales coinciden en el más armonioso y fantástico conjunto, en
el que lo artificioso se explota por el artificio mismo. La importancia de llamarse Ernesto es una comedia
técnicamente perfecta y extraordinariamente divertida, que se ha mantenido desde su aparición en todos los
escenarios del mundo.[243]
Literatura victoriana 34
Prosa
El conflicto entre los conocimientos nuevos y la opinión consagrada llenó la época victoriana con el alboroto del
debate. Los viajeros ampliaban nuestro conocimiento del mundo objetivamente considerado; los teóricos de las
ciencias estudiaban su estructura interna; los economistas políticos y los moralistas deducían conclusiones que
escandalizaban al hombre corriente. Detrás de todo esto, el aumento de la riqueza y del poder material favorecía una
interpretación materialista de la experiencia, tácitamente aceptada en casi todos los departamentos de ésta hasta por
los ortodoxos. Este materialismo se apoyaba erróneamente en la autoridad de la ciencia, ya que los científicos se
mantenían correctamente dentro de los límites que sus premisas les imponían.[244]
Dos ensayistas, o más bien tres, alzaron fuertemente sus voces contra las enseñanzas de los economistas, los
utilitaristas y los materialistas:[245] Carlyle, Ruskin y Matthew Arnold. Los dos primeros se erigieron en dos profetas
que acusaron con vehemencia a su época y de los cuales ha tomado la posteridad la irónica venganza de
considerarlos victorianos típicos, haciéndolos objeto de excesivas reconvenciones.[246]
Religión y teología
Los primeros años del reinado de la reina Victoria presenciaron un segundo gran movimiento de reforma en la
Iglesia inglesa. El primero, o sea el de John Wesley, había sido evangélico; esta segunda reforma fue doctrinal y
sacramental. El primero había llevado a la separación de los wesleyanos o metodistas de la comunión nacional. El
segundo escindió esa comunión en dos partes discordantes, la una católica y la otra protestante. El tema de la época
fue el conflicto entre el racionalismo y la fe, tomados estos términos en un sentido profano tanto como religioso, y a
esta luz el Movimiento tractariano puede considerarse como una afirmación de fe.[247] Los tractarianos o folletistas
se diferenciaban de la confesión católica romana ―afirmaban― por su mayor fidelidad a la organización de la
Iglesia primitiva, por estar libres de los "errores populares" debidos a la corrupción de los tiempos posteriores. En
realidad, el Movimiento restauró la autoridad de la Iglesia, la precisión dogmática (entre los que aceptaron esas
opiniones), la catolicidad, la reverencia a los sacramentos y cierto tipo de santidad.
Los himnos de The Christian Year (El año cristiano), de John Keble, son parte del germen de dicho movimiento,
pero su consecuencia literaria más notable fue la Apologia pro Vita Sua de Newman.[248]
El sacerdote anglicano Richard Garnett (padre) (1789-1850) dedicó gran parte de su vida al estudio y la
investigación. Garnett sostuvo, a través de algunas de sus obras, un intenso debate dialéctico sobre el tema de los
milagros eclesiásticos con el jurista católico Charles Butler (1750-1832). Especialmente desde 1826 fue un conocido
polemista en temas religiosos, gracias a sus controvertidos artículos en The Protestant Guardian, los más notables de
los cuales consistían en exposiciones sarcásticas y marcadamente humorísticas acerca de los milagros apócrifos
atribuidos a San Francisco Javier. Sus obras teológicas no llegaron a ser editadas.
Literatura victoriana 35
Newman era un escéptico ávido de dogma. Su análisis de la historia y el contenido del dogma fue corrosivo, pero lo
compensaba una sumisión apasionada a la autoridad.
Además de las obras mencionadas escribió, entre otras: Los arrianos del siglo IV (1833), Doce conferencias (1850),
Conferencias sobre la postura actual de los católicos (1851), El romanismo y el protestantismo popular y
Disquisición sobre el canon bíblico. Poseedor de uno de los intelectos más agudos y sutiles de su tiempo, Newman
fue también maestro de un estilo de belleza y poder maravillosos. A juicio de muchos, sin embargo, su sutileza en no
pocas ocasiones daba la sensación de pasarse a la sofística; y su actitud hacia las escuelas de pensamiento
diametralmente opuestas a la suya propia fue en ocasiones dura y antipática. Por otra parte, se encontraba en
condiciones de ejercer una notable influencia sobre los hombres que en lo eclesiástico y en ciertos aspectos en lo
religioso, más fuertemente se opusieron a él. Newman y sus compañeros del Movimiento de Oxford proporcionaron
a la Iglesia anglicana del siglo XIX un considerable impulso de fervor y espiritualidad.
