11 Sierranegra PDF
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Publicado en línea: 23 de mayo de 2016Disponible en:
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Introducción
245
Véase Bruno Latour, Nunca fuimos modernos. Ensayo de antropología simétrica; Neurath, “Don e
intercambio en los mundos rituales huicholes. Una contribución a los debates sobre chamanismo y
ontologías indígenas”, op. cit.
Latour, op. cit.; Descola, Antropología de la naturaleza, op. cit.
El modelo propuesto por Descola contempla cuatro tipos de ontologías —naturalista, animista,
totemista y analogista— y tres modos de relación —reciprocidad, depredación y protección— que
articulan las relaciones entre los colectivos humanos y no humanos. Descola, Antropología de la
naturaleza, op. cit.
Viveiros de Castro, “Perspectivismo y multinaturalismo en la América indígena”, op. cit., p. 42.
Relámpago, neblina, remolino y rayo, respectivamente.
Entre los nahuas serranos, los relatos que se refieren a los cerros como personas son comunes. La
narración más difundida en Cuacuila cuenta el origen de un pequeño montículo que se encuentra
cerca del pueblo, conocido como Kolihki, que es una parte del cuerpo de una persona-cerro que ade-
lantó su partida el día en que se iba acabar el mundo, cuando todos los cerros, hombres y mujeres,
acordaron irse de ese “pueblo”. Se trata en cierta forma de lo que Viveiros de Castro llama “cuer-
pos destotalizados”, que conservan parte de la agencia del personaje al que pertenecen (Viveiros de
Castro, Metafísicas caníbales. Líneas de antropología postestructural, op. cit., p. 48). Un interlocutor
nahua me dijo: “Tekakalango es mujer, el Sempoaltepetl es hombre, igual que Teopansolko, cerro de
La Campana y Kolihki. Cuando se iba acabar el mundo gritaron todos los cerros: ‘Vámonos’. Eran
como personas y el cerro de Tekakalango dijo: ‘No, espérenme tantito, ahorita nos vamos, voy a
cambiar mi niño. Voy a cambiar de pañales, espérenme tantito’. Es cuando se iba acabar el mundo”.
Las narraciones míticas señalan que algunos seres, como la neblina, los rayos, los relámpagos y
otros fenómenos atmosféricos, son personas que visten la “ropa” de dichos meteoros y por tanto se
“transforman” en ellos.
El Diccionario de la Real Academia Española traduce agencia como: el que hace (p. 34), y agente
como: que obra o tiene virtud de obrar, persona o cosa que produce un efecto (p. 35).
Descola, Antropología de la naturaleza, op. cit.; Par-delà nature et culture.
Viveiros de Castro, “Perspectivismo y multinaturalismo en la América indígena”, op. cit. Extra-
ñamente, Descola (Antropología de la naturaleza, op. cit.) atribuye una ontología analogista al área
cultural conocida como Mesoamérica, mientras que Viveiros de Castro habla de animismo pers-
pectivista —como una variante de la ontología animista propuesta por Descola— para los pueblos
amerindios, que incluyen Mesoamérica, al tiempo que Carlos Fausto (“Feasting on People: Eating
Animals and Humans in Amazonia”, p. 497-530) habla de chamanismo siberoamericano basado en
una ontología de carácter animista. Para un discusión sobre la posibilidad de que operen dos tipos
de ontologías —ontología múltiple— véase Neurath, “Don e intercambio en los mundos rituales
huicholes. Una contribución a los debates sobre chamanismo y ontologías indígenas”, op. cit.
Pese a sus dimensiones, los cerros “son” efectivamente personas, igual que los
cuerpos de agua, como los manantiales, o los cuerpos de luz, como el arcoíris, e
incluso los cuerpos de aire —yeyekatl—. Es decir, los nahuas incluyen en el
ámbito de la cultura elementos que nosotros consideramos “naturales”, les otor-
gan una “interioridad” esencialmente humana y los tratan en términos sociales.
