Guía de Lectura 2
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2° medio
TEXTO 1
Sucedió que de pronto comenzaron a revolotear los cóndores, allá abajo, lejos, sobre una hoyada. Y una vaca principió a
mugir con mugidos agudos y empavorecidos y luego otras vacas contestaban e iban hacia ella corriendo. Y bramaban
también los cerros y entonces se ponían de pie más vacas, que mugían a su vez y corrían hacia la tropa que ya se había
formado en torno a la que dio el primer alarido. Y conforme iban juntándose las vacas, iban juntándose los cóndores y una
especie de rueda vibrátil y negra cernía su amenaza sobre el ganado. Por último, los cóndores descendían planeando
vigorosamente y las vacas corrían de un lado para el otro, saltando, dando vueltas, rechazándolos con astas. Silverio estaba
lejos, pero creía percibir el zumbar trepidante de las alas, la ganchuda prestancia del pico y las garras, la cólera ronca de
los graznidos y los resoplidos medrosos y cargados de furia, y el golpe sordo de los saltos potentes, y el brillo fugaz de las
cornamentas buidas. Era una lucha poderosa y frenética cuyo final no podía calcularse. Llegaban más y más cóndores,
llegaban más y más vacas. Las vacas mugiendo y corriendo, brotadas insospechadamente de las laderas amarillas, de las
encañada rojas, de los montales verdinegros; los cóndores, caídos verdaderamente del cielo, de un cielo, de un cielo
inmensamente azul, en vuelo raudo. Y he allí que, de entre unos arbustos rodeados por las vacas, se incorporó
penosamente un pequeño animal blanco y negro. Era un ternero que había nacido la noche anterior sin duda. Viendo
mejor la presa, los cóndores redoblaron la furia de sus ataques y las vacas el celo de su defensa. Quizás alguna vaca
sangraba ya, acaso algún cóndor tenía el pecho herido. Era todo una sucesión impetuosa de aletazos y cornadas. Y he allí
que la vaca madre se acerca al pequeño y lo lame en medio de la baraúnda y se pone a su lado y lo incita a caminar. Y el
frágil ser se esfuerza, hasta que logra andar, y madre e hijo avanzan entre la tropa que sigue mugiendo, luchando,
desesperándose. Y he allí que hay una quebrada verde y denso bosque y que madre e hijo ingresan y se pierden en él,
seguidos de unas cuantas vacas. Y he allí, por fin, que los cóndores viéndose detenidos por el muro de ramas, comienzan
a irse elevando el vuelo lentamente y el ganado que permaneció fuera de la quebrada se va calmando, otea y toma, poco
a poco, los amarillos senderos. Unos momentos después los últimos cóndores e pierden en la inmensidad azul y las vacas,
quietas, descansan al pie de los árboles o ramonean el pasto por aquí y por allá. Un toro mulato, parado sobre una loma,
brama profunda y poderosamente y su bramido llena la tierra, llena los cielos y es como un llamado a la paz dirigido por
la fuerza... Ciro Alegría