James Martineau (1805-1900), hermano menor de la escritora y activista Harriet Martineau,[251] fue un destacado
teólogo unitario. En Liverpool, durante un cuarto de siglo ejerció una extraordinaria influencia como predicador, y
alcanzó una gran reputación como escritor en filosofía religiosa. En 1839 salió en defensa de la doctrina unitaria, que
había sido atacada por ciertos clérigos de Liverpool, de los cuales Fielding Ould era el más activo y Hugh McNeill el
más conocido. Mientras tomaba parte en la controversia, Martineau publicó cinco discursos, en los que disertó acerca
de «La Biblia como gran autobiografía de la naturaleza humana, desde su infancia hasta su perfección», «La Deidad
de Cristo», «La redención vicarial», «El mal» y «El cristianismo sin sacerdote ni ritual».[252] Durante cincuenta y
cinco años fue profesor de Filosofía Mental y Moral y de Economía Política en el Manchester New College. Aparte
de las Iglesias, hombres como Carlyle y Matthew Arnold ―con quien tenía mucho en común― le influyeron;
Literatura victoriana 36
mientras que Herbert Spencer en Inglaterra y Comte en Francia proporcionaron la necesaria antítesis al desarrollo
dialéctico de sus propios puntos de vista. El auge del evolucionismo y la nueva forma científica de ver la naturaleza
y sus métodos de creación, lo obligaron a repensar y reformular sus principios y conclusiones teístas, especialmente
en lo referente a las formas en las que podría ser concebida la relación de Dios con el mundo y su acción sobre el
mismo. No hay apenas nombre o movimiento en la historia religiosa de su siglo que no tocara e iluminara. Fue de
esta forma que criticó el «mesmerismo ateísta» con el que su hermana Harriet se había comprometido, y ella nunca le
perdonaría dicha crítica.
Entre sus escritos, que fueron muy influyentes, están los Fundamentos de investigación religiosa (1836), Los
sustitutos ideales de Dios (1879), Estudio sobre Spinoza (1882), Tipos de teoría ética (1885), El estudio de la
religión (1888), Establecimiento de la autoridad en la religión (1890), y poemas religiosos e himnos.[253] Los tres
últimos títulos mencionados expresan su pensamiento maduro, y puede decirse que contienen, en lo que el autor
concibe como una forma final, los logros especulativos de su vida.
En la órbita de Newman y de la High Church anglicana se encuentra el pensamiento teológico del arzobispo y
posteriormente cardenal Henry Edward Manning (1808-1892), que también se adhirió a los postulados del
Movimiento de Oxford y pasa por ser uno de los más capaces del grupo tractariano.[254] Se ganó reputación de
orador elocuente tras la publicación de sus dos primeras obras: Regla de fe (1839) y su obra capital, La unidad de la
Iglesia (1842). Tras su conversión al catolicismo y su adhesión a la Iglesia de Roma (1851), en la que se unió a la
facción ultramontana, alcanzó una posición de notable influencia en el seno de aquélla, llegando a ser, superando
incluso a Newman, el máximo representante de la misma en Inglaterra (1865). Sus escritos incluyen sermones, de los
que publicó varios volúmenes antes de su abandono de la Iglesia de Inglaterra, y algunas obras controvertidas,
incluyendo Petri Privilegium (1871), Los decretos del Vaticano (1875) ―en respuesta a Los decretos del Vaticano y
el vaticanismo, de Gladstone― y El sacerdocio eterno (1883).
Liberal en política y celoso reformador eclesiástico,[255] el pedagogo y profesor Thomas Arnold (1795-1842) estuvo
implicado en numerosas controversias educativas y religiosas. Como hombre de iglesia fue un erastiano[256]
convencido, y se opuso frontalmente a la facción de la High Church (Iglesia Alta). En sus últimos años escribió un
par de volúmenes de sermones (1842 y 1844) y una obra teológica (La interpretación de las Escrituras, publicada
póstumamente en 1845).