Esto ocurrió no sólo durante los tiempos míticos, cuando el hecho era más elo-
cuente, sino en la vida actual. Es preciso matizar esta aseveración, pues lo co-
mún es que sólo en tiempos no diurnos se les vea con aspecto antropomorfo y de
proporciones similares a los humanos. Es durante el tiempo nocturno, princi-
palmente en los sueños —no por ello menos reales—, que se conoce la cuali-
Pedro Pitarch, “Dos puntos de vista, una sola persona: el espacio en una montaña de almas”,
p. 603-617; Neurath, “Don e intercambio en los mundos rituales huicholes. Una contribución a los
debates sobre chamanismo y ontologías indígenas”, op. cit.; David Lorente Fernández, “Granizadas
de semillas y polifonía de perspectivas en el chamanismo nahua”; Saúl Millán, Iván Pérez Téllez y
Alessandro Questa, “Hacia una mitología menor”.
José de Jesús Montoya Briones, Atla: etnografía de un pueblo náhuatl; Significado de los aires en
la cultura indígena.
El autor señala que “Las narraciones míticas están pobladas de seres cuya forma, nombre y com-
portamiento mezclan inextricablemente atributos humanos y no-humanos, en un contexto común de
intercomunicabilidad idéntico al que define el mundo intra-humanos actual. El perspectivismo amerin-
dio tiene, pues, en el mito su lugar geométrico, por así decir, donde la diferencia entre puntos de vista es
al mismo tiempo anulada y exacerbada. En ese discurso absoluto, cada especie de ser aparece a los otros
seres como se aparece a sí misma —como humana— y al mismo tiempo se comporta manifestando
ya su naturaleza distintiva y definitiva de animal, planta o espíritu”. Viveiros de Castro, “Perspecti-
vismo y multinaturalismo en la América indígena”, op. cit., p. 37.
Obviamente no estoy pensando en una idea mística, en la cual predomina un etnocentrismo re-
calcitrante, el cual proyecta sobre los pueblos indígenas sus propias —eso sí— “representaciones”,
sin el menor interés crítico por la otredad.
Los nahuas de Cuacuila, como otros grupos indígenas, consideran que una parte de su persona
se desprende durante el sueño y puede acceder a otras realidades, como encontrarse con potencias
no humanas, por ejemplo con los difuntos. Casi todas las potencias poseen una figura antropomorfa
prototípica y la facultad de hablar, lo que les permite interactuar con las “almas” de los humanos.
Pedro Pitarch, Ch’ulel: una etnografía de las almas tzeltales.
dad de persona de las potencias. Así, en los sueños del chamán y en ocasiones en
los de las personas comunes, el arcoíris —ayukosamalotl— puede aparecer como
un muchacho y la Luna —metstle— como un anciano.
De cierta manera, la relación que establecen los existentes humanos y no hu-
manos durante el sueño logra borrar por un periodo acotado las fronteras espe-
cíficas impuestas por el cuerpo. En otras palabras, la envoltura corporal opera
como el gran diferenciador de las especies, lo que no siempre permite la comu-
nicación entre comunidades de existentes. Así, tanto en el sueño como en el
mito se expresa la naturaleza profunda de los existentes, es decir, su naturaleza
cultural. La cultura compartida en los tiempos míticos —que el advenimiento
del Sol escindió— se actualiza durante el sueño y día a día, o noche a noche, crea
una réplica condensada del mito en la que logra que interactúen seres que duran-
te el día tienen probablemente cuerpos y subjetividades distintas.
Sin embargo, que en ocasiones el espíritu de los nahuas se desprenda durante
el sueño no quiere decir que la mayoría de la gente pueda actuar a voluntad y sea
“consciente” de lo que su contraparte no humana —tonalli— pueda percibir o
hacer. Por lo general, existe un consenso entre los nahuas: tanto el hecho de
recordar los sueños como moverse a voluntad en ese espacio-tiempo está reser-
vado a los chamanes.
Véase Isabel Martínez, “De owirúame y sueños: el conflicto como elemento constitutivo de la
sociabilidad rarámuri”, p. 97-108.