Ensayo e historia
D. W. Jerrold comenzó muy pronto a contribuir en publicaciones periódicas. Tras su primer éxito teatral se
convertiría en un colaborador habitual en magazines. A partir de entonces, Jerrold comenzó a centrarse regularmente
en la escritura no dramática. Durante sus años de mayor actividad como dramaturgo contribuyó al Athenæum, The
Morning Herald y The Monthly Magazine. En el invierno de 1835 comenzó a escribir para el Blackwood's Magazine.
Contribuyó a la Freemasons' Quaterly Review y a diversas publicaciones anuales. Una selección de estos textos fue
recopilada, en 1838, bajo el título de Men of Character (Hombres de carácter), en 3 volúmenes con ilustraciones de
Thackeray. Entre ellos destacaban "Job Pippin: el hombre que no pudo evitarlo" y otros sketches del mismo tipo. En
1840 se convirtió en editor de una publicación, Heads of the People, de la que fue colaborador Thackeray y en la que
aparecieron algunas de sus mejores obras. También fue colaborador del New Monthly. Al Punch, la publicación
comúnmente asociada a su nombre, contribuyó a partir de su segundo número (1841) hasta pocos días antes de su
muerte. Su primer artículo, firmado por «Q.», apareció 12 de septiembre de 1841. Posteriormente escribiría dos
series: las Punch's Letters to his Son («Cartas a su hijo» en el "Punch") y Punch's Complete Letter-writer («El
epistológrafo» del "Punch" al completo), reeditadas en 1843 y 1845, respectivamente. Su mayor éxito fueron las
Mrs. Caudle's Curtain Lectures, reeditadas en 1846 partiendo de los textos originales del Punch. Han sido
reimpresas y traducidas en incontables ocasiones, pero Jerrold no deseaba ser apreciado simplemente como un
escritor ingenioso o de farsas. Valoraba más sus obras más serias: Historia de una pluma (1844), Las crónicas de
Clovernook (1846) y Un hombre hecho a base de dinero, publicada en 1849. Fundó y dirigió durante algún tiempo,
Literatura victoriana 37
aunque con éxito indiferente, el Illuminated Magazine (1843-45), el Jerrold's Shilling Magazine y el Douglas
Jerrold's Weekly Newspaper. En el Jerrold's Shilling Magazine (1845) publicó su novela Saint Giles y Saint James.
Del Douglas Jerrold's Weekly Newspaper (1846) fue director y co-propietario durante seis meses. Desde 1852
dirigió el Lloyd's Weekly Newspaper, semanario que bajo su dirección aumentó su tirada de casi cero a 182.000
ejemplares. A él contribuyó con un editorial a tres columnas cada semana, así como con reseñas literarias.
En su último gran libro, Introducción a la literatura europea de los siglos XV, XVI y XVII (1837-39), Henry Hallam
(1777-1859), insigne historiador de Europa y de Inglaterra, abandona la historia política por la literaria,
introduciendo los estudios histórico-comparativos de literatura inglesa. Se trata de la última de las tres obras sobre
las que descansa la fama de Hallam. La Introducción a la literatura europea sigue una de las ramificaciones de la
investigación que había sido abierta por Hallam en su Visión del estado de Europa durante la Edad Media. En el
primer capítulo de la Introducción a la literatura, que es en gran medida complementario del último capítulo de la
Visión…, Hallam esboza el estado de la literatura en Europa a finales del siglo XIV: la extinción del saber antiguo
que siguió a la caída del Imperio romano y el auge del cristianismo; la preservación de la lengua latina en los oficios
religiosos; y el lento resurgimiento de la epistolografía, que comenzó a manifestarse poco después de que el siglo VII
―"el punto más bajo de la mentalidad humana"― hubiese tocado a su fin.
En 1852 publicaría una selección de Ensayos literarios y personajes de la literatura europea. Hallam es
generalmente descrito como un "historiador filosófico". Esta descripción está justificada no tanto por alguna cualidad
filosófica en su método como por la naturaleza de su temática y su propio temperamento. Hallam es un filósofo en el
sentido en que tanto en política como en historia literaria fijó su atención en los resultados más que en las personas.
Su concepción de la historia abarcaba el movimiento completo de la sociedad. Ante esa concepción, la cuestión de
las batallas y el sino de los reyes cae en la insignificancia por comparación. Pero, por otro lado, no hay rastro en
Hallam de algo parecido a una filosofía de la historia o de la sociedad. Las reflexiones sabias y generalmente
melancólicas sobre la naturaleza humana y la sociedad política no son infrecuentes en sus escritos, y surgen de
manera natural e incidentalmente del tema que está tratando.
El estilo de Hallam es singularmente uniforme en todos sus escritos. Es sincero y directo, y obviamente libre de
cualquier motivación más allá de expresar claramente la intención del escritor. En la Introducción a la literatura
europea hay numerosos pasajes de gran belleza imaginativa. Su nombre es frecuentemente mencionado en memorias
y diarios de la época, y siempre respetuosamente, aunque nunca compitió con la supremacía conversacional de sus
contemporáneos Sydney Smith y Macaulay.
Literatura victoriana 38
más alta reputación en Alemania. También escribió una Historia de los primeros reyes de Noruega (1875), que
resume fervorosamente la obra clásica del islandés Snorri Sturluson. Creía en la superioridad de las razas nórdicas;
fue, con Fichte, uno de los padres del nazismo.
Carlyle ejerció una poderosa influencia sobre el pensamiento de su época, no solo por sus propios escritos y su
personalidad, sino a través de las numerosas personalidades de renombre tanto en la literatura como en la vida
pública a quienes imbuyó sus doctrinas; y tal vez no exista mejor prueba de ello que el hecho de que gran parte de lo
que era novedoso y original cuando fue propuesto por primera vez por él ya ha pasado a formar parte de las ideas
nacionales. Su estilo es quizás el más notable y diferenciado en la literatura inglesa, intensamente fuerte, vívido y
pintoresco, pero absolutamente fuera de lo convencional, y a menudo caprichoso o explosivo.[267] Figura
contradictoria y siempre desconcertante, desde su posición individualista Carlyle coincidió con Newman y con el
Movimiento de Oxford en la valoración suprema del espíritu y en el rechazo del positivismo y del industrialismo
progresista.
Isaac Taylor fue el miembro más eminente de una familia conocida como los Taylor de Ongar, que mostró una
notable persistencia en su aptitud en varias especialidades, pero especialmente en el arte y la literatura. Su abuelo y
su padre, que llevaban el mismo nombre, fueron eminentes grabadores, y el segundo fue autor de varios libros
infantiles. El tercer Taylor decidió, sin embargo, dedicarse a la literatura. La vida tranquila en Stanford Rivers y la
devoción reflexiva de Taylor hacia el tema de la educación (si bien él mismo instruyó a sus hijos solo en religión)
están reflejadas en su siguiente libro sobre la Educación en el hogar (Londres, 1838), en el que insistía en la
influencia beneficiosa de la vida rural, el valor educativo de los placeres de la infancia y la importancia de favorecer
el crecimiento natural de la capacidad mental del niño por encima del crecimiento estimulado.
El liberalismo no menos que la erudición informaron la magistral Historia de Grecia de George Grote[268]
(1794-1871), historiador y parlamentario (1832-41). Desde 1843 dedicó todo su tiempo a la literatura, que, junto con
la política, había sido su principal interés desde su juventud. Pronto cayó bajo la influencia de Bentham y los dos
Mill, y fue uno de los líderes del grupo de teóricos conocidos como «radicales filosóficos».[269] En 1845 publicó los
primeros dos volúmenes de su propia Historia de Grecia, cuyos seis volúmenes restantes aparecieron a intervalos
hasta 1856. Grote pertenece a la escuela de historiadores filosóficos, y su Historia, que comienza con las leyendas,
termina con la caída del país en poder de los sucesores de Alejandro Magno. Es una de las obras de referencia sobre
el tema, tema que su erudición le permitió tratar de una manera completa y exhaustiva; el estilo es claro y sólido. Se
ha reeditado en varias ocasiones, y ha sido traducida al francés y al alemán. Grote también publicó, en 1865, Platón y
otros compañeros de Sócrates, y dejó inconclusa una obra sobre Aristóteles.[270] Fue uno de los fundadores de la
primera Universidad de Londres.