Viveiros de Castro, “Perspectivismo y multinaturalismo en la América indígena”, op. cit. Se
trata, ciertamente, de una especie de supresión temporal de perspectivas, en la cual cada existente
se ve tal como es en el fondo, es decir, como persona. Esto es así porque en los encuentros oníricos
las fronteras corporales se diluyen, pues el “espíritu” es el que interactúa con los demás “espíritus”.
Véase Juliette Roullet, “Espacio ordenado, espacio dilatado: metamorfosis del día a lo noche”,
p. 303-326; Anath Ariel de Vidas, El trueno ya no vive aquí. Representación de la marginalidad y cons-
trucción de la identidad teenek (Huasteca veracruzana, México), p. 215-241; Laura Romero López, “Sa-
ber ver, saber soñar: el proceso de iniciación de los curanderos nahuas de San Sebastián Tlacotepec,
Puebla”, p. 49-52. Un ejemplo similar es la correspondencia que guardan los momentos de un día
con la división de las estaciones del año entre los huicholes. Véase Johannes Neurath, “Alteridad
constituyente y relaciones de transito huichol: iniciación, anti-iniciación y alianza”, p. 31.
Roberto Martínez González, “La animalidad compartida: el nahualismo a la luz de animismo”.
Al parecer, lo mismo sucede con las capacidades nahualescas. Si bien toda persona nahua posee
un alter ego, sólo los tonalchikawak pueden controlar a voluntad la transferencia de su agencia y su
subjetividad y, por tanto, actuar en uno de sus varios cuerpos. Al respecto, Pedro Pitarch ha mos-
trado cómo entre los tzeltales la persona está constituida no por un cuerpo sino por dos: el cuerpo
presencia —winkilel— y el cuerpo carne —bak’etal— (“El problema de los dos cuerpos tzeltales”).
De hecho, desde hace décadas Alfredo López Austin advirtió: “Nada hay que autorice a suponer
tica. Así, concedería que para los nahuas la Luna —metstle— es una persona,
un anciano lascivo que habita un espacio que le es propio —su dominio,
ilwikatl—, pero que también puede encontrarse en el interior de las cuevas o
bajo un basamento pétreo. Pues, si bien es cierto que la persona-Luna aparece
con frecuencia en los relatos míticos, hoy los nahuas no consideran que se trate
de una abstracción metafísica sino de un hombre, no de carne y hueso, pero sí
con una agencia y capacidad de acción, que incluso cumple un trabajo —tekitl—
en la reproducción del cosmos, ya que “es un peón [tlaquewalli]. Es el botón del
cielo, que sostiene el cielo en su lugar e impide que se caiga”.
Por otro lado, no es extraño que el fenómeno del nahualismo sea tan inasible
desde los enfoques que pretenden resolver el problema de la “transformación”,
cuando se trata de un problema básicamente ontológico. Si lo tratáramos desde
una perspectiva ontológica, la persona no tendría que transformarse forzosa-
mente, pues “es” varios seres a la vez. Nos encontramos frente a una concepción
de “dividuo”, no de individuo, es decir, de una persona que tiene varios cuerpos
—alter ego— y que, quizá, proyecta su subjetividad, su agencia humana, a esos
otros seres —que son él mismo— y por ello cobran volición. Éste es otro ejem-
plo en el que la antropología ve representaciones en un fenómeno cultural cla-
ramente ontológico. Para muchos pueblos indígenas la persona es múltiple y
tiene varios cuerpos que habitan espacios distintos. Actuar en ese mundo de los
alter ego es justamente transferir la subjetividad de la persona a ese cuerpo.
La teoría cosmopolítica perspectivista amazónica “describe un universo habitado por distintos
tipos de actuantes o de agentes subjetivos humanos y no humanos —los dioses, los animales, los
muertos, las plantas, los fenómenos meteorológicos, con mucha frecuencia también los objetos y los
artefactos— dotados todos con un mismo conjunto general de disposiciones perceptivas y cogniti-
vas, o dicho de otro modo, de ‘almas’ semejantes” (Viveiros de Castro, Metafísicas caníbales. Líneas
de antropología postestructural, op. cit., p. 34-35).