Literatura victoriana 40
Antropología y ciencia
No debe faltar el nombre de Charles Darwin (1809-1882),
dada la influencia de sus escritos, fruto de sus
investigaciones científicas, sobre el pensamiento de la
época.[271] En 1831 le llegó la oportunidad de su vida: el
nombramiento para acompañar como naturalista al «Beagle»
en su estudio de América del Sur.[272] La expedición se
prolongó durante casi cinco años y, tras su regreso, Darwin
publicó un Diario del viaje de un naturalista alrededor del
mundo (1839), brillante colección de narraciones en las que
describía sus investigaciones a bordo del bergantín. La obra
tiene un doble interés: como relato del viaje de exploración
realizado de 1831 a 1836 contiene aportaciones muy
importantes a los conocimientos geológicos y zoológicos, y
fue también la base de su teoría posterior sobre el origen de
las especies.[273] Después de dedicar algún tiempo a la
geología, abordó el desarrollo de su cuestión favorita: la
transformación de las especies. Darwin había dedicado
mucho tiempo y profundas reflexiones a la cuestión de la
evolución por selección natural, y había escrito sus
anotaciones sobre el tema. En 1859 apareció El origen de
las especies, que establece la teoría de la evolución y de la
selección natural de los seres vivos. Esta obra otorgó a
Darwin un lugar de reconocimiento entre los más grandes
Primera página de El origen de las especies (1859)
hombres de ciencia, y las controversias que, al igual que
otras obras suyas, suscitó, contribuyeron a llevar su nombre
por todo el mundo civilizado. El origen de las especies no es un libro fácil de leer, y sin embargo es un modelo de
exposición científica para el lector inteligente. La materia está admirablemente ordenada, y una prosa lúcida, directa
y expresiva convierte las pruebas en convicción total. La lógica de la argumentación es, como observa Huxley, la
perfección misma de la lógica científica. Es al mismo tiempo inductiva y deductiva.[274] La dificultad del libro se
debe a la atención concentrada que el escritor exige del lector. Las generalizaciones se formulan en exposiciones
particulares cuya validez universal tiene que admitir el lector sin más explicaciones. Dichas exposiciones son el
resultado de intrincadas observaciones y de largos experimentos a los que no se dedica ningún espacio en el libro. En
consecuencia, parecen arbitrarias a primera vista, aunque en realidad están plenamente demostradas, y constituyen
un elemento imperecedero de la obra, que superó con mucho a todos los tratados anteriores y nunca ha sido
aventajada como recolección de todas las observaciones relativas al problema de las especies. Darwin tomó la idea
de la evolución de escritores anteriores,[275] pero él aportó pruebas convincentes; y en una forma u otra la evolución
se ha convertido en un principio cardinal no solo de las explicaciones biológicas, sino también de las ramas humanas
de la cultura. El origen del hombre (1871) propone el desarrollo de la especie humana partiendo de seres inferiores.
La estatura científica de Darwin ha sido universalmente reconocida, y merece elogio su integridad moral. Su estilo es
claro y va directamente a exponer la idea intuida o el experimento realizado.[276] No hay en la obra de Darwin nada
que excluya las correcciones a su teoría. Centro de la controversia más violenta de su tiempo, no es controvertible en
absoluto.[277]
Robert Chambers (1802-1871), naturalista, editor, biógrafo y escritor científico e histórico. Desde su primer libro,
publicado en 1824, produjo de forma progresiva un flujo constante de libros y ensayos sobre temas históricos,
Literatura victoriana 41
sociales, de la antigüedad y científicos.[278] Fundó, junto con su hermano William, el Chambers's Journal, del que
fue un contribuidor constante. Proyectos posteriores fueron la Enciclopedia de la literatura inglesa (1842-44), de la
cual aparecieron varias ediciones, y la Enciclopedia Chambers (en diez volúmenes, 1859-68; reeditada en 1888-92).