Marie-Noëlle Chamoux, Trabajo, técnicas y aprendizaje en el México indígena, p. 99. La Luna es
una persona mayor que posee un “cuerpo” que puede ser observado en el firmamento, en ocasiones,
durante el día, mientras que por la noche, durante el sueño, puede ser percibida en su forma huma-
na. Lo mismo sucede con el arcoíris —ayukosamalotl— que puede contemplarse como un “cuerpo
de luz” durante el día y como un joven en el transcurso del sueño. No obstante, ambas potencias
acuden a recibir ofrendas a un lugar llamado Ayukosamaloapan, donde se encuentra tanto la “mesa”
del arcoíris como la de la Luna, esta última en forma de una basamento prismático en medio de una
corriente de agua a la que los chamanes suben a depositar ofrendas alimenticias.
Pitarch, “Dos puntos de vista, una sola persona: el espacio en una montaña de almas”, op. cit., p. 603.
Las narraciones lo sugieren así: un joven regaña y agrede a un anciano por cortar unos chiles
de su parcela. Poco después el anciano proyecta su subjetividad y encuentra que el joven altanero
no es más que un gusano, lo toma y lo aprieta con la mano, mientras el joven agoniza en su casa. El
padre, como mediador, le pregunta al hijo qué hizo y éste relata que regañó a un señor. El padre sabe
que ese señor es un tonalchikawak e intercede por el hijo, le pide que libere a su animal compañero.
Iván Pérez Téllez, “Chamanismo y existentes, la relación entre humanos y no-humanos entre
los nahuas de Cuacuila, Huachinango, Puebla”.
El término diplomático cósmico ha sido propuesto por Eduardo Viveiros de Castro (“Chamanis-
mo y sacrificio: un comentario amazónico”; Metafísicas caníbales. Líneas de antropología postestruc-
tural, op. cit.) para describir la función que cumple el chamán como intermediario entre el mundo de
los humanos y el de los no humanos —divinidades, muertos, etcétera—. Viveiros de Castro señala:
“Los chamanes son capaces de asumir el papel de interlocutores activos en el diálogo transespecífico;
y sobre todo, son capaces de volver para contar el cuento, cosa que los profanos difícilmente pueden
hacer. El encuentro o el intercambio de perspectivas es un proceso peligroso, y un arte político, una
diplomacia. Si el relativismo occidental tiene el multiculturalismo como política pública, el chama-
nismo amerindio tiene el multinaturalismo como política cósmica” (Metafísicas caníbales. Líneas de
antropología postestructural, op. cit., p. 40).
Alan Sandstrom, y Pamela E. Sandstrom, “El arte sagrado de un chamán nahua (tlamatiquetl)”.
Viveiros de Castro, “Chamanismo y sacrificio: un comentario amazónico”, op. cit.; Metafísicas
caníbales. Líneas de antropología postestructural, op. cit.
rreosas, que pueden hacer muchas cosas que los demás no podrían debido justa-
mente a su fortaleza, por ejemplo, la capacidad de estar más cerca de lo “sagrado”.
En resumen, el poder de los chamanes no se finca sólo en la sociología nahua,
es decir, en el reconocimiento de la gente, sino sobre todo en la metafísica na-
hua que concede que el chamán sólo puede serlo en la medida en que las poten-
cias no humanas lo elijan. Lo que el chamán decida hacer con ese poder
otorgado es decisión propia, pues tiene la capacidad de entablar un diálogo con
las potencias tanto fastas como nefastas del cosmos. Así, todo nahua sabe que un
tlamatki puede curar lo mismo que dañar. Comprender el chamanismo es aden-
trarse en la lógica de la cosmología nahua, según la cual es obligatorio establecer
las alianzas pertinentes para asegurar relaciones fluidas con distintas esferas del
cosmos habitadas por sujetos no siempre humanos, pero que atienden a la socia-
bilidad humana, es decir, la sociabilidad nahua.