Entre sus obras cabe mencionar Vestigios de la historia natural de la Creación, publicada anónimamente (1844) y
precursora del darwinismo; Rimas populares de Escocia (1847), Vida de Burns (1851), Historia de las rebeliones en
Escocia; Anales nacionales de Escocia (1859-1861); Los antiguos confines del mar (1848); Diccionario de
escoceses eminentes y The Book of Days (1863).[279]
Thomas Henry Huxley (1825-1895) fue un biólogo y escritor científico, conocido como el "Bulldog de Darwin"
por su defensa a ultranza de la teoría de la evolución de Charles Darwin. En sus inicios, se centró en el estudio (sobre
el terreno) de los invertebrados marinos, en especial los celentéreos (en este sentido, destaca su artículo De la
anatomía y afinidades de la familia de las medusas, publicado en 1849). También investigó sobre los ascidiáceos y
los cefalópodos. Desde 1854 consagró su vida, consecutivamente, a la investigación científica y al servicio público.
Fue reconocido como el principal biólogo inglés, y elegido presidente de la Royal Society en 1883.[280] Desde 1860
apoyó el darwinismo y se centró en el problema del origen del hombre, refutando la teoría ontogenética de Richard
Owen en una serie de artículos y conferencias recopilados en el volumen Evidencias zoológicas sobre el lugar del
hombre en la Naturaleza (1863). Huxley, quien durante muchos años se dedicó a la investigación paleontólogica,
ejerció una influencia importante en el sistema educativo británico (buena muestra de ello es su obra didáctica Sobre
un trozo de tiza, de 1868). Sus obras se distinguen en su mayoría por una claridad, fuerza y encanto que les hacen
merecedoras de un lugar en la literatura; y además de la aportación que hicieron al patrimonio del conocimiento
humano, contribuyeron en buena medida a difundir el amor por la ciencia y su estudio. Huxley era un polemista
agudo, contendiendo por la perspectiva estrictamente científica de todos los temas, en contraposición a la metafísica
o teológica, y en consecuencia se topó con una fuerte oposición y una gran cantidad de descalificaciones. No
obstante, no era un materialista, y simpatizaba con los aspectos morales y compasivos del cristianismo (en este
sentido, preconizó la enseñanza de los textos bíblicos en las escuelas). Trató de conciliar la evolución y la ética en su
ensayo Evolución y ética (1893). Sus obras publicadas, incluidos los informes científicos, son muy numerosas.[281]
Además de las citadas, cabe destacar Conferencias sobre elementos de anatomía comparada (1864), Lecciones
elementales de fisiología (1866), sendos manuales de anatomía de los animales vertebrados (1871) e invertebrados
(1877), y nueve volúmenes de Ensayos selectos (1893-94). A Huxley se le debe el primer uso del término (y casi del
concepto) 'agnóstico', con el que definió su propia visión de la religión. Huxley poseía el peligroso don del lenguaje
incisivo y no fue remiso en fustigar a quienes estaban dispuestos a sostener la "cosmogonía de los hebreos
semibárbaros" para oponerla a "la exactitud de las conclusiones científicas". Por aquel tiempo, Newman había
asegurado que no podía haber conflicto entre la religión y la ciencia correctamente concebida, y en realidad Huxley
no decía otra cosa. El dogmatismo que él atacaba era la intromisión injustificada de la ignorancia en el dominio
científico so capa de religión. Y a la inversa, nadie fue más escrupuloso en mantener las exposiciones científicas
dentro de los límites de sus propios postulados.
Las consecuencias filosóficas del progreso científico fueron expuestas por Herbert Spencer (1820-1903).
Naturalista, filósofo, psicólogo y sociólogo, Spencer, uno de los más destacados positivistas británicos, enunció una
doctrina del progreso, que consiste, en su opinión, en la marcha de lo simple a lo complejo, con una diferenciación
creciente de funciones.[282] El progreso es, pues, una ley natural que actúa en todas partes, y también en nuestra
propia experiencia.[283] Dicha doctrina la expuso en su obra El progreso: sus leyes y causas (1857). Es el fundador
del evolucionismo filosófico, teoría que perseguía la unificación de los conocimientos basándolos en el principio de
la evolución.[284] En 1860 ya tenía elaborada su propia teoría evolucionista («Program of a System of Synthetic
Philosophy»), alejada de las teorías de Darwin y más cercana al lamarckismo, y a su desarrollo consagró el resto de
su vida, escribiendo infatigablemente sus Primeros principios (1862), Principios de biología (1864-67), Principios
de psicología (1870-72), Principios de sociología (1877-96) y Principios de ética (1879-92), que forman un cuerpo
de doctrina de una impresionante amplitud y coherencia. A pesar de ser un naturalista, no perdió jamás el sentido de
la religión, y, a medida que pasaban los años, este sentido fue penetrando de modo más firme en su pensamiento. La
Literatura victoriana 42
filosofía spenceriana es un intento notable de unificar coherentemente los nuevos conocimientos, y es la última
creación totalmente inglesa. Sus ensayos Sobre la educación (1861) defienden el estudio de la ciencia como el más
conducente al bienestar y solaz de los hombres de nuestro tiempo. Sus argumentos hicieron de la educación asunto
de discusión en las universidades y hasta en el foro público. Protestó contra la historia como catálogo sin sentido de
nombres y fechas; proponía en su lugar la ciencia de la sociología.[245] Desde el punto de vista sociológico cabe
considerarle como el primer autor que utilizó de forma sistemática los conceptos de estructura y función.
Un detractor y un firme defensor de las teorías evolucionistas de Darwin fueron, respectivamente, los novelistas
Samuel Butler y Grant Allen. Samuel Butler estuvo siempre interesado por la labor científica y de controversia, y en
este campo escribió obras como Vida y costumbre (1877), La antigua y la nueva evolución (1879) y El Dios
conocido y el Dios desconocido (1880). También escribió El punto muerto del darwinismo, ensayo en el que protesta
contra el darwinismo porque, a su juicio, esta doctrina descarta la influencia del espíritu en la marcha del
universo.[285] Por su parte, Grant Allen (1848-1899), escritor científico y novelista, nacido en Canadá,[59] agnóstico
y socialista por convicción, fue un destacado defensor de la teoría de la evolución y divulgador del darwinismo.
Desde 1876 se dedicó a la literatura. Sus primeros libros versaron sobre temas científicos, e incluyen Estética
fisiológica (1877) y Las flores y sus genealogías (1886). Otra obra, La evolución de la idea de Dios, que propone
una teoría de la religión en una línea heterodoxa, posee la desventaja de esforzarse por explicarlo todo por medio de
una teoría. Sus obras científicas también incluyen Colour Sense, Evolucionist at Large, El calendario de Colin Clout
y la Historia de las plantas. Su pensamiento científico estuvo inicialmente muy influenciado por la psicología
asociacionista expuesta por Alexander Bain y Herbert Spencer, este último considerado comúnmente como el
principal teórico de la transición de la psicología asociacionista al funcionalismo darwinista. Posteriormente, Allen
se distanciaría tanto del propio Spencer como de sus teorías.
Lógica y utilitarismo
John Stuart Mill (1806-1873) es el filósofo más
importante de la Inglaterra del siglo XIX. Heredero de
las ideas filosóficas de su padre ―el economista James
Mill― y de Bentham, John Stuart Mill no tardaría en
volverse contra ellas, y, sin dejar de aceptar la
proposición utilitarista del "mayor bienestar para el
mayor número posible", llega a la conclusión de que
una de las primeras necesidades del bienestar del
hombre es la promoción de la cultura interna de cada
individuo. Con este descubrimiento corregía
prudentemente las doctrinas de Bentham y de Comte.