De esta relación privilegiada, no sólo con lo sagrado sino con las potencias no
humanas, emana el poder del chamán, que entiende que todo existente debe tra-
bajar. Así funciona el engranaje ritual: un chamán entrega una ofrenda para
solicitar algún tipo de daño para una persona x y las potencias inician su labor.
Cuando la persona x se siente mal, acude con un chamán. Durante la consulta
—motetatlanis— el ritualista es informado de que se solicitó la intervención de
algunas potencias para afectar a x. La potencia demanda más ofrendas a cambio
de dejar de perjudicar a la persona. Los chamanes nahuas distinguen claramente
la enfermedad de la “maldad”. En la consulta , el chamán enuncia todos los es-
pacios donde habitan las potencias para determinar si en alguno se ha entregado
una “solicitud de brujería”. De ser así, aparece que el consultante tiene “daño”
o “maldad”. En caso contrario dirán que es enfermedad y sugerirán que vayan
con un médico. No pocas veces se ataca la enfermedad con medicina alópata al
mismo tiempo que se hace un trabajo contra la brujería.
der a mantener un trato social con los colectivos de existentes. En otro lugar he
detallado el procedimiento adecuado para llevar a buen término la iniciación,
que en muchos sentidos es similar a una alianza matrimonial. No pocas veces
el dinero que se invierte para realizar el proceso de iniciación de un chamán pue-
de considerarse una dote, pues se invierte una gran cantidad de recursos econó-
micos para realizar el ceremonial con toda la etiqueta que requiere, para lo cual
debe venderse algún bien, regularmente una parcela.
Por lo general, se intenta retrasar la entrega del iniciado a los “poderes”, ya
que los nenenkame —potencias no humanas, nombradas en español “poderes”—
lo piden desde que es niño, de manera similar a los patrones de pedimento tradi-
cionales de las mujeres nahuas, por lo que los padres solicitan tiempo para que
se efectúe la iniciación y la entrega de los “poderes”, es decir, para consumar la
alianza. En realidad, el tiempo de espera permite aguardar la maduración sexual
del infante. En muchos sentidos, se observa el mismo patrón que acompaña la
petición de una mujer nahua: se pide con mucha antelación y una vez que está en
edad reproductiva se fija la fecha de la boda.
Durante el periodo de iniciación se revela al neófito un mundo poblado de
personas no humanas con las que tiene que aprender a socializar. En el transcur-
so de un año, acompañado por el chamán que lo está iniciando, se presenta en
cada una de las cuevas para colocar una ofrenda y realizar una especie de presen-
tación formal con las potencias que las habitan. La presentación se consuma
mediante el degollamiento de aves sacrificiales, con cuya sangre se enjuagan las
manos del neófito, lo que le impide bañarse durante seis días. De hecho, esta res-
tricción puede durar varias semanas, hasta que las presentaciones con los nenen
kame terminan. Es necesario hacer coincidir la fecha de entrega de los “poderes”,
es decir, la colocación de la cabina adivinatoria —iyantli—, con la fiesta de San
Andrés Apóstol, el 30 de noviembre, o con el año nuevo en caso de trabajar en
lo “bueno”, con los “arreveceros” el 3 de mayo —Santa Cruz— o el 15 de mayo,
día de San Isidro Labrador.
cidad, fuerza”). Ahora bien, comprender cómo funciona eso que nosotros llamamos animado es una
ardua tarea para el antropólogo. Una de las vías que he explorado tiene que ver con la ritualidad y la
tradición oral. No sólo en los tiempos míticos aparecen seres con características humanas, capacidad
de habla, organizados en sociedad, etcétera. Muchos de los seres no humanos que pueblan el uni-
verso nahua son considerados animados, no sé si propiamente vivos, pero efectivamente tienen una
existencia y su subjetividad o perspectiva repercuten indefectiblemente en la vida de los humanos.
Pérez Téllez, “Chamanismo y existentes, la relación entre humanos y no-humanos entre los
nahuas de Cuacuila, Huachinango, Puebla”, op. cit.