Sus obras más importantes son: Un sistema de lógica
(1843), donde desarrolla la teoría de la evidencia en
armonía con la filosofía empírica; Principios de
economía política (1848), que mejora el pensamiento
de Adam Smith y populariza la idea de Ricardo;
Pensamientos sobre la reforma parlamentaria (1859) y
Consideraciones sobre el gobierno representativo
(1861), de carácter fundamentalmente político; Sobre John Stuart Mill
doloroso relato de los métodos y puntos de vista de su padre con respecto a su educación. Pese a mantenerse durante
toda su vida como un seguidor de la filosofía utilitarista, Mill no la transmitió a sus discípulos en su totalidad y sin
modificaciones, sino que, encontrándola demasiado estrecha y rígida para sus propias exigencias intelectuales y
morales, se dedicó a ampliarla y a añadir a ella un cierto elemento de idealismo. El estilo de Mill era de gran lucidez
superficial, atractivo y racional; pero ocultaba contradicciones no resueltas entre ideas, las cuales, aunque
disminuyen el valor de su doctrina, se debían a una simpatía y una amplitud de espíritu más penetrantes que las de
sus antecesores. Así, el principio del mayor bienestar posible (o del mayor bienestar posible para el mayor número
posible) no queda asentado en sus escritos, ni garantiza el autor la aceptación del summum bonum de la felicidad,
como quiera que se la defina; pero sirve como punto de partida para el estudio de la felicidad en lo que afecta a la
conducta humana.[298]
arquitectónico más noble. Según Ruskin, la arquitectura y el arte de un pueblo son la expresión de su religión, de su
moral, de sus aspiraciones nacionales y de sus hábitos sociales.[305]
Walter Pater (1839-1894) es el profeta del esteticismo, y se entregó a este ideal como sustitutivo de la religión,
apartándose de la sociología.[306] Aunque no fue un filósofo en el sentido técnico, meditó profundamente los temas
que la filosofía propone; pero el arte fue la influencia dominante en su vida intelectual, y se dijo de él que "fue un
filósofo que por error había ido a Italia en lugar de a Alemania". Su actitud hacia el cristianismo, aunque
profundamente escéptica, no fue indiferente. En sus libros aparece un hedonismo sublimado como forma
recomendable de vida. Esta filosofía, más o menos atenuada, la encontramos ya en sus Estudios sobre la Historia del
Renacimiento (1873), que presentan la teoría de que, para comprender de un modo absoluto las creaciones del
hombre, éstas deben juzgarse en lo posible desde su propia época y desde el punto de vista originario. En su obra
maestra, la novela filosófica Mario el epicúreo (1885), considerada la «Biblia» del esteticismo, plasmó sus ideales
artísticos y religiosos a un mismo tiempo, estableciendo que el átomo integral ―el momento de placer― constituye
la unidad y el índice de referencia del valor literario. Su capacidad para la crítica literaria se revela sobre todo en
Apreciaciones (1889), un volumen que contiene sus excelentes ensayos sobre Poesía estética y sobre el Estilo ―uno
de los mejores que se han escrito sobre este tema―, diversos estudios sobre Shakespeare y artículos sobre Lamb y
Sir Thomas Browne. Su aceptación del relativismo en el juicio de la obra de arte y su formulación de la doctrina del
«arte por el arte» lo hicieron famoso en su tiempo.[307] Pater es uno de los más grandes maestros modernos del estilo,
y uno de los críticos más sutiles y penetrantes. Su estilo se caracteriza por su suave riqueza, y por la intrincada pero
perfecta estructura de sus oraciones. Influyó en Oscar Wilde, que llevó la doctrina esteticista a sus últimas
consecuencias.
Bibliografía
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ISBN 978-84-206-3823-2.
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actualidad. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1965. No presenta ISBN.
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• Gillett, Eric. «Literatura contemporánea hasta 1960» en Historia de la literatura inglesa: de los orígenes a la
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• Harenberg, Bodo (ed.). Crónica de la Humanidad. Barcelona: Plaza & Janés Editores, 1984. No presenta ISBN.
• Pujals Fontrodona, Esteban. Historia de la literatura inglesa. Madrid: Editorial Gredos, 1984. ISBN
978-84-2490-952-6.
Notas
[1] Pujals Fontrodona (1984), p. 434.
[2] Pujals Fontrodona (1984), p. 394.
[3] Borges (2008), p. 7.
[4] Pujals Fontrodona (1984), p. 395.
[5] Entwistle (1965), p. 173.
[6] Entwistle (1965), p. 163.
[7] Entwistle (1965), p. 174.
[8] Pujals Fontrodona (1984), pp. 395-396.
[9] Evans (1985), p. 93.
[10] Entwistle (1965), p. 174.
[11] Borges (2008), p. 74.
[12] Evans (1985), pp. 93-94.
[13] Entwistle (1965), p. 174.
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Referencias
Fuentes y contribuyentes del artículo 52
Licencia
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