El chamanismo nahua busca en todo momento recrear réplicas de los espacios no humanos. Así,
la instalación del iyantli crea una interfase con la cueva. Al parecer sucede lo mismo con los altares
Una vez que el chamán entra en funciones, debe observar una rigurosa absti-
nencia sexual seis días antes de ir a una cueva para que su labor sea eficaz. Esta
restricción no se aplica para acudir a las iglesias. Las prohibiciones de carácter
sexual no tienen su correlato en una noción de pureza ritual o deferencia hacia
lo sagrado, sino en atender las relaciones de alianza establecidas. La relación y
las deferencias que el chamán tiene con sus “poderes” —obsequiarles comida
y flores, sahumarlos cada mañana y renovar los cuerpos de copal y sus vestimen-
tas— son una forma de “dar el gasto”, de manera similar al que ofrece a su
esposa. La competencia por la atención del chamán tanto del lado humano como
del no humano genera algún tipo de celo, pues los nenenkame no ven con buenos
ojos que los chamanes tengan hijos, es decir, que mantengan relaciones sexuales.
Los chamanes de Cuacuila son muy reconocidos dentro de una región multiét-
nica que cubre la porción sur del estado de Hidalgo y la parte de Veracruz que
colinda con la Sierra Norte de Puebla, sobre todo por su capacidad de incorporar
y convocar al altar a las divinidades y a las demás potencias, incluso a las almas
de los vivos. Stresser-Péan señala:
El adivino se encierra ahí invoca a los espíritus que desea consultar y hace que
se pongan cerca de él, en medio del humo del incienso de copal. A estos espí-
ritus se los llama teuyome, es decir, seres divinos, mismos que pueden ser espí-
ritus de los cerros, del agua, del bosque… o también almas de los muertos.
Entre ellos hay espíritus buenos y espíritus malos. Están presentes, aunque in-
visibles, pueden escuchar y hablar. El adivino les hace preguntas y ellos respon-
den a través de la boca de éste, en náhuatl. Si se juntan varios, se expresan con
voces distintas, según su personalidad, edad, sexo, etc. Es difícil seguir estas
conversaciones, pues se dan con una elocución extremadamente rápida; pero
de inmediato el adivino las comenta y explica. De esta manera, los espíritus
pueden revelar lo que ocasionó los accidentes o las enfermedades, identificar
a los autores de los maleficios, etc.
de santos católicos, que tampoco pueden faltar en casa del chamán. No obstante, al final se busca la
comunicación directa en su propio dominio, tanto en la cueva como en las distintas iglesias.
Idem.
Stresser-Péan, op. cit., p. 350.
Al hablar sobre la incorporación de las potencias, don José Mata advierte que son
“haz de cuenta como un teléfono” por medio del cual se puede llamar tanto a
vivos como a difuntos o a divinidades. En el caso específico de los migrantes, el
iyantli sirve para conectar una “llamada internacional” con el espíritu —tona-
lli— de la persona con la que se desea hablar, así como para comunicarse con los
difuntos o directamente con las potencias no humanas —divinidades—. Al pa-
recer, quienes facilitan este tipo de comunicación son, en última instancia, los
propios chamanes deificados, puesto que su destino post mortem es la transforma-
ción en las divinidades mismas. Durante la iniciación, los chamanes diviniza-
dos desean integrar a su comunidad a un humano, pero para ello es necesario que
sea transformado en ritualista, así el chamán es una divinidad anticipada y,
acaso, un humano con algo más de no humano.
Conclusiones
Iván Pérez Téllez, “Incorporación, artefactos e interfase: el dispositivo chamánico nahua”.
Viveiros de Castro, Metafísicas caníbales. Líneas de antropología postestructural, op. cit.
Si bien es cierto que el don no se hereda, el hecho de estar en contacto con los artefactos rituales
puede traer como consecuencia que una persona se convierta en chamán. Cuando un chamán muere
puede dejar activado su iyantli —altar— y alguien de la casa debe trabajar con él.
Viveiros de Castro, “Perspectivismo y multinaturalismo en la América indígena”, op. cit.
Martínez González, op. cit.
Bibliografía